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\ Quien sigue el camino de la verdad no tropieza Palabras a un amigo Sal Terrae
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Gandhi Mahatma - Quien Sigue El Camino de La Verdad No Tropieza

Dec 30, 2014

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\ Quien sigue el camino de la verdad no tropieza Palabras a un amigo

Sal Terrae

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Colección «EL POZO DE SIQUEM» 120

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Mahatma Gandhi

Quien sigue el camino de la verdad no tropieza

Palabras a un amigo (2.a edición)

Introducción de Martin Kampchen Fotos de Andreas Hoffmann

Editorial SAL TERRAE Santander

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© Navajivan Trust. Este libro se publica con autorización de

Navajivan Trust, Ahmedabad - 380 014 (India)

Traducido del alemán: Wer den Weg der Wahrheit geht, stolpert nicht.

Worte an einen Freund © 1998 by Verlag Neue Stadt,

München

Traducción: Ramón Ibero Iglesias

© 2001 by Editorial Sal Terrae Polígono de Raos, Parcela 14-1

39600 Maliaño (Cantabria) Fax: 942 369 201

E-mail: [email protected] http://www.salterrae.es

Con las debidas licencias Impreso en España. Printed in Spain

ISBN: 84-293-1382-6 Depósito Legal: BI-2318-02

Fotocomposición: Sal Terrae - Santander

Impresión y encuademación: Grafo, S.A. - Bilbao

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índice

Introducción 7

Verdad 13

Autoconocimiento y realización 25 No violencia 41 Trabajo y entrega 45

Fe y confianza en Dios 51 Invocar a Dios. Oración y meditación 63 Pasiones 69 Desprendimiento y libertad 75 Humildad y sencillez 85 Silencio 91 Pureza 95 Amor y servicio 99

Serenidad y paciencia 109 Dicha y aflicción 113 Vida y muerte 119

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Introducción

Las «Palabras a un amigo» recogidas aquí no son afo­rismos refinados que deban su impacto a una formu­lación hábil o ingeniosa. Tampoco son koans en la lí­nea del budismo zen, cuyo carácter enigmático ayuda al que medita a penetrar más profundamente en la esencia de la divinidad. Mahatma Gandhi ofrece pen­samientos reconfortantes, formulados de manera sen­cilla, que unas veces captan ideas de la vida diaria, conocidas desde hace mucho tiempo, y otras alum­bran relaciones verdaderamente sorprendentes. Aun así, su valor no radica en el hecho de que reflejen ideas viejas o nuevas, sino en que se nutren de la experiencia de su autor. Por eso tienen también la vir­tud de consolar.

Anand T. Hingorani, seguidor de Mahatma Gandhi en la lucha por la liberación de la India, había perdi­do a su mujer a mediados de 1943. «Ella y Bapu (como llamaban a Gandhi sus amigos) han sido para mí una importante fuente de inspiración», confiesa Hingorani*. Gandhi le escribió entonces cartas de consuelo. En una de ellas figuran estas significativas palabras: «No tienes que obsesionarte ni inquietarte

Todas las citas han sido tomadas del prólogo de A Thoughtfor the Day, de Anand T. Hingorani.

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por la muerte de Vidya. Si ella fue la inspiración de tu vida mientras vivió, más aún tiene que serlo ahora, tras su regreso al hogar. Para mí, ése es el significado de una verdadera unión de las almas. El ejemplo clá­sico es Jesús y, en los tiempos modernos, Rama-krishna. Después de su muerte, la influencia de Vidya se hace mucho mayor. Su espíritu no ha muerto; tam­poco ella está muerta. Por lo tanto, es absolutamente preciso que dejes de lamentarte y pienses en tus obli­gaciones futuras».

Tan pronto como pudo, Hingorani visitó a su vene­rado amigo en su ashram de Sevagram, donde vivía. Cada mañana, Gandhi le saludaba, le animaba y le anotaba en un papel una frase sobre la que debía me­ditar durante el día. Cuando Hingorani tuvo que mar­char del ashram, pidió a Gandhi que le escribiera un pensamiento cada día para que le acompañara duran­te la jornada, como había hecho hasta entonces. Mahatma Gandhi estuvo de acuerdo, y desde el 20 de noviembre de 1944 hasta finales de 1946, o sea, durante dos años, escribió cada día un pensamiento para Anand T. Hingorani y se lo envió regularmente. Tras la muerte de Gandhi, en enero de 1948, Hingo­rani agrupó y publicó los pensamientos.

Gandhi no quiso que estos pensamientos se publi­caran mientras él vivía, y lo explicó con argumentos tan característicos como éstos: «Quién sabe, tal vez mi vida no responda a estos pensamientos. No obs­tante, si mi vida responde a ellos hasta el último alien­to, entonces, sólo entonces, merecerá la pena publi­carlos». Como apuntamos al principio, en estas pala­bras está el secreto de la fuerza de atracción y la sin-

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INTRODUCCIÓN

guiar eficacia de los pensamientos aquí recogidos. En realidad, no se trata de meros «pensamientos», alum­bramientos mentales, sino de frases que recogen el resultado de experiencias concretas. Mahatma Gandhi llamaba al relato de su vida «biografía de mis experi­mentos con la verdad»; del mismo modo, cada frase de esta recopilación es el resultado de un experimen­to que, a menudo, duró muchos años. A pesar de que no pocas frases parecen escuetas, no son especu­lación, mero juego o idealización, sino que están sustentadas por el peso de la experiencia vital de Mahatma Gandhi y su autoridad moral, que les con­fieren autenticidad. Por eso Gandhi también puede consolar a Hingorani, ya viudo, y a nosotros después de él. Y cuando confirma la veracidad de una frase en la experiencia, esa frase es igualmente válida para otras personas, para nosotros. De la misma manera que creemos en Jesús y en su doctrina, porque él experimentó el dolor y sufrió la muerte por todos nosotros, así también ahora hacemos nuestras las palabras de un ser humano que llevó una vida modé­lica y cuyas palabras poseen también una fuerza salvadora.

La capacidad consoladora de las palabras de Mahatma Gandhi se hace aún mayor porque él levan­tó la obra de su vida sobre una máxima: la unidad entre pensamiento, palabra y acción. Cuando escribe, considera que sólo merece la pena publicar estos pen­samientos si su vida responde a ellos hasta el último instante. Para él, esa correspondencia era la legitima­ción del pensamiento, la prueba de que su contenido era verdad. Y a partir de ahí sigue una antiquísima

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línea del modo de pensar y percibir indio, que sólo se declara dispuesto a aceptar una sentencia filosófica cuando ésta encuentra expresión, como modelo, en la vida del filósofo. En la filosofía y la teología occi­dentales, en las que la doctrina y la vida de quien enseña son valoradas siempre por separado, podemos ver que esa legitimación no es evidente. Puede ocurrir muy bien que un filósofo se encuentre ante una reali­dad cargada de problemas y, en cambio, decida teori­zar sobre la miseria de la vida.

Los pensamientos que tenemos ante nosotros, for­mulados a modo de diario íntimo, deben leerse por la mañana, a fin de que impregnen nuestra jornada, nos consuelen y nos eleven. Así, nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestra conducta podrán asimilar progresivamente, a lo largo del día, el pensamiento. Éste no es, pues, un «libro de lectura» que haya que leer capítulo tras capítulo. Hay otros libros de Mahatma Gandhi que resultan adecuados para ese modo de leer, mientras que el nuestro es más bien un vademécum, un libro que puede acompañarnos en los días buenos y en los malos, en los días luminosos y en los nublados por la tristeza, en los viajes cortos y en los largos.

No tiene nada de sorprendente que en estos pensa­mientos de Gandhi afloren grandes temas en variantes siempre nuevas: verdad y no violencia, oración y silencio, ausencia de necesidades, ascesis y pureza, inexorabilidad del sufrimiento y la liberación, la entrega a Dios... Naturalmente, ninguna de sus ideas es formulada y expuesta en su contexto, pues ello habría desbordado el marco de un texto escueto,

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INTRODUCCIÓN

hecho de impulsos. Aun así, considero que estos pen­samientos son también comprensibles para quienes no están familiarizados con la filosofía de Mahatma Gandhi. Por lo demás, quien quiera seguir profundi­zando en sus ideas dispone de diversos textos en ver­sión española.

El empeño básico de Gandhi en todo, empeño que también aflora constantemente en estos pensamien­tos, era su radical sinceridad. No hay pretensiones, ni falsa santidad, ni palabrería, ni encubrimiento de las debilidades y las faltas propias. Su pasión moraliza-dora le impulsaba a exponerlo todo abiertamente, incluso las más ocultas pulsiones del alma. Aunque alguien dude de la sabiduría de este método -rendir cuentas de todo públicamente-, para nosotros, como lectores, tiene la ventaja de que nos permite conocer hasta sus más mínimos detalles el denodado trabajo de Gandhi en sí mismo.

A esa sinceridad radical pertenece también el hecho de que Gandhi nunca escriba como gurú, como alguien que está en posesión de la verdad, sino como alguien que busca. Ahí nos podemos identificar con él. En estos pensamientos descubrimos que él se defi­ne como alguien que no sólo busca con la noble modestia del grande, sino que además, efectivamente, pregunta y pregunta y pugna por obtener respuestas, y a veces no halla ninguna. No todos los pensamientos contienen afirmaciones; también hay preguntas entre ellos.

Comparado con el modo de pensar y sentir de todos los demás grandes hombres y mujeres de su país, el de Mahatma Gandhi está profundamente

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unido al Nuevo Testamento cristiano. Aun así, Gandhi era un hindú convencido que, al mismo tiempo, bus­caba y encontraba inspiración en las tradiciones de su religión. Muchos hindúes ilustrados ven hoy en Gandhi al «hombre nuevo», del hinduismo. En estos pensamientos cita a menudo pasajes de la Biblia, muchas veces sin comentario: tienen carácter de afir­mación y confirmación. Nunca se cansaba de expre­sar su agradecimiento a la doctrina cristiana, aunque no asumió en modo alguno la cristología de los teólo­gos, sino que, como hindú, elaboró su propia visión de Jesús. Tampoco adoptó a ciegas las tradiciones hindúes, sino que, por el contrario, desechó muchas prácticas que han sido importantes hasta hoy para millones de devotos hindúes, como, por ejemplo, la asistencia al templo, la veneración de las imágenes, los ritos... Gandhi fue, en sentido ideal, un «protes­tante» de su religión; una religión a la que él quería devolver su contenido esencialmente espiritual.

Los pensamientos al respecto contenidos en este libro son el resultado de una elaboración interior del mensaje cristiano, captado e interpretado por un hindú profundamente creyente. La doctrina cristiana y la doctrina hindú están tan íntimamente unidas que no se pueden separar los elementos de una y de otra. Ésa es, en mi opinión, la profética aportación de Mahatma Gandhi a la nueva imagen del ser humano y, especialmente, al diálogo religioso; hasta ahora Mahatma Gandhi no ha sido superado ni por nosotros, en Europa, ni en la India.

MARTIN KÁMPCHEN

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Verdad

Los nombres de Dios son innumerables; pero, si hubiera que destacar uno, sería el de sat o satya, la verdad. Pues la verdad es Dios.

La verdad sólo podemos encontrarla si la buscamos en nosotros mismos, nunca a base de argumentos y discusiones. Si alguien lee «Dios», en vez de «verdad», es lo mismo.

El conocimiento de la verdad no es posible sin ahimsa, no violencia. Por eso se ha dicho también que ahimsa es la ley suprema, dharma.

¿Cómo puede creer alguien en la verdad si no cree en la no violencia? Si no se puede hacer realidad la no violencia, tam­poco es posible hacer realidad la verdad.

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¿Cómo puede conocer la verdad alguien en cuya alma bullen constantemente las pasiones? El bullir de las pasiones en el alma es como una tempestad en el océano. El timonel que sujeta con fuerza el timón durante la tempestad se salva. Y sólo el que se apoya en el rama-nama (invocación del nombre de Dios) sale victorioso de la tempestad del alma.

Guardémonos del saber engañoso. Es el saber engañoso lo que nos mantiene alejados de la verdad o nos aparta de ella.

Aun la más pequeña falsedad echa a perder al ser humano, del mismo modo que una gota de veneno arruina todo un mar.

El mundo está lleno de contradicciones. Detrás de la aflicción se esconde la felicidad, y detrás de la felicidad la aflicción. Donde brilla el sol también hay sombra; donde hay luz también hay oscuridad; donde hay nacimiento también hay muerte. La liberación de todo consiste en no dejarse afectar por estas contradicciones. El método para vencerlas no consiste en deshacer­las, sino en elevarse por encima de ellas y ser abso­lutamente libre de toda supeditación a ellas.

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Cuanto hemos dicho hasta aquí muestra que la clave de la felicidad consiste en honrar la verdad, dadora de todas las cosas.

Pero ¿cómo hemos de honrar la verdad? ¿Quién conoce la verdad? Nosotros nos referimos a una verdad relativa, a lo que se nos muestra como verdad. La experiencia nos demostrará que es muy difícil seguir la verdad, incluso entendida en ese sentido limitado.

¿Por qué duda en manifestarla quien sabe lo que es la verdad? ¿Se avergüenza? ¿Avergonzarse de qué? Alto o ba­jo, ¿qué importa? Lo cierto es que la rutina se apo­dera completamente de nosotros. Deberíamos reflexionar sobre ello y liberarnos de las malas costumbres, pues de lo contrario no podremos seguir el camino de la verdad.

Tenemos que sacrificarlo todo en el altar de la ver­dad. No queremos aparecer como lo que somos, sino mucho mejores. Si somos débiles, ¡qué bueno sería para nosotros aparecer como tales...! Pero, si deseamos crecer, debemos actuar y pensar con nobleza. Y si esto no es posible, debemos aparecer como débiles. Así alcanzaremos un día la anhelada altura.

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VERDAD

Para encontrar un diamante hay que trabajar muy duramente y remover cientos de toneladas de tierra y piedras. ¿Empleamos al menos una mínima parte de ese tra­bajo en eliminar la escoria de la falsedad y buscar el diamante de la verdad?

No se es un satyagrahi -el que se aferra a la ver­dad- por el mero hecho de presentarse como tal. Sólo la contemplación de la verdad pura hace del ser humano un satyagrahi.

Para un satyagrahi no existen derechos. Para él no hay más que un derecho: el derecho a servir. En consecuencia, un satyagrahi nunca reivindica derechos; éstos le vienen sin que él los busque.

Sólo puede ser un verdadero satyagrahi aquel que domina del mismo modo el arte de vivir que el arte de morir.

Quien se ha entregado a la verdad no debe distin­guir entre elogio y reproche. Por eso no escuchará el elogio ni se enojará por el reproche.

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QUIEN SIGUE EL CAMINO DE LA VERDAD NO TROPIEZA

Una causa justa nunca fracasa: a la postre, una palabra sincera nunca daña.

Todo el mundo está de acuerdo en que es una insen­satez hacer el mal. Pero la idea de que un buen fin justifica el empleo de unos medios perversos debe considerarse como una insensatez aún mayor.

Si somos escrupulosos en cuanto a los medios, el buen fin vendrá necesariamente por sí mismo. En otras palabras: no hay diferencia alguna entre medios y fin.

Si hay cosas insignificantes que nos desconciertan, debería ser para nosotros un indicio de que en algu­na parte hay un motivo para ello. En tal caso, debemos descubrirlo y tratar de eliminarlo. Es un error pensar que vamos a ser perseverantes en las cosas importantes porque nos veamos obligados a ello. Es obvio que ése no puede ser un criterio de rectitud y de perseverancia.

En tales situaciones deberíamos recordar estas pala­bras: «La conexión de los sentidos con sus objetos va y viene. Sopórtalo...» (Bhagavad Gitta 2,14).

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VERDAD

En la edición de hoy del Times of India aparece un «pensamiento para el día» que me gusta. Dice: «Cree en la verdad, piensa la verdad y vive la verdad. Por mucho que parezca que triunfa la men­tira, nunca puede triunfar sobre la verdad».

¿Por qué el ser humano teme decir y hacer la verdad y no tiene miedo a decir y hacer la falsedad?

Quien se consagra a la verdad debe practicar el silencio. No obstante, hay muchos buscadores de la verdad que hablan en exceso. Lo cual significa que lo contrario se ha convertido en ellos en costumbre. Nosotros deberíamos abandonar esta costumbre.

Una palabra inútil es una herida infligida a la ver­dad. Por eso resulta más fácil hacer la verdad si se respeta el silencio.

No pierdas la serenidad si alguien te llama mentiro­so o te contradice. Si quieres decir algo, dilo tranquilamente. Si no, posiblemente lo mejor es guardar silencio. Si eres verdaderamente sincero, no te vas a conver­tir en mentiroso por el mero hecho de que alguien te lo llame.

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QUIEN SIGUE EL CAMINO DE LA VERDAD NO TROPIEZA

Diferentes personas interpretan las Shastras, las Escrituras sagradas, de maneras diferentes. El camino correcto consiste en seguir la interpreta­ción básicamente razonable, aunque sea gramatical­mente incorrecta, siempre que nuestra interpreta­ción, naturalmente, no contradiga el sentimiento moral y promueva el dominio de uno mismo.

La mentira destruye el alma; la verdad la fortalece.

Para conocer la verdad es preciso leer las vidas de los santos y meditar sobre ellas.

No prestes oído a los rumores; y si llegan a tus oídos, no los creas.

Sabiendo como sabemos que todas las cosas tienen dos lados, sólo debemos mirar el lado positivo.

Una sola palabra, si es verdadera, es suficiente. En cambio, las palabras falsas, por muchas que sean, no tienen ningún valor.

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VERDAD

Una sola gota del veneno de la mentira envenena todo el océano de la verdad.

El poder de una palabra verdadera es tal que le con­duce a uno del egoísmo al altruismo.

Quien hace algo mal por causa de un falso pudor se hace culpable de una doble falta y no puede subsis­tir delante de Dios. Quien piensa, habla y actúa con Dios como testigo nunca se avergonzará de obrar rectamente.

Una falta tan pequeña como un grano de mostaza, si se encubre, se hará tan grande como una montaña. Pero se puede extirpar si se la reconoce sinceramente.

Un hombre mentiroso procura tener a punto muchas escapatorias. Y cuando utiliza una de ellas para escapar, se considera muy astuto, aunque lo único que hace en realidad es cavar su propia tumba.

En cambio, un hombre que ama la verdad suprime todas las escapatorias; mejor dicho, para él no hay ni muros ni boquetes en los muros. Sigue el camino recto aun con los ojos vendados.

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Quien sigue el camino de la verdad no tropieza.

Cuando alguien te dice: «Ve por este camino», y tú sigues la dirección que te ha indicado, tienes la seguridad de que llegarás a tu destino. La verdad es un camino parecido. Si una persona sigue este camino, alcanza su meta en el tiempo más corto posible.

Quien sigue la verdad a toda costa tiene que estar siempre dispuesto a morir por ella y, cuando llegue el momento, tendrá que entregar su vida.

Quien no se mantiene alerta en cada momento de su vida nunca encontrará la verdad.

Un hombre perfecto tiene el poder de exorcizar la mentira, aunque el nombre de ésta sea «Legión».

La verdad debe ir acompañada de la seguridad de la meta.

Cuanto más nos acerquemos a nuestro ideal, tanto más auténticos seremos.

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VERDAD

Superstición y verdad no van juntas.

A un lado, la verdad; al otro, el dominio sobre la tierra. Oh, corazón mío, deberías elegir la verdad y recha­zar el dominio.

Quien se consagra a la verdad debe saber apreciar las diferencias y tener sentido del tiempo y capaci­dad de comprender a la parte contraria.

Si alguien quiere hacer suya la verdad, necesita tener una paciencia inagotable.

Quien pierde la paciencia pierde tanto la verdad como el principio de la no violencia.

La belleza no está en la apariencia, sino únicamente en la verdad.

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Autoconocimiento y realización

Resulta extraño que pongamos tanto empeño en las cosas exteriores y no nos preocupemos de las interiores.

Para conseguir el autoconocimiento el ser humano tiene que salir de su concha de caracol y contem­plarse desapasionadamente.

Empleo un notable esfuerzo en mantenerme física­mente sano. ¿Pongo el mismo empeño en conocer mi alma?

El autoconocimiento es de un valor incalculable, pero pretendemos conseguirlo sin esfuerzo. La riqueza, la fama, etcétera, carecen de valor, pero estamos dispuestos a sacrificarlo todo por obtenerlas.

Quien no se conoce a sí mismo está perdido.

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QUIEN SIGUE EL CAMINO DE LA VERDAD NO TROPIEZA

Lo que somos, nosotros mismos lo hemos hecho

Cuanto mejor conoce el ser humano su yo, tanto mayor es su progreso.

Una persona no debe nunca reprimir su voz interior, ni siquiera cuando está solo.

La percepción es ciega si no está iluminada por la razón.

El ser humano crece cuando conoce la verdadera naturaleza de su yo, con tal de que reflexione sobre ella y practique la virtud. Vivir de otro modo conduce a la ruina.

¿Cómo puede preservar y proteger algo en la vida quien no ha comprendido el verdadero valor del yo y no lo defiende?

Si todos fuéramos maestros, ¿quiénes serían entonces los discípulos? ¡Seamos todos discípulos!

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AUTOCONOCIMIENTO Y REALIZACIÓN

El ser humano acostumbra a olvidarse de sus propias faltas y a ver las de los demás. Lo cual, naturalmente, tan sólo ocasiona decepciones y disgustos.

No queremos ver nuestras propias faltas, pero observamos con alegría las de los demás. Esta actitud no produce más que desdicha.

No es ciego quien ha perdido la vista, sino quien encubre sus faltas.

Del mismo modo que no podemos ver nuestra pro­pia espalda, sino que sólo pueden verla los demás, así tampoco podemos ver nuestras faltas.

¿A qué debemos dar crédito: al elogio o al reproche? Tal vez ni el uno ni el otro sean merecidos. ¿Debemos, pues, ser jueces de nosotros mismos? Pero también en esto es muy fácil equivocarse... Sólo Dios sabe lo que somos, pero no nos lo dice. Por eso, lo mejor es que no busquemos ni creamos saber absolutamente nada sobre nosotros. Somos lo que somos. Y no ganamos nada sabiendo o creyendo saber qué es lo que somos. Lo único que verdaderamente importa es cumplir con el deber.

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QUIEN SIGUE EL CAMINO DE LA VERDAD NO TROPIEZA

«Lo mío es un pequeño error; lo de los demás son tremendas equivocaciones». Quien así piensa vive en una ignorancia abismal.

Quien busca los errores de los demás no puede ver los propios.

Nada puede avergonzar a quien, por decisión pro­pia, reconoce abiertamente sus pecados y se aver­güenza de ellos, aunque los demás los desconozcan.

Hacerse culpable de un delito, grande o pequeño, es sin duda malo; pero peor aún es pretender ocultarlo.

No reconocer los propios errores significa vol­ver a repetirlos y cometer el pecado añadido de encubrirlos.

Un error sólo deja de serlo cuando se rectifica. Si se encubre, se encona como un absceso y acaba convirtiéndose en un peligro.

Es asombroso comprobar hasta qué punto es capaz el ser humano de engañarse a sí mismo.

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AUTOCONOCIMIENTO Y REALIZACIÓN

¿Qué significa «grande» o «pequeño» referido al pecado? El pecado es pecado. Creer otra cosa es engañarse a sí mismo.

El mero hecho de reconocer el mal no sirve para eli­minarlo. Hay que hacer todo lo posible para que no se produzca.

Cuando el ojo de una persona dice una cosa, su len­gua otra, y su corazón otra distinta, estamos ante un tipo que no sirve para nada.

No vayas allí donde reina la hipocresía, ni siquiera para averiguar lo bueno que allí pueda haber. Si lo haces, podrías colaborar indebidamente con el mal.

Del mismo modo que desechamos la leche envene­nada, así también debemos desechar todo bien que se ha contaminado con el veneno de la hipocresía.

Hay dos clases de pensamientos: unos que elevan, otros que envilecen. Deberíamos tenerlo siempre presente y aprender a distinguir unos de otros.

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QUIEN SIGUE EL CAMINO DE LA VERDAD NO TROPIEZA

No trates de conocer a toda costa las opiniones de los demás ni fundamentes en ellas tu propia opinión. Pensar por uno mismo y con independencia es un signo de intrepidez.

Quien pierde su singularidad personal lo pierde todo.

Sólo hacemos cosas significativas venciendo nues­tra repugnancia; en cambio, corremos detrás de co­sas sin ningún valor y encontramos gusto en ellas.

La propensión del ser humano a engañarse a sí mismo es inmensamente más grande que la posibi­lidad de engañar a otros. Y esto lo suscribirá cualquier persona razonable.

Al parecer, el ser humano no puede escapar a la ten­tación de exagerar.

Cuando el ser humano rebasa sus límites, cuando -en la práctica, o sólo en su pensamiento- sobreva-lora sus posibilidades, se convierte en presa fácil de la enfermedad y el malestar. Tan ciego afán es inútil y, a menudo, hasta nocivo.

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AUTOCONOCIMIENTO Y REALIZACIÓN

«Aprende la lección del árbol»: un verso sobre el que merece la pena reflexionar. El árbol soporta el calor del sol y nos ofrece una sombra fresca. ¿Y qué hacemos nosotros?

El camino recto es tan duro como sencillo. Si no fuera así, todos seguirían el camino recto.

Una educación que no forma el carácter carece totalmente de valor.

La perfección es para el ser humano tan sólo un ideal que no es posible alcanzar, pues el ser humano ha sido creado imperfecto.

El ser humano no es Dios; por tanto, no le llames así. Su papel consiste en ser reflejo de la divinidad.

¿Cuál es la diferencia entre una serpiente y un ser humano? Evidentemente, la serpiente se arrastra sobre su vientre, mientras que el ser humano camina erguido. Sin embargo, las cosas no son lo que parecen, pues ¿qué ocurre con un ser humano que en lo espiritual se arrastra sobre su vientre?

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QUIEN SIGUE EL CAMINO DE LA VERDAD NO TROPIEZA

¿Qué es lo que distingue al ser humano de los ani­males? Reflexionar seriamente sobre esta pregunta resolvería muchos de nuestros problemas.

Tenemos que hacer que nuestra vida se adapte lo más posible a lo que tratamos de ser.

Obligar a un ser humano a hacer algo que no com­prende es más que un duro castigo.

Lo que sólo se aprende mecánicamente tiene el mismo valor que recitar el rama-nama -la invoca­ción constante del nombre de Dios- como lo haría un papagayo.

Si lo anterior es verdadero y refleja una experiencia, de ello se sigue, por el contrario, que el saber pro­fundo y que es parte del yo está en condiciones de transformar al ser humano, con tal de que dicho saber abarque el conocimiento de uno mismo.

El ser humano sabe cuál es su obligación y, sin embargo, no hace lo que sabe que debe hacer. ¿Por qué?

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AUTOCONOCIMIENTO Y REALIZACIÓN

Hay cosas que el ser humano hace con palabras de su boca, otras mediante la observación del silencio, y otras mediante la acción. Si todo lo que hace está sustentado por el conoci­miento, entonces es realmente acción.

Un ideal es una cosa; vivir de acuerdo con él, es otra cosa completamente diferente.

Un ser humano sin ideal es como un barco sin timón.

Sólo se puede decir que alguien tiene un ideal cuando emplea todos los medios para realizarlo.

El mundo puede llamarnos débiles, pero lo que no debemos permitir que se debilite son nuestros idea­les.

Hay una gran diferencia entre obstinación y cons­tancia. Tratar de imponer a otros la propia visión es obsti­nación; la constancia consiste en imponernos algo intencionadamente a nosotros mismos y, como con­secuencia, convencer a otros de que adopten libre y voluntariamente nuestra visión.

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QUIEN SIGUE EL CAMINO DE LA VERDAD NO TROPIEZA

Me quité las gafas para lavarme la cara. Luego quise ponérmelas de nuevo, pero me olvidé. ¿Por qué? Porque otra cosa atrajo mi atención e hizo que me descuidara. Eso se llama desorganización, y la desorganización es peligrosa.

No todo el mundo tiene que adquirir un saber material. Pero sí puede todo el mundo adquirir un saber espi­ritual; está incluso obligado a ello.

A diario experimentamos la influencia que ejerce un ser humano que dice la verdad y fundamenta en ella su vida. Y, sin embargo, no pensamos en seguir su ejemplo de palabra y de obra.

¿Cuándo «yo» y cuándo «Dios»? En distinguir acertadamente radica la prueba de la sabiduría.

El pecado no permanece oculto. Está escrito en el rostro de los seres humanos. No conocemos del todo este libro, pero el asunto salta a la vista.

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AUTOCONOCIMIENTO Y REALIZACIÓN

No debemos cometer jamás el error de imaginar que algo falso puede ser clasificado como «grande» o como «pequeño».

No debes pensar ni hablar ni escribir sin antes reflexionar. Considera cuánto tiempo podrías ahorrar así.

El ser humano en el mundo es tan incapaz de com­prender el universo como el pez de medir la pro­fundidad del océano.

Quien sólo actúa correctamente por vergüenza no actúa correctamente.

¿Qué te preocupa del mundo: el elogio o el reproche? Haz lo que consideres que es tu obligación.

Quien se centra en una cosa y la persigue como su única meta acaba adquiriendo la capacidad de hacerlo todo.

El canto no se origina únicamente en la laringe. Está también el canto del espíritu, de los sentidos y del corazón.

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QUIEN SIGUE EL CAMINO DE LA VERDAD NO TROPIEZA

En la vida tiene que haber armonía, y ésta debe impregnar toda acción y toda conducta.

Mientras no se dé la armonía entre cuerpo, espíritu y alma, no habrá concordia.

No podemos actuar, ni siquiera pensar, de dos maneras opuestas a un mismo tiempo.

Tener buenos pensamientos es una cosa; obrar de acuerdo con ellos, otra.

El ser humano está dotado de razón y de una voz interior que está por encima de ella. Y, cada una en su ámbito, ambas son necesarias.

Todo ser humano debería buscar la fuente de su ser.

¿Cuándo se secará el Ganges? En el momento en el que se separe de sus fuentes. Algo parecido ocurre con el alma cuando se separa de la fuente eterna de la vida, es decir, de Dios.

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AUTOCONOCIMIENTO Y REALIZACIÓN

La resistencia forma al ser humano.

Cuando el ser humano se conoce a sí mismo está salvado.

Toda acción humana tiende, o debería tender, al conocimiento del yo. Y en ese conocimiento del yo se esconde el conocimiento de Dios.

Ha dicho un poeta que un ser humano sin saber es como un animal. ¿En qué consiste ese saber?

Sólo el saber es lo que habilita al ser humano para conocerse a sí mismo. En otras palabras: el saber es conocimiento del yo.

El ser humano es la imagen de sus pensamientos.

¿Cómo puede poseer el conocimiento quien no tiene ni paz interior ni capacidad de decisión?

Un espíritu calculador jamás accederá al conocimiento del yo.

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QUIEN SIGUE EL CAMINO DE LA VERDAD NO TROPIEZA

Quien analiza la rama y se olvida de la raíz se engaña.

¿Por qué buscas fuera de ti lo que está en tu interior?

Cuando nuestra vida exterior prevalece sobre nues­tra vida interior, las consecuencias sólo pueden ser funestas.

Cuando el ser humano busca fuera de sí mismo, no avanza un solo paso. El ámbito del crecimiento está en su interior.

Una vez que has visto la belleza interior, la exterior te parece inmensamente pobre.

Quien teme la crítica de la gente nunca será capaz de hacer nada valioso y duradero.

Si un ser humano puede llegar a la perfección, es justo suponer que todos pueden hacerlo.

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AUTOCONOCIMIENTO Y REALIZACIÓN

Del mismo modo que el universo está contenido en sí mismo, así también la India está contenida en sus aldeas. Si la India vive en sus aldeas, entonces sólo puede haber una aldea ideal, y ésta puede servir de modelo para todo el país. Si contemplamos la India desde el punto de vista de sus aldeas, la mayoría de las cosas que estamos haciendo parecen inútiles.

¿Qué importa que nos tomen por soñadores?

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No violencia

Cuando vemos una hoja de papel en blanco, no podemos decir cuál de sus caras es el anverso y cuál es el reverso. Lo mismo ocurre con la no violencia y la verdad. No existe la una sin la otra.

Si uno es capaz de emplear la violencia para alcan­zar sus fines, ¿por qué va a dudar en recurrir a la mentira, de palabra o de obra?

Sin brahmacharya no es posible vivir en la verdad y en la no violencia. Brahmacharya significa dominio de los órganos sensoriales en los pensamientos, las palabras y las obras. Quien vive con continencia en lo físico, pero es impuro en su corazón, no puede considerarse un verdadero brahmachari.

Sólo hay un camino para alcanzar la independencia a través de la no violencia: si morimos, vivimos; si matamos, jamás viviremos.

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QUIEN SIGUE EL CAMINO DE LA VERDAD NO TROPIEZA

Quien no posee una paciencia sin límites no puede practicar la no violencia.

Se ha convocado para hoy una huelga general para conseguir el indulto de los que han sido condenados a morir en la horca. Si cumplimos de manera sensata y razonable lo programado, habremos dado un gran paso adelante en el camino de la no violencia.

¡Cuan necesaria es la no violencia para soportar pacientemente a quien que no comprende ni siquie­ra las cosas más pequeñas...!

La no violencia se ve sometida a prueba cuando se encuentra frente a la violencia.

¿Qué debemos hacer cuando una mala persona entra en nuestra vida y nos arrebata cuanto tene­mos? ¿Cuál es la solución no violenta? La respuesta sencilla es: permitirle amablemente que siga su camino.

Cuando la Administración pública es tan perversa que se hace insoportable, hay que ser capaz de sacrificar la libertad personal para oponerle una resistencia no violenta.

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NO VIOLENCIA

La conducta violenta es limitada y puede fracasar. La no violencia no conoce fronteras y jamás fracasa.

La violencia es el arma del débil; la no violencia lo es del fuerte.

Capitular ante la violencia es un signo de falta de hombría.

La no violencia perfecta se caracteriza por una falta total de odio.

La no violencia sirve al bien de todos, y no sólo al bien del mayor número posible. Quien ensalza la no violencia tiene que estar dis­puesto a sacrificar su vida para garantizar el bien de todos.

Es preciso renunciar a la violencia, pues el bien que aparentemente puede producir es puramente ficti­cio, mientras que el daño que ocasiona es duradero.

Lo que pretende suscitar la compasión del adversa­rio nada tiene que ver con la no violencia.

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QUIEN SIGUE EL CAMINO DE LA VERDAD NO TROPIEZA

La crueldad de uno es la medida de la bondad de otro.

El vicio florece en la oscuridad y se desvanece a la luz del día. La no violencia y la verdad brillan por sí mismas. De lo contrario, no son auténticas.

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Trabajo y entrega

Realmente, la tierra pertenece a quien la trabaja.

Primero es el trabajo, y luego habrá que fijar el sala­rio por el trabajo realizado. Trabajar en ese sentido significa honrar a Dios. En cambio, cuando se exige primero el salario, se presta un servicio a Satanás.

Entre el destino y el esfuerzo humano se libra un combate incesante. Esforcémonos, y dejemos el resultado en manos de Dios.

No debemos ni dejarlo todo en manos del destino ni aferramos a nuestro esfuerzo. El destino seguirá su curso. Lo único que debemos hacer es ver dónde podemos o incluso dónde debemos intervenir, con indepen­dencia de cuál pueda ser el resultado.

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TRABAJO Y ENTREGA

Es una lástima que sepamos realmente cuál es nuestra obligación y no obremos en consecuencia. Cada cual debería dar cuenta de su actitud a este respecto.

Lo que hacemos, deberíamos hacerlo bien, o no hacerlo en absoluto.

¿Cuándo podemos decir que hemos hecho algo lo mejor que podíamos? Cuando hemos puesto en ello todas nuestras fuer­zas, sin la más mínima reserva. Por lo general, un esfuerzo semejante suele ir acom­pañado por el éxito. Pero, a decir verdad, la experiencia nos enseña que no siempre es así.

El esfuerzo adecuado se da cuando se tiene el con­vencimiento profundo de haber empleado los medios apropiados, de modo que, aun cuando los resultados sean negativos, no se cambian los medios ni se reduce el esfuerzo.

Ya tengamos que recorrer uno o mil kilómetros, el primer paso es siempre el primero, pues no se puede dar el segundo si antes no se ha dado el primero.

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QUIEN SIGUE EL CAMINO DE LA VERDAD NO TROPIEZA

Si pensamos en lo ingente que es el trabajo que tenemos que realizar, podríamos sufrir un ataque de pánico y no hacer absolutamente nada. Sin embargo, si nos ponemos a realizarlo tranquila­mente, se verá que, aunque se trate de una auténtica montaña de trabajo, éste se irá reduciendo día a día, y al final quedará concluido.

Un trabajo mal realizado es como un pan a medio cocer, que sólo vale para arrojarlo a la basura.

Como un barco sin rumbo ni destino, así de inútil es un trabajo sin un ideal.

Nanak* dice: De quien se gana el pan con el sudor de su frente y comparte con otros lo que gana, se puede decir que es en verdad noble y recto.

Si el ser humano no se viera obligado a asumir tare­as que exceden sus posibilidades, no habría lugar al miedo.

Quien no trabaja y, sin embargo, come es un ladrón.

Nanak (1469-1538): fundador de la religión de los sikhs.

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TRABAJO Y ENTREGA

¿Quién puede comer con la conciencia tranquila mientras haya un solo ser humano que pasa hambre por no tener trabajo?

Mientras el oro y los diamantes permanecen escon­didos en el interior de la tierra, no aprovecharán a nadie. El trabajo del hombre los saca a la luz y les da su auténtico valor. Visto así, es el trabajador quien los crea.

Del mismo modo que tengo derecho a comer y a beber, tengo también derecho a hacer mi trabajo a mi manera.

El pueblo sencillo es el verdadero banco para un trabajador celoso, y ese banco nunca quiebra.

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Fe y confianza en Dios

No tenemos existencia alguna fuera de Dios y al margen de Dios.

En sí mismo, el ser humano no es nada. Pero, si se hace uno con Dios, lo es todo.

Dios es omnipresente. Por eso nos habla a través de las piedras, los árbo­les, los insectos, las aves, las fieras, etcétera.

Nosotros existimos porque Dios es. De donde deducimos que el ser humano, como todos los demás seres vivos, es parte de la divinidad.

Si todo pertenece a Dios, ¿qué vamos nosotros a ofrecerle e inmolarle?

Dios está en todas partes. Sin embargo, si de verdad queremos sentir su ser, tenemos que posponer nuestro yo y hacerle sitio a Él.

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QUIEN SIGUE EL CAMINO DE LA VERDAD NO TROPIEZA

Cuando el yo muere, Dios colma el vacío.

Si llamamos a Dios nuestro salvador y permitimos que crezca nuestra insensibilidad, estamos come­tiendo un pecado.

Si quieres sostenerte delante de Dios, tienes que despojarte del ropaje del egoísmo. Entonces podrás comparecer ante él.

Si Dios habita en nuestros corazones, no podemos abrigar malos pensamientos ni cometer malas acciones.

Hagamos lo que hagamos, no debemos hacerlo para agradar o desagradar a alguien, sino únicamente para agradar a Dios.

Quien cumple la ley de Dios no deberá preocuparse nunca de cumplir ninguna otra ley que contradiga la ley divina.

Calmar la sed de un ser humano sin agua y sa­tisfacer al alma sin Dios son dos cosas igualmente imposibles.

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FE Y CONFIANZA EN DIOS

Dios y Satanás no pueden reinar a un mismo tiem­po en tu corazón.

Todo irá bien si, aun en los momentos de angustia, somos capaces de reconocer la presencia de Dios en nosotros.

Hay una gran diferencia entre la vida de la fe y el mero deseo de creer. Quien no sepa ver esto se engaña a sí mismo.

Es deber del ser humano cumplir el mandato de Dios; pero ¿cómo saber en qué consiste dicho mandato? La oración sincera y un proceder acorde con ella son los caminos para acceder a ese conocimiento.

La fe es el sol de la vida.

Nada puede oponerse al poder de Dios.

¿Qué no podrá llevar a cabo un ser humano con fe? Puede hacerlo todo.

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QUIEN SIGUE EL CAMINO DE LA VERDAD NO TROPIEZA

Con fe, el hombre puede mover montañas.

Si la verdad, es decir, Dios, está con nosotros, ¿qué importancia tiene que el mundo esté o deje de estar con nosotros, que estemos vivos o muertos?

Podrás escuchar las explicaciones de los sabios, leer las Escrituras y acumular toda clase de experiencias; pero si no concedes a Dios el primer lugar en tu corazón, todo será en vano.

Aunque vemos con nuestros propios ojos que el joven y el viejo, el rico y el pobre mueren por igual, no nos permitimos el menor descanso; lo intentamos todo para alargar la vida unos días, y con ello nos olvidamos de Dios.

Dios nunca nos olvida; somos nosotros quienes le olvidamos a él. Y ésa es nuestra desgracia.

En cada instante de mi vida soy consciente de la presencia de Dios. Entonces, ¿por qué voy a temer a nadie?

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FE Y CONFIANZA EN DIOS

En la fe no hay lugar alguno para la desesperación.

Si Dios es quien nos protege y acompaña, no tenemos que temer nada y a nadie, por muy furiosa que sea la tempestad, por muy densa que sea la oscuridad.

En el Nuevo Testamento figura la frase siguiente: «No os inquietéis por cosa alguna» (Flp 4,6). Esto va dirigido a los que confían en Dios.

Durante los últimos días he estado leyendo la Biblia. Hoy me he topado con lo siguiente: «Todo cuanto pidáis con fe en la oración, lo recibiréis» (Mt 21,22).

«Dios es el amparo de los desamparados». El mismo pensamiento aparece en el Salmo 34,19: «El Señor está cerca de los que tienen roto el cora­zón, él salva a los espíritus hundidos».

En Isaías leemos: «No temas, que estoy yo contigo » (41,10). Y también: «Confiad en El Señor por siempre jamás, porque en él tenéis una Roca eterna» (26,4).

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QUIEN SIGUE EL CAMINO DE LA VERDAD NO TROPIEZA

«Dios es nuestro refugio y fortaleza, socorro en la angustia, siempre a punto» (Sal 46,2).

«Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra per­fecta en la flaqueza» (2 Co 12,9).

La fe no debe nunca menguar, sino crecer sin cesar y aspirar a su plena realización.

Quien se vuelve a Dios en la desesperación no se verá ya inquietado por temor alguno.

Es un pecado considerar desamparado a quien tiene en Dios su refugio.

No hay seguridad alguna para nosotros si no es en el regazo de Dios.

La palabra de Dios es: «Yo soy, fui y seré siempre; yo estoy en todo y en todas partes». Lo sabemos y, sin embargo, nos apartamos de Dios, buscamos refugio en lo perecedero y en lo im­perfecto y, de ese modo, nos exponemos a ser desdichados. ¿No es increíble?

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FE Y CONFIANZA EN DIOS

Creer en Dios debería ser lo más sencillo del mundo y, sin embargo, parece ser lo más difícil.

Uno tiene a Dios de su parte; miles tienen a Satanás de la suya. ¿Es razón para que ese uno tema a esos miles?

¿Quién puede describir la alegría que supone encontrar refugio en Dios?

Quien tiene a Dios por compañía, ¿cómo puede estar triste o angustiado, o cómo puede buscar otro acompañante?

Quien tiene a Dios a su lado lo tiene todo. Quien lo tiene todo a su lado, menos a Dios, no tiene nada.

Si el cielo y Dios mismo están en ti, ¿qué más quieres?

Aunque todos te abandonen, Dios, a pesar de todo, estará contigo.

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QUIEN SIGUE EL CAMINO DE LA VERDAD NO TROPIEZA

Cuando las cosas nos van bien, pensamos en Dios; pero sólo es verdaderamente piadoso quien también se acuerda de Él cuando las cosas van mal.

La verdadera fe permanece inamovible incluso en la desgracia y la miseria.

La verdadera ayuda sólo puede venir de Dios. Pero Dios sólo ayuda por mediación de otros.

El ser humano sabe perfectamente que, frente a la muerte, no hay consuelo fuera de Dios. ¡Y, aun así, duda en pronunciar su nombre! ¿Por qué?

Quien se olvida de Dios se olvida de sí mismo.

Quien niega la existencia de Dios se niega a sí mismo.

Quien no cree en la existencia de Dios se pierde.

Quien tiene en sí un destello divino goza de la inmortalidad.

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FE Y CONFIANZA EN DIOS

¿Cómo moriremos? ¿Suicidándonos? Jamás. Si estamos preparados para morir, cuando llegue el momento, moriremos para vivir eternamente.

La fe excede a la razón, no se opone a ella.

Cuando la razón y la fe entran en conflicto, es mejor dar preferencia a la fe.

¿A quién podría parecerse Dios? Carente de forma y de apariencia, Dios es la suma de todas las propiedades, a la vez que carece abso­lutamente de toda propiedad. ¿Por qué, entonces, tiene que ser Dios del género masculino? Ésta es una mera cuestión gramatical. Si, tal como lo concebimos, no tiene forma, Dios no es ni masculino ni femenino.

La fuerza que hace que se mueva el tren, que vuele el avión y que viva el ser humano, es una fuerza divina, con independencia del nombre que quera­mos darle. El tren no es movido por la máquina de vapor, ni el avión vuela por causa del motor, ni el ser huma­no vive gracias al funcionamiento mecánico del corazón.

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QUIEN SIGUE EL CAMINO DE LA VERDAD NO TROPIEZA I

La fe impulsa el barco de la vida.

Dios es nuestra ayuda y nuestro timonel.

Quien se acuerda de Dios puede permitirse olvidar todo lo demás. Quien se acuerda de todo, pero se olvida de Dios, en realidad no se acuerda de nada.

Pensar en Dios y olvidar todo lo demás significa 1 ver a Dios en todas las cosas.

Nuestra fe debería ser como una luz siempre encen­dida, que no sólo nos alumbra a nosotros, sino que alumbra también nuestro entorno.

No podemos hacer nada justo. mientras no se nos conceda la luz interior.

Cuando arde la lámpara interior, ilumina el mundo entero.

Cuando el corazón de un ser humano está lleno de la luz del cielo, desaparecen de su camino todos los obstáculos.

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FE Y CONFIANZA EN DIOS

Sólo cuando la religión se convierte en parte inte­gral de la vida de un ser humano, puede llamarse propiamente religión. Y es que la religión no es una envoltura externa.

La religión no consiste en comer tal cosa o abste­nerse de tal otra, sino tan sólo en reconocer a Dios en uno mismo.

La religión es lo que todo lo abarca. En otras pala­bras: la religión impregna la vida en todos sus aspectos y en todos sus momentos.

De hecho, hay tantas religiones como seres humanos. Pero, si examinamos atentamente la religión de cada persona, descubriremos que en realidad la reli­gión es una sola.

Una religión que no tiene en cuenta este mundo y únicamente se preocupa del más allá, no merece el nombre de religión.

¿Cómo podría la religión no tener nada que ver con la vida de cada día?

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QUIEN SIGUE EL CAMINO DE LA VERDAD NO TROPIEZA

La religión no es algo aparte de la vida. La vida misma debería ser considerada como religión. Separada de la religión, la vida no es vida humana, sino vida animal.

Cuando la religión se vuelve mecánica, ya no es religión.

La verdadera religión no conoce fronteras nacionales.

El vicio no se convierte en virtud por el mero hecho de adoptar el ropaje de la religión.

Morir por la religión es una cosa buena; en cambio, no se debe vivir ni morir por fanatismo.

Debemos profesar hacia otras religiones el mismo respeto que hacia la nuestra; no basta con la tolerancia.

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Invocar a Dios. Oración y meditación

Me confesaba una monja: «Yo siempre había reza­do, pero he dejado de hacerlo». «¿Y por qué?», le pregunté. Y me respondió: «Porque, de algún modo, al rezar me engañaba a mí misma». La respuesta, naturalmente, era correcta. Bien esta­ba que dejara de engañarse a sí misma, pero ¿por qué dejar de rezar?

Si queremos vivir una vida auténtica, tenemos que librarnos de nuestra pereza mental y reflexionar sobre lo fundamental. De ese modo, nuestra vida será muy sencilla.

Alguien puede utilizar un amuleto porque ha sido bendecido por un santo o porque está hecho con piedra sagrada, con madera de sándalo o con perlas. Pero si quien utiliza el amuleto considera que éste es lo más importante, será mejor que se deshaga de él. En cambio, si el amuleto le acerca a Dios y le per­mite cumplir con sus obligaciones, puede hacer de él el uso que desee.

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QUIEN SIGUE EL CAMINO DE LA VERDAD NO TROPIEZA

El que un hijo se incline ante sus padres es, sin duda, una forma de oración. ¿Cuánto, pues, no deberemos honrar a quien es el Padre eterno de todos nosotros? No debemos entender aquí la oración en un sentido restringido.

Para el hombre verdaderamente piadoso nada es imposible.

Un hombre piadoso está siempre absorto en Di os.

Quien está absorto en Dios no puede estar absorto además en alguien o en algo diferente.

La oración requiere un corazón, no una lengua. Sin corazón, las palabras no tienen sentido.

¿Tenemos derecho a orar mientras no nos hayamos purificado de nuestra impureza?

¿Qué mayor milagro puede uno desear que ver el cielo poblado de estrellas y el firmamento inte­rior del corazón humano adornados con idéntico primor?

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4 . •

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QUIEN SIGUE EL CAMINO DE LA VERDAD NO TROPIEZA

Quien reflexiona a fondo comprueba que el cielo está aquí, en la tierra, no arriba, en el firmamento.

Un medio infalible para huir de los malos pensa­mientos es el rama-nama, la invocación constante del nombre de Dios. Un nombre, además, que debe brotar no sólo de los labios, sino también del corazón.

Si hay alguna esperanza para un ser humano cuyo corazón sigue siendo impuro a pesar de todos sus esfuerzos, es el rama-nama.

El rama-nama es el único remedio para las tres for­mas de enfermedades (corporales, morales y espiri­tuales) del ser humano.

El amor, el odio y otros sentimientos semejantes son también enfermedades, y peores aún que las dolencias corporales. ¿Cómo puede uno liberarse de todo ello si no es mediante el rama-nama!

Incluso el poder del rama-nama tiene un límite: ¿puede un ladrón, por ejemplo, confiar en que va a lograr su objetivo con el empleo del rama-nama!

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INVOCAR A DIOS. ORACIÓN Y MEDITACIÓN

El rama-nama sólo ayuda a quienes cumplen los requisitos de la recitación. Es inútil recitar el rama-nama si no se tratan los ramas con la debida dignidad.

Quien desee beber el néctar del rama-nama tiene que purificarse de la concupiscencia, la ira y otros excesos semejantes.

El néctar del rama-nama proporciona alegría al alma y libera al cuerpo de sus padecimientos.

Quien busca refugio en el rama-nama ha estableci­do el rama-nama en su corazón y con ello ha que­dado debidamente pagado.

Es una verdad sencilla y absoluta que, sólo con que permanezcamos en el rama-nama, todos nuestros pensamientos y acciones son automáticamente correctos.

La constancia en la meditación revela la profundi­dad del pensamiento y, además, conduce a la pure­za y madurez del mismo.

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QUIEN SIGUE EL CAMINO DE LA VERDAD NO TROPIEZA

La meditación no nos hace apáticos e indiferentes, sino fuertes y perspicaces.

El ser humano tiene dos ojos y dos oídos, pero una sola lengua; por eso debería hablar la mitad de lo que ve y de lo que oye.

Si llegamos demasiado tarde al tren, lo perdemos. ¿Qué ocurre cuando llegamos tarde a la oración?

Del mismo modo que el mar se llena gota a gota, así también el alma se nutre con cada minuto de auténtica oración.

La fuerza interior crece con la oración.

«Todo el que invoque el nombre del Señor se salvará» (Rm 10,13).

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Pasiones

Es bueno no someterse al deseo. Una vez que se ha cedido, es muy difícil, si no imposible, dominarse.

Quien no está en condiciones de dominarse a sí mismo nunca podrá verdaderamente dominar sobre otros.

Del mismo modo que está en la naturaleza del agua fluir hacia abajo, así también el vicio arrastra hacia abajo al ser humano y es, sin lugar a dudas, el cami­no más fácil. La virtud conduce al ser humano hacia arriba, y por eso aparece como el camino difícil.

Dice Nanak: los sueños son la prueba de que el alma utiliza los sentidos como instrumentos. Pero sólo cuando el alma conserva el control sobre los sentidos, éstos son instrumentos suyos, y el alma madura para la unión con el Paramatma, el Alma universal.

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PASIONES

Multiplicar innecesariamente los deseos es pecado.

Nuestro mayor enemigo no es el extranjero ni ningún otro. J

Somos nosotros mismos, es decir, nuestra codicia nuestro enemigo.

La avidez humana se extiende hasta las más eleva­das alturas del cielo y los más profundos abismos de la tierra.

Por eso es preciso ponerle freno.

El alcohol hace momentáneamente insensato al ser humano pero el orgullo lo destruye por completo, sin que el ni siquiera se percate.

La envidia consume a quien la alienta El que es objeto de la envidia no se ve afectado por ella y, posiblemente, ni siquiera la percibe.

Los dolores del hambre no se calman llenando el estomago a reventar. Sí pueden vencerse confor­mándose con tomar una limitada cantidad de ali­mento, como una medicina.

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QUIEN SIGUE EL CAMINO DE LA VERDAD NO TROPIEZA

Es meritorio dominar la ira con amigos y parientes. Ante los extraños tenemos que dominarnos de todos modos. ¿Qué mérito puede haber en ello?

Cuando un ser humano da rienda suelta a su ira, sólo se daña a sí mismo. La experiencia diaria nos enseña esta verdad.

Sólo puede decirse que ha dominado la ira quien no se enoja ni siquiera cuando tiene motivos para ello.

Si el corazón sigue lleno de ira, aunque ésta no se manifieste exteriormente, no se la ha vencido. La verdadera victoria sobre la ira sólo se da cuando se extirpa conscientemente de raíz.

La indigestión y otras afecciones similares no son las únicas causas de la fiebre. También la ira puede provocarla.

Sólo da fruto la obra que se realiza una vez que se ha calmado la ira.

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PASIONES

¿Con quién quieres estar furioso? ¿Contigo mismo? Puedes hacerlo cada día. ¿Con otros? ¿Por qué ha de haber un motivo para ello?

No es el ser humano quien disfruta del placer; es el placer el que disfruta del ser humano, es decir, el que lo consume.

El egoísmo es un constante suplicio.

Unas palabras egoístas siempre pueden ser consideradas poco sinceras.

Ser esclavo del miedo y del egoísmo es la peor forma de esclavitud.

Por muy elevado que sea un empeño, debería incluir también a las criaturas más viles.

El egoísmo y el miedo desaparecen cuando se conoce a Dios.

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Desprendimiento y libertad

Según el Bhagavad-Gita, la salvación es el desprendimiento absoluto de todo.

¿Cómo se logra el desprendimiento? Aprendiendo a estimar por igual la alegría y la tris­teza, al amigo y al enemigo, lo mío y lo tuyo. De este modo, «ecuanimidad» sería otra posible forma de denominar el desprendimiento.

Todos anhelamos la salvación, pero posiblemente no sabemos exactamente en qué consiste. La liberación del ciclo nacimiento-muerte es, en cualquier caso, uno de sus significados.

Si todo nuestro tiempo pertenece a Dios, ¿cómo podemos permitirnos desperdiciar un solo instante? Y si pertenecemos a Dios, ¿por qué tenemos que dedicar ni siquiera una mínima parte de nuestro ser a perseguir los vanos placeres de esta vida?

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QUIEN SIGUE EL CAMINO DE LA VERDAD NO TROPIEZA

Según algunos, el desprendimiento es una empresa difícil y arriesgada. Y es verdad. Pero ¿acaso lo necesario no es siem­pre difícil de conseguir? Sólo con la aportación de un constante y decidido esfuerzo se hace fácil lo difícil.

La valentía significa ausencia de todo tipo de miedo: miedo a la muerte, miedo al dolor físico, miedo al hambre, miedo a las injurias, miedo al compromiso público, miedo a los espíritus y a las fuerzas del mal, miedo a la ira de alguien... Estar libre de estos y otros miedos parecidos es lo que constituye la valentía.

¿Cómo puede haber valentía sin desprendimiento?

El miedo sólo desaparece con la extinción del yo.

El hombre sólo se encuentra perdiéndose a sí mismo.

La alegría de vivir consiste en deshacerse de las preocupaciones de la existencia.

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DESPRENDIMIENTO Y LIBERTAD

Dice el santo poeta Narasimha*: «Un hombre de Dios no trata de liberarse del naci­miento y la muerte; lo que anhela es nacer y otra vez». Desde este punto de vista, la salvación adquiere otro sentido.

La fuerza interior la obtenemos leyendo las sagradas Escrituras pero la verdadera libertad sólo puede alcanzarse mediante la iluminación interior.

Cuando un ser humano hace algo y después lo lamenta, lo que demuestra es que no lo hizo con la debida reflexión, sino sometido a alguna presión.

Una misma cosa, contemplada desde un punto de vista, nos molesta; contemplada desde otro, nos produce risa. ¿No sería mejor ni enfadarse ni reírse?

Quien no se deja alterar por las malas noticias tampoco se alegra con las buenas.

* Narasimha Meheta (1414-1480), autor del Pada, una serie de poemas religiosos.

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QUIEN SIGUE EL CAMINO DE LA VERDAD NO TROPIEZA

Si una persona duerme bajo el cielo, ¿quién puede robarla?

Nanak yacía a la intemperie bajo el cielo, y un ama­ble posadero le dijo: «Cerca de aquí hay una bonita posada. ¿Por qué no vas allá?». Y Nanak respondió: «Toda la tierra es mi posada, y el cielo es su techo».

Dice Narasimha: «Decir: "yo hago esto" o "yo hago aquello" es el colmo de la ignorancia». La clave de la liberación está en saber percibir esta verdad.

Los objetos sensoriales van y vienen. Lo que hay que tener en cuenta es que, cuando dichos objetos desaparecen nos sentimos desdicha­dos; pero cuando somos nosotros quienes los dese­chamos, nos alegramos y nos sentimos dichosos.

Ayunar proporciona más alegría que comer. ¿Quién no ha hecho todavía esta experiencia?

Una oración de san Francisco de Asís dice: «¡Oh, divino Señor! Al dar recibimos, y al morir nacemos de nuevo a una vida eterna».

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DESPRENDIMIENTO Y LIBERTAD

Dice Nanak «Todo aquello de lo que te desprendes te pertenece; lo que conservas, en cambio, no te pertenece».

Todo lo que tomamos se lo quitamos a otros de la boca. Por eso, si deseamos apropiarnos de algo, debemos analizar si realmente lo necesitamos, y procurar luego desear lo menos posible».

Observa el camino que sigue cada moneda que va a parar a tu bolsillo, y aprenderás mucho meditando en ello.

Quien piensa de acuerdo con las categorías «tuyo» y «mío» no puede estar libre de dependencias y ataduras.

Uno comete un robo, otro lo encubre, un tercero acaricia la idea. Los tres son ladrones.

Un ser humano que se ha liberado de sus ataduras no puede poseer nada.

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QUIEN SIGUE EL CAMINO DE LA VERDAD NO TROPIEZA

No poseer significa no atesorar nada que no necesitemos hoy.

Dalo todo y lo ganarás todo. Consérvalo todo y lo perderás todo.

Quien es pobre por culpa de las circunstancias no puede ser pobre por libre decisión.

Quien desea defender su integridad tiene que estar dispuesto a perder todas sus posesiones materiales.

Cuando pensamos en otros, deberíamos dejar de pensar únicamente en nosotros mismos.

Un hombre sabio sólo alcanza la paz a través de la abnegación.

La renuncia que no brota del corazón no es duradera.

Un poeta tamil dice que la vida del hombre es tan efímera como las palabras escritas en el agua. Deberíamos meditar constantemente sobre ello.

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DESPRENDIMIENTO Y LIBERTAD

El desorden nunca hará buenas migas con el desprendimiento.

Todo está correcto y en orden cuando está en su sitio; de lo contrario, está desordenado.

Se dice que no debe emprenderse una peregrinación a expensas de la cocina y de la casa. Pero lo cierto es que una peregrinación sólo es posible después de haber renunciado por completo a la cocina y a la casa.

Una persona humano sin dependencias ni ataduras tendrá una paciencia inagotable y en ninguna cir­cunstancia encontrará motivos para la ira.

Es mucho más fácil vencer a otros que vencerse a sí mismo, pues lo primero se puede conseguir valiéndose de medios externos, mientras que lo segundo sólo puede lograrse con la propia fuerza de la mente.

Enredarse en las cosas del mundo y esperar al­canzar el conocimiento de uno mismo es tarea imposible.

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QUIEN SIGUE EL CAMINO DE LA VERDAD NO TROPIEZA

Mientras haya dependencias y ataduras, aun la realización de un acto puro se convierte en una maquinación.

¿Cómo puede verse libre de aprietos quien convier­te la noche en día?

¡Oh, hombre! Cuando te has desprendido realmen­te de todo, tienes que acostumbrarte pacientemente a las injurias, los insultos e incluso los ataques físicos.

Tratar de agradar a alguien significa renunciar a la propia libertad.

Una mujer no un ser desvalido. Jamás debería con­siderarse más débil que un hombre. Por eso, nunca debe apelar a la compasión de un hombre ni hacerse dependiente de él.

Si alguien se somete a la autoridad, ha de saber que ello supone pagar el precio de la libertad personal.

¿Por qué tengo que depender de nadie en mis asuntos personales?

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DESPRENDIMIENTO Y LIBERTAD

La servidumbre respecto del entorno embota el espíritu del ser humano.

Quien no quiera ser esclavo de nadie tiene que ser esclavo de Dios.

Cuando un ser humano vacía su corazón Dios penetra en él.

La verdadera debilidad es interior, no exterior. Allí donde hay libertad de espíritu, hay una indefectible fuerza interior.

La verdadera alegría está en la renuncia.

Una característica del desprendimiento consiste en que la persona que está libre de dependencias nunca termina el día sin haber concluido su trabajo.

Una prueba de desprendimiento es que la persona que se va a la cama con el rama-nama en sus labios se duerme al momento.

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QUIEN SIGUE EL CAMINO DE LA VERDAD NO TROPIEZA

Sólo la experiencia enseña cuan difícil es conseguir el estado de desprendimiento.

Sólo conoce el atractivo de la soledad quien ha optado libremente por ella, conoce su encanto.

Si Dios cuida de nosotros, ¿por qué vamos a abrumarnos de preocupaciones?

El que tiene miedo está abocado al fracaso.

El ser humano está allí donde está su alma, no allí donde se encuentra su cuerpo.

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Humildad y sencillez

Quien es polvo a los pies de alguien está cerca de Dios.

La bondad y la grandeza están en la sencillez, no en la riqueza.

El orgullo destruye por completo al ser humano. Lo puede constatar cualquiera en cualquier momen­to. En cambio, la modestia y la humildad son prove­chosas y buenas para el crecimiento de la persona.

La presunción es la raíz de todas las dificultades.

¿Quién puede asignar un lugar más humilde a quien ha tomado asiento en el suelo? ¿Y quién puede hacer esclavo a quien se ha hecho esclavo de todos?

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El ser humano se avergüenza cuando comete una injusticia. En cambio, cuando obra el bien, quiere que todos lo sepan. ¿Por qué?

¿Puede haber mayor miseria que la de fijarnos exclusivamente en nuestras virtudes y alabarlas ante los demás?

Ver en los demás únicamente sus faltas es aún más miserable que alabar los méritos propios.

Debemos prestar siempre oído a la crítica de nues­tros defectos y fallos, y nunca al elogio.

Encubrir la ignorancia significa acrecentarla. Por el contrario, reconocerla humildemente permite esperar que se reduzca.

Si eres verdaderamente humilde, jamás, ni siquiera en sueños, pensarás despectivamente de quienes no aceptan tener las mismas limitaciones que tú.

Nosotros no somos mejores que nadie: este pensamiento rebosa verdad y humildad.

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Sólo es digno de imponer un castigo aquel cuyo juicio es infalible. ¿Y quién es así, fuera de Dios?

¿Cómo podemos superar las tinieblas del egoísmo? Con la luz de la máxima humildad.

La luz del conocimiento jamás podrá iluminar a los orgullosos.

A una persona sólo se la reconoce realmente en la humildad de su espíritu.

«El hombre de Dios es complaciente y generoso con los que padecen, y su espíritu no se ve afectado por el orgullo». Si Dios anima todo cuanto hacemos, ¿qué sentido tiene entonces el orgullo?

La humildad es ineficaz cuando es mera simulación; y lo mismo podemos decir de la sencillez.

La sencillez no puede fingirse; tiene que estar entretejida en la naturaleza del ser humano.

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HUMILDAD Y SENCILLEZ

La humildad de una persona humilde por naturale­za es como el agua, que fluye naturalmente hacia abajo como una bendición para el mundo.

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Silencio

Quien se encuentra frente a Dios cara a cara, no habla; no puede hablar.

¿Por qué caemos tan a menudo en la mentira, ya sea por miedo o por vergüenza? ¿No sería mejor, en lugar de ello, que guardáramos silencio o, desechando todo temor, dijéramos fran­camente lo que pensamos?

Quien se ejercita en el dominio de sí mismo o se deja absorber totalmente por el trabajo, apenas habla. Hablar y obrar no se compadecen fácilmente. Fíjate en la naturaleza, que está constantemente en acción, que nunca permanece inmóvil y, sin embar­go, guarda silencio.

A diario constato lo importante que es el silencio. Es importante para todos; pero para quien se deja absorber totalmente por su trabajo, el silencio es oro.

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Cuando una persona ha convertido en costumbre no saber lo que dice, ha llegado el momento de que se desprenda de tal costumbre. Para lo cual ha de man­tener la boca cerrada y los labios sellados.

Día a día crece en mí el convencimiento de que con el silencio se puede lograr todo.

Un pensamiento puro es mucho más poderoso que un largo discurso.

Si dejáramos de hablar de cosas inútiles y hablára­mos de las cosas importantes con el menor número de palabras posible, podríamos ahorrar mucho tiem­po tanto para nosotros como para los demás. De donde se deduce que con ello podríamos alargar considerablemente la duración de nuestras vidas.

El silencio es el mejor discurso. Si tienes que hablar, habla lo menos posible. Evita, pues, utilizar dos palabras cuando con una es suficiente.

Hablar o no hablar: cuando es éste el dilema, el silencio debería tener preferencia sobre la palabra.

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SILENCIO

Un sabio ha dicho que el silencio nos dispone al conocimiento de nosotros mismos y hace que nues­tra vida exterior sea conforme con la interior.

El hombre causa mucho más daño a sus propios intereses hablando que guardando silencio.

El silencio provocado por el miedo no es silencio.

Cuando alguien ha perdido la paciencia, debe refu­giarse en el silencio y no hablar hasta que haya recobrado la calma.

El ruido no puede imponerse al ruido; el silencio, sí.

Por encima de todo, el silencio.

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Pureza

Nunca podrá alcanzarse nada sin esfuerzo, es decir, sin tapa (ascesis). ¿Cómo, pues, va a ser posible la autopurificación sin esfuerzo?

Quien es verdaderamente puro en su fuero interno no puede ser exteriormente impuro.

Cuando el interior es puro, el exterior también lo es.

La impureza del espíritu es más peligrosa que la impureza del cuerpo. A fin de cuentas, ésta es un signo de aquélla.

Poco importa nuestra pureza personal cuando nuestros vecinos no son puros.

Lo que vale para la pureza exterior vale igualmente para la interior. Si nuestro vecino es interiormente impuro, ello nos concierne también a nosotros.

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Qué gran error es exigir pureza a los demás cuando nosotros somos impuros.

Una palabra que sale de un corazón puro nunca es una palabra inútil.

La confesión de una equivocación es como una escoba: la escoba barre la suciedad; no otra cosa hace la confesión.

Es muy duro reconocer un error; pero no hay otra forma de purificarse y quedar limpio.

La enfermedad debería ser para el ser humano oca­sión de avergonzarse, pues siempre pone de mani­fiesto una carencia. Quien está totalmente sano de cuerpo y alma no padecerá ninguna enfermedad.

También los malos pensamientos son indicio de una enfermedad. Evitemos, pues, también los malos pensamientos.

Un pensamiento puro es tan sutil y, a la vez, tan poderoso que lo impregna todo.

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PUREZA

¿Acaso sólo es impuro lo que aparece impuro a nuestros ojos? Nos molesta que un objeto blanco tenga una man­cha de suciedad, por pequeña que sea; en cambio, un objeto negro puede tener toda la suciedad del mundo, y no nos preocupa lo más mínimo.

Consideramos impuro lo negro, y puro lo blanco. Pero lo negro, cuando está en su sitio, equivale a virtud, del mismo modo que lo blanco, cuando no está en su sitio, es vicio.

Dice Confucio: «En un Estado debidamente organi­zado, el progreso no se mide por la riqueza. Sólo la pureza del pueblo y de su gobernante constituyen la verdadera riqueza de la nación».

Dios es uno y no tiene figura ni forma. Nosotros somos su espejo. Si somos rectos y puros, él se refleja en nosotros. Sin embargo, si somos tortuosos e impuros, también su imagen padece esa misma distorsión. Nuestro deber, por consiguiente, es ser diáfanos y puros en todos los aspectos.

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La pureza no tiene necesidad de ninguna protección exterior. Tan sólo necesita la ayuda de Dios.

La pureza interior y la exterior, cuando van a una, conmueven a la Divinidad.

Sólo puede ofrecer un sacrificio el que es puro, valiente y digno

Si borramos el encerado, quedará claramente visible la escritura de Dios.

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Amor y servicio

Por muy amenazadora que sea la crisis, el fuego del amor la superará.

El amor puro ahuyenta todo exceso.

El vínculo del amor será cada vez más fuerte y, sin embargo, no se percibirá como una atadura.

Se dice, en general, que no hay amor sin temor. Pero no es cierto. Donde hay temor no puede haber verdadero amor.

Las tinieblas del egoísmo son más impenetrables que las tinieblas reales.

Es más fácil atravesar el mar que se extiende entre los continentes que salvar el abismo que se abre entre individuos o entre pueblos.

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¿Contra quién podemos abrigar enemistad cuando el mismo Dios nos dice que él habita en todos los seres vivos?

Dios no habita ni en el templo ni en la mezquita. No está ni dentro ni fuera. Si realmente está en algún lugar, es en el hambre y la sed de la gente sencilla.

El ser humano no puede honrar a Dios y al mismo tiempo despreciar a sus semejantes. Ambas cosas son inconciliables.

El proceder desinteresadamente es una fuente de fortaleza, pues con ello, al mismo tiempo, se honra a Dios.

A una persona hambrienta Dios sólo se le aparece en forma de pan.

Regalar ropas al desnudo es ofenderlo. Dale trabajo, a fin de que pueda ganar dinero con el trabajo de sus manos y comprar la ropa que necesita.

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Es un pecado abrir comedores de beneficencia para los que pueden realizar un trabajo físico. Lo verda­deramente digno de elogio es darles trabajo.

Veo a un ser humano al que considero como mi hermano y al que amo como a tal. Luego descubro que no es mi hermano. Él es lo que es, y yo le abandono. ¿Quién tiene la culpa?

Sólo el que es fuerte puede perdonar. Como el que es débil no puede castigar, no ha lugar en absoluto la cuestión del perdón.

Quien piensa en el dolor de la humanidad no piensa en sí mismo. ¿Cómo va a tener tiempo para ello?

Dice Nanak: «Dios habita en todo corazón humano, y por eso todo corazón es un templo de Dios». Si Dios habita en todos los corazones, ¿quién se atreverá a odiar a alguien?

Dice también Nanak: «Dios lo ha dispuesto todo de tal manera que en este mundo todos formamos una familia, y cada uno debe vivir para los demás».

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AMOR Y SERVICIO

Para acabar con la marginación de los intocables no sólo hemos de tocar a los harijans, sino que además debemos verlos como amigos y semejantes. En otras palabras: debemos tratarlos como a nuestros propios hermanos y hermanas. Nadie es superior, y nadie es inferior.

El verdadero servicio a los intocables consistiría en liberarlos del miedo y poner fin a su desesperación.

De la misma manera que un número incontable de gotas acaban formando un mar, así también, si somos amables, podemos llegar a ser un mar de amabilidad. El mundo se transformaría si cada persona en el mundo viviera en el espíritu de mutua amistad.

Gracias a que se mantienen unidas y se mueven de manera conjunta, millones de gotas forman el mar. Lo mismo debería ocurrir con los seres humanos.

La grandeza de una persona reside en su corazón, no en su cabeza, es decir, no en su intelecto.

Nadie que sea capaz de aligerar la carga de otro, aunque sea mínimamente, carece de valor.

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Tan sólo un temor deberíamos tener: el temor a hacer algo indecente o falso.

No urjas a nadie a formular buenos propósitos; pero si alguien lo formula después de ponderarlo libre­mente, no le permitas que se vuelva atrás.

Lo contrario de la envidia es la generosidad. La generosidad no nos permite envidiar a nadie. Por el contrario, cuando descubrimos en alguien algo muy valioso, nos sentimos agradecidos e incluso nos beneficiamos de ello.

Gracias a nuestros semejantes, podemos ver e inclu­so corregir nuestras debilidades. Y si cultivamos la más alta pureza en nuestra vida diaria, podemos confiar en que con ello prestamos un verdadero servicio a los demás.

Quien desea complacer a todos no complace a nadie.

Es a Dios a quien debemos complacer. Sólo a él tenemos que alabar. Así nos veremos libres de todo enojo y de todo disgusto.

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AMOR Y SERVICIO

¿Cómo podemos complacer a Dios? ¿Cómo tenemos que alabarlo? Sirviendo a su criatura: el ser humano.

La vida no consiste en divertirse y pasarlo en gran­de, sino en alabar a Dios, es decir, en prestar un ver­dadero servicio a la humanidad.

No vivimos para divertirnos. Vivimos para invocar al Creador y servir a la Creación.

Si el objeto de nuestra vida es servir a la humanidad e invocar a Dios, entonces tenemos que llevar una vida pura y austera.

El verdadero servicio a la sociedad consiste en pro­porcionarle aquello con lo que la sociedad se per­fecciona en todos sus miembros. Pero sólo si observamos atentamente una determi­nada sociedad, podremos decir de qué modo puede mejorar.

Quien no conoce ni observa ninguna ley no puede ser un servidor del pueblo.

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Sólo quien sirve de verdad, quien da constantemen­te sin esperar nada a cambio, es un buen padre de familia.

Si damos algo, lo que demos debería ser lo mejor de nosotros mismos.

No hay en la vida del ser humano ningún momento en el que no pueda servir.

Uno es servidor de aquel para quien trabaja, no de aquel a quien sólo presta su adhesión de labios afuera.

Aceptar un servicio indeseable, que no se puede prestar de buena gana, es una dolorosa carga.

En cierta ocasión, santa Catalina de Siena se encon­traba sin un céntimo. Tan sólo poseía la capa con que se abrigaba, y se la dio a un mendigo que se la pidió. Más tarde, alguien le preguntó: «¿Y cómo vas a viajar ahora sin capa?». Y ella respondió: «La vestidura del amor me abrigará mucho más que la capa».

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AMOR Y SERVICIO

Sólo una vida puesta al servicio de los demás da fruto.

La verdadera medida del éxito en la vida de una persona es su capacidad para crecer en ternura y madurez.

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Serenidad y paciencia

Nada hay que no pueda alcanzarse con paciencia y serenidad. Esta es una experiencia que podemos tener a diario.

¿Qué es la paciencia? Oigamos lo que dice Shankaracharya*: «Siéntate a la orilla del mar y vete sacando de él gotas de agua con el tallo de una hierba. Si tienes suficiente paciencia y hay cerca de allí un lugar en el que puedas almacenar las gotas, con el tiempo conseguirás vaciar el mar». Ésta es la imagen de una paciencia casi perfecta.

Si le has dicho algo a alguien miles de veces, y él no ha hecho ni caso, tienes que repetírselo una y mil veces más. Eso es la paciencia.

Shankara: importante filósofo del Vedanta, que vivió hacia el año 800 d.C.

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«Las personas apresuradas son nerviosas y hacen mucho ruido; los personas lentas y constantes mani­fiestan serenidad y sosiego». Este es un hecho observable en cualquier momento.

El exceso de actividad y la impaciencia son dos enfermedades que acortan la vida.

La serenidad de una persona sólo puede ponerse a prueba en el mundo de los seres humanos, no en las solitarias alturas del Himalaya.

¿Por qué tiene que inquietarse una persona cuando no está en condiciones de realizar su trabajo?

¿Qué hay que hacer cuando hay mucho trabajo que realizar y poco tiempo para realizarlo? Tener paciencia, hacer lo que se considere más útil y dejar el resto en manos de Dios. Si Dios concede la vida, se puede dejar para otro día lo que no se ha podido concluir hoy.

Cuando se comete una equivocación, me pongo furioso, lloro, río, siento pesar... ¿No debería, en lugar de ello, conservar la tranqui­lidad e intentar corregir el error?

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SERENIDAD Y PACIENCIA

La paz exterior no sirve de nada sin paz interior.

Quien no conserva la calma en cualesquiera cir­cunstancias, ciertamente no vive en paz, por mucho que lo aparente externamente.

No hay percepción sensorial sin constancia de espíritu.

Si no renunciamos a nuestro ideal, el ideal jamás renunciará a nosotros.

Cuando falta ánimo para soportarlo todo dócilmen­te, la docilidad se convierte en una virtud vacía.

Quien carece de paz y de firmeza no puede conocer a Dios.

El mar no pierde su calma por muy violenta que sea la tempestad.

Destruir algo es fácil. Construir algo requiere gran habilidad y esmero.

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Muchas cosas se consiguen con paciencia y se pierden por causa de la impaciencia.

Las obras, como los granos de trigo, necesitan su tiempo para dar fruto.

Dulces son los frutos de la paciencia.

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Dicha y aflicción

Nadie se acuesta en un lecho de rosas; la vida está llena de espinas.

Gozar de la dicha significa llamar a la desdicha. La verdadera dicha nace de la aflicción y el dolor.

El dolor es la otra cara del gozo. Por eso el uno sigue inevitablemente al otro.

Del mismo modo que el gozo y el dolor forman un par en el que el uno sigue al otro, así también ocu­rre en todas las realidades de la vida. Por eso, si buscamos la verdadera paz del corazón, tenemos que elevarnos por encima de tales pares de opuestos.

Dice Nanak: «El ansia de felicidad es una verdade­ra enfermedad, cuyo remedio lo constituyen el dolor y la aflicción».

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La felicidad nos rehuye cuando corremos tras ella. En realidad, la felicidad viene de dentro. No es un artículo de consumo que podamos com­prar en cualquier parte.

Cuantas más experiencias acumulo, con tanta mayor claridad percibo que el ser humano es la causa tanto de su felicidad como de su desdicha.

¿Por qué hay bondad y maldad, felicidad y miseria? Dios es y, sin embargo, no es un ser individual. Dios es a la vez ley y legislador. De donde se sigue que el ser humano es lo que son sus obras: las buenas obras le hacen crecer; las malas le disminuyen.

Nuestra dicha y nuestra paz de espíritu se basan en que hagamos lo que consideramos correcto y ade­cuado, no lo que otros dicen o hacen.

La dicha de cumplir calladamente con nuestro deber no se parece a ninguna otra dicha.

No hay felicidad alguna como la verdad, y no hay desgracia como la mentira.

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Es sorprendente que incluso una persona que sa­be en qué consiste la verdadera felicidad pueda malgastar inútilmente su vida por el camino de la mentira.

La verdadera felicidad no consiste en conseguir lo que a uno le gusta, sino en esforzarse por sentir afecto por lo que a uno no le gusta.

La alegría no tiene límites cuando alguien consigue lo que supera sus propias expectativas.

La risa espontánea, no afectada, es verdadera elocuencia y es más eficaz que la palabra.

El ser humano puede reírse de su aflicción: si llora, no hace más que incrementarla.

Quien hurga en su aflicción la multiplica.

Un sacrificio que provoca dolor no es sacrificio en absoluto. El verdadero sacrificio procura alegría y optimismo.

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DICHA Y AFLICCIÓN

Dice Nanak: «Cuanto más indulgente sea uno con­sigo mismo, tanto más infeliz será».

Cuando muere el yo, despierta el alma.

Cuando despierta el alma, desaparece toda aflicción.

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Vida y muerte

Son muchas nuestras dolencias y muchos son los sanadores y sus remedios. Si viéramos todas las enfermedades como una sola, y a Dios como el único médico que puede curarlas, podríamos ahorrarnos muchos enojos y muchos disgustos.

No deja de ser extraño que corramos tras de los médicos, que también son mortales, y nos olvide­mos de Dios, el médico inmortal, eterno e infalible.

Y aún más extraño es que, aun sabiendo que somos mortales y que lo más que puede conseguir un tra­tamiento es prolongar nuestra vida unos cuantos días, nos empeñemos afanosamente en buscar a un médico.

Hemos conocido a Mahadev tanto en su aspecto físico como en sus escritos, lo que venía a ser lo mismo. Pero el Mahadev que ha abandonado su cuerpo es ubicuo: podemos reconocerlo en sus efec­tos, en los que igualmente todos podemos tomar parte.

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¿No son la muerte y la vida dos caras de la misma moneda? En una cara está la muerte; en la otra, el nacimiento. ¿Por qué tiene que ser ello motivo de aflicción o de alegría?

Si tal es la verdad, que lo es, acerca del nacimiento y de la muerte, ¿por qué hemos de temer lo más mínimo la muerte, o entristecernos al pensar en ella, y alegrarnos de nuestro nacimiento? Esta pregunta debería hacérsela todo el mundo.

¿Cómo tenemos que recordar a nuestros queridos muertos? Yo estoy firmemente convencido de que no han muerto, de que es tan sólo el cuerpo el que perece. Por eso deberíamos conservar su recuerdo de tal manera que nos apropiáramos de sus virtudes en la medida de lo posible, haciendo nuestras y fomen­tando lo mejor que podamos sus buenas obras. Las flores sobre la tumba sirven para corroborar ese recuerdo. Pero darse por satisfechos con la ofrenda de las flores sería idolatría.

Es muy cierto el aforismo inglés de que «los cobar­des mueren muchas veces antes de su muerte». Como he dicho a menudo, la muerte significa en realidad la liberación del dolor y el sufrimiento. El miedo sólo sirve para aumentar la aflicción y hacer deplorable la condición del que teme.

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VIDA Y MUERTE

¡ Qué peligroso es tratar de evadirse de lo que uno ha llegado a convertir en norma!

La satisfacción que produce una conducta ordenada favorece la salud y una larga vida.

Nadie puede actuar sin unas normas sólidas. Todo el sistema solar saltaría en pedazos si dejaran de tener vigencia, aunque sólo fuera por un instan­te, las leyes que lo gobiernan. Ésta es una lección válida para todos, grandes y pequeños. Debemos aprenderla y actuar en consecuencia, si no queremos morir en vida.

No deja de ser extraño que quien pretende no temer a la muerte sea en realidad quien más la teme y quien intenta eludirla por todos los medios.

¿No es la muerte, en cualquier caso, una liberación de un sufrimiento excesivo? ¿Por qué, pues, nos lamentamos cuando llega?

Cada minuto que se malgasta está irremediable­mente perdido. Y, aunque lo sabemos, ¡cuánto tiem­po seguimos malgastando...!

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La vida es irreal; sólo la muerte es real y segura. (Nanak)

Sólo vive realmente aquel en cuyo corazón habita Dios y es consciente de esa presencia en todo momento.

La vida se renueva constantemente, día a día. El ser conscientes de ello debería darnos fuerza.

¿Cómo puede conocer el arte de morir quien no conoce el arte de vivir?

El pasado nos pertenece, pero nosotros no pertene­cemos al pasado. Pertenecemos al presente. Somos quienes preparamos el futuro, pero tampoco pertenecemos al futuro.

Con el paso del tiempo, todos nos hacemos viejos; sólo la añoranza permanece siempre joven.

Quien sigue su camino de acuerdo con el ritmo de la vida, nunca se cansa.

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VIDA Y MUERTE

Si sabemos que la muerte se nos puede llevar en cualquier momento, ¿qué derecho tenemos a dejar para mañana lo que podemos hacer hoy?

El bien debemos hacerlo en el acto; el mal debemos aplazarlo una y otra vez.

Muere más gente de tristeza que por causas naturales.

Muere menos gente por enfermedad que por miedo a la enfermedad.

Es mejor morir una vez que morir cada día.

Morir y salvarse.

Obtener la inmortalidad en virtud de una cualidad divina no es nada del otro mundo; sí lo es, en cam­bio, cumplir con el deber en la vida diaria.

El hombre se encuentra en las fauces de la muerte. Cuando las fauces se cierran, se dice que el hombre ha muerto.

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Sería ciertamente reprobable enterrar los restos de una persona en la misma fosa que el cadáver de un animal. Pero, a poco que reflexionemos, veremos claramente que ello da lugar a una situación del todo pertinente, pues se impone la unidad de todas las formas de vida.

¿Por qué temer a la muerte cuando el peligro está en todas partes?

La persona muere cuando se separa de la fuente de su ser, no cuando el alma abandona el cuerpo.

Un vidente nos ha llamado viajeros. Y es verdad. Estamos aquí tan sólo para unos pocos días, des­pués de los cuales no morimos, sino que, simple­mente nos vamos a casa. ¡Qué pensamiento tan hermoso y verdadero!

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