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FRANCIA Y EL CAMINO A LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL. Andrés Sáez Geoffroy. Universidad de La Frontera. Resumen. Continuamente se aduce que Alemania tuvo la gran parte en los hechos que desencadenaron la primera guerra mundial, pero también en este plano hubo otros actores como la III República Francesa. Humillada en 1871 por Alemania, Francia buscó resarcirse política, moral, económica y militarmente ante el desastre, su política exterior, en un inicio aislada, dio paso a la creación de la alianza franco-rusa y la entente cordial y con ello a la política de alianzas que activarían los cañones de agosto en base a la idea de revancha por los daños provocados. Este estudio busca profundizar los aspectos internos de la república, la política exterior y la política militar como causas en el camino a la gran guerra. Introducción: Francia a lo largo del siglo XIX (1815- 1870) Francia iniciaba su siglo XIX derrotada en las guerras Napoleónicas y profundamente vapuleadas en el concierto exterior. La derrota militar francesa significó ceder las ansias hegemónicas a Inglaterra, la potencia donde había surgido la revolución industrial y que se estaba convirtiendo en la mayor potencia imperial e industrial del mundo. Francia pasó por muchos avatares a lo largo 1
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Francia en La Primera Guerra Mundial

Jan 18, 2016

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FRANCIA Y EL CAMINO A LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL.

Andrés Sáez Geoffroy.Universidad de La Frontera.

Resumen.

Continuamente se aduce que Alemania tuvo la gran parte en los hechos que desencadenaron la primera guerra mundial, pero también en este plano hubo otros actores como la III República Francesa. Humillada en 1871 por Alemania, Francia buscó resarcirse política, moral, económica y militarmente ante el desastre, su política exterior, en un inicio aislada, dio paso a la creación de la alianza franco-rusa y la entente cordial y con ello a la política de alianzas que activarían los cañones de agosto en base a la idea de revancha por los daños provocados. Este estudio busca profundizar los aspectos internos de la república, la política exterior y la política militar como causas en el camino a la gran guerra.

Introducción: Francia a lo largo del siglo XIX (1815-1870)

Francia iniciaba su siglo XIX derrotada en las guerras Napoleónicas y profundamente vapuleadas en el concierto exterior. La derrota militar francesa significó ceder las ansias hegemónicas a Inglaterra, la potencia donde había surgido la revolución industrial y que se estaba convirtiendo en la mayor potencia imperial e industrial del mundo. Francia pasó por muchos avatares a lo largo del siglo XIX, la revolución de 1830, la revolución de 1848 y el golpe de estado de 1851 que aupó a un nuevo Bonaparte, Napoleón III, al trono de Francia con la consecuente creación del llamado II Imperio. A partir de entonces, Francia parecía llamada a recuperar su sitial como potencia continental y así pareció justificarlo el hecho de que durante el reinado de Napoleón III Francia se industrializó, inició la senda de un imperio colonial y se convirtió en el punto de

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referencia de todos los observadores internacionales por su cultura.

Alrededor de Francia las aguas estaban muy agitadas, el reino de Saboya en Italia y Prusia en Alemania, iniciaron procesos para unificarse como Estados Nacionales, el camino escogido por ambos fue la guerra contra el Imperio Austriaco. El año 1866 parece marcar un punto de inflexión a raíz del desencadenamiento de la guerra austro-prusiana, un conflicto que se creía iba a ser de larga duración por el control de los estados alemanes. Contra todo pronóstico, Prusia fue capaz de derrotar fulminante y rápidamente a Austria en Sadowa (Koniggratz). Los franceses esperaban mediar en el conflicto que se suponía iba a ser largo, creían además fehacientemente que el desgaste de las potencias germánicas favorecería las pretensiones francesas. Cuando al final del conflicto, que fue breve por lo demás, una Prusia victoriosa se alzó económica y militarmente como potencia hegemónica de una confederación germánica, los franceses juraron vengar Sadowa y con ello se asentó en el panorama una futura guerra entre ambos países, que -así se presumía- se saldaría con la victoria del segundo Imperio Francés y con ello el restablecimiento del equilibrio europeo.

Las complicaciones internas de España produjeron que se levantara un atisbo de candidatura Hohenzollern para el trono ibérico, pretensión que en todo caso fue desdeñada por la casa real prusiana. La noticia no obstante fue un balde de agua fría para Francia, que no podía permitirse ver cercada como en la época de Carlos V por dos reyes alemanes. A pesar de la renuncia de la candidatura, la actitud de los diplomáticos franceses fue errática y comenzaron a sembrar tempestades donde no era necesario. En Prusia en tanto se creyó que al retirar la candidatura de Leopoldo al trono hispano el asunto iba arreglarse diplomáticamente y sin problemas, pero Francia exigió una compensación mayor mediante el llamado telegrama de Ems, hecho que decantó en la guerra Franco-Prusiana de 1870-1871. La guerra, se pensaba, sería un rotundo triunfo francés, pero nuevamente la realidad se sobrepuso cuando

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Napoleón III fue capturado en Sedán con gran parte del ejército imperial (Arnold, 1978: 61). Al conocerse la rendición de Napoleón III, en Paris se disolvió el Imperio y surgió la llamada III República, mientras los prusianos proclamaron en Versalles el surgimiento del Imperio Alemán, unificando así a toda la nación Alemana. El triunfo prusiano ratificado en el tratado de Fráncfort de 1871 impuso a Francia la pérdida de Alsacia y Lorena, y el pago de una fuerte indemnización de guerra.

Las consecuencias de la guerra enunciada, producirían un notable sentimiento de inferioridad, agresividad y revanchismo francés (Brogan, 1947: 147). Esto debido a la forma abrupta en que se había producido la derrota, la que desnudó las falencias y desgracias de una Francia que se creía grande. Estos elementos del imaginario colectivo francés serían causas profundas de la intervención francesa en el camino a la primera guerra mundial (House, 1976: 164).

La política interna Francia de 1870 a 1914.

A raíz del descalabro, Francia tuvo que volver a buscar su lugar en el panorama internacional, la mayoría de los países que veían a Francia como un centro de prestigio fueron decantándose poco a poco a Alemania. En Chile por ejemplo vemos esto en la indumentaria militar y la serie de políticas militares en la época de la Guerra del Pacífico y la posterior implementación del modelo prusiano Fischer, 2008: 135).

Sin duda, el hecho esencial de la posguerra de 1870, fue la instalación en Francia de la III República. A lo largo de su historia, la república francesa lo que menos tuvo fue tranquilidad, para Schnerb la estructura política francesa devaneó entre el “movimiento y el orden” (Schnerb 1982: 397). Desde sus inicios la república tuvo que lidiar con fuertes pugnas doctrinales, en un inicio (1871-1879) la lucha fue entre republicanos y monárquicos por definir la forma del Estado, hecho que se saldó con la renuncia del presidente Mac-Mahon en 1879 y la convocatoria a nuevas elecciones que dieron por resultado una clara mayoría republicana (Schnerb 1982: 398). En

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la presidencia de Mac-Mahon se vivieron serias pugnas entre los diferentes grupos políticos, inclusive con serias amenazas de golpes de estado, constantes llamados a elecciones parlamentarias y una fuerte rotativa ministerial. Las elecciones de 1879 dieron una aplastante mayoría a los partidos republicanos y por tanto el tema del modelo de estado dejó de ser uno de los asuntos fundamentales (Brogan, 1947: 125).

El sucesor de Mac-Mahon, Jules Grévy , inició una nueva etapa en la república, cuyo eje de conflicto estuvo dado por la lucha religiosa entre católicos y laicistas a raíz de las leyes Ferry (1881-1882) (Brogan, 1947: 181-186). Mediante estas leyes se estableció en Francia la educación pública, gratuita, laica y la instrucción primaria obligatoria. Junto a las ideas inherentes de republicanismo en las leyes Ferry, otros observadores señalaban que en la guerra Franco-Prusiana los soldados franceses eran en su mayoría campesinos, sin ningún tipo de instrucción en tanto el soldado prusiano estaba profusamente educado, por lo que tuvo una clara ventaja desde el punto de vista de la instrucción militar, lo que habría constituido un aporte a la victoria alemana (Brogan, 1947: 194). Francia debía remediar aquello inculcando en las futuras generaciones el patriotismo, fuertemente revanchista en los futuros reclutas llamados al ejército. Como corolario de aquello en las escuelas al trabajar con el mapa de Francia, Alsacia y Lorena eran pintadas en negro, mientras en la Place de la Concorde la estatua de Estraburgo estaba cubierta con un velo negro en señal de luto (Gilbert, 2005: 28).

La pugna ultramontana contra la república se había saldado con un éxito para el gobierno, pero la república carecía políticamente de estabilidad debido a una serie de escándalos de corrupción. El yerno del Presidente, Daniel Wilson, fue acusado de poner a la venta la obtención de la legión de honor, la batahola bautizada como el escándalo de las medallas, culminó con una acusación constitucional dirigida por Clemenceau y Ferry contra el presidente, el que se vio obligado a dimitir nombrándose un nuevo presidente de la República (Brogan, 1947: 233-235). En esta misma época el canal de Panamá, obra iniciada por Lesseps, también se vio rodeada de un halo de corrupción cuando se

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descubrió ciertas prebendas políticas por otorgar recursos estatales a la empresa que estaba en bancarrota, nuevamente la clase política se vio salpicada por el escándalo de corrupción (MacMillan, 2013: 204) (Brogan, 1947: 325-329).

Pero la corrupción no era el único enemigo de la República, Georges Boulanger un general republicano, famoso por sus medidas populares dentro de la vida castrense, se transformó en ministro de guerra cobrando una inusitada popularidad producto de un incidente diplomático en 1887 en la frontera franco-alemana (Brogan, 1947: 221-225). En el horizonte pareció que nuevamente iba a haber guerra, y las declaraciones –sin tapujos- de Boulanger iban en ese sentido: “Recordad que en Alsacia nos esperan”; esto le valió el epíteto de “General Revanche”(MacMillan, 2013: 202). La crisis parlamentaria, constante, produjo que pronto Boulanger perdiera su cargo de ministro de guerra, iniciando una carrera política en 1889 que le llevó a ser votado en los principales departamento y ciudades, entre ellas Paris, ciudad donde 50.000 personas le aclamaron para fomentar un golpe de estado, pero el general se negó, la República se volvió a salvar (Brogan, 1947: 254-257).

Cuando parecía que la república había encontrado estabilidad, estalló en 1894 el llamado caso Dreyfus. Dreyfus, un oficial del ejército, de origen judío pero también Alsaciano, fue acusado, juzgado y condenado por espionaje, siendo enviado a la Isla del Diablo en la Guyana Francesa. El asunto tuvo en jaque a la opinión pública por lo menos hasta la rehabilitación del oficial el año 1905 y dividió a la opinión pública en dreifusistas y antidreifusistas (Setzen, 1978: 87). Las disensiones fueron aún mayores cuando se descubrió que el verdadero espía no era Dreyfus sino Ferdinand Walsin Esterhazy, general que fue aclamado por los sectores conservadores, no recibiendo ningún castigo. A raíz del caso, el escritor Emile Zola, publicó su famosa columna, J’acusse, donde ponía al corriente todos los antecedentes, generándose un fuerte remezón en la opinión pública, en la columna se mencionaba a los culpables en el ejército, recabando el apoyo de toda la intelectualidad francesa (MacMillan 2013: 205-207).

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El asunto Dreyfus se convirtió en el caso Dreyfus, que culminaría con un nuevo juicio que le condenó nuevamente pero esta vez con atenuantes, la corte militar no quiso aceptar su error en la decisión de 1894. Finalmente ante el clima hostil existente en la República se firmó la concesión del indulto presidencial en 1899 pero al no reconocerse la inocencia, los partidarios de Dreyfus insistieron; en 1906, el tribunal de casación fustigó fuertemente a la justicia militar y declaró nulos los juicios contra Dreyfus, Dreyfus dejaba de ser culpable, reintegrándose en el ejército y participando en la primera guerra mundial (Brogran, 1947: 395-463).

El Imperio Francés.

En 1873, Pierre Paul Leroy-Beaulieu publicaba “La colonización de las naciones modernas”, este agudo observador señalaba “la política continental ha prevalecido: ella ha durado doscientos años encadenando a nuestro país a disminuir su prestigio, empequeñeciendo nuestro territorio” (Leroy-Beaulieu, 1882, 5-6). Para este académico ligado a la economía, ya que Francia que había sido derrotada nuevamente en el continente, debía optar firmemente por una expansión colonial, como los Países Bajos y Gran Bretaña. De esta forma, Francia recuperaría el prestigio que una vez tuvo y de paso lograría colocar sus mercancías en nuevos mercados.

Por otro lado se creó un partido colonial, uno de cuyos líderes fue Jules Ferry, el mismo ministro de educación que había impulsado la reforma educativa ya señalada. Desde la asamblea nacional, en 1885, señalaba que “En esta Europa nuestra, en esta competencia de tantos rivales que crecen a nuestro alrededor [...] la política de recogimiento o de abstención no es otra cosa que el camino de la decadencia.”(Ferry, 1885). Para los círculos imperialistas había que evitar la decadencia poseyendo colonias, había que tener un lugar para los excedentes de población, era necesario colonizar para tener lugares para la producción industrial local como una forma de inversión capitalista y también como puntos de embarque para la flota

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mercante; por último, y no menor, era necesario unirse al carro de los países imperialistas, para no quedar rezagados en una carrera que ya había comenzado.

La tesis de Ferry, que comúnmente se han señalado como la base de los procesos imperialistas del fines del siglo XIX por múltiples políticos, economistas e historiadores tenían un asidero en la Gran Bretaña victoriana; pero para el caso de Francia estos postulados no podían estar más errados. Francia no tenía una población en aumento sino que con una clara tendencia al estancamiento y reducción, por lo que no existió esa gran masa de emigrantes alemanes e ingleses. (Brogran, 1947: 483). Por otro lado Francia no poseía una producción industrial asociada al carbón y el hierro, su industria estaba íntimamente ligada al mundo rural, producía muchos productos de lujo como seda o vino, mercancías que difícilmente podrían venderse en un Imperio colonial (Schnerb 1982: 396). Por último la flota mercante francesa era mínima y muy poco modernizada con las últimas tecnologías, en Francia estaba subsidiada la producción de veleros, pero no la de barcos a vapor por lo que nuevamente desde el punto de vista naval se veía desestimada la tesis, quedando solo la cuestión del honor en juego (Brogran, 1947: 492-493).

Por último el círculo colonialista estimó que Francia como potencia civilizada y culturalmente superior tenía la obligación de civilizar las razas inferiores, en palabras de Ferry “Las razas superiores tienen el deber de civilizar a las razas inferiores. ¿Y existe alguien que pueda negar que hay más justicia, más orden material y moral en el África del Norte desde que Francia ha hecho su conquista?” (Ferry, 1885). El debate anterior, que en algunos países estaba absolutamente consolidado, en Francia generó fuertes replicas, muchos indicaban que como era posible que eso pudiera señalarse en el país donde se habían proclamado los derechos del hombre y del ciudadano. Ferry tuvo una sólida respuesta en Clemenceau, quien retrucó que “¿Razas superiores? Razas inferiores, ¡es fácil decirlo! Por mi parte, yo me aparto de tal opinión después de que he visto a los alemanes demostrar científicamente que Francia debía perder la guerra franco-

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alemana porque la francesa es una raza inferior a la alemana.”(Clemenceau 1885). Nuevamente Francia demostraba en su política falta de unidad y por tanto en cierto sentido debilidad al respecto.

Si algo era posible demostrar entre 1870 a 1880, era que la política de revancha francesa había fracasado. Por el momento el ejército francés no había sido reconstruido y Alemania se volvía cada vez más poderosa. Muchos generales y oficiales se lanzaron a la guerra colonial como forma de entrenamiento y ascenso, también para conseguir fama, es así que para 1914 la gran cantidad de oficiales franceses había servido en colonias, Joffre y Ruffey en Madagascar; Louis Franchet d'Espèrey sirvió en Argelia, Indochina, China y Marruecos; Adolphe Guillaumat en África, Charles Mangin en el Congo, entre tantos otros oficiales (Brogran, 1947: 261).

De esta forma Francia hacia 1900 había configurado el segundo Imperio en extensión detrás del británico. Entre las posesiones francesas se encontraban Argelia desde 1830; Camboya, Laos Tonkin y Anam se incorporaron al Imperio entre 1863 a 1887 cuando se creó la Indochina francesa; en África en 1883 ya existía el Congo Francés, ampliado en 1910 a África Ecuatorial Francesa, en 1895 se había creado una estructura análoga: el África Occidental Francesa, mientras Madagascar en 1896 pasó a ser totalmente colonia francesa. En el norte de África en 1883 Túnez se convirtió en dominio francés, mientras la última adquisición del Imperio fue Marruecos entre 1905-1911, no sin antes generar serios problemas y una amenaza de guerra con la Alemania post bismarckiana.

Pero así como en todo lo que atañía a la III República, destinar soldados al exterior para ocupar posesiones lejanas también tuvo sus detractores, particularmente aquellos políticos que deseaban vengarse de Alemania señalaban que enviar soldados a morir al extranjero era desperdiciar fuerzas que podrían destinarse contra el único enemigo que tenía Francia. Por último, gran parte de la opinión pública, debido a la conscripción universal de 1872, se mostraba reacia a mandar a morir a sus hijos por

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enfermedades u otras causas a tierras desconocidas, de esta forma el expansionismo que logró crear un segundo imperio francés tampoco se basó en un consenso universal (Rosengarten, 1981: 180). Vale la pena señalar que solamente en 1892 se crearía un ministerio de asuntos coloniales, estando antes los asuntos coloniales repartidos en las carteras de asuntos exteriores, guerra, marina y comercio.

El Imperio, fundado de todas maneras a pesar del áspero debate, logró eliminar en parte el sentimiento de humillación y rehacer en parte el prestigio francés, surgieron nuevos líderes militares y se desarrolló un nuevo espíritu nacionalista basado en las nuevas generaciones de adolescentes educados bajo las leyes de Jules Ferry. Esta devolución de la confianza a Francia tuvo su representación en las exposiciones universales de Paris en 1878, y sobre todo, en la de Paris 1889-1890, donde inclusive las colonias francesas les fueron asignados sendos espacios para mostrarse al mundo.

LA POLÍTICA EXTERIOR.

Realpolitik y Francia. 1871-1890

La política exterior francesa estuvo aislada desde el momento de su derrota en 1871. El auge de la realpolitik bismarckiana acentuó dicho aislamiento hasta que concluyó en 1890 cuando Guillermo dejó de contar con los servicios del canciller de Hierro (Showalter, 2000: 683-684). La realpolitik se orientó a excluir la III República a nivel Europeo y a favorecer la expansión colonial en ultramar; cuatro fueron los objetivos que perseguía con ello.

En primer lugar había que evitar que Francia pudiera efectivamente producir otra guerra europea mediante la revancha; esto era simple: el potencial alemán era mucho más grande que el francés. En segundo lugar había que privar a Francia de aliados en la Europa continental que pudieran fortalecer la posición geopolítica de Francia; de esta manera Alemania firmó tratados con Rusia, Austria-Hungría e Italia. En tercer lugar, la el apoyo dado por Bismarck a la aventura

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imperial francesa en los diferentes congresos y particularmente en el de Berlín de 1885 estimulando a Francia a rehacer un fuerte imperio colonial, señalando que Alemania no se opondría. Buscaba con ello aislar totalmente a Francia, enemistándola con Gran Bretaña e Italia. Bismarck quería que Francia se encontrará absolutamente sola en el concierto internacional, pareció lograrlo hasta 1892

La Alianza con Rusia 1892-1907.

En 1873 se había formado la alianza de los tres emperadores (Alemania, Austria y Rusia), alianza que se había disuelto en 1885 en una de las tantas crisis balcánicas; Alemania buscó un entendimiento bilateral con Rusia firmando el llamado tratado de reaseguro que proponía una neutralidad rusa en caso de enfrentamiento franco-alemán y una neutralidad alemana en caso de enfrentamiento ruso-austriaco. Firmado de manera secreta en 1887, el tratado debía revisarse para un nuevo periodo en 1890, pero Guillermo II no quiso reafirmarlo en pos de su alianza dual con Austria-Hungría y su acercamiento con el Imperio Otomano, dejando a Rusia aislada en el plano internacional y financiero (Stevenson, 2013: 69).

Esta coyuntura, produjo en los franceses una clara oportunidad para salir de su aislamiento internacional. Rusia se había quedado sin aliados y flanqueada en el sur por dos potencias aliadas, en un momento donde sus energías se concentraban en el lejano oriente, tampoco podía aspirar a la amistad tampoco británica ya que Albión propendía al aislamiento insular y consideraba a los rusos unos marineros alcohólicos en base a múltiples incidentes en el mar del norte (MacMillan, 2013: 277).

En Francia, se encontraba al mando del Quay de Orsai, Teophile Delcasse que buscó generar por todos los medios posibles la alianza con Rusia. El objetivo no era fácil, más que por razones externas donde estaba todo dicho, por la forma política de ambos estados. Francia la República, laica, con un gobierno parlamentario donde había representantes desde extrema derecha a republicanos radicales debía asociarse al Imperio Ruso

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donde su gobernante se denominaba a sí mismo como “Autócrata de Toda Rusia”, donde estado e iglesia iban de la mano y no existía ninguna probabilidad de apertura política (Lowe, 1989: 20)(MacMillan, 2013: 212).

La labor de Delcassé y la difícil situación de ambos Estados, fue la base de que finalmente tuvieran que darse pasos agigantados en ese sentido. Se trató ante todo en sus orígenes de una alianza netamente militar firmada por los generales Boisdeffre y Obruchev el 18 de agosto de 1892. En su artículo 1º. El tratado señalaba que “Si Francia es atacada por el Imperio alemán, o por Italia apoyada por Alemania, el Imperio ruso utilizará todas sus fuerzas disponibles para atacar a Alemania. Si Rusia es atacada por Alemania, o por Austria-Hungría apoyada por Alemania, Francia utilizará todas sus fuerzas disponibles para combatir a Alemania.” El artículo 2 señalaba que en caso de movilización militar de uno de los dos firmantes el otro también tendría que hacerlo; en tanto el artículo 3º señalaba las fuerzas que deberían ponerse en juego por ambas potencias en caso de guerra.

Para Paris, el tratado estuvo orientado netamente a la neutralización geopolítica de Alemania (Gilbert, 2005: 32). En 1895, modificaciones del pacto lo hicieron orientativo contra cualquier acción que atentara con el equilibrio de poder, pensando en una posible desaparición del Imperio Austro-Húngaro. La alianza se saldó con una visita de Nicolás II a Paris en 1896, siendo el primer monarca que la visitaba desde 1871, el periplo del zar fue replicado con una visita del presidente francés a San Petersburgo en 1897 y con las maniobras conjuntas de ambas armadas, esto develó públicamente la alianza que hasta ese entonces era secreta.

La alianza con Rusia, no tuvo tan fuertes cimientos como pudiera creerse y desprenderse del tratado firmado: Rusia era un gigante con pies de barro. Otra de las razones que había motivado la firma del tratado era que Francia disponía de capital para exportar, este superávit se había generado por el aislamiento externo, y fue ofrecido a Rusia para financiar su crecimiento ferroviario e industrial, de esta manera un 25% del total de la

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deuda rusa en el periodo fue de origen francés (MacMillan, 2013: 211). En tanto producto de la entrada francesa en el mundo eslavo se multiplicaron las misiones militares y venta de material de guerra francés en los nuevos estados balcánicos (Stevenson, 2013: 80). No obstante la situación económica y social de Rusia siguió siendo débil como lo demostraron los sucesos del domingo sangriento en 1905.

Pero Rusia tenía otras debilidades a ojos franceses que eran más preocupantes. El ejército ruso era lento en movilizarse, carecía de profesionalidad, su armamento era obsoleto, no poseía estadísticas exactas sobre la movilización y reclutamiento y lo que era peor –a ojos franceses- no existía ningún plan militar (Stevenson 1997: 142). Francia pretendía asirse de la superioridad demográfica rusa para compensar la suya (Porch, 1989: 374-375), pero los generales rusos se negaban en cada intercambio militar de sus estados mayores a entregar datos: seguramente no los poseían. Estas preocupaciones francesas no hicieron más que aumentar cuando Rusia se involucró en una guerra con Japón en 1904-1905, tanto el ejército ruso como la armada fueron totalmente derrotados por el Imperio del Sol Naciente (Macmillan, 2013: 228-231). Carencias en el estado mayor, en las estrategias, doctrinas, y en el movimiento de suministros hicieron sopesar en Francia hasta qué punto era útil su aliado ya que Rusia aumentaba exponencialmente la probabilidad de un conflicto europeo (Lowe, 1989: 22). El fracaso ruso hizo estallar fuertes movilizaciones sociales, que para ser conjuradas requirieron junto a la violencia del régimen nuevos empréstitos franceses que fueron concedidos no sin cierto resquemor.

Junto a esto, el débil carácter de Nicolás II hizo que este estuviera a punto de firmar oficialmente un tratado de neutralidad –desechando la alianza con Francia- con Alemania en Bjorko en 1905 durante la crisis rusa, el tratado fue firmado por ambos monarcas de manera informal. Para el bien de Francia, Nicolás topó con fuertes resistencias de sus ministros quienes hicieron imposible la firma del tratado, ya que de acuerdo a los protocolos firmados en el tratado con Francia, Rusia debía

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consultarle si podía firmar un tratado de ese tipo (MacMillan, 2013: 263-264). Por otro lado Rusia volvía a verse envuelta en los asuntos balcánicos, debido a su derrota en Asia, ello la enfrentaba a Austria-Hungría aliada a Alemania (Stevenson, 1997: 156-157).

Otra preocupación más, se agregó cuando Rusia intervino a favor de los países eslavos en 1911 durante las guerras Balcánicas. Sin consultarle nada a su aliada, al firmarse el Tratado de amistad y alianza entre Bulgaria y Serbia, en el apéndice secreto del tratado, donde señalaban las divisiones territoriales en caso de una guerra exitosa, se declaraba a Rusia como administradora de la disputa, cuestión que efectivamente sucedió y dio origen a la segunda guerra Balcánica donde el Imperio de los Zares inclusive envío su flota del mar Negro para presionar a los turcos.

Francia, quizá sin percibirlo en 1892 debido a su aislamiento, estaba aliada a un Imperio que no tenía seguridades internas ni externas y se vio arrastrada junto al naciente revanchismo y nacionalismo de 1910 a la primera guerra mundial y a la crisis de julio de 1914 (Porch, 1989: 365).

La alianza con Inglaterra.

En los inicios del siglo XX, la política exterior francesa lograría otro éxito rotundo al firmar un acuerdo con Gran Bretaña, denominado Entente Cordial: entendimiento cordial. La firma del tratado fue la superación final y total de una serie de rencillas que mantenían la III República y el Imperio Británico desde diferentes planos, el más puntilloso de todos los diferentes enfrentamientos coloniales producidos entre ambas potencias por la conquista de África y Asia (MacMillan, 2013: 217-220).

Este entendimiento tuvo unos orígenes bastante difíciles, pasando por la construcción del canal de Suez en 1869, donde franceses e ingleses eran acreedores del canal y de la deuda externa de Egipto, pugnando constantemente. Si bien Inglaterra en 1875 compró la mayor parte de las acciones del canal

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pertenecientes al sultán, los franceses seguían siendo desde el punto de vista individual los mayores posesores de acciones. En 1882, mientras Francia ocupaba Túnez, Gran Bretaña ante los problemas de una guerra civil egipcia tomó el canal y el país convirtiéndolo en protectorado y junto con ello el canal.

En 1898 en plena carrera imperialista en África, franceses e ingleses tuvieron a punto de ir a una guerra porque en la necesidad de ocupar Sudán como punto estratégico para unir el continente africano de norte-sur y este-oeste, tanto ingleses como franceses enviaron expediciones. La expedición francesa a cargo de Marchand llegó en primer lugar a la localidad de Fachoda seguida muy de pronto por la británica de Kitchener, ambos reclamaron la región para sus países en un clima relativamente pacífico. Finalmente Francia optó por ceder, en plena crisis de Dreyfus y con la visión estratégica de que era imposible superar navalmente a Inglaterra en una guerra colonial (Brogan, 1947: 383-391).

A pesar de estos enfrentamientos y enemistades, será otra coyuntura derivada de la weltpolitik la que permita el acercamiento de estas potencias, Alemania había lanzado un ambicioso plan naval en 1902 que buscaba rivalizar con Inglaterra. Por otra parte, el Kaiser había enviado un animoso telegrama al presidente Kruger del Transvaal en la guerra de los Boers de 1901-1902. A Gran Bretaña hacia ruido la alianza franco-rusa, debido a que Rusia había atacado varias embarcaciones británicas en la guerra ruso-japonesa, además de eso Japón era aliado de Gran Bretaña y por último los intereses de ambos países chocaban en Afganistán y Persia. De esta manera los pasos dados fueron en el sentido de un tratado bilateral francés e inglés y no la unión de Inglaterra a la alianza franco-rusa.

Hay que comprender este tratado bajo la literalidad de su nombre, se trataba de un entendimiento cordial, no de una alianza militar. De esta forma el tratado en sus cláusulas contenía tres grandes categorías, la primera que Egipto pasaba a la totalidad de la esfera de influencia inglesa, mientras a Francia

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se le concedía lo mismo para el caso de Marruecos, la segunda categoría de cláusulas eran las relativas a la resolución total de los puntos en discordia respecto a límites y derechos coloniales de ambas potencias en América, África y Asia, y la última categoría de disposiciones eran las relativas a las esferas de influencia en Madagascar y Siam.

Al igual que con Rusia, el corolario de la firma del tratado fue la visita de Eduardo VII a Paris en 1904 quien fue recibido con cierta sorna pública, sus actividades sociales, sus dichos y su personalidad terminaron por conquistar a los franceses, quienes una vez finalizada su estancia, quedaron encantados con su figura y con su actitud pro francesa, actitud inclusive rayana en los límites de las atribuciones de un monarca constitucional.

El tratado, apenas firmado tuvo su prueba de fuego en la guerra ruso-japonesa y la crisis de Marruecos. Para el primer caso se saldó con la neutralidad francesa lo que generó resquemores en Rusia, pero Francia lo hizo para conservar como aliado a Inglaterra. Para el caso de la primera crisis marroquí, derivada de una visita de Guillermo II a Marruecos donde se declaró protector del sultán marroquí y de los fieles musulmanes, se celebró una conferencia en Algeciras para solucionar a que esfera de influencia pertenecería Marruecos, Francia contó con todo el respaldo británico.

LA POLÍTICA MILITAR Por último y no menor es la política militar desarrollada por Francia con miras a la posibilidad, cierta o no, de la revancha sobre Alemania. Desde 1871 se hizo patente la superioridad militar prusiana sobre la debilidad militar francesa, el ejército del II Imperio fue totalmente derrotado en los campos de batalla y con ello también fue necesario reorganizar militarmente el ejército de la naciente República. Ya en 1872 por ejemplo se establecía una ley de reclutamiento que permitía a las clases medias y altas evadir el servicio militar, manteniéndose el sistema de privilegios anteriores a 1871 y un ejército poco profesional y de levas que sólo era capaz de reclutar una ínfima

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parte de lo que requería(Mitchell, 1981: 50-51). Solamente en 1889 se promulgó una ley que establecía un servicio militar por tres años, como lo poseía Alemania (Kovacs 1949,1); pero era tarde, Francia iniciaba su crisis demográfica. Junto a los soldados había una crisis de suboficiales y oficiales, por ejemplo la artillería francesa carecía del personal necesario e idóneo.

Según Mitchell (Mitchell, 1981: 49), desde 1870, la política militar francesa fue errática en casi todos los aspectos posibles. Las fortificaciones no fueron construidas pensando en los nuevos avances de artillería, la caballería siguió pesando en un mundo donde cada vez tenía menor cabida, la infantería no estaba profesionalizada como la prusiana y el Estado Mayor tendía a dividirse entre el Consejo Superior de Guerra, el ministerio de Guerra y los generales propiamente tales, existiendo un control civil mucho mayor que el de otros países. También el presupuesto era menor, por ejemplo, si se compararan los presupuestos Alemania destinaba 730 millones de francos al ejército mientras Francia 560 millones, diferencia abismal si consideramos que Francia debía rehacerse militarmente de cero (Showalter, 2000: 682). En 1914 el ejército francés poseía 763.000 soldados, pudiendo movilizar 1.800.000 mientras el alemán 866.026 hombres pudiendo movilizar 2.147.000, eso sin contabilizar las armadas donde Francia se encontraba muy por detrás de Alemania e Inglaterra (Rosengarten 183-184).

La inferioridad de 1870 dio origen a que Sere de Rivieres construyera un sistema fortificado en la frontera franco-alemana, similar a la línea Maginot para detener una ofensiva alemana. Hacia 1880 algunos esfuerzos se habían realizado pero serían en vano cuando empezaran a producirse piezas de artillería de calibre 75 o superiores, de hecho para 1914 con el estallido de la primera guerra mundial solamente 7.5 kilómetros de los 43 que poseía el sistema habían sido reacondicionados, entre ellos el de Verdún (Mitchel 1981: 51-53). No obstante la mejora general de la situación de la república concluyó con que entre 1895 a 1905 se creara un mejor equipamiento para el ejército tales como fusiles, ametralladoras y sobre todo el cañón de 75mm de tiro rápido (Showalter, 2000:704).

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Por otro lado los franceses también se abocaron al desarrollo de planes militares. A fines del siglo XIX el General Freycinet confidenciaba al jefe de estado mayor que Francia se encontraba en una clara situación de inferioridad frente a Alemania, esto era algo que se venía graficando desde la derrota francesa en 1871. Por ejemplo los planes franceses de guerra, I, II, II, III, IV, V, VI, y VII desarrollados entre 1875 y 1887 fueron ideados con una clara finalidad defensiva y esperando una ofensiva alemana a través de Alsacia-Lorena respetando fuertemente la neutralidad belga. Los planes X, XI, XII y XIII reflejaron una vuelta de la confianza francesa e incorporaron ideas ofensivas y de tomar la iniciativa producto de la mejoría de las relaciones exteriores francesas con Rusia, pero esto también fue efímero, ya que Alemania a inicios del siglo XX aumentó aún más sus gastos militares elevándose las diferencias entre ambos estados, sin contar los orígenes de la crisis demográfica francesa (Doughty, 2003: 437-439)

De esta forma nuevamente se retornará a los sentimiento defensivos anteriores, los planes XIV, XV, y XVI fueron realizados bajo la férrea idea de que Francia debía resistir el embate alemán y contratacar con las reservas que se reunirían en el intertanto y que se movilizarían rápidamente en el sistema de ferrocarriles, aprovechando siempre la ofensiva rusa (Doughty, 2003: 433). Estos planes fueron rechazados ad portas de la guerra. Cuando en 1911 entraron en escena una nueva camada de oficiales en Francia liderados por el general Joffre (Setzen, 1978: 88) nombrado jefe del Estado mayor, se cambiaría totalmente la idea defensiva, considerándola como digna de pueblos débiles y derrotistas, elaborándose ese mismo año el Plan XVII producto de esa nueva mentalidad (Flammer, 1967: 208).

Se trataba de adoptar un nuevo espíritu militar, el Elan, predicado por el coronel Grandmaison y el general Ferdinand Foch (House, 1976: 164-166), quienes proponían que un ejército avanzando y con vocación ofensiva era superior a cualquier ejército defendiendo y que la victoria pertenecería no a quien

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tuviera más hombres o mejores elementos técnicos, sino aquel donde la moral y espíritu combativo fuera superior. Foch creía que la victoria sobre Alemania “it was a problem of almost moral calibre” (Puaux,1918: 56). El plan XVII se hizo eco de aquello, y fue elaborado en base a la idea de la ofensiva a ultranza (Setzen 88) (Arnold, 1978: 63-64). La metáfora del sistema era la que fue declarada por Joffre quien señaló que no podía realizarse un omelet sin quebrar huevos (Flammer, 1967: 209). El Plan consistía en agrupar al menos cuatro ejércitos franceses sobre la frontera alemana y atacar apenas declarada la guerra para sorprender y derrotar rápidamente al enemigo recuperando las provincias de Alsacia y Lorena, este plan en su definición sólo estaría listo el 1º de mayo de 1914, muy pronto para una total operatividad en agosto.

De esta manera, junto al sistema de alianzas, el cambio de mentalidad se avenía bastante bien, la verdad es que las tropas francesas lanzadas apuradamente sobre la frontera alemana en 1914 en base al Plan XVII cosecharon una serie de fracasos, la más importante una cantidad ignominiosa de muertes frente a las ametralladoras y a tropas guarnecidas en trincheras y los sistemas de fuertes.

La declaración de guerra.

¿Por qué Francia fue a la guerra? Francia hizo lo posible hasta 1914 para mantenerse al margen, pero la crisis devenida del asesinato del archiduque Francisco Fernando el 28 de junio de 1914 no pudo ser detenida por el “cheque en blanco” que Alemania le dio a Austria-Hungría. De esto se deriva el famoso ultimátum a Serbia que era imposible que fuera aceptado por dicho Estado. Alemania declaró la guerra a Rusia el 1º de Agosto exigiendo mediante un ultimátum que Francia permaneciera neutral, el 2 se decretaba la movilización general, el 3 de agosto Alemania declaraba la guerra, nada podía hacerse ya, Francia que había tenido un papel pasivo en la crisis de julio de 1914 se vio obligada a intervenir en apoyo de su aliado y aprovechando la única oportunidad de enfrentarse en ciertas condiciones equitativas a Alemania (MacMillan 2013: 696-697).

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En las primeras batallas Francia movilizó 1.046.000 hombres, insuficientes para enfrentarse a los 1.690.000 alemanes, los ejércitos franceses se estrellaron de frente contra las líneas alemanes demostrando la ineficacia del plan XVII, como declara Mitchell “In the Great War, after all, France was saved by improvisation more than by planning, by dirt trenches more than by concrete fortifications, by German faults more than by French virtues, and by the heroism of soldiers more than by the foresight of generals” (Mitchell, 1981: 62). Del 7 al 23 de Agosto 206.515 franceses morirían en combate contra los 136.417 alemanes. La guerra se había desatado, Francia solo se libraría del peligro de ver nuevamente caída su capital en la batalla del Marne en septiembre de 1914 debido a un error de cálculo alemán y a una rápida concentración de reservas (Porch 1989: 364). Desde allí a finales de la guerra, la guerra de trinchera, cuyo ejemplo clásico para el caso francés es Verdún demostraría lo equivocada que estaba las ideas de ofensiva (Porch, 1989: 363).

EL EPILOGO.

Francia llegó a movilizar cerca de 5.192.000 hombres a lo largo de la primera guerra mundial, de esos murieron 1.400.000, un 27% del total. Se trató de un esfuerzo imponente a pesar de su fragilidad demográfica (Stevenson, 2013: 101), si tuviéramos que comparar, en Alemania murió un 20% del total de sus hombres movilizados. Las bajas francesas fueron cuantiosas, en la primera batalla del Marne las pérdidas fueron de 227.000, en Verdún en 1916 murieron 377.000 soldados, en el Somme 203.000, y en el Chemin des Dames 187.000, (Setzen, 1978: 87)

Francia intento sobrevivir con el sentimiento de inferioridad nacido al alero de la guerra de 1871, en cierto sentido lo logró al volver a crear un Imperio colonial, y cuando las preocupaciones internas fueron superiores a los imperativos de la política exterior. La salida de escena del sistema bismarckiano llevó a que Francia revirtiera la balanza y forjará alianzas. La alianza con Rusia fue fundamental, ya que a la larga los ejes de los

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conflictos europeos se decantaron en el área eslava donde Rusia y Austria tenían intereses contradictorios. Finalmente tanto Alemania como Francia fueron a la guerra por sus alianzas y compromisos, Francia fue a la guerra finalmente por que no tuvo otra opción, pero también porque no habría nunca más otra oportunidad para vengar un espíritu nacional que desde 1910 volvía a reclamar revancha.

Esto dejó una marca indeleble en la sociedad francesa, alteraría totalmente la estructura social y demográfica, este sacrificio humano junto al espíritu de revancha se manifestó en las condiciones durísimas del tratado de Versalles. Para septiembre de 1939 los franceses irían a la segunda guerra mundial con este espíritu, el ejército francés en 1939 no era inferior al alemán en medios, pero el recuerdo de las víctimas y del sufrimiento finalmente pesarían más que cualquier estrategia, tanto en el soldado común como en los generales, quienes eran los mismos que en la primera guerra habían comandado la victoria aliada y francesa.

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