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Firma invitada · origen y la motivación de algunos de ellos, lo relevante de verdad es que, aun sin darnos cuenta la mayoría de las veces, ... cerrando el círculo, las personas

Oct 14, 2018

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Si hay una disciplina que ha marcado mi trayectoria investigadora como ninguna otra, esa ha sido la toponimia. A ella voy a dedicarle unas líneas en este espacio de reflexión que tan amablemente se me ha ofrecido.Los topónimos, los nombres de lugar, han estado muy presentes en mi vida académica, pero más allá del estudio y del análisis que yo haya llevado a cabo sobre su funcionamiento, sus características y, en especial, sobre el origen y la motivación de algunos de ellos, lo relevante de verdad es que, aun sin darnos cuenta la mayoría de las veces, los topónimos también están muy presentes en la vida cotidiana de todos nosotros. Convivimos a diario con ellos, están insertos en nuestro paisaje lingüístico y, como amplios designadores de la realidad, no se podría concebir el mundo sin su existencia.Los topónimos son las denominaciones con que se designan lugares, ya sean calles, plazas, pueblos, ciudades, regiones, países, ríos, valles, montañas, sierras o cualquier otro tipo de entidad geográfica. Por medio de los topónimos los lugares se identifican y localizan, con todo lo que esto, además, implica en nuestros días. Se pueden situar en el espacio toda clase de hechos o acontecimientos, leer e interpretar mapas, hacer uso de sistemas de geolocalización, acceder directa e intuitivamente a muy diversas fuentes de información –y no solo geográfica–, desarrollar infraestructuras con datos espaciales, etc., etc.Pero los topónimos son asimismo muy útiles por otras razones y es que a partir de ellos, mediante la forma que han adoptado y gracias a su motivación o al significado originario de los nombres que los han constituido, se pueden conocer diversos aspectos de los lugares que denominan: Alcalá de Henares y Guadalajara, por ejemplo, son topónimos castellanos de origen árabe, que vienen determinados por un primitivo asentamiento en torno a un castillo o a un río –el mismo que hoy se ve en el primero de los dos nombres– y que mantienen viva la notable impronta de la cultura árabe en este país que hoy llamamos España –otro topónimo que nos puede decir muchas cosas, más allá incluso de su precedente romano Hispania–.Los topónimos, como se ve, están en boca de todos, y la toponimia, entendida como conjunto de topónimos, pero asimismo como la disciplina que los estudia, es un campo apasionante y enriquecedor, de gran valor para quien se interese por las lenguas y la cultura de un determinado territorio: los nombres geográficos integran las lenguas y conservan formas que hacen patente su evolución, son preciados testigos de la historia y de los modos de vida de ayer o de hoy, y permiten obtener información en no pocos y variados ámbitos del conocimiento (lingüística, geografía, historia, arqueología, biología, antropología…). Es de justicia, por ello, que hayan sido considerados patrimonio cultural inmaterial, tal como quedó establecido en la Novena Conferencia de las Naciones Unidas sobre la Normalización de los Nombres Geográficos de 2007.Los nombres de lugar se erigen en ocasiones, además, como unidades político-socioculturales de primer orden, así como símbolos identitarios de los territorios en los que se encuentran. No se debe olvidar que los topónimos están ligados a la tierra y la tierra a las personas, por lo que, cerrando el círculo, las personas también se vinculan e identifican con los nombres de los lugares donde han nacido, donde viven o con los que tienen cualquier otra vinculación. Por eso mismo, aunque los topónimos no tienen significado, en tanto que son nombres propios, poseen, en cambio, un gran poder evocador; de ahí que a menudo no sea baladí la forma que adoptan y lo que esta pueda evocar o representar. Y esto vale para los tan traídos y llevados exotopónimos y endotopónimos (¿Lérida o Lleida? ¿La Coruña o A Coruña?), que en principio deberían utilizarse en función de la lengua a la que pertenecen, o para los topónimos problemáticos por su homonimia (conocido es el caso, entre otros muchos, de la población de Asquerosa, vinculada a la vida de García Lorca, que acabó cambiando su nombre por Valderrubio). El viejo aforismo latino bonum nomen, bonum omen ‘un buen nombre es un buen presagio’ parece intervenir en esta clase de retoponimizaciones, que, con todo, no siempre se dan. Pero esa es ya otra historia y nos alargaríamos demasiado si siguiéramos por esa senda, una de las múltiples que nos hacen comprender la importancia de llamar a los lugares por su nombre y que, en definitiva, ese nombre sea uno y no otro.

Jairo Javier García Sánchez

Firma invitadaLa importancia de llamar a los lugares por su

nombre

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COMITÉ DE REDACCIÓN

Fernando Larraz

Cristina somoLinos

ainhoa rodríguez

PatriCia Pizarroso

soFía gonzáLez

aLexandra ChereChes

Yara Pérez

noeLia izquierdo

marta sobas

raqueL LóPez

VeróniCa enamorado

gema Cuesta

aLejandro riVero

míriam rodríguez

Cristina ruiz

maría Loriente

PauLa maYo

Cristina suárez

soLedad abad

jaVier heLgueta

Colaboran en este número:

Gustavo Díaz Contreras, Jairo Javier García

Sánchez, María Luisa Suárez, Almudena

Vega, Irene X.

FIRMA INVITADAPágina 3

MIRADASPágina 4

BIBLIOTECA CLÁSICAPágina 8

INÉDITOSPágina 10

RESEÑASPágina 12

ARTÍCULOSPágina 30

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de juego al ejercicio literario, se le otorga una fuerza y una dinámica a la expresión que alcanza al lector de una manera que la literatura “seria” sería incapaz de hacer. Así, se comunica con la parte infantil que pervive en todo lector, y que le permite mirar con los ojos de su infancia, cuando sus valores no estaban tan firmemente instituidos y un mundo de posibilidades todavía no se había cerrado ante él. Por ello, esta serie de cuentos en los que unos seres imaginarios, como son los cronopios y sus antagónicas famas, y también las llamadas esperanzas, se suceden como pequeñas bromas literarias en las que el contenido se percibe jugando. Aptas para niños y necesarias para adultos, Cortázar devuelve la importancia al humor en la literatura, capaz en su propia aparente trivialidad de devolvernos a un mundo donde todo era aún posible. Sirva de ejemplo este pequeño relato, lleno de significado en su simplicidad:

Ahora pasa que las tortugas son grandes admiradoras de la velocidad, como es natural. Las esperanzas lo saben, y no se preocupan. Las famas lo saben, y se burlan. Los cronopios lo saben, y cada vez que encuentran una tortuga, sacan la caja de tizas de colores y sobre la redonda pizarra de la tortuga dibujan una golondrina.

Las primeras incursiones de Cortázar en el universo de lo fantástico tienen como protagonista a la propia fantasía, pecando quizá en libros como Bestiario de

presentar personajes en cierto sentido arquetípicos, sin individualidades auténticas entre ellos. El cambio de paradigma lo encontramos en un cuento con el que además, por primera vez, el escritor muestra su inclinación hacia la música, en concreto la de jazz. Se trata de El perseguidor, inspirado en la figura del saxofonista Charlie Parker. Este músico de principios del siglo XX tuvo una vida de excesos, en la que se sucedieron episodios turbulentos relacionados con el abuso de sustancias prohibidas, como lo son las drogas y el alcohol; sin embargo, lo verdaderamente extraordinario fue su talento musical, con el que alcanzó las más altas cimas del jazz, abandonándose en sus interpretaciones a una imaginación desbordante. En el relato, el músico, a quien se le da el nombre de Johnny Carter, se encuentra en una situación de decadencia física y moral, mientras un biógrafo llamado Bruno se dedica a hacerle preguntas, con las que trata de comprender el porqué de su innata capacidad creativa. El saxofonista aparece superado por las cotas que su propio arte llega a alcanzar; así, la música casi sobrenatural de un músico excepcionalmente dotado le sirve a Cortázar para indagar en la concepción del tiempo, tal y como lo asumimos en nuestro mundo occidental. En este caso, los sonidos que componen las creaciones jazzísticas del protagonista conforman un puente hacia un tiempo donde todo cabe, que está más allá del que se compone de agujas de reloj. Sirva de ilustración el siguiente fragmento, en boca del

MiradasReportaje

El pasado año 2014 se cumplían 100 años del nacimiento de Julio Cortázar. La casualidad dispuso que tal evento tuviera lugar en un espacio convulsionado por los odios

extremistas que provocaron la sangrienta Primera Guerra Mundial, ya que, aunque de padres argentinos, el trabajo de su progenitor como diplomático quiso que naciera en Bruselas. Resulta paradójico que un creador de universos imaginarios tan ricos viniera al mundo en un clima tan hostil. Pero así fue, y su escritura se acabaría perfilando como un canto a la imaginación, al juego literario, a la fantasía que va más allá de la pura anécdota, del puro estilo, que abre las puertas de lo real y nos lleva a plantearnos si esto que hemos llamado realidad no es más que otro puro juego, otra fantasía lingüístico-histórica, otra novela. En definitiva, su escritura, lejos de ser simplemente fantástica, creaba ambigüedades y, con ello, reflexiones acerca de lo que nunca nos cuestionamos, de lo cotidiano, de lo “real”. Sirvan, pues, estas líneas como preámbulo para adentrarnos en una de las más fascinantes escrituras que surgieron a lo largo del siglo XX, y probablemente de la historia literaria en lengua hispana.

Los inicios de Cortázar se muestran tan humildes como lo fue su personalidad a lo largo de toda su vida, incluso cuando ya gozaba de un siempre merecido respeto y admiración. Fue profesor en colegios y universidades argentinas hasta la dictadura de Perón, cuando, como muchos otros intelectuales de su país, decide emigrar y, al serle concedida una beca, se traslada a París. Ese mismo año se publica su primer libro importante, Bestiario, en Argentina. A los treinta y siete años, Cortázar parece haber encontrado su camino, ya que en esta primera colección de cuentos sienta las bases de lo que sería su poética. Tanto en esta obra como en muchas de las posteriores se trataba de buscar

los intersticios por los cuales la realidad ontológica sufría una distorsión, penetrando de este modo en el universo de lo fantástico, en el que lo irracional y fantasmagórico se confundía con realidades sobre las que parecía no haber duda. En un primer momento se podría pensar en un entronque con el surrealismo o el realismo mágico, pero lo cierto es que Cortázar va más allá. Él no renuncia a la realidad en sus escritos, sino que la observa detenidamente, adentrándose en las profundidades de aquello que se nos muestra en apariencia y que esconde un mundo de imágenes fantasmagóricas, en ocasiones monstruosas. El mismo autor explicaba en sus conferencias su peculiar visión de la realidad: “Me di cuenta de que yo vivía sin haberlo sabido en una familiaridad total con lo fantástico porque me parecía tan aceptable, posible y real como el hecho de tomar una sopa a las ocho de la noche […]. Yo aceptaba una realidad más grande, más elástica, más expandida, donde entraba todo”.

Así pues, en París se abre la “caja de Pandora” de los sueños cortazarianos, dando comienzo a una actividad literaria muy productiva. Entre su extensa obra se mencionarán aquí una serie de títulos, que nos servirán en este ensayo para asomarnos al apasionante mundo del escritor. De su primera etapa parisina destaca por su originalidad el libro Historias de cronopios y de famas (Buenos Aires, 1960). En ellas no encontramos una estructura compleja, sino todo lo contrario: Cortázar nos presenta unas narraciones simples y, en apariencia, inocentes. Y es que, efectivamente, se trata de cuentos breves donde impera lo lúdico. Pero el juego en Cortázar es algo tan significativo como lo puede ser para un niño, pues pese a que este, como es evidente, busca divertirse mientras juega, cuando juega lo hace en serio. El jugador infantil entra en un mundo exclusivo y sumamente importante mientras dicho juego dura. De este modo, al aplicar la noción

Caballos y unicornios: el universo de Cortázar

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Como vemos en este recorrido por el universo cortazariano, el escritor no se puso límites en la creación literaria. Tanto en sus historias, donde la profundización de la aparente insípida realidad acababa en mundos inexplicables, como en su forma de escribir, que respondía a ritmos latentes que podían no ser gramaticalmente “correctos”, se mostraba como un investigador ansioso por exprimir los límites de lo establecido. Todo ello desembocaría en la creación de una de las obras maestras de la literatura contemporánea: la novela (o anti-novela) Rayuela. Su mismo comienzo da una pista al lector sobre el carácter ambiguo de la lectura que está dando comienzo, ya que la primera página consta de un “Tablero de dirección”, donde se cita textualmente: “A su manera este libro es muchos libros, pero sobre todo es dos libros”. Acto seguido se invita al lector a elegir dos posibles lecturas: una lineal, del capítulo 1 al 53, dejando de lado los “capítulos prescindibles”, que completan la última parte de la obra, y otra que empieza en el capítulo 73, y que sigue una estructura que salta de un capítulo a otro, como en una rayuela. El recorrido que propone Cortázar supone una colaboración con un cierto tipo de lector, el “lector cómplice”, y muestra que en su misma concepción la novela está abierta a, por lo menos, dos posibles interpretaciones. Esto no podía ser de otra manera en una obra cuyo objeto principal es el cuestionamiento de absolutamente todo, desde las fisuras de la cultura occidental al mismo concepto de novela. Esta proposición novelística no está compuesta de pasajes que se engarzan uno detrás de otro siguiendo una coherencia imitativa con lo que entendemos como realidad, ya que en la novela, que podríamos considerar aleatoria, se suceden capítulos dispuestos como en un collage; estos, bajo su aparente heterogeneidad, invierten los valores que el protagonista, Oliveira, no acepta en la novela lineal. Las lecturas que se han hecho sobre ella dan fe de su extraordinaria riqueza, pero aquí nos centraremos en los temas que hemos venido desarrollando, lo lúdico, la música de jazz y el lenguaje.

El juego en Rayuela aparece en su misma estructura, ya que al lector no se le invita a leer, sino a jugar. Se trata de nuevo del “juego en serio”, que alcanza niveles metafísicos en un pasatiempo consistente en avanzar por la “tierra” (casillas), lanzando una piedrecita para poder alcanzar el “cielo”. Lo que Oliveira desea es encontrar el llamado kibbutz del deseo, o lo que es lo mismo, el sentido de la vida inmersa en una cultura repleta de fisuras, y que se presenta para él como un sinsentido. En sentido metafórico, la crítica se

dirige hacia la cultura occidental que, traspasada por siglos de convenciones más o menos aceptadas por la mayoría, ha olvidado las reglas del juego de la vida. Debido a esto, las personas parecen moverse en una rayuela sin salida, saltando de una casilla a otra sin un fin, sin porqués. No es casualidad que la novela lúdica acabe en un bucle que lleva al lector del capítulo 58 al 131 y viceversa. Una de las convenciones que más afectan a esto que hemos acordado como realidad es el lenguaje, que parece haberse anquilosado, a juicio de Oliveira. De este modo, aquello que debería estar puesto al servicio de la comunicación es visto como una traición, otra vez como una serie de pseudo-realidades asumidas que nos impiden percibir realmente al otro como lo que es, pues lo que nos han dicho que “debe ser” ciega nuestros ojos a lo auténtico y, de nuevo, nos impide alcanzar el “cielo” de la rayuela, o el sentido de la vida. La novela cuenta con multitud de pasajes donde el anquilosamiento del lenguaje se muestra a través de lo lúdico, como el glíglico (lenguaje inventado) o los juegos con el diccionario (llamado no sin ironía cementerio). Pero Cortázar no es totalmente pesimista en cuanto a las posibilidades del lenguaje, pues en su creación literaria, como ya hemos visto, relaciona esta con un ritmo interior que le lleva a adoptar una sintaxis diferente, única. La música es la encargada de sanear el lenguaje, de devolverle su autenticidad. En concreto, la improvisación que conlleva el jazz conforma la base de la escritura de la obra, cuyo estilo recupera las voces de la tierra argentina, que une voces porteñas a un estilo que parece fruto de una improvisación, y, por lo tanto, resulta para el lector natural y auténtica. Dicho “lector cómplice” ya no realiza una simple lectura silente, sino que entra en diálogo con el autor, impregnándose de este ritmo que le alcanza como un mensaje cifrado.

En conclusión, las valoraciones que se han mostrado son solo unas de las muchas que pueden hacerse ante una escritura tan abierta, tan rica, tan llena de posibilidades. Ni siquiera es necesario adentrarse en las profundidades de contenido que se encuentran detrás de sus imágenes fantásticas, pues lo verdaderamente auténtico en la lectura de Cortázar es ese ritmo que te envuelve, con el que la realidad ya no es tal, que se apodera de tu mente de una manera sutil, y que termina por ampliar tu imagen del mundo y, por supuesto, tu concepción de la literatura. Definitivamente, un creador genial.

Raquel López

propio Carter-Parker:

Bruno, si yo pudiera solamente vivir como en esos momentos, o como cuando estoy tocando y también el tiempo cambia… Te das cuenta de lo que podría pasar en un minuto y medio… Entonces un hombre, no solamente yo sino esa y tú y todos los muchachos, podrían vivir cientos de años, si encontráramos la manera podríamos vivir mil veces más de lo que estamos viviendo por culpa de los relojes, de esa manía de minutos y de pasado mañana…

Como se puede apreciar, en este caso es la vía musical la que permite a Cortázar sumergirse de nuevo en el terreno de la fantasía. Sin embargo, vemos cómo este universo fantástico no aparece como una región en la que la realidad puede introducirse y con ello ser más rica, sino que se trata de la experiencia de una persona que fue de carne y hueso, y para la que el terreno de lo inexplicable supuso una experiencia en ocasiones más real que la vida misma.

La relación de Cortázar con la música no quedó, como hemos podido comprobar, en una simple elección como tema para sus relatos, sino que le permitió indagar en lo fantástico, que de forma tan nítida aparecía ante sus imaginativos ojos. La esencia musical la podemos encontrar también en su propia escritura, no en una cierta disposición de sonidos del lenguaje, como lo entendía la poesía modernista, pero sí en algo que él llamaba “prosa musical”. Según sus propias palabras: “Una prosa que acepta y que busca

incluso darse con esa obediencia absoluta a un ritmo, a un latido, a una palpitación que nada tiene que ver con la sintaxis, […] Leemos esa prosa de alguna manera como cuando escuchamos ciertas músicas y entramos totalmente en una especie de corriente que nos saca de nosotros mismos y nos mete en otra cosa”. O dicho de otro modo, la escritura de Cortázar responde a un ritmo que le lleva a, por ejemplo, colocar sus comas en lugares considerados “académicamente incorrectos”, o a disponer los elementos sintácticos de manera intuitiva y, de nuevo, formalmente errónea. Sin embargo, esta libertad creativa le permite crear una comunicación especial con el lector, que recibe un doble mensaje: por un lado, el que le llega como historia o suceso, el contenido del texto en sí, y por otro, uno de tipo intuitivo que no puede explicarse, y que se basa en cadencias internas y ritmos profundos. Dichos elementos musicales convierten la lectura en un encuentro del receptor consigo mismo, en concreto con esa parte que se muestra de manera intrínseca en cada uno de nosotros y a la que tratamos de silenciar inmersos en una sociedad donde el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto, e incluso la idea de qué es la vida, parece haber sido ya establecida. La honestidad de la que hizo gala a lo largo de toda su vida consiguió que su creación literaria no se adscribiera a ninguna tendencia, pues el camino que fueron tomando sus narraciones se mantuvieron en todo momento en un plano artístico único, respondiendo a este ritmo interno que, sin duda, sigue transmitiendo a sus acérrimos seguidores.

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la vida de Ignatius J. Reilly. Hijo único de una viuda, en la treintena, sin trabajo y con problemas de actitud y de higiene personal, además de extravagante y malhumorado hasta el extremo de la misantropía. La novela comienza con Ignatius y su madre, la señora Irene Reilly (que recuerdan a Toole y a su madre) en un bar de Nueva Orleans. Cuando salen del local de manera precipitada, la madre, bebida, estrella el coche familiar contra una vivienda particular. La pareja contrae una deuda que no puede saldar, con lo que Ignatius tendrá que entrar en el mercado laboral, un mundo hasta ahora desconocido y misterioso para el protagonista. La novela se desarrolla a partir de este momento a través de los distintos encuentros del protagonista con varios personajes y sus reacciones ante él, además de reflejar la visión del mundo de Reilly, que provoca espanto y risa a la vez.

El lector ve el mundo moderno a través de las grasientas lentes de Ignatius, en un texto profundamente satírico que refleja la diversidad de Nueva Orleans, pero que puede extenderse a toda la sociedad americana. Uno de los puntos fuertes de la novela es el despliegue de personajes secundarios, merecedores cada uno de una trilogía, que representan los distintos ambientes y arquetipos que habitan la ciudad: la burguesía, la fábrica, la universidad, los bares, la policía (posiblemente el personaje más memorable es el ingenuo patrullero Mancuso) e incluso el ambiente

homosexual, con el personaje de Dorian Greene. El mismo Ignatius lleva un registro de todo esto en su colección de cuadernos personales, una especie de diarios que él intenta convertir en una obra maestra de la literatura.

Reilly es a la vez tedioso y divertido para el lector, plasmado sobre el papel provoca la carcajada pero también el rechazo al extrapolarlo al mundo real. El choque entre este personaje chiflado y la realidad es inmenso. Como en el episodio en Levy Pants, en el que archiva los documentos tirándolos a la papelera a escondidas, y le alaban por la rapidez con que organiza la pila de informes, que se acumulaban en torres antes de que él llegara. O el de la fiesta de Dorian Greene, en el que Ignatius expone sus ideas para conquistar el poder mediante la infiltración masiva de homosexuales pacifistas en el ejército. Lo más llamativo del estrambótico personaje es que en todo momento tiene clara su supuesta superioridad ante el resto del mundo, de ahí el título de la novela, una sentencia de Jonathan Swift, “cuando en el mundo aparece un verdadero genio, puede identificársele por este signo: todos los necios se conjuran contra él”.

Verónica Enamorado

Biblioteca clásicaSección de clásicos

La conjura de los necios: el éxito tardío de una obra atemporal

El 26 de marzo de 1969, a los 31 años de edad, John Kennedy Toole (Nueva Orleans, 1937) enchufó una manguera al tubo de escape de su coche y murió por inhalación de gases en el arcén de una carretera secundaria.

Toole fue el hijo único de un matrimonio de edad avanzada, con una madre de personalidad fuerte y extravagante con la que sostenía una relación que podría definirse como tormentosa. Era un excelente estudiante que saltó cursos en el colegio y dirigió el periódico del instituto. A los 16 años escribió la primera de sus dos novelas: La biblia de neón, que siempre rehusó publicar por considerarla infantil y de mala calidad. Después de conseguir un máster en Literatura Inglesa en un solo año en la Universidad de Columbia, dio clases en la Universidad de Lafayette en Louisiana y luego en el Hunter College de Nueva York. Cuando contaba 23 años de edad fue llamado a filas, e hizo el servicio militar en Puerto Rico enseñando lengua inglesa a los reclutas que no la hablaban. Durante esta estancia en Puerto Rico (1961-1963) escribió la novela por la que se le recordaría, La conjura de los necios. Tras sus años en el ejército volvió a Nueva Orleans y se trasladó con sus padres, ya que su padre estaba enfermo y su madre demandaba su compañía. Trabajaba como profesor en el Dominican College y estudiaba para doctorarse. Fue entonces cuando empezó a recorrer editoriales para publicar La conjura de los necios.

Todas las puertas se cerraron y solo recibió rechazos, lo que le causaba una enorme extrañeza y confusión ya que Toole estaba convencido de que había escrito una obra maestra. Siguiendo el consejo de algún editor, corrigió varias veces el texto, pero la fórmula seguía sin funcionar. El desengaño con el mundo editorial le hizo caer en la depresión y el pesimismo, desarrollando una adicción al alcohol. En 1967 renuncia a revisar

más el texto, dándose por vencido en su búsqueda de editor. Amigos y familia comienzan a notar en él cambios en su carácter, más sombrío, introvertido y receloso. En enero de 1969, ya sin trabajo, discute con su madre y se marcha de su casa sin comunicar a nadie su destino. Dos meses después moría en su coche, dejando una nota de suicidio que su madre destruyó inmediatamente, por lo que nunca se ha sabido su contenido. Fue ella misma la que, a los 67 años, se encargó de llevar el manuscrito de su hijo a varias editoriales durante cinco años para honrar su memoria, consiguiendo el mismo resultado que Toole. Pero, por fin, en 1976 contactó con Walker Percy, un escritor que daba clases en la Universidad de Loyola. Thelma insistió tanto que Percy no tuvo más remedio que comenzar a leer el manuscrito y, sorprendido por la calidad de su contenido, decidió interceder. En 1980 salió a la luz la edición de La conjura de los necios de la Universidad de Lousiana. Después de su publicación, todo se sucedió rápidamente. Fue un éxito literario inmediato, ganó el Premio Pulitzer al año siguiente y hasta la actualidad ha sido un fenómeno de ventas, siendo traducida a más de dieciocho idiomas.

La otra novela que Toole escribió en su adolescencia, La biblia de neón, no se pudo publicar hasta 1989. El autor no quiso publicarla en vida por considerarla una obra inmadura, y su madre respetó esta decisión, incluyendo una cláusula en su testamento para que no se publicara tras su muerte. Sin embargo los demás herederos de Toole consiguieron, mediante decisión judicial, los derechos de publicación. La estupenda novela (difícil de creer que sea obra un chico de dieciséis años) cuenta la historia de un adolescente y su disfuncional familia en un pequeño pueblo de Mississippi, con la presencia de una tía extravagante con la que tiene una especial relación.

La conjura de los necios narra una pequeña franja de

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InéditosSección de creación

I. YoSolo íntimamente entiendo a la bestia

cuando domina los bosques de plástico;la asfixia ante una conciencia de lámina.

La noche está sudando geometríadice: el asfalto mece tu coloquio

adormeciendo a un centauro brutalque hemos formado junto a lo inmediato.

II. Yo y ellosLa lluvia lame el cristal

me he sentado con las deportivas mojadas;nos movemos pero sin estar.Hacia dónde, desde o antes;

siempre fue antes desde ahora(las sombras se sentarán donde yo estuve).

Suceder es un movimiento desde el que observamos;la muerte es un movimiento del que nos observan

la sangre, por ejemplo, hacia dónde desde siempre,no, desde ahora:

la sangre se seca en la ropa para estar.Algún día nos revelarán que tuvimos suerte.

Se ha estrellado una abeja en mi ventanacon un sonido agotador y

mis dedos al trasluzflorecen en patrones que carecen de patrones;

se despierta, a sí mismo, el paraísocomo una ilustración de la palabra,

¡pero florece! Te suplican,y arrastras una oscura lámina donde otra vez

la palabra todo es un discurso inagotable,pero está mal, no coincide, se interrumpen:

sin embargo las palabras son patronesy el tiempo me es ajeno como ver morir a alguien.

Almudena Vega

El discurso del centauro

Otros

Para cuando salimos del túnel todo ha cambiado ya. Solo sé que estoy sentada en el tren porque noto el asiento debajo de mí, pero los pies me cuelgan hacia un vacío plagado de galaxias. Me estaba esperando en el cristal, como siempre. La oscuridad ha sido su vía de escape y cuando sentí la sacudida ya era tarde. Miro a los otros reflejos que están sentados conmigo, pero ellos no me miran a mí. Miran hacia las ventanas, esperando. Esa seré yo a partir de ahora.

Verónica Enamorado

Carta al invierno

Vivo a duras penas, a penas que son más fuertes que esta piel y que estos huesos que hasta en verano parecen abrigo.

La gente ya no distingue que estés perdida de que no te encuentres demasiado bien. Así que creo que estoy triste por estar en algún sitio donde no me obliguen a enseñar los dientes con formalidad y sumisión.

Su misión es someterme. Hacerme partícipe de una primavera que no he pedido, creerme devota de un verano que no me agrada.

El sol en invierno es una criatura benevolente, que te ilumina el rostro sin quemarte, pero en verano... El sol en verano es la viva imagen de un corte de mangas al demonio, y no me extraña. Yo también estaría muy enfadada si hubiese sido lo mejor del invierno sin que nadie se percatase.

Ahora entiendo a muchas mujeres.

He salido a pasear los ojos, y algunas flores de los árboles me recuerdan a cuerpos inertes sostenidos por sogas, quitándose la vida por habérsela cedido a otro.

Las arrancaría todas, ¿sabes? Merecen vivir.

Desde que no encuentro mi sitio en la estación no consigo hacerlo en el cenicero.

No me gusta la primavera; y si tengo que explicar que lo que siento no es vacío sino disparos, me pongo a tiro de cualquier paredón de inocentes buscando perder la inocencia.

No sabes cuánto se echan de menos las cosas que no se echan de menos en primavera. Nadie olvida a nadie en primavera, solo olvidan echar de menos. Por eso el otoño duele tanto, ¿entiendes?

Duele por gilipollas.

Toda esa gente en las terrazas que el tiempo cubrirá de nieve, ¿dónde se meterán entonces? ¿En qué recurso poético lleno de cerezos se ampararán?

Que Ángel González nos libre de que nos baste así demasiado tarde.

Hay que querer con la misma entrega con la que te quitas el frío de los pies, intercambiando el frío de uno al otro.

Nadie tiene los pies fríos en primavera. Y si los tiene, mal asunto.

Verás, soy mujer. Y dejo que las mariposas se suiciden cada veintiocho días, y sufro el dolor de quien pierde un hijo durante cuatro; y pido perdón por las lágrimas sólo si manchan la ropa, el suelo o las manos de otro.

Me disgusto con frecuencia, cambio de estado de ánimo con pestañeos. Me abrazo con las piernas a las mismas almohadas imaginando hombros al llorar.

Me masturbo mientras leo, cocino moderadamente bien y dejo de comer durante días si la situación se me come.

Barro mi casa, estén o no estén por mí. Y agradezco con soltura los piropos que me lanzan por la calle.

Soy mujer; amante, amiga, hermana, compañera, puta, musa, enemiga, deseo, nieta, confidente y pequeña, entre otras personas, animales o cosas tontas.

En un mundo sin flores las tumbas estarían llenas de muertos.

Soy mujer; dime qué coño tengo que envidiarle a la puta primavera.

Irene X

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La señorita Julia: de Strindberg a Ullmann

Diálogo con las artesTeatro, cine y exposiciones

Cine

El pasado 12 de diciembre se estrenaba en España la tercera adaptación cinematográfica de la inmortal obra de August Strindberg La señorita Julia. La primera de las versiones es

la de 1951, dirigida por el sueco Alf Sjöberg, mientras que la segunda fue realizada por el cineasta británico Mike Figgis en 1999. Esta vez se ha encargado de la dirección Liv Ullmann, un nombre que asociamos casi sin darnos cuenta al de Ingmar Bergman. No en vano, Ullmann protagonizó nueve de las películas del valorado director. Pero en esta ocasión –y catorce años después de su último trabajo en el cine–, la directora se desliga por completo de Bergman para conectar con Strindberg, con su obra y con la esencia de su naturalismo.

La señorita Julia nos traslada a una noche de San Juan de finales del XIX en una lujosa mansión, donde Julia –interpretada por Jessica Chastain– se queda sola ante la ausencia de su padre. Intercambiará con un mayordomo –al que da vida Colin Farrell– una relación casi sadomasoquista de poder, en el que este pasa de uno a otro y que acabará por sobrepasarlos. En esta relación se encuentran los preceptos más profundos del naturalismo de Strindberg, que Ullmann plasma magistralmente en su adaptación. Lo que nace entre Julia y su mayordomo está determinado por el aquí y ahora (hic et nunc): por la clase social, el sexo, el ambiente y la herencia biológica. La acción de la obra evoluciona a través de las conversaciones convertidas en batallas por el control del poder. Por lo menos hasta que lo que hay entre ellos se consume y se transforma, afectando especialmente a la señorita Julia, que se descompone ante el espectador trascendiendo incluso de lo personal a lo ambiental, tal y como podemos ver con las terribles metáforas de la perra preñada o del canario decapitado. Siguiendo esta línea de la dramaturgia, no vieron necesario incluir recursos visuales que pudieran distraer la atención del espectador. En cambio, se adentrará en la psicología de los personajes, en sus circunstancias, sus preocupaciones y sus ambiciones. Ullmann pone el foco en encuadres cortos, impecables y cautivadores. Cada plano parece ser una parte necesaria para

construir el amor y odio entre Julia y John, para constituir el universo de La señorita Julia.

Es necesario llamar la atención sobre la fantástica interpretación del dúo protagonista: Colin Farrell y Jessica Chastain en sus respectivos papeles. Farrell encaja a la perfección con John, un criado altivo, manipulador y canalla pero también, en ocasiones, perdido y pávido. Chastain, por su parte, encarna a la señorita Julia con fuerza y delicadeza, aunque sus mejores momentos serán precisamente los más agónicos. Su dolor se eleva y se hace casi palpable para el espectador. Para moldear la excelente y elegante fotografía de Mikhail Krickman, se ha elegido la música de Bach y Schubert. Las piezas adoptadas conjugan a la perfección con la obra y consiguen intensificar la interpretación Chastain en su parte más desolada, frágil y dolorosa.

Una de las críticas que se han hecho a la adaptación de Ullmann es que la imprimación de lo más teatral a la gran pantalla provoca que la adaptación quede impedida, falta de un ritmo que se entiende necesario en el cine. Es cierto que el ritmo de la película es lento, lo que junto a la abundancia de diálogos, la hace poco cinematográfica. Este seguramente sea el punto negativo más relevante que señalar. Aun así, en mi opinión, no supone realmente un problema muy grave. Estas características al menos permiten que los lectores de Strindberg puedan reencontrarse con él en la butaca del cine.

Gema Cuesta

La señorita JuliaDirección: Liv Ullman

Guion: Liv Ullmann, basado en la obra de August Strindberg

Reparto: Jessica Chastain, Colin Farrell, Samantha Morton

Duración: 129 minutos

Juegos, meriendas y bebedores

“Por ser los asumptos tan difíciles y de tanto que hacer, como la Pradera de San Ysidro, en el mismo día del santo, con todo el bullicio que en esta corte

acostumbra haver, te aseguro que no las tengo todas conmigo”. Este fragmento, de una carta de Francisco de Goya (Zaragoza, 1746 - Burdeos, 1828) dirigida a Martín Zapata en 1788, da cuenta de algunas de las impresiones que el pintor tenía acerca de determinados ambientes de la capital española, a los que retrata con su ejemplar estilo en numerosas obras reunidas en la exposición Goya en Madrid, organizada por el Museo del Prado. En ella, junto a los cartones de tapices elaborados para Carlos III, se exhiben tanto pinturas y esculturas de autores coetáneos a Goya como otras creaciones pasadas que pudieron influir de algún modo en el artista: los modelos grecolatinos, la pintura flamenca e italiana, las obras de Rubens o Tiziano, etc. Así, por ejemplo, a lo largo de la muestra pueden entreverse las diferencias entre el estilo y la técnica del zaragozano y Ramón Bayeu o José del Castillo, contemporáneos suyos, a los que supera palmariamente.

La estructura de la exposición, dividida en ocho secciones, ofrece un panorama integral de los trabajos de Goya en Madrid, así como un interesante testimonio de la vida urbana en la Ilustración, en la que contrasta el lujo de los temas cortesanos con la miseria de la calle o donde se confrontan las diversiones y juegos del pueblo con la burla y el engaño de otros entretenimientos considerados poco morales e incluso nocivos para la sociedad (Jugadores de naipes, 1777-1778). Esta disparidad viene magistralmente representada por Goya a lo largo de los temas que organizan la exhibición: La caza, Los divertimentos, Las clases sociales, La música y el baile, Los niños, Los sueños, Las cuatro estaciones y El aire, que hace referencia a la curiosidad por el vuelo y a los nuevos inventos del período. Destacan igualmente temas sociales como el fenómeno del majismo, con la sensualidad y el descaro de las majas, que buscan medrar a cualquier precio (Baile a orillas del Manzanares, 1776-1777) o el presunto bandolerismo en obras como El resguardo de tabacos (1780). Otras estampas como El bebedor o La riña en la venta nueva (ambas de 1777) evidencian el soberbio uso del paisaje por parte de Goya, así como su empleo de los colores

de la naturaleza y del movimiento. Los bailes, las romerías, las meriendas y otras tradiciones y fiestas que tratan “asumptos de cosas alegres y jocosas”, se plasman en La merienda (1776) o en La novillada (1780). En la mayoría de estos ejemplos sobresale el juego con el equívoco y la ambigüedad, pues al final los protagonistas concretos de los cuadros terminan sirviendo como símbolos y metáforas del ser humano en general, con sus virtudes y, sobre todo, con sus vicios: el mundo de los vendedores ambulantes se describe con su humildad y su posible embaucamiento (La acerolera, 1779; El cacharrero, 1779); el jolgorio de las bodas esconde en verdad el matrimonio por conveniencia o para huir de la pobreza (La boda, 1792), aspecto duramente retratado en el Sueño 15, Sacrificio del interés o el Capricho 2, El sí pronuncian y la mano alargan al primero que llega; y, por último, la infancia se perfila nuevamente mediante dicotomías: Los pobres en la fuente (1786-1787) revela las penurias de una familia sin recursos, mientras que Niños con perros de presa (1786) pone de manifiesto el apacible recreo de unos muchachos con un animal.

En suma, el recorrido de la exposición deja constancia de ese mundo bullicioso y complejo de la corte que Goya supo cristalizar con todos los detalles; sin embargo, especial atención merecen las capas menos afortunadas de la sociedad, que en esos años empiezan a cobrar una paulatina relevancia gracias al progreso de las fábricas, por ejemplo. En el paso de las escenas placenteras de Las cuatro estaciones a los grabados como la serie de los Caprichos habrá sin duda diferencias monumentales, aunque este paseo por Madrid del artista aragonés ya nos deja advertir ciertas sombras y claroscuros del siglo de las luces.

Alexandra Chereches

Goya en Madrid. Cartones para tapices (1775-1794)Comisarios: Manuela Mena, Gudrun Maurer

Museo Nacional del Prado28 de noviembre de 2014 – 3 de mayo de 2015

Entrada general: 14€ / Entrada reducida: 7 €

Exposiciones

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Tomaž Pandur y el hombre que vendió su alma al diablo

Tomaž Pandur se ha consolidado como uno de los directores más influyentes de la escena europea contemporánea. Después de ganarse en los escenarios españoles a público y crítica

con su adaptación de Hamlet hace ya algunos años, vuelve con Fausto para rescatar la historia de aquel hombre que se atrevió a vender su alma al diablo, y darle ese toque tan personal al relato y que tanto caracteriza sus montajes. Porque Fausto es de los suyos. Hacía falta que volviese este director esloveno para dejar su aroma en los escenarios españoles. Hay que reconocerlo, los amantes de su teatro lo echaban de menos. Teatro que no solo es teatro porque va más allá gracias a la introducción de elementos como el vídeo-arte o la música. Es un espectáculo artísticamente perfecto, un espectáculo de imagen y sentimiento, es un espectáculo necesario para entender qué es lo que nos trae el teatro contemporáneo a partir del regalo que dejaron los clásicos. Es construir sobre lo ya construido. Y es que hablar de este montaje es hablar de colores y de luces convertidos en un elemento narrativo más y en una marca personal del director. Porque ha conseguido que el público que ya haya asistido a cualquiera de sus otros montajes sepa desde los primeros segundos que esa obra de arte es un producto de Tomaž Pandur, y eso hoy es una meta que muy pocos directores y dramaturgos pueden permitirse alcanzar.

El vestuario es duro y frío y se combina con una escenografía escasa pero no desnuda, gracias a la colocación estratégica de elementos simbólicos y a una excelente dirección de luces y proyecciones. El negro y el gris se convierten en protagonistas de una puesta en escena que reinventa el texto por completo sin apenas modificar la esencia. Un montaje en el que se deconstruyen los roles propuestos por Goethe, y se cuestiona la orientación temática hasta conseguir que empaste con el siglo en el que vivimos y convertirla así en una historia universal. Es una trama perfecta, adaptada con maestría por la hermana del director Livija Pandur y la dramaturga Lada Kastelan, en la que se recupera la leyenda de Fausto, a partir del texto que Goethe tanto tardó en escribir. La reconstrucción del texto original y la visión tan personal de Pandur logran que todo lo que entra en la acción se vaya transformando, consiguiendo simbolizar la diversas metamorfosis que experimentan los seres humanos en su camino hacia todo aquello que desean pero

no poseen. El mal se trata como un elemento omnipresente que nubla la visión de los humanos y les guía en muchos de sus actos hacia la perversión y el egoísmo. Y es que en esta versión, el mal ya no es solo Mefistófeles sino que reside en el núcleo más cercano y amarrado a cada ser humano, la familia. No es aleatoria esta decisión.

El deseo, la ambición, la pasión y el miedo son pilares básicos sobre los que se cimentan los personajes. Las interpretaciones rozan la perfección en un montaje que se convierte en una carrera de resistencia y de obstáculos que todos consiguen salvar. El elenco al completo aguanta las más de dos horas de función sin rebajar ni por un segundo la intensidad. Tienen un control perfecto de subidas y bajadas que consiguen gracias al trabajo de la voz y de la gestión de emociones que extraen poco a poco del texto para construir personajes. Sería injusto no reconocer el mérito del que se erige como guía del resto del elenco, Roberto Enríquez.

Este es un montaje de esos que no hay que perderse, porque es de los que pasará a la historia del teatro español. Y no por el texto, los actores o la escenografía, sino por el producto tan asombroso y personal que consigue su director gracias al conglomerado perfecto de todas las disciplinas relacionadas con el teatro. Tomaž Pandur arriesga hasta el límite con cada uno de sus montajes pero nunca olvida quién es, un director de los pocos que no ha vendido todavía su alma al diablo.

Míriam Rodríguez Torres

Fausto

Lugar: Teatro Valle-Inclán (Centro Dramático Nacional)

Dirección: Tomaž PandurAdaptación: Tomaž Pandur, Livija Pandur y Lada

Kastelan (sobre la obra de Goethe)Reparto (por orden alfabético): Manuel

Castillo, Víctor Clavijo, Roberto Enríquez, Alberto Frías, Emilio Gavira, Aarón Lobato,Rubén

Mascato, Pablo Rivero, Marina Salas, Ana Wagener

TeatroDánae, Venus y Adonis. Las primeras poesías

de Tiziano para Felipe II

Entre paredes azules, frías y singularmente suaves, descansan tres obras apetecibles y densamente revalorizables a medida que pasa el tiempo. Descubiertas como “poesías”,

tanto por el autor (Tiziano) como por el promotor de las mismas (Felipe II), su percepción nos induce a ensimismarnos con el movimiento del arte liberal y completamente seductor, libre de asperezas y obligaciones en su concepción. Su estimulante visión, el despliegue de ondulaciones provocadas por la seda en una primera “poesía” y la hábil carencia en la segunda, ambos retratos de Dánae son arrogantemente entendidos como un mero deleite sensorial, procurando el placer de su visión, tanto estético como intelectual. De la misteriosa lluvia dorada celestial renace la impresión que el visitante tiene de esta primera expresión pictórica, susurrante de luz y falta de comprensión fuera de la inmersión en la mitología clásica. El sentir de Dánae provoca una geometría en su piel que transparenta su fusión con el dios Zeus sucumbiendo a su gozo y mostrándose desafiantemente receptiva a su luz. La estancia enmarcada en la que se descubre su experiencia transmite el mensaje divino de la invocación celestial a través de esa lluvia. El disfrute del autor goza con el logro de transmitir a través de sus lienzos el conjunto de impresiones que ambiciona provocar al observador de sus obras: la blancura de su piel, el despliegue de serenidad en la composición, asomada a través del juego de la dualidad condensada entre las luces y las sombras y de la belleza de la juventud frente a la fealdad de la vejez, así como la irrupción del elemento climatológico, reconvertido en un arrebatador haz de luz, pronunciado en un momento captado para su deleite. El mensaje se cifra en dos composiciones, la primera Dánae y la segunda.

La destreza de Tiziano no se advierte exclusivamente con este primer encuadre pictórico. Su segunda “poesía”, Venus y Adonis, murmura en escondidos recuerdos impulsivos, los de ambos amantes, la aceptación de su estado con el dulce erotismo como marca distintiva, contemplada y cortésmente aceptada. El movimiento en perfecta sucesión, el poder provocado por el impulso con el que Venus agarra a Adonis, en un gesto de soberbia e indefensa

decisión. La mirada receptiva de la bella deidad produce un descontrol del desarrollo de la escena, sorprendido por la ambiciosa pasión de Venus. La armonía de las formas permanece dormida ante el implacable dominio del decidido conquistador. El rayo de luz, el espesor y el verdor de la naturaleza plena trenzan la vida y las miradas, en la libertad que proporciona Tiziano al visitante para adivinar las palabras que se dibujan, confidencialmente explícitas en la vivencia de ambas siluetas. El pecho del icónico Adonis advierte sobre su desprotección, distinta a la de su amada ante la escasez de plenitud vivida por el silencio de la composición. Los perros siguen su propia llamada, contemplativa en la presión que ejercen sobre su amo, resonando en la obra como el símbolo del desencuentro entre ambos sujetos pasionales, manejados por los brochazos del autor a su propia sentencia, culpable por no haber tocado la vanidad reflejada en el airado descaro de Adonis, en un arranque de rebeldía ante el encuentro. El contenido de las tres “poesías” renace transparentemente en cada pincelada, en cada trazo y en cada esfuerzo, revalorizado por los años. Los colores descubiertos de nuevo, la belleza de sus formas, los contrastes, impresiones, emociones y palabras no pronunciadas devuelven la virtud a estas composiciones, indefensas ante el paso del tiempo y exultantes por su última restauración. El visitante no puede desentenderse de la pasión y el reflejo de la emoción puramente humana, descifrada en un registro mitológico, pero real y existente.

Marta Sobas

Tiziano: Dánae, Venus y Adonis. Las primeras poesías

Museo Nacional del Prado19 de noviembre de 2014 - 1 de marzo de 2015

Comisario: Miguel FalomirEntrada general: 14 € / Entrada reducida: 7 €

Exposiciones

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De aquí y de alláNarrativa española e hispanoamericana

Irlanda es un país con una cultura muy marcada. Ángel Gil Cheza (Villarreal, 1974) nos cuenta en La lluvia es una canción sin letra dos historias separadas por prácticamente un milenio. Josep,

un joven que regenta una librería que ha heredado en el año 2003, cree que tiene una vida sencilla y normal hasta que se ve obligado a huir de la justicia. Licenciado en Historia, viaja a Irlanda donde le ofrecen un humilde trabajo en un yacimiento arqueológico. Allí descubre un cuerpo enterrado en una excavación perteneciente a la época de los vikingos. Este hallazgo imprevisto se convierte en un vínculo entre el presente de la ciudad de Dublín y su pasado. Se alternan así los capítulos ambientados en las luchas entre vikingos y nativos irlandeses y la vida de Josep en el Dublín actual. Thorgest es un soldado a sueldo que lucha en el bando vikingo. Cuando su ejército es traicionado en 1013, Eimear, una valiente joven irlandesa, salva a Thorgest de una muerte segura. A lo largo de la novela, Gil Cheza nos va desvelando cuál es el vínculo que une a Josep y a Eimear, y realiza un retrato muy detallado de las primeras incursiones vikingas y de sus costumbres culturales.

Se percibe en la narración del autor su gran conocimiento de la cultura vikinga. Muchos de los nombres propios que aparecen en La lluvia es una canción sin letra pertenecen a personajes históricos reales que fueron fundamentales en la configuración de este país. Por ejemplo, Thorgest fue en realidad un caudillo vikingo que lideró los pillajes de Irlanda en el siglo I d.C. Se presupone que su figura está relacionada con la fundación de la ciudad de Dublín en el año 841. Brian Boru, otro de los personajes principales de la historia, fue nombrado rey de Cashel, capital del antiguo reino irlandés de Munster, en el año 984, y luchó contra los vikingos que ocupaban gran parte de su país. El rey Sigtrygg, con quien se enfrenta el rey irlandés en la novela, fue un caudillo hiberno-nórdico y monarca vikingo del Reino de Dublín entre 989 y 1036. Fue capturado por los irlandeses durante las revueltas de Leinster y forzado a someterse a Brian Boru, al igual que sucede en la novela. Este contexto histórico enmarca una trama llena de romance y de tensiones sociales. La descripción detallada acerca de la vida de los vikingos es el elemento que da más riqueza a la novela. Destaca, por ejemplo, el funeral

transcurre en el siglo XXI, sin embargo, no se mantienen la tensión y el tono de la narración vikinga. Las dos historias están algo descompensadas entre sí y los personajes no llegan a desarrollarse por completo. La lluvia es una canción sin letra es la primera novela de Gil Cheza, y esto se percibe en su narración, donde abundan los tópicos y las concesiones comerciales. Pese a ello, La lluvia es una canción sin letra sí consigue transmitir que nuestro pasado y nuestra cultura constituyen en parte nuestra identidad. Esta es una buena novela para comenzar a explorar el mundo vikingo de una forma entretenida y sencilla. Dublín se presenta como una ciudad que mantiene aún cierto encanto ancestral que permanece vivo en sus paisajes y en sus habitantes. Tal y como se explica en la novela, conocer quiénes fueron los vikingos es imprescindible para comprender quiénes son los irlandeses de hoy en día.

Paula Mayo

Los vikingos llegan a Irlanda

Ángel Gil Cheza, La lluvia es unacanción sin letra

Barcelona, Suma de Letras540 páginas, 17 euros

Después de seis novelas y dos recopilaciones de novelas breves, puede decirse que, casi de una manera definitiva a pesar de su juventud, Andrés Barba (Madrid, 1975) es

un novelista de interiores humanos. Los ha dibujado en su cariz más enigmático, asociados a las edades más próximas a lo instintivo e irracional, la infancia (Versiones de Teresa, Las manos pequeñas) y la adolescencia (La hermana de Katia, Agosto, octubre), en las que es más poderosa la inclinación hacia un mal primigenio que impregna de ambientes góticos su escritura. También ha indagado el ámbito, más claro solo en apariencia, de la adultez, como en Ahora tocad música de baile, Ha dejado de llover y esta última En presencia de un payaso. En ellas, Barba explora la complejidad de las relaciones familiares desde el punto de vista introspectivo y psicológico que caracteriza el conjunto de su obra. No estamos seguros de que en este territorio se muestre tan cómodo como en las novelas de formación: al contrario de lo que ocurre cuando aborda la infancia y la adolescencia, los personajes adultos de Barba tienden al exceso de anécdotas, que diluye sus conflictos personales, los cuales se angostan en la renuencia del autor a que el humorismo abra una puerta de saludable escepticismo.

En En presencia de un payaso, el protagonista es Marcos Trelles y en sus páginas asistimos a lo que ocurre en su conciencia desde su propia voz. El payaso que intitula la novela es su cuñado, un showman televisivo que ha caído en el olvido después de una exitosa trayectoria plena de éxito popular coronada por una delirante, carnavalesca y efímera carrera política. Ahora ha vuelto a Madrid después de varios años y ello nos permite asistir a la convivencia durante unos días de invierno vividos con intensidad por Marcos, que es físico y profesor universitario, está casado con Nuria, acaba de conseguir publicar un artículo en una prestigiosa revista estadounidense a raíz de un fortuito descubrimiento y se le ha requerido por los editores de la revista una breve y personalísima autobiografía de presentación. La redacción de este texto, de no más de trescientas palabras, se convierte en un ejercicio de introspección inesperada en un momento clave de la vida de Marcos pues confluyen el reencuentro con el payaso y la conciencia de la pérdida de los lazos familiares; emergen la memoria, la autoconciencia de los éxitos y fracasos, el cuestionamiento de los afectos; y se replantea las bases de su relación de pareja con Nuria y con su padre, así como otros aspectos igualmente determinantes de su identidad. En presencia de un payaso deviene en una reflexión sobre el sentido político de la risa, suscitada por el

modo bufo su poquedad. Sin embargo, esto es solo un tema secundario. Lo fundamental no es tanto el payaso, sino lo que ocurre en su presencia: la búsqueda que Marcos lleva a cabo para dar con su identidad perdida y, con ella, la forma de restaurar en ella aquellas figuras —amadas pero a veces insólitas y desconocidas– del padre y de la esposa. Solo redimiéndoles de la extrañeza, parece decirnos esta historia, podrá él mismo dejar de ser un extraño para sí mismo.

Barba tiene una notable capacidad para poner de manifiesto el significado de nuestros hábitos y revelar la cara oculta de la cotidianidad. Es capaz como pocos narradores de mostrar la hondura de la condición humana oculta bajo la mecanización y la atonía de la banal ceremonia de la rutina, del nacer, crecer, reproducirse y morir porque domina el arte de la sutileza. Más que un creador de grandes historias, lo que confirma En presencia de un payaso es que estamos ante un escritor capaz de preñar de significado cada palabra, gesto o acción de sus personajes, que acaban revelándose ante los lectores en sus dimensiones más profundas. Es sencillo aceptar la invitación que nos ofrece de sentir una rara compasión por el sufrimiento y por el anonadamiento de sus muy humanas existencias.

Fernando Larraz

El payaso y uno mismo

Andrés Barba, En presencia de un payaso

Barcelona, Anagrama180 páginas, 14,90 euros

vikingo, descrito m i nu c i o s am e nte , en el que se suelen incinerar a los muertos en barcos funerarios.

Josep ve que la actual ciudad de Dublín no es tan diferente a la que habían fundado los vikingos muchos siglos atrás. Afirma en la novela que “el pasado estaba, en aquella isla, más vivo que en ninguna otra parte del mundo”. En esta trama que

éxito y el fracaso del cómico, con cuya difícil personalidad se enfrentan Marcos y Nuria. Esta sucesión de éxito y fracaso puede interpretarse como la inclinación de un país, España, por la parodia, la burla, la desmitificación, pero también como su incapacidad (léase falta de arrojo) para tomarse en serio la risa y asumir la inanidad de la clase política, desenmascarando de

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La última novela publicada de Marta Sanz (Madrid, 1967) no es la última novela que ha escrito. Marta Sanz es doctora en Literatura Contemporánea por la Universidad

Complutense de Madrid y tiene publicadas varias novelas, entre las que se encuentran Black, black, black (2010), Un buen detective no se casa jamás (2012) y Daniela Astor y la caja negra (2013), además de ensayos y poemarios. Amour fou se gesta entre 2006 y 2008 y se busca su publicación en un par de editoriales nacionales, que acaban rechazando el manuscrito. ¿Por qué no se publica en España? Amour fou es censurada por motivos ideológicos. La novela quita al lector la venda de los ojos y le obliga a ver lo feo de la sociedad española. Marta Sanz propone una literatura crítica, alejada del canon —o lo que conocemos como literatura comercial— hablando de lo feo y mostrando al lector situaciones molestas. Leer esta novela puede resultar, en ocasiones, incómodo, ya que el lector recibe altas dosis de realidad que contradicen el discurso oficial. Con un prólogo escrito por Isaac Rosa, Amour fou llega a los lectores gracias a la editorial norteamericana La Pereza Ediciones.

Amour fou es una novela violenta, aunque en ella no encontraremos ningún asesinato. Es una violencia no convencional a la que el lector no está acostumbrado y, por ello, no pasa desapercibida e invita al lector a la reflexión. La novela muestra una violencia social: los desahucios, la precariedad laboral, la okupación, la brutalidad policial, así como la indefensión de aquellos cuya ideología no coincide con la de los que están en el poder; y todo ello desarrollado en una sociedad democrática de la que se presupone cierta libertad ideológica y de expresión. Observamos que la sociedad española no es tan moderna como aparenta a través del personaje protagonista, Lala: “Adrián no puede permitirse el lujo de marcar el número de la policía. Después de colgar, el comisario comentará: ‘Estos rojos tienen la vida de casa llena de mierda’. Seguramente, en sus conversaciones íntimas nos llamarán hijos de puta. Vivimos en esta violencia, en esta confrontación, aunque no la queramos ver, aunque no sea así a todas horas”. Cuando empezamos la lectura nos encontramos ante esta situación: el marido de Lala, Adrián, está detenido y Lala se encuentra en casa cuando recibe la visita de un viejo conocido, Raymond. Mediante flashbacks y las hojas del cuaderno de Raymond iremos conociendo la historia que rodea a los personajes. En Amour fou también se habla del amor y todo lo que este lleva consigo: dolor, felicidad, resentimientos, humillación. En este sentido, también se reflexiona sobre el papel

de la mujer en la relación amorosa y como madre y esposa: “Los hombres pueden fascinarse con una doña Inés blanca que se diluya entre los dedos en el momento de meterle la lengua entre los labios. […] Pueden contraer matrimonios con Venus negras o hembras esteatopígicas que les den hijos y les inoculen alucinaciones de fecundidad. La mujer para el hombre puede ser carne y tierra. […] Sin embargo, las mujeres no podemos satisfacernos solo con la carne del hombre, porque alguien nos mirará por la calle y nos señalará con el dedo”.

En esta novela, Marta Sanz nos muestra las cicatrices y heridas de la sociedad española. La autora fija la mirada en la realidad y nos describe todas sus caras; en definitiva, es una novela que retrata lo feo —que inconscientemente negamos ver o aceptar— de la sociedad en la que vivimos. Al leer la novela, se tiene la sensación de que la autora ha redactado su contenido hace meses y no hace unos años, en tanto que se habla de una situación que, en aquellos años, nos era invisible. A pesar de las dificultades a la hora de su publicación, finalmente, los lectores tienen la oportunidad de leer lo que Marta Sanz quería contar.

Ainhoa Rodríguez Leal

Las cicatrices que no querían mostrar

Marta Sanz, Amour fou

Miami, La Pereza Ediciones144 páginas, 16 euros

Juan Marsé (Barcelona, 1933) plantea en su nueva obra, Noticias felices en aviones de papel, el regreso al pasado y la importancia de la memoria y los recuerdos. Se trata de una novela breve que

intenta transmitir un mensaje de felicidad, bañado en cierta melancolía, a quienes se sumerjan entre sus páginas. Tras publicar más de veinte obras, entre ellas Últimas tardes con Teresa o Si te dicen que caí, muchas de ellas cuentan con adaptación cinematográfica, y ganar múltiples premios (Premio Planeta 1978, Premio Cervantes 2008) a lo largo de más de cincuenta años en el panorama de la literatura española, Juan Marsé se ha convertido en uno de los autores capitales de las letras españolas.

A finales de los años ochenta, el joven Bruno vive con Ruth, su madre, en un entresuelo del barrio de Gracia, espacio al que recurre frecuentemente este autor. Mientras que Ruth trabaja en una tienda de ropa, Bruno, convencido de que “lo que no se ve, no existe”, es ayudante en una pastelería cercana. Un día, el padre de Bruno, Amador, que los abandonó a ambos hace más de cinco años, reaparece en sus vidas asegurando haber dejado atrás la desordenada rutina que comenzó a llevar siendo un joven hippie en la Ibiza de los años setenta. Con una singular filosofía budista y una mochila colgada a la espalda, Amador pretende acercarse de nuevo a la familia a la que tanto daño hizo, pero… ¿es posible recuperar el amor de un hijo que ya no te respeta? ¿Y el amor de una mujer decepcionada?

Intentando encontrar una respuesta para estas preguntas aparece la figura de la señora Pauli, una anciana de origen polaco que vive en el mismo edificio que Bruno y su madre. Anclada en los recuerdos, la señora Pauli, cuyo nombre es Hanna Pawlikowska en realidad, requiere a menudo de la ayuda del chico del entresuelo para desempeñar algunas de las funciones cotidianas como limpiar la jaula de su loro, Jacinto, o llevarle algunos de los platos cocinados por Ruth. Entre tanto, Bruno conoce a Jan y Oskar, dos niños pobres que se pasan las mañanas tumbados en la acera tomando el sol. El apellido de estos dos hermanos, Rabinad, nos hace recordar al escritor Antonio Rabinad, cuyas novelas se encuentran enmarcadas en la misma posguerra barcelonesa a la que tanto recurre Marsé. Así, como dibujados en blanco y negro, los Rabinad entablan relación con el protagonista de esta historia, relación que resultará sorprendente tras conocer el desenlace de esta novela. Día tras día, los periódicos llenan sus páginas con titulares descorazonadores, entonces ¿dónde quedan las

noticias felices? Pues en los aviones de papel que se lanzan desde un balcón de la calle Congost en la que Bruno y su madre viven. Aviones que anuncian chocolatadas en parques, aviones que dan los buenos días, aviones que permiten volar la imaginación de pequeños y mayores, aviones cargados de ilusión que, desgraciadamente, terminarán deshechos en cualquier papelera o alcantarilla.

La novela breve no es un género habitual en la narrativa de este autor. No obstante, Juan Marsé ha logrado sintetizar, en apenas cien páginas, tanto el carácter de un joven incrédulo como el espíritu de una mujer sufridora que intenta vivir su presente con alegría y buen humor lanzando al aire diversas noticias. Teniendo en cuenta el valor literario de la producción novelística de Marsé, podría señalarse que Noticias felices en aviones de papel presenta menor complejidad, a la hora de su lectura, que las obras anteriores. Así pues, esta nueva novela es una de esas historias corrientes sobre los recuerdos que, tal vez, deberían permanecer olvidados en un cajón y de la nostalgia de un pasado que fue mejor, en definitiva, Juan Marsé se sitúa con Noticias felices en aviones de papel en un tipo de literatura entretenida y sencilla que se aleja un poco de la temática y la forma a la tiene acostumbrados a sus lectores.

Cristina Suárez

El vuelo de la felicidad

Juan Marsé, Noticias felices en aviones de papelBarcelona, Lumen

96 páginas, 22,90 euros

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¿Qué ocurriría si se pudiese hablar con nuestros seres queridos ya fallecidos? ¿Adónde van nuestros familiares después de morir? Estas son algunas de

las muchas preguntas que el lector se plantea al leer la nueva novela de Mitch Albom (Nueva jersey, 1958), Llamadas desde el teléfono del cielo. Albom era ya un conocido periodista deportivo antes de saltar a la fama con Martes con mi nuevo profesor, libro que ha tenido un gran éxito en nuestro país, donde también se han publicado algunas otras de sus novelas como Las cinco personas que encontrarás en el cielo, Ten un poco de fe, Un día más y El guardián del tiempo.

Coldwater es un pueblo de apenas cuatro mil habitantes en el que nunca ocurre nada interesante. Sin embargo, esta pequeña localidad situada a orillas del lago Michigan, se convierte en el centro de atención cuando un extraño suceso ocurre en esta localidad: algunas personas empiezan a recibir llamadas telefónicas de sus seres queridos ya fallecidos. Algunos de los personajes más importantes que pueden hablar con sus familiares muertos son Tess Rafferty, que se comunica con su madre; Jack Sellers, el comisario jefe del pueblo, que recibe las llamadas de su hijo Robbie, un militar muerto en combate; o Katherine Yellin que habla con su hermana mayor. A partir de este momento en el que se desatan estas extrañas llamadas, se origina una lucha continua entre los que tienen fe y se lo creen a pies juntillas y los escépticos, que lo ven todo como una farsa. Dentro de los del segundo grupo destacan Amy Penn, una periodista que no asciende en el trabajo por no tener suerte con sus noticias, y Sullivan Harding, un expiloto militar que ha perdido a su mujer y que tiene que sacar a su hijo adelante solo. Este hombre empieza a albergar serias sospechas de que todo es un gran engaño y por tanto decide iniciar una investigación por su cuenta, pues ni recibe llamadas de su mujer muerta ni tiene nada que perder por intentarlo, aunque, al final, se va a debatir entre el deseo de saber la verdad y la necesidad de creer. Con toda esta problemática, acción e intriga, Mitch Albom mantiene el suspense hasta el último instante, no decayendo así el interés generado en el público en ningún momento. Además, según va avanzando la lectura al lector se le presentan preguntas sin respuesta

acerca de lo que hay detrás de la muerte: ¿qué ocurre con los seres queridos que se van para no volver? o ¿cómo se debe afrontar una pérdida importante? Asimismo, mientras se relata este peculiar hecho en este pueblecito pequeño, se narra también la historia del famoso Alexander Graham Bell, el inventor del teléfono, desde los primeros esbozos hasta su implantación definitiva después de superar todos los grandes obstáculos que encuentra en el camino hasta alcanzar su meta.

Llamadas desde el teléfono del cielo es una historia tan magnífica y extraordinaria que ha recibido numerosas críticas positivas y ha llegado, en el poco tiempo que lleva en venta, al número uno de las listas del New York Times y se ha publicado ya en más de cuarenta idiomas. Además, se trata de una historia tan intensa, peculiar e interesante que Warner Bros ha comprado los derechos para llevar esta obra al mundo del cine. En definitiva, es un libro que no va a defraudar a los seguidores de este escritor que ha tenido tanto éxito en el mundo de la literatura, y que lleva ya más de cuarenta millones de ejemplares vendidos por todo el mundo entre todas sus obras publicadas.

Noelia Izquierdo

Contactos del pasado

AlrededoresNarrativa traducida

Mitch Albom, Llamadas desde el teléfono del cielo. Madrid, Maeva

344 páginas, 18,90 eurosTraducción: Jofre Homedes Beutnagel

Patrick Modiano (Boulogne-Billancourt, 1945), ante la sorpresa de muchos y, sobre todo, de la casa de apuestas de Londres, ha sido galardonado con el Nobel de Literatura

2014. Jorge Herralde, con su gran ojo para la buena literatura, publicó hace tiempo El café de la juventud perdida, que no se vendió mal y que ha gozado de varias reediciones, pero cuyo éxito en España no tiene comparación con el prestigio del que goza en Francia. El corpus de novelas de Patrick Modiano, inspirado por la lectura del durísimo Mémorial de Serge Klarsfeld, se circunscribe a un contexto determinado: la ocupación nazi de París y el colaboracionismo de Francia.

Mientras que su generación cultiva la nouveau roman, Modiano, a finales del siglo XX, escribe autoficción. Libro de familia tiene una dimensión autobiográfica, pero el peso de la ficción es considerable, mucho mayor que en obras como El pedigrí. La novela está escrita en primera persona, aunque hay un breve pasaje muy inquietante en segunda persona en el que parece que la conciencia de Modiano nos habla directamente; la novela recuerda a una conversación gadameriana, en tanto ejercicio mnemotécnico y búsqueda de la identidad del propio autor. Además, el libro se estructura en quince capítulos, sin ningún tipo de orden, presentados como recuerdos del autor expuestos de manera arbitraria, pues así es como viajamos al pasado, dando saltos por momentos que, como en el libro, se nos han quedado grabados por una anécdota o por alguna persona particular.

Libro de familia gira en torno a dos ejes: la vida de Modiano y la de sus seres queridos. Comienza observando a su recién nacida hija a través de una mampara de cristal, con lo que quizá nos advierte de que lo que nos va a presentar tiene una barrera que va a intentar franquear: el olvido. Los objetos le ayudan a recordar, como la foto de una mujer de la que se enamoró, o todos los objetos “juntados una temporada muy breve en una habitación de la avenida de Malakoff ” por la hija de Harry Dressel, de quien quiso escribir un libro para impresionarla; también, los lugares, como el restaurante L’Auberge des Dunes, donde solía comer con su cónyuge. Cobran protagonismo los números, especialmente las fechas, como la de 1945, significativa para el autor, dado que ese año falsificó su pasaporte y, quizá por eso, establece una concomitancia con un personaje llamado Henri Marignan, de quien afirma que en esa fecha “deja de existir para el registro civil”. Es interesante la importancia recalcada de los documentos a lo largo de la novela; en el capítulo que inicia la obra, donde Modiano inscribe a su hija al registro civil,

inesperados”, y llamadas inesperadas: “un día, de madrugada, sonó el teléfono y una voz desconocida llamó a mi padre por su auténtico nombre. Colgaron inmediatamente. Ese fue el día en que decidió huir e París…”. Este episodio es francamente desgarrador. Si han leído Los girasoles ciegos, es muy probable que recuerden ese pasaje en la que el padre salta por la ventana al recibir la –también de manera inesperada- visita de los oficiales; pues bien, esto es mucho más breve, pero también sucede al final y, después de las páginas anteriores, con cierto aire a thriller, esa intensa pincelada, como en la obra de Méndez, otorga a la novela un tono tristísimo que dota de sentido a todo lo narrado.

José Saramago dijo que “dentro de nosotros existe algo que no tiene nombre, y eso es lo que realmente somos”. El padre de Modiano, su madre actriz, su abuela… ellos y todos los que sufrieron el colaboracionismo de Francia y Bélgica, entre otros, fueron mucho más que una ficha o que un nombre en una lista. Y Modiano es muchísimo más que una moda por el tirón que da un premio, es un escritor que considera que, como reza la frase que encabeza la novela, “vivir es empeñarse en llegar hasta el remate de un recuerdo” (R. Char), y, afortunadamente, la aplica en unas obras inolvidables.

Sofía González Gómez

El arte de la memoria

Patrick Modiano, Libro de familiaBarcelona, Anagrama

208 páginas, 15,90 eurosTraducción: María Teresa Gallego Urrutia

se encuentra con la dificultad de que “Zénaïde” no aparece en la lista de nombres franceses, pero la salva finalmente al decir que su madrina se llamaba así. Lo que al principio puede parecer anecdótico, tiene sentido con posterioridad al conocer que su padre, judío, tuvo que cambiar su nombre y su identidad y vivir “escondido en un picadero del bosque de Boulogne”. “Tiempos turbios. Encuentros

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Al igual que no sabemos cómo moriremos, tampoco sabemos cómo acabará nuestra historia con el ser amado. Sin embargo, Lydia Davis (Massachusetts, 1947) anticipa

irremediablemente el final de su historia comenzando desde la certeza de que él ya no la ama y nunca volverá con ella. El lector conoce el final desde el primer momento y esto lo envuelve en la desolación que impregna la soledad que experimenta la protagonista por el abandono que sufre. En este viaje a las profundidades del dolor, la pérdida y el rechazo, la heroína, una traductora culta e independiente, reflexiona sobre el proceso de creación literaria y así, en un intento por conjurar el insomnio y la rabia tras el vacío que le ha dejado su amante, comienza a escribir una novela sobre su relación con este hombre de 22 años cuando ella tenía 34. Pero este proceso de creación, que empezó como una manera de alejarse de su propia experiencia hasta convertir el yo de la novela en un ella impersonal porque el yo era demasiado íntimo para soportarlo, se extiende en el tiempo más de lo que hubiera deseado ya que la protagonista sigue escribiendo hasta llegar a los 50 años. Escribe y reescribe la novela una y otra vez en un afán por contar la verdad y a la vez cambiar los aspectos de su relación que le son dolorosos o no le gusta contar o recordar.

En este ejercicio literario, se mezclan la insatisfacción por la relación que mantuvo con ese chico sin nombre, por no ser capaz de acabar la novela e incluso por acabarla y que no le guste el resultado. Cuando estaba con su joven amor se sentía insatisfecha, lo consideraba aburrido y vulgar para ella, la diferencia de edad suponía un problema porque le daba vergüenza que la vieran con él, incluso en la intimidad se sentía incómoda con su juventud, inexperiencia e ingenuidad. En realidad nunca disfrutó de la relación, nunca llegó a imaginar que pudiera tener alguna trascendencia en su vida. Pero cuando él la deja, de repente no concibe perderlo bajo ningún concepto, entra en un proceso de rabia, obsesión, inanición, apatía y abandono. La novela describe los estadios por los que puede pasar una persona a la que ha dejado su pareja: odio, desesperación, conmoción, rabia, obsesión. Lo que resulta increíble es que la protagonista padezca un sufrimiento tan terrible cuando menospreciaba a su joven pareja e incluso le había contado que le había sido infiel. Ella es una mujer autosuficiente que se plantea qué es el amor y cómo se debe querer a otra persona. Parece despegada, egoísta y alejada de todo cliché femenino en una relación amorosa. En esta esta novela, llena de pasajes metaliterarios, la protagonista disecciona sus sentimientos intentando comprobar si ha aprendido a amar. “Pero si querer a alguien significaba anteponerlo

a mí misma, ¿cómo iba a hacer algo así? Tenía tres opciones: dejar de intentar querer a nadie, dejar de ser egoísta o aprender a querer sin dejar de ser egoísta. Las dos primeras me parecían imposibles”. Siente una pasión desatada en el momento en que lo pierde. Sin embargo, mientras duró la relación se sentía presa.

En realidad, el final de la historia lo habría provocado ella desde el primer momento al no confiar en la relación y al querer destruirla para así protegerse de lo que pudiera llegar a sentir por alguien mucho más joven que ella. La ruptura llega y se da cuenta de que cuando estaban juntos no estaba contenta. Tuvo que destruir la relación para liberarse. Pero, una vez libre, se agarra a ella como si lo que necesitara fuera vivir siempre al borde de la ruptura. Quería quererlo, lo perseguía, lo acosaba, había pasado de la frialdad a la obsesión por recuperarlo, pero también sabía que si volviera con él, todo perdería fuerza y de nuevo lo vería como un chico joven y vulgar que no le aportaba nada. La obra es un canto a la eterna insatisfacción del ser humano, al ansia por poseer lo que no se tiene o se ha perdido. El final de la historia no existe porque en realidad nunca termina hasta que morimos.

María Luisa Suárez Marín

Insatisfacción

Lydia Davis, El final de la historiaAlpha Decay, Barcelona

240 páginas, 20,90 euros Traducción: Justo Navarro

¿A cuántos de nosotros la historia nos ha hecho sentir exiliados en nuestro país sin salir de él? ¿Somos producto de una historia colectiva o de una

historia individual? Cuando la infancia ha sido atropellada por distintas guerras, ¿qué se guarda en nuestras memorias? ¿Qué se recuerda? Esta preguntas las podemos ver reflejadas y confesadas en la novela del escritor ruso de origen judío Izraíl Métter (Járkov, Ucrania, 1909- San Petersburgo, 1996) titulada: La quinta esquina (2014), que en este particular caso, fue editada y publicada por la casa editorial Libros del Asteroide con traducción de Selma Ancira. Dicha edición cuenta con un posfacio de la ensayista y crítica literaria Mercedes Monmany.

Esta obra es una reliquia casi perdida y olvidada en el tiempo, que hoy gracias a su reaparición, luego de ser escrita en 1967 y publicada en Rusia en 1989, se puede recordar y rememorizar los distintos hechos que acontecieron en la Rusia dominada bajo el poder soviético y la marcada posición de muchos ciudadanos frente al poder comunista, como lo es el narrador, Boris. Y a su vez, se lee el compromiso crítico con una realidad histórica individual por parte del escritor. Asimismo, dentro de esta marcada literatura que evoca y hace memoria, Métter publica una veintena de textos, entre ellos novelas, guiones cinematográficos y teatrales, que influyeron en la literatura rusa del siglo XX. Además de esto, cuenta con una novela publicada durante el poder soviético titulada Makthar (1960), que fue llevada al cine con gran éxito y, por último, en el año 1992, antes de su muerte, sale a la luz su novela titulada Genealogía y otros relatos.

de origen judío. Esto lleva a Boris a formarse de manera autodidacta en el área de las matemáticas y a conseguir puestos laborales en instituciones de segunda clase. Así, este personaje en una narración fragmentada y con distintos recursos literarios, sin un orden cronológico evidente y en un intercambio de epístolas con Zinaída Borísovna, mujer de uno de sus grandes amigos de infancia, Sasha Bellavski, muerto en el primer año de guerra contra Alemania, genera un choque en la vida de Boris, quien parte y se sirve de estas cartas para rememorizar y recuperar los hechos de su niñez, su juventud, sus distintos amores, pero, sobre todo, el trágico, pasional, idealizado, imposible y absorbente amor que sintió durante quince años por Katia Golovánov, de ahí que se desprenda lo vivido en la cotidianidad de las ciudades como: Leningrado y Rostov, y la de su natal Járkov, el paso del comunismo en su vida, con la oportunidad clara para recordar aquellos amigos de siempre que fueron víctimas de la represión soviética, siendo torturados y desaparecidos durante el gobierno de Stalin. Un viaje al pasado desde una edad futura, la vejez, que deja ver como la vida cotidiana de un individuo se conjuga con la dolorosa mezcla de la gran e interesante historia de la Unión Soviética.

La quinta esquina es una crítica al régimen totalitario de Stalin, a su endiosamiento, y a aquellos que, como Boris, no hicieron nada para evitar ser cómplices de un poder que destruyó la bella Járkov en la que creció: “Él lo veía y lo oía todo, con los ojos y los oídos de los delatores. De ser una ocupación secreta y vergonzosa, la delación pasó a convertirse en un honorable deber cívico”. Es una novela no convencional, que nos despierta la compasión por aquellos que han sufrido la historia a través de las dictaduras, como los distintos personajes, amigos de Boris, evocados en esta narración para hacer alusión aquella tortura de los estalinistas en contra de sus víctimas. Encerrados en una habitación cuadrada, en la que debían buscar la quinta esquina mientras eran golpeados brutalmente.

Una novela, con el amor como eje narrativo, del que se desglosa la búsqueda de un pasado que solo es evidente en el presente por un anciano, que busca a sus amigos entre las tumbas “imposibles de encontrar”.

Gustavo Diaz Contreras

Una desolada historia de amor

Izraíl Métter, La quinta esquinaBarcelona, Libros del Asteroide

207 páginas, 17,95 eurosTraducción: Selma Ancira

En La quinta esquina, su gran obra, encontramos algunos pincelazos a u t o b i o g r á f i c o s , que con el peso de la memoria llenan de verosimilitud la vida en común que comparte el narrador con el escritor. Un joven, de la quinta categoría, artesano, “hijo de comerciante privado”, quien con diferentes intentos por lograr ingresar a la educación universitaria, se ve rechazado por ser un pequeñoburgués

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Jens Smaerup Sørensen nace en Himmerland (Dinamarca) en 1946. Nuestro autor se licenció en Filología Danesa al mismo tiempo que, en 1972, se publicaba su primera novela. A partir de

entonces su carrera literaria como escritor le otorgó el éxito que tanto merecía. Ha publicado alrededor de unos treinta libros, entre los que destacan poemarios, obras teatrales, novelas e incluso, cuentos y relatos breves. Además de pertenecer a la reconocida Academia Danesa, ha obtenido el reconocimiento indiscutible de la crítica y los propios libreros con prestigiosos premios. El último de ellos con Días señalados (Premio de la Crítica y de los Libreros Daneses, 2008), novela en la que se refleja la sociedad danesa en pleno siglo XX, la guerra, la transformación del paisaje rural y las relaciones humanas que persisten al paso inexorable del tiempo, a pesar de ser inevitablemente caducas.

Días señalados es una obra que se desarrolla alrededor de varias familias, más en concreto, alrededor de algunos de los miembros que la forman y los acontecimientos más importantes que han marcado sus vidas. De ahí que el título sea imprescindible a la hora de entender la historia que nos cuenta cada uno de ellos. Un relato en el que se entrecruzan las historias de varias familias que conviven en un mismo territorio, en pleno siglo XX, provista de un análisis que se centra en la psicología humana de un grupo de personajes; en lo que viven y experimentan, en lo que sienten y piensan, muchas veces, por encima de sí mismos. Aquí, cada uno está inmerso en una serie de conflictos generacionales, políticos y, sobre todo, sociales que tienen un papel decisivo y único en la obra. Y es que muchos de los actos de los que somos responsables nos delimitan como personas, pese a estar aferrados a la rutina. Los Días señalados se convierten en los diferentes puntos de vista de tres de los personajes mejor definidos: el vehemente Peder y los hermanos Axel y Ellen, una niña impedida que sueña a través de todo lo que ve, hasta donde sus ojos pueden llegar, y desde los que dependen el tiempo y los cambios que viven sus parientes.

El estilo de Sørensen es pausado, poco dinámico, pero que a su vez, transmite paz y serenidad al lector, pues los paisajes y situaciones descritas parecen de ensueño, como el que se adentra en un instante y lo revive de forma indefinida. La naturalidad en la escritura se observa en los diálogos y en los no-diálogos de los personajes, pues los silencios juegan un papel clave en el desarrollo de la novela. Los capítulos, desordenados y algo

confusos por la ausencia de un marco temporal preciso, recogen los fragmentos más susceptibles de los personajes, dejando al descubierto datos que, en un principio, resultan innecesarios. El narrador se vuelve polifónico y heterodiegético, pues se introduce en las mentes de cada uno de los personajes mostrando las diferentes personalidades que determinan el ambiente social sobre el que se desarrolla la obra. Las idas y venidas y este vaivén de pensamientos es lo que permite al lector, algo desconcertado, centrarse en averiguar el tipo de personaje que se esconde tras lo que se narra. La exactitud de la narración nos permite pensar que se trata de una historia aparentemente ficticia basada en una realidad autobiográfica, la de sí mismo, la del propio autor. Una novela para los que cierran los ojos y construyen su realidad a través de imágenes, de instantes y sensaciones.

En definitiva, una historia hecha metáfora que explica a través de situaciones cotidianas los cambios y transformaciones sociales que se han llevado a cabo en el último siglo. Una historia enternecedora y miserable, de contrastes y luces, de imágenes y sentimientos que se sueñan cada vez que vivimos, porque la vida es eso, ¿no?

Cristina Ruiz Moro

Días señalados, el instante que capturan unos ojos cerrados

Jens Smaerup Sørensen, Días señaladosMadrid, Nocturna Ediciones

470 páginas, 20 eurosTraducción: Enrique Bernárdez

Joy Williams (Chelmsford, Massachusetts, 1944) es una autora desconocida por el público español ya que sus cuatro libros estaban inéditos en castellano. Alpha Decay le pone remedio a

esta situación traduciendo y publicando su última novela, Los vivos y los muertos, finalista del Premio Pulitzer en el año 2001. Su primera novela, State of Grace (1972), ya fue finalista del National Book Award, después publicó dos volúmenes de cuentos y varios ensayos sobre antropología y actualmente imparte clases y seminarios de escritura creativa en la Universidad de Wyoming.

Los vivos y los muertos no es un libro corriente y se deja ver desde el comienzo, donde el lector encontrará un extraño cuestionario sobre, precisamente, la vida y la muerte. Williams nos sitúa después en el desierto de Arizona, en una América profunda que recuerda a la geografía de Pedro Páramo. Esta novela coral se centra en tres protagonistas, tres adolescentes huérfanas de madre: Alice (activista enérgica), Annabel (de clase alta y algo frívola) y la taciturna Corvus, que matan el tiempo como pueden y a las que acompañan una serie de personajes rocambolescos, como por ejemplo Carter, el padre de Annabel, al que visita su mujer muerta para hacerle la vida imposible y que, además, vive enamorado del nuevo jardinero; un perro sabio, una niña prodigio, un pianista suicida y los habitantes de una residencia de ancianos acostumbrados ya al más allá. Las tres protagonistas se hacen llamar Las Furias, aunque Carter las compara con las Moiras de la mitología griega, y no anda desencaminado, porque Alice, Annabel y Corvus pueblan una especie de limbo, son un eslabón entre dos mundos, sin llegar a pertenecer a ninguno de ellos. Son el ejemplo de cómo convivimos con la muerte a diario, y en este libro eso se traduce en el espacio, el desierto de Arizona, el único sitio en el que los sucesos podrían ocurrir, un lugar en el que el realismo mágico está muy presente y los personajes solo se mueven en círculos, sin avanzar por el peso que van arrastrando. Williams se refiere a los personajes de sus textos como “los que no se expresan”, lo que comprende a los no-nacidos, los muertos y los animales, categorías presentes en la novela y que le otorgan una pátina surrealista y algo macabra.

El lenguaje es bello y sugerente cuando relata imágenes feas, onírico siempre que se hace de noche, oscilando a veces entre lo grotesco y lo cómico o lo trascendente y mundano. Ya el título advierte que la naturaleza de Los vivos y los muertos

es dual, un entramado de historias aparentemente inverosímiles que desdibujan los contornos entre la realidad y la fantasía como si todo fuese producto de un espejismo desértico. Debajo de esta alucinación, el trasfondo de la novela es la pérdida y el duelo, las distintas maneras en que las huérfanas (y el viudo Carter) asimilan la muerte: una, autoimponiéndose una penitencia por sobrevivir; otra recordando a la difunta, y la última, dejándola a un lado y sin enfrentarse a ella.

Leer esta novela puede resultar incómodo en ocasiones. El comienzo es árido y la trama no arranca realmente hasta bien avanzado el libro, pero lo hace con uno de los mejores personajes irrumpiendo en escena, la esposa fantasma, que da un vuelco a la novela, haciendo que las páginas anteriores parezcan un prólogo. Williams hace que nos demos de bruces contra la muerte más ridícula, con una mujer que persigue a su viudo para seguir atormentándole con interminables discusiones de pareja. Hay un cierto estatismo en la novela, una falta de progresión que desvela lo atrapados que están los personajes en sus vidas y la asfixia que sufren por el polvo del desierto. Imágenes líricas conviven con cadáveres de animales en la carretera en este inusual libro que firma Joy Williams, en el que refleja lo absurdo de la existencia humana.

Verónica Enamorado

Un limbo en el desierto

Joy Williams, Los vivos y los muertosBarcelona, Alpha Decay440 páginas, 24,90 euros

Traducción: Albert Fuentes

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¿Puede la lectura cambiar de forma total nuestra vida? Sobre esta premisa, Katarina Bivald, la autora, construye una obra atrapante y con un gran

convencimiento en el poder de los libros para mejorar nuestra vida. La historia nos presenta a un personaje, Sara Lindqvist, una mujer sueca de 30 años que, tras perder su empleo en una librería, se marcha a Broken Wheel, un pequeño pueblo de Iowa. Sara esperaba conocer ahí a Amy Harris, una mujer de 67 años, con la que se ha estado mandando cartas durante dos años. Sin embargo, Sara descubre que Amy ha muerto y que en ese momento, se está celebrando su funeral. Al principio, Sara quería regresar, pero los habitantes de Broken Wheel no la van a dejar aun cuando tengan muchos recelos hacia ella. Esta llegada hará que Sara y los demás habitantes de Broken Wheel se replanteen toda su vida. La apertura de una librería por parte de Sara hará que los habitantes de Broken Wheel descubran el poder de la lectura para mejorar su vida aunque la novela presenta también otro mensaje igualmente poderoso: si solo te centras en soñar lo que lees y no en aplicar tus sueños entonces el poder de la lectura se anula.

La librería de los finales felices quiere eliminar las mentiras que rodean a las personas que somos lectoras pero también la que rodea a la lectura en sí. Todos sabemos los prejuicios de algunas personas que no leen acerca de quienes sí lo hacemos: que si llevamos una vida triste, que si nos encerramos demasiado en nuestra “cueva”, sustantivo que representa el estado de concentración que a veces alcanzamos los lectores cuando leemos… Sin embargo, hay otra visión de la lectura que creo todos conocemos: el descubrimiento de mundos nunca conocidos o imaginados, la lectura de obras que nos emocionen y replanteen nuestra visión vital… Todo eso y más son los libros y el que lee mucho quizá lo sepa. Esta parte positiva de la lectura, la que realmente nos atrae a muchos lectores, es la que está magnificada en esta novela: la lectura logró que los habitantes de un pueblo que, anteriormente, tenían una vida gris, monótona, ahora tengan un nuevo centro vital que crea la posibilidad de tener sus finales felices. La novela está ambientada en la actualidad y eso se observa bastante ya que en la obra se menciona en diversas ocasiones la crisis económica, que hizo que en Broken Wheel se cerraran muchos negocios y por lo tanto, esta se viera como una ciudad en la que vivir no era posible. Sin embargo, en la novela, se insiste en un motivo mucho más subjetivo acerca del vacío que

parece domina Broken Wheel: la muerte de Amy Harris, que poseía una biblioteca propia. En esta novela se deja ver que los libros son la principal fuente de felicidad que tenemos los seres humanos. Este optimismo respecto a la visión de la lectura, los personajes bastante bien definidos y con los que uno termina por simpatizar y sus numerosas referencias a obras literarias (tanto en la trama como solamente referenciales) son los puntos más fuertes de esta novela.

La librería de los finales felices es la ópera prima de Katarina Bivald y eso se nota en su redacción. La novela está muy bien estructurada, los personajes están correctamente definidos y presentan una evolución gradual y el espacio y el tiempo están bien delimitados. Sin embargo, no todo es perfecto en esta novela. La simbología es bastante evidente y el desarrollo temporal del relato (la trama se desarrolla en apenas mes y medio) hace que la creencia en ese gran poder que alcanza la lectura en ese pueblo sea un tanto inverosímil. No obstante, no son grandes defectos si consideramos que la autora es primeriza y más si tenemos en cuenta el mensaje que esta novela quiere transmitir, que resulta necesario en este mundo tan complicado que nos ha tocado vivir.

Denis-Fabiola Stoian

El optimismo a través de la lectura

Katarina Bivald, La librería de los finales felicesBarcelona, Planeta

459 páginas, 19 eurosTraducción: Pontus Sánchez

PolifoníasReseñas de otros géneros

Puerto de Santa María y, además, ha participado en otros como “El Ovillo de Ariadna”. Ha ofrecido numerosos recitales en algunos de los lugares “mítico-poéticos” más conocidos como Bukowski Bar, La Tabacalera y Café Libertad 8. Actualmente, continúa llevándolos a cabo el segundo jueves de cada mes con su grupo poético Lo prometido es duda, coordinado por Bolo García. Anteriormente, en el año 2009, forma su primer grupo literario Los albaricoques verdes, con el que publica el libro Hay un lugar (2010). Por si fuera poco, ha escrito varios guiones cinematográficos y ahora planea la publicación de su segundo poemario. Poesía que rompe, que atrapa y que destila libertad en cualquiera de sus formas. Séxtasis no es otro poemario sobre sexo, pues en él Alberto Guerra nos enseña el lado más “sexual” del amor, el más puro, la esencia misma del placer: “Con mi lengua te rezo y te llevo al paraíso, / tú te elevas en los cielos / y me unges con gemidos; / degusto el agua bendita / que me ofreces, sacramento, / exteriorizas tu fe, / te conviertes en mi credo.” La añoranza y el recuerdo pasado se convierten en su presente más efímero; la ausencia de un tú que se convierte en palabra, sin querer: “Lo que me condena ya no es la

vida / sin ti, son los besos que aún espero; / sé que al beber voy a sufrir, pero es / la única forma de olvidar que tengo”. El carpe diem, la búsqueda del instante, del momento preciso, aunque fugaz en ocasiones, evoca el ansia de libertad que provoca la bebida, los besos y las noches: “Pero esta noche, por ser tú, / le seré infiel a la luna / con tus ojos, / mis anhelos jugarán a la verdad / con tu mirada, / y podré hacer el amor / con los deseos / que me regalas, a escondidas”. El poeta se desnuda ante un lector capaz de percibir su yo más íntimo y profundo: “Ahora somos, con suerte, marionetas, / con desgracia, números de una lista. / ¿Qué pasará cuando acabe la guerra?”, a la vez que su lado más rebelde, sexual e inconformista: “¿Qué es poesía? / dices, / mientras clavas en mi polla/ tus labios pintados de azul”; “…volveré amar a la luna, / volveré, de vez en cuando, a aquella cama, / al glorioso infierno / que es vivir entre mentiras, / que es obviar que esto es un juego / en el que nadie gana, / en el que siempre pierdo”. Un poemario que juega con la perfección sin ataduras, porque no hay forma más bonita de evocar la realidad humana que a través de las palabras. Alberto Guerra utiliza la expresión más pura del lenguaje. Un lenguaje mordaz, en ocasiones, duro pero real, sin artificios, claro y enigmático, cuya fuerza reside en el significado de las palabras. El alma que encierran los versos en boca de un poeta, que vive de las oportunidades que le brinda la poesía. Y es que Séxtasis se convierte en un final, en la recopilación más exacta del poeta, descrita en tantas partes como historias encierra el poemario. Los dibujos que acompañan a los textos no solo embellecen a la obra, en general, sino que muestran la esencia misma de aquello que se cuenta. En definitiva, Séxtasis es erotismo, sensualidad y, entre otras cosas, amor. Aquí, la palabra es vida, pero también son noches, sobre todo, noches: “Cada ocaso vuelve a nacer, / desde mi ventana, / la gota de leche que desayuna la noche, / el copo de nieve que cubre la calma / cuando todos duermen / y los sueños se narran”. El sexo es sexo, sin que falte de nada. La realidad es lo que se lee, sin dejar de ser autobiográfica. Esto es poesía y si no, lean Séxtasis.

Cristina Ruiz Moro

Séxtasis, y el poeta que desborda mientras quede poesía

Alberto Guerra Obispo, Séxtasis

Madrid, Pigmalión Ediciones134 páginas, 15 euros

Alberto Guerra Obispo nace en Madrid en 1986. Licenciado en

Filología Hispánica por la Universidad Complutense y, ahora, profesor de español para extranjeros. Nuestro autor, además de verso y poesía, dedica parte de su obra al cuento y al relato corto. Fue becado por la Fundación Rafael Alberti para asistir a los ciclos literarios del

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“Una página del diccionario sobre la cual medito a menudo es aquella donde cohabitan silenciosamente, sin saludarse nunca ni felicitarse el año

nuevo, la  ortiga,  la  oruga, la  ortografía  y el  orzuelo. La cosa me intriga bastante. Mientras me imagino a la  oruga dedicada a comerse la  ortiga  para que el orzuelo crezca libremente, nada turba mi paz. Pero después el  orzuelo  se pone a enseñarle ortografía  a la  oruga,  a la cual, siendo un bichito, le importa un bledo. En este momento pasa, por la misma página, un cura ortodoxo. ¿Por quién estará rezando? ¿Por la  oruga  difunta, por el orzuelo  loco o por todos aquellos que sufren por culpa de la ortografía? Esta interrogación abre ante mis ojos un auténtico abismo, en el fondo del cual —o sea, en el fondo de la página— ambula solitaria la palabra  ortógrafo. Parece que significa ‘persona que se ocupa o trata de ortografía’. Pero su sonido es espantoso. Quizás sea una palabra caníbal”. Este texto de Gianni Rodari ilustra con humor la disposición y relaciones de las palabras en un objeto tan imprescindible como el diccionario y algunos de estos aspectos son los estudiados en la última obra de Manuel Alvar Ezquerra (Zaragoza, 1950), Lo que callan las palabras. El especialista responde a muchas de las dudas que cualquier curioso se ha planteado alguna vez con respecto al origen de ciertos términos y de su empleo. Así, Alvar Ezquerra insiste en que su volumen “no es de investigación filológica (aunque en el fondo la hay), ni es un diccionario etimológico (que de ello hay algo también), sino un libro en el que el lector (que no el investigador) podrá ir leyendo noticias varias sobre las palabras agavilladas, con la esperanza de que lo expuesto sea de su interés y provecho, para enriquecer el dominio que tiene sobre su lengua”. A lo largo del libro aprendemos que la servilleta fue un invento de Leonardo da Vinci, que lápida y lápiz guardan una interesante relación y que asesino y hachís están emparentadas; además, guay, en el sentido de “muy bueno”, parece provenir del árabe kwaiis, “bueno”, palabra “introducida probablemente a través del mundo de la droga, para designar la de la buena calidad, especialmente el hachís”. Es también atractiva la historia de guiri, vinculada al carlismo.

Asimismo, Alvar Ezquerra da cuenta de distintos fenómenos y reacciones de los propios hablantes hacia

la lengua, como el tabú con la japuta, un pescado cuyo significante deriva del árabe hispánico *šabbuta, y que “por su aproximación a la palabra vulgar, en Andalucía se llama pescado de mal nombre”. Por lo que respecta a ciertas asociaciones impropias que realizamos, Alvar Ezquerra comenta, por ejemplo, que altozano nada tiene que ver con “alto”: sus dos acepciones son “cerro o monte de poca altura” y, en América, “atrio de una iglesia”. En efecto, el origen está en anteuzano, de ante- y uzo, “puerta”, por lo que ambos usos se esclarecen. Otros datos llamativos son los que asocian bigote con la expresión alemana bei Gott (“por Dios”) o gringo con griego.

En este hondo pero ameno recorrido por la historia de las palabras, averiguamos que ahorrar se liga con la acción de “dar libertad al esclavo o prisionero” (horro) y que ese dejar libre, aplicado a la economía, viene asociado a esas “cantidades que quedan libres, que se ahorran”. Igualmente, son de gran atractivo los testimonios de diversos eruditos como Sebastián de Covarrubias o Francisco del Rosal, quienes no siempre acertaban en las etimologías que proponían y que aducían singulares explicaciones. Así, Covarrubias dice de baba que se trata del “humor pituitoso que suele salir de la boca a los niños y a los bobos, y a los descuidados o traspuestos y embebecidos en mirar o pensar alguna cosa la boca abierta”. Son muy sugestivas, además, aquellas palabras que tienen hoy algún sentido coloquial, cuyos sentidos han evolucionado o que tienen una base onomatopéyica. Electricidad, ostracismo, pinganillo, birria, geta, yuyu, gazpacho, chuchería, despendolarse, escaquearse o adefesio

Manuel Alvar Ezquerra, Lo que callan las palabras. Mil voces que enriquecerán tu español

JdeJ Editores, Madrid331 páginas, 16,90 euros

Palabras caníbales

En Indies, hipsters y gafapastas, Víctor Lenore hace un repaso de la escena cultural de las últimas décadas para dar cuenta de los rasgos definitorios del panorama musical, literario y

artístico desde un punto de vista sociológico, es decir, teniendo en cuenta los avatares sociales de quienes son receptores de productos culturales. Desde este punto de vista, el autor profundiza en las complejas relaciones entre tardocapitalismo, cultura, y recepción. Periodista musical de profesión y miembro del grupo impulsor de La dinamo, ha publicado artículos en diversos medios de comunicación y participa en foros de discusión cultural en la actualidad. Víctor Lenore hace en este ensayo un ejercicio de autocrítica: parte de su experiencia individual como crítico musical que ensalzaba a grupos de la escena indie para analizar lo que queda implícito en las letras de estos grupos, así como la reacción del público ante su música, las maneras de acercarse a este tipo de música por parte del público, la colaboración de estos artistas con empresas multinacionales y el papel y la influencia de la prensa cultural en cuanto a la desactivación de cualquier contenido político.

Como afirma Nacho Vegas en el prólogo del libro, “toda escena cultural es reflejo de la época en la que surge y al mismo tiempo puede ser víctima de la misma a través del arma más poderosa de que dispone el capitalismo: el mercado”. En opinión del autor del libro, esto es precisamente lo que le ocurrió al panorama musical español de los años noventa, salvo algunas excepciones. A imagen y semejanza del modelo anglosajón, proliferaron grupos cuya máxima era el esteticismo vacío de todo contenido contestatario y la indagación en los aspectos íntimos de individuos (generalmente, varones blancos de clase media sin conciencia política) atormentados y aquejados de problemas sin relación alguna con la situación política, social y económica de la España del momento. Cualquier posibilidad de acción colectiva quedaba de entrada anulada en el discurso de estas manifestaciones culturales, de modo que es palpable la estrecha vinculación entre la cultura hipster y el tardocapitalismo.

Desde este punto de vista, la cultura hipster se erige como emblema de la clase dominante y los productos culturales, como objetos de consumo que marcan

la distinción en el gusto y su correlato en el afán de distinción de clase social. En este punto cita muy al hilo el autor al sociólogo Pierre Bourdieu para mostrar la voluntad del público elitista hipster de alejarse de los gustos de la clase trabajadora para diferenciarse de ella por criterios culturales, ya que por las condiciones laborales no era posible en tanto que la precariedad es un elemento en común: “ya que no cobramos mucho más dinero que los obreros, al menos marquemos diferencias estéticas”, afirma el autor.

A través de numerosos ejemplos, se explica el modo en el que la cultura hipster colabora con las grandes corporaciones y de qué manera este mundillo se nutre de una mezcla de racismo, sexismo y clasismo, unidos a la anglofilia y el esnobismo para marcar la distinción elitista. Así, el hecho de que en los medios culturales la mayor parte de la plantilla esté formada por varones blancos o la cuestión de que el coste de la entrada a conciertos o festivales de música indie no esté al alcance de todo el mundo resulta una prueba de ello. Se echa en falta, en relación con esto, una profundización mayor en los discursos a través de análisis de los textos que pertenecen a la escena indie, es decir, de una indagación profunda que ratifique las hipótesis expuestas y que vaya más allá del comportamiento de los autores: ver de qué manera el colaboracionismo con el discurso dominante se plasma en los textos y en los estilos musicales concretos.

El autor aboga, finalmente, por cambiar radicalmente los discursos culturales para acabar con el racismo, el machismo, el clasismo y el esnobismo puesto que “la cultura debería ser un derecho […], no una especie de medalla que colgarse en la solapa”. Plantea, asimismo,

Distinción, elitismo y vacuidad

Víctor Lenore, Indies, hipsters y gafapastas.

Crónica de una dominación culturalMadrid, Capitán Swing

168 páginas, 16 euros

son algunos de los muchos ejemplos peculiares que aporta Alvar Ezquerra, quien realiza una apasionante labor de indagación en esas palabras caníbales que se alimentan unas de otras, a la par silenciosas y llenas de ruidos y ecos del pasado, de las que nosotros nos servimos una y otra vez.

Alexandra Chereches

un enfoque cultural centrado en la recepción colectiva y en la sustitución de la industria por cooperativas y los locales elitistas por centros sociales ocupados: un nuevo modelo que permita una recepción colectiva de los fenómenos culturales.

Cristina Somolinos Molina

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Introducción

La Segunda Guerra Mundial había acabado. Gran parte de la sociedad civil catalana tenía la esperanza de que los aires de libertad frente al fascismo también llegaran en España. Pero no llegaban. La dictadura del general Franco siguió una dura represión contra la lengua catalana, aniquilándola en los ámbitos públicos de la sociedad, quedando de esta manera reducida a los núcleos familiares. La política lingüística que imponía el franquismo tenía como objetivo hacer que el catalán desapareciera. Pero la lengua era un símbolo de resistencia contra el régimen, y aunque el régimen no solía autorizar el uso del catalán (cuando lo hacía era siempre con un tono folclórico, lejos de un tono erudito), el catalán continuó trasmitiéndose de padres a hijos. La escolarización era exclusivamente en castellano, lo que supone que hoy en día más de un 65 % de los catalanes no sepa escribir en esta lengua.

En este cuadro de reivindicaciones del uso del idioma y de la oposición al franquismo se encuentra un movimiento musical y comercial, pero sobre todo social y político que tuvo lugar en la década de los sesenta en Cataluña: La Nova Cançó

A lo largo de este trabajo se va a explicar en qué consiste este fenómeno y por qué su presencia fue tan importante en los años sesenta. Esto lo haremos mediante un recorrido por su origen, por las causas que hicieron que surgiera por el desarrollo. Todo esto nos llevará a examinar el papel de la Nova Cançó en el cambio cultural que sufrió España.

Orígenes

El 26 de enero del año 1939 las tropas franquistas comandadas por el general Yagüe entraron en Barcelona, capital que se encontraba sumergida en

conflictos internos, intensos bombardeos y años de hambre, iniciándose en esta ciudad un periodo nuevo para Barcelona y toda la región. A pocos días de la invasión, el Bando del General de Brigada, Eliseo Álvarez Arenas, declaraba en La Vanguardia el 28 de enero de 1939:

Persuadido de que Cataluña siente a España y la unidad española, pese a la maldad de algunos y a los errores de muchos, el Caudillo  Franco formula la promesa solemne de respetar en ella todo lo auténtico e íntimo de su ser y de su autarquía moral que no aliente pretensiones separatistas ni implique ataques a aquella sacrosanta unidad. Estad seguros, catalanes, de que vuestro lenguaje, en el uso privado y familiar, no será perseguido; de que vuestras costumbres y tradiciones a través de las cuales expresáis los ricos matices de una raza fuerte y firmemente sensible, hallarán en el nuevo régimen los más calurosos asensos; de que vuestra economía, piedra angular de la economía española, con la que forma un todo indivisible, será urgentemente reconstruida y Barcelona volverá a ser inmediatamente el emporio de riqueza y de trabajo qua le dio hace siglos el primer lugar en el Mediterráneo. (Álvarez Arenas: 2)

El bando vencedor prohibía la esencia del país y la autonomía. Y eso no había hecho nada más que empezar. Era el Franquismo y todo lo que conllevaba: asesinatos, torturas, desapariciones, ¡censura! con un importante papel en el día a día de la vida: publicaciones, libros de texto, radiodifusión, lengua, enseñanza… Los censores y las instituciones del régimen lo controlaban todo.

El 5 de abril de 1938 Franco promulgó una ley que derogaba el Estatuto de Autonomía de Cataluña, acuñando la expresión “en mala hora concedido por la República” restaurando un “un régimen de derecho público que, de acuerdo con el principio de unidad de la patria, devuelva a aquellas provincias el honor de

ArtículosPanorama general de la Nova Cançó

María Loriente López

ser gobernadas en pie de igualdad con sus hermanas del resto de España”. La política anticatalanista estaba a la orden del día: una vez destruidas las instituciones republicanas y perseguidos los movimientos democráticos catalanistas y/o izquierdistas los dirigentes de la Falange empezaron la tarea de erradicar los signos que tuvieran una identidad catalana y no fueran de carácter folclórico, haciendo que la cultura (en especial la lengua catalana) quedara relegada al ámbito doméstico. La misión de Wenceslao González Oliveros era la “reespañolización cultural de Cataluña y la represión más severa contra los enemigos de España”, citado por Josep Benet en Catalunya sota el règim franquista (1973).

Por ello, la lengua catalana fue excluida de la Administración, del Parlamento de Cataluña, de la Universidad y de la escuela, entrando en una situación de diglosia. La zona catalana estaba llena de carteles donde se podía leer consignas del tipo “Si eres español, habla el idioma del imperio” “Prohibido escupir y hablar en catalán”. Se llegó a tal extremo de lingüicidio, que como recoge Josep Benet en Catalunya sota el règim franquista (Cataluña bajo el régimen franquista) (1973) el letrero del Hotel Sabadell en Burgos se tuvo que tapar para ocultar el nombre aunque no rindiera su nombre al topónimo, sino al apellido del propietario: Just Sabadell o el hecho de que después de que las tropas fascistas de ocupación entraran en la ciudad de Barcelona, la popular plaza de Cataluña se convirtiera en “Plaza del Ejército Español”. Este tipo de situaciones causó que muchas personas con ideas contrarias a lo que se estaba permitiendo hacer con el catalán, se exiliaran. Un ejemplo es el de Pompeu Fabra (Barcelona, 1868 - Prada, Conflent, 1948), quien escribió la Gramàtica catalana (1918) y el Diccionari general de la llengua catalana (1932). El régimen franquista atacó duramente la obra fabriana, de manera que cuando en 1943 permitió editar las primeras obras en catalán, las de Jacint Verdaguer, la condición fue que no se publicaran de acuerdo con la normativa del Institut d’Estudis Catalans, como si se tratara de una lengua que no estaba codificada.

En 1939 Ramón Serrano Súñer, quien era por aquel entonces el ministro de Gobernación, nombró a Luis de Galinsoga director del periódico más importante de Barcelona, La Vanguardia. Galinsoga había estado ante la dirección del ABC de Sevilla y había destacado por sus escritos destacadamente anticatalanes. Y la Iglesia salió beneficiada de su alianza con el régimen gracias a la obtención del control de la enseñanza,

a partir de la cual podía difundir los postulados del régimen a la sociedad, incluida la descatalanización de la población. Sin embargo, la cultura catalana sobrevivió a estos grandes obstáculos gracias al ámbito editorial, que publicó numerosos títulos en catalán, a la realización de la Gran Enciclopèdia Catalana en 1969, a la creación de revistas como Serra d´Or (1959) o la aparición de la Nova Cançó.

El nacimiento de este fenómeno cultural podemos situarlo en los años cincuenta. Al inicio de la década, Miquel Porter y Eulalia Amorós comienzan a realizar reuniones para hablar el estado de la cultura en la lengua catalana. Estas reuniones se celebran los jueves A partir de 1953, en estas reuniones se empieza a cantar y a escribir letras en lengua catalana e incluso traducciones de canciones internacionales. Hasta que en 1958 en la casa de Josep Porter se realizan conciertos.

Poco a poco se van a ir incorporando a las actividades algunos de los nombres claves en la gestación del movimiento. Ya en 1958, se celebran pequeños conciertos en casa de Josep Porter en los que participan Remei Margarit, Lluís Serrahima, Miquel Porter, y Josep Maria Espinas, nombres que formaron parte de Els Setze Jutges y se editan los primeros discos con letras en catalán. Serrahima, un año después, publica en Germinabit un artículo que puede considerarse el manifiesto de lo que en 1962 recibirá el nombre de Nova Cançó bajo el título “Necesitamos canciones de ahora” y consiguió agrupar a unos cantantes que tuvieron gran éxito en el Centro Comarcal Leridano. Este texto lo que quería conseguir era potenciar un fenómeno cultural catalán a través de literatura y música en la que se consiguieran canciones identitarias. Otra fecha importante en nuestro recorrido por la Nova Cançó es el 30 de septiembre de 1961, día en el que se realizó la primera audición pública de canciones en catalán en el Centre Comarcal Lleidetá, donde actuaron el Conjunt Diavolos, Josep Guardiola y Miquel Porter con sus propias canciones. Consiguieron gran éxito, lo que hizo que se replantearan la idea de sacar discos de canciones catalanas. En el último mes del año esta idea tiene su fruto: Bon Nadal, un disco en el que la Coral Sant Jordi reúne canciones navideñas en catalán en EDIGSA, discográfica que apoyará el camino de la Nova Cançó. Y si seguimos en nuestro recorrido, llegamos al 19 de diciembre, en el club CICF7 de Barcelona, donde tiene lugar la primera audición pública del grupo que poco más tarde se llamará Els Setze Jutges. Pocos meses después ya se

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usaba el término “Nova cançó catalana” en el Diario de Barcelona.

Cronología

Lorenzo Soldevilla en su tesis doctoral (1992) distingue tres períodos. El primero transcurre de 1958, fecha simbólica del nacimiento, hasta 1968, momento en que el movimiento sufre una crisis de identidad que supone un punto de inflexión en su trayectoria sociocultural. El segundo lo establece desde 1969 a 1975, años en que la canción se vuelve más política y que finalizan con la muerte de Francisco Franco. Y el tercero y último, de 1976 a 1987, que se inicia con el período de transición democrática y concluye con la pérdida de interés por la canción catalana.

Els Setze Jutges: influencias francesas

En el mismo año de la publicación del artículo “Nos hacen falta canciones de ahora” de la revista Germinàbit, en Valencia, el cantante Raimon, que nunca había leído la revista ni sabía nada de las reuniones de Muel Porter y Lluís Serrahima, aprovechó uno de los viajes que hacía entre Xàtiva y Valencia (donde estudiaba) para dar forma a su canción Al viento. En 1961 Els Setze Jutges dan su primer concierto público y se publica el disco titulado Bon Nadal¸ como ya hemos dicho antes.

La presentación pública y la primera vez que se utilizó el nombre de Els Setze Jutges se hizo en 1961 en el Centro de Influencia Católica Femenina (Barcelona) con el recital titulado La poesía de la Nueva Canción, en el que intervinieron Miquel Porter y Josep Maria Espinàs. Sin embargo, el nombre oficial lo acuñaron meses después, tras la actuación en la Peña barcelonista de Premià de Mar, cuando Espinàs los bautizó así apelando al trabalenguas catalán: “setze jutges d’un jutjat mengen fetge d’un penjat; si el penjat es despengés es menjaria els setze fetges dels setze jutges que l’han jutjat” (“Dieciséis jueces de un juzgado comen hígado de un ahorcado; si el ahorcado se descolgara, se comería los dieciséis hígados de los dieciséis jueces que le juzgaron”).

  A partir de este momento, los artistas de la Nova Cançó actuaron en todas las fiestas musicales , como las Matinales de Romea-Show, el primer Premio del Disco Catalán de la Ametlla del Vallès o el V Festival de la Canción Mediterránea, donde la cantante

profesional Salomé y el joven Raimon obtuvieron el primer premio con la canción Se fue . A partir de 1964 Radio Barcelona y el programa Radioscope de Salvador Escamilla, en conexión con todas las emisoras de Cataluña y Mallorca, comenzaron a difundir música en catalán y traducciones a este idioma de éxitos de Broadway. Al año siguiente se produjo la aparición en el mercado catalán de Martí Llauradó, Maria Amèlia Pedrerol, Joan Ramon Bonet, Guillermina Motta, Guillem de Efak y Núria Feliu.

La crisis y la división

La Nueva Canción englobaba a una serie de personas con ideologías heterogéneas, aunque se unían en una postura de defensa cultural firme y decidida de la cultura catalana. Sin embargo, la defensa no será igualmente entendida por todos. Surge entonces en el seno de la Nueva Canción una división entre “puros” e “impuros”, relacionada con la defensa más o menos fuerte del catalán en el sentido de las concesiones a la cultura en español, sobre todo a raíz de que el cantante Joan Manuel Serrat, artista surgido en 1965, fuera elegido para representar a Televisión Española en el festival de Eurovisión, cantando en castellano en “La, la, la”.

Entre los que más se opusieron a Serrat destaca Raimon, que no comprendía cómo Serrat veía el bilingüismo como un peaje que tenía que pagar por “cantar en Televisión Española” y también, Lluis Llach. Otros artistas, como Pau Riba, deciden mantenerse al margen y seguir con su lenguaje simbólico y sus experimentaciones vanguardistas, actitud que también apoyaba Raimon. De entre los “puristas”, comienzan a sobresalir tres nombres junto al del propio Raimon: Francesc Pi de la Serra, Ovidi Montllor y un joven Lluís Llach, cuya entrada a la Nueva Canción se produjo en 1967.

Aquí empezó la división, ya que otros autores del grupo de los Els Setze Jutges criticaron la actitud de Raimon, según explica Manuel Vázquez Montalbán en su Antología de la Nueva Canción Catalana (1968). Enric Barbat dijo que los puristas «son exclusivos y excluyentes. Son el «Clan Sinatra» de la Nueva Canción. Además, es muy explícito sobre las causas de la división: “La canción comenzó a escindirse el día que un señor, o quizá dos, comenzaron a sentir envidia al ver cuánto dinero ganaba Serrat” (1968).

La Nova Cançó se politiza

La división entre los miembros de Els Setze Jutges también se manifestó en divergencias surgidas en el seno de EDIGSA, pues algunos socios mostraron su disconformidad por la política demasiado restrictiva del tipo de grabaciones efectuadas y, como consecuencia, apareció un nuevo sello discográfico de nombre Concèntric, con un dragón como emblema. Este dragón también se convertiría en el símbolo de un local de Barcelona que, desde ese momento, pasaba a ser el lugar de referencia de la Nueva Canción: La Cueva del Dragón.

La escisión, lejos de debilitar la Nueva Canción, la convirtió en un género más rico y los representantes cada vez estaban más en los gustos de muchos jóvenes, no sólo catalanes, sino de todo el territorio español, en palabras de Aragüez Rubio (2006: 89). Uno de los primeros artistas en actuar en La Cueva del Dragón fue Guillem de Efak, el primero en publicar un disco en Concèntric, y autor del éxito “Blues en sol”. También publicó Núria Feliu un disco en el que destacaba la canción “Iremos todos hacia el cielo”. En 1965 Joan Manuel Serrat se integró a Els Setze Jutges y publicó su primer disco en el que destacaba el tema Una guitarra. Con estos artistas, la Nueva Canción comenzó a proyectarse más allá de Cataluña.

Al igual que en 1963 con el abrumador triunfo de Salomé, el Festival de la Canción Mediterránea supone el despegue definitivo del movimiento, 1968 supone el nacimiento de una segunda época de su trayectoria, no sólo por la crisis de la que hemos hablado, ni por la heterogeneidad que ya manifiesta el fenómeno, sino por la importancia política que empezó a adquirir. La negativa de Serrat a participar en Eurovisión si no se le permitían cantar en catalán el tema La, la, la planteó un dilema a Serrat. Si era fiel a TVE y al público del resto de España, traicionaba al público de su tierra y a sí mismo. Si era fiel a sí mismo traicionaba a TVE al resto del público. Tenía, por fuerza, que quedar mal con alguien. Serrat dio más valor a lo que le rodeaba y a su sentir íntimo, que a la gloria nacional y europea, consiguiendo que Televisión Española lo vetara a sin permitirle aparecer en pantalla, hasta marzo de 1974.

La canción protesta

      Esta etapa comienza con el período de transición democrática y concluye con la consolidación de la misma y la pérdida de fuerza e interés por la “canción

catalana”. Sin embargo, el espíritu de la Nueva Canción prendió en otros puntos de la península y surgieron una serie de cantautores comprometidos con la causa cultural y, más tarde, política, formando parte de la llamada “canción protesta”. Figuras como Víctor Manuel en Asturias, Patxi Andión en el País Vasco, o Pablo Guerrero en Extremadura, continuaron en castellano un género y una manera de hacer que inequívocamente había partido de Cataluña.

La aparición de Raimon en París en 1966 hizo que la Nueva Canción alcanzara gran popularidad fuera del territorio español, tanto en Europa como en América del Sur, debido principalmente a su sintonía con los exiliados españoles. Ellos, que prácticamente sólo contaban con los recitales de Paco Ibáñez en París, recibieron a los cantautores de la Nova Cançó como representantes de un movimiento cultural con el que se sentían identificados. Probablemente esta relación de algunos miembros de la Nueva Canción, sobre todo, Raimon, Llach y Montllor, con los exiliados europeos, contribuyó en gran medida a la consideración política del movimiento.

Los peores años llegaron a finales de los 80 con una sequía total de música de baile, pop comercial en catalán, lo que llevó a que artistas como Maria del Mar Bonet, Raimon, Lluís Llach y Marina Rossell protagonizaran un encierro en el departamento de cultura de la Generalidad de Cataluña exigiendo mayor divulgación de la música en catalán. Apenas sobrevivieron grupos como Duble Buble, Detectores, N’Gai N’Gai, Griego o La Madam. Los músicos apenas tenían público, y los cantautores más antiguos evolucionaron abandonando el tambor y la guitarra en busca de estilos más desarrollados. En esta época debutó la Orquestina Galana, Joan Bibiloni y Miquel Pujadó con el disco El tiempo de los faroles en flor.

En el desastre de las ventas también tuvo mucho que ver la desaparición de la Movida madrileña, por lo que el pop rock pasó a estar controlado por ritmos y conjuntos anglosajones. Sin embargo, el panorama cambió a comienzos de la década de los 90 con la aparición de Sopa de Cabra y su disco Bien adentro que vendió 90.000 copias. 1991 supuso el inicio de la recuperación del rock catalán con el concierto del Palau Sant Jordi en el que intervinieron Sopa de Cabra, Sau, Sangtraït y Els Pets. La mayoría de las bandas surgieron fuera del ámbito de influencia de Barcelona en una época en que muchos jóvenes educados con textos escolares en catalán se sentían identificados con los mensajes de los músicos, además, también

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influyó el hecho de que la juventud se sentía atraída por las maquetas que grababan sus colegas, sobre todo cuando los veían actuar sobre un escenario con las luces y los amplificadores electrónicos, lo que hacía que se entregarán completamente a los músicos. Otras formaciones de esta época fueron Lax’n’Busto, Umpah-pah y Ya te lo diré.

Conclusión

Podemos afirmar que el fenómeno de la Nova Cançó es uno de los más importantes de la cultura catalana contemporánea, pero no solo eso, ya que marcó la historia española al ser una respuesta a la dictadura de Franco. Mientras que en Cataluña la sociedad reaccionó uniéndose al movimiento y comprometiéndose con la reivindicación de su cultura, en el resto de España, o se observaba o se desconocía. Con la victoria de Raimón y Salomé en el V Festival Internacional de la Canción Mediterránea la Nova Cançó empezó a tener más presencia en las publicaciones españolas, pero no la suficiente, ya que todavía no se conocía mucho del movimiento, excepto a algunas figuras como Raimon, que se descubre en la revista Índice de la mano de Julio de Acerete y que triunfará en toda España con su Al vent. Y es a través de las revistas la llegada de peticiones de lectores que quieren saber más sobre lo que es la Nova Cançó. Y en este punto, aparece Serrat, otro ídolo en lengua catalana. Así suceden los hechos de la expansión de la Nova Cançó desde Cataluña hasta el resto del país.

Para ser conscientes de la gran importancia que tiene este fenómeno que estamos analizando, tenemos que fijarnos no solo en el hecho de que en ese contexto histórico pudiera acercar la cultura catalana a una sociedad castellanizada, sino a que este gesto de reivindicación cultural fuera imitado en Galicia, en el País Vasco, despertándose de esta manera las culturas regionales e incluso surgió la “canción protesta” con

figuras como Pablo Guerrero, en Extremadura, o Víctor Manuel, en Asturias. Y en el extranjero la figura de Raimon dio también un impulso a este fenómeno.

La Nova Cançó con sus temas e intérpretes se convirtió en un símbolo del antifranquismo en el segundo franquismo, cuya fuerza no se habría entendido sin la dictadura. Sin embargo, los cantantes no intentan que sus canciones tengan un contenido de lucha, sino que describen su vida cotidiana. Dice Carlos Aragüez:

Los objetivos primeros del movimiento no son, pues, políticos, pero esa reivindicación cultural, en el momento en el que está concebida, tiene por fuerza un carácter político que atravesará las fronteras catalanas para convertirse en bandera de la reivindicación de las culturas regionales en la España franquista. Precisamente ese carácter político se alimentará con las diferentes posturas en el seno de la propia “cançó” entorno a la defensa de la lengua, y con hechos de gran magnitud informativa como la negativa de Serrat a cantar en castellano en Eurovisión. A partir de entonces, la trascendencia política de ciertos miembros del movimiento va a ser incuestionable […] si esta postura política posee importancia para el Régimen, es porque la popularidad del movimiento va a ser de carácter nacional y su influencia se trasmitirá por todo el territorio español, traspasando las fronteras de lo puramente musical o cultural, donde la influencia de la Nova Cançó fue importantísima en la consolidación de una “canción protesta española” (2006:96)

Es decir, la Nova Cançó es, a la vez, causa y consecuencia de un período de la historia española, aunque a día de hoy, tristemente, la Nova Cançó es desconocida entre los jóvenes no catalanoparlantes. Tenemos que familiarizarnos más con nuestra historia, con nuestra gente.

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