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Esta traducción fue hecha sin fines de lucro. - Mi sitio · Si el libro llega a tu país, apoya al escritor comprándolo. ... —Sólo tú, querida. Su voz bajó durante la última

Sep 28, 2018

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trinhthuan
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Esta traducción fue hecha sin fines de lucro.

Es una traducción de fans para fans.

Si el libro llega a tu país, apoya al escritor comprándolo.

También puedes apoyar al autor con una reseña, siguiéndolo en las

redes sociales y ayudándolo a promocionar su libro.

¡Disfruta la lectura!

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3

Moderadoras Amy Ivashkov

Deydra Eaton

Maca Delos

Mel Cipriano

Nats

Sofí Fullbuster

Val_17

Zafiro

Traductoras Juli

Maca Delos

Mel Cipriano

Katita

Aleja E

Issel Jess Rowe

CrisCras

Yure8

Christicki NnancyC

Sofí Fullbuster

Nicole Vulturi

Max Escritora Solitaria

BeaG

Hermanaoscura

*~ Vero ~*

Anelynn Snowsmily

Becky_abc2

Julieyrr

KristewStewpid Val_17

Amy Ivashkov

Adriana Tate

Zafiro Letssinkhearts

Gaz Walker

Nats

Mutatingskyline

Vanessa VR Deydra Eaton

Dana.kirei7

Moni

Nani Dawson KristewStwepid

Vane Ryan

Correctoras Melii

Cris Maca

Sofi

Aimetz

MerryHope

Alaska Andreina

Alessa

Daniela Mel Markham

Val

Cami

mterx

NnancyC Daniela

Meliizza

ElyCasdel Niki

Paltonika

Gaz

Karool

Vanessa

Lectura Final: Mel Markham

Sofía Belikov

Luna West

Diseño: Jazz

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Sinopsis

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Agradecimientos

Sobre el Autor

Bold Tricks

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5

A veces, hacer lo correcto puede ser mortal.

Cuando Ellie Watt hizo el último sacrificio por Camden McQueen,

nunca pensó que sería fácil. Pero se marcha con su ex amante, Javier Bernal, para garantizar la seguridad de Camden. Con los planes de Javier

para Ellie creciendo más a cada momento, Ellie debe encontrar una

manera de ir a la delantera antes que su pasado la consuma por completo.

Mientras tanto, la nueva vida de Camden dura poco. Alimentado por

la venganza y perseguido por las autoridades, se alía con un socio poco confiable con el fin de salvar a Ellie. Pero mientras Camden cruza la línea

entre el amor y la venganza, comprende que en su intento por conseguir a

la mujer que ama puede perderse a sí mismo. Podría convertirse en el

hombre que está cazando.

The Artists Trilogy, #2

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Para Bruce Willis MacKenzie

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7

1 Ellie

Traducido por Juli

Corregido por Melii

—Querías que te atrape, ¿verdad? —La voz de Javier cortó mis

pensamientos como un taladro. Parpadeé ante el desierto seco y áspero de

Arizona mientras pasaba por delante de mi ventana, tratando de recordar

lo que sucedía. Esto no era un sueño, no era una situación hipotética, esto era real. Me encontraba en la parte trasera de un todoterreno conducido

por un hombre matón y el ex-novio de mis pesadillas estaba justo a mi

lado. Yo le había dado a Camden una segunda oportunidad en la vida, en

el amor, en todo dando un paso al costado. Ahora era prisionera de Javier, sus seis años de perseguirme finalmente habían llegado a su fin.

Estaba atrapada con un hombre que me amaría o me mataría. No

había término medio con Javier Bernal.

—¿Verdad? —repitió. Por el rabillo de mi ojo, lo vi levantar la mano

con desdén, para tapar el sol que entraba por las ventanas tintadas—. Oh, no es importante. Lo sé.

No quería morder el anzuelo. Quería seguir mirando por la ventana,

fingiendo que esto no era cierto. Quería ignorar la ira que comenzó a picar

en los dedos de mis pies, subiendo hasta mis miembros, y el asco y la derrota que estaba a punto de hundirse en mi pecho.

Él me había encontrado.

—Rastreaste mi celular —le dije, mi lengua pegándose al paladar

seco.

Se rio entre dientes. El vello de mis brazos se erizó.

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—¿En serio? Tu celular. Ángel, no eres Jason Bourne1.

Quise reír burlonamente por la forma en que pronunció Jason y a la

vez mirar con desagrado ante el uso de mi antiguo sobrenombre, Ángel.

Era Ángel hace seis años. Ese ángel había muerto sobre las alas rotas y

con el corazón roto.

Continuó: —No puedo rastrear tu teléfono a menos que tenga acceso

físico a él.

—Entonces estabas rastreando el coche —dije, todavía mirando la

ventana.

Otra risa escalofriante. —¿Siguiendo el coche todo este tiempo?

Tenía gente vigilándolo, tú tomaste un gran riesgo conduciendo con un

brillante signo de “encuéntrame”. Pero no, no había ningún dispositivo de

rastreo en el coche. ¿Por qué pondría uno en mi coche?

—Alguien podría robarlo.

—Sólo tú, querida.

Su voz bajó durante la última frase, convirtiéndose en algo

extrañamente compasivo. Forcé mis ojos a mirarlo e inmediatamente me

arrepentí. Me di cuenta de que, hasta ese momento, había estado tratando

de ver a través de él como si fuera un holograma.

El cabello de Javier ahora era largo, pero grueso y oscuro. Su rostro

había adelgazado un poco en los últimos años y su construcción era de

alguna manera más amplia, más fuerte. Tenía el aspecto de un león de

ojos amarillentos en un traje de lino blanco, una criatura que parecía más grande que la suma de sus partes. Cuanto más lo miraba, el espacio a mí

alrededor se hacía más pequeño.

Me sonrió, con los ojos brillando. No era una sonrisa amable y

rápidamente bajé la mirada, sintiendo que cuanto menos contacto visual

hiciéramos, sería mejor para mí. Alcancé a entrever su tatuaje “Deseo” en su muñeca, parcialmente cubierto por el reloj.

—Ellie Watt —dijo suavemente—. No me tomó mucho tiempo

averiguar tu nombre real. De hecho, fue casi como si tu nombre hubiera

llegado flotando a mi ventana un día. Por lo tanto, debes darte cuenta de que cuando estás prófuga y usas tu nombre real, bueno, cualquier maldito

idiota puede localizarte.

Parpadeé con fuerza y moví la cabeza hacia la ventana de nuevo.

Había sido tan cuidadosa con el nombre de Camden, atravesando todos los

pasos para asegurarme de que nunca podría ser encontrado como Connor

1 Jason Bourne es un personaje de ficción creado por Robert Ludlum para sus novelas de espionaje,

conocidas como El caso Bourne, El mito de Bourne y El ultimátum de Bourne.

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Malloy. Apenas hice lo mismo para mí. En el momento en que supe que

Javier y sus hombres estaban detrás de mí en Palm Valley, en el momento

en que nos dirigimos hacia Nevada, debería haber sido más cuidadosa,

más cautelosa. Debería haberme centrado más en mí que en Camden.

Javier me había seguido hasta el complejo en Laughlin y después pensé que era astuta al tomar un viejo personaje.

No fui lo suficientemente inteligente.

—Tenía a gente esperando en Las Vegas, ya sabes —dijo, y lo pude

sentir examinándose las uñas—. No fue difícil averiguar cuál sería tu próximo movimiento, ya que necesitabas seguir blanqueando el dinero.

Fuiste lo suficientemente arrogante para permanecer en Strip. Uno de mis

hombres vio tu coche —mi coche— conduciéndose. Te siguieron al hotel,

donde sin mucho esfuerzo intentaste esconderlo.

Tragué saliva. El asco borraba el fracaso en este momento.

—Ahora me doy cuenta, Ángel, que no te conocía muy bien. No sé a

quién conocía. Pero sé que no eres una idiota. Querías que te encontrara.

Tal vez lo has estado pidiendo desde que te escapaste.

—¿A dónde vamos? —le dije, tratando de evitar el temblor en mi

respiración.

Suspiró. —Te lo dije. Al pasado.

—Tengo muchos pasados. Escoge uno.

Se echó hacia atrás en su asiento, con las piernas extendidas, la

punta de su rodilla tocando mi pierna por un breve segundo. Sólo un golpecito. Su manera de recordarme dónde me hallaba. Miré el paisaje

rocoso mientras pasaba y me pregunté cuando llegué a ser tan imprudente

como para querer saltar de un vehículo en marcha.

—El de niña que mantienes tan cerrado —susurró y deseé que

saliera de mi cabeza—. Y nuestro pasado. ¿Lo recuerdas?

—No. —Y no era una gran mentira. Había tenido tantos pasados,

que era fácil enterrarlos a todos entre sí. Cuando dejé a Javier hace tantos

años, sólo recordé el dolor que me trajo, la humillación y el engaño

durante todo el tiempo que necesité. Durante el tiempo que necesité para convertirme en otra persona, para no cometer los mismos errores otra vez.

Luego lo dejé ir.

—Ahora estás tratando de hacerme daño. —No podría escucharse

menos sincero.

Me aclaré la garganta. —Tengo sed. ¿Tienes agua?

—Más tarde. Primero tenemos algo que discutir.

Giré la cabeza y le lancé una mirada asesina. —No tenemos nada de

qué hablar.

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La esquina de su amplia boca se torció en una sonrisa. Me pregunté

cómo alguna vez encontré a este hombre encantador. Debo haber estado

loca.

Mi teléfono sonó, sobresaltándome. Lo busqué en el bolsillo de mis

vaqueros pero Javier fue más rápido. Sus dedos se cerraron alrededor de mi muñeca retorciéndola dolorosamente mientras hábilmente consiguió el

teléfono con la otra mano. Sostuvo mis brazos hacia abajo, sujetándome

contra mi puerta, y miró la pantalla. Sus ojos brillaron por un instante

antes de que pulsara el botón para bajar la ventana y luego tiró mi celular.

En un segundo, la ventana estaba cerrada otra vez, él se encontraba

sentado en su asiento como si nunca se hubiera movido y mis muñecas

quedaron doloridas en mi regazo. Se alisó el pelo detrás de las orejas y

sonrió para sí mismo. —No te preocupes, te daremos un teléfono nuevo.

Miré mi muñeca, las marcas rojas de sus dedos desaparecían rápidamente. Nunca había usado la fuerza conmigo antes, al menos no de

una manera que no fuera sexual, y para ser sincera, fue alarmante. Por

primera vez desde que había entrado al coche, me sentía realmente

asustada.

¿En qué me había metido?

—Entonces, háblame de ese Camden McQueen.

Mi corazón se sacudió en mi pecho. —Estoy segura de que sabes

más de él que yo.

—Averigüé mucho, sí. Pero tú... parecías ser íntima.

El ácido quemó junto a sus palabras, filtrándose a través de su

fachada calmada. Realmente no quería hablar de mi relación con Camden

aunque a la vez tuviera ganas de hacerlo por despecho. Le molestaba, de

alguna manera, después de todo este tiempo, que yo haya estado con otro

hombre. Y supongo que en algún lugar, de alguna manera, todavía guardaba rencor.

—Lo follé, si eso es a lo que te refieres —le dije sin rodeos. También

le dije a Camden que lo amaba , me dije a mí misma, jugando con la frase

como una granada, pero decidí que era más seguro mantenerlo dentro.

Javier se tensó a mi lado por un instante. —Tan crudo.

—Sí, bueno —le dije—, eso es lo que es.

—¿Nada más?

Lo miré en contra de mi mejor juicio. —¿Qué es lo que quieres,

Javier? Estoy segura de que no puede ser saber si me follé a Camden o no, ya tienes tu respuesta.

—Quiero… —dijo lentamente, prolongándolo. Se lamió los labios—.

Quiero que tú y yo trabajemos juntos.

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Casi me reí. De hecho, un pequeño bufido escapó de mis labios.

Levantó una ceja perfecta e inclinó la cabeza hacia mí. —¿Te parece

divertido?

Mis dedos se extendieron contra mi clavícula. —Me parece horrible.

—Eden —dijo, y luego cerró los ojos y sacudió la cabeza—. Ellie. No crees que estás aquí sólo por el hecho de estar aquí, ¿verdad?

—Tú dime. Secuestraste a una madre y su hijo con el fin de

encontrarme. Pagaste no sé cuánto dinero. Ahora me tienes. Para lo que

sea que quieras. ¿Y me estás diciendo, después de tantos años, que me encontraste porque quieres que trabajemos juntos?

Sus ojos estaban en mí, cada vez más dorados en la luz. Fijos. Sin

parpadear. Desconcertantemente estaba muy segura de que esto era una

prueba. El que primero mira hacia otro lado, pierde. Sin embargo yo no iba

a perder, no cuando no sabía el premio.

Le devolví la mirada.

—Sí —dijo después de un par de latidos. Se lamió los labios de

nuevo y me hizo dar cuenta de cuánta sed tenía—. Podría haberte

encontrado hace mucho tiempo, si realmente quería. Te habría dejado ir.

Con el coche, el dinero, la falta de respuestas…

—¿La falta de respuestas? —repetí.

—Simplemente te fuiste. Sin una nota, sin una llamada telefónica.

Sin respuestas. —Lentamente esbozó una sonrisa y luego volvió su

atención hacia la ventana, donde un camión pasaba a toda velocidad por la carretera, dejando suciedad a su paso—. Sabes que me encantan las

respuestas, Ángel. Me dejaste tan solo y abandonado como si fuera las

sábanas de mi madre.

Mi boca se abrió, con la lengua buscando a tientas algo concreto. —

¿De qué demonios estás hablando? ¿Te dejé solo y...?

Se encogió de hombros. —No importa, es el pasado.

Era el pasado. El pasado sobre el que se equivocaba totalmente.

—¡Me engañaste! —escupí, inmediatamente avergonzada por toda la

pasión que había en mi voz.

—Cierto —dijo. Levantó la mano en el aire como si quisiera hacerme

callar—. Lo hice. A veces lo olvido, que lo que hice estuvo mal. Pero eso no

es nada.

No era nada. Lo que hizo, encontrarlo en la cama con una zorra

pelirroja, me convirtió en quien era. Arruinó mi corazón, mi capacidad de amar, de confiar, de... vivir. Me llenó de cicatrices, tanto como Travis lo

hizo. No era nada. Tal vez, tal vez debería haber sido.

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Tomé una respiración profunda, sabiendo que probablemente le

encantaba el hecho de que me sacaba de quicio. —Bueno, entonces eso fue

nada. Podrías haberme encontrado hace años, por lo que dices. ¿Por qué

ahora? Estás solo, ¿es eso? ¿Tener tanto dinero no es suficiente para que

tu polla se corra?

Sus ojos se entrecerraron. —No soy la persona que era hace seis

años, querida. Y puedo ver que tú tampoco.

Él tenía razón en eso. Javier obviamente había cambiado para peor.

¿Y yo?

Pregunta estúpida.

—Puedo entender por qué crees que te he perseguido para, uh,

motivos delicados —continuó—. Pero ese no es el caso. Los dos queremos

lo mismo. Y por una vez, creo que tienes la ventaja para obtenerlo.

Mi frente se arrugó. —No me digas que necesitas lecciones para ser un estafador.

Vi la primera sonrisa genuina extenderse brevemente por su cara. —

Eres mucho mejor en otras cosas, Ellie. Tienes algo que yo no tengo.

Tienes acceso, contactos, y en algunos casos... encantos femeninos. Dios

sabe cómo me enamoré de ellos una vez.

Sus ojos se deslizaron por mi cuerpo, desde mis piernas cubiertas

por mis vaqueros a mis brazos desnudos. Hasta donde el tatuaje, su

tatuaje, envolvía mi bíceps como una anaconda, exprimiendo la vida fuera

de mí.

—¿Y si no te ayudo? —le dije, frotando mi garganta reseca. Tenía

sed, y cuanto más pensaba en lo que Javier podría hacer si me negaba, se

me secaba aún más.

—No creo que te niegues —dijo con total confianza. Se inclinó hacia

delante y golpeó el cristal tintado que separaba al conductor de nosotros—. Agua, dos2 —dijo, y el conductor calvo se agachó y sacó dos botellas de

agua. Javier me dio una y la ventana volvió a subir.

Rápidamente desenrosqué la tapa y tomé un trago largo. Estaba fría

y extrañamente dulce y tomó bastante saciar mi sed.

—¿Y si me niego? —repetí, limpiándome la boca.

Lentamente tomó un sorbo de agua, con los ojos en mí, demasiado

íntimo, demasiado atento. —Tengo una manera de hacer que veas las

cosas en perspectiva. Ahora, bebe.

Ante eso, inmediatamente alejé la botella de mis labios.

2 En español en el original.

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—Tan desconfiada, Ellie —canturreó. Sentí la botella deslizarse fuera

de mis manos mientras trataba de sujetarla. Él me la arrancó y me apretó

el hombro, para que permanezca en el asiento. Sus dedos eran más

ásperos de lo que recordaba, pero calientes, como si estuvieran

impulsados por un radiador. Todo empezaba a ponerse poco preciso y entumecido. El interior del coche giraba.

—Naturalmente —prosiguió, inclinándose hacia adelante y

mirándome a los ojos—, tienes el derecho de ser así. Eden White era

demasiado confiada.

Mi cabeza se cayó hacia atrás en el asiento. Pude ver puntas de

rayos dorados y verdes encontrando sus pupilas, las pequeñas líneas que

se formaron en la esquina de sus ojos, un mechón canoso que se atrevió a

mostrarse en el cabello que caía por su frente. Javier había envejecido. No

había nada más aterrador.

—Duerme bien, mi ángel. —Su voz me llegó en una onda de

vibración. Había remolinos de luz y entonces todo se volvió negro.

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2 Camden

Traducido por Maca Delos & Mel Cipriano

Corregido por CrisCras

Había mentido. Me había jodidamente mentido.

Debería haberlo visto venir, debería haber sabido que esto no iba a

terminar fácilmente. Debería haber sabido el momento en que Javier llamó

que de ninguna manera la dejaría ir una vez que la tuviera. Él no era débil como yo, eso podía admitirlo. No era el que se había quedado en el jardín

de rocas con las manos carnosas de dos jodidos matones envueltas a su

alrededor, sosteniéndolo en su lugar mientras la observaba irse. No, ese

era yo. Camden McQueen.

Tuve que mirar cómo se iba otra vez, pero esto no era la secundaria,

ni un pasillo.

Me dejó en una nube de polvo, un remolino de destruidas flores de

cerezo que hacía que se me atragantase el corazón.

Debo haber estado gritando después de entonces, fuera de mi cuerpo con mi vieja amiga la rabia. Odiaba esta parte de mí —cuando

perdía la cabeza, me perdía a mí mismo—, la oscuridad que se asentaba

en mis huesos, que se apoderaba y me arrancaba el cerebro de la piel.

Estaba viendo todo desde otro ángulo, y lucía igual de jodido desde aquí arriba.

Y también hubo lágrimas. Mi hermoso hijo, Ben, de tan sólo tres

años, lloraba en los brazos de su madre y yo sabía que necesitaba

recuperar el control. Gritar, luchar, no iba a resolver nada. Tenía que

pensar en sacarnos de aquí o alejar a los hombres de Javier de mi local de tatuajes, Sins & Needles. Necesitaba control.

Cerré la boca, casi arrancándome la lengua, mientras mi corazón

dolía, se desmoronaba, y se detenía en mi garganta. El campo visual se

aclaró y de repente el cielo del desierto era tan brillante como siempre lo

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había sido.

El todoterreno —Ellie— ya se había ido muy lejos.

—Alejen sus jodidas manos de mí —gruñí, liberándome de su

agarre. Sus estúpidos y finos dedos finalmente me dejaron ir. Me di la

vuelta y al fin pude verlos bien. Ambos tenían cuerpos macizos de jugadores de fútbol americano, cabezas grandes con nada dentro,

programadas para seguir las órdenes de Javier. Cobardes hasta la

médula.

—¿Van a irse o quieren que llame a la policía para que los saque? —pregunté, sabiendo que no iba a meter en esto a mi padre, el alguacil de

Palm Valley, y alguien que fácilmente podría deshacerse de ellos mientras

me destruía a mí en el proceso.

Los hombres intercambiaron una mirada, pero permanecieron en

silencio.

—No será necesario —dijo Raul detrás de mí, los escalones

chirriando mientras bajaba. Me había olvidado de que se hallaba allí,

cerniéndose detrás de Sophia y de Ben durante la transacción entera,

como un chaleco amarillo en un traje fino—. A menos que ya estén en

camino por toda la escena que acabas de hacer.

Me tragué el volcán en el pecho y exhalé bruscamente a través de la

nariz mientras su cara de guante de béisbol se acercaba. —Si crees que

eso fue verme hacer una escena, aún no has visto nada.

Su sonrisa era irónica, típica de un capullo sin poder. De no haber estado seguro de que los matones llevaban armas consigo, le habría

pateado los dientes.

—Ya nos vamos —dijo, cruzando los brazos sobre su pecho. Mis ojos

se enfocaron en la cicatriz en su mentón, y por un doloroso segundo vi las

mismas en las piernas de Ellie, las sentí debajo de mi pistola para tatuar, debajo de mis manos, debajo de mi lengua.

—¿Y tú? —continuó él, sacándome de mis pensamientos antes de

poder hundirme más.

Le dirigí una mala mirada. —No es de tu jodida incumbencia.

Se encogió de hombros como Javier Jr. —Si fueras un hombre

inteligente, te irías de este lugar. Agarra a tu mujer, a tu hijo y tu dinero

sucio y vete de aquí.

Ex mujer, quería decir, pero el comentario sobre el dinero sucio me

ardió más.

—¿O qué? —lo desafié estúpidamente. Debería haber cerrado la

boca otra vez, quedarme con todo dentro e irme, pero tenía ganas de ser

una molestia más que nada.

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Él levantó una ceja. —O nada. Nosotros —asintió hacia los matones

y sus hinchadas caras inexpresivas—, ya acabamos contigo. —Levantó la

cabeza hacia la calle, donde la gente pasaba conduciendo como si no

hubiera vidas siendo amenazadas, arruinadas y cambiadas delante de sus

ojos. Los hombres asintieron y los tres caminaron pasando de mí, fuera de mi pisoteado el jardín de rocas donde las plantas aún seguirían creciendo

incluso cuando dejara la tienda llena de telarañas y polvo. Porque tenía

que marcharme, aunque no porque me lo hubiera dicho Raul. Tenía que

hacerlo porque ya había tomado una decisión semanas atrás.

Raul se detuvo en la acera, con el calor emanando de ella. Sacó un

par de gafas de sol del bolsillo de su chaqueta y las sostuvo durante un

momento, sus ojos dos grandes puntos negros en el fuerte sol.

—Pero —dijo más fuerte, con la voz gruesa—, sólo porque nosotros

hayamos terminado contigo, no significa que Javier lo haya hecho. No vayas a buscarla, hagas lo que hagas. O será tu funeral. Y el de ella.

Se puso las gafas en el rostro y los matones desaparecieron por la

calle hacia cualquier escape que tuvieran planeado.

Aunque le creí cuando dijo que había acabado con nosotros, no me

hizo sentir mucho más a salvo. Lentamente me di la vuelta y observé a Sophia y Ben. Ella le sostenía la mano, mi chico inclinándose contra su

pierna. En su otra mano, tenía el maletín lleno de dinero. Se aferraba a él

casi igual de fuerte.

Nuestras miradas se encontraron, tal vez real y verdaderamente por primera vez en el día. Hombre, incluso aunque estaba debajo de la sombra

del pórtico, podía ver sus ojos centelleando, llenos de fuego, y no del tipo

en el que quería arder. Joder, no había manera de evitarlo. Lo había

evitado durante demasiado tiempo.

Después de todo —todo— por lo que había pasado, era ridículo que sintiera un mínimo de miedo por mi ex esposa. Pero lo sentía. Podía

admitirlo. Admitiría cualquier cosa, a este punto. Tenía miedo de lo que

iba a hacerme sentir, o de lo que no podía esperar a hacerme sentir.

Mientras tanto, Ellie se encontraba en un auto con Javier. ¿Tendría miedo ella también? ¿Tendría miedo de lo que Javier podría hacerle

sentir? ¿O ese miedo era exclusivamente mío?

Lo alejé de mis pensamientos como si fuera un mechón de pelo

suelto y subí las escaleras hacia ellos, con los dedos moviéndose para

separarse uno del otro, intentando dispersar la energía nerviosa que se formaba dentro de mí.

Me detuve enfrente de Sophia, en el último escalón para estar a su

altura. Ella era pequeña, no demasiado en forma, sólo en altura. Siempre

había sido una cabeza más baja que yo, aunque sus caderas y muslos

tenían buena forma, algo que me había tentado hacía tantos años.

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—Lo siento —dije con fuerza, mirándola a los ojos y hablando en

serio.

Jamás pensé que soltaría el maletín. Y cuando lo hizo, aterrizó en el

pórtico con un sonido que hizo un fuerte eco, y lo siguiente que ocurrió

fue que su palma abierta se dirigió a mi cara. Me golpeó con fuerza, rápido, en una de mis mejillas, y luego en la otra con la parte delantera de

su mano, atrapando la comisura de mi labio. Ardió como el infierno y

contuve el aliento. Porque enojarse no me haría ningún bien —enojarme

era la razón por la cual era mi ex.

—Merecía eso —dije lentamente, evitando sus ojos.

—¡Cállate! —gritó, escupiendo saliva con la boca. Ben, bendito sea

su inocente corazón, gimió y abrazó más a su madre, negándose a llorar—

. Cállate. ¡Imbécil! Eres...

Se detuvo, y justo cuando pensé que todo esto era demasiado para ella, me volvió a golpear. Luego comenzó a llorar, con la cabeza colgando

en su cuello, y el maletín a sus pies. No pude evitar echarle un vistazo a

Ben, mi hijo, que tenía la mirada levantada hacia mí como si fuera no sólo

un tipo malo, el tipo malo que había hecho llorar a su madre, sino un total

extraño. Era un extraño para ambos, y no importaba cuántas cartas había escrito. Estábamos perdidos para el otro.

—Oye —dije suavemente, y envolví mis brazos alrededor de ella. Se

tensó pero me dejó abrazarla. Bajé una mano y la apoyé sobre la cabeza

de Ben, y nos quedamos allí parados durante unos buenos minutos, una familia de sangre pero no de corazón, mientras que ella seguía llorando.

—Ni siquiera sé por dónde empezar —dijo entonces, con la voz

amortiguada por mi pecho lleno de lágrimas.

—Hice algo estúpido —le dije, imaginándome que era mejor

intentarlo que no.

—Lo sé —respondió, el filo volviendo a su voz. Levantó la cabeza, su

rostro a centímetros del mío. Recordaba lo difícil que solía resultarme no

besarla y lo fácil que era ahora. Los moretones alrededor de su ojo y

mejilla donde alguien —¿Javier?— la había golpeado estaban a la luz. Me hizo sentir enfermo de nuevo.

—Lo siento —susurré, y ella se alejó de mi agarre—. Tenía las

mejores intenciones en mente para Ben durante todo esto. Quería escapar

de esta vida, la vida en la que tus... hermanos... me metieron.

Se limpió las lágrimas con fuerza, como si quemaran. —Tú te metiste solo en esta vida. Tú...

—Te golpeé —dije, e incluso ella pareció un poco sorprendida por

cómo lo había admitido después de todo este tiempo. Posé las manos

sobre sus hombros y la sostuve con firmeza, bajando la cabeza,

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observándola de cerca—. Te golpeé. No hay excusa. Ya me cansé de

excusarme. Te golpeé y me odio por ello, y odio que arruinara lo que

teníamos. Una familia. Jamás podré deshacerlo, y tengo que vivir con ello.

Perdón, Sophia. Real y verdaderamente, por lo que te hice.

Ella sorbió, pareciendo asimilarlo. No esperaba que me perdonara y ni siquiera me importaba si lo hacía. Como le había dicho a Ellie una vez,

no lamentaba las consecuencias de mis acciones, pero sí la acción. Y

había estado dando excusas por ello todo este tiempo, culpando a Sophia

por algo que era enteramente mi culpa. Mi temperamento, mi enojo, mi vieja amiga la rabia —quería por fin tirarlo todo a la cuneta. Quería

apoderarme de todo, destruirlo. ¿No se trataban de eso las segundas

oportunidades?

Me agaché y agarré el maletín. Lo puse en su mano. —No me gané

este dinero. No lo pedí. Odio lo que representa. Si puede darnos una segunda oportunidad, entonces tal vez no es por nada.

—¿Quién dijo que quería una segunda oportunidad contigo? —dijo

ella. Tenía razón. Jamás asumí que la querría.

—Porque se siente como si fuera lo correcto, intentarlo. Escucha,

Sophia. No puedo dejar que vuelvas a cómo eran las cosas. Tus hermanos... te entregaron a un jodido loco. Esa vida, no era una vida, no

es una familia. Yo puedo ser tu familia.

—Aunque estés enamorado de otra mujer —señaló—. ¿Quién era?

¿Quién era esta mujer que valía todo esto?

—Una vieja amiga —dije simplemente, ignorando las uñas en mi

corazón. Ni siquiera quería decir su nombre, no ahora mientras

estábamos en Palm Valley, donde casi podía sentirla alejándose más y

más. Tenía que enfocarme en lo que tenía justo enfrente de mí: Ben y

Sophia. Dinero para una nueva vida. Tenía que asegurarme de que estuvieran a salvo antes de poder dejarme llevar por pensamientos sobre

Ellie.

Odiaba el hecho de que tenía que elegir.

—Por favor, vámonos de aquí. A un lugar seguro. Podemos pedir comida y discutir nuestro siguiente movimiento.

Ella se dio la vuelta y miró a sus espaldas hacia la tienda, mi

hermosa tienda, hecha de mentiras y tinta. —¿No es seguro aquí? Es tu

hogar.

—Esto jamás será seguro. Y ya no es más mi hogar.

Asintió, pareciendo entender. —Entonces, ¿qué? ¿Vas a irte ahora

mismo, así como así? Tu padre...

—Ya me he ido, Sophia. Ni siquiera debería estar aquí. —No debería

haber sido tan descuidado de pensar que un hombre como Javier no iría

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tras de mí y tomaría las cosas que yo amaba. Me devolvió algunas de ellas

y tenía que hacer que funcionara.

Observé el GTO, el auto al que Ellie llamaba José, parado en la

entrada. Ya había visto tantas cosas. Era hora de que viera más.

Agarré la mano de Sophia e intenté tomar la de Ben, pero se alejó de mí. ¿Se reconocería a sí mismo tatuado en la parte trasera de mi pierna?

¿Algún día se daría cuenta de lo mucho que significaba para mí? Quería

sentirme como un padre otra vez. Quería que él sintiera que tenía un

padre.

Acabábamos de llegar al auto cuando oí a alguien llamarme desde la

calle.

—¡Camden!

—Mierda —juré en voz baja, y me giré para mirar. Era Audrey Price,

una de mis clientas. Su piel pálida brillaba bajo el sol caliente como cáncer de piel esperando a aparecer. En su brazo se halaba el tatuaje de

flores de cerezo que había rellenado parcialmente hacía unas semanas. El

día que encontré a Ellie. Las mismas flores de cerezo que más tarde

agregaría a la pierna de Ellie.

—¿Quién es esa? —oí susurrar a Sophia.

—Una clienta —dije, y puse mi más encantadora sonrisa mientras

Audrey se acercaba a nosotros—. ¿Qué hay, Audrey? ¿Cómo está el

tatuaje?

Se detuvo delante de nosotros y rápidamente le echó un vistazo a Sophia por encima de sus gafas retro. La observó a ella primero, luego a

Ben, todavía callado como un ratón. Finalmente me miró a mí.

—Vine a verte el otro día. Estaba cerrado —dijo con inquietud y se

volvió a poner las gafas.

Me encogí de hombros casualmente como si pudiera armarme de valor. —Me estoy yendo de vacaciones con mi familia.

Frunció el ceño, entonces su cabeza se volvió hacia Sophia y Ben

otra vez para echar un mejor vistazo. Su boca cayó abierta. A completa

luz, no fue tan obvio que Sophia acababa de ser sorprendida. —¿Familia? Yo... no tenía idea de que estabas... lo siento.

—No lo sientas —le dije, sabiendo que Audrey pasaba por un

montón de situaciones en su cabeza. Siempre había estado emocionada

conmigo, eso sí era obvio. No ayudó que una noche la hubiera tatuado el

trasero y como devolución, ella me hubiera chupado la polla. Ahora, todo eso, combinado con lo que parecía una mujer y un hijo escondidos y un

caso obvio de abuso matrimonial, probablemente hacía que las cosas

parecieran un poco más incorrectas.

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Ella nunca había conocido realmente a Camden McQueen, ¿verdad?

Me sonrió con fuerza, y traté de tranquilizarla. —Sólo voy a estar

fuera por un tiempo, necesito descansar un poco, eso es todo. Voy a abrir

de nuevo cuando vuelva. ¿Querías otra sesión? Déjame echar un vistazo.

Tomé su brazo como solía hacer, para inspeccionar mi trabajo, sólo para ver cómo se encontraba y si de alguna manera se había vuelto más

hermoso al fundirse con la piel, algo que notaba una y otra vez. Dicen que

los tatuajes son permanentes, pero a mis ojos, estos se adaptan, en

constante cambio.

Ella sacudió su brazo como si mis dedos fueran agujas, y me disparó

otra de esas sonrisas forzadas. —Debería irme.

Me tragué mi miedo, el tipo de miedo que me paralizaría y

mantendría aquí para asegurarme de que no me darían un mal nombre,

que nadie pensará mal de mí. —Bien, bien, pasa por aquí en una semana, más o menos. —Me daba cuenta ahora de que ya no era el tatuador

caliente, sino algo más siniestro. En una semana, ella no volvería. Y yo no

estaría aquí de todos modos.

Audrey me hizo un gesto vago, dio media vuelta y se alejó

rápidamente, sus tacones sexys haciendo eco en la acera.

—¿Todos tus clientes son tan extraños? —preguntó Sophia,

acercándose a la puerta del lado del pasajero del coche.

—Supongo que nada de esto se ve muy bien —le dije con un gesto

forzado.

—Está más allá de lucir bien —dijo, lanzando el maletín dentro y

entrecerrando los ojos hacia mí con gravedad—. Todo esto es muy, muy

malo, Camden. Creo que no te das cuenta de lo malo que es.

Oh, la cosa era que lo hacía.

Le di un último vistazo a Sins & Needles y me metí en el auto, sin siquiera sentir el calor que sólo un auto viejo podía tener.

Había estado conduciendo durante veinte minutos antes de que la

finalidad perversa de todo se instalara. Bajo mis manos se encontraba el

volante de un coche que no era mío, ni de él, ni de ella, pero era todo lo que quedaba. Había vivido demasiado rápido y demasiado fuerte, y ahora

supuestamente estaba aceptándolo, aceptando que se trataba de un regalo

de despedida, al igual que el maletín en las manos de Sophia, una

recompensa por renunciar a mi amor.

No iba a darme por vencido, ¿o sí? Cada hueso de mi cuerpo dolía por encender el GTO y volver a Ellie, para sacarla de algo que no tenía que

hacer, de una vida a la que no tenía que volver. De un amor que nunca

fue, que nunca pudo ser lo que ella necesitaba.

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—Estamos a punto de quedarnos sin combustible. —Sophia habló,

su voz ronca y sin emociones. Mis ojos se dirigieron hacia un lado para ver

a Ben, durmiendo en su regazo, y mis pulmones ardieron como si me

hubiera tragado un puñado de arena. No podía renunciar a Ellie. Pero

tampoco podía renunciar a Ben. Mi elección había sido hecha cuando me alejé de Palm Valley, sólo no sabía si tendría mi segunda oportunidad una

vez más.

Estacioné el coche en la próxima gasolinera y llené el tanque lo más

rápido posible. Necesitaba mantener la calma, necesitaba mantener el control. Necesitaba, necesitaba, necesitaba.

La puerta del pasajero se abrió y Sophia salió, Ben todavía en sus

brazos, aún dormido. —Voy a conseguir algo de comida —dijo, asintiendo

con la cabeza hacia el centro comercial con las luces chillonas que no

ocultaban nada.

Puse la bomba de nuevo en el receptor. —¿Por qué no dejas a Ben

conmigo? No es necesario llevarlo.

Ella negó con la cabeza. —No quiero despertarlo. Él dormirá todo el

tiempo que lo esté sosteniendo.

Cosas que debí haber sabido acerca de mi propio hijo. Cosas que no sabía.

—¿No confías en mí con él? —le pregunté, caminando alrededor del

coche.

Arqueó las cejas. —No, Camden. No lo hago. Puedes ser su padre biológico, pero es lo único que has sido.

—Le escribí cartas… —Mi voz se apagó.

—No, no lo hiciste —espetó.

Me lo imaginaba. Mi corazón comenzó a bombear con fuerza en mis

oídos, mis dedos se crisparon. —Lo hice, Sophia. Le escribí. Te envié dinero también, pero supongo que nunca viste nada de eso.

Sus ojos se dirigieron a la tienda y volvieron. Se humedeció los

labios y me miró. —No. No he recibido ni un centavo de ti.

—Mierda —dije, tratando de no golpear la parte posterior del coche.

—Si te hace sentir mejor, te creo.

Levanté una ceja y cerré el puño. —¿Sólo así?

—Sólo así. —Sin embargo, ella se alejó hacia la tienda, la cabeza de

Ben en su hombro.

Me senté en el coche y apoyé la cabeza en el volante. Necesitaba pensar, y pensar rápido.

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Tenía dos problemas. Sophia y Ellie. Ambos parecían imposibles de

solucionar, de hacer bien, pero no importaba. Tenía a Sophia en mis

manos y era lo que debía arreglar primero.

Ella había sido entregada a Javier por sus hermanos a cambio del

dinero que les robé. No me sorprendía, en realidad no. Siempre habían sido de esos tipos que se tirarían entre ellos bajo un autobús si eso

significaba estar por encima. Toda su familia estaba jodida de esa manera,

podrida hasta la médula. Ellie tenía teorías sobre que se vinculaban con la

mafia, pero no eran de Sicilia, sólo italianos. Estaban atados a algo grande y malo, eso era todo lo que sabía.

Ahora, obviamente, Sophia no podía volver a ellos. Ella no vivía con

sus hermanos. Lo último que sabía era que se encontraban, al menos, en

Los Ángeles, cerca de ella en Silverlake. Demasiado cerca para que me

sintiera cómodo, y estaba bastante seguro de que si alguna vez hubieran visto mi cabeza apareciendo en su barrio, habrían disparado limpiamente.

Tenía que convencer a Sophia de dejar Los Ángeles con Ben, llegar a algún

lugar lejano y seguro. En la profundidad del lodo en el que me encontraba,

no podía llevar las cosas a la policía, no sin antes ir a la cárcel. Joder, si

realmente lo pensaba, había una larga lista de delitos que había cometido en la última semana.

Una vez que alejara a Sophia, incluso hacia otro estado, tal vez

Oregon, o quién sabe dónde, me comunicaría con Gus, el tipo que avalaba

a Ellie. Obtendríamos un nuevo nombre para Sophia. Teníamos dinero. Podríamos comenzar de nuevo.

Sonaba demasiado familiar.

¿Qué pasaba con Ellie?

¿Qué pasaba con Ellie?

¿Qué pasaba con Ellie?

¿Qué pasaba con ella? Cada día que estuviéramos separados era un

día más que ella se hallaba cada vez más lejos. Tres vidas estaban en juego

y no podía salvarlas a todas al mismo tiempo.

Suspiré fuertemente, no sintiéndome de otra forma más que sin esperanzas, y mis ojos cayeron en el lado del pasajero. La maleta había

desaparecido. Me senté y estiré el cuello para mirar hacia la tienda. No

podía ver a Sophia en el interior. No...

El pánico creció dentro de mí. ¿Había tomado el dinero y me había

dejado? Ella no me odiaba tanto. Ella no podía...

Yo no la conocía en absoluto, ¿verdad?

Rápidamente me bajé del coche, mis pasos sonando con fuerza en el

asfalto en un raro momento de tranquilidad en la carretera. La tienda

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parecía vacía por lo que podía ver, y el nuestro era el único coche en el

aparcamiento.

Abrí la puerta, la campana tintineó demasiado fuerte para mi gusto.

Un hombre de doble mentón con el pelo gris se encontraba mirando un

crucigrama. La tienda se encontraba vacía.

—Disculpe —le dije tratando de ocultar la ansiedad en mi voz. El

recepcionista ni siquiera levantó la vista. Me acerqué y me incliné sobre el

mostrador, entre él y el crucigrama. Finalmente, sus ojos cansados y rojos

se encontraron con los míos. Conocía esos ojos, eran ojos del desierto, secos por el exceso de sol y la poca alegría.

—¿Puedo ayudarle? —preguntó el hombre. Podía sentir que estaba a

punto de buscar un arma bajo el mostrador, así que retrocedí.

—¿Ha visto a una mujer y a un niño entrar aquí? —le pregunté.

Frunció el ceño y luego se relajó un poco. —Vi a una mujer. No puedo decir si vi a un niño.

—¿Ella era menuda, ya sabe, cabello oscuro corto, mirada italiana?

Se frotó los labios en sus pensamientos. No tenía tiempo para que

reflexionara sobre esta mierda. Necesitaba saber si Sophia me había

dejado, y rápido.

—¡Piense! —grité, perdiendo el control por un momento—. ¿Estaba

aquí?

El hombre se quedó inmóvil, sorprendido. Al mismo tiempo, oí un

portazo detrás de mí. Me volví para ver Sophia saliendo del baño con Ben a su lado. Sus ojos se entrecerraron, mirándome con recelo.

—Ahí estás —le dije, girando y dándole a Ben la más genuina

sonrisa que pude reunir. El alivio nunca se sintió tan suave como lo hizo

en ese momento.

—¿Dónde creíste que había ido? —preguntó. Asentí hacia el maletín. Ella sacudió la cabeza y rápidamente abrió la puerta—. Vamos, cariño —

canturreó para Ben.

La seguí hasta el coche, intentando quemar el sentimiento de culpa.

Mi primer pensamiento fue que Sophia había tomado el dinero y huido. Me pregunté si alguna vez había confiado en alguien.

—Lo siento —murmuré, después me metí en el coche y me puse de

nuevo en la carretera. El sol se deslizaba bajo en el cielo, lanzando una

cálida luz dorada que me hacía sentir cálido y seguro, como si mi mente

estuviera hojeando fotografías de los veranos anteriores. Era nostálgico, bueno, y terriblemente engañoso. Odiaba esa hora del día.

Ella se quedó en silencio, reflexionando sobre mi desconfianza.

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—Lo siento —dije de nuevo, pasando los dinosaurios de Cavazón al

borde de la carretera—. Pensé que te habías ido.

—Tuviste que haberlo hecho —dijo.

—Mamá, estoy cansado —habló Ben por fin, tirando de su manga

mientras ella lo sostenía. Su voz trajo lágrimas a mis ojos. Nunca lo había oído hablar antes. Mi boca se debatía entre colgar abierta y una sonrisa.

En otra vida, esto hubiera sido normal y hubiera llevado a Ben a ver los

dinosaurios. En otra vida, él me hubiese visto como su padre. En otra

vida, yo no estaría tratando de encontrar una nueva para todos nosotros.

—Mira el camino —dijo Sophia, golpeando su mano en el

salpicadero, y levanté la vista a tiempo para ver que cruzaba la línea

divisoria. Me corregí, mi corazón latiendo fuerte, y me froté la frente hasta

que pude sentir. Tenía que mantenerme calmado, aunque sólo fuera por

un rato más.

Tragué saliva y dejé escapar un suspiro largo y tranquilo. —Sophia,

tenemos que pensar en los próximos pasos. No puedes volver a casa. —

Tan elocuente y no invasivo como pude, le expliqué lo que teníamos que

hacer. Para mi sorpresa, ella no opuso resistencia, incluso cuando le dije

que tendría que cambiar su nombre y cortar todo contacto con su antigua vida. Tal vez sabía que el bienestar de Ben valía la pena cada sacrificio.

—Entiendo —dijo mientras alisaba el hermoso pelo grueso de Ben.

Dios mío, iba a ser un Casanova algún día—. Pero no puedo simplemente

levantarme e irme así como así. —Chasqueó los dedos—. Tenemos que volver al apartamento para que pueda recoger mis cosas.

—Tus hermanos…

—Ya no están en la ciudad. Están en Fresno.

—¿Cómo lo sabes?

Ella me lanzó una mirada asesina. —Puede que me hayan vendido, pero soy su hermana. Sabía sus planes la semana antes de que esto

sucediera.

Bajé el visor, entrecerrando los ojos hacia el sol que pintaba la

carretera I-10 con llamas doradas. —Sophia...

—¿Qué?

Negué con la cabeza. —¿No estás... sorprendida? ¿Molesta? Eres su

hermana y ellos te vendieron.

Se echó hacia atrás en su asiento, el silencio cubriéndonos. —Sí. Me

sorprende y me molesta. No sé qué decirte, Camden. En un momento le daba de comer a Ben, y al siguiente...

Sorbió su nariz, y todo su cuerpo comenzó a temblar.

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—Está bien —la tranquilicé—. No tenemos que hablar de ello. Vamos

a regresar a casa esta noche, pero por la mañana, nos vamos. Para

siempre. ¿Entiendes lo que está pasando?

Sophia asintió. —Espero no ver Los Ángeles de nuevo.

Esperaba, por el bien de todos, que tuviera razón.

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3 Ellie

Traducido por Katita

Corregido por Maca Delos

Me desperté en el infierno.

Al principio, no podía ver nada más que luces y formas móviles. Eso

por sí sólo no lo hacía el infierno. Tampoco el aumento de las ganas de

vomitar y la sangre golpeando en mi cabeza que me hacía hacer muecas de dolor cada vez que respiraba.

Lo que lo hacía el infierno fue el momento en que mis ojos se

abrieron lo suficiente como para centrarse en las luces intermitentes. Eran

suaves, el resplandor de la mañana disperso por una cortina de azul celeste que se movía en ondas hacia atrás y adelante por la ventana

abierta. A pesar de las barras de seguridad que creaban sombras de cebra

en el piso alfombrado, la ventana me resultaba familiar.

La cortina también. Yo había elegido esa cortina en Bed, Bath &

Beyond3, pensando que el azul hacía juego con el oleaje del exterior. Había colgado la cortina yo misma.

Hacía seis años.

Me senté, con las extremidades y la cabeza pesada con una mezcla

de productos químicos, pánico y asco total. Estaba de vuelta en nuestro viejo dormitorio, el que solía compartir con Javier. Estaba de vuelta.

Y el escurridizo hijo de puta me había drogado.

Me levanté de la cama y casi caigo de bruces cuando mis piernas se

enredaron en las sábanas. La habitación había permanecido igual. Salvo

por las barras de seguridad en la ventana, todo era exactamente como

3 Bed Bath & Beyond Inc. es una cadena de tiendas al por menor de mercancías nacionales en todo Estados Unidos, Canadá y México.

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antes. Durante seis años se había mantenido igual, mientras que al

hombre que dormía allí le había crecido algo terrible en su corazón. Podía

verlo en sus ojos, la frialdad, los juegos. O tal vez ahora podía ver lo que no

pude ver entonces.

No tenía sentido mortificarse por ello. Él quería que yo nadara en este pasado, es por eso que estaba aquí. Quería que el pasado me ahogara.

No lo permitiría. No le dejaría ganar. Yo era Ellie Watt, no Eden White, y

era más fuerte que esto.

No tenía pasado. Sólo tenía el ahora.

Tomé el siguiente paso —tan insegura como estaba— y empujé la

puerta. No estaba cerrada con llave.

Me asomé al pasillo y luché contra el recuerdo que quería

inmiscuirse, esa vez que descubrí a Javier cortándole la garganta a uno de

sus amigos. Dejé atrás el recuerdo, eché tierra fresca sobre él. Continué y me moví por el pasillo, con los pies desnudos pegándose al suelo de

madera.

La luz del sol deslumbraba la cocina, entrando por los grandes

ventanales que daban las dunas de hierba, arena y mar. Javier se sentaba

a la mesa, bebiendo jugo de naranja y hojeando el periódico Los Ángeles Times, sus ojos saltando de una página a otra.

Podría haber sido un cuadro de Norman Rockwell. Yo estaba a punto

de tirar pintura roja sobre él.

—¿Qué mierda está pasando? —le pregunté, con una mano apoyada en la pared.

Él terminó de voltear la hoja al final del artículo —segundos agónicos

mientras el papel se deslizaba por sus hábiles dedos— antes de bajarlo y

mirarme.

—Buenos días —dijo, divertido, sin sonreír—, ¿has dormido bien?

Tomó todo mi autocontrol no derribarlo sobre la mesa y arañar sus

ojos. Sabía que no estábamos solos. Sabía que había gente, en algún

lugar, observándonos, asegurándose de que seguía el camino recto. Sabía

que tenía que mantener todo en el interior tanto como podía.

—¿Por qué demonios estoy aquí? —le pregunté, con la mandíbula

apretada.

—Porque yo vivo aquí —dijo simplemente.

—¿Aún?

Él sonrió, sólo un tic en la comisura de su boca en forma de serpiente. —¿Recuerdos dolorosos?

—Vete a la mierda —le dije. Al instante me arrepentí cuando amplió

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su sonrisa.

—Ya veo. Así que lo son.

Eché mi cabello hacía atrás, poniéndolo detrás de mis orejas, como

si eso me ayudase a pensar.

—¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué estoy aquí donde tú vives? —Imité su acento.

Cruzó las manos en frente de mí y el maldito reloj comenzó a

destellar como una chispa dorada a la luz del sol. —Te he traído aquí

porque esta es nuestra primera tarea.

—¿Primera tarea? —le pregunté tontamente.

—Siéntate —dijo, señalando el asiento frente a él. Donde siempre me

sentaba. El maldito mismo asiento—, por favor.

—No. —Crucé los brazos sobre mi pecho. Sus ojos se posaron

brevemente sobre mi escote—. Quiero que me digas cuál es la tarea. Quiero saber por qué estoy aquí.

Se echó hacia atrás en su silla y cruzó las manos detrás de la

cabeza. —Tan impaciente, mi ángel.

Me moví hacia el lado opuesto de la mesa y empujé mi dedo en su

cara. Mi collar de la hoja de afeitar se balanceó como un péndulo. —Habla. Me lo debes, pedazo de mierda.

Miró a mi dedo y tuvo la gentileza de borrar la sonrisa de su cara. —

Está bien.

Me alejé con los nervios disparándose en todas direcciones. Esperé, metiendo mis ansiosas manos en los bolsillos traseros.

Él aspiró con delicadeza a través de su nariz y dobló el periódico

mientras hablaba. —La tarea, por la que te he traído aquí, por la que te

busqué, finalmente, es ésta... sé lo que has estado haciendo durante todos

estos años.

—Seis. Sabes que han sido seis años.

Levantó la ceja. —El tiempo vuela.

—Sigue hablando.

Suspiró. —Está bien. Has sido una ladrona.

—Al igual que mis padres —agregué, sabiendo qué otra cosa iba a

tirar allí.

Su sonrisa vaciló por un segundo. —Sí. Al igual que ellos. De todos

modos, no voy a juzgar.

Eso sería gracioso.

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—Entonces —continuó—, has estado haciendo eso. Siendo

generalmente inmoral, demasiado lejos de la Eden White que amaba.

La forma en que dijo que me amaba me intimidó. Era como ver el

diablo mismo diciéndolo. La palabra simplemente no formaba parte de su

lengua.

—Y mientras que tú has sido Ellie Watt, yo he estado… haciendo

ajustes. Haciendo dinero. Yendo a lugares. Ascendiendo.

—Si eso es ascender, entonces me voy4 —dije en voz baja,

asegurándome de que pudiera oírlo.

—¿Ya no más Dire Straits? —me preguntó—. ¿Ahora es Billy Joel?

—Ve al grano.

—El punto es, que sé de ti. Sé por qué estabas conmigo, al menos

por algo de tiempo. Sé la verdad acerca de tus cicatrices. Sé la verdad

sobre Travis.

Tragué saliva, con pelos de gallina en mis brazos y un pinchazo a lo

largo de mi cuello como pequeñas hormigas. Por supuesto que lo sabía. Me

acordé de que Jim ya me había dicho sobre Javier.

Jim.

Mi tío Jim. Mi única familia real. El recuerdo de él me golpeó como un ladrillo. Pero no fue nada agradable. No fueron los buenos tiempos. No

fue algo jodidamente normal. Fue cuando él estaba muerto. La bala en la

cabeza, su expresión de sorpresa al golpear el suelo en la habitación de

aquel motel.

Y miraba, a sólo unos metros de distancia, al hombre que lo mató.

—¿Algo va mal? —preguntó Javier.

¿Cuál sería el momento de sacar el tema? Jim no se merecía ser

mencionado en su presencia. Otro recuerdo para enterrar en el interior.

—Así que ya sabes la verdad —dije con un encogimiento de hombros—, debe haber sido esclarecedor para ti.

Asintió con gravedad. —Lo fue. Ellie… si hubiera sabido lo que

Travis había hecho. Si lo hubiera sabido entonces...

Por supuesto. Si hubiera sabido que lo busqué con falsos pretextos, fingiendo estar interesada en él con el fin de estar más cerca de Travis,

estoy segura que las cosas hubieran sido simplemente maravillosas entre

nosotros. Sólo podía imaginar lo que habría hecho Javier si hubiera

descubierto que toda nuestra relación se basaba en una mentira.

4 Trozo de la letra de una canción de Billy Joel, en el original: “If that’s moving up, I’m moving out”.

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—No me importa. ¿Qué quieres?

—Es todo lo mismo, ¿no lo ves? Ya no trabajo para Travis. Estoy por

mi cuenta desde hace un año.

—Como Stevie Nicks5 —dije, ocultando el dolor que picaba en mí. Tío

Jim. Su recuerdo se mantiene emergiendo a la superficie.

Él continuó: —Travis... ahora soy más poderoso que él.

—Debes estar muy orgulloso.

Inclinó la cabeza en acuerdo, sin inmutarse por mi sarcasmo. —

Había demasiados traidores en su organización. Se había vuelto loco de

poder. Las cosas estaban desvelándose. Comenzó a confraternizar con nuestros rivales, Los Zetas. Las mismas personas que mataron a mis

padres. Si yo no me hubiera ido, podría haber muerto.

Qué lástima, pensé.

—Me quedé con Raul y a Alex. Con un par de los demás. Tenía los medios y las conexiones. Me fui de aquí y me dirigí a Florida. He hecho

una buena vida para mí mismo. —Se dio cuenta de mi expresión—. Sí, tal

vez trabajar con drogas no es una vida noble. Pero tampoco lo es estafar.

—¿Cuál —pregunté con los dientes apretados—. Es. La. Tarea?

—Travis te dañó, Ellie. Él fue el motivo por el que me encontraste hace tantos años. Querías venganza por tus cicatrices, por tu vida, por lo

que te había hecho. Te estoy entregando el arma. Juntos, podemos

conseguir tu venganza. Y yo puedo conseguir la mía.

A pesar de que todo sonaba absolutamente ridículo, tenía que preguntar: —¿Cuál es tu venganza? ¿Qué te ha hecho él a ti?

—No importa —dijo, con los ojos a la deriva en el LA Times de nuevo.

Por qué leía el periódico de LA cuando nos encontrábamos en Ocean

Springs, Mississippi, me era desconocido. Todo me era desconocido—. Lo

que importa es que dije que iba a matar a cualquier hombre que te hiciera daño. Bien, has visto que cumplo mi palabra. Cumplo mis promesas.

Travis te hizo daño, tal vez más que cualquier otro. Lo quiero muerto por el

cañón de mi pistola.

Tragué con inquietud. —Tal vez deberías girar el arma contra ti

mismo, entonces. —Porque también me dañaste, es lo que no dije.

Parpadeó amablemente. —Tal vez lo haga. Pero en primer lugar, está

la tarea. Nosotros lo matamos. Juntos. Ojo por ojo, diente por diente. Una

promesa es una promesa.

No podía creer lo que escuchaba. Caía sobre mí en fragmentos

5 Una de las cantantes más importantes de la historia de la música estadounidense, quien era parte

de la banda Fleetwood Mac y luego se separó de ella para hacer un proyecto solista.

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pulidos que no podía comprender. Un minuto Camden y yo nos dirigíamos

a una nueva vida juntos. Al siguiente me encontraba con Javier, que

quería que matara al capo de la droga que arruinó mi vida. Por mucho que

creyera en la venganza, pero no podía reunir la suficiente rabia que me

cegara para hacer algo así. No podía hacer nada salvo tratar de conseguir que mi cerebro se apresurara.

—Soy estafadora —dije—, no asesina a sueldo.

—Lo sé —dijo en voz baja. Se puso de pie, empujando la silla hacia

atrás y apoyándose en la mesa—. Por desgracia, no tienes muchas opciones.

Mi respiración se detuvo. No dejaría que el miedo se estableciera. El

miedo me hacía débil. El miedo me había drogado.

—Siempre tengo una elección. —Hice una mueca al oír mi voz

temblar.

—No siempre —dijo, caminando alrededor de la mesa. Sus zapatos

de costura prusiana hicieron eco en la cocina—. La única opción que

tenías, quedarte con Camden o entregarte a mí, ya la tomaste. Ahora

tienes que vivir con las consecuencias. Ya es hora de que te aferres a tu

decisión.

Sus ojos estaban llegando a ser demasiado. Miré al suelo. —¿Por qué

me necesitas para hacer eso? ¿Por qué no lo matas tú?

—Porque ahora somos enemigos, querida. Porque sabe que debe

cuidarse de mí. Porque lo he intentado antes y sí, he fallado. No soy perfecto.

—Nadie dijo que lo fueras —murmuré. Mi corazón amenazaba con

salirse de mi pecho, pero mientras mantuviera mis ojos en el suelo y la

cabeza clara, iba a estar bien. Sin miedo. Tenía que hacer las cosas bien,

jugar a lo seguro y sin miedo. En el momento en que mi mente comenzara a concentrarse en los qué pasaría si, estaba perdida.

Me encontraba muy cerca de estarlo.

—Tú —dijo acercándose a mí. Mi cuerpo se tensó con sus pocos

centímetros de distancia. Me concentré en los zapatos negros de cuero caro con puntas desgastadas. En los pantalones de traje a medida. No

quedaba bien. Sus zapatos deberían haber sido brillantes y tan negros

como el petróleo—. Tú. Puedes llegar a él. Puedes acercarte. Ni siquiera

tienes que apretar el gatillo —dijo gatillo como si fuera una nueva posición

sexual.

Otro pensamiento que no necesitaba.

Dio otro paso lento hacia adelante. Se me contrajo el estómago.

Bajó la voz hasta que fue dura y suave como el hielo en un batido. —

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Puedes conseguir tu venganza. La venganza que no pudiste conseguir

conmigo.

—Tal vez ya no necesito más esa venganza.

—Tal vez te estás mintiendo a ti misma.

Me atreví a mirarlo a los ojos. Levanté la barbilla desafiantemente, fingiendo que llevaba una armadura. —Tal vez mentir es lo que mejor

hago.

Le echó un vistazo a mis labios y dejó escapar una pequeña risa. —

¿No estás cansada de buscar ese algo que se deshaga de tus demonios?

No le hice caso. —¿No estás cansado de fingir que me conoces

cuando no sabes una mierda? Ni siquiera sabías que era Ellie Watt.

—Sabía lo suficiente —dijo vagamente—. Y sé que me ayudarás.

—Me gustaría demostrar que te equivocas.

—Ellie, él no sabe quién eres. Puedes llegar a él. Puedes acercarte.

Sacudí la cabeza con incredulidad. —Y una mierda que no sabe

quién soy. Javier. Yo era tu... yo estaba aquí. Viví contigo por un puto año.

Travis sabía de mí, me dijiste que lo hacía. Vio fotos de nosotros, de mí.

—Nunca te conoció.

—Eso no importa.

—Te ves completamente diferente.

—Él sabrá. —Comencé a mover la cabeza de arriba abajo—. Oh, él

sabrá. ¿Cómo no lo haría?

Javier frunció el ceño y se frotó la barbilla. Casi podía ver las piezas del rompecabezas uniéndose detrás de esos ojos. —Porque te conoció

cuando eras una niña. Y no te conoció cuando estuviste conmigo. Y no te

conoce ahora. —Inclinó la cabeza—. Ángel, no eras nada para él. Nada

memorable. Es probable que ni siquiera recuerde el ácido vertido en tu

pierna. No eres nada especial. No para él.

Me sentí como si me hubieran dado una bofetada en la cara y dejé

que mis dedos se clavaran en mis bolsillos como garras desesperadas para

no golpearlo en la cara. Dios sabe que se merecía eso y mucho más. Pero

ahora no era el momento. Porque tanto como me dolía que todo fuera dicho por Javier, sabía que él tenía razón. Siempre había pensado que

Travis me cuidaba de la forma en la que yo cuidaba de él. Pero, ¿quién era

yo para él? Sólo una niña de diez años de edad, con estúpidos padres

irresponsables, egoístas. Él recibió su dinero de nuevo. Probablemente

nunca dudó en hacer lo que me hizo. Era lo más importante en mi mente, mi corazón, mi columna vertebral, mi alma. Sus acciones eran

responsables de cada momento hasta ahora. Y probablemente afectarían a

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las siguientes. Sabía que no me había tenido en sus pensamientos más

que en ese momento, cuando me llenó de cicatrices. Fue tan natural para

él como limpiarse el culo. Probablemente se despertó al día siguiente y se

olvidó de lo que me había hecho. Yo no fui especial. Fui un mero segundo

para él, y aún así él se había convertido en mi Moby Dick6. De alguna manera, se había convertido en mi todo. Demasiados monstruos se habían

insertado en mi vida.

—¿Ves? —susurró Javier. Dulce como el azúcar. Como el veneno—.

Arruinó tu vida y no significó nada para él. Pero lo hará. Por eso llegó tan

lejos. Es por eso que vamos a matarlo.

—No voy a hacer nada contigo —gruñí, encontrado la violencia en

mis venas.

Sonrió de manera tan Javier. —Vas a cambiar de opinión. Lo has

hecho antes.

Entonces se alejó de mí en un momento, rápidamente. Agarró el

zumo de naranja de la mesa, bebió hasta terminarlo y lo volvió a dejar. —

Tengo algunos asuntos que atender. Volveré. Mientras tanto, siéntete...

como en casa.

Me guiñó un ojo y luego bajó corriendo las escaleras hasta la puerta principal. Ésta se abrió antes de que él llegara allí, donde había un hombre

corpulento al otro lado de la misma. La puerta se cerró, sellándome en la

prisión de mi pasado.

6 Hace una comparación con la historia de Moby Dick, en la cual se trata la sed de venganza del Capitán Ahab, quien busca a la ballena toda su vida porque hacía mucho tiempo ésta había

destruido su barco y comido su pierna.

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4 Camden

Traducido por Aleja E & Issel

Corregido por Maca Delos

Soñé con Ellie.

Caminábamos juntos entre las hileras de palmeras datileras en la

granja de su tío Jim. Como de costumbre, mis sueños eran muy reales.

Podía oler los dátiles aplastándose bajo nuestros pies, la consistencia del sol y la tierra. Yo, en mi uniforme de secundaria: un largo abrigo negro que

nunca era tan abrigado como parecía, pantalones de vinilo que sí eran tan

abrigados como se veían, botas militares Doc Martens negras que había

dibujado con un rotulador plateado. Ellie llevaba las mismas botas, aunque más pequeñas. Yo se las había decorado con garabatos dorados.

Iba vestida con pantalones vaqueros y una camiseta de tirantes, su

uniforme. Los imbéciles se burlaban de ella por usar pantalones en el

desierto de California, incluso en pleno verano, pero yo la amaba por eso.

Los pantalones vaqueros se fueron adaptando a su cuerpo mientras se desarrollaba a lo largo de los años de delgada y larguirucha, a esbelta con

curvas.

Siempre habíamos sido los únicos niños en Palm Valley que no

podrían ser atrapados ni de broma en pantalones cortos.

Caminamos a lo largo de las filas, el sol salpicando a través de las hojas haciéndome sentir feliz. Siempre fue una sensación peculiar, pero

me acostumbraba a ello cuando estaba alrededor de ella. Estar cerca de

Ellie me daba paz y aceptación. La vida real se estableció recién cuando

ella se fue.

En el sueño, la tomaba de la mano y la jalaba hacia una palmera

datilera. Una escalera había sido dejada allí después de la cosecha.

—Quiero mostrarte algo —le decía.

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Ella sacudió la cabeza, con una leve señal de pánico en su frente. Se

veía tan jodidamente linda, que siempre resultaba condenadamente difícil

no besarla. Recuerdo que quería hacerlo todo el tiempo y nunca había

tenido el coraje. Ella me había permitido ser muy real y libre (tan libre

como un adolescente puede ser), pero eso era lo único que nunca podría dejar que saliera a la luz —lo mucho que la quería y la necesitaba. Fue un

amor adolescente muy subido de tono.

—Vamos —le dije—. No me digas que tienes miedo a las alturas.

Su cara de catorce años se endureció con completa determinación. Sabía que eso iba a funcionar con ella.

—Yo no le tengo miedo a nada —dijo. Agarró la escalera y comenzó a

subir más rápido.

—¡Cuidado! —llamé tras ella, y la seguí.

Parecía que subíamos y subíamos, por siempre y para siempre, mientras la palmera se extendía de seis metros, a nueve metros, a quince

metros, hasta alcanzar los treinta metros. Finalmente llegamos a la cima,

arrastrándonos a través de las hojas gruesas como gatitos en la selva.

Aproveché cada oportunidad para tocar Ellie, apoyando mi mano en su

brazo, en su espalda, en su muslo.

—Oh, Dios mío —decía ella mientras se acomodaba. Sus ojos fijos en

el horizonte.

A lo lejos se veían las montañas de San Jacinto avecinándose como

leones. Estaban incendiándose, los picos parpadeando con llamas que bordeaban el camino por las laderas de las montañas hacia los pueblos de

abajo. La propagación del fuego era como un manto de lava sobre el valle,

rápido y viscoso, hasta llegar a la granja de su tío. Las palmeras datileras

desaparecían delante de nuestros ojos, bajando como cerillas

ennegrecidas, dejando pequeñas bocanadas de humo flotando sobre un mar de rojo.

Ellie me miró, indefensa y asustada. Cogió mi mano mientras el

siseo y estallido del fuego se reunía en la base de nuestro árbol.

—¿Vas a quemarte conmigo —preguntaba—, o vas a escapar?

Agarré su cara mientras el calor nos presionaba. —Me voy a quemar

contigo.

Mis labios tocaron los de ella durante un segundo. Nuestros gritos

nos cubrieron al siguiente.

—Camden —dijo una voz temblorosa en oscuridad—. Camden, despierta.

Manos suaves en mi brazo me sacudían para que despertara.

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Abrí los ojos. En lugar de ver el rostro de Ellie en un mar de llamas,

vi a Sophia, mirándome con un poco menos de preocupación. Sus manos

aún temblaban, pero seguía manteniendo distancia, apretando el vestido

malva contra su pecho. Parpadeé y traté de incorporarme.

Estaba en su sofá, en su pequeño salón lleno de juguetes esparcidos. Había una oscuridad borrosa que venía con el amanecer. La

luz se tomaba su tiempo fuera de las ventanas.

—¿Qué pasa? —gemí mientras apretaba el puente de mi nariz. Me

había quedado dormido con las gafas, lo que garantizaba que los marcos se notaran de forma permanente presionados en mi piel. Habíamos llegado

a su apartamento mientras anochecía. Después de mirar fuera por la

bisagra y a través de las persianas cada cinco minutos, en busca de sus

hermanos o algo sospechoso, me quede despierto lo más que pude. Era el

segundo piso del departamento con vista a la calle, presa fácil. Sophia no parecía tan preocupada como yo pensaba que estaría. Tal vez su atención

se centraba en Ben. Él podía ser joven, pero era atento y sabía que algo

malo ocurría. Sophia hizo lo que pudo para asegurarse de que estuviera

tranquilo y feliz antes de ponerlo a dormir.

Los observé desde la puerta. Era lo más cerca que podía acercarme sin entrometerme. Mi corazón se comprimió mientras le cantaba la canción

infantil, la misma que le cantaba desde que era un bebé. Cuando yo

estaba con ellos. En aquellos días, ella lo recogía durante sus gritos de

medianoche y se la susurraba, suave y dulcemente. A veces me gustaba quedarme a cargo, sólo para darle un descanso. Nunca podía superar sus

altas notas —no era muy buen cantante. Pero Ben dejaba de llorar, como

si nada.

Después, cuando Sofía comenzó a retirarse del matrimonio, de la

vida en general, comencé a cantarle a Ben esa canción todo el tiempo. Después de un tiempo, dejó de funcionar. Echaba de menos a su madre.

Yo también. Y no importaba lo suave que tratara de sonar, no podía parar

las lágrimas de Ben. Las cosas se derrumbaron sin remedio.

Ben tenía un año la última vez que lo vi, días antes de que el divorcio se concretara. Aunque ahora miraba la cara de un niño mayor

acurrucado en su cama, en cierto modo, era como si nunca me hubiese

ido. Yo lo conocía, en el fondo, y lentamente recuperaba todo lo de la

superficie.

Estaba casi dormido, mi hermoso niño de carita redonda, cuando abrió los ojos, mirándome directamente a mí a través de la habitación.

—Mamá, ¿quién es ese? —preguntó, como si me viera por primera

vez. Se sintió como si una máquina de tatuajes estuviera girando en mi

corazón.

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Ella echó hacia atrás su cabello. —Nadie por quien tengas que

preocuparte. Duerme bien, mi Ben.

En cualquier otro momento, habría dicho algo. Las palabras, la ira,

ambas luchaban por salir de mi pecho y mi garganta. Por ser dejado a un

lado de esa manera. Yo era su maldito padre. Pero ahora no era el momento para mis propias inseguridades, para la tragedia de nuestra

familia. Mientras Sophia y Ben estuvieran cerca de los hermanos traidores,

estaban en peligro. Tenía que salvarlos primero.

Los detalles menores podrían venir después.

Y así es como acabé quedándome dormido en el sofá. Sophia se retiró a su habitación, algo de lo que no tenía ningún interés en ser parte,

aún si la oferta estuviera en discusión (que no lo hacía). Me tumbé en el

sofá y esperé. Esperé por personas que nunca llegaron. Esperé a que la

razón huyera.

—Estabas gritando —dijo Sophia, enderezándose. Empezó a tirar de

su cabello oscuro, algo que hacía cuando estaba nerviosa—. Pensé que

estabas adolorido.

—Fue un sueño —le aseguré.

—Un mal sueño. Gritaste por esa mujer. Por Ellie.

Fue extraño oírle decir el nombre de Ellie. Sin embargo, no lo dijo

con veneno, sólo con curiosidad. No podía culparla. Ellie y yo tuvimos una

historia importante, y ella no había oído nada de eso. No había ninguna

razón para explicarle, no cuando la herida todavía estaba cruda.

—¿Desperté a Ben? —le pregunté, de repente preocupado. Mis ojos

se dirigieron al pasillo, donde la puerta se hallaba abierta. Su cuarto

estaba oscuro y silencioso.

Sacudió la cabeza y sonrió. Fue una sonrisa triste. —Todavía

duerme. Y no se despierta con nada. Al igual que su padre.

Observé su cara cuidadosamente, en busca de signos que revelaran

falta de sinceridad. No había ninguna.

Con mucho cuidado le devolví la sonrisa. —He mejorado. Ahora me

levanto a las nueve.

Ella sonrió. —Oh, nueve. Debe ser agradable ser tatuador, tus

clientes probablemente tengan resaca y lleguen recién al mediodía,

tropezando.

Eso no era exactamente cierto pero, por supuesto, ese era el

estereotipo de las personas con tatuajes. A pesar de la popularidad de mierda y aún así calientes tatuadoras mujeres, y de la irritante multitud

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de hipsters7, la gente todavía tenía una idea equivocada acerca de los

tatuajes y los artistas que los hacían. Eran poco fiables, sucios, basura y

deshonestos en uno solo. Sin embargo, he tatuado a estudiantes con las

mejores calificaciones y a mamás. He entintado a empresarios y actores.

Reverendos y adolescentes fanáticas. Los tatuajes eran expresiones de sí mismos en la forma más cruda y permanente. No eran para una u otra

clase de grupos.

A pesar de los hechos, yo estaba acostumbrado al estereotipo. No

iban a morir pero tampoco se irían si los ignoraba. Incluso Sophia, quien me conoció porque se hizo un maldito tatuaje, se aferraba a él como si

fuera la única manera de describirme.

Por supuesto, el hecho de que me convertí en un lavador de dinero

no ayuda realmente a mi caso. Nunca me había importado mucho lo que la

gente pensara de mí.

—No me importa cuando se tropiezan para entrar, siempre y cuando

me dejen usar su cuerpo como un lienzo. —Así seguiré siendo inmortal. Mi

tinta, mi trabajo, mi ser, vivirá. No le dije eso a ella porque eso

definitivamente añadiría otra prohibición a la escala de las locuras de mi

exmarido.

Sus facciones se juntaron. —Entonces, ¿qué vas a hacer ahora?

—¿Ahora?

—¿Va a seguir siendo un artista del tatuaje? ¿O vas a probar algo

más?

La forma en que dijo "algo más", me recordó a cómo mi padre solía

hablar sobre mi elección de carrera.

—Un paso a la vez, Sophia —le recordé, descansando sobre mis pies.

Dormir en un sofá delgado nunca le hacía ningún bien a mi espalda, y

tuve una extraña sensación de que tenía que ser flexible hoy.

—¿Quieres que te prepare un café? —pregunté, mi cabeza

comenzando a doler por ello.

Me estudió por un momento antes de sacudir la cabeza. —¿Dónde

están mis modales? Quédate. Lo haré yo.

Se movió a su pequeña cocina. —Mi padre me regaló una de esas cafeteras Keurig para la Navidad del año pasado. La amo.

Su padre. Mis ojos dieron otro vistazo a la habitación e incluso bajo

la luz confusa noté cosas que no había visto la noche anterior. Una TV de

pantalla plana, no era nueva, aunque no era nada de lo que burlase. El

7 Es una moda alejada de las corrientes culturales predominantes y cercanas a estilos de vida

alternativos. Suelen llevar muchos tatuajes, anteojos grandes, y una moda particular.

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sofá de Ikea en el que me había dormido. Ben no tenía una cantidad

obscena de juguetes, pero los que había visto, parecían nuevos. A pesar de

que Sophia me dijo que sus hermanos idiotas nunca le pasaron ni un

centavo de mi manutención, ella parecía estar haciéndolo lo

suficientemente bien por sí misma. Esto podría haberlo hecho su padre —siempre señor Madano para mí—, o su trabajo (era esteticista), o el

gobierno. Debería haberme hecho sentir bien por dentro, saber que lo

hacía bien sin mi dinero, pero por alguna razón me enojó más. Esto

resaltaba el dinero gastado. Me hacía sentir como un maldito idiota.

La máquina de café zumbaba y aceleraba desde la cocina y en

minutos tenía una humeante taza de café en las manos. La taza tenía una

foto de Ben en ella, sonriente, vestido con cuernos de reno en la cabeza.

—¿Todavía lo tomas solo? —pregunta.

—Algunas cosas nunca cambian —le dije con una inclinación de cabeza, tomando un sorbo. Sabía muy bien. No tan bueno como el que

hacía yo, pero lo suficientemente bueno. Como yo lo hacía requería

paciencia, al igual que todas las buenas cosas de la vida.

—Ahora llevas gafas —señaló.

Sonreí y me las quité, deslizándomelas en el bolsillo. —Sólo estaba intentando algo. Voy a volver a los de contacto.

Saqué mi celular y miré la hora. Seis treinta de la mañana. Sin

llamadas o textos. No estaba realmente sorprendido.

Me aclaré la garganta mientras me sentaba en el sofá y Sophia rondaba a mi alrededor como un pájaro nervioso, lanzando su cabeza

hacia abajo por un sorbo de su propio café.

—¿Qué tan rápido crees que puedes conseguir empacar todo? —le

pregunté, sintiendo cómo el cuello del reloj de arena comenzaba a

ensancharse—. Te ayudaré, por supuesto.

—Oh —dijo, y se encogió de hombros, su rostro evadiéndome—. No

mucho.

La miré fijamente. —¿No mucho? Vas a empacar toda tu vida,

Sophia.

Me daba la impresión de que no comprendía la gravedad de lo que

estábamos asumiendo. Me incliné hacia delante, con los codos en las

rodillas, tratando de hacerle entender. —Sé que esto no es fácil. Sé que ni

siquiera parece real. Pero, Sophia, sabes lo que te hicieron tus hermanos.

¿Qué te hace pensar que no lo harían de nuevo? ¿Qué te hace pensar que siempre estarás a salvo si te mantienes como ahora? ¿Qué pasa con Ben?

Sé que le había tocado un punto sensible. Una expresión de dolor

cruzó por sus ojos, y luego se hubo ido. Sonrió cortésmente. —Sé lo que

tengo que hacer, Camden, y lo haré. Si estoy tranquila al respecto o

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alucinando, no importa, porque hay que hacerlo. Prefiero hacerlo ahora y

preocuparme de eso más tarde. Dame hasta las once. Voy a estar lista

para irnos entonces.

Era una hora específica, pero me gustaba eso de ella. Tras acabar

nuestros cafés, el sol estaba alto, sin rumbo tratando de pasar a través de la niebla de Los Ángeles que cubría la ciudad como un papel de

pergamino. Ayudé a Sophia a reunir la mayoría de cosas importantes —

ropa, libros, documentos—, mientras Ben dormía. Estaba tratando de

mantener su angustia al mínimo, dijo ella. Me pregunté qué tan bien un niño de tres años y medio puede adaptarse a una nueva vida. Si era algo

parecido a su padre, pensaba que bastante bien.

Después que él tomara su desayuno de cereales, mientras Sophia

intentaba limpiarlo, le pregunté dónde estaba el maletín.

—¿Por qué? —preguntó, sonando extrañamente cautelosa.

—Bueno, no creo que sea muy seguro tener cincuenta mil dólares

puestos simplemente en un maletín, ¿verdad? Voy a depositar algo de él en

el banco.

Ella sacudió la cabeza y le dio unas palmaditas en el trasero Ben. —

Ben, ve a tu cuarto y coge tu osito Bubby.

Ben asintió y fue corriendo a su habitación. Miré de nuevo hacia

Sophia. Estaba tirando de su cabello.

—Mira, puedes venir conmigo —le dije—. Es inteligente si lo

depositamos.

—No puedes. No podemos. Vamos a activar la alarmar si

depositamos más de diez mil —dijo.

Me mordí el labio por un segundo, mirándola. —Ya lo sé. No vamos a

hacer que suene. El dinero técnicamente no es sucio, de todos modos.

Puedo depositar nueve mil en mi cuenta bancaria y nueve en la tuya. Eso nos da dieciocho mil dólares que sabemos que van a estar seguros.

Podemos repetir eso mañana. Y pasado mañana.

—No... —Siguió negando con la cabeza.

—Sophia, ¿qué te pasa?

Observé su garganta mientras tragaba con fuerza. —No puedes

hacer eso.

Alcé las manos. —¿Cuál es la maldita diferencia? Mira, no tenemos

tiempo para peleanos por dinero. Por mucho que lo odio, es nuestro. Lo

necesitamos.

—¿No tienes el dinero que tú y Ellie robaron?

Incliné la cabeza. —¿Qué te hace pensar eso?

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Ella se encogió de hombros, tratando de ser casual y fracasando

totalmente. —Tú y Ellie robaron el dinero de mis hermanos. Tienes ese

dinero en tu cuenta bancaria , ¿verdad?

—No —dije lentamente—. Está... —El dinero que lavamos. Los

cheques de los casinos. Ellie los tenía. O bien los tenía ella o estaban en alguna parte del auto. Con el trauma del último día, me había olvidado de

eso.

—Bueno, ¿dónde está? —gritó ella—. No me puedes mantener fuera

de esto, Camden.

Levanté las manos. —Guau, cálmate, ¿de acuerdo? Tengo muchas

cosas en mente. Hay unos cheques que recibimos de los casinos. Creo que

están con Ellie.

—Estás mintiendo —dijo ella, caminando hacia mí—. Están en el

coche en alguna parte, ¿no es así? —gritó en la última parte—. ¡Tú los tienes!

—Tal vez, voy a fijarme —le dije, tratando de calmarla.

—Voy contigo —dijo—. Y si están ahí, vamos a depositarlos en tu

cuenta, hoy.

—Oh, ¿así que ahora hay apuro?

Ella sonrió rápidamente. —Ahora es legal. Este tipo de operaciones

no harán que el banco sospeche. Son sólo ganancias del casino, ¿verdad?

Podemos depositar el dinero algún otro día. Sólo tendremos que tener

mucho cuidado con él.

Fruncí el ceño, sintiéndome extraño acerca de todo. ¿Realmente

tenía miedo de que escondiera el dinero de ella? ¿No entendía que estaba

haciendo y arriesgando todo para protegerlos, de prepararlo todo para

ellos, de hacer lo mejor que podía?

O tal vez Sophia tenía una idea sumamente jodida de lo que se trataba una familia

—Muy bien —le dije—. Coge a Ben. Vamos a buscar en el coche y si

tenemos suerte, voy a depositar lo que encontremos.

Ella asintió rápidamente y tomó su cartera del mostrador.

—¿Y el maletín? —pregunté, bloqueándole el paso.

Frunció el ceño. —Está en mi habitación. No lo llevaremos con

nosotros.

—Preferiría que lo hiciéramos. Esta más seguro con nosotros que

aquí.

Se veía como si quisiera discutir, pero quizás notó que con eso no

conseguiría nada. Me dio un suspiro de aceptación y luego regresó con el

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maletín en la mano. La dejé sostenerlo junto con Ben, ambas cosas que no

tenía permitido tocar.

Solo me tomó unos segundos localizar los tres cheques. Estaban en

una caja de metal en el maletero, el lugar donde Ellie cargaba una “vida

paralela”. Desafortunadamente, un cheque estaba a nombre de Ellie, dos a nombre de Connor Malloy, y uno a nombre de Camden McQueen. Todos

eran por el valor de siete mil dólares, lo que significaba que Ellie debía

tener los cheques restantes con ella. Quería pensar que eso era algo

bueno, que ella tendría dinero donde quiera que estuviese. Pero tenía un muy, muy mal presentimiento de que no podría usarlos.

Después de calmar a Sophia y de decirle que eventualmente podría

depositar el cheque de Connor Malloy, una vez que nuestra vida estuviera

encaminada y obtuviera alguna ayuda de Gus, nos dirigimos hacia la

sucursal de banco más cercana a la que pertenecía Camden McQueen. Todo lo que tuve hacer fue sonreírle a la escrutadora cuando comentó

sobre mi “suerte al ganar en Las Vegas” y eso fue todo. El dinero estaba en

el banco. Era una pequeña cantidad en el gran esquema de cosas, pero era

un comienzo. Y confiaba en Dios de que fuera suficiente para que Sophia

comenzara a mostrar un poco de fe en mí.

Mientras conducíamos de regreso a su apartamento, ella se puso

aún más callada y nerviosa. Estaba casi halándose del cabello cuando

entramos en el pequeño complejo.

Estacioné el GTO y la miré seriamente. —¿Tienes miedo de que tus hermanos estén de vuelta?

Ella sacudió la cabeza. —No. Sólo estoy asustada. —Luego comenzó

a llorar. Ben se retorció en el asiento de niños que teníamos fijado en la

parte de atrás.

—Oye —dije, colocando mi mano en su hombro—. Estaremos bien. Esta mierda apesta y sé que soy la última persona con la que desearías

estar huyendo, pero quizás todo va a funcionar para bien.

—¿Cómo puede ser? —sollozó con húmedas, y sucias lágrimas—.

¿Cómo podríamos tú y yo funcionar alguna vez?

Respiré profundamente antes de decir: —Quizás esto puede

funcionar si hay amor. Si bien no del uno por el otro, al menos por Ben.

Eso sólo hizo que Sophia llorara más fuerte. Nunca fui muy bueno

siendo sensiblero. Qué bueno que mi trabajo no era escribir tarjetas de

saludo.

Suspiré y me senté de vuelta en el asiento, ignorando el hecho de

que este se sentía más y más como mi carro cuando obviamente no lo era.

Froté su espalda, a pesar de su encogimiento por mi toque.

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—Sé que estas enojada, pero ya tenemos casi todo empacado.

Estamos casi listos para irnos.

Sorbió por la nariz pero no me miró. —¿Por qué no comienzas a

bajar tus cosas? No quiero llevar a Ben de vuelta ahí si vamos a enterrar

esta vida lejos de él.

Suficientemente justo. Asentí, la dejé en el carro y tomé las llaves —

después de todo, el maletín estaba en el maletero. Subí las escaleras hacia

la unidad, el sol golpeaba en mi espalda como una mano caliente y abrí la

puerta.

Me pregunté cómo se adaptaría Sophia, si llegaba a adaptarse, si a

lo mejor nuestros caminos se separarían en unos pocos meses y luego

nuestras vidas se establecerían y si ella se llevaría de nuevo a Ben lejos de

mí, cuando entré en el apartamento.

Algo estaba diferente. Algo estaba fuera de lugar.

Podía asegurarlo por mi vida, no podía decir lo que era, si el olor o el

hecho de que todas las sombras podían observarse, pero de repente supe

que no estaba solo.

De pronto supe la razón por la que Sophia se quedó en el carro.

De pronto supe que no habría una nueva vida para mí.

No si no actuaba por instinto.

Ahora.

Antes de que hubiese un movimiento, el sonido del cartucho de un

arma siendo manejado, y una exhalación, me agaché. Un arma disparó desde alguna parte detrás el sofá. Mi propia arma se hallaba fuera de

alcance, escondida en el compartimiento de la guantera del carro. Tenía

que improvisar.

Rodé fuera del camino y salté sobre mis pies a tiempo para

enfrentarme a la cara de uno de los hermanos de Sophia. Era al que llamaba segundo plato o "No Vincent". Yo era más alto que No Vincent y

estaba jodidamente mucho más enojado. Antes de que pudiera abrir fuego

de nuevo, llevé mi codo entre sus ojos hasta que escuché el crujido de un

cartílago. Luego lo presioné por la garganta subiendo su manzana de Adán hasta que él y su arma cayeron al suelo. Fuera de mi alcance. No tuve

tiempo para pensar o actuar antes de arrojarme por encima del sofá justo

antes de que otra arma apareciera.

—Camden. —Era Vincent, su fina y manipuladora voz—. Esto puede

terminar ahora.

Mantuve la boca cerrada. No tenía nada que decirle. Lo escuché dar

un paso adelante, viniendo quizás desde el cuarto de Ben. En la distancia

había algunos gritos, vecinos preocupados. Todo esto iba a suceder rápido,

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antes de que aparecieran los policías. Vincent estaba bajo presión.

Planeaba matarme ahora, hacerlo parecer como si fuera alguien que

irrumpió en la casa. Una disputa doméstica. Quizás Sophia respaldaría su

reclamo y los hermanos lucirían como héroes.

—Esta bala puede pasar directamente a través del sofá.

Estaba en lo correcto. Maldita Ikea por hacer muebles tan frágiles.

Estaba pendiente de los sonidos de No Vincent, tratando de calibrar si aún

era una amenaza para mí. Había caído demasiado rápido —¿lo había

matado? No podía escucharlo escupiendo.

Vincent continuó, sonando despreocupado, aparentemente sin

importarle que su hermano estuviera herido o posiblemente muerto. —Te

estoy dando unos segundos para que nos digas donde están el resto de los

cheques. Los cheques con mi dinero.

—Tú ya tienes tu dinero —gruñí, tratando de inhalar y exhalar. Tratando de ingresar oxígeno a mi cerebro. Piensa, Camden, piensa .

—Lo que Javier me dio fue un bono —dijo, más cerca ahora. Quizás

tan sólo a unos metros de distancia. Estaba justamente detrás de mí y no

iba a presionar el gatillo hasta que le diera una respuesta—. Todavía

quiero lo que te atreviste a robarme.

—¿Valía todo el dinero entregarle a tu única hermana y sobrino a un

capo de la droga? —escupí.

Vincent se encogió de hombros. —Fue prácticamente idea de Sophia.

El cuarto de congeló. Era difícil respirar.

—¿No estás cansado de que las persona te jodan? —continuó.

Aparentemente, no había estado suficientemente cansado.

Mis ojos lucharon a través del disgusto que se alojó por sí mismo en

mi pecho y se dirigió hacia el piso. Uno de los juguetes de Ben, un perro

robot, estaba posado a un metro de mí, medianamente cubierto por la funda del sofá.

—No sé dónde está el resto de los cheques —dije mientras movía

lentamente mi brazo hacia adelante. Mis dedos se enroscaron alrededor del

juguete.

—Estás mintiendo —dijo Vincent. Ahora se encontraba justamente

del otro lado del mueble. Prácticamente podía sentir su aliento. Si daba un

pequeño paso más, sería capaz de verme, mis manos en el perro robótico,

mi espalda presionada contra la parte de atrás del sofá. Me vería

esperando.

Listo.

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—De cualquier manera, ni podrías cambiarlo —le dije—. Están a

nombre de Ellie.

—Entonces haré que ella los cambie para mí.

Esa habría sido una amenaza creíble si no supiera que ella se

hallaba con Javier.

—Tendrías que pasar primero por encima de otro psicópata —me

mofé.

—Eres realmente ingenuo, ¿verdad, chico tonto? ¿Qué te hace

pensar que eso me detendría? ¿Qué te hace pensar que eso no es parte del plan?

¿Plan? Negué. No dejaría que me sacara de quicio. Él conocía

correctamente los botones que debía presionar. —¿Todo esto por cuarenta

grandes?

—El dinero fácil te hace rico —dijo, e inclinó el arma.

Era el momento de moverse.

Presioné el botón de la espalda del robot y lo arrojé hacia arriba por

encima del sofá, hacia la derecha. Mientas caía, sonó alto y discordante y

esperaba que fuera suficiente para confundirlo. Perros robot voladores

probablemente no eran parte de su "plan".

Funcionó.

En un segundo el perro explotó y se hizo añicos cuando Vincent le

disparó.

Al segundo siguiente concentré toda mi energía en mantenerme en posición de sentadilla, mis años como surfista en la playa de Long Beach

por fin servían de algo, y con un fuerte gruñido me lancé hacia arriba y

fuera, con el hombro presionando contra la espalda del sofá,

conduciéndolo. Ikea hacia muebles débiles pero eran más fáciles de mover.

Sentí el sofá incómodamente hacer contacto con Vincent, su arma detonándose en el aire, haciendo un agujero en el techo. Continué

conduciendo el sofá hacia adelante hasta que tumbé a Vincent y estuvo

fuera de mi camino. Se quejó y el arma se detonó de nuevo, esta vez

zumbando sobre mi hombro y estrellándose contra la ventana. Crucé la puerta justo a tiempo.

Bajé las escaleras de tres escalones por vez, con la espalda

sintiéndose como en el ojo del toro, sin saber cuándo me dispararía

Vincent. La luz del sol era brillante, tan terrible y fuera de lugar después

de todo por lo que había pasado.

Cuando me acerqué al carro, me di cuenta que estaba vacío. No

había tiempo para procesar dónde se hallaban Sophia y Ben. Por primera

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vez, no estaba preocupado por ellos y me di cuenta tenía razón en no

estarlo cuando salté en el asiento de conductor.

Con una mano en la palanca de velocidades, levanté la mirada a

través del parabrisas hacia el apartamento. Sophia y Ben se encontraba de

pie a unas cuántas puertas, acurrucados con una vecina y observándome, observando todo. Ella lloraba y hacía su papel. Eso enfermó cada hueso de

mi cuerpo.

En contra de mi buen juicio, saqué la cabeza por la ventana y le

grité: —¡Regresaré por él! —Llámame loco, llámame como quieras llamarme, pero de ninguna maldita forma dejaría a mi hijo con una mujer

tan malvada. Regresaría por lo que era mío.

Ella sostuvo a Ben más cerca a su lado y me dio una mirada de

repulsión merecedora de un Oscar. —¡Sobre mi cadáver! —La vecina una

mujer latina, miraba nuestro intercambio con horror sin duda por la pobre, ex esposa. La pobre perra de doble cara.

—Ya veremos —me dije a mí mismo, aunque me pregunté si fue lo

suficiente alto para que se oyera, si regresaría para perseguirme. Me

preguntaba si hablaba en serio.

Puse el carro en reversa y salí del aparcamiento mientras Vincent bajaba las escaleras del edificio, moviendo su arma como si tuviera la

oportunidad de darme.

Ya me había ido antes de que pudiera estabilizar su mano. El GTO

rodó por las carreteras soleadas de los suburbios de Los Ángeles, y me pregunté cuándo diablos dejaría de ser un idiota, y si volvería a ver a mi

hijo algún día.

Si algún día tendría mi vida de vuelta y tomaría las riendas de la

misma.

Pero tenía que hacerlo.

Quería hacerlo.

Iba a encontrar a Gus.

Y luego encontraría a Ellie.

Y nada, absolutamente nada, se interpondría en mi camino.

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5 Ellie

Traducido por Jess Rowe♡

Corregido por Sofí Fullbuster

Mis habilidades de escape como estafadora estaban oxidadas. Lo cual realmente no era tan sorprendente desde que al parecer, me había

convertido en una estafadora de mierda también. Me confié demasiado

conduciendo arrogantemente ese maldito, maldito auto, o lo que estuviera

haciendo, como Javier había sugerido, porque quería conseguir que me atraparan, obviamente estaba perdiendo mi toque. También decidí que me

había hecho demasiado arrogante; esperar que el vil mexicano me

encontrara era realmente otra caja de pandora en la que no estaba

dispuesta a sumergirme.

Además, tenía problemas más grandes. Como ser atrapada justo después de haberme ido.

Realmente no podías culpar a una chica por intentarlo.

Después de que Javier me dejó en esa deteriorada casa por cualquier

negocio que hacía (estrangular cachorros era mi suposición), pasé el resto del día elaborando un plan para escapar. Probablemente podría haber

gastado mejor mi tiempo si hubiera pensado en lo que Javier me había

propuesto, pero estaba tan segura de que podía conseguir salir de ahí que

ni siquiera tuve que pensar en el “¿Qué sí…?”.

Otra razón por la que perdía mi toque: un buen estafador siempre examina todo los escenarios, los “¿Qué sí…?”, las múltiples formas en que

el juego se puede jugar. Pero no hice nada de eso. En su lugar, observé al

hombre corpulento del otro lado de la puerta y al hombre más pequeño en

el traje negro que estaba posicionado frente a las puertas francesas en la

cocina, cubriendo el camino al balcón como un gorila aburrido en un club. Decidí que había subestimado al guardia más pequeño, tal vez podría

golpearlo en la cabeza con algo (él era más pequeño después de todo y la

cocina se hallaba llena de objetos contundentes, incluso aunque todos los

cuchillos hubieran desaparecido convenientemente) y después huir. Una

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vez en la playa, podría avisar a uno de los vecinos, siempre y cuando él no

les hubiera pagado a todos en la costa. Había una posibilidad de que lo

hubiera hecho. Javier no solo se separó de Travis sin ser extremadamente

cuidadoso.

Debería haber reflexionado en esa observación un poco más de tiempo. Alrededor de las cinco de la tarde, cuando el sol se hallaba casi

oculto en el oeste y la costa se veía borrosa con la luz, había golpeado la

puerta de la cocina. A través del cristal, podía ver al hombre pequeño

ignorándome, así que llamé de nuevo y lo miré impacientemente hasta que se volvió para mirarme.

Le hice señas para que abriera la puerta, mientras cogía un mortero

de un set de morteros, ocultándolo en mi mano como un policía de club.

Finalmente abrió la puerta y me dio una mirada expectante.

—Hola —dije, toda sonriente—. No sé si se diste cuenta de esto, pero efectivamente he sido secuestrada.

Su rosto se mantuvo congelado a excepción de una ceja arqueada.

—Y bueno, me preguntaba si serías tan amable de dejarme ir —

continué. Era una posibilidad remota, jugando con el sentido de decencia

y moralidad del hombre. Como si fuera a escoger eso por encima de las órdenes de Javier.

Como esperaba, sacudió la cabeza ligeramente. Su atención estaba

al menos en mí. Escogí ese momento para rascarme detrás de la oreja con

mi mano libre y dejar ir la moneda de veinticinco centavos que había mantenido oculta en mis dedos. Fue como un truco de magia que salió

mal, pero el punto era que no esperaba una brillante moneda cayera de

detrás de mí oreja e impactara en el suelo. Sus ojos la siguieron y antes de

que tuviera oportunidad de volver a mirarme, ya había alzado el mortero y

lo había aplastado en su sien. El punto dulce.

Gritó más fuerte de lo que esperaba y se agarró la cabeza. Vi un

destello de color rojo pero no tenía tiempo para pensar en ello. Lo empujé

hacia abajo, haciéndolo a un lado y después brinqué sobre la barandilla

del balcón. Sin pensarlo, salté, cayendo una eternidad pero aterrizando con un sonido sordo en la suave arena debajo. Una punzada aguda de

dolor se disparó desde mi tobillo izquierdo, pero la ignoré y comencé a

correr.

Al principio se sentía como arena movediza, como uno de esos

horribles sueños donde estás tratando de correr pero no puedes. Solo que esto no era un sueño. Lo hice hasta el borde de la propiedad donde una

fila de arbustos separaba la propiedad de Javier con los vecinos, arbustos

que había plantado una vez porque se veían tropicales y bonitos, cuando

fui derribada por detrás.

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Caí de cara en la arena mientras brazos se envolvían alrededor de

mis piernas y me jalaban. Pateé, tratando de golpear al agresor, pero ya

era demasiado tarde. La persona ahora se encontraba a horcajadas sobre

mi cintura, impidiéndome rodar o pelear. Me resistí, lo intenté, pero era

demasiado fuerte.

Moví violentamente la cabeza, mi mejilla ardiendo contra los granos

de arena y levanté la mirada. Su rostro estaba a oscuras a causa del sol

poniente detrás de él, pero supe que era Javier… y sonreía. Siempre podía

ver ese destello de dientes blancos.

—Aléjate de mí —dije, la arena llenando mis labios mientras hablaba

contra ella.

—No lo creo. —Sonaba presumido en su simplicidad.

—¿Qué hacías? ¿Esperando que huyera?

—Sí —dijo con un movimiento de cabeza—. Quería ver si habías aprendido algo.

Traté de moverme de nuevo, para tomarlo por sorpresa, pero sus

piernas eran como el acero.

—Aprendí que tus posibilidades de escapar disminuyen rápidamente

después de las primeras veinticuatro horas de ser secuestrado —le dije con un gruñido.

—Escuché lo que le dijiste a Felipe. ¿Piensas que esto es un

secuestro?

Lo miré por un solo ojo. —Estás tan jodidamente demente.

—Oh, yo creo que tú eres la única demente, mi ángel. Nunca te

amenacé con la fuerza. No debiste venir a mí dentro del auto. Me elegiste,

Ellie. Escogiste dejarlo a él y a su adorable familia. Fue tú decisión.

—Entonces déjame ir —escupí—. No me necesitas.

—Por supuesto que te necesito. Por favor, dime que no pasaste todo el día tratando de pensar en pequeñas y tontas formas de escapar en lugar

de darme una respuesta.

Lo ignoré y a sus formas de leer la mente. —Déjame ir, Javier. Si no

me estas manteniendo aquí por la fuerza, entonces mantendrás la boca cerrada y me dejarás ir. —Mi voz tembló un poco.

Se quedó en silencio y no podía escuchar nada excepto las olas y el

susurro en español a la distancia. Sonaba como sus secuaces, en algún

lugar cercano mirando la escena, manteniendo un ojo en su jefe para ver

qué iba a hacer a continuación.

Lo que hizo después me sorprendió a mí más que a ellos. Se aclaró

garganta y dijo: —Está bien.

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Luego se puso de pie y retrocedió, sacudiéndose el frente de sus

pantalones y ajustándose la chaqueta del traje. Las mismas rasgadas

zapatillas de ayer. Hizo un gesto con su brazo hacia la calle, como si

estuviera resaltando el camino que debía tomar.

—Eres libre para irte, Ellie Watt. No puedo mantenerte aquí si no quieres estarlo. Pensé que eras alguien más. Supongo que me equivoqué.

Incluso yo puedo cometer errores.

No estaba segura de qué demonios hacía, pero no iba a dejar pasar

la oportunidad. Me puse de pie tan rápido como pude y me paré frente a él, un poco inestable.

Me señaló, dejando que su dedo recorriera de arriba abajo mi

cuerpo. —Tienes un montón de arena.

Bajé la mirada. Me veía como si polvo de glaseado hubiera explotado

sobre mi camiseta y mis pantalones. No me importaba.

—Así que simplemente puedo irme —le dije con cautela. Olía a

mentira.

Asintió gravemente. —Te traje aquí porque pensé que te hacía un

favor.

—Pensaste que te haría a ti un favor —lo corregí.

Sus ojos se relajaron. —Esto es algo que los dos queremos. Sabes

que lo quieres, lo necesitas, lo anhelas.

No, no empezaría a negociar. No examinaría lo que mi venganza

significaba para mí ahora. Estar con Camden me había enseñado que la venganza no era el principio y el final de mi existencia, que podía confiar

como alguna vez lo había planeado, ser alguien moral significaba no

mandarlo todo a la mierda y matar a un hombre, sin importar qué tan

malo fuera.

El hombre que arruinó tu vida entera, toda tu familia, tú alma, susurró alguien desde la parte más oscura y profunda dentro de mí.

Solía ser una voz familiar y que solo me hizo dar cuenta que había

cambiado en el último tiempo. Una vez que fue familiar, y ahora era

extraña y estaba enterrada.

—¿Qué estás pensando? —preguntó Javier con falsa amabilidad.

Podía ver sus ojos ardiendo, oro y verde, con curiosidad.

—Vete al infierno —dije—, es lo que estoy pensando. Ahora, voy a

alejarme y fingir que nunca te vi. Tú vas a fingir que nunca me viste.

Puedes ir a matar a Travis si eso te hace feliz. No te voy a condenar por ello, pero no puedo decir lo mismo por todo lo demás.

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—Eso suena justo —dijo, juntando las manos como si fuera a

enseñarle un sermón a la playa—. Adiós, mi querido ángel. Siento que no

pudiéramos resolver esto.

Lo miré por algunos latidos, mi visión periférica captando a sus

secuaces, quienes estaban fuera de su alcance, mirando, quizás tan confundidos como yo. Algo pasaba, obviamente, no era una idiota. Pero

pensé que probablemente debería correr por mi vida mientras pudiera.

Giré sobre mis talones y estaba a punto de alejarme, a la carretera.

Cuando se aclaró la garganta. Aquí venía. La captura.

—Claro que —dijo—, habrá consecuencias por tu falta de lealtad.

Mi mandíbula se vino abajo, algo trastornada. Me detuve en seco por

un segundo, después lentamente me volví para enfrentarlo. —¿Lealtad?

Torció los labios en acuerdo. —Sí. Pensé que habías permanecido

leal, pero no eres diferente del resto de ellos. ¿Recuerdas a Miguel? Cuando descubrí cuán desleal había sido. Él era un traidor.

Mi rostro hacía expresiones que no podía controlar. Incredulidad e

impaciencia cayeron pesadamente en mi lengua. —No sé… no sé ni

siquiera qué decir. ¿Me estás diciendo que soy desleal a ti? Javier… —Me

eché a reír y me incliné hacia adelante, con las manos en mis rodillas—. Javier, realmente perdiste la cabeza, ¿no? Primero necesitas ser leal para

poder ser desleal.

Su expresión era de piedra. —Fuiste leal.

—Fui leal y después te atrapé en la cama jodiendo a alguna estúpida chica. ¿Cómo es eso de leal? —grité la última parte, esperando que sus

secuaces hubieran pillado un poco. No es que les importara a ellos, pero

de alguna forma era importante para mí que ellos supieran cuán

malditamente demente era este hombre.

Frunció el ceño y dio un paso adelante. —Lo siento, ángel. No me di cuenta de que eso tuvo ese impacto en ti, para afectarte después de todos

estos años.

Mis ojos se estrecharon, y empujé toda mi ira dentro de ellos,

meneando el dedo en el aire. —No. Sé lo que estás haciendo. Estás enfermo, ¿sabes eso? —No solamente trataba de hacerlo parecer como si

fuera alguna ex novia enfadada, estaba amenazándome. ¿Cortarme el

cuello por no estar de acuerdo con algún jodido plan? ¿Era eso lo que

insinuaba?

Mi corazón empezaba a latir ruidosamente en mi cabeza, desestabilizándome un poco. ¿Me estaba entrando el pánico? ¿O

solamente jodiendo aún más mi mente?

Corre, me gritó mi instinto.

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Y eso hice. No tenía tiempo para dejarme arrastrar a cualquiera que

fuera la trampa que él tenía planeada. Parecía pensar que estaría

demasiado atrapada en viejos sentimientos para ir a cualquier lugar, pero

se equivocaba. La traición de Javier fue una experiencia de aprendizaje.

Me enseñó a nunca dejar caer mi guardia. A nunca confiar en un hombre como él.

Corrí a través de la arena, a lo largo de la vereda y el camino que

llevaba entre su casa a la siguiente. La carretera se encontraba casi en mis

pies. No tenía coche, pero tenía memoria y sabía que si corría lo suficientemente rápido, la distancia suficiente, tendría que llegar al

teléfono público por la empresa de pollo frito y después estaría llamando a

Gus por un gran favor.

Antes de que pudiera llegar al pavimento, golpeé a alguien más.

Grité y salté hacia atrás. Había corrido directamente hacia Raul, que me sostenía con sus manos como si no quisiera causarme ningún daño,

pero diciendo lo contrario con sus ojos. Su pellizco como de buitre hizo que

mi sangre cuajara.

—Raul, estás de regreso. —La voz de Javier vino detrás de mí.

Maldición, era rápido. Mis ojos se movieron a un lado de Raul, donde estaba la libertad. Aún podría correr. Raul no podría detenerme si Javier

no lo haría.

—Tenía que asegurarme de que Camden se escapó en buena fe —

respondió, sus cicatrices extendiéndose mientras hablaba.

Y la mención del nombre de Camden llenó mis miembros con

gravedad.

Apreté la mandíbula. —¿Cómo está Camden? —pregunté, tomando

el riesgo, el cebo, lo que sea.

Raul miró por encima de mi cabeza hacia Javier, intercambiando una mirada que no podía leer. —Oh, está bien.

Estaba a punto de seguir con mi plan cuando Javier habló: —Bien

por ahora. —Sus palabras fueron dichas como una amenaza.

Me volví hacia él. Esa mirada de hijo de puta engreído había vuelto su rostro.

—¿Qué quieres decir con por ahora?

Raul caminó hacia Javier y se paró a su lado. Había algo diferente en

él ahora, algo que no se encontraba ahí hace seis años. Raul se había

convertido en Javier y Javier se había convertido en Travis.

Javier sonrió diplomáticamente. —Bueno, tú sabes que nuestra

deuda aún no ha sido saldada, Ellie. Es por eso que te di la oportunidad

de redimirte a ti misma.

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Lancé la cabeza hacia atrás. —¿Deuda?

—Robaste dinero mío. Nunca vi el dinero otra vez. De hecho, pagué

un montón para traerte aquí. He perdido alrededor de unos cien mil

dólares en basura por ti.

Mi piel empezaba a picar, sofocada y caliente. —No tengo cien mil dólares. Tú lo sabes.

—Tienes algo de dinero, te vi en Las Vegas, fingiendo jugar. Suerte

para ti que no necesito tu dinero. Es el principio de toda la cosa. Tú ya no

te puedes sentir leal a mí, pero al menos deberías sentir como si me debieras algo. ¿No tienes algún tipo de código? ¿O eres así de inmoral

ahora?

—Eres un pátetico ser humano de mierda —me burlé.

Sorprendentemente aún era capaz de formar palabras cuando mi sangre

bombeaba indignación. ¿Cómo se atrevía a insinuar que yo era la única con la moral sesgada, cuando era un asesino a sangre fría y mujeriego,

drogadicto y un maldito bastardo?

Inclinó la cabeza y me miró con falsa decepción, como si fuera un

niño desobediente. O tal vez era real y sí lo era, lo que era mucho más

jodido. —Como una enojada pequeña ángel. Tus alas están ciertamente sucias. Son negras.

—Como tu corazón.

—El corazón que una vez quisiste ¿Qué dice eso de ti?

—Eso quiere decir que me rebajé demasiado. Obviamente, no vas a dejarme ir. Hay una trampa en todo esto y envuelve a Camden y una

deuda. Así que dime qué demonios es, así puedo decidir qué tan jodida

estoy.

Arqueó las cejas. —Bien, no sé qué tan jodida estás, solo sé qué

tanto te gustaba ser jodida.

Mi labio superior se arrugó. —Cerdo enfermo

—Es cierto —dijo, sin pedir disculpas. Juntó las manos, su reloj

tintineando—. Bien, Ellie. Sabes lo que quiero. Te lo he dicho

repetidamente. Necesito tu ayuda para atrapar a Travis. Y no tienes que ayudarme, como lo sabes. Pero debes entender que quiero esto

demasiado, lo suficiente como para llamarlo una pequeña deuda que

debemos saldar. Puedes ayudarme de buena fe. Aunque no lo harás.

Porque una mujer como tú no tiene nada bueno o algo que se asemeje a la

fe —dijo la palabra fe como si fuera ajena a él.

—¿Terminaste de tratar de ser un idiota o quieres agregar psicópata

allí?

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Sus rasgos se endurecieron e instantáneamente me arrepentí por

abrir la boca. No había nada más preocupante que cuando Javier se ponía

serio.

—Ya que no me ayudarás de buena manera—dijo con voz cortante—,

te voy a dar una opción. Justo como la que tenías antes, solo que más… detallada. Me ayudas con Travis y a cambio consideraré pagada tu

deuda.

—No te debo nada —le dije.

—Cierto. ¿Mencioné que Camden McQueen es parte de tu deuda ahora?

Mi corazón se detuvo repentinamente, chocando dentro de mi pecho,

fragmentos de vidrio en mis venas.

—¿Qué?

Sonrió a pesar de que era tan frío como una lápida en el invierno. —Le di dinero a Camden para ti. Es más dinero que perdí. Por ti. Y basado

en eso, veo que el bienestar de Camden es parte de tu deuda ahora. No su

ex esposa, no su hijo… no puedo estar molesto con ellos. Ahora, Camden,

podría destruirlo con un chasquido de mis dedos. Es decir, si no me

ayudas. Así que, ¿qué será? ¿Tu libertad o tu orgullo? La oportunidad de no solo salvar a un hombre que crees que amas, o por lo menos que se

compadeció de ti, sino también la oportunidad de matar al hombre que

puso esas cicatrices en tu pierna y en tu corazón.

Eres el único que dejó cicatrices en mi corazón, pensé. Me sentí como si me estuviera tragando una bola de algodón. Apenas podía mirarlo. —Me

prometiste que no lastimarías a Camden, que lo dejarías ir. Y tú no rompes

tus promesas.

Intercambió una mirada satisfecha con Raul antes de sonreírme. —

Eso es cierto. Pienso que por eso me he convertido en una amenaza para Travis. Porque tengo mi propio código de nunca flaquear. La integridad

está ausente de muchos hombres en estos días. —Notó mi rostro

poniéndose rojo por la ira creciendo y fue por ello rápidamente—. Le di a

Camden el dinero. Le devolví su maravillosa familia. Eso es lo que prometí e hice justamente eso. Este, Ellie, es todo un nuevo juego con un nuevo

conjunto de promesas. Ahora, lo que necesito saber es, ¿estás lista para

jugar?

No estaba lista para jugar nada, pero si podía proteger a Camden,

entonces iba a hacer todo lo que pudiera.

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6 Camden

Traducido por Mel Cipriano & CrisCras

Corregido por Aimetz14

Dios bendiga a los adolescentes apáticos. Si no hubiese sido por la

chica rubia teñida que estaba ocupada haciendo sus uñas de un tono

verde fuerte cuando pagué mi gas y un montón de bebidas energéticas, no

habría llegado a Gus. Probablemente me hubieran arrestado, mi culo en la cárcel por vaya a saber qué mierda más.

La mordaz y perpetuamente antipática muchacha, , apenas me miró

y luego nunca recogió el diario Los Ángeles Times de ese día. Si lo hubiera

hecho, se habría dado cuenta de que yo estaba en la portada. No era un cuadro grande, sino uno que estaba reservado para el informe sobre la

economía del país en época Navideña, pero yo me encontraba allí, en la

esquina, a la derecha, bajo el título: “Hermanos en Los Ángeles intentan

detener disputa doméstica con un tiroteo”.

Ya me lo imaginaba.

Después de dejar la escena de la emboscada —orquestada por

Sophia— aceleré por la I-5 hasta llegar a la ciudad de Valencia. Finalmente

me registré en un motel bajo el nombre de Connor Malloy y empecé a

planear mis siguientes pasos.

Todos ellos referidos a Gus.

Saqué el número que Ellie me había dado y lo dejé sonar un par de

veces antes de colgar, aterrado. ¿Qué pasaba si Gus no quería tener nada

que ver conmigo sin Ellie? ¿Y si no era tan confiable como Ellie parecía

pensar? Yo apenas sabía nada sobre el hombre, excepto que era un ex oficial de policía de Los Ángeles, el mismo departamento de policía que,

probablemente, Sophia barría en busca de pistas. Me alegré de no haber

tomado nada de su casa, excepto una caja de lentes de contactos y

soluciones. Todo lo demás se había quedado en el coche, incluyendo el

maletín.

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Gus tendría que valer la pena el riesgo. Tendría que confiar en Ellie,

aunque sea de lejos. Era la única manera de que pudiera encontrarla, de

alguna forma lo sabía.

Marqué su número de nuevo y esta vez él atendió bruscamente, con

un ligero acento que no pude descifrar. Quizás de Texas o del sur. No era evidente, pero últimamente había estado prestando más atención a ese

tipo de cosas.

—¿Hola? —había preguntado.

—¿Habla Gus? ¿El Gus de Ellie?

Se produjo una pausa. Entonces dijo: —¿Eres Connor Malloy?

No pude evitar sonreír. —No del todo. Estoy en ello.

—Voy a asumir por el tono de tu voz y el hecho de que Ellie no está

en el teléfono, que ha pasado algo.

Mi sonrisa se desvaneció. Agarré más fuerte el receptor y me enderecé en la cama del motel.

—Se ha ido.

—¿Está en su poder?

—Eso... Eso no lo sé —le expliqué, tan brevemente como pude, lo

que había sucedido. Dejé de lado la parte de Sophia y sus hermanos. Eso podía esperar, o eso pensé. Además, todavía estaba demasiado enojado y

expuesto sobre ello para hablarlo o insistir sobre el tema. Era como frotar

una herida abierta.

Gus parecía preocupado, pero bastante tranquilo respecto a todo el asunto. Me gustó que no se volviera loco, aunque, al mismo tiempo,

esperaba que Ellie fuera tan importante para él como ella esperaba.

—¿Dónde estás? —preguntó.

—Ventura —mentí, tomando la ciudad más cercana que todavía

podría tener el mismo código de área.

Él gruñó y luego me dijo que su dirección: 141 Rosewood Drive,

Pismo Beach. Parecía demasiado bonito.

—Nos vemos mañana a mediodía —dijo, y colgó.

Sólo con un golpe de suerte me tendría allí al mediodía. Después de descubrir mi cara en el periódico, el mismo que había conseguido ver sin

que una adolescente lo notara, mantuve mi rostro abajo y la calma al

conducir mientras me abría camino hacia la costa. El océano brillaba

como escamas azules, los lados del acantilado estaban exuberantes con

las lluvias de diciembre. Era tan maravillosamente hermoso allí, en contraste con la vida en el desierto, que mi corazón latía por Gualala, por

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mí y por Ellie en una playa allí, viviendo en la libertad que sólo el surf

puede traer.

Me detuve en un mirador vacío y le di un mejor vistazo al periódico.

Había algunas cosas mal en él, lo que podría haber salvado mi culo sin

saberlo.

En el comunicado, Sophia le había dicho a la policía acerca de

nosotros volviendo a estar juntos en Palm Valley y con ganas de empezar

una nueva vida antes de que me volviera contra ella y la golpeara. Yo

estaba en proceso de robar su dinero, la "manutención" que ella había estado ahorrando, cuando llamó a sus hermanos para ayudar. Uno de

ellos se encontraba en estado grave en el hospital, con la laringe rota (y la

nariz, seguro, desde que golpeé fuerte a ese hijo de puta), mientras que el

otro escapó ileso. Sophia le dijo a la policía que conducía un Ford Mustang

verde, pero qué no tenía idea del número de placa. De hecho, yo estaba conduciendo un Pontiac GTO verde oliva con franjas de carreras. Nada que

ver con un Mustang, no para la mayoría de la gente de todos modos.

Estaba más que agradecido por su falta de interés en los coches.

Otra cosa que me había salvado hasta ahora era el hecho de que mi

imagen era una de los suyas. Era de hace unos años, tomada en el día de campo de un amigo. Mi cabello era de estilo surfista, largo, y marrón

oscuro, no había anteojos. Rápidamente, me quité los contactos, tirándolos

por la ventana del GTO, y me puse las gafas. No era una cosa Clark Kent.

El hecho de que el artículo indicara que tenía el pelo negro y ahora estaba cubierto de tatuajes era suficiente para reventarlo. La mayoría de la gente

estaría viendo esa imagen de mí, sonriendo, con hoyuelos, más joven, así

que tal vez no se dieran cuenta. Estarían buscándolo a él, no por a un

nerd de cabello corto, no hasta que llegaran muy cerca, y esperaba que

para entonces me hubiera ido y ellos moverían la cabeza detrás de mí, diciendo: “Nah, no podría ser”.

Por supuesto, aparte de esos dos pequeños destellos de suerte, yo

estaba jodido. Mi nombre, Camden McQueen estaba allí, en el papel. Y tal

vez incluso en las noticias, bombeando la mente de todos los ciudadanos de este país de mierda.

Camden McQueen. Golpeador. Ladrón. Lo peor de lo peor.

Mi mente retrocedió a cuando vi a Audrey, el otro día. Habría sumado dos

y dos juntos muy rápido. No me sorprendería si ella llamaba a las noticias

ahora para decirles sobre la huida de Camden McQueen, el malo, malo, quien tatuaba asnos y secuestraba esposas y niños.

En ese preciso momento, mi teléfono sonó. Miré la pantalla y

contuve el aliento. No era Audrey. Era mi padre.

Él lo sabía.

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Mi padre sabía que yo era un criminal buscado. Esa podría ser la

única razón por la que llamaba.

Esperaba sentirme avergonzado o culpable, o algo por el estilo. Pero

por alguna razón enferma y retorcida, me sentí desafiante. Como si

realmente hubiese hecho esas cosas y lo hubiera hecho para probar un punto. En secreto, me sentí de esa manera durante toda la operación de

lavado de dinero, que de alguna manera, estaba pegándole al idiota.

Ahora, no sólo le pegaba, conducía un juego y lo hacía a lo grande.

Lástima que nada de eso era cierto.

Lástima que yo sabía que mi padre no aceptaría esto sin una pelea.

Y era algo que ni siquiera podía permitirme pensar, no en ese momento.

Así que, obviamente, no respondí. Sólo lo dejé sonar y sonar de

nuevo. Entonces lo puse en silencio y continué andando por la costa hasta

que las orillas de la playa de Pismo Beach aparecieron.

La casa de Gus se encontraba un poco lejos de la playa, por un

camino sinuoso que apenas tenía espacio para un coche. Era una zona

frondosa y extrañamente agradable, tan bonita como yo pensaba que sería,

y no era realmente apropiado para el hombre que estaba a punto de

conocer.

Su casa era pequeña, del tamaño de una cabaña, pero bien cuidada.

El jardín en la parte delantera estaba cubierto pero ordenado, un caos

organizado. Era como si pudiera intimidar a las plantas para que se

comporten a pesar de que probablemente desmalezaba el lugar una vez al año. Mi jardín de rocas era fácil de mantener, pero no tenía el mismo tipo

de belleza. Pensé que había estado en el desierto durante mucho tiempo.

Llamé a la puerta y pude escuchar cosas siendo revueltas en el otro

lado. Sabía que él miraba por la mirilla, lo que era un paso mejor de lo que

pensaba que sería. Después de haber recogido el periódico estaba tan condenadamente seguro de que se retiraría de todo el asunto. Creo que

pensó que yo quería los números de seguro social de Connor y que con eso

solo estaría ayudando a un criminal conocido.

De hecho, cuanto más tiempo me quedaba allí en sus escalones, con una chica joven en una bicicleta de color rosa vendiendo alegremente más

allá de su valla de listones de madera, más pensaba acerca del error que

era esto. Se trataba de un ex policía. Yo era un fugitivo. Un idiota

enamorado y un blanco fácil.

Antes de que pudiera cambiar de idea y regresar al coche, la puerta se abrió un poco y me dio una visión de un ojo cauteloso, barba gris, y

mandíbulas fuertes.

—¿Camden McQueen? —Sonaba incluso más ronco en persona.

¿Cuál era la razón para mentirle ahora?

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Asentí. —Hola, Gus.

Él gruñó y abrió la puerta. —Será mejor que pases antes de que

alguien te vea.

Tragué saliva y entré. La alfombra bajo mis pies estaba gastada, pero

suave, la casa olía a una cabaña. Estaba oscuro. La televisión encendida en el fondo, reproduciendo una película de la década de 1940. Pude

escuchar la voz de Peter Lorre, aunque no era Casablanca8.

Cerró la puerta tras de sí y se dedicó a bloquear los numerosos

cerrojos que tenía antes de finalmente deslizar una cadena.

—¿Barrio difícil? —le pregunté—. Vi a una chica en una bicicleta de Mi Pequeño Pony afuera, parecía un poco desagradable.

No se rio. De hecho, parecía lo contrario a divertido. Se apoyó contra

la puerta y cruzó los brazos sobre su amplio pecho, la barriga cervecera

sobresaliéndole hasta el infinito. Su mirada me estudió.

—Algo me dice que este no es el momento de estar haciendo bromas

—dijo—. Ahora, no sé si te das cuenta o no, pero no estoy aquí para ser tu

amigo. No estoy aquí para darte consejos. Estoy aquí para darte lo que

necesitas, porque le hice una promesa a Ellie una vez, y parece que el

hecho de que estés aquí significa que ella está reclamando esa promesa. Te ayudaré si entiendes que no estoy haciendo que sea agradable. No estoy

haciendo esto para ser bueno. Tengo mi propia vida, la he hecho por mí

mismo aquí, y si puedo evitar ponerme en la mira, lo haré.

Me mordía el labio sin saberlo. Esperaba a que yo dijera algo.

—Aprecio eso, Gus. —Era lo mejor que se me podía ocurrir. Hablar

con él era un poco como hablar con mi padre, y aunque me gustaría

pensar que Gus no me daría una bofetada en la cara de repente o me

llamaría maricón, siempre había una posibilidad de que lo hiciera. Era

impredecible y completamente objetivo, y esa combinación era un poco aterradora.

—Qué tal si te sientas y me dices qué demonios está pasando —dijo,

haciendo un gesto hacia el sofá.

Asentí, sintiéndome más estúpido por minuto y tomando asiento en su sofá gris de cuero mientras él desaparecía en la cocina. Vi la película en

televisión durante unos pocos segundos y la reconocía como Arsenic and

Old Lace9 con Cary Grant, hasta que Gus volvió a la habitación con una

cerveza. Para él.

8 Película estadounidense de 1942 dirigida por Michael Curtiz. Narra un drama romántico en la

ciudad marroquí de Casablanca bajo el control del gobierno de Vichy.

9 Película de 1944 del director Frank Capra, conocida como Arsénico y Encaje Antiguo en

Argentina, Arsénico por Compasión en España, y Arsénico en Caja en México.

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Se sentó en el asiento reclinable enfrente de mí y abrió la lata,

tragándose la mitad antes de dejarla de golpe sobre la mesa de café, ya

fuera con molestia o exuberancia. Espuma se derramó por los lados.

—Tú. Habla.

Tomé una profunda y tranquilizadora respiración y me metí en ello otra vez, reconstruyendo la historia, contándole todo lo que le dije antes.

—¿Por qué no me hablaste acerca de ser buscado por la policía de

Los Ángeles? —interrumpió.

Y aquí llegó. Miré por la ventana, esperando ver un escuadrón atravesar su jardín, aplastando las gardenias.

—Pensé que no me ayudarías —admití—. Y necesito que me ayudes.

Que ayudes a Ellie.

—¿Desde hace cuánto tiempo dijiste que conocías a Ellie? —

preguntó.

—Fui al instituto con ella.

—¿Y?

—Y ella volvió a mi vida hace dos semanas.

—¿Y? —Sus ojos eran de acero mientras se bebía el resto de su

cerveza, lentamente esta vez.

—Y, bueno, ella intentaba robarme. Yo era consciente. Hicimos un

trato; ignoraba su intento de robarme si me ayudaba a escapar de mi vieja

vida. Estuvo de acuerdo. Tomamos el dinero y corrimos.

Él rodó los ojos.

—Lavamos el dinero en los casinos —continué—. Fuimos atrapados.

—¿Por la policía? —preguntó, pareciendo confuso.

—No, por Javier —dije—. Sabes quién es, ¿verdad?

Levantó la mano con desdén. —Soy muy consciente de quién es. Es

solo que no sé por qué está la policía detrás de ti ahora.

Con un suspiro de dolor, fui a mi lado de las cosas. La historia de

después.

—Pero —terminé—, eso en realidad no tiene nada que ver con el

problema que tenemos entre manos. Javier tiene a Ellie, y no sé dónde, o qué le está haciendo.

Casi vi una sonrisa en su cara, pero parecía como si hubiera sido

absorbida por la barba.

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—Tiene todo que ver con el problema entre manos si te busca la

policía —dijo como si yo fuera un idiota—. Tratar de localizar a Ellie va a

ser un poco más difícil con tu metedura de pata.

Metedura de pata, uh. Ya sabes, tenía un momento realmente duro

para descubrir por qué demonios Ellie me habría enviado a este tipo. Hasta ahora no era más que una pila de humeante mierda. Aun así, me

mordí el labio a propósito, para contenerme de saltar y decir algo de lo que

me arrepentiría. Mi vieja amiga la rabia había sido bien recibida en el

tiroteo de ayer, pero hoy no. Hoy tenía que aguantarse y comportarse para evitar empeorar las cosas para mí.

—Entonces, ¿me ayudarás a localizarla?

Frunció los labios. —¿Y por qué quieres encontrarla tan

desesperadamente?

Le dediqué una mirada de incredulidad. —Porque está en peligro. Sí supieras cómo es Javier, entonces sabrías que es un mal hombre. Le

disparó a su tío en la cabeza.

Gus negó con la cabeza. —Pobre Jim. —Y me di cuenta de que tal

vez él también le conocía. Estaba a punto de disculparme cuando Gus

continuó—: Ella está en peligro de algún modo, eso es cierto. El hombre con el que está no es el hombre que fue, y el hombre que fue… bueno,

simplemente digamos que fue de mal en peor. Eso todavía no explica por

qué te importa.

—¿Por qué me importa?

—Deberías estar huyendo hacia Canadá. Consigue tus números

falsos y vete. Deberías estar creando tu nueva vida, tu escape, no yendo

detrás de Ellie. ¿Por qué es eso?

—Porque… —Cómo se lo explicaba siquiera.

—¿La amas? —preguntó—. ¿Estás enamorado de ella?

Supongo que eso lo explicaba.

Asentí. Ninguna duda. Todas las cartas sobre la mesa. —Sí, a

ambos. —Casi dije alguna mierda como “estamos enamorados”, pero ni

siquiera podía decir si eso era verdad. Todo lo que sabía es lo que yo sentía. Y que la mujer a la que amaba, a la que siempre amé, se había

sacrificado por mí. No iba a pasar eso. Se había incrustado en mi piel,

como un tatuaje que nunca pude hacerme a mí mismo.

—Bueno, eso definitivamente hace las cosas más complicadas, ¿no

crees? —preguntó reclinándose en la silla. La hostilidad en su cara fue sustituida por pena. No estaba seguro de cuál me gustaba menos.

—El amor es complicado —dije. Otra tarjeta de felicitación digna de

sentimentalismo.

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—¿Así que eres un artista del tatuaje? —dijo, levantándose de la silla

y cambiando de tema. Fue a la cocina y volvió a salir, esta vez con dos

cervezas. Me tendió una, lo cual agradecí con un asentimiento. La

necesitaba jodidamente.

Tomé un largo trago antes de contestar. —Lo soy. Solía trabajar en una tienda en Los Ángeles antes de abrir Sins & Needles.

—El jefe —remarcó.

—Sí —dije tímidamente—. Pero en realidad trabajaba allí. Tenía

clientela fija. Era suficiente para vivir.

—Entonces, ¿por qué molestarte lavando dinero?

Mi boca se abrió y se cerró. —No tenía otra opción.

—Siempre hay una elección. Me da la sensación de que no sabes

cómo decir que no.

Lo miré. —Estoy bastante seguro de que dije que no cuando robé el dinero.

—Y mira a dónde te llevó. La mejor forma de decir no es antes de que

empieces. Di no ahora, no después.

—Sabias palabras —murmuré, tragando más de la cerveza—.

¿Tienes segundos pensamientos?

—No he aceptado nada, ¿no? Solo estoy escuchándote.

Esto se estaba volviendo ridículo. Toda esta charla y todavía no se

había decidido.

—Tal vez estoy perdiendo el tiempo, entonces —dije, levantándome. Me sentí mejor de pie. Yo era un hombre alto y me gustaba recordarle eso

a la gente. Si no podían tomarme a mí y a mis tatuajes en serio, entonces a

lo mejor se tomaran mi altura y mi musculatura.

Empecé a caminar hacia la puerta. —Solo pensé que tal vez te

importara Ellie, ya que parece preocuparse por ti… que te importaría si una mujer inocente vive o muere.

Y ante eso, se rio. Tal vez estaba siendo un poquito dramático, pero

parecía la única forma de conseguir su atención.

—¿Inocente? —escupió—. En primer lugar, ambos sabemos que Ellie Watt es lo más alejado de inocente.

Lo divertido era, que aunque eso era técnicamente verdad, que Ellie

robaba, mentía y embaucaba como forma de vida, yo todavía veía

inocencia en ella. Cuando la tatué, lo vi todo por encima de su pierna y

nadando en sus ojos. Por todo lo que ella había hecho, por la persona despiadada, cruel y egoísta que podía ser, había una inocente muy dentro

—todavía había una niña de diez años que lo había perdido todo— que

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nunca aprendió a amar sin repercusiones, que nunca permitió que su

verdadero yo fuera libre. Esa era la Ellie que había visto durante toda la

secundaria, la que se escondía detrás de vaqueros y una actitud dura. La

verdadera ella, la pura, la que nunca permitió salir. Tenía su alma sujeta

en una correa muy apretada.

—¿Y en segundo lugar? —le provoqué.

—En segundo lugar, estás insinuando que no me importa. Ellie y yo

no nos hemos visto el uno al otro mucho durante los últimos años, y

todavía cuido de ella como lo haría por una hija. Una hija de muy mal comportamiento que no debería tener permitido salir permanentemente,

pero una hija, no obstante. Si me importa o si no, podría no tener nada

que ver con si te ayudo.

Miré al techo con exasperación. —¿Qué demonios significa eso?

—Significa —dijo—, que podría tomar toda la información que acabas de darme e ir yo mismo a encontrarla.

—Como si fuera tan fácil —me burlé.

—Lo es cuando tienes conexiones, armas de fuego, y una idea de

dónde está yendo. Por supuesto, tú todavía estás ignorando la gran

pregunta aquí, y es la única razón por la que estoy dudando si involucrarme en nada de esto.

¿Cómo demonios acababa de hacer eso? Había cambiado algo que

había sido mi idea, mi plan, y lo había hecho suyo.

Y estaba picando como un pez el anzuelo.

—¿Cuál es la gran pregunta, entonces?

Se frotó la barba. —¿Quiere Ellie ser encontrada?

Pensé que tal vez oía mal porque eso no sonaba como una verdadera

pregunta. Gus notó la mirada en mi cara, porque dijo: —Ya ves. No

pensaste en eso.

—Por supuesto que quiere ser encontrada. Se fue con un psicópata.

Un peligroso asesino que mató a su tío. Lo hizo para salvarme a mí y a mi

familia. Ella tuvo que hacerlo.

Asintió, aparentemente para sí mismo. —Ella probablemente tuvo que hacerlo, tienes razón. Pero ese psicópata es también su ex novio. El ex

amor de su vida. El hombre, el catalizador, que la hizo la persona que es

hoy. Deberías haber conocido a la Ellie de veinte años. Era diferente.

—Conocí a la Ellie de catorce. Ya estaba dañada. —Escupía las

palabras como metralla, horrorizado por lo que sugería Gus. Se creó un espacio vacío por debajo de mis costillas que se mantuvo amenazando con

romperse—. Ellie odiaba a Javier con pasión. Le tenía miedo.

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Sus ojos se suavizaron. —Siempre le temió, desde el primer día, y

eso nunca le hizo ningún bien. Y odio, bueno, todos conocemos el amor y

el odio. El odio es la otra cara de la moneda. Se necesita una buena

sacudida para ponerla boca abajo. Puede suceder más rápido y más

fácilmente de lo que creerías.

—¿Estás hablando del síndrome de Estocolmo ahora? —Eso lo podía

entender un poco mejor. Lo que sugería estaba más allá de mi capacidad

de comprensión.

Se encogió de hombros. —En cierto modo, con alguien como Ellie, será realmente duro para ella no volver a caer en lo viejos hábitos. Javier

fue su mayor hábito de todos.

El agujero se abría, mi corazón amenazando con hundirse. Me clavé

las uñas en las palmas de las manos y deseé que fueran más afiladas.

—Camden —dijo enfáticamente—. Sería el Síndrome de Estocolmo con esteroides.

Y de repente, de algún modo, en alguna jodida, enferma y retorcida

manera, ese escenario fue un millón de veces peor que el que yo había

imaginado. Pensé que la peor cosa que podría haber sucedido sería Javier

matando a Ellie. Ahora sabía, veía, que podía ser mucho, mucho peor.

Ella podía volver a enamorarse de él. Él podría seducirla y fijar esa

alma libre.

Y al final, dejarla muerta.

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7 Ellie

Traducido por yure8

Corregido por Merryhope

El dolor saturó mis sueños. Cuando desperté a la mañana siguiente, acostada rígida en nuestra vieja cama, me di cuenta de que realmente eché

a perder mi tobillo cuando salté por el balcón. Recordando, fue un

movimiento estúpido, saltando como si estuviera en una película de

acción. Por supuesto, intentaba escapar del hombre de confianza de un

capo de las drogas, así que momentos desesperados, medidas desesperadas.

Después de que Javier me chantajeó para que aceptara ayudarlo, me

fui directamente a la habitación y no salí incluso cuando llamó a la puerta

y me dijo que la cena estaba lista, como si fuéramos compañeros de cuarto o alguna mierda. Estaba tan cerca de abrir la puerta y romper sus

perfectos dientes, pero al parecer entre más enojada actuaba hacia él, más

le gustaba. Él era bastante delirante para equiparar el odio con pasión, y

había visto la forma en que me había estado evaluando, como un jugador

arrogante que asume que cada mujer está enamorada de él.

La cuestión era que yo había estado enamorada de él una vez. Había

estado tan enamorada de él —que limita algo entre el amor y la obsesión,

entre Romeo y Julieta, dramatismo adolescente y algo real. Sin embargo,

nunca fue real. Con los años, me había convencido a mí misma de ello. Tenía que hacerlo. Era la única forma en que podía darle sentido a lo que

había hecho y lo que tenía que hacer para superarlo. Lo que Javier y yo

compartimos era un cóctel mortal de hormonas intensas y mentiras. El

amor verdadero no tiene una enferma desesperación, una corriente oculta

de la fatalidad. Personas que queman intensamente, todavía se queman en el final y estoy segura de que si no hubiera sido por él engañándome,

habría terminado de otro modo. Toda la relación se había basado en el

engaño y era sólo cuestión de tiempo antes de que me hubiera alcanzado.

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Ahora, por supuesto, Javier conocía la mentira. Tenía la esperanza

de que desgarrara un poco su corazón cuando se dio cuenta de que todo

este tiempo Eden White no era quien pensaba que era. Aunque,

probablemente no. Él era diferente ahora, más audaz y más

exagerado, todos sus defectos ampliados y su lado bueno ido. No conoce el significado del sentimiento, aunque tuve la sensación de que al menos se

comió su sentido del orgullo, algo que también tenía mucho de todos

modos.

Sabía que no debería haber estado allí tumbada pensando en él y en el pasado, y las formas en que las cosas habían cambiado. Dándole todo

ese pensamiento, le daba demasiado mérito. Era difícil no hacerlo cuando

estuviste en su casa, la casa que compartimos juntos. Daba una sensación

de comodidad y familiaridad que era completamente una ilusión. Si

hubiera sido seis años atrás, podría descubrir qué hacer entonces y cómo salir de esto. Podría escapar una vez más e ir a buscar Camden. Me

gustaría encontrar una manera de mantenerlo a salvo, incluso si eso

significaba tener que verlo comenzar una nueva vida con su familia.

Sólo pensar en él y en Sophia trajo un nudo pesado a mi estómago.

Esa era otra cosa que trataba de mantener en un segundo plano, el hecho de que él estaba con su familia. No debería sentirme tan... desolada... pero

lo hizo. Y fue en parte culpa mía. Quiero decir, sé que hice lo correcto, tal

vez la primera cosa correcta que he hecho en mi vida. Y aún así, no se

sentía ni bien ni correcto. Sólo me hacía sentir un poco resignada de que nos hubiéramos quedado en esa posición en primer lugar. Si pudiera

volver atrás en el tiempo y cambiar las cosas, habría roto con Camden, tan

pronto como nos fuimos de las Vegas. Le habría mandado a Gualala por su

cuenta y salido de allí antes de que me enamorara de él. Y, ya que estamos

hablando de una máquina del tiempo de ficción aquí, hubiera salvado al tío Jim en el proceso.

El nudo en mi estómago comenzó a retorcerse y sangrar, con un

montón de sensaciones nuevas y menos egoístas abriéndose paso a cada

instante. El tío Jim, cuyo rostro aún veo en mis sueños, el hombre que había sido tan importante para mí pero estaba dispuesto a venderme por

un poco de dinero en efectivo. Todavía no sabía cómo hacer frente a su

muerte, siento tanta rabia por lo que intentó hacer y tanta maldita lástima

porque murió debido a mí.

Y eso fue lo que hizo las cosas mucho más confusas y difícil de entender, como piezas de un rompecabezas que nunca pertenecieron

juntas. El Javier de seis años atrás nunca habría matado a mi querido tío,

no importa lo mucho que me hiriera. Ese Javier no habría secuestrado a

una madre y su hijo, ni la habría golpeado (o incluso contratar a sus matones que lo hicieran). Ese Javier, con toda su intensidad suave y

aparentemente ciega devoción (aparentemente, es la palabra clave), no me

sobornaría para ayudarlo a matar a alguien. Ese Javier era el que yo

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conocía y el único que podía tratar de encontrar. Este Javier era un

extraño y muy peligroso en esto. Le temía a este Javier de una manera en

la que todavía no podía comprender.

Me había quedado dormida con la ropa puesta, Javier, Camden y el

tío Jim en mi mente, así que cuando finalmente me desperté con mi tobillo hecho polvo, decidí que ya había tenido suficiente de someter mis

pensamientos. Con mucho cuidado salí de la cama y decidí que una ducha

sería una buena idea después de haber estado polvorienta y sucia en los

últimos tres días. El jabón y el agua tenían una manera de despejar mi cabeza a diferencia de cualquier otra cosa (excepto tal vez un poco de buen

sexo). Cuando terminé, busqué debajo del lavabo por una venda elástica y

encontré una, asegurándome de que mi tobillo estuviera bien envuelto. Es

probable que ni siquiera fuera tan malo como un esguince, pero tenía que

asegurarme de que no iba a empeorar la situación.

Después de la ducha pensé en ponerme de nuevo mis pantalones

vaqueros y la camiseta manchada cuando un macabro pensamiento cruzó

por mi mente. Me envolví la toalla con fuerza, no sea que Javier entre

repentinamente dentro de la habitación, y me dirigí al armario que solía

usar. Cuando dejé a Javier una mañana, apenas me llevé algo mío.

Abrí la puerta y contuve el aliento. Toda mi ropa se hallaba allí

todavía. Vaqueros, pantalones palazzo, camisetas sin mangas de tejido

fino, vestidos y faldas que llegaban al suelo. El valor de un año de

guardarropas perteneciente a una chica de veinte años tímida y con cicatrices. No podía creer que todavía se encontrara allí, que él había

guardado mi ropa todo este tiempo. Pensé que las habría quemado en una

fogata en la playa en el momento que descubrió que lo había dejado sin

dejar rastro (y robado su coche favorito y un montón de su dinero).Tal vez

él era más sentimental de lo que pensaba.

O tal vez, peligrosamente obsesionado. No podía descartar ninguna,

teniendo en cuenta dónde me encontraba y cómo había llegado ahí.

Tomé una respiración profunda y sacudí el nerviosismo. No

importaba cuál era la respuesta, porque no tenía sentido averiguarla. Por alguna razón, mi vieja ropa se hallaba aquí, y limpia, y eso es exactamente

lo que necesitaba para sentirme remotamente humana.

Rápidamente saqué unos vaqueros súper suaves, desgastados de

hace años, y traté de moverme en ellos. Bueno, limpios y cómodos como

eran, apenas se ajustan en mis muslos. Era una chica delgada pero mis piernas y trasero estaban siempre en el lado innecesario y supongo que mi

cuerpo a los veinte años había sido mucho más esquelético de lo que

pensaba. Estaba segura de que habría molestado a cualquier otra chica

saber que había ganado peso, pero desde que conocí a Camden, me negué a sentirse mal por mi cuerpo. Él lo amaba, mis curvas, mis cicatrices, el

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modo en que era ahora y esto no era algo para desaprovechar, sobre todo

cuando su seguridad no era tan concreta como había pensado al principio.

Reflexionando, me pregunté cómo era que Javier podía llegar a

Camden en cualquier momento —¿estaba siendo grabado, controlado?

¿Tenía una persona dentro? ¿Era Sophia? Me acordé de la forma en que miró el maletín como si llevara a cabo cada deseo que ella tenía. Entonces

aparté esos pensamientos a un lado, decidiendo que pronto se lo sacaría a

Javier, en cambio, elegí un par de pantalones anchos, una camiseta sin

mangas ajustada y un cárdigan corto con mangas tres cuartos. Lo suficiente para ocultar el tatuaje en el brazo, el tatuaje que Javier había

estado mirando como si todavía significara algo.

Alisé hacia atrás mi cabello, negro como la tinta cuando estaba

todavía mojado, y no me molesté con el maquillaje que tenía en mi bolso.

No tenía a nadie para impresionar, no esta vez. Abrí la puerta y recibí inmediatamente el rico olor a tocino frito y café. Mi estómago gruñó en el

impacto, girando sobre sí mismo, recordándome que no había comido

nada hasta ahora.

—Buenos días —dijo Javier desde la mesa, pareciendo una copia

exacta de ayer. Una vez más, vestía un traje, aunque éste era de color arena y tenía una camiseta blanca normal en lugar de una camisa de

vestir. También leía el periódico Los Ángeles Times de nuevo y sacudiendo

la cabeza con diversión a lo que hubiera en la página—. ¿Mustang verde?

Oh, eso duele en mi alma.

Mis ojos se abrieron hacia la cocina donde se hizo el tocino frito, sólo

unos pocos chasquidos y chisporroteos acompañaban al olfato.

Hizo un gesto con la mano en esa dirección, con los ojos aún

pegados al papel. —No estaba seguro de si todavía estabas en huelga de

hambre, pero hice lo suficiente. Hay tostadas también cien por ciento integrales. Se supone que es bueno para ti —dijo todo esto distraídamente

como si no estuviera secretamente esperando que me lo coma. A la mierda

mi rencor en esta ocasión, el hambre ganaba.

Cogí un plato que él había dejado fuera y empecé cogiendo todo el resto del tocino y huevos, decidiendo confiar en él. Presioné los trozos de

pan en la tostadora y luego ataqué la taza de café.

—Hay leche y crema en la nevera —dijo, y podía sentir que me

miraba ahora.

Me encogí de hombros y llené mi taza, dando la vuelta y apoyándome en el mostrador. —Ahora lo tomo negro.

Miró mis pantalones. —Encontraste tu vieja ropa.

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Asentí y tomé un sorbo. Era tan fuerte que era casi venenoso, sin

embargo, era exactamente lo que necesitaba. —Lo hice. ¿Vas a iniciar un

museo de Ellie o algo así?

Creía que esto conseguiría una reacción de él. No hubo suerte. —Me

alegro de que estés luciendo un poco más... elegante para nuestra expedición de hoy.

Mi cuerpo se contrajo. —¿Expedición? —No podía reunirme con

Travis, no estaba lista. No estaba lista y no había ningún plan. La idea de

verlo después de todos estos años, sin importar el hecho de que se suponía que ayudaría a matarlo, una idea que, a pesar de todo, me dejaba el

corazón paralizado, casi me hizo caer de rodillas.

Él alzó las cejas, todavía muy expresivo. —No te preocupes, mi

ángel, sólo estamos averiguando cosas, como tú dices. No te arrojaría a la

piscina sin un flotador.

Fruncí el ceño ante esa frase, ignorando el pequeño sonido vibrante

en mi cerebro que me recordaba lo encantador que solía encontrar sus

errores en el idioma inglés, y le dije: —Así que, ¿cuál es el plan, entonces?

¿Dónde está mi... flotador?

Sonrió, demasiado para su maldita cara. —¿Hiciste una broma? Debes estar a gusto aquí entonces.

—No te hagas ilusiones y ve al grano.

Se acarició la barbilla en un movimiento suave. —Ah. Vamos a echar

un vistazo a algunas cosas.

—¿Y?

—Eso es todo.

En ese momento, la tostada en la tostadora apareció con un ruido

fuerte y casi salto del tremendo susto. Desafortunadamente, Javier lo notó.

—Pareces nerviosa —comentó. Y para empeorar las cosas, se levantó de su silla y dio un paso hacia mí. Me aplasté contra el mostrador

preguntándome si una taza de café en la cabeza sería mi manera de salir

de esto. Entonces se detuvo a pocos metros, lo suficientemente cerca como

para que oliera su colonia terrenal, lo suficientemente cerca como para agarrarme si quisiera, pero no lo suficientemente cerca como para estar

haciendo nada malo. Era bueno en eso, bordeando la línea entre

casualidad e intención.

Miré a las tostadas, fuera de mi alcance, para conseguirlas tendría

que dame la vuelta y no quiero darle la espalda. Casi puedo imaginar su aliento en mi cuello y eso no era algo bueno.

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Él sonrió suavemente, siguiendo mis ojos, luego se inclinó y cogió las

tostadas de la tostadora, cayendo en mi plato. Estuvo a punto de

entregarme el plato y luego se detuvo.

—¿Te gustaría miel con eso? —dijo, con los ojos ardiendo en mí

como el mencionado dulce.

Me las arreglé para sacudir la cabeza, consciente de que no estaba

realmente respirando. Sólo vete, por favor, pensé, una extraña especie de

desesperación corriendo a través de mí, ese miedo que no podía colocar.

Siempre atento, observó esto.

—Estás temblando —dijo, en voz baja, suave y demasiado familiar para mi gusto—. ¿Tienes miedo, Ellie?

Podía fingir que no. Pero a Javier le gustaba que la gente sienta las

emociones que él pensaba que debería estar sintiendo. En términos

sencillos, si le miento, me hará temerle.

—Sí, tengo miedo —le dije, apartando mis ojos. No quería ver su

reacción, no la real dentro de lo profundo, donde solía estar su alma.

—¿De mí?

Asentí, manteniendo la atención centrada en la nevera, el cromo

limpio, la falta de los imanes, los calendarios y los menús para llevar. Las cosas que solían estar ahí. De por vida.

—¿Por qué me tienes miedo, Ellie? —Si le dijera la verdad, que

realmente no lo sabía, haría algo que no quería.

—¿Vas a matarme?

Su cabeza se crispó por la sorpresa. —¿Es eso realmente lo que

piensas?

Sinceramente, no sé, ya no. Sabía que me mantenía alrededor

siempre y cuando me necesitara, pero no tenía idea de qué significaría

todo cuando esto termine. No me había prometido mi vida todavía.

—Aparte del hecho de que eres un imbécil, sí.

Él no parecía entenderlo. —Estoy haciendo esto por ti —dijo en voz

baja.

—Yo pensé que era por tu supuesta moral. ¿Tu deuda? —Me di cuenta de que el plato en su mano temblaba ligeramente. Algo sucedía.

Luego ya no. Tragó con fuerza. —Adivino que es esto entonces. En

cualquier caso, no estoy lastimándote.

No, pensé, sólo a Camden y a mí si no hago lo que dices.

—Lo hiciste en el coche —le espeté.

—¿Lo hice?

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71

—Agarraste mi muñeca...

Estaba realmente desconcertado. Comenzaba a sentirme como una

idiota por no tener control sobre mi boca. Y todo por ser tan brusca.

—Entonces lo siento. No me di cuenta de que eras tan delicada. Yo

sabía que a Eden no le importaba ese tipo de cosas. Podía morderla lo suficientemente fuerte para extraer sangre y le gustaba.

Se encontraba demasiado cerca de mí diciendo esas palabras. Tomé

el plato de su mano finalmente, para algo hacer algo, para ignorar lo que

decía y la imagen que tenía de los dos, jóvenes y en medio de una pasión desinhibida.

—Eso era diferente —logré decir cuando encontré mi voz—. No soy la

misma persona que en ese entonces.

Javier asintió, sus ojos fijos en cada centímetro de mi cara. —Yo

tampoco. Uno debe preguntarse si hemos cambiado para mejor, ¿no?

—Diría que apenas hemos avanzamos lentamente de unos restos

ardientes vivos.

Sus cejas delicadamente entrelazadas. —Yo diría que hemos

evolucionado. Nos hemos hecho más fuertes.

Le lancé una mirada dura. —Estamos arruinados entre sí.

—Tú lo ves de una manera, yo lo veo de otra. Era bueno para algo.

Hubo un tiempo en que pensé que era buena para todo.

Yo también, pensé, y luego lo enterré.

Me miró durante unos momentos, ruedas girando detrás de esos ojos de halcón. Solía matarme no saber lo que pensaba. Ahora, no quiero

saber. Nuestro intercambio había llegado un poco demasiado cerca para la

comodidad.

Todavía no podía descartar el hecho de que nunca me haría daño. Si

me engaña una vez, y toda esa palabrería.

Cuando estuvo satisfecho con sus observaciones, su atención se

dirigió hacia mi plato.

—El tocino se está enfriando.

Así fue. Y luego se fue, girando bruscamente lejos de mí y agarrando el periódico de la mesa. Lo enrollo, como si fuera a castigar a un perro

malo y se dirigió rápidamente a la escalera. Me preguntaba dónde dormía,

tal vez en un dormitorio libre de la planta baja. Tal vez estaba solo aquí en

la noche.

—¿Cuándo es la expedición? —dije en voz alta detrás de él.

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Hizo una pausa y miró como si estuviera a punto de decir algo de

manera inteligente cuando sonó su móvil, un tono tipo de ciencia ficción.

Frunció el ceño y lo sacó.

—Sí —dijo claramente molesto por quien llamaba. Escuchó y

mientras me acercaba a la mesa con mi plato, me miró con su cara de rabia absoluta, una mirada que, a pesar de su genio corto, muy rara vez la

vi en él. Me hizo sentarme y callar.

—¿Qué quieres decir con que se han ido? —gritó prácticamente en el

teléfono—. ¿La vieron? —De pronto me miraba y cambió a español, bajando la voz como si le tomara todo el esfuerzo del mundo.

Probablemente lo hizo.

Ahora, Eden White nunca hablo español y Ellie Watt todavía estaba

bastante oxidada en ello, pero sabía algo. No podía entender todo lo que

decía y probablemente se equivocaba en lo que interpretaba de todos modos, pero lo que había podido recopilar, me involucraba. O alguna otra

mujer, pero iba a suponer que se trataba de mí. Era un problema que

estuviera aquí o que alguien supiera que estaba aquí. No es él, sino un

grupo de gente al parecer. Por supuesto, eso podría ser más mi paranoia

conociendo mi comprensión del español.

De repente Javier colgó su teléfono y lo guardó en el bolsillo de su

chaqueta. Javier se encontraba de espaldas a mí, lo que de alguna manera

era más aterrador porque se podría estar convirtiendo en una organización

de drogas enorme y no lo sabría hasta que se girara.

Suspiró en voz alta, mirando al techo, con los dedos apretando y

aflojando. Una parte de mí estaba feliz de verlo tan enojado, que las cosas

no iban a su manera, la otra parte estaba asustada. Porque él podía

agarrárselas conmigo. Porque las cosas tal vez sólo empeoraron.

Esperé allí en la mesa, con miedo a comer, con miedo a moverme, con miedo a respirar.

Finalmente se dio la vuelta, con la piel de color rojo oscuro en las

sienes pero por lo demás parecía tranquilo. Me dio una sonrisa que se leía

falsa. —Cambio de planes.

Alcé mi frente y permaneció en silencio.

—Nos vamos a México.

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73

8 Camden

Traducido por Christicki

Corregido por Alaska Young

Ellie estaba en mis sueños otra vez. Sólo que en esta ocasión, el

fuego que nos consumía venía desde adentro. Me encontraba en una

habitación cavernosa negra sin paredes, ni ventanas, y un piso de satén de

ébano. Ella se hallaba tendida a mis pies, desnuda y acurrucada, durmiendo.

Abrió los ojos y me vio. Sonrió. Apenas podía alejar ojos de su

cuerpo. Era curvada en todos los lugares correctos, los lugares que se

sentían como un hogar para mí, al igual que el área debajo de su culo que

se fundía con los muslos o en sus pechos llenos precipitados hasta los suaves brazos. Su pezón brillaba, ahora con diamantes, y me sentí crecer

instantáneamente duro, queriendo nada más que tirar de él con los

dientes. Ella gimió con tanto placer cuando lo hice antes. Daría cualquier

cosa por oír ese sonido, aunque no fuera real.

Se dio la vuelta sobre su espalda, sus pechos invitándome a

probarlos. Haciéndome señas con el dedo, su mirada astuta casi me

deshizo. También me encontraba desnudo, con mi impresionante erección.

Había escuchado que era un "chico grande" para muchas mujeres y

parecía con Ellie de la misma manera, viendo el hambre cruda en sus ojos, la anticipación, no podría haberme sentido más agradecido. Era mezquino,

incluso en mis sueños.

Me dejé caer de rodillas y me arrastré sobre ella, inmovilizándole el

cuerpo entre mis piernas, el contraste del vello oscuro de éstas con el blanco lechoso de ella, las flores de cerezo más delicadas y vibrantes que

nunca. Pasé mi polla contra el vello fino de su hueso púbico, presionando

contra su vientre, un peso denso entre nosotros. Su respiración se aceleró,

la mía se hizo más profunda. No quería nada más que estar en su interior,

sentir su calor, su humedad, su estrecho agarre que se sentía mejor que el cielo.

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La tomé por su espalda y con un movimiento hábil, la volteé y la jalé

para estuviera en cuatro patas, con la espalda arqueada, su culo extendido

debajo de mí. Se movió, sólo un poco, y la visión casi me hizo venirme. Yo

era un gatillo.

Me lamí los dedos, luego los bajé por la línea de su culo, sintiéndola fruncirse antes de caer a lo largo de su hendidura. Se encontraba tan

jodidamente húmeda, tan húmeda para mí. Arrastré la humedad que se

arremolinaba en mi dedo y lo hundí en ella, uno luego dos. No conocía a

Ellie de una manera íntima lo suficiente para saber si aceptaría algo anal. Pero era un sueño y no me importaba. Tendría mi camino con ella y le

encantaría.

Mi respiración se detuvo y ella soltó pequeños gemidos que hacían

que mis bolas se tensaran. Lentamente me acerqué, sintiendo el calor y la

imposible estrechez, el tabú, la suciedad. La maravillosa profunda suciedad. Los dos gritamos cuando empujé hondo en ella, mi polla se

apretó hasta que no pude aguantar más.

Entonces algo cambió. Una ola de frío salió de la oscuridad y con

ella, la silueta oscura de un hombre. Sólo había una forma para él y una

sustancia espesa, como una figura que hubiera sido esculpida en alquitrán negro y arcilla. El frío que trajo me hizo parar, mis dedos descansando

suavemente en las mejillas de su culo.

El hombre se acercó y todavía no tenía ninguna característica. La

cabeza de Ellie se había levantado y lo miraba, como un gato juguetón, mientras yo permanecía alojado en su interior. Se detuvo justo frente a su

cara y ella lo alcanzó con una mano, tomando su negro apéndice erecto en

la boca y gritando de placer.

Cerré los ojos con fuerza, disponiéndome a mí mismo como al que

ella chupaba. Mis sueños pueden ser un poco lúcidos, cuando quería que lo fueran.

Cuando los abrí, había funcionado. Mi pene se hallaba en la boca de

Ellie, la lengua corriendo de arriba a abajo en la parte inferior. Pero ahora,

la forma negra se encontraba en el lugar donde yo estuve, golpeándola con fuerza desde atrás. Yo miraba, incapaz de dejar que Ellie parara de

chuparme, no queriendo que el placer terminara, mientras veía que la

oscuridad se extendía sobre ella. Me vine con fuerza, echándolo en su

boca, se lo tragó felizmente. Entonces se vino, acompañada por los golpes

del clímax.

El hombre del material negro sonrió. Un destello de dientes blancos

contra el abismo.

Luego desapareció.

Y ella se había ido.

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Me desperté en el sofá de Gus en medio de la noche, con mi polla en

las manos, bombeándome hasta venirme por todo mi estómago con ráfagas

pegajosas. Me mordí el labio para no gritar y despertar a Gus, una vez que

la sensación se desvaneció, me di cuenta con vergüenza que levanté mi

camisa en mi sueño, evitando un desastre.

Me recosté, respirando con dificultad, mirando hacia el techo. En

cuanto a los sueños sexuales, este terminó imponiéndose. No sentí la

sensación de alivio y paz que sentía normalmente después de un clímax.

Me sentía vacío. Me sentía sucio, y no del buen tipo de sucio.

Limpié el desastre con algunos pañuelos y los tiré a la basura. La

puerta de su habitación estaba cerrada y lo oía roncar fuertemente. No

había manera de que me volviera a dormir ahora, a pesar de que el reloj

del microondas dijera que eran las 4 de la madrugada. El sueño me había

angustiado, después asustado y no quería darle importancia, darle poder, pensar en lo que significó. Tenía que encontrar a Ellie primero, entonces

me ocuparía por mi subconsciente.

Ayer, después de que Gus puso en mi cabeza que Ellie podría estar

sufriendo del "Síndrome de Estocolmo con Esteroides", me di cuenta que él

medio esperaba que me retirara. Que me rindiera para que pudiera continuar con el plan. Probablemente era lo que quería de todos modos,

mejor que algún cachorro torpe buscado por la policía.

Pero no podía. Estaba metido, tan profundo como podría estarlo y

tan emocionalmente conectado con Ellie como nunca estuve con nadie. De alguna manera, incluso con Ben. No sabía muy bien por qué, pero eso es

lo que pasa con el amor a veces. Le di algunas razones y el resto se hallaba

fuera de mis manos.

Ayer por la noche, le dije a Gus que la encontraría sin importar qué.

Si él quería ayudar, entonces genial. Pero si no lo hacía, no me detendría. Ahora que sabía exactamente lo que se encontraba en juego —la vida de

Ellie, el corazón de Ellie— estaba muy dispuesto a hacerlo.

—Incluso si Ellie no desea salir y Javier muere por mis propias

manos ensangrentadas, estoy en esto hasta el final —le había dicho.

No sé si es porque mis venas sobresalían de la frente o porque sentía

como mil soles ardiendo a través de mi cuerpo y ojos, pero Gus finalmente

asintió y dijo: —Está bien. —Él me ayudará a traer a Ellie de vuelta.

Para ser honesto, creo que la idea de matar a Javier lo motivó un

poco, como una gota de sangre en un tanque de tiburones. No era algo que tuviera muchas ganas de hacer pero me estaba preparado para llevarlo a

cabo. Saber que Gus me respaldaría me ayudó, y también me hizo dar

cuenta de la extensión de lo que haría para salvarla, incluso yo solo.

Aunque tal vez en su salvación, podría perderme, perder cualquier moral o

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convicción que tuve alguna vez. Camden McQueen podría terminar como

un extraño para mí, incluso cuando todo estuviera dicho y hecho.

Y tendría que estar de acuerdo con eso.

De hecho, por la forma en que vi a Gus repasar su colección de

armas de fuego y darme información de cada una, una pequeña emoción visceral pasó a través de mí, probablemente estaría más que bien con eso.

Probablemente le daría la bienvenida con los brazos abiertos.

Nunca me duermo, el recuerdo del sueño y el de Ellie chocando

violentamente entre sí. Hice lo que pude para mantener la compostura, de la misma manera que lo había estado haciendo durante los últimos días,

desde que ella se fue con él. Cuando siento la rabia elevándose, saturando

mis miembros desde adentro, mentalmente pongo en cuarentena el

sentimiento. Me imaginaba tomando la ira, el pánico, la injusticia y

canalizándolo en un compartimento de mi cabeza. Lo saqué de mi corazón, mis pulmones y los músculos que querían enroscar mis manos en puños y

hacerme explotar. Era la única manera en que podía pensar con claridad,

para hacer lo que se debía.

Cada minuto que pasaba con Gus me daba cuenta de que tenía que

ser más como él, frío y distante. De alguna manera le ha funcionado, y mientras el tiempo pasaba, comenzó a hacerlo para mí. Incluso lo apliqué

con Sophia y Ben, y mi jodido padre que no dejaba de llamar hasta que

Gus destruyó mi celular con un rápido pisotón de su bota. Lo eché a la

basura, hasta sentirme libre por dentro, como una máquina.

Nuestro plan, de acuerdo con Gus, era bastante sencillo y simple.

Nos dirigimos a Mississippi, donde Ellie vivía de niña y donde conoció a

Javier años después. Saldríamos por los alrededores, él les preguntaría a

algunos de sus contactos, esperando encontrar algún tipo de rastro.

—Estoy bastante seguro de Javier Bernal todavía vive en el estado —me había dicho Gus mientras lanzaba una bolsa de lona en el GTO.

Aterrizó en la cajuela con estrépito y supe que contenía más que su ropa y

artículos de aseo. Me preocupaba un poco tomar el coche, incluso con el

periódico reportándolo como un Mustang verde, pero ya que su único vehículo era una moto destartalada color café, no tenía mucha elección.

Me sentí aliviado. Por extraño que pareciera, podía ver por qué Ellie

mantuvo el coche todos estos años. Había algo muy enriquecedor al

respecto, como si te hiciera invencible. Tal vez después de aquel truco en

la carretera de las Vegas supersticiosamente creía en ello.

Me encontraba a punto de saltar en el asiento del conductor cuando

Gus me despidió con un gesto brusco de su mano. —Nop —dijo,

deslizándose un par de lentes de aviador color ámbar—. Es demasiado

arriesgado para que conduzcas. Te sentarás en el asiento del pasajero,

mirando al frente, nunca a los lados.

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—Entonces, ¿por qué no puedo simplemente acostarme en la parte

trasera? —No cuestionaba sus métodos, pero el tono de su voz no le

ayudaba.

Me dio una mirada de eres-un-idiota. —Si alguien se da cuenta de

eso, sólo será más sospechoso. Mira, a partir de ahora, la foto que circula en la prensa está muy lejos de cómo luces. Están buscando a un chico

guapo con una sonrisa idiota, te ves como un pedazo de mierda.

Esto sería un viaje divertido. —Gracias.

Se encogió de hombros. —Es la verdad. Ahora súbete antes de que cambie de opinión.

Casi lo quería pero decidí detener y mantener mis sentimientos

hacia Gus distantes también.

Una vez que despejamos las calles de Pismo Beach y nos dirigimos

hacia el interior de la I-5, le pregunté a Gus lo que sabía de Javier.

Frunció sus ásperos labios, como si no estuviera seguro de si era

digno de la información. Luego habló.

—Como dije antes, no estuve mucho en contacto con Ellie en los

últimos años. Hablábamos por teléfono en Navidad, ella era realmente

buena en llamar, pero aparte de eso, era más para echarle una mano cuando podía. Identificaciones falsas, información sobre personas, bla bla.

Durante ese tiempo, ni una sola vez mencionó Javier. Fue como si en el

momento en que lo dejó, lo hubiera borrado de su cabeza. Parecía estar

haciéndolo bien. De todos modos, ¿cuál es el punto de traer a colación el pasado? Así que nunca dijo una palabra acerca de él, a pesar de que la

vigilaba, principalmente por curiosidad, sobre todo por su bien. Nadie se

va y deja a un pandillero, no sucede. Sabía demasiado bien que él iría tras

ella de inmediato, pero por lo que pude ver, nunca lo hizo. Se quedó en

Ocean Springs, Mississippi. Y entonces comenzó a construir su imperio.

Un escalofrío ata mi sangre. ¿Imperio?

Gus siguió. —Había escuchado rumores que Travis y Javier tenían

diferencias. Él comenzó a ser más amigable con sus rivales, Los Zetas, en

particular. Eso era algo inaudito, por no hablar de estúpido para alguien como él, pero Travis Raines le importaba más el poder que las lealtades. Él

creía que su cartel podría ser más fuerte si se convirtieran en aliados en

lugar de enemigos y el pensamiento de volver a México ayudaría. Sin

importarle la explosión de violencia en el país, los enfrentamientos, los

turistas atrapados en el medio, el hecho de que se convirtió en un gran espectáculo de mierda y recibía la atención internacional. Javier no estaba

de acuerdo. Él creía que era demasiado peligroso, demasiado caótico, y que

Travis lentamente perdería el control. Prefería morir antes que hacer la paz

con sus rivales. Se redujo a Javier quedándose atrás y Travis

despidiéndolo. Javier desvió algunos jugadores claves de su gente, que

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todavía tenían la lealtad a una causa, en lugar de a Travis. Sigo sin saber

quién ganaría en una pelea, pero Javier, al menos, tiene encanto para

enmascarar su brutalidad, algo que Travis no tiene.

Hice una mueca al oír la palabra encanto. Recordé cuando conocí a

Javier por primera vez, en esa cafetería en Palm Valley. No diría que tenía encanto, pero sin duda era algo. Misterio, si quería sonar justo al respecto.

—Hubo un incidente, por supuesto —continuó—. Antes de que

Travis se fuera, se las había arreglado para conseguir dos de los hombres

de Javier para asesinarlos. Y una vez que llegó a México, fue un paso más allá y persiguió a una hermana de Javier. La violó, la mató, todas esas

cosas grandes. Esto fue hace unos tres años, eso sí, aunque nada

realmente vino de ese hecho. Javier se siguió quedando en Estados Unidos

y comenzó la disolución de otro cartel, tratando de construir su propio

poder. Esa fue su venganza, supongo. Quién sabe, tal vez Javier no daba una mierda por su hermana. Nada me sorprende con ese tipo.

Me aclaré la garganta, mirando las colinas verdes que pasábamos. —

Sabías todo esto, todo este tiempo y nunca le dijiste a Ellie.

Parecía disgustado o tal vez eso era una ilusión. —No se preocupaba

por ella. Y para el momento en que hizo…

—Bueno, obviamente sabías que después vendría por ella.

—En realidad, no lo hacía. Dejé de prestar atención hace un año. Me

arrastré en algunos problemas de dinero y salud, simplemente no tenía el

tiempo. Javier parecía mantenerse estable y en ese momento pensé que nunca la buscaría.

—Lo que nos lleva a la pregunta, ¿por qué ahora?

—Buena pregunta. Eso es lo que vamos a averiguar. Dudo que fuera

algo tan simple como escuchar una canción de amor en la radio.

—Tal vez es tan simple como que todavía está enamorado de ella.

Me miró, con los ojos nublados detrás de los lentes de aviador. —

Hombres como Javier no saben lo que es el amor. Yo no me preocuparía

demasiado por eso.

Pero Ellie no lo sabía. Y eso es lo que me preocupa.

—Te voy a decir una cosa que me pareció extraña —añadió Gus—.

Alrededor de unos pocos meses antes de que dejara de llevar la cuenta de

él, escuché que había una pareja que abandonó el barco, estuvieron

trabajando para Javier y luego fueron al otro lado. Con Travis. Javier envió

algunos hombres tras ellos, pero quién sabe lo que pasó.

—¿Una pareja? —No parece el tipo de trabajo en el que el esposo y la

esposa se unen, como el inicio de un día de desayuno a la cama.

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Él asintió. —Sí. Una pareja. Una vieja pareja en eso. Los blancos.

Amanda y Bob Williams.

Había algo cargado en lo que decía, pero no lo entendía.

—¿Sabes? Solía ser amigo, buen amigo, de Amelie y Brian Watt.

La luz se apagó en mi cabeza. AW. BW. Las mismas iniciales.

—¿Los padres de Ellie? —le pregunté con incredulidad—. Eso no

tiene ningún sentido.

—No, no lo tiene.

—¿Estás seguro de eso?

—No lo estoy. Sólo es una corazonada. No había hablado con ellos

desde que fueron y dejaron a la pobre de Ellie con su tío. No lo pondría por

delante de ellos, no veo el punto de todo esto. ¿Por qué pasar por todo eso

con su hija sólo para volver con el hombre que lo hizo?

—Tal vez se metieron en problemas. —Tendría que haber un gran maldito problema para volver a Travis o trabajar con Javier. ¿Fue cuestión

de que Javier reclutara a sus padres, esperando que él se acercara a ellos

o era al revés? No importa la razón, mi dañada, chica hermosa seguía

estando jodida, incluso sin que lo supiera.

La ira debe haber estado mostrándose en mi cara, porque Gus golpeó el volante.

—Oye, cálmate, que no lo perderás frente a mí. Dijiste que estabas

dispuesto a hacer lo que pudieras para recuperarla. Las cosas se van a

poner más difíciles y más complicadas de aquí en adelante.

Contuve el aliento y me recosté en el asiento, dándole una rápida

inclinación de cabeza. Nos quedamos en silencio interrumpido por la

estática del radio. Caí en mi propia cabeza, frente a mis miedos.

Me preguntaba lo que Ellie estaría haciendo en este momento y

dónde se encontraba. Me pregunté si tenía alguna idea acerca de sus padres, si Javier se lo diría y se burlaría de ella. Me preguntaba qué

demonios quería de ella, una pregunta que me volvería loco hasta saberlo.

No podría ser tan simple como el amor de un ex amante, no cuando Gus

explicó lo que ocurrió en los últimos años. Javier no se había limitado a seguir a Ellie todo ese tiempo, como ella presume. Él se adelantó y

construyó un "imperio". ¿Fue una cuestión de ex novio tratando de hacer

algo de sí mismo antes de intentar recuperarla? En cierto modo, entendí

eso. Pero no quería hacerlo. No quería pensar en cómo ella se metió bajo

mi piel de la misma manera en que aparentemente se metió bajo la suya. No quiero encontrar alguna similitud entre nosotros.

Nunca podría convertirme en él.

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9 Ellie

Traducido por Maca Delos & NnancyC

Corregido por Aimetz14

Más tarde ese día, partimos. Apenas tuve tiempo de empacar, lo cual

era irónico dado que en realidad tenía cosas para empacar cuando no

debería ser así. Javier me trajo un bolso para meter toda mi ropa vieja allí

dentro. Fue espeluznante como el infierno, doblar mis cosas viejas, sabiendo que nos dirigíamos a otro país como una pareja de vacaciones.

—Espero no necesitar mi pasaporte real —señalé mientras

arrastraba la maleta fuera de la habitación. Sólo tenía un pasaporte en mi

bolso y le pertenecía a Eleanor Willis y nunca antes había cruzado una frontera con él. Gus lo había hecho para mí, así que asumí que

funcionaría, pero este no era el momento de probarlo. Ser atrapada con el

líder de una banda de narcotraficantes sería realmente malo para mí. Casi

tan malo como no ser atrapada.

Javier estaba parado al final del pasillo, con pantalones blancos, camiseta blanca, luciendo como el demonio en un banco de nieve. —Ángel,

es México. Y tú eres estadounidense. Ni siquiera mirarían tu identificación.

Yo, por otro lado... bueno, estoy seguro de que no será tan sencillo.

—¿Entonces vamos a cruzar el Río Grande contra la corriente?

—Eso es complicado —dijo él. Dio un paso adelante para tomar mi

bolso, pero me aferré a él y lo alejé de su alcance. Me miró de mala

manera, luego dio la vuelta sobre sus talones y bajó las escaleras.

—Vamos a cruzar a la moda —dijo por encima del hombro y se

dirigió a la puerta principal, la mantuvo abierta para el fornido hombre que creo que se llamaba Carl o Carrell. Era difícil darse cuenta con el

acento que tenía, a veces.

Lo seguí, con el bolso arrastrándose detrás de mí. Afuera el aire era

alegre y liviano, como si quisiera engañarme otra vez con toda esa

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sensación de vacaciones. Las palmeras y los robles se mecían en el viento,

una escena muy pintoresca que la gente nunca pensaría que podría

ocurrir en Mississippi. Aunque mis años en este estado estaban llenos de

tormentas emocionales, había una belleza aquí que la mayoría de la gente

pasaba por alto. Para mí, la belleza se había convertido a una sombra mortífera.

El todoterreno rugía en el camino de entrada con Javier subiéndose

en el asiento trasero. Oh, qué alegría, iba a estar atrapada con él otra vez.

Ese peculiar tipo de miedo, el que me hacía doblarme del disgusto, bajó goteando por mi cuello. O tal vez era sudor. La temperatura estaba muy

alta para esa época del año.

Raul me sacó el bolso y lo metió en la camioneta, luego sostuvo la

puerta trasera abierta como si fuera el caballero perfecto. Supongo que

podría haber estado agradecida que era Javier con quien me tenía que sentar y no Raul, pero un tipo escalofriante era un tipo escalofriante.

Me metí, me coloqué el cinturón de seguridad en caso de que Javier

intentara hacerlo por mí, y me incliné contra el apoyabrazos de la puerta.

Cada parte de mí queriendo alejarse de él. No intentaba acercarse pero la

escena de la cocina más temprano todavía se encontraba fresca en mi mente. No quería sentir su aliento sobre mí nunca más. Los recuerdos y la

realidad no se llevaban bien.

Luego de que condujéramos por unos minutos y notablemente no

tomamos la autopista, tuve que preguntar: —¿México no está para el otro lado?

—Paciencia, mi ángel —dijo él, con los ojos pegados al frente del

auto, y una pequeña sonrisa en su rostro.

No, no tenía jodida paciencia, especialmente cuando seguía

llamándome así, pero tenía que recordarme que cuanto más daba, más quería él. Me mordí el labio para mantenerme callada y envolví el cárdigan

a mí alrededor en beneficio de la modestia y para repeler el aire

acondicionado frío como el Ártico.

Diez minutos después nos deteníamos en otro lugar familiar. El puerto donde Javier solía mantener su barco de vela. Otro viaje alarmante

por la jodida carretera de los recuerdos.

Reprimí un escalofrío, sabiendo que Javier me observaba como si

fuera algún tipo de experimento de ciencias. ¿Con cuánto de nuestro

pasado puedo torturarla? ¿Estoy destrozando sus defensas? Y pensamientos similares.

—¿Recuerdas este lugar? —preguntó delicadamente.

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Lo ignoré y hablé hacia la ventana mientras el todoterreno se

estacionaba en una zona de carga con carretillas. —No tengo amnesia.

¿Por qué demonios estamos aquí?

Él hizo un sonido con la lengua, el tipo que me hacía mirarlo sólo

para ver lo decepcionado que lucía. —Ellie, en serio.

Volví a mirar al puerto. El pánico comenzó en alguna parte encima

de mi barriga. No podía hablar en serio. No estaba tan demente, ¿verdad?

—No vamos a ir a México en tu bote —dije, más como si fuera un

hecho que una pregunta. Aunque estuviera adelantándome a los hechos, al menos lo había dicho.

Me dio esa sonrisa astuta otra vez. —¿Sería eso un problema para

ti?

Mi boca se abrió y cerró como un pez, sin palabras saliendo de ella.

Sabía que Javier probablemente tenía que permanecer con el perfil bajo mientras viajáramos a través del país, pero esto parecía un poco extremo.

—No es el mismo barco, no te preocupes —dijo él. Abrió su puerta y

saltó justo cuando Raul abría la mía.

El viejo bote de vela de Javier era una cosa hermosa y brillante que

mantenía demasiados momentos nuestros. Era suficientemente grande como para navegar por cualquier parte, en realidad, pero ese no era el

punto. Apenas podía soportar estar en el mismo vehículo que Javier, por

no mencionar un barco.

Supongo que debo haberme quedado allí parada sacudiendo la cabeza o algo loco como eso, porque los fríos dedos de Raul se envolvieron

alrededor de mi antebrazo y me empujaron hacia adelante.

—Vamos —gruñó.

—No me toques —le devolví el gruñido, alejando mi brazo de él.

Javier nos dio a ambos una mirada divertida mientras caminaba hacia los muelles. —Este viaje será más sencillo si ambos aprenden a

jugar limpio.

—Vete a la mierda —le grité. Una familia cubierta de herramientas

náuticas descargaba su auto cerca y me dirigió una mirada extraña. De hecho, nos dirigieron a todos una mirada extraña y no podía culparlos. El

gran conductor calvo sacaba las valijas de la parte trasera de la camioneta,

mientras que el diablo vestido de blanco lideraba el camino para un secuaz

y una damisela en peligro. Me preguntaba si parecíamos lo

suficientemente sospechosos como para que nos reportaran. Técnicamente no íbamos a hacer nada ilegal pero si yo hubiera visto una escena similar,

mi radar se habría vuelto loco.

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Pero, ¿qué pasaría si le hago un gesto con la boca al padre, con sus

ojos cautelosos y tic nervioso, que necesitaba ayuda? ¿Qué haría él? ¿Y

realmente ayudaría? ¿Qué diría yo, siquiera? ¿Podía escaparme y todavía

asegurarme de que Camden quedaría intacto? ¿O mi libertad siempre iba a

estar unida a él en ese destino?

No dije nada. Estaba acostumbrada a ser la que intentaba

escaparse, no la que quería ser atrapada. Simplemente caminé hacia los

muelles, sintiendo como si el oxígeno lentamente estuviera siéndome

drenado, como si cuanto más lejos fuera, menos chances tenía. De una vida, de libertad, de amor, tal vez de todo. Mi situación seguía cambiando

día a día, momento a momento, y no era lo suficientemente rápida como

para mantenerme al día.

Justo cuando creí que mis piernas se convertían en gelatina, nos

detuvimos en el muelle más alejado en frente de lo que primero pensé que eran un par de botes de vela amarrados todos juntos en una fila. Estaba

equivocada.

—Esta es mi nueva obra maestra —dijo Javier con una sonrisa

demasiado ancha, los brazos extendidos, como si hubiera construido el

barco él mismo.

No bromeaba cuando dijo que no era el mismo bote. Ni siquiera creo

que pudiera llamarse bote, era más bien un complejo de apartamentos

flotante, un hotel en el agua, una nave nodriza10. Este bote, este yate, este

monstruo, tenía que tener por lo menos unos sesenta metros de largo y una de las cosas más grandes que había visto. Tenía dos mástiles que

parecían estirarse hasta el cielo neblinoso, brillaba bajo el sol, pintura

brillante azul y blanca, y detalles en madera, con una tripulación de

cuatro personas, todos hombres en sus veinte años, parados en una fila a

ambos lados de la cubierta como súbditos saludando al Rey. Había maneras menos ovinas de volar a México pero esta no era una de ellas.

Javier era absolutamente obvio a veces.

Había estado esperando mi reacción, que dijera algo, pero no pude

hacerlo. Quería que estuviera impresionada cuando en todo lo que podía pensar, a pesar del tamaño de la bestia marina, era que iba a estar

atrapada en ese barco por un buen tiempo, con ningún escape más que

una tumba acuática.

—Vamos, te voy a presentar a la tripulación y luego nos

acomodaremos —dijo él, haciéndole un gesto al conductor para que llevara las valijas a bordo. Le eché un vistazo rápido al nombre del barco mientras

todos se mezclaban a mí alrededor. Se llamaba Beatriz, el cual resultaba

ser el nombre de su hermana más grande. Me pregunté por qué lo había

10 Es la nave principal y de mayor tamaño en una flota con varias naves. En ella está el centro de

mando y generalmente lleva vehículos.

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nombrado así, si había pasado algo, y luego me di cuenta que no me

importaba. No podía importarme. Los hombres como Javier usaban la

simpatía como combustible.

—¿Estás dudando? —preguntó Javier desde arriba, estirando su

mano hacia mí—. Porque no tienes que venir con nosotros, lo sabes.

No sabía si lo decía por el beneficio de la tripulación, que estaban

todos mirando al frente con expresiones de piedra y aún así entusiastas en

sus rostros, vestidos en pantalones cortos blancos y camisetas polo del

mismo color.

Los observé con cuidado mientras decía: —Si no voy contigo,

matarás a Camden McQueen. No es una decisión muy difícil de tomar. —

Por el rabillo del ojo vi a Javier hacer una mueca, pero ninguno de los

chicos parpadeó, siquiera. No podían ser mucho más jóvenes que yo más

que por algunos años, pero aparentemente ya estaban atados a la vida de Javier. Su imperio era mucho más grande, y joven, de lo que había

pensado. Me hacía preguntar qué vidas debieron haber llevado para

quedar atrapados en este tipo de desastre. Súper yate o no, sólo podía

esperar que Javier les pagara bien.

—Entonces tomaste tu decisión —dijo Javier de manera calmada, aunque pude ver sus mejillas ponerse rojas—. Entonces toma mi mano y

sube a bordo.

Ignoré su mano y caminé por las escaleras hacia la cubierta.

El barco, como explicó Javier entonces, era Royal Huisman Mega Ketch de cincuenta y siete metros y quinientas cincuenta toneladas. Todo

lo demás daba vueltas en mi cabeza mientras me hacía el gran tour. Todo

lo que pude entender fue que debió haber costado como diez millones de

dólares, todo de sucio y sangriento dinero de drogas. Tenía una zona

abierta en el medio del barco, como una cubierta elevada con un comedor al aire libre, sofás y una maldita parrilla. Había una sala de estar privada

en la parte trasera con una escalera caracol que llevaba a una oficina

debajo, y a la gigante habitación del dueño, Javier. Había tres pisos en

total, con comedores y salas de estar, un cine, una numerosa cantidad de habitaciones y espaciosos baños, y la cola del barco incluso estaba abierta

con el siseo y los zumbidos de motores hidráulicos para tomar sol y una

plataforma de buceo. Iba a ser mi prisión por los siguientes seis días hasta

que llegáramos a la ciudad de Veracruz.

—¿Qué piensas? —preguntó Javier mientras mis maletas fueron ubicadas en el dormitorio que iba a ser mío, convenientemente justo al

lado de su puerta.

Lo miré directamente a los ojos. —Me gustaba más tu otro barco.

Sus labios se retorcieron con diversión. —Siempre tuviste gustos simples, Ellie. Excepto, tal vez, por mí.

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Dio media vuelta y comenzó a cerrar la puerta antes de que se

detuviera y dijera: —Zarparemos en una hora. Puedes querer conseguir

una última mirada de la tierra. No la verás por un tiempo.

La puerta se cerró con un elegante clic, dejándome sola en mi

camarote. Era bastante espacioso pero ya podía sentir las paredes comenzando a acercarse.

Resultó que perdí la gran despedida. Después que desempaqué unos

artículos, me acosté en la cama a reflexionar mi destino cuando el

agotamiento se hizo cargo. Lo siguiente que supe, rodaba muy lentamente de la cama y cara a cara con el tapizado de la pared del camarote.

Me senté y parpadeé ante la luz que entraba a través de lo que

pensé era una ventana con filtros pero era realmente un panel bien

camuflado de miserables luces para imitar el día. Me levanté, encontrando

mi equilibrio, y comencé a juguetear con las luces, cambiándolas de luminosidad matutina a noche. Pero siempre retrocedían, pre-

programadas. El hecho que Javier pudiera incluso controlar la forma en

que su tripulación percibía los días era escalofriante.

Hice mi camino fuera del camarote y fui por un pasillo estrecho

bordeado con pasamanos. El barco ya no estaba escorándose, haciendo que caminar pareciera fácil. Aparte del agua haciendo sonidos sutiles de

chapoteos por la longitud del barco, no podrías siquiera decir que estabas

a bordo. Era tan grande, como estar en un aerobús comparado a un

hidroavión.

El pasillo me guio a pasar tres puertas más de camarotes, todas

cerradas, antes que llegara a un pequeño conjunto de escaleras,

inundadas con luz natural. El área en la que entré terminaba cerca de

media-embarcación, lo que significaba que el alojamiento de la tripulación

se encontraba al frente de la embarcación y tenía una entrada separada. Con cautela subí las escaleras hasta que reconocí que me hallaba en la

segunda cubierta, el área de la sala de estar principal. La parte posterior

estaba abierta, no completamente cerrada, la brisa del mar revoloteando.

Pasé la elaborada mesa de comedor arreglada, la mesa de madera y sillas blancas con respaldo alto que podrían fácilmente rivalizar con cualquier

casa, podía ver a Raul y a otro hombre que no había visto antes sentados

perezosamente en el sofá, bebidas en sus manos, el viento despeinando

sus cabellos. Ambos me miraban severamente, con dureza, antes de que se

volvieran el uno al otro, hablando en español. Detrás de ellos podía ver la cubierta inferior, todo de madera lisa, el puente de mando privado de

Javier y la popa del barco, la bandera norteamericana flameando en la

brisa. El agua aquí era verde y unas islas esparcidas en el horizonte, poco

a poco desapareciendo en nuestra estela.

Subí otro grupo de escaleras, sosteniendo la valla en caso que el

barco decidiera tambalearse y llegué a la cima de la cubierta, medio

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cubierta con una timonera. Javier se encontraba allí, sentado en un sillón

de cuero de capitán, manos en uno de los dos timones, ojos concentrados

adelante a través del amplio, parabrisas tintado. Una gran vela se había

hinchado desde el mástil, un inmenso ruido que me recordaba tiempos

más felices, pero que no tenía ningún sentido para mi cerebro, ya que el único tiempo que alguna vez había estado en un velero habría sido con

Javier.

—Estás despierta —dijo sin girarse para enfrentarme. Su cabello

ondeaba suavemente contra su nuca. Encontré irritante como su largo cabello todavía le sentaba bien. No debería haberlo hecho, debería haberlo

hecho lucir más como un narcotraficante de cuarta pero en su lugar no lo

hacía. Mi estómago se retorció.

Volví mi atención al gran puente de mando, a la fila de estilo militar

de las brillantes pantallas de radar, GPS y los sistemas de cartas del tiempo en la punta de sus dedos, al sofá y los sillones en el área abierta

detrás de mí, otro fantástico punto de vista. Asimilé todo, aún no parecía

pegar. Nada en esta situación parecía ser real.

—Perdí el conocimiento —dije cuando me recuperé de mis

pensamientos—. ¿Me drogaste otra vez?

Dejó salir una pequeña sonrisa. —Prometo que no te drogaré más.

No lo encontraba especialmente gracioso pero estaba contenta que al

menos lo prometió.

—Aquí, toma asiento —dijo, haciendo señas al sillón del copiloto—. ¿Puedo traerte un trago?

Sacudí la cabeza pero me senté a su lado. Había una cantidad

agradable de espacio entre nosotros y teniendo otro timón en la punta de

mis dedos era emocionante en un modo novedoso.

—¿Qué pasa si comienzo a timonear? —pregunté, cerrando los dedos alrededor de la ante funda.

—Yo contra-timonearé —dijo—. Y te neutralizaré.

Presioné los labios y observé cuando el agua ondeó pasando el

barco, el rocío delicado del mar blanco que combinaba con las nubes esponjosas. A lo lejos estaban formas fantasmagóricas, torres de

perforación ocultadas por la neblina.

—No creo que alguna vez haya estado tan lejos antes.

—Pronto será alta mar —dijo, sacudiendo el vaso en su mano, los

cubos de hielo tintineando. Gin-tonic—. Y luego no habrá tierra en vista. —Finalmente se volvió para mirarme—. ¿Eso te asusta?

En realidad, lo hacía. Y él también lo sabía.

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En su lugar, le di un encogimiento de hombros y volví mi atención

de vuelta al mar, a la vertiginosa altura del mástil. Fue solo después que

me di cuenta de la torre de vigía a mitad de camino y uno de los miembros

de la tripulación allí arriba.

—¿Qué está haciendo? —pregunté. El joven lucía como una mancha negra entre el tamaño del mástil.

—Está siendo castigado.

Observé sin decir una palabra a Javier. —¿Estás bromeando? ¿Por

qué?

Sacudió los anteojos y tomó un largo trago antes de decir: —No me

gusta la forma en la que te miraba.

No podían creerlo mis oídos.

—Mirando a… ¿cómo estaba mirándome?

—No quieres saber cómo, ángel.

—Javier, no puedes castigar al tipo, ¡es sólo un maldito chico!

—Él debería saber mejor. Tú eres la señora del barco y mereces

respeto.

Esto estaba fastidiándome.

—¿Respeto? No sabrías respetar si ello se arrastrara dentro de tu trasero y muriera allí. Estás chantajeándome, como es eso por respeto.

—Tengo una relación especial contigo —dijo con suavidad, luego

miró atrás al chico en la cofa, estrechando los ojos.

—No tienes nada conmigo —dije y salí del sillón. Javier me alcanzó y me agarró por el bíceps y yo estaba agradecida por la capa del cárdigan

entre nuestra piel.

—No estoy lastimándote —dijo pero me atrajo más cerca de él. Sus

ojos ardían en mí, los míos ardían justo de regreso.

—¿Y si forcejeo? —disparé, elevando mi brazo, dejándole saber que era partidaria de ello. Cualquier cosa que me dejara sostener algo por

encima de él.

—Entonces cambiaré mis tácticas —dijo, parándose y dando un paso

más cerca.

—Retrocede —dije, tan contenta porque nos encontrábamos solos en

el puente de mando. No quería que nadie más viera como esto estaba

agotándome, viéndome tan malditamente débil.

—¿O qué? —bromeó con mala intención—. ¿Me golpearás?

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Pensé en ello, realmente lo haría. Es todo lo que alguna vez quise

desde que dejamos la tierra de Palm Valley atrás. Pero no así. No cuando él

lo quería. ¿Por qué mi ex-novio tenía que ser tan enfermo hijo de puta?

—Voy a mi habitación —dije, sacudiendo mi brazo lejos de él. Su

agarre se aflojó y su mano se deslizó hasta mi muñeca donde me sostuvo. Sentí la electricidad en una forma sumamente perturbadora.

—La cena va a estar lista pronto —dijo, bajó la voz, más suave, como

si estuviera confiando en mí—. Uno de los chicos, Marc, es realmente un

muy buen cocinero.

—No tengo hambre.

—Morirte de hambre no está probando un punto, sabes.

No estaba muriendo de hambre, no realmente. Solo sabía que él

disfrutaría de verme comer, comida que probablemente era absolutamente

deliciosa, y no quería darle nada. Ya hacía suficiente por él, viniendo en este viaje, comprometiéndome a algo sobre lo que ni siquiera quería

pensar.

—Te veré mañana —le dije. Luego saqué de un tirón mi mano de su

agarre y me fui rápidamente a bajar las escaleras y bajar otra, hasta que

estaba de vuelta en el interior de la embarcación. Entré por la puerta de mi camarote, la cerré con llave, y me senté en la cama, llevé las rodillas arriba

hasta mi pecho. Tenía una tarde completa para pensar, esperando que el

balanceo del barco empujara a mi cerebro a reaccionar.

No me gustaba la forma en que iban las cosas. Bueno, eso era quedarse corta. Quizás por primera vez, me encontraba en una mala

situación y no tenía un plan para salir de ella.

Levanté la botamanga ancha de mis pantalones y miré fijamente las

flores brillantes rosas y rojas que adornaban las cicatrices. La belleza de

ello era impresionante, la forma que algo tan feo había sido transformado en algo tan encantador, todo por las muy expertas manos de Camden y su

muy hábil corazón. Una avalancha de emociones comenzó a inundar desde

mi pecho, ahogándome. Se sentía como un flujo interminable, las

incipientes flores la fuente, y solté un pequeño sorbido que me atrapó por sorpresa. No había dejado pensar en Camden, sentir, y ahora estaba

ensimismándome. Él no se encontraba aquí. Se hallaba en algún otro sitio.

Y hasta que él fuera puesto en peligro otra vez, debido a algunas cosas que

yo haría o no, tenía que superarlo. No se encontraba aquí conmigo. Estaba

con su ex-esposa, su hijo y conociendo la buena persona que Camden era, el desastre y la furia pero la innegable buen alma que tenía, estaría con

ella. Tal vez enamorándose de ella otra vez, o tal vez no, pero estaba con

ella y yo me encontraba sola. Aquí. Y a pesar de que había vivido

demasiado de mi vida por mi cuenta, estar con Camden, sin importar cuán breve, me trajo algo que nunca tuve. Me hizo sentir a salvo, si me hallaba

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en sus brazos o a su lado o sólo en su presencia. Por primera vez, tuve un

protector… y nunca supe que necesitaba uno hasta entonces.

Ahora se había ido y yo estaba por mi cuenta. Había estado sola

demasiado tiempo para saber que quería más, alguien que crea en mí, que

me ame, que me cuide y sirva como un escudo. Que me haga notar que yo no era invencible, inmortal, y que no siempre iba a ser capaz de hacerlo

sola. Por supuesto, ahora no tenía elección. Camden se había ido y a pesar

de que había sido buena en mantenerlo fuera de mi cabeza, ignorando las

pequeñas señales de mi corazón, el dolor —el raro vacío— era sorprendente.

Mis defensas se estaban derrumbando.

Hubo un golpe en mi puerta y rápidamente bajé la botamanga del

pantalón. Javier no había visto el tatuaje aún. Sentía como que si lo viera,

estaría invadiendo un recuerdo privado, sentiría como si sus ojos lo contaminarían.

—¿Qué? —pregunté, apartándome el cabello del rostro mientras

comprobaba para ver si de mis ojos se habían escapado lágrimas o no. No

se escaparon. Era buena.

El picaporte fue movido, seguido por otro golpe. Suspiré y salí de la cama, desbloqueando la puerta. Di un paso atrás y la abrí. Raul metió la

cabeza. No que quisiera ver a Javier, pero particularmente no quería verlo

a él.

—¿Estás bien? —preguntó, todo nariz ganchuda y con el pelo en forma de V en la frente—. Pensé que te escuché llorando.

Lo miré. No podía haber lucido menos preocupado, de hecho lucía

como si encontrara toda la cosa graciosa.

—Estoy bien, ¿te importa darme algo de privacidad?

Su rostro se volvió sereno por un momento antes de que sonriera. —Seguro. Sabes, si alguna vez necesitas hablar, con alguien que entienda,

quien esté justo afuera de la ecuación, sabes que puedes hablar conmigo.

Como si eso no sonará lo suficiente falso, sus ojos recorrieron abajo

por mi pecho y pasó la punta de su lengua sobre sus dientes.

Antes de que pudiera decirle que se vaya a la mierda, me guiñó el ojo

y luego cerró de golpe la puerta. La cerré con llave otra vez, esperando que

pudiera oírlo, y regresé a la cama. Puse los dedos sobre la botamanga del

pantalón, trazando las cicatrices, imaginando las manos de Camden sobre

las mías. Luego me recosté de lado y esperé a que el sueño venga así no tenía que sufrir un momento más largo.

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10 Camden

Traducido por Sofí Fullbuster

Corregido por *Andreina F*

Habíamos llegado a La Cruces, Nuevo México, cuando nos

encontramos con el primer contacto de Gus. Después de avanzar por la

interestatal 10 por los últimos días, el sol abrasador hacía que el interior

del coche se sintiera tan sofocante como las axilas de un hombre gordo, con pequeñas paradas para reponer la gasolina y dormir, La Cruces era un

descanso muy bienvenido.

Como también el contacto de Gus. Lydia DuShane era una nativa de

Louisiana que abandonó su maltratada cafetería después del Huracán Katrina, abriendo una tienda de pasteles en La Cruces. Aunque era mayor,

casi en sus sesenta, se conservaba mejor que cualquier mujer plástica de

Los Ángeles. Su piel era relativamente lisa y pecosa, su cabello una mezcla

de rojo y gris, y ojos azules que estaban levemente arrugados por sonreír

demasiado. Me hizo sentir inmediatamente en casa, lo que era un poco discordante, considerando lo que Gus me había dicho sobre ella.

—Cuando no está haciendo pasteles, es una caza-recompensas —me

había dicho mientras entrábamos a la ciudad.

—Uh —dije, moviéndome nerviosamente en el asiento—, ¿no es un problema para mí?

Gus me dio una mirada irónica. —Oye, niño, no hay ninguna

recompensa por tu cabeza aún. Además, estás conmigo. Eres uno de los

chicos buenos.

Arqueé una ceja. Correcto.

Justo después de que Lydia hizo que tomáramos asiento, los últimos

clientes en su tienda disminuyeron a medida que se acercaba las tres de la

tarde, la hora de cierre. Teníamos dos pedazos frescos de pastel de

melocotón de arándano delante de nosotros. Eso, combinado con las

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humeantes tazas de café y los afiches clásicos de la vida en granjas en las

paredes hicieron un maravilloso trabajo de fachada. ¿Quién creería alguna

vez que la dulce y paciente Lydia buscaba a los “Más Buscados en

América”?

Finalmente, después de haber girado la señal de „Cerrado‟ en la puerta delantera y haberla bloqueado, regresando a la cabina con

nosotros, sacó una pequeña laptop y se puso un par de lentes, lista para

comenzar a buscar.

—Así que, están cazando a Javier Bernal, ¿no es así? —preguntó. Podía ver el rápido reflejo de las páginas web en sus lentes.

—¿Lo conoces? —le pregunté.

Resopló. —Conozco a todo el mundo. Si no lo hago, no estoy

haciendo bien mi trabajo.

Me incliné hacia delante con impaciencia. —¿Es buscado?

Sacudió la cabeza. —No, no aún. La policía tiene ideas, pero de

todas formas, la mitad de la fuerza está sobornada en Mississippi. Si crees

que el departamento de Policías de Nueva Orleans está mal, no has visto

nada aún. —Apartó la mirada de la pantalla e inclinó la cabeza hacia mí—.

Me gusta saber lo que los malos están haciendo, así cuando finalmente hacen algo para meterse en problemas y creen que van un paso por

delante, sé su siguiente paso. Observé a un tipo por años antes de que él

metiera la pata y fuera buscado por conducir bajo la influencia del alcohol.

Considerando que este tipo no era oficial y tenía antecedentes penales, sabía que la recompensa sería enorme. Sabía dónde estaba su casa y lo

pillé al día siguiente. La policía ya estaba en camino.

—¿Cómo lo haces? Quiero decir, no es que seas débil, pero…

Sonrió astutamente, satisfecha. —Soy mujer. Y ese es el secreto. He

estado alrededor del trabajo por un tiempo. Te sorprenderías de lo que un jubilado puede librarse. ¿No es cierto, Gus?

Gus rascó su barbilla y podría haber jurado que sus mejillas se

tornaron de un leve rosado. Le preguntaría por ello más tarde, incluso si

sabía que su respuesta sería una mirada y un gruñido.

Se aclaró la garganta. —Así que, ¿dónde está el señor Bernal ahora?

—En Ocean Springs, Mississippi —dijo, recostándose en su

asiento—. Chicos, ¿van a comerse su pastel o qué?

—Me encantaría, pero realmente necesitamos irnos —dije,

disculpándome. Me levanté, pero Gus estiró su brazo rápidamente y me sentó de nuevo.

—Cálmate Camden, llegáremos allí —dijo—. El nombre de una

ciudad no es suficiente. Necesitamos un plan.

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Sacudí la cabeza. —Podemos planear algo en el coche. Si Bernal está

en Ocean Springs y allí era donde Ellie vivía con él, entonces no tengo

ninguna duda de que está viviendo en la misma casa en la que vivía hace

seis años.

—¿Quién es Ellie? —preguntó Lydia, sus ojos ampliados y brillantes.

Le disparé una mirada a Gus para que se mantuviera en silencio,

pero me ignoró. —Ellie Watt. Es la ex novia de Bernal y creemos que, más

o menos, está de rehén.

—Ellie Watt —dijo, tamborileando sus uñas rosadas en la mesa—. Ellie Watt. No es inocente, ¿verdad? ¿Está en la banda?

—No —dije rápidamente y probablemente demasiado a la defensiva.

Me aclaré la garganta—. No, nunca estuvo envuelta en ello.

—Pero no es inocente. Es una estafadora —suministró Gus.

—Era una estafadora —lo corregí.

Sacudió la cabeza. —Un tigre no cambia sus rayas, Camden.

—Ellie es mejor que un tigre —disparé de regreso.

—De cualquier forma —dijo Lydia lentamente—, Ellie Watt ha sido

buscada por algo antes. Estuvo en mi radar brevemente.

Gus y yo la miramos. —¿Por qué? —pregunté.

Frunció los labios, de un color rosado como el de sus uñas, un color

que solía utilizar en mi trabajo, y comenzó a desplazarse a través de sus

archivos de nuevo. Después de unos tensos momentos, se encogió de

hombros, rindiéndose.

—No estoy segura. Fue hace como tres años. No era algo grande, tal

vez sólo treinta grandes, o habría ido tras ella.

—Pero su nombre era Ellie Watt —reincorporé—. No Eden White,

Ellen Williams o algo así, ¿no?

—No. Ellie Watt. Lo recuerdo porque el nombre de mi hermana es Ellie.

Ahora, eso era inquietante. Ellie no había sido Ellie desde la

secundaria. Quienquiera que puso una recompensa por ella era alguien

que la conocía de hace mucho tiempo. Miré hacia Gus y su ceño fruncido me dijo que pensaba lo mismo.

—Bueno, si encuentras algo más, por favor, déjame saberlo, tendré

mi móvil —dijo Gus—. Sobre Ellie. Nos gustaría saber todo sobre Bernal

ahora.

Asintió. —Puedo decirte que tiene varios guardaespaldas a su alrededor, siempre.

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—Raul —dije.

—Y que es muy cuidadoso, casi exageradamente. Nunca mete la

pata, al menos no lo suficiente como para permitirme actuar. El hombre

tiene paciencia y es despiadado, y esa es una poderosa y terrible

combinación.

—Dinos algo que no sepamos —dije silenciosamente.

Lo dije lo suficientemente alto como para que me disparara una

mirada afilada. —Dime cuál es tu plan para cuando la encuentres.

Miré a Gus, pero él miraba hacia la pared ahora, sus ojos moviéndose a la deriva por los paisajes de pastorales, los verdes campos y

los brillantes graneros rojos.

—No estoy seguro —dije lentamente cuando Gus no respondió—.

Aún no hemos pensado en ello.

Sonrió antes de ponerse seria. —Bueno, déjame decirte esto, hay cosas en la vida que puedes hacer por ti mismo y cosas que necesitan un

plan. Lo que dije de Bernal siendo cuidadoso no es mentira. Te olerá a un

kilómetro de distancia si estás en su territorio. Si tiene a su novia, y están

en la casa que solían compartir, puedo apostar a que no se rendirá con

ella. Obviamente vas tras ella por una razón. Él también.

Tragué duramente y traté de sepultar las semillas de duda que

crecían en mi cabeza, el hecho de que era ingenuo, que era nuevo en esto,

que no tenía ni una maldita idea de lo que hacía. Era un artista del tatuaje

por el amor de Dios, no un justiciero. Demonios, ni siquiera era un caza-recompensas como esta señora de mediana edad. No tenía absolutamente

ninguna habilidad para mi crédito, excepto que sabía cómo disparar un

arma y darle pelea a cualquier hombre desarmado. Dudaba que fuera

capaz de lanzar un sofá o salirme con la mía una segunda vez.

—Bueno, gracias por tu tiempo, Lydia —dijo Gus de repente, levantándose—. Lo siento, pero no podemos quedarnos a comer el pastel,

pero el chico tiene razón. Necesitamos ponernos en marcha así podemos

comenzar a planear.

Rápidamente cogí mi pedazo de pastel y lo envolví en un montículo de servilletas del dispensador. —Para conseguir energía —dije, tratando de

darle una leve sonrisa. Creo que fallé. Su propia sonrisa flaqueó.

Mientras salíamos de la tienda, vi a Lydia empujar a Gus a un lado y

susurrarle: —¿Estás seguro de que no quieres que vaya contigo? ¿Como

acompañante? ¿Como en los viejos tiempos?

Gus gruñó. —Estaré bien, Lyd.

—Me preocupo por ti. Has pasado por mucho, y este tipo, Bernal…

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—Te veré luego. —Palmeó su hombro y rápidamente me volví y me

dirigí al coche así no se darían cuenta que había estado escuchando a

escondidas.

Lydia nos hizo un gesto de despedida, de pie delante de su tienda,

mientras nos subíamos al coche y nos deslizábamos hacia las soleadas, polvorientas y desiertas calles, tan pulidas que parecía que nunca podría

escapar.

Le disparé a Gus una mirada. —Supongo que necesitamos un plan.

—Necesitamos un plan y rezar —dijo. Me miró por encima de sus

lentes—. Pero ya sabías eso, ¿no?

Lo sabía. Sin embargo, saberlo no lo hacía más fácil.

Comencé a mordisquear el pastel, que estaba totalmente desastroso,

pero delicioso, y comencé a pensar. Llegaríamos a Ocean Springs pronto.

Mañana podría ser capaz de sostener a Ellie en mis brazos de nuevo.

También mañana podría perderlo todo.

Ocean Springs definitivamente no era como lo había imaginado

cuando pensaba en Mississippi. Condujimos por Biloxi y Gulfport, que

eran una mezcla de casinos y las destrucciones que el Katrina había

dejado. Pero Ocean Springs era fresco y fascinante. Un poco demasiado pintoresco para alguien como Javier, ¿pero qué sabía yo?

Entramos en un pequeño pueblo casi al anochecer, la humedad

secándose por la brisa de la noche. Ni siquiera pasamos la noche en un

hotel, en su lugar, Gus me tuvo a cargo durante la noche, en algún lugar de Texas. Pensó que era lo suficientemente seguro como para no llamar la

atención, nuestro coche ocultándose entre los otros en la oscura calle.

Mientras él roncaba en el asiento trasero, tuve tiempo para pensar y

hacer un plan.

Gus había sabido donde vivía Ellie con Javier en caso de emergencias. Fuimos capaces de localizarla en el GPS de su móvil,

acercándonos tanto como podíamos. Lucía como un sitio agradable, un

hecho que me molestó un poco. Era ridículo estar celoso de eso, de algo

que sucedió hacía mucho tiempo, pero no podía evitar estarlo. Siempre había sido del tipo celoso. Supongo que era por la inseguridad y todas esas

tonterías. Bueno, eso era lo que el psiquiatra me había dicho todos esos

años cuando mi padre me llevaba con él una vez a la semana. Incluso si

sabía que Ellie menospreciaba a Javier, estaba en un lugar horrible y

necesitaba mi ayuda —nuestra ayuda— pensé en lo que debía haberla atraído hacia él en primer lugar. ¿Qué había provocado que se rindiera y

viviera con este hombre? La belleza de su casa y la localidad disfrazaban la

verdad.

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Gus había decidido que primero necesitábamos hacer un poco de

vigilancia, lo que iba totalmente en contra de lo que quería hacer, que más

que nada era irrumpir en su casa y sacar a todo el mundo de nuestro

camino. Ese método probablemente terminaría conmigo muerto, pero cada

segundo que pasábamos vigilando el lugar, era un segundo que sentía como si estuviera perdiéndola. Aun así, Gus tenía razón. Por supuesto.

Había querido dudar de él, pero el hecho era que sabía lo que hacía.

Después de vigilar, cuando tuvimos una impresión de cuántas

personas había y cómo estaban armadas (eso suponiendo que se encontraban dentro, sólo era una corazonada después de todo) habíamos

formulado nuestro plan de ataque. Uno de nosotros actuaría como

distracción, y el otro rescataría a Ellie. Obviamente, el truco sería la

distracción, así no seríamos atrapados. También dependía de cuántos

hombres habrían allí y si Ellie estaba demasiado protegida o no. Gus creía que no lo estaría. Javier probablemente tenía a sus guardaespaldas o a

Raul. Javier, como todo el mundo para ahora, tenía que saber que era un

prófugo y quería permanecer fuera de la línea de fuego, así que venir a por

Ellie sería la última cosa que haría.

Javier me había subestimado totalmente.

Mientras seguíamos la alegre voz del GPS por las calles junto a la

costa, nos detuvimos a unas cuantas manzanas a la distancia. El coche de

Javier aún era el coche de Javier, y nuestra fachada sería descubierta si

nos acercábamos más.

Gus sacó el bolso del asiento trasero y comenzó a avanzar entre las

armas. Sí, esa palabra abarcaba lo que había empacado. Un rifle de asalto,

pistolas de varios calibres, además de un fusil de francotirador. Luego

había dos cuchillos, una pequeña hacha, una pequeña botella de plástico,

varios encendedores y un recipiente de Coffee Mate.

Cogí el recipiente de café y lo sacudí. —En serio, ¿realmente tienes

esto?

—Coffee Mate —dijo, su rostro serio—. Haces una nube de él en el

aire y no hay nada más inflamable. Por no mencionar cuán fáciles de hacer son las bolas de fuego.

—Bieeen —dije. Mis nervios comenzaban a crisparse un poco. No

contaba con hacer algo que involucrara encender una nube de crema no-

láctea. Me preguntaba si la gente sabía lo que ponían en sus cafés por la

mañana.

Asentí hacia la botella sin marca, con miedo a tocarla. —¿Qué es,

leche materna?

Sus ojos centellearon, pero su boca se mantuvo sin cambios. —Una

bomba de peróxido.

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—Tal vez sólo deberíamos quedarnos con las armas —dije. No quería

verme envuelto en un experimento de Gus.

Asintió. —Sólo haz lo tuyo, estarás mejor sin nada.

Lo estaba. También tenía un arma secreta. No había planeado

usarla, pero si tenía la oportunidad, si me cruzaba con Javier cuando estuviera solo, valdría la pena salirme del plan. Las armas no siempre

hacían que las personas hablaran.

Gus deslizó una pistola en su bota, enfundó un cuchillo debajo de la

parte inferior de sus vaqueros y metió otra pistola en la pretina de ellos. Pareció considerar la bomba de peróxido por un momento antes de agarrar

la lata de mata insectos y meterla en la parte delantera de sus pantalones.

—Así que, voy a asumir con esto que yo soy la distracción —dije,

cogiendo una mochila que tenía escondida en la espalda.

—Los observaremos por un momento, pero sí, ese es el plan.

Tan infantil como parecía, había querido ser el único que entrara en

la casa en un destello de gloria y rescatara a mí mujer. Pero las cosas no

funcionaban de la forma en la que la hacían en las películas. En su lugar,

tendría que fingir, correr y dejarle el resto a Gus.

Al principio asumí que esperaríamos hasta el anochecer, pero Gus me aseguró que el día era lo más seguro. Este era un vecindario rico y

Javier era el líder de un cártel. No podrían huir con mucho a la luz del día,

por lo que el riesgo de una balacera se mantendría al mínimo. Lo que

significaba que estaríamos jodidos si éramos vistos, aunque desafortunadamente, ese era un riesgo que tendríamos que correr. Era un

hombre buscado ahora, ¿cuál demonios era la diferencia? Bien podría ser

atrapado por algo que hice.

Dejamos el auto y comenzamos a caminar hacia la casa, tomando la

calle que bajaba junto al océano. Era impresionantemente hermosa, los destellos de las olas chocando, destellos que podrías localizar entremedio

de las propiedades, la forma en que el sol lanzaba brillos dorados. Aún así,

el escenario no hizo nada para calmar la ansiedad que comenzaba a

devorarme. Nunca había sentido ataques de pánico, no de la forma en que Ellie los tenía de cualquier manera, pero esto se acercaba tanto a uno

como nunca antes lo había sentido. Creí que mis pulmones se encogían

con cada pequeño paso que dábamos. La pistola metida en mis vaqueros

se sentía como una bomba a punto de estallar y mi mochila pesada y

molesta.

Por suerte, Gus y yo no parecíamos fuera de lugar. Él llevaba una

camisa hawaiana amarilla y rosada que, según yo, le hacía lucir como una

combinación de Jimmy Buffet11 y Nick Nolte cuando fue arrestado por

11 Cantante que generalmente utilizaba una camisa igual.

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conducir borracho; yo tenía puesta una gorra de béisbol y una camisa de

manga larga de color gris Henley, que cubría todos mis tatuajes. Ambos

llevábamos zapatillas de deporte y lentes de sol. Podríamos haber sido un

padre y su hijo haciendo su caminata en el ocaso. Nadie esperaría que Gus

fuera un arma andante.

Pronto estuvimos en la casa de Javier, que lucía de la misma forma

que en los mapas de Google. Sólo que esto no era un concepto, una idea,

una imagen en un celular. Esta era la casa, toda blanca con un elevado

pórtico que daba a la playa. Idílica y mortífera. Y Ellie podría estar adentro, tal vez en una de las ventanas que tenía barrotes en ella. El

pensamiento provocó que un rayo de ira viajara a través de mí.

Como siempre, Gus lo notó. —Cálmate —susurró por un lado de su

boca. Seguimos caminando, dos tipos en una caminata. Nadie debería

sospechar algo, no si seguíamos caminando.

Una vez que nos hallábamos a unas cuantas manzanas de la casa,

Gus se detuvo y fingió mirar su reloj. —¿A qué hora es el atardecer?

Tragué duramente. ¿Ese era el código para algo? Apenas podía

pensar en ello.

Podía sentir sus ojos en mí debajo de sus lentes. Bajó su voz, fingiendo ajustar su reloj. —El coche. ¿Lo reconoces?

Asentí, incapaz de de hablar.

—Vamos, vamos a ver cómo lo está haciendo el jardín de Dana —dijo

más alto y comenzó a caminar de nuevo. Lo seguí, preguntándome si estábamos siendo observados o seguidos, pero sabía que no podía girarme

para revisar. La piel en la parte trasera de mi cuello hormigueó.

Cuando doblamos en la próxima calle y estuvimos fuera de vista, me

empujó hacia los florecientes arbustos del patio de alguien.

—Podríamos tener suerte —susurró bruscamente—. Un coche significa menos personas. Tal vez. De cualquier forma, voy a entrar por la

playa. A partir de allí estaré en la planta baja. No me gusta como lucen

esas ventanas, pero voy a asumir que allí es donde la tienen. A menos que

Javier sea demasiado paranoico. Y el bastardo probablemente lo es. Al menos. Espera aquí.

Sacó el móvil de su bolsillo y revisó la hora. Se sacó el reloj y me lo

tendió. —En cinco minutos, golpearás la puerta o tocarás el timbre y

preguntarás si Dana Prescott está en casa. Te dirán que estás en la casa

equivocada y te darán la dirección. Tal vez. Y con suerte, saldrás de ahí.

—Con suerte —dije con una mueca—. ¿Quién es Dana?

Se encogió de hombros. —Vive en la esquina. Busqué en Google los

negocios en Ocean Springs y su local era el más cercano. Es un cibercafé.

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Serás más creíble si preguntas por alguien que vive aquí. Tal vez Javier y

sus colegas son del tipo amable.

—Sí, tan amables como un consejo de seguridad vecinal —dije.

Había una inestabilidad en mi voz. Necesitaba calmarme si iba a ayudar.

Me palmeó en el hombro. —Lo harás bien. Sabrás cuándo irte. Luego tienes que correr, regresa al auto y llévalo tres casas más abajo. Ellie y yo

correremos por la playa e iremos a la casa roja que dijimos. ¿Lo entiendes?

Asentí. Me observó por unos pocos minutos para asegurarse, y

luego, repentinamente, corrió en la dirección opuesta, moviéndose mucho más rápido de lo que esperaba. Desapareció en la próxima calle,

dirigiéndose hacia la playa.

Deslicé el reloj en mi muñeca, mis manos temblando, el cuero

resbalándose. Cinco minutos. Cinco minutos. Cinco minutos.

Oh mierda, Camden, pensé y repentinamente, mi cabeza estaba entre mis piernas, las náuseas extendiéndose en mi interior como alma

que lleva el diablo. No había estado así de nervioso en mucho tiempo. Ni

siquiera cuando Ellie y yo fuimos a lo de Sophia y Ben. La última vez que

me había sentido así de nervioso fue cuando planeaba atrapar a Ellie

robándome.

Tenía que admitir que aún dolía un poco. Como todo el tiempo había

sabido que me investigaba, queriendo mi dinero, sin importarle una

mierda si me dejaba tirado. Sin preocuparse por su viejo amigo Camden, el

esclavo, el enamorado cachorro, la Reina Gótica. Me miraba a la cara y me mentía una y otra vez. Y luego había irrumpido en mi casa y me había

robado.

Pero esa era la vieja Ellie. Cuando se cambió a sí misma por mí, el

sacrificio que hizo por mi libertad, por la libertad de Sophia y Ben, supe

que la vieja Ellie estaba muerta. Aún así, estando aquí en Mississippi, en el lugar donde, gustosamente, ha vivido por casi un año, una parte de mí

se había preguntado si la vieja Ellie habría revivido. Era algo en lo que

trataba de no pensar, porque sólo añadía un temor innecesario. El temor

que decía que cuando Gus y yo llegáramos para llevárnosla, no quisiera irse.

Miré hacia el reloj. Era hora.

Respiré profundamente a través de mi nariz, ajustando la gorra en

mi cabeza y alejándome de los setos de gardenia, avanzando a grandes

zancadas por la carretera y doblando en la calle de Javier. Allí estaba la casa, justo como antes, y por una vez, pude mirarla a través de la cubierta

de los lentes de sol y disfrutar de la vista. Después de todo, estaba

buscando a alguien ahora, Dana Prescott, y escuché que vivía aquí, en el

425 de la carretera de East Beach. Había escuchado que tenía un bonito

jardín y que arreglaba computadoras.

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Joder, ¿qué estaba haciendo?

Era demasiado tarde. Gus probablemente se encontraba en la playa,

dirigiéndose hacia la casa como un turista perdido y sin ninguna

distracción, las oportunidades de que Ellie saliera de allí serían más. Tenía

que seguir moviéndome. Un pie después del otro. Una pistola metida en mis vaqueros. Una nueva arma en mi mochila.

Caminé, más que malhumorado, por la curva de la entrada, pasando

sauces llorones y fui directamente a la puerta principal. La mitad de la

parte trasera de la casa estaba sobre pilotes, dejando un especio lo suficientemente grande como para aparcar dos autos —el todoterreno

negro era el único allí— y a un lado, un camino de piedra que daba a la

puerta principal, adornado con macetas de flores. Estaba

sorprendentemente bien mantenido.

Me detuve en la baja escalera de entrada y luché contra la urgencia de dudar. Si fueran dignos miembros de una banda, ya me habrían visto y

estarían observando cada uno de mis movimientos. Si miraba hacia la

ventana junto a la puerta, estaba seguro de que vería los movimientos de

la persiana veneciana. Pero estaba allí para ver a Dana y no había razón

para echar una desconfiada mirada a la casa.

Vi un timbre, lo toqué, y una ruidosa campanada por poco y me hizo

saltar. Tenía que hacerlo, tenía que hacerlo, tenía que mirarme. Necesitaba

hacer esto por su bien, por mí bien, y el bien de Gus.

Sé indiferente.

La puerta se abrió y un pequeño hombre hispano apareció, vestido

informalmente con una camisa de polo blanca y pantalones cortos caqui.

¿Estábamos en la casa correcta? Él no lucía mucho más mayor que yo y su

postura era relajada. La única cosa que me dio una pista era el hecho de

que tenía un vendaje a lo largo de su sien, el área roja y elevada.

—¿Puedo ayudarte? —preguntó. También era educado, aunque noté

un indicio de sospecha en su tono.

Sonreí. —Hola, ¿está Dana?

Frunció el ceño. —¿Dana? No.

—Vive aquí, ¿no? ¿425 de la carretera de East Beach?

El hombre se cruzó de brazos y obtuve un vistazo de algunos lindos

tatuajes triviales en sus bíceps. Podría fácilmente pelear con él, pero me

daría una buena pelea. Niveló su mirada con la mía. —Este es el 425, pero

Dana no está aquí. Lo siento.

Estaba a punto de cerrar la puerta cuando levanté la mano para

detenerlo. Un movimiento arriesgado, pero necesitaba estar seguro de que

Gus había tenido el tiempo suficiente.

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El hombre miró mi mano, luego puso sus ojos en mí. Ya no parecía

relajado. Lucía molesto. Estaba presionando mi suerte.

Seguí sonriendo como un idiota, como si no notara las obvias

señales que me daba. —¿Sabes si Dana está en el vecindario? Está

supuestamente ofreciendo servicio de computadores. —Le di una palmadita a mi mochila—. Tengo mi laptop justo aquí.

—Todo lo que sé es que si no te vas de aquí ahora, voy a romper tus

jodidas bolas con mi pie.

Dejé que mi sonrisa cayera, porque eso era lo que cualquiera hubiera hecho. Estaba medio tentado a romper sus pelotas. En su lugar,

levanté ambas manos en una ofrenda de paz y dije: —Lo siento, hombre, lo

siento. —Mientras retrocedía.

El hombre no se movió. Siguió mirándome. Empecé a pensar que, tal

vez, sólo tal vez, ya había deducido algo de mí, algo que había descubierto de mi plan.

Entonces escuché el disparo.

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11 Ellie

Traducido por Nicole Vulturi & Max Escritora Solitaria

Corregido por Alessa Masllentyle

—Entonces, ¿cómo te gustaría matar a Travis, Ellie? ¿Con una bala en

la cabeza o algo más sutil?

Me volví y miré a Raul. Era el segundo día en el mar y el inmenso yate

empezaba a ser demasiado pequeño. Me encontraba sola en mi camarote.

En el resto de los lugares a los que iba estaban o Raul, o el otro tipo, o

alguno de los chicos de la tripulación. Al contrario de los otros dos, los

chicos de la tripulación eran bastante agradables y se mantenían alejados para no provocar la ira de Javier, pero puedo asegurar que me vigilaban.

Pequeños espías vestidos de negro.

Por extraño que parezca, Javier no había estado mucho alrededor. La

mayoría del tiempo él dirigía el barco, a pesar de que uno de los chicos de la tripulación parecía ser bastante hábil en el manejo de un barco de vela,

incluso de este tamaño. Javier siempre ha tenido una cosa por el control,

pero empecé a tener la sensación de que me evitaba. Era un poco molesto y

no podía entender por qué.

—¿Quién ha dicho que mataré a Travis? —respondía y tomé un gran trago medicinal de mi vino. Había estado sentada en la zona de la cafetería,

escondiéndome del implacable sol y tratando de ocupar con libros mi

agotada mente. La paz no duró mucho. Raul se sentó frente a mí,

recostándose en el asiento, con una pierna cruzada y una copa en la mano. Sus ojos se habían vuelto lujuriosos, a pesar de que llevaba pantalones

anchos y una camiseta suelta. Sus ojos eran mucho más indiscretos que los

de Javier.

Raul inclinó la barbilla y sonrió. —Supongo que piensas que será

Javier quien lo haga, que eres simplemente la trampa. El cebo.

—Algo así —murmuré y miré el libro que intentaba leer, Duma Key de

Stephen King. Parecía apropiada la tormenta y el barco de la portada.

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—No te molesta eso —continuó él—, saber que sólo te ve como un

peón.

—Prefiero que sólo me vea como un peón y nada más que eso —dije.

—Hmm. —Reflexionó—. Veo que sientes eso. ¿Aún tienes sentimientos

por él?

Bajé el libro de nuevo y le di la mirada más disgustada e incrédula que

fui capaz. Teniendo en cuenta que ya estaba mareada por la copa de vino,

diría que probablemente fue bastante buena. Cuanta más borracha estaba,

más desagradable era, expresiones faciales incluidas.

—Lamento decepcionarte, Raul. —Pronuncié todas las sílabas de su

nombre, burlándome de el—. Cualquier sentimiento que tuviese por Javier

murió hace seis años, cuando le encontré engañándome.

Levantó una ceja. —Oh, sí. Eso. ¿Alguna vez le preguntaste al

respecto?

Mi corazón se detuvo un poco. Raul lo sabía. Esto era de conocimiento

público. Oh, por supuesto que lo era. Javier probablemente fue follándose a

todo el mundo, llamando a cualquiera con piernas, incluso las que tenían

cicatrices, su ángel. En algún lugar muy profundo, ese recuerdo tiró de mí y

me lo sacudí rápidamente.

—No, no lo hice porque honestamente no me importa. Me gustaría

encontrar a esa chica y sacudir su jodida mano. Si no fuera por ella,

probablemente estaría desperdiciando mi vida, unida a un completo

psicópata con una adicción a los coños.

—¿Y ser una estafadora no es un desperdicio?

—¿Qué eres, un psiquiatra? —pregunté y miré hacia otro lado. El libro

ya no estaba ayudando. El vino lo hacía. Me levanté y me acerqué a la barra

(había una en cada habitación de este barco, totalmente un barco

alcohólico) pero Raul se me adelantó. Era más rápido de lo que parecía y en cuestión de segundos mi copa de vino estaba llena del caro Sauvignon Blanc

y yo estaba demasiado mareada como para preocuparme.

Se sentó frente a mí y echó hacia atrás su cabello. Dios mío, ¿por qué

los miembros de los cárteles tienen que ser tan feos? Tuve suerte de elegir a Javier para mi plan hace tantos años. Él era el único agradable a la vista.

Incluso más que agradable, cuando añadías el hecho de que tenía esa

vibración de animal primitivo saliendo de él.

¿Por qué pensaba en tantos adjetivos agradables para un hombre que

me chantajeaba y mantenía como rehén en un barco que lanzaba a Raul en mi camino a cada paso que daba?

—¿Cómo vas a matarle? —continuó un momento después.

—Te lo dije, no voy a hacerlo. Soy el cebo.

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—¿Sabes? Si fueses de mi posesión, te dejaría libre.

Lo miré. —Cierto. Y no soy de su posesión.

—Tal vez él sea de la tuya.

—En serio, ¿qué quieres? Si quieres molestarme, estas teniendo éxito.

Si quieres ser espeluznante, estas teniendo éxito en eso también.

—Sólo estoy preguntándome cómo es que estás pasando por esto tan

bien. Es como si pertenecieses a este lugar.

—Se llama hacer lo mejor de una mala situación.

Raul se inclinó hacia delante y bajó la voz. —Yo creo que eres mejor en malas situaciones. Porque eres mala, una niña mala, Ellie Watt. Y yo te

puedo enseñar a ser peor.

—¿Qué está pasando aquí? —interrumpió la voz de Javier.

Tragué el sentimiento amargo en mi boca y miré a Javier, quien se

encontraba en la entrada de la sala, con los ojos clavados en Raul de la manera más desagradable.

—Él me está molestando —dije, sin preocuparme de si eso me metía

en problemas con ambos.

Raul se limitó a sonreír, sus ojos como dardos hacia mí y Javier. —

Estoy tratando de preparar a Ellie para lo que está por venir. Ya sabes, Javier, para un asesinato, ella es indiferente al asunto. ¿No te preocupa eso?

Quizás nos deje colgados, quizás lo joda todo. A propósito, no sin querer.

Ella realmente parece albergar algún tipo de rencor hacia ti.

Javier no me miró. —Ella lo va a conseguir, tarde o temprano. Y confío en ella.

Casi se me sale el vino por la nariz. ¿Javier confiaba en mí? Yo le

tiraría por la borda a la primera oportunidad si no fuese porque sabía que

Raul me mataría por ello.

—Esa confianza puede hacer que te maten, señor12 —dijo Raul mordazmente.

Levanté una ceja ante ese comentario pero la cara de Javier era

inexpresiva.

Finalmente se aclaró la garganta y dijo: —Bien, Raul, creo que has terminado de molestar a Ellie hoy. ¿Por qué no te unes a Roberto en el

timón?

Raul le miró entrecerrando los ojos y se levantó. Salió de la habitación

sin decir una palabra, pasando al lado de Javier con desprecio absoluto.

12 En español original.

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El intercambio de palabras había puesto un ambiente extraño en la

habitación. Por alguna razón sentí que las cosas se habían desequilibrado

un poco más, o quizás eso fuese por la combinación del vino y el barco.

Haber pasado veinticuatro horas sin ver tierra no podía ayudar.

Javier se cruzó de brazos y me miró. —¿Estás bien?

Levanté mi copa de vino. —Bebiendo se aparta la tristeza por el

chantaje.

—Eso es gracioso —dijo, aunque su tono era plano. Se acercó, suave y

elegante. Toda esa analogía de animales primitivos llegó a mi cerebro de nuevo. Hoy era un gato vestido de pies a cabeza de color verde oliva. Se

detuvo justo detrás de la silla en la que me sentaba, así que tuve que

girarme para mirarle—. ¿De qué te hablaba?

—De cómo voy a matar a Travis. —Y si seguía teniendo sentimientos

por ti. Por supuesto no quería decir eso. Ni si quiera quería pensarlo.

Él me miró. —Eso no es todo. Él dijo que te iba a enseñar a ser una

chica mala.

—Bueno, no sé lo que quería decir con eso…

—Yo sí. No me gusta la forma en la que te habla.

—Bueno, te diré que si quieres clavar a Raul en el palo mayor, tienes todo mi apoyo.

Finalmente su boca se torció en una sonrisa. Levantó las cejas y

asintió hacia mi vaso. —Diría que la bebida está funcionando. Vas por buen

camino.

Por una fracción de segundo pude engañarme a mí misma pensando

que éramos viejos amantes que tenían un encantador crucero juntos,

antiguos compañeros de batalla, disparando la mierda. Pero las cosas no

podían haber estado más lejos de la verdad.

Su rostro se volvió más frío mientras me estudiaba. Se dio la vuelta y salió de la habitación, diciendo por encima de su hombro. —Disfruta de tu

libro. La cena es a las seis.

No me recordaba comer como lo hacía en cada comida, a pesar de que

esa era una de las razones por las que el vino me golpeaba tan fuerte. Y sólo por eso, decidí que finalmente participaría en la cena. Mi estómago se apretó

en anticipación y volví a leer.

Por mucho que odiara admitirlo, la cena era fabulosa. El pargo era tan

fresco que podía jurar que lo acababan de pescar. El arroz con coco y la

ensalada de mango eran increíbles. Los cocteles huracanes con almíbar13 fueron fenomenales. Eran casi lo suficientemente buenos como para

13 El huracán es una bebida alcohólica dulce a base de ron y zumo de fruta, almíbar o granadina.

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hacerme olvidar por qué había estado evitando las comidas en primer lugar.

Hice mi mejor esfuerzo en dejar a un lado mi disfrute por la comida y

en su lugar prestar atención a lo que ocurría a mi alrededor. Estábamos

solos los cuatro, ya que la tripulación tenía su pequeño comedor en sus

camarotes. Llegué a aprender que el otro hombre era Peter. Parecía ser bastante inteligente y estar calmado la mayor parte del tiempo. No sabía por

qué se encontraba con nosotros o qué había hecho, pero Javier parecía

tratarle con respeto. Quizás parecía eso porque él aguantaba cada vez

menos a Raul mientras que Raul actuaba cada vez más como un niño caprichoso. Podía sentir la autoridad de Javier sobre él desmenuzándose

ladrillo a ladrillo y eso me asustaba.

Una vez terminada la cena, unos que parecían aparecer de la nada

limpiaron todo, Raul y Peter se retiraron a sus camarotes, dejándome a mí y

a Javier sentados uno frente al otro en la mesa de la cena. Cuando la última bandeja fue retirada y nos dejaron solos sentí el peso de un cielo lleno de

estrellas aplastándome. La cubierta del barco estaba iluminada con un

montón de luces pequeñas, haciendo que sus ojos brillasen mientras me

miraba.

Era una mirada fija, no adorando o preocupada. Sino interesada. Siempre había parecido intrigado por mí.

—Es hermoso allí fuera —dijo con voz apagada—. Puedes ver muchas

constelaciones desde aquí. Ninguna de esas luces de la ciudad. Puedes

sentir como… de insignificantes realmente somos. ¿Puedes sentirlo?

No sabía si se trataba de una trampa o una pregunta con truco. Sin

embargo, asentí. —Sí. Como si Dios me pudiese hacer desaparecer

chasqueando los dedos.

Él inclinó la cabeza, frunciendo la boca en un leve mohín. —Dios

nunca te haría eso. Eres Ellie Watt.

—Algunas veces lo soy —dije, escondiendo mi inquietud con otro

sorbo de mi huracán.

—Siempre lo eres. Ahora lo veo. Quizás haya visto sólo pedazos de ti

antes. Pero ahora, eres… formidable.

¿Eso era un cumplido? Si lo era, no creo que lo pudiese aceptar como

uno, ya que venía de él.

Él sonrió. —Es un cumplido —dijo, volviendo al asunto de leerme la

mente—. Eres muy fuerte. Soy afortunado de tenerte.

Estuve a punto de poner los ojos en blanco pero decidí que era un poco más serio que eso. —Javier —dije lentamente—, no me tienes. La única

cosa en la que eres afortunado es en lo lejos que has llegado en la vida sin

que alguien te corte la cabeza. Sí, soy fuerte. Y me temo que Raul tiene

razón. No deberías confiar en mí.

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—¿Por qué?

Fruncí el ceño, sorprendida por la sinceridad en su voz. —¿Por qué?

¿Por qué? Creo que nunca he odiado tanto a nadie como a ti.

Parecía estar reflexionando, sus ojos brillando incluso más. Tomó un

sorbo de su bebida y se reclinó hacia atrás en la silla, colocando sus manos detrás de la cabeza. —Eso es gracioso. Me tratas demasiado bien como para

odiarme. ¿Qué haces con la gente a la que quieres?

—Deberías saberlo. —Solté antes de darme cuenta de mi error. El

alcohol me estaba arruinando. Decía cosas que una vez bloqueé dentro de

mi cabeza. Sus ojos se abrieron momentáneamente. Vi una mirada en ellos que no quería volver a ver. Bebí rápidamente el resto de mi copa y dejé el

vaso en la mesa de madera—. Bueno, aquí estoy yo, borracha y diciendo

cosas sin sentido.

Me miró antes de decir: —Aparentemente. Pero encuentro divertida tu falta de censura. ¿Te importaría entretener a alguien a quien odias tomando

otra copa conmigo?

—¿Me estás drogando otra vez? Porque si tomo otra copa

probablemente me voy a desmayar de todos modos y vas a tener que llamar

a uno de tus pequeños tripulantes para arrastrarme de vuelta a mi habitación.

Su rostro se volvió instantáneamente severo. —Nadie te toca en este

barco.

—¿Ni siquiera tú? —pregunté con ironía, probándole, presionándole.

Él negó. —No. Ni siquiera yo. No eres mía para tocarte.

—Oh, por supuesto que no. Sólo soy tuya para ser usada como peón.

—Ellie —dijo. Luego se levantó y extendió la mano—. Únete a mí y te

lo explicaré.

—¿Explicarme qué? —pregunté, mirando su mano como si tuviera alguna enfermedad.

—Explicar lo que va a pasar. No sé lo que has oído de Raul, pero

quiero dejar algunas cosas claras.

No entendía cuál era el objetivo de eso. ¿Qué importaba lo que me dijera? Probablemente no me iba a gustar, lo cual no importaba si eso

significaba mantener a Camden vivo. Me encontraba en una situación de

mierda y estaba cansada de tratar de apartar mi cabeza de ello.

Finalmente puse mi mano en la de Javier y él me ayudó a ponerme de

pie. Sus manos eran cálidas y ásperas. Familiares y extrañas.

Tan pronto como me levanté, sin embargo, dejó caer mi mano como

si fuera una braza. Me pareció que era lo más extraño de todo esto con él.

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Realmente me hizo ver como un peón no como su ex amante o ex novia.

Por supuesto que todavía vi sus ojos en mí de vez en cuando, y la

expresión de esperanza en su rostro. Pero en su mayor parte, cualquier

sentimiento, mental, físico, el que fuera, que tenía para mí en el pasado,

no eran lo mismo. Él se separó, sin pasión y totalmente centrado en esta tarea en mano, la que mi cerebro seguía bordeando. Parte de mí encontró

su distancia admirable. No quería mantenerlo jugando a la parte del

espeluznante, obsesivo ex novio. El que mantuvo toda mi ropa, sin

embargo, tardó seis años en venir a perseguirme.

Simplemente no entiendo a este Javier. Tal vez esa es la razón por la

que lo dejé servirme una bebida fuerte y por lo que lo seguí por las

escaleras a la cubierta principal y a la parte posterior de la nave donde se

encontraba su cabina privada. Quería entenderlo, ya sea que me hiciera

algún bien o no. Entender al enemigo estaba a mi favor, ¿no?

No había pasado mucho tiempo en su cabina antes, una depresión

redonda que llevaba a su oficina y los cuartos de abajo, dos sofás curvados

de ambos lados, además un bar que apareció con el toque de un botón.

Me senté en un sofá, extendiendo las piernas, esperando que le

impidiera sentarse cerca de mí. Funcionó, aunque tenía la sensación de que iba a sentarse enfrente de mí de todas formas.

—Creo que es la mejor parte de la nave —dije. Puse mi cabeza hacia

atrás y miré las estrellas. Todavía sentía el peso del universo sobre mis

hombros.

—Es mi favorita también. Me recuerda al viejo barco.

Mi mente saltó al pasado, a la primera vez que puse un pie en su

viejo barco. La primera vez que hicimos el amor en él. Él quería

mancharme. Y lo hizo, sólo que no en la forma que había esperado.

Sabía que no debería haber estado pensando en ello… era el alcohol, además de las palabras de Raul que habían implantado semillas allí. Pero

pensaba en ello y antes de saberlo, lo dije.

—¿Por qué me engañaste? —Mantuve los ojos en las estrellas,

sintiendo el oscuro moretón del cielo levantarse un poco.

Javier estaba silencioso. Aturdido o formulando una excusa. Tal vez

preparándose para decirme la verdad. No sabía qué esperaba ganar de

esto, aparte de quitarme un peso de encima. Preguntas sin respuesta

pueden quedarse contigo por mucho tiempo, cabalgando sobre tus

hombros, hundiéndote.

Le oí tomar un sorbo de su bebida y situarla en la mesa de al lado.

Los sonidos eran más fuertes ahora, el zumbido del motor, ya que no

estábamos bajo velero, el agua se estrellaba detrás de la popa del barco.

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—Te engañé más de una vez —dijo con cautela, como si estuviera

esperando que me levantara y lo matara. No lo hice. Lastimó mi orgullo

sólo un poco pero la iba de salida.

Aclaré mi garganta, sintiéndome estúpida a pesar de las

circunstancias. —Ya veo. Es lógico.

—¿Por qué?

—Que podría ser la única con la venda apretada sobre mis ojos.

Todo el tiempo pensé que te guardaba un secreto y eras tú el único

guardándomelo a mí.

—Ellie, no era exactamente igual…

—No me importa. No importa. Olvida que pregunté.

—No puedo olvidar que preguntaste. ¿Qué si pregunto por qué me

mentiste todo ese tiempo?

—No importa —repetí.

—Sí importa —dijo lo suficientemente alto para llamar mi atención.

Se aferraba al vaso, los ojos ardiendo—. Era un hombre diferente

entonces, sólo un chico, pero te amaba y nunca habría hecho algo para

lastimarte intencionalmente.

—El amor y el respeto no tienen que ir de la mano —repliqué, recordando lo que una mujer sabia una vez me había dicho. Y dicen que

nunca encuentras a alguien que valga la pena en los bares de carreteras.

Todavía tenía la licencia de conducir de esa mujer Martha en mi bloc de

notas.

—Eso puede ser cierto —admitió—. Tenía razones para ser infiel. Fue

más allá del sexo y amor.

—¿La amaste? —exclamé, sintiéndome enferma a pesar de mí

misma. Podía culpar al vino y al barco todo lo que quisiera.

—No, no lo hice. Pero tuve venganza. Tú más que nadie debes saber lo lejos que estás dispuesto a ir por ello.

—¿Qué tiene que ver la venganza con dormir con alguien más?

—¿Qué tiene que ver la venganza con mi amor? —dijo, su voz

colapsando en las últimas dos palabras para que salieran en un susurro.

Poco a poco me incorporé, sintiéndome mareada. —No debería

importar, pero te amaba.

—Me rompiste —respondió. Sus ojos se volvieron de acero.

No quería escuchar nada de esto. —¿Por qué me engañaste? Y no me

vengas con esa mierda de venganza. Si fuera venganza, esta cosa, entonces dime exactamente cómo era.

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—Su nombre era Patricia —dijo.

Oh, así que ella tenía un nombre. Sin palabras a eso.

Continuó, bajando la mirada a su vaso. —Era una buena chica. Lo

suficientemente agradable. Bonita. Me gustaba. Eso era todo lo que

necesitaba. Era la hermana de Enrique Morrow.

—¿Quién es Enrique Morrow?

—Enrique era uno de los de más alto mando en los Zetas. Patricia

vivía en New Orleans, él estaba en Nuevo Laredo. Llegué a conocerla,

supongo que de la misma forma que llegaste a conocerme. La usé para llegar a él.

Lo miré. —¿Y llegaste a él? ¿Funcionó?

Asintió y agitó el hielo en el vaso. —Sí.

—¿Qué paso con ellos?

Me miró brevemente. —Ambos están muertos. Los maté. La maté primero, en frente de él, para probar un punto. Sosteniéndola y tomando

su mano. Entonces corte su garganta. Y lo hice ver. Después, cuando

pensé que había sufrido lo suficiente, le corté la cabeza. Parecía apropiado,

considerando que los Zetas prácticamente pensaron que inventaron el

acto.

Mi boca se abrió. Necesitaba cerrarla. Decir que estaba horrorizada

era una subestimación. —¿Tú… tú le hiciste eso a la mujer con la que me

engañabas? —Un recuerdo destelló en mi cabeza, el de cuando los

encontré juntos, ese terrible acto de intimidad, él llamándola por sobrenombres cariñosos mientras yacían lado a lado en la cama, mi cama,

riendo. Lucían tan… enamorados. Tan en contacto uno con el otro. Eso es

lo que me había lastimado en mayor parte, más que el sexo—. ¿Cómo

pudiste hacerle eso? —dije suavemente—. Tú… que tu fueras capaz de eso

cuando estaba contigo… yo…

Terminó su bebida, luego llenó mi vaso con más. Me encontraba

demasiado aturdida para negar con un movimiento de mano. —Esto

ocurrió pocos meses después de que te fuiste.

—Eras un chico joven —dije, incapaz de aceptarlo. Verlo matar a su mejor amigo en nuestra cocina era una cosa. Pero saber que sólo unos

meses después de que lo dejé era el tipo de hombre que era capaz de

asesinar a una mujer con la que se acostaba, fingiendo estar enamorado,

de una manera tan brutal, para probar un punto terrible era… ni siquiera

sabía lo que era.

—Todo cambió después de que te fuiste —dijo, observándome de

cerca—. Todo.

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Una ráfaga de indignación estalló en mi pecho. —No te atrevas a

culparme de esto. ¡Ni se te ocurra!

—Te fuiste sin siquiera una nota…

—¡Follaste a otra mujer, en nuestra cama!

—Te dije que no significó nada.

Casi aplasté el vaso con mi mano. —¡No sabía eso entonces! No sabía

lo poco que ella significaba para ti. ¡Lo poco que obviamente la vida de un

ser humano significa para ti! Hiciste lo que hiciste y nunca tuviste que

hacerlo. Tú llamada excusa sólo empeora las cosas. ¡Vete a la mierda,

Javier! Todo esto para nada. Sólo para que pudieras tener tu jodida venganza y matar personas. No eres más que una bestia, un monstruo sin

corazón, ni siquiera estás hecho para tener dos piernas. No vale la pena

que tu corazón siga latiendo en tu pecho. —Él me miraba como si no

hubiera escuchado una palabra de lo que dije, así que agregué, con el suficiente veneno que pude reunir—: Me das asco.

Parpadeó un par de veces, luego puso los brazos alrededor de la

parte trasera del sofá y miró su reloj y el Wish tatuado que éste que cubría.

—Bueno al menos asco sigue siendo algo.

Negué con la cabeza, palabras y frases tratando de reunirse en el interior pero nada arreglado. Nada tenía sentido. Me bebí el resto de la

bebida de una sola vez.

—Dijiste que nos arruinamos el uno al otro —continuó, su voz baja

ahora—. Ambos no estaríamos aquí ahora si no lo hubiéramos hecho.

Me limpié la boca. —¿Y qué te hace pensar que me gusta dónde

estoy?

Cruzo los tobillos sobre las rodillas, un destello de piel dorada

oscura entre sus zapatos laterales altos y pantalones azul marino. Sin

medias.

—Porque yo te presenté a tu verdadera yo. Te hice ver el mundo

como naciste para verlo. No eres buena, Ellie.

Fruncí el ceño a él. —Suenas como Raul ahora.

—No, no soy como Raul. Solo veo la verdad. Te abrí a la vida que

naciste para vivir. Tú llegaste de… sólo sabías que esto crecía. Está en tu sangre tal como está en la mía. Somos líderes en la vida a la que

estábamos destinados, vidas que son emocionantes y peligrosas y llenas de

energía. Somos fuertes. Somos tan iguales, tan iguales, que a veces

desearía que me hubieras dicho entonces quién eras en realidad.

—Me habrías matado si lo hubieras descubierto —dije, lo temí

entonces pero lo sabía ahora. Mi mano se habría arrojado al mar como ese

muñeco ángel.

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Parecía considerarme, inclinando la cabeza. —Tal vez lo habría

hecho. Te amaba tanto, demasiado.

—¿Amar a alguien lo suficiente para matarla?

Él sonrió cáusticamente. —Es el romántico en mí.

De pronto se inclinó hacia adelante y puso la mano sobre mi rodilla. Me estremecí, mi corazón estallando en mi pecho, mis ojos ampliamente

congelados.

—Me alegro de que me temas, querida —dijo, sus dedos apretándose

en mi rodilla ligeramente—. Me alegro que te dé asco. Cuanto más sientas estas cosas con tanta fuerza, más te darás cuenta de lo correcto que soy.

Que tú y yo somos lo mismo. Que puedo ayudarte a conseguir lo que

tengo… poder, orgullo, respeto. Puedo hacerte mi reina. Y te rendirás en

tratar de ser buena, de ser mejor. Eres mejor ahora.

Sentí como si algo se interpuso en mi garganta. —Sacrifiqué mi vida para salvar a Camden y su familia. Soy buena.

Se inclinó hacia adelante, con los labios yendo a mi oído. Me

mantuve inmóvil, mirando las olas oscuras rodando más allá de su

hombro.

—No has sacrificado nada y ganaste todo. Elegiste estar conmigo. Ahora pertenece a ello. —Su aliento hizo cosquillas calientes, incluso

cuando se apartó.

Después de colocar el vaso en la mesita, comenzó a bajar las

escaleras hacia su habitación, su silueta recortada contra la luz de la cabina. Su voz gritó: —Que duermas bien, ángel. —Y se lo llevó el viento de

la noche al Golfo. Aun así todavía sentía su aliento en mi cuello. El calor

persistente. Esas palabras dañinas que fueron… oh, tan lentamente

recibidas en mi piel.

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12 Camden

Traducido por BeaG

Corregido por Daniela Agrafojo

Un momento me alejaba lentamente del tipo, las manos en el aire en

una muestra de paz. Al siguiente, un disparo resonó en alguna parte

dentro de la casa. Me quedé inmóvil, olvidando lo que Gus me había dicho,

que era correr y salir pitando de ahí. En vez de eso, actué por instinto.

A medida que el hombre se giraba sorprendido para mirar hacia la

casa, tomé el arma de mi cintura. Fue inteligente hacerlo porque al

segundo siguiente, antes incluso de que se volviera para verme, para ver la

pistola, buscaba por el arma que tenía.

Desafortunadamente para él, lo vencí en eso. Sostuve el arma en mi

mano, apuntándola directamente a su cabeza y dije calmadamente: —No

te muevas.

El hombre alzó las manos lentamente y plasmó una estúpida sonrisa

en su cara.

—Oye, hombre, no queremos problemas.

—¡Gus! —grité hacia la casa, acercándome hasta estar a unos

centímetros de distancia, el arma todavía en su lugar y lista—. ¡Ellie!

—¡Oh! —dijo el hombre, sorprendido—. Estás aquí por la perra.

Sin pensar, le di un golpe con el cuello de la pistola en la sien, justo

sobre su herida.

El hombre gritó y se agarró la cabeza, cayéndose al suelo, pero lo

agarré por el cuello de su camisa y lo levanté de nuevo. Lo arrojé contra la

puerta, su cabeza sacudiéndose contra esta, y puse la pistola debajo de su barbilla.

—Escúchame, pedazo de mierda —dije, mi voz rompiéndose con

rabia—. ¿Dónde está ella? Dime donde está. ¡Dime!

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El hombre no lucía asustado en lo absoluto. La oscuridad se instaló

en mí, avivando el fuego, y me hizo hundir más la pistola en la garganta,

hasta que estuve seguro de que podía sentir su pulso contra el cañón.

—¡Dime! —grité, sin importarme que estuviera atrayendo la

atención. Si ese disparo había sido hacia Ellie… que Dios me ayude. Quemaría la casa completa con todos en ella.

Apretó sus labios cerrados, como si me estuviera retando a que le

disparara. Le golpeé en la sien una vez más, más sangre corrió por su

rostro y luego lo arrastré hacia dentro de la casa. Estaba oscuro en el primer piso, pero las escaleras guiaban hacia las habitaciones bañadas por

la puesta del sol.

—¡Gus! —grité de nuevo.

—Aquí arriba —dijo desde el segundo piso. Sonaba bien.

—¿Dónde está ella? Tengo a alguien aquí pero no hablará.

—El mío tampoco lo hará.

Subí las escaleras, arrastrando al hombre hasta que su camisa polo

comenzó a rasgarse. Puse una mano en su brazo y mantuve la pistola

firmemente presionada contra sus costillas. Seguía tropezando sobre sus

pasos por la sangre en sus ojos, pero no me importaba.

Caminé dentro de una pequeña sala de estar y una cocina que daba

a un pórtico a través de dos puertas francesas. Una de las puertas se

hallaba abierta, la salada brisa viniendo a través de ella. Aquí es donde

Ellie cenaría. ¿Había cocinado para él? ¿Tomaban el café juntos en la mañana?

—Estoy aquí —dijo Gus, y seguí su voz por el pasillo hasta una

puerta abierta al final, ignorando el calambre en mi mano por agarrar el

arma tan apretadamente. Miré dentro de la habitación y vi a Gus parado a

los pies de una cama sin hacer, un agujero de bala en la pared. En el suelo había un gran hombre calvo, con un disparo en el hombro, el arma a unos

centímetros de su mano abierta. La sangre empapaba la alfombra debajo

de él.

Sabía lo que le había hecho al hombre en mis manos, pero la vista aún me quitaba la respiración.

—¿Está muerto? —pregunté.

Gus asintió, con los ojos aún en él, como si estuviera esperando que

el hombre saltara de la tumba.

—Desafortunadamente tuve que dispararle primero, luego hacer las preguntas. —Me miró, notando al hombre a mi lado por primera vez—.

¿Quién es ese?

—No lo sé —dije—. Él abrió la puerta. Sabe sobre Ellie.

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Gus sacudió su cabeza. —Ella no está aquí.

—¿Cómo lo sabes?

Se encogió de hombros y pateó la pierna de hombre. —Simplemente

lo sé. Javier y ella se han ido. Raul. Sus guardaespaldas. Estos chicos son

descuidados. Ellos son los que se quedan atrás para regar las plantas.

El hombre en mis manos gruñó, como si estuviera insultado por ese

comentario.

—Bueno, entonces pienso que deberíamos intentarlo y hacer que

hable —dijo Gus, acercándose. Miró al hombre y luego me lanzó una mirada que pude haber tomado como impresionado cualquier otro día—.

Golpear una vieja herida. Chico inteligente. —Señaló hacia la cama—.

Aquí, déjalo. Los dos tenemos pistolas así que no irá a ninguna parte.

Le di un tirón hacia delante y luego lo empujé, así que salió volando.

La sangre salpicó las sábanas. Fue entonces cuando me di cuenta de lo que veía. La habitación de Ellie y Javier.

Casi me uno al hombre en la cama, aunque fuera para oler la

almohada. Tenía que saber si ella había dormido aquí, si se encontraba

viva, sólo recordar como olía. Pero me mantuve quieto. En vez de eso, noté

una pila de ropa que llegaba hasta el baño. Me acerqué, confiando en que Gus vigilaba al guardia de la casa de Javier, y la recogí. Los vaqueros de

Ellie. Su camiseta. Lo que usaba el día que se fue con él.

Los sostuve, como si fueran una creatura herida.

—No hay sangre —dijo Gus, su pistola apuntando al hombre, aunque sus ojos estuvieran puestos en la ropa—. Solo están sucias.

Tampoco parecen haber sido arrancadas, por como lucen.

Di un paso hacia el baño. La ducha goteaba esporádicamente, la

toalla se sentía húmeda al tacto. Ella estuvo aquí. Se dio una ducha.

Arrojó su ropa sucia. ¿Y luego qué? ¿Qué usó? Estaba sola mientras se cambiaba o…

Tuve que contener la bilis que inundaba mi garganta. La idea de

Javier y Ellie juntos. Desnuda, él tocándola. Tomando ventaja de ella.

La oscuridad se extendió rápidamente. Me sentí a la deriva.

Me di la vuelta, tirando sus ropas en el lavabo y marchando

directamente hasta el tipo, el arma de vuelta a su rostro.

—¿Javier la hirió? —bullí, escupiendo en su cara.

El chico soltó una pequeña risa e inmediatamente golpeé la pistola

contra su cara. Crujió, chocando contra su hueso y sus dientes.

—Oye, Camden —dijo Gus, firme pero con suavidad. Yo fingí no

escucharlo.

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—Lo haré del otro lado para igualar las cosas —amenacé—. Ahora,

dime si la lastimó. Dime qué le pasó. Dime dónde está.

El hombre escupió sangre y me miró a través de un ojo enrojecido.

—No te diré nada. Excepto que ella se merece lo que sea que le pase.

—Camden —advirtió Gus. Me mordí la lengua hasta que probé la sangre, mis pulmones apretando y apretando, una caliente mano negra a

su alrededor, incitándome, queriendo que perdiera el control y condujera

la pistola hasta la cabeza del tipo. Sabía que la mierda que decía era para

provocarme, y funcionaba condenadamente bien. Él no sabía lo serio que yo era. No sabía cuán lejos llegaría.

Ni siquiera yo lo sabía.

Pero una parte de mí se sentía realmente curiosa.

—Cuerda —gruñí entre dientes—. Consigue algo de cuerda, Gus.

Gus vaciló, pero fue directo al armario. Lo abrió y dejó escapar un silbido a través de sus dientes.

—¿Qué pasa? —pregunté, no queriendo quitar mis ojos del tipo. Aun

me miraba, desafiándome a hacer algo, a dispararle. No quería dispararle.

Quería respuestas.

—La ropa de Ellie —dijo en voz baja—. Está toda aquí. Ese demente la guardó todos estos años.

Eso no era de ayuda. —Cuerda, Gus.

Oí un tintineo metálico y él volvió con un cinturón. —Los cinturones

funcionan muy bien.

—Necesito tres más. Lo ataremos a la cama.

Suspiró y volvió con más. —¿Te importaría decirme qué es lo que vas

a hacer?

Sacudí mi cabeza. —Quiero respuestas. Luego nos iremos.

—Bueno, mejor lo haces rápido porque, a menos que tengan balaceras todas las tardes, alguien va a reportar eso. Puedes apostar que

los policías vendrán.

—Será rápido si él habla. Si no lo hace, no tenemos nada.

El hombre sonrió ante eso. Tomé toda la energía que tenía de querer golpear su rostro y la puse en amarrar el cinturón alrededor de uno de sus

brazos y enrollarlo en uno de los postes de la cama. Gus se encargó del

resto. El tipo era un poco bajo, así que tuvimos que improvisar en sus

piernas con la adición de las corbatas de seda de Javier. Se sentía un

tanto poético.

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No tomó mucho tiempo antes de que estuviera atado y expandido

sobre la sangrienta sábana. Aun no lucía asustado, no parecía que tuviera

alguna clase de dolor, no lucía como si estuviera preocupado.

—Ahora, habla —dije.

—Ustedes dos están tan muertos —dijo, arrastrando las palabras alrededor de su labio hinchado—. ¿Qué vas a hacer, dispararme en una

pierna? Solo atraerás más atención. Además, he pasado por cosas peores.

—Oh, bien —dije, acercándome—. Será un buen experimento

entonces, a ver si me acerco. —No estaba seguro de quien hablaba, las palabras que salían de mi boca, la extraña sensación de calma, casi una

droga, que reemplazaba la rabia. Me asustaba más que la ira, que la

oscuridad. Esto era otra cosa. Siniestra.

—Camden, tal vez deberías dejarme manejar esto —dijo Gus, dando

un paso hacia delante.

Le hice un gesto con la mano. —Puedes hacerlo la próxima vez. Creo

que él nos va a decir adonde fue ella.

Bajé la mochila de mi hombro y saqué mi arma secreta, mi máquina

de tatuajes. Todavía tenía tinta, azul brillante.

—¿Qué demonios es eso? —preguntó Gus, incluso aunque todos sabíamos que era.

—Una pistola para tatuajes —expliqué—. Bueno, la llamamos

máquina. En este caso, pistola parece calzar. No dispara balas pero puede

disparar bastante dolor si la pones en el lugar correcto y la presionas lo suficiente. —Tomé la aguja y la presioné contra el estómago del hombre,

justo debajo de su pecho, sintiendo su pulso debajo de su piel—. Siempre

me he preguntado si puedo tatuar los órganos de alguien. Sabes que

alguien va a pedir eso algún día.

Finalmente vi ensancharse ligeramente los ojos del hombre. Sonreí de vuelta.

—En serio —continué—. Estoy curioso. ¿Te importa ser mi

experimento…? ¿Cuál dijiste que era tu nombre?

La mandíbula del hombre se movió hacia atrás y hacia delante. Debatiendo.

—¿Esa es tu primera pregunta, cuál es tu nombre?

—Camden, no tenemos tiempo para esto.

Ignoré a Gus. —Esta es una aguja lineal, lo suficientemente gruesa.

Similar a las que hicieron los tatuajes en tus brazos. Excepto que los tuyos están bien hechos, y yo hice algunos ajustes con la longitud de la aguja.

Apuesto a que al menos podría perforar tu estómago si presiono lo

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suficiente. ¿Tal vez llenarlo con tinta? ¿No sería eso algo? Te tatuaría

desde dentro hacia fuera.

—Jesús —murmuró Gus.

Conecté la máquina y puse un pie sobre el pedal. —Tu nombre —

repetí.

El hombre vaciló. Yo no. Hundí la aguja en el medio de su abdomen,

justo debajo de sus costillas, presionando tanto como se podía. Se sentía

increíblemente mal hacer esto, iba contra todo lo que alguna vez había

aprendido. Iba más allá del arte ahora. Me llevaba a otro nivel. Un mal lugar.

El hombre lanzó un grito de dolor y me quedé con la aguja tan

profundo como podía. Tres centímetros de una ajuga para tatuar era un

dolor que nadie debería sentir alguna vez.

Casi sentí lástima por él. Luego recordé quien se hallaba en juego.

—F-Felipe —tartamudeó—, Felipe Alvaraz.

—Bien, bien —dije, sacando la aguja de su pecho. Un remolino de

color rojo sangre y tinta azul brillante se unió para formar una piscina

desbordante de color purpura—. Siguiente pregunta. ¿Ellie está bien?

¿Está herida?

Él sacudió su cabeza. —No está herida. Está bi-bien. Ella es la que

le hizo esto a mi cabeza.

Sonreí para mí mismo. Buena chica.

—¿A dónde la está llevando Javier? ¿Qué quiere con ella?

Los labios del hombre formaron una delgada línea. Alcé la máquina,

recordándole.

—Dime y no lo haré más. ¿A dónde están yendo y por qué?

—Vete a la mierda.

—Respuesta incorrecta. Gus, mantén la parte posterior de su cabeza, por favor.

Gus no se movió. Le lancé una mirada de acero. Me fruncía el ceño,

lo más preocupado que lo había visto nunca.

—Gus, hazlo ahora. No tenemos tiempo.

Asintió despacio, y luego se inclinó a través de la cama, presionando

sus grandes manos sobre la frente del hombre. Él movió su cabeza hacia

delante y atrás, tratando de escapar, pero Gus puso la otra mano en la

barbilla, manteniéndolo en el lugar.

—¿Qué estás haciendo, Camden? —preguntó.

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—Las mujeres se están volviendo locas por tatuajes de delineado

permanente en los ojos. Pensé en hacerlo una tendencia. Obtener un poco

de práctica en lo que no debería hacer.

Los ojos del hombre pestañearon hacia mí con horror. No sentí nada.

No me quedaba nada de nervios y mi mano se encontraba tan firme como una roca. Si esto era lo que se sentía ser como Javier poniendo esa bala en

la cabeza del tío Jim, bueno, en alguna jodida manera podía entender el

arranque.

—Mantenlo quieto. No quiero fallar.

Tomé la máquina, encendiéndola de nuevo, saboreando el zumbido y lo puse justo por encima de un ojo de Felipe.

—Dolerá menos si mantienes los ojos cerrados.

En realidad no importaba. Pero él no tenía que saber eso.

Bajé la aguja y el hombre cerró sus ojos fuertemente, luchando contra el firme agarre de Gus. La presioné, solo un poco, sobre el párpado

arrugado. Él hombre gritó. Luego presioné más lejos, como si estuviera

perforando una uva muy densa.

Los gritos llenaron la habitación.

—Camden, para —dijo Gus.

—Dime adónde fueron y por qué la tiene, o la sacaré con todo y tu

globo ocular todavía unido. —Presioné un poco más. Tinta llenó el agujero.

Si tenía suerte, sólo llenaba de tinta el área alrededor de su córnea,

causando un color permanente pero no un daño mayor. Si iba a través de su retina, estaría ciego de por vida.

—¡Está bien! —gritó el hombre y luego comenzó a hiperventilar—. E-

ellos, él, Javier, la llevó a México.

Intercambié una mirada con Gus. —¿Por qué? ¿Qué hay en México?

—Travis —lloró el hombre—. Oh por favor, solo sácala de mi ojo.

Sentí como si mis pulmones estuvieran llenos de arena.

—Lo haré —le dije, tratando de respirar—. ¿A qué parte de México?

—No lo sé. Veracruz, tal vez. El Golfo. Travis tiene lugares en todas

partes.

—¿Por qué la está llevando a verlo?

Él comenzó a temblar, convulsionando, sucumbiendo al dolor y al

pánico.

—¡No lo sé! No era parte del plan.

—¿Cuál era el plan? —preguntó Gus rápidamente. La urgencia se expandía.

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—Sus padres. Él quería que ella matara a sus padres. Pensó que

ellos volverían aquí.

Esas palabras se hundieron en la habitación.

Sacudí la cabeza. —¿Por qué volverían? ¿Están trabajando para

Travis?

—No lo sé. Por favor, por favor solo déjame ir.

Miré a Gus por su opinión. Él solo asintió. Había acabado. Teníamos

la información y ahora teníamos que salir de aquí.

—No te muevas, Felipe —le dije, y mientras presionaba alrededor de su párpado, saqué la aguja. Dejó escapar otro grito de dolor y yo metí la

máquina en mi mochila—. Ahora abre tu ojo. No te preocupes, solo estoy

chequeando a ver si hay daño.

Felipe se estremeció, asustado.

—Camden, tenemos que irnos ahora. —En la distancia se podían escuchar las sirenas, chillando sobre la brisa.

—Mírame —dije, levantándome e inclinándome sobre él.

Felipe trató de abrir su ojo pero no pudo. Puse mis dedos a cada

lado y lo forcé a abrirse. Era un jodido desastre. Tinta azul manchando el

blanco. Pero su iris y su pupila seguían sin colorear.

—No te quedarás ciego. Solo lucirás como un idiota por el resto de tu

vida.

Me di la vuelta, limpiando mis manos en mis vaqueros. —Supongo

que deberíamos dejarlo atado, ¿Cierto? —le dije a Gus—. Si tiene suerte, alguien lo soltará.

—Si —dijo con una voz extraña. Me giré para mirarlo. Gus tenía un

arma apuntando a la cabeza de Felipe.

—¡Gus, no! —grité, pero ya era muy tarde.

Apretó el gatillo. Le disparó a Felipe directamente en la sien. Causando que su cabeza se inclinara hacia un lado. Vivo un minuto,

muerto en el otro.

Tenía problemas para hablar, el disparo aun resonando en mis

oídos.

—Él habría estado bien —dije, finalmente—. Realmente no lo herí.

Me dio una mirada extraña. —No, pero podrías haberlo hecho.

Querías hacerlo.

—No. No quería que muriera. —Se sentía como una mentira en mis

labios.

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Gus se acercó a mí y puso una carnosa mano sobre mi hombro,

mirándome a los ojos.

—Habría hablado. Aún tenemos el elemento sorpresa. No podemos

permitirnos correr ningún riesgo, no después de esta noche.

Caminó hacia el pasillo y se paró en el marco de la puerta. —Este es un mundo diferente ahora. No eres Camden McQueen. Eres Connor

Malloy. En este mundo, tendrás que hacer cosas que nunca pensaste qué

harías, cosas que desearías nunca haber hecho. Pienso que tuviste una

probada de eso hoy. Ese sabor se quedará en tu boca. Ahora vamos. Tenemos que salir de aquí.

Lo seguí por la puerta, peleando contra el instinto de darme vuelta y

mirar al desastre que habíamos hecho. La muerte de Felipe ahora residía

en mis manos tanto como lo hacía en las de Gus.

Tinta y sangre.

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121

13 Ellie

Traducido por hermanaoscura & *~ Vero ~*

Corregido por Merryhope

Después del incidente en la cabina, Javier volvió a ignorarme

durante unos días. Bueno, tal vez no era que me ignoraba tanto como que

se mantenía tranquilo y extrañamente profesional. Cualquiera que fuese la

intimidad que compartimos (esos secretos desenterrados del pasado) se había ido, como si nunca hubiese pasado y regresamos a la tensa relación

de chantajista y rehén.

Los siguientes días se arrastraron con lentitud, saliendo del Golfo de

México. Vimos muy pocos barcos, supongo que porque todavía era época de huracanes. Y, sin embargo, el tiempo era absolutamente hermoso, el

cielo despejado imitaba la superficie del agua. Extendiéndose por siempre

y para siempre. Navegábamos a través de la nada. Este era el lugar al que

venías cuando querías sentir cada minuto pasar por tu piel.

Me sentía más cómoda en el barco, pero al mismo tiempo, mis nervios se freían en mi pecho como los huevos en una sartén. No estaba

segura de lo que se esperaba de mí una vez llegásemos a México y estaba

demasiado asustada para hablar de ello con Javier. ¿Era como creía? ¿Era

el cebo o Raul acertaba y yo era la verdugo?

Esas palabras hacían eco en mi mente, las cuales no era buena

escuchando, que había nacido para ser mala. Era casi ridícula y cursi la

manera en que él lo dijo, pero no había duda en su condena. Yo sabía en el

fondo que salvé a Camden porque era lo correcto, porque quería

compensarle por todo lo malo que le había hecho, por todo en mi vida. Sabía que esa era la razón por la que fui con Javier. Pero Javier creía todo

lo contrario y sabía que no pararía hasta que demostrase su punto. El

sostenía los grilletes de mi pasado y me amenazaba con ellos.

En nuestra última noche en el mar, vimos tierra. En realidad, yo la

vi. Me encontraba en la parte delantera del barco, sentada en una toalla de

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playa que extendí en la cubierta. “Angel” de Massive Attack sonaba por los

altavoces que saqué de uno de los salones. Los bajos construyendo ese

primer vistazo de la superficie terrestre brumosa, apenas aparecía en la

suave curva del horizonte. Era tan discordante, tan extrañamente

aterrador y diferente.

—Tierra a la vista —grité y luego me eche a reír. Siempre había

querido decir eso.

Podía oír el alboroto en la parte posterior de la nave, tal vez la

tripulación o Raul. Era curioso como algo tan normal como la tierra podía

ser tan emocionante, en este estado de ensueño de profundas aguas azules y peces voladores, significaba algo para nosotros.

Abracé mis rodillas en mi pecho, incapaz de apartar los ojos de la

tierra, ya que se acercaba cada vez más. De repente había una sombra

sobre mí y el aire quemaba. Javier se sentó en la cubierta junto a mí, emparejando mi postura. Hoy él era todo “dulce” conmigo.

—Es extraño, ¿no? —preguntó con los ojos fijos en el horizonte al

igual que los míos.

—Sí. Hipnótico.

—No les pertenece.

—¿Eso crees?

—Somos libres aquí. ¿No lo sientes?

Le di una rápida mirada curiosa. —Suenas como un verdadero

marinero.

Asintió sutilmente. —Es por eso que los hombres de todas partes se

dirigen al mar, todos estos años. Aquí, puedes ser tú mismo, y eso es todo.

—¿Quién eres tú aquí?

Entrecerró los ojos. —No lo sé. Pero creo que soy feliz.

Me froté los labios, difuminando los últimos restos del bálsamo labial. —¿Entonces por qué vamos allí? ¿Por qué no navegamos por

siempre?

Giró la cabeza hacia mí bruscamente, con las cejas levantadas. —

¿Te gustaría eso? ¿Navegar conmigo?

Eso no era exactamente lo que había dicho. —Sería feliz si nos

diésemos la vuelta y regresásemos por donde vinimos.

Parecía decepcionado por la respuesta y de nuevo puso la atención

sobre el horizonte. —¿Es eso cierto?

Ahora mismo era un momento tan bueno como cualquier otro para morder la bala. A pesar de que el barco se movía poco a poco para quedar

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paralelo a la costa, la tierra todavía estaba a la vista, al alcancé, más allá

de la bruma.

—Javier —comencé lentamente—, ¿quieres que mate a Travis?

¿Quieres que apriete el gatillo?

El respiró entre dientes y se dio unos golpecitos con los dedos en la pierna un par de veces.

—Ellie, no quiero que hagas nada que no quieras hacer.

—Sí, lo haces. No quiero hacer nada de esto, quiero ir a casa.

—Pero no tienes casa. No tienes familia. No tienes nada. Ni siquiera tienes a Camden.

Intenté no hacer una mueca. —No necesito nada de eso. —Eso fue

una mentira, por supuesto, porque necesitaba a Camden. Lo necesitaba

para ser buena. Pero cuanto más navegábamos, más sabias que no lo

podía tener. Más estaría envuelto en su pasado, al igual que yo fui quedándome atrapada en el mío.

—Tienes que dejarlo ir. —Puso su mano en la cubierta y se apoyó en

ella, su reloj brillaba lo suficiente para que tuviese que mirar hacia otro

lado—. Deja ir lo que pensabas que iba a pasar. Las cosas cambiaron.

Elegiste este camino y este es en el que estás. Atracaremos en una playa al norte de Los Tuxtlas. Tomaremos un coche en un lugar cercano a

Veracruz. Encontrarás a Travis y tú… lo conocerás. Este es el camino por

el que vas, Ellie, y es el único que tienes ahora.

Tragué saliva. —¿Y entonces qué? Lo conozco, lo cual sigo pensando que es una estupidez ya que él sabrá quién soy.

—Te lo dije. No lo hará.

—Lo sabrá.

—¿Crees que te enviaría a fracasar? —preguntó tan bruscamente

que tuve que mirarlo. El sol había bronceado su rostro aún más en los últimos días y, por el contrario, sus ojos parecían más claros que nunca.

Deseé que llevase gafas de sol.

—No sé qué pensar —respondí finalmente.

—Llegarás a conocerlo. Me lo traerás a mí. Y yo lo mataré.

—¿Y yo no?

—Solo si quieres. Solo si crees que eres lo suficientemente fuerte.

—Matar personas no tiene nada que ver con ser fuerte.

Bajó la barbilla, me bloqueó en su mirada, la cual se hacía más

difícil de ver a cada segundo.

—Lo hace cuando es alguien que se lo merece. Quien lo necesita.

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¿No recuerdas lo que ha hecho con nosotros?

Mi cabeza se sacudió. —¿A nosotros?

Sus fosas nasales se abrieron y rápidamente se puso en pie. Caminó

hacia las dos anclas, sus pantalones flojos ondeando al viento como una

bandera.

No sé por qué, pero me levanté, colocando los altavoces en la parte

superior de la toalla para que no volasen lejos al océano, y lo seguí.

Estábamos transitando hoy, el pescante y la vela mayor, aferrados con

fuerza, el barco fácil de caminar.

Se detuvo en la parte delantera y se recostó con un brazo contra el

mástil. Me paré con un pie hacia atrás, sintiendo la energía extraña que

rodaba fuera de él. Esperé a que hablara, lo que parecieron horas.

—Una vez que me enteré de que Travis quería intimar con ellos, con

Los Zetas, supe en mi corazón que las cosas terminarían mal. Travis se cambió de bando, aun sabiendo lo que le había pasado a mi padre y a mi

madre. Sabía que yo nunca sería agradable con ellos, que siempre me

pelearía con ellos, que siempre trataría de enterrarlos. Travis lo hizo de

todos modos, creo que, para alejarse de mí. Debido a que lo amenazaba,

¿te das cuenta? Sabía que yo les gustaba a todos, que era más joven, más inteligente, más rápido. Que era mejor que él en todos los sentidos y me

quería fuera de escena. ¿Qué mejor forma de… hacerme daño… que

uniéndose a ellos? Casi genial, ¿verdad?

Asentí a pesar que de no podía verme. Él suspiro y continuó: —Nos separamos. Se puso feo. Luego se puso más feo. Íbamos a la par, así que

quería cometer los mismos puntos que yo tendía a hacer. Pero él es un

hombre brutal. Puedes pensar lo mismo de mí también, pero no lo

conoces.

—Como que sé de lo que es capaz de hacer —dije en voz baja.

En tanto que se giró sus ojos se dirigieron hacia mi pierna antes de

darse la vuelta y mirar el horizonte. —Sí, sí lo sabes. Y Travis, el Sr.

Raines, fue y tomó algo muy querido para mí.

Todo hizo clic en mi mente. El barco balanceándose debajo de mis pies. —Beatriz —exhalé.

—Sí, mi hermana mayor. La que estaba a cargo de los más

pequeños. Mi amiga más cercana, en realidad. La encontró, la violó,

obligando a su marido a mirar. Entonces la mató. Lo mató. Mató a los

niños. Cortó sus cabezas y las puso frente a un concurrido hotel, justo fuera del vestíbulo. Quemó los cuerpos cerca. Tomo muchas fotos.

Di un grito ahogado. De hecho, lo había visto en las noticias.

Reconoció mi expresión. —Así que ya sabes. Lo has visto. Hizo su punto, y

se aseguró de que todo el mundo lo viese, se aseguró de que yo lo viese sin

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importar dónde me encontraba. Mi hermana y su familia eran un ejemplo

de en lo que se convertía la violencia del narcotráfico mexicano. Nadie

podría olvidar lo que pasó. Y, por supuesto, se aseguró de que supiese lo

que venía después. Que nadie a quien amase volvería a estar a salvo.

Me limpié las manos en los pantalones. —¿Tus otras hermanas están a salvo?

—Por ahora —dijo antes de darse la vuelta para mirarme—. Esa es

una de las razones por las que voy a México. Incluso cuando Travis esté

muerto, no puedo contar con que alguien más no fuera detrás de ellos. Somos como los zombis que ves en la tele, sabes. Nunca nos morimos.

Alguien surge en nuestro lugar que se parece a nosotros y habla como

nosotros. Todos somos intercambiables.

—Tú no eres como… —comencé y luego me detuve porque iba a

decir que él no era como Travis cuando lo conocí. No era tan depravado como Travis, pero seguía siendo algo más. Algo malo, letal y deplorable.

—Lo soy —dijo con una pequeña sonrisa—. Y porque sé lo que soy,

se cuándo estamos a salvo y cuando no. No mientras él todavía esté vivo.

Tenemos que matarle. ¿Lo ves ahora?

Asentí, encontrando loco que pudiese entender su lógica. Hubo un tiempo en que quería tirar ácido en la cara del hombre y ver como su piel

se desvanecía, mientras le quitaba su libertad. Nunca lo hice, Javier se

puso en el camino. Y ahora estaba en mi camino de nuevo, esta vez para

acabar de una vez por todas.

Quería a Travis muerto. Lo sabía ahora. Pero si eso me hacía fuerte o

no, no era parte de la ecuación. Me gustaría hacer esto por mí misma, por

la hermana de Javier, por sus hijos, por las innumerables personas que

murieron o fueron torturadas en sus manos. Por todos los que alguna vez

sufrieron a causa de las drogas, el dinero, las armas, el crimen y todo con lo que una vez me había envuelto.

—Entonces —dije, sintiendo el cambio de masa de tierra delante de

mis ojos, pasando del miedo a algo que quería abrazar—, dime todo lo que

tengo que hacer.

Una sonrisa lenta se extendió por su cara.

A la mañana siguiente me desperté con un profundo estruendo y

gritos emocionados. Me levanté rápidamente, sintiendo la emoción y me

deslicé en un vestido que llegaba hasta el suelo. Era uno que había

comprado durante una excursión a Miami con Javier, algo floral verde y amarillo brillante que logró lucir a la moda y ocultar mis cicatrices, al

mismo tiempo.

Por supuesto, mis cicatrices eran hermosas ahora que Camden las

había transformado. Pero supongo que los viejos hábitos difícilmente

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morían.

Corrí hasta la primera cubierta y miré hacia el costado. A la

izquierda se encontraba la enorme extensión de playa flanqueada por ricos

acantilados verdes y exuberantes bosques en el interior. La tierra era tan

grande que literalmente me dejó sin aliento.

—Hermoso, ¿no es así? —dijo la voz de Javier volando desde el

puente. Me protegí los ojos para mirarlo. En la parte delantera de la nave,

las anclas cayeron, los mecanismos zumbaron hasta que se pusieron en

contacto con el suave fondo del mar.

Miré de nuevo a la tierra. Estábamos aquí. México.

Me quedé de pie en la barandilla por un tiempo mientras todo el

mundo se pavoneaba a propósito a mi alrededor, preparándose. La playa

parecía no terminar nunca y parecía desierta al principio, sin ninguna

señal de civilización. Pero cuando mis ojos se acostumbraron a los destellos del agua y de la bruma del sol de la mañana, pude ver un par de

tiendas de campaña brillantes creadas en la playa, situadas entre unas

palmeras y un barco de pesca arrastrado a la orilla. No era la playa de

arena blanca que esperaba ver, sino algo más terrenal y salvaje.

Una mano se hallaba en mi codo. Sabía quién era sin mirar.

—¿Está todo empacado —preguntó Javier .

Asentí con la cabeza —¿Qué playa es esta otra vez?

—Playa Escondida. —Bajó la mano y pude sentir sus ojos cortando

por mi espalda—. Te amé con este vestido.

Entonces se alejó, dando órdenes en español al equipo mientras

preparaban el zodíaco para bajarlo al agua. Me mordí el labio durante

unos segundos, mi mente inquieta, mis entrañas cayendo.

Pronto yo, Javier, Raul, Pedro y uno de los chicos de la tripulación,

Oscar, estaríamos tomando cuidadosos pasos por la escalera hacia abajo y en el zodíaco. Una ola fluyó y lanzó el barco lejos de mí mientras subía.

Perdí mi postura momentáneamente, pero Javier estaba allí, con ambas

manos envueltas alrededor de mis brazos, sosteniéndome en mi lugar.

—¿Estás bien? —preguntó, sosteniéndome demasiado cerca de él.

Asentí con ansiedad, esperando que diera un paso de distancia. Pero

me sostuvo, llevándome a mi asiento. Oscar siguió después de mí y bajó el

resto de los bolsos en el bote. Entonces uno de los chicos de la tripulación

tiró de la cuerda de nuevo en el bote y nos deslizamos hacia atrás. Se

sentía como si nos estuviéramos moviendo tan lento como las olas, rodando hacia arriba y abajo, el barco, su bella Beatriz, cada vez más

pequeña a medida que nos dirigimos hacia la orilla.

Javier nos dijo que el aterrizaje en la playa podría ser un poco

complicado ya que tendríamos que surfear por el zodiaco. No era

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exactamente la forma más elegante y con clase de llegar a la orilla, pero un

barco como el de Javier tendría que ser lo más discreto posible. No había

manera de que pudiéramos anclarlo en el puerto sin llamar la atención.

Aquí, en Escondida, realmente estábamos ocultos. No había complejos

turísticos, ni restaurantes, ni carreteras. Simplemente surf, arena y selva.

Por suerte, Javier era tan hábil maniobrando en el zodiaco como lo

era para matar personas. Llegamos a la orilla sólo ligeramente húmedos y

pronto los hombres habían saltado del bote y rápidamente nos arrastraban

dentro de la isla.

Javier se acercó a ayudarme pero salí del bote antes de que tuviera

la oportunidad de tocarme otra vez. Para alguien que dijo que nunca me

tocaría, había estado haciéndolo mucho más últimamente. Una vez que

todo nuestro equipo se encontraba en la playa, mi bolso de viaje más

algunas bolsas de cuero para el resto, Javier hizo una seña a Oscar para que vuelva al barco.

—Voy a estar en contacto —le dijo—. Mantenla ahí, ella estará bien

incluso en la tormenta más grande. Si te llamo y te digo que te vayas, lo

haces. Llévala a la estación cerca de Campeche, a la marina. Tengo un

espacio reservado allí por si acaso. Espera allí hasta que me ponga en contacto contigo. Ese barco, es tu mayor prioridad.

Oscar asintió con entusiasmo, feliz de tener esta responsabilidad en

sus manos. Me pregunté qué tan confiable era entonces pensando que la

confianza nunca sería un problema con Javier al mando. Las consecuencias serían siempre demasiado viles.

Los cuatro nos quedamos de pie en la playa, nuestros tobillos

empapados del mar, y vi como Oscar luchó con el zodíaco a través de las

olas. Hubo algunos momentos en los que parecía que iba a darle la vuelta,

pero se las arregló para pasar y pronto fue presentado a Beatriz, el barco brillando en la distancia.

Nos miramos el uno al otro, y por primera vez desde que llegamos,

sentí la gravedad real de la tierra bajo mis pies. La forma en que me

sostuvo allí. Lo que significaba estar en tierra.

Javier leyó mi cara e hizo un gesto con el brazo. —Vamos, tenemos

que empezar a movernos.

Se dio la vuelta y se dirigió hacia un arroyo que serpenteaba fuera de

la selva, un afluente que casi llegaba al mar. Caminamos por la arena, mis

ojos atraídos por los campistas en la playa. Parecían una familia mexicana, encendiendo una fogata, niños corriendo. Me pregunté lo que

pensaban del yate posado fuera de la costa, de nuestra llegada, o si no

pensaban nada de eso en absoluto.

Una vez que nos encontramos en el bosque, la temperatura se disparó. Todos sudábamos en segundos ya que los árboles que sobresalían

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y la densa vegetación parecían mantener el calor adentro. Nos

encontramos con un camino de tierra estrecho y lo tomamos durante unos

minutos, todos en silencio, reflexionando y con cautela.

El olor a mierda de caballo asaltó mi nariz, al igual que un rayo de

sol que de repente rompió a través de los árboles e iluminó el terreno frente a nosotros. Había un claro con un pequeño potrero y una cabaña.

Seis caballos huesudos se hallaban allí con indiferencia matando moscas

con el rabo.

—¿Hola14? —gritó Javier. Esperamos, oyendo una conmoción en la cabaña, y la puerta se abrió de golpe. Un viejo hombre mexicano con una

larga cabellera gris recogida bajo una gorra de béisbol salió, un libro en

sus manos. Parecía tan huesudo como los caballos en su cuidado.

Javier habló rápido y fluido español con él, demasiado rápido para

que lo entendiera. De lo que he entendido este iba a ser nuestro transporte durante un tiempo. Miré los caballos nerviosamente. Personalmente

amaba los caballos y siempre me había sentido cómoda en uno, pero

dirigiéndonos por la selva mexicana en quién mierda sabe dónde con un

cartel era algo diferente.

Finalmente el hombre juntó las manos con entusiasmo antes de regresar a su choza.

Javier señaló con el pulgar en su dirección. —Ese es Burt Reynolds

—¿Burt Reynolds?

Se encogió de hombros con gracia. —Así es como se llama a sí mismo. No habla inglés, así que no te molestes en intentar. Él nos va a

llevar al Montepío. La única manera de entrar o salir de aquí es a caballo

—O Barco —reflexioné y vi como Burt Reynolds volvió a salir de la

choza con un manojo de bridas y paquetes. Se movió con mucho espíritu

para un viejo hombre de aspecto marchito y en poco tiempo los caballos estuvieron listos. Hizo un gesto para que nosotros nos acercáramos y

comenzó a hablar en español hacia mí sobre una pequeña yegua.

—Su nombre es Churro. —Javier se inclinó hacia mí—. Trata de no

comerla.

Hice una mueca ante su broma de mal gusto y me presenté al

caballo haciéndole oler mi mano. Ella no tenía ningún interés en absoluto.

No había ninguna silla de montar, sólo cintas y paquetes envueltos

alrededor de la cruz y el pecho, donde mi bolso se encontraba ahora

asegurado.

—Si hubiera sabido que estaría recibiendo un caballo hoy, me

14 En español en el original.

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hubiera puesto pantalones vaqueros —dije en voz baja.

Burt Reynolds se acercó a mí, y me dio la señal para levantar una

pierna, con una amplia sonrisa. Negué con la cabeza, sin interés en darle

al hombre una miradita, no importa lo mucho que parecía necesitarlo.

De repente, las manos de Javier se hallaban alrededor de mi cintura, sus largos dedos casi reunidos en el centro. —Aquí, yo te ayudo. —Antes

de que pudiera protestar me levantaba de alguna manera, mis piernas en

jarras. Sostuve el dobladillo de mi vestido justo a tiempo, agradecida de

que era amplio y fluido y se extendía por la parte posterior del caballo.

Burt se encontraba en el otro lado del caballo, tratando de ayudarme

a instalarme y empezó a chillar por algo. La palabra "tatuaje". La cabeza de

Javier se levantó bruscamente, sus ojos quemaban, yendo directamente a

la pierna del lado de Burt. La falda se subió hasta la rodilla exponiendo

mis flores de cerezo, tan brillantes y audaces en la luz del sol tropical.

Javier lo subió rápidamente y miró mi pierna. Parecía que Burt

estaba muy satisfecho con el tatuaje, pero Javier no.

Pasó su dedo por una de mis cicatrices, siguiendo un tallo torcido —

¿Qué es esto?

—Un tatuaje, obviamente. Incluso Burt sabía lo que era. —Me gustaría poder decir que sentí una especie de alivio de que Javier

finalmente lo viera, pero no lo hice. Me sentía nerviosa y no sabía por qué.

—¿Cuándo has hecho esto? ¡Todavía está levantado! —Su voz era

ronca. Siguió mirando el tatuaje, sintiéndolo.

—Cuando estaba en Las Vegas. Camden lo hizo —le dije. Mis ojos se

dispararon a Burt para ver lo que hacía. Nos miraba a ambos, su sonrisa

clavada, hasta que se encontró con mis ojos. Luego se fue a ocuparse de

Raul y Pedro, que traían sus caballos hacia el poste de la cerca para poder

montarlos.

Javier no parecía ser capaz de entender esa información. Parecía

confuso, perdido, con la guardia baja. Esto era tan raro de ver y sin

embargo no me sentía orgullosa de hacerlo sentir de esa manera. Sólo

quería olvidarlo.

—¿Por qué has hecho esto? —preguntó, tragando fuerte—. Tu pierna

estaba bien antes.

—No —dije, sintiéndome irritada ahora—. Y ahora estoy orgullosa de

ello.

—Esta es la primera vez que lo he visto. ¿Por qué no llevas pantalones cortos ahora, en lugar de los pantalones vaqueros, cuando

hace cien grados fuera?

Odiaba esa pregunta, me ocupé de ella toda mi vida. Recogí las

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riendas en la mano y chasqueé ligeramente a Churro, Javier siendo

empujado fuera del camino por el hombro del caballo. —Creo que tenemos

cosas más importantes que discutir que un maldito tatuaje

Javier se acercó y cogió las riendas, tirando de la cabeza del caballo.

Burt Reynolds gritó amonestándolo, pero a Javier no le importaba. Me miró fijamente hasta que pude sentir el calor, sus nudillos se pusieron

blancos mientras agarraba el cuero.

—¿Dejas que ese chico te marque? —se burló.

Oh, por supuesto que esto era una cosa de los celos.

—Sí —dije deliberadamente, inclinándome sobre el cuello del

caballo—, lo hice. Sentí que necesitaba más. Un tatuaje no era suficiente.

Esperaba que lo enojara. Realmente enojado. De una manera

enferma quería que me golpeara. Sólo para que pudiera siempre tirárselo

en la cara y hacer que se sienta menos que un hombre. Otra parte de mí tenía miedo de que en realidad pudiera suceder. Debido a la forma en que

me miraba era como una serpiente a punto de atacar, un rostro que era a

la vez hielo y fuego, alguien que quería sangre, venganza y demostrar lo

jodidamente poderoso que era.

Nos encerramos en un enfrentamiento de pinchazos y corazones venenosos hasta que Raul llamó nuestra atención.

—Odio romper... sea lo que sea que es esto, pero tenemos que llegar

a Montepío al mediodía, ¿verdad?

Finalmente Javier rompió el concurso de miradas, soltando las riendas con una inhalación cortante. —Sí, gracias. Tenemos que llegar.

Vamos a seguir adelante.

Montó en su caballo con facilidad, subiendo como un gimnasta y

Burt nos sacó del corral. Me enderecé en el cuello del caballo, sintiéndome

aturdida, como si hubiera sido atrapada en un sueño y bajé la mirada a mis dedos, sólo ahora dándome cuenta de que los tenía apretados en

puños. Abrí mi mano y vi la sangre que mis propias uñas habían sacado.

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14 Camden

Traducido por Anelynn & Snowsmily

Corregido por Mel Markham

—Así que, Camden —dijo Gus, sus manos apretando el volante como

una pelota para el estrés—. ¿Cuándo fue la primera vez que Ellie rompió tu corazón?

Estábamos justo en las afueras de San Antonio y dirigiéndonos

hacia la frontera cruzando Nuevo Laredo. Aparentemente la frontera era

bastante permisiva y Gus no esperaba que nos preguntaran mucho, si no es que nada. A los mexicanos no les importaban realmente quien entraba

en el país, aunque la línea fronteriza en el otro lado prometía ser una

pesadilla.

Sin embargo, no podíamos correr el riesgo. Estaba todo preparado

para cruzar como Connor Malloy una persona común, en absoluto un fugitivo buscado.

—¿Qué te hace pensar que rompió mi corazón? —pregunté, mirando

hacia el plano paisaje seco pasándonos. Ranchos, ranchos, ranchos.

Lo vi encogerse de hombros por el rabillo del ojo. —Es sólo una

corazonada. No muchos hombres se convierten en la versión del artista del tatuaje de Lawrence Olivier en El Maratón de la muerte. Solo intercambia

tortura con un torno dental por una aguja de tatuaje.

—He visto la película —murmuré. Bajé la vista hacia el reloj en mi

muñeca, sintiéndolo pesado y extraño. Eran las cuatro de la tarde y habíamos estado conduciendo sin detenernos desde que dejamos Ocean

Springs. Tuvimos suerte suficiente para salir de la casa de Javier sin que

nadie nos viera, tomando la playa alrededor hacia el auto, pero ya no

queríamos arriesgar nuestra suerte.

La frontera mexicana parecía extremadamente tentadora para los dos, ahora que Gus había matado a dos personas.

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Sacudí la cabeza, tratando de darle sentido a lo que pasó y, como

antes, no tuvo sentido. Completamente perdí cada sentido de lo correcto e

incorrecto, de lo bueno y lo malo. Me convertí en esta cosa negra y

sofocante, todo lo que odiaba en otros. Me convertí en Javier. Me convertí

en mi padre.

Ese no era yo. No quería ver a esa persona otra vez. Él se encerraba

en mi cabeza acompañado con todo lo demás en que no quería pensar.

O tal vez esa persona era lo que pasaba cuando todas las cosas que

había escondido profundo dentro de mí finalmente salieron para jugar.

—No quieres hablar de eso —reflexionó Gus—. Lo entiendo.

Era verdad, no quería hablar de eso. Pero Gus hablando y

preguntándome mierda, era la primera vez en días que no había mostrado

interés en mí en absoluto. Me trataba con un poco más de respeto ahora.

Tal vez estaba impresionado. O asustado de que habría tatuado sus bolas cuando dormía.

Suspiré y me recliné en mi asiento, las manos en mi regazo,

moviéndose con nerviosismo. —Me enamoré de Ellie en la secundaria.

—Novios, ¿eh?

Sonreí con suficiencia. —No. Sólo amigos. Y solo por un corto tiempo. Éramos los bichos raros de la escuela. Ellie con su cojera y las

cicatrices. Yo y mi afición a usar maquillaje y mucho vinil.

—¿Maquillaje?

La forma en que Gus lo dijo, sabía lo que pensaba.

—No te preocupes —expliqué—. No soy gay. Al menos, eso es lo que

todos supusieron. Incluso mi padre. Yo era un gótico, un artista. El

Maricón del arte, como me llamaban. Como sea, tenía muchos nombres. Y

me golpeaban tan a menudo como puedes imaginarlo. Ellie era mi única

amiga.

—Ya veo. Una amiga.

—Sip. ¿No es ese el aprieto de cada adolescente geek allá afuera?

¿Siempre condenado a ser el amigo? Así que, de cualquier forma, yo estaba

enamorado de ella y cada día trataría de reunir el coraje y las agallas para

decirle cómo me sentía y besarla. Un día, sólo lo hice.

—¿Cómo fue eso?

Me mordí el labio, tratando de averiguar cuál era la mejor forma de

explicarlo. —Se llevó algo de mí. —Después de que sentí por primera vez

los labios de Ellie en los míos, la calidez, la dulzura, nunca fui el mismo. Ella tomó un pedazo de mí que fui incapaz de recuperar hasta que estuve

dentro de ella, sintiendo su corazón y sus pecados en mis manos.

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Estaba tan asustado de que nunca tendría la experiencia otra vez.

Todos esos años de anhelo, de buscar esa parte de mí y ella fue la única

quien pudo suministrarlo. Realmente era la única que yo verdaderamente,

hundiéndome en mi pasión, amaba.

—Ella debió de haberse preocupado por ti mucho para alejarse con ese hombre.

—Él no es un hombre —escupí—. Es un monstruo

Podía decir que Gus quería decir algo sobre eso pero no lo hizo. Solo

dejó salir un gruñido.

Tomé un tema cercano a ese. —¿Crees que Ellie sabe que él quería matar a sus padres? No puedo entenderlo. ¿Por qué?

—No creo que haya razón para nada de esto.

—Creo que estás equivocado —discutí, pinchando el dedo en el

tablero polvoroso—. Sabes lo calculador que es. Había estado seis años persiguiéndola. Hay una razón detrás de todo ahora.

—Saber que hay una razón no nos ayuda a conseguir una respuesta.

Estudié a Gus, su rostro con papada ayudada solo por su barba,

pequeño ojos, espesas cejas grises. El lucía como tu amistoso vecino en un

show de televisión, un verdadero Sr. Amistoso. Pero este era un hombre que había disparado y matado a dos personas y que parece no importarle

mucho. Me preguntaba si jamás me rodearía con gente normal otra vez o

si esta es la vida que tendría que seguir por siempre. Me preguntaba si así

es como se siente ser Ellie, nunca saber en quién confiar o dónde pondrás tu cabeza después.

Me mordí el labio otra vez, sintiendo regresar algo del dolor, cuando

primero la atrapé robándome. Si solo realmente se decidiera a hacer lo

correcto, conseguir un trabajo en Palm Valley y establecerse. De alguna

forma habría salido del negocio de lavado de dinero… Por lo menos lo habría intentado. Nunca habría tenido que atraparla. Nunca tendríamos

que correr o preocuparnos de que nos atrapen. Nos podríamos haber

establecido en mi pequeña casa, arriba de la tienda y habríamos vivido

una buena vida.

Pero supongo que Javier habría aparecido de cualquier manera.

Quererla a cambio de cincuenta mil dólares. ¿Qué, en la tierra, vale

cincuenta mil dólares? ¿Era solo para matar a sus padres? ¿Para matar a

Travis? ¿Javier en serio iba a ir por ahí y matar a todos los que alguna vez

la habían herido, incluso sin decirle?

¿O había más?

Un destello de ellos flotó en mi cabeza, piernas desnudas enredadas,

mi arte en su cojera, las manos de él trazando sus cicatrices, las flores,

todo. Mi garganta se cerró. No podía ser eso. No podía ser eso. Porque si

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era así, quería decir una de dos cosas: o la violaría o tomaría ventaja

completa de ella y si era el caso, tomaría la máquina para tatuajes y le

dibujaría un nuevo ano antes de empujarlo directamente dentro del cráneo

del hijo de puta. Y si no era eso, Ellie debe de haberlo deseado.

—¿Estás bien, chico? —preguntó Gus, quitando su pie del acelerador—. Tu labio está sangrando.

Bajé la mirada a mi mano donde una gota había caído, color rubí y

brillante. Como la tinta más fina. Pasé mi mano a través de mi boca,

embadurnándola. Arte.

—¡Camden! —ladró Gus.

Brinqué en mi asiento y lo miré. —¿Qué?

Frunció el ceño. —Lucías bastante mal.

Asentí y recliné la cabeza. —Solo pensando en cosas que no debería.

Entonces, una vez que crucemos la frontera, ¿Qué pasará? “Ellos fueron a México” es un una ruta un poco imprecisa para tomar.

—Lo es. Preguntaremos por ahí.

—Eso de preguntar por ahí por uno de los más grandes y más

mortíferos cárteles de droga en México, mientras somos dos

gringos en México, ¿es realmente la decisión más sabia?

—Tengo mis fuentes —dijo—. Si es que no se han pasado al otro

lado.

—¿Si es que no se han pasado al otro lado? —repetí.

Me disparó una rápida sonrisa. —Todos tienen su precio en estos días.

Empezaba a conocer eso bastante bien.

A pesar de que balbuceé con mi pasaporte como un maldito idiota, el

cruce de frontera fue fácil.

Gus tenía razón, a ellos realmente no les importaba quien entra. Seguimos manejando hasta el anochecer, cuando llegamos a un pequeño

asentamiento justo antes de Monterrey. Ahí fue cuando nos orilló un

oficial de policía del estado usando un pasamontañas mientras sujetaba

un rifle de asalto automático.

—Buenas noches. ¿A dónde van? —nos preguntó, cambiando al

inglés una vez que notó cuan blancos éramos.

—Vamos a ver a un amigo nuestro —respondió Gus cordialmente.

El oficial echó un vistazo dentro de la parte trasera del GTO.

Podríamos haber sido capaces de pasar la frontera sin inspección pero no

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sabía si sería lo mismo aquí. Traté de no tensarme pero, joder, ¿qué tipo

de policía usa un pasamontañas?

Entonces tocó en el techo del carro y nos dijo que siguiéramos

nuestro camino.

Gus se despidió con un pequeño ondeo de su mano y arrancó el carro. Íbamos por la autopista cuando dejó salir un gran resoplido.

—¿Qué? —le pregunté, al no estar acostumbrado a verlo ansioso. Me

preocupó.

—La policía aquí está controlada por Los Zetas.

Observé crecer los edificios más grandes y más acaudalados mientras nos dirigíamos a la ciudad. —No me sorprende. Pero estamos

bien. No pertenecemos a ningún cártel.

—Esos quienes siembran dudas en sí mismos a menudo están bien

como están muertos.

Lo miré torciéndome. —¿Acabas de inventar eso?

Pasó un segundo. —Sí. ¿Es bueno?

Sonreí y sacudí mi cabeza, dejando salir algo de mis nervios

exaltados. —No. Gus, no lo es.

Conducimos por la ciudad de Monterrey, un enorme, y extendido desastre que se hacía más oscuro y más silencioso mientras avanzábamos.

Gus me dijo que toda la ciudad tenía algo así como un toque de queda no

oficial, lo cual hacía que nuestro carro con sus placas de California

resaltara. Aunque la ciudad todavía era una de las más grandes cosmópolis en todo México, estaba bajo una ley un poco diferente y ya sea

que buscáramos a Los Zetas o no, no importaba siendo que éramos dos

tipos blancos en un carro genial. Principal material de secuestro.

Pronto, nos detuvimos en una pequeña casa en una ciudad cercana

que parecía constar de una gasolinera y una oficina de correos. No se parecía a cualquier cosa pero perecía ser un hotel no oficial y la mujer

regordeta que abrió la puerta con dos niños en sus talones, que ya había

pasado hace tiempo sus horas de dormir, estaba más que feliz en dejar

que nos quedáramos.

Nos guio hacia la parte de atrás de la casa donde teníamos nuestra

propia habitación y un pequeño baño. Revistas americanas se

encontraban colocadas en la mesa de al lado.

—Me quedé una vez aquí, hace un largo tiempo —dijo mientras se

estiraba en una de las camas individuales—. Ella era delgada entonces, si puedes creerlo.

—Dos bromas en un día —dije—. Un record.

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Sonrió, entonces la cubrió apagando la luz. Había una oportunidad

de que finalmente le cayera bien.

No me importaba meterme bajo las sábanas, el calor opresivo llenó

la pequeña habitación en minutos y el ventilador de techo desvencijado no

hacía nada para dispersarlo. Cerré mis ojos y pensé en Ellie.

Hubo un momento en la escuela que Ellie nunca supo. Nunca quise

decirle. ¿Cuál sería el punto? Ambos teníamos dieciséis y no habíamos

hablado apropiadamente por años. Fue después de que termináramos el

proyecto de fotografía suyo y francamente sabía que odiaba mis tripas. Me

consideraba un bicho raro, pensando que era repulsivo, obsesivo y un poco acosador. Tristemente, era todas esas cosas. Era justo eso y no podía

evitarlo.

Había sido un baile de la escuela, “El baile de primavera” o algo

patético como eso. Ellie no fue. Nunca esperé que fuera. Pero yo sí fui. Solo para ser un dolor en el trasero, realmente. Quería aparecer y tener a la

gente susurrándose entre sí, “oh, La Reina está aquí”. La atención, no

importaba cuán jodido, era mejor que quedarme en casa y escuchar a mi

papá gritarle a mi madrastra. Siempre me gritaría después a mí.

Fui, vestido de esmoquin, como una persona normal, excepto que mi esmoquin era de un color azul pastel. Sí, trataba de hacer un homenaje a

“Tonto y Retonto” y fue un ensimismamiento en la mayor parte de la

escuela. Así que, claro ya estaba siendo empujado por unos imbéciles para

cuando llegué.

Pero estaba este idiota, Curran Simpson, un verdadero y jodido

idiota con grandes puños y una boca aún más grande, quien venía

corriendo hacia mí y esparció todos sus golpes en la parte baja del frente

de mi esmoquin.

La ira ya amenazaba con salir. Hice todo lo que pude para mantenerla dentro, para hacer lo que siempre había hecho, que era

soportarlo, soportarlo, soportarlo.

Entonces me dice, su voz baja, como si no quisiera ser escuchado. —

¿Dónde está tu novia retardada? La que estás acosando todo el tiempo.

¿Alguna vez le has robado su pierna falsa? ¿Te has masturbado con ella?

Nada de lo que él decía realmente tenía sentido. Era un idiota hasta

la médula... pero no importaba. Esta fue la primera vez que lo perdí,

cuando dejé salir la oscuridad y me encontraba sobre él, golpeando al tipo.

No sé cómo lo hice. Repentinamente él estaba noqueado en el piso y yo encima de él, golpeándolo como un hombre poseído. Tal vez conseguí dos

golpes buenos antes que uno de sus amigos me alejara y sujetara mientras

él contraatacaba. Y claro el contraatacaba peor.

Tenía una nariz rota por eso y Curran fue suspendido por una

semana. Aunque yo tiré el primer golpe, aunque noqueé al gran imbécil en

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el piso, ninguno lo mencionó. Los profesores se habían acostumbrado a

que yo fuera golpeado, ellos estaban más que felices por sacarlo de la

escuela por un tiempo. Yo era su única víctima. Y yo, fui convertido en una

leyenda urbana, Camden finalmente se volvió loco y mejor nos aseguremos

que no traiga bombas hechas en casa a la escuela. Los niños definitivamente se mantuvieron alejados de mí si es que no lo hacían ya.

Esa fue probablemente mi primer momento para brillar, la sensación

de ganar de verdad por una vez. La adrenalina a la par con el miedo a mí

mismo y de lo que podía hacer, lo que podría hacer, era adictivo.

Pero nunca actué así otra vez. No lo haría solo por cualquiera.

Solo por ella. Solo por Ellie.

Debí haberme quedado dormido poco después de esos pensamientos

porque antes de que lo supiera, la mañana soleada se filtraba a través de

la ventana y pensé que me iba a asfixiar con la humedad. Me senté, sintiéndome asqueroso. La cama se hallaba empapada de mi sudor y

cuando me puse los anteojos, se empañaron en un segundo.

Me levanté y me quité la pegajosa camisa justo cuando Gus salía del

baño, completamente vestido y luciendo listo para salir.

—Jesús —dijo mientras veía mi pecho y abdominales.

Bajé la mirada. Algunas veces olvidaba mis tatuajes. O más bien

olvidaba que no todos los tenían. —¿No eres fan de los tatuajes, Gus?

—No después verte empuñar una aguja —dijo y me hizo la seña para

que me diera la vuelta. Lo hice, no sintiéndome tímido en lo más mínimo. Si había algo de lo que me encantaba hablar era sobre eso, de mis

tatuajes. Y, bueno, había estado trabajando casi cada día por los últimos

siete años. Mi cuerpo era muy duro y fuerte, y se sentía bien hacer que

Gus prestara atención, dejándole saber que no era un pelele, que podía

hacer más que defenderme una pelea.

Pero supongo que ya había probado eso el otro día.

—Estos son algo más, ¿las haces tú mismo?

—Solo los que puedo alcanzar, pero los he dibujado todos. Tengo

unos artistas en Palm Springs en quienes confío para que los hagan.

—¿Están en todos lados? —Hizo una mueca de dolor cuando lo dijo.

Le guiñé un ojo. —Creo que eso es algo entre Ellie y yo.

Me dio una mirada desinteresada, luego fue hasta la puerta. —Nos

conseguiré algo para desayunar en el camino. ¿Puedes estar listo en cinco?

Nos encontraremos con alguien.

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Asentí y diez minutos después nos encontrábamos de vuelta en el

GTO, saboreando pasta de hojaldre, el aroma a tierra caliente volaba a

través de las ventanas abiertas.

—¿Quién es este alguien? —pregunté, quitando las migas en mi

portátil.

Dijo: —Un viejo amigo. —¿No era ese siempre el caso? El viejo

amigo. Ese era el caso entre nosotros ahora. Yo y el viejo amigo de Ellie.

Condujimos por un tiempo, escogiendo una variedad de estaciones

de radio hispanas, antes de que el aire comenzara a disiparse un poco y la fuerte mordida de la sal nos golpeara. El Golfo de México, resplandecía en

medio de las plantas de la refinería mientras llegamos a Tampico. Fuimos

por medio de toda la ciudad, la asombrosa cantidad de Starbucks, Burger

King y Walmarts, antes de que entráramos al verdadero México de nuevo y

nos apresuráramos por una carretera de tierra, polvo volando detrás de nosotros como harina, esquivando baches gigantes y ramas sobresalientes.

Finalmente llegamos a un pequeño pedazo de paraíso. Una playa de

arena color crema bañada por agua azul celeste mientras que una choza

playera permanecía clavada en un cultivo de palmeras. Gus aparcó el

coche junto a un Jeep salpicado de barro justo cuando un hombre con un bigote incluso más grande él, salió de la casa, con los brazos abiertos.

—¡Gus! —gritó el hombre. Gus me dio una mirada avergonzada.

—Este es Dan —explicó—. Es bastante… afectuoso.

Salimos del coche y Dan inmediatamente lo abrazó. Contuve una risa sofocada mientras Gus incómodamente le devolvía el abrazo. Gus

luego me hizo un gesto.

Arrastré los pies a través de la arena, distraídamente disfrutando la

brisa que se apoderó de mí mientras mis sentidos se encontraban en alerta

máxima. Tan agradable —o abrazador— como Dan parecía, no era alguien quien confiaba en viejos amigos. Algunas veces me preguntaba si incluso

confiaba en Gus.

—Hola, Camden —dijo Dan, tomando mi mano en un apretón de dos

manos. Era casi un metro más bajo que yo, a comienzo de sus cincuentas, con un enorme bigote al estilo Dalí y unos lentes de sol Ray-Bans de

imitación. Llevaba el pelo muy corto e inusualmente oscuro y tenía marcas

en ambas mejillas dejadas por un mal acné. Sus dientes eran amarillentos.

En general el ambiente era genuino y me alegraba por la falta de hostilidad

hasta ahora, aunque sabía que las cosas siempre cambiaban.

Si no habían cambiado ya. La frase Gus se repitió en mi cabeza.

—Hola, Dan —le dije, tratando de que mi sonrisa luciera agradable—

. Hermoso el pequeño lugar que tienes aquí.

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—¿Te gusta? —dijo, sus ojos destellando—. Deberías entrar. Les

conseguiré, americanos, un poco de cerveza. Cerveza de verdad, ¿sabes?

Entramos y tomamos asiento en su pequeño porche cerrado que

daba al oleaje entrante y resoplaba detrás de tres Bohemias. La pequeña

charla llegó primero, Gus y Dan poniéndose al día por los viejos tiempos, cuando Gus en ocasiones me ponía al corriente mientras Dan fumaba

como una chimenea, un cigarrillo tras otro. Se conocieron cuando Dan

solía vivir en San Diego, ilegalmente, y la ex novia de Gus y su esposa eran

amigas. Dan finalmente fue deportado, aunque Gus trató de cobrar un par de favores para él con el Departamento de Policía de los Ángeles, y se

estableció aquí para abrir su propio negocio rentándole Kayaks a los

turistas. No sabía que sucedió con el negocio desde entonces, no vi ningún

Kayak y el área de Tampico no era una gran atracción para los turistas.

Pero las fachadas eran fachadas y sabía cómo detectar una.

La esposa de Dan estaba ahora muerta, algo a lo que le restó

importancia muy rápidamente y sabía, por la manera en que sus ojos

ardieron ante su mención, que no fue accidental. Los carteles de droga

tenían sus dedos en absolutamente todo aquí.

—Ahora, Gus —dijo Dan, su rostro tornándose serio después que terminó lo que quedaba de su cerveza—. Sabes que me encantar ver a

viejos amigos. Cuando escuché lo que te ocurrió…

Un extraño silencio apareció sobre ellos y ambas miradas se

dirigieron hacia mí y de regreso.

Este asunto, este misterioso problema de salud que había sufrido

Gus había aparecido una y otra vez pero todavía tenía que descubrirlo. No

quería preguntar. Tal vez iba a tener que hacerlo. No quería al hombre

teniendo un derrame cerebral junto a mí si eso era lo que ocurría.

—Te extraño, ¿lo sabes? —continuó Dan—. Pero por favor dime que te trajo aquí repentinamente.

Gus se lamió el labio superior hasta que los pelos de su bigote

resaltaron. —Necesitamos encontrar a Travis Raines. Está en algún lugar

en México, quizás en Veracruz.

Los ojos de Dan casi saltaron fuera de su cabeza. —¿Quieres que

encuentre a Travis Raines? ¿El Hombre Blanco15?

—¿Qué, en serio, ese es su apodo? —espeté.

Dan me ignoró, levantándose de su silla de mimbre y caminando por

la cocina.

—Mi Dios, mi Dios. Necesitamos un poco de café. Sí, lo necesitamos.

15 En español en el original.

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Gus y yo intercambiamos una mirada mientras Dan colocaba la

cafetera y comenzaba a cargar cosas encima de la mesa para nosotros,

tazas, platillos, un tazón de azúcar, crema sin lactosa. Luego se sentó de

nuevo y encendió otro cigarrillo. Sus manos temblando.

—Dime por qué necesitas encontrarlo.

—No es exactamente a él que necesitamos encontrar, si no a un

hombre que está persiguiendo a Travis. Tiene una mujer con él. Creemos

que está planeando utilizarla para asesinar a El Hombre Blanco.

Parpadeó unas cuantas veces, resoplando rápidamente. —Ya veo. ¿Y

esto es algo malo?

—Asesinará a la mujer. Llegar a Travis Raines no es fácil. Si lo fuera,

ya estaría muerto.

—Sí, Gus, lo sé. ¿Qué crees que hago todo el día aquí? ¿Pensar en

cuentos de hadas?

Miré a Dan suplicante. —La mujer, Ellie, es muy importante para

mí. El hombre con el que está va a lastimarla. Ella no es una asesina.

Tendrá que hacerlo contra su voluntad y terminará realmente mal, para

todos, si no la encontramos primero.

—¿Quién es el hombre?

—Javier Bernal —le proporcionó Gus.

Los ojos de Dan se ampliaron y rápidamente apagó su cigarrillo. —

¿Javier está aquí en México?

—¿Lo conoces? —pregunté.

Los ojos de Dan me dieron una mirada petulante y se levantó hacia

la cafetera que comenzaba a humear. —Sí, lo conozco. Todos los

conocemos. Todos somos parte de la misma familia cuando nos rastreas.

Sinoala.

El otro cartel de fe ciega extremadamente peligroso.

Dan vertió el agua en una cafetera francesa, y la trajo hasta la mesa.

—Esto suena como algo que Javi haría.

Y ahora lo conocía por su nombre de pila. Esto no estaba bien. No

podía ser bueno. Le disparé a Gus una mirada pero estaba concentrado en el café. Quería continuar observándolo, conseguir que levantara la mirada,

pero Dan ya me observaba, ojos estrechados.

Me aclaré la garganta y asentí en dirección a la cafetera. —¿Café

local?

Dan me observó por un par de dolorosos instantes antes de que dijera: —Sí, por supuesto. Nada de la mierda americana.

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Gus sonrió. —Estoy bastante seguro que la mitad de la mierda

americana viene de México en cualquiera caso.

Dan se encogió ligeramente. —Eso es cierto. Pero no ponemos

químicos en nuestro café.

—No como lo que ponen en sus pulmones —bromeó Gus.

Y repentinamente ambos parecían viejos amigos tomándose el pelo

entre sí de nuevo. Tal vez creaba estas situaciones en mi cabeza. Tal vez

mí instinto se equivocaba.

Pero mi instinto nunca se equivocaba.

Dan nos vertió a ambos una taza del aromático, líquido oscuro y

dijo: —¿Saben dónde está Javi?

Negamos con la cabeza. —No —habló Gus—, imaginamos que podías

decirnos.

—¿Por qué les diría?

—Por ser un amigo, supongo. —Gus todavía sonreía pero su actitud

cambió siempre tan sutil. Estaba despierto ahora, más alerta. Tal vez

porque Dan estaba siendo terco. O quizás porque Dan y Javier eran

amigos, algo que Gus no podía haber visto venir, y los amigos algunas

veces hacen grandes esfuerzos para protegerse el uno al otro. Si mi lealtad a Ellie me había traído aquí, tal vez la lealtad de Dan hacia Javier era

igualmente de fuerte.

La desagradable sensación en mi estómago se multiplicó cuando

Dan bajó la cafetera y una de sus manos, muy fácilmente, muy suavemente, fue a su lado y debajo de la mesa. No miré, no lo reconocí.

Solamente tomé un sorbo de mi café todo el tiempo sabiendo que él tenía

un arma debajo de esa mesa, tal vez fijada en la parte inferior nos

apuntaba con ella.

No saldríamos vivos de aquí. No si pudiéramos hacer algo al respecto.

—Bueno, no sé dónde está Javi. Pero Travis está en Veracruz. Los

malditos Zetas han tomado control de toda la ciudad. Es una vergüenza.

—¿En qué lugar de Veracruz? —pregunté.

Dan sonrió irónicamente y tomo un trago de café, retirando sus

manos de la mesa.

—No tengo su dirección, si eso es lo que estás pidiendo. Es un gran

recinto en las colinas. Donde viven los bastardos ricos.

—¿Cómo crees que Ellie se acercará a él? —Fue una apuesta riesgosa, pero sentí la necesidad de preguntar. Si tenía razón y había un

arma debajo de la mesa, nos estaría diciendo la verdad porque los muertos

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no hablan. Los muertos no estropearían el atentado contra la vida de

Travis, alguien que tanto como Javier, Dan y tal vez Ellie, querían muerto.

—No lo sé —dijo cuidadosamente. Colocó su taza de café debajo de

nuevo. Una mano fue debajo de la mesa mientras la otra iba por un

cigarrillo.

—¿Puedo tener uno? —pregunté rápidamente, estirando la mano—.

Siempre quise probar el de la clase mexicana.

Dan rio por la comisura de su boca. —De acuerdo, bien.

Me dio un cigarrillo, su otra mano nunca apartándose. Sostuve la mía por el encendedor Zippo y también me lo entregó.

Realmente esperaba que Gus tuviera razón sobre el Coffee Mate

siendo extremadamente inflamable y que la teoría se extendiera hacia la

crema sin lactosa, no solo a las grandes marcas. Si se equivocaba,

estaríamos muertos. Pero si me sentaba allí y no hacía nada más, de igual forma moriríamos. En el segundo que cualquier de los dos buscara sus

armas, lo sabría y tiraría del gatillo. Él tenía el sartén por el mango, y yo

tenía el cuchillo pequeño…

Comencé a jugar con la llama, recorriendo mis pulgares sobre la

rueda una y otra vez.

—¿Así que no sabes cuál podría ser el plan de Javi? Pensé que eran

buenos amigos.

Dan su puso rígido. —No somos buenos amigos. Lo admiro. Ha

hecho mucho por nosotros y se mantiene leal, no como Travis. —Demasiado resentimiento hervía en sus palabras. Sabía que le había

pasado a la esposa de Dan ahora—. Travis sabe cuan odiado es. Pienso

que incluso es una amenaza para los Zetas. Nadie simplemente cambia de

lado de ese modo, sin ningún motivo. Tiene gente siguiéndolo a

dondequiera que va y, como lo pensarías, no deja su casa con tanta frecuencia. Sólo para el supermercado los sábados donde se pavonea como

si fuera Marlon Brando.

Hice a la llama bailar de un lado a otro. La mano de Dan permaneció

debajo de la mesa. Con su otra mano puso un cigarrillo en su boca.

Incliné la cabeza para mirar a Gus. Su rostro no tenía color,

luciendo increíblemente triste.

Debió haberlo herido, lo que descubría sobre su amigo.

—Oye, Gus, ¿te importaría pasarme la crema sin lactosa de allí. —

Asentí hacia el contenedor.

Tragó fuertemente y me la entregó.

—¿Nuestro café es demasiado fuerte para ti? —preguntó Dan.

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—Sí, un poco. —Eché un poco del polvo en mi café y luego

desenrosqué la tapa. Sostuve el envase en mi mano. Dan me observaba,

perplejo.

Finalmente dijo: —¿Comprobando en caso de veneno?

Negué con la cabeza. —¿Quieres tu encendedor de vuelta?

Frunció el ceño pero asintió y colocó su cigarrillo entre sus labios. Lo

alcancé para entregarle de vuelta el encendedor y dije: —Tal vez Gus y yo

deberíamos marcharnos. Parece que te estamos quitando bastante tiempo.

—Quería que el espectáculo comenzara.

Sus ojos echaron un vistazo a Gus y regresaron a mí. Sus manos

agarraron el encendedor pero no lo dejé ir. Lo observé profundamente y le

di una pequeña sonrisa. —De casualidad no tendrías un arma debajo de la

mesa, ¿cierto?

Las comisuras de su boca se elevaron. —Eres bastante observador para un americano. ¿A qué banda perteneces?

—Soy artista del tatuaje.

—Dan —dijo Gus en un largo suspiro—. Soy yo. No vine aquí a

causar problemas, sabes eso. Solo quiero saber dónde está Travis.

Dan evitó la mirada de su amigo y la mantuvo en mí y el encendedor que me negaba a soltar. No ahora, no todavía. —Sabes que quieres detener

algo que debería suceder. No puedo dejarte hacer eso. Eres mi amigo pero

mi lealtad a mi familia viene primero.

—Venganza sobre el amor —dije.

—Sí, aunque no tan poético.

Ajustó el arma debajo de la mesa. Escogí ese momento para soltar el

encendedor. Se reclinó en su silla y la trajo con su cigarrillo.

—Lo siento —dijo, golpeteando el Zippo.

Aquí no sucedió nada y todo al mismo tiempo. —No, yo lo siento.

Arrojé el contenido de la crema artificial sobre su rostro justo

cuando la llama se produjo. Las partículas colgaron suspendidas en el aire

por un momento, una nube de blanco envolvió su rostro, antes de

interactuar con ellas.

Se convirtió en un resplandor naranja, el calor y las llamas

haciéndome caer hacia atrás fuera de mi asiento. Dan gritaba, su rostro,

cabello, todo, encendido en una horrible bola de fuego que se había

momentáneamente estirado hacia el techo antes de estallar en nube de

humo negro.

No había tiempo para digerirlo. Me puse de pie rápidamente y salí

corriendo de Dan, Gus justo detrás de mí.

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Estaba detrás del volante esta vez en el momento en que Gus estuvo

en el coche, comencé a despegar hacia atrás a través de la densa arena.

Una vez que el GTO golpeó la tierra sólida, di la vuelta con un golpe al

freno de mano y escapé hacía adelante. Rebotamos, chillamos y crujimos

por el camino de tierra pálida, el coche sintiéndose vivo debajo de mis manos, dispuesto a llevarnos a cualquier lugar que quisiéramos, tan

rápido como lo quisiéramos.

Gus no iba a conducir nunca más.

No nos dijimos una palabra hasta que finalmente nos deslizamos hasta el la calle principal pavimentada que nos llevaría de nuevo a la

carretera, adelantando coches conducidos por burros mientras lo

hacíamos, gallinas graznando a nuestro paso.

—Lo siento, Gus —le dije, mis ojos arrojándose al espejo retrovisor

para asegurarme que no nos seguían. No sé qué tal mal Dan estaba quemado, si todavía vivía con solo quemaduras menores, o si rodaba en el

suelo sufriendo mientras su piel se derretía. No quería pensar en eso, no

podía.

—Nos habría asesinado —dijo bruscamente, su atención enfocada en

la ventana. Noté que retorcía las manos.

—Lo sé, y lo siento por eso también.

Un momento pasó antes de que dijera: —Gracias.

Eso fue lo que mayormente hablamos. Otro incidente alejado. No

porque no hubiera más que decir, porque lo había, quiero decir la maldita crema para el café en realidad funcionaba. Había abierto mi boca para

decirlo, entonces la cerré, pensando que era de mal gusto considerando lo

que había pasado.

No importó porque en el próximo momento miré al espejo retrovisor

de nuevo y vi focos de luces lejos detrás de nosotros. Casi lucía como un espejismo en una bruma bañada por el sol de la carretera.

—Oh, mierda —maldije.

Gus se retorció en su asiento y miró detrás de él. —Doble mierda.

Estarán con los Zetas. —Me miró nerviosamente—. ¿Quieres que conduzca?

Tomé el volante más fuerte y aceleré.

—Creo que lo tengo.

La persecución había comenzado.

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15 Ellie

Traducido por becky_abc2 & Julieyrr

Corregido por Val_17

La caminata por la selva no tomó tanto tiempo como había

imaginado pero se sentía larga como el infierno por la tensión entre Javier

y yo. Burt Reynolds encabezaba la marcha, una habladora Kathy y Peter

detrás de él, mientras yo estaba intercalada con Raul al frente y Javier detrás, podía sentir sus malditos ojos en mí todo el tiempo, quemando

agujeros en mi espalda y en el tatuaje de mi pierna. Tan infantil como era

para mí disfrutar frotándolo, Camden dejó su marca, también me hacía

preocuparme por él. Javier no era sino celoso e impredecible, hacía todo

esto para proteger a Camden pero me preguntaba si lo ponía en peligro al mismo tiempo.

Además de ser torpe, el paseo era insoportablemente sudoroso e

incómodo, el crin del caballo pegado a mis piernas, los mosquitos se daban

un banquete en cada parte de mi cuerpo que estaba desnudo. Los monos

aulladores se añadieron a la hostilidad, lanzando obscenidades animales de lugares ocultos por encima de los árboles. La pequeña aldea de

Montepío parecía un regalo del cielo después de todo esto.

Javier le entregó un fajo de billetes estadounidenses a Burt Reynolds

que ávidamente se los quitó, metiéndolo en varios paquetes. Raul me ayudó a bajar de Churro muy a mi pesar, sobre todo porque sus manos

parecían quedarse un poco más de tiempo en mi trasero.

Lo aparté con el pretexto de alejarme del crin y lo miré. Javier nos

miraba por encima del hombro de Burt, frío y calculador, pero no me

importaba, solo quería estar en algún lugar con aire acondicionado y una bebida fría en mi mano. Para ser honesta creo que quería estar de vuelta

en el barco. Prisionera o no era el único lugar dónde había sido capaz de

tener una rutina desde Palm Valley por primera vez.

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Entregamos los caballos a Burt que los juntó a todos en una línea y

los llevó de vuelta a la selva.

—¿Ahora qué? —le pregunté a Javier con las manos en mis caderas.

Nosotros cuatro nos encontrábamos de pie en una esquina, en una calle

empedrada y consiguiendo miradas muy curiosas de los niños descalzos que pasaban caminando por ahí.

Javier miró a Raul y Peter, ignorándome por completo. —Hay un

coche esperando por nosotros a la vuelta, nos llevará a Alvarado. Tenemos

una casa ahí, disfrazada de una pescadería. Me temo que puede que huela un poco esto será tan rápido como podemos llegar a Veracruz sin causar

problemas. Al menos, no de inmediato.

Podía haber jurado que la última parte iba dirigida a mí.

Seguimos a Javier por la calle, más allá de las señales dañadas de

las pequeñas tiendas y negocios, más allá del grupo de niños que se escondían detrás de una cabina de teléfono y nos miraban con sonrisas

desdentadas, pasamos un puesto dónde el dueño y un cliente estaban

regateando sobre el precio de los plátanos. Era como una escena del

México antiguo, pero mientras seguía a Javier y sus hombres, todos en sus

trajes a medida, avanzando con confianza y facilidad a través de este pequeño pueblo tenía que preguntarme qué tan lejos llegaban los carteles.

¿Había alguna parte del país que no hubieran tocado? ¿Los niños tienen

que volver a casa con un padre o madre asesinado como Javier lo hizo? El

lugar que describió al crecer no se veía muy diferente a este lugar.

Simpatía por el diablo, pensé. Se arrastró sobre mí más y más.

El auto era un Range Rover, por lo menos de hace diez años con la

defensa abollada. Era lo suficientemente resistente y rápido para llevarnos

a nuestro alrededor, pero no se veía como el auto que un cartel de drogas

usaría. Solo uno en el que casi cualquier familia mexicana iría a dar un paseo.

Javier revisó algo en su teléfono y luego sacó una llave de su bolsillo.

Abrió la puerta y quitó el seguro del resto.

Luego se giró y me miró por primera vez en horas. —Tú irás enfrente conmigo.

Mi corazón hizo un estruendo en mi pecho, me forcé a sonreír para

ocultar mi nerviosismo. —Claro.

Me subí y quedé sorprendida de toda la tecnología que tenía en el

interior; GPS, MP3, todo. —Lindo —comenté sintiendo que tenía que decir algo.

Javier arrancó el carro y golpeó el vidrio. —Vidrio a prueba de balas,

me aseguré de que estuviera totalmente equipado, un pedazo de mierda

desde afuera, una fortaleza desde el interior.

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—Como el Papamóvil.

Una sonrisa de suficiencia cruzó sus labios y supe que había tocado

su complejo de Dios. —Sí, justo como eso.

Salimos de la ciudad y nos arrastramos a través de estrechos y

serpenteantes caminos en la montaña, con el mar desapareciendo mientras el Range Rover se adentraba en la reservas de Los Tuxtlas. El

verde parecía que se encerraba alrededor de nosotros como lagartijas que

corrían por el camino desigual justo a tiempo y el sol se asomó por las

copas de los árboles. Cayeron cascadas de restos volcánicos, lo suficientemente cerca para salpicar de neblina en el auto. Fue agradable

verlo desde un vehículo con aire acondicionado, especialmente uno que

venía equipado con vidrios a prueba de balas. Me sentí segura por primera

vez en mucho tiempo, que era tan ridículo teniendo en cuenta que yo me

encontraba en el auto.

De repente, las curvas parecían ser demasiadas y estuvimos a punto

de ser desviados del camino cuando un camión salió a toda velocidad en

una curva, la exuberante nivelación de la montaña. Pronto, sacábamos el

Range Rover por la carretera de Minatitlán-Veracruz a toda velocidad por

las llanuras y por las filas de los cultivos de frutas.

—Apuesto que cuando pensabas en México antes —comenzó Javier,

relajándose al volante—, pensabas en Cancún, Puerto Vallarta y todos los

resorts de las ciudades.

Tragué saliva y asentí, mirando la inmensa tierra, las innumerables fincas y casas que pasábamos. —Lo hice, nunca pensé realmente si tenían

mucho espacio.

—Es un país grande, ya sabes. Puede ser sorprendente y hermoso, la

gente y el estilo de vida.

Lo miré, sintiendo como si fuéramos las únicas dos personas en el auto. —¿Estás contento de estar de vuelta, extrañaste todo esto?

Se rascó las patillas y sus ojos se oscurecieron momentáneamente.

—Lo extraño en ocasiones, parece tranquilo y sencillo en mis recuerdos

pero sé que no es verdad. Detrás de cada una de las casas que ves, hay secretos y muerte.

—Eso es en todas partes —señalé.

—Sí, es cierto. —Ajustó su agarré al volante—. Sin embargo, aquí te

olvidas. Tú crees que hay tantas personas aquí, tantas vidas, pero pueden

tener tantos secretos. Cuando era joven, realmente joven, y mi madre me llevó a mí y mis hermanas a Mascota dónde vivía mi tía, vi todas las casas

pasar y jugué conmigo mismo, yo diría “¿Cómo sería ser esa persona?

¿Vivir ahí? ¿O ahí? ¿Qué vida tendría?” —Se detuvo y miró por el espejo

retrovisor, era como si acabará de recordar dónde se hallaba. De repente

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se encogió de hombros—. Era joven y estúpido y pensé que el mundo era

bueno y que otras vidas eran mejores, todos nosotros sabemos que eso no

es verdad.

Se quedó en silencio después de eso, cambiando la radio hasta que

se rindió y puso el álbum de Nick Cave y Bad Seeds. Do You Love Me? sonaba bajo y con un espeluznante órgano. Eso añadió una cualidad

siniestra a nuestro viaje y una agitación a mis entrañas, algo que me

tiraba en todas direcciones.

No pensaba en Javier, no escuchaba la letra de las canciones, esas

terribles letras, no caí rendida por el sonido de la música. Esto no era “On Every Street”.

El tatuaje en mi brazo picaba.

Seguimos adelante, cuando el álbum terminó me sentía sucia y

avergonzada, ya nos encontrábamos en Alvarado, conduciendo por otra calle estrecha a lo largo de la costa. La pescadería que sería nuestro

cuartel era de dos pisos situada al comienzo de un embarcadero de

concreto que se adentraba en el mar, había unos pocos botes viejos de

pesca amarrados.

Javier y sus hombres salieron del vehículo con facilidad y se dirigieron directamente a la tienda. Ellos no miraban alrededor para ver si

los observaban o si alguien los miraba con recelo. Eran un grupo de

hombres que querían pescar, me quedé sentada en el auto un momento

más, disfrutando la seguridad del vidrio antes de que viera a Javier señalándome que me acercara.

La campana sonó con fuerza encima de mi cabeza cuando entré a la

tienda, no bromeaba sobre el olor. Era en realidad un negocio con filas de

pescados de diferentes colores todos ellos sobre hielo. Raul hablaba con un

pequeño y profundamente curtido anciano detrás del mostrador, el pescador.

Javier se acercó a mí y puso su mano en mi espalda, conduciéndome

hacia delante, podía sentir su calor a través del frágil tejido de mi vestido.

—Ellie este es Pedro —me presentó amablemente.

Pedro me enseñó sus manos, llenas de tripas de pescado y me lanzó

una mirada de disculpa. —Lo siento, no hablo mucho inglés.

—Eso no es problema —le dije con una sonrisa y con la esperanza de

que asumiera que no lo hablaba tan fluido—. Hablo un poco español.

—Impresionante —susurró Javier en mi oído—. ¿Qué más has mejorado?

Escondí el escalofrío que me recorrió el cuello diciéndole a Pedro que

tenía una tienda muy bonita. Eso pareció agradarle y me sacó de las

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manos de Javier cuando Pedro comenzó a enseñarme las escalas de los

pargos rojos.

Pedro era uno de los amigos del padre de Javier, que nos permitió

regresar y no tuvo problemas de dejarnos estar ahí. De hecho, era común

que la parte de arriba de la tienda fuera usado como hotel de las personas del cartel de Sinoala que trataba de llegar a Veracruz. Javier me dijo que

Pedro se queda calle abajo con su hija, cuando ellos toman su negocio,

trabajando durante el día y ocupándose de sus propios negocios.

Nos llevó arriba, que era más cómodo de lo que se veía por afuera. Había una pequeña sala de estar/comedor y un amplio balcón que tenía

vista hacía la playa y el puerto, con una mesa, sillas y una parrilla. La

cocina era pequeña pero funcional, había un pequeño cuarto de baño y

dos habitaciones.

—Creo que me quedaré en el sillón —dije mirando el pequeño sofá de dos plazas adornado con un manto de franjas blancas.

—No seas ridícula —dijo Javier señalando la habitación más

grande—. Te vas a quedar conmigo.

Mis ojos se abrieron y un destello de calor cubrió mis piernas. —No

lo creo. —Él me dio una mirada irónica.

—¿Prefieres dormir con Raul o Peter?

—Me quedo con Peter —dije automáticamente, Peter se sonrojó y

rápidamente entró en el otro cuarto.

Javier agarró mi mano. —No voy a tocarte, al menos que quieras que lo haga.

Lo miré. —No hay nada de malo con el sillón, tal vez deberías dormir

allí.

—Tal vez no soy tan caballero —dijo ladeando su cabeza.

Subestimación del siglo, pensé, entonces me di cuenta que aún seguía sosteniendo mi mano, lo notó en mi ojos y me dejó ir.

—Tenemos que recoger tus cosas más tarde, se vería muy raro que

alguien nos viera moviendo nuestra mierda aquí, cuando oscurezca

tomaremos las maletas. Hasta entonces… —Hizo un gesto hacia el resto de la casa—, toma una cerveza y relájate.

—Creo que lo haré —dije queriendo deshacerme de Javier y de

cualquier platica que tuviera que ver con el cuarto. Fui a la cocina y tomé

una cerveza, sentándome en el balcón. La brisa del mar era maravillosa

aunque ocasionalmente traía el olor a pescado, me senté y esperé a que algo sucediera. Algo más que estar sentada en el balcón de la guarida de

un cartel tomando cerveza y viendo los pelicanos volar.

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Volví a la casa cuando había terminado con mi bebida y me di

cuenta de que Raul se sentaba en el sofá con la mirada perdida, agarré

otra cerveza de la pequeña nevera y cuando me di la vuelta, se hallaba

justo detrás de mí.

Dejé escapar un pequeño grito de sorpresa y casi se me cae la botella ¿Cómo demonios se movió tan rápido?

—Ellie —dijo, como si mi nombre se sintiera bien al decirlo—. ¿Le

has dicho a alguien más de tu situación?

Fruncí el ceño. —¿Dónde está Javier?

—Tu amante se fue.

—Él no es mi amante —dije groseramente—. Debes saber eso.

Entonces un hilo de miedo me recorrió el cuerpo pero me lo tragué.

—¿A dónde fue?

—Fue a la ciudad con Peter, tenían un negocio que llevar a cabo.

—Bueno, está bien entonces —dije y traté de caminar a su

alrededor, no me dejó hacerlo, agarré la botella con más fuerza, preparada

para desperdiciar mi cerveza en su cabeza.

Se apoyó más cerca. —Dices que él no es tu amante, te creo. Él no

habla muy favorablemente de ti, ya sabes.

Me negué a mirar hacia otro lado, sus ojos me atravesaban. —No

hablo favorablemente de él, así que es justo.

—Nada de esto es justo —se burló—. Piensa en ello, Ellie, él está

haciendo que hagas su trabajo sucio ¿No crees hay otras personas que pueden manejar esto mejor para él?

—Tal vez no se han esforzado mucho.

Dio un paso más cerca, su pelvis casi se presionaba contra la mía,

levanté mi botella. —No te acerques más.

—Solo estoy tratando de ayudarte —dijo con falsa humildad—. No quiero que te lastimen, hay mucho más de esto de lo que él te deja saber.

Es tan triste lo jodidamente ciega que eres.

Mi rostro se ensombreció. No pude evitarlo. Raul obviamente tenía

en su agenda tratar de derribar a Javier, no podía estar segura. Al mismo tiempo, sentía que tenía que estar de acuerdo con Raul, probablemente

estaba ciega y me mantenían en la oscuridad. Además, no confiaba en él.

De hecho, si Pedro no estuviera en la planta baja y no hubiera luz brillante

del día afuera, habría pensado que me encontraba en un gran, gran

problema. Hice una nota mental para no quedarme sola con Raul de nuevo.

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—Vete a la mierda —dije, empujándolo a un lado con mi hombro—.

Y si alguna vez te acercas a mí otra vez, diré todo lo que me dijiste.

—Él no te creería. —Pero parecía preocupado cuando lo dijo.

—Me gustaría averiguarlo por mí misma. —Me acerqué al balcón y

cerré la puerta corrediza detrás de mí. Me hubiera gustado haber cerrado con llave la puerta desde el exterior, de modo que pudiera impedir la

entrada.

Me bebí la cerveza y de vez en cuando dirigía mi atención lejos del

mar y miraba a la puerta corrediza de cristal. Podía ver mi reflejo, viéndome positivamente lánguida en el sol, y más allá, en el interior, Raul

en el sofá. Mirándome constantemente.

Cuando cayó la noche, Peter sacó las mochilas de todos y me instalé

en mi habitación. Javier había regresado poco antes de la cena, pescado

fresco hecho por Pedro, pero no quiso decirme a dónde fueron, aparte de que había algunas cosas en las que tenía que trabajar. Era naturalmente

vago, pero ahora no podía dejar de pensar en lo que dijo Raul. ¿Cuántas

cosas iba a mantener en la oscuridad?

Cuando coloqué unos vestidos largos, chaquetas ligeras y una bonita

túnica en las perchas delgadas y empujé mi bolso debajo de la cama, atrapé a Javier caminando por la habitación, hacia la tienda en la planta

baja.

—Javier —lo llamé.

Asomó la cabeza por la puerta, con las cejas levantadas. Por un momento muy rápido parecía el chico que conocí. O el chico que realmente

nunca conocí.

—¿Puedo hablarte un momento?

No sé por qué estaba siendo tan amable, pero lo era.

Entró, asintiendo, sus ojos curiosos y preocupados. —Por supuesto que puedes. ¿Qué está mal?

Supongo que estaba siendo amable, también.

Miré a la puerta, señalando con la barbilla que la cerrara, para

darnos privacidad. Inclinó su cabeza y luego la sacudió, su atención yendo a la pared. Raul y Peter se encontraban en su habitación y tal vez las

paredes eran demasiado delgadas para lo que pensaba que iba a hablar

con él.

—En realidad iba a salir a la calle para conseguir más cerveza —dijo

en voz alta—. Alguien bebió la mayor parte del suministro. ¿Quieres venir conmigo?

Asentí, agarrando una chaqueta de mezclilla del armario y lo seguí

por las escaleras y a través de las cerraduras triples de la puerta de la

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tienda. Nos montamos en el Range Rover y nos alejamos a toda prisa por el

camino. El álbum Let Love In comenzó a tocar de nuevo. Estiré la mano y

bajé el volumen.

Después de que nos habíamos pasado un par de tiendas

convenientes y supermercados, le dije: —Pensé que necesitabas cerveza.

—La conseguiremos en el camino de regreso. Vamos a Veracruz.

Me sentí agitada. —¿Ahora mismo? Es de noche. —No estaba

preparada para esto.

—El mejor momento para ir. No voy a ser fácilmente identificable. Es

una gran ciudad, ya sabes. Medio millón de personas y muchos de ellos se parecen a mí.

—Lo dudo —le dije a mi pesar.

Dejó escapar una risa baja. —¿Aún crees que soy guapo, Ellie?

No debería haberlo mirado, como si en realidad estuviera pensando en la pregunta, pero lo hice. Y entonces empecé a considerar la cuestión.

Era guapo, tal vez incluso más de lo que una vez fue. Tenía casi treinta

ahora y la edad le dio poder, sus rasgos eran más definidos, su confianza

por las nubes. Era una peligrosa combinación y una peligrosa pregunta.

—Puedo ver cómo una gran cantidad de mujeres te encontrarían muy atractivo —le dije lo más desapegada posible.

—Oh, muy atractivo. Eso me gusta, me gusta. —Me sonrió, con los

ojos de cachorrito—. Sabes que si no tienes cuidado conmigo, podríamos

volver a caer en viejos trucos.

—¿No es eso lo que quieres?

Él apretó los labios. —Te lo dije antes, esto es una evolución. Para

los dos.

Me limpié la mano a lo largo de mi vestido. —No creo que sepas

mucho sobre evolución.

—Ya lo verás. Ahora, estoy seguro de que no querías hablar sobre mi

aspecto conmigo, así que, ¿qué es lo que querías decirme? —Su voz era

cortante ahora, todo negocios.

—Raul me dijo algunas cosas…

—Por supuesto que sí —dijo con facilidad, pero pude ver sus

nudillos volviéndose más definidos mientras apretaba el volante—. ¿Qué te

dijo?

—Que estaba ciega, que me mantenías en la oscuridad y que eso me

haría daño.

—Ya veo.

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—No confío en él, ¿tú sí?

—No confío en nadie —respondió—. Es lo que me ha mantenido con

vida. Yo diría que tú sigues el mismo credo que yo.

—Confío en Camden —dije, preparándome para el impacto.

Se acercaba lentamente, la frustración hervía fuera de él como el humo. Sus dientes sonaron cuando apretó su mandíbula, moliéndola.

Esperó un agónico y largo minuto antes de hablar, más para recopilar su

ira que para mantenerme en anticipación.

—Camden es tú pasado —dijo, tratando de mantener la voz firme—. Yo soy tu futuro.

—Tú eres mi pasado. Camden es mi futuro.

—Camden —dijo, levantando la voz—, se ha ido. Se ha ido, Ellie.

Tiene su familia, la familia que yo le regresé. Ha avanzado. Necesitas

seguir adelante también. La gente débil se aferra a “lo que podría haber sido”. Las personas fuertes construyen un nuevo futuro. Cualquier…

cosa… que ustedes dos compartían, se acabó. Él puede tener su tatuaje en

ti, pero yo también.

—¿Cómo sabes que avanzó? —le pregunté en un susurro—. ¿Cómo

sabes que no está por ahí buscándome?

—Te dije que sé dónde está y lo que está haciendo —dijo—. No está

viniendo a buscarte. ¿No crees que te habría encontrado ya a estas

alturas?

Él tomó un pedazo de mi corazón.

—Tal vez le tomará seis años —susurré, sintiendo la esperanza

drenarse por la herida. Javier tenía razón y lo odiaba. Camden no iba a

venir. No iba a tener de nuevo a su familia y entonces dejarlos por mí. No

iba a renunciar a ellos. Ni siquiera querría que lo hiciera. Supe entonces

que tenía que dejarlo ir, sólo que dolía demasiado para considerarlo siquiera.

—No vine por ti hasta que estuve listo —habló Javier después de

una pesada pausa—. Esa es la evolución. —Suspiró—. Tienes razón para

no confiar en mí o en nadie. Pero no te estoy manteniendo en la oscuridad. Estamos tratando de averiguar la mejor manera de meterte en el camino

de Travis.

Esa idea me hizo estremecer. —La manera más fácil posible, por

favor.

Sentía los ojos de Javier en mí. —Un vestido como ese será un comienzo. Travis no sale muy a menudo por lo que dicen nuestros amigos,

pero no es un total, como tú dices, ermitaño. Va al mercado todos los

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sábados, lo que es dentro de tres días. Me gustaría ver si podemos

encontrarlo antes de eso, sin embargo.

—¿Entonces qué? ¿Me vas a tener conduciendo por la ciudad y

dejándome con la esperanza de que me tope con él?

—Bueno, no. Te daremos una habitación de hotel en la ciudad. Serás una mujer que viajó sola. Tengo un hombre que trabaja allí. Él será

nuestro contacto día a día. No me vas a ver mucho.

Eso me preocupaba por alguna razón.

El continuó: —Es mejor así. No podemos correr riesgos. Una vez que estés en la mira de Travis, voy a tener que desaparecer. Probablemente

tendrá que seguirte durante un rato, por lo que debes mantener la

máscara de viajera americana por algún tiempo. Si te atrapa y yo hablo,

las cosas serían para ti mucho más rápidas.

—¿Por qué yo? ¿Por qué no alguien más? ¿Por qué crees que va a tener algún interés en mí?

Se humedeció los labios y volvió su atención a la carretera oscura. —

No sabes lo que eres, Ellie. Actúas fuerte pero todo el mundo puede ver lo

vulnerable que eres. Los hombres como yo, como Travis, queremos

proteger eso. Queremos romperte, moldearte y mantenerte como nuestra. Él te verá y verá dentro de ti.

No sabía cómo reaccionar a lo que sea que acababa de decir. Era

honesto y desalentador. Estaba bastante segura de que Camden nunca me

vio así. Bastante segura de que…

—Además, eres muy hermosa, de la cabeza a los pies. Cualquier

hombre estaría loco al no tenerte como su reina.

Mantuve la boca cerrada a eso. Estaba segura de que una mujer con

cicatrices, tatuajes y anillos de pezón no estaba a la altura de toda belleza.

El plan original de Javier esa noche era visitar el pequeño hotel donde me iba a quedar. Era una suerte que hubiera decidido venir.

Veracruz se hallaba sólo a unos kilómetros de la casa de Pedro, así

que antes de que nos diéramos cuenta entrábamos en las luces de la

ciudad, las plazas y el malecón, todos encendidos por la noche. El hotel se hallaba justo en la ciudad, pero retirado a una pequeña reserva que corría

a lo largo de un arroyo. Había un edificio de dos pisos que ocupaba el

cargo, tienda de regalos, el vestíbulo y las habitaciones, luego un patio y

una piscina con dos grandes haciendas en la parte posterior con todo

privado. Javier había derrochado en la cabina privada comenzando el sábado por la noche, en especial gustándole que tuviera una entrada

oculta en la parte trasera que daba a un pequeño patio ajardinado y la

reserva de más allá.

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La única persona en el personal de la noche era el contacto de

Javier, Enrico. Enrico tenía más de veinte años, con una cara lisa y ojos

brillantes. Era afilado como una tachuela y respetaba a Javier sin ser todo

un chico aficionado al respecto. Por lo menos me sentía segura con Enrico

actuando como los ojos de Javier. Me preguntaba cuántos de los hombres de Javier estaban esparcidos por la ciudad, protegiéndolo de lejos.

Antes de irnos, Enrico le deslizó un trozo de papel a Javier. No le

pregunté sobre ello hasta que estuvimos de vuelta en el Range Rover y

dirigiéndonos de vuelta a la pescadería.

—¿Qué fue ese papel que te dio? —le pregunté.

—El nombre de alguien que nos puede ayudar. —¿Otra persona que

podría ayudar? Javier captó la mirada en mi cara y sonrió con simpatía—.

Ellie, para esto, vamos a necesitar toda la ayuda que podamos conseguir.

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16 Camden

Traducido por Juli

Corregido por Cami G.

Funciona. Funciona. Funciona.

El GTO respondió a mi tacto como yo lo hacía con labios sobre mi

polla. Metí el coche en la carretera, mientras Gus encendía frenéticamente

el GPS para tratar de encontrar una ruta mejor para alejarnos del coche de policía que todavía estaba en nuestro camino. No sabíamos si se

relacionaba con lo que había pasado con Dan o si el policía solo pasó y nos

vio excediéndonos de velocidad, de cualquier manera, eran malas noticias.

Si la policía nos atrapaba, seríamos descubiertos bastante rápido con mi

cara en cierto modo “Buscada” y un baúl lleno de armas que los carteles no querrían cerca de ellos.

—Hay una pequeña carretera a la izquierda —dijo Gus, señalando en

el dispositivo—. Tómala y luego toma la siguiente calle a la derecha, que

curva alrededor de la autopista.

—Una carretera con más policías —murmuré, pero hice lo que dijo y

lancé el coche por un camino empedrado estrecho, pasando pequeñas

viviendas y perros callejeros que corrían fuera del camino.

—Más policías, pero van a ser más fáciles de perder en este

momento del día.

—¿Tienen helicópteros de tráfico por aquí? —le pregunté,

imaginando la vista desde arriba como transmitido en la televisión.

Gus sonrió con inquietud. —Creo que vamos a averiguarlo, ¿no?

—Y también lo hará Javier. —En este momento todo lo que teníamos era el momento sorpresa. Mierda, odiaba pensarlo siquiera, pero realmente

esperaba que Dan estuviera inconsciente. Pensándolo bien, deberíamos

haberlo atado o bien, si hubiera sido cualquier otra persona, deberíamos

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haberle disparado y sacarlo de su miseria. Ahora había una posibilidad de

que él pudiera alertar a Javier que íbamos en camino.

¿Quién diablos eres? Me pregunté a mí mismo, sintiendo escalofríos

por todo mi cuerpo. De repente hablaba del futuro de alguien como si no

fuera gran cosa.

Sacudí la cabeza y me concentré en la tarea del momento. El coche

todavía se encontraba detrás de nosotros, después de haber tomado la

misma esquina. Llevé el GTO en la otra calle que Gus dijo. Por desgracia,

no era nada más grande que una bici-senda, bordeada de muros de

piedra.

—¡Mierda! —grité mientras nos colábamos, los dos espejos laterales

del coche rompiéndose y volando detrás de nosotros. El coche rebotó y se

balanceó hacia atrás y adelante, con los lados rayándose, mientras

pasábamos a toda velocidad por el pasillo estrecho y sin más de una pulgada de sobra en ambos lados. No pude evitar hacer una mueca de

dolor por el daño que se llevaba el coche y el trabajo de pintura que iba a

necesitar cuando esto hubiera terminado. Ellie iba a tener un berrinche.

Su pobre José.

Solo ese pensamiento, que vería a Ellie de nuevo, me mantuvo enfocado. Aceleré el coche aún más, incluso cuando oí el chirrido del coche

de policía viniendo muy por detrás de mí, probablemente a unos pocos

centímetros.

Casi logramos salir del paso cuando una niña con su cuerda de saltar apareció de repente en la esquina, viniendo hacia nosotros, su forma

pequeña entre las paredes de piedra.

Gus y yo gritamos al unísono cuando pisé violentamente el freno, las

pastillas de freno y la goma quemándose llenó nuestros oídos y narices. El

coche luchó y serpenteó con el poco espacio que tenía, mientras avanzaba hacia la niña.

La miré en su vestido de verano púrpura, las trenzas en coletas, la

cuerda de color rosa en sus manos, sus pies descalzos, sus ojos mientras

me miraban con horror.

El GTO finalmente se detuvo, a unos metros de ella, la nube de polvo

de nuestra estela humeándose hacia adelante.

Mis manos se congelaron en el volante, con el pie en el freno y mis

ojos en la chica. Mi pecho se movía, recordándome a respirar mientras

Gus se aferraba a su pecho. Por un momento pensé que iba a tener un ataque al corazón, que este era su estado de salud misterioso, cuando

sacudió la mano y escupió: —Estoy bien. ¿Deberíamos comprobar cómo

está?

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Miré de nuevo a la niña. Nos daba una mirada enfurruñada, pero se

dio la vuelta y saltó para salir del paso, encontrando otro camino para ir a

donde sea que iba.

Poco a poco moví el coche hacia adelante una vez que ella estuvo

fuera de nuestro camino, avanzando con cautela hasta que la costa estaba limpia. Entonces pisé el acelerador y tomé otro camino que nos condujo a

la carretera.

Una vez que llegamos allí, todo fue bien.

Durante unos cinco minutos. Luego escuchamos más sirenas detrás de nosotros. Alguien había llamado a la caballería.

Gus y yo nos miramos el uno al otro como diciendo: “tiempo de

hacer esto de nuevo”, y aceleré el coche, el motor ahora ligeramente menos

sensible. Giré alrededor de los pasajeros en la carretera, consiguiendo

miradas, enfadadas y curiosas, y bocinazos. Supongo que con los espejos rotos y los costados machacados, íbamos a atraer mucho la atención.

Perfecto.

Gus estaba de nuevo leyendo el GPS. —Nos estamos acercando a

Tihuatlán, la carretera va a ramificarse en diferentes direcciones. No

vamos a ser capaces de permanecer en esta, a pesar de que nos está llevando a Veracruz. Vamos a tener que tomar las carreteras secundarias y

las carreteras más pequeñas. Aún así podemos llegar allí, pero lo siento,

muchacho, ahora va a tomar más tiempo. Los policías van a estar

buscando este coche.

Manoseé el volante y me desvié alrededor de un coche justo antes de

que casi chocáramos con la parte trasera de un camión

—Bueno, primero vamos a ver si podemos salir de esto.

Y casi lo hicimos, hasta que un patrullero se detuvo junto a

nosotros, el policía no llevaba un pasamontañas lo que significaba que probablemente estaba haciendo radar en el lado de la carretera. Sin

embargo, tenía una pistola apuntándonos.

Apretó el gatillo, la bala perforando la puerta de atrás.

Grité y pisoteé los frenos de nuevo, tratando de salir de su camino. El coche detrás de mí chirrió y se desvió a un lado tratando de evitar estar

en la parte posterior. Por desgracia, el coche de policía hizo la misma

maniobra que yo y el coche terminó volando de la carretera tratando de

evitarlo, estrellándose en algún lugar detrás de nosotros. Más y más

coches crujieron y rechinaron y supe que había dejado un enorme choque en cadena a mi paso.

No es que fuera exactamente mi culpa. El policía me apuntaba otra

vez y tiré el GTO hacia el otro carril cuando disparó de nuevo. La bala se

perdió, golpeando la ventana trasera del coche de al lado. Los gritos

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llenaron el aire. Al policía no le importaba una mierda si todo el mundo en

la carretera terminaba muerto.

—Tenemos que largarnos de aquí —dije mientras Gus metía la mano

en la guantera y sacaba su pistola—. Oh, por favor, no vamos a unirnos a

la matanza.

Inclinó drásticamente el arma. —Nuestras vidas ahora son una

matanza. Trata con ello.

Sus palabras eran ciertas. Habíamos ido de dos chicos que miraban

Arsenic and Old Lace en la sala de su casa, a tatuados capos de la droga

que podrían convertirse en ex mejores amigos. Ahora huíamos de la ley, en México, casi arrastrando a todo el mundo con nosotros.

Todo por una chica. Pero no era cualquier chica.

Ella era mía.

Y yo era suyo.

Hasta el amargo final.

—¡Camden, cuidado! —gritó Gus.

El policía se encontraba otra vez justo al lado de nosotros. Solo

obtuve un vistazo rápido cuando volví la cabeza para ver, maldiciendo a los

espejos laterales que habían desaparecido.

Vi la pistola apuntándome.

Eso fue todo.

Entonces mi ventana explotó, los fragmentos de vidrio volaban por

todas partes, entrelazando el aire como confeti. Inmediatamente un dolor abrasador estalló en mi hombro, como si un cuchillo fundido me hubiera

apuñalado allí, retorciéndose. Sin embargo no tenía tiempo para

preocuparme por ello. Tenía que actuar con rapidez. Agarré el volante e

hice lo que el policía psicópata no esperaba que hiciera. Choqué el GTO en

su coche, golpeándolo en un ángulo que hizo que ambos derrapáramos. Solo que yo todavía tenía el control, con un buen brazo, y fui capaz de

conseguir que el coche se enderezara antes de que Gus tuviera que tomar

el control del volante y manejé la palanca de cambios.

Casi tuvimos unos cuantos choques más, un semi cambio de carril para salir del camino, un sedán lleno por una familia mirando nuestro

coche con horror con los que casi chocamos. Pero nos las arreglamos para

evitar estrellarnos y movernos con mucha dificultad a través del laberinto.

Me sentía como si estuviera en una versión mortal en la vida real de

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Frogger16. Mis manos empezaron a ponerse frías y pegajosas, la palanca de

cambios se deslizaba bajo mi palma.

Una vez que estuvimos de vuelta en una velocidad óptima, di un

volantazo brusco y arranqué a toda velocidad, superando a todos y

dejándolos en una nube de tormenta de obras de carreteras flojas. Fue entonces cuando decidí bajar la mirada a mi brazo. No vi nada más que

sangre, comenzando desde el hombro donde se conectaba a mi clavícula y

yendo hacia abajo, un borrón rojo que comenzó a tomar nuevas formas

ante mis ojos.

—Oh, joder —dije, rechinando los dientes cuando el dolor comenzó a

manifestarse—. Me han disparado.

—¿Dónde? —dijo Gus alarmado y mirando por encima de mí.

—Mi hombro —gruñí, y luego grité—: ¡Es jodidamente doloroso!

Pareció tener en cuenta eso por un momento antes de que el muy listillo diga: —Sí, recibir un disparo duele.

Lo miré, con mis gafas empañándose. —Si muero sobre ti, vas a

tener que sentirte muy mal por ello.

—Estoy seguro de que lo haré —dijo—. Simplemente sigue

conduciendo. Creo que los hemos perdido por ahora. Una vez que lleguemos a Ixtapa, la próxima salida está subiendo a la derecha, luego

toma la carretera hasta que ésta cruce con la 132. Toma la 132... —Y Gus

siguió hablando. Me costaba mucho oírlo, mi visión comenzaba a

desdibujarse y mis oídos se sentían como si tuvieran bolas de algodón en ellos. Creo que inconscientemente entendí todo porque juntos, con él a

veces al volante, seguimos sus instrucciones y terminamos en una

gasolinera abandonada en las afueras de un pequeño pueblo. La policía no

nos había seguido.

Pero me habían disparado. Y antes de que pudiera hacer nada al respecto, el mundo a mí alrededor empezó a ponerse borroso.

Entonces, nada.

16 Frogger es un clásico de los videojuegos, donde el objetivo es guiar una rana hasta su hogar. Para hacerlo, la rana debe evitar coches mientras cruza una carretera congestionada y luego cruzar un río

lleno de riesgos.

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17 Ellie

Traducido por KristewStewpid & Nani Dawson

Corregido por mterx

Como era de esperar, dormir con Javier fue extraño. Después de que

volvimos de nuestro pequeño viaje a Veracruz, caja de cerveza en mano,

todos tomamos un poco y luego nos retiramos a nuestra habitación. Podía

sentir los ojos de Raul en mí todo el tiempo, pero Javier no actuó diferente alrededor de él. Estaba contenta por eso ya que no quería que Raul

pensara que me había delatado, él no era alguien con quien quisiera

promover la hostilidad.

Javier cerró la puerta detrás de mí y encendió la lámpara de la esquina, una cursilada decoración Mexicana. —¿Qué lado de la cama

quieres? —preguntó.

Entonces procedió a quitarse el traje. Arrojó la chaqueta en un sillón

al otro lado de la habitación y comenzó a desabotonarse la camisa. No

sabía dónde mirar, mis mejillas calentándose como si fuera una inocente adolescente. Lo había visto sin camisa antes. Demonios, había visto y

sentido cada parte de ese hombre. Sin embargo, la sensación no

desaparecía.

—¿Te sientes avergonzada? —Ahora su tono era engreído.

Levanté la mirada y su camiseta se había ido. Su cuerpo era tal y

como recordaba, pero más ancho, en un modo más atlético y esbelto.

Había crecido y tomado gran cuidado de su cuerpo tras los años. Sus

abdominales y brazos parecían como si hiciera flexiones en su tiempo

libre, pero aun así era muy elegante y sutil. Su piel era bronce oscuro, sombreado por la lámpara.

—No —contesté.

—Bien. —Y luego sus pantalones cayeron.

Y yo había olvidado totalmente que le gustaba ir sin ropa interior.

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—Oh Dios míos —chillé, escudando mis ojos y mirando a la pared—.

Por favor, ponte algún pantalón. O ropa interior.

—Di “oh Dios mío” de nuevo, me gusta cómo suena —dijo y podía

oírlo acercarse—. Me recuerda a los viejos tiempos.

—Javier, voy en serio.

—¿Cuándo no vas en serio, Ellie?

Mantuve mis ojos fuertemente cerrados hasta que comenzó a

arrastrar los pies hasta los cajones. —De acuerdo, de acuerdo, cálmate.

Vamos, ya llevo pantalones.

Me agaché y cogí la parte de debajo de mi pijama y una camiseta, y

luego caminé pasándole hacia la puerta, no queriendo arriesgarme a mirar

en su dirección. Cuando volví del baño, después de un larga, caliente y

muy necesitada ducha, él ya estaba en la cama con las luces apagadas.

Esto era exactamente con lo que contaba. Quería ir a dormir a mi lado de la cama y acabar ya con esto. Sin pensar en la situación, sin cotorrear.

Cuidadosamente cerré la puerta e hice mi camino por la habitación,

mis pies descalzos amortiguados por la alfombra de lana; la luz de la luna

tras la ventana abierta iluminando mi camino. Con la brisa marina

entrando y el sonido de los botes de pesca subiendo y bajando por el embarcadero, toda la situación era relajante. Incluso romántica.

Me arrastré dentro, poniendo sólo la sábana por encima de mí y

enfrentando a la pared. La luna brillaba en mi cara.

Después de unos minutos, cuando el latido de mi corazón había empezado a calmarse y empezaba a olvidar donde me encontraba, Javier

me llamó suavemente. —¿Ángel?

Quería fingir que dormía. Quería ignorarlo. Pero había usado un

nombre que odiaba y me ponía enferma oírlo.

—Por favor, no me llames así —susurré, empujando la sábana más cerca sobre mis hombros.

Se giró en la cama y de pronto estaba justo detrás de mí, haciendo

que los pelos de la nuca se me erizasen. —¿Por qué no?

Intenté regular mi respiración. —No soy tu ángel.

—Eres el ángel de alguien. El de Dios.

—¿El de Dios? ¿Cómo puedes llamarme ángel cuando piensas que

no soy buena?

Calló por un momento. Las olas chocando en el exterior.

—Hay ángeles caídos también. Ángeles con las alas sucias.

—Lucifer era un ángel caído —señalé.

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—Tienes razón. Pero lucifer no tenía un código moral. Tú y yo, ángel,

pienso que estamos en algún lugar entre todo eso. Hicimos nuestro sitio.

Nuestro propio hogar.

Cerré los ojos ante sus palabras, mi alma y mi corazón, y todo fue

absorbido en un remolino de recuerdos, todo brillante, reluciente, y bueno. Recuerdos de él y yo juntos, recuerdos que pensé que había borrado.

Sus labios estaban en mi oreja, su cálida mano en mi hombro,

sosteniéndome más que dándome consuelo. En lugar de ponerme rígida,

todo mi cuerpo se relajó.

—Evolucionamos, Ellie —susurró, enviando escalofríos por mi

espalda—. Y seguiremos evolucionando. —Luego se apartó, volviendo a su

lado de la cama, relajándose bajo las mantas.

No me dormí por horas.

El día siguiente, Peter y Raul fueron a algún lado en el pequeño Toyota de Pedro, y Javier y yo tomamos el Rover hasta Veracruz para

conocer su nuevo contacto, una mujer llamada Amandine.

Nos vestimos apropiadamente para la ocasión. Yo llevaba una larga

falda estilo campesino y unas sandalias de gladiador que até hasta mis

rodillas, cubriendo las flores de cerezo, por si alguien pudiera verlos. En la parte de arriba mostraba mucha piel. Sin sujetador bajo un escotado y

ajustado top de encaje blanco de espalda baja. Me esforcé mucho con mi

pelo, estilizándolo hasta que cayera recto y liso un poco más allá de mi

barbilla, y me puse más maquillaje de lo normal. Nada vulgar, pero sabía que podía sobresalir cuando quisiera.

—Eso es perfecto —dijo Javier cuando me vio, sus ojos saboreando

mi cuerpo—. Por supuesto, sí aún fueras mía, no habría manera de que te

dejara salir en público así.

—Buena cosa que no sea tuya —le dije.

Mientras yo parecía una atractiva turista americana, Javier parecía

lo contrario a un señor de la droga. Vaqueros, un jersey negro y naranja de

los Gigantes de San Francisco, gafas de aviador y una gorra de béisbol

negra.

Realmente era algo raro estar con él luciendo así. Javier siempre

había sido muy fino y elegante al vestirse y ahora aquí estaba, pareciendo

cualquier fan del béisbol de veintinueve años, no obstante, uno con altos

pómulos. Incluso vestido así él aún parecía extraordinariamente… guapo.

Cruzamos a través de las concurridas calles de la ciudad, ambos cómodos por los cristales a prueba de balas, hasta que encontramos la

dirección. Era una cafetería frente a uno de los tantos pequeños lagos y

lagunas que estaban esparcidos a través de Veracruz.

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Aparcamos junto a la laguna y tomamos el camino más largo,

siguiendo un pequeño paseo marítimo. Él tomó mi mano y la apretó antes

de que pudiera retirarla.

—Eres una chica americana y yo soy tu novio mexicano —dijo con

una animada sonrisa que le hizo parecer terriblemente joven—. Somos Romeo y Julieta modernos.

—Romeo y Julieta era una tragedia, no un romance —contesté.

Sujetó mi mano todo el camino, manteniéndome cerca de él,

ocasionalmente señalando uno de los flamencos en la laguna, y yo fingía tener interés, haciendo un espectáculo para la gente quien probablemente

no nos miraba. La gente se esparcía por el parque, los trabajadores en su

hora del almuerzo, los estudiantes de universidad teniendo sesiones de

besuqueo y picnics a la orilla del agua.

Cuando nos acercamos a la cafetería, él susurró: —Allí está. —Con toda la habilidad de un ventrílocuo. Una mujer se hallaba sentada en una

mesa pequeña en el rincón de la cafetería, donde el patio desaparecía en la

hierba. No había nadie excepto ella y una vieja pareja leyendo el periódico,

juntos.

—¿Amandine? —preguntó Javier mientras parábamos al final de la mesa.

La mujer levantó la mirada sorprendida. Era bastante caliente, para

empezar. Sobre su edad, quizás a principio de los treinta, largo pelo

ondulado, precioso en tonos marrón miel, piel besada por el sol y ojos azules que combinaban con su top.

—Hola —exclamó radiantemente con unos increíbles dientes

blancos—, deben ser los amigos de Enrico.

Asentimos. Javier gesticuló hacia los asientos vacíos frente a ella. —

¿Podemos sentarnos?

—Sí, sí, por supuesto, por favor, siéntense.

Una vez sentados, ofrecí mi mano. —Soy Ellie.

Ella la sacudió, bien y firme. —Encantada de conocerte. Y a ti

también, Javier.

Él sonrió y cruzó las manos frente a él por un segundo antes de que,

supongo, se diera cuenta de que era un poco demasiado formal para una

nueva personalidad y en su lugar se reclinó en la silla, con las piernas

abiertas.

Casi ruedo mis ojos ante su pose de casi mafioso.

—Así que —dijo, volviendo a los negocios—, estoy seguro de que

Enrico te dijo de qué iba todo esto. Entonces, ¿puedes ayudarnos,

Amandine?

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Su cara se puso un poco seria. —Estoy segura de que Enrico

también te dijo sobre mi préstamo de estudiante…

—El dinero no es ningún problema —dijo ondeando su mano.

—De acuerdo, bien —continuó ella—. Estuve con Travis por un

tiempo.

Javier y yo intercambiamos miradas. Se enderezó en su asiento y

miró alrededor de la cafetería.

—No se preocupen —dijo Amandine, tomando un trago de su café

con leche—. Este lugar es bastante seguro. Mayormente son turistas los que vienen aquí. Ninguno sabe escuchar, ¿no es así?

Él sacudió la cabeza, su mandíbula tensa. —No. No lo hacen. No

esperaba escuchar esto. ¿Qué quieres decir con que estuviste con él?

¿Cómo su amante?

Ella rio y se tapó la cara. —No, no así. Tomé un trabajo limpiando su casa. Necesitaba dinero extra para la matrícula. Fue nada más durante el

verano. Por supuesto, no sabía quién era pero lo descubrí bastante rápido.

Primero pensé que a él le gustaba contratar mujeres realmente atractivas

para ayudarle, si puedo ser modesta, y pensé que quizás era un banquero

financiero o algo así. No sabía, era ingenua. Soy una buena chica, estudio duro y no crecí con eso. Sabía que había drogas por toda la ciudad y que

las bandas estaban cerca, pero al mismo tiempo no era tan malo.

—¿Hace cuánto fue eso? —preguntó él.

—Hace dos años, dos y algo —dijo ella, pensándolo—. No era nada como es ahora. Esta es mi ciudad, mi hogar. El hogar de mi familia. Ahora

tenemos a Los Zetas y a Los Asesinos de Los Zetas y quién sabe a quién

más, todos queriendo una porción del pastel y está podrido hasta la

médula. Los cuerpos son dejados en las calles. La gente, buena gente,

reporteros, maestros, son asesinados y nadie hace nada al respecto. Ni la policía. Ni los militares. Ni el gobierno. El crimen organizado se ha hecho

con esta ciudad. Tan pronto como termine la escuela, me iré. Y cuando

haga dinero algún día, me llevaré a mi familia conmigo.

—Bien, Amandine —dijo Javier calmadamente—. Si eres de gran ayuda para nosotros, me aseguraré de que tengas el dinero antes de

incluso empezar tus próximas clases. Y será suficiente para llevarte a tu

familia fuera de aquí al mismo tiempo.

Ella parecía atónita. No podía culparla. ¿Cuánto dinero le estaba

dando Javier a esta joven mujer y por qué? ¿Todo por ser agradable? Eso no suena como él. No cuando no es mejor que Los Asesinos de Los Zetas.

—No puedo aceptar eso —dijo.

—Sí, sí puedes y lo harás. Porque tu información valdrá la pena. Las

vidas de mis propias hermanas dependen de ello.

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Su cara cayó. —Oh, ya veo. Travis… Los Zetas. ¿Les hicieron algo?

Javier no dijo nada. No podía ver sus ojos salvo por el reflejo

ambarino de sus gafas de aviador y él probablemente estaba contento de

ello. No podías leer su cara del todo.

—Si me ayudas, no dejaré que Travis les haga daño, ni a nadie de esta ciudad.

Ignoré lo que Javier me dijo en el barco ese día, que los señores de la

droga eran como zombis y que otro aparecería de repente para tomar su

sitio. ¿Realmente quería detener las organizaciones de droga, la violencia?

¿O él solamente quería proteger a sus hermanas y subir a la cima?

Ella tragó duro y tomó otro trago de su café con leche. Sus manos

ahora temblaban. Puse las mías en la mesa como una muestra de

solidaridad.

—Está bien —le dije—. Te protegeremos. Tan sólo necesitamos saber lo que nos puedas decir sobre Travis, eso es todo. A dónde va, quién vive

con él, qué tan bien protegido piensas que está, cuántos guardaespaldas.

Ese tipo de cosas. No tomará mucho de tu tiempo, te lo prometo, y

entonces puedes tener tu dinero.

Lentamente bajó su bebida y asintió. —De acuerdo.

Javier me disparó una mirada impresionada, sus labios subiendo.

Amandine nos contó todo lo que sabía acerca de Travis sobre los

pasados dos años. Le gustaba ir al Mercado Hidalgo los sábados donde la

fuerza de policía local prácticamente lo saludaría. Los viernes por la noche, frecuenta clubes nocturnos o bares, principalmente The Zoo, una empresa

turística con alta seguridad donde bebe en una habitación privada.

Usualmente lleva mujeres a su casa de estos lugares, y su chofer las lleva

a sus casas justo después de su sesión de sexo. Quería preguntarle a

Amandine si yo era del tipo de Travis, si él me encontraría atractiva pero sabía lo denigrante y embarazoso de esa pregunta, de admitir lo que iba a

hacer.

Y honestamente, mientras explicaba la mansión en las colinas, todos

sus cinco guardaespaldas, algunos de los cuales Javier reconoció, hermanos pasados, comencé a preocuparme. Empecé a asustarme un

poco, mi pulso se aceleró, oleadas de mareo golpeándome. Estaba segura

que no podía hacerlo, que fallaría, que él me atraparía, me mataría y todo

habrá sido para nada. No quería tener mi cuerpo abandonado detrás de un

basurero o mi cabeza en los escalones de un hotel. No quería morir a manos de ese hombre.

—¿Ellie? —Era Javier, su mano sobre la mía—. ¿Estás bien?

Asentí rápidamente, tratando de regresar a la realidad.

—Sí. Lo siento. ¿Qué... qué estábamos hablando?

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Amandine me miraba con una expresión incrédula. —Pregunté si no

había nada más que quisieras saber.

—No, estoy bien. Lo siento. Creo que he tenido mucho sol —dije,

cubriéndome con una mano.

—Creo que tienes razón —dijo Javier, levantándose de la silla y poniéndome de pie—. Gracias, Amandine, has sido de gran ayuda. Estaré

en contacto contigo si necesito más ayuda. ¡Oh! —Buscó en el bolsillo

trasero de sus pantalones y sacó una chequera del Banco de América, y

comenzó a garabatear en él, con una de las plumas de Amandine.

—Es en fondos de EE.UU. y de un banco norteamericano así que

puede que tu banco un poco en hacértelo efectivo, pero te garantizo que lo

harán. —Rasgo el cheque de la chequera y se lo tendió.

Sus ojos se desorbitaron. —No puedo aceptar esto.

—Lo aceptarás, te lo ganaste. Sólo asegúrate de compartirlo con tu familia —dijo—. Vamos, Ellie.

Me jaló hacia él y me llevó lejos de Amandine, aun observando el

cheque en shock. Nos encontramos a medio camino a través del parque

cuando pregunté: —¿Cuánto le diste?

—Cómo treinta mil dólares —afirmó con total naturalidad.

—Mierda —dije—. Acabas de hacer su vida.

—Si tiene una vida por un tiempo —dijo quedamente—. Después de

que hagamos lo que tenemos que hacer, no dudo que irán tras ella. Así es

como las cosas funcionan aquí. Aquellos que hablan, mueren. Mi única esperanza es que saque a su familia de aquí primero, para al menos,

darles una oportunidad en otra parte.

Mordí mi labio, deseando que la bonita Amandine de alguna manera

salga de esto con vida. Deseando que yo salga de esto con vida.

—¿Es así de malo este lugar?

—Es el viejo y salvaje Este, cariño, y el sheriff no está a la vista.

—¿Y quién eres tú? ¿El llanero solitario?

—Don Diego de la Vega —contestó—. El Zorro.

Llegamos de regreso al auto y condujimos fuera de la ciudad y hacia la carretera que nos llevará a Alvarado. Y a medio camino comencé a tener

una crisis nerviosa.

Todo en lo que podía pensar era en Travis atrapando a Amandine y

cortando su cabeza, dejándola para que la encontraran sus padres. ¿Qué

me pasaría si hiciera lo mismo conmigo? ¿Quién lloraría por mí? Camden probablemente nunca lo sabría. Ni mis padres, donde quiera que estén. Al

único que tenía en ese momento se hallaba a mi lado: Javier.

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Y fue eso lo que me partió.

No he tenido un ataque de pánico en semanas, por lo que se coló en

mí como una mano alcanzándome por detrás y empezando a apretar mis

pulmones hasta quedarme sin aliento. Comencé a jadear por aire, mi

mano en mi garganta, tomando nada. Lágrimas llenaron mis ojos y se demarraron en mis mejillas en sucios riachuelos, y mi cuerpo comenzó a

temblar.

—¡Jesús! —Maldijo Javier, casi sacando el auto del camino—. Ellie,

Ellie. ¿Qué está pasando?

Tragué y jadeé incapaz de detener el llanto, pánico sujetándome

desde los hombros hasta mis pies y me moví hacia delante y hacia atrás

tratando de liberarme.

Lo siguiente que supe fue que él había sacado el auto de la

carretera, por un camino de tierra privado que corría entre dos huertos y me desabrochaba cinturón de seguridad. Vino a mi lado, me tomó entre

sus brazos y lejos del auto. Desaparecimos entre los huertos, el olor a

naranjas creciendo en el aire.

Me bajó, apoyándome contra un árbol y me quitó el cabello del

rostro. Sus lentes de sol y gorra de béisbol estaban fuera, su cabello desordenado, sus preocupados ojos buscándome.

—Oye, Ellie —dijo gentilmente, pasando su mano por un lado de mi

cara y sintiendo mi pulso debajo de mi mandíbula—. Está bien. Todo va a

estar bien.

Sacudí mi cabeza, sintiéndome asqueada, desordenada y perdida.

Lloré.

—No va a estar bien. No puedo hacer esto, no puedo hacer esto.

Acunó mi rostro entre sus manos y me forzó a mirarlo.

—Tú puedes. Y lo harás. Eres fuerte. Eres muy fuerte. Justo aquí. —Puso su mano en medio de mi pecho—. Harás esto y tendrás éxito.

Finalmente encontré mi aliento de nuevo, el aire fresco fluyendo

entre los rayos de sol del huerto. —Voy a fallar.

—No lo harás.

Aspiré. —Ni siquiera quiero hacer esto —admití.

Ladeó su cabezo y soltó mi cara.

—Entonces, ¿por qué haces esto?

—¡Porque me estás obligando! —Lloriqueé—. ¡Estas forzándome!

Echó su cabeza hacia atrás. —No estoy haciendo tal cosa.

—¡Lo estás! Matarás a mi Camden si no lo hago.

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No vi la explosión venir. De pronto, Javier se acercó a mi rostro, su

piel volviéndose roja, sus ojos estrechándose como rendijas de víbora,

todos amarillos y llenos de odio.

—¡Él no es tu Camden! —gritó. Cerré los ojos—. Él no está aquí

contigo ahora —continuó, palabras crueles y cortas, como balas—. Yo estoy aquí contigo.

—¡Lo sé! —grité en respuesta—. ¡Y odio eso! ¡Odio eso! ¡Te odio!

Entonces antes de saber que pasaba, había levantado mi mano y lo

había abofeteado duro en la cara. El sonido rebotó por la arboleda.

Esperé, sorprendida de mi misma, respirando fuerte. Observé como su cara se contorsionaba con el mismo tipo de shock. Y luego algo raro

destelló en su frente. Algo como traición. Conocía la traición muy bien.

Sabía que había sido mi propio rostro cuando me enteré lo que el tío Jim

planeaba hacer.

Mi tío muerto.

Lo abofeteé de nuevo, más fuerte esta vez, mi palma ardía como si

fuera apuñalada con millones de cuchillos pequeños.

—Esa fue por mi tío —lloriqueé—. Tú lo mataste.

Ahora furiosa le di un golpe justo en un lado de la cabeza.

—Tú lo mataste —repetí, las lágrimas corriendo por mis mejillas de

nuevo—. Te sigues llevando a todos los que amo.

Todo el tiempo, Javier se quedó allí. No esquivó mis golpes, ni se

quitó del camino. Él sólo me dejó, viéndome con una mirada impasible en su rostro.

—¡Bueno, vamos! —grité—. Devuélveme el golpe. ¡Sabes que quieres!

Lo golpeé en la cabeza de nuevo, mis nudillos explotando en dolor. —

¡Vamos! —Empujé las manos en sus hombros y traté de derribarlo al

suelo. Cayó fácilmente, y me aventé sobre él, lanzando golpe, tras golpe, tras golpe hasta que finalmente se alzó, tomando mis muñecas con ambas

manos.

—No voy a pegarte —dijo, mirándome profundamente con ojos

salvajes, su labio sangrando—. Puedes golpearme todo lo que quieras, pero si lo estás haciendo para que te golpeé, no funcionará. Sólo romperás cada

parte de mí.

—¡Quiero romper cada parte de ti! —exclamé, pero me rendí y

colapsé sobre él—. Quiero romperte —susurré, mi cabeza en su pecho, mis

ojos centrados ausentemente en un árbol de naranja.

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—Lo hiciste —dijo suavemente, su mano acariciando la parte trasera

de mi cabeza—. Te dije que me rompiste cuando me dejaste. Y lo hiciste.

No estoy mintiéndote.

—Siempre mientes.

—No. No ahora. —Su voz bajó un registro.

Levanté el rostro para verlo. Llevó las manos a ambos lados de mis

mejillas y me sostuvo ahí, sus ojos buscando algo en mí.

—Ángel —dijo, en un aliento.

Jaló mi rostro hacia el suyo, sus labios encontrándose con los míos, lentamente. Sabor a sangre y lágrimas. Labios y lengua. La sensación me

arrastró, el calor se extendía de él y a través de mí, los recuerdos

mezclándose con el olor creciente de naranjas. Todo el dolor desaparecía

mientras nuestro beso se profundizaba, toda la preocupación, todo el

peligro se derritió mientras mis labios y los suyos lo hicieron juntos.

Estaba mal. Muy mal. Y no me importaba. Como muchas veces

antes, era voluntariamente mala.

Soltó un gemido, sus manos desapareciendo entre mi cabello, sus

besos haciéndose feroces, estimulándome más. La urgencia extendiéndose

entre nosotros. Comencé a rasgar su camiseta, pasándola sobre su cabeza, repentinamente impaciente por sentir su lisa y oscura piel bajo mis

manos, el sol calentándonos. Se sentía como el cielo, el infierno y el peligro

al tacto.

Sus manos encontraron frenéticamente mis pechos y agarro el cuello en V de mi blusa, rasgándola, el encaje desgarrándose fácilmente. Luego

se sentó, dominándome y tendiéndome en el suelo. Enterró su cara entre

mis pechos, dejando salir un gruñido feliz cuando descubrió el arete en mi

pezón por primera vez, dándole un duro tirón con los dientes para después

calmar mi lloriqueo lamiéndolo suavemente.

Pasé las uñas por su espalda, enterrándolas cuando la pasión se

apoderaba, luego llevé las manos a sus pantalones y acaricié su erección.

El gemido que obtuve de su parte hizo que me mojara como el agua y

comenzara a acariciarme contra él en pura impaciencia. Busqué la bragueta de sus pantalones y bajándolos hasta las rodillas, envolviendo las

piernas alrededor de su culo desnudo, sosteniendo su longitud contra mí.

Me levantó la falda hasta la cintura y me arrancó la tanga barata en

un suave movimiento. Sus labios y dientes fueron a mi cuello, mordiendo

fuerte y chupando lento, haciendo que mi espalda se arqueara con cada toque. Sus dedos encontraron su camino dentro de mí, acariciando en los

lugares correctos hasta que gemí.

—Te necesito dentro de mí —dije, mientras giraba su dedo caliente

alrededor de mi clítoris, mis caderas moviéndose por más.

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—Dime que eres mía —gruñó, su boca en mi oreja, su lengua

moviendo mi lóbulo—. Dime que eres mía, luego te tomaré.

Su otra mano fue a mi pecho y jaló el arete en mi pezón de nuevo.

Maldita sea, iba a perderlo antes de que comenzara.

—Soy tuya —dije, mi voz temblando. Cerré los ojos y lancé la cabeza hacia atrás—. Soy toda tuya.

—Siempre lo fuiste —dijo, mientras se agachaba y se insertaba a sí

mismo con una fuerza penetrante. Sentí la parte baja de mi espalda

encontrarse con la tierra, un dolor agudo que se esfumó en puro placer, mientras continuaba penetrando duro, su culo fuerte y flexible bajo mis

acalorados dedos.

No podía ir lo suficientemente duro, lo suficientemente rápido, lo

suficientemente profundo. Lo quería a él, todo de él, quería que todo

explotara, quería estrellas, calor y olas que me llevaran a otro día. Quería ir al día antes de que todo este desastre pasara, cuando nada más éramos

él y yo, y no conocía algo mejor, y teníamos un hogar y un lugar donde

podíamos ser nosotros.

Javier dejó escapar un pequeño grito cuando pasé las uñas por su

pecho, con los ojos ardiendo en los míos, unos soñadores dorados, mientras el rostro se fruncía con la necesidad de liberarse. Lo necesitaba

también.

Dio todo de sí, sus tensos músculos esforzándose, sudor corriéndose

de él y acumulándose con el mío, el sol resplandeciendo en él desde atrás de los árboles de naranja, haciendo que su espalda brillara. Se clavó más

profundo, sus dedos bajando llevándome al borde de nuevo. Cerré los ojos

y sentí como me llenaba con las olas de energía que él creaba, la presión

entre mis piernas que se alzaba cada vez más y más hasta que tuve que

liberarla.

Grité, maldiciendo y clavando las uñas en su culo y espalda baja

mientras él dejaba salir lo que podría describirse como un gruñido, su

cuerpo tensándose. Se vino duro dentro de mí, poniendo los ojos en

blanco.

Sostuvo esa posición, congelada en el dolor del placer puro, antes de

exhalar y derrumbarse encima de mí, sus codos aguantando la mayor

parte de su peso corporal, su cabeza ahora en mi pecho. Atrapé el olor de

su champú y cerré los ojos, mi aliento luchando por recuperarse, nuestros

pechos ascendiendo y descendiendo contra sí mismos al unísono.

Nos quedamos tendidos por un tiempo, respirando, siendo. Y cuando

la pasión, el estado de ensueño de nuestro sexo se disipo, me quedé con

pensamientos que no quería pensar. Culpa por lo que había hecho. Asco

por con quien lo hice.

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Y, aun así, una parte enferma de mí no se arrepentía de nada. Se

sentía destinado, obligado a que pasara, algo que nunca había cerrado el

ciclo hasta ahora. Había una sensación de cierre y paz que se instaló entre

nosotros, como los diminutos pétalos blancos que volaban en el aire,

barridos en la brisa vespertina.

—¿Ellie? —dijo Javier.

—¿Sí?

—Te has vuelto más salvaje.

—¿Lo he hecho?

—Sí. Y no sé si seré capaz de manejarte ahora.

Sonreí a mí misma, pero rápidamente se desvaneció.

No sé cómo iba a manejarme a mí misma tampoco.

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18 Camden

Traducido por Val_17

Corregido por NnancyC

Soñé con Ellie de nuevo.

Estábamos de vuelta en la gran sala cavernosa, sin paredes, sin techo, sólo una oscuridad que fue para siempre. El suelo era de sábanas

de satén negro desapareciendo en el infinito.

Ellie se hallaba sobre las sábanas, en cursi lencería blanca que

nunca usaría en la vida real pero me hizo feliz verla en una cosa tan frívola. Lucía increíble, escultural y suave, arrastrándose hacia mí en sus

cuatro extremidades, sus pechos empujaban hasta la garganta. Cada parte

de mí se moría de ganas de tocarla, abrazarla, poseerla. Sentí como que si

no lo hacía, ella me sería arrebatada, convirtiéndose en otra persona.

—Ellie —gritó una voz a la distancia. Profunda, oscura, siniestra—. Eden, Eleanor, Ellen, Emily, Elaine.

Ellie giró la cabeza para mirar, congelándose en el lugar.

—Ellie. —Traté de llamarla, para conseguir que me notara, para

seguir arrastrándose. Pero las palabras se perdieron en la habitación, succionadas lejos.

De repente un viento frío me atacó, cristales de hielo formándose

sobre mis lentes. Los limpié a tiempo para ver a Ellie poniéndose

lentamente de pie y caminando hacia otro lado.

—¡No te vayas! —grité aunque mi voz salió en un susurro.

Se detuvo y giró la cabeza hacia un lado, apenas mirándome antes

de desviar la mirada hacia abajo.

—Él dijo que me hará su reina. Tengo que ir.

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Hice un movimiento hacia ella pero sólo conseguí ponerme de pie

antes de que no fuera capaz de moverme más. Estaba congelado en el

lugar, perplejo desde abajo hacia arriba.

Una figura negra se formó detrás de ella, creciendo en el momento,

algo tan grande, denso y malévolo que parecía ocupar todo el espacio de la habitación, en el mundo, el universo. Un destello de dientes blancos,

viniendo por ella.

Corre, grité en mi cabeza. Ellie no lo hizo. Le sonrió con admiración y

extendió la mano para tocar a la bestia, desapareciendo en la oscuridad.

Entonces gritó y sacó de un tirón su mano. Estaba cubierta en sangre.

Corre, corre, corre.

Y lo hizo.

Lo intentó.

Se giró y trató de correr, pero cayó a las sábanas.

La bestia negra descendió sobre ella. La agarró por las piernas,

tragándolas enteras con esa impenetrable oscuridad.

Ellie gritó por mí, el miedo haciéndose cargo de sus ojos, sus dedos

agarrando desesperadamente las sábanas de satén, tratando de no ser llevada.

La bestia la arrastró de vuelta y la devoró hasta que no quedaba

nada más que el abismo.

Y no había una sola cosa que pudiera hacer al respecto.

Cuando volví en sí, por una fracción de segundo, pensé que me

encontraba de vuelta en Sins & Needles, tendido en el suelo de mi tienda

de tatuajes. Pensé que todo había sido un sueño y no había torturado a

nadie por información o encendido en llamas la cara de alguien o que huía

de la ley. Pensé que tal vez nada de eso ocurrió y era Camden McQueen de nuevo, un buen chico. Débil, pero bueno. Había una sensación de alivio en

eso.

Entonces mis ojos comenzaron a centrarse en el techo y me di

cuenta de que no me hallaba en un salón de tatuajes, sino en una clínica veterinaria. Podía oler la orina, los químicos y la piel, escuchar los gorjeos

de varios animales. Una mujer se inclinaba sobre mí con un estetoscopio

en sus oídos.

—Está despierto. Hola, Camden, soy Carlotta Valdez.

Parpadeé con fuerza y traté de incorporarme, pero me empujó hacia abajo con una firme pero delicada mano.

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—Estarás bien, tómalo con calma. Estás fuertemente sedado. Gus

no sabía qué hacer contigo, pobre hombre se volvió un poco loco. Tienes

mucha suerte, la bala no alcanzó las arterias. La herida fue bastante

limpia. Sanarás bien.

Cerré los ojos, sintiendo el mareo golpeándome. —¿Dónde está él? ¿Dónde estoy?

—Estás en mi clínica. Normalmente trato a perros y gatos pero el

negocio es un poco lento el viernes, así que hice una excepción.

Abrí los ojos otra vez y la miré de cerca. Estaba en sus treinta y tantos años, bastante atractiva en realidad. Nariz grande aunque se

adaptaba a su cara, buenos huesos, agradable, dulces ojos. Tenía el pelo

oscuro y recogido en un moño. Parecía confiable pero supongo que

realmente no importaba si lo era o no, porque me encontraba acostado

sobre una mesa fría utilizada para tratar animales enfermos, y sentí como si tuviera suficientes medicamentos en mí para derribar un caballo.

—Hola. —Escuché la voz baja de Gus de mi lado. Giré la cabeza

hacia un costado y le di una pequeña sonrisa. Parecía haber envejecido

diez años, las líneas alrededor de sus ojos más profundas—. ¿Cómo te

sientes sabiendo que te disparó la policía mexicana?

—Como que estoy drogado.

Gus sonrió y miró por encima de mí a Carlotta. —¿Así soy su

enfermero ahora?

Ella sonrió y tocó su carpeta con el lápiz. —Sí, ciertamente lo eres. Camden será un buen paciente estoy segura. Es mucho más agradable

que algunos de los gatos que trato. Vas a tener que mantenerlo hidratado

y el brazo debe permanecer en el cabestrillo durante un par de semanas.

—Maldición —maldije. La situación de discapacidad no me va a

ayudar a largo plazo. Necesitaba llegar a Ellie y cada parte de mí tenía que trabajar. La oscuridad que la tomó todavía me perseguía.

—Lo siento —dijo, no sonando como si de verdad lo sintiera—. Pero

te han disparado. Así que eso es lo que pasa. Alégrate de que la policía no

trató de arrancarte la cabeza, porque podrían. —Suspiró y miró a Gus, sus ojos suaves—. Me gustaría que no estuvieran haciendo esto, especialmente

con él golpeado. Es demasiado peligroso.

—Seremos cuidadosos —dijo Gus.

Sus labios se torcieron con ironía. —No creo que hayan sido tan

cuidadosos hasta el momento.

Gus me dio unas palmaditas en el brazo sano. —Camden es mucho

más fuerte y más inteligente de lo que parece.

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—Estoy seguro de que lo es. Los lentes ayudan. —Metió la mano en

el bolsillo de su abrigo y sacó una tarjeta de visita—. Sé que tienes mi

número ya, pero aquí está mi correo electrónico. Mantenme informada.

Déjame saber cómo está y si puedo hacer algo para ayudar.

—Ya has hecho suficiente, Carlotta, gracias. —Gus puso la mano detrás de mi hombro y empezó a empujarme—. Poco a poco ahora,

Camden.

No me podía mover más lento. Sentía como si fuera empujando a

través de arena movediza. Una vez que tuve la espalda recta, la sala dio la vuelta hasta que desaceleró. Infiernos, estas fueron algunas drogas.

Estaba seguro de que mis ojos rodaban en mis cuencas.

Carlotta apareció a mi lado con un vaso de agua y lo llevó a mi boca.

—Sólo un poquito.

En el momento en que el agua golpeó mis labios, quería más, la quería toda, pero me contuve y miré por encima del borde. —Supongo que

sabes por qué estamos aquí.

Asintió. —Sí. Gus fue muy comunicativo. Lo siento, no puedo ser de

mucha ayuda. Trato con animales y preocupados dueños de mascotas, no

sé mucho acerca de Travis Raines y los carteles, solo lo que todo el mundo sabe acerca de él.

—Bueno, nos las arreglaremos. Gracias por curarme.

Con gran esfuerzo, me puse de pie y fuera de la clínica veterinaria.

Salimos por la puerta trasera donde estacionamos el auto. La noche había caído y el GTO parecía un desastre fantasmagórico bajo las luces de la

zona de estacionamiento.

Gus saludó a Carlotta luego me puso en el asiento trasero, acostado.

—Pensé que esto era sospechoso —le recordé, arrastrando las

palabras un poco.

—¿Has visto el coche? —señaló, poniéndose detrás del volante—.

Somos un blanco en movimiento para la policía.

—Creo que es tiempo de deshacerse de la vieja chica —dije

tristemente.

—¿No se llama este coche José? Curioso nombre para una chica. Y

no estoy abandonándolo, hay demasiadas cosas aquí, esto era la vida de

Ellie. Vamos a deshacernos de él cuando nos encontramos con ella. No voy

a parar hasta que llegamos a Veracruz.

Me sentía demasiado aturdido para discutir. Gus aceleró el motor y nos quitó de la zona de estacionamiento.

—¿Dónde estamos de todos modos? ¿Qué sucedió? —pregunté.

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—Estamos en Córdoba. Un poco fuera de curso, pero Carlotta era la

única persona que sabía que podría ayudarnos.

Y no resultó ser un traidor, me dije a mí mismo.

Continuó: —Me debía un favor grande de todos modos. Recogí a su

padre sin papeles en LA. Lo ignoré y permití que se quedara. Carlotta creció en California, luego se trasladó a casa después de la escuela.

—¿Por qué alguien volvería aquí?

—Lo extrañaba, supongo. No todo es malo. Demonios, pueden tener

la guerra contra las drogas pero su economía es mucho más fuerte que la

nuestra en este momento. Ella parece feliz. Está casada. Tuvimos una larga charla mientras estabas desmayado.

Asentí, mi cabeza rodando hacia un lado. —¿Qué tan lejos estamos

de Veracruz?

—Alrededor de unos cien kilómetros más o menos. Estaremos a tiempo para la vida nocturna y conseguir lo bueno.

—¿La vida nocturna?

—Carlotta me dijo que Travis va a este club todos los viernes por la

noche. Es casi de conocimiento público. Es muy de cuarta, turístico,

chicos imbéciles de fraternidad, ese tipo de cosas. Tiene su propia habitación, un montón de guardias obviamente. Supongo que

probablemente es propietario del club por ahora. De todos modos, la

seguridad es extremadamente difícil. Detectores de metales, escaneo de

pasaportes y trabajos. Pero si ella está en lo correcto, él está allí esta noche. Y tal vez Ellie esté también.

Abrí los ojos, tratando de pelear a través de la nube. —¿Cómo vamos

a entrar?

—Tal vez no vamos a tener que hacerlo. La encontraremos y

seguiremos. De cualquier manera, somos turistas y somos blancos. Navegaremos bajo su radar.

—¿Con mi brazo en un cabestrillo?

—Puede que no. Permanecerás en el auto. Yo iré a investigar.

Odiaba esa idea. Quería ir con él. Quería verla con mis propios ojos. Lo necesitaba. No sería verdadero de lo contrario.

La monotonía del motor y la suave carretera comenzó a hacerme

dormir. Cuando despertara, estaría en Veracruz.

—¿Gus?

—¿Sí?

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Fragmentos de mi sueño me ahogaban. —¿Crees que vamos a

recuperar a Ellie?

Hizo una pausa. —Vamos a intentarlo.

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19 Ellie

Traducido por KristewStewpid, Sofi Fullbuster & Val_17

Corregido por Daniela Agrafojo

Las cosas se pusieron muy complicadas muy rápido.

Después del incidente en el campo de naranjos, hicimos nuestro

camino de vuelta a Alvarado. Ya que mi camiseta estaba arruinada, tuve que subir mi falda hasta mi pecho y llevarla como un vestido sin tirantes.

Lo que, por supuesto, expuso el tatuaje de Camden en mi pierna, lo que

hizo que Javier estuviera silencioso y malhumorado, y que yo me sintiera

como un pedazo de mierda. Camden. Sucumbí a mi pasado, a mis hormonas y a años de sentimientos reprimidos. Eso era todo. Eso era todo

lo que iba a ser. No podía enamorarme de Javier otra vez. No podía.

Eso es lo que seguía diciéndome a mí misma. ¿Y qué si le dije que

era “suya”? No quería decirlo.

No quería.

No fui la única que volvió a la pescadería pareciendo diferente. Javier

tenía un moretón empezando a formarse en su ojo derecho, y su labio y

nariz habían comenzado a hincharse por mis golpes. Al minuto que

subimos las escaleras y Raul y Peter vieron lo que había ocurrido, sus lenguas comenzaron a moverse.

Javier y yo fuimos a nuestra habitación, cerrando la puerta ante sus

preguntas. Fui hacia la ventana y me quedé mirando el océano, las nubes

bajas y oscuras en el horizonte que nunca parecían acercarse. Tan sólo se

cernían allí, ominosas y esperando.

Sentí su energía en mi espalda, su presencia, su mirada fija. Luego

se acercó y posó la mano en mi hombro desnudo. Cerré los ojos.

—Ángel —dijo seductoramente. No tenía que rendirme ante él de

nuevo.

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—Creo que fue un error —dije suavemente.

Su respiración se detuvo. —No lo fue.

Me quedé mirando el horizonte. Las nubes aún no se movían.

—Tengo que… sé lo que tengo que hacer. Ahora no es el momento

para empezar a desenterrar el pasado, para envolvernos en esto. —No podía permitirle que me engañara haciéndome creer que era lo único que

había tenido alguna vez.

Posó los labios en mi cuello. No me estremecí. Fingí que no se sentía

bien, eléctrico.

—¿Y qué es esto? —preguntó, cuando se apartó. Pude sentir que no

se había ido muy lejos, su boca seguía cerca, haciéndome cosquillas en la

piel.

—Javier, esto es una distracción. Lo sabes. Tengo que encontrar a

Travis.

—Admiro tu repentina dedicación —murmuró—. Pero ambos

sabemos que nada va a parar esto. Eres mi reina, Ellie. Y cuando Travis se

haya ido, gobernarás conmigo.

No quería ser su reina. No quería gobernar su terrible reino, una

tierra de violencia y lucha. Era buena, en algún lugar, lo sabía.

Sin embargo, iba a ayudar a asesinar a Travis Raines.

Me soltó y se dirigió hacia el armario, rebuscando entre su ropa.

—Mañana por la noche, te llevaré The Zoo —dijo, su voz de nuevo en

los negocios—. El club donde estará Travis. Debería estar. Irás al bar, pedirás una bebida y lo buscarás. Cuando lo veas, no reaccionarás.

Continuarás escaneando el club. Quiero que él te vea. Luego, al día

siguiente, en el mercado, quizás tenga algo que hablar contigo.

Tragué aire. El pánico revoloteó a través de mí, pequeños insectos

alados.

—¿Y qué pasa si él quiere hablar conmigo en el club?

—Entonces hablas. Te pondremos algo como lo que llevabas hoy. Si

se parece en algo a mí, querrá arrancarte la camiseta tan sólo para tener

una probada de tus tetas.

Me di la vuelta, asombrada. —¿Quieres que él haga eso?

Se encogió de hombros. —No, particularmente no quiero que lo

haga. No quiero que ningún hombre siquiera te mire. Pero en el nombre de

la venganza, sí, se tendrá que hacer.

Lo miré mientras me acercaba, parándome frente a su espalda.

—¿Así que soy el sacrificio?

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—Sí. Eres buena en hacer eso ahora, ¿no? —dijo sarcásticamente.

Me enfrentó con una sonrisa torcida en sus labios amoratados. Me

dieron ganas de ponérselos peor.

—Hay cosas que tenemos que hacer para obtener lo que queremos.

No deberías permitir que tu conciencia, o tus sentimientos te detengan. Ambos somos más fuertes que eso.

Recordé la imagen de él en la cama con la pelirroja. Patricia.

—Eres un sacrificio —continuó suavemente—. Estoy sacrificándote.

—Por un bien superior —dije sarcásticamente.

—Excepto que no hay un bien aquí. Esto es por nosotros. Un nosotros superior.

Sacudí la cabeza. Sabía que tenía que obtener la atención de Travis.

Tan sólo pensé que realmente no tenía que llegar hasta ahí, que Javier no

me lo permitiría, pero aparentemente ese no era el caso. Probablemente le importaría si me acostara con Travis, quiero decir, sé que lo haría,

juzgando por el odio en sus ojos cada vez que miraba mis flores de cerezo,

pero no le importaría lo suficiente como para impedirme hacerlo.

—De acuerdo, bien. Consigo su atención. ¿Luego qué?

—Luego improvisamos. Tal vez ir a una cita con él.

Mi labio se curvó. —Con ese… ese hombre, Javier, ¿tengo que salir

con ese hombre?

Puso ambas manos en mis brazos y me atrajo hacia él. Sus ojos

mirando profundamente los míos.

—No haría que tú hicieras esto si pensara que no puedes. Sé que

puedes. Tú lo harás lo mejor posible. ¿No puedes ver en lo que te estás

convirtiendo?

Bajé la mirada. —Me estoy convirtiendo en ti.

Apartó el pelo de mi cara. —Querida mía, tú ya eres como yo. Siempre lo has sido. —Puso sus labios en mi frente—. ¿Por qué crees que

trabajamos tan bien juntos? Un alma necesita a su otra mitad para vivir

verdaderamente. Te lo dije una vez, ¿recuerdas? Fue hace mucho

tiempo. —Sus labios se arrastraron hasta mi oreja—. No tengo alma —dijo

suavemente—. Tú me haces sentir como si la tuviera.

Me llevó a la cama y gentilmente me presionó contra él. Me besó a lo

largo de la clavícula, mordisqueándola a su paso.

—Ya no tengo ningún interés en la redención. Si lo tuviera, sé que

estaría dentro de ti. Muy profundo.

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Presionó su erección contra mi pierna. El hambre se encendió dentro

mío, hambre que me hizo sentir decepcionada de mi misma. Por permitirle

hacer esto. Por gustarme. Por quererlo cuando debería saberlo mejor.

Se irguió sobre mi pecho, sus dedos encontrándome ya húmeda por

él.

—Tan empapada —susurró, subiendo sus dedos y deslizándolos por

sus labios—. Este sabor. Estás lista para ser follada otra vez.

Con un rápido y fuerte movimiento, me dio la vuelta sobre mi

estómago y subió mi falda hasta la cintura. Agarró la parte de atrás de mi pelo y tiró mi cabeza hacia atrás, doloroso placer irradiando de mi cabeza.

El sexo en el campo de naranjos fue un juego de niños, había olvidado

cuán rudo podía ser.

No me dio mucho tiempo para prepararme antes de empujarse

dentro de mí, mi cuerpo expandiéndose por su plenitud.

—Estás húmeda pero estrecha —gruñó en mi oído—. Perfecta. —

Puso la mano alrededor de mi garganta y la cerró allí, como solía hacer. En

vez de apretar gentilmente, sólo lo suficiente para que se sintiera tabú,

para hacerme sentir mareada, cerró totalmente su mano como un vicio.

No tenía aire. No podía respirar. Comencé a retorcerme y él me apretó más duramente con su mano, tirando de mi pelo con su otra mano,

mientras aún empujaba dentro de mí con un ritmo frenético.

—¿Crees que no sé cómo manejarte? —gruñó en mi oído—. Bien,

estoy manejándote ahora mismo.

Llevé las manos a mi garganta, intentando apartar sus dedos.

—Detente —me las arreglé para decir.

—No vas a decirme cuando detenerme —gruñó.

Decidí que darle un codazo en el pecho sería lo mejor.

Dejó ir mi cuello y colapsé en la cama, tratando de respirar. Mi garganta sensible y adolorida. Se presionó sobre mí, manteniéndome

quieta.

—¿Ángel?

Tosí, sin poder hablar todavía. ¿Qué coño acababa de pasar?

—Ángel, pensé que eras más fuerte que eso —dijo, su voz con un

tono de disculpa. Puso la mano por debajo de mi estómago, frotando mi

clítoris. Pero el momento se había ido y por una vez mi cuerpo respondía

junto con mi cabeza.

—No podía respirar —dije, tratando de darme la vuelta. Dudó, como decidiendo si me dejaba moverme o no, luego dio marcha atrás, quitándose

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de encima de mí. Sus ojos brillaron con una mezcla de lujuria y

preocupación, una extraña combinación para cualquiera menos para él.

Se echó hacia atrás, sentándose recto y poniéndome encima de él,

mis piernas alrededor de su cintura. Acunó mi cara con sus manos.

—Lo siento. Debería haber sido más… considerado.

Me asustaste, quería decir. En su lugar, asentí, queriendo olvidar

todo el asunto.

—Oh, mi hermosa Ellie —susurró, una vez que notó la expresión en

mi cara. Me besó gentilmente—. Aquí estoy hablando de cómo me das un

alma y luego voy y hago algo así. Necesitaré tomármelo con calma contigo, ¿verdad? Reforzar tu tolerancia, hasta que seas lo suficientemente fuerte

para mí.

Fruncí el ceño. Un minuto era fuerte, el siguiente no lo era.

—Soy lo suficientemente fuerte para ti.

Sonrió delicadamente. —Veremos. Por ahora. Te follaré gentilmente.

Luego me levantó por la cintura y me bajó sobre su eje. Javier no

era otra cosa más que preciso.

Follamos sentados, conmigo montándolo en oleadas, lo

suficientemente largo para olvidar, para que mis pensamientos desaparecieran, para que mi confusión se disipara. Éramos solamente

nuestros cuerpos, sólo nuestra lujuria y, tal vez, sólo tal vez, dos almas

torturadas.

A la mañana siguiente, tomamos nuestro desayuno en el balcón. Raul y Peter sabían totalmente lo que pasaba después de que pasáramos

la mayor parte de la tarde encerrados en nuestro cuarto. Nunca fui buena

en estarme callada en la cama. Ahora que había salido a la superficie,

Javier era muy afectivo y físico conmigo.

Especialmente alrededor de Raul. En el momento en que ese desagradable salió al balcón para unirse a nosotros, el brazo de Javier fue

directo a mi hombro. Me sentía encantada con ello, mirando directamente

a Raul, retándolo a que hiciera o dijera algo. Quería que lo hiciera. Lo

quería fuera. Y, me di cuenta, de que haría que pasara algún día.

No sabía si era mi educación o un enfermo sentido del romance, pero

tenía que admitir que, a pesar de todo, había algo increíblemente…

emocionante… sobre tener el afecto de Javier tan públicamente. Aquí se

encontraba un hombre con un imperio, uno de los más peligrosos señores

de la droga, alguien con un inmenso poder y dominio, y aquí me

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encontraba yo, la niña de sus ojos. Me sentía como Michelle Pfeiffer

en Scarface17… aunque esa película no acababa muy bien para nadie.

¿Así que, qué pasaba entonces en mi cabeza? ¿De verdad pensaba

que podríamos eliminar a Travis y que me quedaría con Javier? ¿Era eso lo

que siempre quise, ser su reina, su cónyuge a su lado?

Ya no sabía lo que quería. No tenía nada y cuánto más permanecía

en México con Javier, más difuso se volvía mi futuro. Quería ser buena,

ser mejor de lo que una vez fui, incluso aunque lo intentaba, aunque fui

chantajeada en todo este desastre. Me sentí como si me estuviera

engañando a mí misma. El futuro que tenía con Camden se había ido, una fantasía que se rompió cuando entré en el todoterreno de Javier. Esa yo,

esa Ellie Watt con sus nuevas esperanzas y sus nuevos comienzos debió

haber muerto ese día.

Quizás realmente nunca lo intenté. Quizás estuve mintiéndome todo este tiempo. Quizás una artista de la estafa procedente de una familia

artista de la estafa realmente no podía cambiar.

Quizás tenía que aceptar que realmente no era buena y que merecía

a alguien tan malo como yo.

Empezaría en el club nocturno. Javier se había ido por la tarde para conseguir mi ropa. Volviendo con un precioso, aunque vulgar, vestido. Me

recordó un poco a Camden vistiéndome en las Vegas, la forma en la que

sus fuertes manos me pusieron en ese trozo de material que abrazaba

cada curva y me hacía sentir invencible con la tinta fresca en mi pierna.

No, me dije bruscamente. Tengo que dejar de pensar así. El pasado

tenía que ser enterrado. Ya no había ningún Camden.

Javier sugirió que rizara mi cabello, enseñándome un rizador que

había tomado en algún momento. Humeante sombra de ojos verde. Tenues

labios pintados de rosa. Tenía todo para mí.

Para el momento en que estuve lista, incluso yo tenía que admitir

que pensé que recibiría unas cuantas miradas en el club. El vestido

llegaba hasta el suelo, de un brillante rojo tomate, cortándose en mi

ombligo. Mostraba el bronceado que había conseguido en el barco.

—Luces increíble —dijo él, mientras me encontraba de pie frente al espejo, abrazándome por detrás. Nuestro reflejo me sobresaltó. No me

reconocía. Lucía elegante y poderosa, como si tal vez debería haber tenido

esa corona en mi cabeza. Los ojos de Javier en el espejo eran brillantes

como rayos láser y se miraba a sí mismo, no a mí.

Lo que era un poco desconcertante.

17(1983) Remake de la película con el mismo nombre de 1932, en la que un hombre se introduce en

el mundo de las drogas y los capos.

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—¿En serio? —le pregunté.

Rompió el contacto con su reflejo y me sonrió, besando mi cuello.

—Sí. Todo lo que quiero es correrme en todo ese vestido. Dejarte

usarlo en el club así, de ese modo, todos sabrán que eres mía.

—Creo que eso espantaría a Travis.

—No. Le gustaría el reto. —Repentinamente, agarró mi mano y me

giró para enfrentarlo—. Ángel, por favor no duermas con él esta noche.

Quiero que seas mi posesión por un poco más. Quiero ser el único en tu

interior.

Eso me desconcertó. —Créeme, si puedo conseguir terminar el

trabajo sin hacer eso, lo haré. Ni siquiera creo que sobreviva al mirarlo. —

Mis pulmones jadeaban ante el pensamiento—. Javier, tengo miedo. Estoy

muy, muy asustada.

Estudió mi rostro por un momento, con un divertido brillo en sus ojos.

—Sé que lo estás. Pero domina tu miedo. Esta es tu elección. Haz

que tu miedo trabaje para ti. Hazlo, como tú lo dirías, tu perra.

Me besó, suave y dulcemente, luego abofeteó mi trasero lo

suficientemente duro como para que ardiera.

—Vamos, estás distrayéndome. Tengo que alistarme.

Agarró su ropa del armario y comenzó a desvestirse. Su erección era

malditamente obvia. Arqueé una ceja hacia ella.

—Te dije que lucías increíble —explicó con un encogimiento de hombros. Se puso los pantalones claros, y una oscura y arrugada camiseta

con un logo que no reconocí. En su cabeza había otra gorra de béisbol, de

un color azul y blanco, de los Azulejos de Toronto. No podríamos haber

lucido más diferentes, pero eso era lo que tenía que vestir mientras

conducía. No iba a salir del auto ya que no podíamos correr riesgos, especialmente alrededor del club de Travis. Tenía un moretón de color

morado y amarillo en el ojo y su labio aún se encontraba hinchado. Pero

parecía que a nadie le importaba un ojo de todas formas, no en este

pueblo.

—¿Estás lista? —me preguntó. Sacudí la cabeza vehementemente.

No, no lo estaba.

Hundió la barbilla y luego tomó mi mano, dirigiéndome desde el

baño hacia el recibidor, donde se encontraban Raul y Peter.

—Muy linda —dijo Peter con su grueso acento.

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Le di una sonrisa apreciativa, ignorando totalmente a Raul. Aunque

sabía que me miraba, por la forma en que la mano de Javier se apretó en

mi cintura.

—Bébete algo fuerte antes de irnos. —Me dirigió a la cocina y sirvió

una gran cantidad de tequila en un vaso.

—¿Dónde está el limón y la sal? —pregunté, bajando la mirada.

—El limón y la sal son para niños y mujeres.

Levanté el vaso. —Soy una mujer.

—Eres Ellie Watt —dijo—. Bebe.

Me lo bebí en varios tragos rápidos, tosiendo entre cada uno. Me

sentía mucho mejor.

—Generalmente, sugeriría que bebieras toda la botella —dijo Javier

una vez que nos metimos en el auto, empujando la gorra hacia abajo, los

mechones de su desgreñado cabello colgando en los costados—. Pero vas a necesitar tu inteligencia esta noche.

Sin embargo, me sentía aterrada.

Eran alrededor de las diez de la noche cuando llegamos a Veracruz,

y a pesar del cotidiano derramamiento de sangre, la ciudad parecía

vibrante debido a los muchos jóvenes deambulando alrededor. Tal vez vivir en una de las ciudades más peligrosas, hacía a los ciudadanos festejar

más seguido, disfrutar lo mejor de la vida mientras pudieran.

Javier deslizó el Range Rover por las atestadas calles mientras yo

miraba las parejas bailar elegantemente a través de las plazas con baldosas y restaurantes de brillantes colores con mesas y música

esparciéndose por las aceras. El puerto y la marina resplandecían,

flanqueados por grandes hoteles. El aire se sentía pesado y caliente, pero

la ocasional brisa del golfo aligeraba la atmósfera mientras el abundante

olor de las flores entraba a través de la ventana. Era todo tan romántico, excepto por el hecho de que tenía miedo a bajar el vidrio más que un

centímetro, sintiéndome protegida por el cristal blindado.

Para el momento en que Javier encontró un aparcamiento en unas

de las calles cerca de Zócalo, una plaza popular donde los clubs se suponían que estaban ubicados, mis manos sudaban y zumbaba por los

nervios de nuevo. El tequila se había ido, dejándome sintiendo náuseas en

su lugar.

—Aquí vamos, cariño —dijo, pegando un pequeño chip adhesivo a la

tela que cubría la perforación de mi pezón.

—¿Qué es eso?

—Puedo escucharte en mi iPhone —dijo, enseñándome su teléfono—.

Actúa como un pequeño micrófono inalámbrico. Hay una posibilidad de

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que el metal pueda hacer sonar los detectores que tienen en los clubs, así

que pensé que la perforación de tu pezón sería un buen lugar para

ponerlo. Va a distraerlos de todas formas, y estoy seguro de que se reirán

bastante cuando les expliques qué es.

Rodé los ojos. —Oh, mierda. ¿Por qué simplemente no peleo con ellos?

Meneó las cejas. —¿Qué habría de divertido en eso? Estarás bien.

Sólo enséñales tu teta.

—Ja, ja. —Seriamente esperaba que no llegara a eso.

—Oye —dijo, poniéndose serio mientras movía el pulgar sobre mis

labios. Contuve la urgencia de mordisquearlo—. Eres una estafadora.

Tienes una gran carrera donde has mentido y fingido ser una persona

diferente siempre. Esto no es nada. Girarás en la esquina de la plaza y

verás el club, es un pequeño edificio. Ya debe haber fila. Ponte en la fila. Espera tu turno. Muéstrales tu pasaporte, lo escanearán y pasarán el

detector por tu cuerpo. Les enseñarás tu teta. Entrarás y te dirigirás a la

barra en forma de círculo en medio de la habitación, cerca de la pista de

baile. La habitación de Travis está escaleras arriba, pero ni siquiera

mirarás hacia allí. Conseguirás una bebida, observarás a los bailarines y, estoy asumiendo, ahuyentarás a los porteños18 tratando de llevarte con

ellos a casa. Siéntate allí por al menos tres tragos. Cundo termines, si

nada ha sucedido, dile a barman: „Gracias por el servicio, ten una linda

noche‟. Escucharé eso y vendré por ti. Estacionaré aquí, en el mismo lugar. Entrarás. Te llevaré a casa y te follaré hasta dejarte sin sentido. Así

es como irá la velada.

Asentí. Tenía razón. Era una estafadora. Travis me había hecho una.

Había nacido para hacer esto.

Lo besé rápidamente en los labios mientras mi piel temblaba con toda la energía en el auto. Por lo que hacíamos. Por quién era él. Por quién

era yo.

—Te veré luego —le dije, saliendo del auto. Miré a Javier por un

largo rato, admirando su elegante y peligroso rostro, preguntándome cuánto era verdad entre nosotros. Luego cerré la puerta y caminé hacia el

club.

Conseguí más de mi parte justa de pitadas y silbidos mientras

giraba en la esquina y me dirigía hacia la colorida plaza. Se sentía viva

debido a las bandas de mariachis en medio, los turistas de pie alrededor, mirando, con los restaurantes al aire libre llenos hasta el tope con

patrocinadores parlanchines. Localicé la pequeña casa a través de la plaza

18En Español, en el original.

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con la cursi señal con rayas de cebra que decía: „The Zoo”. Javier tenía

razón, ya había una fila de casi veinte personas.

Respiré profundamente y me paseé hacia ella, poniéndome detrás de

una joven pareja con acentos de Nueva Jersey. Eso me calmó un poco,

sabiendo que podría mezclarme con los otros turistas. Aparte de la pareja de Nueva Jersey vestidos con vaqueros, todos los demás en la fila llevaban

vestidos y trajes. Me mezclé, pero también traté de llamar la atención, que

era exactamente lo que esperábamos.

Hice todo lo que podía para permanecer calmada y centrada mientras permanecía allí de pie, esperando por al menos media hora antes

de finalmente llegar a la puerta.

—Identificación —dijo el gorila. Le tendí mi pasaporte y traté de

fijarme en sus rasgos sin mirarlo demasiado tampoco. Me pregunté si

trabajaba para el club o para Travis, o ambos. Me pregunté si habría estado viendo a este hombre, con su gran y gorda cabeza, y ojos tan negros

como el carbón de nuevo, en otras circunstancias.

Escaneó mi pasaporte y me lo regresó. Movió su gorda cabeza hacia

la puerta.

—Tienes que pagar allí, son doscientos cincuenta pesos.

Auch, eso era excesivo. No dije nada, sólo asentí educadamente

mientras él miraba sobre mi cabeza hacia la siguiente persona en la fila.

Le pagué a la chica en la puerta y cuando entré en el club, me

encontré con una pared de humo y un recuerdo del pasado. El club resonaba con un remix de la canción de los Nine Inch Nails: „Wish‟. La

canción tatuada en la muñeca de Javier. La canción que había escogido

para él, en la que Trent Reznor canta: Sin alma.

—¿Señorita? —Uno de los guardias de seguridad me hacía señas,

enviándome de regreso a la realidad.

—Lo siento —dije—. Supongo que necesito ser escaneada.

—Sólo tomará un segundo —dijo el hombre y comenzó a mover un

detector de metales sobre mis brazos y piernas mientras otro hombre lo

movía sobre mi cartera. Como predijo Javier, el detector sonó cuando escaneó mi pecho.

El guardia parecía un poco avergonzado. —Uh, ¿está utilizando un

sujetador de metal?

—¿Parece que estoy usando sujetador? —dije, alzando mi pecho,

haciéndolo notar que el vestido estaba cortado hasta mi ombligo—. Es la perforación en mi pezón.

Los guardias intercambiaron una mirada mientras el otro me

entregaba la cartera.

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—¿Necesitan que se lo muestre? —pregunté. Incluso en las oscuras

luces azules del club, podía decir que su rostro se oscurecía—. Quiero

decir, si miras más de cerca, puedes ver a través de la tela. —La apreté

contra mi pecho así podía ver la forma de la perforación a través de ella.

Eso fue suficiente para él.

Me hizo un gesto con la mano. —De acuerdo, está limpia.

Sonreí y les agradecí, haciendo mi camino hacia la gran barra junto

a la pista de baile. Era un poco demasiado temprano, así que había un

taburete disponible al final. Además, parecía como que la mayoría de las personas andaban en grupos, ocupando las cabinas o gritando: ¡Fist

Fuck!19 en la pista de baile. Ordené un ron con Coca-Cola al barman y

observé todo, los sudorosos movimientos, el cabello balanceándose, la

lujuria entre ellos, por México. Me sentía arponeada por episodios de celos,

de que esas personas pudieran estar divirtiéndose y encontrando el amor, viviendo la vida mientras que yo me hallaba a punto de ofrecerme como un

cordero al más grande y malo de todos los lobos.

Miré hacia mi bebida, perdida en mis pensamientos, en mi

remordimiento. Sólo fui interrumpida al ser fastidiada por unos cuantos

chicos mexicanos, los “porteños” de los que Javier me había “advertido”. Eran locales, pero inofensivos, no narcotraficantes, sólo jóvenes

divirtiéndose y buscando un trasero americano.

Fue cuando terminé mi segunda copa y tuve que ir al baño, cuando

sucedió. Iba saliendo, regresando a mi lugar en el bar cuando lo vi.

Travis.

Oh, Dios mío, Travis.

Bajaba por las escaleras que conducen desde su área privada en la

parte superior.

Miraba directamente hacia mí.

Sólo tenía un segundo para reconocerlo, para llevarlo dentro. Eso es

todo lo que me permití o me habría congelado ahí mismo y cedido. Lo

habría perdido todo.

Él era como lo recordaba, pero de alguna manera más alto. Sé que

era imposible, pero eso es lo que era. Elegante, de arriba a abajo, en un traje negro que lo hacía parecer ligeramente ladeado. Parecía de unos

sesenta años, pelo gris peinado hacia atrás con gel que acentuaba su pico

de viuda, un hombre apuesto que llevaba el mismo tipo de elegancia

salvaje que Javier. Podía ver a la gente subestimándolo, sin ver el peligro.

Pero aquí, en esta ciudad, todos sabían quién era. Todos conocían el

peligro. Podría ordenar dispararle a alguien en el club y no habría

19Término utilizado por Trent Reznor en la canción Wish, por Nine Inch Nails.

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absolutamente nada que se pudiera hacer al respecto. Ni siquiera habría

informe a la policía y si lo hubiera, la policía haría la vista gorda. Este

hombre tenía el poder de un pequeño universo en sus delgadas y

bronceadas manos.

Y él me vio. O al menos, vio mi vestido. Mientras sus fríos y oscuros ojos se distraían con mis pechos, miré hacia el bar y seguí caminando. No

me atreví a mirarlo de nuevo, o mirar a cualquier otro lugar. Mantuve mis

sudorosas manos sueltas a mis lados tanto como fuera posible, tratando

desesperadamente de no apretarlas en caso de que estuviera observando todos mis movimientos.

Cuando regresé a mi asiento, el camarero me preguntó si me

encontraba bien. Sonreí rápidamente y le dije que sería mejor reducir mi

forma de beber. Él me dio una botella de agua y un vaso de jugo de

naranja.

Un millón de sentimientos se abrieron camino a través de mí cuando

sentí mi corazón reducirse en mi pecho, mis pulmones se ampliaron

buscando aire. Lo había visto y sobrevivido. Pero esto era sólo el comienzo.

No sabía lo que tenía que hacer.

Era divertido, cuando oí a Javier decirme que pasó con su hermana y su familia, sentí rabia y tristeza por ellos. Cuando escuché a Amandine

explicar la decadencia de su querida ciudad, sentí la necesidad de

enderezar la injusticia. Pero yo no sentía la rabia y el horror de mis propias

heridas, mi lugar en todo esto. Era como si lo que él le hubiera hecho a la joven Ellie Watt, le hubiera sucedido a otra persona, a una pobre niña de

once años por la que me sentí mal pero con la que no tenía ninguna

conexión.

Ahora, ahora todo era diferente. Ahora sentía la furia pulsando a

través de mí. Sentí la urgencia de agarrar el objeto punzante más cercano y lanzarlo a su yugular. Quería cortarle las bolas y alimentarlo con ellas.

Quería hacerlo pagar por todo lo que me hizo a mí, ese acto de violencia

contra una niña indefensa, un acto que arruinó su vida, su carácter, su

propia alma. Quería venganza por eso, por el dolor que aún sentía en mi pierna cuando llovía, por las cicatrices que tenía que soportar, que

mostraron al mundo lo fea que era por dentro, lo fea que él me hizo ser.

Tenía que salir de ahí antes de que hiciera algo estúpido.

Me incliné hacia el camarero y le deslicé un billete de veinte de

propina.

—Gracias por tu servicio, ten una buena noche.

Y luego me fui. Mis ojos se lanzaron al suelo, pero todavía sentía a

Travis mirarme, desde alguna parte.

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La sensación me siguió por la calle hasta que giré en la esquina y

entré en el auto de Javier.

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20 Camden

Traducido por Amy Ivashkov & Adriana Tate

Corregido por Meliizza

Había algo diferente. El auto se detenía. En la distancia, podía oír a

la gente silbando y gritando.

Gus salió del auto.

—Espera —grité con voz aturdida—. Iré contigo.

Se detuvo y me miró. —Te ves como la mierda, Camden. Tienes que

quedarte aquí.

Sacudí la cabeza y me senté. Me dolía el hombro y la cabeza, todo se

movía por el rabillo de mi visión. No me importaba.

—Voy contigo. No voy a dejar pasar la oportunidad de ver a Ellie. ¿Y si…? —¿Y si es mi última oportunidad de volver a verla? Finalicé en mi

cabeza.

Gus esperó un rato, mordiéndose el labio, su espeso bigote

moviéndose. Finalmente dijo—: No podría detenerte aunque lo intentara. No creo que nada pueda hacerlo.

—Espero que estés en lo cierto —dije. Me ayudó a salir del auto y

dejé escapar un pequeño grito de dolor cuando mi hombro quedó atrapado

en el cinturón de seguridad.

—Tranquilo —advirtió.

—¿Tienes algunos de esos analgésicos?

Sacó un paquete del bolsillo y lo sacudió. —Oxymorphone. No

puedes beber alcohol. Eso es lo que Carlotta me dijo. Por supuesto que eso

no es lo que dice en la etiqueta porque no muchos perros beben.

—Sólo dámelos —gruñí.

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Las echó en mis manos y me tragué dos, haciendo una mueca por la

amargura.

—Además, sólo se supone que debes tomar uno —agregó.

Lo miré. —A menos que quieras ser el tipo al que dispararon, cállate.

Se encogió de hombros. —Haz lo que quieras. Pero si colapsas en medio de Veracruz debido a las drogas, estás por tu cuenta.

Tenía la sensación de que hablaba en serio.

Tomó poco tiempo para que surtiera efecto y el dolor desapareciera.

Tuvimos que dar un largo paseo por la ciudad por haber estacionado en un pequeño suburbio demasiado lejos. Sentí que saltaba en el aire en

lugar de calles sucias, la basura que soplaba la brisa suave se veía

hermosa. Todo era hermoso, desde el perfume del asfalto caliente y las

flores nocturnas adornando las farolas ornamentales que iluminaban los

edificios de estilo colonial a medida que nos acercábamos a la ciudad. Jodidamente lindo.

Fue en ese momento que los efectos eufóricos de la droga

comenzaron a desaparecer y la suciedad y el polvo de la ciudad se

convirtió en una realidad. El dolor se había ido, pero la imagen se convirtió

en algo real. Estábamos aquí. Íbamos a la discoteca del señor de la droga para encontrar a mi mujer y llevarla a casa.

Obtuvimos unas cuantas miradas de gente curiosa mientras

caminábamos por la ciudad, pero no las suficientes para despertar

sospechas. Gus parecía un tipo común: gordo y gruñón con su ridícula camiseta hawaiana, aunque con un diseño diferente, de rosado y naranjo.

Debía de tener un armario llena de ellas. Yo, por otro lado, llevaba unos

pantalones cortos negros y una camisa a cuadros de manga larga que Gus

debía haber metido en lo más profundo de mi bolso cuando cortaron mi

vieja camisa para operarme. Todavía tenía el brazo en un cabestrillo, pero al menos era negro. Me veía como alguien en onda que se rompió el brazo

en un concierto de Vampire Weekend o alguna mierda así.

El Zoo se encontraba en el Zócalo, una plaza en la Calle

Independencia, cerca del puerto. Era bonito, negro con azulejos blancos en el centro, repleto de cafés ocupados, palmeras y edificios bellamente

arqueados que brillaban con luces blancas y amarillas. Una catedral

estoica se hallaba en toda la escena. La gente bailaba, y la música sonaba.

Era viernes por la noche en Veracruz y eran pocos los turistas que no

buscaban pasar un buen rato.

—¿Cómo está tu brazo? —preguntó Gus.

—Ya no me siento eufórico, pero tampoco siento dolor.

Nos acercábamos al Zoo, un pequeño edificio en un extremo de la

plaza. La línea afuera parecía ridículamente larga. No estuve en muchos

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clubes en mi vida, pero en Los Ángeles estuve en una línea de por lo

menos una hora de espera. Existía la posibilidad de perderla.

—¿Qué estás pensando? —pregunté, mirando a nuestro alrededor

mientras caminábamos juntos. No vi nada fuera de lo normal, pero de

nuevo, no sabía a quién más buscaba aparte de Ellie. No sabía cómo lucía Travis, aunque lo más seguro era que me recordara a Javier.

Contuve una oleada de ira. Una plaza muy concurrida de México no

era lugar para descontrolarme. Tenía que mantener la cabeza clara y

nítida. Podría soñar con un millón de formas de torturar a Javier Bernal después de ver a Ellie.

—Entrar el club no parece ser una buena idea —dijo Gus—. No sé

cuál es su plan pero nuestra irrupción podría poner en peligro a Ellie. De

todos modos, probablemente sea casi media noche cuando entremos.

Asentí hacia una cafetería cercana. —¿Qué tal si nos sentamos y tomamos unas cervezas? Sólo dos tipos relajándose. Mantén los ojos

abiertos.

Teniendo en cuenta lo lleno y popular que era la zona, tuvimos que

esperar diez minutos antes de que una de la mesas al aire libre se

desocupara, pero cuando ocurrió, valió la pena. La mesa se encontraba justo en el borde, dándonos una gran vista de la línea del club. Nos

hallábamos lo suficientemente lejos como para difuminarnos en la

multitud de la cafetería por si alguien nos miraba, pero lo suficientemente

cerca para poder ver a Ellie o Javier si tuviera que hacerlo.

Por mucho que quería que pareciéramos dos chicos relajándose, los

turistas tenían una buena noche en Veracruz, me sentía nervioso y

ansioso. Ni siquiera podía beber debido a las drogas, así que bebí

abundantes tazas de café que en realidad no ayudaban. Permanecí allí, mi

pierna saltando de arriba a abajo, mientras trataba de conversar con Gus, incapaz de apartar los ojos del edificio.

No la había visto, pero todas las mujeres que me recordaban a ella

me hacían saltar de mi asiento hasta que Gus tuvo que decirme que dejara

de llamar la atención.

Cambié el tema. Los problemas de salud de Gus.

—Así que, ¿qué está mal contigo, Gus? —le pregunté, los dedos de

mi brazo bueno golpeando la mesa mientras escaneaba a la multitud.

No dijo nada, pero sabía que me escuchó.

—Primero Lydia, luego Dan. Ambos mencionaron que tenías problemas de salud o algo así por un tiempo. Sólo sentí curiosidad.

Cuando siguió sin hablar, alejé los ojos del edificio y lo miré. Tenía la

mirada perdida en la distancia, luciendo a kilómetros de aquí.

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Suspiró y se miró las manos. —Es personal, Camden. No te ofendas.

—No me ofendo —le dije, mirando a la multitud—. Pero desde que

hemos pasado por muchas cosas esta semana, pensé que podría saber

algunas cosas personales. Tú sabes todo sobre mí. ¿Qué pasó contigo?

¿Por qué no coincides con el hombre que Ellie me describió?

—La gente cambia.

—Algunas personas lo hace. Por lo general tienen sus razones.

Bebió toda su cerveza y luego la puso de golpe en la mesa antes de

hacer un gesto al camarero para que le trajera otra. —¡Diablos!

Una vez que el camarero despareció, se inclinó en su silla y dijo—:

He tenido problemas de salud mental, Camden. En cierto modo me perdí

por un tiempo.

Lo dijo con tanta naturalidad que me tomó un poco darme cuenta de

la gravedad de todo.

—¿En serio?

Sonrió con tristeza. —Sí. En serio.

—¿Qué pasó?

—Una chica rompió mi corazón. ¿No es siempre así?

Me incliné más cerca. —¿Qué chica?

—¿Importa?

Fruncí el ceño. —¿Qué pasó?

Su rostro se retorció mientras luchaba con algo en su interior. —

No… no iba a pasar. Estaba casada con un buen amigo mío. Debería haber estado casada conmigo. Creo que fui un estúpido al enamorarse de ella. No

iba a ninguna parte. Lo hizo parecer como si fuera, como si fuera una

aventura, pero… de todos modos, le creí. Vivía una mentira y debería

haber sabido la diferencia. Jugó conmigo, al igual que con todos los

demás.

Me aclaré la garganta. —Gus, no me digas que esto es un cuento con

una moraleja para mí.

Me miró. —No, Camden. Tú preguntaste. Te estoy diciendo lo que en

realidad pasó. Pero si quieres aprender algo de esto es… no pierdas tu mente. Pierde tu corazón, pero no pierdas la puta cabeza. Nunca sabes si

podrás recuperarla.

—¿Qué harías si la volvieras a ver? ¿A la mujer?

—Oh, ahora es un cuento con moraleja.

Me encogí de hombros, mis ojos volviendo a la fila. Todavía no aparecía Ellie y ya se hacía tarde. —Tengo curiosidad. Sé lo que se sintió

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cuando Ellie volvió a mi vida. Supongo que también perdí un poco la

cabeza. Mierda, sé que lo hice. Si no, ¿cómo terminé aquí?

—Touché —dijo Gus, levantando su cerveza. Choqué la taza de café

con la lata—. Somos un par de idiotas sin cabeza.

Me reí y luego me tomé la última gota de café en mi boca.

A continuación, todo a mí alrededor se detuvo.

En cámara lenta.

Ellie, Ellie, Ellie.

Allí estaba.

Salía del club y caminaba por el centro de la plaza. Se encontraba

sola. Lucía devastadoramente hermosa, tanto así que fue surrealista

incluso admirar su belleza en un momento de completa conmoción.

Allí estaba.

Su cabeza hacia abajo, mirando al suelo a unos metros delante de ella. Caminaba rápido, a toda prisa, en un brillante vestido rojo que

brillaba en una noche como esta. Era corto y apretado en su estómago,

mostrando un nuevo bronceado, atrayendo la mirada descarada de cada

hombre que pasaba. Su cabello negro se encontraba recogido en unos

bucles, como una estrella de cine, su maquillaje era seductor y ahumado. La vi vestida de punta en blanco en Las Vegas, pero no era nada como

esto. Esto era diferente, ella lucía diferente, caminaba diferente, era

diferente. Mi corazón se apretó dolorosamente mientras era asaltado con

cosas que no tenía tiempo para pensar.

—Gus. —Me las arreglé para decir. No podía apartar la mirada.

—La vi —dijo—. No nos vio.

—No vio nada.

De repente, Gus se levantó, tirando la silla hacia atrás bruscamente,

y Ellie desapareció en una multitud de personas. —Tenemos que seguirla. Ahora.

Lanzó un puñado de pesos en la mesa y rápidamente llegamos a la

plaza. Iba muy por delante de nosotros, una rápida mancha roja en la

multitud de personas. Tratamos de caminar tan rápido como podíamos sin que pareciera que perseguíamos a alguien, pero después de que Gus

chocará con un tercer turista embobado, sabíamos que no importaría.

Todo el mundo perseguía a alguien en México.

Empezamos a trotar mientras desaparecía por la esquina. ¿A dónde

iba? ¿Por qué vestía así y por qué se encontraba sola?

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Entonces recordé lo que Felipe dijo en Ocean Springs. Que la

secuestraron para que viera a Travis. Que la querían para matar a sus

padres. ¿Estaban conectadas las dos cosas?

O…

—La está usando como asesina —dije, ya que nos hallábamos a punto de doblar en la esquina.

Gus tiró de mi hombro bueno cuando llegamos al borde de la plaza.

—Espera. Tenemos que ser cuidadosos.

Asomó la cabeza y luego me hizo señas. Hice lo mismo. Ellie caminaba por la calle cuando una camioneta se estacionó, intersectándola.

Caminamos rápidamente por las sombras, agachándonos entre los autos,

tratando de acercarnos lo suficiente para ver quien conducía el

destartalado Range Rover. No podíamos ver dentro.

—Placa Veracruz, YBA y algo más —dijo Gus desde mi lado mientras Ellie entraba.

Bajé la mirada. Tenía lentes de visión nocturna en sus manos.

—¿De dónde demonios has sacado eso? —le pregunté.

—De mis pantalones —respondió.

El auto empezó a andar con Ellie dentro. Me puse en la calle, contemplando correr detrás del auto, agitando los brazos, haciendo algo.

—No la vamos a perder —dijo Gus—. No te preocupes.

—Oh, sí, ¿quieres correr detrás del auto?

—Preferiría conducir —dijo. Sacó un destornillador de su bolsillo y lo clavó en la cerradura de la puerta trasera al lado de nosotros. Rompió la

cerradura con facilidad y me hizo señas para que caminara hasta el otro

lado mientras abría la puerta y empezaba a conectar los cables debajo del

volante.

—Estoy impresionado —dije.

—Para saber cómo atrapar ladrones de autos, tienes que saber cómo

robar uno —refunfuñó. El auto arrancó con un rugido, como para

acentuar su oración, y avanzamos por la calle, tratando de alcanzar el

Range Rover que ahora giraba a la izquierda dentro de una calle muy transitada.

Nos abrimos paso entre la luces mientras se encontraban en ámbar,

bajo la temprana decoración de guirnaldas de navidad que colgaban sobre

las intersecciones. El Range Rover estaba dos autos delante de nosotros.

La distancia perfecta para acecharlo.

Gus condujo el auto robado a través del tráfico de viernes por la

noche con facilidad. —Devolveremos el auto mañana.

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La energía y emoción fluían a través de mí. —Gus, realmente no me

importa. Haré cualquier cosa para no perderla, un auto no es nada.

—Me doy cuenta.

Seguimos al Range Rover mientras salía de la cuidad y entraba en la

carretera que se dirigía al Sur de Alvarado.

—¿Escuchaste lo que dije sobre Ellie…? Creo que Javier la está

usando como asesina. O por lo menos algún tipo de intento de conseguir a

Travis, para matarlo.

Asintió. —Pensé en eso.

—¿Por qué no me lo dijiste? —Quité los ojos de la Rover lo suficiente

para darle una mirada de traición.

—Porque habrías perdido la cordura, Camden. Sé lo mucho que

significa para ti. Chico, sí que lo sé. —Sacudió la cabeza para sí mismo.

—Javier la está poniendo en el regazo de Travis.

—No podría esperar nada menos de él.

—Entonces, ¿por qué no estás molesto?

—No todo el mundo lo demuestra como tú. Solo porque no esté

prendiéndole fuego a los rostros de las personas, no significa que no esté

molesto.

No sabía si era una indagación a lo que le hizo a su mejor amigo o

no, así que decidí dejarlo pasar. Teníamos cosas más importantes que

hacer que discutir.

—¿Por qué Ellie está haciendo esto? Estuvo ahí. En su club… viéndose como… una diosa.

—Porque se trata de Travis. Y Ellie nunca ha olvidado lo que le hizo.

—Sus padres también tuvieron que haberla visto.

Su rostro se puso sombrío. En el destello de las luces del tráfico en

sentido contrario, su piel luciendo completamente blanca. —Tuvieron. Y estoy seguro de que por eso Javier pensó que podía conseguir que Ellie

hiciera… bueno, lo que sea que el chico del cartel en Mississippi nos dijo.

—No lo entiendo. —Me recosté contra el asiento, sacudiendo la

cabeza—. Es sólo que no lo entiendo. ¿Por qué Javier no mata a esas personas él mismo? ¿Por qué hacer que ella lo haga?

—Tal vez tenga su propio plan. O tal vez piensa que le está haciendo

un favor. Tal vez por eso Ellie estuvo allí esta noche. Quizás está de

acuerdo con él.

—¿Cómo podría estar de acuerdo con todo lo que ese hombre dice?

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—Realmente no creo que entiendas la historia que esos dos

comparten.

Me sentía con ganas de golpear mi puño contra la ventana con mi

brazo malo. Solo para sentir el dolor.

—Necesito otra pastilla —dije, rechinando los dientes en cambio.

—No, no la necesitas —dijo bruscamente—. Necesito que pienses con

claridad en este momento. Necesitamos traer a nuestra Ellie de regreso,

¿lo entiendes?

Nuestra Ellie. Me gustaba cómo sonaba eso.

—Lo entiendo.

Terminamos siguiendo a Ellie todo el camino hacia Alvarado. La

ciudad se encontraba tranquila y nuestra presencia tan tarde en la noche

se sabría por lo que tuvimos que tomarnos nuestro tiempo, retrocediendo y

en ocasiones apagando las luces.

El Range Rover se estacionó afuera de una tienda de pescado en el

malecón, justo a la orilla del mar. Nos estacionamos en la calle, mirando

las siluetas de Ellie y Javier bajándose del auto y entrando en el edificio.

No necesitaba rasgos para reconocer al hombre. A veces un bulto negro y

monótono era suficiente.

Decidimos dirigirnos a la playa y obtener un mejor vistazo del lugar

a partir de ahí. Nos acercamos lentamente y en silencio al muro del

malecón, por el camino entre el mar y la playa, hasta que nos

encontrábamos con un muelle de concreto y unos cuantos botes de pesca amarrados. Saltamos dentro de uno y nos agachamos, escondiéndonos

detrás de las malolientes trampas de cangrejo.

Gus tenía los lentes de visión nocturna y jugaba con ellos cuando se

encendió una luz en la parte de arriba de la pescadería.

—Mira —le susurré. Una puerta corrediza de cristal se abrió y Ellie salió al balcón, todavía en su vestido. Entrecerró la puerta detrás de ella y

se acercó a la barandilla, apoyándose en ella y mirando hacia el mar.

Le arrebaté los lentes de las manos de Gus para tener una mejor

vista. Se veía espectacular, incluso en la neblina verdosa de la visión nocturna. Todavía me dejaba sin aliento, tanto que no tenía espacio en mi

cerebro para reflexionar sobre el panorama en general, dónde estaba y con

quién más se encontraba.

—Debe estar siendo chantajeada de alguna manera —le susurré a

Gus—. De lo contrario, podría saltar a la arena e irse. Podría huir. Es buena en eso.

—Dame eso —dijo Gus, tomando los lentes de mis manos. Miró a

través de ellos, girando las perillas y los dos nos agachamos allí, entre las

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trampas de cangrejo, viendo a nuestra querida Ellie con la mirada pérdida

en la distancia. Miré detrás de mí para asegurarme de que no me perdía de

nada. La luna estaba oscurecida por densas nubes en la distancia,

posándose sobre el agua como gigantes naves espaciales. Ella miraba a la

nada o tal vez a todo. Me pregunté si pensaba en mí.

—Sin embargo, se ve bien —dijo en un alegre tono que le salió

falso—. Quiero decir, no se ve traumatizada. O golpeada. Sólo pensativa.

—¿Cómo se ven las personas con Síndrome de Estocolmo?

Se chupó los labios antes de decir—: Lucen muy parecidas a ella. Aunque por lo general no tan bien vestidos.

—Bueno, todavía creo que tiene que haber una razón del por qué

está ahí, por qué está haciendo esto. No puede ser blanco y negro.

—Durante el tiempo en que he conocido a Ellie, siempre ha sido gris.

Ni negro ni blanco.

La observamos durante unos minutos más. No se había movido.

Empecé a pensar si debíamos regresar en la mañana o simplemente actuar

ahora, moviéndome por debajo del balcón como un Romeo tatuado,

cuando la silueta de Javier apareció en la puerta.

Contuve el aliento, la negrura asomándose en mis entrañas.

La puerta se abrió y Javier salió. Cerró la puerta detrás de él, ambos

iluminándose únicamente por la luz de adentro.

Traté de tomar los lentes de Gus, pero se aferró a ellos. —Camden,

no.

—¿No qué? —le pregunté, a pesar de que podía ver sus siluetas

uniéndose, convirtiéndose en una. O él se hallaba parado frente a ella

hablando o…

Le quité los lentes. Se giró, desplomándose en el piso, sin querer

mirar lo que fuera que tenía delante de mí.

Me coloqué los lentes y miré a través del visor.

Al principio, se veía como si estuviera hablando con Javier. Entonces

su cabeza desapareció. Él se agachó, como si estuviera recogiendo algo del

suelo. Eso fue lo que pensé que hacían hasta que me di cuenta que todavía no se levantaba. Y entonces la espalda de Ellie se arqueó contra la

barandilla, su garganta expuesta, su cabello colgando y su boca abierta

por la pasión.

Podía escucharlos, viajando a través del agua hacia nosotros. Sus

gemidos. La llevé hasta esos mismos gemidos, tal vez utilizando métodos similares. Pero aun así no podía procesar lo que sucedía hasta que vi a

Javier emerger de nuevo como una serpiente verde. Sus manos se

hallaban sobre ella, su boca en su cuello, besando su clavícula y su pecho.

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Y Ellie, Ellie, mi Ellie, mi mujer, sucumbía a eso. Peor aún, lo disfrutaba.

Después de un tiempo, sus manos fueron a su cabello y tiró de él,

empujándolo de regreso hacia abajo.

Eso fue todo lo que pude ver antes de que lo entendiera. Antes de

darme cuenta de lo que veía delante de mis jodidos propios ojos. Javier y Ellie. Juntos.

Esperaba que vomitar no hiciera mucho ruido, porque eso fue lo

único que se me ocurrió para hacer frente a todo esto. Quería vomitar la

bilis llenando mi boca, como si vaciando mi estómago se vaciaría todo el daño y el dolor y el odio que llenaba mi interior. No sabía qué más hacer

excepto desear la muerte y la oscuridad y todo lo que se llevara esta

tortura lejos. Me sentía como si mi corazón estuviera siendo arrancado por

mi boca, ahogándome.

Debí haberme caído, porque lo siguiente que supe fue que mi cabeza se encontraba apoyada contra la húmeda red, la trampa para cangrejos, y

Gus empujaba dos analgésicos en mi boca y movía mi mandíbula hacia

arriba y hacia abajo, tratando de hacer que las masticara.

Esa fue la última cosa que recordaba antes de que las cosas se

pusieran borrosas y dejara de sentir.

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21 Ellie

Traducido por Zafiro & letssinkhearts

Corregido por ElyCasdel

Con el sol de la mañana entrando por la ventana del dormitorio mientras ascendía sobre el mar, era difícil imaginar que cualquier cosa en

la vida estuviera tan mal. Por una fracción de segundo, con el brazo de

Javier envuelto alrededor de mi cintura, su pecho subiendo y bajando

detrás de mí, podía fingir que ahora esto era mi vida: esta habitación, él y yo, las brillantes olas en nuestro umbral.

Era tentador, también, pedir que éste sea mi futuro. Olvidarse de la

venganza, la pérdida y las mentiras, y sólo avanzar, haciendo un nuevo

camino. ¿Por qué no podía ser la vida rodar en las sábanas, disfrutando el

cuerpo del otro, bebiendo cerveza y comiendo fruta fresca, corriendo en la arena, comiendo en pintorescos pequeños cafés y comprando pescado

cada noche a Pedro?

Sabía la respuesta a eso —no sería suficiente. Oh, sería suficiente

para mí, sólo vivir y no mentir. Pero Javier siempre desearía más. Esa era

la tragedia de nuestra relación. Eso, a pesar de los años transcurridos y la pasión que compartimos, yo nunca sería suficiente para él. Necesitaba su

venganza más de lo que necesitaba la mía. Tal vez cuando todo esto

terminara, sus hermanas estuvieran a salvo y Travis muerto, podría

funcionar. Tal vez renunciaría a todo su poder y viviría la vida simple. Tal vez lo mantenga y me convenza de unir fuerzas, abrazar el lado malo. No lo

sabía y era la clase de cosas que nunca podría pedir, porque los dos juntos

estábamos tanto en el engaño como en el amor. ¿Cómo podrías tener

ambas cosas y aún nombrarlo siquiera?

Pero, tal vez, cuando no tienes nada, tienes que tomar lo que puedas conseguir, incluso si sabes que te hará daño al final. Un amor que empieza

con una mentira está obligado a matarte y algunas veces vives para

contarlo.

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203

Una lágrima rodó por mi mejilla, fría contra mi piel caliente. Sorbí y

sentí el brazo de Javier a mi alrededor, apretando. Deseaba poder decir

que me hizo sentir segura. No fue así. Porque sabía lo que hice anoche y lo

que tendría que hacer hoy. Iba a la guarida del león, por mis propios

medios, mi propia necesidad de venganza. Sin protección. Sin una red de seguridad. Sin un escudo.

Sola.

—¿Estás llorando? —Escuché a un aturdido pero preocupado Javier

murmurar en mi oído.

Limpié la lágrima y rodé sobre mi espalda, deseando que el resto de

ellas se quedaran dentro, donde pertenecían. —Estoy bien. Sólo emocional,

supongo.

—Ángel —dijo, sosteniéndome más cerca—. Lo hiciste muy bien

anoche. Travis te vio y jugaste bien. Vas te irá bien hoy.

—Lo sé —mentí. Sentía como si me fuera a ir de cualquier forma

menos bien. Hoy había una posibilidad de que tuviera que hacer algo más

que ver su rostro en un club nocturno. Podría tener que hablar con el

monstruo, el mismo al que había querido hacerle una cicatriz y quemarlo

hace tantos años, el hombre cuya muerte solía soñar. ¿Cómo podría estar bien?

Sin embargo, Javier tenía su manera de calmar mis pensamientos.

Tuvimos tiempo suficiente para un rápido revolcón antes de tener que

levantarnos y prepararnos para el día. Tan segura como estaba de que follarlo jodía mi cabeza, era la única vez que realmente tenía paz más allá

de lo que ocurría a mi alrededor. Me gustaba fingir que todo estaría bien.

Ésta iba a ser la última vez que vería la pescadería por un tiempo.

Antes del mercado, iba a registrarme en el hotel en Veracruz y pasar los

próximos días sola, con Enrico del personal del hotel transmitiendo los mensajes, aunque Javier dijo que intentaría reunirse conmigo en algún

momento si no había moros en la costa.

Acababa de terminar de empacar mi bolso para mi papel como

turista estadounidense cuando oí gritos desde la cocina, Javier imponiéndose ante alguien.

Curiosa salí y lo vi atravesando a Raul con una mirada de odio —del

tipo que jamás querrías ver a Javier darle a nadie. Raul se apoyaba en el

mostrador como si no le importara una mierda, una línea de coca en un

colorido plato y un rollo de dinero a su lado.

—¿Qué pasa? —pregunté, mirando las drogas. Raul se veía normal,

pero no encontró mis ojos. Fue entonces que me di cuenta de que Raul

"normal" estaba sin duda siempre drogado, sus pequeños y brillantes ojos

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rojos eran un claro indicativo. No estoy segura de por qué nunca sumé dos

más dos, Raul era un adicto a la cocaína.

Javier alargó la mano y violentamente levantó la barbilla de Raul. —

Este hijo de puta ahora está drogándose al aire libre, donde cualquiera

puede verlo. Sin respeto.

Raul alejó la cara de él y se cruzó de brazos. —Solo nosotros

estamos aquí, Javi. Nunca solía preocuparte.

—¡Siempre me preocupé! —rugió Javier—. No lo hagas esto de

nuevo, ¿lo entiendes?

—Oh, no alrededor de ella, ¿es eso lo que estás diciendo?

—Estoy diciendo que ya está.

Fruncí el ceño, preguntándome si había alguna mantra

narcotraficante como nunca te drogarás con tu propio suministro. Estaba

bastante segura de que no la había considerando que los cárteles no tienen exactamente un código de ética. Por otra parte, Javier no era como

los demás. Tenía su propio código moral, tan deformado y retorcido como

era.

Raul se inclinó y rápidamente inhaló el resto de la cocaína. Luego

echó los pesos en la cara de Javier y caminó por el pasillo, quitándome del camino con el hombro. Desapareció por las escaleras y miré de nuevo a

Javier, seguro iba a perder el control en cualquier minuto.

Estaba cerca. Las sienes rojas, los puños abriéndose y cerrándose, la

cabeza hacia atrás y mirando al techo. Estos momentos con Javier eran peligrosos, nunca sabías qué dirección iba a tomar y no lo podía culpar del

todo si iba enloquecido en contra de Raul.

Me quedé mirándolo durante unos instantes entonces lo pensé

mejor, creyendo que necesitaba privacidad, y me giré para regresar a la

habitación.

—Ellie —gritó Javier, su voz ronca—. Ven aquí, por favor.

Estaría mintiendo si dijera que algunas mariposas de pánico no

empezaron a revolotear en mi estómago en ese momento. Hice lo que me

pidió, acercándome a él como si fuera un perro callejero, insegura de si mordería o lamería.

—Acércate más —dijo suavemente, con los ojos en el techo.

Lo hice, dando un muy prudente paso.

Levantó los brazos hacia los lados, tirando de mí en un fuerte

abrazo.

—Vamos a tener que deshacernos de él —murmuró Javier en la cima

de mi cabeza.

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—¿Raul?

—Sí. Está rompiendo las reglas. Está desobedeciendo órdenes.

Conozco los signos cuando los veo. Va a cambiar.

—¿Debido a la coca? Distribuyes drogas en América, Javier.

—No las uso, lo sabes. Las drogas confunden la mente y el alma.

Me mordí el labio para no señalar su hipocresía. Ahora no era el

momento. La verdad era que quería que Raul se fuera. El uso de drogas

era sólo su manera de apegarse a Javier. Por lo menos nos daba una

advertencia.

Besó lo alto de mi cabeza. —Ven, vamos a registrarte.

Las mariposas reaparecieron. Iba a tener que acostumbrarme a ellas

de ahora en adelante

La habitación del hotel era muy agradable, un poco demasiado

"f iesta" para los turistas que realmente buscan la verdadera sensación mexicana. Los armarios se encontraban tapados con teca, coloridas

alfombras a rayas cubrían los suelos de baldosas de terracota y el patio

trasero estaba lleno de ollas vidriadas azules rebosantes de buganvilias e

hibiscos. Era privado y tranquilo, mientras Enrico cerró la puerta detrás

de él, dejándome sentada en la blanca colcha de encaje, muy sola. No diría que extrañaba a Javier, pero era la primera vez que había estado sin él en

mucho tiempo.

La ventaja de ello es que finalmente era libre. Podría salir por la

puerta trasera y desaparecer, tal vez nadie me encontraría de nuevo. Vagaría por el mundo, tal vez encontrándome a mí misma en el proceso.

Pero, no hice nada de eso. Debido a la misma razón por la que me

entregué a Javier en primer lugar. Sí, lo hice para salvar Camden. Pero era

mi destino, mi castigo por mis pecados pasados. Y tuve una sensación de

que si corría otra vez, continuarían alcanzándome, hasta que les ponga un alto, de una vez por todas.

Tenía que llegar a Travis.

Entonces la verdadera libertad vendría.

Suspiré y me miré en el antiguo espejo. Mi cabello estaba recogido en bucles de nuevo, mi maquillaje aún era pesado, pero apropiado para el

día. Mi collar de la hoja de afeitar colgaba alrededor de mi cuello, un

recordatorio de quién era y por qué hacía esto. Mi traje no era subido de

tono como anoche, pero seguía siendo bastante bonito. Una falda

campesina negra larga, y una blusa de estampado mexicano negra y rosa con un hombro descubierto. Corté una flor del patio y la prendí en mi

cabello.

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Antes de que Javier me dejara, repasamos el plan por última vez.

Tenía que tomar un taxi hasta el mercado y pasar unas horas actuando

como una turista, parando en cada puesto, oliendo las frutas, degustando

las muestras y regateando con los vendedores sobre los cinturones de

cuero. Travis estaría haciendo sus rondas. De alguna manera tendría que hacerme notar en la multitud. Ahora era el momento de dar el paso,

coquetear, o "lo que fuera que me hiciste a mí", como lo expresó Javier.

No tenía idea de qué era. Fui atraída por Javier en el momento en

que puse los ojos en él. Era difícil no estarlo, su magnetismo vino brillando. Pero Travis... no podía imaginar coquetear con él. Sabía que una

vez que lo viera, me tomaría otra vez todo la fuerza que tenía para evitar

hacerle daño. Pero tenía que ser fuerte. Tenía que ser la artista de la estafa

que estaba destinada a ser: fresca, compuesta y en control. O, en otras

palabras, tenía que ser como Javier.

Me di una última mirada en el espejo y pasé rubor de color rosa

brillante para darle vida a mi cara antes de dirigirme hacia el vestíbulo. El

día era sofocante y los turistas ya se encontraban acostados en la piscina

azul, tomando sol antes de que fuera demasiado insoportable. La mitad de

ellos ya se veían como tomates.

Enrico me pidió un taxi en la recepción y me deseó buena suerte,

añadió que comprobaría mi habitación esta noche para ver si necesitaba

algo. Sabía lo que quería decir, pasaría mis mensajes a Javier. No vi por

qué no podía llamarlo, por qué tenía que ser una operación tan secreta. Quizás el cartel también tenía el control de las líneas de teléfono.

Ciertamente tenían control sobre el mercado. Me preguntaba cuál

era el punto de todo esto, ¿por qué tengo que preparar todo de forma tan

delicada y complicada cuando alguien podría simplemente llevar un rifle

de francotirador al mercado y volarle la cabeza a Travis? Una vez que salí del taxi, comprendí lo poderoso que era el hombre. Prácticamente poseía

Veracruz, o al menos a su ejército y a la fuerza policial.

Había guardias armados y policías del ejército fatigados por doquier,

rifles automáticos al lado de ellos. Estaban colocados en todos los rincones del mercado, así como en el interior del mismo, patrullando los pasillos,

las manos detrás de su espalda. Hice un barrido rápido de los edificios de

los alrededores mientras el taxista contaba los pesos que le había

entregado. Cuando los buscas, los puedes encontrar en todas partes: una

cara en una ventana rota, un par de guardias en los techos. Todo el mercado era vigilado y patrullado desde cada uno de los ángulos. Quien

quiera que fuera lo suficientemente estúpido como para tratar de matar a

Travis aquí no solo fallaría, sino que, sin duda, moriría en el proceso.

Toda esta protección para un hombre horrible. Un hombre horrible con demasiado poder y dinero.

Un hombre al que se suponía que debía detener.

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207

Parecía ridículo ahora.

El taxista me devolvió algunos pesos, me dio menos pero no me

importó. Lo metí en mi bolso de macramé, eché los hombros hacia atrás y

me dispuse a entrar en el caos del mercado al aire libre un día sábado en

Veracruz.

Vibrante, fue sin duda una manera de describirlo. Apuesto a que no

había nada que no pudieras comprar aquí. Desde pollos colgando y chiles

hasta bolsas de cuero labrado a mano y chales expertamente tejidos, tenía

todo lo que pudieras desear. Había una pequeña parte de mí que se emocionaba sobre esto, fingiendo, sólo por un segundo, que era una

turista en busca de recuerdos de su viaje a México. Les sonreí

educadamente a los comerciantes, agité las manos con desdén a los que

empujaban orejas de cerdo en mi cara. Balbuceé mis primeras palabras en

español, atrayendo miradas confusas de un chico al cual le intentaba comprar aretes de plata, hasta que finalmente perdí la calma y fui capaz

de comunicar los conceptos básicos. Me fui con los aretes, un chal de seda

blanca, bolsas de limas en miniatura (eran muy lindas y pensé que, en

otra vida, podría hacer margaritas con ellas) y pimientos de brillantes

colores, un cinturón de cuero con una hebilla de plata que tenía “chica mala” grabado en él y una bolsa de papel grasoso llena de churros.

Me comí uno de los churros y me dirigí por el mercado por segunda

vez, el sol caía sin piedad. Entré en la sombra de un toldo, parte de una

carnicería donde tenían extremidades de vaca colgadas en ganchos y las moscas zumbaban alrededor con avidez, y me limpié el sudor de la frente.

No quería parecer como si estuviera buscando algo en particular, pero no

había visto a Travis todavía. Pensé que era extraño, teniendo en cuenta

que sería fácil de detectar, sin duda, flanqueado por toda una falange de

guardaespaldas, como si todos los guardias fijos no fueran suficientes. Él realmente quiere ser visto como el Don Vito Corleone de la ciudad.

Me quedé en la sombra hasta que el sudor se enfriara y me puse en

camino de nuevo, esta vez caminando por los pasillos del centro, donde la

multitud era más abundante. Una diminuta comerciante en un vestido con volados saltó de detrás de su puesto y comenzó a agitar pareos, señalando

a mi falda y gritando que tenía que comprarlos.

Sacudí la cabeza, moviendo las manos diciendo no, combinado con

una sonrisa amable y simpática, pero la mujer no entendía nada de eso.

—Usted americana, usted comprar —dijo en un mal inglés. Era agobiante pero su sonrisa desdentada era tan genuina que me sentía mal

por rechazarla. Colocó el pareo en mis manos, haciéndome acariciar la

tela, como si estuviera hecho de un algodón precioso, en vez de rasposo.

Todavía sacudía la cabeza, intentando ser amable al respecto, cuando mis ojos fueron sobre su pequeña cabeza y me enfoqué en algo en

la multitud de compradores.

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Había un hombre, un hombre blanco más o menos unos centímetros

más altos de que los demás, el cual se había detenido en el pasillo frente a

uno de los puestos. No podía ver su cara, solo su perfil desde atrás. Fuerte

cuello bronceado, pelo corto negro que brillaba azul en la luz del sol, y

orejas que sobresalían ligeramente.

Mi corazón martilleaba en mi pecho, exigiendo que reconozca su

presencia.

No podía ser.

Luego se dio la vuelta y me miró.

Me miró directamente.

Azules, hermosamente azules y conmovedores ojos detrás de las

gafas de Clark Kent. Mandíbula ancha y fuerte, labios gruesos, nariz recta.

Se veía como un modelo en el cuerpo de un modelo, hombros densos

musculosos, bíceps, los cuales no cabían en mis manos. Lo sabía porque lo había intentado. Una camiseta negra ajustada que mostraba todo,

incluyendo un cabestrillo que rodeaba el hombro, apoyando su fuerte

brazo tatuado.

Camden McQueen.

Se me cayó el pareo, mis bolsas, todo, atrapada en su mirada. No podía ser él. ¿Por qué se encontraba aquí?

¿De verdad había venido por mí después de todo?

Un enorme baño de paz, amor y calor se apoderó de mí, dándome la

fuerza y determinación que parecía resonar en mis huesos. Estallé en una sonrisa tan grande que pensé que mi cara se dividiría en dos. Mi pecho

estaba a punto de estallar.

Pero él no devolvió la sonrisa. Siguió mirándome, sobre las cabezas

de todas las personas animadas junto a él, el ruido caótico y los

movimientos. Sus ojos eran duros, casi fríos. Dolió. Algo dentro de mí sangraba, solo un goteo.

Luego se dio la vuelta, empezó a alejarse. Eso borró la sonrisa de mi

cara.

—¡Espera! —grité, tratando de hacerme oír por encima del ruido del mercado. Dejé mis bolsas a mis pies y empecé a correr por el pasillo para

llegar a él. Podía ver su cabeza desapareciendo lentamente, cuanto más se

escapaba, más clientes, parejas, familias, turistas se interpusieron entre

nosotros—. ¡Camden!

¿Por qué intentaba alejarse de mí? ¿Acaso no me vio? ¿Acaso no me reconoció?

Seguí haciendo mi camino hacia él, derribando bolsas de la gente,

empujándolos hacia otras personas, golpeando cajas de frutas, gritando

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“Lo siento” todo el tiempo. Me deslicé pasando a todo y todos,

agachándome, esquivando, tratando difícilmente de llegar a Camden.

Y justo cuando un pasillo se cruzaba con el otro, cuando vi el

espacio delante de mí abriéndose, alguien salió delante de mí. No era solo

alguien.

Alguien y sus muchos guardaespaldas.

Casi corrí directamente a Travis Raines.

Mis pies se detuvieron a tiempo y temblé a unos centímetros de él.

Me miraba a mí, con una sonrisa depredadora en el rostro. Le lancé una mirada rápida, olvidándome por completo de la parte en la que se

suponía debía de estar jugando, y dije: —Lo siento.

Hice un movimiento para rodearlo, tenía que llegar a Camden, pero

él extendió la mano y me agarró del brazo, suavemente. Sus dedos se

reunieron con mi piel y sentí un enjambre de repulsión por todo mi cuerpo.

—Jovencita, me resultas familiar —dijo. Su acento era extraño, del

sur pero que inconscientemente tomó la candencia del español.

Mi cerebro estaba atrapado, atascado. Tenía que actuar ahora. Tenía

que encontrar a Camden. Tenía que destruir a Travis. Tenía que salir de aquí. Tenía que dejar de huir de mi pasado. Tenía que correr detrás de mi

futuro.

Mi futuro se estaba alejando.

Tragué saliva, dándome cuenta de que Travis me miraba fijamente, esperando una respuesta y si no jugaba bien mis cartas, no tendría un

futuro al que correr.

—Uh, no creo que nos hayamos visto antes —le dije y sonreí

dulcemente, sorprendida de que mi voz sonará firme—. No soy de aquí.

—Eso puedo verlo —dijo, con tono ligero y sus ojos… bueno, traté de no mirarlos, en sus profundidades frías y oscuras. Miré a sus

guardaespaldas en cambio, a los cuatro tipos grandes con caras de piedra.

Cada segundo que me encontraba allí era un segundo menos para llegar a

Camden. Mi Camden. El cual vino por mí, para rescatarme, para asegurarse de que estuviera a salvo. Mi Camden, quien me miró con todo

el dolor del mundo.

Oh, Dios ¿Qué he hecho?

Mis ojos se dirigieron a los puestos, con la esperanza de verlo en

alguna parte. Un pensamiento deseoso. Travis se acercó más.

—¿Buscas a alguien? —preguntó.

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—Me pareció ver a alguien conocido. —Mierda. Tenía que mantener

la compostura.

—Entonces verás lo que sucede. Te vi anoche. Te encontrabas en mi

club.

—¿Tu club? —pregunté, vi a los guardaespaldas otra vez porque eso es exactamente lo que una mujer joven haría si este hombre le estuviera

hablando de esa manera, rodeada por esos matones.

Sonrió y chasqueó los dientes, como si estuviera tomando bocados

de algo. Hizo helar mi sangre. —Sí, mi club. Soy dueño de The Zoo. ¿Supongo que no sabes quién soy?

Eres el monstruo que arruinó mi vida, me dije a mi misma,

manteniendo mi cara lo más neutral posible. Tú eres la razón por la que

estoy aquí y no corriendo detrás de la persona que vino por mí.

—No —dije—. Un americano supongo.

Inclinó la cabeza hacia un lado, apreciándome, algo que Javier haría

algunas veces. La comparación me hizo sentir enferma.

¿Cómo diablos mi madre se involucró con este hombre?

—Sí. Eres americana, también —dijo—. Acento de California, ¿quizá?

Fruncí el ceño, tratando de recordar lo que mi identificación falsa decía. Dios mío, me había olvidado de todo ya.

—Eres bueno —dije—. Crecí en California. En la playa de Pismo.

Chasqueó sus dientes de nuevo. Psicópata.

—¿Y cuál es tu nombre, chica de California?

Tragué saliva. —Eleanor.

—Es un nombre precioso. ¿Las personas te llaman Ellie para

abreviar?

Mi corazón se detuvo por un momento. —No. Nora.

Tenía que malditamente largarme de aquí antes de que realmente arruine las cosas. Esta fue una mala idea. No iba a lograrlo. Javier se

equivocaba al poner su fe en mí.

—Nora, ¿te gustaría tomar una copa conmigo?

Abrí la boca para decir que no, pero algo me decía que “no” estaba fuera de toda cuestión con él. No creo que nadie le haya dicho que no a

Travis Raines y vivió para contarlo.

—¿Ahora? —le pregunté.

Asintió lentamente. —Sí. Ahora.

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—Claro —dije, forzando otra sonrisa de mierda en la cara—. Estoy

segura de que no eres un asesino psicópata en serie.

Soltó una carcajada. —No, no soy un asesino en serie. Sólo soy un

migrante, un empresario, un capitalista. Y ¿puedo darte un buen tiempo

en Veracruz, señorita…?

—Willis.

—Bonito. Señorita Nora Willis. Venga a tomar una copa conmigo,

señorita Nora Willis.

Extendió el brazo para mí, como si cualquier mujer con auto-respeto y en su sano juicio lo tomaría. Lo miré. —Nunca me dijiste tu nombre —

dije.

—¿No lo hice? Es Travis.

—Encantada de conocerte, Travis.

Me hizo dar la vuelta, regresando por dónde vine, recogí mis bolsas, y luché contra cada impulso en mi cuerpo para dar la vuelta y buscar a

Camden. Había venido de tan lejos por mí, y sin embargo, sabía que se

había ido.

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22 Camden

Traducido por Sofía Belikov & Gaz Walker

Corregido por Vanessa Farrow

—Joder, voy a matar a Javier Bernal.

La sentencia colgó en el aire como una fina capa de polvo. Gus puso

la bolsa de chicharrones secos que comía en el suelo y me dio una mirada

inalterable.

—Te creo —dijo, limpiándose el bigote—. Pero, ¿realmente esperabas

entrar en ese sitio lleno de tipos armados y salir vivo? Nadie sólo mata a

Javier Bernal. —Continuó masticando—. Además, realmente no creo que

necesites matarlo. Obviamente no está manteniéndola allí contra su

voluntad.

Lo miré con la suficientemente ira como para que su boca se abriera

con sorpresa. —Lo siento. Sé que esto es duro para ti.

Duro ni siquiera comenzaba a describirlo. Lo duro era fácil. Esto era

insuperable. Después de seguir a Ellie y a Javier a la pescadería, después de verlos… juntos… sus manos y labios sobre ella, su cabeza inclinada

hacia atrás, sucumbiendo a él, perdí el conocimiento debido al dolor.

Cualquier otra persona diría que fue por mi hombro, que la herida del

disparo lo provocó. No era eso. Era por mi corazón siendo partido en

pequeños e intranscendentes pedazos, sangrientos y fríos. Era mi orgullo cayendo de rodillas. Era todo lo que pensé que habíamos compartido

resultando ser una mentira, y que la mujer a la que perseguía no era nada

más que un fantasma.

Gus me dejó en el barco pesquero hasta justo antes del amanecer, cuando el pescador regresaba para comenzar el día. Avanzamos calle

arriba, de regreso al auto robado y permanecimos allí por la mayor parte

de la mañana, observando la pescadería, tratando de decidir qué hacer

después.

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Quería irrumpir en la tienda y dispararle a Javier justo entre los

ojos. Parte de mí ni siquiera se preocupaba si era una misión suicida. Pero

Gus tenía razón. No importaba… se sentiría bien por un segundo, pero el

daño ya estaba hecho.

Gus se aclaró la garganta. —Para ser justo, Camden, no sé qué está sucediendo aquí. Ellie podría estar jugando.

—Aún está enamorada de él.

—No lo creo. Ellie no se enamora fácilmente. Hay algo más aquí, más

que los recuerdos. No sabemos con lo que Javier la amenazó o qué le prometió.

—Suenas como si estuvieras de su lado —gruñí, mirando a través de

la sucia ventana hacia la pescadería en la distancia.

—Siempre voy a estar de su lado —declaró Gus. Lo miré y me dio

una sonrisa arrepentida—. Lo siento, me agradas, Camden, pero mi lealtad está con ella.

—¿Por qué? ¿Por qué estás haciendo todo esto por ella? ¿Qué ha

hecho por ti?

Parpadeó un par de veces, como si estuviera conteniendo las

lágrimas, y luego regresó la atención hacia la bolsa de chicarrones secos. —El amor no se trata sólo de anotar puntos, o lo que uno hace por otra

persona y lo que la otra persona tiene que hacer a cambio.

Sus palabras me golpearon. —¿La amas?

Asintió. —Sí. No estoy enamorado de ella. No es así. No soy como tú. Me preocupo por ella, más de lo que nunca sabrá. Es… complicado.

Fruncí el ceño, mirándolo por unos momentos, tratando de

entenderlo. —Todo lo que tiene que ver con Ellie es complicado —dije

finalmente, ajustando el reloj de Gus en mi muñeca. Sería capaz de tomar

otra pastilla en una hora. En este punto, ya no era por el dolor —el dolor en mi corazón había rebasado la herida en mi hombro y ninguna herida

haría que se fuera. Pero me daba una sensación de felicidad, de olvido,

una que quería desesperadamente.

Sabía de lo que Gus hablaba. Fui un maldito tonto. Siempre el tonto, Camden McQueen.

—Lo superarás —dijo Gus—. Puedes conseguir la oportunidad que

nunca tuve. Ellie tiene un buen corazón, escondido, pero está allí, y tú lo

sacas a relucir. Eres bueno para ella, son buenos para el otro. No olvides

eso.

Quería olvidarlo. No quería nada más que olvidar.

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—Alguien está saliendo —anunció Gus y me reacomodé en el auto,

agachándome un poco. Nos encontrábamos a una manzana, nadie podría

vernos en el auto. Aun así, no era malo ser cuidadoso.

Un hombre salió de la tienda, caminando hacia nosotros. Era más

pequeño que Javier y mientras se acercaba, lo reconocí. Raul.

Ahora en serio me agaché. Agaché la cabeza como si estuviera

buscando algo en la guantera.

—Se fue —dijo Gus—. Ni siquiera miró hacia acá. ¿Quién era ese?

—Raul —dije, alzando cautelosamente la cabeza—. Uno de los idiotas de Javier.

—Todos tienen al menos un idiota.

Esperamos por unos pocos momentos, luego Javier y Ellie salieron

de la pescadería y entraron en el Range Rover. Deseé que estuviéramos en

el GTO, no en este pedazo de mierda. Me habría tomado sólo unos segundos agarrar uno de los rifles de Gus de la parte trasera y volar su

cabeza. Sabía que a Ellie le habría conmocionado un poco que la cabeza de

su amante mexicano explotara junto a ella, pero creí que se lo merecía.

Palmeé el tablero ansiosamente. —Bien, ahí van.

Gus manejó el auto hacia la calle, manteniéndose lejos del Range Rover. Ya no teníamos la oscuridad de la noche para cubrirnos y mientras

Javier no estuviera buscándome —al menos no creía que lo estuviera—

estaría buscando a alguien que los siguiera. Tenía una preciosa carga con

él: él mismo.

—¿Crees que está llevándola al mercado para ver a Travis? —

pregunté, incluso aunque ya sabía la respuesta. Algo debía haber salido

mal anoche, cuando se encontraba en el club, y ahora iban a tratar nuevo.

—Es posible, a no ser que sólo estén de excursión.

—Qué romántico —escupí amargamente.

Gus me dio una mirada que ni siquiera me digné a reconocer. Me

recliné en mi asiento, tamborileando los dedos en la rodilla, tratando de

contenerme. Me sentía como si estuvieran separándome con cada segundo

que pasaba, las imágenes de lo que vi bajo esa nauseabunda, granulosa y verde luz destellando en mi cabeza, posicionándose sobre mí como una

gaseosa nube; tóxica y mortífera, un criadero de parásitos. Estaba siendo

comido vivo, consumido por un amor roto, una traición y el odio a mí

mismo. Porque fui el único que permitió que esto sucediera. Me enamoré

de la chica equivocada una y otra vez.

—Cálmate —le escuché decir a Gus. Miré mi pierna. Había enterrado

las uñas en mi rodilla, y la piel bajo mis pantalones cortos se elevaba con

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gotas de sangre. Parecía como si la pantera que tatué allí hubiera sido

mordida por un gato más grande. Aparté la mano, tratando de calmarme.

Nos encontrábamos en Veracruz cuando mi reloj sonó y me tragué

otras dos pastillas, masticándolas con un poco de deleite.

—¿Crees que reconocerán el auto robado? —pregunté atontado mientras entrábamos a la ciudad.

—Las personas siempre roban autos aquí. Nadie va a estar

buscándolo. Además, uno de nosotros debería regresar al GTO y ponerlo

en otro sitio. El vecindario parecía lo bastante seguro, pero no confiaría en ningún alma de esta ciudad.

—Por uno de nosotros supongo que te refieres a ti. —Traté de

levantar mi brazo herido para mostrarle que no podía conducir, pero en su

lugar me babeé a mí mismo. Esos eran los buenos momentos, los únicos

donde era reducido a nada más que un tonto inválido.

—No tenemos ningún arma con nosotros. Tengo un cuchillo en mi

calcetín, pero eso es todo. No seremos capaces de hacer algo por Ellie

hasta que estemos armados.

Incluso a través de la ligera neblina del sedante, tenía que admirar la

dedicación de Gus. Quería decirle que tal vez no había ningún punto en hacer esto ya —la Ellie que vimos anoche no parecía como una que estaría

dispuesta a huir con nosotros. Recordé su Síndrome de Estocolmo sobre el

comentario de los esteroides. Esto podría ser con lo que tratábamos. De

hecho, esperaba que lo fuera porque la alternativa ya me destrozó.

Seguimos al Range Rover hasta un pequeño hotel en la ciudad, en

medio de un frondoso bosque tropical y observé a Ellie salir con la bolsa.

Se despidió de Javier como si nada y el auto se alejó rápidamente.

—Bueno, ¿ahora qué? —pregunté, la fase buena de la droga

comenzando a desaparecer—. ¿Seguimos a Javier o a ella?

Gus succionó su labio. —No lo sé. No deberíamos dejar a Ellie aquí,

sola.

Observé a Ellie entrar al hotel y luego abrí la puerta.

—Me quedo —dije.

—Camden, espera —gritó Gus en silencio, tratando de mantener la

voz baja. Me agarró del brazo malo un segundo, el tiempo suficiente para

disparar el dolor a través de mí—. Lo siento, pero hay que esperar. Vale.

Está bien, te quedas aquí. Seguiré a Javier y veré a dónde va, y luego voy a

volver al GTO y conseguir nuestras cosas, ¿de acuerdo? Quédate con ella y a ver. No hagas nada hasta que vuelva.

Me bajé del coche y miré por la ventana abierta. —¿Cómo sabré

dónde encontrarte?

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—Tanto si va al mercado o como si no, nos vemos allí a las dos de la

tarde.

—¿Dónde?

—Me encontrarás. —Entonces Gus pisó el acelerador y el pequeño

coche de mierda se fue por el camino, tratando de ponerse al día con el Range Rover, que ya era cosa del pasado.

Lo vi desaparecer, de pie al lado de la carretera mucho más tiempo

de lo que debería. Porque tenía miedo. Miedo de caminar a ese hotel y ver

a Ellie. No sabía lo que haría ahora. No iba a decirle nada, pero verla de cerca sería una espada en mis entrañas.

Tomé una profunda respiración por la nariz, caminado por la calle a

la entrada y entré. Hacía frío en el vestíbulo; grandes puertas con arcos

que podía ver en la parte de atrás permitían que la brisa entrara desde el

patio. Un tipo delgado y de aspecto ansioso se hallaba detrás del mostrador de recepción. Mis ojos se movieron por el suelo de baldosas

para ver si Ellie se encontraba recostada en alguna de las mecedoras de

mimbre oscurecidas por las plantas de la casa de ilustres. No estaba;

debía haber ido a su habitación.

Me acerqué al recepcionista con el gafete de Enrico y pedí una habitación para pasar la noche.

—Tenemos una —dijo, hojeando el libro. Había pasado mucho

tiempo desde que vi a alguien escribir los datos en un cuaderno real, no en

una computadora—. Baño compartido, si te parece bien.

Asentí. —Claro. Tengo curiosidad, ¿cuánto cuesta la habitación más

cara aquí?

—Las del jardín en la parte trasera. Cuestan alrededor de trescientos

dólares por noche, pero como puedes ver, están llenas.

Golpeó el cuaderno, y me bastó con mirar hacia abajo y ver el nombre de Eleanor Willis. Uno de los nombres falsos de Ellie.

—Oh, bueno, tal vez la próxima vez —dije—. ¿Cuánto por la del baño

compartido?

Me dijo que eran sesenta dólares la noche y saqué un fajo de billetes de la cartera, utilizando mi licencia de conducir de Malloy Connor. Me

olvidé que por un tiempo fui él. Me olvidaba de muchas cosas sobre mí

últimamente.

—¿Tienes alguna maleta? —me preguntó.

Ah, cierto. Negué con la cabeza y se encogió de hombros. —Primero me arruino el brazo haciendo ciclismo en la montaña y después, Air

México pierde todo mi equipaje.

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Me dio una sonrisa llena de simpatía y me entregó la llave. Subí a la

habitación, una pequeña parte de México, y me senté en la estrecha y

chillona cama durante un minuto, tratando de reunir mis pensamientos

sin conseguir nada. Entonces decidí regresar al vestíbulo. Quería ir al

patio, a la piscina, donde se hallaban todos los turistas, pero no había muchas posibilidades de que Ellie me viera y todavía no sabía lo que haría

si lo hiciera.

Terminé yendo a la pequeña tienda de regalos y encontré una camisa

para usar. La de cuadros empezaba a apestar. Compré una negra que decía Veracruz en la parte de atrás con una letra bonita. La camisa

turística perfecta, aunque era un poco estrecha. Me decidí a llevarla y salía

del vestuario cuando vi por la ventana a Ellie en la tienda de regalos,

caminando por el vestíbulo.

Tenía que hacer algo. Tenía que decir algo. Gus quería esperar hasta saber cuál era la situación, pero no podía dejar pasar esa oportunidad. El

que estuviera sola y en el mismo edificio cambiaba las cosas. Rápidamente

pagué por la camisa y salí corriendo de la tienda. Pero ya era demasiado

tarde, se metió en un taxi y se fue.

Volví al hotel y le pedí a Enrico que también me llamara un taxi. Tuve la tentación de hacerle algunas preguntas acerca de Ellie, pero algo

me dijo que mantuviera la boca cerrada por el momento.

Por supuesto, mi maldito taxi tardó siglos en llegar y cuando lo hizo

me conseguí el maldito conductor más lento del mundo, que se mantuvo hablando en español, ignorando todos los esfuerzos que hice para decirle

que no hablaba el idioma. Para el momento en que me dejó en el mercado

de Veracruz, este se hallaba lleno de gente. ¿Cómo diablos iba a encontrar

a Ellie aquí, por no hablar de Gus?

Caminé por los pasillos, mirando más allá de los comerciantes, a cada persona que caminaba a través de la multitud. No noté nada inusual

excepto por todos los guardias armados que me encontraba en cada parte.

No sabía si estaba protegido así porque era Veracruz, o si tenía algo que

ver con Travis frecuentando el mercado. Tal vez era por ambos.

Finalmente me detuve en un puesto de tacos, necesitando algo en mi

estómago, y estaba esperando en la cola con las familias que llevaban

desbordantes bolsas de compras, cuando sentí la piel en la parte posterior

de mi cuello cosquillear. Se sentía como si un rayo me estuviera besando.

Poco a poco, me di la vuelta, y por el mar de gente, vi su cara. Su hermoso y cruel rostro, mirándome directamente.

Sólo que no parecía cruel en ese momento. Se veía suave, sus ojos

luciendo como oscuras piscinas, llenas de cosas que quería leer, cosas

donde quería sumergirme. Tenía el aspecto de un animal en una jaula muy

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grande, una ilusión de libertad a su alrededor, intentando correr pero sin

poder huir antes de ser apresada de nuevo.

Oh, Cristo, esto dolía más que nada en el mundo. Con qué facilidad

se había olvidado de mí. Cómo debía haber echado mi recuerdo al viento,

igual que antes.

Luego sonrió, reconociéndome, y nunca pensé que pudiera parecerse

tanto a un ángel. Lucía radiante. Y su fulgor me rompía corazón.

No podía hacer esto. No podía hacer esto. No podía hacer esto.

Me di la vuelta y me alejé. La oí llamarme con una fina voz por encima de la charla del mercado, pero seguí caminando. Había llegado tan

lejos para encontrarla y ahora huía de ella.

Me abrí paso entre la multitud, moviéndome tan rápido como podía

sin joder mi brazo, tratando de mantener mi corazón dañado todavía en mi

pecho, de respirar a través de ese dolor interno, cuando de repente vi una conocida panza cervecera en una camisa hawaiana, hablando en español

con una hermosa dama mexicana frente a un puesto de calcetines y ropa

interior.

—Está aquí —le dije a Gus cuando me detuve frente a ellos.

Gus me dio una mirada decepcionada. —Camden, esta es Esmeralda.

Le di una breve inclinación de cabeza. Ahora no era momento de

bromas. Miré de nuevo a Gus. —¿Qué hacemos?

—Está bien, bueno, vamos a ir a hablar con ella, este lugar es tan bueno como cualquier otro.

—¿Puedes hacerlo tú? —le pregunté, sintiendo vergüenza al

momento en que lo hice. Continué—: No estás tan involucrado

emocionalmente.

—Vale.

—Debo estar atento para ver si Javier o Travis aparecen.

Gus levantó una ceja. —Javier no se atrevería a mostrar su cara

aquí. Ahora, ¿qué tal si dejas de actuar como un cobarde y vas a buscar a

tu jodida ex novia de nuevo?

Me sentí como si me hubieran dado una bofetada en la cara. Me

puse rojo inmediatamente y esperé que Esmeralda no entendiera ni una

pizca de inglés. Pero funcionó. Por un momento, hice el orgullo a un lado y

decidí hacer lo que vinimos a hacer, por lo que luchamos tan duro.

Sólo esperaba que todo fuera por una razón.

Gus se despidió de Esmeralda con la mano y lo llevé de vuelta por

donde vine, con la esperanza de que Ellie aún estuviera en alguna parte.

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—Oh, mierda —dijo Gus en voz baja. Se detuvo, haciendo que una

mujer con una bolsa llena de frutas estuviera a punto de chocar contra su

espalda y soltara una serie de obscenidades españolas. Seguí sus ojos.

Más allá de la multitud de personas, en la interjección de un pasillo con

otro, había una pared de hombres de negro. Guardaespaldas protegiendo a alguien.

Sabía a quién era, incluso antes de que Gus murmurara—: Travis.

Tenemos que salir de aquí.

—¿Por qué? Sólo somos turistas —le susurré, haciendo caso omiso de los frustrados compradores que trataban de bordearnos.

—¿Cuál era esa cita que dije de poner en duda…?

—Algo acerca de las sombras —completé—. No era muy buena.

Se dio la vuelta, tirando de mi brazo bueno. —Vamos, vamos a ir por

el siguiente pasillo y mirar por encima, ver lo que sucede.

Caminamos hasta el otro pasillo y todo el dolor y la angustia que

sentía fueron reemplazadas por una sensación más familiar: el temor. Con

Travis aquí, alguien más peligroso de lo que Javier jamás podría ser, la

realidad comenzó a volver y me empecé a sentir como un verdadero tonto,

alejándome de Ellie de tal forma. Nos detuvimos junto a un comerciante vendiendo cerámica de baja calidad. Nadie se detenía allí y pudimos ver

con mayor claridad lo que pasaba en el otro pasillo.

Travis. No era para nada lo que esperaba. Era alto, delgado, con una

mata de pelo gris peinado hacia atrás. Era mucho mayor de lo que pensaba, bueno, al menos de unos sesenta años, la edad que asumí que

tenía Gus. Sin embargo, Gus tenía este aire de ser cascarrabias pero

inofensivo y, probablemente, la gente lo subestimaba. No había que

subestimar de Travis. Él rezumaba poder. Todos, desde los estoicos

guardaespaldas a la asustada gente —que le daban rápidas pero furtivas miradas— estaban al tanto de este poder; algo de esa energía se sentía…

mal. Era dramático, pero cierto.

Luego estaba Ellie Watt, o Eleanor Willis como se llamaba ahora. De

pie frente a él, tratando de lucir como cualquier otra chica. Por supuesto que me di cuenta de que era más que cualquier otra chica. Era una

rompecorazones. Una tentación. Estaba perdida. Y fue encontrada, al

menos por mí. Esperaba que Travis no se diera cuenta de ninguna de esas

cosas. Que la viera como una hermosa y corriente turista estadounidense.

Y también esperaba que ella supiera exactamente lo que hacía y que la confianza que representaba fuera más que un acto.

Los miramos hasta que Travis extendió su brazo hacia ella y ella lo

aceptó, llevándosela, el muro de los guardaespaldas flanqueándolos.

—Mierda. ¿A dónde van? —le dije—. ¿Qué está haciendo?

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El dueño de la tienda de cerámicas eligió ese momento para

enfadarse con nosotros y nos espantó cuando se dio cuenta que no íbamos

a comprar nada. Empecé a ir detrás de Ellie, pero Gus se acercó y me

agarró por la camisa.

—No —dijo—. No los vamos a seguir. No podemos salirnos con la nuestra, no aquí.

Tragué saliva dolorosamente. —¿Cómo podemos dejar que se vaya

con él?

—Podemos. Tenemos que hacerlo. No sabemos cuál es su plan. De todos modos, no tenemos opción. Seguirla significaría ponerla en peligro y

eso es lo último que cualquiera de nosotros quiere, ¿entendido? Mira,

vamos a ir de nuevo a tu habitación de hotel. Tengo todas las cosas ahora.

Desempaquemos y esperemos.

—¿Esperar dónde? ¿Y si Javier o Travis la siguen?

Su bigote se movió. —Te meteremos en su dormitorio. Estarás

dentro cuando ella vuelva.

Si regresa, pensé. Gus me miró como si estuviera pensando lo

mismo.

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23 Ellie

Traducido por Nats & Mutatingskyline

Corregido por niki26

Me acordaba de la primera vez que mis padres empezaron a hablar

sobre dejar Mississippi cuando tenía once años. Era un día de primavera

caluroso, ardiente como el infierno, y me encontraba sentada en las

escaleras delanteras de nuestro remolque, observando a los niños correr por la calle, riéndose, pasando un buen rato. Todos llevaban sus trajes de

baño como los niños solían llevarlos en los ochenta, con un cien por ciento

de humedad.

Yo no. Me sentaba ahí en el sol caliente, con mi propio sudoroso, vistiendo vaqueros. Eran anchos, realmente ligeros y tenía un agujero en

la rodilla, pero no compensaban el hecho de que nunca podría ser como

uno de esos niños. Solía serlo cuando todo cambió en una noche. Después

de eso, me dormía llorando porque dolía muchísimo, mis dientes se molían

entre sí porque mi madre se negaba a darme nada más fuerte que Tylenol para niños. Durante el día, cuando el dolor era un poco más llevadero,

lloraba de todas formas porque nunca podría ser normal de nuevo. Todo lo

que quería hacer era cambiarme a mi traje de baño y unirme a los chicos

en su búsqueda del aspersor o manguera más cercanos. Pero no podía. No me atrevía. El miedo de ser diferente, de ser hecha inferior, me consumía

desde temprana edad.

Así que me sentaba en las escaleras y observaba al mundo vivir sin

mí. Detrás de mí había una puerta de malla que dejaba entrar la sucia

brisa y detrás de la cual mis padres se sentaban en la mesa y comenzaban a discutir mi futuro. No sé si se dieron cuenta de que los escuchaba, de

que podía oírles, o si no les importó, pero hablaron sobre mí como si no

estuviera ahí.

Mi padre se sentía asustado porque Servicios Sociales lo visitaron en

el trabajo, queriendo comprobarle. Supongo que también vinieron cuando me encontraba en el colegio. Nunca los vi, al menos no que yo supiera.

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Nadie me había preguntado nada todavía, pero eso era lo que temían.

Quería decirles a mis padres que me sabía la mentira tan bien que no

haría nada para meterlos en problemas. Lo curioso era que no creía que

me creyeran siquiera. Apuesto a que permanecieron asustados como yo me

aterrada, pensando que algún día los delataría.

En vez de eso, fueron ellos los que me delataron. Fueron ellos los

que me levantaron y abandonaron un día, dejándome con mi tío.

De todos modos, antes de que incluso hubiera pasado, mis padres

planeaban su escape. Recordaba que fue idea de mi madre irnos a California. Mi padre estaba totalmente en contra de ello, y mientras me

sentaba en el pórtico y empezaba a pensar sobre cómo de mágica sonaba

California, como mi tío Jim parecía ser un tipo genial, me pregunté por

qué. Mi padre seguía diciendo que si íbamos a California, sólo sería para

“verlo”, pero no a su hermano, a alguien más, y la última vez que mi madre sacó un truco como ese, casi me mató.

En ese momento, en lo único que podía pensar era en California, las

estrellas de cine y el salvaje océano Pacífico. Todo lo demás se escurrió de

mi cabeza.

Ahora lo único en lo que podía pensar era en cómo diablos mi madre fue capaz de tener una aventura con Travis. No que no fuera una mujer

increíble en sus días, con ese verdadero aspecto del Este de Europa, ¿pero

por qué? ¿Cómo empezó? ¿Qué le hizo a mi madre verlo y quererlo para sí

misma? No me importaba lo encantador que era o lo dulce que debió haber sido con ella, ¿no había mirado y visto el monstruo debajo de todo eso?

¿Pensaba seriamente que podría arreglarlo? ¿Redimirlo? ¿Estaba incluso

enamorada de él, o simplemente fue una idiota, lo suficientemente

absurda e imprudente como para usar su propia carne y sangre por

vengarse de él?

Cuanto más tiempo me sentaba frente a Travis en el pequeño y

apestoso bar que borraba toda la luz y el calor exterior, menos podía

entenderla. Cómo podía estar con él y temer por su vida. Porque yo era su

hija hasta la médula. Y me sentía extremadamente asustada por mi propia vida.

Miré los guardaespaldas que nos flanqueaban por ambos lados.

Nunca me miraron. Teníamos todo el bar para nosotros. Travis consiguió

que el propietario echara al resto. No que hubiera mucha gente bebiendo

en un club de jazz como este durante el día, pero aun así. Básicamente chasqueó los dedos y ocurrió. La gente lo hizo como si sus vidas

dependieran de ello —supongo que lo hacían. La cantidad de poder que

tenía era nauseabundo, hasta el punto donde la gente debía pensar que

serían ejecutados en el acto si no hacían lo que pedía. Y no había nada que alguien pudiera hacer al respecto. Ni la policía, ni el Gobierno, ni el

ejército, ni la justicia. Travis Raines y su nuevo cartel lo poseían todo.

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Por el momento, mientras estaba sentada en la cabina frente a él,

me poseía. Iba en contra de cada hilo tembloroso de orgullo que jamás

había sentido admitirlo, pero era la verdad y la verdad era lo que era. El

me ayudó a hacerme como era, la estafadora que nunca creyó que alguien

vendría a salvarla, la chica que luchaba por encontrar el bien en su interior. Y ahora tenía mi vida en sus manos. Porque si Travis Raines

descubría que Ellie Watt se hallaba sentada frente a él, la dañada hija de

Amelie Watt, estaría muerta en un segundo. Incluso si no lo averiguaba,

había una posibilidad de que me matara sin motivo. Sólo porque podía.

—¿Quieres otra copa? —preguntó—. Quizás un poco de agua,

pareces ligeramente acalorada.

Sonreí y puse una mano en mi frente. Obviamente la tensión de la

situación se mostraba en mi cara, más de lo que pensaba. Tenía que

ocultarla. —Un vaso con agua estaría bien, gracias. Creo que me dio demasiado el sol hoy. Estoy un poco mareada.

Frunció el ceño sutilmente, sus ojos oscureciéndose. —Qué

desperdicio. Esperaba llevarte a cenar esta noche. Soy dueño de uno de los

mejores restaurantes de la ciudad.

—Seguro que eres dueño de un montón de cosas por aquí.

Chasqueó los dientes un par de veces y resistí la tentación de

agarrar el borde la mesa. —Poseo toda Veracruz. Pronto descubrirás eso.

Menciona el nombre de Travis Raines y lo verás en las caras de la gente. El

respeto. El asombro. Por mí.

Oh, Dios, no quería nada más que tomar mi vaso y averiguar un

millón de formas de estampárselo en la cabeza.

—Debe ser genial.

—No pareces impresionada.

Me encogí de hombros porque eso es lo que habría hecho Eleanor Willis.

—Tal vez tengas la oportunidad de impresionarme mañana,

entonces.

Pensé que quizás presionaba mi suerte, jugando a ser una chica difícil de conseguir. Quizás sólo las usaba una vez. Pero sus ojos brillaban

por el desafío. Al maldito enfermo le gustaba esto.

—Bueno, estaré a la altura. ¿Quieres que te lleve de regreso al hotel?

¿Dónde te estás quedando?

Ahora era el momento de averiguar qué hacer. Si me negaba, ¿me seguiría de todas formas? ¿Sería mejor proseguir para que pudiera

seguirme y así verle hacerlo?

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—Sí, sería genial. Iba a tomar un taxi, pero si no es ninguna

molestia…

—En lo absoluto. —Sonrió, su cara como una anguila.

Dejamos el bar y salimos a la calle, en donde una enorme camioneta

se detuvo, saliendo aparentemente de la nada, y me invitaba a subir al asiento trasero. Era bastante similar a la que Javier usó en Ocean Springs,

excepto que el cristal era excepcionalmente grueso —a prueba de balas.

Me sentí nerviosa durante todo el viaje al hotel. Seguía pensando en

lo fácil que sería para él seguir conduciendo, llevarme a algún lugar lejos y dispararme. Violarme. Torturarme.

Para empeorar las cosas, alimentó esos pensamientos, disparando

miradas inquisitivas por encima de su hombro mientras se sentaba en el

asiento delantero. —¿Estás bien?

—Es sólo el calor. Debería haber mencionado que los coches también me marean —dije, esperando que eso explicara mis sudorosas

manos, las cuales seguía secándome involuntariamente en la falda.

Sacudió la cabeza como si fuera un enorme desastre. Y lo era. No me

di cuenta de ello hasta que me dejó en el hotel y me dijo que vendría por

mí a las seis de la tarde de mañana, y que llevara algo impresionante.

Fue entonces, y sólo entonces, que me di cuenta de la gravedad de la

situación en la que me encontraba. Cuando entré en el hotel y vi a Enrico

observando todos mis movimientos, me hizo entender cómo de atrapada

estaba, y sola. No tenía a nadie que tomara mi mano y me dijera que hacía lo correcto, que todo estaría bien.

Camden.

Sabía que vi a Camden, no fue un sueño. No podría haberlo sido. Lo

vi en el mercado. Me miraba directamente. Pero el rostro que vi mirándome

de vuelta no era el que me imaginaba volver a ver de nuevo. Era el rostro de un hombre roto, y la culpa empezaba a hurgar en mí, diciéndome que

fui yo quien lo destrozó. De este Camden que de alguna manera me

encontró en otro país, sólo para girarse e irse.

Me tambaleé pasando a Enrico, diciéndole que me había dado mucho el sol y que quería descansar por un rato. Esperaba que fuese

suficiente para mantenerlo alejado por el momento. Tenía algo que

necesitaba hacer, algo que empecé pero que nunca llegué a terminar.

Pasé por el patio bañado en el crepúsculo, caminando tan rápido

como podía, hasta que llegué a la habitación. Luché con la vieja clave por unos momentos antes de que la puerta se abriera y entré volando hacia la

fresca oscuridad. Bloqueé la puerta tras de mí y me arrojé sobre la cama. Y

comencé a llorar. A berrear. A sollozar. Lloré porque en lo más profundo,

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me sentía asustada, mayormente de mí misma. Y si no podía confiar en mí

misma, ya no me quedaba nadie.

Lo saqué todo e incluso cuando terminé, cuando sentí que no tenía

nada más dentro, me puse boca arriba y el sentimiento siguió ahí.

Decepcionada conmigo misma. Por dejar que las cosas fueran tan lejos. Si todo se torcía en las próximas veinticuatro horas, sólo yo tendría la culpa.

Me quedé tumbada durante unos segundos, rogando para que el

sueño viniese y me llevara, así no tendría que enfrentarme a nada o hacer

algo o ser otra persona nunca más. Iba a la deriva cuando lo escuché. El sonido del metal, delicado; una percha en el armario.

Alguien se encontraba en mi habitación.

Para ser más específicos, alguien estaba en mi armario.

Me incorporé lentamente, buscando un arma a mí alrededor. Fui

dejada aquí sin nada, ni siquiera mi pistola. ¿En qué diablos pensaba Javier? No, ¿en qué diablos pensaba yo?

—¿Quién está ahí? —pregunté, mi voz quebrándose—. Sé que estás

en el armario.

Los ganchos se movieron de nuevo. Contuve el aliento y empecé a

calcular la distancia de mi cama hasta la puerta. ¿Podría salir antes de que la persona me atrapara?

Tenía que intentarlo.

Me puse de pie y empecé a correr a lo largo del piso, mis sandalias

deslizándose sobre los azulejos casi haciéndome caer. La puerta del armario se abrió al mismo tiempo y una gran figura oscura salió de él,

viniendo por mí.

Casi estaba en la puerta, mi mano estirándose hacia el pomo,

cuando la persona me tacleó desde atrás, un brazo envolviéndose en mis

hombros. En vez de lanzarme contra los fríos azulejos, la persona se giró mientras caíamos, su cuerpo recibiendo el impacto. Aterrizó sobre su

espalda, y yo sobre él.

El hombre dejó escapar un gemido de dolor, familiar y agudo, pero

mi cuerpo todavía estaba cargado de adrenalina y traté de desasirme de él, de irme, de gritar por ayuda.

Pero era rápido y antes de que pudiera moverme, su mano cubrió mi

boca y me contuvo, mi cabeza descansando sobre su duro pecho, y gruñó

en mi oído—: Ellie, soy yo.

El sonido de su voz hizo que me relajara de inmediato. Asentí contra su mano y me soltó. Me volteé y me encontré cara a cara con Camden.

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—No fue un sueño —dije, recuperando el aliento de nuevo. Pasé los

dedos por el costado de su cara, sintiendo la barba incipiente, la fuerza de

sus facciones—. Sí viniste por mí.

Se estremeció un poco bajo mi tacto; luego su cara se convirtió en

acero. Tragó.

—Por supuesto que vine por ti. Te dije que lo haría.

Me sentía perdida en sus ojos, en la sinceridad bajo el azul. En lo

honesto que era. Nunca consideré que mantuviera su palabra. Nunca creí

que lo valiera.

Oh, Dios; la culpa. Javier. No podía saberlo, ¿cierto?

—¿Cómo…? ¿Cómo me encontraste? —pregunté.

Cerró los ojos, descansando la cabeza en el suelo y moviendo su

mandíbula de adelante hacia atrás. Fue entonces cuando me di cuenta de

la honda sobre su hombro, su camiseta empapada en un solo lugar.

—Dios mío, Camden. ¿Qué te pasó? —Me bajé rápidamente de él y

traté de ayudarlo a levantarse. Recibió la caída para que no me lastimara,

pero no podía ser bueno para su brazo.

Espero que no lo sepa. Espero que no lo sepa.

—Me dispararon —dijo, permitiéndome ayudarlo a ponerse de pie. Me había olvidado de lo alto que era.

Lo había olvidado todo.

—¿Te dispararon? —dije cuando finalmente registré la información—

. ¿Cuándo? ¿Qué?

Hizo una mueca y trató de ir hasta la cama.

—Necesito sentarme. ¿Tienes algo de beber? ¿Algo realmente fuerte?

—No lo sé —dije, corriendo hacia el mini bar para revisar. Estaba

lleno de pequeñas botellas de alcohol. Tomé cuatro de tequila y dos vasos y

los puse en la mesa a un lado y luego caminé hasta mi bolso, donde puse la bolsa de limas antes.

—No necesito la lima —dijo, tratando de quitarle la tapa a la botella

con una mano, terminando el trabajo con los dientes.

Tuve una desagradable visión del chupito de tequila que tomé con Javier la noche anterior.

¿Lo sabía? ¿Lo sabía?

Escupió la tapa y vació el contenido de la botella directamente en su

boca.

Hizo lo mismo con la otra botella.

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Lo observé en silencio, revoloteando nerviosamente como un pájaro,

limpiándome las manos de los costados, sin saber qué hacer o lo que

significaba para él.

Llegó tan lejos para asegurarse de que estuviera bien. No quería

decirle que había cometido un error.

Recibió un disparo. Por mí. Y yo dormí con el enemigo, creyendo que

este hombre nunca vendría a salvarme.

Camden me observaba, su respiración desacelerando. La mirada en

sus ojos era oscura y calculadora, recordándome bastante a la vez que me

descubrió tratando de robarle. Solo que no tenía un arma contra mi cabeza esta vez.

Deseaba que la tuviera.

—¿Qué pasó? —pregunté antes de que la culpa me comiera viva—.

¿Cómo te dispararon?

—La policía mexicana —dijo, destapando la siguiente botella. Sus

párpados estaban cayendo, su mirada lucía perezosa y si miraba más

cerca, llena de algo como desprecio—. Manejábamos por la carretera para

salir de Tampico. Nos dispararon. Tuvieron suerte.

—¿Manejábamos?

Asintió lentamente.

—Gus y yo.

—¡Gus! —exclamé—. ¿Dónde está? ¿Está bien?

—No le dispararon, si es lo que te preocupa —dijo con frialdad—. Está en la habitación del hotel.

—¿Se están quedando aquí?

—Recorrí todo el camino hasta Veracruz para encontrarte, Ellie.

Parpadeé e intenté decir algo inteligible, pero no salió nada. Tomé

asiento en la esquina de la cama y puse mi mano en su rodilla. La observó hasta que la quité. Algo había cambiado terriblemente y temía averiguar

qué era. Me miraba con los ojos de un extraño.

Le di una débil sonrisa.

—Bueno, gracias por venir a buscarme. Ni siquiera sé cómo me encontraste.

Una sombra pareció caer sobre su cara. Parecía un soldado

conmocionado, mayor, más sabio, más duro.

Lamió sus labios.

—No fue fácil.

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—¿Cómo están Sophia y Ben?

Se rió fría y secamente.

—Oh, ¿Sophia y Ben? Están perfectamente. Especialmente desde

que se deshicieron del tonto de Camden.

Su voz se retorcía, deslizándose, yendo a un mal sitio.

—¿Qué?

Se enderezó, ignorando el dolor en su hombro.

—Están fantásticos, joder. Tal vez un poco molestos porque su

pequeña trampa no haya funcionado. Oh, sí. Sophia, sus hermanos, probablemente tu noviecito, Javier, todos estaban en ello.

Mis ojos se agrandaron ante el término “noviecito”. Me sentí como si

mis pulmones hubieran caído hasta el piso. No…

Continuó, más alto, sus ojos humedeciéndose, flameando con furia

mientras me miraba.

—No hay nada como encontrarte a ti mismo en la portada del LA

Times, buscado por robo y homicidio. Como tener que huir por tu puta

vida y tratar de seguirte al mismo tiempo.

No pude respirar al recordar a Javier leyendo el LA Times…

—Nada como ir al jodido Mississippi para encontrarte y terminar en la vieja casa que compartías con él y entender todo lo que él planeaba

hacer contigo.

Sacudí la cabeza, lágrimas surgiendo en mis ojos, incapaz de dar

sentido a lo que decía, a dónde iba con todo esto. A pesar de que le tendieron una trampa, igual fue a Ocean Springs para intentar salvarme.

—¿Cuál era el plan? —susurré.

Se inclinó hacia delante, como si fuese a contarme un secreto, sus

ojos brillando. La oscuridad descendía rápido afuera, pero me sentía

demasiado congelada como para intentar encender una lámpara.

—Javier te llevó hasta allá para matar a tus padres.

Hielo. Hielo puro.

—¿Qué? ¿Por qué? —No tenía sentido.

Camden se encogió de hombros con su hombro bueno.

—Porque es Javier y está jodidamente loco, ese es el por qué. ¿Qué tan lavado está tu cerebro?

—No me lavaron el cerebro.

Se rió de nuevo, esta vez más brutal. —Oh, esa es buena. Así que,

dime, ¿qué te dijo o hizo para lograr que vinieras a matar a Travis?

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—Me dijo que te mataría —chillé con indignación.

—¿Y le creíste? —preguntó.

—¡Claro que le creí, joder! De lo contrario, no lo hubiese hecho.

—Si creíste —dijo suavemente, rodando las botellas de tequila sobre

el cubrecama. Sonrió una vez, para sí mismo—, si creíste que me haría una cosa tan terrible, que tenía ese poder… —Levantó la mirada hacia

mí—, ¿por qué fuiste y te acostaste con él?

El mundo desapareció bajo mis pies. De un solo golpe, todo lo que

me mantenía en pie, todo lo que pensé que era sólido, se había ido. Estaba cayendo, directo en mi culpa. Las lágrimas rodaron por mis mejillas, y

luché para contener los sollozos.

No podía mirarlo. No podría mirarme a mí misma otra vez.

—Lo siento tanto, Camden.

Esperó unos momentos, rodando las botellas hacia delante y atrás, antes de decir—: No importa.

—Sí importa. No lo hice para lastimarte. No sé por qué lo hice.

—Porque eres débil —disparó. Otra media encogida de hombros—. Y

porque nunca te importé una mierda.

—¡Camden, por favor! —lloriqueé, buscando su mano. Me dejó tomarla, fría, sin vida en ella para mí—. Por favor, escúchame. Pensé que

nunca vendrías por mí. Pensé que seguirías adelante con tu nueva vida

con Sophia y Ben. Pensé que estaba sola y que me quedaría sola como

siempre lo he estado y…

—Bonita tragedia, Ellie Watt.

—¡No es una tragedia! Es la verdad.

—Oh, vosotros de poca fe20.

—Bueno… no tengo fe en la gente. Lo sabes.

—¡No sé nada! —gritó—. ¡Recorrí todo este camino por ti porque pensé que estabas en problemas y no lo estás! Eres la clase de problema

en la que te gustaría estar. No. Sé. Nada. Sobre ti —Pareció sobrexcederse

y se apoyó contra la cabecera, sus ojos cerrándose mientras movía la

cabeza—. Estoy tan malditamente cansado de que me mientan.

—Lo sé —dije en voz baja. Miré mis manos como si fuesen objetos

extraños—. Eres la última persona a la que alguna vez quise lastimar.

—Pero lo hiciste. ¿A quién más heriste hoy? ¿A Javier? ¿A Travis?

20Hace referencia al drama de Ellie.

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—Ya no sé a quién lastimo. Camden, por favor, tienes que creerme.

No pensé que volvería a verte. Me acosté con Javier porque… porque lo

amé una vez. Y me hizo creer que le pertenecía a él, a este tipo de vida, que

esto es lo mejor que puedo conseguir.

—Tiene razón.

Lo miré, sorprendida. Me estaba mirando, nuestro pasado escrito en

toda su cara. No creía haber sufrido tanto en mi vida. Y no sabía si alguna

vez lo merecí tanto como ahora.

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24 Camden

Traducido por Vanessa VR

Corregido por Paltonika

Sabía que la lastimé.

Su rostro se derrumbó como un edificio siendo demolido, pasó de un momento bello y fuerte, a ruinas al siguiente. Percibía que se

encontraba sufriendo, sintiendo esto, sintiendo todo. Sabía que se sentía

como absolutamente nada. Despreciable. Corrupta.

Comprendía que se sentía como yo me sentí. Eso es lo que quería.

Apartó la vista de mí, las lágrimas retenidas en sus grandes ojos, siempre amenazando con desbordarse, pero nunca lo hicieron. No hay

liberación.

A pesar de lo enojado que aún me encontraba, y lo amargo que

sabía el aire, había una punzada de dolor en alguna parte de mi pecho. Por luchar tan sucio y golpear tan bajo. No importaba lo que Ellie se merecía,

cuán rota y completamente en mal estado se hallaba, todavía la amaba. La

decisión de no amarla ya no iba a ser tan simple.

Además, tenía que pensar en el panorama general, en Gus, en Ellie.

Mis sentimientos por ella, lo que compartimos, ni siquiera tenía que entrar en la ecuación. Llegué allí para rescatarla, para salvarla de todo esto hasta

el amargo final, eso es justo lo que iba a hacer.

Solo me gustaría que no doliera tanto. Desearía tener la fuerza

dentro de mí para que no me importara.

—Ellie —dije en voz baja. Tomé la última botella de tequila

lanzándosela.

La tomó y me miró aturdida. Se encontraba en shock, aturdida,

perdida en sus pensamientos y un millón de olas de remordimiento.

Conocía esa mirada también.

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Asentí hacia la botella. —Toma un trago, nena.

Rápidamente desenroscó el tapón y vació el contenido en su

garganta. Tosió un poco, pero consiguió bajarlo y luego lanzó la botella al

otro lado de la habitación donde aterrizó sobre las baldosas

estrepitosamente.

Mi espalda se contrajo en respuesta. Eso iba a matarme

jodidamente en la mañana. No podía enfrentarla en este lugar sin

lastimarla. ¿Qué era un poco de dolor extra para mí a largo plazo? Si mi

hombro ya estaba matándome, mi corazón doblemente también.

—Camden —comenzó, bajando la mirada, con los hombros caídos

mientras se sentaba en el borde de la cama. Por primera vez desde que la

conocí, parecía frágil y fácil de romper. No le quedaba bien. Otra cara de

Ellie Watt, otra persona que tendría que llegar a conocer—. ¿Estas... estás

seguro de que Javier me quería para matar a mis padres?

Asentí. —Me crees, ¿verdad?

Me miró con los ojos marrones. —Sí. Te creo. Nunca dudaré de ti

nuevamente.

Particularmente no confiaba en eso. Ellie dudaba de todos y todo lo

que alguna vez se cruzaba en su camino. Era difícil para mí culparla cuando vi todas las partes a las que fue. Incluso ahora, se encontraba

descubriéndolo con Javier, a pesar de que seguramente debería haberlo

visto venir. Oh, no podía esperar para poner mis manos en el cuello de

aquel hombre.

—No entiendo por qué haría eso, ¿por qué no me lo dijiste?

—Gus y yo hemos estado tratando de averiguarlo también. Dijiste

que tenía un código de ética retorcido y que mantenía sus promesas. Mira

lo que le pasó al tío Jim. —Sí, mira lo que le pasó al tío Jim, quería repetirlo

para su beneficio. Mató a tu tío, luego dormiste con él. Follaste con un asesino.

La rabia murió para volver de repente otra vez. Esto iba a comerme

vivo hasta el final de mi vida.

Solo si lo permitía.

Tomé una respiración profunda. —Ellie, por la razón que sea, sé

que confías en Javier o tienes algún tipo de conexión con él. Sé que crees

que lo que estás haciendo es lo correcto. Entiendo la venganza que quieres

con este hombre y sé lo que harías para conseguirlo. Solo quiero que te

des cuenta de que no tienes que hacer nada de esto si no quieres. Puedes irte de aquí conmigo y Gus, esta noche. Podemos dejar esto atrás.

—¿Sería tan malo querer matarlo? —dijo en voz baja. Tuve que

luchar contra el impulso de envolver mi brazo alrededor de ella y acercarla

hacia mí, abrazarla, decirle que la amaba, que no dejaría que otra cosa le

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sucediera. Recibiría otra bala por ella. Estaría aquí, no importa lo que ella

escoja, incluso si quería otro amante, otra vida. Me gustaría estar aquí

todavía cuando cayera. Cuando quisiera correr. Cuando quisiera volver a

casa.

—¿Sientes que matarlo cambiaría algo? —pregunté—. ¿Haría alguna diferencia en tu vida, para mejorarla?

Reflexionó otra vez, sus ojos buscando sin rumbo, mientras que las

ruedas en su hermoso cerebro giraban. Todo lo que dijera, lo entendería.

Porque sabía lo que era tener esa rabia tan profunda dentro de ti, piensas que la única forma en que puedes deshacerte de eso es eliminar a la

persona que lo puso ahí. A pesar de ello, solo descubres al final cuál es la

verdad… que nadie puso esa ira allí. Nadie, excepto tú. Y tienes que vivir

contigo mismo mientras otra persona está muerta o sufriendo o siendo

destruida. Otro cuerpo que se añade a la pira funeraria. Otro peso en tu alma ya cargada.

Finalmente, dijo—: No sé. He querido esto durante tanto tiempo,

esta retribución para mí. Que si lo mato, seré libre de todo lo que está

ahogando, diciéndome dónde encajar en este mundo. Me dijo lo que soy.

Que si mato al hombre que me hizo mal, estaré bien. A veces... —Una lágrima rodó por su mejilla, la ruptura de la presa, la liberación. Sorbió—.

A veces haría cualquier cosa para ser buena.

Maldición. Dios, maldita sea. Mi corazón se rompía de nuevamente,

justo cuando pensé que no tenía nada dentro de mí que romper.

—Ven aquí —dije, inclinándome hacia adelante y atrayéndola hacia

abajo sobre mí. Se quedó con la cabeza en mi pecho, sollozando en

silencio—. ¿Oye, recuerdas cuando éramos niños y nos acostábamos así

en mi trampolín?

Sollozó. —No recuerdo haber llorado en ese entonces.

—No. Nunca lloramos delante de los demás. Éramos demasiado

fríos para eso. Eso no significaba que no estuviéramos llorando por dentro.

O el uno por el otro. —Ahuequé mi mano buena detrás de su cabeza y la

mantuve así, tomé una respiración profunda—. Ellie, te ayudaré con lo que sea que tengas que hacer. No tendrás que pasar por esto sola. Si quieres

matar a Travis, por cualquier razón que tengas, voy a estar allí para ti. Y

cuando hayas terminado, si me dejas, te llevaré a casa. Y si quieres

retirarte de esto ahora, si quieres desaparecer esta noche y nunca mirar

atrás, Gus y yo te ayudaremos con eso también. Lo que sea que hiciste, o pensaste, o planeaste, o abandonarlo, eso no cambia el hecho de que

hemos venido aquí por ti. Vinimos aquí para ayudarte, Ellie, en cualquier

forma que elijas.

Se tensó sobre mí, sus miembros poniéndose rígidos.

—Puedes empezar por esconderte de nuevo en el armario.

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—¿Qué?

Se levantó de un salto, su mirada dirigiéndose a la ventana. —Anda

ahora al armario, debajo de la cama, escóndete. ¡En alguna parte! ¡Ve!

No había manera de que me pudiera meter bajo la cama lo

suficientemente rápido, especialmente con mi brazo dañado, así que rápidamente me escondí en el armario, metiendo mis dedos buenos a

través de las ranuras y tirando de ellos cerrando mientras alguien llamaba

a la puerta.

—¿Señorita Eleanor Willis? —dijo una voz apagada.

Mantuve mi cuerpo lo más quieto posible, mi respiración tranquila y

traté de mirar a través de las ranuras sin chocar con los broches para ropa

de nuevo.

Desde el ángulo de mi vista, podía verla levantarse e ir a la puerta

contestando:

—Hola, Enrico —sonaba borracha, muy borracha. Una actuación.

—Señorita Willis —dijo Enrico. Una gran pausa. Me di cuenta de

que la miraba de manera extraña—. ¿Puedo pasar?

—¿Se me permite decir que no?

Otra pausa. —No, señorita. Lo siento.

—Está bien, adelante. —Se alejó perezosamente, dejándose caer

sobre la cama.

La puerta se cerró y se detuvo en medio de la habitación.

—¿Qué pasó aquí?

—Las chicas solo quieren divertirse. —Enfatizó esto con una risita.

Lo hacía demasiado convincente y me estremecí, esperando a que Enrico lo

creyera.

—¿Estás sola? —Comenzó a caminar a la entrada del patio, por la

que vine. Intentó abrir la puerta y me alegré de que recordé bloquearla.

—Por supuesto que estoy sola —dijo—. Al menos permanecía así

hasta que apareciste. ¿No puede una chica beber unas copas en paz?

Giró y volvió, deteniéndose al pie de la cama. A través de las

astillas dentadas de mi vista, pude ver sus zapatos y pantalones, ambos eran de un blanco inmaculado. Enrico parecía un chico bastante

agradable cuando nos registramos, pero obviamente era un amigo de

Javier, que vetaba todas las apariencias inocentes.

—Señorita Willis, sus vecinos informaron gente gritando aquí.

Una pausa. —¿Y? ¿Los desperté? Ni siquiera son las nueve.

—¿Tú fuiste la que gritó?

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—Sí, ¿y qué? ¿México no es un país libre?

—¿A quién le gritabas? —dijo, el agradable servicio al cliente se

encontraba siendo probado.

—Bueno, obviamente a mí misma. ¿Qué, nunca tuviste un buen

chillido, un buen grito, una buena maldita crisis nerviosa cuando has sido empeñando y jodido por varios carteles de droga? —Su voz se elevó

abruptamente cerca del final y me di cuenta que no era actuación en lo

absoluto. A pesar de ser siempre una mierda, empezaba a sentir un poco

de pena por ella.

La verdad era que sabía que Ellie no hizo nada de esto para herirme. Me llamó un tonto, y lo era, pero sabía que en el fondo, haría lo

que pudiera para evitar mi dolor. Se preocupaba lo suficiente por mí.

Todavía duele saber que creía que yo nunca vendría. Comprendía que no

confiaba en nadie y que solo era otro amante para ella, creía que rompería un día su corazón y olvidaría su nombre, pero debería saber que no era

así. No era como ellos. No era como los demás. Debería haber sabido lo

que ella era para mí, que la única razón por la que alguna vez nos

separamos fue porque no teníamos otra opción. Supongo que ella tenía

una opción, aunque ambos eran unos cagones. Su sacrificio no nos ayudó mucho al final. Todo fue en vano.

—Señorita Willis, Javier quiere que usted sepa que está

completamente segura aquí.

Javier. Casi golpeé mi maldito puño a través de la puerta del armario, pero me recompuse a tiempo. Esa oscuridad desagradable y

terrible quería compañía. No podía pensar en él o ella juntos, o cómo

todavía podía hacerme sentir eso a mí, aunque nunca lo hizo a propósito.

Lo odiaba, odiaba la facilidad con que fue capaz de ganármela una y otra

vez, para hacerla dudar de sí misma y obligarla a hacer esas cosas. El sexo era sexo y lo entendía. Lo que no podía comprender era su poder sobre

ella. O tal vez no quería hacerlo. Ella era mejor que eso. Lo creía. Lo sabía.

—¿Cómo estoy segura? —preguntó sarcásticamente, ajustándose en

la cama—. Porque tuve bebidas con Travis Raines y no sentí la más mínima seguridad.

—Está a salvo aquí —dijo señalando la habitación—. Tiene personas

vigilando en todo momento. Hay dos hombres más allá del patio, al otro

lado del río. Si alguien viene por ahí, lo encontrarán. Hay gente en el frente

del hotel también y por supuesto estoy aquí. Me puedes llamar a cualquier hora de la noche. Usted está protegida, donde quiera que esté.

Enrico, en realidad, lo que Javier trataba de decirle era que

permanecía atrapada, prisionera en su hotel. No había manera de que

pudiera huir con Gus y yo esta noche o cualquier otra noche. Se

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encontraba protegida de un hombre en un momento, y cautivo de otro, al

siguiente.

—Bueno, supongo que eso debe hacerme sentir segura —dijo—.

Hasta mañana por la noche.

—¿Mañana?

—Sí, Travis quiere llevarme a cenar. A las seis de la tarde.

—Ya veo. Le haré saber a Javier.

—Puedes decirle a Javier que no quiero hacerlo.

Hubo una pausa. Se acercó al otro lado de la habitación. —Le diré eso. No sé cuál será su respuesta.

—Su orden querrás decir.

—Sí, su orden. Lo siento si me encuentro un poco antipático, pero

tengo que seguirlos y eso puede significar hacerte salir para la cena de

mañana. ¿Entiendes?

La chica no parecía ir a ningún lado sin alguien amenazándola.

—Entiendo —dijo con un suspiro abatido—. Escucha, Enrico,

¿puedes hacerme el favor de traerme otra bebida?

Se acercó al mini bar y abrió la puerta. —El tequila se terminó.

—Entonces tomaré el whisky.

—A ustedes los americanos les gusta mezclar. —Le arrojó la botella

y la atrapó.

—Me gusta mantener mi hígado en los pies.

—Buenas noches, señorita Willis. —Enrico se acercó a la puerta. Mi respiración comenzó a disminuir en alivio—. Espero que pueda dormir

bien sabiendo lo segura que está.

Abrió la botella de whisky y bebió de nuevo antes de decir—:

Buenas noches.

La puerta se cerró. Esperó unos tensos momentos antes de ir y cerrarla con llave. Luego fue a comprobar la puerta del patio nuevamente y

cerró la cortina para eso. Volvió a la cama y se acostó, con las piernas

colgando en el borde. Pude ver el inicio del tatuaje en forma de flor que

serpenteaba su camino hasta la pantorrilla. Parecía un poco dura y durante un loco segundo comencé a preocuparme de que no se encontraba

lo suficientemente hidratada.

Fue al baño, aparentemente olvidando que permanecía aquí.

Entonces se aproximó, desvistiéndose, la blusa y la falda deslizándose al

piso y agrupándose alrededor de los tobillos, recordándome la forma de

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obsidiana de mis sueños, luego se puso una camiseta, apagó la luz

principal, luego la lámpara y se metió en la cama. Oscuridad.

Esperé por diez minutos, preguntándome si debería arriesgarme y

decir algo o si debería solo acomodarme en el armario y prepararme para

pasar la noche allí. No iba a tentar la suerte dejando su habitación ahora, no cuando era custodiada y fuertemente vigilada.

Saqué el celular de Gus de mi bolsillo, revisándolo. Dijo que iba a

tratar de conseguir un celular en una tienda en la ciudad, pero hasta

ahora solo tenía el teléfono de su habitación. Tendría que llamarlo y ponerlo al día en la mañana. Esperaba que no estuviera demasiado

preocupado por nosotros.

Finalmente decidí arriesgarme y poco a poco abrí la puerta del

armario. La habitación permanecía a oscuras excepto por la luz naranja

descolorida que entraba por las ligeras cortinas proveniente del pasillo exterior iluminado. Me dirigí hacia el otro lado de la cama y subí en ella,

recostándome sobre las sábanas.

Se giró para mirarme, sus piernas acurrucadas en posición fetal,

con las manos entrelazadas bajo la barbilla. Nos miramos el uno al otro

durante unos segundos, y en ese momento me pregunté cómo iba a superar esto. Me pregunté incluso cómo lo iba a intentar. Me podría dar

sus excusas, pero no haría mucha diferencia. No le reclamaría lo que hacía

y lo que se hallaba haciendo no alejaría el amor. Solo me dieron ganas de

tratar de fraccionarlo, para meterlo en algún lugar muy profundo, una pizca de esperanza brillando entre todas las cosas malvadas y desalmadas.

Esa era la única manera en que iba a ser capaz de atravesar esto,

cerrándolo con llave y esperando que se quedara ahí.

Normalmente la habría besado, sintiendo su cuerpo bajo mis

manos, haciéndole todas esas cosas que soñaba. Lo quería, necesitaba y ansiaba. Pero no pude. No podía tocarla ahora, no en este momento. Ni

siquiera creía que supiera a quién pertenecía su cuerpo en este instante.

Desde luego, no era a mí. Y cuanto antes superara esa parte, mejor

estaríamos ambos.

—Te veré en la mañana —susurré suavemente—. Ellos pueden estar

por ahí, pero estarás segura aquí.

Pude ver en el brillo de sus ojos, que necesitaba que me acercara, la

envolviera en mis brazos y hacerlo todo bien. Se encontraba más

vulnerable que nunca. Pero solo me giré sobre la espalda, dejando que el tequila y la angustia me llevaran lejos.

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25 Ellie

Traducido por Deydra Eaton & becky_abc2

Corregido por Gaz Walker

Desperté justo antes del amanecer, cuando la habitación era una

neblina púrpura grisácea, y el aire era indudablemente intenso. Era un

ambiente extraño y me tomó unos segundos averiguar en dónde estaba y

quién era el hombre a mi lado.

Camden. Dormía sobre su espalda, las gafas aun puestas, sus labios

entreabiertos. Era como un fragmento de mi sueño, un descolorido retrato

de masculinidad, corazón y tinta. Mi corazón, ese órgano latente que había

sido tan difícil de alcanzar para mí en los últimos años, golpeó fuertemente

en mi pecho mientras lo miraba fijamente, agitándome despierta. ¿Cómo pude haber sido tan descuidada con él?

Al final, él estaba aquí. Justo como dijo que estaría.

Mi mente revoloteaba sobre Javier y el día por delante. Creía que

Javier nunca me pondría en ningún peligro del que yo no pudiera salir, pero ahora comenzaba a cuestionarme cosas. ¿Qué tan grave era su

necesidad de venganza esta vez?

Y él lo supo... supo todo este tiempo lo que había pasado con

Camden, que estaba huyendo, y nunca me lo había dicho. Supongo que

supo que si lo hacía, yo habría huido, habría encontrado alguna manera de escapar. Con Camden huyendo, Javier no tenía forma de encontrarlo, o

hacerle daño. No habría sido forzada a entrar en todo este jodido desastre.

Quiso que matara a mis padres. Era una ridícula idea y sólo podía

entender que era su manera de tratar de arreglar las cosas con las personas que me hicieron daño. Tal vez ese era el por qué le hacía eso

también a Travis. A pesar de que los románticos dirían que esa era una

señal de amor verdadero, parecía malvado dentro de mí, como comida

echada a perder que no tragaría. Porque casi tan noble como parecía, ¿por

qué buscarme para hacerlo?

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Suspiré y pasé mis manos por mi rostro. No sabía qué mierdas iba a

hacer. Anoche, viendo a Camden en mi cuarto, estaba dispuesta a escapar

con él, irme con él y Gus y tratar de tomar un descaso de ello. Me alegró

que no lo hiciéramos. Los hombres de Javier les habrían disparado en

cuanto los vieran. No sé cuáles habrían sido sus planes para mí. Tal vez, sabiendo que Camden se había ido realmente esta vez, me habría roto por

completo.

Me estaban tirando en diferentes direcciones y eso me desgarraba

por dentro. Nunca me enamoré de Javier, mi cuerpo habla un idioma diferente, pero aun así él me engañó. Me hizo creer en mentiras. ¿Qué tan

profundos fueron sus sentimientos por mí? Sabía que nunca consiguieron

llegar hasta la raíz, me dije eso a mí misma, pero una minúscula parte de

mi esperaba su redención, que de alguna manera yo tuviera la llave de su

alma.

Tal vez eso era exactamente lo que mi ego quería oír. Al igual que

quería oír a Camden decirme que yo estaba bien. No creía llegar a

conseguir eso.

Él también era diferente. Su disparo en el cuerpo, su corazón roto

por lo que había hecho. Anoche, estaba tan segura de que iba a abrazarme cerca de él y hacerme sentir la seguridad que me prometía, pensé que iba

a darme la protección que yo había asociado con él. En su lugar, me miró

como si fuera una carga para él. Una pequeña niña perdida que había

llegado para rescatar y ahora estaba atascado conmigo. Camden también era un hombre de palabra, y para bien o para mal, sabía que estaría allí

para mí hasta el final, incluso aunque no quisiera. Ese es el pensamiento

que realmente dolía, que cavó profundo, porque él realmente no quería

estar ahí. Tenía miedo de que empezara a resentirme.

Abrió sus ojos lentamente y trató de moverse. Se detuvo, gimiendo lastimosamente, arrugando la cara en angustia.

—¿Quieres un poco de Tylenol? —pregunté.

Gruñó y sacudió ligeramente la cabeza. —No, tengo mierda mejor

que eso. Sólo odio lo feliz que esa cosa me hace sentir.

Tragué saliva. —Tal vez yo debería tomar un poco después.

Inclinó la cabeza, sus ojos sobre mí. —A veces es mejor tratar con el

dolor que enmascararlo. Siempre vuelve.

Sus labios rogaban encontrarse con los míos. Otra lanza de

vergüenza y arrepentimiento me sacudió. Me levanté, fui al lavabo y le conseguí un vaso de agua.

Cuando volví, estaba sentado luciendo como si tuviera un dolor

increíble.

—¿Es tu espalda?

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Asintió, tomando el vaso de agua. Sacó dos pastillas de su bolsillo y

se acabó el agua. Se limpió la boca y exhaló. —Por desgracia, no seré

capaz de lidiar con este dolor. Hoy no. No cuando tenemos que averiguar

qué hacer.

Me acerqué a la ventana y miré a través de ella. No era de extrañar que el aire se sintiera tan pesado hoy. El sol se había ido. Esas nubes

oscuras que había visto flotando por encima del mar durante tanto tiempo,

finalmente se habían movido y nos cubrían en un techo bajo y

claustrofóbico.

—¿Qué crees que debo hacer? —pregunté, mis ojos ahora buscando

en el patio por cualquier persona patrullando. Se encontraba tranquilo,

muerto como cualquier cosa, todos los huéspedes aún dormían en sus

habitaciones o tenían sus cafés mañaneros y sacudían su cabeza ante el

día en que el clima decidió ser una perra. Bueno, todavía era la temporada de huracanes. Debieron haberlo sabido mejor. Todos debimos haberlo

sabido mejor.

—Sé que tengo que pasar desapercibido aquí hasta que te vayas —

dijo. Se rió y me giré para mirarlo. Sus ojos lucían vidriosos, con una

perezosa sonrisa en sus labios.

—¿Comportarse bien? —pregunté, sentándome a su lado en la cama.

Asintió, sin dejar de sonreír. Oh Dios, sus hoyuelos. Quería que

siguiera tomando estas drogas, una y otra vez, para poder verlos, así él

podría ser feliz y no odiarme. Lo quería inconsciente y amándome. Quería que mi imagen en sus ojos fuera pura, buena e intachable.

Suspiró, recostándose contra la cabecera. —Ellie, tengo algo para ti.

Esperé mientras rebuscaba en su bolsillo y sacaba una pequeña caja

que parecía una lata para pastillas de menta. La puso en mi mano y dijo

que la abriera, sus palabras arrastrándose lentamente.

—¿No deberíamos hacer esto cuando no estés drogado? —pregunté.

—Se explica por sí mismo. —Hizo un gesto hacia la lata.

Me encogí de hombros y abrí la lata. Era un pequeño punto rojo de

plástico, no más grande que el extremo de un lápiz.

—¿Qué es esto? ¿Un micrófono inalámbrico?

Negó. —Una suposición más.

—¿Un dispositivo de rastreo?

Sonrió de nuevo y mi corazón saltó. —Bingo. Ponlo debajo de tu

collar.

Bajé la mirada hacia la navaja y la alcé.

—Te ayudaré en un momento —dijo.

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—Lo tengo —dije, tomando el punto de la lata, pegándolo en la parte

posterior del collar. Del micrófono de Javier al dispositivo de rastreo, me

había convertido en un instrumento andante. Supongo que era mejor que

ser un arma andante.

Camden sacó su celular del bolsillo y lo agitó hacia mí. —No estoy seguro de cómo, pero tan pronto como te lleven, Gus te tendrá en el

sistema para que podamos comenzar a rastrear todos tus movimientos.

—¿Cuál era el plan original?

Encogió un hombro, su cabeza balanceándose hacia un lado. —No sabíamos. No estábamos seguros de sí vendrías con nosotros, si querías

irte. Si incluso volverías con Travis. Sólo podíamos esperar.

—¿Y qué es lo que esperan?

Enderezó su cabeza y me dio una mirada firme. —Espero que todos

podamos estar aquí juntos.

Miré mis manos, retorciéndolas. —Tengo que ir con Travis esta

noche.

Tragó fuertemente. —Irás con Travis. Luego, escaparás.

Levanté una ceja. —¿Cómo?

—Bueno, dijiste que saldrías a cenar. Te estaremos rastreando. Sabremos dónde estás. Vas a la ventana el baño o a través de la cocina o

como sea que puedas resolverlo y estaremos ahí esperándote. Te

encontraremos. Y nos iremos todos juntos.

Sacudí mi cabeza toscamente. —No. Él tiene gente en todas partes.

—Lo sé. Los vimos. Pero tiene a su gente vigilándolo a él. No estarán

observándote. Una vez que estés allí con él, no tendrán una razón para

hacerlo. Sólo eres una turista americana para él, un pedazo de trasero

caliente. Intentará impresionarte y tú estarás impresionada, luego no

tendrá ninguna razón para preocuparse de por qué te estás tomando tanto en el baño.

La forma en que me decía lo que tenía que hacer era familiar. Pero

esta vez, era reconfortante porque sabía que él tenía mis mejores intereses

en mente. Sabía que podía confiar en él al cien por cien, porque lo había dejado en el polvo en Palm Valley y estaba conmigo ahora. Esto podría

funcionar. Podía salir de todo esto.

—Yo sólo... —empezó a decir, y se detuvo.

—¿Qué?

—Sólo espero que una vez que nos vayamos, lo puedas dejar para siempre.

Tragué saliva. —¿Crees que me gustaría volver a este lugar?

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—No este lugar. No esta ciudad. El lugar dentro de ti. El lugar en

donde matar a Travis todavía suena como una buena idea. Sé que lo

quieres muerto, Ellie, y no hay nada malo en ello. Pero una vez que nos

vayamos, tenemos que dejarlo ir. Todo y todos.

Sé que se refería a Javier por eso. Asentí. —Lo haré. Lo dejaré.

—Lo harás, ¿pero eso significa que puedes?

Afuera, un trueno retumbó amenazadoramente.

Exhalé con fuerza. —Parece que se acerca una tormenta. Será mejor

que te prepares para tu día. Nunca se sabe cuándo Enrico vendrá con un nuevo mensaje.

—Entonces, será mejor que te metas en el armario —dije.

—Si mi padre pudiera escuchar eso —dijo, intentando una broma.

Su ceño se frunció en dolor y me tuve que preguntar cómo estaba lidiando

con todo. No solo conmigo o su herida de bala, sino Sophia volviéndose hacia él y siendo buscado por la policía. Su padre también tenía que saber

que Camden nunca podría ser lo suficientemente bueno para ello. Mi

pobre, pobre Camden. Había sufrido suficiente.

Él se levantó y usó el baño rápidamente, tomó un plátano y se fue de

nuevo al armario. Me preparé y esperé, espere el tiempo suficiente para que cuando alguien finalmente tocó la puerta, yo estaba lista para eso.

Era Enrico, abrí la puerta y una ráfaga de aire eléctrico entró.

—Solo estaba comprobándole —dijo Enrico—. ¿Algún problema

anoche?

—No, fui a la cama, parecía como si una tormenta viniera.

—Hay un huracán de categoría uno en la costa, nada de qué

preocuparse, solo no se podrá tomar el sol hoy.

Le sonreí educadamente y lo miré hasta que se aclaró la garganta.

—La otra razón por la que estoy aquí es que Javier tiene un mensaje para usted.

Mi estómago se retorció.

—¿Qué es?

—Quiere reunirse contigo hoy en este café a las once de la mañana. —Me entregó una tarjeta de negocios.

—¿Es una buena idea?

—Eso no lo puedo decir. Que tenga buen día, señorita Willis. Tendré

el taxi esperando por usted en frente media hora antes de la cita.

Enrico se dio la vuelta y se alejó. Sabía que Camden estaba en el armario escuchando todo esto, por lo menos podría finalmente salir

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después de que yo me fuera, asumiendo que los hombres de Javier me

seguirían, luego él podría activar el dispositivo de rastreo y tendría su

protección.

Me preparé para el día, sintiéndome un poco cohibida con que

Camden estuviera ahí, escondido fuera de vista. Me puse un vestido largo sin mangas, y esponje mi cabello con los dedos, haciendo un rápido

retoque de maquillaje.

A las diez veinte, agarré mi bolso y deje el cuarto, susurrando—:

Hasta luego —para Camden, esperando que me escuchara, con la esperanza de volverlo a ver después. No tenía idea de lo que Javier tenía

planeado para mí ahora. Todo estaba vuelto patas arriba.

El café no fue un viaje largo desde el mercado, y estuve ahí

temprano. No vi a Javier por ninguna parte, me senté en una de las mesas

de adentro, las nubes con viento hicieron volar las servilletas en la calle como bolas de paja.

Esperé por una hora en mi mesa, finalmente pedí una crepa y un

poco de fruta, cuando el camarero me paso una nota, decía “mujeres baño,

ándale” en una letra cursiva desconocida para mí, quizás del camarero.

Levanté la vista pero él ya estaba caminando y entregándole la comida a alguien más. Me levanté y me dirigí a través de la cafetería al

baño de mujeres, tratando de mantenerme con calma. De repente estaba

muy asustada.

Abrí la puerta y entré, había solo dos cabinas, ambos parecían ocupadas y cerradas.

—¿Javier? —susurré tentativamente.

Un par de zapatos brillantes se bajaron de uno de los asientos.

Contuve la respiración mientras la puerta se abría y Javier salía. Todo se

sentía tan jodidamente diferente ahora. Tenía que mantenerme tranquila.

Asintió a la puerta detrás de mí. —Ciérrala.

—De acuerdo —dije y me volví para hacerlo.

Cuando me giré hacía él, estaba justo detrás de mí agarrando mi

cabeza y besándome con fuerza. Su lengua se deslizo alrededor de mi boca, sus manos bajaron por mis costados amoldándose a mi trasero

hasta que me presionó contra la puerta.

Era diferente ahora, había sido un error antes y lo sabía, pero ahora

había otra sombra de injusticia que iba más allá de mí, era acerca de

Camden, no podía hacerle esto a él, con lo que sabía, lo que siempre había tenido, aunque Camden no quisiera tener nada conmigo después de que

todo esto terminara, ni siquiera podía ser una opción. Esto tenía que

parar.

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—Ellie —susurró Javier mientras alejaba sus labios y comenzaba a

morder mi cuello; me sentía impotente, asustada y fría—. Ellie, te necesito,

te extraño.

Mentiras, mentiras, demasiadas mentiras. Sus dedos fueron hasta

mis muslos, recogiendo mi vestido, su otra mano fue a sus pantalones, comenzando a bajarse el cierre.

—Javier —dije, tratando de mantener mi voz firme—, este no es el

momento adecuado.

—Siempre es el momento para esto —dijo mordiendo mi clavícula cerca del dispositivo de rastreo, contuve la respiración, muriendo por

dentro.

—No —dije, me metí debajo de su brazo y fui al lado opuesto del

cuarto del baño pegando mis manos en la pared.

Él tenía su pene en la mano, acariciándoselo, la expresión de su cara era de lujuria y locura.

Su sonrisa era torcida, perversamente divertido. —¿No? Tú no dices

que no, Ellie.

Le entrecerré mis ojos y me bajé el vestido. —Estoy diciendo que no

ahora, ¿no quieres saber cómo fue mi puta cita con Travis anoche? ¿No quieres saber si él me tocó, me amenazó o lastimó?

Parecía sorprendido, lo suficiente para apartar su pene y subirse el

cierre. Se acercó a mí, alisando su pelo hacía atrás. —De acuerdo, si es tan

importante para ti decirme, pero ya lo escuché de Enrico.

Me tragué toda la rabia que tenía acumulada, que él pudiera

mandarme con semejante monstruo, el monstruo que le hizo eso a la

propia familia de Javier, y ni siquiera le importaba escucharlo.

—No importa —le escupí—. ¿Supongo que sabes de los planes para

esta noche?

Él sonrío. —Sí, lo sé y es perfecto, Ellie, simplemente perfecto. Esto

no podría haber salido mejor. Cena, alimentos, esta noche es cuando lo

harás.

Una ola de terror pasó por mí como un rayo. —¿Cuando hago qué cosa?

—Cuando matas a Travis.

Mi boca se abrió y mi mano fue automáticamente a mi collar. —No

haré eso, no lo mataré. Te voy a llevar a él, estoy trabajando como un topo,

no soy tu asesina, no soy tu arma.

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—Siempre has sido un arma —dijo acercándose y sacando algo de

su bolsillo—. Eso es lo que hace que tú y yo seamos tan buenos, esta vez

tú eres el arma y yo soy el que tiene el gatillo.

Sacó un collar de plata con un colgante de alas de ángel. Movió el

borde del pendiente y las alas se abrieron, dentro había un muy pequeño frasco de polvo.

—¿Qué es eso? —le pregunté casi sin respirar.

—Es veneno —dijo con total naturalidad—. Esta noche lo pondrás en

su comida, y él morirá.

—Yo… no puedo… no quiero, sabrán lo que hice.

—No lo harán, estaré esperando por ti afuera, Ellie, estaré ahí.

—No. —Negué con la cabeza, no haría eso y aunque podría fingir

para hacer que las cosas fueran más sencillas, y sacarlo de aquí. Quería

hacerle saber que no lo haría, que no haría todo lo que me pidiera, que yo era más fuerte de lo que pensaba.

—Todo este tiempo —dije tristemente—, ¿este era tu plan, no?

Él frunció el ceño. —Es mejor de esta manera, Ellie. Tienes que ser

la que haga esto, es la única manera en la que tienes tu venganza.

—Tú necesitas vengarte también.

—Lo tuyo es más importante.

—O tal vez mi vida es más prescindible que la tuya —dije con

amargura.

Su rostro se contorsionó como si lo hubiera abofeteado. —¿Cómo puedes decir eso?

Me mordí el labio y le tendí mi mano. —Sólo dame el maldito collar.

—No, prefiero ponértelo —dijo alcanzando mi cuello.

—¡No! —grité, rasgando fuera de su alcance, pero era demasiado

tarde. Su mano se cerró en él y lo arranco, se quedó mirando mi collar en su mano, mirando fijamente el dispositivo de seguimiento.

El miedo me invadió, agarrando cada parte de mí.

Sus ojos ardían, flameaban, incapaz de aceptar lo que estaba viendo.

—¿Qué es esto? —Hervía de coraje, su rostro estaba rojo.

No podía haberle dicho una mentira, por más que intenté pero no me

quedaban más mentiras.

—¿Qué es esto? —gritó, agarró mi cara entre sus manos apretando

mi barbilla y labios, la presión quemaba contra mis huesos—. ¿Quién te

dio esto? ¡Dime!

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—¿O qué? —traté de decir—. ¿Me matarás?

Sus ojos se abrieron, todos blancos alrededor de sus pupilas que se

pusieron negras como la noche y como el pecado, su agarre en mi cara se

hizo más fuerte y comencé a retorcerme del dolor.

Finalmente gritó—: ¡Mierda! —Se dio la vuelta y pateo la puerta del baño—. ¿Dónde está? ¿Eh? ¿Dónde está el tatuador hijo de puta?

Me froté la barbilla, me encogí de miedo lejos de él. —No lo sé.

—No tienes ni puta idea. —Caminó hacia mí y puso sus manos en

mi cuello, apretándome contra la pared—. ¿Cómo puedes no saberlo?

Llevé mis manos y clave mis uñas en su palma alejándolo de mí,

haciéndole sangrar, clavando la vista en él y tratando de luchar por el aire

que estaba perdiendo otra vez.

Sus ojos se movieron nerviosamente mientras buscaba en mi cara,

tratando de encontrar la verdad. Cuando se dio cuenta de no estaba mintiendo, soltó mi cuello y me dejo respirar de nuevo.

Me tomé un momento para recuperarme, tragando dolorosamente y

luego dije—: No sé dónde está y esa es la verdad.

Se alejó sacudiendo sus hombros, caminando en círculos alrededor

del cuarto. La puerta del baño sonó, él levantó su cabeza y gritó—: Vete a la mierda. —Luego giró su rostro hacia mí y en lugar de ira su rostro

reflejaba algo más… amargura. Pena, como si él tuviera un corazón que

podría dolerle.

—¿Te acostaste con él? —preguntó, su voz apenas era un susurro.

—¿Qué diablos pasa con los hombres y el sexo? —dije—. Como si

acostarse con alguien significará realmente algo. No, no dormí con él

¿feliz?

Rio sarcásticamente. —¿Que si soy feliz? ¡Oh, Ángel! Mi sucia,

podrida y mentirosa ángel, no estoy feliz, no estaré feliz hasta que no hagas lo que te he dicho.

Se acercó a mí y puso rápidamente sus manos alrededor de mi

cuello, pensé que me trataría de estrangular de nuevo pero solo puso el

collar de ángel en mi cuello y luego delicadamente enderezo el colgante que estaba descansando en mi clavícula.

—No tienes idea —dijo, suave y duro a la vez—, de lo mucho que te

quiero lastimar en este momento, porque pensé que no podrías hacerme

daño de nuevo, no como una vez lo hiciste, pero lo hiciste. —Levantó sus

ojos hacia mí—. Me traicionaste cuando lo único que he hecho es darte mi corazón y prometerte una nueva vida.

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No podía decir nada a ese ataque de locura, presionó el colgante

contra mi cuerpo y se alejó sacudiendo la cabeza, sosteniendo el collar en

la mano.

—Tu Camden me rastreará a mí en lugar de a ti; tendrá una gran

sorpresa y tú vas hacer lo que te diga. Irás a cenar con Travis y lo matarás —Puso la mano en la perilla y giró su cabeza para mirarme—, o mato a

Camden, esta vez de verdad. Te entregaré su cabeza en tu puerta.

Abrió la puerta y salió de la cafetería, dejándome sola en el baño

preguntándome cómo demonios iba a sacarnos de esto con vida.

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26 Camden

Traducido por dana.kirei7

Corregido por Karool Shaw

Luego de que Ellie estuviera lista para su reunión con Javier, y de

que hubiera pasado unos cuantos minutos lidiando con las ganas de

gritar, salí del closet y muy despacio, cuidadosamente, hice mi camino

hacia la parte principal del hotel.

Gus se encontraba en la habitación mirándose cómo una mierda.

Por una vez tuve que decírselo. Él no había dormido en lo absoluto, esperó

toda la noche despierto por mí. Creo que pensó por un momento que

quizás Ellie y yo estábamos besándonos por el tiempo perdido, pero comprendió bastante rápido por mi expresión que ese no era el caso. Tengo

que decir, se veía un poco decepcionado, como si el anciano cascarrabias

hubiera estado enredándonos como una pareja durante todo ese tiempo.

Supongo que también nos he estado enredando.

No podía vivir con ello, y menos pensarlo. Sólo tenía que continuar y apegarme al nuevo plan. Activamos el servicio rastreador en el celular de

Gus y éramos capaces de ver donde se hallaba en Google Maps. Era de

hecho, bastante tranquilizador seguir ese parpadeante punto azul

mientras hacia su camino a través de las calles de Veracruz en dirección al café.

—¿Así que ella sólo se está encontrando a Javier? —preguntó,

después de que el punto azul estuviera inmóvil durante un pequeño

momento.

Asentí . —Hasta donde sé. Debería estar regresando aquí más tarde para arreglarse su cita con Travis. Supongo que nosotros deberíamos

estarnos yendo antes de las seis. De esa manera podemos estar afuera y

listos para seguirla.

—Estoy de acuerdo —dijo, sus ojos en la luz parpadeante. Frunció el

ceño—. Umm.

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—¿Qué? —me incliné y él me mostró la pantalla. El punto azul se

movía lejos del café, en la dirección opuesta al camino por el que había

ido. Se estaba dirigiendo hacia el norte y bastante rápido, en un auto, no a

pie.

—¿Qué crees que eso significa? —pregunté—. ¿Crees que Javier está llevándola a algún lugar?

—Quizás. O tal vez no fue Javier quien le pidió juntarse con él.

Lo miré fijamente. —Quién, ¿Cómo Travis?

Gus se encogió rápidamente de hombros. —No tengo idea. No creo que podamos permitirnos sentarnos aquí y especular.

Tenía razón con eso. Corrimos fuera del hotel y adentro del vehículo.

Gus había tomado de vuelta el GTO. Nadie había tocado la cosa y no podía

culparles —con sus costados arañados y golpeados espejos laterales, se

veía como si estuviera destinado al basurero. Pero la conocía mejor —sabía de lo que era capaz y hoy nosotros necesitábamos su velocidad y

maniobrabilidad más que nada.

—¿Crees que los policías aún están buscando esto? —pregunté

mientras cruzábamos a lo largo de las calles, intentando hacer que el carro

y el punto azul se encontraran. Deseé que fuera quien estaba detrás del volante pero Gus se había probado a sí mismo con el carro hasta ahora.

—Lo dudo —dijo—. México es un país grande y podríamos estar en

cualquier lugar. Las personas desaparecen fácilmente en unos pocos días.

Nosotros todavía seremos precavidos.

Seguimos el punto azul mientras este iba hacia el norte a lo largo de

la calle Fidel Velázquez, poniéndose cada vez más lejos de la ciudad.

Comencé a tener un mal presentimiento sobre todo esto, mientras los

edificios se volvían en cada instante más y más industriales.

Mi hombro empezó a doler, estaba completamente tenso. —No lo sé, Gus.

Asintió. —Lo sé. Esto no está bien. Algo va mal.

—Creo que se halla en peligro.

Me dio una mirada sombría. —Esa chica siempre está en peligro.

El punto azul finalmente llegó a un alto al final del largo camino que

terminaba en lo que se veía como nada. Diez minutos más tarde,

estábamos acercándonos a la luz azul. Gus llevó el GTO abajo en la calle

con unos almacenes vacíos que flanqueaban los extremos. Al final del

camino había una oficina con ventanas rotas y un puñado de carros estacionados afuera. Allí era donde tenía que estar. Desafortunadamente,

el software no nos permitía tener bastantes detalles y triangular su

posición más cerca.

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—Ya sea que Javier la tiene —dije, mirando el área cuidadosamente

mientras Gus empujaba hasta el lado del camino, a unos cuantos metros

de distancia—. O que haya sido una trampa de Travis. ¿Cuántas armas

necesitamos?

Gus exhaló. —Sea como sea, espero que esto sea suficiente. —Se volvió en su asiento y jaloneó la bolsa del asiento trasero.

—Esto puede doler por un segundo —dijo y súbitamente metió mi

pistola en el cabestrillo. El dolor disparó por mi brazo como una nave

espacial—. Pero es buen lugar para ella.

Hice una mueca, lágrimas en mis ojos, y bajé mi mirada. Él la había

puesto debajo de mi brazo. Nadie podía verla. —Bien. Dame dos más como

señuelos.

Me extendió dos revólveres pequeños, encajé uno en mi cintura y

sostuve el otro en mi mano. Esa mañana había puesto un cuchillo en mi calcetín.

Truenos retumbaron en la distancia mientras veía el Coffee Mate. —

¿Crees que funcionará una segunda vez?

—Ni siquiera pienses en ello —dijo. Empujó un arma en su cintura y

llevó otra a sus labios besándola—. Tal vez esta nena conseguirá ver algo de acción —Sonrió y luego la sonrisa desapareció de sus ojos. Sabia como

se sentía. Allí habría sangre. No podía permitirme a mí mismo dudar

incluso una vez cuando se trataba de apretar el gatillo, y de salvar a Ellie.

—De acuerdo —dije, dándole un pesado asentimiento—. Vayamos a ver en qué problema nos meteremos.

Salimos del auto y comenzamos a ir a apresuradamente por la

banqueta, armas a nuestros costados, tratando de ser rápidos y discretos

al mismo tiempo. No era sencillo, aunque no había nadie en esta calle

desierta. Pesadas gotas de lluvia comenzaban a caer del cielo. Agradecí tener algo para distraerme de mis nervios que zumbaban por mi cuerpo.

Estábamos casi en el edificio, dirigiéndonos directamente al lado

para ver si podíamos mirar por las ventanas cuando escuché un arma

siendo cargada. Sabía que el sonido no era necesario —era para hacer un punto. Para dejarnos saber que habíamos sido atrapados.

Gus y yo nos congelamos ante el sonido, haciendo decisiones en

nuestras cabezas en una fracción de segundo. No teníamos ninguna

opción salvo volvernos a ver.

Lo hicimos.

Javier estaba unos cuantos pasos detrás de nosotros, en el camino,

pistola apuntando a mi cabeza. A su lado se hallaba Raul, su pistola

apuntando a Gus.

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—Buenos días, gringos —dijo Javier con una sonrisa—. Dejen

suavemente sus jodidas pistolas y pongan sus manos arriba o volaré sus

cabezas en este jodido momento.

Gus y yo intercambiamos una mirada. Derrotados.

Hicimos lo que nos dijeron.

Javier sacudió su pistola hacia nosotros. —Y patéenlas hasta acá,

saben cómo es.

Pateé la mía furiosamente, como lo hizo Gus, las pistolas

estrepitando por el pavimento agrietado.

—Ahora —dijo Javier, caminando hacia mí, moviéndose como una serpiente. Medio esperé que su lengua saliera siendo disparada hacia mí,

bifurcada al final—, voy a confiscar el resto de sus armas —Se detuvo

justo en frente de mí, labios presionados juntos en una tensa sonrisa—.

Trata de no disfrutarlo mucho.

Cerré mis ojos, respirando profundamente a través de mi nariz,

tratando de disipar la rabia que golpeaba en mis tripas, en mis pulmones,

mi pecho. Esa rabia vendría a la mano justo ahora, pero la rabia actuaba

sin pensamiento cuando requería jugar la siguiente parte jodidamente bien

o Ellie estaría perdida para mí para siempre.

Casi la había controlado pero cuando las manos de Javier tomaron

las joyas de mi familia y tanteó alrededor de ellas, dijo—: Puedo ver por

qué Ellie me escogió a mí. Mis bolas son más grandes —dejé esa rabia

fuera sólo por un segundo.

Escupí justo en su rostro. Bueno, ya que soy mucho más alto, eso

como que fue en su frente y se corrió hacia su ojo. Le sonreí, disfrutando

la mirada de repulsión y furia que parpadeo a través de él.

—Jodida mariquita —Tiró y luego tomó su arma y golpeó la culata

justo en el agujero de bala en mi hombro.

Todo fue borroso, negro y apenas pude mantener mi almuerzo

dentro. Caí de rodillas y vomité bilis, el dolor sobrecogiéndome,

mandándome.

Entonces Javier me pateó en el hombro, en el mismo lugar, y rodé sobre mi espalda, las olas de dolor siendo confortadas por remolinos de

inconsciencia. En ese instante recordé a Gus de pie a mi lado, y Ellie y

supe lo que tenía que hacer, así podría mantenerme despierto y

mantenerme vivo, con o sin dolor.

Me quedé en mi espalda respirando con fuerza hasta que se inclinó y jaló de mí hacia arriba hasta que estuve en mis pies, balanceándome

desequilibrado.

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—Oye, ahora —dijo, ligeramente golpeando mi rostro hasta que mis

ojos estuvieron abiertos—. Oye, Camden, Camden, mejor te mantienes

despierto. Apenas comienzo.

Javier miró hacia Gus mientras Raul comenzaba a recoger las armas

que encontraron en nosotros. No encontraron la de mi cabestrillo. Quería mirar a Gus para ver si se había percatado, pero no estaba a pintos de dar

nada.

—No creí volver a verte más —dijo Javier, frunciendo el ceño y

viéndose algo incómodo—. Tú eres uno de los pocos buenos que quedan en su vida.

Alcé mis cejas y tragué lejos los residuos de dolor. —¿Se conocen? —

Traté de esconder la sorpresa en mi voz, sin embargo no logré esconder

casi nada, exceptuando mi pistola.

Gus miraba a Javier, no a mí. El anciano jamás se había visto tan molesto.

—No —dijo Javier lentamente, cuidadosamente—. Simplemente he

escuchado de él. Tú eres un hombre famoso en el círculo, Watt.

—Igualmente lo eres —gruñó Gus.

Javier golpeteó la pistola contra su pierna, pareciendo pensar. —Supongo que es mejor que piensen algo sobre mí que nada en absoluto.

Ellos están aquí, ya sabes. Sus padres.

Esas eran noticias para mí, pero no eran las noticias que quería. —

¿Dónde está Ellie?

Justo en ese momento otro hombre vino de la esquina, alguien a

quien no reconocí, sosteniendo su pistola a su lado.

Javier lo observó por el rabillo del ojo. —¿Qué pasa, Peter? —

preguntó con irritación.

Peter miró hacia Gus y a mí, entonces le dijo a Javier—: Travis Reines tiene una cena-fiesta esta noche.

La frente de Javier se arrugó. —¿Qué?

—En su casa —añadió Peter por efecto—. Ellie no irá a una cena, va

allí. A su casa. Para el compuesto.

Sea lo que eso significaba para Javier, eran malas noticias. Y si lo

eran para Javier, probablemente fueran malas noticias para Ellie también.

Miré a Gus quien tenía una iluminada, aún miserable, expresión en su

rostro.

—Oh mierda —murmuró Gus.

Los ojos de Javier enloquecieron, los pensamientos girando, y asintió

incluso tan levemente hacia Gus, como si supiera lo que Gus comprendió.

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—¿Qué mierda pasa? —dije, queriendo una explicación.

Javier me lanzó una mirada y tragó duro, preocupación frunciendo

su rostro. Una mirada que jamás había visto en él. La mirada se fue

rápidamente.

—Ellie —dijo lentamente, mirando de vuelta a Gus—. Estará donde Travis esta noche. Desafortunadamente, no seremos capaces de meternos

allí sin pelear. El lugar tendrá una fuerte seguridad, donde seguramente

encontrarán la capsula de cianuro en su collar.

Su collar. Por supuesto. Javier le había dado una y tomado la cuchilla de afeitar con el chip de rastreo. Cianuro. Él quería que ella lo

matara esta noche.

—Sus padres están allí. Trabajan para Travis ahora —Javier miró

hacia el cielo y frotó un lado de su rostro—. Ella es tan buena como

muerta.

“Y tú la pusiste en su tumba”, era todo lo que podía pensar. “Tú lo

arreglaste para que ella fallara desde el inicio”

—¿Así que qué carajo harás ahora? —pregunté, escupiendo las

palabras—. ¿Únicamente la dejarás allí?

Javier entrecerró sus ojos en rendijas reptiles. —No sé qué opción tengo. Podemos esperar por lo mejor.

—Y por pensar, pensaste que eras lo suficientemente bueno para ella

—dijo Gus, sacudiendo su cabeza hacia Javier con decepción.

Javier giró su cabeza y empujó su pistola en el rostro de Gus, justo debajo de su barbilla. —Tú no sabes nada, anciano —se burló—. Tú no

tienes una oportunidad de interferir en su vida, renunciaste a ello. No

quiero matarte porque sé lo que eres y cuanto significas para ella, ¡Así que

no me jodas encabronándome!

Mis ojos fueron atraídos hacia Javier y Gus, preguntándome de qué demonios hablaba Javier, apenas tuve tiempo de comprender lo que

acontecía. Raul ahora tenía su pistola alzada en la cabeza de Javier y Peter

estaba alcanzando la suya, quizá para protegerse. Pero el movimiento de

Peter fue suficiente para traer la pistola de Gus hacia él. Raul tiró del gatillo, disparándole a Peter en la cabeza. El sonido hizo eco —

encendiendo los reflejos en Javier. Él se dio vuelta, su brazo súbitamente

alrededor de Gus, usándolo como escudo, su pistola en la mano.

Raul disparó y terminó disparándole a Gus justo en el estómago.

Yo grité. Corriendo por ellos. Javier tiró el gatillo y le disparó a Raul antes de que pudiera disparar nuevamente, un sangrante Gus se deslizó

de los brazos de Javier.

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Javier jaló el arma hacia mí pero yo era demasiado rápido. Ya estaba

allí. Ya era la bestia negra.

Tacleé a Javier, mi hombro malo abajo, sin importándome el dolor.

Me zambullí directamente en su pecho, lanzando su espalda contra la

pared de concreto del edificio, su cabeza estrellándose contra ella, dejando una mancha de sangre que fue diluida por la lluvia,

Incluso con un brazo en un cabestrillo, era capaz de golpearlo con

todas mis fuerzas. Lo golpeé en la cara una y otra vez, liberando el

sentimiento de mis nudillos sangrientos, la sangre de su rostro, el sentimiento de romper un cartílago.

Trato, en ocasiones, de levantarse, de golpearme. Peleaba sucio, mi

hombro lastimado era su blanco número uno. Pero yo ya no sentía dolor.

Sentía algo más. Era rabia e ira, eran veintiséis años de infierno.

Saqué mi pistola del cabestrillo y la sostuve justo contra la sien de Javier, escupiendo en su rostro una vez más, mirando el escupitajo

mezclarse con sangre y lluvia. —Tú no puedes darme una sola jodida

razón por la que no debería tirar el gatillo.

Miró hacia mí, ojos dorados contra la máscara de sangre en su

rostro. Lamió sus rotos y sangrantes labios, lentamente, enfermamente, y dijo—: No. No puedo. Así que mátame. Y deja que todo esto termine.

Presioné la pistola más allá en su cabeza, la rabia sacudiéndome

desde mis huesos. —No. Esto no estará terminado porque Ellie todavía

está allí afuera. Va a casa de Travis y hay una posibilidad de que no vuelva. Tú jodidamente esperas que lo envenene y lo haga bien porque esa

es la única manera que saldrá de aquí.

—Camden —Oí a Gus gruñir detrás de mí. Mantuve la pistola en la

cabeza de Javier y lo miré. Él estaba recostado en su espalda y

sosteniendo su estómago, la sangre corriendo por su boca.

—Mantente tranquilo, Gus. Conseguiré una ambulancia —dije.

—Tú ve por Ellie —dijo, apenas consiguiendo arrastrar las

palabras—. Estaré bien.

Me volví y miré a Javier, esperando que pudiera quemarlo vivo con mis ojos. —Iré detrás de Ellie. Sólo te estoy dejando vivir para que puedas

llevar a Gus al hospital. Si se muere, será tu culpa. Y me encargaré de que

Ellie se entere de eso.

Tragó duro y por un segundo me preocupé de que Javier podría

morir antes que Gus. Una cosa extraña por la que preocuparse. Decidí llamar a la ambulancia en mi camino hacia donde Travis, sólo para

asegurarme. No podía confiar en este hombre en absoluto, menos para

mantenerse con vida cuando necesito que lo haga.

Me puse de pie. —¿Entiendes?

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Asintió, respirando con fuerza, sus fosas nasales dilatadas.

—Pensándolo dos veces —apunté la pistola hacia él y por una vez se

veía como si creyera que yo tiraría del gatillo. Él de hecho tenía miedo de

mí—. Podría sólo matarte ahora, terminar contigo y llamar una

ambulancia yo mismo.

Lo sostuve allí por unos pocos momentos, señalándolo con todo el

fuego en mi interior, antes de bajar el arma y caminar hacia Gus,

arrodillándome junto a él. Su rostro estaba pálido, sus ojos sin brillo, pero

sin embargo en alerta y mirándome. Le palmeé en el brazo y le di un buen apretón.

—Vas a estar bien, Gus —Tiré el celular fuera de su bolsillo y miré a

Javier quien estaba todavía tirado allí, apoyado contra la pared como una

muñeca de trapo. Le asentí—. Dime donde vive Travis, Javier.

Pareció luchar con la información, como si no fuera a dármela y por un segundo pensé que quizá realmente dejaría a Ellie ir en una misión

suicida. Pero hizo un ademán para que le sacara el celular.

Se lo extendí y con una mano sangrienta comenzó a entrar una

dirección en el GPS. Me lo extendió de vuelta mientras las nuevas

coordenadas iniciaban a triangularse. Un parpadeante punto rojo.

—Si vas allí como lo hiciste aquí, harás que te maten incluso antes

de poner un pie en la propiedad —Se burló—. No puedes hacerlo solo.

—Déjame preocuparme yo mismo por eso —dije. Me levanté,

cerniéndome sobre él—. Y si alguna vez veo tu rostro otra vez, te matare. No sabrás cuándo ocurrirá, pero será.

Nos miramos fijamente el uno al otro por unos tensos segundos, sus

amarillos, venenosos ojos odiando cada centímetro de mí. Me sentí seguro

que mi mirada no era diferente.

Aparté mi mirada y miré hacia Gus. Tragué duro, rezando que esta no fuera la última vez que lo viera.

—Te veré en pronto, Gus —dije. Luego giré sobre mis talones y corrí

hacia el GTO. Corriendo por Ellie.

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27 Ellie

Traducido por Vane Ryan & Moni

Corregido por NnancyC

Una vez que regresé al hotel y vi que Enrico no estaba en la

recepción, fui escaleras arriba y comencé a ir por el pasillo, llamando a

Gus y Camden, esperando que estuvieran en una de las habitaciones del

hotel. Necesitaba advertirles, llegar a ellos antes de que Javier lo hiciera. Pero no se encontraban en ningún lugar y cuando volví a la planta baja y

le pregunté a la recepcionista si ella podía llamarlos por mí, no hubo

respuesta en su habitación.

Debían haber visto el dispositivo irse con Javier y pensaron que era

yo, desviándome del plan. Ahora había un nuevo plan completo, uno que Gus y Camden ponían en marcha. Tenía la esperanza en Dios, que Javier

mantendría su palabra y sólo mataría a Camden si yo no seguía adelante

con el asesinato. Debí hacer hacho que me lo prometiera.

Esa era la única cosa que me permitió seguir, que me permitió poner un pie delatante del otro, el hecho de que si hacia todo lo que me

dijo, podía sarvarlos. Y Gus, mi querido, dulce viejo Gus, no era un idiota

―era un policía entrenado y un experto en muchas otras cosas. Él era el

comodín, alguien que Javier no podría haber esperado cuando Camden

apareció.

Salí de la ducha, intentando calmar mi respiración y mis miembros

temblando, tratando de seguir adelante y hacer las cosas que necesitaba

hacer para sobrevivir y salir de esto. Escogí un vestido del armario, el

lugar donde Camden se había escondido, cuidando de mí, nunca obvio pero siempre ahí. El vestido era largo, verde y brillante como escamas de

sirena que tendría que hacerme sentir absolutamente hermosa si estuviera

vistiéndolo en cualquier otra ocasión, pero ahora era sólo para encubrir mi

asesinato, un medio para un fin.

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Recogí mi cabello y me maquillé para parecer dulce y sexy.

Definitivamente actuaría esta noche. Ya no me sentía asustada. Estaba

determinada a llevar esto a cabo. Me gustaría deshacerme de esto y

encontrar una manera de salir de aquí y volver con Camden y Gus. A

través del infierno y mareas altas, ellos me encontraron. Yo podría encontrarlos a ellos. Había atravesado cosas peores.

Miré el collar con la esperanza de que sostenerlo pudiera mantener

mis secretos escondidos. Esas sucias alas de ángel. Así que Javier pensó

que yo estaba podrida también. Supongo que no debería haberme sorprendido, ha estado diciéndome cuán mala soy todo este tiempo.

A las cinco treinta salí al vestíbulo donde Erinco aún no estaba en

ningún lugar para ser encontrado. Es curioso como desapareció de

repente. Me pregunté si eso era porque Travis venía aquí o quizás Javier

había llamado a todas sus tropas para lidiar con Camden y Gus.

Tragué saliva y deslicé el pendiente arriba y abajo en la cadena. Sin

miedo. Podía hacer esto. Lo haría.

Una limusina blanca se detuvo afuera y el chofer entró en el

vestíbulo, elegantemente vestido con un sombrero y unas gafas de sol.

Llamó. —Eleanor Willis.

Hice una pausa, esperando un momento, dejando el falso nombre

hundirse en mí, antes de ponerme de pie y colocar mi chal negro a mí

alrededor. —Esa soy yo.

El chofer mostró el camino a la limusina. Había estado lloviendo intermitentemente todo el día, y estaba poniéndose lluvioso otra vez, el

viento directo a mi cara. Me había puesto rímel a prueba de agua, seguro

contra mal tiempo y contra cualquier lágrima que sabía que se derramaría

por cualquier razón. No podría salir de este día sin lágrimas o sangre.

El chofer señaló el cielo pesado y oscuro y dijo―: Mañana será un día soleado.

Le di una sonrisa triste. Dudaba que mañana fuera cualquier cosa

sino soleado. Entré en la parte de atrás de la espaciosa limusina, un poco

sorprendida de que Travis no estuvieran aquí.

—¿Nos reuniremos con el Sr. Raines en el restaurante? —pregunté.

Levantó la cabeza. ―El Sr. Raines tiene una cena en su casa. Está

ahí atendiendo a sus invitados. Teniendo una cena formal.

Me senté de vuelta, asombrada. ¿Una cena formal? ¿Cómo diablos

iba a escapar de una cena formal? ¿Cómo me hacía Javier ir allí, sola sin nadie más?

Y justo así, dejé el miedo atrás. Tal vez esto realmente era una

misión suicida. Tal vez esto siempre fue planeado de esta manera. Ellie

Watt, el sacrificio que todos aman hacer.

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Mi corazón lloraba por Camden, el único quien nunca me vio de esa

manera. Mantuve la cabeza atrás, mirando las luces en el techo de la limo,

intentando contener las lágrimas. Me quedé así todo el camino hasta que

la limusina se detuvo en las calles principales de Veracruz y comenzó a

acercarse a un grupo de colinas bajas, con una exuberante vegetación y mansiones fuertemente cerradas salpicadas por todas partes como

caramelo duro.

La casa de Travis estaba al final de una larga y estrecha calle

adoquinada, bordeada con flores que se veían demasiado brillantes para ser naturales y palmeras que se extendían tan altas como los ojos podían

ver. Era como entrar a un túnel pero no había luz al final de este.

La limusina se detuvo en las puertas extremadamente grandes

donde el chofer ondeó algo al hombre en la cabina. El hombre salió y la

ventana de atrás bajó, miró en la parte de atrás, a mí, y entonces asintió. Regresó a la cabina y las puertas se abrieron para nosotros.

La casa de Travis me dejó sin aliento. No quería hacerlo, pero lo hice.

Era mucho más impresionante que la que me tuve que escabullir cuando

era niña. Era más allá de extensa, con muchas alas y hermosos balcones,

brillando blanca y dorada bajo las luces. Las nubes oscuras se elevaban por encima de ella. No me habría sorprendido si los cielos se abrieran

sobre ella y Satanás viniera revoloteando con alas negras.

La limusina subió el largo y majestuoso camino de entrada y se

detuvo enfrente de la puerta, donde los escalones alfombrados llevaban al recibidor hecho de granito y mármol. Era como un estreno de una película

de Hollywood y ahí estaban personas hermosamente vestidas por todas

partes. El chofer mantuvo la puerta abierta para mí.

Sonreí en agradecimiento y salí, diciendo—: Esto es demasiado para

una cena formal.

—Oh, esto es sólo un cóctel antes de la fiesta. La cena formal es para

invitados muy especiales. Viene después. Debería sentirse privilegiada de

que el Sr. Raines la haya invitado, señorita Willis.

Estudié al hombre, el padre o abuelo de alguien, quien parecía no tener ningún problema trabajando para uno de los hombres más viles en

el país. Quizás eso es lo que tienes que hacer para sobrevivir. Quizás estas

personas no eran diferentes a mí. Intentando hacerse de la vista gorda a lo

que sabían que andaba mal, protegiendo sus corazones, tratando de vivir

otro día.

Caminé hasta la puerta, consiguiendo curiosas pero placenteras

miradas de la élite de Veracruz. Los hombres admiraban mis pechos, las

mujeres envidiaban mi vestido. Un guardaespaldas, el hombre que

reconocí como el gorila del zoológico, tenía una lista y comprobaba los nombres.

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—¿Su nombre? —preguntó.

—Eleanor Willis —dije—. No traje mi pasaporte.

—Eso está bien, sólo estoy comprobando.

Le sonreí. ―Oh Dios, mi amigo Connor Malloy podría venir aquí más

tarde.

—¿Está en la lista?

Miré por encima de la lista. ―Debería estarlo.

El hombre la revisó. ―No tengo su nombre aquí.

—Bueno, le diré a Travis sobre esto. Será un americano, alto, pelo negro, tatuajes, lentes. Como un nerd caliente musculoso.

El hombre asintió distraídamente, realmente no interesado. —

Compruébelo con Travis, por favor.

Luego miró a la siguiente persona subiendo las escaleras. Me moví

pasándolo, mordiéndome el labio. No tenía idea si Camden aparecería aquí, cómo conseguiría escapar de Javier, como siquiera iba a averiguar

dónde estaba. Pero si sucedía, esperaba darle sólo un poco de ayuda, tal

vez unos pocos segundos comprados.

De repente una mujer toda de negro apareció en frente de mí,

ondeando un detector de metales. —Señorita, necesitamos comprobarla.

Asentí, mis pensamientos corriendo a mi collar. Mi arete de pezón

sonó primero, lo que provocó una explicación algo vergonzosa

considerando que la mujer tenía unos cincuenta y se veía disgustada por

la idea. Entonces sonó el collar. La mujer corrió el detector sobre él otra vez y después lo levantó de mi clavícula, sintiendo la parte inferior.

Contuve la respiración, tratando de verme normal, tratando de

actuar como si todo no estuviera descansando en sus manos. No decía

veneno en la cápsula pero aún tenía la sensación de que se podría malo

para mí. Como mínimo lo confiscaría pensando en alguna clase de droga y después me lo devolvería. Mi única esperanza era que las drogas no fueran

tan tabú en una fiesta en la casa del Señor de las Drogas.

Pero la mujer presionó el collar de vuelta en mi cuello y sonrió.

―Precioso ―dijo y me dejó ir.

Me alejé de ella lo suficiente antes de exhalar en voz alta, dejando

salir todo. Eso estuvo cerca. Estaba dentro y estaba bien pero no sabía por

cuánto tiempo más. Tenía que mantener la compostura.

Demasiado tarde para eso.

La multitud se separó y Travis Raines apareció en frente de mí en un esmoquin, sus guardaespaldas a todos los lados de él.

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Me sonrió y levantó las manos para exhibir la casa. —Vino, señorita

Eleanor Willis. ¿Qué piensa de mi casa? ¿No es la casa más encantadora

que haya visto?

Pegué una sonrisa en mis labios y la siguiente cosa que dije no era

una mentira. —Sí, es la casa más bonita que jamás haya visto.

—Bueno, bueno ―dijo y juntos las manos―. Ya que es nueva aquí,

déjeme mostrarle los alrededores y presentarles a los invitados.

Fue la hora más terrible y aburrida de mi vida. Me presentó

literalmente a todos, diciendo mi nombre “señorita Eleanor Willis” a cada una de las personas ahí. Y había muchas personas. Calculé al menos

ochenta, dando vueltas alrededor y mirando muchas más.

Todo el tiempo estuve pensando en el collar, pensando en cómo iba a

hacerlo y cuando. ¿Cómo podría conseguir su comida, qué si metía la pata

y me atrapaba? ¿Cuánto tiempo tardaría el veneno en funcionar? ¿Tendría tiempo para dárselo y excusarme para ir al baño? ¿Alguien sospecharía de

mí? ¿Tendría que sentarme y verlo comer y morir? Porque por todas las

cosas terribles que hizo, por lo malvado que fue, no sabía si podía hacer

eso. Mi corazón no debería sentirse complacido al asesinarlo, al verlo morir

ante mis ojos. Siempre pensé que podría, que debería disfrutarlo. Pero ahora que estaba aquí y era una realidad, el veneno en mi cuello, sabía

que me perseguiría. Sólo porque alguien merecía morir no significaba que

yo era la persona para hacerlo.

Pero por esta noche, aquí, tenía que hacerlo. Era el ángel de la muerte, caminando del brazo con Lucifer.

Nos detuvimos cerca de la puerta abierta a la terraza donde había

algunas personas sentadas sobre las tumbonas de brillantes colores,

mirando la tormenta de truenos y relámpagos en la distancia. Desde aquí

tenías la ventaja de mirar el enorme césped finamente cortado y el jardín iluminado por varias luces. En destellos de relámpagos podía ver el césped

más allá de las luces y desaparecer dentro de la selva. Se veían como acres

y acres y era todo suyo.

Travis, a un lado de mí, hablaba con alguien que me había presentado como el senador de algo. Pero no escuchaba una palabra de lo

que decían. Mis ojos fueron atrapados por alguien al otro lado de la

habitación, un llamativo hombre en un mal ajustado traje y un brazo en

un cabestrillo.

Camden. Estaba aquí, de alguna manera. Justo parado en la pared, sus ojos en mí, enviándome señales. Tratando de decir algo. ¿Pero qué? Él

estaba aquí, vivo. Estaba vivo. Miré alrededor, tratando de no ser tan obvia

sobre ello, para ver si Javier también estaba, si era una trampa. O tal vez

un sueño, tal vez una pesadilla. Pero no lo veía, no a Gus, no a nadie. Sólo

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Camden. Señaló con la cabeza hacia el pasillo, haciendo un gesto para que

fuera en ese camino, para encontrarlo allí.

Le dije que lo haría con mis ojos, y estaba a punto de decirle a Travis

que necesitaba usar el baño cuando una mujer se paró en frente de mí con

una bandeja de champagne.

—¿Le gustaría algo de champagne? —me preguntó, y casi estallé en

lágrimas ante el sonido de su voz. Esta mujer. Miraba a los hombres, una

sonrisa falsa pegada en los labios, una que se demoró en Travis un poco

demasiado tiempo. Entonces me miró y por sólo un segundo podría haber

sido otra chica bonita en el brazo del hombre al que una vez amó.

Entonces hubo un destello de reconocimiento, reconocimiento

estropeando sus rasgos, haciéndola parecer menos como una mujer

delgada, de mediana edad con brillante cabello castaño y destacados

pómulos altos, y más como una mujer teniendo el susto de su vida. Porque esto, esto era absolutamente tan espantoso como jodido.

Dejó caer la bandeja, cayendo en cámara lenta, las copas de

champagne volcándose y el líquido burbujeante derramándose por todos

lados.

—¡Ellie! —exclamó. Y fue cuando supe que esto no era un sueño mío. No era algo que había imaginado una y otra vez porque lo que había

imaginado no tenía a mi madre trabajando para Travis Raines.

Mi madre.

Esta era mi madre.

Mamá

Estaba aquí, de pie frente a mí. Después de todos estos años, estaba

aquí conmigo.

Y en ese momento, que el grito escapó de sus labios rojos, ella y yo

sabíamos lo que pasaba. Que Travis nos miraba a ambas, poniendo dos y dos y once y veintiséis juntos.

Tenía, tal vez, unos pocos segundos. Mis ojos pasaron sobre el

hombro de mi madre hacia Camden en un segundo. Ya estaba corriendo

hacia mí, una botella plástica en su mano. Él sabía, había visto esto venir.

En el siguiente segundo, me di la vuelta y corrí como un demonio.

Corrí tan rápido como pude, agradecida, por una vez, que nunca fui capaz

de usar tacones altos, y empujé a la gente fuera del camino, saltando en la

terraza. No sé qué pasó detrás de mí, sólo podía enfocarme en el césped

delante, las luces, la oscuridad detrás de todo. De pronto hubo una pequeña explosión, un estallido de algo, aunque no hubo calor ni luz, pero

hubo gritos, tosidos, disparos y de repente Camden estaba a mi lado,

corriendo junto a mí.

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No había tiempo, no había espacio en mis pulmones para hablar, no

había manera de averiguar qué acababa de suceder y cómo esa pudo

haber sido mi madre, mi mamá, que me había dejado en California hace

tantos años. La que me hizo una fenómeno, quien me dejó como a nada.

¿Cómo podía ella estar aquí? ¿Cómo podía estar con ese hombre, con el que me arruinó antes de que todos los demás lo hicieran? ¿Cómo podía

hacerme esto?

Mi visión se ponía borrosa y las nubes de lluvia se abrieron de

nuevo, a tiempo para ocultar mis lágrimas. Seguí corriendo, Camden a mi lado, extremidades bombeando hacia arriba y abajo, las balas zumbando a

un lado de nosotros y no tenía idea de cómo íbamos a salir vivos de esto.

Debía haber matado a Travis en la primera oportunidad que tuve.

Ahora el collar aún estaba alrededor de mi cuello y era inútil.

Una ametralladora sonó a lo lejos, el ruido de balas. Nos dirigíamos a la selva, hacia la oscuridad y la profundidad que prometían refugio y

sombra. Nos movimos justo dentro de los primeros árboles, donde un

camino ancho pero cubierto cortaba, cuando de pronto fuimos iluminados

con luz. Una fila de ellas se encendió a pocos metros por delante de

nosotros, luces que pertenecían a un Jeep o una camioneta. Alguien apareció en la parte superior del vehículo, de pie en el asiento, el arma

apoyada sobre el parabrisas y apuntando hacia nosotros.

Camden se movió para estar frente a mí, para bloquearme del arma.

El arma se disparó, el único disparo hizo eco a través del bosque. Grité y me agarré de Camden mientras se convirtió en un escudo, sintiendo por

donde la bala había entrado. Sentí como si a mi corazón también le habían

disparado.

Camden agarró mi brazo de inmediato y dijo—: Estoy bien. —

Mientras el hombre con el arma cayó del Jeep y aterrizó sobre el capó. ¿Qué mierda?

Los arbustos crujieron a la izquierda del Jeep y otro hombre salió

hacia la luz. No podía ver su cara, sólo su silueta pero siempre lo

reconocería.

—Si yo fuera ustedes, me metería en este coche, o esto habría sido

una gran pérdida de tiempo —dijo Javier.

Intercambié una mirada con Camden, sin entender nada de esto. Él

no se veía a gusto pero miró detrás de nosotros hacia los Jeeps que

estaban rodando sobre el césped y viniendo por nosotros, los disparos en la distancia no se detendrían hasta que fuéramos cazados. Era ir con

Javier o morir aquí. No era una decisión fácil, pero me había vuelto muy

buena tomando decisiones difíciles.

—Vamos —dijo Camden, apretándome el brazo y llevándome hacia el Jeep. Javier ya se había subido en el asiento del conductor y subí justo a

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su lado. Camden apenas estaba dentro antes de que el jeep comenzara a

acelerar en reversa por el camino áspero, nuestros cuerpos golpeándose

uno contra el otro por las sacudidas y los huecos. Cuando el claro se abrió

un poco, Javier le dio vuelta al Jeep rápidamente y siguió por allí, el

camino iluminado por los faros.

Tenía muchas preguntas, pero por qué Javier estaba aquí no era

una. No quería hacer hincapié en eso, no ahora, no cuando teníamos que

concentrarnos en salir de aquí.

—¿Cuál es tu plan? —pregunté.

Me miró fijamente y noté cuán jodida estaba su cara. Por la mirada

cortante que le lanzó a Camden brevemente, podía decir que él era la

fuente de toda la sangre y los moretones.

—Antes de matar a tu Clark Kent aquí, mi plan es sacarnos de una

puta vez de aquí.

—¿Cómo?

—Déjame mostrarte cómo manejan los mexicanos.

Una vez que las balas empezaron a volar hacia el Jeep y nos

iluminaban por detrás, los hombres de Travis entraron en el camino,

Javier apagó las luces del Jeep y rápidamente dobló hacia la derecha. Contra los destellos de luz, podíamos ver los arbustos y árboles

iluminándose frente a nosotros. Otro destello y estuvimos a segundos de

chocar contra un árbol. Javier le dio un tirón al volante justo a tiempo y

fuimos rebotando por la jungla y de vuelta hacia la suavidad del césped arreglado de Travis. La casa brillaba a lo lejos, la gente corriendo en todas

direcciones, armas disparando pero quién sabe dónde o a qué porque en el

momento no estaban tras nosotros.

Ese momento tardó aproximadamente un minuto, hasta que la gente

podía escuchar el rugido del Jeep y conducimos hacia la zona que estaba iluminada. Las armas estaban tras nosotros. La gente apuntando en todas

direcciones. No había mucho tiempo para disparar, nos desviábamos

radicalmente y rebotábamos por el patio delantero donde la gente huía de

la mansión en una caravana de coches de lujo y limusinas. Las puertas abiertas, tratando de dejarlos salir.

—Aguanten —gritó Javier y sonaba como si estuviera sonriendo

cuando lo dijo, como si todo esto fuera un maldito juego. Un disparo vino

por un costado y golpeó la puerta del Jeep cuando Javier apuntó el auto

hacia un auto deportivo rojo que estaba tratando de salir por las puertas. Me agarré de Camden con mi vida, se agarró de la barra antivuelco y

Javier se aferró al volante mientras todos nos preparamos para el impacto

por la parte trasera del auto rojo, enviándolo volando, y chocando con la

cabina del guardia. Estuvimos estancados por un segundo, tiempo suficiente para que el guardia sacara su arma y la apuntara hacia

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nosotros, pero Javier fue más rápido y le disparó en la cabeza primero.

Luego violentamente puso el auto en marcha y pisó el acelerador. Salimos

disparados y corrimos por la calle. Parecía haber una luz al final del túnel

cuando enfrentabas el otro lado.

Nos apresuramos por las calles, sin bajar la velocidad, sin detenernos, pasando a un lado y al otro de los conductores de domingo por

la noche hasta que Javier pensó que ya estábamos lo suficientemente

lejos. Puso el Jeep a un lado por un camino solitario y lo estacionó

bruscamente.

Un pesado minuto pasó mientras la lluvia comenzó a caer de nuevo.

Sin un techo sobre nuestras cabezas, los tres nos mojamos por completo.

Nos quedamos allí respirando, yo entre ellos, tratando de darle sentido a

este lío cada vez mayor.

—¿Qué pasó? —pregunté—. Mi madre… ¿por qué mi madre estaba allí?

Miré a Camden quien miraba a Javier. Me volví para mirar a Javier.

—¿Por qué se encontraba allí? ¿Querías que matara a mis padres?

No entiendo.

Me miró fijamente y me di cuenta de cuántos secretos el hombre había estado escondiendo de mí. —Tus padres nunca fueron buenos.

Sentí el pinchazo, aunque sabía la verdad. —Aún no entiendo.

—Tus padres solían trabajar para Javier. Y luego cambiaron y fueron

con Travis —dijo Camden sobre mí.

—Jódete, marica —se mofó Javier—. ¿Qué mierda sabes tú sobre

algo?

—Sé que este marica pateó tu puto trasero, al estilo americano —

espetó.

Mierda, iba a haber más derramamiento de sangre si no paraba esto.

—¡Chicos! —grité—. ¿Dónde está Gus?

—Lo dejé con Javier —dijo Camden, su cara cayendo—. Le

dispararon. Estaba vivo cuando lo dejé.

—¿Qué hiciste qué? —grité, mirando a Camden salvajemente—. ¡¿Por qué demonios lo dejaste, le dispararon?!

—Tenía que venir por ti —dijo Camden enojado—. No sabíamos que

ibas a estar cenando en su casa. Si lo hubiéramos sabido, nunca te

hubiera dejado salir hoy.

—Entonces, ¿dónde demonios está Gus, Javier? —pregunté, mis ojos atravesándolo.

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Se frotó nerviosamente la sangre seca esparcida en su frente. —Se

fue.

—¡¿Muerto?!

Se llevó el cabello detrás de las orejas. —No. Ellos lo tienen.

—¿Quién demonios son ellos?

Me miró como si fuera una idiota. —¿Quién crees? Los Zetas.

—¿Cómo diablos llegaron hasta él? —Miré entre los dos y golpeé mis

manos contra el tablero—. ¡Mierda! —grité.

Javier suspiró y apartó la mirada. Estaba tan cerca de golpearlo en la cabeza y reabrirle algunas heridas, me importaba una mierda si vino y

nos sacó a mí y a Camden de allí. Sabía que el que nos rescatara no podía

haber sido porque tuvo un cambio de opinión. Se lamió los labios y me dio

una mirada de disculpa. —Después de que Camden se fue, esperé hasta

que pude escuchar la ambulancia. Dejé a Gus allí y me metí en el edificio. Sabía que los policías aparecerían pronto, los policías de los Zetas, una vez

que los médicos descubrieran los cuerpos de Peter y Raul y que yo estaría

muy muerto. Fui arriba a esconderme. Vi a la ambulancia llegar. Él estaba

vivo. Le pusieron una máscara de oxígeno. Se lo llevaron. Llegaron al final

de la calle. Luego un auto negro salió de la nada, detuvo la ambulancia. Le dispararon al chofer. Abrieron atrás. Tomaron a Gus, y le dispararon a

todos los demás. Pusieron a Gus en el auto. Y luego se marcharon.

Mi boca cayó abierta. Tomaba trabajo cerrarla. —¿Y ese fue Travis?

Él estaba en la fiesta…

—Supongo que Raul tramó esto. No lo sabremos porque le disparé. Y

él, por cierto, es quien le disparó a Gus, no yo. —Javier le lanzó una

mirada furtiva a Camden y continuó—. Estoy sospechando que tenían

intención de tomarte a ti, Ellie.

Camden se aclaró la garganta. —Habrían tomado a Ellie en la fiesta. Miré la cara de Travis, él en serio estaba sorprendido cuando se dio cuenta

de Ellie y su madre.

—Probablemente planeaba tomar a Ellie más tarde, por venganza,

sin saber quién era Ellie realmente. Ahora, probablemente tiene a Gus. Y toda esta maldita cosa está lejos de terminar. Ahora Travis sabe todo. —Se

rascó la barbilla pensativo—. Tus padres tampoco van a quedarse por

mucho tiempo.

Eso fue suficiente. Tomé mi codo y golpeé a Javier justo en su ya

nariz rota. Luego me subí sobre Camden y salté del Jeep, corriendo por la camino hasta que me tropecé con un bache y fui volando hasta el suelo.

Camden estuvo pronto a mi lado, ayudándome a levantarme. Lo

alejé con un gesto, sólo quería estar ahí acostada, dejar que la lluvia me

lavara.

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—Ellie, vamos —dijo suavemente, levantándome. Mi vestido estaba

todo sucio por el barro, tan sucio como me sentía.

Parpadeé las lágrimas y lo miré, un lado de su cara iluminado por

los faros. —¿Qué hacemos ahora?

Inclinó la cabeza y me sonrió, sólo un poco. —Hacemos lo que siempre hemos hecho. Lo correcto. Vamos a traerlo de vuelta.

Negué con la cabeza. Me sentía tan malditamente asustada. —No

puedo hacer esto de nuevo. Javier tiene razón, Travis me conoce ahora.

Todo ha sido revelado… mis padres… es lo que ese idiota quería. —Miré hacia el Jeep pero sólo fui cegada.

—Ese idiota no va a obtener lo que quiere por mucho tiempo, Ellie.

No lo necesitamos. Tú y yo vamos a traer a Gus de vuelta.

—No durarían un día. —Javier estaba de repente detrás de nosotros.

Mi Dios, podía ser entrometido.

—Oh, vete a la mierda —dijo Camden—, deberías estar agradecido

de que tu cerebro no esté derramado por toda la pared.

—No tuviste las agallas —respondió, dando un paso hasta él. Por

mucho que esto significaba desastre, por mucho que todo esto fuera

problemático, Javier tenía razón. No llegaríamos muy lejos. Camden llegó hasta mí con la ayuda de Gus y sus contactos. Juntos, no teníamos nada.

—Aún quieres que tus hermanas estén seguras, ¿no? —le pregunté a

Javier.

Asintió, y vi el primer destello de dolor viniendo a través de su frente. —Tengo que llegar a la ciudad de México. Allí es donde está Violetta. Es la

más cercana a él ahora, la más fácil para él de atrapar. Tengo gente aquí

que puede ayudarme, que me ayudarán. Es sólo que no sé si es suficiente.

Ahora que Travis sabe que estoy aquí…

No tenía que terminar la oración. Todos sabíamos muy bien lo que él haría.

—De acuerdo —dije, mirando a los dos—. Javier, te ayudaremos a

proteger a tu hermana si nos ayudas a rescatar a Gus. Y a mis padres, si

podemos.

—¿Cómo demonios pueden proteger a mi hermana? —preguntó

enojado.

—Javier —dije—. ¿A quién más tienes justo ahora? ¿Quién más está

aquí contigo? ¿Peter? ¿Raul? No puedes hacer esto solo, de la misma

manera que nosotros no podemos.

—Tengo a mi gente.

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—Esa misma gente te dio la espalda. ¿Qué te hace pensar que

seguirán leales ahora?

—Raul, yo sabía…

—Y sin embargo, mira lo que pasó. ¿Quién sabe a quién más te ha

ganado Travis? Al menos sabes dónde estás parado con nosotros.

No sé por qué presionaba tanto por la ayuda de Javier,

especialmente cuando había amenazado con entregar la cabeza de

Camden en mi puerta, pero ahí estaba.

Negó con la cabeza una y otra vez pero caminó de vuelta al auto. —

No me gusta esto.

—¡A ninguno de nosotros le gusta esto! —le grité. Miré a Camden,

suplicando un poco con mis ojos—. No creo que tengamos muchas

opciones.

Sus ojos fueron hacia Javier mientras volvía al Jeep. —Siempre tienes una opción, Ellie. Siempre. Esta tendrá que ser la nuestra. —Nos

volvimos y nos dirigimos de vuelta al Jeep. Camden se inclinó hacia mí y

susurró—: En la primera excusa legítima, Javier se muere. Lo mataré si

tengo que hacerlo.

Habría escrito eso con tiza sobre Camden siendo sobreprotector. Pero reconocí el brillo oscuro en sus ojos, la ausencia de culpa, y me di

cuenta de que él lo haría.

Camden había cambiado. Todos habíamos cambiados. El pasado

estaba detrás de nosotros. Y no tenía idea de cuál era nuestro futuro.

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Sabía una vez que hube terminado Sins & Needles que continuar

con una secuela igual de buena no iba a ser una tarea fácil. Las expectativas eran altas, la fecha límite se acercaba y tenía tres volátiles

personajes que se morían por llevarme a una salvaje y emotiva travesía.

Pero alimentada por bebidas energéticas y la banda sonora The Bourne

Trilogy, Shooting Scars estaba terminado y no podría haberlo hecho sin mis

seguidores: mis maravillosamente comprensivos padres; mi trabajador y honesto equipo de lectores beta (Megan Simpson, Megan Ward O‟Connell,

Emily Franke, Claribel Contreras, Barbie Bohrman, Nina Decker, Brenna

Weidner, Stephanie Brown, Taryn Celluci, Jamie Hall, Kayla Veres,

Rebecca Espinoza, Shawna Vitale, Amanda Polito, Lucia Valovčíková, Natasha Tomic); todos en el prostíbulo de Halle; los jodidos miembros del

club de pelea: Madeline Sheehan, E.L. Montes, Gail McHugh, Cindy

Brown, Trevlyn Tuitt y S.L. Jennings, por su inagotable paciencia conmigo;

la talentosa Najla Qamber; Maryse Black; Kara Malinczak; mi genial,

calmado y sereno agente Scott Waxman; Samantha Howard; Farley Chase; mi editora Latoya Smith, por su pasión y transparencia; todo el equipo de

la Editorial Grand Central por correr un riesgo conmigo; Kelly St. Laurent

por su ánimo y, por último, pero no menos importante, Scott MacKenzie,

por estar allí para mí en cada paso del camino —no puedo esperar para casarme contigo.

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Hija de un Vikingo Noruego y una Moomin

Finlandesa, Karina Halle creció en Vancouver,

Canadá, con trolls y una eterna oscuridad en

el cerebro. Esto pronto se convirtió en un amor hacia todas las cosas que asustan por la

noche y una apreciación bastante sádica a

acojonar a la gente. Al igual que muchos de

los personajes imperfectos sobre los que escribe, Karina nunca supo dónde

encontrarse a sí misma y ha incursado en la

actuación, maquillaje artístico, producción

cinematográfica, guión, fotografía, escritora de

guías y periodista musical. Eventualmente se encontró a sí misma en las páginas de las

muchas novelas que escribió (si tan sólo

hubiera mirado allí al principio).

Karina tiene un título de escritora de guiones por la Vancouver Film

School y una licenciatura en Periodismo por la TRU. Sus guías turísticas, reseñas de música/entrevistas y fotografías han aparecido en

publicaciones como Consequence of Sound, Mxdwn y guías de viaje

GoNomad. Actualmente vive en una isla frente a la costa de la Columbia

Británica en donde se está preparando para el apocalipsis zombi.

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Con más vidas en peligro y juegos en avance, Ellie, Camden y Javier forman una alianza

incómoda que los llevará de las calles

traicioneras de las zonas marginales de

México a las salvajes junglas de Honduras con

la intensión de encontrar su libertad. Pero con ella justo en el horizonte, el costo puede llegar

a ser pagado.

The Artist Trilogy #3