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1 UNA VISIÓN DEL SIGLO XVIII: CARTAS DEL ERUDITO ROCHE AL BENEDICTINO SARMIENTO Manuel Pacheco Albalate
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Erudición y administración pública en El Puerto durante el siglo XVIII: el ilustrado Juan Luis Roche

May 15, 2023

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UNA VISIÓN DEL SIGLO XVIII:

CARTAS DEL ERUDITO ROCHE AL BENEDICTINO SARMIENTO

Manuel Pacheco Albalate

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UNA VISIÓN DEL SIGLO XVIII: CARTAS DEL ERUDITO ROCHE

AL BENEDICTINO SARMIENTO

Manuel Pacheco Albalate

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A la memoria de Manuel Pacheco Taltavull, mi padre.

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La nube esperaba humildemente en un rincón del cielo, y la mañana la coronó de esplendor.

Rabindranath Tagore

Mientras los ríos corran al mar, hagan sombra a los valles los montes y haya estrellas en el cielo, debe durar la memoria del

beneficio recibido en la mente del hombre agradecido.

Virgilio

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PRÓLOGO

En el siglo XVIII poderosas corrientes de pensamiento galvanizaron los ambientes intelectuales, cientí-ficos y políticos de Europa y América, anticipando el gran pro-ceso de transformación histórica que conduciría a la aparición del mundo contemporáneo. El movimiento de las Luces o Ilus-tración, como es conocido en España, puso su confianza en la razón como poderoso instrumento de discernimiento que permi-tiría el progreso de la auténtica verdad frente al prejuicio y a la superstición. Lo importante de esta perspectiva es que proponía emancipar definitivamente al espíritu humano del imperio de la verdad revelada y de las cadenas del dogmatismo, promoviendo la hegemonía de la individualidad que ya habían proclamado los humanistas del Renacimiento. Así las cosas, ninguna verdad debía ser aceptada como absoluta, todo debía ser sometido a crítica en la búsqueda de la certeza racional.

El optimismo racionalista, que venía a

reafirmar el papel central del hombre en la naturaleza asimismo concebido por el Humanismo, condujo a una fe en su capacidad ilimitada de conocimiento y de progreso. El XVIII fue, en efec-to, un siglo de notables avances científicos y técnicos. En el pla-no político, esta insobornable voluntad de progreso se tradujo en un afán reformista. El reformismo constituye así la condición definitoria del modelo de gobierno ilustrado que se extendió a buena parte de los países europeos. El bienestar de los súbditos, ligado al interés del Estado, se identificó con el progreso mate-

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rial y, de esta forma, el economicismo pasó a formar parte de los presupuestos que informaban la acción de gobierno. Las estruc-turas profundas del Antiguo Régimen permanecieron sin embar-go incólumes por el momento.

En España el espíritu ilustrado penetró

con menor intensidad que en otros países europeos. La Ilustra-ción española no gozó en el plano intelectual de la altura que alcanzó en otros lugares, ni contó con grandes figuras univer-salmente reconocidas a escala internacional. En nuestro país las ideas ilustradas chocaron de plano con las resistencias de una tradición firmemente anclada en la ortodoxia y con las herencias de una cultura dominante eficazmente controlada por la institu-ción eclesiástica y condicionada aún por la actuación de los tri-bunales inquisitoriales. En medio de tales prisiones, las Luces en España apenas fueron un débil reflejo de las que resplandecieron con intensidad en otras partes del Viejo Continente.

No faltaron, sin embargo, representantes

del pensamiento renovador del XVIII, portadores de una inquie-tud intelectual que les llevó a interesarse sin límites por las no-vedades del siglo y a aspirar honestamente a una modernización del país. El criticismo tuvo a su más destacado representante, dentro de la primera generación de ilustrados españoles, en el benedictino Jerónimo Benito de Feijoo, quien en su Teatro críti-co universal y sus Cartas eruditas y curiosas dejó entrever su beligerancia intelectual contra el aristotelismo y el escolasticis-mo, que informaban el pensamiento hegemónico en los centros del saber, universidades y escuelas monásticas, desde la Edad Media. Este pensamiento, de carácter especulativo, se oponía al empirismo y al experimentalismo cientifista que se habían ido abriendo paso desde principios de los tiempos modernos.

En el plano institucional, la Ilustración

encontró en el academicismo, y más tarde en las Sociedades Económicas de Amigos del País, un marco específico de expre-sión, así como un cauce apropiado de difusión. Sin embargo, la Ilustración se desarrolló en España no sólo al socaire de la acti-vidad de las instituciones, sino también a costa del denodado esfuerzo individual de muchos ilustrados desperdigados por la

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geografía nacional que se identificaron con las nuevas ideas y contribuyeron a cultivarlas en la medida de sus mayores o me-nores posibilidades. La necesidad de comunicarse entre sí in-quietudes y conocimientos promovió entre los ilustrados un con-tinuo contacto a través de conversaciones, tertulias y, también, una nutrida correspondencia. En efecto, así como ocurrió entre los humanistas del siglo XVI, los ilustrados cultivaron con in-tensidad el género epistolar como vehículo de comunicación que contribuyó a tejer una intensa red de relación entre ellos. Cuan-do estas cartas se han conservado, encontramos a través de su lectura y análisis una espléndida ventana abierta a la contempla-ción de los elementos definitorios de los ideales y afanes de los ilustrados, así como de los mecanismos de interacción que man-tuvieron.

Uno de aquellos numerosos ilustrados

“de provincias”, Juan Luis Roche, es el protagonista de la obra que el lector tiene en sus manos. La figura de Roche es excep-cional. Su perfil es el de un autodidacto, amante empedernido de los libros, a los que profesó una gran fe como vehículo de difu-sión de saberes e ideas. Sin haber realizado en ningún momento estudios universitarios, logró sin embargo disponer de grandes conocimientos en ciencias, especialmente la Física, y en Medi-cina. Su profesión de administrador de una de las grandes casas de comercio establecidas en la bahía de Cádiz le reportó también una gran experiencia en los asuntos y técnicas mercantiles, en las prácticas contables y, en general, en todo lo relacionado con el Océano y con América. Andando el tiempo, él mismo se ocu-pó como cargador en la Carrera de Indias. Roche reunió una notable biblioteca, puso en marcha la imprenta de la Casa de las Cadenas de El Puerto de Santa María, publicó no pocos folletos y escritos, fue miembro de varias Academias y, finalmente, mantuvo correspondencia con algunas de las grandes figuras de la cultura ilustrada de su época, como el propio Feijoo o su compañero de Orden, el padre Martín Sarmiento. Aunque en su última etapa su vida dio un giro inesperado que le condujo a una penosa situación personal, la plenitud vital de Roche coincide con una época de entrega a los estudios y de desasimiento res-pecto a los bienes materiales, a los que valoraba mucho menos que a los bienes intelectuales. En este sentido, puede decirse que

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adoptó el modelo de vida apartada de Feijoo y Sarmiento, a quienes profesó una gran admiración y siempre tuvo por sus maestros.

El objeto del libro que me honro prolo-

gar es la edición crítica de la colección de cartas dirigidas por Roche al padre Sarmiento conservadas en la Academia de la Historia. Un total de 46 misivas que no fueron todas las que el ilustrado portuense dirigió al benedictino, pero que ofrecen un amplio panorama de la cultura de su época y sirven de pretexto al autor de esta obra para llevar a cabo una aguda y completa penetración en sus más íntimas claves interpretativas.

El corresponsal de Roche era un fraile ilustrado muy vin-

culado a Feijoo que ganó prestigio de hombre sabio y erudito desde su celda del convento de San Martín de Madrid, en la que pasó la mayor parte de su tiempo encerrado entre libros y pape-les, y donde recibía las visitas de amigos y admiradores de su talento. Investigó en materias muy diversas, que abarcaron des-de la Historia Natural, la Geografía y la Botánica hasta la Filo-logía Románica, la Etimología y la Historia Antigua, dejando escritas numerosas obras de las que, sin embargo, ninguna vio la luz en letra impresa durante su vida. Entre Sarmiento y Roche se entabló una correspondencia que se prolongó a lo largo de mu-chos años y que, partiendo del deseo del portuense de mantener contacto con alguien a quien profesaba un profundo respeto inte-lectual, sirvió para anudar una estrecha relación de amistad entre ambos hombres. Por esta vía, Sarmiento acabó por convertirse en el mediador para que Roche pudiese adquirir numerosos li-bros que se vendían en la Corte y a los que el portuense tenía difícil acceso desde su lugar de residencia en la bahía gaditana. Este último era, sin embargo, un ámbito al que las ideas del si-glo llegaron con intensidad, habida cuenta su papel mercantil, la posición que ocupaba en relación con las principales rutas del comercio internacional atlántico, sus nutridas colonias extranje-ras y su condición de centro populoso, abierto y muy frecuenta-do por gente de toda condición y procedencia.

La Ilustración gaditana, sin embargo, to-

davía esconde numerosas parcelas por descubrir y explorar. La

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relación de la nobleza comerciante y la burguesía mercantil de la zona con dicho movimiento ofrece, sin duda, alicientes sobrados a los investigadores, que, sin embargo, han centrado de prefe-rencia sus afanes sobre los aspectos económicos y sociales del siglo XVIII gaditano, más que sobre los propiamente culturales. Tal situación es el resultado de la relevancia que adquirieron Cádiz y los puertos de su bahía al compás de la basculación hacia ellos de la cabecera del comercio americano y como con-secuencia del traslado de la capitalidad del sistema colonial y de las instituciones rectoras del tráfico americano a Cádiz.

Recientemente, sin embargo, comienza a

prestarse mayor atención al componente ideológico y cultural del Setecientos gaditano. Un magnífico exponente de esta ten-dencia viene de la mano de la obra de Manuel Pacheco Albalate, quien ha centrado sus estudios sobre la ciudad de El Puerto de Santa María y sobre la Ilustración portuense. Una primera y ex-celente muestra de su dedicación a la mencionada temática la ofreció este autor mediante la edición en 1997, junto a Enrique Pérez Fernández, de la historia de El Puerto escrita en 1764 por el abogado Anselmo José Ruiz de Cortázar bajo el título Puerto de Santa María ilustrado y compendio historial de sus antigüe-dades. Junto a la edición del texto manuscrito de Cortázar, ya de por sí muy valiosa, el gran mérito de esta publicación consistió en la determinación incontestable de la auténtica autoría de di-cha obra, hasta entonces indebidamente atribuida por una erró-nea tradición a Juan Miguel Rubio de Espinosa.

A renglón seguido, Manuel Pacheco se

interesó por la figura de Juan Luis Roche, genuino representante de la Ilustración portuense cuya importancia había pasado prác-ticamente desapercibida hasta el momento, sobre cuya vida in-vestigó a fondo para dar a la luz una obra preciosa y documen-tada, de ágil lectura y finísima penetración biográfica y psicoló-gica en el personaje, que apareció publicada en 2002 bajo el título Erudición y administración pública en El Puerto durante el siglo XVIII: el ilustrado Juan Luis Roche. En el transcurso de esta investigación Manuel Pacheco halló las cartas a fray Martín Sarmiento que ahora felizmente ven la luz.

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Esta última entrega de Manuel Pacheco sobre la Ilustración portuense constituye mucho más que la edi-ción de un epistolario. Por sí solo tal objetivo hubiera justificado sobradamente la publicación del presente libro, porque habría tenido la virtud de poner a disposición de los investigadores un conjunto de textos de indudable interés historiográfico. Pero como digo, Pacheco Albalate va mucho más lejos y aprovecha la oportunidad, con indudables generosidad y honradez científica, para ofrecernos un amplísimo cuadro de la Ilustración española y, aun más, de nuestro siglo XVIII en su conjunto. De esta for-ma, el aparato crítico que acompaña la edición de las cartas de Roche a Sarmiento es abrumador. Manuel Pacheco no ha reca-tado esfuerzos a la hora de documentar prácticamente todos y cada uno de los extremos que aparecen en la correspondencia de Roche, a veces haciendo frente a la exigencia de un gran esfuer-zo investigador, y contribuye así no sólo a hacernos mucho más comprensible y rica la lectura de las cartas, sino también a crear un auténtico texto paralelo que constituye un dechado de erudi-ción. En tal sentido, esta obra es también un libro sobre libros. Los encargos bibliográficos que Roche hizo a Sarmiento a través de sus cartas constituyen la excusa para identificar con precisión cada una de las obras citadas, para situar a sus autores y sus con-tribuciones respectivas y, en suma, para trazar un completísimo panorama de las lecturas que realizaron las generaciones ilustra-das a las que pertenecieron Sarmiento y Roche, de sus preferen-cias e inclinaciones intelectuales y de las influencias que recibie-ron tanto de la propia España como del extranjero.

La correspondencia epistolar entre Ro-

che y Sarmiento, de la mano de Manuel Pacheco, nos permite obtener un perfil nítido de la personalidad del primero de estos personajes. Como ya he expresado, la relación entre ambos tras-cendió el plano de lo estrictamente intelectual para dar paso a una amistad cimentada en el respeto y el aprecio mutuos. Si en la primera de sus cartas el ilustrado portuense comenzaba infor-mando al benedictino de San Martín de la correspondencia que mantenía con Feijoo, a fin de presentarse a los ojos de Sarmien-to como merecedor de su consideración, la última de las cartas termina confiándole a éste sentimientos íntimos causados por la muerte de su padre. Entre uno y otro pasaje, puede seguirse la

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evolución de la relación entre ambos hombres, sustentada siem-pre en inquietudes comunes y en campos de intereses comparti-dos. En una de las últimas cartas, fechada en agosto de 1757, cuando ya había conseguido franquear el umbral del mundo académico viendo reconocida su valía, se nos aparece un Roche debilitado en su fe en las posibilidades de llevar a cabo un cam-bio real en la cultura del país. Por entonces, evidenciando un poso escéptico alejado del natural optimismo ilustrado, escribió a su corresponsal: “Nosotros nos moriremos y las cosas se que-darán como estaban, pues muchos sabios se quemaron las san-gres por batallar contra la ignorancia y las tinieblas se hicieron más espesas”. ¿Se trató de una debilidad pasajera o este pensa-miento anunciaba ya el giro que habría de producirse en la vida del ilustrado y cargador a Indias portuense y que conduciría la última etapa de su existencia por caminos insospechados?.

Aunque no sé si traiciono con ello el

obligado deber de la prudencia, silenciaría una convicción ínti-ma si para concluir este prólogo no dejara constancia de algo que ya entreví tras la publicación de la biografía de Roche por Manuel Pacheco y que la lectura del original de este libro ha venido a confirmarme. Estoy plenamente convencido de que el autor de este libro, sin perder nunca el rigor obligado en todo estudio científico, ha llegado a identificarse fuertemente con el personaje al que ha dedicado largos años de investigación. El autodidactismo, la dedicación casi pasional al estudio, la erudi-ción y hasta el logro del reconocimiento transitando por circui-tos externos al mundo académico oficial los aúnan y asemejan. Manuel Pacheco no ha podido resistirse a la seducción de Ro-che. Y como entre éste y Sarmiento, una íntima y en este caso inmaterial correspondencia se ha establecido de alguna forma entre ambos salvando no ya la barreras del espacio, pero sí las más inaprensibles del tiempo. Nada de esto, insisto, desdice de las ejemplares virtudes de este libro. Al contrario: le infunde espíritu, le da vida, fructifican en él afinidades lejanas que aña-den intensidad e interés a su lectura.

Juan José Iglesias Rodríguez

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UNA VISIÓN DEL SIGLO XVIII: CARTAS DEL ERUDITO ROCHE

AL BENEDICTINO SARMIENTO

Manuel Pacheco Albalate

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INTRODUCCIÓN

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En los últimos años de la década de los cincuenta, del ya

fenecido siglo veinte, realicé mi servicio militar obligatorio por aquellos años. La suerte, proveniente de un bombo que giraba con las letras de los apellidos de los que habíamos sido llamados a filas, determinó que fuese destinado a Infantería de Marina, al cuerpo creado en 1537 por Carlos I cuando asignó permanente-mente a las Escuadras de Galeras del Mediterráneo las compañí-as Viejas del Mar de Nápoles. En 1957, en su quinta época, se creó el Grupo Especial Anfibio, y a esta unidad, más concreta-mente, pasé a pertenecer. Fue un periodo duro de mi vida. Sobre todo aquellos tres primeros meses llamados de instrucción, en los que ocupábamos las largas horas del día corriendo y saltando bajo un sol que podría partir las piedras; y las noches, a cubierto del frío y a veces de la lluvia, bajo la lona de una tienda de cam-paña que, a decir de los más veteranos, habían sido utilizadas por los americanos en la Segunda Guerra Mundial.

En aquellos últimos días del invierno y en medio de la

dureza de aquellas jornadas, que entonces nos parecían más sua-ves porque nuestra juventud todo lo superaba, había dos mo-mentos plenamente gratificantes. No eran la hora del descanso en que nos acostábamos sobre los colchones de nuestras duras literas, ni el momento de la comida que todos ansiábamos para recuperar las muchas fuerzas gastadas, sino la llegada del cartero con la correspondencia que venía a alegrar nuestro espíritu, si teníamos la suerte de que nuestro nombre fuese cantado; y el tiempo que dedicábamos, ya entrada la noche, alrededor de una pequeña lámpara, a comunicarnos con familiares, amigos y seres queridos. Sobre unas sencillas cuartillas, en el entorno de nues-tra carta, expresábamos nuestro estado de ánimo, las inquietudes que nos envolvían, los problemas que padecíamos, los aconte-cimientos más sobresalientes que habían ocurrido y, a la vez,

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nos servía para solicitar cuanta información nos preocupaba y ansiábamos tener. Creíamos por un buen rato -la escritura solía ser larga- que nos hallábamos ante la persona que teníamos en la mente, ser que nos comprendía, que nos entendía, que hacía nuestro diálogo fluido, que nos aconsejaba, que nos informaba acerca de lo que pasaba allá en la ciudad que habíamos dejado. Todo esto era una carta, unas simples hojas arrancadas de un cuaderno de cuadrícula, pero también el cordón umbilical que nos unía con el mundo que habíamos dejado. Era nuestro medio de acercarnos a los seres más queridos que la lejanía había sepa-rado. El teléfono era escaso y caro, y las pocas pesetas que te-níamos eran un caudal que había que administrar con enorme cuidado. Así, estas cartas, con su modo sencillo y práctico de comunicarnos con los demás, constituían todo un gran tesoro. Procurábamos abrirlas con cuidado, porque después, ordenada-mente, había que guardarlas en una caja, la mayoría de las veces de zapatos, para más tarde, quizás en la tarde de un domingo, en la soledad de la lejanía, releerlas con detenimiento exprimiendo su contenido y sacándole toda la intención con que fueron escri-tas.

La carta, con sus trazos caligráficos personales, con su

sencillez y profundidad, era toda una joya, una gran reliquia, como lo ha venido siendo desde tiempos muy lejanos. Ya en la antigüedad, este preciado documento se enviaba con mensajeros esclavos, cruzando largos caminos, con los medios propios de aquellos tiempos, para poner en contacto a personas que tenían necesidad de comunicarse. En China, 4.000 años a.C., ya existió el correo o servicio público que se encargaba de hacer llegar los escritos a sus destinatarios, y en Egipto 2.500 años a.C. existía un sistema oficial de mensajería que unía sus principales ciuda-des. Y fue evolucionando. Augusto le dio una nueva organiza-ción; Carlomagno, en la Edad Media, lo perfeccionó aún más, llegando al siglo XV y posteriores, cuando la familia italiana de los Tassis establecieron y dirigieron, por concesión real, el co-rreo entre los principales países europeos. Y en este proceso evolutivo llegamos al siglo XVIII, consolidándose definitiva-mente la carta, la epístola, como medio fundamental de comuni-cación con la aparición del sello.

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Así podemos ver que la carta, la epístola, que nació con la propia escritura y como medio fundamental de comunicación, ha tenido una importancia relevante a lo largo de la historia, aunque hoy, lamentablemente, ha perdido gran parte de su pro-tagonismo. Su valor radicaba, y radica, en el hecho en sí de su poder de comunicación. Algo que nos parece tan sencillo, pero que ha sido uno de los principales logros del hombre.

Analicemos las cimas que ha tenido que superar para po-

der comunicarse con sus semejantes. Repasemos un poco la historia de la humanidad.

Observemos, cuando nos encontramos en el recién ini-

ciado siglo XXI, como el hombre se halla enfrascado en la con-quista del espacio, pero a la vez continúa planteándose constan-tes interrogantes, sobre todo por parte de los paleontólogos, ar-queólogos y geólogos, sobre sus orígenes. Buscan éstos ansio-samente, en medio de una profunda oscuridad, la llave que les permita abrir la puerta de un lejano pasado, a través de la cual puedan dar respuesta a la siempre latente cuestión de saber de dónde procedemos y cuáles fueron nuestros orígenes. Valoran, en los importantes estudios realizados, los significativos logros conseguidos, pero les quedan aún muchas dudas a las que dar respuesta, tal como la referente al paso de la animalidad a la humanidad.

Por medio de ellos sabemos, sin que pueda precisarse

con exactitud en el tiempo, que la especie humana fue evolucio-nando hasta alcanzar una serie de rasgos fisiológicos que le han llevado a su aspecto actual, entre los que cabe destacar su bipe-dismo que le posibilitó disponer de las manos que quedaron li-bres; el conseguir alcanzar una visión estereoscópica, con lo que sólo obtenía una imagen de lo que percibía; el desarrollo de un sistema nervioso y un cerebro complejo, que le permitió adap-tarse al ambiente en que vivía sacando utilidad de los elementos que tenía a su alrededor haciéndole la vida más cómoda; y tam-bién que sufrió una serie de transformaciones guturales para producir sonidos, sirviéndole éstos de vehículo de comunicación con sus semejantes.

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Esa puerta del pasado de la que hablamos, aunque no se ha podido abrir completamente, sí nos ha dejado pequeños res-quicios por donde hacer conjeturas, suposiciones, promover hipótesis, y realizar algunas afirmaciones sobre cuales fueron sus principios. Así, con el hallazgo en 1992 de un esqueleto fosi-lizado perteneciente a un homínido de cerca de cuatro millones de años en la cueva de Sterkfontein, cerca de Johannesburgo, en Sudáfrica, y que pudo ser reconstruido en su totalidad debido a que la muerte le sobrevino por accidente dentro de la cueva, se ha podido obtener una información muy valiosa sobre como vivían estos seres primitivos, que se desplazaban apoyados sobre sus dos piernas, y que podían trepar por los árboles con la ayuda de sus largos brazos.

Otros descubrimientos sobre nuestros primeros anteceso-

res, no menos importantes, fueron los que se engloban bajo la denominación de “homo erectus”, conocidos con el nombre de “pitecántropo y sinántropo” cuya existencia data de hace 600.000 años en Asia y África; el “homo de Neandertal” que debió vivir hace unos 70.000 años; así como los descubrimien-tos en la sierra burgalesa de Atapuerca, lugar prioritario para conocer a los primeros pobladores de Europa, en la que se ha hallado la pelvis “Elvis” que perteneció a un “homo heidelber-gensis” de hace aproximadamente 300.000 años.

De todo este breve recorrido antropológico sobre los di-

ferentes logros conseguidos por la primitiva especie humana, vamos a centrarnos en el deseo de comunicación de nuestros antepasados, de su interés por ser entendidos por la colectividad, de poder transmitir sus necesidades, vivencias, inquietudes o estado de ánimo, pues el alcanzar esta meta le llevará a su evo-lución social, intelectual y cultural.

El proceso resultó arduo y harto complicado. Si tomamos

como referencia que el alfabeto tuvo sus orígenes hace unos 3.700 años, y que el logro de la comunicación oral en el hombre va unido a sus orígenes hace unos 4 millones de años, podemos hacernos una idea tanto de lo complejo de esta conquista como, según hemos expuesto, de su importancia. Pasó primero por un periodo de comunicación mímica, propio de otras especies ani-

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males como los simios, para más tarde utilizar la comunicación pictórica en piedras, cuyas representaciones eran captadas por sus congéneres con el sentido de la vista, para lograr por fin el lenguaje verbal, mucho más avanzado, con el cual pudo expresar algo tan complejo como sus propios pensamientos.

Sin embargo, a pesar de esta fundamental conquista,

quedaban muchos pasos para alcanzar una completa interrela-ción de ideas, porque el lenguaje oral sólo se podía llevar a cabo en la presencia física de los interlocutores. No existía la posibi-lidad de comunicar pensamientos, deseos o peticiones, si los hombres, por razones geográficas, se hallaban alejados. De igual forma nunca quedaba constancia de lo qué se decía y cuándo se decía. Por eso la especie humana siguió evolucionando en la búsqueda de nuevos sistemas de comunicación que le permitiera ponerse en contacto más allá de donde la voz podía llegar o la vista alcanzar, o también, de poder, en determinado momento, mostrar o evocar aquello que se expuso, o que fue motivo de un intercambio de pensamientos.

Se buscaba la manera de poner en contacto a una persona

que deseaba comunicar algo, con otra u otras a través de un es-pacio temporal. Se perseguía la manera de unir al transmisor con el receptor sin necesidad de la palabra hablada.

Un primer paso, en esta trascendental consecución, lo lo-

graron, unos cuatro mil años a.C. y casi al unísono, egipcios y mesopotámicos, que respectivamente crearon las escrituras jero-glíficas y cuneiformes, cuya interpretación ha sido difícil de descifrar por el hombre actual, hasta el extremo que hoy sole-mos denominar como jeroglíficos a aquellas situaciones que nos son complicadas de resolver.

Habían conseguido un soporte que sustituía al sonido gu-

tural. El primer pueblo, los egipcios, lo hallaron en la planta Cyperus papyrus, de la familia de la ciparáceas. Extendidas, colocadas en capas transversales, mojadas con agua del río Nilo y prensadas convenientemente, sirvieron de soporte para trazar con hollín o carbón vegetal, y con la ayuda de una caña de bam-bú cortada ex profeso, una serie de dibujos de objetos a través de

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los que se expresaban las ideas de la persona que emitía el mensaje.

El segundo pueblo, los mesopotámicos, hallaron como

sustentáculo tablillas de arcilla, aunque más tarde utilizaron me-tales y piedras, sobre las cuales, y con un punzón apropiado, hicieron marcas en forma de cuña (de ahí su nombre de cunei-forme) que igualmente representaban dibujos, por lo que ambas utilizaron el método pictográfico.

La humanidad alcanzó el medio de comunicación nece-

sario sin la palabra. Se había avanzado espectacularmente, pero este tipo de escritura ideográfica que con dibujos sustituía la comunicación gutural, resultaba extremadamente difícil cuando los mensajes eran pensamientos abstractos, por lo que el hombre siguió en su línea de nuevos descubrimientos que le permitiera expresarse con mayor fidelidad y sencillez, tanto para el emisor como para quien lo recibía.

Ya en los lejanos siglos XVII al XV a.C. comerciantes

de las regiones de lo que hoy es Siria y Palestina, abandonaron la antigua comunicación pictográfica y, en la búsqueda de un nuevo sistema de comunicación rápido, preciso y de fácil inter-pretación que les posibilitara el entendimiento en sus relaciones comerciales, idearon un “alfabeto”. En él, una serie de signos escritos, ya no representaban un objeto o una idea, sino que es-tos grafismos sustituían, cada uno, a un sonido del lenguaje oral, pudiéndose componer palabras; con nuevas agrupaciones, en diferentes órdenes, se obtenían otras, y en resumen se le daba representación a todas las que componían su lengua. Se había logrado el paso fundamental para la comunicación escrita.

Y es a partir de entonces cuando se crean diferentes alfa-

betos, de acuerdo con la lengua de cada pueblo. Aparece el alfa-beto surarábigo, que constaba de veintinueve letras consonantes, más tarde el paleohebráico, el arameo, el hebreo, el nabateo (si-glo II a.C.), el fenicio, y más recientemente los alfabetos griego (entre los años 1000 y 900 a.C.) y romano.

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El hombre había logrado que cada uno de los sonidos uti-lizados en su comunicación oral, tuviera su representante en la escrita. Había hallado el método para hacerse entender, por es-crito, con sencillez y nitidez. Había alcanzado una de las metas más significativas de su existencia: poder transmitir a una per-sona, o a varias, sus sentimientos interiores, o también manifes-tar y dar a conocer los acontecimientos más relevantes que su-cedían.

La correspondencia epistolar en el siglo XVIII. Su

importancia como documento de investigación para estudiar la sociedad del momento.

Podrá parecer, a simple vista, que este repaso por la his-

toria de la humanidad tenga poco que ver con el estudio de unas cartas entre dos eruditos del siglo XVIII, cuales fueron el monje benedictino fray Martín Sarmiento y el también erudito y carga-dor a Indias portuense Juan Luis Roche. Pero hemos querido comenzar así, para darle la verdadera importancia que tiene el que dos personas puedan ponerse en contacto a pesar de la leja-nía geográfica que las separa. Hoy, con los últimos adelantos en comunicaciones, no damos la importancia que merece a este hecho, ni reconocemos el largo peregrinar que cursó la humani-dad para darse a entender; o, como en el caso que nos ocupa, el apreciar el valor que tiene la correspondencia epistolar como documento de investigación de otros tiempos ya lejanos.

En sencillas cartas, como las que nos van a ocupar, po-

dremos encontrar, en algunos casos, una información difícil de hallar en otros documentos. Mucha de ella corresponde al senci-llo relato del vivir de cada día, a la crónica de sociedad o el artí-culo de opinión que hoy podemos hallar en cualquier prensa diaria, pero que con referencia a aquel período no podemos hallar en actas ni en documentos análogos. No es que queramos decir que sobresale su importancia, porque cualquier informa-ción que se localice es digna de ser objeto del conocimiento his-tórico, sino que debemos valorar la importancia que ofrece esta

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fuente documental a los historiadores cuando se realiza un traba-jo de investigación.

Pero centrémonos en el siglo XVIII, que es el marco en

que fueron escritas. Es el siglo que en Francia aparece el movimiento cultural

denominado “Lumières”, al igual que en Inglaterra el “Enlight-ment”, en Italia el “Iluminismo” y en Alemania la “Aufklärung”, los cuales, con sus diferentes variantes, responden a la corriente de pensamientos críticos y reformistas conocidos como “La Ilus-tración”. Es la época donde Newton preconiza su doctrina psico-lógica conocida como Empirismo, que no admite en el conoci-miento ningún elemento no basado en la experimentación y ob-servación, cuestionando cada uno de los fenómenos físicos que con anterioridad habían sido admitidos sin objeción. Es también el tiempo en que Descartes se opone a esta doctrina con su “Ra-cionalismo”, considerando a la razón como la única capaz de dar explicación a tantos fenómenos tenidos como misteriosos; y entre ambas, el “Relativismo” que surgido de un mejor conoci-miento de la tierra y sus habitantes, niega la existencia de toda verdad absoluta, aunque en su fin todas lo que buscan es hacerle al hombre la vida más agradable y feliz. Ya no se predica la es-pera de un más allá que compense las desigualdades sociales, los sacrificios, las necesidades que se padecen en el vivir de cada día. Se buscan los medios para conseguir el bienestar del pueblo potenciando su cultura. Se desarrollan las facultades manuales para que el hombre pueda ser autosuficiente. Se busca en la re-novación la ocasión para desterrar el hambre, la pobreza y la ignorancia que acoge al fanatismo y la superstición. En resumen se busca una felicidad terrena, olvidándose, en gran parte, de la eterna.

Todos estos pensamientos encontraron una fuerte oposi-

ción, como no podía ser de otra manera, en la Iglesia, que con su mentalidad tradicionalista ataba el desarrollo cultural de la so-ciedad.

Las clases privilegiadas, que eran las más cultas porque

su situación económica les había permitido acceder a realizar

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estudios, optaron por tener un protagonismo en este movimiento de renovación, que realzaba su situación social con esta actua-ción, aunque para ello tuvieran que oponerse a la Iglesia, de la que muchos eran elementos cualificados. Ocurrió que algunos católicos se adhirieron a este movimiento llevando sus ideas a la práctica. A la vez, por un respeto rayano en el miedo, no se apartaron de su Iglesia tradicional, aceptando a un Dios autor de la creación, pero no admitiendo la revelación ni el culto externo, concepción filosófica conocida como el “Deísmo” religioso, que en ocasiones convivió con el “Ateismo”, y de las que la Iglesia se defendió condenándolas.

Es también el siglo de los “déspotas ilustrados”, donde

los reyes absolutos se consideran los únicos capaces de desarro-llar el bien común, al considerar al pueblo impotente por su falta de formación, producto del abandono a que había estado some-tido, en concreto en España, por los últimos reyes de la casa de Austria. Toman de la Ilustración lo que les conviene para, apo-yándose en ella, y rodeados de ministros y consejeros, realizar la modernización de la sociedad introduciendo mejoras y reformas importantes.

Y, en medio de todas estas ideas y formando parte de

ellas, nos encontramos con la figura de los “ilustrados” que en-tran en debate y conforman un círculo que se agrupa alrededor de las academias. Se hacen llamar filósofos, cuya principal herramienta de trabajo es la razón, y junto a ellos, amigos, sim-patizantes, comerciantes, burgueses, nobles, etc., que se inter-cambian interesantes cartas con el deseo de provocar una gran transformación cultural de la sociedad en que viven.

Bien es verdad que, en estos años, la carta era la comu-

nicación escrita por antonomasia. Sustituía a la conversación y servía de vehículo de intercambio de ideas. Pero estas cartas que vamos a estudiar no son simples escritos, sino que corresponden perfectamente al inicio del género literario denominado “ensa-yo”, donde los autores, con carácter didáctico, exponen sus pen-samientos sobre las más diversas materias, de acuerdo con sus respectivos intereses e inquietudes, y reciben del destinatario otra comunicación en el mismo sentido o sobre asuntos análo-

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gos. De este modo, se produce una interesante corriente epistolar de ida y vuelta. Temas de política, educación, medicina, botáni-ca, movimientos sociales, física, y un largo etc., integran el con-tenido de estas epístolas que, aunque iban dirigidas, en princi-pio, a una persona en concreto, su objetivo final era que sirviera de propagación de sus ideas. Atendiendo a tal finalidad, el re-ceptor realizaba cuantas reproducciones le eran necesarias para hacerlas llegar al círculo de sus más allegados con los que com-partía intereses semejantes, para reiniciarse el proceso de nuevo. De esta forma la correspondencia epistolar venía a cubrir la falta de publicaciones periódicas que existía, o de otras en las que se pudieran exponer los pensamientos de cada individuo. Tenga-mos presente que hasta bien avanzado el siglo que nos ocupa, no empezaron a aparecer las revistas científicas. A pesar de existir la Gaceta Semanal de Barcelona desde 1641, y la de Madrid desde 1661, que recogían noticias de actualidad, y los Mercurios en que se insertaban comentarios sobre acontecimientos cultura-les y políticos, no es hasta 1737 cuando aparece el Diario de los literatos de España como publicación asidua, siendo necesario llegar a 1760 en que comienza su andadura El caxón de sastre, y ya en 1786 El correo de Madrid. Por lo tanto, en este periodo de nuestra historia, quienes querían salir de su entorno, y darse a conocer más allá del grupo reducido de sus amigos, debía acudir a este género de ensayo, que tuvo en el polígrafo fray Benito Jerónimo Feijoo a su precursor español, quien sostuvo una flui-da comunicación escrita, entre otros, con nuestros personajes: el Padre Sarmiento y Juan Luis Roche.

En el entorno de estos tres personajes se escribieron las

cartas objeto de nuestro estudio. La comunicación de la que ha quedado constancia, y vamos a estudiar, es la remitida por el cargador a Indias Roche, residente en El Puerto de Santa María, en la Casa de las Cadenas de la familia Vizarrón, al monje bene-dictino fray Martín Sarmiento que habitaba en el monasterio de San Martín de Madrid. Hubiera sido interesante haber hallado las de Sarmiento a Roche, pero éstas, al igual que la mayoría de las cosas pertenecientes al portuense, han desaparecido.

En toda la correspondencia, en la que se citan muchos de

los personajes eruditos de la época, subyace la figura del autor

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del Teatro Crítico Universal y de las Cartas eruditas, porque ambos tenían en común una profunda admiración por este mon-je, que con espíritu católico quiso acercar a los españoles a Eu-ropa, poniendo en práctica todas las ideas de la Ilustración. Además, entre los muchos intereses comunes que tenían los dos eruditos que intercambian correspondencia, y que vamos a estu-diar, uno fue fundamental: la amistad que compartieron con Fei-joo, al que llegaron por caminos diferentes. Sarmiento, teniendo en cuenta que ambos monjes pertenecieron a la misma comuni-dad, debió entablar relación con fray Benito Jerónimo desde muy joven, quizás, como se ha apuntado, fuese uno de sus pri-meros maestros, y en una fecha donde tal vez el propio Roche aún no hubiese nacido. Tengamos presente que existió una dife-rencia sensible de edad entre ellos. Cuando se inician las cartas motivo de nuestro trabajo, en 1747, es a petición del erudito portuense que tenía veintinueve años. Sarmiento contaba ya con cincuenta y dos, y Feijoo acababa de cumplir setenta y uno. De esta forma nos hallamos ante tres generaciones de ilustrados, aunque pertenecientes a una misma época.

Dos amigos unidos por las nuevas ideas del s. XVIII. A través de los estudios biográficos realizados por los

profesores Pensado Tomé1, Filgueira Valverde2, y últimamente con la interesante aportación del también profesor Santos Puer-to3, tenemos un conocimiento nítido y claro de Pedro García Balboa, que así se llamaba el monje benedictino fray Martín Sarmiento antes de ingresar en 1710, cuando contaba 15 años, en la comunidad benedictina. Había nacido en Villafranca del Bierzo en 1695, aunque él siempre se consideró gallego y más concretamente pontevedrés. Debió, como se ha dicho, entrar de muy joven en contacto con su compañero de orden, Feijoo, al que consideró siempre su punto de referencia. En compensación,

1 Pensado Tomé, J.L. (1995) 2 Filgueira Valverde, J. (1994) 3 Santos Puerto, J. (2002)

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éste siempre encontró en Sarmiento su gran defensor. Tanto es así, que a pesar de lo vasto de los escritos de fray Martín -diecinueve volúmenes de manuscritos se hallaron inéditos a su muerte-, sólo publicó en vida en tres ocasiones, y siempre sobre temas relacionados con fray Benito. La primera en 1729 con su Aprobación a la Ilustración Apologética del Teatro Crítico Uni-versal.

Con posterioridad, en 1732, verá la luz la que fue su más

cualificada publicación. Nos referimos a la Demostración Críti-co Apologética del Teatro Crítico Universal de Feijoo, en dos tomos, defendiendo a su autor de los ataques que había sufrido por parte del gaditano, afincado en Madrid, Salvador José Ma-ñer, quien impugnó los dos primeros tomos publicados del Tea-tro Crítico.

Un año después, Feijoo, publicará el quinto tomo de su

Teatro Crítico Universal, elogiando en el prólogo la figura de su compañero de comunidad, ensalzando su humildad, y afirmando “…que era un milagro de erudición en todo género de Letras Divinas y Humanas”. Con esta manera de pensar de uno sobre el otro, no puede causar extrañeza que el primero, desde su comu-nidad de Oviedo, enviase al monasterio madrileño los escritos del Teatro y las Cartas Eruditas, para que el otro participase en su corrección y publicación de nuevas reediciones.

Fue Sarmiento, desde luego, un pozo profundo de todos

los pensamientos de la Ilustración, donde bebieron muchos de sus amigos y conocidos. Dedicó esmerada atención a las Cien-cias Naturales, trabajando arduamente en el estudio y clasifica-ción de la flora gallega. Para tal fin aprovechó los viajes que realizó a su tierra en 1745 y 1754, e igualmente contó con la colaboración de su hermano Francisco Javier, que con asiduidad le remitía a Madrid cuanta planta curiosa o extraña hallaba. Las estudió con verdadera pulcritud, poniendo siempre su interés en descubrir la utilidad que pudieran tener para el hombre, tanto desde el punto de vista médico como para paliar muchas de las necesidades por las que pasaba. En este trabajo aunó sus dos grandes pasiones: la tierra gallega y la Botánica.

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Sin embargo, tuvo tiempo de estudiar otros muchos te-mas: la toponimia, los animales exóticos, la pesca, su lengua gallega y, como no, la Historia, que le ha llevado a ser conside-rado como uno de nuestros primeros historiadores modernos.

Tuvo la confianza de los monarcas de su tiempo, Felipe

V y Fernando VI, que le consultaron y solicitaron diversos in-formes, de los que hablaremos a lo largo del estudio de las car-tas. Fue, en 1750, el último Cronista General de Indias, dejando el puesto, que pasó a la Academia de la Historia en 1755, al haber aceptado la más significativa y representativa abadía del románico catalán: la abadía de Ripoll

Aunque, de todas las facetas de su vida, nos quedamos con la del monje humilde, silencioso, trabajador, que pasó la mayor parte de su existencia en la soledad de su celda rodeado de innumerables libros, y donde la visita de sus amigos Campo-manes, Medinasidonia, Quer, Aranda, etc., rompían sus largas horas dedicadas a escribir. Una carta dirigida al referido Cam-pomanes el 19 de septiembre de 1761, resume lo más significa-tivo de su vida: “Escribo porque no tengo otra cosa que hacer, viviendo solo y retirado en mi rincón. Escribo porque no tengo con quien hablar… Escribo sólo por conversar con alguno… Vese aquí porque mis cartas son fraseología para suplir las lar-gas hora de conversación que tendría…”4

El otro personaje que participa en la correspondencia, o

mejor dicho que escribe las cartas objeto de nuestro estudio, es Juan Luis Roche Serrano, o Roche Sansón como a él le gustaba llamarse tomando los dos apellidos de su padre. Escaso conoci-miento se ha tenido de tan singular individuo durante mucho tiempo.5 Contadas han sido las personas que prestaron atención a su interesante vida, y las pocas que lo hicieron, en muchas ocasiones, nos confundieron más que nos ayudaron a conocer su verdadera personalidad, ocultando importantes facetas de su vida. A modo de ejemplo veamos como el Diccionario Enciclo-pédico Espasa Calpe lo cita, diciendo que fue “un médico espa-

4 Simón Díaz, J. (1972) 5 Pacheco Albalate, M. (2002)

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ñol de mediados del siglo XVIII, nacido en Cataluña, que siguió primeramente la carrera de las armas, abandonándola por la me-dicina, estableciéndose en Sevilla donde perteneció a varias aca-demias científicas”, relacionando dos de sus obras: Disertación médico-moral sobre el limitado poder de los abortivos en la medicina contra la opinión común…, y Nuevas y raras observa-ciones para pronosticar las crisis por el pulso, sin alguna de-pendencia de las señales críticas de los antiguos. En esta escue-ta referencia se dicen verdades, pero también se insertan errores de bulto, producto de la falta de atención que se le ha prestado. De entrada reconoce la publicación su importancia como hom-bre sabio del siglo XVIII, pero a la vez, por lo rocambolesca que fue su existencia, y el final tan insospechado de sus días, no da una información cierta y real de su persona.

No fue médico, ni cursó estudios en ningún tipo de uni-

versidad. Fue un hombre inquieto, polifacético, curioso, erudito, ilustrado, que deseó prestar, desde su tierra de nacimiento El Puerto de Santa María, todo su saber y entender para transfor-mar la sociedad que le tocó vivir. Fue un hombre de la Ilustra-ción, del Siglo de las Luces, y de aquí su intensa amistad con Feijoo, con Sarmiento y con cuanto personaje culto que estuvo inmerso en su mismo centro de interés. Fue un verdadero auto-didacta, que se vanagloriaba de haber conseguido un profundo conocimiento de las ciencias del momento sin más ayuda que sus libros, llegando a poseer una cualificada biblioteca.

No fue catalán, sino que nació en la ciudad de El Puerto

de Santa María (Cádiz) el 25 de agosto de 1718. De padres “no-bles por los cuatro costados”, pasó parte de su juventud en tie-rras gallegas e igualmente, por un breve espacio de tiempo, per-teneció a la milicia y a una orden religiosa, posiblemente la be-nedictina. En 1738 regresó a la ciudad que le vio nacer, inte-grándose en la familia de Clara Vizarrón -perteneciente a una de las más importantes e influyentes familias de cargadores a Indias de la ciudad de El Puerto- obteniendo, en 1755, de los Señores Oidores de la Real Audiencia y Casa de la contratación a Indias, la declaración de miembro del Gremio y Universidad de Ma-reantes y cargadores a Indias.

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Tampoco se estableció en Sevilla, ciudad que visitó en contadas ocasiones. Cuando acudió a ella, lo hizo para relacio-narse, a partir de este año de 1755, con las academias sevillanas de las Buenas Letras y la Regia Sociedad Médica, a las que per-teneció ya entrado en los debates de la Ilustración, con el fin de obtener un reconocimiento a su personal formación cultural. Reconocimiento que necesitaba, y buscaba, al ser impugnado por otros ilustrados que le tildaban de no haber cursado estudios en las universidades. Todo esto a partir de dos hechos significa-tivos cuales fueron la falsa aparición, desde su punto de vista, de San Francisco de Paula en el monasterio portuense de la Victo-ria en 1747, y su valoración de los efectos producidos por el famoso terremoto de 1755 que asoló el litoral atlántico portu-gués y gran parte de Andalucía. Ya, en este periodo de su vida, había entrado en contacto con los más afamados eruditos espa-ñoles y portugueses, manteniendo con ellos un fluido intercam-bio de ideas.

En 1756 entró a formar parte, como miembro cualifica-

do, de la academia portuguesa Portopolitana ubicada en la ciu-dad de Oporto, contactando y estableciendo una entrañable amistad con el médico, investigador y moralista Manuel Gomes de Lima Bezerra, verdadera alma de las academias portuguesas y de sus vínculos con las españolas. Con posterioridad, en 1758, también fue admitido por la madrileña Real Academia Matriten-se de Nuestra Señora de la Esperanza, por lo que podemos afir-mar que formó parte de las más representativas academias de la Península Ibérica.

Fue, además, él y sus escritos, denunciados ante los Se-

ñores Inquisidores del Santo Oficio de la Inquisición de la ciu-dad de Sevilla, dándose la paradoja, que no encontrándole delito le absolvieron, pero a la vez, y a la vista de sus méritos, le nom-braron revisor de “todos los libros que tratasen de Ciencias Na-turales” en cualquier idioma que estuviesen escritos. Y es que, en este año de 1759, había llegado a tener un profundo conoci-miento de las lenguas extranjeras, en especial de la francesa, además de haber logrado ser un experimentado hombre de cien-cia en temas relacionados con la electricidad, los terremotos, las matemáticas, la medicina, la botánica y un largo etcétera.

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Con respecto al estudio de las plantas, fundó un pequeño

jardín botánico en El Puerto, para el cultivo y aclimatación de las que se importaban de América. Actuó siempre bajo la idea de poder obtener de ellas alguna utilidad, tanto para la medicina, y consecuentemente para el alivio de los enfermos, como para buscar el beneficio que podrían reportarle a la sociedad como fuente de una mejor alimentación. Es probable que este interés, semejante al de su buen amigo fray Martín Sarmiento, y que adquirió fundamentalmente de él, así como su deseo de buscarle una utilidad a las mismas para sanar enfermedades, como era común entre los estudiosos de esta ciencia, y considerando las publicaciones que realizó sobre temas de medicina, fuese motivo de que erróneamente se le considerase médico.

El periodo de su vida comprendido desde la reincorpora-

ción a El Puerto en 1738, y la muerte de su gran señora, protec-tora y amiga Clara Vizarrón en 1764, fue semejante al estilo de vida del otro personaje de estas cartas. Sarmiento vivió en la soledad de su celda en el Monasterio de San Martín, y Roche, en su vivienda de la Casa de las Cadenas, no quiso relacionarse con nadie. Solo la erudición y el retiro llenaron las horas de sus días, que a él le parecieron cortas y pocas, atendiendo a las labores de administrador, cargador a Indias y, de forma especial, a tareas de erudición. Obvió las visitas y las relaciones con personas que le pudieran restar el tiempo que dedicó, intensamente, a temas ilus-trados, y por supuesto no pasó por su mente la idea de formar una familia, no obstante ser un hombre de más de cuarenta y cinco años.

Creemos que este periodo fue el más interesante de su

vida, y de una manera especial del hombre ilustrado y erudito. Son los años en que prestó una especial atención a fundar, sub-vencionar y editar, desde su imprenta de la Casa de las Cadenas, una “gaceta”, como medio de propagar las ideas de los ilustra-dos. Dicha publicación apareció, en su segundo volumen, bajo el título de Fragmentos curiosos y eruditos.

Sin embargo, a partir de la muerte de su gran benefacto-

ra, dio un importantísimo giro a su vida. El 19 de enero de 1769,

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una vez concluido todo el proceso testamentario de la muerte de la Vizarrón, -fue nombrado albacea junto a los yernos de Clara, el también ilustrado marqués de Villapanés y el marqués de Pe-rales-, decidió a sus cincuenta y un año entrar en el matrimonio que dijo nunca formaría.

Inmerso en la vida familiar junto a su joven esposa –ella

contaba diecinueve años-, abandona gran parte de las inquietu-des ilustradas que siempre había llevado consigo, y solamente en contadas ocasiones le vemos actuar como lo venía haciendo en los años anteriores.

Duró esta unión dieciséis años, durante los cuales tuvo

ocho hijos, enviudando y volviendo a contraer matrimonio el mismo año de la muerte de su primera esposa, en 1785. Fruto de la nueva unión engendraría dos hijos. Sin embargo, en el parto del segundo de ellos, en 1792, fallecería también su segunda esposa, y él, dos años después, sólo, alejado de sus seres queri-dos y envuelto en una situación harto complicada, dejó de exis-tir.

Pero antes de ocurrir este desenlace, hay un periodo no

menos interesante de su vida que viene a completar lo variopinto de su existencia.

En los años del reinado de Carlos III, y por un Auto

Acordado de 5 de mayo de 1766 relativo a la modificación de la composición de los ayuntamientos, se dieron instrucciones para la integración, en los mismos, de cuatro diputados del común y un síndico personero. Dichos señores debían ser elegidos por sufragio entre los vecinos en todos los pueblos y ciudades de más de dos mil habitantes.

De acuerdo con esta normativa se celebraron en El Puer-

to, en diciembre de 1771, las correspondientes votaciones para cubrir los cargos de 1772, dando como resultado que el síndico personero recayera en la figura de nuestro Juan Luis Roche. Y en honor a la verdad, esta función, que era por un solo año, en-cajaba perfectamente en su persona y en las ideas que venía ma-nifestando desde hacía muchos años. Pues según el mencionado

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auto, comprendía sus funciones “pedir y proponer todo lo que convenga al público generalmente; e intervenga en todos los actos que se celebren en el Ayuntamiento, y pida por su oficio lo que se le ofrezca al común con método, orden y respeto”.

Esta responsabilidad, que se le presenta circunstancial-

mente, la acepta con ilusión y buen agrado, entrando desde este momento, y hasta el fin de sus días, a formar parte de la admi-nistración pública de su ciudad. Ya dentro del Cabildo se van produciendo situaciones que se eslabonan unas con otras, y en ellas, primero circunstancialmente y después por voluntad pro-pia, se verá envuelto Roche. No queremos detenernos en las anomalías que existían en las administraciones municipales, pero lo cierto es que ellas van a incidir de alguna manera en el erudito e ilustrado portuense.

En la Tesorería del Cabildo de la ciudad de El Puerto se

sucedieron una serie de irregularidades administrativas que con-dujeron a la quiebra de su tesorero, posterior destitución, y em-bargo de todos sus bienes. Seguidamente, y ante esta situación, se le nombra sustituto provisional, que también entró en tensio-nes y discrepancias con los miembros que le habían propuesto. Se pide su destitución, que es aceptada por la superioridad. En febrero de 1773, y por el sólo hecho de haber sido Roche síndico personero en el año anterior de 1772, es propuesto para el cargo de tesorero en funciones, en tanto se sacaba a subasta el oficio que se le había embargado a su titular.

Con este nombramiento se estaba empezando a forjar el

nefasto final de un original hombre. Aunque cargador a Indias y administrador de las importantes propiedades de los Vizarrones, no estaba preparado para desenvolverse entre tantas ilegalidades que se daban en la administración local con los fondos del co-mún, ni para soportar las presiones que, como tesorero, debía soportar de los miembros del Cabildo que habían comprado sus cargos a la Corona.

Y continuó el lento proceso de su ascensión en la admi-

nistración pública portuense, así como el declive de su vida, sin que él mismo se diera cuenta de ello.

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Es prorrogado en el oficio hasta llegar al momento de sa-

car a pública subasta la Tesorería, optando y accediendo a ella en octubre de 1778, para hacer de la misma su medio de vida y el de su familia. Sólo en contadas ocasiones retoma sus temas de erudición, y cada vez se encuentra más inmerso en las labores administrativas, olvidando su pasado de hombre de la Ilustra-ción.

En los inicios de 1790, y como venía ocurriendo desde

que se conformó el Cabildo en 1729 cuando la ciudad pasó de los duques de Medinaceli a la Corona, empiezan a aparecer irre-gularidades en la gestión de Roche como tesorero. Irregularida-des que se van concretando alrededor de una nueva quiebra. Aparecen descubiertos en su contra, que pensamos que más que sustracciones son producto de la vorágine de cantidades que se van dando a favor y en contra del propio responsable de la Teso-rería, Sin embargo, en este momento, no se le piden explicacio-nes, sino que aparezcan, en efectivo, las cantidades que según los libros debían existir. Al no poderlas aportar, se produce, y ya no sabemos cuantas van, una nueva quiebra. Por aquellos días se encontraba enfermo y recluido en su domicilio, no obstante se le somete a una estrecha vigilancia por parte de los miembros del Cabildo, poniendo guardias en su vivienda temerosos de que pudiera escapar sin “arreglar cuentas”.

A pesar de todo, y de su avanzada edad, consigue burlar

la guardia a través de unas azoteas para acogerse “a sagrado” en la cercana Iglesia Mayor Prioral, de donde con posterioridad, y tras unas negociaciones, saldrá para ingresar en la cárcel de la ciudad. Se le desposeyó de las pocas propiedades que tenía, que fundamentalmente consistían en muchos préstamos sin cobrar, y la casa donde vivía en la calle Santa Lucía.

En esta situación, solo, sin familia, sin amigos que le

arropasen y lleno de viejos recuerdos, en la cárcel o fuera de ella, circunstancia que no hemos podido concretar, el día 26 de abril de 1794, falleció nuestro singular y atractivo personaje.

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El Hospicio de Indias de la Compañía de Jesús en El

Puerto como centro cultural de la Ilustración. Expuesta, con brevedad, la importancia de la comunica-

ción entre los individuos a lo largo de la historia, y la reseña biográfica de las personas que intervienen en estos escritos, an-tes de la conclusión, no queremos dejar la ocasión de referirnos a una institución que tuvo la ciudad de El Puerto. Estuvo rela-cionada, con carácter general, con las fundaciones misioneras americanas y las ideas ilustradas del siglo XVIII, y en particular con nuestros protagonistas, motivo por el cual, en las epístolas que ambos se intercambian, aparecen citados diversos eruditos que en ella se hallaban alojados, y con los que Roche tuvo una profunda amistad. Aludimos al Hospicio de Indias que la Com-pañía de Jesús fundó en El Puerto en 1735.

Después del descubrimiento del nuevo mundo, un gran

movimiento misional se desencadenó en todas las comunidades religiosas, deseosas de hacer llegar, a las nuevas poblaciones de allá de los mares, las ideas que profesaban. Se creían en la obli-gación de trasladar sus creencias a los pueblos indígenas, de evangelizarlos, rescatándolos de su ateismo y creencias autócto-nas. Franciscanos, agustinos, dominicos, jesuitas, por citar sólo algunas órdenes, alentados y apoyados por los propios reyes, dispusieron y prepararon a sus miembros para cruzar el gran mar, en una empresa mitad religiosa, mitad militar.

El siglo XVI fue un continuo fluir de misioneros hacia

las nuevas tierras descubiertas, donde, como no podía ser de otra manera, realizaron fundaciones. Con el paso de los años las ideas que se importaron germinaron, o fueron más o menos in-crustadas en la sociedad nativa, que empezó a participar con miembros autóctonos en las instituciones que allí se establecie-ron. Esta situación motivó que en el siglo XVII, y fundamental-mente en el XVIII, existiera una corriente de miembros de co-munidades religiosas cruzando el océano en ambos sentidos. Ya no eran sólo los europeos los que iban a las misiones america-nas, sino religiosos de los países americanos que venían a for-

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marse en Europa, para más tarde, regresar a sus poblaciones de origen aportando las ideas que recorrían el viejo Mundo.

Todo este tránsito motivó que la población religiosa es-

tuviese pendiente de las “barcadas”, que a través, la mayoría de las veces, de penosos y largos viajes, les conducían de una a otra orilla. También, como el organizar la flota y su partida solía tardar semanas, y a veces meses, fue necesario fundar hospede-rías u hospicios en las proximidades de la ciudad desde la que partía.

En un principio, aguardaban el momento de la salida acogidos en conventos cercanos de las órdenes, causando pro-blemas en los mismos. No estaban acondicionados estos edifi-cios para albergar a tantos nuevos misioneros, y a la vez inte-rrumpían el normal desenvolvimiento de la propia comunidad.

En este estado de cosas la Compañía de Jesús, que es la

que nos interesa, teniendo presente que la flota de galeras partía de Sevilla, y que ya desde 1549 había enviado miembros de su comunidad que se establecieron en la parte Meridional de Brasil a orillas del río Paraná, fundó en la ciudad sevillana, y en 1699, el que pudo ser primer hospicio para sus padres misioneros que marchaban a América. Lo ubicación en la calle de las Palmas, muy cerca de la plaza de la Gavidia. Con este centro consiguie-ron que sus miembros no estuvieran dispersos realizando la es-pera, que no causaran molestias a los residentes, ni fueran gra-vosos para la propia comunidad. Más tarde, al aumentar las ne-cesidades, realizaron una nueva fundación en los exteriores de Sevilla, justamente en la vega del Guadalquivir, próximo a la ciudad de Dos Hermanas, centro conocido con el nombre de San Miguel de Montelirio, de bella estampa barroca.

Con posterioridad, y aunque Cádiz venía teniendo una

delegación de la Casa de la Contratación de Sevilla desde 1537, se realizó el traslado definitivo en 1717, y con este cambio de ubicación todas las actividades que se venían realizando río arri-ba del Guadalquivir se desplazaron al entorno de la bahía gadi-tana. Ello motivó que los jesuitas, según los criterios generales que tenían sobre las fundaciones de sus hospicios de misiones,

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desplazaran su situación, hallándonos con nuevas hospederías en Cádiz, y con posterioridad en El Puerto de Santa María.

En 1735, en esta última ciudad, hicieron nueva fundación

que cumplió sus objetivos hasta la expulsión de la Orden de Es-paña en 1767. Durante estos años fue un significativo centro cultural de las ideas ilustradas, donde se debatían, entre misione-ros que regresaban de Europa, otros que iban, los propios espa-ñoles, y los eruditos del entorno, las ideas más avanzadas. Aquí tuvieron su residencia, durante periodos a veces prolongados, muchos de los jesuitas americanos que aparecen en las cartas entre Roche y Sarmiento –fundamentalmente peruanos-, con los que ambos entablaron una profunda amistad, y este hospicio fue el lugar que, dentro de sus escasas salidas, solía visitar el por-tuense.

A modo de conclusión. Camino que siguieron las car-

tas hasta llegar a nosotros. Las cuarenta y seis cartas que conforman este estudio, y

a las que hemos dedicado más tiempo del que en un principio pensamos, fueron escritas entre diciembre de 1747 y enero de 1760, coincidiendo casi con exactitud con el reinado de Fernan-do VI (1746-1759), y en los años de la vida de Roche compren-didos entre los veintinueve y los cuarenta y dos. No fueron, por supuesto, éstas las únicas cartas que se cruzaron, sino sólo son las que hemos podido encontrar, y que fueron remitidas desde El Puerto al convento madrileño de San Martín. Hay periodos du-rante estos años que la correspondencia que hemos hallado es muy intensa, como en el año 1750, y otros exigua, o inexistente, como ocurre con los de 1754 y 1755 en que Sarmiento marcha a Pontevedra, su tierra gallega, a casa de su hermano Francisco Javier, donde debieron llegar las cartas de Roche durante estos años.

El presente trabajo se ha realizado en base a dos objeti-

vos fundamentales: uno conocer aún mejor la biografía del eru-dito portuense Juan Luis Roche, completando el estudiuo que

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con anterioridad habíamos realizado, pues a través de la corres-pondencia epistolar de un autor podemos llegar a descubrir mu-chos aspecto, características y cualidades de una persona que pueden estar ocultos; otro, pensando que pueda servir de base para futuros estudios sobre la sociedad y los hechos acaecidos en la España ilustrada, por las muchas citas y referencias que se hacen en estos escritos. Nosotros, con la dificultad que ha su-puesto el no contar -caso contrario hubiera sido una gran suerte- con las cartas que Sarmiento escribió a Roche, hemos intentado indagar en cada uno de los párrafos que se insertan, pero por supuesto existen referencia que no hemos llegado a detectar, a poder dar explicación, pero que sabemos, a ciencia cierta, que a otros estudiosos del siglo de las Luces les dirán algo más.

También pudiera parecer, que por error, en algunas car-

tas se insiste en un determinado hecho ya referenciado con ante-rioridad. No corresponde esta actuación a un olvido de lo trata-do, sino a la intención preconcebida de tener al lector, en todo momento situado en cada uno de los textos, o también por si se hiciera una lectura selectiva o parcial.

Los escritos originales se hallan en la Academia de la

Historia dentro de una obra de dos tomos titulada Obras origi-nales de personajes y literatos al R.P. Fray Martín Sarmiento, con referencia 9/5761 y 9/5762. En el segundo tomo, y entre los folios 93 al 211, se hallan las de Juan Luis Roche. El que hayan llegado hasta nosotros se lo debemos al también fraile benedic-tino Juan Sobreyra y Salgado, quien al ser destinado, en el año 1777, al Monasterio de San Martín, después de la muerte de Sarmiento, se interesó profundamente por toda la documenta-ción y escritos que existían de su fallecido compañero de orden. Nos dice el propio Sobreyra en el prólogo de la encuadernación de estos dos tomos, que metido en este quehacer llegó el día que “un mofador de mi laboriosidad me presentó algunas arrobas de papeles viejos, de que los más eran cartas escritas al Rmo. Sar-miento, arrojadas por desidia y por desprecio al rincón menos limpio del convento”, siendo entonces cuando se decidió a clasi-ficar todas estas cartas, junto con “muchísimos apuntamientos, dibujos, diseños, planos y humanidades” de su propia mano. El 29 de diciembre de 1786 concluyó el trabajo, y habiendo sido

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admitido como miembro de la Academia de la Historia, donó a la misma esta documentación.

Por último dejar constancia que nuestra actuación sobre

los textos de las cartas ha sido lo indispensable. Cuando lo hemos hecho ha sido para que fuesen más legibles, aplicándoles solamente reglas ortográficas actuales de acentuación y puntua-ción.

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Nº 1.- (Autógrafa) 1747, noviembre, 12. EL PUERTO DE SANTA

MARÍA (Cádiz) Sobre como se inicia la amistad y co-

rrespondencia entre Roche y Sarmiento. Acerca de la linterna de reverberación y de un tratado de electricidad. Obsequio de unas tumbagas.

M. M. Rmo. Padre Fray Martín Sarmiento.

Muy reverendísimo Padre: Aunque sus admirables escritos y

nobles talentos me obligan por toda ley a ser su verdadero amigo y apasionado, no me hallaba muy gustoso en que mi buen afecto no le fuese patente, y no hubiese otra ley en que le obligase (como a mí) a ser mi verdadero amigo. Yo andaba bus-cando solícito alguna travesura por donde lograse prendas seguras de su amor. Mi mucha fortuna, siempre propi-cia, discurrió mejor que yo para mí mis-mo. Una que tuve por ocasión fatal de mi honra fue (¡quién lo pensara!) escalón elevadísimo de mi crédito, logrando la

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afectuosa correspondencia de mi siempre venerado Padre el Maestro Feijoo. Ya lo he dicho todo. VRma. en razón de buen discípulo debe amar a su maestro y a to-das las cosas que él ama, y siendo yo una de ellas, soy por lo mismo acreedor a sus afectos; y así le reconvengo por aquella parte de cariño que me debe con la oca-sión que me ha dado su maestro y mi amigo.6

Mándame que le encamine por su

mano unas simientes de por acá y, obe-deciendo sus mandatos, las tengo pron-tas para remitirlas con el primer expreso o calesero que salga para esa corte, a quien no tiene VRma. que pagarle porte alguno.7

6 Por el contexto del primer párrafo con el que se inician estas

cartas, tenemos conocimiento de la amistad que unía al portuense con Fray Benito Jerónimo Feijoo desde tiempo atrás, y como éste le profe-saba un cariño especial. Deducimos, igualmente, la existencia de una fluida correspondencia entre ambos, y como conociendo las cordiales, cariñosas y profundas relaciones que unían a ambos monjes benedicti-nos, se vale de ellas para entrar en contacto con Sarmiento.

7 A partir de este instante, buena parte de la correspondencia

de Roche con Feijoo se realizará a través del monasterio benedictino de San Martín, donde residía Sarmiento. Los arrieros, cuyos nombres aparecerán a largo de las cartas, que trajinaban desde esta importante ciudad de El Puerto con Madrid, le llevarán las cartas y otros muchos paquetes que le enviaba el cargador a Indias, y será Sarmiento quien se encargará de reenviarlo todo a Oviedo.

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La nota inclusa dice las simientes que llevará, y sólo las remito por su mano para que vea VRma. si le son agradables, que en tal caso yo enviaré otras para nuestro Rmo. Feijoo.

También me he tomado la libertad

de introducir, entre las mismas simien-tes, trescientos reales de vellón en un pa-pelito sellado, para algunos encargos que se me ofrecen, pues le aseguro haber gas-tado más de cien pesos en libros inútiles por no tener en esa villa persona erudita de quien valerme; así le he de merecer que cualquier libramiento que haga no lo satisfaga si le pareciese injusto, empe-zando desde ahora.8

Sobre dichos trescientos reales daré

libranza de ciento al Padre Antonio José Varqueño, de la Compañía de Jesús, para que me compre una linterna de reverbe-ración de las nuevas que han salido, sin llevarme otra atención que una de las circunstancias que se tienen dichas lin-ternas, que es la 9de no hacer humo.10

8 Dijimos que Roche llegó a formar una excelente biblioteca.

En muchas de estas cartas suelen aparecer peticiones para que Sar-miento le adquiera libros que él, por los contornos de El Puerto, no lograba encontrar.

9 Los textos subrayados aparecen de igual forma en el original.

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También estimaré a VRma. que, si le

pareciese, me mande comprar y entregar a dicho Padre, para que me lo remita, el libro nuevo: Ensayo sobre la electricidad de los Cuerpos. En la Librería del Mercu-rio. Traducido del Francés por D. José Varqueño.11

10 Refiere aquí nuestro protagonista la “linterna mágica” que

había sido descubierta en 1640 por el jesuita Atanasius Kircher, con-siderada como el primer paso para llegar al descubrimiento del cine-matógrafo, ya que conseguía proyectar unas imágenes de aspecto fan-tasmales.

Kircher, que fue un científico alemán además de un prolífico escritor, había nacido en 1602, y entre las treinta y seis obras que es-cribió sobre temas muy diferentes, una fue Ars magna lucis et umbral que trataba de astrología y de los eclipses, y en la que describió la linterna que había descubierto años atrás. Estas linternas tuvieron un interés especial entre los eruditos e ilustrados, pues consistiendo su funcionamiento en la proyección de imágenes muy atrayentes que la sociedad no llegaba a comprender como se formaban, fueron utiliza-das para relacionarlas y compararlas con otros muchos fenómenos que se consideraban milagrosos, y que con tanto interés ellos combatían.

11 Roche siempre estuvo muy interesado en el estudio de la co-

rriente eléctrica, por lo que este libro era fundamental para él. Además el Abad Jean-Antoine Mollet (1700-1770), que lo escribió bajo el título de Essai sur l’électricité des corps, lo había presentado en la Academia de las Ciencias de París, exponiendo la utilidad terapéutica que tenían estas corrientes para el tratamiento de la parálisis, aunando en su exposición el tema de la electricidad con el de la medicina, cues-tión ésta por la que el portuense también sentía un atractivo especial.

Efectivamente este libro escrito en francés se tradujo al espa-ñol, y se comercializó en el año de 1747 en la librería Mercurio, aun-que Roche cae en el error de asignar la traducción al Padre jesuita Antonio José Varqueño, cuando su traductor fue Joseph Vázquez y Morales.

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Remito asimismo, entre otras si-

mientes, dos tumbagas legítimas de la China12, que no se me ocurrió otra cosa que enviar más menuda, ni que más in-dique lo fino de mi afecto, en cuya con-sideración se servirá VRma. de admitirlas, o partirlas con nuestro Rmo. Feijoo, perdo-nándome la llaneza y ordenándome cuanto fuere servido para glorioso em-pleo de mi inutilidad.

Nuestro Señor guarde su vida muy

dilatados años. Puerto de Santa María, noviembre

12 de 1747.

B.L.M. de VRma. su más afecto y apasionado servidor

Juan Luis Roche.

12 Sortijas realizadas con una aleación de oro y cobre, de un

color rojizo muy característico, que fueron muy apreciadas en la épo-ca.

En China, mediante la técnica de tumbaga, o también tumba-go, se aleaban proporciones iguales de ambos metales. En la América prehispánica, donde también los orfebres utilizaron esta práctica, la proporción de oro era mayor, oscilando entre el 60 y 75 %. La termi-nación final la realizaban dándole un baño líquido con una sustancia ácida, obtenida a partir de ciertas plantas. Con este tratamiento final se eliminaba la capa exterior de cobre, dejando relucir el oro, y ofrecien-do el aspecto de que toda ella era del metal más precioso.

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Nº 2.- (Autógrafa) 1748, enero, 30. EL PUERTO DE SANTA MA-

RÍA (Cádiz) Cierto suceso ocurrido en El Puerto, en

el que se vieron involucrados muchos miem-bros de las familias más influyentes. Su-puesto milagro en el Monasterio de la Vic-toria, con la aparición de San Francisco de Paula.

M.M. Rmo. Padre Mro. Fray Martín Sarmiento.

Muy Rmo. Padre: No soy yo a quien sus santas y

humildes epístolas, ni aun el trato más familiar, tienen de hacer considerarle como quiere y desea que le consideren, mientras no cambia su espíritu, nombre y sabiduría con mis pobres talentos. Enton-ces si que diré que la inutilidad de VRma. es muy nimia, y por lo mismo muy rígida su abstracción de todo comercio huma-no, y en cuanto esto no llegare, siempre daré al Cesar lo que fuere suyo.

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No he podido antes dar cumpli-miento, como debía, a sus muy aprecia-bles del 12 del pasado y 2 del corriente, por un gravísimo cuento que se levantó aquí entre las principales personas de es-te pueblo, mis amigos y conocidos, sobre un casamiento. En él se halla metida la Inquisición de Sevilla, el Juzgado Ecle-siástico, el Asistente, la Audiencia y va-rios Prelados, y presto se hallará el Rey y el Pontífice si no se componen antes. To-dos los días de vacaciones y el de Navi-dad estuvieron abiertos los referidos tri-bunales, y fueron presos algunos marque-ses, regidores, caballeros y sobrinos de vi-rreyes, inquisidores y arzobispos, con to-dos sus criados y amigos. Las postas se cruzaban a varias partes de España, en tanto, que en menos de ocho días, se es-tropearon más de cincuenta caballos de la caballeriza de una de las partes. La Inquisición quiso apresurar el casamien-to, pero se le opuso la Iglesia, y se apeló a la Suprema por varias prisiones que hizo el dicho Tribunal sin pertenecerle, ni aun tener delito ninguno los presos, sobre cuyo asunto y otros se hicieron varias juntas de teólogos y abogados. Yo me salí de la ciudad luego que vi. que no había composición para observar una perfecta neutralidad, y excusarme de enemigos y de ser arrestado, o pretendido para algo, como fueron otros por no haber tenido

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tan buena elección, de lo que doy a Dios infinitas gracias,13 aunque se me haya

13 Mucho hemos indagado, sin haber tenido la suerte de averi-

guar, a que matrimonio se refiere. Fue ciertamente un acontecimiento de gran relevancia, como veremos más tarde, en el que se vieron invo-lucrados, principalmente, miembros de la familia Vizarrón. Fueron estos los de la rama de la Santa Caridad, y como quiera que Roche prestaba sus servicios con sus otros familiares los de la Casa de las Cadenas, es comprensible su temor a verse envuelto en la cuestión, como ocurrió con otras muchas personas del entorno.

En el centro de toda la trama se hallaba Bernardino María del Rosario Vizarrón y Valdivieso, y su hermano Juan José Antonio, cu-yos perfiles responden perfectamente, entre otros, a las referencias que se señalan en la carta: “regidor, caballero y sobrinos de virreyes”.

Ambos hermanos eran hijos del primer matrimonio, de los tres que contrajo, Pablo Miguel Vizarrón Eguiarreta con Catalina Josefa de Valdivieso. Bernardino heredó de su padre una regiduría perpetua de la ciudad y el cargo de Alguacil Mayor del Santo Oficio. Más tarde fue Alguacil Mayor de la Real Justicia y contador público. Así, en palabras de Castañeda Delgado (1998), “Era Don Bernardino una autoridad local destacada, aunque sólo gozó los honores, dejando el ejercicio en manos de un teniente”. Su hermano, Juan José Antonio, se hallaba soltero, contrayendo dos años después, en 1749, matrimonio con Josefa de Alarcón y Rivas.

Un hermano de Pablo Miguel, fue el conocido arzobispo y vi-rrey de Nueva España (México) Don Juan Antonio Vizarrón, por lo que consecuentemente ambos hermanos eran sus sobrinos.

En toda esta familia de cargadores a Indias que se asentaron en El Puerto a mediados del siglo XVII, con fines preconcebidos, se realizaron una serie de cruzamientos matrimoniales endogámicos, por lo que bien pudiéramos pensar que en el fondo de toda la cuestión hubiese algo sobre este particular.

Lo cierto es que casi un año después de ocurrir los hechos, y según se desprende de las actas de Cabildo de la ciudad de El Puerto, correspondiente a los días 29 de noviembre y 12 de diciembre de 1748, en sus folios nº 158 y 162, se expone como Don Bernardino se halla preso y con orden de pasar al presidio de Ceuta, y su hermano asimismo privado de libertad y pendiente de ser remitido al también presidio de Orán. Del mismo modo había recaído orden de destierro sobre los caballeros Don Bernardino de Medina, Don José de Pineda y Don Domingo de Ullate.

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seguido mucha demora por no asistir a tiempo de embarcar alguna cosa en die-cinueve navíos que salen convoyados pa-ra Indias, y son los únicos que han sali-do con alguna seguridad desde que em-pezaron las guerras.14

Ante esta situación, y la relevancia local de los miembros en-

cartados, Don Martín de Reinoso y Mendoza, del Orden de Calatrava, regidor preeminente, Alcalde y Gobernador de las Casas Capitulares y Procurador Mayor, en nombre de la Ciudad solicitó clemencia real “pidiéndole se mandare suspender el castigo, y que se les oiga en jus-ticia su defensa a los cargos que se les han hecho…”

El 12 de diciembre de 1748, algo menos de dos semanas des-pués de iniciase la petición de indulto de Don Bernardino, de su her-mano Don José y de los demás condenados, comunicaron estos a la Ciudad “lo agradecido que todos se hallaban por haberse interesado en el alivio que han conseguido en el levantamiento de presidios y destie-rros a que habían sido destinados por Su Majestad…”

14 La cita es sobre la guerra anglo-española que tuvo lugar en-

tre los años 1739 a 1748, y que es conocida como la de “la Oreja de Jenkins”. En el fondo de la contienda subyacía las diferencias de in-tereses comerciales de ambos reinos en sus respectivos imperios colo-niales.

El sistema de flotas establecido por la política de Felipe V no dio los resultados que eran previsibles, siendo motivo de ello el con-trabando, o comercio fraudulento, que realizaban un buen número de barcos bajo el apoyo de las autoridades británicas. Esta situación mo-tivó que España concediera a diversos navíos patente de corso a fin de controlar la navegación y vigilar sus costas americanas. Fruto de esta vigilancia fue la captura de diferentes buques ingleses que actuaban de forma ilegal, motivando el correspondiente enfado del gobierno que los protegía.

La declaración de guerra partió de la Cámara de los Comunes, donde se debatió el incidente ocurrido en las aguas del Caribe entre el corsario inglés Jenkins y los barcos españoles que le apresaron, al mando del español Juan León Fandiño. En dicho episodio, una vez comprobada la actividad engañosa que realizaba el navío capturado, condenaron a su capitán a la amputación de una oreja, que éste llevó

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Doy a VRma. mis agradecimientos por

lo mucho que se sirve interesar en mis co-sas, dando entero y pronto cumplimiento a mis súplicas, de cuyo honor quedo re-conocido y obligado para siempre, de-seando que me ordene cuanto fuere gus-toso en su servicio.

Ya dije a VRma. en mi antecedente

que, en medio de mis muchas ocupacio-nes, no se me ocurrió de pronto cosa que enviarle en aquel corto huequecillo que dejaron las simientes y, sin reflexión par-ticular, puse las tumbagas, que como

hasta Inglaterra y presentó en la Cámara con el mensaje que, según se cuenta, le dio el capitán español: “Decidle a vuestro Rey que del mis-mo modo obraré con él si del mismo modo se atreve a actuar.”

De inmediato comisionaron al Almirante Edward Vernon para que partiese hacia Jamaica, y desencadenase un ataque sobre las colo-nias españolas. El objetivo elegido fue la ciudad de Portobello, a don-de arribaban los “galeones de Tierra Firme” que partían de la bahía gaditana. El 2 de diciembre de 1739 fue atacada la plaza, que se tomó sin dificultad, aniquilando todas sus defensas. Fue el inicio de un pe-riodo de hostilidades que duró nueve años, durante los cuales, como reconoce el propio Roche, no se organizaron convoyes protegidos o “flotas” por motivos de seguridad. Las fechas de las salidas de los barcos en la Carrera de Indias estaban prefijadas, así como sus rutas, de aquí que su localización resultase fácil por parte de las fuerzas enemigas que se apostaban a esperarlos.

Durante estos años, y para compensar la falta de transporte marítimo comercial, fueron los propios cargadores a Indias quienes dispusieron los navíos de registro, sin escolta y bajo su única respon-sabilidad. Para ello eludieron en su navegación la zona del Caribe, donde se encontraban los contendientes, y optaron por la ruta del Cabo de Hornos.

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ajenas de la modestia de VRma., por lo mismo conocería que no era otra cosa si-no poner por poner, lo que sólo puede ser-vir para el mozo que barra el cuarto. Mas, para su curiosidad, le noticio que aquí las he visto puestas a varios religio-sos descalzos, cosa que en otras partes no sucede.

Muy pocos aficionados a las buenas

letras se podrán gloriar como VRma. de no haber malbaratado algunos reales en la elección de libros nuevos y viejos, aplau-didos y reclamados por las Gacetas, ma-yormente careciendo los españoles de un Diario que los alumbre en el viaje de la erudición, cuando los tenemos de sobra para Jerusalén, y las calles y Consejos de la Corte. En fin, aquí se descubre la gran formalidad con que procede VRma. en to-das sus acciones, y celebro de que ni aun quiera exponerse a la ocasión de cometer tan pesada ligereza.

No es menester ni aun abrir sus doctísimas cartas para lograr prendas de la referida formalidad, y perder de grados su exquisita pulcritud. Para mí el más mínimo desperdicio suele ser un espejo de nueva invención, en que registro las interioridades del sujeto para contemplar su bondad. Pero al mismo tiempo soy torpe, y muy torpe, para imaginar malicia, sin embargo de los

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sin embargo de los infinitos mentecatos que me han engañado.

Decía pues, que en las cubiertas de

sus muy apreciables epístolas para mí se registra lo primero la dirección al reino de Andalucía, cosa que excusan todos el ponerla, por ser una ciudad y puerto de tanto nombre, que sin esas circunstan-cias llegan las cartas de todo el mundo sin perderse. Más con todo eso, por con-templar que cada día hay oficiales nue-vos en los correos y mil equivocaciones en la geografía, es muy buena advertencia el acostumbrarlo. Pero lo otro de poner 12 maravedíes cuando el pícaro del asentista lleva 20, ¿cómo podrá pasar? Sin duda VRma. quiere deshacer este en-tuerto y mal abuso moderno (que no sólo las antiguallas padecen esta nota), pero temo que se quede no más con la gloria de haberlo emprendido.

Los correos de aquí cobran farda

también por echar las cartas, y así llevan por las sencillas a Madrid 16 maravedíes, a Galicia 28, y para fuera de España 136. Considere VRma. a este tenor que llevarán por sacarlas, pues hay cartas que cuestan 30 y más pesos, siendo de bulto de un Mercurio poco más, y aquí se conoce ser ésta una gente impenitente y relaza que

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no admite las formalidades de los hom-bres de bien en los sobrescritos.15

Los dos pliegos que dice VRma. le em-

bocaron, velis nolis,16 por tercera mano, se vinieron a reducir, o por mejor decir a ensanchar, en un tomo de 4º de bastante volumen. Yo me puse a leerlo con alguna

15 La historia del Correo Postal se pierde en la memoria de los

tiempos, pero centrándonos en el periodo previo al que estas cartas fueron escritas, podemos decir que durante los siglos XVI y XVII, las comunicaciones escritas se enviaban contratando a una persona para tal fin, normalmente un arriero, que utilizando el servicio de “postas” hacia llegar el encargo a cambio de cierta cantidad de dinero.

Más tarde, en los inicios del siglo XVIII, y ante el caos en que se hallaba el funcionamiento postal, el servicio de correos se va trans-formando en un servicio público, sobre todo a partir del año 1706 en que el rey Felipe V incorpora esta función a la Corona con el fin de mejorar las finanzas reales, para con posterioridad subcontratar la actividad con asentistas que, según las zonas, establecían las tarifas. En 1718 se creó la Administración General de Correos y Postas del Reino, y dos años después, el 23 de abril de 1720, se estableció el ”Reglamento General para la Dirección, y Govierno de los Oficios de Correo Mayor, y Postas de España”. Es el periodo de los franqueos previos, abandonándose la antigua costumbre de ser el destinatario el que sufragara el importe al recibo del escrito, y son los años donde nos encontramos ya con los correos urgentes.

En El Puerto de Santa María, en 1752, y según se despende de un memorial inserto en las actas de Cabildo de dicha ciudad de fecha 10 de junio, un grupo de comerciantes y hacendados expusieron a la Ciudad los graves perjuicios que se les seguía por parte del Recauda-dor de la Renta del Correo, al haber suprimido el correo urgente con la ciudad de Cádiz. Este servicio más que urgente era inmediato, pues una vez depositada la carta, velozmente, un empleado embarcaba en un falucho y atravesando la bahía, llevaba la comunicación a su desti-no.

16 A la fuerza, sin su consentimiento.

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diligencia porque sabía que lo estaba examinando el Santo Tribunal, y por lo mismo, sospechoso de las resultas, habiendo pasado a Cádiz, mandé me lo llevase un mensajero, quien por desgra-cia encontró a un clérigo tronera mi co-nocido, y habiéndolo abierto y leído por una parte en donde decía: que no creyé-semos que ningún justo había peligrado a la hora de la muerte habiendo sido verdaderamente tal, por más que las his-torias lo asegurasen hizo tales extremos, que no paró hasta dar con él en manos de los superiores, quienes los mandaron recoger todos, por cuyo motivo me quedé sin pasarlo.17

17 Roche fue corresponsal en El Puerto, en Cádiz, y en sus al-

rededores, de los escritos de varios eruditos con los que mantenía co-rrespondencia, fundamentalmente de los del padre Sarmiento y de Feijoo, como ya hemos hecho mención. Consistía su cometido en, una vez recibidos los escritos o comunicaciones, realizar las copias nece-sarias para hacerlas llegar a otros eruditos, y a cuantas personas pudie-sen estar interesadas en los temas que ellos debatían y trataban, y todo dentro del objetivo fundamental de formar una sociedad más sabia que condujese a España a salir del atraso cultural en que se hallaba.

Tengamos presente, que el propio Feijoo decía escribir en es-pañol y no en latín, como solían hacer las personas cultas del momen-to, para que sus escritos llegasen a muchas más personas.

También observamos el gran dilema que cubrió toda la vida del erudito Roche. Su religiosidad y su deseo de renovación a veces le situaba enfrente de la Iglesia a la que pertenecía, y consecuentemente opuesto, en muchos de sus planteamientos, al Tribunal de la Inquisi-ción, del que más tarde formaría parte.

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Muchos días ha que tengo reconoci-da la falta de libros españoles que con alguna extensión traten de Botánica, co-sa tan curiosa como esencial, pero a mi ver algo ardua si se tiene de tratar como se debe. Aquí me hallo con algunos rega-los de Indias en materia de vegetales, y no me sirven de nada por ignorar sus virtudes, y aun de muchos sus propios nombres, siendo así que tengo empleado grande tiempo en leer libros médicos, de los cuales me glorio haber sacado el fruto que muy pocos sacan, pues no habiendo leído crítica alguna sobre esta facultad, hice el mismo juicio que hicieron los autores más capaces, como lo admiré después en sus doctísimos escritos. 18 Ya por acá los médicos están más indulgentes con los remedios caseros y simples. A la planta que llaman calaguala19 le han

18 Afirmamos que Sarmiento marcó y dejó una profunda hue-

lla en Roche, sobre todo en lo relacionado con la Botánica, materia en la que el monje benedictino tenía unos profundos conocimientos. Sin embargo observamos aquí como el portuense es el que trae a colación sus inquietudes sobre las plantas, que eran anteriores al establecimien-to de las relaciones de amistad entre ambos, y que ya había tratado con su maestro el Padre Feijoo. Recordemos el segundo párrafo de la carta anterior: “Mándame que le encamine por su mano unas simientes de por acá…”

19 La calaguala es un helecho de unos 40 cm. de altura que

crece entre musgos, rocas, y en las oquedades de los árboles donde existe un alto grado de humedad y poca luz de los rayos del Sol. Se utilizaba como expectorante, para combatir la tos y para otras dolen-cias del pecho.

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dado tanto crédito, que sólo yo en este re-ino tengo dos onzas. Es sin duda admi-rable para la calentura continua y toda la enfermedad del pecho; de manera que ningún remedio de la botica se puede comparar a ella, y a este símil hay otras algunas de Indias con singulares virtu-des.

De los higos del plátano no se me

ocurre otra cosa, sino la especial de ser dañosísimo el aguardiente con ellos, y así los que tienen experiencia beben agua cuando los comen, y echándolos en el aguardiente crían gusanos y pronta-mente se corrompen; cuyo efecto no es tan admirable como la siguiente novedad.

Ahora Rmo. Padre hay otra cosa que

me tiene con un dolor de cabeza bastan-te grande. La religión mínima ha hecho causa propia la defensa de la falsa apa-rición de San Francisco de Paula en esta ciudad. Sacó a la luz un papel negando que los experimentos practicados por los inteligentes prueben ser natural la vi-sión. Viene sumamente injusto porque falta a la verdad del hecho, o no corres-

Como era frecuente encontrar dicha planta sobre viejos y ro-

bustos robles, se pensó que éstas adquirían la fortaleza del árbol, sien-do más valoradas éstas para la medicina que las que se hallaban en otros lugares.

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ponde a lo que promete en el título, y en suma no da satisfacción ni a la vigésima parte de mis pruebas, y lo que más es, ni me nombra a mí, ni le da el honor que merece a Don Antonio Norberto de Azpil-cueta, que fue el que después que yo examinó el pretendido milagro. Tampoco trae el dicho papelón las licencias nece-sarias, pues sólo pudieron conseguir, a repetidas instancias, las del Juez de Im-prentas.20

20 El 6 de junio del año anterior de 1747 ocurrió cierto aconte-

cimiento en el Monasterio de la Victoria de los Padres mínimos de la ciudad de El Puerto. En opinión de los monjes, y de otros fieles que se hallaban presentes, durante la celebración de la Santa Misa en la Oc-tava del Corpus Cristi, se apareció, dentro de la custodia, la figura de San Francisco de Paula, por lo que consideraron dicha visión como un hecho prodigioso.

De inmediato los frailes, en reunión convocada con otros miembros de las comunidades religiosas de El Puerto, y a la que asis-tió el Capitán General de las Costas de Andalucía, conde de Roy de Ville quien tenía su residencia en esta ciudad, solicitaron del notario apostólico Don Juan Trujillo, que también formaba parte del grupo de reunidos, que considerase los acontecimientos como milagrosos. Sin embargo éste se manifestó en el sentido de que previamente persona experta en ciencias Físico-Matemáticas debería emitir un informe exhaustivo al respecto, en que hiciese constar que nada natural inter-venía en las apariciones.

Solicitaron la colaboración de Juan Luis Roche, quien realizó una serie de pruebas y comprobaciones haciéndose acompañar por Antonio Norberto de Azpilcueta, capitán del navío Jorge, pero sobre todo hombre erudito versado en las ciencias Físico-Matemáticas, en especial en Óptica, manifestando no ser un hecho milagroso, no obs-tante no poder precisar con exactitud cuales eran las causas que lo producían.

Dicho informe motivó un enorme enfado entre los mínimos, quienes solicitaron un nuevo parecer al Padre Fray Miguel Cabrera, erudito y miembro de su propia comunidad, quien había tenido un

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Para este desempeño dicen que bus-

caron al hombre más sabio de la reli-gión, pero con todo eso su lógica y ma-temática, a lo que pienso, ella misma se destruye. Y aunque es imposible que arrastre dicho papel a ninguna persona de este pueblo, yo tenía lindas ganas de responderle informando a todos de la verdad del hecho, y darle la respuesta que merece en los términos más políticos. Unos me dicen que no y otros me dicen que sí. Los primeros son los más, y los más doctos; pero mi celo por la verdad (aun-que seglaresco) es tan eficaz que no sé si lo podré detener en servicio de aquella verdad eterna que contemplo sumamente ofendida, de aquel imprudente ardor

protagonismo relevante en los funerales celebrados en el convento con motivo de la muerte de Felipe V. El contrainforme apareció finalizan-do el año de 1747, unos cinco meses después de ocurridos los hechos, bajo el título de Parecer del Rmo. Padre N. Lector Jubilado del Orden de Mínimos, en que demuestra, que las razones que se alegaron y las experiencias que se hicieron para averiguar la naturalidad de la ima-gen de nuestro Padre y Patriarca San Francisco de Paula, aparecida, según se supone, en la distancia del viril en que estaba la Majestad Sacramentada, en la infra octava del Corpus, y otros días, en el Con-vento de la Victoria del Puerto de Santa María en este año de 1747, no prueban la naturalidad pretendida. Escribiéndolo por orden de su provincia, quien lo da al público.

A partir de dicho momento, y por un dilatado espacio de tiem-po, se entabló un profundo debate entre ambos personajes, traspasan-do es ámbito local y regional, para establecerse en las academias de las que ambos eran miembros.

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con que algunos califican de milagros las más vulneradas apariencias, en des-honor gravísimo (como mejor sabe VRma.) de nuestra Santa religión. Al fin, tengo intención de formar la respuesta en des-ocupándome de algunas dependencias, y después con mejor consejo (del que me hará favor VRma. por los méritos de mi afecto y pocas babas) veremos lo que hemos de hacer; sin que para esto tenga intención de valerme de más de cuaren-ta cartas de personas doctísimas y digní-simas que aprueban cuanto ejecuté, por-que fuera como villanía (a lo menos pa-ra mí) el ser amigo de sacar al baile los amigos.

Mucho he detenido la atención de

VRma. en esta impertinente cuanto dilata-da carta, pero ya no tiene remedio, y así en recompensa le suplico me ordene, sin ceremonia alguna, cuanto gustare y mi inutilidad pudiere, ínterin ruego a nues-tro Señor guarde su vida muchos años.

Puerto de Santa María, enero 30 de

1748

B.L.M. de VRma. su muy Afto. y ren-dido servidor

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Juan Luis Roche

Posdata Cuando a VRma. se le ofreciese escribir

al Rmo. Padre Feijoo le suplico me ponga muy a su obediencia, y que ruegue a Dios por las paces, y se duela de las contradic-ciones que padezco, como yo me he doli-do y duelo de las suyas.21

21 Feijoo, a causa de sus duras críticas sobre muchos aspectos

de la sociedad en que vivía, levantó fuertes polémicas, y tuvo enérgi-cas impugnaciones a su obra. La primera fue en 1729, recién editado su segundo tomo del Teatro Crítico Universal, por el gaditano Salva-dor José y Mañer (1676-1751), con una publicación titulada Anti-Theatro Crítico en que incluía unos 70 errores en los que, a su pare-cer, había incurrido el polígrafo benedictino. Ésta actuación le produjo un profundo malestar, llevándole ese mismo año de 1729 a responder-le con su Ilustración apologética, donde en algunos momentos deslizó su pluma con una dureza que rayó la ofensa. Una vez publicado el tercer tomo del Teatro, en 1731, volvió a intervenir Mañer con la se-gunda parte de su Anti-Theatro, afirmando ahora que las faltas encon-tradas se acercaban al millar, motivo por el cual su compañero y ami-go Fray Martín Sarmiento se vio obligado a salir en su defensa.

Con posterioridad, y a ésta es la referencia que hace Roche en su carta, recibió las críticas del fraile franciscano, cronista general de su Orden, Francisco Soto y Marne. En los años 1748 y 1749 dio a la prensa sus Reflexiones crítico Apologéticas sobre las obras de Feijoo, en dos volúmenes, atacando al autor del Teatro Crítico no sólo en temas científicos, sino en el plano personal y religioso. Esta publica-ción dio origen a una serie de fuertes disputas entre eruditos e ilustra-dos, que se posicionaron bien a favor o en contra, llegando a intervenir el mismísimo rey Fernando VI, quien se manifestó en 1750 a favor de

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Ésta es otra como la aprobación que dio VRma., que tan cara le costó en desve-los y desazones inevitables, sin meterse con nadie, ni ser amigo de pleitos.22

Feijoo, prohibiendo las críticas por considerarlas “inicuas acusacio-nes”.

Aunque estamos en los inicios de 1748, y la obra de Soto Marne aparecerá varios meses después, Roche ya tenía conocimiento de ella a través de las copias que le habían hecho llegar otros eruditos.

22 Comenta Roche en la carta como su ya amigo el Padre Sar-

miento salió en defensa del Padre Feijoo, como expusimos en el pró-logo, con su publicación Demostración crítico – apologética del Tea-tro Crítico Universal en el año 1732.

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Nº 3.- (Autógrafa) 1748, abril, 8. EL PUERTO DE SANTA MARÍA

(Cádiz) Sobre la construcción, por su parte, de

una máquina eléctrica. Remisión de una car-ta, con algunos otros objetos, a Sarmiento para que los reenvíe a Feijoo. Acerca de cierto milagro del Santísimo Sacramento.

M. M. Rmo. Padre Fray Martín Sarmiento.

Muy Rmo. Padre: Deseo que ésta le halle con toda la

salud. El librito que VRma. fue servido re-mitirme es muy bueno, y la traducción de las mejores que he visto en España.23 Mandé construir la máquina eléctrica y, aunque me costó mucho trabajo el lidiar con los artífices, me salió a mi gusto y quedo ciertamente admirado de sus efec-

23 Creemos se refiere a la Física Eléctrica del Doctor D. Beni-

to Navarro, a quien Feijoo elogia en el Tomo IV, carta 25, de sus Car-tas eruditas, junto con el Ensayo sobre la electricidad de los cuerpos del Abad Mollet, ya citado con anterioridad.

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tos.24 Cuando estaba en estas cosas, se me ocurrió si se podría reducir el fenómeno del torpedo a los de la electricidad. Des-pués hallé que las experiencias de uno y otro no se acomodaban acordes. 25

24 Sobre la construcción de esta máquina eléctrica, el teólogo,

compañero de academias y censor de su obra Disertación médica- moral sobre el limitado poder de los abortivos, Don Francisco Buen-día y Ponce, manifestó que “…con delicado gusto y gran costo ha tenido en conducir y formar máquinas físicas-matemáticas y otras, con puntual conocimiento de su manejo, y aun añadiendo nuevas inven-ciones a su fábrica.” Y el mismo Roche, en el Prólogo Apologético de su Nuevo Systema sobre la causa Física de los Terremotos, se mani-fiesta como “…práctico en los fenómenos eléctricos, y acaso el prime-ro que entre los nuestros hizo máquinas eléctricas, con diferentes tér-minos, a similitud de las naciones más cultas de Europa.”

25 Los griegos ya tuvieron constancia de la energía eléctrica, y

el propio Aristóteles la citó haciendo referencia al pez torpedo, que es conocido vulgarmente en las costas gaditanas como “tembladera”, sin poder dar una explicación coherente a las descargas que emitía. Mas ahora, en el siglo de las Luces, los eruditos se centran en el estudio de esta forma de energía. Feijoo le dedica varios apartados en sus publi-caciones, y en las Memorias de Trevoux suelen aparecer, con asidui-dad, escritos al respecto. De aquí que Roche investigue y experimente sobre los efectos de ambas energías, llegando a la conclusión de que tienen características semejantes, pero también sensibles diferencias.

Somos de la opinión que Roche empleo para su máquina un generador electroestático (de “fricción”), con el que produjo las cargas eléctricas. Consistía su funcionamiento en la rotación de una esfera de azufre que se hacía girar mediante una manivela, sobre la cual se in-ducía una carga al apoyar una mano sobre la misma. Conectando los polos de dicho generador a una botella de Leyden (Pieter Van Muss-chenbroek (1745), se almacenaba la electricidad estática, y se podía producir una descarga sobre un objeto.

Mediante este sistema generó una corriente de mayor intensi-dad que la producida por el pez torpedo.

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La “Linterna Mathemática”, con mucho privilegio de Su Majestad, es de las mayores maulas que visto en mi vida. Ya la tengo arrumbada porque ni es Ma-temática ni corresponde a nada de lo que ofreció su autor.

La carta inclusa, con todo lo de-

más, estimaré a VRma. se la remita a nues-tro Padre Feyjoo después de leída. .

Cuando VRma. no tuviere que hacer, le estimaré me diga si sabe si hoy perseve-ra un milagro del Santísimo Sacramento que se halla en un monasterio de su or-den en Flandes, y lo trae el Flos Sancto-rum Benedictino: Tomo 3º, pág. 148, año de 1317, día 25 de julio. Y también que es lo que siente sobre él, aunque esto último sin noticias frescas es dificultoso.26

26 Fueron los “flos sanctorum” un tipo de narrativa medieval

sobre la vida de los santos, respondiendo a lo que conocemos como la hagiografía.

Durante la Edad Media fue el género narrativo más abundante, arrancando sus orígenes, en los inicios del siglo XIII, del interior de los conventos donde los autores al escribir estos santorales compagi-naban los elementos biográficos con los sobrenaturales, resultando su contenido de gran interés para los fieles seguidores de una determina-da comunidad religiosa, o del cristianismo en general.

Con posterioridad en el siglo XIV, y ya en Siglo de Oro, a to-dos estos manuscritos se les realizaron abundantes copias, las cuales, una vez impresas, fueron demandadas como libros de lecturas.

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Y repitiéndome a su obediencia, con toda voluntad quedo con la misma ro-gando a nuestro Señor guarde su vida muchos años.

Puerto de Santa María, abril 8 de

1748

Rmo. Padre. B.L.M. de su Rma. su muy afecto y muy

obediente servidor Juan Luis Roche

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Nº 4.- (Autógrafa) 1748, mayo, 13. EL PUERTO DE SANTA MARÍA

(Cádiz) Algunos hechos considerados milagrosos y

su relación con los acaecidos en el Monas-terio de la Victoria de El Puerto. Los Di-aristas y Feijoo.

M. M. Rmo. Padre Fray Martín Sarmiento.

Muy Rmo. Padre y dueño estimado: Por la muy estimada de VRma. veo

como se sirvió remitir mi carta al Rmo. Fei-joo, de quien ya he tenido respuesta como verá VRma. por la inclusa que asimismo le estimaré me encamine.

Las noticias que deseaba del mila-

gro no eran esenciales, pues sólo era por haberlo citado y temer que me lo diesen por falso, supuesto que yo también pongo objeciones a los que han citado en contra mía, que son el del toro de San Marcos, el de la Virgen de Utrera, Chile, Nieva, y

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unos cangrejos que trae el Padre Nierem-berg.27

27 Roche sigue, y seguirá durante muchos años, a vueltas con

el supuesto milagro del Monasterio de la Victoria, teniendo siempre presente al Padre Feijoo, tanto en sus planteamientos, razonamientos y manera de obrar. Muchas fueron las horas que dedicó a leer y releer los discursos del Teatro Crítico Universal y las comunicaciones de sus Cartas eruditas y curiosas. En el año 1740, siete años antes de ocurrir los hechos que tanto a él le impresionaron y tantos disgustos le traje-ron consigo, se publicó el primer tomo de las Cartas, y en la XLIII hay manifestaciones que el erudito portuense asume totalmente: “¿Cuántos Párrocos, por dar fama a alguna Imagen de su Iglesia le atribuyen Milagros que no han habido?”; y añade que en todas estas situaciones “…debiera tener[se] presente para su observancia la sabía disposición del Santo Concilio de Trento, que manda no admitir mila-gro nuevo alguno, sin proceder examen y aprobación del Obispo”, para más tarde, abundando en lo manifestado, decir que “El severo cuidado de los Padres del Concilio quisieran se pusiesen en el examen de los Milagros, muestra que consideraron de una suma importancia para el crédito de la Iglesia [en] evitar los fingidos”.

En noviembre de 1747 apareció un nuevo informe sobre el su-puesto hecho prodigioso, estudio que los padres mínimos habían soli-citado, esta vez, de un miembro de su propia comunidad: el Padre Cabrera. Éste, entre las muchas exposiciones que insertó para dar por bueno el milagro, adujo otros hechos semejantes a los ocurridos en El Puerto, considerados como portentosos. Son algunos de los que aquí se citan, los cuales, de una u otra manera, habían sido estudiados y combatidos por el propio Feijoo. Analicemos algunos de ellos:

a) El Toro de San Marcos La costumbre de correr toros se pierde en la memoria de los

tiempos y ha ido siempre unida a los habitantes de la Península Ibéri-ca, de tal forma que en las Cantigas de Santa María, del Rey Alfonso X El Sabio (1221-1284), en la composición 144, describe una de estas corridas por las calles del pueblo de Plasencia (Cáceres), con motivo de una boda. Según la costumbre, dentro de los festejos, se hacia lle-gar al toro hasta la misma casa de la novia.

De aquí que no resulte muy extraño que por varias ciudades de Extremadura se extendiera, con algunas variantes, el culto al Toro de San Marcos.

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Consistía la celebración en que, la víspera de la festividad del

Santo, el mayordomo de la cofradía, o el oficiante de los Divinos Ofi-cios, subía al monte donde pastaban las reses, y dirigiéndose a un toro de los más bravos al momento se volvía incomprensiblemente dócil y le seguía hasta la iglesia, introduciéndose en su interior, donde se le agasajaba poniéndole guirnaldas y roscas de pan en la cabeza. Una vez concluido los Oficios, de repente, el animal recobraba toda su fiereza y, en el camino de regreso al monte, intentaba cornear a cuantas per-sonas u objetos hallaba.

Feijoo, no admitió nunca tales hechos como milagrosos y le dedicó tres publicaciones, dos dentro del Teatro Crítico Universal en los tomos III y VII (Discurso 8º), y más tarde en sus Cartas eruditas y curiosas en el tomo V, carta 15.

b) La Virgen de Utrera El escritor clasicista Rodrigo Caro (1573-1647), natural de la

villa sevillana de Utrera, narra en su Relación de las inscripciones y antigüedades de la villa de Utrera (1622) la historia de su Patrona, la Virgen de Consolación. Su fama y devoción milagrosa arranca de los inicios del siglo XVI, exactamente en el año 1507, en que afirma que una sevillana viuda, que vivía con otras mujeres de su mismo estado, fue salvada de una epidemia de peste por una imagen de la Virgen que veneraba en su casa. Con posterioridad, al ser la única que sobrevivió a la enfermedad, marchó a Utrera donde tenía una hija casada, llevan-do consigo tan preciada joya. A su muerte, y la de su hija, pasó la imagen al convento de las religiosas dominicas, donde compartió altar con otra Virgen que ya tenían allí las monjas. Más tarde fue trasladada a una pequeña ermita, bajo la advocación de Nuestra Señora de Con-solación. Después de diversas vicisitudes, y del abandono en que esta-ba la efigie traída de Sevilla, llegó a la ermita un monje portugués llamado Antonio de Santa María, quien viendo la dejadez en que se hallaba la Virgen, tomó por misión atenderla y adecentarla. A tal fin salió un día de marzo de 1558 a pedir limosna para sí y para la lámpa-ra que debía estar ardiendo delante de la Imagen, pero que se hallaba apagada por falta de aceite. No consiguió su objetivo, acostándose desconsolado por no haber sido capaz de hallar los medios para en-cender la lámpara de la Virgen. Durante la noche se despertó sobresal-tado y pudo observar que, a pesar de no haber amanecido, la estancia de la Virgen estaba iluminada. Se acercó temeroso a la lámpara y la halló llena de aceite y toda encendida, observando que de los apliques de la misma brotaba el óleo, sin que llegara a consumirse no obstante

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estar ardiendo. En principio guardó silencio el monje de lo ocurrido, pero como viera que el aceite no se gastaba, no pudo guardar por más tiempo su secreto comentándolo a las autoridades religiosas y a los habitantes de la villa, los cuales tomaron el acontecimiento como mi-lagroso, acudiendo en tropel a visitar a la Imagen y pedir su interce-sión.

c) La Virgen de Nieva Sobre esta imagen de la Virgen, “protectora contra rayos y

centellas”, cuenta la tradición que en el mes de septiembre de 1392, al pastor Pedro Amador que llevaba como todos los días su ganado a pastar a un pizarral cercano al pueblo de Nieva (Segovia), se le apare-ció la Virgen, transmitiéndole una serie de mensajes. A partir de en-tonces fue conocida esta Virgen como la de Soterraña, por haber sido encontrada bajo tierra, después que los cristianos, ante el temor de que cayese en manos musulmanas durante su invasión, la enterrasen.

En el lugar de la aparición, la reina Leonor de Lancaster edifi-có una gran abadía para su culto, propagándose su devoción por toda Castilla. Años más tarde se establecieron allí los dominicos, tomando a la Virgen por su protectora, que tenía en el brazo izquierdo a su Di-vino Hijo y en su mano derecha un rayo, señal de que este fenómeno meteorológico no haría daño a ningún cristiano que implorara su pro-tección.

Feijoo, en el Tomo II, carta XXVII, de sus Cartas eruditas y curiosas dice “Que en el convento de Santo Domingo que hay en el lugar de Nieva, distribuyen, ya en estampas, ya en medallas, copias de aquella Sagrada Imagen a cuantos la solicitan debajo del supuesto de ser cada una de ellas un milagroso preservativo de los rayos…”, para seguidamente analizar las situaciones que se dan con los fieles, y po-niendo en entredicho que dichos objetos fuesen milagros, y que pudie-ran estar a salvo de rayos las personas por el simple hecho de portar una estampa o medalla de la Virgen.

d) La referencia a los cangrejos la recogió el Padre jesuita

Juan Eusebio de Nieremberg y Otín (1595-1658). Nació en Madrid de padres alemanes que llegaron a la Corte con el séquito de la hija de Carlos V, María de Austria.

En sus abundantes escritos -fue autor de más de cincuenta li-bros- trató temas éticos, políticos y físicos, que se encuadraron dentro de la línea ascético-mística; integró los pensamientos platónicos con

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Conozco realmente que lo que VRma.

me aconseja es lo más sano y mejor para mi sosiego, y puede ser que me veo obli-gado a seguirlo por negarme las licen-cias para la impresión, pues aunque yo podía imprimirlo dondequiera (como me aconsejan) es punto mío que sea aquí y que los aprobantes sean testigos de vista. Lo demás no me da cuidado de los frai-les, porque ni escribirán cosas odiosas en contra mía, ni dado que las escribiesen me harían daño. Por la inclusa verá VRma. lo que hay sobre el caso, y cuán lejos están los superiores de ponerles coto en medio de conocer la razón y estarse rien-do de los frailes.28

los estoicos y de los padres de la Iglesia, siendo considerado como un claro exponente del escolasticismo en el siglo que vivió.

Fue Cronista de las Indias, y escribió interesantes biografías de los miembros de su Comunidad, Varones ilustres de la Compañía de Jesús (1643), entre las que destacan, principalmente, la vida de San Francisco Javier y San Ignacio de Loyola.

Otras publicaciones fueron Vida divina y camino real (1633), obra ascética referida a una persona que dedicó toda su vida a la prác-tica y ejercicio de la vida espiritual; Oculta filosofía (1634); Diferen-cia entre lo temporal y lo eterno (1643); y su Epistolario (1649), don-de expone una serie de recomendaciones sobre las virtudes cristianas.

28 Estamos en el mes de mayo y, por consiguiente, a sólo unas

fechas del primer aniversario de los hechos ocurridos en el Monasterio de la Victoria. Los frailes mínimos, que no han conseguido que se les reconozcan los hechos como milagrosos, se disponen a evocar la efe-méride con el mayor esplendor y como si realmente hubiese sido un acto sobrenatural.

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Quedo desengañado de la ninguna

comunicación del Rmo. Feyjoo con los Di-aristas,29 la que antes había creído por

Esta actitud de la comunidad religiosa de los mínimos produce

en Roche un enorme malestar y desasosiego, porque considera que semejante actitud no es ir contra su persona, que había realizado los informes contrarios a que fuese considerado milagro, sino contra los propios principios de la religión Católica y las directrices emanadas del Concilio de Trento.

Con posterioridad redactó su “Defensa” detallando todas las investigaciones realizadas para llegar al dictamen final, que se concre-taba en afirmar que “la causa u objeto que ocasionó la visión, ni yo, ni otros algunos la han encontrado; porque no se propasó a buscarla; y así me he visto forzado a ocurrir a una extrema casualidad, que tengo por no menos posible, que accidental.” Todo ello quedó recogido en una carta que remitió a su amigo, erudito y esposo de una de las hijas de Clara Vizarrón, para la que prestaba sus servicios, Don Miguel Andrés Panés y Pabón, marqués de Villapanés.

29 Juan Sempere y Guarinos (1754-1830) en su Ensayo de una

biblioteca de escritores del tiempo de Carlos III nos dice que “En 1723 se entregó al Rey un papel en el que se representaba como muy conveniente que los oficiales de la Biblioteca Real trabajaran dos re-súmenes de los libros que salían a la luz, para remitirlos a los diaristas de Paris y Trevoux, con el fin de que por aquel medio se tuviera en Europa alguna noticia de los progresos de la literatura de España. Pe-ro, remitido este papel a Don Juan Ferreras, bibliotecario mayor, para que dijera su parecer, respondió que era inútil esta diligencia, pues que en nuestros libros españoles, los que constaba haber salido en este siglo por el índice de la Real Biblioteca, no se hallaba cosa singular ni invención, ni descubrimiento nuevo.” No obstante lo interesante de la noticia con respecto a las publicaciones que se realizaban en España en el primer tercio del siglo XVIII, nosotros nos centramos en el co-metido que venían desarrollando los “Diaristas” en Francia.

Su tarea venía a ser, con diferencias considerables, la que hoy puedan realizar los periodistas culturales, pero teniendo por objetivo primordial hacer llegar a la opinión pública una información sobre el contenido de las publicaciones que veían la luz. Estas reseñas o cróni-cas iban más allá de la mera información, intentando inducir al lector

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venir envuelta en mil apariencias de verdad, como es la de poner en el Diario a todos los más que toman la pluma co-ntra su Rma., y darles su merecido, sin perdonar al Padre Nájera30 ni a su apro-bante el doctor Vázquez.31 Lo que me ad-mira es que VRma. no los hubiese leído, por ser cosa nueva en España y que me parece que no lo hacían mal, y que era asunto que se debía proseguir y premiar muy bien, para desterrar zoilos y embusteros.

hacia unas determinadas publicaciones que ellos consideraban de uti-lidad, en detrimento de otras que opinaban eran inútiles y nefastas.

La historia del periodismo cultural español tiene sus orígenes en el año 1737 cuando los ilustrados, que también eran sacerdotes y católicos acérrimos aunque nada progresistas, Salafranca, Puig de la Huerta y Vega dirigen a un grupo de escritores críticos y fundan el Diario de los Literatos Españoles. Podemos considerar a este grupo de escritores como los primeros diaristas, o “jornalistas” como tam-bién se les llamó, que tuvo España.

A lo largo de todo el siglo XVIII se catalogaron 67 diaristas españoles, aunque solamente de uno de ellos puede decirse que vivió de su profesión: Francisco Mariano Nipho.

30 Don Tomás de Nájera Salvador, del Orden de Santiago, Ca-

pellán de Honor de su Majestad, Inquisidor Ordinario y Vicario de la Villa de Madrid.

31 Don Juan Vázquez Cortés, famoso médico de la ciudad de

Sevilla, que sobresalió por haber realizado curas prodigiosas con la ingestión abundante de agua. Publicó Desengaños philosophicos (1737). Gutiérrez de los Ríos, en 1736, le escribió Breve reflexion sobre el prologo que Don Juan Vazquez Cortes hizo a la frente de un impresso que tiene por titulo Juicio sobre la método controvertida de curar con agua y limitaciones en los purgantes.

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Repito mi obediencia a su Rma. y quedo rogando a nuestro Señor que [guarde] su vida felices años.

Puerto de Santa María, mayo 13 de

1748

Rmo. Padre. B.L.M. de su Rma. su muy afecto y muy

reverente servidor Juan Luis Roche

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Nº 5.- (Autógrafa) 1748, agosto, 8. EL PUERTO DE SANTA MA-

RÍA (Cádiz) Viaje realizado a la ciudad de Sevilla.

De cartas que ha recibido del Padre Feijoo. Visitas al Gobernador del Arzobispado soli-citando licencia para una publicación sobre lo acaecido en el Monasterio de la Victo-ria, y petición para que no autorizase las celebraciones que los frailes tenían pre-vistas. Listado de varios libros para que se los adquiera y remita.

M.M. Rmo. Padre Fray Martín Sarmiento.

Muy Rmo. Padre: Deseo muy buena salud a VRma, a

cuya disposición ofrezco la que me asiste con toda voluntad.

Yo he estado tres meses fuera de esta

ciudad en la de Sevilla y otras partes a fin de divertirme alguna cosa, porque en estos países tan cálidos es menester huir de cuando en cuando de los papeles, pa-

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ra gozar de alguna salud; por cuyo mo-tivo no he remitido ya un cajoncito con algunas drogas que llevará el primer arriero que pareciere, de que daré aviso a su tiempo.

Del M.R.P.Mto. Feijoo he sabido que se

mantiene sin novedad en la salud, por las cartas con que me [ha] honrado, lo que he celebrado infinito. .

Cuando estuve en Sevilla pasé a ver, por tres veces, al Ilmo. Gobernador del Ar-zobispado, y a darle de palabra satisfac-ción a dos cartas suyas. Quedé muy gus-toso de su grande justificación y aten-ciones que le debí, ya escribiendo una carta al Provincial de los mínimos para que sujetase las lenguas de alguno súbdi-tos, ya quitándoles una feria que tenían en el compás del convento de esta ciudad de que recibían útil y no poco sacaba el Demonio; ya prohibiendo una gran fun-ción de nueve días que tenían preparada al cabo del año del milagro, y ya, en fin, dándome su consentimiento para que imprimiese sin su licencia, pero avisán-dome que después no podría sacar la ca-ra por mí en ninguna cosa, sino que allá me las hubiese con los frailes. En la In-quisición (donde posaba o asistía) me sucedió lo mismo; pero yo me he dado por satisfecho y, siguiendo ya el buen consejo

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de VRma., quiero volver a la paz de que me sacaron no sin menoscabo de mi salud.32

Por hallarse en esa Corte algunos

sujetos que habrán de pasar a este reino, quiero que traigan unos libritos confor-me a la nota inclusa, los cuales, aunque ya los tengo leídos, carezco de ellos, y por ser cosa tan corta me excusa el arriero que trae consigo muchas detenciones por el Santo Tribunal, que detiene todos los libros aunque no carezcan de licencias; para cuyo fin estimaré a VRma. se sirva en-comendarle a sujeto de su satisfacción los compre y, a quién llevare un papel mío, se le podrán entregar para que los lleve a donde se le avisa, y éste le entregará a VRma. el dinero que hiciere falta; advir-tiendo que si de algunos de los dichos li-

32 Recién escrita la carta anterior a Sarmiento, Roche, de in-

mediato, se retira a la ciudad de Sevilla. Desde su vuelta a El Puerto, a la casa de los Vizarrones en 1738, en contadas ocasiones se ausentó de ella, como lo manifestó repetidas veces en sus publicaciones, por lo que pensamos que este viaje se realizó para evitar estar presente en la ciudad en el mes de junio, cuando se iba a celebrar las conmemoracio-nes del supuesto milagro. Ya en Sevilla busca la manera de que éstas no se lleven a efecto, por lo que con su “Defensa” se entrevista con el Gobernador Diocesano, solicitándole autorización para realizar una nueva publicación sobre los hechos, pero sobre todo rogándole que los frailes no celebren los actos recordatorios que tenían previstos.

No obtuvo las licencias para su publicación, al igual que tam-poco las consiguió su oponente el Padre Cabrera, pero si logró el compromiso firme de que impediría a los mínimos el festejar el ani-versario de las supuestas apariciones.

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bros se hubiere acabado la impresión, y por tanto pidieren mucho dinero, no lo quiero, pues los días pasados envié por la Aritmética del Padre Zaragoza33 para un muchacho, y siendo un librito en cuarta llevaron un ___?

También tengo de merecer a VRma., se

sirva decirme (si lo tuviere presente) que número son de tomos y en qué idioma es-

33 José Zaragoza y Vilanova (1627-1679), jesuita, nació en

Alcalá de Chivert (Castellón), y desde su ingreso en la Compañía de Jesús en 1651 se distinguió en el estudio de las ciencias matemáticas, sobresaliendo el periodo de su vida que vivió en las ciudades de Ma-llorca, Barcelona y Valencia, donde ocupó, en la última, la cátedra de Matemáticas en el Colegio Imperial, dentro de un ambiente que mere-ció ser considerada la ciudad levantina como “uno de los centros bási-cos de la renovación científica española” del siglo XVII.

Al margen de su actividad docente realizó diversos proyectos de ingeniería, como la construcción de un puerto en la barra de la des-embocadura del río Guadalquivir, en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), la explotación de las minas de Almadén y Guadalcanal, o el estudio de la posibilidad de navegación por el río Tajo.

Fue nombrado maestro de Matemáticas de Carlos II, constru-yendo para éste con motivo de su 14º cumpleaños, y por encargo del duque de Medinaceli, un compendio de topografía y fortificaciones. Estaba formado por un arcón, de cuyo interior se extraían una serie de componentes intercambiables que permitían el montaje de diversos instrumentos. También se adjuntaba, dentro del cofre, un libro a modo de instrucciones, que detallaba los diversos montajes que se podían realizar.

Sus obras más representativas fueron: Aritmética Universal: que comprende el arte menor y mayor, Álgebra vulgar (1669); Espera común celeste y terráquea (1675); Euclides nuevo-antiguo: geometría especulativa y práctica de los planos y sólidos (1678); Canon trigo-nometrims: continens logaritmos, sinuun, et tangent (1762); Trigono-metría hispana: resolutio triangulorum plani & sphaerici (1676).

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tán escritos los títulos de la margen. Per-donándome la molestia y ordenándome cuanto sea de su agrado, mientras ruego a nuestro Señor guarde su vida muchos años.

Puerto de Santa María, agosto 8 de

1748

Rmo. Padre. B.L.M. de su Rma. su muy afectísimo

amigo y muy rendido servidor Juan Luis Roche

NOTA MARGINAL34: 1º Maravillas del Hechizo, por Silvestre

Pierras 2º Arte de pensar, por el doctísimo Artus 3º La Biblioteca Hispana, por Don Nico-

lás Antonio35

34 La mayor parte de la relación de libros que solicita Roche

en esta carta, son publicaciones de la época del Barroco, o del propio Siglo de las Luces, y muchos de ellos relacionados con la ciencia mé-dica. Pero tienen otra cosa en común, y es que, de una u otra manera, son cuestiones a las que Feijoo había dedicado alguna atención en sus publicaciones.

35 Nicolás Antonio (1617-1684), erudito español y máximo

representante de la bibliografía hispánica. Nació en Sevilla un 7 de agosto, y en esa misma ciudad cursó sus primeros estudios con un monje dominico. Con posterioridad se doctoró en Derecho en la Uni-versidad de Salamanca. En 1645 Felipe IV le concedió el hábito de

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SEGUNDA NOTA: 1º Palestra crítico médica, por el Padre

Don Antonio Rodríguez,36 monje be-

Santiago y fue nombrado agente general ante la corte pontificia en 1659, ejerciendo diversas misiones diplomáticas en Nápoles, Milán y Sicilia, y más tarde en Roma donde residió por espacio de 20 años. De regreso a España en 1679, se instaló en Madrid, ejerciendo hasta su muerte de fiscal del Tribunal de la Santa Cruzada.

En base a su excelente biblioteca, de la que se dice que poseía más de 30.000 volúmenes, durante su época romana realizó el excep-cional trabajo de recopilar todas las obras existentes de autores espa-ñoles, desde los años de los romanos hasta sus días: Bibliotheca His-pana. Consta de dos partes, la Vetus y la Nova. La primera, cuyo inte-rés es de tipo arqueológico, fue publicada ya el autor fallecido, en Roma el año 1696, con la intervención del deán Manuel Martí, y com-prende desde el emperador Octavio Augusto (63 d.C.) hasta el año de 1500. La Nova, publicada en 1672 también en Roma, contiene muchos datos, informaciones, documentos y referencia de libros difíciles de localizar, que fueron consultados directamente por el autor.

Intervino activamente Nicolás Antonio contra los falsos croni-cones, con su obra Censura de historias fabulosas, que el valenciano e ilustrado Gregorio Mayans y Siscar publicó en 1742.

36 Antonio José Rodríguez (1709-1781), religiosos benedicti-

no, natural de Mérida (Badajoz), destacó a lo largo de su vida por sus estudios sobre teología y derecho canónigo, así como por sus estudios sobre las ciencias naturales, manifestándose siempre como un profun-do anti-aristotélico, formando parte de las academias madrileñas y sevillanas. Fue boticario del monasterio cisterciense de Nuestra Seño-ra de Veruela (Zaragoza). Contribuyó al desarrollo de la medicina, y en opinión de Menéndez y Pelayo “uno de los principales escritores que se opusieron a la ideología del Enciclopedismo”.

La obra que aquí señala Roche, Palestra critico-medica, en que se trata de introducir la verdadera medicina y desalojar la tirana intrusa en el reyno de la naturaleza fue escrita entre los años 1734 y 1744, estando formada la edición por seis volúmenes que se publica-ron en Pamplona y Zaragoza. Su contenido consistía en un estudio de

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nedictino cisterciense; me parece que son tres tomos.

2º Molestias del trato humano declara-das con reflexiones políticas y mora-les sobre la sociedad del hombre. Por el Padre Don Juan Crisóstomo de Oloríz,37 monje benedictino. En la li-brería de Simón Moreno, enfrente de las gradas de San Felipe el Real. En 8ª.

3º Viaje del mundo de Descartes. Por el Padre Gabriel Daniel,38 de la Com-pañía de Jesús. Traducido en Espa-ñol por Don Juan Gregorio Araujo, en 4ª.

las enfermedades y de los modos de evitarlas, así como de los méto-dos para combatirlas.

37 Juan Crisóstomo de Olóriz (1711-1783), sabio cisterciense

nacido en Zaragoza. Su vida religiosa comenzó a los trece años cuan-do ingreso en el Monasterio de Nuestra Señora de Santa Fe, en la capi-tal aragonesa. Fue admitido como miembro, en 1737, de la Academia Española, y dos años más tarde nombrado calificador del Santo Ofi-cio.

En Molestias del trato humano, declaradas con reflexiones políticas y morales sobre la sociedad del hombre analiza los benefi-cios de la soledad y los inconvenientes del trato humano, así como de la vida en sociedad.

38 Gabriel Daniel, jesuita (1649 -1728), natural de Ruán (Fran-

cia). Destacó como historiador, teólogo y filósofo, escribiendo con referencia a esta última materia Voyage du Monde de Descartes, París, 1690, que fue traducido a muchos idiomas y repetidas veces reeditado.

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4º Cartas de varios discretos españoles. Por Don Gregorio Mayans y Siscar39.

39 Gregorio Mayans y Siscar (1699-1781) Nació en Oliva (Va-

lencia). Venido al mundo en vísperas de la Guerra de Sucesión, su infancia y adolescencia estuvieron marcadas por los acontecimientos de la contienda, y de una manera especial por la adhesión de su fami-lia a la causa del Archiduque Carlos de Habsburgo, es decir, a los Austrias. La llegada Felipe V motivó la salida de su pueblo hacia Va-lencia y más tarde el exilio de toda la familia a Barcelona, donde el joven Gregorio estudió, en el Colegio de Cordelles de los jesuitas, Humanidades, para una vez firmada la Paz de Utrech regresar a su pueblo natal. Estudió Filosofía e inició Derecho en la Universidad de Valencia, finalizando la Jurisprudencia en Salamanca.

Un momento importante de su vida fue a finales de 1720, cuando residiendo en Salamanca entró en relación epistolar con el deán de Alicante Manuel Martí, que lo consideró como el mejor lati-nista de España y lo inclinó al cultivo de la historia crítica, de la razón y de la libertad de pensamiento.

Ganó Mayans la cátedra de Código de la Universidad de Va-lencia, para en 1730 abandonar la ciudad del Turia y buscar empleo en Madrid, donde bajo la influencia del cardenal jesuita Álvaro Cienfue-gos, exiliado austracista, consiguió el cargo de bibliotecario real de Felipe V, no hallando en esta faceta de su vida una satisfacción a su labor, por lo que decidió dejar Madrid y volver a su pueblo de Oliva.

En su retiro supo de la muerte de Carvajal, de la destitución de Ensenada en 1754, y de la destitución de Rávago como confesor real, hechos que cambiaron su consideración premiándosele con el título de Alcalde de Casa y Corte, adjudicándosele una pensión vitalicia, y encargándosele la redacción de un Plan de Estudios para la reforma de las universidades españolas.

En opinión del profesor Antonio Mestre (1999), quien ha es-tudiado exhaustivamente la vida de este ilustre valenciano, y de quien están tomadas estas notas, dice que “…el paso del Barroco a la Ilus-tración en España sería incomprensible sin el conocimiento de la per-sonalidad intelectual de Gregorio Mayans y Siscar”.

La petición de Roche de Carta de varios discretos españoles está tomada de la cita de Feijoo del Teatro crítico universal, tomo VII, discurso 10º, que dice: “Así el que quisiere instruirse bien en ella, lea, y relea con reflexión las cartas de varios discretos Españoles, que poco ha dio a la luz pública el sabio, y laborioso Valenciano Don Gregorio

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Bibliotecario de S. Majestad y Cate-drático del Código de Justiniano en el reino de Valencia. (Los tiempos pasados enviando a pedir este mismo libro me enviaron este otro: Cartas40 de Don Nicolás Antonio y de Don An-tonio de Solís41, impreso en León de Francia.)

Mayans y Siscar…”, y creemos era su intención referirse a las Cartas Latinas (1732) que se hicieron célebres en Europa.

40 Corresponde al importante epistolario castellano editado por

Gregorio Mayans y Siscar (1733) que se inicia con las Cartas de Nico-lás Antonio y Antonio de Solís, y concluye con la tercera edición, en cinco volúmenes, de las Cartas morales, militares, civiles y literarias de varios autores españoles (1773).

41 Antonio de Solís y Rivadeneyra (1610-1686), historiador y

poeta, nació en Alcalá de Henares donde realizó sus primeros estudios para más tarde concluirlos en Salamanca, instruyéndose en latín, retó-rica, filosofía, leyes, cánones y ciencias morales y políticas. El conde de Oropesa, en el periodo de su vida que fue virrey de Navarra, lo tomó a su servicio cuando tenía 27 años. Con posterioridad, en 1642, escribió la comedia Orfeo y Euridice para conmemorar el nacimiento del hijo del conde, Manuel Joaquín Álvarez de Toledo y Portugal.

Ya en Madrid a donde se trasladó en 1654, Felipe IV le nom-bró oficial de la primera Secretaria de Estado, que más tarde cedió a un familiar suyo, aceptando en 1661 el nombramiento de Cronista Mayor de Indias que le ofreció la reina María de Austria. Su carácter sencillo y poco apegado a las cosas mundanas, le llevaron a su renun-cia para abrazar la vida eclesiástica y ordenarse sacerdote en 1667.

Basado en su excelente condición de prosista, dio una versión de los hechos acaecidos con la conquista de Méjico, con su obra más cualificada Historia de la conquista de México, población y progresos de la América Septentrional conocida con el nombre de nueva Espa-ña, Madrid (1684), de la que sólo se imprimió la primera parte, que-dando la segunda sin terminar.

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5º Uso y abuso del agua: Por el Doctor Don José Ortiz Barroso42.

6º El Mundo engañado por los falsos mé-dicos, por el Doctor Don José Gazo-la,43 traducido del italiano al espa-ñol. En 8ª.

7º Memorias eruditas para la crítica de artes y ciencias extraídas de las ac-tas, bibliotecas, observaciones, efe-mérides, memorias, relaciones, mis-celáneas, historias, disertaciones de todas las Academias de la Europa, y

42 José Marcelino Ortiz Barroso, natural de Utrera (Sevilla),

desarrolló siempre su actividad médica en Sevilla, donde, entre otros empleos, fue Vicepresidente de la Real Sociedad Médica de dicha ciudad y médico de la familia real.

Sus estudios sobre como se curaba con agua despertó un gran interés entre los médicos andaluces. El 21 de marzo de 1733, en la Real Sociedad Médica, leyó un discursos argumentando lo extrava-gante y pernicioso que era este método, considerado como remedio universal. Al año siguiente, la propia Real Sociedad, consideró conve-niente la publicación de este discurso, que apareció bajo el título de Uso y abuso del agua dulce potable.

43 José Gazola (1691-1715), médico italiano nacido en Vero-

na, donde ejerció su profesión y fundó la academia “degli Aletofili” con el fin de promocionar las Ciencias Físico-Matemáticas. En España permaneció tres años en Madrid acompañando al embajador de Vene-cia.

Destacamos de su publicaciones Entusiasmos médicos, políti-cos y astronómicos, Madrid, 1689; Origine preservativo e rimedio del corrente contagio pestilenziale del bue, Verona, 1713; y Il mondo ingannato da falsi medici, Perusa, 1716, que solicita Roche y fue el más conocido, donde afirma que la muerte de los enfermos viene mo-tivada tanto por los remedios inadecuados, como por las propias en-fermedades.

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de los demás autores de mayor fama entre los eruditos, por Don Juan Martínez Salafranca,44 Presbítero Racionero de San Pedro de Teruel. Impreso en Madrid en casa de Anto-nio Sanz. Este libro, que no he leído, tiene un título que arrebatará a cualquiera.

8º Observaciones astronómicas con la medida de los grados del Meridiano contiguos al Ecuador de donde se infiere la verdadera figura de la Tierra, y la primera parte de este viaje, escrita en otros dos tomos, compuestos por los Capitanes de Fra-gata de la Real Armada Don Jorge

44 Juan Martínez Calvete (1697-1772), quien se hizo llamar

Juan Martínez Salafranca, sin que se tenga constancia de quién tomó este segundo apellido, aunque con toda probabilidad tuvo que ser de algún ascendiente. Nació en Teruel, siendo Racionero de aquella Igle-sia Patrimonial, donde la familia poseía el patronato de la capilla de Nuestra Señora del Rosario. Durante mucho tiempo residió en Madrid dedicado al estudio y a la práctica de su ministerio, como capellán de S.M. en las Reales capillas de Nuestra Señora del Buen Consejo y de San Isidro. Fue académico cofundador de la Real Academia de la His-toria, y en 1737 fundó, con Francisco Manuel de Huertas y Leopoldo Jerónimo Ruiz, el Diario de los literatos del que aparecieron 7 tomos.

El libro al que aquí alude, Memorias eruditas para la crítica de artes y ciencias extraídas de las actas, bibliotecas, observaciones, ephemérides, memorias, relaciones, misceláneas, historias y diserta-ciones de todas las Academias de Europa y de los autores de mejor fama entre los eruditos, fue impreso en Madrid en 1736, en dos to-mos, el primero por Antonio Sanz y el segundo por Juan Zúñiga.

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Juan45, y Don Antonio de Ulloa.46 En casa de Francisco Manuel de Mena,47 calle de las Carretas. Son tres tomos.

45 Jorge Juan y Santacilla (1713-1773), matemático y físico

nacido en Novelda (Alicante). Formado con jesuitas, en 1729 ingresó como guardia marina en la compañía de Cádiz. Cinco años más tarde Felipe V lo eligió, junto con Antonio de Ulloa, para formar parte de la expedición francesa encargada de la medición de un grado de latitud de Quito (Ecuador), observaciones y trabajos que duraron nueve años y en la que participaron los científicos franceses Louis Godín, Pierre Bouguer, y Charles de la Condamine, éste último como director. A la conclusión, en 1744, reemprendieron el regreso a España, pasando antes por París dando a conocer los trabajos que habían realizado, obteniendo el reconocimiento y respeto de los científicos europeos.

Ya en España decidió, junto con Antonio de Ulloa, escribir las Observaciones astronómicas y phisicas junto con la Relación históri-ca del viage, que no obtuvieron el interés que ellos esperaban, hasta que el marqués de la Ensenada se interesó por las mismas y las publi-có a costa del erario Real, aunque con posterioridad, al ser el primer libro defensor de las ideas de Copérnico y de Newton, estuvo bajo sospecha del Tribunal de la Inquisición.

En 1748, siendo ya capitán de navío, el marqués de la Ense-nada le envió a Inglaterra, junto a José Solano y Pedro de Mora, a fin de que se instruyeran sobre los métodos más adelantados de construc-ciones navales, con el fin de poder sacar a España de atraso en que se encontraba su flota.

En 1751 obtuvo la jefatura de la Academia de Guardias Ma-rinas de Cádiz, fundando el Observatorio Astronómico de San Fer-nando, uno de los más avanzados de su época. En 1755 estableció, en su propia casa de Cádiz, una academia científica que denominó Asamblea Amistosa Literaria, que serviría de ensayo para la de las Ciencias que se trataba de fundar en Madrid.

46 Antonio de Ulloa (1716-1795), científico y marino nacido en Sevilla de una destacada familia. Participó junto con Jorge Juan en las operaciones geodésicas y de las observaciones astronómicas de los académicos franceses en Quito. Por aquel entonces, la Aca-demia de Ciencias de París acometió la empresa de determinar con exactitud la forma de la Tierra. Para ello había que medir la distan-cia terrestre que correspondía a un grado de meridiano cerca del ecuador y próximo al polo. Para la medición polar se eligió Laponia,

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9º Los dos tomos de la medicina escépti-ca del Doctor Martínez.48

y para la ecuatorial Quito (actual capital de Ecuador), que pertenecía al virreinato del Perú bajo soberanía española. El rey de Francia Luis XV solicitó permiso al monarca español Felipe V, quien consi-deró conveniente designar a dos oficiales españoles para participar en la expedición científica.

47 Francisco Manuel de Mena, (¿ - 1780), librero, editor, im-portador, encuadernador y mercader en cualquier actividad que estu-viese relacionada con el comercio de los libros, siendo, en su tiempo, el máximo exponente de esta actividad. Fundó, con otros dos miem-bros de su mismo gremio, la “Compañía de Mercaderes de Libros”, formando parte de ella hasta su desaparición en 1763. Esta Compañía vino a perfeccionar, y a sustituir, a la “Hermandad de Mercaderes de Libros de Madrid” que bajo la advocación de San Jerónimo existía desde 1611, y de la que fue su tesorero en dos ocasiones: desde 1745 a 1750 y de 1762 a 1765.

Desconocemos la fecha de su nacimiento, aunque ya en 1716 actuaba como editor y librero, y en 1733 tenía tienda abierta de libros en la calle de Toledo, frente a la portería de la Concepción Jerónima, abriendo nuevo negocio en la calle de las Carretas en 1745. En 1765 tenía imprenta con una intensa actividad, donde se imprimía la Gaceta, el Mercurio Histórico y Guía de Forasteros, así como impresos, papel moneda, cédulas, decretos, obras religiosas, discursos académicos y, por supuesto, libros. No obstante parecer que su actividad le generaba pingues beneficios, a su muerte en 1780 sus herederos no pudieron hacer frente a las importantes deudas que tenía, y decidieron liquidarla cediendo las instalaciones a la Corona.

Visitaba frecuentemente el Monasterio de San Martín, y fue gran amigo y compañero de tertulia de Sarmiento, y de aquí su rela-ción con Roche. Éste se sirvió, como ha quedado expuesto, del bene-dictino para que le adquiriera muchos libros a Mena que después le remitía con los arrieros; algunos formaron parte de su biblioteca, pero otros fueron exportados a la América Hispana.

48 Martín Martínez, médico, filósofo y escritor español, nacido

en Madrid el 11 de noviembre de 1684 y fallecido en la misma capital el 9 de octubre de 1734. Estudiante de la universidad de Alcalá de Henares, donde fue recibido como doctor, fue uno de los médicos más notables de su tiempo, ocupando en 1706 la plaza de médico en el

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10º La anatomía compendiosa (no la completa) y Noches anatómicas,49 por el mismo. Un tomo.

11º La ortografía española:50 escrita por la Academia, que es un librito en 8º, pero tienen de venir dos de ellos.

Hospital General de Madrid. Estudioso de la Ciencia Físico-químico y de la anatomía, fue profesor de esta última disciplina, médico de cá-mara de Felipe V, examinador del Protomedicato y Presidente de la Regia Sociedad Médica de Sevilla.

Fue uno de los innovadores de la medicina española de los inicios del siglo XVIII y, al igual que ocurrió con su amigo Feijoo, tuvo fuerte detractores, sobre todo en las personas de Juan Martín Lesaca y Bernardo López de Araujo. En 1726 salió en defensa del benedictino escribiendo Carta defensiva que sobre el primer tomo del teatro critico universal, que diò a luz Fr. Benito Feijoo, la escriviò su mas aficionado amigo, D. Martin Martinez

La obra citada por Roche es Medicina scéptica y cirugía mo-derna, con un tratado de operaciones chirurgicas, Madrid, 1723, To-mo primero, imprenta de Geronimo Roxo. Medicina scéptica. Tomo segundo. Primera parte: apologema a favor de los medicos scépticos. Segunda parte: apomathema, contra los médicos dogmáticos, en que se contiene todo el acto de fiebres, Madrid, 1725, librería de Francisco López, frente a la gradas de San Phelipe el Real.

49 Martín Martínez: Noches anatómicas o anatomía compen-

diosa, Madrid, 1716. 50 Al iniciarse el siglo XVIII habían transcurrido casi cinco si-

glos desde que Alfonso X el Sabio eligiera el castellano como lengua oficial del reino, tomando como referencia la ortografía de los dos siglos anteriores. Sin embargo, a pesar de tan importante periodo de tiempo transcurrido, no se habían fijado unas normas concretas para el empleo de las letras y sus correspondientes signos, quedando todo reducido a la interpretación fonética de quien escribía, no obstante haberse conseguido algunos logros en el siglo XV cuando Nebrija escribió su Gramática de la lengua castellana, y en el XVII con la actuación del humanista Gonzalo Correas.

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De manera que en todo compo-

nen diecisiete tomos, y estimaré a VRma. que a los cuatro días de recibi-da mi carta se sirva tener en su po-der algunos de ellos, porque por las cartas de este correo he sabido que el día 3 a 4 del mes que entra, saldrá de esa Corte un sujeto que me puede traer algunos, y pueden ser, en pri-mer lugar, Los tres tomos del Capitán Ulloa y el de Memorias Eruditas. Los demás no corren priesa.

Así, en 1713, el marqués de Villena, Don Juan Manuel Fer-

nández Pacheco, solicitó del primer rey borbónico español Felipe V la fundación de una sociedad al estilo de la Royal Society de Londres o la Académie Royale des Sciences de París, para que se encargara de fijar “las voces y vocablos de la lengua castellana en su mayor propie-dad, elegancia y pureza”. De esta forma se fundó la Real Academia Española, o también llamada Academia Española, o Academia sin más adjetivos, por ser la primera que se fundara en España durante el siglo de las Luces, bajo el emblema formado por un crisol al fuego donde se leía la representativa leyenda de “limpia, fija y da esplen-dor”.

De inmediato empezó a trabajar intensamente sobre sus obje-tivos, apareciendo entre 1726 y 1739 los seis volúmenes del Dicciona-rio de Autoridades al que se le dio este nombre porque cada significa-do venía avalado por breves textos que escritores reconocidos habían utilizado. Dos años después, en 1741, aparecerá la Ortografía, que es la que solicita Roche, y que ha estado prácticamente vigente, con pe-queñas modificaciones, hasta el siglo XX.

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Nº 6.- (Autógrafa) 1748, septiembre, 16. EL PUERTO DE SANTA

MARÍA (Cádiz) Incidencias acaecidas con la remisión de

los libros que había solicitado. De la ne-cesidad que tenían los eruditos españoles de estudiar otros idiomas para leer las pu-blicaciones que se realizaban en Europa. Celebrando que Sarmiento se hubiera decidi-do a publicar unos escritos.

M.M. Rmo. Padre Fray Martín Sarmiento.

Muy Rmo. Padre: Recibí su muy estimada del 10 del

corriente y por ella veo no haber pareci-do nadie a solicitar los libros, lo que no atribuyó a otra cosa sino al haberse ex-traviado una carta que escribí a ciertos jóvenes de esa Corte a quienes conozco só-lo por haberlos servido, pero ya no hay que entregarles nada, sino al padre An-tonio José Varqueño de la Compañía del Jesús51, a quien escribo este correo para

51 El jesuita Padre Varqueño debió ser un erudito de los mu-

chos que frecuentaba la celda de Sarmiento, a la vez que conocido y

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que me los remita con Granados52, el arriero que estamos aguardando, y no se

amigo de Roche, pues en la primera comunicación que tienen ambos éste lo nombra de una forma por la que deducimos no era persona ajena al benedictino: “…daré libranza de ciento al Padre Antonio José Varqueño de la Compañía de Jesús, para que me compre una linterna de reverberación, de las nuevas que han salido…”; además, aunque erróneamente, en esa primera carta lo cita como la persona que ha traducido del francés el Ensayo sobre la electricidad de los cuerpos.

52 Los arrieros, trajineros, o cosarios, con sus actividades más

o menos nómadas, a los que acompañaban siempre sus recuas de mu-los, borricos y caballos, y soportando las inclemencias del tiempo, que lo mismo les hacía padecer un sol que derretía sus cuerpos que un frio que helaba los productos que transportaban en los serones de sus bes-tias, desarrollaron una importante actividad por los difíciles caminos reales a lo largo del siglo XVIII. En concreto nos referimos a aquellos que unían las costas de la Bahía de Cádiz con la Corte, quienes, reali-zando diferentes postas a lo largo del camino, atravesaban todo Des-peñaperros y alcanzaban su destino, después de cruzar la madrileña Puerta de Toledo, en un periodo de tiempo que nos cuesta mucho comprender por su brevedad, si lo comparamos con lo que hoy tarda una simple carta. Aunque no siempre ocurrían los viajes con tanta rapidez, si no se elegía a la persona conocedora de estos caminos. En una de las muchas cartas que recibió Sarmiento, y que hemos estudia-do, de fecha 19 de julio de 1751, remitida por Don Jerónimo Macías de Sandoval, quien acaba de llegar a Cádiz desde Madrid, le describe su viaje en estos términos: “…a donde llegué (Cádiz) con feliz salud, después de diecisiete días de viaje, hecho por la dirección de cocheros valencianos que ignorantes del camino y llenos de propia satisfacción (vicio nacional, que aún a estos pícaros se extiende) nos perdieron y volcaron varias veces…”

Luis Granados fue, principalmente, el arriero, buen conocedor de todos estos caminos, en quien Roche depositó toda su confianza para comunicarse y realizar diferentes operaciones en Madrid, por lo que llegó a ser un personaje muy conocido tanto para el portuense como para el Padre Sarmiento, que recibía con asiduidad comunica-ciones y peticiones desde El Puerto. Y será este arriero quien, en cada viaje de regreso de la Corte, vendrá cargado con los libros que el be-nedictino compraba para remitir a Roche y enriquecer su biblioteca, que siempre consideró como su más preciada joya. Don Francisco

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si habrá salido; y hasta que dicho padre no envíe por ellos no se los remita VRma.

Si acaso al recibo de ésta ya estuvie-

ran entregados a dichos jóvenes, se servi-rá VRma. de decirle al Padre Varqueño que acuda en casa de don Juan de Lesma, Caballero del Orden de Santiago, y soli-cite a D. Manuel López, escribano, o a Don Juan Manuel de Azcona, que allí asisten y son los dos jóvenes referidos.

Sobre los dos juegos que me avisa

VRma., se pueden añadir los de Martínez, Las cartas de varios discretos españoles y la Ortografía de la Academia Española, y entregarlos al mismos Padre.

Estimo mucho a VRma. la noticia que

me da sobre los tres autores que deseaba saber, y aquí no me daban razón al-gunos doctos a quienes hice la misma pregunta. Si las prensas que ordinaria-mente gimen en sacar a la luz tanta

Buendía y Ponce, importante académico, teólogo y amigo del portuen-se, manifestó en la censura de la obra Disertación médico-moral sobre el limitado poder de los abortivos que poseía una selecta biblioteca, que manejaba con “conocido aprovechamiento y que se encuentra lo que basta, y aún sobra para hacer ventajosos aprovechamientos.”

El arriero Granados debió ser de Madrid, pues no lo hemos hallado en ningún documento de El Puerto, ni entre los doce reconoci-dos de esta ciudad que utilizaban para su actividad dieciocho bestias mayores y doce menores.

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copia de ejemplares inútiles, se ocupase en reimprimir las obras de D. Nicolás An-tonio y otras semejantes, es cierto que no valdrían tan caras, ni andarían tan es-casas; y si algunos sujetos se empleasen en traducir todo lo bueno de otras nacio-nes, no nos veríamos en la precisión (los apasionados a divertir honestamen-te el tiempo) de introducirse en idiomas extraños, para no carecer de lo que sabe cualquier vulgo en otros reinos53. Pero ya

53 A mediados del siglo XVII la publicación de libros en Es-

paña se hallaba en una mala situación, si se le comparaba con otros países de Europa, debido a la deficiente calidad de los trabajos impre-sos, como consecuencia de la falta de personal especializado y de una normativa adecuada que regulase la actividad. Esta situación motivó que en nuestro país, y con profusión en la Corte y ciudades costeras, se estableciese un mercado importante de impresores y editores ex-tranjeros que, entre otras actividades, importaban gran cantidad de libros. Este grupo lo componían, entre otros, franceses, italianos e ingleses. Además todo el problema se agravaba con la actitud de los propios españoles que, haciendo caso omiso de la legislación de 1610 que prohibía imprimir sus escritos fuera del reino sin una autorización especial, los enviaban fuera, con autorización o sin ella, a fin de no toparse con las muchas dificultades con que aquí se encontraban, y a la vez obtener un producto de mucha mayor calidad.

Cuando Roche manifiesta esta queja, Felipe V ya había inten-tado subsanar la problemática del mundo editorial español, aunque sin gran éxito. Años después, Fernando VI, por un Auto de 22 de no-viembre de 1752, retoma la cuestión con un nuevo reglamento redac-tado por Don Juan Manuel Curiel, Juez de Imprenta, con el que se intentaba adecuar los problemas que surgían con la censura previa y la comercialización de los libros. Tampoco fue muy acertada su inter-vención, siendo por fin Carlos III quien solventaría la situación con la promulgación de una serie de medidas. Entre otras fueron la abolición de las tasas, la exención del servicio militar para los impresores, la concesión de franquicias y rebajas en las materias primas, el perfec-cionamiento del personal en el extranjero, así como el reconocimiento

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veo que así esto, como otras cosas más esenciales, no las puede remediar el que las siente, y así debe de ver, oír y callar, y aun quitarse de la ocasión de ser provo-cado; más al que vienen a buscar a su casa, es preciso que lo hallen mas que sea durmiendo.

Muchos días ha que se suena en este

país de que VRma. está trabajando ac-tualmente una gran obra muy digna de los talentos con que lo favoreció el Cielo, lo que he celebrado muchísimo, y doy a Dios mil gracias y a VRma. la enhorabue-na; pues jamás dudé de que (aun cuan-do no quisiese) su religión le obligaría a escribir.54

de los derechos de los autores sobre sus publicaciones: la Real orden de 22 de marzo de 1763 señalaba que no se concedería privilegio ex-clusivo a nadie “para imprimir ningún libro, sino al mismo autor que lo haya compuesto”.

54 Ateniéndonos a la autobiografía del propio Sarmiento, reco-

gida por el profesor Filgueira Valverde en su publicación Fray Martín Sarmiento (1695-1772), sabemos que en este año de 1748, en que está escrita la presente carta, realizó fundamentalmente tres estudios. El primero a petición de Don José Carvajal, Secretario de Estado, para que retomase un trabajo anterior de mayo de 1743, realizado a peti-ción de Felipe V, para decorar el Palacio de Oriente que se encontraba en construcción. Más tarde formalizó un Catálogo de Libros Selectos que no fueran Cánones y Leyes, en doce pliegos y medio, a ruego del marqués de Aranda antes de marchar a México como Fiscal. Y por último, el 8 de junio, escribió tres pliegos al marqués de la Ensenada Sobre la preferencia de los Collares en el Escudo de España.

Por la destacada participación que tuvo, y el que en posterio-res cartas se haga referencia a la misma materia, creemos Roche hace

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Las obras del padre Mro. Feijoo no

andan escasas, y con todo eso las he comprado en Cádiz a 22 reales, y a 18 cada tomo, y lo mismo la Ilustración. Ahora últimamente por haber comprado una buena porción de libros franceses me las dieron a 15 reales.

Quedo a la obediencia de VRma

quien se servirá de perdonar mis enfados, mientras ruego a nuestro Señor guarde su vida muchos años.

mención al primero de ellos, a la decoración y diseño del mencionado palacio, así como a las muchas estatuas que adornaron su exterior y que hoy embellecen muchos rincones de Madrid. La redacción de este dictamen, en su segunda época, ocupó desde el 29 de junio de 1747 hasta el 30 de agosto de 1748.

Tiene sus orígenes este trabajo en el día 7 de abril de 1738, cuando se colocaba la primera piedra del palacio que Felipe V había decidido construir en lo que habían sido los Reales Alcázares, que quedaron destruidos por un pavoroso incendio en la Nochebuena de 1734. Con tal motivo se solicitó la colaboración del Padre Sarmiento para la elección de las monedas e inscripciones que se enterrarían para festejar dicho acontecimiento.

Años después, en 1743 y en el mes de mayo, el propio Rey encarga unos informes sobre decoración al jesuita francés Jacques Fèvre y a Sarmiento, siendo desechado el proyecto del primero y ob-teniendo todos los plácemes el segundo, pidiéndosele a su autor nue-vas aportaciones. Pero la muerte del Rey en 1746 dejó toda la empresa en suspenso.

Ya proclamado Rey Fernando VI, y por medio de su Ministro Carvajal, en este año de 1748, se le comunica a Sarmiento que el Rey ha admitido sus informes, quedando desde entonces, y hasta el año de 1753, como responsable de la decoración pictórica y escultórica del referido palacio.

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Puerto de Santa María, septiembre 8

de 1748

Rmo. Padre.

B.L.M. de VRma. su muy afectísimo y muy rendido servidor

Juan Luis Roche

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Nº 7.- (Por amanuense) 1749, noviembre, 9. EL PUERTO DE SANTA

MARÍA (Cádiz) Dando cuenta de haber recibido unas car-

tas impresas del Padre Feijoo. Sobre el ve-cindario de Cádiz, Jerez y Sevilla, así co-mo de la situación comercial de la primera ciudad. Real Orden que autorizaba la vuelta de los gitanos a sus domicilios. Nueva re-ferencia al nombramiento de Sarmiento como decorador del Palacio Real. De la salud del amigo común el jesuita Padre Alzugaray.

M.M. Rmo. Padre Fray Martín Sarmiento.

Rmo. Padre y Sr. mío:

A su muy estimada del 23 de sep-tiembre55 voy a dedicar una tarde en su

55 Esta colección de 46 cartas corresponden a las que Roche

remitió a Sarmiento al Monasterio de San Martín, pero por supuesto no son toda la correspondencia que intercambiaron ambos. En el or-den cronológico de éstas se produce un vacío, coincidiendo con las ausencias del monje benedictino de Madrid.

Los años 1748 y 49 fueron muy ajetreados para Sarmiento, haciéndole romper la monotonía y quietud que tanto él anhelaba. El 6 de abril de 1748 murió el abad de San Martín, y el mismo día 22, ante una situación excepcional, es votado y nombrado para nuevo abad el fraile benedictino, tomando posesión de su designación el día 28 del propio mes.

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respuesta, ya que no ha podido ser ma-ñana como la VRma., porque cada planeta tiene sus horas y los luceros como llama el vulgo, unos anuncian la aurora ma-tutina y otros se manifiestan cuando la boreal. Esto es siendo lucero o planeta, pero siendo estrella de tan ínfima mag-nitud como me considero, no podrá ser vista sino de tal igual amigo astrónomo, que con ojos postizos llegue a columbrar-la. Esto basta para introducción, y paso a dar las gracias a VRma. por los dos ejem-plares que se sirvió remitir por el correo, de la carta impresa del Padre Mro. Feijoo,56

Esta elección, rodeada de los intereses e intrigas que existían

entre conservadores y reformistas de las comunidades de otros monas-terios de su propia orden, motivó que la de Santo Domingo de Silos recurriera la elección, aduciendo que San Martín era parte del propio Monasterio de Silos, encontrándose el nuevo abad en una situación embarazosa, que pensó se solventaría cuando marchó en 1749 a Va-lladolid donde la congregación iba a celebrar Capítulo General. Sin embargo allí no fue ratificado como abad, teniendo que regresar de nuevo a su monasterio, no solamente sin ser abad, sino soportando el que su anterior elección de 1748 fuese anulada.

Todas estas circunstancias debieron ser compartidas por am-bos amigos y eruditos, pues buena parte de lo ocurrido se debió a la amistad intima del monje con su compañero, y a la vez amigo del cargador a Indias portuense, Fray Benito Jerónimo Feijoo, pero esta correspondencia no ha llegado a nosotros de momento.

Tiene de novedoso la presente carta, el ser la primera vez en que aparece un amanuense escribiendo sus dictados, dedicándose so-lamente él a firmarla al final de su puño y letra.

56 Aquí se alude a una carta escrita y dirigida por Feijoo a un

amigo suyo, que no aparece citado, defendiéndose de las impugnacio-nes que había recibido por parte del Cronista General de la Religión de San Francisco, el Padre Soto Marne, en 1749, bajo el título de Justa

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que a todos ha gustado mucho, aunque fuera excusada para los doctos, que al-canzan a conocer el mérito y razón ele-vada del dicho Padre, lo que nos hace creer que a su lado no tiene un buen mosqueador que le ahuyente cien leguas

repulsa de inicuas acusaciones. Tras esta obra intervendría el propio rey Fernando VI, como ya hemos mencionado. El contenido de la carta, que podemos encontrar en la página Web “www.filosofía. org/bjf/bjfvjr5.htm” dice en sus primeros párrafos: “Muy Señor mío: habiéndome V. md. escrito no ha muchos días, que suponía hubiesen llegado a mi mano los dos Tomos, que con el título Reflexiones Apo-logéticas dio a luz contra mí el R.P. Mro. Fr. Francisco de Soto y Marne, Cronista de la Religión Seráfica, y pedídome en consecuencia le expresase el dictamen que hacía de dicha Obra, le respondí, que aún no la había visto, y acaso no la vería: ahora le aviso, que pocos días ha me vino de Salamanca por el Ordinario de aquella Ciudad a esta, sin Carta alguna, ni otro aviso que el que me dio el mismo Ordinario, de que se la había entregado el Librero. Y porque ya leí en el primer To-mo lo bastante para hacer concepto del todo de la Obra, se le expondré a V.md. con la sinceridad que me es tan connatural.

Digo, pues, que éste es el más miserable Escrito de cuantos hasta ahora parecieron contra mí. Esto por cuatro Capítulos: primero por su irrisible estilo: segundo por, su groserísima dicacidad: tercero, por sus contradicciones: cuarto, por sus insignes y frecuentes impostu-ras. ¿Pero es posible, dirá V.md. que Obra compuesta por un Cronista General de la Religión Seráfica abunde de tan enormes vicios? Sí se-ñor; es posible, y es existente. Y no me atreviera a afirmarlo con tanta seguridad, si no pudiese probarlo con la mayor evidencia. ¿Qué quiere V.md.? Sale tal vez un monstruo de la matriz de donde menos se espe-raba.

La Obra está dedicada a mí. Y éste es el más extraño modo de insultarme; porque dedicarme un escrito todo lleno de los más torpes dicterios, y más groseras injurias contra mí, ¿qué otra cosa es sino una declarada y civil irrisión? No le responderé en esta parte; porque tal género de desquite, sobre ser muy impropio en mi persona, en ningún modo me desagravia. Voy, pues, a lo que importa exponiendo a V.md. en varios §§. el concepto que merece la Obra.”

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todo chismoso avechucho, que por su di-versión no reparan en alterar su quietud; la que juzgo que en tan avanzada edad, ya no se halla para estas flores, sino para atender muy de veras a su salud y a cuanto a ella pueda conducir.

No he podido ver a Granados para

encargarle me trajese los demás ejempla-res que le encomendé a VRma. , y pienso que se halla en esa Corte a donde tiene que pasar un sujeto de aquí, que llevará or-den de poner a disposición de VRma. trein-ta pesos para que se satisfaga de lo que debiere.

En lo que escribí a VRma. de que Cá-

diz tiene sesenta mil vecinos y Jerez otros tantos, no ha habido yerro en el número, pero pudo haberlo en la cuenta aunque le rebaje mucho, según es sentir de la gente de por acá, que a Sevilla le señalen a bulto ochenta mil vecinos, y hay opi-niones de que Jerez es mayor en gentío que ella, por lo que si hubiese seguido es-ta vulgar opinión tendría más que ad-mirar VRma. y acaso sería mayor el enga-ño. En el cálculo que suelen hacer los au-tores del gentío de las provincias, no ig-nora VRma. el gran engaño a que pueden sujetarse sin dar en ello, porque si se go-biernan por las pilas o libros de iglesia, como parece deben hacerlo, saldrá muy

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mal la cuenta de aquellas provincias en que tuvieren el comercio, pues allí es grandísimo el número de personas que no se empadronan. Tales son los herejes y todas las demás naciones de Europa, la marinería de los puertos de la Corona y la extranjera. Agregándose a esto lo mu-cho que hay en pueblos semejantes de per-sonas que no componen vecindario como son las religiones, hospicios, soldadesca, seminarios, ociosos, pobres, etc., y la dis-minución del vecindario que padece el reino por la calamidad de los tiempos, no comprende de esta provincia; antes cuanta más fuere la miseria de los vasa-llos tanto más acuden a los pueblos ricos; por lo cual no padecen disminución a proporción de los otros, y así vemos suce-de en la América adónde han pasado en estos tiempos más españoles que en otros, sin embargo de las órdenes reales que se han expedido para prohibirlo.57

57 Tras el descubrimiento de América, la Corona española es-

tableció un rígido control sobre las personas que deseaban viajar para establecerse en el Nuevo Mundo, bien con carácter temporal o perma-nente, constituyendo estas actuaciones una determinada política de emigración.

Al crearse la Casa de la Contratación en 1503 no se tuvo en cuenta incluir entre sus ordenanzas las relativas a los pasajeros que querían embarcar para Indias, por lo que los interesados debían solici-tar la licencia directamente en la Corte. Unos meses después, se acor-dó que fuesen los propios oficiales de la Casa de la Contratación los que asumieran la responsabilidad de las autorizaciones sobre los que deseaban embarcarse y cruzar el océano, velando porque sólo lo hicie-

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Bien entendí que VRma. no quiso dis-

putar la fertilidad de este país, y el haberla yo referido fue tomando motivo del justo elogio que hizo VRma. de su pa-tria, a que no era razón dejar la mía en silencio, pues ya que es pública su falta en sardinas, es bien que lo sea su abun-dancia en otras cosas no menos útiles para nutrir la carne y la bolsa.

ran aquellos cuya actividad fuese útil, adecuada y apta para las misio-nes que allí se requerían.

Con esta actitud quedaban muchas personas excluidas, no sólo por la labor que iban a desarrollar, sino por otros diferentes motivos. Algunos eran en relación con la religión que profesaban, como ser moro o judío; otros por su raza como los miembros de la etnia gitana, aunque años después se pensó en enviarlos a todos allí deportados; se tuvo en cuenta también, el haber tenido algún problema con el Tribu-nal de la Inquisición; el relativo a la pureza de sangre; y otros muchos. En resumen, se intentaba que a las nuevas tierras descubiertas no fue-ran, ni se integraran, personas que pudiesen formar y crear núcleos conflictivos.

Sin embargo, y a pesar de todo, muchos pasaron clandestina-mente. Unos escondidos en los navíos con el beneplácito de los capi-tanes o contramaestres, algunos como verdaderos polizones, muchos otros como marineros o soldados que, una vez en los puertos de desti-no abandonaban el navío, y gran cantidad de ellos formando parte del séquito de militares, religiosos, arzobispos, etc., etc. A éstos, al con-cedérsele la licencia de embarque, se le adjuntaba una autorización para que pudieran hacerse acompañar de un determinado número de sirvientes, cuyos nombres no se concretaban, pero que a veces, y a tenor de la importancia del solicitante, pasaban de cien. Esta situación, y la picaresca del mundillo que rodeaba el puerto de Sevilla y más tarde el de Cádiz, hizo que otros tantos ingresaran en la lista de los criados, pero sólo por el tiempo que duraba el viaje, y por supuesto a cambio de una contraprestación económica.

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La grande y sutil política de VRma. se descubre muy bien en el plan que hace del comercio y utilidad de la nación es-pañola. Pero VRma. pinta las cosas muy perfectas, o las quiere en el último grado de perfección, y esto es imposible que se logre en este siglo, ni acaso en el que vie-ne. Porque para instituir comercio a los cuatro vientos, y que éste fuese estable y poderoso, era precisa circunstancia que el fundador que lo hiciese nos mostrase antes un solo dechado de su habilidad; pues es cierto que en España no lo tene-mos. Quiero decir que sí el único comer-cio de Cádiz se halla en el lamentable es-tado que no es posible ponderar, pues casi todos los comerciantes son extranjeros y los españoles están a sus migajas. ¿Qué sería si se plantasen otros iguales a éste o en el mismo pie? Por esto conozco que el modo de discurrir de VRma. es, según sus deseos y sabiduría, no conforme a lo que podemos esperar.58

58 Roche estuvo íntimamente ligado al comercio indiano, pues

pasó largos años de su vida formando parte y prestando sus servicios para una de las más importantes familias de cargadores a Indias, la formada por Diego y Clara Vizarrón. Desde que se reincorporó a El Puerto en 1738, cuando sólo contaba veinte años de edad, entró a for-mar parte de esta casa, primero ocupando plaza de amanuense, para más tarde ser cajero y hombre de confianza de las muchas transaccio-nes comerciales que allí se realizaban, abandonando estas labores en 1764 cuando muere, su señora y gran protectora, Clara Vizarrón. Asi-mismo, y por un periodo de catorce años, hasta el momento de contraer su primer matrimonio, actuó también como cargador a Indias,

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Si España se compusiese de edificios

en lugar de hombres, su verdadero reme-dio sería asolarlos para reedificarlos de nuevo en aquel modo que tuviese cuenta; pero no siendo así, y estando sus indivi-duos en el último punto de la relajación y tal que muy pocos se llegan a penetrar-la íntimamente, es necesaria una discre-ción casi divina para enmendarlo, y que no sean esclavos de las naciones, ni que

ya que en 1755 la Real Audiencia y Casa de la Contratación lo declaró por individuo del Gremio y Universidad de Mareantes y cargadores a Indias.

Así que tenía razón, y conocimientos, para opinar como la hacía.

En el marco de la Casa de la Contratación como eje vertebral de toda la relación comercial entre España y el Nuevo Mundo, ésta se realizaba a través de un monopolio que sólo benefició a un reducido grupo de españoles y a muchos extranjeros naturalizados, los cuales, atraídos por los suculentos rendimientos económicos que producía la actividad, se instalaron primero en Sevilla, y más tarde en Cádiz.

La zona de la Bahía, ya desde el siglo XVII, venía siendo un lugar de inmigración extranjera, en particular para portugueses y ge-noveses. Pero es a mitad del siglo XVIII, es decir en los años en que Roche escribe esta carta, cuando se produce un incremento verdade-ramente notable. Mercaderes, tratantes, corredores, traficantes, etc. de países de nuestro entorno se integran en el mundo comercial de la Bahía. Son en su mayoría franceses, casi con un 50%, seguido de ir-landeses, que abandonan sus tierras por problemas religiosos, así co-mo flamencos, británicos, suizos, etc. Pero a pesar de todo, y de ser muchos, eran minoría en comparación con los comerciantes españoles, digamos sencillamente que se encontraban en relación de dos a tres. Pero donde surgía verdaderamente el problema era en el control del comercio. Mientras los extranjeros controlaban el 82% de la actividad, los españoles se quedaban, en palabras de Roche, “con las migajas” del 18%.

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faltando estas de su lado dejen de cami-nar por sí propios y con acierto.

En la Compañía de Caracas, como

en otras y en otras mil cosas, se atrope-llan las mismas injusticias, y creo que hay más infamias que granos y mone-das.59 Pero tal vez los que parecen más

59 En los últimos años del primer tercio del siglo XVIII, en

España, y dentro del reformismo borbónico de los reyes Felipe V y Fernando VI, se promovió otro sistema de comercio para las Indias diferente del que venía siendo habitual, que no vino a sustituir el ante-rior del monopolio que en aquellos años ostentaba el puerto de Cádiz, sino a complementarlo y mejorarlo, a la vista de que los resultados que se venían obteniendo no eran los más rentables, y ante la necesi-dad de revitalizarlo. Esta nueva actitud comercial, que ya venía siendo utilizada por otros países como Francia o Inglaterra, y que los propios españoles lo habían ejercido, aunque no con tanta importancia, en el siglo anterior durante el reinado de Carlos II, ocupó el espacio de tiempo comprendido entre 1728 y 1765, y sirvió de eslabón para pasar del rígido sistema comercial del monopolio al de libre comercio, con el definitivo decreto del 12 de octubre de 1778 por el que se autoriza-ba la actividad comercial, sin ningún impedimento, entre los puertos de América y de España. Nos estamos refiriendo a las compañías pri-vilegiadas de comercio y navegación, a las que se les concedió el mo-nopolio sobre ciertas rutas y productos a cambio de una contrapresta-ción económica para el Estado.

La primera de las compañías que se funda, y que se cita en la carta, fue el 25 de septiembre de 1728 bajo el nombre de Real Com-pañía Guipuzcoana de Caracas. Tenía como objetivo el comercio, en exclusividad, entre el país vasco y el puerto de La Guaira, en Caracas, a donde podían transportar todo lo que creyeran conveniente, para luego regresar con productos de la importante agricultura americana, especialmente tabaco, cacao y añil. Era también responsabilidad de la compañía el tener abastecida la zona de arribada y evitar el contraban-do, por lo que sus barcos debían estar bien preparados para la guerra con 40 o 50 cañones.

Esta compañía tuvo un relevante éxito económico, pues, como ocurre con los monopolios, pagaban mucho menos a los agricultores

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culpados son los menos, y la usura y el logro se ha hecho comunicativo de los grandes a los pequeños y de los nobles a los villanos, de cuyas culpas espero me li-bre Dios como hasta aquí.

Ya los gitanos de este país vuelven a

sus domicilios por Real Orden, después de haberles consumido sus bienes, por lo cual, si antes no eran como los gitanos primitivos porque les sobraba todo, ahora con la necesidad volverán a despertar la especie, y habrá sido ésta una como nue-va regeneración, para que como verda-deros hijos de sus padres sean fieles imi-tadores de sus abuelos. Sin embargo, en-tre ellos hay buenos y malos, medianos y perversos, pero aquí todo pasa, y gran número de estos han probado excelsos servicios a la monarquía, no de ahora, sino del tiempo de nuestros difuntos. Esta última orden de ponerlos en libertad ha sido más acertada que la primera, por cuanto en ésta no se dieron las disposi-ciones conducentes a sacar de España

de lo que antes les abonaban los contrabandistas, y a la vez vendían los productos traídos de España a unos precios más elevados.

Otras compañías privilegiadas fueron la Real Compañía de La Habana (1740) para el fomento de la agricultura y el comercio de la Isla de Cuba, la Real Compañía de San Fernando de Sevilla (1747) para comerciar con toda América a excepción de Cuba y Venezuela, y la Real Compañía de Barcelona (1755) para el comercio con las islas de Santo Domingo, Puerto Rico y Margarita.

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una gente tan perniciosa a la República como siente VRma. y yo del mismo modo.60

60 Los primeros gitanos que se establecieron por Europa en los

albores del siglo XI, procedían de un núcleo establecido al Noroeste de la India, en la región que hoy conocemos por el Punjab, aunque la gran diáspora de este pueblo se produjo al comienzo del siglo XV, huyendo, se cree, de la presión a que fue sometido por el pueblo mon-gol.

En su salida, y al ocupar los distintos países europeos desde Dinamarca a España, tomaron dos rutas distintas. Unos cruzaron el imperio bizantino, los Balcanes y la Europa Oriental, para a partir de Hungría abrirse en abanico hacia el Norte, el Sur y el Este. Otros bor-dearon la costa mediterránea y se dirigieron al Norte de África, cru-zando con posterioridad el estrecho de Gibraltar asentándose en la Península Ibérica, de tal forma que a España llegaron por dos caminos diferentes.

Del primer grupo, el que se desplazó por el centro de Europa y atravesó los Pirineos para establecerse en España, hay documentación en la ciudad de Perpiñan, que entonces pertenecía a la Corona de Ara-gón, en la fecha de 1415, que es la que tomamos como punto de parti-da de la llegada de este pueblo.

En un principio los gitanos fueron bien recibidos en Europa, e igualmente en España, aunque no muchos años después surgieron problemas y enemistades, motivadas por sus costumbres, su lengua, su atuendo, y su estilo de vida errático.

Nada más iniciarse el siglo XVI empiezan a aparecer leyes y normativas en su contra. La Dieta de Augsburgo decretó su expulsión del Imperio en 1500. Francia lo hizo en 1560. Inglaterra les persiguió en tiempos de Enrique VIII y de Isabel I. Carlos V los desalojó de sus dominios no peninsulares. Y en España no corrieron mejor suerte, porque a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII recibieron fuertes presiones y castigos, en la mayoría de los casos por el simple hecho de haber nacido gitanos y por su forma de vida nómada.

Durante estos tres siglos se dictaron decretos, pragmáticas, cédulas, órdenes, todas con un objetivo fijo y nítido: el asentamiento del pueblo gitano dentro de la población española y, por tanto, obli-gándolos a cambiar su forma de vida, so pena de ejercitar su expulsión del país.

La primera de estas medidas represivas y coercitivas la toman los Reyes Católicos siete años después de expulsar a los judíos. El 4 de marzo de 1499 firmaron una pragmática por la cual, todo gitano

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que no tuviese domicilio estable y oficio públicamente reconocido, sería perseguido debiendo abandonar el país en el plazo de 60 días, pudiendo ser tratado como vagabundo y aplicársele las penas que a tales se les imponían.

Esta actuación no fue puntual, sino que a partir de entonces, y por los diferentes reyes posteriores, se les irán aplicando medidas aná-logas. En 1539 Carlos I dictó otra pragmática por la que obligaba al asentamiento del pueblo gitano, y condenaba, a los varones, a trabajos forzados como remeros en las galeras. Felipe II en diferentes ocasio-nes, 1560, 1570, 1586, prohibió sus lenguas y sus costumbres. Felipe IV, en 1611 y 1619, les prohibió el chalaneo y la trata de animales, característica innata de su forma de vivir. El que pudieran vivir agru-pados también se lo impidió Felipe IV en 1633. Carlos II, en 1695, redujo su residencia a solamente 41 poblaciones, obligándoles a que su única actividad fuera el trabajo agrícola. Y como una más de todas estas medidas restrictivas y represivas sobre este grupo étnico es la que se toma contra ellos el 30 de julio de 1749, a la que Roche presta atención en esta carta, compartiendo sus ideas con Sarmiento sobre la actuación de las autoridades.

Fue un miércoles, y al caer la noche se puso en funcionamien-to todo el plan perfectamente diseñado por el marqués de la Ensenada, juntamente con el gobernador del Consejo de Castilla, el obispo de Oviedo Gaspar Vázquez Tablada, y con el beneplácito del propio rey Fernando VI, al objeto de aniquilar la raza gitana que vivía en España. Unos doce mil miembros de esta comunidad fueron hechos presos por el ejército, expropiándosele todos sus bienes, que fueron vendidos en pública subasta para sufragar el coste de la operación, y se les condujo a presidio. Los hombres, desde los doce años, fueron enviados a los arsenales de Cádiz, Cartagena y Ferrol. A las mujeres, junto con sus hijos pequeños, se les condujo a centros de internamiento de Sevilla, Zaragoza y Valencia. Los unos y los otros debían trabajar con el fin de pagarse su propio confinamiento. Se les había puesto en una situación de semiesclavitud.

Este proceder no cayó nada bien entre los eruditos de este si-glo que se afanaban y trabajan por encontrar una formula que hiciera más feliz a los hombres, independientemente de sus orígenes, a pesar de que se manifestaban en el sentido de que la ley debía ser rígida y dura con aquellos que trasgredían las normas de convivencia. Y, de resulta de la actitud de la sociedad culta, unido a las muchas revueltas y motines que provocaron los propios gitanos que no aceptaron esta situación de prisión, dio motivo a que se dictara una primera orden de

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Si fuese gustosa para VRma. la ocupa-

ción tan honorífica que ha merecido a SM., le doy la enhorabuena con todo el afecto de verdadero amigo, y si no fuese le acompañaré en su quebranto; pues no hay duda que aunque el honor es gran-de, el engorro no es menos, y aun pienso que es más que salir al público con un tercer tomo de la Demostración del Tea-tro Crítico, por estar más expuesto a la nota de los cortesanos, hombres y muje-res, clérigos, frailes y soldados.61

puesta en libertad, no muy extensa, por la que recobraban su estado anterior al famoso 30 de julio “los gitanos viejos, impedidos y viu-das”. Otros, una gran mayoría, debieron esperar el advenimiento de Carlos III, y su orden de 16 de junio de 1763 de indulto general, para recobrar la libertad que les habían usurpado.

61 Ya, al comentar la carta segunda de fecha 30 de enero de

1747, nos ocupamos de las impugnaciones que hubo de soportar el Padre Feijoo tras la publicación de su Teatro Crítico Universal y, dijimos de pasada, que Sarmiento entró en el debate haciendo una defensa de su compañero de orden e íntimo amigo, como así le gusta-ba llamar el residente en Oviedo al que lo hacía en Madrid.

Tal fue la amistad y relación que existió entre ambos que Sarmiento, no obstante dedicar toda su vida a escribir miles de pliegos de papel, solamente en una ocasión intervino publicando algún traba-jo, y lo hizo en dos tomos, en 1732, con su obra Demostración Crítico Apologética del Teatro Crítico Universal, para apoyar a Feijoo. Mañer ya había realizado la segunda parte de su Anti-Teatro, y Feijoo ya había dado a la prensa cuatro de los ocho tomos del Teatro. En el quinto, dentro del prólogo, agradece la intervención de Sarmiento y le manifiesta que “…la obra es excelente por cualquier parte que se mi-re”, y agrega que “el Autor es aquel a quien en el Tomo IV, Discurso XIV, núm. 84 coloqué, sin nombrarle, entre los mayores ingenios que en estos últimos tiempos produjo el suelo español, y de quien dije que

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Supongo que así en la pintura como

la tapicería de los cuartos reales, se em-pleará todo género de historia sagrada y profana. Asimismo en algunos cuartos en donde no pueda seguir la historia, será preciso acomodar algunos fruteros, paí-ses, fábulas o enigmas; para esto último discurro será a propósito el Teatro Moral de la Vida,62 cuyas láminas y enigmas excelentes, cuando no se copien del todo, pueden imitarse las figuras. No dudo que en todo salga VRma. con el lucimiento que le desea su apasionado.

era un milagro de erudición en todo género de Letras Divinas y Humanas.”

En la presente carta, Roche vuelve a incidir sobre el nombra-miento que le había concedido Fernando VI como decorador del Pala-cio Real, dándole la enhorabuena, valorando el trabajo que había de realizar, y comparándolo con el que ya hizo de los dos tomos de la Demostración del Teatro Crítico.

62 Pertenece a uno de los pintores flamencos más prestigiosos

de finales del siglo XVI. Otto van Veen, o lo que es lo mismo Octa-vius Vaenius, ya que su interés en la literatura griega y romana, y si-guiendo la costumbre de los humanistas, le hizo latinizar su nombre.

Nació en Leiden en 1588 y murió en Bruselas en 1629. Vivió también en Amberes, y viajó por Italia estando al servicio del prínci-pe-obispo Ernesto de Baviera, y con posterioridad con Alejandro Far-nesio.

Rubens, uno de los más grandes genios de la pintura del Ba-rroco, fue su discípulo entre 1596 y 1600, al que alentó para que el joven artista viajara por Italia.

Su pintura es considerada de transición entre el academicismo italianizante de los Países Bajos de finales del siglo XVI y la era de Rubens.

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La salud del Rmo. P. M. Alzugaray me

ha tenido estos días en gran cuidado por la suma debilidad y extenuación a que lo han traído las continuas tareas de los libros, sin embargo de lo que he trabaja-do a fin de que mire muy de veras por su salud, proporcionándole para ello cuan-tas diversiones y gustos puedo discurrir, pero poco o nada admite. Cuántas cosas buenas, raras y primorosas hay en Euro-pa tantas se lleva a Indias, de manera que allá verán lo que por acá muy pocos han visto.63

63 El Padre jesuita Pedro Alzugaray nació en Lima, y fue en-

viado por su Compañía a Europa al objeto de completar su formación tanto religiosa como academicista. Estuvo en Italia, y con posteriori-dad en la Corte madrileña donde se relacionó con el mundo de la eru-dición, entablando profunda amistad con el Padre Sarmiento, al que solía visitar en su convento de San Martín. En El Puerto, antes y des-pués de su viaje por Europa, estuvo alojado en el Hospicio de Indias de la Compañía de Jesús, donde estableció contacto con Roche lle-gando a ser grandes amigos, compartiendo todas las inquietudes de las que estaban llenos. De esta forma se estableció entre el monje bene-dictino, el jesuita y el cargador a Indias un núcleo de amistad, que se verá reflejado a lo largo de estas cartas dentro de la correspondencia que se intercambiaron y con las situaciones que se dieron, que más tarde analizaremos.

En la espera del regreso a su país, cayó en una fuerte depre-sión psíquica, como solía ocurrir con muchos misioneros mientras esperaban la formación de la Flota de Galeones, prestándole todo el apoyo y ayuda tanto Roche, como Sarmiento desde la distancia.

De regreso a su Lima natal, en enero de 1756, escribió un pe-queño libro bajo el título de Oración panegyrica al Santo Rey Don Fernando de Castilla, que el día de su annual festividad, y de la Es-trena de una gran parte de esta Santa Iglesia Cathedral de la ciudad de los Reyes, arruinada con el temblor del año 1746 y Restaurada por

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Ya me he dilatado demasiado, y no

quisiera robarle tiempo que le será pre-cioso en medio de tantas ocupaciones, por lo que repitiéndome muy de veras a su obediencia quedo rogando al nuestro Señor guarde su vida muchos años.

Puerto de Santa María, noviembre 9

de 1749

Rmo. Padre. B.L.M. de su VRma. su muy afecto y re-

verente servidor Juan Luis Roche

la Piadosa liberalidad del Rey N. Señor a esmeros del Zelo del Exmo. Señor Don Joseph Manso de Velasco, Conde de Super Viuda, Cava-llero del Orden de Santiago, Gentil Hombre de la Cámara de S.M. con Exercio. Teniente General de los Reales Exercitos, Virrey, Go-vernador y Capitan General de los Reynos, que se conserva en la Bi-blioteca Nacional de Madrid.

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Nº 8.- (Autógrafa) 1749, diciembre, 22. EL PUERTO DE SANTA

MARÍA (Cádiz) Felicitándole las Pascuas. Reseñando

haber recibido los catorce libros que le ha remitido Feijoo. Respecto al curso que si-gue la enfermedad del Padre Alzugaray. Nue-vo comentario acerca de la puesta en liber-tad de algunos gitanos, tras el apresamien-to del 30 de julio. Tocante al matrimonio del marqués de Perales con una de las hijas de Clara Vizarrón.

Rmo. Pe. Mro.

Amigo y Sr. mío:

Con motivo del santo tiempo de Pas-cuas del nacimiento de nuestro Reden-tor, no excuso hacerle presente mi fina voluntad con la que deseo que su Divina Majestad se las conceda muy felices, con los aumentos espirituales y corporales que apetece, que yo con tan buena noticia y muchas órdenes de su agrado me las prometo muy felices.

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Nuestro Señor guarde a VRma. mu-chos años.

Puerto de Santa María, diciembre

22 de 1749. Dueño y amado Padre mío: Recibí sus dos muy estimadas con

los catorce ejemplares del Padre Feijoo, que aprecié mucho, y de todo le rindo cordiales agradecimientos y quedo obli-gado y deudor de VRma. .

Me tiene traspasado la ninguna mejoría en la salud de nuestro buen amigo el Rmo. Pe. Mo. Alzugaray, sin em-bargo de las grandes diligencias que tengo hechas para que la consiga; porque lo estimo y me estima muchísimo, y no me deja continuamente, y hasta conoce los saludables consejos de VRma. y los refiere no sin lágrimas. Estamos esperando que convalezca alguna cosa para sacarlo al campo por algún tiempo. Dios quiera concederme este gusto y que lo vea con la salud que deseo, porque tengo en dicho Padre un buen pedazo de corazón.

Ya nos han vuelto a los gitanos co-

ntra toda justicia, y con grandes honores publicados con bando en que se refiere haberlos desterrados por un mal informe

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de que nos hemos reído los desapasiona-dos, porque ahora es cuando existe el mal informe.64 Mucho pudiera decir sobre el asunto, pero me hallo ocupadísimo con esta mala etiqueta de escribir Pascuas.

El marqués de Perales, de esa Corte,

se casa con una de las Vizarronas de esta ciudad que discurro ser una señora la más poderosa de España, la misma que se había de casar con el marqués de Premio Real que murió en esa Corte. A esa casa me hallo yo agregado como es costumbre en estos países y comercio.65

64 Puede parecer, en principio, que hay una contradicción en la

manera de actuar de nuestro personaje, pero debemos analizar algo más en su actuación. Intentaba conformar una sociedad más justa, sin embargo, en este caso, se manifiesta en contra de haberse puesto en libertad a parte de los gitanos, actuación que con anterioridad, cuando se les confinó, parecía no aceptar en todos sus términos. Sin embargo, debemos situarnos en el momento histórico. A cada persona hay que considerarla dentro de la mentalidad de su época, y entonces se daban situaciones cotidianas que hoy son imposibles de admitir, tales como la pena capital, la esclavitud, los azotes y las torturas, por citar sólo unos ejemplos. Tengamos también presente que seguía funcionando el Tribunal de la Inquisición, que se aboliría en 1834, donde se daban ejemplares castigos en nombre de Dios, y que, en palabras del malo-grado Catedrático de Historia del Derecho Don Francisco Tomás y Valiente, “en la Edad Moderna la Monarquía utilizó la ley penal como uno de los más importantes instrumentos de oposición de su autori-dad… y al mismo tiempo como maquinaria protectora del orden social establecido”

65 Hemos hecho mención, en varias ocasiones, de la integra-

ción de Roche en la rica e influyente familia portuense de cargadores a Indias, los Vizarrón, así como, en especial, de sus relaciones con Cla-ra, en quien encontró la amistad y el apoyo familiar que necesitaba,

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Repito mi fina voluntad a VRma.

Rmo. Padre. B.L.M. de su VRma. su muy afectísimo y

reverente servidor Juan Luis Roche

Posdata Estimaré a VRma. que cuando se sirva

escribirme me diga si sabe que haya or-

pues hasta la muerte de ésta en 1764, siempre vivió en estado de solte-ría. Don Juan Vizarrón, que alojó a Felipe V en su Casa de las Cade-nas en las visitas que realizó a la ciudad de El Puerto, casó con Doña Ana Polo, y fruto de esta unión nacieron seis hijos, siendo Clara uno de ellos. A principios de diciembre de 1729 contrajo matrimonio con Don Francisco González de Quijano, montañes, del Valle de Vuelna, y caballero de la Orden de la Calatrava. De esta nueva unión nacieron dos hijas, Ana, en febrero de 1731, y Micaela once meses después, en enero de 1732, quedando huérfanas de padre muy jóvenes. En sus adolescencias, y en los años previos a formar nuevas parejas, fueron conocidas bajo el sobrenombre de las Vizarronas.

Ana, la mayor, contrajo nupcias con el erudito jerezano Don Miguel Panés y Pabón, marqués de Villapanés, con quien tuvo Roche una intensa amistad más allá de las relaciones propias de ser miembro de la familia de su señora. Micaela se unió a Don Ventura Antonio de Pinedo y Velasco, II marqués de Perales y conde de Villanueva, resi-dente en la Villa y Corte de Madrid.

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dinario que transite desde ésa Corte a La Coruña.66

Ya lo considero muy ocupado con el tercer tomo de Cartas Eruditas, que a ve-ces cuesta tanto correr con la impresión como escribir lo que se imprime.67

66 A mediados del siglo XVIII, y siguiendo los estudios de

Santos Madrazo, las comunicaciones dentro del Reino de Galicia eran muy deficientes, aunque ya con Fernando VI, y con posterioridad con Carlos III, mejorarían, sobretodo con la construcción de la carretera Madrid-La Coruña. En ésta última ciudad dejó Roche a sus padres, y a un hermano sacerdote, cuando regresó a El Puerto, de aquí su interés por saber si existía un servicio regular entre ambas ciudades, ya que solía realizar sus envíos por mar al puerto de La Graña.

67 En 1750 se publicaría el tomo 3º de las Cartas eruditas de-

dicado al rey Don Fernando el Justo, conteniendo 32 cartas. La publi-cación se realizó, como otras de Feijoo, bajo la dirección y correccio-nes de fray Martín, trabajo al que alude Roche.

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Nº 9.- (Autógrafa) 1750, enero, 27. EL PUERTO DE SANTA MA-

RÍA (Cádiz) Da cuenta de enviar un retrato suyo a

Feijoo. Sobre el proceso que sigue la en-fermedad del Padre Alzugaray, bajo sus cui-dados y las recomendaciones de Sarmiento. Haciéndole saber la petición que ha recibi-do de éste, en el sentido de que le trans-mita el ruego para que interceda, ante el confesor real, en el nombramiento de un hermano suyo.

M.M. Rmo. Pe. Mro. Fray Martín Sarmiento.

M. Rmo. Pe. y Sr. mío:

Recibí su muy estimada de treinta del pasado, y celebro las buenas noticias que me conduce de su salud, a cuya dis-posición ofrezco la mía con fino afecto.

Es cierto que tenía que remitir a La

Coruña un cajoncito de China muy pre-ciosa y otras droguillas destinadas las más para el padre Feijoo, pero siendo una cosa tan delicada no me determino

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a remitir por tierra, sin embargo de las precauciones que se han tomado para su seguridad, por lo que irán por mar en un navío que se halla pronto para aquel puerto, y estimo mucho la oferta de VRma. de correr con este encargo, que disfruta-ría gustoso a no ser éste el impedimento.

Lo que sí remitiré por tierra a ma-

nos de VRma. será mi retrato, por habérme-lo pedido el Rmo. Pe. Mro. Feijoo, y querer te-ner el honor de que lo vea VRma. , ya que yo no puedo verlo y besarle mil veces las manos. Por acá se halla la pintura pér-dida totalmente y no hay más que pinto-res de coches y doradores, porque la mo-da son estampas grandes de París con sus cristales; por cuyo motivo fue preciso traer un pintor de afuera de ochenta años de edad, que me causó bastante admiración e impaciencia porque sobre ser muy viejo y temblón, trabajaba con mucha flema y dos pares de espejuelos o antojos.

A nuestro buen amigo el Rmo. Padre

Alzugaray lo sacamos al campo y le pro-curamos los mayores divertimentos para su mejoría, habiéndola logrado hasta llegar con su escopeta a cazar pajarillos, y en suma se hizo todo cuanto propone VRma. en su carta; pero habiendo cargado el mal tiempo y recibido noticia de la

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muerte de su hermana, digo de su ma-dre, no quiso parar más en el campo, se vino antier y volvió a llamar al médico y a sus antiguas aprensiones, de suerte que todo le enfada, ni quiere estar solo ni acompañado.

Esta mañana me dijo que VRma. po-

día acaso aliviar parte de sus males, sino fuera tan enemigo de empeñarse. Propú-some el asunto, y yo procuré mostrarle otros caminos para libertad a VRma. de que no quebrantase su genio y conducta; pero siempre estuvo firme en no admitir ninguno, y me suplico le escribiese a VRma.

en su nombre refiriéndole el estado de su salud, y que no tomaba la pluma para nadie ni quería empeñar a VRma. direc-tamente en su pretensión, sino que a lo indirecto tomando por pie su enferme-dad, sacase la conversación con el confe-sor de Rey68 mostrándole ser amigos y re-

68 Fernando VI, durante su reinado, tuvo la suerte de rodearse

de excelentes colaboradores, fundamentalmente de tres muy singula-res y eficaces, en los que depositó su confianza, formando un equipo para realizar grandes reformas. Uno de ellos fue Don Zenón de Somo-devilla y Bengoechea, más conocido por el marqués de la Ensenada, en quien delegó todos los asuntos internos del país. Otro, Don José Carvajal y Lancaster, Secretario de Estado y como tal encargado de todas las relaciones exteriores. Y por último un jesuita, que aunque no político y sí religioso, influyó decisivamente en muchas de las deci-siones que se tomaron, participando activamente en la política cultural y eclesiástica de España. Fue este tercer personaje el confesor real Padre Francisco Rávago y Noriega, que lo fue durante el periodo

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cordándole un hermano eclesiástico que tiene en Lima, dignísimo a cualquier empleo, de sesenta años de edad y maes-tro que fue suyo de Filosofía. Que con esta apuntada que le dé VRma., y otros recursos que tomará, espera lograr una canonjía para el dicho su hermano en Lima, en donde hay ahora algunas vacantes; y que todo esto se quedará sepultado entre los tres sin que otra persona alguna lo sepa. Sobre cuyo asunto VRma. verá lo que gusta que le responda, pues no he podido excusarme de escribir esta súplica en su nombre, siempre atento a que de ningún modo se empeñe en cosa que le sea re-pugnante.69 Yo cada vez penetro menos la política de los jesuitas.

comprendido entre 1747 y 1755. Nacido en Tresabuelas, en el término municipal de Palaciones, en Cantabria, fue profesor de la Universidad de Valladolid, de Salamanca, de la Sorbona, y vivió durante un signi-ficativo periodo de su vida en Pontevedra.

En esta ciudad entabló amistad, a través de la familia, con el benedictino Padre Sarmiento, motivo por el cual al residir ambos en la Corte, continuaron cultivando la vieja amistad de años atrás, así, fray Martín, a la vuelta de la gira por sus tierras gallegas en 1745, comenzó a escribir Colección de voces y frases gallegas en coplas dedicando dicho trabajo al ya confesor real Padre Rávago.

Esta intima amistad del jesuita y del benedictino, fue aprove-chada por otro jesuita, el Padre Alzugaray, para por medio de Roche, buscar la intercesión del influyente confesor real en favor de un her-mano suyo.

69 Esta carta, como podemos observar, fue escrita el 27 de ene-

ro de 1750, y tan sólo once días después, no obstante las dificultades de la época para hacerla llegar desde El Puerto a la Corte, el día 7 de febrero, Sarmiento toma la pluma y se dirige al Padre Rávago hacién-

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dole llegar la petición del Padre Alzugaray. Inicia la comunicación tratando de unos manuscritos árabes de El Escorial, y después de darle las gracias por unos obsequios que le ha remitido, y de lo mucho que favorece a Pontevedra y a su hermano Javier, centra todo el contenido en la petición sobre el jesuita limeño:

“…Ilustrísimo señor, lo que el interés y conveniencia propia no son capaces de reducirme a desplegar los labios y tomar la pluma, sólo la compasión de lástimas ajenas me han hecho tomar de cuando en cuando, y aunque ahora recibí una carta del Puerto de Santa María, que me pone esa precisión y se me ofreció tomar la pluma para tener el honor de escribir a Vª. Sª., no me valgo de ella para pedir sino para acordar a Vª. Sª. el deplorable estado en que se halla en el Puerto de Santa María el Reverendo Padre Maestro José de Alzugaray, jesuita y natural de Lima.

Tuve la dicha que su Reverendísima, cuando estuvo en esta Corte, viniese frecuentemente a mi celda, y apreciaba muchos sus visitas por sus virtudes, literatura, honradez y afabilidad. Pasó a Santa María, desde donde recibí varias cartas suyas y, o sea por el clima, o por nimiamente dedicado a los libros, dio en enfermar mucho. Escribi-le que dejase, ad tempos, los libros, y que mudase de clima. Exhorté a un caballero de allí, íntimo de Padre Alzugaray y mío para que coad-yuvase a esto. Sucedió también que habiendo salido fuera, al divertir-se, volvió en sí pero duró poco a causa de haber recibido una carta que había muerto su madre.

De todo tengo individual aviso y como el padre Alzugaray se acuerda haberme comunicado la justa súplica que había hecho a V.P. para que atendiese a un su hermano de 60 años y que es maestro de filosofía y que es de prendas admirables, aun conociendo mi aversión a entremeterme en estas cosas, me significa en este correo, por medio del íntimo amigo, que me esfuerce a representar a Vª.Sª. que, habiendo al presente canonjías y otras plazas vacantes en Lima, se sirva Vª. Sª. compadecerse de su estado y acordarse de su querido hermano.

Dice y creo que sólo este consuelo será bastante para templar el dolor de la muerte de su madre y desvanecer su penosa hipocondría o enfermedad, y aún añade que por lo que a mí toca, quedará consola-do como sepa que yo me atreví a hacer a Vª. Sª. un solo recuerdo de lo que ya su Reverendísima le había suplicado aquí…”

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Ayer salió para esa corte D. Pedro de Arriaga70 con otros caballeros comer-ciantes, y el correo que viene le escribiré entregue a VRma. trescientos y treinta y nueve reales de vellón, los que (si quisiere excusar esta visita, aunque él es bien li-gero) podrá mandarlos cobrar por la li-branza adjuntada. Perdóneme la moles-tia.

El dicho don Pedro Arriaga es el mismo de que hace mención Ulloa en su viaje, que por no seguir sus consejos fue-ron prisioneros;71 después lo fue también

70 En 1735 murió el rico hacendado portuense Don Andrés de

la Azuela, dejando por su heredero fideicomisario al citado Don Pedro de Arriaga, hijodalgo y cargador a Indias, quien según el historiador portuense Ruiz de Cortazar, y en virtud del testamento, gastó más de tres mil pesos en la ampliación del Hospital de la Misericordia y Con-vento de San Juan de Dios de El Puerto, en la calle Luna, añadiendo a dicho edificio “…otro patio claustrado, una grande pieza de enferme-ría, fuente y una escalera de jaspe muy particular por su hechura, con otras oficinas preciosas a su mayor conveniencia y utilidad…”

Casó en agosto de ese mismo año de 1735 con Doña Catalina de Casanova, con quien tuvo dos hijos: José y Domingo. Acostumbra-do a realizar viajes al Reino de Perú con su hermano Pedro, falleció ahogado y, el 13 de diciembre de 1750, al no hallarse su cuerpo, en el mencionado Convento de San Juan de Dios al que solía prestar apoyo económico, se celebraron sus honras fúnebres.

Fue propietario del navío El Soberbio, construido en la Haba-na en 1740 con una dotación de 66 cañones (con posterioridad existió otro con el mismo nombre y bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario); del Nuestra Señora de la Delibranza, El Lis; y de la fragata, de menor porte y artillería que el navío aunque más veloz, Nuestra Señora de los Milagros, de 160 toneladas y de fabricación inglesa.

71 El 26 de mayo de 1735 partió del puerto de Cádiz, en la fra-

gata Incendio, Antonio de Ulloa y de la Torre-Guiral, mientras que su

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el dicho Arriaga viniendo del mar del Sur. Es sujeto acaudalado en el comercio y de extraña viveza.

Me alegró del buen estado del tomo

tercero de Cartas, lo que ya me habían avisado de Oviedo.

compañero de expedición Jorge Juan embarcó en el navío El Conquis-tador, junto al marqués de Villagarcía que recientemente había sido nombrado virrey de Perú. El destino de ambos era el puerto de Carta-gena de Indias, donde debían integrarse en el equipo de científicos franceses al mando de Charles Marie La Condomine, quienes iban a realizar, entre otros estudios, la medición de un grado del meridiano en el Ecuador.

Tras nueve años de intensos trabajos, y de no menos aventuras y peripecias, llegó el momento de dar por concluida la expedición y realizar la vuelta. A la vista de la valiosa documentación que habían conseguido reunir, y sopesando la posibilidad de que pudiese extra-viarse por algún accidente en el regreso, decidieron repartírsela y cus-todiar cada uno una parte, embarcando en dos fragatas francesas dis-tintas. Bajo este acuerdo partieron del puerto de El Callao el 22 de octubre de 1744, haciéndolo Jorge Juan en la fragata Liz y Antonio de Ulloa en la Deliberance. La primera, después de un largo viaje, llegó al puerto de Brest el 31 de octubre de 1745. La segunda, en la que retornaba Ulloa, no corrió la misma suerte. Fue capturada por barcos ingleses que incautaron toda la documentación hallada en poder del hombre de ciencia y marino español, no obstante haber éste arrojado al mar una parte que podía comprometer a España, siendo hecho pri-sionero y conducido a Inglaterra en agosto de 1745.

Ya en tierra, el duque de Bedford reconoció su labor intelec-tual, devolviéndosele en 1746 todos los documentos que se le habían confiscado, rindiéndosele honores por la Real Sociedad Británica, y gracias a la intercesión de Martín Folies, su presidente, pudo regresar a España.

En esta expedición, y junto a Ulloa, viajaba el rico comercian-te portuense Pedro de Arriaga.

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El marqués de Perales se restituyó a esa Corte luego que consumó el matri-monio, y a la primavera se llevará a la novia.

Por acá no hay más novedad que

muchos moros en la Costa, y aguardar por minutos los navíos de Indias.72

72 Si pudiésemos abstraernos y situarnos en El Puerto de este

siglo XVIII, y a la vez tomar, con los medios actuales, una fotografía aérea, veríamos como de la ciudad sobresalían las almenas del Castillo de San Marcos, los arbotantes de la Iglesia Mayor Prioral, y las mu-chas torres de sus iglesias y conventos; pero sobre estos altos edificios veríamos erguirse, como periscopios que oteaban la bocana de la Ba-hía, un singular número de torres-miradores indicativas de que, bajo cada una de ellas, un cargador a Indias observaba la línea del horizon-te esperando reconocer navíos amigos que debían traer actividad, ri-queza y prosperidad a la zona. Pero no siempre se daba esta situación. Por esta entrada, o salida, que comunicaba con las tierras americanas, también habían venido, y venían en algunas ocasiones, pueblos que no llegaban en son de paz; que invadiendo sus tierras traían guerras, mi-serias, desgracias e infortunios. Aparte de los primitivos fenicios, griegos y romanos, también estaba en la mente de todos como desde el siglo XVI los piratas berberiscos, como Barbarroja o Dragut, solían invadir las costas españolas desde Cataluña a Huelva, viéndose los nativos obligados a vivir en un estado de constante alerta, y a cons-truir, en zonas de buena visibilidad, esas torres-vigías precursoras de las torres-miradores, desde donde se gritaba “Hay moros en la costa”. Hoy, en las playas de muchos pueblos del levante español, se celebran fiestas para conmemorar aquellos acontecimientos. Son representacio-nes de saqueos, abordajes, asaltos, desembarcos, violencia, secuestros, esclavos, pólvora, arcabuces, etc. Son las famosas fiestas de “moros y cristianos”. Y hoy, igualmente, seguimos usamos el dicho de “Hay moros en la costa” para advertir a nuestros interlocutores que alrede-dor hay un peligro latente.

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Quedo a la obediencia de un VRma. , y rogando a nuestro Señor dilate su vida muchos años.

Puerto de Santa María, enero 27 de

1750

Rmo. Padre.

B.L.M. de su VRma. su muy afecto y re-verente servidor Juan Luis Roche

Posdata Arriaga asiste en casa de Don Fran-

cisco Zulueta

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Nº 10.- (Autógrafa) 1750, febrero, 2. EL PUERTO DE SANTA MA-

RÍA (Cádiz) Acusa recibo de unos libros y unos re-

tratos que ha recibido del Padre Feijoo, así como otros de Sarmiento. Sobre el esta-do del Padre Alzugaray y su petición de la carta anterior.

M. M. R. Padre Mro. Fray Martín Sarmiento.

Muy Rmo. Pe. y Sr. mío: Recibí su estimada del 27 del pasa-

do, y por ella veo me remite con Luis Granados dos tomitos y dos retratos del Padre Feijoo para encaminárselos a La Habana a don Pedro Alonso73 de que ya

73 Pedro Antonio Alonso fue un rico comerciante gaditano

amigo común de Feijoo y de Roche, y por tanto también preocupado por temas de erudición. Había nacido en la ciudad soriana de Osma, y encontrándose soltero realizaba viajes a La Habana. Años más tarde, ya mayor y en la misma línea del portuense, dejó de navegar y contra-jo matrimonio el 26 de diciembre de 1764.

En Cádiz, dentro del apogeo económico que vivó la ciudad en el siglo de las Luces, se forjó un importante núcleo cultural compuesto

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tengo noticia; y aprecio como debo los otros dos retratos que VRma. se sirve rega-larme de que quedo sumamente agrade-cido.

La nimiedad del dulce, que por ser

de Francia le remití a VRma., no merece atención alguna.

El Rmo. Padre Mro. Alzugaray estima y

aprecia como debe sus cariñosas memo-rias y, brumado de sus aprehensiones y falta de salud, va pasando lo mejor que puede condenado a no escribir ni notar cosa alguna, ni a pensar en traduccio-nes, imprentas74 y otras mil máquinas que

por muchos comerciantes, propietarios de barcos de las rutas de la Carrera de Indias, y de capitanes de estos navíos. Entre ello se encon-traba el propio Pedro Antonio Alonso, y el propietario de la fragata Nuestra Señora del Rosario, San José y Santa Teresa, José Díaz de Güitian, a quien Feijoo remitió entre el 19 de Noviembre de 1755 y el 13 de enero de 1756 cuatro cartas sobre el famoso terremoto de 1755 que tanto se dejó sentir en Cádiz, en otras poblaciones de Andalucía, y con especial intensidad en el Algarbe portugués. Roche, en su impren-ta de la Casa de las Cadenas, publicó estas cartas con otra dirigida también por Feijoo, sobre el mismo contenido, a Don José Díaz de Arellano, canónigo de la catedral de Toledo, y una suya exponiéndole los hechos ocurridos a Don Francisco Buendía, Secretario de la Aca-demia de las Buenas Letras de Sevilla. La publicación apareció bajo el título de Nuevo Systema sobre las causas físicas de los terremotos, explicadas por los fenómenos eléctricos, y adaptado al que padeció España en primero de Noviembre del año antecedente de 1755.

74 La ciudad de los Reyes, actual Lima y donde nació el Padre

jesuita José Alzugaray, fue fundada en 1535 y pertenecía a lo que fue

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el virreinato de Perú, que junto al de de Nueva España, hoy México, formaban los territorios más importantes de los españoles en las tierras descubiertas por Colón. El primero, comprendía una extensión amplí-sima, es decir, casi los dos tercios del continente sudamericano. Esto motivó que, en el siglo XVIII y dentro de las reformas de los Borbo-nes, se crearan a partir de él dos nuevos virreinatos: el de Nueva Gra-nada que comprendía Venezuela, Colombia y Panamá; y el del Río de la Plata, con los territorios actuales de Chile, Argentina y Bolivia; quedando sólo perteneciente al de Perú, éste con Ecuador.

A todos estos pueblos, además de conquistadores y comer-ciantes, llegaron multitud de órdenes religiosas que, dentro del pen-samiento y la mentalidad religiosa de la época, tuvieron una interven-ción, si no acertada, sí seria, entregada y responsable. Allí se estable-cieron franciscanos, dominicos, agustinos, mercedarios, jesuitas, etc., y son a estos últimos a los que queremos prestar una especial atención, ya que según se afirma en esta carta el jesuita Alzugaray estaba intere-sado, entre otros temas, en la imprenta, y no podía ser de otra manera porque la Compañía había tenido, y seguía teniendo por aquellos años, un protagonismo especial en la importación de esta nueva técnica o arte, que al igual que había sucedido en Europa, fue fundamental para la difusión de la cultura.

En el segundo tercio del siglo XVI, por los años 1539, apare-cen los primeros escritos impresos por la imprenta en América, y es México la ciudad a quien correspondió tal honra, porque era la más importante de esta época colonial, poseyendo Universidad y colegios mayores. No fue un jesuita -aún no se habían éstos establecido allí- quien en esta ocasión inició los trabajos, sino un franciscano, que a la vez fue el primer obispo de esta ciudad, Juan de Zumárraga, conjun-tamente con su primer virrey, Antonio de Mendoza. Años después, y hasta su expulsión en 1767, los jesuitas tomaron la antorcha y fueron punto de referencia de todas las imprentas que se pusieron en funcio-namiento en los diferentes virreinatos.

La Compañía se instaló allí en 1572, no sólo con jesuitas pro-venientes de España, sino de otros muchos rincones de Europa. El mismo año de su llegada fundaron el Colegio de San Pedro y San Pa-blo, dirigido a los jóvenes nativos hijos de las clases dirigentes, con el objetivo de, a través de ellos, poder acceder con más facilidad al pue-blo llano, política que han utilizado en más de una ocasión. Trabajaron arduamente con la idea fija de evangelizar a los indígenas, para lo cual pusieron todos los medios que tuvieron a su alcance, con el fin de mejorar sus condiciones de vida, y para ello, y ante la necesidad de

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traía antes entre manos y lo han derri-bado en tierra, como yo le tenía pronosticado cuando lo veía metido en tanto afán. Sus amigos los italianos, franceses, genoveses, y entre ellos algunas madamas discretas, todo se le va en es-cribirles cartas eruditas que son otras tantas mortificaciones para su genio crí-tico y pundonoroso en no poder respon-derles. Miserable estado el de los hombres doctos cuando llegan a padecer de al-guna pasión o dolencia, porque se fati-gan en la imaginación con discursos y sutilezas (que de nada sirven) sobre la causa y curación de sus males, que si los aburrieran y desecharan, sin acordarse

comunicación, tanto con los estudiantes como con el pueblo que habla otra lengua, fundaron, dentro del propio Colegio de San Pablo, cinco años después de su llegada en 1577, una imprenta. Fue ésta la primera de la larga cadena de fundaciones que realizaran en los siglos venide-ros, y de una manera especial a partir de la creación de los nuevos virreinatos.

De México, y por medio del impresor Antonio Ricardo que trabajaba para ellos, llevaron el invento de Guttemberg al Perú, con-virtiéndose Lima, el 14 de julio de 1584, en la segunda ciudad de América en que se realizaron trabajos de impresión. Pero, además, con una pujanza tan intensa que sirvió de núcleo generador de nuevas fun-daciones hacía países de su entorno, e importando, tanto de España como de Europa, todos los adelantos que se iban consiguiendo. Así, Menéndez Pelayo (1911) sentenció que: “Fue el virreinato del Perú la más opulenta y culta de las colonias españolas de América del Sur; la que más alcanzó a ser visitada por más eminentes ingenios de la Pe-nínsula, y la que, por haber gozado del beneficio de la imprenta desde fines del siglo XVI, pudo salvar del olvido mayor número de nuestras de su primitiva producción literaria…”

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de ellos, ni aun para referirlos, ellos se cansaran y se fueran como vemos en los animales y en muchos hombres bien humorados.

Me dice le escriba a VRma. sobre el

asunto de mi carta antecedente, que también es heroísmo el deponer los propó-sitos. Que su hermano no solamente es digno y capaz de cualquier empleo ecle-siástico, sino que es de los más dignos o dignísimos de Lima como podrán infor-marse. Sobre cuyo asunto ya tengo escrito a VRma. que sólo soy amanuense de la sú-plica, porque sin embargo de lo mucho que estimo a dicho Rmo., y que lo he servi-do y serviré en cuanto pueda, conozco que le puede ser repugnante a VRma., a quien deseo no causar semejantes moles-tias; y así puede responder lo que parecie-re adecuado.

Nuestro Señor guarde a VRma. muy

dilatados años como deseo. Puerto de Santa María, febrero 2 de

1750

Rmo. Padre. B.L.M. de su VRma. su muy afecto y re-

verente servidor

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Juan Luis Roche

Posdata Este correo escribo a Arriaga que

habrá llegado ya a esa Corte, que entre-gué los trescientos treinta y nueve reales de vellón.

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Nº 11.- (Autógrafa) 1750, febrero, 16. EL PUERTO DE SANTA

MARÍA (Cádiz) Nuevos comentarios sobre la petición del

Padre Alzugaray. Da cuenta de haber recibi-do unos ejemplares y retratos del Padre Feijoo, así como una carta del mismo. Comu-nica que Clara Vizarrón, y sus hijas las marquesas de Villapanés y Perales, van a pasar una temporada en la Corte.

M.M. Rmo. Pe. Mro. Fr. Martín Sarmiento

Muy Rmo. Pe. y dueño mío: Recibí la muy estimada de VRma. con

la adjunta para el Pe. Mro. Alzugaray que pasé a sus manos y, habiéndola leído, agradeció infinito el empeño de VRma., a quien tributa muchísimas gracias, y también el dolor de no poder escribirle, tanto por obligado como por amigo y agradecido a sus finezas.

No obstante el reconocimiento de

dicho Rmo. Pe., privadamente ha glosado el

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empeño de VRma. de un modo tan melan-cólico, fúnebre y extraño que le aseguro que no sólo me admiró, pero me dio en-fado y aun deseos de que llegue la hora de hacerse a la vela, que quizás en esto estará su mejoría. Todo es discurrir sobre la política fina que supone haber entre VRma. y el confesor para entretener con semejantes respuestas, y que si aserto VRma. a hacer el empeño como instado del di-cho Pe Alzugaray le habrá hecho más daño que provecho. En fin, sobre tales discursos puede discurrir VRma. lo que obra el humor melancólico, y sobre tener más de sesenta años su hermano, ¿a qué fin es ya procurarle más aumentos?

Recibí de Granados los dos ejempla-

res y cuatro retratos del Padre Feyjoo que me había avisado VRma. remitirme por su orden, y habiendo tenido carta este co-rreo de dicho Padre, reparo en que me dice que son cuatro los ejemplares impre-sos; a que le respondo que ya quedan en mi poder, y por si hubiese alguna equivo-cación se lo participo a VRma.

Habiendo de pasar a esa Corte de

asiento mi señora la marquesa de Pera-les, y acompañándola su hermana la marquesa de Villapanés y su madre Doña Clara de Vizarrón, no excuso de ofrecerle a VRma. el valimiento y amistad de estas

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señoras por si en algo quisiere disfrutar-lo, asegurado de la buena ley que me tienen; pues si VRma. se da mucho a estar recluso en la celda, jamás le faltará que hacer ni quien lo ocupe.

En punto de novedades no hay más

que la de los moros que no se apartan de la vista, con gran vilipendio de la na-ción. Ahora unos ingleses de Cádiz me acaban de enviar la papeleta adjunta sobre los mismos75.

Quedo con toda obediencia a la

disposición de VRma. y rogando a nuestro Señor dilate su vida muchos años como deseo.

Puerto de Santa María, febrero 16

de 1750

Rmo. Padre. B.L.M. de su VRma. su muy afecto y re-

verente servidor Juan Luis Roche

75 Todas las papeletas, notas, y escritos que adjuntó Roche a

las cartas, se han extraviado.

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Nº 12.- (Autógrafa) 1750, marzo, 2. EL PUERTO DE SANTA MARÍA

(Cádiz) Comentando la aparición por El Puerto de

gitanas vestidas con el hábito de monjas terciarias de San Francisco. Participación del duque de Medinasidonia en la boda de la infanta María Teresa con el duque de Sabo-ya.

A.M.Rmo. Pe. Mro. Fr. Martín Sarmiento

Muy Rmo. y amado Pe. : Recibí su muy estimada y, viendo

por su contexto cuan sensible le ha sido la cavilación del Rmo. Pe. Alzugaray, al punto tomé la pluma para recodarle que no es el dicho Pe., sino el humor que le aflige quien le hace prorrumpir en seme-jantes sandeces. A mí también me irritó mucho al principio, y aun por esto no pude pudrirlo en mí sin participárselo; pero después de refrescado me hago car-go de su inocencia, por lo cual no hay

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que temer que se vaya a la América sin desimpresionarse del juicio.

Yo no he puesto los pies en su apo-

sento desde aquel día, motivado de la desazón que tomé, lo que habiendo cono-cido SRma. no ha dejado tarde que no venga a verme, con tanta docilidad y prudencia que no me ha tocado en la materia ni una palabra. Ya parece que no están en el mundo ni su hermano, ni el Pe. Sarmiento. Ayer me dijo que siempre había tenido un natural muy malo, pero que ahora con su enfermedad estaba in-sufrible; que sus amigos lo abandona-ban, y hasta el médico y boticario. Que si Dios le daba alguna salud, pensaba en hacer una muy correcta reimpresión de los libros de Madame Fouquet que se ven-den en esa Corte, por los cuales se gober-naría para curarse sus indisposiciones76.

76 A Finales del siglo XVII, y en contra de la costumbre gene-

ral de que los textos relativos a la ciencia médica fuesen escritos en latín y dirigidos a la minoría de médicos y boticarios, aparecieron unos prontuarios que, tomando como base la lengua de cada país, se hacían llegar al público en general, poniéndoles a su disposición una serie de tratados y remedios médicos conducentes a que mejoraran su salud. Era parte de la erudición, de volver la vista hacia los más des-amparados aportando lo necesario para que la sociedad consiguiera una vida más sana, y por tanto feliz y tranquila.

En Francia uno de estos manuales tuvo una relevancia espe-cial. Escrito por Madame Fouquet, más conocida por la madre del ambicioso y desfalcador ministro de finanzas de la hacienda real de Luis XIV, Nicolás Fouquet, contribuyó a mejorar la salud de sus con-ciudadanos.

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“Un enfermo de estas circunstancias (mayormente si es docto) es una traduc-ción literal de la historia del Quijote.” Esta fue mi respuesta, y lo que le he dicho varias veces.

Con el abandono que le han hecho

los médicos y boticarios (en que he teni-do parte) es muy notable la mejoría que reconoce.

María de Maupeón, vizcondesa de Vaux (1590-1680), que así

era conocida de soltera Madame Fouquet, publicó, de forma anónima en 1678, Recueil de Remèdes Faciles et Domestiques […] Recueillis-par les Ordres Charitables d’une Illustre et Pieuse Dame, que recogía muchos remedios para tratar las enfermedades conocidas. Con poste-rioridad, en 1685, y ya fallecida la autora, se realizó una nueva publi-cación, recopilación de todo lo que había escrito: “pour guerirà peu de fraistoute forme de maux tant internes qu’externes, invéterez, & qui ont passé jusques à present pour incurables, experimentez par la même Dame; et augmentez dans cette derniere edition de la methode que l’on pratique à l’Hôtel des Invalides pour guérir les soldats de la vero-le...”

Es a partir de estos años cuando empiezan a aparecer traduc-ciones de la obra por todos los países del entorno. En Ámsterdam en 1704. En Portugal se publica, en 1712 y en 1714, bajo el título de Re-copilaçam dos remedios escolhidos por orden da caritativa, illustre e piedosa Madame Fouquet para consolaçao dos pobres enfermos com un regimento de vida para cada composiçao e para cada achaque, e un Tratado de leite. En castellano la primera copia que aparece es editada en Lyón (Francia) bajo la traducción de Francisco Monroi y Olaso, con el título de Obras médico-chirúgicas de Madama Fouquet: economía de la salud del cuerpo humano, ahorro de médicos, ciruja-nos y botica: prontuario de secretos caseros, fáciles y seguros en la práctica. Seguidamente surgieron nuevas copias en Valladolid y Sa-lamanca, coincidiendo esta última con el comentario del Padre Alzu-garay en 1750.

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Más volviendo a VRma. me parece que lo de político fino, o de tener hecho pacto con el confesor para libertarse de los em-peños, no es ninguna mancha de judío o gitano para que le haga tantos ascos. Antes parece que siempre ha sido cosa honorífica y de cortesanos, y como VRma se halla en esa Corte, fuera hacerle agravio tenerlo por descortesado en esta política. Y como se dice de otros, o errar o quitar el banco; se pudiera decir de este asunto: o dejar la Corte o ser politicón.

Ya que resbalé a lo jocoso, vaya un

caso reciente; el más gracioso que se ha visto en cartas y que se ha dicho en me-nos razones. Las reverendas gitanas han aparecido en este pueblo, y otros, vestidas de beatas descubiertas de San Francisco, sin las licencias necesarias77.

77 San Francisco de Asís fundó en el siglo XIII tres ordenes re-

ligiosas, conocidas respectivamente como la primera, segunda y terce-ra que, difundidas por todo el orbe, han sido, y son, una de las más grandes y fecundas instituciones del catolicismo. La primera, fundada en 1209, fue la de los Frailes Menores, o también conocida como Hermanos Menores, que llevan una vida religiosa siguiendo a Jesu-cristo y a los primeros apóstoles. La segunda Orden Franciscana es la de Santa Clara, o Clarisas Pobres, las cuales, en 1212 y con Santa Clara a la cabeza, pidieron al Santo Padre San Francisco autorización para poderse acoger a la forma de vida que él había instituido, insta-lándose en monasterios y siguiendo la regla de San Benito. La Orden Tercera, que es la que nos interesa en este momento por la cita que se hace, nació en 1212 en torno a grupo de seglares de todas las clases sociales que, siguiendo las normas del santo, vivían como penitentes en sus propios hogares. Este tipo de vida hacía que a sus miembros

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Ahí que no es nada. ¿Ha visto des-cubiertas de San Francisco sin licencia, sin ser terceras y siendo gitanas? Si señor, ello por ello ha pasado así. Y como cogió descuidados a todos este caso, lo tuvieron al principio por ilusión diabólica o en-cantamiento, y hasta que no se satisficie-ron por sus manos, no creyeron a los ojos. Las gitanas se resisten a quitárselo por no quedar en cueros, y todavía dura la re-friega entre ellas, los frailes y hermanos.

El motivo de ponerse esta ropa fue él

habérsela dado el Obispo de Málaga,78 movido de compasión de su desnudez. Y bien se deja considerar el estómago agreste con que serían recibidas de los interesados.

Llegando aquí llegó también la

hora de la visita del Rmo. Pe Alzugaray que se entró por la puerta, e inmediatamente le dije (sin que lo entendiese el compañe-ro) el grandísimo sentimiento de VRma. por haberle yo dado a entender algo de

sólo se les distinguiera del pueblo llano, aparte de por su santidad y religiosidad, por el hábito que portaban, consistente en una sencilla túnica de paño de baja calidad, sin que fuera común el color, con capi-lla y cordón anudado a la cintura.

78 El Obispo de Málaga era Don Juan de Eulate y Santa Cruz,

que lo fue entre los años 1745 a 1755.

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su desconfianza. Le referí toda la carta punto por punto, entre chanzas y veras. No tuvo más que pedir mil perdones y dar mil disculpas, todas a fin de que no de-bía agraviarse VRma., porque semejante política pasa entre gente honrada y del bien; y últimamente se encomendó, con todas veras, lo disculpase de suerte que no dudase VRma. de su íntima amistad; y que si viese el estado en que lo trae su ninguna salud, no se admiraría de sus pronósticos melancólicos, y que como le han quitado el seso, y todo el tren de pa-peles, libros y máquinas, anda vaguean-do con mil ideas y despropósitos de la ca-beza descompuesta.

Don Pedro de Arriaga ya me escri-

bió que había tenido la fortuna de ver a VRma., de quien había quedado tan pa-gado que procuraría alguna otra vez el visitarlo.

Me alegró mucho el nombramiento

del duque de Medinasidonia79 para la 79 Pedro Alcántara de Guzmán, XIV duque de Medinasidonia,

estuvo muy relacionado con todo el movimiento ilustrado, pues ya desde su infancia tuvo la suerte de que uno de sus maestros fuese el erudito valenciano Don Gregorio Mayans y Siscar, quien le inculcó las ideas avanzadas que profesaba. Cuando sólo contaba 12 años, en 1736, y cuando ya había visto la luz el sexto tomo del Teatro Crítico Universal, realizó su lectura descubriendo la interesante figura de Feijoo, quien le escribió un par de cartas. Años más tarde, en 1746 y durante el periodo de tiempo que pasó Fray Martín Sarmiento en

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entrega de la Infanta80, a cuyas fiestas puede ser se hallen las Señoras Vizarro-nas, si es que se avían para entonces.

Aranjuez, entró en contacto con él, manteniendo una sincera y entra-ñable amistad, como se desprende de la correspondencia que inter-cambiaron durante muchos años y que ha llegado hasta nosotros. Es curioso el dato de que sólo unos meses después, en 1747, se iniciara la amistad con Roche a través de las cartas que estamos comentando.

Pasó el duque temporadas en Andalucía, concretamente en es-ta zona de la bahía gaditana, donde entabló relación con sus ilustrados, sin que podamos precisar si trabó conocimiento con Roche integrán-dolo en el grupo de personas importantes con las que mantuvo corres-pondencia, como el Abate Varnier, Valdelirios, Campomanes, Aranda, Antonio de Ulloa, Jorge Juan, etc.

Tuvo excelentes relaciones con los reyes borbónicos de su tiempo. En 1738 Felipe V le nombró gentilhombre, y un año después grande de Alcalá de Henares. Su sucesor, Fernando VI, igualmente le eligió gentilhombre de cámara en 1749.

80 La corpulenta, intrigante, ambiciosa y dominadora Isabel de

Farnesio, segunda esposa de Felipe V, dio a su débil marido siete hijos, cuatro varones y tres hembras. La menor de las hembras fue María Antonia de Borbón y Farnesio, que nació en el Palacio del Al-cázar sevillano el 17 de noviembre de 1729, destacando en su juven-tud por su simpatía y bondad.

Desde 1748 había rumores en la Corte española de que el rey Fernando VI, con su ministro Carvajal, estaban en negociaciones para que la menor de sus hermanastras contrajera matrimonio con un turi-nés del reino de Piamonte-Cerdeña, como precisamente se hizo reali-dad el 31 de mayo de 1750, siendo el novio el príncipe de la Casa de Saboya Victor Amadeo III.

Después de casi un año de tratar los pactos del enlace, y en medio de unas continuadas fiestas y celebraciones, el 18 de diciembre de 1749 se hizo publicó el enlace, con la pedida de mano el 4 de abril del año siguiente, y la celebración de la boda por poderes el día 12.

Para que le representara en todos estos actos el rey eligió al duque de Medinasidonia, quien al año siguiente de la boda ya era ca-ballerizo mayor de la joven esposa duquesa de Saboya.

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Me causa grandísima compasión las continuas tareas de VRma., en que cierta-mente yo le acompaño. Tengo reparado que todo hombre honrado, docto o labo-rioso, es un esclavo en esta vida y lo pasa peor que los demás hombres, los cuales ya que disfrutan su trabajo y su mérito, de-bían procurar su conservación, siquiera para disfrutarlos más tiempo. Pero bien al contrario sucede no parar hasta es-quilmarles la sustancia y la vida. Por eso debe andar VRma. atento a descargar en otras partes del trabajo: que le pongan un amanuense diestro, y si no quiere, o no quiere pedirlo, póngaselo VRma. de mi cuenta; y así en todo lo demás, dejándose de responder tan puntualmente a las cartas, pues por mí le protesto no extra-ñarme aunque no me responda a cin-cuenta, antes escribiré entonces con más gusto.

Como verá VRma: por la carta inclusa

ya he dado cumplimiento al encargo del Padre Feyjoo, por lo cual ya no hacen fal-ta los dos libros; y si le pareciese remitirla a Oviedo, puede ejecutarlo.

Otra cosa que me quedaba por de-

cir, pero irá otro día porque me he dila-tado mucho.

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Quedo con rendida obediencia a su disposición, y rogando a nuestro Señor dilate su vida muchos años.

Puerto de Santa María, marzo 2 de

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Rmo. Padre. B.L.M. de su VRma. su muy afecto y re-

verente servidor Juan Luis Roche

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Nº 13.- (Autógrafa) 1750, marzo, 16. EL PUERTO DE SANTA MA-

RÍA (Cádiz) Seguimiento del curso de la enfermedad

del Padre Alzugaray. Pertinaz sequía en An-dalucía. Los moros vuelvan a atacar navíos españoles. Las virtudes de Clara Vizarrón. Nueva publicación del Padre Feijoo.

M.M.Rmo. Pe. Mro. Fr. Martín Sarmiento

Muy Rmo. Pe. y Sr. mío: Habiéndome escrito de Sevilla mi

señora Doña Clara de Vizarrón, y sus hijas las marquesas, que marchaban ayer para esa Corte, no excuso avisar a VRma. que tendrá el trabajo de recibir veinte pesos duros para algunos librillos que se ofrezcan, y dos libras de tabaco escogido con todo el empeño de dichas señoras, a que me alegraré corresponda su calidad, y VRma., por quien es, me perdonará la llaneza y mis molestias continuadas.

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Nuestro Rmo. Pe. Alzugaray (prevenga VRma. la risa) aunque mejorado mucho de sus aprehensiones, su natural cada vez más fuerte, impertinente y con despropó-sitos, tanto que llegaron los Padres a co-brarle miedo formal, y juzgan que se vol-vería loco. Consultaron los médicos y or-denaron que saliese vagueando de tierra en tierra, sin hacer parada sino de un día o dos en cada lugar. Aprobaron los Padres la medicina, pero tuvieron por imposible la ejecutase, no sólo porque te-nía razones con que excusase, sino por-que cuanto bueno se ha logrado ha sido a fuerza de trabajo y persuasiones infini-tas. Pero fue cosa admirable apenas se lo significaron, casi temblando, cuando con grande alegría no sólo condescendió sino que en menos de un cuarto de hora dispuso su viaje, y se fue bendito de Dios, sin más destino que decir que remanece-ría en Cádiz, y que de allí volvería a to-mar otro bordo y se restituiría al Puer-to.81 Esta intempestiva determinación, ejecutada con tal violencia, animosidad, alegría y chiste, hacía reír las piedras. Fue montado en un caballo rucio, mío, de nobilísimo genio, y el compañero en

81 Hemos manifestado como la Compañía de Jesús, aparte del

Hospicio de Misiones que fundó en El Puerto, poseía otro en Cádiz, así el viaje del Padre Alzugaray consistió en abandonar la residencia de esta ciudad para instalarse en la de Cádiz.

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un borrico. El compañero grueso, el Pe. Al-zugaray flaquísimo y con un gorro en la cabeza de extraordinaria figura. Consi-dere VRma. que paso sería al representarse. Apenas volvió la espalda cuando los Pa-dres le acabaron de encajonar todos los chismes, máquinas y biblioteca, no har-tándose de dar gracias a Dios, remitién-dolo todo al navío, y quitándole de en medio la causa de su daño, que también fue un paso como el del escrutinio de los libros de Don Quijote.

Por acá ni ha llovido el otoño ni el

invierno, por lo que son muchas las pro-cesiones de penitencias, y muchos más los ladrones, porque aquí no se castigan, y se espera un año lamentable.82

82 Que los periodos de sequías traían grandes calamidades a la

población que dependía para su alimentación fundamentalmente del trigo, es cosa bien conocida. Por tanto, debemos pararnos a pensar lo mal que lo pasó el pueblo de esta baja Andalucía a lo largo de la pri-mera mitad del siglo XVIII, cuando tuvo que soportar entre 1726 y este año de 1750 cuatro periodos de pertinaces falta de lluvias, que dejaron los campos completamente asolados. Fueron los años 1726, 1730, 1733 que duró hasta el 36 con una gran mortandad por hambre, y el de 1750, de grandes sequías. Los pósitos, que tenían por misión acopiar grano para en estas ocasiones hacer bajar el precio del pan y actuar como servicio de préstamos a los agricultores, a bajo interés, para poder producir nuevas cosechas, no dieron abasto para cubrir tanta necesidad, y los hombres clamaron remedio para sus desgracias ante el Ser Supremo, miserias recogidas en tres grandes y humildes cestos: hambre, epidemias y miseria.

Por todos los pueblos de Andalucía, nada más iniciarse la primavera, después de un otoño e invierno donde no habían hecho acto de presencia las lluvias, comenzaron las rogativas acompañadas

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Los navíos que se aguardaban del

Sr. Espínola con el tesoro, arribaron a la Martinica después de una deshecha tor-menta. A uno de ellos, chico, lo cogieron los moros, por el buen gobierno de Espa-ña. Esta canalla ya se ha compuesto con los ingleses, y ahora hace, y hará, lo que quisiere. El patache que lleva la china del Padre Feyjoo se ha visto en tanto peli-gro que habiendo logrado tomar el puer-to de Ayamonte, no se atreve a salir más ha de un mes.83

de procesiones penitenciales. En la ciudad de El Puerto los dos Cabil-dos sacaron a su Patrona la Virgen de los Milagros, después de haber hecho un novenario, y fueron con S.M. al campo de la Victoria; de San Francisco salió el padre Jesús de los Afligidos; el clero sacó a Jesús de los Milagros; del monasterio de los mínimos los religiosos-procesionaron a San Francisco de Paula; después salió la Virgen de la Soledad; de Santo Domingo lo hizo San Vicente Ferrer; de la Sangre, el Santo Cristo; etc. En la Iglesia Mayor Prioral hubo novena al Pa-triarca San José, tras lo cual, bien por el fervor de los portuenses, o porque los aires húmedos del Atlántico llegaron a la Bahía, el día 15 de abril, “comenzó a llover un poco, el 16 algo más y el 17 llovió mu-cho”. Después el tiempo se sereno hasta el 30 en que volvió a llover.

Las aguas, aunque escasas, llegaron, pero fueron tardías para solventar el problema del campo, y como de costumbre, los más nece-sitados sólo se quedaron con el recuerdo, una vez más, de las necesi-dades pasadas.

En cuanto a los ladrones, debemos decir que el hombre puede soportar muchas necesidades, fatalidades, contratiempos, menos el ver a una esposa, a unos hijos, a los seres más queridos hambrientos.

83 Vuelve a narrar la situación tan delicada en que se encuen-

tran los navíos españoles para acceder a Cádiz, o para navega por las aguas del Sur de España desde Málaga a Huelva. Ya no son sólo los “moros”, turcos o berberiscos los que les acometen, como había suce-

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El cuento de las gitanas vestidas de

sayal se aquietó con sólo una palabra felizmente ocurrida, que fue decir: que no se podían llamar terceras descubiertas, no trayendo cordón de San Francisco, que es el que constituye hábito. El obispo de Málaga las vistió de dicho sayal, por ser cosa barata y que se teje en aquella tierra.

La comitiva de las señoras Vizarro-

nas llega a más de veintiséis personas. No he querido que estas cumplimenten a VRma. en mi nombre, por sus continuas ocupaciones. La Doña Clara es mujer in-signe en prudencia, fortaleza, gobierno, comercio, pluma y virtudes. De todo esto ha dado muestras heroicas, y no sé yo en que parte del mundo se hallará otra mu-jer igual, ni de igual castidad después de viuda.

dido en los siglos anteriores, especialmente en el XVII, sino que aho-ra, con los Borbones, y con un reino español en declive, son navíos de otros países europeos enemigos de la Corona, principalmente ingleses y holandeses, los que llegan hasta la misma boca de la Bahía de Cádiz, atacándolos y provocando un grave problema en su propio sistema comercial.

El Sr. Espinola era el Alférez de Navío de la Real Armada Camilo Spínola, natural de Bastia en el Reino de Córcega, que viajaba al puerto de San Cristóbal, en la Habana, en la fragata Astrea, dotada de 24 cañones, habiendo sido construida en esa ciudad en 1737.

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Es hija de confesión del Rmo. Casta-ñeda.84 Le he debido últimamente la honra de hacer una jornada con sus hijas y comitiva para sólo despedirse de mí con un abrazo, sin dar entrada a ningún pariente, deudo o amigo; de los cuales, así hombres como mujeres, se des-pidió por escrito. Estamos en que se ven-drá por el mes de junio.85

Con ésta envío una nota para li-

bros, que se servirá VRma. encargar a al-gún religioso para cuando estén impresos los del Padre Feijoo, que Granados ten-drá el cuidado de ir a ver a VRma. todos los viajes, para en llegando este tiempo traerlos.86 Todos son engorros para VRma.

84 Este jesuita limeño se encontraba, del mismo modo que el

Padre Alzugaray, residiendo en el Hospicio de Indias de El Puerto, y mantuvo también una buena amistad con Roche. Debió pasar por la Corte y mantener contactos con Sarmiento, según veremos a lo largo de las cartas.

85 El número de personas que acompañan a Clara Vizarrón no

debe parecernos abultado, pues según el libro de Padrones de la Igle-sia Mayor Prioral de El Puerto, por estos años, el servicio lo componí-an entre veinte y veinticinco personas, que tenían su domicilio en la propia Casa de las Cadenas.

Por otra parte es significativo, a través de esta mención, el aprecio que se tenían mutuamente Roche y su señora, que será efecti-vo hasta la muerte de esta última.

86 Roche tenía noticias, posiblemente a través del propio Fei-

joo, de que estaba próximo a publicarse el tercer tomo de sus Cartas eruditas, por eso requiere a Sarmiento para que tan pronto salga de imprenta este tomo, se lo remita, a fin de repartirlo entre sus amigos, y

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que aunque pudiera libertarlos de ellos, no sé que se tiene esto de venir por su mano. Váyase VRma. con el Padre Feyjoo, o a otro monasterio de Galicia, que los hay muy buenos, y con eso se librará de mis impertinencias.

Quedo a la obediencia de VRma. con

fina voluntad, y rogando a nuestro Se-ñor dilate su vida muchos años.

Puerto de Santa María, marzo 16

de 1750 Posdata Los libros podrán venir en un cajón,

y mandaré satisfacer su importe.

Rmo. Padre. B.L.M. de su VRma. su muy reverente y

amado servidor Juan Luis Roche

ser pionero en el conocimiento de su contenido, como hará mención en la próxima carta.

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Nº 14.- (Autógrafa) 1750, abril, 6. EL PUERTO DE SANTA MARÍA

(Cádiz) Relatos de su infancia. Su carácter,

pensamiento y forma de entender la vida. Sobre el comerciante Don Pedro de Arriaga. Envío de tabaco y cacao. Informe de la Po-ligrafía Española.

M.M.Rmo. Pe. Mro. Fr. Martín Sarmiento

Muy Rmo. Pe. y amado Sr. mío: Por su muy estimada, del 17 del pa-

sado, veo que del genio y costumbres de VRma. he sido desde mi niñez un verdade-ro imitador suyo. La política, el recogi-miento, el desinterés y la ambición es la misma. En la ninguna política conozco en VRma. algunas ventajas, porque a mí me es preciso tener alguna para vivir en es-tas tierras y no ser sacrificado al engaño. Viene una persona de carácter con una proposición que se presenta fraudulenta, en este caso no se la disputo ni aclaro, porque fuera inquietarnos y hacerme mal

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gusto; hago pues que no penetro su mali-cia, y procuro evadirme de otro modo. A este tenor tengo alguna política, que ca-so se podrá llamar precaución o pruden-cia.87

El recogimiento, sobre ser continuo,

no hay que hablar. Yo no visito a nadie, ni a hombre, ni a mujeres, ni a parientes, ni a deudos, salvo cuando es preciso. Por eso me llaman la Dama por hacer las Se-ñoras el Galán cuando me visitan. VRma. está libre de tales langostas que en chan-za o en veras, no queda cosa que no me trabuquen, o no me rompan, o no me lle-ven, más que sean libros de distinto idioma, obligándome a tenerlos encajo-nados, hasta ahora que hice unos estan-tes con sus puertas vidrieras y sus llaves, para preservar los libros de más estima-

87 Es a través de esta carta cuando descubrimos al verdadero

Juan Luis Roche, con sus inquietudes y manera de entender la vida en la sociedad que le tocó vivir. Sí hubiéramos podido introducirnos en su interior, en sus pensamientos, podríamos habernos hecho una idea, suponer, como se encontraba al lado de su ya gran compañero y amigo Sarmiento en el Monasterio de San Martín, y observaríamos como pausadamente, sin prisa, se hallaban enfrascados en una larga conver-sación que, en algunos momentos parecía el diálogo entre el confesor y el penitente. Evocaría su soledad, las vicisitudes por las que había pasado en esta vida, su inadaptación a la sociedad en que vivía, su refugio en las letras, así como su formación de autodidacta. Pero a la vez iría recitando sentencias, proverbios, reflexiones que tendrán mu-cho que ver con su futuro, que serían una premonición de lo que halla-ría al final de sus días.

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ción. Si no hubiera sido por los distintos lances de la fortuna, cuando abrí los ojos a la juventud me hubiera hallado con el cerquillo de medio dedo. Entonces más parecido fuera a VRma. Las notorias disen-siones que entonces corrieron entre los monjes hasta llegar a tomar las armas, y jugarlas con sobrado esfuerzo, fueron motivo de mi desgracia. Los generales que me protegían perdieron la batalla. Venció la multitud, y no hubo hijo para padre, ni padre para hijo. Cada uno si-guió su derrota, su estrella, o su hado.88 Supe entonces lo que era saltar tapias, andar por tejados, descolgarse por ven-

88 Su juventud fue la de un joven inadaptado, disconforme, re-

belde, que sólo asistió, de muy niño, a la escuela de un jesuita en La Coruña, con quién aprendió las primeras letras. En sus escritos afirma que dejó cualquier tipo de estudios por el mucho tiempo que se perdía en esta actividad, adquiriendo después toda su formación en los libros, sus grandes amigos, compañeros y consejeros. En Carta a Don Andrés Panés y Pabón, Marqués de Villapanés (1757), afirma: “Jamás estudié en escuela, ni en Universidad alguna, ni he tenido el más mínimo maestro, ni ayo para la más leve pregunta. Para todo he tenido oportu-nidad, y mis padres, que hoy viven, me lo facilitaron todo, y aún estu-ve bastante tiempo en el colegio; pero me horrorizó la brevedad de la vida, y el tiempo que en esto se consumía.”

Muy joven ingresó en una orden religiosa, posiblemente la benedictina: “…cuando abrí los ojos a la juventud me hubiera hallado con el cerquillo de medio dedo…”, y con posterioridad, a instancias de su padre, militar, ingresó en el ejército, donde, como expone, tam-poco halló sosiego.

En 1738, cuando contaba veinte años, regresó a la ciudad en que había nacido, entrando a formar parte como amanuense con la familia de los cargadores a Indias Vizarrón, y en El Puerto fueron los últimos días de su vida.

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tanas, con otras mil cosas que aunque no las hice, las vi. hacer. Nadie hacia caso de la elocuencia para la persuasiva. Ci-cerón fue convertido en garrote; y no le estuvo mal, pues otros autores, tan bue-nos como él, fueron abandonados o transmutados en parrillas, sartenes, al-cuzas, látigos, asadores y otras cosas me-nos dignas que el garrote. No será VRma. buen soldado si no se halló en alguna de estas campañas, y sí se halló, desde lue-go, fue entonces mi enemigo.

En cuanto a la ninguna ambición y

estar contento con la presente fortuna, u otra mucho menor, no concedo ventaja a cuantos hay sobre la tierra. No es absolu-ta arrogante: es sí una verdad tan cier-ta, que es preciso ocultarla de todos para que no me escupan; lo que sólo se trasluce es lo que saben mis íntimos amigos, y esto sólo les basta para reñirme a veces y es-timarme de continuo. Fuera sonrojo, y aun vilipendio mío, traer algunos ejem-plares recientes. Si me viniese de repente una gran fortuna me fuera imposible admitirla, corriera a la muerte con más gusto cuando no hubiera otro escape. Lo que es mío, y me viene legítimamente, no lo desperdicio, pero tampoco me lleva cuidado alguno. Jamás he pensado, ni un minuto, en buscar fortuna ni adelan-tarme. Lo que tengo se va y se viene ca-

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sualmente manejándolo otros. Con mi conducta me parece no me veré nunca en necesidad, confirmándome el ver a mu-chos que ayer eran muy poderosos estar hoy pidiendo limosna. Todo lo quisieron y todo lo perdieron. Aventurar mi vida en largas navegaciones por adquirir al-go más para mí, es quimera, y me parece sueño cuando veo que lo hace un hombre poderoso, y cargado de años y achaques. Por eso no me he casado, ni pienso en ello, temiendo que el amor de los hijos me haga, por dejarlos ricos, salir de mis casi-llas, emprender viajes, discurrir trazas y arbitrios con zozobras, vida breve, desdi-chada, e infeliz, y salir los hijos malcria-dos.89 En fin sólo por Dios o por el prójimo, y no por cosa tan vil como el dinero, pa-saría con sobrado valor y gusto lo que otros pasan por sus adelantamientos su-perfluos. Yo no pienso (ni quiero) hacer gran figura en este mundo, sino cami-

89 Estos pensamientos debemos tenerlos presente a lo largo del

estudio de su biografía. En este año de 1750 tenía treinta y dos años, y afirmaba que no se había casado ni pensaba hacerlo, viviendo sólo con la compañía de Clara Vizarrón, que no solamente era su señora, su jefa, sino su gran amiga, su confidente. Sin embargo, a la muerte de ésta no contraerá uno, sino dos matrimonios, que le darán una amplia descendencia, adquiriendo una serie de compromisos, efectivamente, por asegurar el futuro de sus hijos.

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nar de capa y gorra a la sepultura.90 Es-tas no son manías ni caprichos que en lo exterior me distingan de los demás hom-bres. En el trato soy el mismo que cual-quier Pedro Fernández, porque me hallan pronto para todo sin misterios ni perplejidades; por eso sólo acierta haber algún pasaporte, que doy a los intereses y conveniencias, me podrá tener por ridí-culo. Vivo, como y duermo como los de-más hombres, ofendiendo a Dios como el que más, y necesitando más que todos las oraciones de los amigos.

Ya nuestro Rmo. Pe. Alzugaray rema-

neció en Cádiz de donde me ha escrito, con mucho cariño y tiernas expresiones, unas cuantas cartas que es el mayor fa-vor que puede hacer en la era presente. Reconoce en ellas lo poco o mucho en que procuré servirlo con la mayor delicadeza y empeño que alcanzaron mis facultades; lo que dice no hallaría, ni aun en las entrañas de su madre. Esto me ha dejado desvanecido y satisfecho. Y no dude VRma. que sucederá lo mismo con la opinión su-ya tan asentada con todo el mundo, pues yo no pensé verme tan alto en su concep-

90 Sí, fue un miembro conocido y considerado de su época, de

las academias y del mundo de la erudición, pero efectivamente caminó a la sepultura sin más compañía que la soledad y el olvido de todos.

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to, sin embargo de haber cumplido como verdadero amigo. Lo que padece es moti-vo de mil disparates, que desdice aun de los hombres rústicos, y el apearlos de ellos es casi imposible aun conociendo que va errado, por lo cual no hay que extrañar nada. Digo que VRma. habrá curado mu-chos melancólicos, pero mi mayor gusto en este mundo fuera ver éste en sus ma-nos, con el empeño de ponerlo bueno. No se puede dar en la brevedad de una car-ta justa idea de sus asuntos; pero por al-gunas palabras sueltas se conocerá algo.

Estimo mucho el favor que a VRma. ha

debido Don Pedro Arriaga. Él es un mozo honradísimo, que es menester serlo mu-cho para distinguirse en esto de los de-más comerciantes. Por tanto, un caballe-ro, el más sabio y erudito que creo tenía España entre los seglares, haciendo su testamento en sana salud, nos dejó a él y a mí por albaceas, con la incomparable confianza de sonar en el testamento herederos absolutos con cláusulas hono-ríficas. Ahora aseguran habérsele perdi-do un navío nuevo que le venía de Vizca-ya a media carga para el Mar del Sur. Otro le cogieron los ingleses en las gue-rras. Otro se le fue la gente con las pagas, y luego robaron parte de las mercancías. Otro tiene en carena y otro espera de In-dias, todos navíos grandes. No tiene, ni

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parece tendrá más que un hijo: su vida llena de afán y de cuidado. Esto es nacer para mucho o no engañarse en poco.

Los moros nos tienen con cuidado y

originan gravísimos detrimentos al co-mercio, pues ni aun ocho navíos se atre-ven a salir juntos; por lo que se pagaran al Rey dos navíos de guerra para convo-yarlos. Las gentes están hechas un mar de lágrimas con el tiempo seco. Si el trigo del año pasado no se hubiera extraído en innumerables embarcaciones, tuvié-ramos para inundar a España.91

91 Aunque no con una sequía tan aguda como la de este año,

eran ya varios en los que las condiciones meteorológicas no eran las más favorables para la agricultura, ocasionando escasez de grano y necesidad de importar tan esencial alimento. Generalmente las com-pras se efectuaban en Cerdeña, y los bajeles arribaban a la bahía gadi-tana cargados del dorado y esencial producto para la alimentación de la población que, para la fabricación del pan solían mezclar con el poco nativo que existía, a fin de evitar en lo posible, el sabor que había adquirido el importado en las bodegas de los barcos durante la travesía. Nos referimos a ese sabor tan característico que los marineros definen, en éste y otros productos, como “mareado”. Pero en la Cer-deña tampoco se dieron buenas cosechas, y hubo necesidad, aunque a un precio muy alto, de recurrir a otros países, fundamentalmente a Inglaterra, y por tanto, ante la ausencia de cualquiera pequeña canti-dad de grano en la zona, la fabricación del pan debió realizarse sólo con el importado, a pesar de su olor y sabor.

La lamentable situación por la que pasaba la ciudad motivó que los miembros del Cabildo se dirigieran en súplica al Rey, pidién-dole ayuda para solventar la penuria por la que pasaban sus habitantes. Concedió S.M. autorización para que se pudiera suplir al abasto y a los labradores en sus urgencias mediante préstamos, por lo que ordenó a la Administración de Millones dispusiera del tercio del año que se encontraba en arcas, cuyo importe ascendía a catorce mil pesos.

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Si Granados se detiene algunos días

más en ésta, remitiré con él dos libras de tabaco para el Pe. Feyjoo, hermano de otro que le envié que le ha confrontado más que otro alguno, y por lo mismo se lo envío. Para que no lo cambie llevará la lata en los costados una * hecha de ra-yas. También enviaré tres cajitas de pasta de cacao de Soconusco.92 La una para VRma. , y las otras dos para el Pe. Feyjoo y la marquesa de Perales, a cuyo poder irán a parar. Este género es sumamente apre-ciable en estos reinos y los extraños, y se consigue rara vez. Se gasta de dos modos: o echando en el chocolatero una dosis muy tenue de la citada pasta, o mayor porción distribuida en una labranza al

92 Hay constancia de que los Mayas, en toda la zona de Amé-

rica Central, cultivaron el árbol del cacao hace más de dos mil años, labor que prosiguieron los Aztecas, que consideraban a la planta “co-mo un regalo de los dioses”. Izapan, en las llanuras de Chiapas en el Pacífico, fue uno de los puntos más relevantes de esta cultura y allí se encontraban unos frutos ovalados de color marrón con los que prepa-raban su xocolatl, un alimento que les daba una fortaleza y vigor espe-cial, pudiendo realizar esfuerzos considerables sin tener necesidad de tomar ninguna otra sustancia reparadora. O sea, para ellos era una comida esencial más que un alimento de disfrute, por lo que las co-munidades indígenas más pobres, ante las variedades que existían de estos frutos, elegían las de “corazón oscuro y sabor acre”, que tenían mucho más poder calórico. Los pudientes, los prósperos, los de mejor condición social, los que desarrollaban una menor actividad física, optaban por uno más sabroso pero de menor poder enérgico, era éste el de Soconusco.

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tiempo de la molienda. Creo que no co-rresponden los efectos a la estimación que le dan.

Recelándome de las muchas cartas que tendría este correo (como me ha su-cedido) con la llegada de la Sras. Viza-rronas a esa Corte, tenía escrito con an-ticipación hasta aquí; y habiendo reci-bido la de VRma. con el informe de la Po-ligrafía Española,93 que estimo infinito,

93 Esta obra está dedicada al estudio de la criptografía, siendo

la primera de este género que se publicó en España. La utilización de códigos secretos o enigmáticos han sido utilizados desde muy antiguo, desde el propio origen de la civilización. Nació de la necesidad, no sólo de transmitir información sino de que ésta sólo pudiéra ser inter-pretada por determinados sujetos. Nos encontramos ante una comuni-cación secreta, selectiva, que no llegue a todos, porque la información ha sido, y es, capacidad para poder ostentar el poder, y a él han aspira-do y aspiran todos los pueblos, todos los seres.

Los sistemas utilizados han sido múltiples y de los más vario-pintos. Los generales espartanos se comunicaban con sigilo por medio de unas tiras de cuero escritas, que sólo podían ser descifradas si se enrollaban alrededor de un bastón de determinado grosor; otros pue-blos utilizaron fugas de letras en las frases, cambios de orden, inser-ción de signos de otras lenguas como el hebreo, hasta el utilizar la cabeza afeitada de un esclavo, que servía de emisario, para dibujar sobre ella ciertos signos, esperando que la crecida del cabello ocultara los mensajes.

Dentro de la actividad editorial de la Real Academia Españo-la, en 1738, se publicó la Biblioteca Universal de la Polygraphia Es-pañola escrita por el madrileño Cristóbal Rodríguez. Don Blas Anto-nio Nasarre y Villelas, bibliotecario de S. M. realizó la edición, apor-tando la dedicatoria, un erudito prólogo y unos suplementos en letra gótica. La impresión corrió a cargo de Antonio Marín, y por su cali-dad, y reducido número de ejemplares que vieron la luz, la obra resul-tó costosa.

Los Diaristas de España, en el tomo sexto, alabaron el trabajo, la inclusión de las láminas y escritura, así como las ilustraciones, con-

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digo que el mismo informe había leído en el extracto de los Diaristas, pero como no lo quería para leer sino para tener de todo, no me daba cuidado, más siendo el precio tan loco y no sirviéndome de nada el libro, lo aparto de mi memoria para siempre, pues por el mismo dinero, o algo más, se puede comprar en Francia algún juego excelente; y lo mismo digo de otro cualquiera que tuviere la misma tacha, advirtiendo que no me urgen salvo lo del Sr. Feyjoo que estimaré a VRma. que luego que salgan a luz me lo remitan (siquiera cuatro tomos) por cualquiera arriero, Aparico, Granados, u otro, para regalar-los a los amigos antes que aquí los com-pren o los lean.

El tomo primero de las Vida de los

Santos de la Orden de San Benito se me ha desaparecido, como otros muchos. Si se pudiese comprar lo estimaré. Mientras quedo a la obediencia de VRma. y rogando a nuestro Señor dilate su vida muchos años.

Puerto de Santa María, abril 6 de

1750

siderando al libro de sumo interés y digno de formar parte de las bi-bliotecas de los eruditos.

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Posdata Me admira el gran número de

ejemplares que se tiran del tomo tercero.

Rmo. Padre. B.L.M. de su VRma. su muy afecto y re-

verente servidor Juan Luis Roche

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Nº 15.- (Autógrafa) 1750, abril, 11. EL PUERTO DE SANTA MA-

RÍA (Cádiz) Precio del trigo en estos años de esca-

sez. Situaciones de robos que se daban en la ciudad de El Puerto con motivo del ham-bre que padecían sus pobladores más pobres. Disturbios acaecidos en la vecina ciudad de Jerez. Combate naval entre un barco español y dos fragatas de moros.

M.M. Rmo. Padre Fray Martín Sarmiento.

Muy Rmo. Pe.: Esta sirve de aviso de haber salido

Granados ayer con el tabaco del Padre Feyjoo a entregar a VRma., quien es preciso repare si va rayada la hoja de lata por todos los cuatro lados con una estrella hecha con la punta de un cuchillo, por-que si no entrega el mismo tabaco no hicimos nada. El de VRma. discurro ya lo entregaría Don José Bulet, según me dio aviso le tenían encomendado. Con el mismo enviarán las dos cajitas de pasta y

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más ocho bollitos chicos de chocolate, que únicamente me regalaron por cosa muy exquisita, y por eso dada con tanta mise-ria, de lo que se puede enviar la mitad a Oviedo. Yo en esto de cosas que llaman delicadas y de mucho gusto no distingo mucho, y a veces porque no me tengan por tan bárbaro suelo asentir a que me sabe prodigiosamente.

El trigo se mantiene en un precio

regular de cuarenta reales la fanega, por el mucho que ha de venir de fuera el Comercio, el cual se entrega a las ciuda-des, no sin algún detrimento del comer-cio y del público. La cebada más cara va-le a treinta y tres reales.

Estos pueblos son otra Jesuralén en

robos y atrocidades cuando ocurren años semejantes. Los ricos, sin embargo de ex-pender sus caudales en continuas limos-nas, no se atreven a salir a la calle. La gente del campo (que son pobres en estas ocasiones) se reparten en dilatadas cua-drillas. Ayer se contó una en esta casa dándole limosna, y se componía de mil y doscientos hombres. Es muy bastante la voz de necesidad futura, para cometer mil atrevimientos, ocasionados de no sa-ber que es justicia. Los asesinos, ladrones, etc. tienen mil padrinos, y ninguno es castigado con pena capital, porque se

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componen o detienen los autos, o no se cumplen jamás las sentencias. Por eso no pararon hasta hacer venir los gitanos. El juez más intrépido a cuatro días de lle-gado se hace sociable con todos. Para prueba de esto basta decir que Jerez, un pueblo tan vasto y tan altivo, no tiene verdugo, porque no hay memoria de azo-tes, ni horca, aunque cada día del año hay desgracias. Y habiéndose dado esta semana pasada principio a un tumulto en aquella ciudad, y refugiado el corre-gidor en Santo Domingo, se le socorrió de aquí y de Cádiz con tropa de caballería, infantería y marina, toda gente escogi-da. También los vizcaínos y los ingleses tuvieron en sus lanchas un recio combate en el muelle de Cádiz, cuyas quejas fue-ron a las Cortes correspondientes.

El barco armado de la Reina Ana,

que trafica a los presidios de España, tu-vo también un largo combate con dos fragatas de moros.94 El español que co-

94 Los presidios, que por aquellos años tenían una primera

acepción o significado diferente a como la tienen o entendemos hoy, fueron, en principio, fortificaciones, guarniciones o baluartes militares fundados en sitios estratégicos, especialmente en las fronteras. Su fin era proteger a pequeños núcleos de población aislados, servir de punta de lanza de la política expansionista de algunos países, o también, ubicados en las costas, combatir nidos de piratas que impedían la libre navegación o se organizaban para realizar incursiones, con robos y atropellos, en las zonas del litoral próximo a donde se hallaban. Con posterioridad, y más allá del fin esencial para el que se crearon, estas

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manda dicho barco peleó contra su her-mano renegado que mandaba una de las fragatas, y la noche los separó a to-dos.

Estuve en Cádiz a ver a nuestro ca-

rísimo Mro. Alzugaray por saber que par-tía a tomar ciertas aguas inútiles y aun dañosas, pues jamás se dan a los flacos, sino a los que abundan de humores grue-sos.95 No pude, ni nadie consiguió el

instalaciones militares fueron utilizadas para que cumplieran condena, con la privación de libertad, algunos condenados por delitos muy gra-ves.

En concreto, con respecto a España, durante los siglos que van del XVI al que nos ocupa, se levantaron una serie de presidios en dos puntos muy distantes geográficamente entre sí, pero muy acordes con un mismo interés. Unos se establecieron en las recién descubiertas tierras americanas, fundamentalmente en Nueva España donde el Vi-rrey y portuense Juan Antonio Vizarrón y Eguiarreta, en 1738, fundó, como uno más, el de Santa María del Sacramento, al objeto de servir de protección a catorce familias españolas que sufrían el ataque conti-nuo de los indios. Otros, y a estos hace referencia Roche, se estable-cieron en las costas del norte de África, es decir en Ceuta, Peñón de Vélez de la Gomera, Peñón de Alhucemas, Melilla, Islas Chafarinas, entre otros, con el objeto de impedir el acoso continuo que sufrían nuestras embarcaciones, y a los que había que abastecer y aprovisionar con navios desde la metrópoli española.

95 La medicina, basada en el uso del agua como sustancia tera-

péutica, es conocida desde hace más de dos mil años. Hipócrates, el más citado médico de la Grecia antigua, se hizo famoso por haber encontrado en su empleo remedio para curar, o aliviar, ciertas enfer-medades. Romanos y árabes ampliaron y desarrollaron este método, y a ellos se deben las termas, los baños públicos, y el posterior estudio de todo lo relacionado con la talasoterapia, aunque aquí hacemos refe-rencia al agua como líquido ingerido en caso de padecimiento o do-lencia, y de sus propiedades curativas. Durante la Edad Media, y pos-

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apearlo. Estaba metido, o enjaulado, en un camaranchón de celda sin adorno alguno. Hizo extremos de alegría conmi-go cuanto puede ponderarse. Al instante preguntó por VRma. Le encarecí sus memo-rias, y hizo muy reverentes expresiones de afecto y amistad, asegurándome (como ya sabemos) que no puede escribir ni no-tar cosa que merezca alguna atención, porque no puede fijar el discurso con ve-hemencia a causa de tener relajados o flojos los muelles de la cabeza. Así se ex-plica su Rma., quien me encargó mucho lo

teriormente en los primeros siglos de la Moderna, cayó totalmente en desuso, y es exactamente a mediados del siglo XVIII cuando, dentro de la recuperación de toda la cultura clásica que vuelven los ojos a la antigua Grecia y Roma, cuando se revitaliza la costumbre de “tomar las aguas”, alcanzando un poderoso auge dentro del siglo XIX con los balnearios. Como pequeña anécdota nos atrevemos a comentar que Fernando VII, en 1826, llevó a su esposa María Amalia de Sajonia al manantial de Solan de Cabras, en Cuenca, buscando remedio a su esterilidad. Después de una buena temporada sin alcanzar el objetivo previsto, el rey manifestó: “Aquí nos vamos a quedar todos preñados menos la reina”

Dejando esta nota jocosa y volviendo a nuestro Roche, fue és-te un estudioso de la ciencia médica, y dentro de la misma detractor de toda la basada en la terapia del agua. En su imprenta de la Casa de las Cadenas se imprimieron sus obras, y solamente hallamos una de otro autor. Es La verdad sobre el agua (1761) del médico de Estepa (Sevi-lla) Don Juan de Pedraza y Castilla quien manifestó, muy de acuerdo con Roche, que el agua no podía ser remedio universal en todas las dolencias.

Con la alusión que hace del Padre Alzugaray, somos de la opi-nión que éste marchaba desde la residencia de su Compañía de Jesús en Cádiz, a tomar las aguas sulfurosas medicinales de Chiclana, muy conocidas ya en esta época, las cuales, por su alto contenido en azufre, tenían un poderoso efecto laxante.

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disculpase y recomendase hasta que Dios quisiera darle salud si le convenía. Yo me mostré muy alegre para alentarlo a que despreciase los males y las consultas, di-simulando el dolor vehemente que me ocasiona su estado.

Acabo de tener carta de Bulet con

los panegíricos; el uno de lo mucho que le agradó VRma. y de los favores que le hizo, y el otro mío, explicado en las buenas au-sencias con que VRma. me honra. Yo me alegro que fuese Bulet el que hablase a VRma. porque es un muchacho que creo se mantiene en la gracia del bautismo. Sa-be tocar clave y algún otro instrumento.96

Quedo con fina voluntad a la obe-

diencia de VRma., y rogando a nuestro Padre dilate su vida muchos años.

Puerto de Santa María, abril 11 de

1750

Rmo. Padre.

96 Al hacer la semblanza de este muchacho, evoca sus cono-

cimientos musicales a sabiendas de la afición de Sarmiento a cantar y tocar la vihuela cítara en las muchas horas que pasaba en la soledad de su celda.

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B.L.M. de su VRma. su muy afecto y re-verente servidor Juan Luis Roche

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Nº 16.- (Autógrafa) 1750, mayo, 4. EL PUERTO DE SANTA MARÍA

(Cádiz) Sobre el estado de la Marina, y de las

dificultades de conformar tripulaciones pa-ra realizar los viajes de escolta de naví-os.

M.M. Rmo. Padre Fray Martín Sarmiento.

Muy Rmo. Pe. y señor mío: Recibí a su tiempo la muy estimada

de VRma. , y ahora son estos renglones para incluir la adjunta del Padre Feyjoo para que, enterado de su contenido (que es un poco de tabaco que le regala nuestro Pe-dro Alonso), se la encamine a Oviedo. Con otro que le envió este caballero se padecieron muchas dilaciones en reco-gerlo, por lo cual se valió de mi inutili-dad VRma. para este segundo, y se ha lo-grado con toda prontitud. Yo le escribí a La Habana un panegírico del Padre Fey-joo que gustaría de leerlo por contener algo más de lo que hay escrito en su

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honor, y le envié un golpe de las décimas que se imprimieron.

El Rmo. Pe. Alzugaray quiso Dios que

de suyo mudase de intento en tomar las aguas y se conviniese en tomar la leche de burra, como verá VRma. por la inclusa que últimamente he recibido. Este nues-tro amigo en lo que sólo halla gusto es en conversaciones melancólicas. Ponderarle su enfermedad, su flaqueza, debilidad, peligro, etc. es cosa admirable. Alentarlo, disminuirle los males o pintárselos des-preciables (como en realidad lo son, pues sino ya lo hubieran muerto o extenuado demasiado) no lo sufre. Conque vea VRma. que lugar hay de cura, sino se le van los males por donde vinieron. No sé por qué conducto le vinieron las últimas Memo-rias de Trevoux97 en que ahora se entre-tiene con la reserva de que no lo vean,

97 En la localidad francesa de Trévoux, en el sureste francés y

en 1701, Jacques Philippe Lallemant y Michel Le Tellier, con la fi-nanciación del duque de Maine, hijo natural de Luis XIV, se fundó esta revista critico-literaria que fue dirigida y utilizada por la Compa-ñía de Jesús para combatir la llamada escuela filosófica naturalista o atea. Desde su nacimiento hasta su ocaso en 1765, sirvió de medio para comentarios bibliográficos, para, más tarde, efectuar evaluacio-nes y contribuciones al mundo intelectual de su tiempo, con especial énfasis en las actividades científicas.

Sus publicaciones y artículos, de lectura muy común entre los eruditos del siglo XVIII, fueron citados en repetidas ocasiones por Feijoo.

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como el hidrópico98 que la pega al des-cuido.

Estimo mucho a VRma. el cuidado de

mis libros, y mucho más el que me envíe lo más presto que buenamente se pueda algunos del Padre Feyjoo en estando im-presos; y para lo suplido enviaré cuando vaya el tabaco, o antes, cincuenta pesos.

Lo que pondera (de) nuestra Mari-

na me parece que no tiene fundamento, pues sobre el pie que hasta ahora ha habido de malas pagas, no puede haber cosa buena; y en fin, estos días tuvimos leva para los dos navíos que tienen de convoyar hasta Islas a los ocho que están para salir a Indias, y no se ha podido juntar en toda la Andalucía la gente ne-cesaria, porque todos huyeron de las Jus-ticias con la mayor desesperación del mundo, arrojándose a los mares, por ta-pias, murallas, etc., y reprendiendo yo a varios que seguían la fuga con el des-honor de la nación y de la patria, y otras mil razones, todos se disculparon con el mal trato y ninguna utilidad; antes, pa-ra mal de los pobres, muchas calamida-des en lugar de premio. Estas disculpas son reales porque para los navíos marchantes no sólo sobra gente, pero son

98 En el sentido de insaciable.

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insignes los esfuerzos que hacen para lo-grarlos. Estas razones me hicieron a mí siendo niño abandonar la milicia co-ntra la voluntad de mi padre, que quería me aprovechase yo de sus grandes servi-cios, cuando a su merced, que es el actor, no le han servido de nada a causa de su genio verdaderamente noble, sin más ambición que la que puede tener un justo muy contenido, sirviendo al Rey con un afán y celo que no he visto igual. Supon-go que de esto tienen la culpa los minis-tros inferiores, pero les enseña el ejemplo de los mayores que sólo atienden a los que gritan con empeño o con dineros hechos pregoneros públicos de sus servi-cios, ponderándolos hasta lo sumo, cosa que no hará ningún virtuoso, si el genio no le ayuda. Para obviar estas injusti-cias, hay remedios muy cómodos, que di-eran en ellos si fuera cosa de advitrios (sic) pecuniarios.99

99 Fray Martín, en su última comunicación, debió ensalzar la

buena labor que venía desarrollando la Armada Real, en concreto des-de que en 1743 el marqués de la Ensenada fue designado para el cargo de Secretario de Estado y Ministro de Guerra, Marina, Indias y Hacienda. Siguió éste las valiosas aportaciones que habían realizado sus antecesores, tanto el Intendente General de Marina Don José Pati-ño entre 1720 y 1736, como Don Bernardo Tinajero a partir de 1714 en que fue nombrado Ministro de Marina, el primero que tuvo España. Todos estos gobernantes se afanaron en llevar a efecto una política de progresos, y por tanto de construcción de nuevas y poderosas naves que, debidamente dotadas de armamento, más y mejores cañones, consiguieran imponer su dominio en el mar y, consecuentemente,

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pudieran ofrecer una mayor protección a todos los navíos que cubrían nuestras rutas comerciales.

En 1746, a la muerte de Felipe V, Zenón de Somodevilla pre-sentó al nuevo rey Fernando VI, siguiendo su política naval, un pro-grama de ampliación de la flota, en su doble vertiente de guerra y comercial, con el fin de consolidad la labor constructiva que se venía desarrollando. A tal fin proponía que de inmediato se iniciase los trá-mites para poder botar 70 navíos y 24 fragatas, pese al grave proble-ma, a pesar de lo que expone Roche, de no encontrar marineros para enrolar.

España era un país escasamente poblado. Al iniciarse el siglo su población podría ser de algo más de siete millones y medio de habi-tantes y, como resultado del periodo de relativa paz que se vivió con los Borbones, llegó a alcanzar, a finales del siglo, la cifra de unos diez millones de habitantes. Con estos números podemos suponer que no sería cosa fácil encontrar tripulantes para tantos barcos, porque de lo que sí tenemos certeza es que a lo largo de este siglo XVIII navegaron bajo pabellón español cerca de novecientas naves que solían tener una vida media de veinticinco años y componían su tripulación, también por término medio, unos setenta hombres, llegando las mayores a tener una dotación de más de trescientos. Agréguese a todo esto que para la marinería ya habían pasado los años de entusiasmo de ir a hacer fortuna a América. La vida a bordo era dura. Se dormía en la cubierta sobre alfombras o esteras soportando las inclemencias del tiempo y las propias de la mar; la comida, aunque abundante por regla general, era muy monótona. Se ingería casi siempre fría, pues el fuego sobre la cubierta, lugar donde se realizaba, no siempre era posible por las condiciones atmosféricas y el latente peligro de los incendios. Así el 55 o 60% de la alimentación estaba compuesta por un pan bizco-chado, duro, que se acompañaba con salazones de carne o pescado, con preferencia bacalao, queso y algunas verduras secas. A la rudo de estas condiciones de navegación había que agregar los graves proble-mas de salud que se producían. Unos motivados por la alimentación y su ausencia de vitaminas, y otros debidos al hacinamiento y la falta de higiene. Ante los muchos padecimientos que debían soportar los mari-neros durante sus viajes, que solían durar hasta seis meses, hicieron correr por las playas y puertos donde se contrataban sus servicios el dicho de “Si quieres saber orar, embarcaos a navegar”

Todas estas situaciones motivaron que el propio marqués de la Ensenada, en el informe ya citado de 1746 que envió al rey Fernando

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La Historia del Pueblo de Dios, tra-

ducida del francés al castellano, que se vende en el Colegio Imperial,100 me parece

VI, dijera que “aunque pudiéramos crear una flota tan potente como la inglesa, no tendríamos gente para tripularla”.

Analizada, con brevedad, la situación de la Marina a mediados del siglo XVIII, intentemos comprender por qué Roche se manifiesta tan en contra de ésta y de la milicia. Para ello arranquemos de sus orígenes porque siempre en la vida, y más específicamente en Historia siempre hay una causa efecto, un sinnúmero se situaciones, de aconte-cimientos pasados que condicionan un hecho, una actitud.

Los orígenes de Juan Luis Roche están ligados, por muchas generaciones, a la milicia. Pedro de la Roche, su primer ascendiente del que tenemos constancia, fue Capitán de las tropas de Carlos V en 1530, y desde este siglo XVI y hasta su nacimiento se fueron realizan-do matrimonios entre nobles, siguiendo los varones, en su mayoría, la tradición familiar, en lo concerniente a su nobleza, de entrar a formar parte del ejército. Así lo hizo su propio padre, Bernardino Roche San-són. Pero graves problemas debieron surgir cuando hallándose en la ciudad de El Puerto fue destinado primero a Baleares y con posteriori-dad a La Coruña, alejándosele de ésta su Andalucía donde tenía su familia, tanto en Sevilla como en el propio Puerto. Estos traslados, y el correspondiente enfado con sus superiores, siempre marcaron al hijo, al erudito Roche, quien encontró en sus publicaciones un lugar para pronunciarse en contra de la milicia, de considerarla despreciati-va por la poca consideración que tuvieron para con su padre. Imputa siempre estas vejaciones a los “ministros”, personajes intermedios que cumplían de mala forma y con intereses partidista, los mandatos de los gobernantes cercanos al Rey, como hace referencia en esta carta.

100 La historia del pueblo de Dios corresponde a la historia del

Antiguo y del Nuevo Testamento escrita de forma novelada por el jesuita francés Joseph Isaac Berruyer (1681-1758), quien intervino en numerosos temas de debates con sus discursos apologéticos, que le merecieron ser considerado la mente más competente de los católicos franceses de su época. La obra, que fue traducida al castellano por el también jesuita Antonio Espinosa, tuvo una amplia difusión, sirviendo su contenido de mofa para los no creyentes, motivo por el cual provo-có un profundo enfado en los que seguían la doctrina católica. La pos-

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que será razón comprarla, aunque la tengo en francés sin haberla leído.

En Medina Sidonia tocó una cam-

pana sola, según dicen. Yo me alegro que no le diese gana de tocar aquí, aunque padezca la mortificación de no verla.101

Quedo con fina voluntad a la obe-

diencia de VRma. deseando que nuestro Señor dilate su vida muchos años.

Puerto de Santa María, mayo 4 de

1750

tura de unos y otros llevó al Papa Benedicto XIV, Prospero Lorenzo Lambertini, a intervenir en 1759 censurando la publicación.

En cuanto al Colegio Imperial, lugar donde se vendía el libro, era un colegio igualmente de la Compañía de Jesús fundado en Ma-drid en 1566, que tomó el nombre de Imperial en 1609 por las dona-ciones que recibió, a su muerte, de la Emperatriz María de Austria. A lo largo del siglo XVII fue un centro emblemático para la formación de los hijos de la nobleza, subiendo en su consideración durante el siglo XVIII con la llegada de los Borbones, y el establecimiento en 1725 del Real Seminario de Nobles.

101 Habían transcurrido casi tres años de la supuesta aparición

de San Francisco de Paula en el monasterio portuense de la Victoria, pero los enfrentamientos surgidos tras su informe no habían decaído, ni decaerán durante mucho tiempo. Por eso, y en este estado, comenta con sorna la alegría que le ha producido que el hecho ocurrido con una campana en la cercana ciudad de Medina Sidonia, no se haya produci-do en ésta. Pues de haberse dado en El Puerto, en su ciudad, de nuevo se hubiera visto involucrado en otro debate con sus correspondientes sinsabores.

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Rmo. Padre.

B.L.M. de su VRma. su muy afecto y amante servidor Juan Luis Roche

Posdata Ahora he tenido carta de Don Do-

mingo Troquero102 en que me avisa venir por alto el tabaco del Padre Feyjoo, por lo que me es preciso pasar mañana a Cádiz a componerlo con algunos amigos de la factoría, delatándolo y comprándoselo al Rey, de cuyo modo y favor de los ami-gos espero lograr que no lo decomisen, porque el rigor en este punto es diabólico, teniendo la culpa de todo nuestras nari-ces.103

102 Rico comerciante asentado en Cádiz, quien había venido

desde La Coruña junto con sus padres Luis Troquero de Rivera y Margarita Filout, así como con sus hermanos mayores Luis y Pedro. Éste último, en uno de los frecuentes viajes comerciales que realizaba a México, contrajo matrimonio, en 1745, con la nativa María Antonia Figueredo, fijando allí su residencia.

103 De los muchos vegetales que con fines comestibles o medi-

cinales se importaron de América con la llegada de los españoles, caso del maíz, de la patata, del girasol, del tomate y de un largo etcétera, dos tuvieron una demanda muy significativa en la sociedad de los siglos XVI, XVII, demanda que fue aún mayor en el siglo siguiente.

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Tanto el cacao como el tabaco eran plantas que, entre los nativos de aquellas tierras, estaban destinadas a cubrir unas funciones específi-cas, actuando la primera como un poderoso estimulante, del que ya hemos hecho mención, y la segunda cubriendo misiones específicas en los actos de culto religioso que realizaban. El consumo cada vez ma-yor de esta última por la sociedad europea, que creía poseer propieda-des medicinales, llevó a España a gravar su importación. Las Cortes, en 1623, decidieron que la Hacienda se hiciera cargo de su venta a través de un monopolio. Se había creado el estanco del tabaco, e in-mediatamente como ocurre con todos los monopolios, los precios subieron trayendo consigo el fraude. Caso éste que no era aislado y que se daba con otros muchos productos que salían o llegaban primero de Sevilla y más tarde de la bahía gaditana, siendo así que, cuando se construían barcos para la ruta de Indias, ya se acondicionaban ciertos habitáculos destinados a burlar las aduanas evitando pagar los corres-pondientes impuestos.

Estos productos, a los que nos estamos refiriendo, estuvieron relacionados con los dos amigos de Roche, ilustrados y benedictinos. Sarmiento fue el incondicional del chocolate, y Feijoo el adicto al tabaco, que suponemos consumía en forma de polvo o rapé como era costumbre entre las personas de mejor posición social de mediados del s. XVIII, a diferencia de la clase llana que demandaba el tabaco de humo o de fumar. Costumbre que se modificó finalizando el siglo.

A ambos, Roche desde su situación privilegiada en la Bahía de Cádiz donde comerciaba con Indias y donde tenía profundas rela-ciones con negociadores y tripulaciones, surtió a éstos de sus respecti-vos gustos, a veces teniendo que sortear más contrariedades de las que preveía.

En esta ocasión el tabaco que le envían fraudulentamente de La Habana, lo delata, según era práctica habitual desde 1670, obte-niendo la anulación de su posible sanción antes que éste fuera descu-bierto, rescatándolo, y pagando para ello una determinada cantidad en concepto de indulto.

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Nº 17.- (Autógrafa) 1750, junio, 1. EL PUERTO DE SANTA MARÍA

(Cádiz) Situación del comercio con Indias. Comi-

sión que visitó al rey Fernando VI expo-niéndole el estado en que éste se hallaba, a la vez que le solicitaron mejoras para la labor comercial que realizaban. Incidentes acaecidos en la ciudad sevillana de Carmona con relación al trigo.

M.M. Rmo. Padre Fray Martín Sarmiento. Mayo 31 de 1750

Muy Rmo. Pe. y Sr. mío: A su estimada de 5 del corriente no

he dado satisfacción por no precisar su contenido, ahora lo ejecuto con motivo de la minuta inclusa del Rmo. Pe. Alzuga-ray para libros, que cuando vengan los míos, o antes, se los podrá remitir VRma. avisándome el costo, por junto, para entenderme con dicho Pe., quien se halla en esta ciudad sumamente mejorado y, en mi concepto, bueno de sus males,

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mi concepto, bueno de sus males, habiendo sido su venida originada de que yo pasaba a verlo, y no quiso pasase el mal rato de las doce leguas que tenía que viajar.

A otro viaje de Granados ira el ta-

baco del Sr. Feijoo, que ha costado mucho más que comprado en el estanco, y tiene que quedar agradecido a tres, siendo uno el que regala, por lo cual de aquí adelante yo lo proveeré de este género sin que tenga que agradecer a muchos.

Con orden de la Corte saldrán esta

semana quince navíos para Indias con dos de convoy. Viendo que el comercio se halla en puntos de dar la última bo-queada, cosa que no han querido creer hasta palparla por sus manos, ha venido nombramiento para que vayan inmedia-tamente a esa Villa varios del comercio que vienen nombrados, para tratar del remedio. Estos se han excusado, pero no creo que les valga.104

104 Como consecuencia de la guerra con Inglaterra entre los

años 1739 a 1748, conocida como de la “Oreja de Jenkins” de la que ya hemos hecho alusión, y por la que se implantaron los registros suel-tos, se ganó en seguridad para nuestros navíos, pero los comerciantes perdieron en beneficios al ver reducidos sus márgenes comerciales fruto de una mayor oferta. Éstos, una vez concluida la guerra, presio-naron a la Corona para que se volviera al antiguo sistema de flotas y galeones que les eran mucho más productivos. Antonio García-Baquero (1988), en consonancia con lo que aquí manifiesta Juan Luis

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La ciudad de Carmona padeció un

gran tumulto por ocasión (según dicen) de querer sacarle trigo con despacho de la Corte; y como a estas necesidades se les aplica luego el remedio, se arrojaron tres regimientos de caballería completos, y después de algunos soldados heridos y caballos muertos, se reprimió a los veci-nos y se envió más tropa con el verdugo y los jueces. No es fácil persuadir el lamen-table estado de nuestra España y nues-tras Indias. Parece que no miran más que por el bien del erario, siendo cierto que destruido el vasallo se perdió todo.105

Roche, expone que el rey Fernando VI requirió a seis personajes, de lo más representativo del comercio de Cádiz y El Puerto “…individuos los más entendidos y prácticos en la carrera de Indias…”, quienes fueron Alonso García, Andrés del Hoyo, Manuel Clemente Rodríguez, Nicolás de Vasto, Nicolás Macé y Jacinto José de Barrios para que se entrevistaran con él y le expusieran la situación.

Tras una nueva consulta, y transcurridos unos años, el 11 de octubre de 1754 se publicaría una real orden por la “…que se acorda-ba el restablecimiento del sistema de flotas para Nueva España; Tierra Firme proseguiría en cambio, definitivamente, con el régimen de re-gistros sueltos.”

105 Los hechos acaecido, y a los que por la importancia que

tienen pensamos realizar un estudio más amplio, arrancan del mes de enero del año de 1750, año de la gran sequía que se produjo en Espa-ña, y con más intensidad sobre las cuatro provincias andaluzas donde no llovía con cierta entidad desde la primavera del año anterior, dando lugar a situaciones de extrema necesidad en una población que depen-dían para su sustento fundamentalmente de los cereales.

Concretamente la ciudad sevillana de Carmona, en su dilatada historia, siempre ha basado su economía en la fertilidad de su vega, en la que cuando se daban las condiciones climáticas adecuadas se con-

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vertían en un verdadero granero. Pero cuando estas no aparecían, so-metía a sus moradores a un estado límite al no poder conseguir de la tierra el sustento necesario para sus vidas.

Como era corriente en una sociedad donde todo se depositaba en la voluntad de los seres Superiores, a ellos recurrían los pecadores, que así se consideraban cuando las circunstancias no eran propicias, en solicitud de amparo y protección. Por el Libro de Actas de Cabildo de esta ciudad de 1750, nº 173, sabemos que el 9 de enero de ese año se dirigieron en súplica, lo mismo que harían otras muchas ciudades, a su Patrona la Virgen de Gracia, que se encontraba extramuros de la ciudad, al objeto de traerla en procesión a la ciudad, pues estaba “…la tierra tan harida que no hay memoria que haya visto en tiempo algu-no…”. Se comentaba entre los carmonenses que era tanto el amor de la Virgen a sus hijos, que con sólo la intención de traerla a la Iglesia de Santa María, dentro de la ciudad, habían empezado unas noches de intenso rocío.

Pero la situación no mejoró y, a finales del mes de febrero, el día 25, se decidió volver a trasladar a la Virgen intramuros de la ciu-dad a la citada Parroquia de Santa María, ofreciéndosele una novena e invocándosele que trajera las lluvias y aliviara el estado de necesidad de sus vecinos. Concluido los actos de rezos y devoción de estos nue-ve días, la lluvia siguió sin aparecer. Sopesaba el pueblo que cuan grande debían ser sus culpas y pecados cuando la Virgen aún no había accedido a sus ruegos, por lo que se dispuso el 17 de marzo, con algún que otro problema con los monjes jerónimos en cuyas manos estaba la custodia de la Virgen, que habiéndose iniciado ya la Semana Santa continuaran las rogativas hasta el día treinta y uno, último de la Pas-cua de Resurrección: “Y en consideración de que después de tan repe-tidos cultos y rogativas devotas a dicha divina imagen, no se ha expe-rimentado el beneficio de las aguas, y que por esta razón se aumentan las fatigas de este pueblo con la pérdida de sus sementeras, muerte de sus ganados y carestía en lo comestible, no obstante, teniendo la ciu-dad la entera confianza en las piedades de su Divina Patrona y que aunque la justa indignación de la Majestad Suprema se halla ofendida con la suma de culpas que necesariamente se cometen por los pecado-res, aún espera que teniendo algún tiempo más en dicha iglesia a su divina patrona y continuando las rogativas y súplicas de este pueblo, se logre de la Majestad Suprema el beneficio tan deseado”. Pero a pesar de todo, las precipitaciones no hicieron acto de presencia, y el hambre corrió por la ciudad inundándolo todo como podrían discurrir las aguas, que tanto necesitaban, después de unas intensas lluvias. Se

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habían sembrado más de ciento cincuenta mil fanegas de trigo y ceba-da, y los labradores se hallaban endeudados con el Pósito, a quien no podrían devolver la sementera, y por si fuera poco el ganado también moría de hambre y de sed.

En este estado de cosas, el Corregidor de la ciudad que lo era Don Agustín Uribe de Salazar, Caballero del Orden de Calatrava y Veinticuatro de la ciudad de Jaén, propone, y se aceptó, la composi-ción de una Junta u organismo que ayudara y velara por los jornaleros y personas más necesitadas, proveyéndolos del pan necesario, único alimento para su sustento. Formaron la Junta el propio Corregidor, dos presbíteros, el Procurador Mayor, tres regidores, y dos “caballeros letrados”, siendo uno de ellos Don Francisco Gutiérrez de Armijo, propietario de tierras y labrador quien fue el centro alrededor del cual se originó y giró toda la revuelta e incidentes.

El lunes trece de abril en la sesión de Cabildo, celebrada por la mañana, se tuvieron noticias de que, aunque no proveniente de los accidentes meteorológicos que tanto se esperaban sino del propio rey Fernando VI, la situación iba a mejorar. Su Majestad, por medio de una carta fechada el Madrid el día siete comunicaba que ante el “esta-do de la cosecha de grano de los cuatro reinos de Andalucía, por la falta de agua que se experimenta y deseando aliviar a aquellos vasallos con una providencia que sea universal y equitativa, con proporción al estado y circunstancia de los pueblos y se ha dignado S. M. que los Intendentes y Administradores Generales de Rentas Provinciales con práctico conocimiento de los que no tengan grano ni fondos, o cauda-les para comprar los precisos a su manutención y sementera, los ad-viertan que pueden usar del valor o importe del tercio que por las mismas rentas provinciales pertenecen al Real Erario…” E igualmente se manifestaba en la comunicación que se vigilara a los que pudieran poseer grano y quisieran negociar con éste, al poder obtener el del Pósito a unos precios más ventajosos.

Con una población tan necesitada, y más que necesitada muer-ta de hambre, corrió la noticia, el día cinco de mayo, de que personas de la Junta de Abasto de Sevilla se habían entrevistado la noche ante-rior con Don Francisco Gutiérrez de Armijo, con conocimiento del Corregidor y del Alcalde Mayor, habiéndose concertado la venta de una importante cantidad de trigo. El tal Don Francisco era a la sazón la única persona que poseía este cereal en la ciudad, unas quince mil fanegas, de las que, a pesar de ser miembro de la Junta de emergencia formada, sólo había dado para abasto unas cincuenta. El pueblo se reveló y decidió que el grano no saliera hacia Sevilla atravesando su

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famosa Puerta del mismo nombre, porque era necesario para las pro-pias familias que lo habían sembrado, cultivado y recolectado. No obstante, el Teniente Alcalde Mayor, de acuerdo con el Corregidor, “… había ordenado a los Alguaciles Mayores así de la ciudad como del campo, y a otros ministros y guardias anduviesen a la vista, para remover cualquier aparato que por cualquier persona se intentase opo-ner a la salida y conducción del dicho trigo…” Sin embargo, y no obstante las medidas adoptadas, el pueblo reunido tumultuosamente en la plaza de la ciudad impidió la conducción del cereal, obligando al Alcalde Mayor, en evitación de un “trágico levantamiento”, a retener de momento el envío de “… dicha porción de trigo que el expresado primer viaje se conducía, la cual se componía de unas ochenta fane-gas: A instancias de la misma gente alborotada, se introdujo dicho grano metido en sus haldas en la casa del señor Corregidor donde se halla, habiendo posterior e inmediatamente dicho señor Alcalde Ma-yor aplicándose a la separación de la expresada multitud de gente haciendo se serenasen y todos se retirasen, lo que así se consiguió después de oportunas diligencias.”

Pasaron cuarenta y ocho horas de relativa tranquilidad; horas que más que de sosiego fueron de tensión contenida, donde las autori-dades locales estudiaban la manera oportuna de sacar las recuas car-gadas de granos de la ciudad, y cada morador del pueblo agudizaba sus sentidos para detectarlo e impedirlo. Por fin, al amanecer del sá-bado día nueve, el Corregidor apoyado de los regidores, caballeros importantes de la ciudad, Teniente Coronel de Regimiento de Mili-cias, sargentos, cabos y toda la tropa que se pudo reunir, pusieron en ejecución el plan que habían diseñado para poder evitar al pueblo exaltado. Pero éste rápidamente descubrió la operación y salió a las calles para evitarlo, a la vez que gritaban que “El trigo no ha de salir”, “Queremos nuestro trigo”, “El trigo no sale que lo necesitamos para nosotros”. Respondiendo a todo ello el Corregidor con el mensaje de que era necesario para la ciudad de Sevilla; que igual cantidad había conducido el Sr. Gutiérrez Armijo al Pósito, a la vez que les amenaza-ba haciéndoles constar que de “…embarazar su salida, se perdían y el pueblo experimentaría grandes castigos, así aquellos que lo merecie-ren como los inocentes..” Contestándole todo el pueblo al unísono: “No sale el trigo que lo necesitamos para nuestro alimento, lo mismo es morir a diez que a once.”

Ante el estado enfurecido de la población, consideró la Ciudad la conveniencia de dictar un nuevo bando -con anterioridad se había emitido otro- exponiendo nuevas sanciones que contraerían los amoti-

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nados si no dejaban expeditas las calles, más valoraron que éste pon-dría a sus habitantes aún más fuera de sí, sin atender a ninguna orden ni ruego, y dejaría en mal lugar a sus autoridades y a la Real Jurisdic-ción. Así que decidieron dirigirse a las Casas de Cabildo a fin de dilu-cidar que postura tomar, aunque esta actitud también les hizo sopesar que podría provocar una nueva ofensa, por lo que se dirigieron a la propia Iglesia Mayor Parroquial de Santa María. Allí intervinieron algunos caballeros de la ciudad y el propio presbítero de la iglesia, quienes hicieron ver a sus autoridades que el pueblo estaba todo sub-levado, que desistieran de sacar el trigo, pues podrían acaecer aún más graves acontecimientos de los que ya se habían producido. A tal ruego se accedió en evitación de mayores tumultos, y se pensó en devolver las recuas con sus granos a la casa del Sr. Gutiérrez Armijo. Sin em-bargo, los ciudadanos habían perdido la confianza en sus dirigentes, y no permitieron que volviera la mercancía a su sitio de procedencia, sino que vocearon pidiendo que fuera al Pósito, a donde se condujo dándole escolta todo el pueblo.

El día 13 de mayo, sólo cuatro días después del alzamiento, se redactó una Real Provisión dirigida a Don Juan Polanco, Teniente Segundo, Asistente de la ciudad de Sevilla, por la que se le indicaba que sin dilación acudiera a la ciudad de Carmona para que: “…reasumáis y toméis en vos la jurisdicción ordinaria de ella, a cuyo Corregidor y su Alcalde Mayor mandamos asimismo os entreguen las varas sin dilación alguna. Y a su consejo y Ayuntamiento os admita a su uso y ejercicio, y hecho procedáis a la ejecución de lo que se os ordena por las instrucciones o carta de dicho reverendo Obispo Go-bernador del nuestro Consejo haciendo a este fin y para su puntual cumplimiento todos los autos y diligencias que tuvieres por conve-niente, sin poner en ello excusa ni dilación alguna...”

Aquí se hizo realidad el dicho tan corriente de “Una cosa es pregonar y otra dar trigo”. La Ciudad quiso mejorar la situación que pasaba el pueblo, pero los que tenían medios para ello lo ocultaron o se beneficiaron de la necesidad general. Fueron sus habitantes más desfavorecidos los que unidos solventaron la situación, pues después de los hechos relatados, y con la destitución de sus gobernantes, fue cuando llegaron a Carmona los alimentos que tanto necesitaban.

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Arriaga llegó con bien, y hoy estuvo en ésta, en ocasión de hallarme fuera, por lo que no nos hemos visto; que es cuanto por ahora ocurre quedando a la obediencia de VRma. y rogando a nuestro Señor dilate su vida muchos años.

Puerto, junio 1 de 1750

Rmo. Padre. B.L.M. de su VRma. su muy afecto y re-

verente servidor Juan Luis Roche

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Nº 18.- (Autógrafa) 1750, junio, 31(sic). EL PUERTO DE SANTA

MARÍA (Cádiz) Comentando la información que le ha

hecho llegar Sarmiento de haber sido pro-puesto para cronista general de Indias. Ofrecimiento económico y de un amanuense.

M.M. Rmo. Padre Fray Martín Sarmiento.

Muy amado Pe.: Aunque embarazado con el correo

de hoy, que ha salido largo, no quiero dejar la respuesta de su muy apreciable para otro. Por ella se sirve confiarme el honor que quiere hacerle nuestro Rey de Cronista General de las Indias,106 a que

106 Cristóbal Colón, en el viaje que le llevaría al descubrimien-

to del Nuevo Mundo entre el 3 de agosto de 1492 y el 15 de marzo de 1493, fue anotando y describiendo pormenorizadamente todas las incidencias que se produjeron, pero no solamente las de tipo náutico como podría pensarse, sino otras muchas que llamaron su atención sobre accidentes geográficos, aspectos y costumbres de la flora, de la fauna, y de la población indígena que allí halló. Esta información, de sumo interés para los que aquí habían quedado a la espera de su regre-

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no condesciende VRma.; cosa que, aun te-niendo yo la honra de conocer su prodi-

so, quedó anotada en su “Diario de a bordo” siendo entregado a los Reyes Católicos a su regreso, según se supone, en la ciudad de Barce-lona. Estos escritos y su redactor nos llevan a situarnos, sin ninguna oficialidad, ante la crónica del primer Cronista de Indias.

Con posterioridad, y como consecuencia de la cadena conti-nuada de viajes que siguieron, una serie de personajes que cumplían diferentes misiones: descubridores, religiosos, militares, políticos o navegantes, siguieran el ejemplo de Colón, y fueran redactando escri-tos de sus vivencias en las nuevas tierras americanas. Escritos que más tarde llegaron a España, donde personas cultas se encargaron de reco-pilarlos para, a partir en esta información, realizar “crónicas” sobre aquellas tierras y sus gentes. Estos fueron otros cronistas de Indias, sin ningún título que los avalara.

Por fin Carlos I en 1532 oficializa el cargo, poniéndolo bajo la dependencia del Consejo de Indias y nombrando para su desempeño al madrileño Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, quien ya tenía un conocimiento considerable del nuevo pueblo después de haber cruza-do el océano en cuatro ocasiones, viviendo entre los nativos veintidós años y ocupando los cargos de “la escribanía de minas e del crimen”, el “oficio del hierro, de los esclavos e indios”, “veedor de las fundi-ciones” y otros. Tres años después ya tenía escrita, como Cronista, su “Historia General y Natural de las Indias”, imprimiéndose la primera parte.

Al confundirse este oficio de Cronista Mayor de Indias con el de cosmógrafo, motivó que se desglosaran perfectamente estos dos empleos al finalizar el s. XVI. En 1596, bajo la nueva estructura, fue nombrado Antonio de Herrera y Tordesilla, quien lo desempeñó hasta su muerte en 1625, y por tanto es considerado como el primer cronista de Indias, o primero de la nueva época. Le siguieron Luis Tribaldo de Toledo (1625-1643), Tomás Tamayo de Vargas (1634-1641), Gil González Dávila (1643-1658), Antonio de León Pinelo (1658-1660), Antonio de Solís (1661-1686), Pedro Fernández del Pulgar (1686-1698), Luis de Salazar y Castro (1698-1734), Miguel Herrero de Ez-peleta (1734-1750).

En 1744 Felipe V decidió que cuando se produjese la vacante de Cronista Mayor, pasara ésta a la Real Academia de la Historia, acuerdo que, como ya hemos adelantado, no se cumplió fielmente.

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gioso desinterés, me ha dejado asombra-do. Y no es para menos, pues apenas habrá en este mundo hombre alguno que ejecute (ni aun en sueños) lo que VRma.

hace muy despierto. ¿A dónde vamos a parar con el dar de mano a ciento veinte mil reales anuales? Con todo no me hace fuerza; y hasta aquí tienen cabimiento todas las razones de VRma., y otras tres-cientas que se le ofrezcan. Pero, para des-echar el honor y la honra (que se aprecia más que la vida) y, lo que es más, los fa-vores de un monarca tan grande como el de España ¿qué razones puede haber? Que por mirar a la Academia, a quién Felipe V había concedido esta futura, no es disculpa. Lo primero, porque todos sa-ben que VRma. no lo ha pretendido; y lo se-gundo porque aun dado caso que estu-viese en lo contrario, no pesa tanto el mal juicio pasajero de cuatro individuos, que el bueno firme y estable de muchos que conocen a VRma.; a que se agrega que mirado el honor y deshonor que de esto se podía seguir, no admiten similitud, porque excede incomparablemente lo primero a lo segundo. Esto es haciendo el dibujo a favor de la opinión de VRma., esto es pintarlo rústicamente sin el adorno de la elocuencia y de otras razones que omi-to. Y si, aun así, sale una sentencia cla-ramente deducida y contraria, ¿qué

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puede esperar VRma. si se hace el cuadro de otro modo?107

107 En 1750 muere Miguel Herrero de Ezpeleta que venía ocu-

pando el empleo de Cronista General de Indias desde 1734, por lo que de acuerdo con las instrucciones del anterior rey Borbón Felipe V, la sucesión debía recaer en la Real Academia de la Historia. Pero de inmediato intervinieron los grandes y poderosos amigos de Sarmiento, el duque de Medinasidonia y el confesor real Padre Rávago, obtenien-do del rey Fernando VI el compromiso de que nombraría, si éste lo aceptaba, al fraile benedictino. Con esta actitud buscan sus incondi-cionales levantar el ánimo de Sarmiento, decaído, y aún más enclaus-trado, después de los hechos ocurridos con la elección de abad de San Martín y su posterior anulación, de la que hacía por entonces un año.

La postura del rey, en contra de su predecesor, motivó cierto malestar en círculos de la Corte que, aunque reducidos, no veían de buen grado la decisión, no tanto por no recaer en la Academia de la Historia, como porque recayera en Sarmiento. Siempre en la vida, antes, ahora y lo será después, cuando alguien progresa aparecen al-gunos, que se llaman amigos, encontrando resquicios por donde en-contrar defectos, o no hallando las cualidades necesarias para la fun-ción que se va a desarrollar. Además, poderoso dinero, hay de por medio un suculento sueldo de 120.000 reales anuales.

En medio de este mare mágnum fray Martín no se encuentra a gusto, se halla desorientado, no sabe que postura tomar. Y en este estado se abre, a pesar de la distancia, a su otro buen amigo Juan Luis Roche pidiéndole consejo y exponiéndole detalladamente cuales son las razones por las que no quiere aceptar la elección. Le habla de la orden de Felipe V, de su edad, de dedicar tiempo a escribir sobre aquellas tierras, de las envidias, de su comunidad monacal, del sueldo que le van a asignar, de lo que ha de pagar por el nombramiento, etc., etc. Y Roche, paso a paso va desgranando la carta dándole su punto de vista y soluciones para que acepte el cargo. Porque en el fondo, aparte de querer lo mejor para él, consideraba que la elección había sido muy bien realizada, pues sabía bien de sus profundos conocimientos en todas las ramas del saber, así como de los escritos que ya había reali-zado sobre temas americanistas. Sopesaba igualmente que su sencillez le tenía atrofiado para dar el necesario paso hacia delante.

Por fin Sarmiento, después de valorar esta carta y de resistir las presiones a que lo sometían sus mentores Medinasidonia y Ráva-go, acepta y toma posesión del empleo. Una semana después, el 19 de agosto, escribe al Padre Felipe Colmenero, prior de Jubia en La Coru-

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Más (y mucho más) y tanto, que no

quiero valga nada cuanto he dicho. Ya sabe VRma. que su honor, su honra y su es-timación, no sólo llenarán de gloria a sus parientes y a sus amigos sino a la Ilustrísima Religión que profesa. Sobre es-ta (indubitablemente) recae todo el peso de las glorias, y sería grande ingratitud quitárselas a tal Madre. Ni para esto tie-ne facultad VRma., ni cien Rmos. Sarmientos. Así, es preciso que obligado de su propia conciencia incline la cabeza a la guir-nalda. Que me la corten a mí, sí hubiese alguno que le diga lo contrario. Como es posiblemente. Antes algunos arrebatados lo tendrán a locura, demencia, etc., y lo que más me admira es que siendo VRma. tan puntuoso no repare en tan mala no-ta. Nota despreciable y ridícula que ten-drá muchos asociados que la divulguen, y para todos será insufrible.

VRma. vea lo que hace en este punto,

que yo con toda la libertad ya le he di-cho mi sentir, pues le he merecido que se desahogase conmigo. Suplico que deteste

ña, en un estado de no mucha alegría, y le manifiesta que “El día 12 del corriente tomé posesión de la plaza de Cronista de Indias, y la juré públicamente en el Consejo y ya tengo el título en la celda, después de haberme resistido cinco veces. Así ya no hay que hacer sino cargar con la maula.”

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contrarias opiniones, calzándose la mer-ced del Rey antes que la fortuna desai-rada y corrida. Arrebate (llena de in-dignación) el clarín a la fama, y grite contra el honor de VRma. No me desagra-da una honesta repulsa, con tal que no se persevere en ella tanto tiempo recha-zando tantas veces la voluntad del Rey como ha hecho VRma. haciéndose insensi-ble. Déjese por Dios de eso, y vamos a otro punto.

Maula y carga llama VRma. al em-

pleo honorífico de Cronista General de las Indias y, no contento con tan malos nombres, se amenaza así propio con no llegar a viejo o con una vejez infelicísima si lo admite. Gran tarascón debe ser el dicho empleo. Tome VRma. un poco de humor de su noble apellido, para cobrar aliento y llámele pícaro puto al Bu haciéndole una higa, y se reducirá a humo. Ni es menester alientos para ven-cerlo; hombres bien paniaguados no le han temido. Sus obligaciones son ningu-nas, porque el escribir no es preciso. Si to-dos los Cronistas hubiesen escrito, nos en-terraría la multitud de los libros. Don Luis de Salazar108, hombre capaz de

108 Luis Salazar y Castro (1658-1734) nació en el seno de una

familia hidalga burgalesa, obteniendo el título de la orden de Calatra-va, siendo nombrado, en 1698, por el rey Carlos II Cronista de Indias,

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hacerlo, no dio plumada en el asunto. Don Antonio de Solís con sólo un libro desempeñó su oficio y ganó fama para siempre.109 Conque venimos a parar que no es carga, ni maula, sino un Bu espan-ta niños.

Llegó Granados y me entregó los li-

bros y la carta cuenta. Por los libros que-do gustoso y por la cuenta enojado. Creo que faltan algunos de la primera lista que envié, pero me admira lo barato que han salido.

El dicho Granados se volverá esta

semana o la que viene. Con él remitiré el tabaco y retrato que puede VRma. parti-cipar al Sr. Feyjoo, pues le escribiré todos los correos. Y también que acabo de reci-bir una carta de La Coruña con aviso de

empleo que desempeñó hasta su muerte. Durante el reinado de Felipe V su casa se convirtió en un centro cultural al que acudían los miem-bros de la Corte. Se especializó en el estudio de la genealogía y el linaje, como base para la investigación histórica. Destacan, entre otros, sus trabajos Historia genealógica de la Casa de Silva, e Histo-ria genealógica de la Casa de Lara. Efectivamente perteneció al gru-po de los “cronistas” que no se habían embarcado hacia tierras ameri-canas.

109 El libro es Historia de la conquista de México, población y

progresos de la América Septentrional conocida con el nombre de nueva España Madrid, 1684, que ya referimos al citar a su autor con anterioridad.

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haber llegado el patache a La Graña 110a donde pasó ni hermano ocho días había, y que no sabían en que consistía el no restituirse, sino es que estuviese con los marqueses de San Saturnino111detenido por hallarse estos señores en El Ferrol.

110 El puerto de La Graña, dentro de la ría de El Ferrol que na-

ce en la desembocadura del río Xubia, comenzó a tener una singular importancia a partir del siglo XVI cuando la Corona española, consi-derando sus buenas condiciones geográficas y estratégicas, lo destinó a fondeadero de los barcos de su Real Armada. Sin embargo, esta importancia se vio fuertemente acrecentada al crearse, bajo el reinado de Felipe V, los Departamentos Marítimos de El Ferrol, Cádiz, y Car-tagena. El primero de ellos, el de la zona Norte, al situarse en El Fe-rrol en 1727, tomó por su puerto el de La Graña, con un gran arsenal para la custodia del armamento de sus barcos. También, dentro de la política de reestructuración de la marina, se instalaron unos astilleros destinados a conseguir una mayor y más moderna flota naval, con la que se pudiera navegar con seguridad y confianza por el Mediterráneo, Atlántico y Pacífico.

111 Componían el marquesado Don José Jacinto de Quindós y

Andrade, III marqués de San Saturnino, que casó con Doña Josepha Cayetana Pardo y Moscoso, señora de la jurisdicción de Baltar, de cuyo matrimonio nacieron siete hijos. Fijaron su residencia en el sun-tuoso Pazo de Baltar, construido en el siglo XVI por Ares Pardo y su hijo Juan Pardo de Lago y Andrade, que es considerado como el pri-mer señor de Baltar.

La marquesa, Doña Josepha Cayetana, fue una mujer culta que mantuvo correspondencia y conexión con los eruditos de su tiem-po, entre los que podemos citar al propio Roche y a fray Martín Sar-miento, quien estuvo alojado en el Pazo en el último viaje de éste por sus tierras gallegas.

En reconocimiento de la amistad de Roche hacia la marquesa, a la que llamaba “Heroína ilustre del Reino de Galicia”, le dedicó su obra de 1757 Disertación medica-moral sobre el limitado poder de los abortivos en la medicina, contra la opinión común que los tiene reci-bidos por poderosos auxilios, asunto que había sido elegido por la

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La pasta de chocolate no he procu-

rado saber su paradero por no escribir en tan corto asunto a la marquesa de Pera-les. Esta semana estaré con la madre y sabré el motivo de no habérsela enviado a VRma.

Los diez mil reales, y muchos más

que se necesiten para pagar las propinas del empleo, los tendrá VRma. avisándome inmediatamente en esa Corte sin perder correo. Creyendo que me enojaré de veras sí VRma. se vale de otro amigo, o pariente, o deudo que los afronte.

También puedo ofrecerle un escri-

biente de buena letra, de bellas costum-bres y bien criado, decente, y que no le tenga costo alguno, pues se mantendrá en casa de la marquesa de Perales, o en otra, y acudirá a la celda de VRma. a las horas que le señale. Éste es un hermano mío, clérigo de menores, que se mantiene sin ocupación alguna en La Coruña, y hará con muchísimo gusto cuanto le mandare.

Academia Portopolitana de Oporto (Portugal) para la publicación en sus memorias.

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Con estos planes, y otros que forma-remos, pasará VRma. gustoso en su empleo, y juzgándolo todo tan bien ejercitado no le atribuirán escrito alguno anónimo.

La detención de la carta del Sr. Fey-

joo al marqués de la Ensenada112 fue

112 Zenón Somodevilla y Bengoechea (1702-1781). Nacido en

Alesanco (Logroño), e hijo de una familia de modestos hidalgos, fue durante los reinados de Felipe V y Fernando VI un cualificado estadis-ta, participando activamente en las reformas financieras y económicas que se llevaron a cabo en la España del siglo XVIII. Huérfano de pa-dre desde muy joven, partió hacia Madrid, y con posterioridad hacia Cádiz, donde en 1720 su protector Patiño, quien influyó singularmente en sus ideas, lo halló desarrollando labores de escribiente en una de las muchas compañías de buques que existían en la ciudad. Le nombró supernumerario de Marina, con lo que comenzó rápidamente su ascen-so. En 1728 fue nombrado para el empleo de Comisario Real de Mari-na de Cádiz, y en 1732 de El Ferrol. Entre los años 1733 y 1736 estu-vo en Italia como intendente de los ejércitos de Carlos VII de Nápoles, quien sería años más tarde el rey español Carlos III, concediéndole en 1736 el título de marqués de la Ensenada.

A la muerte de su otro protector el ministro José Campillo, Fe-lipe V, el 9 de mayo de 1743, le nombró ministro de Hacienda, Mari-na, Guerra e Indias, desde donde se asentó el eje de la política nacio-nal, demostrando su gran capacidad. Saneó la hacienda pública, re-formó el ejército, renovó la armada, incrementó las relaciones científi-cas con el extranjero y dio un notable impulso a la industria.

Fue partidario de la alianza con Francia, consiguiendo una paz estable en base a una marina y ejercito poderoso que defendieran los intereses españoles en América, frente a las pretensiones de Inglaterra. En el desarrollo de estas ideas encontró la oposición del nuevo rey Fernando VI, defensor de la paz por otros métodos más flexibles, así como de mantener unas buenas relaciones con los ingleses. Esta opi-nión era compartida con su Secretario de Estado José Carvajal y Lan-caster.

Muerto Carvajal en 1754, Inglaterra, temerosa del rearme es-pañol y de que fuese nombrado en su lugar el marqués de la Ensenada, realizó una serie de maquinaciones e intrigas conducentes a que se

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acertadísima porque, aunque a ninguno le viniese el más leve daño, era un empe-ño de patarata mientras hubiese otros medios de rescatar el tabaco.

La Dedicatoria y Prólogo del tomo

3º si son breves, poco tiempo necesitan. Por lo cual creeré que alguna razón polí-tica lo detiene (no hablo de la fina). Cierto intervalo de tiempo se necesita de un escrito a otro. Lo mismo sucede en las cosas naturales: primero salen los dien-tes, luego las muelas, después las barbas, y a lo último las canas o la calva. Prime-ro salió el soneto113, luego la décima114,

nombrase una persona más en la línea de sus intereses. El designado fue Ricardo Wall, y toda la trama trajo consigo que Zenón cayese en desgracia por su postura antibritánica, confinándole desterrado Fer-nando VI, el 20 de julio de 1754, en Granada. Con la llegada del nue-vo rey Carlos III obtuvo el levantamiento de su sanción, volviendo a la Corte donde fue nombrado Consejero de Estado y Hacienda.

Sin embargo, en 1766 fue acusado de dirigir, junto con los je-suitas y parte de la alta nobleza, el motín de Esquilache, siendo nue-vamente desterrado, en esta ocasión a Medina del Campo donde falle-ció en 1781.

113 Fray Benito Jerónimo Feijoo fue poco inclinado a escribir

en verso; sus composiciones, si hemos tenido la suerte de dar con to-das, se redujeron a seis décimas, nueve romances, una quintilla, una lira, y también un solo soneto. Pues bien este soneto, al que aquí se alude, fue dirigido al impugnador de su Teatro Crítico el fraile fran-ciscano Francisco Soto y Marne.

114 Está décima fue la segunda que escribió en su vida, pues

con anterioridad escribió otra con ocasión de los funerales de Luis I. El contenido, a la que aquí se alude, es sobre la supuesta apa-

rición de San Francisco de Paula en el monasterio de la Victoria de El

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después la repulsa115, y ahora el papel del fraile116: conque falta un luego para el

Puerto, que tantos problemas le acarreó a Roche por su negativa a reconocerlo como tal, en el informe que se le solicitó. Feijoo compar-tió la opinión de su amigo el portuense, y de esta forma valoró los hechos acaecidos:

“Por más que el vulgacho dé En que es visión portentosa Una apariencia engañosa, Y en ello obstinado esté: Yo en ningún tiempo creeré, Que una tema es devoción, Que es milagro una ilusión, Que la sombra es realidad, Que la ceguera es piedad, Y el error es Religión.

Dicen que vió Pueblo tanto (Y el oírlo me da horror) El Siervo sobre el Señor, Sobre el Santísimo el Santo: Esto es, dueño Sacrosanto, Ajar tu soberanía, Es sacrílega osadía, Profanación, y no culto, Que los que creen a bulto Llaman Fé, siendo Herejía.

No a quiméricos honores Quiere el de Paula aspirar, Ni con Dios piensa pasar De mínimos a mayores: Sus gloriosos resplandores Le dan clase diferente; Y ya se hizo evidente Que hubo en ocurrencia tal Reflexión en el Cristal, Y falta de ella en la Gente.” 115 Estamos ya ante la respuesta de Feijoo al Padre Soto Marne

con su Justa Repulsa de inicuas acusaciones.

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tomo 3º. Esto es, otro intervalo de tiempo en que al presente estamos.

El Rmo. Pe. Mro. Alzugaray y Don Pedro de Arriaga repiten muy afectuosas me-morias agradeciendo las de VRma. como

116 En el entorno de Feijoo, Sarmiento y Roche, éste ha ido

haciendo una exposición de las actuaciones significativas que ha teni-do el primero para condicionarle su actuación, a sabiendas de lo poco propenso que era el benedictino de San Martín a publicar sus trabajos. Le alienta y le pide que participe con la dedicatoria y prólogo del ter-cer tomo de las Cartas eruditas, que finalizando este mes de junio se encontraba a punto de salir de imprenta, conteniendo treinta y dos cartas. Era más que difícil que la petición de Roche lograra su objeti-vo, pues ya, en contra de su costumbre, había intervenido Sarmiento situándose al lado de su compañero de religión escribiendo y publi-cando el siguiente soneto en contra de Soto Marne y sus Reflexiones crítico-apologéticas sobre las obras de Feijoo.

“Plaza, que a plaza sale un baladrón Horrísono, feroz, descomunal, Tosco, y grosero más que su sayal, Duro y torcido más que su cordón. Su rustiquez ostenta el molitón en mucha desvergüenza garrafal, que le enseñó toda modestia un tal Juan Calesero en cierto bodegón. Sin proba, o apoyar lo que sentencia Habla gordo el mostrenco, y mete bulla. Y el vil dicterio, la soez licencia, Aplaude la doméstica garulla. Pero no espere, no, su reverencia, Que le creamos sólo porque aúlla.” El “soneto” se encuentra recogido en la Academia de la Histo-

ria dentro de “Obras y escritos del Padre Sarmiento” (9/1817). Al final, la dedicatoria fue del propio Feijoo al rey Don Fer-

nando, con una carta al Ministro de Estado Don José Carvajal y Lan-caster. La censura correspondió al General de la Orden de San Benito fray Iñigo Ferreras, y la aprobación fue de fray Gregorio Moreiras, Abad del Real Colegio de San Vicente de Oviedo.

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deben. Yo quedo a su disposición con fina voluntad esperando me avise de la resul-ta del empleo, que tengo que decir algo sobre ello, y no hay sino esforzarse y no tomar nada a pechos.117

Nuestro Señor dilate su vida muchos

años como deseo. Puerto de Santa María, junio 31 (sic)

de 1750

Rmo. Padre. B.L.M. de VRma. su muy afecto y reve-

rente servidor Juan Luis Roche

117 Vuelve a incidir en el ofrecimiento que le había hecho de

nombrarle escribiente en la persona de su hermano, situación que nun-ca aceptó Sarmiento, como el mismo expondrá años más tarde en carta desde Madrid al duque de Medinasidonia de fecha 30 de abril de 1756, que se encuentra en la “Colección Medinasidonia” del Archivo Ducal de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz): “Jamás he escrito carta ni papel dictando a otro. Jamás he podido sufrir amanuense, pues si le tuviese, se me triplicaría el trabajo y se me apuraría la paciencia en dictar, advertir y corregir, si el amanuense era de corto alcance; y el porfiar con él, si era erudito o satisfecho.”

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Nº 19.- (Por amanuense) 1750, julio, 20. EL PUERTO DE SANTA MA-

RÍA (Cádiz) Comentando diversos aspectos del empleo

aceptado por Sarmiento de cronista general de Indias. Aplaudiendo el decreto de Fer-nando VI contra los escritos del Padre Soto Marne. Carta dirigida por Sarmiento al mar-qués de Aranda.

M.M. Rmo. Padre Fray Martín Sarmiento.

Muy amado: Recibí la de VRma. de 30118 del pasado

con mucho gusto por ver en ella tan bien empleado los honores y las atenciones de S. Mgd. Cata.,119 dándome una ocasión muy

118 Debió existir algún comentario de Sarmiento con relación

al error de Roche de datar su carta anterior con fecha 31 de junio, por eso comienza ésta subrayando el número treinta, reparando de esta forma su lapsus anterior.

119 La referencia es acerca de la reina Isabel de Braganza, es-

posa de Fernando VI. Hija de los reyes de Portugal Juan V y María de Austria, nació en Lisboa el 4 de diciembre de 1711, contrayendo ma-trimonio el 20 de enero de 1729 a instancias de Isabel de Farnesio, que

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gustosa para manifestar a VRma. lo mucho que lo celebro, y darle mil enhorabuena y parabienes nacidos del verdadero afec-to que le profeso, y le deben profesar to-dos. VRma es acreedor a las mayores hon-ras y honores que pueden dar los prínci-pes, y el caudal de sus méritos no puede ocultarse ni aun a los ciegos. VRma. sabrá llenar, ocupar y desempeñar dignamente los mayores empleos de la monarquía sin padecer nota, ni aun de la envidia. Se levantarán estatuas en el Nuevo Mundo, y serán aprobados del viejo sus justos in-ciensos porque viejos, mozos, políticos y plebeyos, todos saben distinguir lo de-

actuó en las negociaciones juzgando que la unión no le haría sombra a sus ambiciosos proyectos.

Compensaba su aspecto poco agraciado “de boca grande, gruesos labios, carrillos abultados y picada de viruela”, según el em-bajador ingles Benjamín Kneene, con su formación cultural y cualida-des morales. Podía comunicarse cultamente en cinco idiomas y era una ferviente amante de la música, por cuyo motivo protegió a mu-chos artistas, y de una manera especial al famoso cantante de ópera Farinelli.

Durante el periodo del reinado, de 1746 a 1758, no intervino, al menos públicamente, en el gobierno, aunque se sabe que tuvo una poderosa influencia en el rey, especialmente en el nombramiento de sus ministros y como mediadora ante el rey de Portugal. Su naturaleza delicada, la salud enfermiza de su marido y la posibilidad de quedarse viuda, le hicieron vivir siempre bajo la obsesión de acumular riquezas que le permitieran acabar sus días sin dificultades. Esta actitud, y el no poder darle descendientes al rey, hicieron que no fuese bienquerida por el pueblo español.

A ella se debe la construcción del convento de las Salesas Re-ales de Madrid.

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masiado bueno, y cualquier vista percibe los entes de gran corpulencia. Más VRma.,

espiritualmente elevado sobre sí mismo, menosprecia o aborrece, como es justo, las mayores glorias mundanas. Éste es un clavito de oro fijado en el firmamento que sostiene los plumajes de su fama. Ahora sí que se puede laudar su noble re-sistencia. Ahora, y no antes; porque no persistiese en ella, y nos privase del gusto de verlo ensalzado. No me parece que se opone esto de aprobar y desaprobar una misma cosa en diferentes tiempos a la realidad de amigo. Ni tampoco a mi ge-nio menospreciador de oropeles vanos. El Doctor Martínez impugnando fuertemen-te al Sr. Feyjoo120, lo vemos unido al pro-

120 El primer escrito que salió de la pluma del padre Feijoo fue

en 1725 con su Carta apologética de la medicina scéptica del Doctor Martínez, defendiendo y alabando a su autor, médico y cualificado amigo, quien había publicado en Madrid en 1723 Medicina scéptica y cirugía moderna, recibiendo las impugnaciones de Martín Lesaca y López Araujo, y en donde se nos manifestaba, el referido Martín Mar-tínez, como enemigo del aristotelismo y la escolástica.

Sin embargo, a pesar del afecto que se profesaban y de la de-fensa que se hacían de sus escritos ambos filósofos, uno médico y otro estudioso de todo lo relacionado con la medicina, se criticaron los escritos que publicaron sobre esta ciencia. Martín Martínez esperaba con ansiedad la aparición de cada uno de los discursos del Teatro Crí-tico o las Cartas eruditas analizando los temas de su especialidad y entrando rápidamente en debate, aunque siempre en un tomo muy diferente de lo que habían sido otras impugnaciones. En sus actuacio-nes siempre imperaron las buenas maneras, el cariño y la moderación, porque en el fondo ambos luchaban por lograr una sociedad más salu-dable, desterrando los muchos errores y malos métodos que tan co-rrientes eran.

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pio dictamen confesado en la misma im-pugnación que hizo. VRma. también se alegra y se regocija de que a un amigo lo hagan consejero, a otro académico y a otro Ilmo., y creo que si rehusasen estos honores VRma. les persuadiría lo contra-rio, pues a no ser así miraría con ceño su exaltación y no con el gusto que mani-fiesta en sus cartas.

Ved aquí como aquello mismo que se

opone al genio propio se persuade a otro con instancia porque, como he dicho en otra carta a VRma., es naturalísimo ale-grarse del auge de los amigos aunque se aborrezcan aquellos auges. Fuera de que VRma. estaría muy equivocado si pensase lograr una vida quieta habiendo nacido para muchos y no para sí sólo. Entonces en lugar de librería y estantes conven-dría una calavera y disciplinas, así co-mo los cartujos. El haber escrito VRma. sus dos tomos, el vivir en la Corte, el reducir-se a una vida tan (aun entre los suyos) religiosa, el tener grandes amigos, y so-bre todo grandes talentos, es un memo-rial ajustado y relatado en la audiencia

Estos enfrentamientos culturales, entre dos amigos con postu-

ras o métodos no coincidentes, son los que aquí expone Roche, cono-cedor de todos los detalles, situaciones y entresijos que se daban entre los eruditos y amantes de las ciencias, quienes además eran sus com-pañeros.

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del mundo que concilia el amor de todos. Y no hay otro remedio sino pecho al agua, y no por eso dejar de mirar aten-tamente por entrambas saludes, como hasta aquí.

Confieso que es indigna la ridícula

circunstancia con que Felipe II dejó el cargo de Cronista de Indias. Por lo mis-mo debía cobrarse hasta el último mara-vedí, más que fuese enseñando cualquier cartapacio; si acaso no hay dispensa pa-ra esta circunstancia, que sólo por ella es bien empleada cualquier resistencia.

En lo demás de no querer poseer

VRma. la renta, no sé que decirle. Sólo sé que, si no me engaño mucho, VRma. podrá poseerla aunque sea un santo, y emplear-la por su mano en provecho suyo, de la religión y del prójimo, más bien distri-buida que si se deja en otras manos, aunque sean religiosas. Bien sabe VRma. que algunos no escrupulizan en enrique-cerse con los bienes de la propia religión, y acaso tendrán alguna teleología con que componerlo. La Corte romana, los obispos y arzobispos mantienen de los bienes eclesiásticos la ostentación corres-pondiente al decoro de sus personas, sin que los Concilios lo condenen. Cuanto más podrá VRma. disponer de aquellos bie-nes que ni son de la religión, ni tampoco

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hereditarios, ni adquiridos. Lo que el Rey graciosamente concede a VRma. se puede poseer, permitiéndolo los superiores sin que nadie lo repare y sin escrúpulo algu-no, mayormente no siendo rentas ecle-siásticas.

Estos no son consejos, como los llama

VRma. con gran bochorno mío, sino un modo familiar con que se llena el papel de tinta. Yo no soy capaz de darlos al más perdulario. VRma. no los necesitas ni del más docto, ni del más santo. Yo sólo puedo saber el lugar que me pertenece, del que no saliera a no moverme sus ca-riñosas expresiones.

El Rmo. Pe. Alzugaray reitera las suyas

y me impresa su traducción conforme al título de la margen que me cogió muy de nuevo. Dice que no puede por mejor mano que la mía enviar a VRma. la enhorabue-na, y se alegra mucho de su resistencia aprobándola “in totum”

Manual de ejercicios

Cristianos para los pen-sionarios y escolares que están a cargo de la Compañía de Jesús. Sa-cado por la mayor parte

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de los que compusieron el Pe. Croiset121 para los pensionarios de León y el Pe. Bignon 122para los de París.

Por el licenciado José Angaroza, Presbítero, con las licencias necesa-rias por Antonio Marín.

Ni trae licencias ni aprobaciones.

Por el papel incluso para Granados

verá VRma. el estado de las cajas de pastas, aunque no me da mucho cuidado que se pierdan por haber logrado algunas, sin

121 Juan Croiset, religioso jesuita y escritor francés, nacido en

Marsella en 1656 y muerto en Aviñón en 1738. Fue rector de la casa noviciado de Aviñón, dedicando su vida al estudio y a la instrucción de la juventud, adquiriendo un profundo conocimiento en varias ramas del saber humano, en particular de los religiosos. Entre sus obras, que tuvieron una gran difusión por Europa, pueden citarse: Año cristiano, Retiro, Vida de los Santos, Reflexiones cristianas, etc.

122 Juan Pablo Bignon (1662-1743), escritor francés y miem-

bro de la Congregación del Oratorio de San Felipe de Neri. Fue predi-cador, bibliotecario real, abad de San Quintín y miembro de la Aca-demia francesa. Sus escritos se recogían en el Journal de Savants, publicación regular fundada en 1665 por Luis XIV para controlar la vida intelectual y los destinos políticos, sirviendo, a su vez, como medio de difusión de los nuevos trabajos y descubrimientos científi-cos. Protegió al botánico francés Joseph Pitton de Tournefort, conside-rado como precursor de Linneo, dándole el nombre de “bignonia”, en su honor, a ciertas plantas trepadoras importadas de América, donde se desarrollaban formando densos bosques.

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embargo de la orden del Rey de que todo el cacao que venga de Soconusco se guarde para su gusto.

También incluyo una carta para

que VRma. no se canse de escribir a mi hermano cuando llegue la ocasión de remitirle el retrato.

Otra carta original remito de un

Provincial de la Compañía en que hace mención de los méritos del hermano del Pe. Mro. Alzugaray que ciertamente (según otras noticias) son grandes, y es lástima no se premien, cuando se le dan a otros los obispados, como sabemos.

He celebrado infinito el decreto del

Rey contra los atrevidos escritos del Pe. So-to Marne. Pero me temo que imprima su tercer tomo fuera de Madrid, donde por ignorar la prohibición consiga las licen-cias; por lo cual no sé si sería bueno en-viar copias a todos los obispos. Ello ha si-do un decreto raro y admirable.123

123 Con anterioridad, en un par de ocasiones, hicimos alusión a

la intervención de Fernando VI en las impugnaciones que recibió el Padre Feijoo a sus escritos, concretamente a las del Padre franciscano Soto Marne quien afirmaba que el benedictino había realizado ciertos plagios. Por eso Roche, en esta ocasión, manifiesta su regocijo al tener conocimiento de la Real Orden de 23 de junio de 1750, de hacia poco menos de un mes, por la que se comunicaba al Consejo que “Quiere S.M. que tenga presente el Consejo, que cuando el Padre Maestro Feijoo a merecido a S.M. tan noble declaración de lo que le agradan

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La carta de VRma. para el marqués de

Aranda124 he leído con mucho gusto. La

sus escritos, no debe haber quien se atreva a impugnarlos; y mucho menos que por su Consejo se permita imprimirlos.”

124 Pedro Pablo Abarca de Bolea y Ximenez de Urrea, X con-

de de Aranda, nacido en el seno de una familia noble y distinguida, en el castillo de Siétamo (Huesca) en 1719. Militar y diplomático prestó sus servicios al gobierno de la España ilustrada bajo cuatro reyes: Felipe V, Fernando VI, Carlos III y Carlos IV.

De joven sus padres le encauzaron hacia la carrera eclesiásti-ca, ingresando en el monasterio dominico de Bolonia que abandonó a los diecisiete años para iniciar su verdadera vocación: la profesión militar. A tal fin se incorporó a la escuela militar de Parma. En 1740, cuando contaba veintiún años y durante el segundo periodo del reina-do de Felipe V, fue nombrado Capitán del Regimiento de Granaderos de Castilla, participando en la contienda contra las tropas austriacas, resultando herido en la batalla de Camposanto, y contrayendo secue-las, que aunque no graves, le acompañaron toda su vida: lesión en un brazo y un ligero estrabismo característico.

Reinando ya Fernando VI en 1755, y debido a que, en el fa-moso terremoto de primeros de noviembre, falleció en Lisboa el em-bajador español conde de Peralada con toda su familia, fue nombrado para sustituirle como extraordinario, y ascendido a Teniente General. En el país vecino fueron frecuentes sus discrepancias con el ilustrado y despótico dirigente portugués marqués de Pombal, motivo por el cual un año más tarde regresó a España haciéndose cargo de la Direc-ción General de Artillería, donde prestaría sus servicios hasta 1758.

Tras su experiencia en la embajada portuguesa, Carlos III le designó embajador en Polonia donde residió entre los años 1760 a 1762, siendo de nuevo requerida su presencia en la Corte para dirigir la campaña contra Portugal, ya que las hostilidades se habían iniciado en enero de ese mismo año. Coincidiendo igualmente con estas fechas, y cuando celebraba su cuarenta y tres cumpleaños, es elevado al grado de Capitán General, desempeñando el cargo en Valencia hasta el año 1766.

Son los años siguientes donde nos encontraremos con el ver-dadero reformista ilustrado. Es nombrado Presidente del Consejo de

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mandaré copiar y la remitiré a México con mayor seguridad que irá otra algu-na, y lo mismo sucederá con las de Lima y otras cualesquiera que me envíe VRma.125

Castilla, y con motivo del “motín de Esquilache” tuvo un relevante protagonismo político al intervenir sosegando a la población.

Tomó parte activa en la expulsión de los jesuitas, pero no fue su principal promotor como se le ha querido atribuir, aunque no po-demos negar que fue la mente pensante de un meticuloso y organizado proceso de extrañamiento, que resultó casi perfecto.

Las enemistades e intrigas, tan corrientes en la Corte, por par-te de aquellas personas o sectores que consideraban lesionados sus intereses con su actuación política, hicieron presión sobre el rey para que éste lo alejara. Consiguieron sus detractores el fin que se proponí-an siendo destinado, por tercera vez, a una embajada, en este caso a la de París, donde asimiló las ideas enciclopedistas, entablando amistad con Voltaire, D’Alembert y el abate Raynal. Con la llegada de Carlos IV, abandonó la embajada y obtuvo, en 1792 dentro del gobierno del nuevo monarca, la tan ansiada Secretaria de Estado, que estuvo bajo su mandato poco tiempo ya que el poder real recayó en Godoy, quien lo desterró en principio a Jaén y con posterioridad a Épila, en Zarago-za, donde falleció el 9 de enero de 1798.

125 Nos encontramos a mediados del siglo XVIII, y en la Amé-

rica hispana se han desplegado, y sobretodo se van a afianzar en la segunda mitad de este siglo, todas las ideas del reformismo borbónico, a través de la cultura ilustrada que se encuentra en plena efervescencia en España y, por supuesto, en los más importantes países europeos.

En la sociedad americana se daba un altísimo porcentaje de analfabetismo, de personas ignorantes, incultas; pero a la vez, bajo el patrocinio de la Iglesia y sus misioneros, se habían forjado, en los últimos dos siglos, unos cualificados centros culturales, universidades que, cuando menos, podemos decir tenían la misma importancia que algunas europeas. Eran una minoría muy comprometida con las nue-vas ideas, que crearon centros culturales de investigación en los más diversos campos; que hicieron circular periódicos y publicaciones; que fundaron Sociedades Económicas de Amigos del País; que demanda-ron los más cualificados libros que se publican en Europa, originando embarques de decenas de miles de ellos; y que pidieron estar al co-

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de quien siento las ocupaciones con que se halla cargado, todo lo cual alivia en gran parte un buen amanuense, y será lástima que VRma. venga a hacerlo des-pués de perdida la salud, como a mí me sucede por querer hacerlo todo.

La misma repugnancia que le asiste

a VRma. en leer historias, la misma me persigue a mí; que es cuanto por ahora ocurre, y rogar a nuestro Señor dilate su vida muchos años como deseo.

Puerto de Santa María, julio 20 de

1750

Rmo. Padre. B.L.M. de su VRma. su muy afecto y re-

verente servidor Juan Luis Roche

rriente de todas las novedades y debates que se producían en la España ilustrada.

Por su parte, Roche, desde El Puerto, cubre una misión espe-cial. Era un hombre erudito, que formaba parte de las academias espa-ñolas y portuguesas, que estaba relacionado con los personajes más significativos de este movimiento renovador español, y que a todo esto unía su profesión de cargador a Indias, lo que le posibilitó servir de medio de conexión, a través de las embarques que salían de la ba-hía gaditana, entre los españoles y americanos que propugnaban las mismas ideas.

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Nº 20.- (Amanuense) 1750, agosto, 4. EL PUERTO DE SANTA MA-

RÍA (Cádiz) Informándole que el Padre Alzugaray está

próximo a partir para su Perú natal. Sobre un retrato suyo que le remitió para su re-envío al Padre Feijoo. Nuevas incursiones de moros corsarios. Accidente acaecido en la botadura de un navío.

M.M. Rmo. Padre Fray Martín Sarmiento.

Mi muy amado Pe. : Recibí su muy estimada, y después

de agradecerle, como es debido, el cui-dado y remisión de los tomos del Sor. Fey-joo, y darle gracias por el que me regala que aprecio infinito, digo que pasé a ver al Rmo. Pe. Alzugaray, y le manifesté las ex-presiones de VRma. y el tomo tercero de las Cartas Eruditas que le regalaba, lo que agradeció mucho, y me enseñó una car-ta que tenía escrita para VRma. entre más de doscientas que estaban cerrando seis amanuenses, en las que se despide de sus

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amigos para la próxima partida que le espera. Ésta me tiene quebrando el cora-zón por la gran voluntad con que nos hemos correspondido, que no es para ex-presarse con sólo voces. Ya estaba incli-nado a quedarse en este país abandona-do su patria y algunas obligaciones que, no habiéndose logrado, sólo se puede es-cribir en cifras.

De los cuatro tomos, que sin mérito

me regala el Ilmo. Feijoo, sólo admito uno o dos. Veré si puedo reducir a mi amigo Don Domingo Troquero a que reciba otros en el mismo nombre, porque será imposible de que admita todas las obras, lo que prevengo a VRma. para que no las envíe de ningún modo.

Me alegro de que le agradase a VRma.

mi retrato, que aunque lo pintaron con más edad de la que tengo y represento (como lo notaron cuantos lo vieron y lo reparará VRma.). 126 No quise que le toca-

126 No tenemos constancia fehaciente de que Roche conociera

personalmente a Fray Martín Sarmiento, es más creemos que toda la amistad se consolidó por medio de la correspondencia que se entre-cruzaron. Pero con Fray Benito Jerónimo Feijoo no sucedió lo mismo. Desconocemos, como otras tantas cosas, donde se encontraron y don-de dialogaron aunque, con toda seguridad, fue en los años jóvenes del portuense antes de su regreso en 1738 a su ciudad natal.

Presumido y jactancioso le hace hincapié a Sarmiento sobre el resultado del retrato que le remite para Feijoo, cuyo autor, según él, no

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sen, temiendo que lo echarían a perder como otras veces lo hicieron por querer enmendar defectos. A no haber quedado aburrido de lidiar tres meses con pinto-res, se hubieran hecho otros dos, para VRma. y mis padres.

El vestido, aunque está a la moda, es de lo más honesto que aquí se estila; y porque no atribuyan lo nada profano a tacañería o hipocresía, traigo en otras prendas de oro, diamantes y perlas de valor de muchos vestidos los más profa-nos.

Ya han visto aquí la inscripción al-

gunos de la cuerda, que es preciso lla-marles así por huir del consonante. Ojalá que la vean todos, y salgan los libros que quisieren con las desvergüenzas acos-tumbradas, que para mí será de mucha gloria y desvanecimientos; y si tal la su-piese de cierto la había de haber puesto de modo que mordiesen la cebolla, se cansasen de escribir, y yo no de reírme; pues no mereciera otra cosa si el Diablo les tentase a ejecutarlo, ignorantes de lo que es agradecimiento y correspondencia amorosa entre verdaderos amigos. Los definidores de este gremio, luego que vie-

lo había pintado muy favorecido, es más, de peor imagen de la que era en realidad.

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ron el papel impreso de Barcelona, solici-taron anatematizarlo, y de su propia le-tra esparcieron la prohibición entregán-domela en mano propia. No me cogió de susto; pero me deja admirado de que usa-sen la urbanidad de volverme el dicho impreso juntamente.

Por acá no ocurre otra novedad que

la diaria de los moros corsarios a vista de Cádiz, y haberse hallado varado un navío holandés cargado de trigo, sin más gente que un perro y todo el combes ensangrentado, lo que se atribuye a combate y cautiverio.

Don Pedro de Arriaga, que llevó a

la Corte el proyecto de carenar en este río navíos grandes, hizo la experiencia con uno suyo comandándolo él mismo, en compañía de sus amigos; a cuya función por más que me instó, no quise concurrir. Entró felizmente en el río. Se hicieron grandes salvas y regocijos. Se puso una escalera suntuosa para que las damas subiesen y bajasen como en su casa, de que se siguieron insignes concurrencias y diversiones. Pero al salir el navío lleno de gallardetes y aplausos, varó y se hizo lastimosamente pedazos a tiro de pistola de la multitud del pueblo, a quien causó la lástima y confusión que se deja consi-derar.

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Quedo a la obediencia de VRma. y

rogando a nuestro Señor dilate su vida muchos años.

Puerto de Santa María, agosto 4 de

1750

Rmo. Padre.

B.L.M. de su VRma. su muy afecto y amante servidor Juan Luis Roche

Posdata

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Noches anatómicas. Por el Doctor Martínez, en casa de Francisco López, librero, frente de las gradas de San Feli-pe.127

El tercer tomo de la traducción Quirúrgica de Heister.128

Ídem todos tres tomos de dicha traducción, en la librería de Francisco Asensio junto al Correo

Tirocinio práctico médico,129 por el Doctor

127 Este libro del Doctor Martínez ya lo había solicitado con

anterioridad junto a otros, en carta del 8 de agosto de 1748. 128 Apunta a la Chirurgie del médico alemán Lorenzo Heister,

publicada por primera vez en Nuremberg (1719). Tuvo posteriores ediciones en Ámsterdam (1739) y en otras ciudades, y en este año de 1750 se tradujo a la mayor parte de las lenguas europeas.

Heister nació en Francfort de Main en 1683 y falleció en 1758. Estudió anatomía en Ámsterdam, ejerciendo de médico del ejér-cito holandés en 1709, e impartió lecciones de anatomía y cirugía en Altdorf y más tarde en Halmstedt. Sus profundos conocimientos le hicieron ser considerado como una de las figuras más relevantes de la cirugía alemana del siglo XVIII.

129 Tyrocinio práctico médico chímico galénico. Breve método

de curar los enfermos por racionales indicaciones. (1737), Valencia, por Josef García, en 4.º. Se imprimió otra vez en esta ciudad y una tercera en Madrid, por Antonio Sanz, en el año 1763, en 4.º.

Su autor fue en médico y escritor español nacido en Las Pe-drosas (Zamora) en 1698, Pascual Francisco Virre y Mange, quien estudió medicina en Valencia y en su Universidad se doctoró. En 1737 fue nombrado profesor de la Universidad levantina, ejerciendo su

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Pascual Francisco Virre. Véndese en su casa en la Plazuela de la calle de la Paz. Tengo el pri-mer tomo y quiero todas las restantes obras en castellano.

Se servirá VRma. de re-

mitirme estos libros por Granados.

profesión en la villa de Chelva y posteriormente en Mota del Cuervo (Castilla). En 1744 y poco antes de morir, fecha exacta que se desco-noce y se supone en 1746, fue recibido como miembro por la Real Academia Matritense de Medicina y Cirugía.

Otras obras interesantes, y que pudieran ser en las que estaba interesado Roche, son: Breve instrumento del estilo de consultar, que se encuentra al final de la edición del Tyrocinio, a partir de la página 324. Formulario farmacéutico en que se declaran algunas recetas específicas para varias enfermedades y otras curiosidades; igualmen-te en la misma obra, en la página 331. Palma febril, Instrucción Tiro-cínica Médico Practicáctica Hipocratico Chímica Metódico Galénica. Seguro método de curar las fiebres por racionales indicaciones. (1739) Valencia, por Josef García. Esta obra, con adiciones a todos sus capítulos, y tres tratados sobre la curación de la gota, reumatismo y ciática, se reimprimió en Valencia en 1745, y en Madrid en 1746. Seguro médico de curar las fiebres por racionales indicaciones. (1739) Valencia; Manual de cirugía práctica (1743) Valencia.

También publicó dos escritos que remitió a la Sociedad Médi-ca Matritense. Uno de 1740, sobre la Débil sustancia de alimentos de la ciudad de Valencia, y cuatro leguas de su contorno, que aceptó la Academia en fecha 26 de Febrero y 4 de Marzo del mencionado año. Un año después, en 1741, remitió otro sobre Unciones particulares de cabeza, con el mercurio para la curación radical de destilos desen-frenados.

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Nº 21.- (Amanuense) 1750, agosto, 31. EL PUERTO DE SANTA MA-

RÍA (Cádiz) Distribución de los tomos terceros de

las Cartas Eruditas que le había enviado Sarmiento. Comentando una carta remitida por éste a Don Miguel de San Esteban (San-tistevan). Novedades acaecidas por la zona.

M.M. Rmo. Padre Mro. Fray Martín Sarmiento.

Mi muy amado y Rmo. Pe. : El correo pasado escribí a VRma.

cuanto se me ofrecía; ahora sólo sirve és-ta para remitirle la inclusa del Rmo. Cas-tañeda en agradecimiento de un tomo 3º que me pareció conveniente regalarle en nombre de VRma., y también remití otro tomo a Don Pedro Alonso en nombre del Ilmo. Sr. Feyjoo; y estos son los dos tomos que acrecentó más VRma. de los que yo que-ría; y si en lugar de estos quisiese reem-plazar otros, yo los volveré a regalar a otros dos amigos de VRma., y luego será el llanto sobre el difunto porque le respon-

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deré a las cartas con sus mismas pala-bras. En cuanto a los cuatro tomos terce-ros del Sr. Feyjoo no hay remedio sino que usted los tome. Yo diré: en cuanto a los dos tomos terceros del Sr. Feijoo, que VRma. me envió más de los que era razón y jus-ticia, no hay remedio sino que yo los re-gale a otros que acaso lo merecerán me-jor.

El amigo Don Domingo Troquero no

tuvo alientos hasta ayer de recibir las obras del Sr. Feyjoo y, habiendo visto en-tre ellas la Apología de VRma., me encarga le dé en su nombre repetidas gracias, y que sí a VRma. se le ofreciese algunos li-bros, u otra cualquier cosa de Francia, Holanda o Inglaterra, estimará mucho se lo avise.

He leído con particularísimo gusto

la carta de VRma. a Don Miguel de San Es-teban,130 la que remitiré en la primera

130 Don Miguel de Santistevan, andaluz y erudito, quien según

el historiador colombiano Horacio Rodríguez Plata (1975), nació en Úbeda (Jaén) en 1685. Personaje representativo de las nuevas ideas de su tiempo, fue matemático, letrado, y en su juventud Capitán de Infan-tería y Teniente de Navío en los ejércitos del Rey, pasando más tarde a ser Teniente Coronel del Cuerpo de Ingenieros de los Reales Ejércitos. Ocupó el cargo de corregidor en la población de Vilapamba y, en 1756, ocupó la Superintendencia de la Casa de la Moneda.

A él se debe un interesante diario titulado Viaje muy puntual y curioso que hace por tierra Don Miguel de Santistevan desde Lima hasta Caracas en el año de 1740 que, manuscrito en 180 folios, se

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ocasión, y en cuanto yo pudiere contri-buir a las ideas de VRma. en la historia de las Indias, como a otra cualquier cosa, ya sabe que estoy pronto. Si yo pudiera

encuentra en la New York Public Library. Realizó el viaje por tierra firme para llegar al puerto de La Guaira, y desde allí, tras evitar el encuentro con barcos ingleses que se encontraban en guerra con los españoles, consiguió llegar a España. En este diario va analizando la geografía, economía, cultura y modo de vida de todos los pueblos que encontró en su camino a lo largo de Ecuador, Colombia y Venezuela. Analiza con crudeza la influencia de los españoles sobre estos pue-blos, a los que se les habían hecho cambiar su primitiva forma de vida obligándolos a pasar por situaciones insufribles. Él, como persona involucrada en el nuevo movimiento renovador, puso sus ojos en las situaciones sociales que padecían, estudiando con detenimiento lo que se podría hacer por mejorar su situación.

Este diario es anterior al informe secreto emitido por Jorge Juan y Antonio de Ulloa en la expedición de La Condomine, con quien también entabló buena amistad, por lo que es un documento de gran validez para el conocimiento de los pueblos americanos de aque-llos años.

Otra faceta interesante de la vida de este personaje fue la de ser de los primeros europeos que tuvieron conocimiento de la quinina. En 1761, en Santa Fe de Bogotá donde vivió muchos años, y donde moriría en 1775, se relacionó con el gaditano Celestino Mutis, partici-pándole de los conocimientos que había adquirido de los nativos sobre la terapia con la corteza de los quinos: la quinina. Viajó de nuevo a España en 1753, presentando a la Corona un informe sobre dicha sus-tancia, sus propiedades febrífugas, costo, manera de almacenarla, y posibilidad de establecer con ella un estanco, sin conseguir se le pre-stara atención y permaneciendo la documentación inédita.

Debieron transcurrir casi veinte años, en 1772, para que el bo-tánico gaditano retomara la información que tenía de Santistevan e hiciese un estudio in situ de los quinos cercanos a Santa Fe de Bogota, presentándole sus conclusiones al entonces virrey Don Miguel Gui-rior.

Por su interesante vida, y apoyo a sus reyes como funcionario de la administración colonial, Carlos III le otorgó una renta de por vida.

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haber a las manos cierto papel anónimo que escribió con profundo sigilo un ami-go nuestro, con otro grave jesuita, a Mon-señor de La Condamine sobre la historia de Don Jorge Juan puede ser que sirviese de algo; pero me ataja el no poder descu-brir que lo sé a los mismos que lo escribie-ron.

En punto de novedades hay las si-

guientes: haber preso en Cádiz tres frailes sacerdotes tercerones de San Francisco, por tratar de introducir y sacar dinero por alto. Otros frailes del Santuario de Utrera han tenido una gran función con el Provincial que dicen haberlo preso, y que hay muchos heridos, dieciocho refugiados en Santo Domingo, el santuario desierto, etc., pero no se puede dar ascenso a todo lo que se habla sobre este caso hasta tener noticias verídicas. Estos frailes son victorios.

También cuentan de otra mejor

función que tuvieron los portugueses con los moros.

La última novedad es el incluso

enigma para los que estuviesen ociosos, que ahora acaba de llegar a mis manos, y me parece harto oscuro, y por lo mismo

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será alguna friona que no pienso me ro-be el tiempo.131

Quedo con finísima voluntad a la

disposición de VRma. y rogando a nuestro Señor dilate su vida muchos años.

Puerto de Santa María, agosto 31 de

1750

Rmo. Padre. B.L.M. de su VRma. su muy afecto y

amante servidor Juan Luis Roche

131 “Todos lo tienen colgando Sin ello no puede haber Dios Las mujeres tienen dos Tres el fraile en profesando Todos los estamos mirando El rey lo tiene a los pies El Pontífice al revés Cosa que Dios no crió Ni su madre lo parió Ni se sabe lo que es. Nota. En Francia se dan 600 pesos a quien lo

descifre.”

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Posdata (Autógrafa) Ayer he tenido carta del amigo Tro-

quero con la expresión referida; ahora he vuelto a tener otra con nuevas atencio-nes por la que recibió hoy de VRma., a que no responde por no molestarlo. El Rmo. Pe. Alzugaray ya vino de Cádiz, y le envié el tomo de VRma.

El Pe. Castañeda, por graves embara-zos que le han ocurrido, me envía a decir que no puede escribir hoy a VRma. como me había dicho.

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Nº 22.- (Autógrafa) 1750, septiembre, 8. EL PUERTO DE SANTA

MARÍA (Cádiz) Sobre la correspondencia que acaba de

recibir. De la necesidad de hacer un estu-dio, en Indias, sobre las muchas plantas medicinales que se importaban. Acerca de la seda China que llegaba vía posesiones ame-ricanas. Novedades acaecidas en la zona.

M.M. Rmo. Padre Mro. Fray Martín Sarmiento.

Dueño y Sr. mío: Estando para salir el correo me han

traído la de VRma. y otra del Padre Fray Miguel de Santa María.132 Con ésta inclu-yo la del Rmo. Castañeda en agradeci-miento del tomo tercero que le regalé en

132 Aunque con muchos reparos, nos atrevemos a indicar que

este fraile pudiera ser el misionero franciscano que desarrollaba su labor el Colegio Apostólico de Nuestra Señora de Guadalupe de Zaca-tecas. Este hospicio de los padres misioneros de Querétaro, fundado en 1707, tuvo como cometido la formación de los religiosos de su orden para la evangelización de la zona norte de Nueva España.

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nombre de VRma. quien se servirá de lle-varlo a bien creyendo que algún motivo me obligaría a hacerlo, por el mucho afecto que tiene a VRma. y la inmediación con el Pe. Alzugaray a quien se le regala-ba otro.

Desde que nombraron a VRma. por

Cronista General de Indias consideré la infinita dificultad en la historia de aquel mundo, y más si se entendía algo a la Botánica. Esto es escribiendo como manda Dios, que de otra forma ya sabe-mos que todo es fácil. Por tanto he dicho, desde luego, que se requerían otras per-sonas que de propósito pasasen a Indias y estuviesen a las ordenes de VRma., y de su-yo no dejasen continuamente de trabajar en el vasto campo que sobre el asunto se ofrece. Quién creerá que de cuantas cosas medicinales vienen del nuevo mundo y se crían en España, se ignoran casi del todo sus virtudes, temperamentos, calidades, partes, etc.133 De la quina se sabe algo, pe-

133 Nada más llegar las primeras naves de Colón a las tierras

americanas despertó en España un profundo interés todo lo relaciona-do con aquella región, pero es justamente al inicio de la segunda mitad del siglo XVIII cuando la atención se centra, con profusión, en el co-nocimiento de la amplia gama de plantas medicinales que utilizaban los nativos. Los intereses que se barajaban eran de muy diversa índole, pues mientras algunos sopesaban y valoraban aspectos económicos y comerciales, que era lo normal y lo fue siempre, otros centraban sus inquietudes alrededor de sus propiedades científico-medicinales, muy acorde con las ideas ilustradas que defendían.

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ro no todo, y hoy en día la Academia de París envió a Cádiz en solicitud de una porción de libras de la buena, no sé para que experimento químico, y sólo se pudie-ron juntar seis libras.134 Pero de lo que me

Roche se encontraba incluido en éste último grupo de perso-

nas, hasta el extremo que había llegado a fundar un pequeño jardín botánico en el ciudad de El Puerto, donde cultivaba y aclimataba plan-tas que importaba de las nuevas tierras. Por eso, al ser nombrado su buen amigo Sarmiento como cronista de Indias, consideró la ocasión para solicitarle que patrocinara estos estudios, enviando expediciones a aquellas lejanas tierras. Tengamos presente que el fraile benedictino era un verdadero enamorado de todo lo relativo a la Botánica y, con seguridad, quien acrecentó la fuerte afición que ya el portuense tenía.

No fue sólo su deseo lo que hizo realidad las muchas expedi-ciones científicas que se realizaron a partir de entonces, sino la misma aspiración que latía en la sociedad culta. Un sinnúmero de botánicos, los más cualificados del momento, recorrieron aquellos bosques estu-diando su flora y las propiedades medicinales que de ellas se podían extraer. A aquellas tierras arribaron expediciones patrocinadas por las naciones más aventajadas de Europa. El sueco Pehr Löfling, discípulo de Carl Linnaeus, estuvo allí en 1754, falleciendo, sin lograr volver, dos años después tras haber contraído unas fiebres palúdicas. Otros, de los muchos que podríamos citar, fueron el holandés Nicolaus Joseph Jacquin, el alemán Alexander von Humboldt, el francés Aimé Bon-pland, aunque para nosotros, los españoles, la figura más representati-va fue el gaditano Celestino Mutis, que ya hemos citado al mencionar la figura de Miguel de Santistevan.

134 Al igual que los estudios y ansias de saber e investigar se

centraron en Francia alrededor de la Academia de Ciencias de París, en España fueron dos instituciones las que tuvieron un protagonismo destacado. Por una parte estaba la Academia Médica Matritense, ma-drileña, o también llamada de Nuestra Señora de la Esperanza, creada en 1734 a partir de las tertulias que médicos y cirujanos tenían en la rebotica de Don José Ortega en la calle de las Manoteras, y que a par-tir de entonces, con unos estatutos aprobados y el patronazgo del rey Felipe V, fue centro cualificado de debates científicos relativos a la Medicina, Farmacia, Cirugía, Ciencias Naturales, etc. etc. Esta institu-ción recibió a Juan Luis Roche como socio en mayo de 1758, afir-

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alegrará mucho fuera de ver una verda-dera descripción de la Calaguala, pues con haberla visto en Ulloa y haberme in-formado varios limeños y experimentán-dola en muchísimos enfermos, protesto que no me atrevo a confirmar sus virtu-des, ni tan poco a reprobarlas; ya por la autoridad de tantos que la favorecen, como por algunos casos dudosos o felices que he visto, pero son muchísimos en los que ha faltado.135 Es ciertamente dificul-

mando de él que era un “Diestrísimo averiguador y fortísimo experi-mentador de los principios de la Física Experimental”

El otro centro fue la Real Oficina de Farmacia o Real Botica de Madrid, creada por Felipe II en 1594 “con el principal fin de dotar de servicio farmacéutico al propio rey, su familia y a todo el personal perteneciente a la Real Casa.” Su funcionamiento y la propiedad de los productos almacenados dependían directamente del rey, quien cooperaba con hospicios y centros médicos en momentos de necesi-dad, así como con otros países que solicitaban puntualmente su cola-boración. Por estos años, y desde la bahía gaditana, se remitían en cajones a la Real Botica todos las plantas medicinales que llegaban, entre las que podemos mencionar a la quinina, la calaguala, la serpen-taria, el sasafrás, la tacamahaca, la contrayerba, el polipodio, la jalapa, etc., etc.

135 Aunque nunca cursó estudios oficiales, Roche siempre se

dedicó con prodigalidad a cultivar todas las ramas del saber, y de una manera especial las Ciencias Naturales y la Medicina. Con su profun-do bagaje cultural actuó en ocasiones como médico, y de ahí que a veces se le haya confundido considerándolo como tal. En su Diserta-ción médica-moral sobre el limitado poder de los abortivos (1757) relata, en la página nueve, como había tratado a dos mujeres enfermas con problemas ginecológicos, y como a una de ellas mandó tomar durante quince días “…a la mañana y tarde, el cocimiento fuerte de media onza de calaguala”, con lo que según él consiguió sanara de sus males.

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tosísimo, y casi imposible, que un hombre sólo pueda escribir con acierto sobre esta materia; pero también es cierto que na-die podrá hacerlo mejor que VRma., aun-que sea encerrado en su celda, y sobre todo mientras no hubiere materiales su-ficientes, no pensar en calentarse la ca-beza, pues lo que saliese tiene de ser dig-no de VRma. y no de otro modo.

El bálsamo líquido negro también

es un vulnerario preciosísimo mal cono-cido en Europa, porque todo se vende adulterado.136

Por la cita que hace sabemos que no fueron estás las únicas

personas que trató con calaguala, pues afirma haberla “experimentado en muchísimos enfermos”.

136 También es conocido como bálsamo de El Salvador, bál-

samo de Sonsonate, Haba de Yucatán y bálsamo del Perú. Su extrac-ción se conseguía, y se sigue obteniendo, de unos árboles de gran altu-ra -unos veinticinco metros- a los que se les hace varias incisiones para provocar que destile una sustancia viscosa, que se recoge en pa-ños colocados alrededor del tronco. Con posterioridad los paños son sometidos a un baño de agua caliente donde la materia buscada se desprende.

En el periodo que estamos estudiando este producto fue de gran interés, tanto para España como para otros países europeos, in-tentándose, como con otras plantas medicinales, que no se supiera su lugar de procedencia. Con esta idea, la exportación se realizaba desde los puertos del Perú por lo que muchos lo conocían por “el bálsamo del Perú”, aunque su procedencia fuese de la costa salvadoreña a orilla del océano Pacífico.

Fue utilizado en medicina para tratar problemas de las vías respiratorias como expectorante, sin embargo él aquí lo cita como producto esencial para curar llagas y heridas.

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La seda de China no es género de

contrabando sino solamente prohibido, sin más riesgo que perderlo si lo regis-tran. Puede ser que los guardas de esa Corte no la conozcan, pero en todo caso irá bien asegurada en forma de pliegos o de otra manera libre de toda mala an-danza.137

137 La fabricación de la seda, una de las fibras textiles conoci-

das desde más antiguo, es de origen chino, teniéndose conocimiento, a través de la tradición, que su uso se remonta a unos XXVII siglos a.C. Sin embargo, el secreto de su elaboración fue guardado tan hábilmente que a Occidente llegó entre los siglos VI y VII d.C., cuando el empe-rador Justiniano I envió a unos monjes nestorianos a China con la intención de descubrir todo lo relativo a su fabricación, robando éstos unas semillas de moreras y unos huevecillos de la mariposa del gusa-no de seda, que sacaron escondiéndolos en sus bastones huecos.

A partir de entonces su cultivo fue desarrollándose por distin-tos lugares de Occidente, en muchas ocasiones acompañando a la pro-pagación del Islam. Concretamente todo el Al-Andalus elaboró seda entre los siglos IX al XI, sobre todo en las ciudades de Córdoba y Almería. Del mismo modo importantes centros sederos se ubicaban en Italia en el siglo XV, destacando las ciudades de Palermo, Sicilia, Venecia, Génova y Florencia; e igualmente en Francia en las pobla-ciones de Monpellier y Lyon. En España, en este siglo XV y en el siguiente, en los años álgidos del Imperio Español, se vive un momen-to de esplendor de esta actividad, no obstante las nuevas reglamenta-ciones que con fines fiscales se dictan. Fueron las primeras en 1494, seguidas de otras en 1534 y 1586, que intentaron, por supuesto recau-dar fondos, pero a la vez controlar el consumo excesivo que hacían las clases adineradas. De esta época son las famosas telas de seda que se elaboran en Valencia, en Toledo y en el reino nazarí de Granada.

Con estos antecedentes llegamos al siglo XVIII mecanizándo-se la producción española, particularmente en Valencia donde se con-tabilizaban más de 3.400 telares, cifra muy superior a la que existía unas décadas antes. Y es que la demanda americana crecía significati-

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Quedo a la obediencia de VRma. con

fina voluntad y rogando a nuestro Señor dilate su vida muchos años.

Puerto, septiembre 8 de 1750

Rmo. Padre. B.L.M. de su VRma. su muy afecto y

amante servidor Juan Luis Roche

Posdata

vamente, habiendo decrecido la producción francesa e italiana, y por tanto aumentando nuestras exportaciones hacia esos países.

Pero, como quiera que la navegación se había desarrollado considerablemente, y que una multitud de barcos cruzaban los océanos transportando mercancías, la seda china llegó a América y a unos pre-cios más bajos, al no intervenir tanto mercader sevillano o gaditano en cuyas manos se quedaba parte de la plata que, proveniente de aquellas tierras, llegaba aquí como pago de las mercaderías. De este modo, y a pesar de las prohibiciones, la seda china, más valorada, venía a España vía América con un valor más económico que la propia que aquí se producía.

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El enigma que envié el correo pasa-do lo han descifrado por la “S”, y salió bastante inmodesto.

La dirección de la inclusa estimaré

a VRma.

Nota: Juan Luis Roche al Rmo. Sarmiento. Puerto de Santa María y octubre 12 de

1750.

Novedades Una fragata dina (sic) marquesa

de veintiocho cañones, a quien quisieron fondear en el Estrecho tres galeotas o ja-beques de moros, tuvo el gusto de echar una a pique y entrarse en Cádiz.

Entre otras horrorosas desgracias

que han sucedido estos días, como son matar una madre a sus hijos, otra a una hija, otra a su marido, un hermano a otro, un muchacho a otro muchacho, un caballero a su mujer (y una doncella) con veneno, y últimamente una cueva que se cayó sepultando a varios peca-

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dores y pecadoras;138 ninguna pues de es-tas desgracias causó tanta compasión como la que sabrá VRma. del marqués de Moscoso139 a quien mató un cochero suyo, mulato, por haberlo despedido de su ca-sa. Este joven caballero había venido de Lima a tomar posesión de un mayorazgo en Sevilla, y todos lo estimaban mucho por sus prendas. El pícaro cochero lo espe-ró una noche medio en camisa, para no ser conocido, y habiendo salido el mar-qués a caballo le ganó la rienda y le dio dos puñaladas; pero habiendo picado al

138 Dos observaciones nos permitimos aquí anotar. Una que

todas estas novedades a las que hace Roche referencia no son acaeci-das en El Puerto, sino que refieren hechos acontecidos en su entorno, a veces en poblaciones situadas a más de un centenar de kilómetros. Otra, resaltar como por estos años aún no se ha opuesto frontalmente a la idea de que desgracia en sinónimo de pecado, como era general-mente reconocido. El hombre padecía calamidades fruto del castigo de un dios inclemente, despiadado, firme. No existía constancia de un Dios misericordioso, compasivo, clemente. Los hombres y mujeres mueren en la cueva fruto del castigo de sus culpas. Más tarde, con motivo del terremoto de 1755 afrontará y combatirá estas ideas en su Relación y Observaciones Físicas, Matemáticas y Morales sobre el general terremoto y la irrupción del mar del día primero de Noviem-bre de este año de 1755, que comprendió a la Ciudad y Gran Puerto Santa María y a toda la costa y tierra firme del Reino de Andalucía (1756), desterrando la idea de que las adversidades e infortunios eran pecados en los que se dejaba sentir la mano del Dios justiciero.

139 Corresponde el personaje a Don Joaquín Arias de Saavedra

Araoz, IV marqués de Moscoso, cuyo descendiente Don Joaquín Arias de Saavedra Ramírez de Arellano fue uno de los cuarenta sevillanos que fundaron en 1775 la Real Sociedad Económica Sevillana de Ami-gos del País.

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caballo fuertemente, rompió la rienda y partió desbocado arrojando al marqués contra la puerta de la iglesia a donde el villano alevoso que le seguía lo acabó de matar con otras dos puñaladas, aunque le quedo tiempo de recibir los sacramen-tos. A otro día azotaron al cochero, y en breve lo ahorcaron, arrastraron y corta-ron la mano. Caso harto fatal.

A un lego dominico que ha llegado

de la Corte con amplias facultades de mandar en La Carraca140 en las cosas del

140 Al comentar la carta nº 18, según Roche de fecha 31 de ju-

nio de 1750, hicimos referencia al puerto de La Graña, y de su impor-tancia a partir del reinado de Felipe V con la creación de los Departa-mentos Marítimos, habiendo sido éste uno de ellos. Ahora nos referi-remos al Arsenal de la Carraca, situado en la bahía gaditana y al norte de la ciudad de San Fernando, que fue el primero de los tres construi-dos en el siglo XVIII. Para su emplazamiento se utilizó un pequeño islote formada por depósitos de lodo, que rodeaban cuatro caños o corrientes de agua de mar denominados Machina o de San Fernando, Santi Petri o de La Carraca, Espantatajero y La Culebra. Se dice que su nombre proviene de encontrarse semihundido en sus limos los res-tos de una carraca, embarcación voluminosa de transporte de origen italiano.

Por su buena situación estratégica ya venía siendo usada des-de hacía casi un siglo, a partir de 1655, pero es con Felipe V, y con su ministro José Patiño, cuando comienza a tener una importancia singu-lar. Años después, y dentro del programa de renovación de la flota, en 1729 y 30 saldrán de sus atarazanas los primeros navíos: El Andalucía y el Hércules, pero es en este año de 1750 cuando logra un impulso definitivo al ser nombrado Jorge Juan, por el rey Fernando VI, capitán de navío a su regreso de Londres, a donde fue enviado para estudiar las mejores técnicas de construcciones navales, para aplicarlas en los astilleros de los tres departamentos.

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Rey, le han cascado unas viruelas perni-ciosas que no sabemos si escapará.141

Los médicos de esta ciudad en una

junta que tuvieron hoy sobre las carnes, declararon y sentenciaron que todas las reses vacunas que se matan en la carni-cería están héticas y son perjudiciales a la salud. El aprieto en que nos han puesto este juicio es imponderable. El carnero es-ta casi lo mismo, y hay muy poco a 34 cuartos. Las gallinas flacas y muy raras a 20 reales. El pescado ninguno: conque solamente hay bacalao, carne de castrón

141 ¿Es este personaje Don Juan José Navarro, marqués de la

Victoria? Creemos que sí, que a él se refiere por las fechas que se barajan, aunque nos quedan bastantes dudas, sobre todo en lo relativo a ser “lego dominico”, a menos que así le llamara metafóricamente atendiendo a su profunda religiosidad.

Según el libro de Cabildo de la ciudad de Cádiz, en sus actas capitulares de 1750, en el mes de junio, anotado en el folio 11 -la carta es de 8 de septiembre-, se reseña el nombramiento de este Teniente General de la Real Armada como Comandante General de Marina, con mando sobre la Carraca, residiendo en la ciudad de Cádiz, y sustitu-yendo al anterior Comandante conde Bena de Maserano.

Recién llegado, y desde su residencia en la ciudad gaditana, remite el 13 de julio de 1750 una carta-informe al marqués de la En-senada habiéndole ver las ventajas de que el Departamento Marítimo de esta zona se ubicara en La Carraca, motivando con ello enfrenta-mientos entre los gaditanos y los de la Isla de León. Aunque La Carra-ca comenzó a funcionar oficialmente por una Real Orden de 3 de abril de 1752, es en 1770, dos años antes de la muerte de este eminente militar, que consiguió por sus méritos ser nombrado por Felipe V en 1744 marqués de la Victoria, cuando se trasladó la Comandancia Ge-neral de la Armada a San Fernando, según se refleja igualmente en las Actas Capitulares de Cádiz del 28 de abril de este año.

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y oveja. Considere VRma. cual nos vere-mos.142

142 Las secuelas de la larga sequía que se venía padeciendo se

dejó sentir con mayor crudeza finalizando este verano de 1750, pues la escasez de pastos dio lugar a enfermedades, cuando no muerte, del ganado. Consecuentemente, ni a precios prohibitivos para la población que difícilmente podían comprar pan, se podía obtener algo de carne, y cuando se lograba, por quienes tenían poder adquisitivo para adqui-rirla, ésta era de muy mala calidad.

Siguiendo las actas de Cabildo de la ciudad de El Puerto -a partir del folio 269 del Legajo 66- sabemos que sus autoridades se reunieron en varias juntas para poder subsanar “la falta de todo géne-ros de carnes para el abasto” y, como quiera que a El Puerto habían llegado noticias de los acontecimientos ocurridos en Carmona, tam-bién se acordó solicitar de la Real piedad de Su Majestad, que del mismo modo que había actuado en aquélla, se dignara aquí “bajar los derechos practicándose por ésta la de cuatro maravedíes de los ocho que percibe por los derechos municipales, y por parte de la Real Hacienda lo restante hasta los cuatro cuartos”.

A esta petición respondió el Rey el 25 de noviembre del pro-pio año concediendo “la baja del Derecho de Millones en las carnes del abasto Público” pero, mientras tanto llegó la comunicación, se hubieron de tomar otras medidas. Se cursaron correos a todos los pue-blos limítrofes solicitándoseles trajesen ganado al matadero de El Puerto con el fin de socorrer a la ciudad, sin embargo no se obtuvo ningún beneficio, pues los colindantes se hallaban, sino tan mal, en parecidas condiciones. A la vista de la situación se pensó en la posibi-lidad de poner a la venta la carne del macho castrado, animal que des-pués de haber servido para la reproducción se castraba y se utilizaba para que, marchando delante de los rebaños de cabras y ovejas, les marcara el camino. La carne del castrón, como se le solía conocer, no era muy apetecida por estas tierras, es más se pensaba que su alimen-tación podían producir alteraciones en la salud. Por tal motivo, y muy en secreto, los miembros del Cabildo municipal solicitaron a los mé-dicos de la ciudad un informe al respecto, manifestándose todos al unísono de ser “mejor carne que la de vaca y carnero que hoy se gas-tan tan poco sustanciosas como nada seguras a la salud pública, debo preferir la de macho castrado por segura en el común uso de muchas ciudades”. De inmediato, y con este dictamen, se pregonó, en las hojas que todos los jueves salían del Cabildo, la utilidad de la carne, con el fin de aliviar, en algo, la situación por la que se pasaba.

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Nº 23.- (Autógrafa) 1750, octubre, 19. EL PUERTO DE SANTA

MARÍA (Cádiz) Robo sufrido por el arriero Granados, y

partida del Padre Alzugaray. Nota curiosa del mismo remitida desde Santa Cruz de Te-nerife, en una estancia durante su viaje de regreso al Perú.

M.M. Rmo. Padre Mro. Fray Martín Sarmiento.

Muy amado y Rmo. Sr. mío: El correo pasado tuve el honor de

escribir a VRma. la salida de Granados con todo lo demás que hasta entonces ocurría, y ahora lo vuelvo a hacer por si gusta a VRma. de ver la inclusa para el Sr. Feyjoo con las novedades de por acá, y de camino esa nota de libros que podrán venir con los antecedentes.

Al pobre Granados, cuando estaba

haciendo las cargas de cacao en esta

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aduana, le hurtaron una delante de los ojos, y no hay más indicio del ladrón si-no saber a punto fijo que no fue pastele-ro,143 ni gitano, porque la bestia pareció en el campo despojada de los zurrones.

Nuestro amigo siguió su viaje con

toda felicidad, y aunque corrieron malas voces de moros, no hemos podido creerlas, porque lo convoyaban dos navíos de gue-rra ingleses pagados por el comercio; que a esto obliga esta canalla de moros y la ninguna disposición del Gobierno, sien-do innumerables los cautivos que hoy se cuentan en Argel.144 De manera que,

143 No en el sentido de persona relacionada con la pastelería, sino

acomodadiza, sin importarle mucho las cosas. 144 En los siglos XVI al XVIII los comerciantes en general, y

en particular aquellos que centraban su actividad en el intercambio o venta de productos con las nuevas tierras americanas, siempre se hallaban acuciados por los problemas que les ocasionaba la piratería. Por eso no es de extrañar que, con cierta asiduidad, en estas comuni-caciones aparezcan referencia a los moros, a los piratas o corsarios berberiscos que, aunque sus significados no engloban una misma ac-ción, en el fondo, con nula o escasa legalidad, se dedicaban a la misma actividad: atacar por sorpresa con sus rápidos jabeques de escasa tri-pulación, a los navíos que navegaban en aguas más o menos próximas a sus costas. Con ello obtenían productos, sin coste alguno, con los que luego traficaban. Por supuesto, entre los géneros que obtenían para luego venderlos o intercambiarlos estaban las personas; quizás la mercancía más codiciada, y posiblemente la que mayores beneficios les reportaba a través de los rescates que se pagaban.

Así que nos encontramos ante otro tipo de comercio, y otro de los muchos riesgos que los ricos hombres de negocios de la zona, de-bían soportar para obtener tan suculentas ganancias. No fue este riesgo mayor que el producido por los naufragios, suponiendo los desastres

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aunque no fuese por favorecer al comer-cio ni a los vasallos, siquiera por la falta de gente que hay en España,145 se debía dar providencia.

marinos un porcentaje acorde con el peligro de cruzar un océano con los navíos de la época. Fueron en relación de tres a uno, y además, como afirma García-Baquero (1988), “…ni la piratería ni el corsaris-mo constituyeron ninguna novedad en este periodo (ambos contaban ya con un largo historial en la Carrera de Indias), ni tampoco conocie-ron en él su etapa de máxima actividad, que como bien es sabido, fue sin género de dudas el siglo XVII”

Y es que este “negocio” nació en el Mediterráneo con el prin-cipio de la navegación, y perduró, en concreto con referencia a Argel, hasta los inicios del siglo XIX. Carlos III envió varias expediciones de castigo contra esta ciudad; la primera fue en 1775, y con posteriori-dad, al mando del mallorquin Antonio Barceló, Teniente General de la Armada, en los años 1783 y 1784, quien castigó duramente sus insta-laciones, buques, fortificaciones, etc., con un enorme regocijo en las poblaciones españolas que padecían sus incursiones. Con estas actua-ciones decreció su actividad, pero no se acabó el problema. Fue en 1830, con la dominación francesa, cuando se terminó con el peligro de los piratas berberiscos.

145 Una vez más, como lo había hecho en la carta de 4 de ma-

yo de este mismo año, vuelve a evocar la falta de población que pade-cía España. Fruto de volver su mirada hacia los estados europeos, encuadra esta situación como uno de los factores que delatan el atraso cultural y falta de bienestar que padece su país. Pues aunque se había producido un crecimiento significativo, sobre todo en la periferia y de una manera más acrecentada en las ciudades comerciales -Cádiz au-mentó su población hasta los 70.000 habitantes en detrimento de Sevi-lla que quedó con 80.000, fruto del traslado de la Casa de la Contrata-ción- , no era comparable a lo ocurrido en Europa, donde el incremen-to demográfico que venía siendo discontinuo, con periodos de aumen-tos y disminuciones, había dado paso a un ascenso sostenido conse-cuente con unas mejoras en las condiciones de vida. Y es que el pro-blema español de la población venía de varios siglos atrás. Jordi Nadal (1986), catedrático emérito de Historia Económica de la Universidad de Barcelona y autoridad en el estudio de la población española, mani-festó que el tema de la población española en esta época es anómalo y

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Nuestro Señor guarde a VRma. mu-

chos años como deseo. Puerto de Santa María, octubre 19

de 1750

Rmo. Padre. B.L.M. de su VRma. su muy afectísimo y

muy reverente servidor Juan Luis Roche

que debemos, para su estudio, remontarnos a muchos años atrás: “En la medida que los datos son fiables, puede afirmarse que, desde el comienzo de la era cristiana hasta el año 1700 aproximadamente, el número de franceses e ingleses se multiplicó por cuatro como mínimo, el de italianos casi por dos, el de hispanos por 1,34. Los 7,5 millones de españoles de 1712-1717 traducen, de acuerdo con mi punto de vis-ta, un poblamiento muy inferior a las posibilidades del territorio sobre el que se hallan asentados, incluso en el régimen de demografía anti-gua, anterior a los grandes cambios de la modernización económica. Casi con seguridad puede sostenerse que el larguísimo proceso de la Reconquista, durante la Edad Media, y las cargas del Imperio bajo los Austria, dejaron a España mucho menos poblada de lo que, con otra historia, hubiese estado”.

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Noticia curiosa 146(Por amanuense) En un oratorio sumamente curioso

que recibe las luces por una sola venta-na, se determinó quitarle esta luz por medio de una cortina para que las mos-cas no maltratasen las pinturas conti-nuamente. Los artífices, aunque excelen-tes, hallaron tan acerba dificultad en poner cortina, que se vieron precisados a confesar que superaba sus fuerzas. Los dueños, que no entienden de dificulta-des, se rieron grandemente, y mucho más discurro se reirían cuando les propusie-ron que sólo yo apearía aquel embarazo. La ventana es redonda, y lo mismo debía ser la cortina. Se halla rodeada de mu-chísimas molduras de yeso y no hay don-de asirla. La pared es una bóveda de mucha travesura de tallas y cortes dife-rentes. En ella se halla la ventana si-guiendo los mismos cortes e inclinación de la bóveda, de tal suerte que ninguna cortina de las comunes, no guardando

146 La nota es copia de una comunicación que le remite el Pa-

dre Alzugaray desde Santa Cruz de Tenerife, donde hizo escala en el viaje de retorno hacia el Perú.

Tiene fecha de 4 de noviembre, cuando debería ser anterior al 19 de octubre en que Roche data su carta. Ésta al parecer incongruen-cia pudo deberse a que hubiera error en la transcripción, anotando el amanuense noviembre en vez de octubre, opción que creemos la más cercana a la realidad. Otra posibilidad pudo ser, que una vez escrita la carta no se tramitara hasta algún tiempo después, en cuyo intérvalo de tiempo llegó la del Padre Alzugaray.

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estos cortes y esta inclinación, podría ta-par la menor parte de su claridad, y lue-go se entra en lo difícil de abrirse y ce-rrarse, sin causar fastidio a la vista y a la ejecución. En fin, después de varias pruebas y repruebas, se vieron obligados a rogarme hiciese alguna cosa. Propuse alguna y eligieron la de un pavo artifi-cial que puesto en la acción con que ga-lantean a las hembras, tapase exacta-mente con las plumas de la cola la clari-dad de la ventana. Este pavo tendrá a lo menos ocho movimientos diferentes, y en estando concluida la máquina, se pon-drá su descripción.

Posdata (Autógrafa al concluir la

copia de la nota anterior) La carne de macho se acabó en po-

cos días. Pero toda carne, menos la de aves, se halla tan sumamente fastidiosa que no es posible arrastrarla. Esto nace de la falta de pasto y de haberse mante-nido con paja y cebada. Esperamos en Dios que mediante las aguas todo se me-jore.

Dada en Santa Cruz de Tenerife a 4

de noviembre de 1750 por Don José Alzu-garay a Don Juan Luis Roche.

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Nº 24.- (Autógrafa) 1751, enero, 31. EL PUERTO DE SANTA MA-

RÍA (Cádiz) Respuesta a la petición del Padre Sar-

miento sobre la posibilidad de entablar re-laciones comerciales, en estas tierras, con el aceite de sardina producido en Ponteve-dra. Comentario referente al hermano del benedictino, Francisco Javier, y de su em-pleo de Comisario de Marina.

M.M. Rmo. Padre Mro. Fray Martín Sarmiento.

Muy Rmo. y amado Pe: Recibí la muy estimada de VRma. con

todo gusto, quedando muy agradecido al cuidado en que quedaba de los libros, cuyo resto habiendo de venir a otro viaje de Granados (con algunos más de que enviaré nota) entonces podrá venir la misma lista de todos, con todos los costos que hubieren tenido, pagándole al libre-ro, o a quien hiciese las diligencias, sus pasos VRma.

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He hecho algunas diligencias por ver si se le pudiera abrir comercio por mar al aceite de sardinas de Ponteve-dra147, y no de hallado en estos Puertos,

147 No es nada novedoso manifestar que la costa gallega ha si-

do, y es, un verdadero acuario natural de toda clase de vida marina, del cual sus esforzados, y no siempre bien valorados y considerados marineros, han sacado y sacan con dificultad su diario sustento. A pesar de todo hemos de anotar que, en los años en que fueron escritas estas comunicaciones, se acercaban a las “Rias Baixas” enormes ban-cos de sardinas, que junto con la merluza, el congrio y los pulpos, conformaban las principales capturas de las familias de artesanales pescaderos gallegos. Utilizaban para sus pescas el tradicional cerco real o “xeito” y pequeñas barcas, con lo cual, no obstante la abundan-cia, no daba la actividad para subsistir, por lo que muchos de los ma-rineros durante parte del año volvían a la faenas agrícolas, o a conse-guir el necesario sustento ejerciendo en otro tipo de actividad.

Esta situación cambio radicalmente hacia la mitad del siglo XVIII. Los pescadores catalanes venían utilizando un conocido arte de pesca de origen muy antiguo, probablemente árabe, que, aplicado intensivamente, iba a revolucionar esta actividad extractiva: la jábega. Con sus, cuando menos, doscientos metros de longitud, su copo y dos bandas, envolvía el cardumen, dejando uno de los cabos en tierra y bordeándolo con un pequeño bote para llevar el otro a sitio muy cer-cano del punto que se habían partido. Allí esperaban todos los miem-bros de la familia, incluido mujeres y niños, quienes jalando de ambos extremos, a veces con los propios animales de tiro del campo, iban acercando la red hacia la orilla para concluir cerrando el cerco. La pesca obtenida de esta manera era sensiblemente mayor que la obteni-da en Galicia por los métodos tradicionales. Y como allí, en las costas gallegas del Atlántico, había abundancia, a esa zona marcharon los pescadores catalanes a poner en práctica sus conocimientos.

Ya no eran semblantes serios en los pescadores, y pequeñas capturas dentro del “xeito”, sino personas alegres y sonrientes a la vista de un mar hirviente y plateado bordeado por el cerco de la jábe-ga. En carta, citada con anterioridad, de Sarmiento al Padre Rávago de 7 de febrero de 1750, dice que su hermano Francisco Javier que se encuentra en la ría de Pontevedra, y le ha comunicado que en la pesca de sardinas “…en el cerco subió a 14 millones y que 4 millones de

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ni tierra adentro, luz alguna que me guíe a su conveniencia148. Los zurradores

ellas estaban saladas en la Moureira para irlas extrayendo y vendien-do”

Fue tanta la abundancia con este arte, que se crearon empre-sas tanto para las capturas como para la elaboración de este pez de la familia de los Clupeidos, salándolo y prensándolo, y obteniéndose un aceite que los catalanes enviaban a otras regiones españolas como elemento de intercambio. Por eso, se le ofrece a Roche para que, como comerciante, vea la posibilidad de encontrarle mercado tanto por la zona como fuera de ella.

Pero no todo fueron alegrías con el cambio de método de pes-ca. Los gallegos de ser autónomos pasaron a ser asalariados de las compañías que, día tras día, aunque lentamente, iban esquilmando la riqueza que el mar les había ido ofreciendo de siempre. Así que los enfrentamientos y disputas entre gallegos y catalanes fueron monedas habituales durante largos años. En otra carta, también de Sarmiento a su hermano, ésta de fecha 6 de diciembre de 1758, dice, con cierta socarronería al respecto: “…habiendo llamado a Roma catalanes para que allí pescasen, fue preciso expelerlos a coces y con mil diablos porque ya llevaban arrasada toda la pesca. Así se arrasó casi la de los atunes, por haberse metido en ella genoveses, mallorquines y catala-nes”

148 Podría parecer a simple vista que Sarmiento ofrece a Roche

la posibilidad de hacer negocio con el aceite de sardina como una labor más dentro de los muchos campos con los que comerciaba su amigo, o quizás en el deseo de mejorar a sus paisanos los pontevedre-ses. Sin embargo la cuestión no estaba en estas suposiciones. Las res-puestas nos la da, como viene ocurriendo, sus cartas a diferentes ami-gos y conocidos. La clave era su hermano Francisco Javier.

El 8 de marzo de 1747 escribe Sarmiento a éste, su hermano, comunicándole que ya ha “… encontrado nuevo conducto, alto, segu-ro, fuerte y eficaz, para que inmediatamente hable a Don Zenón por tí y le entregue el memorial y tus servicios, y si no fuese por ocupación de los correos, ya estaría entablada la pretensión. Pero está firmísimo en esta semana quedará entablada sin falta, pues despachó el correo, inmediatamente formó el memorial y lo entregó al que se me ofreció ser medianero.”, añadiéndole que “No necesitas saber quien es por ahora. Si se consigue, lo sabrás, y si no, también, pero a su tiempo.

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Por lo mismo, no comuniques esto a alma viviente, por amigo que sea…”

El entramado se va desenvolviendo con otra nueva carta que remite al duque de Medinasidonia, solamente dos días después, el 10 de marzo, expresándole que “…aunque en la súplica que tengo hecha a Va Exa me he tomado demasiada libertad, queriéndome interesar tan intempestivamente en la confianza y estimación con que Va Exa se sirve honrarme y favorecerme, toca a Va Exa, por lo mismo que en todo es Grande, no echar a mala parte mi atrevimiento.

Aún, para pedir por Hermano mío que, según los méritos de su memorial, debería estar colocado en empleo superior, y con más útil y menor número de empleos, y de fatigas, tardé 36 años, antes de violentar mi genio, y reducirme al sonrojo de pedir por él, y solicitar sus conveniencias, una vez siquiera en mi vida. Ni aún en esta ocasión tentaría yo hasta donde se entiende mi infelicidad en materia de pre-tensiones, si hubiera podido persuadir, en tanto tiempo, a mi hermano que lo infructuoso de sus muchos, y verdaderos méritos, proviene, provendrá siempre, de tener un hermano como yo, tan inútil, y tan para nada.”

Solamente cinco días después, y como consecuencia de las gestiones que está llevando a cabo, vuelve a ponerse en contacto con él informándole como hizo “…un memorial de mi letra, hablando tú con Zenón, atando los cabos y pidiendo a tres cabos. Todo esto pude entregar en mano propia al sujeto que me favorece y viene con fre-cuencia a mi celda a parlar 2, 3, 4 horas. No quise sino remitírselo a su casa para tener ocasión de escribirle una carta que pudiese leer su mujer. Escribile una que llevaba las esquinas a tu favor y todo lo remi-tí el viernes. El sábado vino a mi celda y me dijo que a boca había estado con Don Zenón y que en mano propia le entregó el memorial y tus méritos, esforzando el buen éxito. Díjome que Zenón le dijo le respondería.

Por si tu influjo no alcanzaba, se ofreció la mujer del dicho su-jeto a coadyuvar, y de hecho escribió a Don Zenón un papel intere-sándose por mi súplica muy de veras, y si no alcanzare, está el sujeto a tocar otras teclas superiores al mismo Zenón.

Lo que pido en el memorial es que, o te den un honroso em-pleo con sueldo, o que te den título y sueldo de Comisario de Marina para los puertos bajos.”

Mucho debía querer Sarmiento a su hermano ante las redes que tiende. Interviene el duque de Medinasidonia, su esposa amiga de la reina, el confesor real Padre Rávago, el mismísimo marqués de la

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gastan en estos países la borra del aceite que les cuesta a seis reales o a ocho de ve-llón la arroba, y aunque pudiéramos su-poner que siendo más aparente el de ba-llena, lo pagarían al doble; estamos viendo lo contrario en que tomen lo más ruin del aceite de oliva por más barato, confesando ser mil veces mejor el que vale veinte reales149. Esto, y el ser una gente miserable la que por acá trata en esto, me ha hecho apartar de la idea, pero no dejaré de tirar otras líneas por lo que pudiere valer, y cuando no se lograre me contentaré con los deseos de ayudar al prójimo.

VRma., sin duda, habrá sido el ampa-

ro de su hermano; porque estoy persuadi-do que a no tener quien en la Corte le

Ensenada, y una serie de personajes de menor relevancia, hasta que por fin Francisco Javier es nombrado Comisario de Marina con resi-dencia en Pontevedra. Por todo lo cual creemos queda claro que, en el tema del aceite de sardina, el bueno del padre Sarmiento lo que hace es intentar, una vez más, favorecer a su hermano.

149 Muchos portuenses de aquellos años eran verdaderamente

pobres, pero esto no les impedía saber distinguir los alimentos buenos de los que no lo eran tanto, aunque no pudieran adquirirlos. Valoraban el incluir en su dieta a las sardinas, por varios motivos, aunque con seguridad no conocían nada de su composición en ácidos grasos insa-turados ni de sus efectos beneficiosos sobre el colesterol, pero sabían que el aceite de oliva, el aceite que habían siempre utilizado sus ances-tros, aunque fuera el de la peor calidad, era mejor que cualquier otra grasa comestible.

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guardase las espaldas y un tal hermano que se hiciese formidable a los piratas te-rrestres150, (que así llamo a los arbi-tristas151 y a otras gentes infames), no pu-

150 A pesar del sigilo con que Sarmiento llevó el tema del

nombramiento de su hermano, podemos deducir que Roche estaba al corriente de las gestiones que había realizado para conseguir el em-pleo. Y es que el afecto que ambos se profesaron fue tan profundo, que compartieron, a pesar de la distancia, muchas de sus intimidades, como hemos visto y continuaremos analizando.

151 El tema de los arbitristas aparece con frecuencia en los es-

critos de Roche. Venía siendo utilizado éste calificativo, con carácter despectivo, para nombrar a los “ministros” o personas que defendían el proyectismo y, aunque fueron más propios de los siglos anteriores con los Austrias, siempre estuvieron en la mente del erudito portuense. Hería su idea de justicia las actitudes y propuestas que presentaban, muchas veces desafortunadas e irrealizables, buscando, a través de una nueva “vuelta de tuerca”, conseguir ahogar aún más al pueblo obte-niendo mejores ingresos para la Corona, cuando ésta tenía necesida-des, pero todo sin cambiar las estructuras económicas del país. Así plantearon impuestos tan descabellados como cobrar un canon a cada navío que cruzase el Estrecho de Gibraltar, o cambiar las monedas de más valor por granos de cacao.

Dentro de su publicación Relaciones y observaciones Físicas-Matemáticas…incluyó un escrito bajo el título de Reflexión sobre los autores españoles, que contribuyen con sus obras a las Memorias de la Real Academia Portopolitana; para desagravio de la literatura de España, contra las posturas que pretenden obscurecerla, donde en el punto tercero habla de ellos, de estos ministros, y los trata con dureza, concluyendo con “¿Quién lo librará [al pueblo llano] en todas sus cláusulas de un ministro inferior, que tenga el corazón torcido?”

Seguidamente llegaron a El Puerto, a su Casa de las Cadenas, muchas cartas anónimas cuestionándole la valoración que había hecho de estas personas, y de los recaudadores de rentas, viéndose obligado a intervenir nuevamente en el Discurso Séptimo de sus Fragmentos Curiosos y eruditos, con una comunicación titulada Respuesta a un zoquete avinagrado que salió con el embozo de dependiente de Ren-tas, escribiendo al Autor diferentes cartas majaderísimas, respon-diéndole que “Toda la queja de Vmd. se reduce, a que siendo Vmd. de

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diera haber hecho cosa más a propósito para ser perseguido y últimamente derri-bado. Las ciudades, villas y lugares se habían de juntar en plenos cabildos para capitularlo. He visto sobre este asunto ca-sos prodigiosísimos que para ponderarse necesitan idear nuevos superlativos. Pero nada necesita el que ha leído Historia, y sabe por los libros y la experiencia el mal pago que dan los hombres. Confieso a VRma. que algunas veces se me asoman las lágrimas cuando tengo en las manos al-gún escrito cuyo excelente autor fue per-seguido en la envidia, o fue nada pre-miado. ¡Cuantos, y cuantos, (sin perdo-nar las mujeres insignes), experimenta-ron en nuestra España tales agravios! Tengo reparado que ni el Rey justo, ni los buenos ministros han sido parte para que dejen de padecer los inocentes; pero creo que se puede dar tal planta al gobierno que sean muy pocos los agraviados. Por

los más altos interesados en Rentas, no ha podido oír sin tedio lo que dije de sus Ministros inferiores, en la reflexión que hice para des-agravio de la Literatura de España, pag. 98, núm. 3, sobre este pie ensarta Vmd. cuanto al furor puede ofrecérsele de amenazas, sin acor-darse que de los amenazados como el lobo, y anda gordo. Y lo que es más (aunque acaso los refranes le harán a Vmd. más fuerza) que un Filósofo Cristiano poco, o nada tiene que temer a los fantasmas de este mundo, ni aun de otro, siempre que defiende la verdad, llevando por norte el servicio de Dios y del prójimo.”

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otro lado parece providencia Divina la ingratitud de los hombres. Es cierto que si estos esperaran en este mundo un premio seguro de sus buenas obras, todos aspira-ran a conseguirlo, y todos fueran hipó-critas, sin que el más lince percibiese los buenos de verdad. Hoy (a Dios gracias) todos son buenos de balde, y así son dis-tinguibles y fáciles de hallar del que fue-se celoso de la justicia. Por tanto, el buen ministro los hallará a corta diligencia, apartando de sus ojos las lagañas de los entremetidos, y de sus orejas la peste de los arbitristas y mentecatos.

Quedo a la obediencia de VRma.

con fino afecto y rogando a nuestro Señor dilate su vida muchos años.

Puerto de Santa María, enero

31 de 1751

Rmo. Padre. B.L.M. de su VRma. su muy afecto y

amante servidor

Juan Luis Roche

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Posdata Incluyo la carta de Oviedo para las

novedades.

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Nº 25.- (Autógrafa) 1751, febrero, 28. EL PUERTO DE SANTA

MARÍA (Cádiz) Declara haber recibido una nueva partida

de libros. Alabanzas a los escritos de Sar-miento comparándolos con los de Feijoo. Co-mentario sobre el aceite de ballena. Descripción de cómo se ha establecido aquí la pesca de arrastre, y quiénes las han introducido. Rumor de una nueva intervención para poder reconquistar Gibraltar.

M.M. Rmo. Padre Mro. Fray Martín Sarmiento.

Muy Rmo. Pe. y Sr. mío: Recibí la muy apreciable de su VRma.

a su tiempo, y pocos días después los cua-tro cajones de libros que su fineza fue ser-vido remitirme; y no me admira su cre-cido costo, así por la razón de haberse acabado algunas impresiones que apun-ta VRma., como porque han venido casi to-dos los libros de la lista, sin otros muchos que me parece haber añadido el librero en que me ha dado particular gusto. Yo no tengo noticia de más libros españoles,

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fuera de algunos matemáticos y una grande caterva de místicos que me sor-bieron la vida. Estos son inútiles en las Indias y aun en España.152 Lo que allá se

152 A lo largo de los comentarios que venimos realizando so-

bre estas cartas, hemos hecho ya mención a la cualificada biblioteca que logró reunir Juan Luis Roche, nuestro protagonista, así como de los continuos pedidos de libros que realizaba, por medio de su apre-ciado y valorado amigo el Padre Sarmiento, a los libreros e impresores madrileños. Mas ahora debemos pararnos a sopesar algunas circuns-tancias que rodearon estas actuaciones del portuense. Cádiz, y cuando hablamos de esta ciudad en el s. XVIII no nos referimos solamente al conjunto de sus calles y edificios sino a toda la población que residía en su bahía, ostentaba el monopolio del comercio con América y, en ella, en este periodo de su historia, sus habitantes se hallaban bajo el influjo de las tantas veces mencionadas ideas ilustradas, por lo que el libro tuvo un protagonismo relevante. Todo ello, sin dejar de sopesar que el comercio era su principal actividad, intercambiándose toda clase de productos con las lejanas tierras de Indias y Filipinas y, en un entorno más cercano, con casi todos los países europeos. De modo que todas estas circunstancias fueron propicias para que los más importan-tes impresores y comerciantes de libros españoles establecieran unas corresponsalías o sucursales en esta ciudad, como punto de referencia para realizar importaciones de libros europeos, o de exportación de los que en España se publicaban. A estas marismas gaditanas mandó Me-na, el más citado de los libreros españoles del siglo XVIII, a su hijo para que, en colaboración con los cargadores a Indias, realizara la función de comerciar con sus libros en el nuevo mundo.

Pues bien, como observamos por esta referencia, el polifacéti-co Roche, también participó en esta actividad comercial, de tal forma que muchos de los libros que venían en los serones del arriero Grana-dos, no quedaban quietos en los estantes de su librería, sino que sola-mente dormían o descansaban después de un largo viaje por tierra en los lomos de alguna mula, para con posterioridad emprender uno más largo sometido a los vaivenes de algún navío.

Tengamos presente que el vecino de la Casa de las Cadenas, y cajero de la familia Vizarrón, era un hombre lleno de las nuevas ideas reformadoras, que luchaba por transmitirlas a los demás, pero a la vez pertenecía al gremio de los cargadores a Indias, y por tanto era un hombre de negocios.

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practica, y acá también, son comedias, novelas y libros despreciables, con algu-nos de devoción y moral. Es menester pa-ra lograr salida por el mérito, que sea un mérito excelso que ande a sopapos con los hombres y a trabucazos con la envidia, de manera que el ruido de las armas es el mejor reclamo que puede acompañar al mérito.

Este jueves pasado salió Granados

para esa Corte; en ocasión que por venir de Cádiz, apenas pude hacer le diesen trescientos pesos en oro cabal, quedándo-se encima de la mesa dos limones algo especiales, sin otros ocho que por estar maduros remití a Cádiz. Eran estos tan monstruosos de grandes que apenas po-día un hombre con ellos. Todos son esme-ros del agradecido Don Pedro de Zúñi-ga.153

Con ésta envío la minuta de los res-

tantes libros que podrán venir en serones de esparto, porque así vienen a los libre-ros y llegan buenos no obstante las aguas. No importa que no vengan todos en esta ocasión, puede venir a otro viaje

153 No hemos podido concretar quien fue este personaje, ni

que relación tuvo con ambos protagonistas.

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de Granados en que llevará más dine-ro.154

VRma. es exactísimo y escrupuloso en

sus cuentas y apuntaciones, que para mí son excusadas con la prolijidad que acos-tumbra VRma. Además de esto me regala

154 El arriero Granados con regularidad matemática, a pesar de

los obstáculos que debía salvar, unía la Corte y la bahía gaditana con sus recuas de animales de carga.

A mediados del siglo XVIII las comunicaciones entre las dife-rentes poblaciones de Andalucía eran muy deficientes, utilizando un calificativo benévolo para definir la situación en que se encontraban sus rutas y caminos, lo que hacía dificultoso el dirigirse por tierra en-tre dos poblaciones, pues sólo se contaba con una línea que la cruzaba transversalmente desde Málaga a Sevilla con cambios de postas, prin-cipalmente, en Antequera y Osuna. Esto motivaba que los desplaza-mientos que se realizaban fueran relativamente reducidos, utilizando la mayoría de las veces los lomos de las caballerizas, y cuando era necesario realizar otros de mayor entidad se procuraba utilizar la vía marítima con barcos de cabotaje.

Sin embargo, sí existía una calzada real entre Cádiz y Madrid a través del tortuoso paso de Despeñaperros, por el que discurrían arrieros y carruajes uniendo ambas ciudades con una periodicidad de dos veces por semana; toda una proeza para los tiempos que corrían.

Fernando VI, por medio de su ministro el marqués de la Ense-nada, puso en ejecución el “Programa de Fomento” por el que intenta-ba transformar todas las trochas, senderos y caminos españoles en seis ejes radiales de carreteras, al estilo francés, que partiendo de la propia Corte llegaran a los extremos del país, pues según sus propias palabras “había que construir buenos caminos porque los transportes en carros cuestan la tercera parte de los hechos a lomos”.

Su sucesor Carlos III llevó a realización todos los proyectos pendientes, con un “Plan de Carreteras” de 1761 construyendo las de largo recorrido, empezando por la de Madrid a Andalucía y conti-nuando por las de Cataluña, Galicia, y Valencia, aplicando para su financiación un impuesto sobre la sal de dos reales de vellón por cada fanega.

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con sus obras duplicadas que aprecio in-finito, y deseo larga vida y muchas oca-siones en que corresponder agradecido. Son tan preciosas las obras de VRma. que muy antes que nos conociésemos dije que excedían en erudición a las del Pe. Feyjoo, y pensando que se escandalizasen por apasionados los oyentes, que eran perso-nas muy doctas y de mucha distinción, lo pronuncié esforzándome a la disputa, pero todos unánimes respondieron que no había duda. Éste es el mayor elogio que pueden dar los mortales a VRma., y en él me ratifico. Como el Sr. Feyjoo tenía que escribir más largo, no le estuvo mal la dulzura de sus escritos.

Estoy desengañado que solamente

en Galicia y Vizcaya tendrá buen despa-cho el aceite de ballena.155 Pero en cuan-

155 Hay constancia que desde 3.000 años a.C. se cazaban ba-

llenas por los esquimales de Groenladia, pero con respecto a nuestro entorno sabemos que desde la Edad Media, siglo XII, los pescadores vascos, y algo más tarde los gallegos, cántabros y asturianos, comen-zaron las capturas de un determinado tipo de estos cetáceos en el Gol-fo de Vizcaya, las ballenas francas que, en los meses comprendidos entre noviembre y marzo, se acercaban a estas costas. Primero con pequeños botes, y luego con barcos más apropiados, se inició una actividad comercial que ha puesto en riesgo de extinción a toda la especie. A finales del siglo XVI marineros de media Europa se dedi-caban a su comercialización, y solamente los holandeses afirmaban tener dedicado para este fin a trescientos barcos y a unos dieciocho mil hombres, comprendiendo a los propios marineros así como a todo el personal que realizaba tareas relacionadas con la comercialización en tierra.

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to a la pesca no hay duda que se puede adelantar por mil modos, no siendo el menor el que se toma de la manera de pescar de otras partes. Quiero ponerle aquí a VRma. una breve descripción del modo de por acá, que creo le gustará muchísimo.

Ninguno de los naturales de este

país es inclinado a la pesca, por lo cual son franceses los que la hacen y se portan de esta manera: Todos andan vestidos en cuerpo con sus tales cuales pelucas. Las mujeres vestidas de seda todo el año y las casas muy decentes. No salen sino un día a la semana a la pesca y a veces se pasan meses enteros. No venden el pescado en la plaza sino a bordo a los revendones. En-

Por si fuera poco esta presión depredadora, al iniciarse el siglo

XVIII la industria ballenera descubre que ciertos cetáceos, en particu-lar el cachalote, tienen en su seno craneal un “aceite blanquecino”, que confunden con esperma y de ahí su nombre de “espermaceti”, cuya combustión produce una llama resplandeciente y constante. Nacen las velas de aceite de ballena, o las lamparillas, que sirvieron de elemen-tos de alumbrado durante muchas décadas.

Recordamos de nuestra infancia, en la posguerra española, lo deficiente que era la luz eléctrica, y como se utilizaba algo parecido a aquellas lamparillas ante los continuos apagones. En vez de emplear aceite de ballena se reemplazó por aceite de oliva. Consistía este pe-queño artilugio en una pequeña lámina metálica de forma de triángulo equilátero, que tenía en su centro un pequeño orificio atravesado por una mecha de algodón, a la que se colocaba en cada uno de sus vérti-ces un trocito de corcho. Depositada en un adecuado recipiente se prendida la mecha y solía estar ardiendo y alumbrándonos durante horas.

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tre estos revendones (que todos son villa-nos y soeces) el principal de Cádiz tiene de caudal (según malas lenguas) más de sesenta mil pesos, y lo peor es que las apa-riencias son fijas, y aun de mucho más, pues ha tenido atrevimiento de solicitar licencia para cargar un navío a Indias. Comparece ahora a éstos, los pobres pes-cadores miserables de Galicia. Mírese la conveniencia de éstos y su ganancia. El descanso suyo también es mucho, pues como he dicho salen muy poco a la mar, y no tienen que vender en la plaza, pro-cediendo todas estas ventajas de sola-mente la agilidad de sus embarcaciones.

Para ponderarla será bastante de-

cir que siendo estas costas pobres de pes-cado, y saliendo tan poco como salen a la mar, y no teniendo más que veinte embarcaciones, proveen de pescado abundantísimo a los pueblos siguientes: Cádiz, su bahía, La isla de León, La Ca-rraca, El Trocadero, Puerto Real, Puerto de Santa María, Rota, Chiclana, Sanlú-car, Jerez y Sevilla. Todos estos pueblos, menos Jerez y Sevilla, están dándose las manos unos a otros a vista de Cádiz y a orillas de su bahía, ocasionando a los ojos un prodigioso divertimiento. Todos se mantienen del pescado con abundancia. Vamos ahora al modo de cogerlo.

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Las embarcaciones son tartanas li-gerísimas que caminan velozmente a to-dos los vientos, aunque sean por la proa. Suele costar cada una cinco mil pesos a lo menos. Tienden un pedazo de red por la popa y tendiendo las velas, en muy po-co tiempo, arrebañan cuanto pescado encuentran, de manera que el más remo-to no esta seguro; porque en este género de pesca la red busca al pescado con li-gereza, no el pescado a la red como co-múnmente se acostumbra. Esto no puede ser practicable en la ría de Pontevedra, sino en mar ancha.156

Quedo con fina voluntad a la obe-

diencia de VRma. y rogando a nuestro Se-ñor dilate su vida muchos años, como deseo.

Puerto de Santa María, febrero 28

de 1751

156 Estamos ante la implantación de la pesca de arrastre en las

aguas del sur de España por parte de pescadores de la Provenza que faenaban en el Golfo de León. Primero se desplazaron con sus embar-caciones hacia la zona catalana y levantina, para con posterioridad, y buscando nuevos caladeros ya que el Mediterráneo nunca ha sido muy abundante en pesca, posicionarse alrededor de la bahía gaditana. Sobre tema tan interesante, y tomando como punto de referencia la cita de la presente carta, estamos realizando un estudio sobre la pesca en el siglo XVIII en la Bahía de Cádiz, que aparecerá en la “Revista de Historia de El Puerto”.

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Rmo. Padre.

B.L.M. de su VRma. su muy afecto y re-verente servidor Juan Luis Roche

Posdata Las novedades que ocurren es una

expedición secreta que se intenta, para la cual ha pedido el Rey a los Cónsules va-rias embarcaciones. No falta quien diga ser para Gibraltar.157 La misión de fran-

157 Habían transcurrido casi cinco décadas desde que los naví-

os de las escuadras inglesas y holandeses arribaron a las costas gadita-nas desembarcando en sus playas e invadiendo las ciudades de Rota y El Puerto de Santa María. Había sido en 1702 dentro de la guerra de Sucesión al trono español y como consecuencia de la muerte sin des-cendencia de Carlos II, el Hechizado. Los ingleses poco interés tenían en defender la causa del pretendiente Carlos de Austria, pero si alber-gaban una gran preocupación al considerar a un borbón en la Corona Española, y una mayor hegemonía francesa en Europa.

No consiguieron con este desembarco, que tan lamentables huellas dejó en ambas ciudades y tan marcados a sus habitantes, los objetivos previstos. Después de algo más de un mes de saquear cuanto hallaron a su paso, y de encontrar una oposición que no esperaban tanto en sus moradores como en el General que los mandaba, marqués de Villadarias, vieron, según Cortazar, que “…se le había frustrado el destino de su armamento por haber encontrado una fidelidad imponde-rable en este Puerto y pueblos andaluces y que el ejército español se iba engrosando con las tropas que bajaban de Castilla, Extremadura y otras provincias, le fue preciso el retirarse sin adelantar sus empresas.”

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ciscanos no hallando acogida sino perse-cución en los suyos, se ha hecho a conver-tir almas por los cortijos. Si acaso Grana-dos instare por recibo de los trescientos pesos, lo remito ya hechos.

Una vez reembarcados, el almirante inglés George Rooke al

mando de quien estaba toda la flota angloholandesa, consideró la no conveniencia de rendir viaje de vuelta a sus islas sin otro bagaje que los frutos del pillaje a ambas ciudades, y decidió dos años después, también en el mes de agosto, el día 3, atacar la vieja Julia Calpe: Gi-braltar. Con pocas defensas, y bajo el mando de quien sí en aquella ocasión pudo tratarles adecuadamente en El Puerto y en Rota, Fran-cisco del Castillo, marqués de Villadarias, la ciudad fue tomada haciendo ondear la bandera inglesa en nombre de la reina Ana de Inglaterra.

Los portuenses, que aún no se habían repuesto de todo lo pa-decido, y que aún hoy quedan secuelas de aquellos días, se pusieron al lado de los gibraltareños, surgiendo de inmediato el deseo de recon-quista. De esta forman surgen los asedios de 1704, por el propio mar-qués de Villadarias, y de 1727, que no consiguen el fin propuesto. Pero a pesar de todo sigue latente la idea de que aquel trozo de roca debe ser española, y esperan que de un momento a otro se organice una nueva expedición, como aquí cree erróneamente Roche que se está fraguando. Debieron pasar varios años, y ya con el rey Carlos III se realizó una nueva intentona entre los años 1779 y 1783, no consi-guiéndose nada positivo y perdurando hoy en día la misma situación.

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Nº 26.- (Autógrafa) 1751, mayo, 24. EL PUERTO DE SANTA MARÍA

(Cádiz) Relato del viaje que ha realizado a Se-

villa. Del amigo común Don Luis Enrique García Lorenzana. Sobre los alfajores. Ce-lebraciones en El Puerto y en Jerez para ganar el Jubileo.

M.M. Rmo. Padre Mro. Fray Martín Sarmiento.

Muy Rmo. Pe. y dueño mío: Recibí su estimada de 27 del pasado

de vuelta de Sevilla, en donde cierta-mente estuve muy gustoso admirando lo bueno que allí se halla, y reflexionando sobre la historia de su conquista por el Santo Rey Don Fernando en la que an-duvo lo milagroso y lo valiente a porfía, pues considerando todas las circunstan-cias de aquellos tiempos se eleva el espíri-tu a una evidencia de los prodigios que allí sucedieron, en especial con el rom-pimiento del puente por las naves, siendo

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cierto que no podían llegar con mucha furia así por los tornos inmediatos del río, como por la templanza del aire que allí se observa. Romperse en puente, y no desbastarse las naves, también es cosa admirable.

Por la de Vma. veo quedaban en po-der del Sr. Mena 948 reales de vellón, y habiéndome traído Granados el posterior recibo incluso de 500 reales, discurro tendrá ahora 1.448 reales los que podrá emplear en los libros de la minuta inclu-sa, enviándomelos por el dicho Granados en serones como los otros.

De las Empresas y Corona Gótica de Saavedra,158 reparo me dice el Sr. Mena que me remite cuatro tomos en folio, lo que atribuyo a equivocación porque,

158 Alude a dos obras del escritor, estadista y político murcia-

no, de Algezares, Diego de Saavedra y Fajardo (1584-1648), Caballe-ro del Orden de Santiago, Secretario del Cardenal Borja y embajador español en los Estados Pontificios, en Roma y en Alemania; fue hom-bre de confianza de Felipe IV, conduciendo los asuntos políticos de este rey durante los treinta y cinco años que estuvo en Italia. Sus pu-blicaciones más importantes fueron: Empresas políticas o Idea de un príncipe político cristiano representada en cien empresas (1640) y Corona gótica, castellana y austriaca (1648).

Basado en la experiencia adquirida en los diversos países re-presentando a la Monarquía Hispánica, realizó un estudio de la socie-dad española de su tiempo, destacando la desproporción existente entre labradores y artesanos, y eclesiásticos y letrados, proponiendo que debía prestarse una mayor atención conducente a fomentar la agricultura, y a limitar el número de religiosos y de tantos conventos que se repartían por las regiones españolas.

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aunque no llegaron más de tres, creo que estarán completos, dando fin con las vi-das de Don Pedro el Cruel y Don Enrique IV, además que en uno de los tomos se contienen tres partes, o tomos de la Histo-ria.

Discurro se hallará en esa corte el Sr. Don Luis Enrique Lorenzana,159 a

159 Su nombre completo, o el que solía usar, era el de Luis En-

rique García Lorenzana, guardia marina y estudioso de la Cartografía, quien ya por estas fechas mantenía una fluida correspondencia con Feijoo y Sarmiento, o lo que es lo mismo pertenecía al círculo de los ilustrados españoles de su tiempo. Debió ser, y así lo manifestamos al no tener ninguna documentación anterior a estos años, hijo de algún hijodalgo o militar importante, pues para acceder a la Escuela de Guardias Marinas de Cádiz, creada en 1717, y de acuerdo con las Ins-trucciones, educación, enseñanza, y servicio de los Guardia Marinas, y obligaciones de sus Oficiales y Maestros de facultades del Ministro Patiño del 15 de abril de 1718, debían reunir los aspirantes dicho re-quisito.

Al igual que ocurrió con otros personajes, Roche entró en su contacto a través de los dos monjes benedictinos, realizándose el pri-mer encuentro personal en esta visita que realiza el portuense a la ciudad de Sevilla. Unos meses después se asentará el joven Lorenzana en Cádiz, aunque por poco menos de un año, consolidándose y estre-chándose el afecto y aprecio entre ambos.

En la Academia de la Historia (Signatura 9/5762, pp. 44 y 45) se halla una carta de García Lorenzana al Padre Sarmiento, la que, por determinar unos acontecimientos que luego expondremos, nos permi-timos transcribir e incluir:

“Cádiz y noviembre 29 de 1751. Habiendo llegado con felicidad a esta ciudad, lo

participo a Vma. a fin de que pueda comunicarme sus ór-denes.

No he sentado plaza por no haberla bastante, ni la habrá hasta que no vengan las patentes de los que han si-do promovidos en la próxima pasada promoción, pero es-to no me quita de ir a la academia, y habiéndome exami-nado y hallado impuesto en las facultades necesarias para

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quien se servirá Vma. de dar encarecidas memorias poniéndome a su obediencia ya que no pude servirlo en ésta, ni gozar, sino un breve instante de su compañía cuando pasó por Sevilla, siendo el motivo no tener yo aviso de su estado en Cádiz; y jamás nos hubiéramos visto a no haberle ponderado en aquella ciudad mi mucho afecto al Sr. Feijoo y a vuestra Rma. lo que le motivó venir a verme un breve rato. La cajeta de dulce, que extrañó VRma., se llama alfajor y los granillos son todos de ajonjolí, como sospechó VRma., haciéndose de ellos otro género de dulce muy agra-

la náutica, me pusieron en la sala donde ésta se enseña. Dícese que resucita lo del Mapa General de España, en cuyo caso no dejarán de arreglarse al proyecto de Vma. que con este motivo tiene la más bella ocasión de favore-cer a quien tiene la dicha de su protección, mayormente cuando se tiene por cierto que Don Jorge Juan (que será el jefe) sacará para que le acompañe a alguno o algunos guardias marinas impuestos ya en el Dibujo y Geometría práctica, en lo primero, ni bueno ni malo, no hay otro que yo, y en lo segundo es más de lo que aquí se enseña.

Los jefes de este cuerpo están en proponerme pa-ra este efecto, a que el influjo de estos espero añada Vma. el suyo cuando se proporcione ocasión, sin que para esto sea preciso hablar con Don Jorge, sino con persona que le conozca.

El favor grande que en esto me hará Vma. lo evi-denciará las resultas que sé que no pueden ser malas.

Dios guarde a Vma. muchos años que deseo y he de menester.

Nota: Del Mto. Feijoo he tenido carta, en que me da la enhorabuena.”

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dable a la vista y al gusto, pero de poca duración y delicado.160

Quedo a la obediencia de VRma. con

fino afecto, rogando a nuestro Señor di-late su vida muchos años.

Puerto de Santa María, mayo 24 de

1751

160 Desde que se inició la amistad, y por tanto hubo una asidua

correspondencia entre el fraile y el cargador a Indias, éste siempre intentó agradar a aquel con pequeños obsequios, algunos por su carác-ter exóticos y otros atendiendo a la afición del benedictino por las golosinas. El mejor cacao que se conseguía de los navíos que arriba-ban de América iba para el convento de San Martín, pero en esta oca-sión recurre a algo más singular, a un producto típico de la repostería de la zona: al alfajor o también conocido por “alajú”, cuyo sólo nom-bre ya nos señala su procedencia árabe.

La receta de este dulce, que aún se comercializa en la vecina ciudad de Medina Sidonia, traspasó nuestras fronteras vía marítima, y hoy en día, con diferentes variables en su composición, es conocido en muchas ciudades de América Latina.

Don Mariano Pardo de Figueroa y de la Serna, natural de esta ciudad gaditana, quien en el último tercio del siglo XIX publicó nume-rosos escritos sobre temas tan diversos como la gastronomía, la histo-ria postal o los toros, con un significativo ingenio y erudición, y bajo la firma del seudónimo de Doctor Thebussem -alterando el orden de las letras que componen la palabra embustes-, describe al alfajor como “un cilindro o croqueta, de once centímetros de altura por dos de diá-metro y cincuenta gramos de peso, revestido de azúcar y canela, y cubierto de un papel, humilde o vistoso, que lo envuelve en espiral, plegándose con cierta elegancia en sus extremos”. Hombre tan enten-dido en la repostería, se fijo más en su aspecto exterior que en sus componentes, quizás dándolo por bien sabido. Intervienen en su ela-boración almendras, piñones, avellanas, miel, azúcar, harina, matala-húga, y los citados por Roche granos de ajonjolí.

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Rmo. Padre. B.L.M. de su VRma. su muy afecto y re-

verente servidor Juan Luis Roche

Posdata

En una procesión de más de veinte

que salieron de mujeres en Jerez para ganar el Jubileo, se contaron más de diez mil doscientas. Aquí salieron ocho hermandades llegando a dos mil las mayores.161

161 El Jubileo, quienes para unos tiene un origen judío de

acuerdo con la Ley de Moisés en que las tierras quedaban en barbecho debiendo pasar a sus primitivos propietarios, es para los cristianos el año en que la Iglesia ofrece a sus hijos el perdón de las penas tempora-les de sus pecados. Fue instituido por Bonifacio VIII en el año 1300, considerando la celebración, del también llamado Año Santo, como la ocasión que se le ofrecía a los cristianos de “hacer borrón y cuenta nueva”, de poder entrar de nuevo en contacto con el Dios Salvador sin ningún lastre, sin ninguna pena, en una nueva vida espiritual, es decir adquiriendo indulgencias plenarias. Para ello se debía acudir a la Ciu-dad Eterna estando arrepentido de las faltas cometidas, recibir el sa-cramento de la confesión, y visitar las basílicas romanas de San Pedro del Vaticano y San Pablo de Extramuros al menos una vez al día du-rante treinta, si se era vecino de esa ciudad o quince días si se era de lugares más apartados.

Una vez finalizado este Año Santo, acordó el propio Papa que esta celebración tuviese lugar cada 50 años. Así hubo nuevo año jubi-lar en 1350 bajo el pontificado de Clemente VI, quien añadió que ade-

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Los robos se han vuelto a ensan-grentar. Tres degollados han habido esta semana y muchos muertos y heridos a puñaladas.

además de visitar las basílicas antes mencionadas, también se debía visitar la de San Juan de Letrán.

En el tercer Jubileo participaron dos Papas. Urbano VI que lo proclamó por la Bula Salvator noster de 8 de abril de 1389, agregando que en las visitas que se realizaban a las basílicas se incluyera la de Santa María la Mayor, más su muerte unos meses después no le per-mitió participar en estas celebraciones, siendo elegido Bonifacio IX.

A partir de entonces los jubileos se vienen celebrando cada 25 años, y como quiera que en estas primeras peregrinaciones ocurrieron varios incidentes, como fue la propagación del cólera en 1450 bajo el papado de Nicolás V, y que no todos los cristianos podían hacer tan largos viajes, se acordó que también se pudiesen celebrar los jubileos en otras ciudades, a condición de realizar una procesión que visitara cuatro templos.

Al que aquí se alude es el nº 18, proclamado por Benedicto XIV, Próspero Lambertini, en 1750. En el Libro de Actas de Cabildo del Ayuntamiento de El Puerto de Santa María, del 24 de abril de 1751, en su folio 76, se recoge como en reunión de sus miembros se acordó participar en dichos actos junto con el Cabildo Eclesiástico, a partir del día 25 en las “…cuatro tardes del citado día domingo, mar-tes, jueves, viernes siguientes, saliendo formado de dicha Prioral Igle-sia con manteos y bonetes guiados del guión de nuestra Señora Patro-na de los Milagros y cerrando con una imagen de nuestro Señor Cristo Crucificado, en cuya forma se visitaran las cuatro iglesias señaladas para hombres, que son la referida Prioral, y los conventos del Sr. San-to Domingo, Sr. San Agustín, y Sr. San Antonio Francisco Descal-zos…”

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Nº 27.- (Autógrafa) 1751, junio, 27. EL PUERTO DE SANTA MA-

RÍA (Cádiz) Nueva referencia al guardia marina Enri-

que García Lorenzana. De los agravios lite-rarios. Hechos acaecidos en Cádiz con el corresponsal del librero Mena, Bartolomé de Lozada. Comentario sobre la última partida de libros que ha recibido.

M.M. Rmo. Padre Mro. Fray Martín Sarmiento.

Muy Rmo. Pe. y Sr. mío: Recibí sus estimadas con todo gusto

y, con el mismo, los libros que entregó Granados bien acondicionados, por lo que doy a VRma. las debidas gracias.

Estoy pasmado de que al amigo y Sr.

Lorenzana le cueste tanto empeño, tantos pasos y tanto dinero la triste plaza de guardia marina. Cierto que me conduele mucho, estando viendo que cualquier niño de este país lo logra sin salir de su casa, y otros muchos la abandonan. Pero

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es muy bastante que sea benemérito para ser también castigado de la fortuna. VRma. puede hablar con desahogo filosófi-co de los agravios de los literatos, porque gracias a Dios los habrá padecido muy moderados, así por su total retiro, como por la veneración que le contribuye su carácter desde el punto que tomó la co-gulla. Pobre del pobre que se halla des-nudo de la más mínima representación que, ni puede racionar sino consigo mismo, ni dejar de ser atropellado por el vulgo. Repito mis memorias al Señor Don Luis, añadiéndole la novedad de que a su conocido Don Ildefonso le ha sucedido un contratiempo, por lo cual lo hice ve-nir de Cádiz, y lo embarcaré a Indias por caridad. Este es un mozo sumamente pacífico: bastante experto en gran parte de las Matemáticas, pero sin igual en la Aritmética y Álgebra. Por razones justas se trabó de palabras con Don Bartolomé de Lozada (éste es el correspondiente del Señor Mena) y no sólo sufrió algunos gol-pes, sino que su hijo lo acechase para ma-tarlo, contentándose con huirle el cuerto (sic) y dar aviso a la Justicia en un me-morial simple de papel blanco. Nada de esto fue bastante para contener a Loza-da, y nuestro Ildelfonso162 se ausentó a

162 Imposible localizar a este personaje con tan escuetos datos.

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Lisboa por algún tiempo, en donde gastó cuanto tenía hasta quedar desnudo. Una noche se me entró por las puertas y fue menester vestirlo; pero jamás nos dio cuenta de estos cuentos que traía entre manos, hasta que el día de San Antonio se hicieron públicos. Es mozo de valor muy bastante, pero su gran cordura lo reprimía y hacía fugitivo. El día pues de San Antonio le acometió el hijo de Loza-da con el espadín desnudo en medio del día, pero Dios que mira por los suyos, ayudó de tal suerte a nuestro Ildelfonso que no sólo se defendió de su contrario sin arma alguna, sino que le quitó el es-padín, lo tendió a sus pies, le dio muchos puntillones, lo arrastró en un lodazal echándole a perder una gala, y le dejó la vida por misericordia, cuyo caso habien-do llegado después de algunos días a mí noticia, lo hice venir para embarcarlo antes que lo sacrificasen.

Estimaré a VRma. se sirva preguntarle

al Señor Mena el paradero del Doctor Don Antonio María Herrero, autor del li-brito Física Moderna que se imprimió en su oficina, para el fin que digo al Padre Feyjoo en la inclusa.163

163 Don Antonio María Herrero y Rubira, autor de la Física

Moderna (Física Moderna, experimental, systemática) dedicada al Excmo. Sr. D. Sebastián de la Quadra, del Consejo de Estado de S.M.,

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Los libros que añadió el Señor Mena

salieron a gusto. Los toscas deben andar escasos habiendo subido a doscientos cuarenta reales.164

publicado Madrid en 1738, y considerado como el primer texto de Física editado en España y en castellano. Había nacido en Borja (Za-ragoza) en 1714, y después de estudiar Filosofía y Teología en Hues-ca, pasó a Francia instruyéndose en la lengua francesa y ampliando conocimientos sobre la Física Experimental. Con posterioridad regre-só a España asentándose en la Corte, relacionándose con Salvador José Mañer de quien fue gran amigo. Cursó estudios de medicina en la Universidad de Alcalá de Henares, siendo nombrado por Fernando VI para ocupar plaza en los hospitales generales de la Corte. Allí, conjun-tamente con Andrés Piquer, fue el encargado de la censura de las pu-blicaciones sobre temas médicos. Fue, asimismo, médico de la Reina Isabel de Farnesio y de su familia, y Secretario perpetuo de la Acade-mia Médica Matritense de Nuestra Señora de la Esperanza.

Entre sus publicaciones, además de la citada Física, cabe des-tacar el Diccionario Universal Francés Español (1743), y el Mercurio literario, o memorias sobre todo género de ciencias y artes, colección de piezas eruditas, y curiosos fragmentos de Literatura (1739) donde se publicaban extractos de las obras aparecidas en España, y relación de las que se editaban en el extranjero.

Falleció en Madrid en 1767. 164 Especial dificultad hemos encontrado al analizar esta frase.

La referencia a “los toscas” nos dejaba un poco desconcertados e im-pedidos de hacer un estudio sobre ello. Al fin, con insistencia, un poco de suerte y observando como se cita en relación con el librero Mena, nos dimos cuenta que se refería a las obras del matemático, arquitecto, filósofo y físico valenciano (1651-1723) Tomás Vicente Tosca. Es más, creemos que concretamente “los toscas” hacen referencia a su Compendio mathematico que, escrito en nueve volúmenes entre 1680 y 1690 -algunos opinan que en 1670- se imprimió, por primera vez, algo más de veinticinco años después, en 1709 en su ciudad natal, por Antonio de Bordázar. A partir de entonces se realizaron repetidas nue-vas ediciones, 1727, 1757, 1760, para atender las demandas que se recibían de todos los países europeos, sobre todo de Francia, Italia y

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Nuestro Señor guarde a VRma. mu-

chos años como deseo. Puerto de Santa María, junio 27 de

1751

Rmo. Padre. B.L.M. de su VRma. su muy afecto y re-

verente servidor Juan Luis Roche

Alemania, por su importancia en las principales materias de las cien-cias que trataban de la cantidad.

Tosca, perteneciente al grupo de los llamados novatores va-lencianos de finales del siglo XVII, y posiblemente el más prestigioso matemático de su siglo, se ordenó sacerdote en 1678 ingresando en la Congregación de San Felipe de Neri. Como filósofo está incluido en-tre los de su tiempo que consiguieron destacar, pese a la decadencia general en que se encontraba esta ciencia, al adherirse al movimiento ecléctico procurando acomodarse a las doctrinas que le parecían más congruentes, aunque pertenecieran a diferentes sistemas. Menéndez Pelayo lo calificó de “ganssendista en Física y en lo demás ecléctico”.

No debemos omitir el citarlo como estudioso y figura princi-pal de la Gnomónica, habiendo sido necesario consultar sus estudios en cualquier trabajo de diseñar y fabricar relojes solares, estudios que incluyó en el tomo IX de su Compendio mathemático.

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Nº 28.- (Autógrafa) 1751, agosto, 9. EL PUERTO DE SANTA MA-

RÍA (Cádiz) Comentando la documentación recibida del

Padre Sarmiento, concerniente a la decora-ción del Palacio Real. Dando cuenta de la ausencia de noticias sobre el viaje de re-greso del jesuita Padre Alzugaray. Sobre los académicos José Carvajal y Lancaster, el duque de Medinasidonia y Jorge Juan. La publicación del Padre Soto Marne impugnando a Feijoo. Nuevas disposiciones sobre impre-sión en papel fino. Estado del comercio al inicio la segunda mitad de este siglo XVIII.

M.M. Rmo. Padre Mro. Fray Martín Sarmiento.

Muy estimado Pe. y Sr. mío: Recibí las dos de VRma. y, en la pri-

mera, la planta o perfil del nuevo pala-cio, a fin de mostrarme los frentes y es-quinas en que se tienen de colocar las es-tatuas de los emperadores, reyes, condes y santos, que el estudio y desvelo de VRma

tiene determinado. Y siendo tan primo-

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rosa la idea que no puede mejorarse, la recibirían todos con gusto y aplauso sin que resuelle la envidia. La entrada prin-cipal, con los cuatro españoles emperado-res romanos y en las primeras esquinas los otros dos del nuevo mundo conquis-tado por España, están propísimos con la mayor elegancia. Lo mismo la testera de la capilla con los dos santos patronos Santiago y San Millán, y en las esquinas colaterales dos reyes de Aragón; siguién-dose en los cuatro ángulos, con toda si-metría, otros dos reyes igualmente famo-sos, de Suevia, de Portugal, de Navarra, y dos condes de Castilla.

Digo que he visto con particular

gusto una idea tan delicada, de tanta instrucción en la Historia y tan gloriosa a la monarquía española, de los que doy a VRma. la enhorabuena.165

165 Después del devastador incendio ocurrido en los Reales

Alcázares de Madrid en 1724, Felipe V, el primer Borbón español, se fijó como objetivo dentro de su reinado su reconstrucción. Las obras se iniciaron el 7 de abril de 1738, en el segundo periodo de su reinado, bajo la dirección de los arquitectos italianos Felipe Juvara y Juan Bau-tista Sachetti, y abarcaron mucho más tiempo del que en principio se podía presuponer, interviniendo no uno, sino tres reyes, en la recons-trucción de este Palacio Real y del acondicionamiento del espacio que lo rodeaba: el propio Felipe V que inicia la recuperación, Fernando VI que prosigue el proyecto aunque las obras se desarrollan a un ritmo bastante lento porque compartía sus intereses con el Real Sitio de Aranjuez, que también había sido pasto de las llamas en 1748, y Car-los III que vino a darle los últimos retoques al también conocido como

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Del Rmo. Pe. Mro. Alzugaray no hemos

tenido carta, porque se han perdido, pero sabemos que llegó con bien a Cartagena y Portobelo.166

Palacio de Oriente, añadiéndole un ala y estableciendo allí su residen-cia.

El segundo de estos reyes es quien asigna al erudito Padre Sarmiento la decoración del palacio, tanto de su aspecto exterior como del interior, presentando el monje un diseño iconográfico, -en tres informes de 1743, 1747 y 1750- en los que, tomando como base la Historia de España, buscó el ornato más adecuado, colocando una serie de estatuas y tapices de personajes de nuestra Historia en sitios muy significativos. Así, entre otros muchos, dedicó sectores de la fachada del edificio a Aragón, a Navarra, a Galicia, a Castilla, con las figuras de sus más destacados gobernantes a través de los siglos, y el sur a los nuevos pueblos americanos representados por México y Perú con las estatuas de Moctezuma y Atahualpa, agregando a todo ello la colocación de las cuatro estatuas de los emperadores romanos nacidos en España: Trajano, Teodosio, Arcadio y Honorio.

Todas estas esculturas, a lo largo de los años, han cambiado en varias ocasiones de sitio. Según un dicho popular, que nosotros no hemos confrontado, en principio todas fueron colocadas en tiempos de Fernando VI, a excepción de la de su madrastra Isabel de Farnesio, segunda esposa de Felipe V, persona no muy querida por el pueblo. Al iniciarse el reinado de Carlos III, cuya madre había sido Isabel de Farnesio, valoró la decisión que se había tomado con ella, motivo por el cual hizo bajar todos los bustos.

En todo este proceso, nada más tener conocimiento Sarmiento el 29 de febrero de 1748 por medio del Ministro Carvajal, de que el Rey había aceptado su diseño, y hasta 1753 en que concluye su mi-sión, tendrá al corriente a su amigo Juan Luis Roche, comentándole todo el desarrollo y pidiéndole, en ocasiones, sus ideas y pareceres, como ya hemos visto en otras cartas.

166 La flota de Galeones que iba a Tierra Firme salía en los

meses de verano y tomando la ruta de Canarias se dirigía a Cartagena de Indias y Portobelo, realizando el retorno a través de La Habana.

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El otro día, hablando unos religio-sos de que al Señor Carvajal lo hicieron miembro o por mejor decir protector de esa Academia Matritense, como yo dijese que también el Excmo. Señor duque de Medinasidonia lo era de la de Londres, me taparon la boca inmediatamente, respondiendo que ésta había sido hechu-ra de Don Jorge Juan, Capitán de Fraga-ta. No me dio mucho gusto esta razón, porque fue en ademán de oponerse al jus-to panegírico que también hice de sus ta-lentos.167

167 Venimos exponiendo insistentemente como las personas

cultas de la sociedad española del momento, al modo que lo venían haciendo la de los países más avanzados, se agruparon alrededor de las academias, como órgano desde el cual buscaban poder vencer el atraso científico que padecía el pueblo en todas sus estructuras; a la vez requerían el apoyo de la monarquía y de sus ministros para realzar a las instituciones, y poder defender mucho mejor los intereses que propugnaban. Esta postura será aprovechada por los propios protecto-res para, valiéndose de ellas, llegar con más facilidad a la propia so-ciedad transmitiéndoles sus deseos de reforma. Creo está nítido que hacemos referencia a los reyes borbónicos Felipe V, Fernando VI y Carlos III, y al conjunto de sus muy interesantes e importantes minis-tros, en sus relaciones con las academias españolas del siglo XVIII.

Pero claro, al igual que siempre ha ocurrido y seguirá ocu-rriendo, en estas instituciones y en todo organismo compuesto por personas, se forman sectores, tendencias, grupos, que a la postre, aun-que defendiendo las mismas ideas, no navegan todas en el mismo barco. No utilizan iguales medios para conseguir el mismo fin. Es decir existen partidarios de unos y de otros que, avalando a unos o cuestionando a otros, hacen que se resalten unas actuaciones o se obs-curezcan otras, aunque al final, fruto del trabajo común de todos, salga la luz.

Cita Roche en este pequeño párrafo a un ministro, a un noble y a un marino-científico que, enmarcados bajo la figura del Padre

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Los pésimos tomos del Pe. Soto Marne

no los he visto ni por el pergamino. La desazón que me ha ocasionado haber leído su memorial creo que me durará hasta la sepultura; siendo así que soy ca-si insensible a todos los contratiempos y pesares, sin exceptuar los mayores que puedan sobrevenirme, pero en viendo

Sarmiento, la suya propia de linajudo y cargador a Indias, y la de tan-tos monjes enclaustrados, nos dan una visión, aunque a pequeña esca-la, de quienes componían la sociedad culta de este siglo.

El ministro aludido es Don José Carvajal y Lancaster, repre-sentante del pacifismo del rey Fernando VI, quien tuvo una interesante participación en las academias, siendo, en este año de 1751, nombrado director de la Real Academia española -Roche la llama Matritense atendiendo sólo a su ubicación en Madrid-, cargo que ostentó hasta su muerte en 1754. Fue un hombre esforzado, trabajador, integro, auste-ro, de un profundo catolicismo y, además de todo, honesto en una época que era difícil serlo. Pero en medio de tantas cualidades, encon-tramos una laguna profunda que para él fue difícil de soslayar. Fue ésta su dificultad de llegar abiertamente a los demás, de sonreír, de hacer buenos amigos. Quizás esto tenga mucho que ver en el posicio-namiento que hace el autor de las cartas al lado del otro noble, de Pe-dro Alcántara de Guzmán, XIV duque de Medinasidonia y, como ve-nimos observando en el estudio de la correspondencia, gran amigo de Sarmiento. Además, jugando con las posibilidades, Roche pudo haber entrado en su contacto en la década anterior cuando estuvo dos años por estas tierras entablando relación con los ilustrados gaditanos.

La frase que “…había sido hechura de Don Jorge Juan” res-ponde a que el duque de Medinasidonia había sido recibido como miembro de la Real Sociedad de Londres a instancias del famoso ma-rino Jorge Juan en sus años de fervoroso reconocimiento de todas las naciones tras la expedición de La Condamine. Por supuesto años atrás, entre 1748 y 1750, pues en este último hubo de abandonar precipita-damente las islas, al ser descubiertas sus actividades de espionaje in-dustrial a favor de la Corona española.

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una injusticia o patrocinar una sinra-zón en daño del prójimo, se me arranca el alma sin poder resistirlo. Por eso algu-na vez he pensado en dar gracias a Dios por verme tan incapaz de cometer vileza, ingratitud o injusticia. ¡Ojalá de otros vicios estuviese tan libre! Conozco con gran vehemencia la intención del Pe. Soto Marne. Veo la inocencia de nuestro Ilmo. y lo acreedor que es a la mayor venera-ción humana. He leído sus obras con el mayor cuidado, y tengo la mayor parte de los autores que cita y citan sus émulos. Estoy bastante impuesto en casi todas las ciencias que en sus escritos se manejan, y por consecuencia puedo hacer rectísimo juicio de su mérito y afanes literarios; y esto mismo (sobre mi natural ya dicho) me acerba un dolor fuertísimo viéndolo tratar con tanta irreverencia e injusti-cia. Vamos claro: ¿quién tendrá valor para ver proteger (aunque de muy raros) un escrito en que se infiere que las obras del Sr. Feyjoo deben quemarse por mano del verdugo, y no sólo por un delito, sino por varios, y que cada uno in sólidum merece esta pena desafiando a su perso-na y escritos para el Tribunal Supremo de Inquisición y levantándole mil testimo-nios? Por otra parte, son muchos los que apoyan que el memorial está cortesano y atento, cuando atendiendo al alma y aun a la superficie, no puede estar más

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diabólico. Me parece imposible que el Pe.

Marne confiese que es suyo semejante es-crito. Pero por otro lado pienso no se ne-gará a ello, pues todos convienen, hasta sus mismos apasionados, en que sus dos tomos están desvergonzadísimos. Es opro-bio realmente de nuestra nación, y mu-cho más de su hábito, semejantes impug-naciones insolentes, de que no se dará ejemplar en los extranjeros.168

Mucho me ha gustado la providen-

cia (si se lleva con rigor) de que no se imprima sino en papel fino. En esto haríamos ventaja a las naciones que no dejan de embocarnos debajo de una be-lla encuadernación un papel ordinario. Es verdad que no llega al que por acá se usa, sin exceptuar las mejores obras que da lástima y enfado verlas en papel tan vil.169

168 Como quiera que ya hemos hecho referencia a la impugna-

ción que el Padre franciscano Francisco Soto Marne hizo a la obra de Fray Benito Jerónimo Feijoo con su publicación Reflexiones crítico apologéticas sobre las obras de Feijoo, motivando la respuesta del monje benedictino con su Justa repulsa de inicuas acusaciones, cree-mos no procede seguir abundando en este hecho. No obstante véanse las anotaciones realizadas en las cartas 2, 7, 18 y 19.

169 El papel, inventado en China por los años 105 a.C. en base

a trapos, corteza de árboles y otras plantas, y que vino a sustituir al viejo pergamino utilizado en el medievo, llegó a Europa a través de la Península Ibérica por los árabes, que ya en 1150 tenían molinos de papel instalados en Xátiva. Utilizaban como materia prima, no la mol-turación de los primitivos trapos, sino el lino, fibra que en años poste-

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riores dejó de utilizarse para volver a la anterior técnica de triturar viejas telas.

La propagación de este descubrimiento, que en un principio fue muy lenta por el sigilo y secreto con que actuaron sus descubrido-res, como ocurrió con otros importantes, corrió velozmente cuando atravesó las fronteras del país originario. Y no podía ser de otra mane-ra por su utilidad, bajo costo frente a los antiguos pergaminos y poder de almacenamiento. Pero esta ventaja se vio tremendamente acrecen-tada con el descubrimiento de la imprenta. Ya no era el copista o es-cribano el que demanda el papel para sus escritos, sino que la nueva imprenta requería considerables cantidades para sus impresiones, lle-gándose a la situación de tener los molineros dificultades para encon-trar los trapos necesarios. Es a partir de entonces cuando se busca la manera de sustituir esta materia prima por otra análoga, aunque aún habría un largo peregrinar hasta dar con la pasta de madera.

El propio Sarmiento, estudioso de las más diversas materias, ya en este siglo XVIII, propone buscar una alternativa al trapo tradi-cional, proponiendo que se fabrique papel a partir de las pitas tan abundantes en las nuevas tierras de México, por su buena y abundante hilaza. Pensamos que sus indicaciones no cayeron en saco roto, pues unos años más tarde, metidos en la segunda mitad del siglo, se promo-vió el cultivo del lino y del cáñamo en aquellas tierras, a fin de abaste-cer de materia prima a los molineros españoles.

El deseo de imprimir en este siglo de “las Luces”, de comuni-carse con los demás, de dar a conocer todo cuanto se sabe, hizo que las publicaciones en el XVIII fueron muy profusas. Toda persona cul-ta se veía en la necesidad de imprimir algo, de dar a conocer lo que estudiaba, investigaba y experimentaba a partir de la mucha informa-ción que acumulaban en las buenas librerías y gabinetes que conseguí-an reunir. Consecuentemente los artesanos papeleros se encontraban en la precisión de fabricar más y más papel, que no conseguían en todos los casos, y cuando lo lograban no correspondía a la calidad más apetecida.

Esta situación es la que valora Juan Luis Roche. Las publica-ciones europeas estaban en estos años fundamentalmente distribuidas en dos bloques. En uno de ellos se situaba Francia, Italia y España, donde el libro era muy lujoso, con buenos y excelentes grabados, aun-que en ocasiones el papel no iba en consonancia con su aspecto. En el otro grupo hallamos a Inglaterra que, incluyendo escuetas imágenes o dibujos, prestaba una especial atención a su estructuración o diseño, y sobre todo al papel en que se imprimía.

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Me acuerdo haberme escrito VRma.

sobre lo floreciente del comercio que de-bía haber en España, una pintura a los cuatro vientos, esto es, cuatro puertos de comercio a las cuatro plagas. Esta idea, tan ventajosa a vista del antiguo desgo-bierno de España, me hizo reír entonces. Hoy puede hacer llorar a muchos. Se halla el comercio en el más miserable es-tado que nunca, porque en todas las In-dias generalmente están los géneros y frutos tan baratos y más que en España. Es totalmente imposible tener otra cosa más que pérdidas grandes. El dinero so-bra, y por eso todos se atropellan en aventurar algo por no tenerlo parado, pero la pérdida es indispensable. Esto proviene de los muchos navíos que salen cada día, sin arreglar flota y galeones como antes. Únicamente los que tienen navíos propios hacen negocios, los demás perecerán en breve. El Rey tiene, en esto de salir muchos navíos, una utilidad muy grande, pero muy momentánea, porque muy presto se verá el desengaño, y se arreglarán las flotas cuando ya el daño no se pueda remediarse en un si-

Estas dos posiciones son las que intenta aunar Roche. Obtener

la belleza y el esplendor de nuestros libros, pero con la calidad de papel que utilizaban los ingleses.

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siglo. Vea VRma., si un solo comercio cuesta tanto al Gobierno de España ¿qué serían muchos? Así, piensan algunos, que nos es negado de arriba el don de Gobierno, porque ni por un rey justo, ni por minis-tros justificados se mejora; y lo mismo acontece con los labradores. Vemos una intención, unos deseos y unas providen-cias arregladísimas, pero todo se frustra y sólo queda en pie la cicatería de los in-feriores.170

170 Esta claro que en estos años la zona de la bahía gaditana se

encontraba en un periodo de apogeo. La propia ciudad de Cádiz había crecido espectacularmente pasando a ser la quinta población más habi-tada de España después de Madrid, Barcelona, Valencia y Sevilla, y los comerciantes de media Europa -italianos, franceses, flamencos, ingleses, etc.- habían llegado al olor del mucho dinero que se movía en las relaciones de importar y exportar materias con las nuevas tierras americanas. Su población cosmopolita se observaba en la vida coti-diana de la ciudad, con los muchos hábitos y costumbres que habían importado tanto forastero arribado, pues cuando hay posibilidades económicas los hombres trasladan con su residencia las costumbres que tuvieron en sus lugares de origen.

Todo este esplendor parece que Roche no lo ve; su comentario es en sentido contrario. Manifiesta que la importante actividad comer-cial se encuentra en un momento de recesión. Afirma que “Se halla el comercio en más miserable estado que nunca”, y posiblemente lo fue-ra, pero no de una manera global, y por lo tanto no para todo el mun-do, aunque sí para él y las personas de su entorno.

En el excelente trabajo de Don Antonio García-Baquero Cádiz y el Atlántico (1717-1778) -indispensable para analizar el Cádiz co-mercial del siglo XVIII- nos expone el autor como hasta 1747 hubo un aumento progresivo de la actividad comercial con el traslado de la Casa de la Contratación de Sevilla a Cádiz, y como a partir de este momento el incremento fue mucho más significativo hasta la firma del decreto de Libre Comercio en 1778. Por lo tanto, y con este estudio exhaustivo y bien documentado, parecer que se desmonta la opinión del cargador a Indias portuense. Podría pensarse que, en ese caso en

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concreto, estuviera equivocado Roche, posibilidad no muy probable, pues a lo largo de todo el estudio que llevamos realizado siempre hemos hallado documentos o justificación a sus comentarios, y en este caso podría también ser que tuviese razón, aunque sólo desde su pro-pia perspectiva y de la familia Vizarrón para la que trabajaba.

Nos hallamos en los inicios de la segundad mitad del siglo, y se han dejado sin efecto el sistema regular de flotas y galeones, a los que él hace referencia en esta carta, que producía sabrosos beneficios a los comerciantes españoles arriesgando muy poco en la actividad. En muchas de las operaciones que intervenían actuaban simplemente como puros comisionistas, a la vez que por la exclusividad de comer-ciar y participar en las ferias americanas, controlaban los precios y sus excelentes ganancias. Pero la situación cambió sensiblemente. Los gobernantes borbónicos, en un deseo de acabar con el contrabando y a la vez buscando la manera de no dejar desabastecidos a los pueblos americanos, flexibilizaron el monopolio dejando de funcionar el tradi-cional sistema de flotas y galeones. En su lugar se estableció el proce-dimiento de registros sueltos, que vino a beneficiar a aquellos que tenían navíos propios, permitiendo al comercio gaditano, en opinión García-Baquero, “…aumentar sensiblemente el volumen de sus tran-sacciones…” aunque a costa de “…renunciar a la política restrictiva y control del mercado que se había practicado hasta entonces y en con-secuencia a disminuir los márgenes de beneficios.”

¿Qué ocurrió con este cambio? Que la mayoría de los comer-ciantes españoles, utilizando el argot futbolístico, se quedaron fuera de juego. No supieron, o no quisieron adaptarse al cambio, no quisieron exponer sus caudales, y fueron los extranjeros los que arriesgando e invirtiendo sacaron provecho del cambio.

Todos estos cambios no pasaron desapercibidos para el exce-lente historiador, e igual persona a la que siempre hemos tomado co-mo ejemplo a imitar por sus excelentes trabajos, Juan José Iglesias Rodríguez, quien en el concienzudo estudio Una ciudad mercantil en el siglo XVIII: El Puerto de Santa María, en el capítulo dedicado a la actividad comercial, analiza lo manifestado, y agrega que resultó muy perjudicial “…la iguala de derechos establecida en 1742 entre las aduanas reales de El Puerto y Cádiz. Alegaba el administrador de la aduana gaditana que, al devengar inferiores derechos las mercancías en la portuense, el comercio de Cádiz se veía notablemente perjudica-do, por lo que exigió el cese de este trato en apariencia discriminato-rio.”

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Mucho me he dilatado insensible-

mente. Quedo a la obediencia de VRma.

con toda voluntad y rogando a nuestro Señor dilate su vida muchos años.

Puerto de Santa María, agosto 9 de

1751

Rmo. Padre. B.L.M. de su VRma. su muy afecto y re-

verente servidor Juan Luis Roche

Posdata La inclusa lleva algunas noveda-

des.

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Nº 29.- (Autógrafa) 1751, septiembre, 20. EL PUERTO DE SANTA

MARÍA (Cádiz) Visión del duque de Medinasidonia como

erudito, virtuoso y docto. Respuesta a las ideas que le ha comunicado el Padre Sar-miento sobre como debería ser el comercio en España. Leyes que se aplicaban a los de-fraudadores. Aumento de los precios del pa-pel y otros diversos artículos. Estado en que se encontraba la actividad comercial. El fraude en Indias y la compra de los em-pleos. Arribada a El Puerto de dos Procura-dores jesuitas procedentes de Buenos Aires. Petición de una nueva partida de libros.

M.M. Rmo. Padre Mro. Fray Martín Sarmiento.

Muy Rdo. Pe. y Sr. mío: Recibí la estima de VRma. con todo

gusto, y quedo celebrando la honesta y virtuosa aplicación a las buenas letras del Señor duque de Medinasidonia, de-jándome cautivo y enamorado este señor que tan sabiamente se aparta de los vi-cios, y se inclina a las virtudes, para ejemplo de la primera nobleza de España.

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La idea de comercio que propone

VRma. es tan natural que rarísimo habrá que se le haya escapado en la mayor par-te. A lo menos, yo confieso de mí que me la representó la imaginación muchas ve-ces, y otras tantas las he aprobado y te-nido por fijamente buena, ajena en fin de la tiranía, y arregladas a leyes Divi-nas y naturales. Pero como lo que se practica en el mundo es opuesto a estas leyes, y que carece de remedio, o a lo me-nos sólo Dios podrá disponerlo, ya no hablamos de tales cosas, sino es revestidos de la política mundana, por no hartar-nos de gritar sin fruto y que nos tengan por locos. Esta consideración, y otras, creo que harán los sabios eclesiásticos que nunca faltaron de los reinos, y aun de los palacios de los príncipes, pues estos no carecen de doctos predicadores y con-fesores que los guíen. Pero vemos con har-ta admiración, que aquellos mismos que se atreven a glosar o explicar las Bulas Pontificias y leyes Divinas a su modo a favor de la naturaleza, no tiene alientos para hacer lo mismo con los decretos re-ales a favor del prójimo, y aunque éste perezca no decaerse un punto el gasto y vanidad de la Corte.

Manda el Rey verbigracia que el que

defraudare sus rentas pierda aquellos

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bienes que se le cogieren en el fraude, y que se proceda contra su persona y los demás que le quedaren. Esta ley tan ti-rana es imposible que la ordene un rey piadoso, y así, con justa razón, se atribu-ye a los ministros inferiores. En efecto, mándelo quien lo mandare, lo que suce-de es que sí falta una firma en un despa-cho, o entre los géneros despachados se hallan algunos de más o de diferente es-pecie, todo se da por decomiso, se pierde o se lo lleva el diablo. De manera que sa-cada la cuenta, por tres o cuatro pesos que quería ahorrar de dichos, con mali-cia o sin ella, pierde toda su hacienda sea la que se fuere, aunque sea ajena. Pregunto ahora ¿por qué no definen este hurto los teólogos al Monarca como nos lo ponen en el séptimo del Decálogo? Esto es, que la pena pecuniaria sea a propor-ción del delito, como allí lo es la peni-tencia o gravedad del pecado a corres-pondencia de la malicia del cuanto, del modo, etc. con que lo hacen. Ello es cierto que el pecado del fraude se castiga bár-baramente sin atender a las circunstan-cias que agravan o disminuyen el delito, ni castigar éste con la proporción que merece. Y también es cierto que ningún teólogo se opone a estas leyes, ni las ex-plica, porque todos estamos revestidos de política desde que los reyes no aran la tierra ni guardan ganados.

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Del mismo modo que se portan los

teólogos, nos sucede a todos. Nadie pien-sa, habla, ni propone verdaderos reme-dios aunque los sepa; porque si vamos a remedios desde el solio habían de empe-zar las medicinas. Sobrada pena era pa-ra el que defrauda inocentemente o por ignorancia que pagase doble derechos. Al que por malicia de ahorrar algunos leves derechos, diez veces doble; y al defrau-dador que sólo vive de esto, aniquilarlo y destruirlo. Con esto todos quedarían gus-tosos, el rey servido, y con bastante rigor sus decretos.171

171 El monopolio como actividad comercial en que la oferta de

un producto sólo recae en una persona, o reducido grupo de ellas, aparte de las ventajas que pueda tener, siempre ha conducido a un alza de los precios, y consiguientemente al contrabando, que permite ven-der los mismos artículos, al margen de la ley, a unos precios sensible-mente inferiores.

Esta fraudulenta actividad fue moneda habitual en la carrera de Indias, sobre todo a partir del siglo XVI. A los propios navíos, nada más empezar a dársele forma a su costillaje en las atarazanas, se estu-diaba detenidamente cual iba a ser el habitáculo destinado al contra-bando. O sea que esta actividad, al margen de la legalidad, era por todos conocida y practicada aunque no todos participaban en ella en igualdad de condiciones, ni obtenían los mismos beneficios. Mientras unos obtenían un menguado beneficio traficando con los productos americanos que llegaban a España como el cacao, el algodón, el taba-co, etc.., otros, los nativos americanos, debían pagar unos elevados precios por los tejidos, bebidas alcohólicas, aceite, que les llegaba, y un tercer colectivo, el de los hombres ricos e influyentes, extranjeros y algunos españoles, eran los que obtenían el más preciado de los pro-ductos: el metal brillante, la plata hecha moneda, los pesos, que les permitían acumular enormes riquezas. Queda claro que no desarrolla-ban la misma actividad este último grupo que hacía llegar a sus navíos

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No solamente el papel, sino todos los

géneros han subido muy alto con la oca-sión de salir muchos navíos como dice VRma.

No hay duda que todos en esta vida

viven con muchísimos afanes. Pero le pro-testo a VRma que el de algunos comercian-tes excede al de muchos labradores. Amarga vida, por cierto, aquella que en la vida, la honra y el caudal (que es to-do lo que hay que perder) siempre está pendiente de un hilo o de una fortuna harto contingente y variable. Agregase a esto los trabajos de la navegación, el re-mo de la pluma, la ausencia de la fami-lia y de la patria, y el sujetarse a climas contrarios. Esta semana quebraron dos en Cádiz; el uno de ellos en más de tres-cientos mil pesos a que agregando dos-cientos mil que tendría de caudal propio, viene a ser la pérdida de quinientos mil

a otro puerto del prefijado, aduciendo “extravío de ruta”, “avería en el velamen”, “vía de agua”, “escasez de alimentos o agua”, para una vez en estos fondeaderos contactar con las autoridades locales y hacer negocios; que aquellos otros humildes campesinos, o personas sin empleo, que pululaban alrededor de los navíos de la ruta.

Sin embargo, como propia ley natural, como situación que siempre se ha dado y continuará dándose, los pequeños eran los que respondían ante la ley. A los grandes, a los poderosos, difícilmente se les sorprendía, y cuando esto ocurría, nunca había proporción entre las sanciones de unos y de otros.

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pesos. Considere ahora VRma. dos cosas: la primera cual se verá este desdichado ro-deado de quejas, perdido el crédito y la familia, y en un punto a pedir limosna; y la segunda cuales estarán las Indias, el comercio y los comerciantes pues sin pér-dida de naves se experimentan tan cre-cidos daños.

El estar las Indias a teja vana para

el fraude, consiste gran parte en feriarse los empleos. Cualquiera que allí lo logra es menester haga tres bolsillos: el primero para embolsar lo mucho que derramó para conseguirlo; el segundo para comer y que le quede; y el tercero para que no solamente le perdonen los pecados come-tidos, sino que le den otro empleo más al-to.172

172 Con el establecimiento de la administración hispana en las

nuevas tierras americanas llegó también la corrupción, tomándose como modelo de gobierno. Los sobornos, el comercio fraudulento, del que hemos hablado en la nota anterior, y los cohechos fueron prácticas habituales.

Toda esta situación provenía, se derivaba o tenía su origen, en la venta de los oficios públicos, en “feriarse” los cargos. Los nombra-mientos eran reales, pero previamente los interesados debían pagar una importante cantidad para la hacienda. Quienes entraban en este entramado eran personas de buena situación económica, cuyos cauda-les les permitían realizar la inversión, pero siempre teniendo presente que habían de rentabilizarla, que habían de obtener mucho más de lo invertido.

Una vez obtenido el cargo, ponían en ejecución el objetivo que les había llevado a él, sin importarles cuales eran los medios para

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Dejando pendiente asunto tan mo-

lesto, paso a decir a VRma. como llegaron de Buenos Aires dos Procuradores a Ro-ma jesuitas, llamado el uno Pe. Pedro de Arroyo y Pe. Carlos Gervasoni el otro. Y habiéndonos visitado dos veces han que-dado muy afectos a VRma., así por haber leído sus obras como por haberse excitado la conversión con los elogios merecidos, y estando para pasar a esa Corte no deja-rán de visitarlo.173

conseguirlo, teniendo solamente en mente la manera de obtener un beneficio rápido.

173 Estos sacerdotes jesuitas, los Padres Arroyo y Gervasoni,

venían exactamente de su Colegio Máximo y Universidad de Córdoba en Tucumán, que inició su andadura en agosto de 1621, aunque no fue hasta 1692 cuando consiguió su aprobación por la Audiencia de la Plata, y la real le llegó en 1716.

La misión que les traía consistía en realizar una serie de ges-tiones que les posibilitaran el establecimiento de una imprenta en su colegio-universidad, dentro de la línea de interés que ya habían mani-festado en otras fundaciones análogas, como había sido en Lima y en tierras mejicanas, de transmitir la cultura a través de sus importantes fundaciones.

El cometido que venían a realizar, en nombre de los superio-res de su comunidad, y que les permitirán poner en funcionamiento la segunda imprenta en todo el Río de la Plata, iba en dos encargos. Por una parte conseguir de Roma, y de aquí en la Corte, las licencias oportunas, y por otra buscar y adquirir toda la maquinaria necesaria que en aquellas tierras no podían hallar.

La tarea no resultó fácil, y aún tuvieron que esperar los jesui-tas cordobeses el pasó de siete años, hasta que en 1758 se empezó a recibir el primer material para la labor que querían ejecutar, no con-cluyéndose su puesta a punto hasta 1761. Cuando todo parecía estar listo hubo una nueva demora, y fue definitivamente en 1765, ya trans-curridos catorce años de la visita de los jesuitas a Roche, cuando el

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La minuta inclusa de libros, esti-

maré a VRma. se la encomiende al Sr. Me-na para que Granados, que salió esta se-mana, traiga los que pudiere a pronto buenamente. No envío el dinero por el dicho Granados porque todavía no me ha pagado, ni tampoco lo envío en letra porque las que hay en este pueblo son con sesenta días de plazo, por lo cual entre-garé trescientos pesos al Sr. Lozada de Cádiz, mañana, y mientras se servirá VRma. de abonarme, perdonándome la confianza y quedando rogando a nues-tro Señor dilate su vida muchos años.

Puerto de Santa María, septiembre

20 de 1751

Rmo. Padre.

virrey del Perú, Manuel de Amat, les otorgó todas las licencias opor-tunas para su puesta en funcionamiento. Catorce años de espera para una efímera existencia, pues solamente dos años después los tipos tipográficos dejaron su encuentro con el blanco papel debido al extra-ñamiento de los jesuitas.

Todo quedó abandonado, todo quedó en el olvido, y el mate-rial de imprimir se cubrió de polvo y telarañas en los sótanos del in-ternado, de donde en 1780 los sacó el virrey Vertiz para trasladarlos al Colegio de Niños Expósitos de la ciudad de Buenos Aires.

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B.L.M. de su VRma. su muy afecto y re-verente servidor Juan Luis Roche

Posdata El Sr. Feyjoo me tiene escrito que me

enviaría VRma. el tomo 1º y 2º de Cartas, para el Sr. Pedro Alonso.

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Nº 30.- (Autógrafa) 1751, octubre, 12. EL PUERTO DE SANTA

MARÍA (Cádiz) Curso en que se encuentra una nueva par-

tida de libros franceses solicitados a los libreros de la Corte. Nota sobre los dueños de los navíos que viajan en ellos comer-ciando con Indias. Situación del comercio y el campo. Suspensión de cierto viaje pro-gramado por los reyes. Sevilla y el duque de Módena.

M.M. Rmo. Padre Mro. Fray Martín Sarmiento.

Muy Rdo. Pe. y Sr. mío: Recibí la estimada de VRma. con todo

gusto estimando su atención y cuidado en cuanto a los libros, los cuales no co-rren prisa y pueden aguardar a otro via-je de Granados para que desquite, en par-te, algo de lo que me debe; y si cuando llegare ésta no estuvieren comprados los libros franceses, se puede suspender su compra por cuanto han venido a Cádiz

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muchos cajones en que no faltarán aque-llos autores.

Las letras “FB” y “B” de la dedicato-

ria dicen Francisco Boulee y Bordas que es el que escribió, o le escribieron, la no-vena, como yo lo hice con la dedicatoria, en la cual hubiera puesto una inventiva muy justa y clara si yo fuese el autor o hallase en éste la fortaleza correspon-diente.

Es evidente que si la ambición de los

hombres tuviese un justo límite, no an-siaran a más que a pasar por alguna quietud esta miserable vida, pero mien-tras más tienen más quieren, y mientras más viejos más trabajan y más olvidados están de la muerte. A mí me asombra el ver unos viejos sesentones arrojarse a la navegación dejando el descanso de su casa, mujer e hijos por acrecentar el cau-dal inmenso que ya poseen.174

174 Roche, cuando se detiene a hacer esta reflexión, tiene trein-

ta y tres años; su posición económica, aunque no nadando en la abun-dancia, es bastante desahogada. No tiene hijos, no piensa en contraer matrimonio, parece que va a ser solterón de por vida, y los ingresos que le llegan van destinados a cubrir sus inquietudes culturales, erudi-tas, humanitarias y caritativas. Pero el tiempo transcurre, y con él lle-garan las realidades en las que dijo nunca se encontraría. Llegó a este periodo de su vida que ahora llama un poco despectivamente de viejo sesentón, en 1778, cuando se encontraba en plena actividad dentro de la administración publica municipal. Acababa de nacer su hijo José Luis, fruto de su primer matrimonio y quinto de los once hijos que

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Menos dañosa es la falta de protec-

ción en el comercio que en el campo, cu-yo cultivo debía ser el primer objeto de la buena política de todos los monarcas.175

tuvo en los dos que contrajo, y va a adquirir la Tesorería de Propios y Arbitrios de El Puerto, el cinco de octubre, en una operación harto complicada que le acarreará ingratos sinsabores. Pero estos años tarda-rán en llegar, y cuando lleguen dará un giro significativo a su vida.

175 Sabemos que Juan Luis Roche era un hombre experto en

actividades comerciales, sobre todo en aquellas que se enmarcaban dentro del intercambio de productos con las nuevas tierras americanas, pues desarrollaba la labor de administrador y hombre de confianza de una de las más afamadas familias de cargadores a Indias: los herma-nos Pablo y Clara Vizarrón; y él mismo, en 1755, pasará a ser uno más de ellos. Pero también era un hombre erudito, ilustrado, pensador, que se hallaba inmerso en las nuevas ideas renovadoras deseosas de con-seguir la transformación que la sociedad española de su tiempo necesi-taba, llevándole a debatir y cuestionar las situaciones en las que vivía el pueblo. Por eso, entre otros muchos temas, lo mismo trata con Sar-miento de la situación del comercio americano que del problema del agro español.

Nos encontramos en tiempos de Fernando VI. La población, en especial la rural, estaba inmersa en un ritmo de crecimiento, sin embargo la situación del campo seguía en el mismo lamentable estado que con el último de los Austrias. Estamos a mediados del siglo XVIII, pero los campesinos, los labradores y pequeños propietarios, junto a los pescadores y ganaderos que conformaban el mismo sector, y que comprendía las tres cuartas partes de toda la población, seguían viviendo en iguales condiciones a como lo hacían a finales del XVII. Las tierras mejores continuaban estando, en líneas generales, en ma-nos de los grandes propietarios como el Estado, la Iglesia, los grandes, los duques y los mayorazgos, quedando, las que con gran dificultad producían algo, en manos de los pequeños campesinos y arrendadores. Debían estos hacer frente a las rentas, buscar la sementera en los pósi-tos con su correspondiente interés, aportar los aperos de labranza y los animales de carga, pagar, a más de uno, los gravosos impuestos, y al final, si la climatología había sido apropiada, dar de comer a tan nu-merosa prole. De ahí, que toda la familia, en la que se incluían muje-

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Todos se han alegrado por acá de la

suspensión de la jornada de Sus Majesta-des, por los motivos que se dejan discu-rrir.176

res y niños de cualquier edad, trabajasen el campo para sacarle algo de rentabilidad. Y éste era un grupo algo privilegiado, pues aún había otro que corría peor suerte, el de los braceros que no tenían más capi-tal que su fuerza física, viéndose sometidos, por su no especialización, a acudir al campo en determinados momentos, y a tener que emigrar de pueblo en pueblo buscando trabajo y cambiando de actividad.

Podemos buscar cualquier adjetivo para calificar la situación, pero ninguno se puede corresponder con el de un estado apetecido y aceptado por la gran mayoría. Existían conflictos sociales rurales, aunque muchos menos de los que eran previsibles por las grandes desigualdades. En épocas de abundancia los productos se abarataban considerablemente, pero el poderoso tenía medios para no sacarlos al mercado en espera de una mejor ocasión; por el contrario, el meneste-roso debía vender a cualquier precio para conseguir sobrevivir. Cuan-do la situación era a la inversa, el primer grupo recurría a lo almace-nado, consiguiendo una jugosa rentabilidad; al grupo de la gran mayo-ría le tocaba padecer hambre y vivir, muchos de ellos, de la caridad.

Por eso todos suspiraban, y aún hoy transcurridos más de dos siglos siguen anhelando, por una ley agraria que pusiera un orden justo en la relaciones del agro, aunque algo hicieron los ministros reformadores en Andalucía, años después, con las pragmáticas de 1767 y 1770 sobre repartos de baldíos y tierras concejiles, y el esta-blecimiento de muchos nuevos propietarios.

176 Los reyes, Fernando VI y Bárbara de Braganza, no fueron

muy propensos a desplazarse fuera de su Corte -excepción hecha de Aranjuez en los meses de verano- y a viajar por los pueblos y ciudades de su reino, es más, podemos afirmar que muy poco conocían de sus ciudades, de sus pueblos, de sus vecinos, y por tanto de los problemas que padecían sus vasallos. La mala salud de la reina, el mal estado en que se encontraban los caminos, el polvo que levantaba la abundante comitiva y que obligaba a regar el trayecto antes del paso de la reina para evitar que se agudizaran sus problemas respiratorios -Bárbara padecía asma-, condicionaron siempre las salidas.

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Tenemos preso en Sevilla al pasado

duque de Módena,177 cuyos fines espera-mos con ansia y procuraré avisarlo; y con esto quedo a la obediencia de VRma. y ro-gando a nuestro Señor dilate su vida muchos años.

Puerto de Santa María, octubre 12

de 1751

En esta ocasión el duque de Huescar, después Alba a la muer-

te de su madre, Fernando de Silva Álvarez de Toledo, les propuso realizar un viaje a sus tierras, pero cuando todo estaba previsto para la salida se suspendió, alegándose que la reina padecía uno de sus mu-chos procesos respiratorios. Posiblemente así fuera, pues no era nada raro, pero quizás el motivo de la cancelación fuera el de siempre, el no abandonar la residencia habitual.

177 La alusión es al italiano Francisco III, duque de Módena y

de Reggio. En un principio fue adepto a la causa austriaca contra los turcos, para luego aliarse con los franceses -quienes habían ocupado sus posesiones entre 1703 y 1707, y más tarde entre los años 1734 a 1736- y con los españoles durante la guerra de sucesión de Austria.

En 1742, después de la derrota de las tropas españolas en Camposanto, y posteriormente en 1745 en Piacenza, sus estados fue-ron invadidos y saqueados, debiendo exilarse para salvar la vida.

Todo lo que no consiguió en el aspecto político y militar, lo logró como mecenas de las artes y de las letras, protegiendo a Murato-ri (1731-1794) y a Tiraboschi (1672-1750), ambos religiosos eruditos que vivieron y murieron en Módena.

Tras la Paz de Aquisgran en 1748, le fueron reconocidos sus estados, y con posterioridad, en 1771, fue nombrado gobernador de Lombardía.

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Rmo. Padre.

B.L.M. de su VRma. su muy afecto y re-verente servidor Juan Luis Roche

Posdata El Sr. Lozada ya habrá avisado el

recibo de los trescientos pesos.

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Nº 31.- (Autógrafa) 1751, octubre, 24. EL PUERTO DE SANTA

MARÍA (Cádiz) Actividad de Roche como comerciante de

libros con Indias. Nueva puntualización so-bre la situación del comercio y el contra-bando. Algunos obsequios recibidos del Obispo de Canarias. Actividad comercial al-rededor de los navíos que arriban de Indi-as.

M.M. Rmo. Padre Mro. Fray Martín Sarmiento.

Muy Rdo. Pe. y Sr. mío: Deseo a VRma. toda salud. Antier sa-

lió Granados para esa Corte, quien podrá traer los libros que hubiere comprado, y a su tiempo la inclusa papeleta, suplicando a VRma., otra vez, se sirva regalar al Sr. Mena con franqueza, diciéndole que de-seo servirlo en cuanto valiere, pues no tiene la culpa de que casi todos los libros que me envían salgan malos. Yo he to-mado el refugio de enviar a Indias los inútiles empapelados en comedias, nove-las, cartillas y catones con algunos misa-

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les y breviarios de por alto. No sé sí cono-cerán la maula. La Biblioteca de Don Ni-colás Antonio la he logrado (intacta) en cuarenta y seis pesos, que no me parece cara, mediante lo escasa que anda.

Por acá no hay más novedad que el

rigor cada día mayor del contrabando, haciendo volver a descargar los navíos que van a Indias por sólo sospechas, de lo que se sigue a los dueños mucho daño y pérdida considerable. Es bueno este celo de la Real Hacienda, pero se hace muy penoso a los vasallos por lo poco pujante que se hallan de dineros.178 A un piloto,

178 A lo largo de este siglo XVIII Cádiz destaca por su efer-

vescente actividad comercial, pero junto a ella hay que dejar constan-cia del importante núcleo cultural que se forjó. Con la abundante in-migración llegaron las nuevas ideas que recorrían la vieja Europa, formándose tertulias, círculos de opinión, excelentes librerías, editores e impresores que nos ayudan hoy a valorar cual era la situación, y de todo este ambiente participaba Roche. Son los años de la creación por los Borbones de la Academia de Guardias Marinas y del Real Colegio de Cirugía, de la circulación de los más avanzados libros, del desarro-llo de las técnicas de impresión, de una floreciente prensa periódica, de representaciones teatrales y musicales, etc. Por eso, no es de extra-ñar que entre la abundante correspondencia que recibía Sarmiento de sus muchos amigos ilustrados, hubiese una parte interesante que tuvie-se por origen la vieja ciudad de Gades. En la colección que se encuen-tra en la Academia de la Historia (9/5762) se hallan varias de ellas; unas son de residentes en la propia ciudad, y otras son de amigos de su entorno que se hallan a la espera de que se organizara el viaje de ida a las Indias. En 1734 Antonio de la Vandera Reyero, vecino de Cádiz, le escribe informándole sobre las academias y los últimos inventos físi-cos como el telescopio, y en 1739 José Pardo Figueroa, que se encuen-tra esperando el momento de partir, recalca la situación del comercio y el contrabando, con una clara censura al primer gobierno borbónico de

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que me vino recomendado de Vizcaya, lo prendieron en la Puerta de Cádiz por un cañón de lacre que le hallaron en el ba-úl para sellar sus cartas. No queda nin-guno a quien no registren hasta las bra-gas, y la vergüenza y la gravedad espa-ñola, tan envidiada de las naciones, se irá perdiendo con el manoseo de hom-bres tan indignos, cuando los antiguos españoles no se amancillaban ni a sus propias mujeres. El haberles quitado el bigote, la melena y la espada es muy po-ca cosa contra el respeto para lo que hoy se ejecuta.179 En la inclusa del Sr. Feyjoo van otras novedades.

Felipe V: “Ai gravisimas dificultades tocante a embarcar los libros por impedir llevar carga alguna los navios, estando cargados de contra-bando, y lo que uno se ha movido en buscarlos y tenerlos, ha sido solo para dejar pasto a la polilla, este es el gran gobierno de nuestra Mo-narquia…”

179 Venimos observando, a través de las últimas cartas estu-

diadas, como hay una crítica casi continua por parte de Roche, y qui-zás también por Sarmiento, de la administración borbónica, y por tan-to de los propios monarcas. En esta ocasión se vale de la vestimenta española que se ha ido transformando desde la llegada de Felipe V, alterando nuestras tradicionales costumbres.

Con el inicio del nuevo siglo y la llegada de los reyes de pro-cedencia francesa, las clases más pudientes abandonaron el antiguo traje español, característico por su seriedad y austeridad. Cambiaron las botas altas por medias y zapatos con hebillas; tomaron la ajustada casaca; despreciaron su pelo natural con bigote, melena y perilla para cambiarlo por una empolvada melena; menospreciaron la golilla, que tanto molestaba a Felipe V, para sustituirla por un lienzo anudado al cuello: la corbata; y lo que es más, despreciaron la espada que siempre pendía del cinto, para en su lugar, en el mejor de los casos, poner un espadín o el sencillo bastón.

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Llegando aquí recibí la estimada

de VRma. a quien doy las gracias por su cuidado en el apronto de los libros, y le suplico discurra en que puedo servirlo. De Indias ya no se traen regalos ni curiosi-dades porque de todas se apoderan los ministros del Rey. El Sr. Obispo de Cana-rias 180me hizo un gran regalo de cacao, vino, miel, cocos y tres ramas muy gran-des de plátanos cargadas de fruta. Todo

Este cambio a la francesa fue muy mal visto por la sociedad

culta española. No se admitía semejante transformación, pues conside-raban que se había mancillado el honor de los españoles, y se les había hecho perder su aspecto y semblante de virilidad.

La innovación, mal vista por unos y poco asequible al pueblo llano por su coste elevado, dio motivo a que se potenciara la típica “capa”, que haciéndose cada vez más larga y utilizando como com-plemento el sombrero chambergo, llegó a generalizarse. La nueva vestimenta, y su aspecto de disfraz, originó no pocas críticas de los ministros borbónicos, quienes veían en ella una manera de ocultar la identidad. Pusiéronse en práctica diversas actuaciones para eliminar su uso, lo que condujo a la población, aunque con otras connotaciones más profundas, al famoso motín de Esquilache.

180 Este obispo era Fray Valentín Morán Menéndez, merceda-

rio, natural de Avilés, nacido el 20 de febrero de 1694, quien ingresó a los dieciséis años en el convento de la Merced de Sabugo. Nombrado en 1730 Vicario General de su Orden, viajó al Perú de donde regresó cuatro años más tarde para ser nombrado predicador del rey Felipe V. En 1738 obtuvo el cargo de Procurador en la Curia Romana, instalán-dose en Roma y consiguiendo el aprecio del Papa Benedicto XIV por sus grandes virtudes.

A su regreso, en 1750, fue elegido obispo de Panamá. Sin em-bargo, y cuando se hallaba prestó para regresar de nuevo a América, se le adjudicó el obispado de Canarias arribando a las Islas Afortuna-das el 14 de julio de 1751.

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lo esperaba muy contento para repartir con mis amigos, pero nada llegó sino el cacao que en cualquier parte se halla. El tabaco de regalo que viene de Indias, también hacen la maldad de cambiarlo por otro indigno. Esto nace de que toda la carga de los navíos (hasta las cajas de los marineros) se almacena por cuenta del Rey, y después se va entregando poco a poco, cuando les parece. No dan recibo sino de lo sustancial de la carga, y así lo demás se pierde, o lo ocultan, y si algo se coge cuesta muchos pasos y afanes.

Quedo a la obediencia de VRma. con

fino afecto y rogando a nuestro Señor di-late su vida muchos años.

Puerto de Santa María, octubre 24

de 1751

Rmo. Padre. B.L.M. de su VRma. su muy afecto y re-

verente servidor Juan Luis Roche

Posdata Granados entregó los dos libros bien

acondicionados.

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Nº 32.- (Por amanuense) 1751, diciembre, 27. EL PUERTO DE SANTA

MARÍA (Cádiz) Relatando un combate naval habido con

bajeles moros. Sobre las dificultades que encuentra Sarmiento en la dirección de los adornos del Palacio Real, que con anterio-ridad debió comunicarle. Acerca del Diccio-nario de Autoridades de la Academia Españo-la.

M.M. Rmo. Padre Mro. Fray Martín Sarmiento.

Muy Rdo. Pe.: Recibí la estimada de VRma. con todo

gusto, y con el mismo le envío la inclusa relación y carta al Sr. Feijoo, para que se divierta VRma. con la función naval ocu-rrida con los moros, que aunque ya verá pública en todas partes, puede ser padez-ca alteración, lo que no tiene la presen-te.181

181 Debió corresponder a una de las muchas escaramuzas que

solían darse con los moros en aguas próximas a Cádiz, y las que por su asiduidad no nos han dejado una concreta referencia posterior.

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Jamás dudé de las muchísimas de-

sazones que pasaría VRma. con la incum-bencia del adorno del nuevo palacio, y todas se podrían llevar a bien cuando no se alterase la idea propia, ni embocasen con esta capa otras ideas estrafalarias. No obstante, no podemos dudar que se-rán los adornos un todo de perfecciones, aunque no lleguen a la delicadeza que había imaginado VRma., a quien puede servir de algún consuelo el ver que en ca-si todas las cosas sucede lo mismo, pues para conseguir de un artífice lo que se desea, es menester más estudio que el que costó idear la máquina que se le pide. En esto tengo alguna experiencia, y muchos reales gastados sin fruto.182

Hubiera sido interesante haber encontrado el relato en la nota que se adjuntaba, pero de todas las que remitió Roche, bien porque fueron reenviadas por Sarmiento a Feijoo u a otro personaje, o simplemente por extravió, sólo encontramos al final de la colección dos, y corres-ponden a peticiones de libros.

También podemos considerar como causa del extravío, sí así fue, que el benedictino Sobreyra, que estudió toda la correspondencia de Sarmiento y la seleccionó, se topara con las notas y, no teniendo ni fecha ni firma, no supiese a quien correspondía, por lo que no las va-loró en su justa medida, apartándolas de los documentos que encua-dernados fueron a la Academia de la Historia.

182 Desde el mismo momento que en 1748 el ministro Carvajal

comunica a Sarmiento que su proyecto de decoración del Palacio Real ha sido aceptado por Fernando VI, y hasta 1753 en que lo concluye, el monje vivió intensamente pendiente de los trabajos. Fueron cinco años en los que, sin dejar su actividad cotidiana en relación con la cultura, dirigió y plasmó las ideas que tenía preconcebidas. Esta labor, que

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Tengo reparado que habiendo la

Academia Española manejado gran co-pia de autores antiguos y modernos para componer el Diccionario de la Lengua, cuya serie pone al principio de cada to-mo,183 no echó mano de las obras del Sr. Feyjoo, ni de VRma. , ni del Pe. Luis Losada184

realizó con gran ilusión dado su carácter de persona perfeccionista, le llevaron a continuos sofocones, contrariedades y enfrentamientos con los muchos artesanos, ya escultores, pintores, carpinteros o albañiles, en los que tuvo que confiar.

Aprovecha, del mismo modo, Roche la ocasión para recordar-le que él también había sufrido lo suyo con la construcción de su má-quina eléctrica, pues aparte de luchar con los operarios que seguían sus indicaciones, también lo tuvo que hacer con la incredulidad de sus propios convecinos.

183 Cuando Sarmiento abandona el colegio de San Vicente de

Oviedo en que se encontraba como lector de Artes desde 1723; en el año que Feijoo renuncia a sus obligaciones como abad y comienza la redacción del primer tomo de su Teatro Crítico Universal; y cuando Roche es un jovenzuelo de sólo siete años, en 1726, aparece el primer tomo del Diccionario de la Lengua Castellana, el también conocido como Diccionario de Autoridades. Esta obra, de tremenda compleji-dad para su época, consistió en seis volúmenes y se concluyó en 1739. En cada uno de los tomos aparecía un índice, con el nombre de todos los autores de los que se habían tomado textos escritos de referencia avalando el correcto uso de la lengua. Por eso causaba extrañeza en Roche que ninguno de los dos benedictinos ni el jesuita, quienes ade-más de ser sus amigos los consideraba representantes de la cultura española del momento, se hallaran incluidos en la publicación.

184 El Padre Luis de Lossada (1681-1748), miembro de la

Compañía de Jesús, nació en Quiroga (Asturias) y murió en la ciudad de Salamanca donde pasó la mayor parte de su vida ejerciendo como catedrático de Filosofía y de Sagradas Escrituras. Siguió el movimien-to escolástico de Santo Tomás para, apoyándose en él, impugnar mu-chos de sus planteamientos, actitud que hizo manifestarse a fray Beni-

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para ilustrarse, lo que ciertamente se hace reparable, y más para cuidado que casual descuido.

Quedo a la obediencia de VRma. de-

seándole toda salud, y que nuestro Señor dilate su vida muchos años.

Puerto de Santa María, diciembre

27 de 1751

to Feijoo en el sentido de que “había abierto las puertas del aula espa-ñola a la filosofía experimental”

Sólo dos de sus publicaciones fueron firmadas con su propio nombre, las otras muchas lo fueron de forma anónima, bajo algún seudónimo o sólo con sus iniciales. Las que llevaron su firma fueron un tratado de dialéctica: Institutiones Dialecticae, vulgo Summulae (Salamanca, 1721), y una completa obra de filosofía en tres volúme-nes de 1724, 1730, 1735: Cursus Philosophici Regalis Collegii Sal-manticensis Societatis Jesu, muy valorada en su tiempo.

En cierto momento de su vida se puso al lado de sus compañe-ros de Compañía los padres bolandistas, que defendían, a través de la publicación, la revisión y crítica de los textos originales de los santos. En esta participación escribió Carta a Don José de Mesa Benítez de Lugo, autor del libro nuevo intitulado Ascendencia de Santo Domingo de Guzmán y Vida y salud de la famosa carta familiar del Cura de Morille sobre lo Guzmán del Glorioso Santo Domingo, ocasionándole ser denunciado ante el Tribunal de la Inquisición, que mandó recoger estas publicaciones.

Entre otras de las muchas que escribió, tanto en verso como en prosa, podemos destacar La juventud triunfante, en colaboración con el Padre Isla para conmemorar las fiestas de canonización de San Luis Gonzaga y San Estanislao de Kostka, Noticia y virtudes del V.P. Jeró-nimo Durati, de la Compañía de Jesús, (Salamanca, 1720), Perico y Marica, etc.

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Rmo. Padre.

B.L.M. de su VRma. su muy afecto y re-verente servidor Juan Luis Roche

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Nº 33.- (Por amanuense) 1752, enero, 4. EL PUERTO DE SANTA MARÍA

(Cádiz) Notificando haber recibido corresponden-

cia del amigo común el guardia marina Lo-renzana. Comentando la compra realizada de la Biblioteca de Nicolás Antonio. Su prime-ra actuación como mecenas de la impresión de textos.

M.M. Rmo. Padre Mro. Fray Martín Sarmiento.

Muy estimado y Rdo. Pe.: Esta sirve para incluirle las dos pa-

peletas de novedades, la una para VRma. y la otra para el Pe. Feyjoo que gusta mucho de ellas.

He tenido carta de Pascuas del

amigo Don Luis Lorenzana en que me dice acaba de recibir una muy erudita de VRma.

La obra de Don Nicolás Antonio que me vendían los días pasados, hallé que

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tan sólo eran dos tomos (me parece que hasta el año de 1500) que querían embo-carme por obra completa, sin faltar quien lo apoyase en algunas comunida-des. Por lo cual, si el Sr. Mena tuviese o supiese de los otros dos tomos que faltan, que por casualidad puede acontecer hallarse sin sus compañeros en alguna librería, podía comprármelos para con-seguir esta obra con alguna convenien-cia, pues el comprarla completa, por el precio que quieren, se hace muy duro, y por lo mismo se puede comprar un gran juego de libros igualmente útiles y curio-sos.185

185 A pesar del mucho interés que tenía Roche por la Bibliote-

ca Hispana de Nicolás Antonio, no estaba muy al corriente, ni él ni los miembros de las comunidades religiosas de El Puerto, de esta pu-blicación, no obstante ofrecer datos inequívocos como que le parecía comprendía hasta el año de 1500. Desde luego, para cualquier ilustra-do de su tiempo, era una obra necesaria de consulta, era de los libros que debía poseer cualquier erudito que se preciara de tener una buena biblioteca, ya que en ella se recogían todos los escritores españoles desde la época romana de Augusto (63 d.C.) hasta los primeros años del último tercio del siglo XVII. Es decir hasta los últimos días del autor.

Cuando Nicolás Antonio se encontraba en Salamanca, donde se había doctorado en Derecho, le viene a la mente la idea de la mo-numental obra, decidiendo de inmediato regresar a su Sevilla natal en busca de las excelentes bibliotecas particulares que existían, y más concretamente de la que poseía el convento de San Benito. Era el año de 1694, y desde entonces y hasta su muerte trabajará para hacer reali-dad su Bibliotheca Hispana, que sólo verá editada en una de sus par-tes, siendo el motivo de la confusión de Roche.

El estudio, con diferentes estructuras, lo dividió en dos partes formadas cada una por dos tomos, sirviendo de límite entre la una y la otra el año de 1500. La primera parte, que no la correspondiente al

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Quedo con fina voluntad a la obe-

diencia de VRma. deseando que nuestro Señor dilate su vida muchos años.

Puerto de Santa María, enero 4 de

1752

Rmo. Padre.

periodo más antiguo, fue la Bibliotheca Nova, publicada aún en vida del autor en Roma en 1672, abarcando todos los escritores españoles relevantes desde el mencionado año de 1500 hasta 1670. Los ordenó alfabéticamente, y se puede observa como todos ellos fueron estudia-dos minuciosamente por el autor. Igualmente realizó unos detenidos índices de los propios autores en función de sus apellidos, de sus luga-res de nacimiento, de las órdenes a que pertenecieron ya fueran secu-lares o regulares, de los cargos o dignidades eclesiásticos o civiles que ocuparon, concluyendo con una relación de las materias que trataron.

La segunda publicación, y primera parte de la obra, es la Bi-bliotheca Vetus o antigua, que se inicia en los tiempos de Octavio Augusto y concluye en 1500, o sea la que le habían vendido a Roche como completa. Esta última, en la que le acaeció la muerte al autor cuando se hallaba en su corrección, apareció en 1696, también en Roma, gracias a la colaboración del deán Manuel Martí. A diferencia de la parte anterior siguió el orden cronológico, estudiando los dife-rentes momentos de la lengua, ya latina, visigoda o medieval

Como quiera que fuera una publicación muy valorada y solici-tada, su precio fue elevado, pagándose por estos años en el mercado de la Corte madrileña, por ambas ediciones en buen estado, la canti-dad de mil doscientos reales. Por lo tanto había realizado Roche una buena compra al pagar por una parte, por la Vetus, la cantidad de cua-renta y seis pesos, unos trescientos sesenta y ocho reales.

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B.L.M. de su VRma. su muy afecto y amante servidor Juan Luis Roche

Posdata A cierto papel, cuya impresión he

costeado tiempos pasados (por señas que no se han vendido sino veinte), le ha sa-lido un mecenas en esa Corte para que a toda prisa se le dedique; por lo cual se ha farfullado una dedicatoria que se envía (por) este correo, para que allá se impri-ma y se ponga en zancos dicho papel, y no dudo que después salga en la Gaceta como que se imprimió este año, y algo mudado el título.186

186 En 1752 era ya Roche un hombre culto, instruido, ilustra-

do, que defendía que las leyes de la naturaleza debían ser estudiadas a través de la razón y, por tanto, reconocido y aceptado por los miem-bros de la sociedad erudita en la que vivía. A pesar de no haber estu-diado en otra universidad que la de la propia vida, y de no haber teni-do más maestro que los propios libros, todos reconocían la valía de este autodidacta. El cualificado médico Don José Ignacio de Torres, que lo era del duque de Orleáns, y que solía ser solicitado por las dife-rentes realezas europeas por su sabiduría, le dirigió una carta -que se recoge en sus Fragmentos curiosos y eruditos- indicándole que “…es acreedor a elogios especiales puesto que ha logrado con su peregrino ingenio, surcar el vasto océano de las ciencias, sin la brújula de maes-tros, sin el socorro de pedagogos, y sin la voz de los profesores…” y se preguntaba que “¿Qué hay, pues, que extrañar en que el gran Feijoo haga un raro aprecio de sus talentos?”

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Pero también era este personaje un ser desprendido, que no

comprendía el afán de los hombres por acumular riquezas. Criticaba que muchos hombres adinerados de su entorno viajaran al nuevo Mundo abandonando la familia, poniendo en riesgo sus propias vidas, por aumentar los caudales que difícilmente podrían gastar a lo largo de su existencia. Estos pensamientos los plasmó en un escrito apareci-do bajo el titulo de Fortuna aparente: carta jocoseria a un alto minis-tro sobre el desprecio que le merecen las riquezas.

Pero como él, debido a su trabajo, consiguió tener algunos caudales, reflexionó en como invertirlos de manera que redundaran en las ideas que profesaba, que sirvieran de revulsivo a la sociedad que quería cambiar, que llegaran a muchas personas. Y para ello nada mejor que potenciar las publicaciones, apoyando a los que no tenían medios para hacerse escuchar, ni para poder transmitir sus inquietudes o desvelos. En el prólogo de sus Fragmentos escribe: “…esto me ha hecho conocer que nuestra España está llena de celosos y fecundísi-mos ingenios y por nuestra desgracia no la fertilizan. La falta de cau-dal para las impresiones (que acaso se necesitan hoy más que nunca) no es pequeño estorbo para ocultarnos sus luces. Por eso el que tiene alguno se halla más empeñado a suplir esta falta siguiendo el consejo de San Agustín a Consencio (sic), a quien dice el Santo tomase la pluma y escribiese pues tenía caudal para hacerlo.”

Aquí, en esta carta, observamos como todas sus ideas se van haciendo realidad, como ya ha colaborado con algún trabajo, y como estas pequeñas actuaciones serán el preámbulo de su “Gaceta” y de la conocida imprenta de la “Casa de las Cadenas” en El Puerto donde vive.

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Nº 34.- (Por amanuense) 1752, mayo, 15. EL PUERTO DE SANTA MARÍA

(Cádiz) Malentendido con una carta dirigida al

Padre Feijoo. Noticias de los daños y víc-timas producidas por un huracán en la Bahía de Cádiz. Personajes citados se carta a Feijoo. Pleito entablado con los agentes de correos de la ciudad de El Puerto.

M.M. Rmo. Padre Mro. Fray Martín Sarmiento.

Muy Rdo. Pe. y Sr. mío: Recibí su muy estimada de 9 del co-

rriente a que doy pronta satisfacción pa-ra quitarle el cuidado en que se hallaba de mi aflicción, lo que ocasionó el no haber leído VRma. la carta del Sr. Feyjoo que iba abierta a este fin, pues de no ser así la enviara en derechura por el co-rreo, como envío otras muchas, y ha sido fortuna que no se hubiera perdido, no só-lo por ir abierta, sino porque la carta de VRma. no iba inclusa, sino metida por un lado del sobrescrito para más resguardo.

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En la referida carta del Sr. Feyjoo se

incluían las lamentables noticias del huracán de Cádiz y pérdida de los naví-os el Soberbio, el Retiro187 y la Guastala; y como en estas desgracias perecieron tan-tos conocidos y amigos, los cuales salie-ron a estas playas con el horror que se deja considerar, me movió a un grande sentimiento y compasión, que es el mismo que expresaba a VRma. , pues yo jamás po-día ocultarlo.188

187 Era éste un barco veterano, perteneciente a los llamados

navíos de Línea, que con sus cincuenta y cuatro cañones había sido construido en La Habana en 1727.

188 Cuando arribó a Cádiz, el 10 de enero de 1752, el majes-

tuoso y joven navío “Soberbio” con sus sesenta y ocho cañones y sólo dos años de antigüedad -había sustituido a su homónimo construido en 1740- procedente del puerto del Callao, no se podía sospechar que en el refugio de las supuestas tranquilas aguas de la bahía iban a consu-mirse sus últimos días de existencia. Venía cargado de pertrechos y con una considerable cantidad de correspondencia de los muchos li-meños que, ya españoles afincados en aquellas tierras o nativos, inter-cambiaban noticias entre una y otra parte del océano.

Pero el tiempo estaba revuelto, el viento arreciaba por el Su-roeste, el tan conocido por los marineros de la zona como de “trave-sía”. Unos amenazantes nubarrones cubrían el cielo de la bahía, y el oleaje empezaba a envolver de crestas y espuma la superficie de un mar que cambia su color nítido azul verdoso a tonalidades grisáceas. Las numerosas embarcaciones fondeadas, de todos los tamaños y cla-ses, comenzaban a danzar sobre las aguas de una manera diferente a como solían hacerlo; pero esto no preocupaba a los grandes navíos acostumbrados a navegar en mar abierto y en las peores condiciones.

Sin embargo el ambiente se ponía cada vez más hostil. La preocupación llegaba ya no sólo a los embarcados, sino a los propios vecinos de la ciudad. El día 15 de enero las fuerzas de la naturaleza descargaron toda su intensidad: la lluvia era tan intensa que dificultaba

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Otras noticias contenía la carta o

pliego del Sr. Feyjoo, como son la gente de Coníl,189 del Pe. Soto Marne190 a quien es-

la visión; el viento arreciaba llevándose por delante cuanto obstáculo encontraba en su camino; y todo se encontraba envuelto por la intensa luz de los rayos y el fenomenal ruido de los truenos. Un desmedido huracán de consecuencias extraordinarias había invadido este rincón. Las fuerzas de la naturaleza, con su inmenso poder, habían seguido las estelas de aquellos ejércitos invasores que en otros tiempos compare-cieron por estas costas.

Fueron cuarenta y ocho intensas horas, donde se abandonó cualquier tipo de actividad para dar paso a una comunicación interna de los moradores con el Todopoderoso implorando su protección. Adolfo de Castro, en su Historia de Cádiz y su provincia, relata de esta forma la situación del mar en las proximidades de la ciudad: “Diez y seis navíos con las anclas arrebatadas pedian auxilio á caño-nazos, auxilio que de la ciudad solo podia comunicársele por los rue-gos al cielo y por el deseo y por la compasión: siete de ellos eran de Francia: unos contra los peñascos fueron deshechos: otros desarbola-dos, sin oposición corría la mar afuera y luego aparecían sus tablas en las costas vecinas. Otros buques ingleses, suecos y holandeses tam-bien acabaron de un modo horrible al pié de nuestras murallas. Inmen-so fué el número de los bajeles pequeños que perecieron: igualmente inmenso el número de personas ahogadas.”

Serenáronse los agentes atmosféricos, llegó la calma y pudo verse la lamentable situación en que había quedado el mar. Más de doscientas fueron las embarcaciones que tomaron como reposo defini-tivo el fondo de la bahía, y entre ellas las tres que aquí se citan. Del número de personas fallecidas, principalmente de las numerosas que se encontraban a bordo, no hay datos, aunque se menciona que “mu-cha gente” pereció, arrojando el mar sus cuerpos, durante varios días, a las cercanas playas. Aunque, como no podía ser de otra manera en una ciudad donde todo era comercio y ganancias o pérdidas, está últi-mas se cifraron en más de un millón de pesos.

189 Este pueblo marinero situado en la costa Atlántica al su-

doeste de la provincia de Cádiz, con sus catorce kilómetros de playa entre vecinos de Chiclana y Vejer, tenía, según el catastro de Ensena-da realizado entre la primavera de 1750 y finales de 1755, es decir por

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estos años, unos 3.375 habitantes, después de un aumento considera-ble de la población en los dos últimos siglos; pero no es éste creci-miento el motivo de interés despertado en Feijjo, y que hace a Roche enviarle un relato de sus moradores, sino sus pesquerías, sus almadra-bas.

Fenicios, griegos y romanos supieron hacer uso de estas cos-tas, aprovechando el instinto natural de los atunes rojos (thunnus thynnus) que en determinadas épocas navegan en sus cercanías proce-dente del Oeste buscando las aguas del Mar Mediterráneo, para captu-rarlos. Dos eran, y siguen siguiendo, los momentos de su pesca: en el camino de ida, o pescas de “derecho”, desde mediados de abril a fina-les de junio en que se desplazan gordos, robustos, lustrosos y con su masa oval llena de huevecillos, y en el de “revés” cuando regresan en los meses de julio y agosto, bastante más delgados después de haber realizado la instintiva misión de perpetuar su especie.

El tiempo, que todo lo suele transformar, no ha hecho cambiar las costumbres de estos pescadores y la actividad ha pervivido con muy escasas innovaciones. A finales del siglo XIII, en 1294, Guzmán “El Bueno” explotaba todas las almadrabas de las costas andaluza comprendidas entre el río Guadiana y el reino de Granada, al ser re-compensado por Sancho IV después de los hechos acaecidos en el sitio de Tarifa, con su conocida actuación entregando el puñal a sus adversarios que amenazaban la vida de su hijo, al que finalmente ajus-ticiaron. Cinco años más tarde esta aldea de Conil, el 20 de octubre de 1299, pasaría al señorío de Guzmán a fin de “poblarla, fortalecerla y ampararla”.

Con los grandes altibajos que dicen haberse producido en las capturas de este pez de fuerte cuerpo fusiforme, merecedoras de mu-chos estudios realizados, y de otros tantos que serán necesarios reali-zar, se ha ido año tras año desarrollando esta característica pesca, y todos ellos, hayan sido buenos o malos, siempre han tenido un atracti-vo especial, pues el observador siente la sensación de trasladarse a tiempos remotísimos, de encontrarse con hombres y costumbres de muchos, muchos años atrás, de culturas primitivas, impresión que éste quien escribe ha tendido la suerte de poder comprobar.

En 1356 el rey Pedro I de Castilla se hallaba en El Puerto de Santa María, según narra Ruiz de Cortazar, interesándose por la pesca, o espectáculo, de los atunes, pasando a Conil “… para gozar la diver-sión de la pesca de los atunes en que Don Alonso Pérez de Guzmán, Señor de Sanlucar, le hospedó con grandeza.” Y no fue éste el único rey que visitó las almadrabas de Conil. Enrique IV también estuvo allí

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en 1456, y es que la fama de esta zona corría de boca en boca, tanto por lo nutrido y variopinto de los componentes que conformaban la ciudad flotante que se organizaba en la primavera y el verano, como por los cuantiosos atunes que en sus redes quedaban atrapados. Tanto lo uno como lo otro merecen un estudio que no es este el sitio adecua-do. En el primer apartado cada uno de sus componentes, es decir los torreros o atalayas, saladores, mercaderes, cloqueros, bicheros, aven-tureros, mandones, porteadores, arráez, desangradores, despiezadores, marineros de las numerosas embarcaciones, prostitutas, y un largo etc., merecen un estudio detallado, tanto individualmente como en conjunto. Y en cuanto a las cifras que se manejan de las capturas de atunes, hay que tomarlas con cierta reserva, pues debíamos tener cons-tancia fehaciente de si, cuando se dan unos determinados números, estos se refieren siempre y en exclusivo al número de atunes, pues pudiera ser que estuviésemos hablando de atunes y de otros peces. En los primeros tiempos el sistema de pesca utilizado en la almadraba era el de “vista” o “tiro”, -no utilizado hoy en día- que venía a ser como una jábega de enormes proporciones, y por tanto al jalarse desde tierra con sus dos correspondientes cabos, y venir la bolsa emplomada des-plazándose por el fondo del mar, no solamente se capturaban los peces de superficie, sino los de media agua y los que tenían su hábitat en el fondo, es decir todos los que quedaban dentro del copo. Con los bus-cados y apreciados atunes de alrededor de doscientos kilos, venían otras especies más pequeñas como los bonitos, albacoras, alistados, melvas, y los perseguidores de todos ellos: los espadartes, las orcas, los marrajos, y ciertos tiburones. Y junto a los llamados peces azules, entraban otros muchos: doradas, pargos, dentones, urtas, brecas y otras variedades de pajeles. De modo que tendríamos que saber con exactitud como se hacía el recuento.

Estas almadrabas, de generación en generación, fueron pasan-do por los diferentes Medinasidonia, quienes encontraron en ellas una excelente fuente de ingresos, quizás de las más importantes que tuvo la Casa Ducal. Los siglos XV al XVII fueron generosos en capturas, y por lo tanto en ingresos, pero éste del XVIII comienza caracterizándo-se por una curva descendente, que ira acrecentándose con el paso de los años. Esto llevará al duque, Pedro Alcántara de Guzmán, XIV duque de Medinasidonia, a solicitar de su amigo el Padre Sarmiento un estudio sobre los atunes, quien lo realizó y se lo remitió el 18 de febrero de 1757. Es posible que en la redacción de esta carta, entre otros muchos documentos consultados, estuviese el informe de Roche, pues bien sabemos que las cartas se copiaban y se reenviaban entre

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tamos aguardando, de Don Luis Loren-zana y del Sr. Estuardo191.

Por lo que toca a la detención de los

libros importa muy poco; la salud de VRma

ellos. Es más, muchas de ellas iban desde El Puerto a Madrid para que Sarmiento las leyera y de allí las remitiera a Oviedo.

Sea como fuere, lo cierto es que en el siglo XVIII se escribie-ron tres obras fundamentales sobre la pesca: El estudio mencionado de Sarmiento sobre los atunes, el Tratado General de la pesca e Historia de los peces de 1769 por Henri Louis Duhamel en que se cita concre-tamente la almadraba de Conil, y la obra más vasta e interesante Dic-cionario Histórico de las Artes de Pesca Nacional, en cinco tomos, escrita entre 1791 y 1795 por el Inspector General de Matriculas An-tonio Sáñez Reguart.

Y es que las ideas ilustradas también habían llegado a las al-madrabas.

190 Se disponía a embarcar en uno de los navíos que partían de

Cádiz con destino a Lima, pues allí era comisario apostólico de las provincias minoritarias del Perú.

191 Se trata del que llegó a ser capitán general de la Armada

Pedro Fitz-James Stuardo, marqués de San Leonardo, quien siendo capitán de caballería muy joven, cambió de profesión llamado por la mar, ingresando en la Armada. Nació en Madrid, de familia noble, en 1718, falleciendo en el Monasterio de Sopetrán en 1789. Durante su dilatada vida de marino participó en diversos combates navales, mu-chos de ellos en acciones de corso contra los moros, dando cuenta de uno de estos enfrentamientos –que más tarde comentaremos- Roche a Sarmiento en una carta posterior.

Ascendido a capitán de fragata, partió de Cádiz en 1740 hacia la América Septentrional participando en la defensa de Cartagena de Indias ante los ataques del almirante inglés Vernon, quien no consi-guió tomar la plaza.

De regreso, en 1745, ascendió a capitán de navío, encomen-dándosele el mando de la Fragata “Aurora”.

En 1789 alcanzó la dignidad máxima de capitán general, falle-ciendo a los pocos meses.

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es la que apetezco y, no dando a más el correo, quedo rogando a nuestro Señor se la prospere por muchos años.

Puerto de Santa María, mayo 15 de

1752

Rmo. Padre. B.L.M. de su VRma. su muy afecto y re-

verente servidor Juan Luis Roche

Posdata Los sobrescritos pueden venir como

antiguamente, pues la ocasión de inno-varse fue por un pleito que juzgamos te-ner algunos particulares con el correo nuevo, por una tiranía que quería impo-ner, la que logramos se desvaneciese.192

192 El pleito fue el mantenido por los “hacendados, traficantes,

vecinos, forasteros y residentes” de la ciudad de El Puerto contra el nuevo delegado de la estafeta de correos. Éste suprimió los diversos viajes que a lo largo del día realizaban los faluchos a Cádiz llevando documentación comercial, dejando reducido el servicio a uno sólo de estos viajes, con el correspondiente perjuicio para los comerciantes que necesitaban, por las condiciones especiales de su actividad y sobre todo en temas relacionados con la aceptación de “letras y pagares”, una asistencia urgente.

Toda la reclamación se encuentra recogida en un memorial remitido al Cabildo portuense el 14 de junio de 1752, dentro de su

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Archivo Municipal en el Legajo 34, tomo 67, entre los folios del 210 al 216.

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Nº 35.- (Por amanuense) 1752, mayo, 23. EL PUERTO DE SANTA MARÍA

(Cádiz) Celebración de la Pascua entre Roche y

Lorenzana, pendiente el último de partir para Cartagena de Indias. Comunicando haber recibido una carta de Diego Torres Villa-rroel.

M.M. Rmo. Padre Mro. Fray Martín Sarmiento.

Muy Rdo. Pe. y Sr. mío:

Recibí la estimada de VRma. en pre-sencia del amigo Lorenzana, a quien convidé esta Pascua para que se divirtie-se en mi compañía, y luego inmediata-mente pasará a Cartagena de Levante destacado por ocho meses con otros com-pañeros.193 También recibí carta del Sr.

193 El viaje, en que partía el guardia marina Luis García Lo-

renza, fue precipitado y, a excepción de sus jefes, nadie de la tripula-ción sabía exactamente cual era la misión que se les había encomen-dado, según se desprende de la carta que, desde aquellas tierras ameri-canas, le remite el mismo Lorenzana a Sarmiento el 27 de noviembre de 1752. (Academia de la Historia, 9/5762/1, fol. 46)

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La inicia comunicándole que partieron “…con tanta precipita.n

q. aún no tuve tpo. de escribir a mi casa, navegamos, sin saber a dónde hasta q. desembocando el estrecho de Gibraltar, y tomando el rumbo de Canar.s, conocimos que veníamos a la América.”

La escuadra la componía el navío Septentrión de 70 cañones acabado de construir en Cartagena, la fragata Galga de 22 cañones y el paquebote Marte de 16, que también acababan de iniciar sus singladu-ras marinas en La Graña, y cuatro jabeques: el Cazador, el Volante, el Galgo y la Liebre, igualmente recién botados en Cartagena y construi-dos por carpinteros de ribera mallorquines, todos los cuales estaban a las órdenes del Jefe de la Escuadra Don Pedro de la Cerda. Arribaron al puerto de La Guaira el 14 de octubre, después de 48 días de navega-ción, y allí comenzó a desarrollarse el cometido que tenían asignado, aunque seguía la tripulación sin conocer exactamente cual era éste: “Como no sabemos el objeto de esta secreta expedic.n no podemos conjeturar q.do volveremos a Hespaña.”

La respuesta a la pregunta que se hacían los marinos y marine-ros, y nosotros también, la encontramos en unas instrucciones del marqués de la Ensenada a Pedro de la Cerda, de 29 de julio de 1752, bajo el título de “Ynstruccion de lo que de orden del Rey ha de obser-var el Gefe de Esquadra d.n Pedro Mesia de la Cerda con la de su Car-go en el Corso de las costas de Tierra Firme, a que le ha destinado S.M.”, la cual se conserva en el Archivo General de Simancas (Marina 402, folio 65). En ella se ordena que llegados a Cartagena de Indias se “…omitirá poner en execución las ordenes que se le han comunicado sobre transporte de Tropas, y Corso en el Mediterraneo (respecto de que únicamente se han expedido para ocultàr su verdadero destino) y harà con ellos su navegación en derechura à la Costa de Cumanà…” para arribar a la Guaira, donde dejaría dos de los cuatro jabeques para incorporarlos a las embarcaciones corsarias de la Compañía de Cara-cas, y solicitaría información de su Gobernador sobre si el de Curazao había o no devuelto las embarcaciones españolas que tenía retenidas. Caso de no ser esto afirmativo escribiría “…al Governador de aquella Ysla con terminos vivos, è imperiosos, expresándole restituya luego estas Embarcaciones, y Pliegos retenidos, y que de no ejecutarlo, to-mará sus medidas, y obrará contra los Holandeses, hasta conseguir por sus propios hechos, la satisfacción que corresponde à las violencias, insultos que practican las Valandras y Embarcaciones de su Nación.”

Continúan las disposiciones indicando que, una vez resuelta esta situación, se pongan a las órdenes del virrey del Nuevo Reino de Granada, apresando “…quantas Embarcaciones Holandesas encontra-

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Feyjoo; pero carta que hemos celebrado, porque cuando juzgábamos por el bulto que trajese mucho escrito hallamos que ni una letra, porque todo se reducía a papeles blancos y nada más, lo que per-suade alguna equivocación en el ama-nuense.

Me veo obligado a molestar a VRma

por haber recibido una carta atrasada de Don Diego de Torres194, en que me dice

se en los parages, y rumbos prohibidos por Leyes de Indias, Tratados, y Ordenanzas de Corso, sin tener con ellas la menos contemplación, duda y modificación, conque suele perseguirse, y apresarse las Em-barcaciones de otras Potencias que hacen el Comercio ilicito, porque las Holanseas deben ser tratadas y juzgadas con todo el rigor que pres-criben las Leyes de Yndias…”

Se dice, el mismo sentido, que también se apresaran “…las Embarcaciones Francesas, y Ynglesas que se encontrare haciendo comercio ilicito en nuestras Costas, y ademas todas aquellas de ambas naciones, que sin legitimo urgente motivo como desarbolo, absoluta falta de viveres, descalabro grande en el Buque, estèn dadas fondo en nuestras costas, o con inmediación à ellas…” El tratamiento que debí-an dar a las holandesas sería diferente a estas últimas, pues mientras con las primeras, tras su captura, se venderían y repartirían su importe entre las dotaciones de la escuadra, según las ordenanzas, las segundas sólo se detendrían a la espera de que S.M. decidiera.

Con esta actuación se intentaba poner algo de orden en un contrabando que había llegado a un estado en que, este tipo de comer-cio, sobrepasaba en mucho al que se realizaba de forma legal, en de-trimento de los comerciantes españoles y, por supuesto, de la propia Corona.

194 Diego de Torres Villarroel, escritor y poeta, -pero también

soldado, ermitaño, torero, pícaro, aventurero, buhonero, bordador en la Puerta del Sol, y catedrático de Matemáticas en la Universidad de Salamanca- nació en la culta ciudad salamantina en 1693, en el seno de una familia humilde de dieciocho hermanos, hallando la muerte,

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después de tan intensa existencia, en 1770. Sus padres -Pedro de To-rres que tenía un sencillo puesto de libros y Manuela Villarroel hija de un modesto comerciante de lencería- a pesar de sus escasos medios, pusieron todo su interés, a la vista de la despierta inteligencia y agu-deza de Diego, para que realizara estudios universitarios. Consiguié-ronle una beca, a la que él, por su carácter inseguro e inconstante, sacó menos partido del que era previsible. Y es que su vida, o su biografía, no parece la de una sola persona, sino la de muchas pertenecientes a los más diversos ambientes, pero todas con una pátina común: las situaciones conflictivas y de aventuras por las que pasó. En este apar-tado sí pudiéramos decir que existe algo de paralelismo con el erudito portuense, con el cargador a Indias Roche.

Años más tarde, cuando era ya un personaje afamado y prote-gido por la duquesa de los Arcos y el marqués de Almarza, escribió sus memorias, y se retrató así: “Empecé con furia implacable a me-terme en cuantos desatinos y despropósitos rodean las inclinaciones de los muchachos. Aprendí a bailar, a jugar la espada y la pelota, a torear y a hacer versos, y paré todo mi ingenio en discurrir diabluras y enre-dos para librarme de la reclusión y las tareas en que se deben emplear los buenos estudiantes de aquella casa. Abría puertas, falseaba llaves, hendía candados, y no se escapaba de mis manos pared, puerta ni ven-tana en donde no pusiese las disposiciones de falsearla, romperla o escalarla.”

La ajetreada vida que llevó no fue óbice, pese a encontrarnos en un siglo que ha perdido mucha de la importancia literaria de los anteriores, para que tuviera una fina pluma y nos dejara buenas obras, siguiendo en muchas de ellas el estilo satírico de Quevedo. Anatomía de lo visible e invisible de ambas esferas; Sueños morales y visitas de Don Francisco de Quevedo; Vida del padre de Don Jerónimo Abarra-tegui y Figueroa, fundador del Colegio de Padres Cayetanos de Sa-lamanca; Los desahuciados del mundo y de la gloria; Vida, ascen-dencia, nacimiento, crianza y aventuras del doctor Diego de Torres Villarroel, (Madrid, 1743-1758), novela autobiográfica, la mejor es-crita en prosa, y a la cual pertenece la cita tomada anteriormente; Pis-cator salmantinus, pronósticos o almanaques que publicó desde 1721 hasta 1753; Extracto de los pronósticos del Gran Piscator de Sala-manca desde el año 1725 hasta el 1753 (Salamanca, 1753); El hospi-tal donde cura amor de amor la locura, Juicio de París, La armonía de lo insensible y Eneas en Italia, Diálogo entre un sordo médico y un vecino gangoso, Los Figurones, Libros que están reatados diferentes cuadros phisicos, médicos astrológicos, poéticos, morales y mysticos,

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(sin conocerlo, ni jamás haberme escrito) como me ha servido en apuntarme entre los suscriptores de sus obras, para que go-ce del indulto de tomarlas en papel fino con la conveniencia posible, a cuya fine-za o memoria es preciso corresponder su-plicando a VRma. se sirva de entregar al Sr. Mena la inclusa nota, arreglada a lo que expresa en dicha su carta.

Granados, que saldrá esta semana,

podrá traer los libros. Y en cuanto a la quema de las galeotas de moros ha sido cierta, con la diferencia de no ser cuatro sino tres las quemadas por un barco de Málaga dentro de un puerto suyo; pero se han vengado de la injuria maltratando a los cristianos y religiosos que tienen en sus tierras.195

que años passados dio al público en producciones pequeñas el Dr. D. Diego de Torres Villarroel (Salamanca, 1752), primera edición de sus obras completas. Ésta obra parece que fue a la que el autor suscribió a Roche.

Una nota más hemos de añadir a su interesante biografía, y es por la cual se dirigió a Roche. Fue el creador del sistema de ventas de libros por suscripción, formula que le hizo ganar mucho dinero, pero que lo mismo que le llegó, haciéndolo rico, se evaporó dejándolo en la pobreza.

195 Hace referencia a uno de los frecuentes enfrentamientos

entre navíos españoles y de “moros” del Norte de África. Nos atreve-mos a opinar que el español podría ser el “Dragón” o el “América” que estaban al mando de Pedro Fitz-James Stuardo desde 1750 dedi-cados al corso por el Mediterráneo y en las aguas próximas al Estre-cho de Gibraltar. Unos meses después, el 28 de noviembre, sostuvie-

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Quedo con fina voluntad a la obe-

diencia de VRma. y rogando a nuestro Se-ñor dilate su vida muchos años.

Puerto de Santa María, mayo 23 de

1752

Rmo. Padre. B.L.M. de su VRma. su muy afecto y re-

verente servidor Juan Luis Roche

Posdata El Sr. Lorenzana, olvidado de sí

mismo, se halla en este punto escribiendo a toda carrera más de cuarenta cartas que dice le son precisas. Es un gusto verlo, como también que casi todas son a pa-dres de la Compañía, a lo menos las que tiene escritas, debiendo empezar por la

ron un duro combate naval contra los barcos argelinos Danzik y Casti-llo, consiguiendo la rendición de ambos.

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religión de San Benito como más anti-gua.

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Nº 36.- (Autógrafa) 1752, julio, 17. EL PUERTO DE SANTA MA-

RÍA (Cádiz) El Catastro de Ensenada. Ejércitos pru-

sianos y polacos. Necesidad de estudiar la anatomía de cada pie, para adecuarles co-rrectamente el calzado. Feijoo se encuentra escribiendo el cuarto tomo de su Cartas Eruditas.

M.M. Rmo. Padre Mro. Fray Martín Sarmiento.

Muy Rdo. Pe. y dueño mío: Esta sirve para prevenir a VRma.

haberse logrado el rescate del tabaco del Sr. Feijoo, para que suspenda alguna di-ligencia que sobre este fin puede haberle encargado dicho Sr. para con el marqués de la Ensenada.

También sirve esta carta para in-

cluir la adjunta libranza, hermana de la pasada de ciento cincuenta pesos, por el descuido de no haber puesto en aque-lla el endoso correspondiente para co-brarla.

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Por acá andamos a pleito con el Ca-

tastro, o nueva contribución, por sus in-numerables circunstancias y, en estas Andalucías aunque sea fácil establecerlo, será muy dificultoso cobrar por este me-dio si no se apela a los que tienen, porque la plebe es mucha y pobre, y su domicilio poco seguro.196

196 Cuando el marqués de la Ensenada, el ministro artífice de

las importantes reformas administrativas de los reinados de Felipe V y Fernando VI, accede al cargo en 1743 ocupando las secretarias de Hacienda, Guerra, Marina e Indias, y Estado, ya tenía en mente que debía actuar sobre el sistema de impuestos que se venía aplicando en España. De modo que al llegar estudió y analizó el mal momento eco-nómico por el que pasaba la nación, lo vacía que se encontraban las arcas de la Real Hacienda después de la Guerra de Sucesión, entre los años 1701 al 14, y de las campañas militares llevadas a tierras italia-nas por Isabel de Farnesio buscando sólo el beneficio de sus hijos, y se decidió a actuar en consecuencia, aunque estos pensamientos tardarían aún varios años en plasmarse en un real decreto. Vio la necesidad de aumentar la recaudación, de conseguir más fondos que sacaran a la nación de la bancarrota en que se encontraba, pero a la vez, como personaje comprometido con el movimiento ilustrado y el reformismo borbónico, sopesó que debía conseguir un mayor progreso y desarrollo en sus ciudadanos, el tantas veces citado bienestar. Esta actitud le condujo a cuestionarse todo el entramado impositivo que se aplicaba, tanto por obsoleto e inadecuado, como, fundamentalmente, por injus-to. Mientras los que más tenían, entiéndase la nobleza y el clero, eran los que menos contribuían, el pueblo llano, los pecheros, con sus esca-sos rendimientos, debían contribuir, en exceso, a soportar todos los gastos generales. Y estos, los impuestos, a través de múltiples y diver-sas formas, ya fueran reales, provinciales o municipales, es decir gabe-las, millones, alcabalas, cientos, servicios ordinario, etc. Era también su deseo el que las cargas no recayeran principalmente, como ocurría, sobre el consumo y los intercambios comerciales, sino que gravaran la propiedad de la tierra.

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Ya hemos visto diferentes ejércitos

prusianos y polacos. Todos tienen sus de-fectos a vueltas de las bondades, si acaso

Este planteamiento previo nos ha servido para exponer, en lí-

neas generales, en qué iba a consistir el llamado Catastro de Ensenada, o contribución Única en el sentido de contribuir por un solo concepto. El 10 de octubre de 1749, ya en el reinado de Fernando VI, y después de solventarse una serie obstáculos previos, fundamentalmente los promovidos por los que se sentían más perjudicados, es decir la noble-za y el clero, se promulgó un real decreto conducente a conseguir, tras un estudio exhaustivo, cual era la situación económica, con sus pro-piedades y rendimientos, de los 14.672 pueblos o ciudades compren-didos en las 22 provincias o intendencias de la Corona de Castilla. No se aplicó el estudio ni al País Vasco, ni a Navarra, ni a Aragón, Valen-cia y Cataluña, ni a las zonas insulares, Baleares por formar parte de Aragón, y Canarias debido al régimen especial que tenía. Se intentaba con ésta, en lenguaje actual, base de datos conseguir saber exactamen-te y minuciosamente cuanto poseía cada contribuyente, para a partir de la información obtenida solicitársele a cada uno lo que en justicia de-bía aportar.

Los antecedentes de este proyecto de reforma, por parte de Zenón de Somodevilla, estuvieron en dos actuaciones ejecutadas en las proximidades del ministro. Por una parte, en el periodo que vivió en Italia, analizó como el Emperador Carlos VI había ordenado el catastro de Silesia y Milán en los años 1713 y 1718, y por otra como su protector el también ministro Patiño, había realizado el catastro de Cataluña por los años 1715 y 1716.

Al final, después del completo trabajo realizado, y al contrario de lo que había ocurrido con el de Patiño que consiguió sistematizar la fiscalidad y descender la presión fiscal, no llegó a ponerse en ejecu-ción, pese a los varios intentos que se hicieron. No pudo hacerse reali-dad esta necesaria reforma fiscal, que no era un hecho aislado, “…sino que formaba parte de un ambicioso plan económico y de moderniza-ción del país, del que se configuraba como una de las piezas básicas.” como afirma la profesora Camarero-Bullón en su estudio El catastro en España en el siglo XVIII. Aunque no todo el trabajo cayó en saco vacío, pues lo realizado es una documentación valiosísima para el estudio de este periodo de la vida española.

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hay algunas para contra el prójimo. Es cosa rara que todavía el hombre no haya fijado el pie en lo más útil de su comodi-dad, variando continuamente el vestido, la comida, la bebida, las armas, etc. ¿Qué podrá alcanzar de ciencia quien no la tiene para cosas tan triviales?197

197 El momento en que el hombre concibió la idea de calzarse

se pierde en la memoria de los tiempos, y forma parte, como uno más, de los procesos de su desarrollo y evolución, de lograr nuevas metas para adecuar su constitución anatómica a las condiciones externas en que se desenvolvía. Algunos opinan que esto ocurrió hace unos 15.000 años, y otros lo sitúan en un periodo algo más cercano, 10.000 a.C. ya que al final del Paleolítico, el superior, en España y en el sur de Fran-cia han aparecido pinturas rupestres en las que se representa algún tipo de calzado.

Mucho más cercano a nosotros, pero también en época muy distante, en la segunda parte del primer libro de la Biblia, el Génesis, al relatarse los orígenes del pueblo judío, y más concretamente las vidas de sus patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, Moisés pone en boca del primero de ellos, -quien debió vivir entre los años 2000 a 1500 a.C.- que “...ni aún tomaría la correa de los zapatos de los enemigos que había vencido”; y en el Éxodo, segundo libro del Antiguo Testa-mento que contiene la salida de los israelitas de Egipto y su peregrinar por el desierto del Sinaí, en el capítulo tercero versículo quinto, se dice “…que Dios ordenó a Moisés no se acercase a la zarza ardiente desde la cual se hallaba, hasta haberse quitado los zapatos”. Ambas citas, ya en documentos escritos, nos sirven para observar como el calzado era una prenda habitual desde los primeros tiempos.

El periodo griego y romano esta lleno de referencias al calza-do que, en estos pueblos más cultos y desarrollados, cubrió dos finali-dades. Acomodarlos a la actividad que desarrollaba cada persona, fundamentalmente pensando en los guerreros, y a la vez vino a tener una nueva finalidad, o mejor dicho a completarla, como elemento de distinción entre las diferentes clases sociales, donde los colores, y los metales preciosos, ocuparon un papel esencial.

En el Medievo surge una nueva transformación. Se presta una especial atención a lo estético, a ser complemento de la vestimenta, a ocultar en muchos casos defectos físicos, pero con la carga de tener

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Como el Sr. Feyjoo no ha quedado

para más gustos que permitan su edad que la de un polvo de tabaco, ansia mu-cho por él, y recibirá gran gusto con lo que le escribo este correo de su rescate. Me dice que trabaja en el cuarto tomo de sus Cartas Eruditas; lo he celebrado y admirado mucho. Dios le dé mucha salud y vida para acrecentar más méritos, y a VRma. lo mismo, a cuya obediencia quedo con toda voluntad.

que soportar, a veces, la presión y el dolor que estos producían, lle-gando a lo largo de la existencia de una persona a producirle deforma-ciones y enfermedades.

Así llegamos al siglo de las Luces, y cuesta trabajo compren-der como el zapato, en su evolución a lo largo de los tiempos, no hubiera llegado ya a adaptarse perfectamente a la anatomía del pie, a diferenciarse ambos, eso del izquierdo y el derecho. Es el tema a que hace referencia Roche en esta carta, pues ya había estudiado, sopesa-do, tratado y escrito sobre la falta de acomodamiento entre el pie y el zapato, anomalía que provocaba bajas en los ejércitos poderosos. Cuando publica sus Fragmentos curiosos y eruditos, en el discurso cuarto Progresos médicos, escribe sobre Curación eficaz y preservati-va para los clavos o callos de los pies, y en el punto 33 escribe: “Si nuestros zapateros imitasen la forma del pie humano, con sus hormas de madera, si no nos constituyesen un potro en la opresión, en vez de un decente resguardo contra la dureza del suelo; y si en vez de discu-rrir modas, opuestas al natural movimiento, se contentasen con inves-tigar lo más conveniente y cómodo, ni se padecería de callos en los pies, ni se dejarían de corregir algunos defectos naturales del cuerpo. Lo mismo sucedería si los padres no enseñasen a calzar demasiado apretado a sus hijos, y si estos cuando mayores, y ya introducidos en la petimetría, no apurasen la paciencia de los maestros y la correa de los zapatos.”

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Puerto, julio 17 de 1752

Rmo. Padre. B.L.M. de su VRma. su muy afecto y re-

verente servidor Juan Luis Roche

Posdata

El príncipe falso de Módena dicen

ahora que la sentencia que le ha venido es de muerte; presto discurro sabremos la verdad.

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Nº 37.- (Por amanuense) 1752, agosto, 21. EL PUERTO DE SANTA MA-

RÍA (Cádiz) De cómo el hermano de Fray Martín, Fran-

cisco Javier, se hace llamar también Sar-miento. Productos, que según Roche, se po-dían exportar de Galicia a estas tierras andaluzas. Dando cuenta de haber remitido algunos obsequios, y entre ellos tabaco pa-ra el Padre Feijoo. Alabando la decisión de Sarmiento de no traer a su hermano a la Corte.

M.M. Rmo. Padre Mro. Fray Martín Sarmiento.

Muy Rdo. Pe. y Sr. mío: Recibí la estimada de VRma. de 18

del pasado, y después de agradecer como debo sus expresiones, digo que conocí la simplicidad de los marineros de la ría de Pontevedra, así en quitarle el apellido de Sarmiento al Sr. su hermano como en añadirle el empleo de intendente, y a VRma. el de confesor de la Reina. Puede ser que su dicho sea profético, y que se cum-pla algún día. A lo menos por la política

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se alcanza a discurrir que vendrá tiempo en que sea intendente el Señor Don Fran-cisco Javier; en cuyo caso puede intitular y no usar ya entonces de su apellido, sino (como es costumbre) del título que goza-re, cumpliéndose así los dos presagios de ser intendente y no firmar su apellido.198

198 Alonso García de Seraxe Gosende y Clara Balboa Sarmien-

to, padres de fray Martín, tuvieron cinco hijos de los cuales cuatro fueron varones, y de estos tres tomaron hábitos religiosos. José Anto-nio, el mayor, fue jesuita. Antonio Alonso recibió el orden sacerdotal, y Pedro José, como hemos visto, se integró en la Regla de San Benito o benedictinos. Solamente el menor, Francisco Javier que nació en 1700, siguió la vida civil, y es el personaje que versado en leyes y en temas relacionados con la pesca encontró el apoyo de su hermano en la Corte para conseguir el empleo de comisario, y no de intendente que sería su superior, de pesca de Pontevedra.

Este hermano, quizás por ser el más pequeño o por su afición a la Botánica que compartía con el de San Martín, representaba el gran lazo de unión del monje con su tierra natal. Del gallego pontevedrés que, desde el aislamiento de su celda, en cada momento y con cual-quiera ocasión, buscaba la manera de encontrar una fórmula para des-arrollar su tierra, para hacerla progresar, para impedir que tanto galle-go recorriera las tierras castellanas buscando trabajo; y todo ello a través de una mejor agricultura, del desarrollo del sector pesquero, o de la creación de actividades industriales o comerciales. En la extensa correspondencia que se conserva entre los dos hermanos, y que ha sido publicada por el Consello da Cultura Galega con motivo del Tri-centenario de Frei Martín Sarmiento bajo la dirección de Xosé Fil-gueira Valverde y Mª Xesús Fortes Alén, podemos analizar como a pesar de la distancia que separaban a los dos hermanos, y de las gran-des dificultades que habían de sortear para ponerse en comunicación, ambos estaban al corriente de cómo discurría la vida en sus lugares respectivos de residencias, aunque el verdadero empeño de tener noti-cias estaba en el que se encontraba en la Corte. De las tierras de su infancia llegarían a Madrid multitud de semillas y plantas que, apro-vechando cualquier resquicio de sol que pudiese entrar en el convento, servia para cultivarlas, estudiarlas y encontrarles utilidad.

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Pero la otra profecía de que sea

VRma. confesor de la Reina es más dificul-tosa; porque a esto se opone infinitamen-te su genio, y aun creo la religión mona-cal. Pero, sin embargo, pudiera suceder que algún día la Reina de España, a si-militud de otras muchísimas reinas, lle-gase a profesar la religión benedictina, y ves ahí como en tal caso ya no se resisti-ría a ser su confesor el Rmo. Pe. Ministro Sarmiento, antes bien llevaría con gusto encaminar a Dios un alma tan grande.

Existe otra nota significativa respecto a la sintonía que debió

existir desde la juventud entre los dos hermanos, y de la que igual-mente hace referencia Roche. En el siglo XVIII era frecuente que las personas cambiasen sus apellidos de nacimiento, sin atenerse a una norma, por el de sus progenitores, con preferencia por los de su padre. Así, en el caso de Roche, cuya madre era de primer apellido Serrano, se hizo llamar Roche Sansón tomando los dos apellidos de su padre. Pedro José siguió la misma costumbre, pero con una pequeña variante. Cuando en mayo de 1711 profesa, y hace sus correspondientes votos, cambia sus nombres como solía ser costumbre en las comunidades religiosas, y pasa a llamarse fray Martín García Sarmiento, no toman-do el segundo de su padre, obviando el primero de su madre y adqui-riendo su segundo, que a la vez también le llegaba en un determinado orden por parte de su padre. Hasta aquí nada llamativo, lo significati-vo es que años después su hermano más pequeño, y amigo de confi-dencias, toma por modelo lo realizado por él con respecto a sus apelli-dos, y pasa a llamarse Francisco Javier García Sarmiento. De aquí que los marineros de la ría pontevedresa hablen de eliminarle el apelativo de Sarmiento.

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Esto pase por diversión, y ahora va-mos a que además de las noticias que VRma. me ha comunicado a mí, a los seño-res marqueses de Aranda y a Don Miguel de San Esteban, sobre el curso de los pro-yectos del Sr. su hermano, tenemos aquí esparcido el eco de su fama por algunas acciones que se han sabido de su mérito, integridad y celo, siendo preciso que esto le concilie el amor de todos los bien in-tencionados.

No solamente de Galicia puede ve-

nir la sardina y pescado seco. Otros géne-ros son más apreciables en este país, y po-dían conducir aquellos naturales como es la madera de castaño y roble, todo género de clavazón y herraduras, todo instrumento para labrar la tierra, arcos de palo para las vasijas de vino y aceite, todo género de lienzo especialmente para manteles, las calcetas, la castaña pela-da, la avellana, las cebollas, los perniles, el azabache, toda especie de tinteros, platos, cajetas, escudillas, cucharas, hor-nillas de botones, etc., hechas de toda madera, especialmente de boj y de cuer-no.

Con Granados, que salió ahora siete

días para esa Corte, remito a VRma. el ta-baco de nuestro Ilmo. Feyjoo, el cual con su despacho se debe presentar en esa ad-

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ministración para que no lo den por de-comiso. También remito dos limetas de miel de Indias para que parta VRma. con el dicho señor, pues no puede llegar a más la miseria que padecemos de todos los regalos de Indias por las picardías que en esto se ejecutan, ya sea quedándo-se con ellos por la fuerza, o de grado, o ya dándole unos taladros con achaque de registro por donde quitan lo que quie-ren, como puede conocer VRma. en la lata de tabaco en donde hicieron un agujero disforme.

Con esto quedo a la obediencia de

VRma. rogando a nuestro Señor dilate su vida muchos años.

Puerto de Santa María, agosto 21 de

1752

Rmo. Padre. B.L.M. de su VRma. su muy afecto y re-

verente servidor Juan Luis Roche

Posdata

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Las voces que corrieron sobre la sen-tencia del príncipe de Módena han sali-do falsas y se va descubriendo mucho misterio en la prisión de este hombre. Alabo la conducta de VRma. en no conve-nir que el señor su hermano viniese a la Corte. Por grande que sea su mérito, su sabiduría y su celo, no podría lograr con su presencia más alto concepto del que se hace estando lejos. Casi siempre se depone (entre los necios) el concepto de los hom-bres grandes en llegando a tratarlos.

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Nº 38.- (Por amanuense) 1752, octubre, 2. EL PUERTO DE SANTA MA-

RÍA (Cádiz) De las incidencias ocurridas con unas

cartas remitidas desde El Puerto. Llegada a Cádiz, procedente de Indias, de pequeñas cantidades de una nueva planta medicinal: la calaguala. Desenlace en torno al supues-to príncipe de Módena.

A.M. Rmo. Padre Mro. Fray Martín Sarmiento.

Muy Rdo. Pe. y Sr. mío: Recibí la estimada de VRma. de cinco

del pasado, y también una del señor su hermano en que me decía no haber reci-bido carta mía, ni tampoco otra que le escribió un sujeto de aquí cuyo contenido era de importancia, y ambas se echaron en un mismo día de correo, y ninguna llegó a sus manos, lo que atribuyo que por aquel tiempo se mudaron los dueños y oficiales de las estafetas y, como novi-cios en el empleo, corrieron esa fortuna las cartas; y, a no haber recibido la de

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VRma con el aviso de la que le escribí, se-ría mayor el embarazo.

Remito a VRma. la inclusa nota de la

carga total de nuestro navío El Fuerte,199 y por su idioma verá VRma. que si no la hicieran los extranjeros (menos perdula-rios que nosotros) no la tuviéramos, ni supiera el público del comercio el conte-nido por menor de ella. También verá VRma. como entre tantos millones de oro y plata solamente vienen cuatro libras de

199 Navío “El Fuerte”, también llamado Nuestra Señora de

Guadalupe, dotado de un armamento de sesenta cañones y construido en La Habana en 1727. Unos años después de su botadura, en 1734, el mencionado navío junto con “El Conquistador” fueron asignados al famoso General de la Armada Don Blas de Lezo, más conocido por el Almirante Patapalo, debido al artilugio de madera que conformaba una de sus piernas.

Desde muy joven participó en duros combates navales durante la Guerra de Sucesión española, formando parte de la escuadra france-sa en sus enfrentamientos con la anglo-holandesa. En uno de estos combates acaecido en las costas malagueñas, frente a la población de Velez-Málaga, una bala de cañón le impactó de lleno sobre su pierna sesgándosela de pleno, por lo que con posterioridad hubo de recurrir a la pieza ortopédica que fue origen de su apodo. Aunque no fue ésta la única de las mutilaciones que su profesión naval le ocasionaron. En otra batalla, esta vez en Tolón, perdió el ojo izquierdo, y en el sitio de Barcelona perdió el brazo derecho.

En reconocimiento de su valor, y de sus cualidades como ma-rino y estratega, se le asignaron los navíos antes citados y se le nom-bró Comandante General de Cartagena de Indias, interviniendo en la defensa de esta ciudad ante el ataque del Almirante inglés Sir Edward Vernon, dentro de la guerra entre españoles e ingleses conocida por la “Oreja de Jenkins”.

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la famosa hierba200 calaguala solicitada por algunos curiosos, en cuya corta por-ción tengo alguna parte y mucho consue-lo de ver contenta mi ambición con una cosa tan levísima.

No habiendo tenido carta del Sr.

Mena estoy ignorante de sí cobró los cien-to cincuenta pesos de la letra que le envié los tiempos pasados, como también el im-porte de unos libros que me remitió por entonces; quiera Dios que no sea por falta de salud.

Con Granados envié un par de cocos

a VRma. los cuales darán chasco si se guardan como la miel, por más que ellos sean semidulces.

El fingido príncipe de Módena201 fue

a presidio por diez años, quedando a la 200 Ver notas a las cartas números 2 y 22, de 30 de enero de

1748 y 8 de septiembre de 1750. 201 El caso del príncipe de Módena no fue un hecho aislado en

la España de la Edad Moderna. Concretamente, durante los siglos XVII y XVIII, solía aparecer por alguna de nuestras ciudades un per-sonaje, un tanto desconocido, manifestando ser tal o cual rey, príncipe caído en desgracia, afamado médico u hombre de ciencia. Todas estas grandes personalidades, en su mayoría no eran más que unos verdade-ros impostores que, rodeados de una escolta de pícaros, sacaban pro-vecho del desconcierto que en un principio creaban, provocaban y manipulaban; es decir conseguían vivir del cuento, o de otros intereses económicos o políticos más profundos. Estas situaciones se veían favorecidas por las dificultades de comunicación, tardándose más

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tiempo del deseado en esclarecerse sus verdaderas identidades y, cuando se llegaba a saber, entonces los “pájaros” volaban con mucha más rapidez que la información que sobre ellos se había estado bus-cando. Acerca de estas cuestiones hay excelentes referencias en mu-chos de los escritos de Feijoo, en alguno que otro del Padre Sarmiento, y en éste que vamos a citar que, manuscrito, se hallaba en el gabinete de antigüedades del marqués de la Cañada en la ciudad de El Puerto, siendo recogido por Cortazar bajo el título de “Suceso peregrino de Marco Tulio Calisón”.

Felipe II murió en 1598, accediendo al trono español Felipe III que lo fue hasta el año de 1621. Por otra parte, en el país vecino de Portugal, en 1557 falleció su rey Juan III, cuando ya había dejado de existir su previsible sucesor e hijo Juan de Braganza, recayendo la monarquía en su nieto Sebastián que, ante su minoría de edad, fue necesario nombrarle regente, primero en la persona de su madre Cata-lina de Austria y más tarde en la de su tío el cardenal Enríquez.

Años después, en 1568, llegado a la edad necesaria para go-bernar, accedió a su reinado, pero sólo a efectos formales, porque en la realidad ni estaba preparado para ocupar tan revelante puesto, ni tenía otras inquietudes que no fueran las de guerrear contra los moros más allá de sus fronteras.

Bajo estas inquietudes, que marcaron toda su vida, en 1578 entró en combate en el Norte de África, en Alcazarquivir, y en medio de la batalla cayó herido de muerte, pero su cuerpo, una vez concluida la refriega, no fue hallado. Y nació la leyenda muy en consonancia con los tiempos que corrían. Primero se afirmaba que había consegui-do salir vivo de la contienda, y que se encuentraba a resguardo en cierto país. Pero luego el mito fue mucho más lejos, y llevó a algunos portugueses a afirmar que su rey Sebastián había resucitado y se halla buscando la manera de regresar a su querida tierra para desalojar a los reyes españoles.

Toda esta incomprensible creencia alrededor del cual se moví-an muchos intereses de estado, y a sus seguidores, se les conoció con el sobrenombre de “sebastianismo”. Y es que al morir el rey Sebastián sin descendencia, se volvió a crear un grave problema sucesorio, que aprovechó Felipe II, casado con Isabel de Portugal, para hacer valer sus derechos en las Cortes de Tomar, celebradas en 1581.

Los hechos, escuetamente, se desarrollaron de esta manera. Marco Tulio era un sencillo y humilde calabrés, mitad poeta mitad excéntrico y extravagante, quien hacía 1592 decide ausentase de su tierra natal y trasladarse a Venecia. Cierta día, y atendiendo a esas

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coincidencias que se dan en la vida y nos marcan para el resto de nuestros días, entra a orar en una de las muchas iglesias que se elevan en medio de la ciudad de tan bellos canales. Allí coincide con unos portugueses y un veneciano, seguidores del movimiento “sebastianis-ta”, quienes fijan sus ojos en él y manifiestan, con toda su lucidez o desfachatez, que se hallan ante el verdadero rey Don Sebastián de Portugal, el que ellos buscaban desde los acontecimientos de Alcazar-quivir. De nada sirvió que Marco Tulio les asegura que él era un sen-cillo hombre que no tenía nada que ver con la realeza, que sus padres también eran calabreses, y que a lo único que aspiraba era a vivir con sencillez consiguiendo su diario sustento. Los regalos, el dinero, las atenciones, y sobre todo el considerarse persona importante, que mu-chas veces es más apetecido que todo lo anterior, hicieron mella en este hombre. De la noche a la mañana se vio rodeado de personas aduladoras, sobre todo de un fraile dominico de nombre Esteban de San Payo, que le trataban como a un verdadero rey, pero cuyos verda-deros intereses estaban en la Península Ibérica.

La noticia cubrió toda Venecia como en los momentos de sus grandes mareas, e hizo intervenir al Embajador español, quien le con-minó a que abandonara la ciudad. Pero la situación había llegado ya demasiado lejos; su cabeza calenturienta llegaba en ocasiones a pensar que verdaderamente era el Rey, momento que aprovechaban sus se-guidores para alentarle. Así, desoyendo el requerimiento, fue detenido, confinándosele en el castillo de San Marcos y sometiéndosele a proce-so.

A partir de este momento el preso intento por todos los me-dios que la situación que se había originado se pudiera hacer realidad. Se instruyó en la lengua, costumbres e historia del que decían era su país, y la cuadrilla de sus seguidores que le estaban utilizando, movie-ron todas las cancillerías europeas buscando apoyos en contra de Es-paña.

Al fin se celebró el juicio, y fue condenado a galeras. Con esta sentencia pudiera parecer que se había concluido la aventura, pero la realidad fue que aquí se iniciaba un largo proceso que concluiría a finales del verano de 1603 en la Galera Capitana fondeada en la des-embocadura del río Guadalete, en El Puerto. Después de involucrar a cuantas autoridades civiles y militares que pudieran tomar parte en su liberación y reposición como rey, incluyendo a la duquesa de Medina-sidonia esposa del Capitán General de las Costas de Andalucía y al propio rey Felipe III, se celebró nuevo juicio, cuya sentencia se dio el 30 de agosto de 1603, condenando a Marco Tulio “… a ser arrastrado

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disposición de la Corte en cumplimiento de este tiempo. De su proceso, ni de su per-sona, no se ha traslucido nada.

Quedo a la obediencia de VRma. con

fino afecto y rogando a nuestro Señor di-late su vida muchos años.

Puerto de Santa María, octubre 2 de

1752

Rmo. Padre. B.L.M. de su VRma. su muy afecto y

muy reverente servidor Juan Luis Roche

Posdata

como traidor, cortada la mano que firmó en nombre del Rey, que fuese ahorcado y hecho cuartos puestos por los caminos…” , y a los dos frailes que tanto le habían alentado, fray Ventura de San Antonio, franciscano, y el dominico fray Esteban de San Payo, fuesen igual-mente condenados a muerte. La sentencia se cumplió el martes 23 de septiembre de dicho año, aunque en el caso de los dos frailes, quedó en suspenso para deliberación por parte de Su Majestad el rey de Es-paña.

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Ya dicen que se arrebañó con cuan-to dinero tenían en las Indias el Rey y el comercio; ahora veremos lo que sucede en adelante.

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Nº 39.- (Por amanuense) 1753, enero, 28. EL PUERTO DE SANTA MA-

RÍA (Cádiz) Remitiendo copias de varias cartas de

amigos comunes. Agradeciendo el envío de unos libros a sus padres en La Coruña. Re-presentaciones de ópera, y misión apostóli-ca del Padre Calatayud en el Puerto.

M.M. Rmo. Padre Mro. Fray Martín Sarmiento.

Muy Rdo. Pe. y dueño mío: Recibí la de VRma. con todo gusto, y a

su contenido digo ser cierto haberse olvi-dado incluir en mi antecedente la copia de la carta última que recibí del Rmo. Pe. Alzugaray y, aunque luego se reparó en el olvido, se suspendió remitirla hasta la primera ocasión que se ofreciese de escri-bir a VRma., lo que ejecuto ahora, y junta-mente envío otra copia de carta que acabo de recibir del amigo Lorenzana, y otra de Cádiz sobre las circunstancias

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del Sr. Armelá202 que como las ignorase fue preciso preguntarlas.

Agradezco mucho a VRma. la remi-

sión de los libros del “Pueblo de Dios” a mi hermano, quien ya me avisa haberlos recibido, y juntamente el tomo cuarto de Cartas Eruditas con que VRma. se sirve re-galarle agravando cada día más y más mi gratitud. Mis padres se hallan ya en la edad más avanzada, y de muchos años a esta parte no tratan sino del ali-mento del alma, lo que recae sobre una vida anterior muy cristiana y desprecia-dora de los bienes de este mundo. Así han estimado dichos libros como un gran te-soro, y mi hermano no se queda atrás pues también dice que le servirán para el

202 En el Archivo Histórico Provincial de Cádiz, en un codicilo

de diecisiete de mayo de mil setecientos cuarenta y dos, dentro del legajo 4471 y en las páginas 663 y 64, encontramos algo de la biogra-fía de este señor. Respondía su nombre al de Félix de Armelá, vecino de Cádiz y natural de la ciudad barcelonesa de Mataró. Ejerció de maestre en la nave polacra, de construcción francesa, conocida por “La Aventurera”, que se hallaba a las órdenes del capitán Blanchet, quien la comandaba en sus viajes desde la Bahía de Cádiz al reino de Nueva España.

Fue propietario, en diferentes momentos de su vida, del navío Nuestra Señora del Rosario y San Francisco Javier, botado en las ata-razanas genovesas con un desplazamiento de 839 toneladas; así como del San Cristóbal o “Soldorado”, de 513 toneladas y de construcción española el cual, habiendo iniciado una nueva singladura en febrero de 1757 hacia Nueva España, debió regresar a la bahía gaditana por falta de gobierno, quedando inhábil en ella.

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empleo de cura de almas en Abres203 que es un lugar que coge frutos del Obispado de Mondoñedo y Oviedo. Vea VRma. con que poca cosa quedan contentos como unas Pascuas, y sin duda más que yo con toda mi biblioteca.

Por la Gaceta inclusa, que acabo de

recibir de Lima, verá VRma. lo mucho que vive por allá la gente, pues a lo menos si la vida de por acá es un soplo, la de allá parece dos. No ignoraba esta bondad de su país el Rmo. Castañeda204, pues acaba de partirse hacia allá después de muchos clamores para conseguirlo. Sea por esto, o por otra cosa, yo he observado una de-masiada ansia (hasta enfermar grave-mente) en los hijos de aquel reino por res-

203 Pequeña aldea del Principado de Asturias, situada en el ini-

cio y a la derecha del río Eo, limítrofe con Galicia. Los peregrinos que realizaban el camino de Santiago a lo largo de la cornisa Cantábrica, al llegar a esta zona tenían dos opciones, o vadear la ría de Ribadeo, en barca, desde Castropol, o dirigirse a este pequeño pueblo dónde existía un viejo puente que cruzaba el Eo y, lo que era más importante, el último asilo y hospital para los caminantes antes de internarse en las tierras gallegas. Ubicada esta hospedería en su iglesia parroquial dedi-cada a Santiago, del siglo XVIII, pudo ser en la que el hermano de Juan Luis Roche desarrolló su labor pastoral.

204 Cuando Roche realiza esta reflexión ciertamente está evo-

cando al amigo común Padre Alzuragay, jesuita, también limeño y compañero de comunidad del Padre Castañeda en el Hospicio de Indi-as de El Puerto, así como los muchos abatimientos, tristezas y melan-colías que padeció en esta ciudad hasta conseguir el regreso a su país natal.

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tituirse a su patria, especialmente si son viejos.

Las óperas 205siguen aquí, y yo las

perdería mil veces por oír una al Pe. Ca-

205 La ópera nació en Italia a caballo entre los años finales del

siglo XVI y del entrante XVII, en base a numerosas composiciones poéticas, breves, de temas amorosos. Es decir los madrigales, combi-nación literaria de versos de siete y once sílabas, a los que se le pusie-ron una o varias voces, agregándosele, en ocasiones, acompañamiento musical. Todo este nuevo género se desarrolló gracias a un grupo de músicos que se hicieron llamar “camerata”, y que se marcaron por objetivo fundamental el revitalizar el estilo musical del drama de la antigua Grecia.

Fue en Venecia, a finales del siglo XVII, donde se situó el centro neurálgico del nuevo género teatral, difundiéndose rápidamente por todos los rincones italianos. Llegó a Roma con la misma eferves-cencia de sus inicios, y más tarde a Nápoles donde Alessandro Scarlat-ti le dio un nuevo impulso potenciando la canción solista, cadenciosa y alegre que, un siglo después de su nacimiento, a finales del XVII y principios del XVIII, había llegado a los países más cultos de la vieja Europa. Con anterioridad a 1678 la opera italiana se representaba en la ciudad alemana de Hamburgo, pues en esa fecha se inauguró un teatro para acogerlas con la mayor comodidad. A Inglaterra, igualmente, llegaron los compositores y cantantes italianos, aunque algunos ingle-ses ejercían de actores y otros escribían libretos. En Francia el italiano Jean Baptiste Lully encontró la protección de Luis XIV, el conocido como Rey Sol, escuchándose en la Corte francesa, dentro del boato y el lujo de aquellos años, las óperas italianas.

Mientras corría el siglo XVII, reinaba Felipe IV muy dado a las artes escénicas y musicales, y promotor de grandes fiestas cortesa-nas que se celebraban en los terrenos de caza de los alrededores del Palacio de la Zarzuela, que había tomado el nombre de las muchas zarzas que allí crecían. Estas actuaciones musicales, con actores de los corrales de comedias madrileños, fueron el origen de nuestro teatro lírico español -la zarzuela-, muy bien aceptado por el pueblo.

Con la entrada en el nuevo siglo se produjo el cambio de rey. Concluyó el periodo de la Casa de Austria y se asientó la Casa france-sa de los Borbones con la figura de Felipe V. Esta mudanza en la rea-

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latayud206 y renovar los ecos que desde niño grabaron en mi corazón sus voces.

leza española ha sido considerada como motivo fundamental para la introducción de las ópera italianas en España, vía Francia, sobre todo de la mano del más famoso de los castrati, el cantante italiano Carlos Brosschi, conocido por Farinelli, abandonando, en parte, el tradicional género lírico español. Nosotros pensamos que no es completamente cierta esta afirmación. Qué fuera un condicionante más, por sus re-lumbrantes éxitos en 1737 aliviando las depresiones del rey, es segu-ro; pero también debemos valorar que este género recorría toda Euro-pa, y que de una u otra forma su llegada no se hubiera podido impedir. Es más, podría haber llegado años atrás, lo mismo que otros movi-mientos, si las condiciones les hubieran sido más favorables. Es decir si la cultura hubiera estado más asentada en la sociedad española.

206 La misma fuerza con que fue aceptada la ópera por la so-

ciedad, la hallaremos en la Iglesia oponiéndose a sus representaciones. Incongruencia, como muchas de las que se solían darse con esta insti-tución, y que observamos en la misma persona de Roche, buen reli-gioso y erudito. Mientras la Institución ponía toda clase de impedi-mentos a este tipo de espectáculos, u otros como los bailes o las corri-das de toros, los aceptaba en tanto en cuanto llegaba a participar en sus beneficios, justificando su actuación porque iban destinados a cubrir la asistencia benéfica que, como caridad cristiana, se repartía en hospicios, hospitales o refugios. Para la Iglesia, por esos años, el tea-tro era sinónimo de autos, de representación religiosas que, siguiendo la doctrina tomista, debía propagar entre sus seguidores los dogmas de la fe católica. De aquí que surgieran grandes predicadores, varones apostólicos que, yendo de pueblo en pueblo, incitaban a la conversión de sus humildes y sencillos moradores, a cambiar su pecadora vida, que nosotros llamaríamos dura y lastimosa. Y en todas estas misiones había un tema estrella: la necesidad de desterrar la nueva costumbre de asistir a bailes y comedias.

De todos estos predicadores, sin duda, el de más renombre en el siglo XVIII, a lo largo y ancho de toda la Península Ibérica, fue el navarro nacido en Tafalla el día uno de agosto de 1698, Pedro Antonio Calatayud Florencia. Cumplido los veintiún años profesó en Pamplona como miembro de la Compañía de Jesús, realizando estudios en Alca-lá y Salamanca, para una vez obtenida la formación necesaria, y des-

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Quedo con fino afecto a la obedien-

cia de VRma. deseándole toda salud y ro-gando a nuestro Señor dilate su vida muchos años.

Puerto de Santa María, enero 28 de

1753

pués de un corto periodo de su vida religiosa dedicado a la docencia impartiendo conocimientos sobre retórica y textos sagrados en los colegios de Medina del Campo y Valladolid, dedicarse en “alma y cuerpo” a lo que fue su verdadera vocación por más de cincuenta años: las misiones apostólicas.

Estos actos misionales, que seguían el más puro estilo tradi-cional de evocar a un Dios justiciero, muy opuesto a la consideración que ya le tenían algunos eruditos e ilustrados para los que era un Padre compasivo, misericordioso y lleno de comprensión, fueron recogidos por el Padre Feijoo en su Teatro Crítico Universal, alabando la activi-dad que desarrollaba, el amor y respeto que encontraba entre sus se-guidores, su estilo para hacerse escuchar, así como “…la sutil penetra-ción con que descubre todas las ensenadas del corazón humano en el asunto de todas las pasiones y el alto magisterio con que receta los remedios a todas las enfermedades del espíritu.” Sin embargo por estos mismo años, en 1754, otro jesuita, el Padre Isla, comenzaba a escribir su conocida Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazas, alias Zotes, haciendo una crítica burlesca de los ampulosos sermones que se impartían en las multitudinarias concentraciones de fieles.

Roche, por su parte, y como le vemos actuar en muchas oca-siones, se encontraba en un estado de intranquilidad, de duda. Partici-paba activamente de todas las ideas ilustradas; era sensible a las nece-sidades del pueblo, de sus más cercanos, de los niños, de todo el que pasaba necesidad, y por eso le vemos actuar como filántropo y síndico personero del Cabildo; pero por otra parte le costaba separarse y criti-car a una Iglesia que respetaba como buen practicante, y a la que esta-ba unido por grandes lazos.

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Rmo. Padre. B.L.M. de su VRma. su afectísimo y re-

verente servidor Juan Luis Roche

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Nº 40.- (Por amanuense) 1753, agosto, 20. EL PUERTO DE SANTA MA-

RÍA (Cádiz) Comentando como ha distribuido, entre

amigos y conocidos, varios ejemplares reci-bidos del tomo IV de las Cartas Eruditas. Nuevas instrucciones reales que de no venga de Indias ningún dinero en barcos, sino en los navíos de guerra. Del estado del comer-cio con Indias y del contrabando de los barcos extranjeros.

M.M. Rmo. Padre Mro. Fray Martín Sarmiento.

Muy estimado Pe. y dueño mío: Con todo aprecio y gusto recibí la de

VRma. por considerarlo restituido al des-canso de su celda continuando en su ro-busta salud, en su paz y quietud anti-gua.207

207 Había recibido Roche comunicación de Sarmiento infor-

mándole del accidente padecido cuando se hallaba en Valladolid, a donde, en este año de 1753, había acudido a participar en el capítulo general de su orden. De entrada no fue de muy buen agrado, según se desprende del comentario que, antes de partir el 4 de mayo, le hizo al

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Veo como el Sr. Mena me ha remiti-

do los libros por Aparicio, cuyo cuidado estimo mucho, porque estaba desazonado con la detención de Granados que le ha sido indispensable por ocasión de las quiebras con que se interrumpió y quedó suspendido el comercio; pero ya dice que saldrá esta semana.

duque de Medinasidonia: “…perder 18 días de tiempo, 18 arrobas de paciencia, 18 grados de fresco, 18 doblones de comer mal y dormir peor y 18 conversaciones con mi gato Mizaldini.” Un mes después, el 2 de junio, le envía nueva comunicación, esta vez desde Madrid una vez reincorporado a su convento, relatándole su estancia fuera de su celda habitual, y la caída que había sufrido por las escaleras: “Yo hice mi jornada a Valladolid con bastante repugnancia y así salió ello, pues me estaba esperando allí una escalera para medirme un brazo y el último eslabón del espinazo. Caí coramdeo inconspectu solis y a vista de tres generales y de otros monjes. Di un grito que se pudo oír en Aranjuez. Todos quedaron aturdidos y yo estropeado. Hice de enfer-mo ocho días y aún continúo, pero siempre para servir a usted y gra-cias a Dios por todo y le ruego perdone a los que inventaron Capítulos Generales para sacar a los religiosos de su celda.”

Por ambas cartas deducimos, sin mucho esfuerzo, que el capí-tulo duro dieciocho días, en los que ocurrió el percance; o sea, entre los días en que se datan los escritos: el 4 de mayo y el 2 de junio.

El suceso debió revestir una cierta importancia, pues corrió la noticia de que Sarmiento había muerto, rumor que también conocemos por otra carta, en esta ocasión por la que le remite su amigo en la Gra-ña, Miguel Páez, en noviembre de 1753 (Academia de la Historia 9/5761). Lo cierto de todo es que, casi un año después, aún le queda-ban secuelas del golpe. El 5 de agosto de 1754, en una nueva comuni-cación con el duque de Medinasidonia, le comenta la soltura que tuvo en otros tiempos, y como fue capaz de saltar por encima de un compa-ñero de comunidad. Ahora, decía, “No debo pensar en recobrar tanta agilidad, pero si en poderme manejar mejor que hasta aquí.”

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Aprecio como debo la fineza de VRma. en el tomo cuarto de Cartas Eruditas208 que me regala, el cual (no obstante los muchos que me vienen del mismo modo por parte de su autor de que estoy corri-do) tendrá éste mi estimación en lugar muy alto, de que doy gracias. Y por lo que mira al que premedita regalar VRma. a Don Félix Armelá soy opinión de que se le entregue en nombre de VRma. haciéndole las expresiones y excusas que apunta VRma. con que es preciso reconozca su memoria y buen afecto, de que daré aviso luego que se ejecute.

208 Siguiendo el surco marcado por el pensamiento ilustrado

del escritor y filósofo francés Voltaire, quien se manifestó en el senti-do de que el hombre debía atreverse a pensar por si mismo, y del gran pensador de la época moderna Kant, que promulgaba la idea de “atre-verse a saber”, y de otros eruditos, fray Benito Jerónimo Feijoo escri-bió, y publicó, entre 1742 y 1760 sus 163 Cartas Eruditas, agrupadas en cinco volúmenes o tomos.

En este año de 1753, y después de haber transcurrido tres de la publicación del tomo tercero, dio a la imprenta el tomo cuarto conte-niendo 26 de estas cartas. La dedicatoria, fechada el 8 de enero, iba dirigida a Doña María Bárbara de Portugal, en su doble vertiente de reina de España y princesa de Portugal. Con esta dedicatoria, aparte de obsequiar a la propia reina, quería el fraile benedictino manifestar su agradecimiento al país vecino por la aceptación y defensa que había realizado de todos sus escritos, no obstante haber padecido la impug-nación, en 1743, de “…un Religioso Portugués, poco instruido en las materias.” Debemos considerar que los ilustrados de la Península Ibé-rica, separados sólo por una línea que delimitaba los dos países, parti-ciparon activamente en el movimiento renovador, integrándose e in-terviniendo activamente en las academias del momento, sin encontrar barreras o impedimentos a tenor de que estuviesen ubicadas en una u otra parte. Lo que no consiguió unir la política, sí lo aunó la cultura.

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Muy al contrario sucede con el otro

tomo que me manda entregar su autor al Sr. Ozio juntamente con una carta; lo que juzgo intempestivo, porque no recae sobre cosa de sustancia que por palabra o obra se haya granjeado el dicho Ozio, pues no es bastante tal cual expresión de las generales que hizo ahora un año pa-ra presentarle el libro y la carta. Él se halla gravemente enfermo y por este mo-tivo es preciso suspenderlo sin decirle otro al Sr. Feyjoo.

He tenido carta del Rmo. Pe. Alzuga-

ray cuya copia enviaré a VRma. por la memoria que hace suya y del Sr. Feijoo, tocando también en el Pe. Soto Marne de su viaje a Lima,209 y memoriales que por allá andan esparcidos para que lo reci-ban con pálida, pero cada uno hará lo que le pareciere.

Por acá no hay otra novedad que la

de haber mandado el Rey que no pueda venir dinero alguno de Indias si no es en

209 Al regreso del viaje del Perú, que no debió producirse mu-

cho después de la fecha que se expresa en esta carta, agosto de 1753, aparecería en Madrid la publicación a la que hace referencia Roche, bajo el título de Copia de la relación y Diario crítico-náutico del viaje que desde la ciudad de Cádiz a la de Cartagena de Indias hizo el Pa-dre Soto y Marne.

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sus navíos de guerra, lo que es un golpe terrible para los dueños de navíos que en esto fundaban el día de hoy su principal, y acaso única ganancia.210

Las demás noticias de Indias, en

cuanto a la venta de géneros, son tan fa-tales que varios han quedado arruina-dos y algunos se han vuelto locos, y han muerto de la pesadumbre de ver las car-tas, lo que en mucha parte creo que con-siste en el contrabando de los navíos ex-tranjeros.211

210 Pudo estar motivada esta nueva normativa en evitar, dentro

de lo posible, el fraude que, acompañando siempre a la corrupción, se realizaba en contra de la Hacienda Real. Algunos navíos, quizás más de los que podemos pensar, se desembarazaban de parte de su carga antes de arribar a los puertos a que iban destinados, fundamentalmente con la idea de evadir los impuestos que el monopolio español les im-ponía. De las nuevas tierras americanas llegaban, en un primer perio-do, tabaco y cacao que cubrían las tres cuartas partes de las importa-ciones, correspondiendo la parte restante a materias como el azúcar, la grana, las diversas plantas medicinales, y los metales como el cobre y el estaño. Con posterioridad el cacao y el azúcar ocuparon más del 50 % del flete, pero por supuesto los más valioso productos que cruzaban el Atlántico hacia las costas gaditanas eran los metales preciosos, los caudales. Así el fraude a la Hacienda no era de igual valor si se reali-zaba con un navío cargado de productos agrícolas o minerales de me-nor valor, que con los barcos que navegaban con otros de mucho más resplandor, de mayor valor, con el producto de las ventas realizadas en aquellas tierras por los cargadores a Indias aquí afincados.

211 Una vez más destaca Roche, en sus comunicaciones con

Sarmiento, el papel tan relevante que juega en las relaciones entre Es-paña y sus posesiones americanas el tema del contrabando, y es que esta actividad nació el mismo año de 1503 en que se instituyó la Casa de la Contratación estableciéndose el régimen de monopolio comercial. La

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Quedo con fina voluntad a la obe-

diencia de VRma. y rogando a nuestro Se-ñor dilate su vida muchos años.

Puerto de Santa María, agosto 20 de

1753

Rmo. Padre. B.L.M. de su VRma. su muy afectísimo y

muy reverente servidor

Corona quiso fijar un férreo control económico a través de las exporta-ciones e importaciones, e incluso de las personas que viajaban de una a otra parte, pero no sopesó suficientemente que este sistema debía sus-tentarse en dos pilares fundamentales que, ni los tenía, ni los consegui-ría por muchos años. Necesitaba de una poderosa flota comercial y de guerra, y de una próspera y competitiva industria. Precisaba de muchos y buenos navíos que, dependiendo en exclusividad de la Corona españo-la, pudieran abastecer las necesidades de los nuevos pueblos, haciéndo-los acompañar por una potente escuadra naval que los protegiera en tan largo y arriesgado viaje. Y por otra parte se crearon en los naturales unas expectativas, unas necesidades, unos gustos y unas costumbres al estilo de la sociedad colonizadora, que más tarde no habría empresas españolas que pudieran atender sus demandas.

En las primeras décadas la actividad fraudulenta se manifestó más en el sentido de corrupción desde la administración, como una réplica a la imposibilidad manifiesta de hacer cumplir las leyes. Con posterioridad, y ante el desabastecimiento de aquellos pueblos, se con-cedieron licencias temporales a países europeos y a regiones americanas para que pudieran comerciar. Pero la temporalidad pasó a perpetuidad, las licencias a prohibiciones que no se atendían, y al establecimiento de un contrabando continuado, donde convivía plenamente lo clandestino con lo legal.

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Juan Luis Roche

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Nº 41.- (Por amanuense) 1753, diciembre, 18. EL PUERTO DE SANTA

MARÍA (Cádiz) Felicitación de las Pascuas Navideñas.

Representaciones de óperas italianas en El Puerto. Suicidio en el Hospicio de Indias de la Compañía de Jesús.

M.M. Rmo. Padre Mro. Fray Martín Sarmiento.

Muy Rdo. Pe. y dueño mío: Por falta de asunto he dejado de

molestar a VRma. de algún tiempo a esta parte. Ahora, con motivo de las Santas Pascuas que se nos acercan, no excuso de renovarle mi memoria y el vivo afecto con que deseo a VRma. todo gusto, así en estas festividades como en el discurso de todos tiempos.

Tampoco di aviso a VRma. de haberle

entregado el libro a Don Felix Armelá por haberme escrito de que se lo partici-paba a VRma. por el correo dándole los de-

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bidos agradecimientos, y lo mismo ejecu-tó conmigo en una carta muy atenta.

Remito a VRma. la copia de la carta

última que he tenido del Rmo. Pe. Alzuga-ray.

Por acá no ocurre más novedad que

la de la ópera italiana que nos desuella en este pueblo, pues con sus trazas, su música y embelecos han atraído tanto así a la nobleza y gobierno que hacen lo que quieren, y se sigue una estafa horro-rosa que es preciso se llegue a sentir al-gún día cuando las molleras se hayan refrescado.212

212 Jaime Miguel de Guzmán Dávalos Spínola, marqués de la

Mina, quien nació en Sevilla en 1689, optó en su vida por seguir la carrera militar, participando en la guerra de Sucesión Española, ade-más de en otras contiendas como fueron la también guerra de Suce-sión de Polonia, y la de Austria, en 1746, estando al mando del ejérci-to español en Italia. Durante este periodo de su vida, y en este último destino, bajo su condición de militar, pero también de hombre muy ilustrado, se interesó profundamente por la ópera llegando a ser un entusiasta y seguidor de ella. Al regresar a España en 1749 se hizo cargo de la Capitanía General de Cataluña, que se le había asignado en 1743 antes de marchar a Italia. Ya asentado en ella, añorando su parti-cipación en las representaciones musicales italianas, en 1750, reclama la presencia en Barcelona del empresario napolitano de “opera buffa” Nicolás Setaro, con el fin de dar satisfacción a su afición personal, y a la vez buscando que las representaciones sirvieran de distracción a sus tropas.

Más de dos años estuvo la compañía de Setaro actuando en Barcelona bajo la protección de su Capitán General, pero por una serie de circunstancias que no es éste el momento de analizar, cambió de

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aires buscando otra ciudad que, tanto por su importancia económica como por ser centro de cultura ilustrado, demandara su presencia.

Pensó en la ciudad de Cádiz que reunía todos los condicionan-tes que buscaba, pero en la que no pudo instalarse porque existía, des-de 1608, un privilegio del Cabildo a favor de cierto médico gaditano y de su Hospital de San Juan de Dios, por el que solamente esta institu-ción podía instalar teatro, repercutiendo la tercera parte de sus ganan-cias en la atención del personal acogido.

Ante esta imposibilidad, y valorando que en la vecina ciudad de Jerez de la Frontera se encontraba el Capitán General de las Costas de Andalucía, se dirigió allí, encontrando en la persona de Don Luis de Güendica, el mismo apoyo y las mismas facilidades que antes había hallado en tierras catalanas con el marqués de Mina, iniciándose de inmediato las representaciones operísticas en este año de 1753.

El éxito fue grande, y los elogios a sus actuaciones recorrieron los contornos de la ciudad.

Estudiada una documentación, muy interesante, que se en-cuentra en el Archivo Municipal de El Puerto de Santa María -Sección: Fiestas, legajo 1029, folios 1 al 19- hemos podido comprobar como el 22 de septiembre de ese mismo año de 1753 se reúne el Ca-bildo Municipal, exponiendo Don Esteban del Castillo que “…con motivo de hallarse en Jerez una compañía de opera de música de ita-lianos que hacia dias estaba trabajando con comun aceptación de la comarca por sus especiales habilidades, solicitaba pasar a dicha ciudad del Puerto al mismo fin.” La petición, del empresario italiano, venía con todas las bendiciones del Capitán General Don Luis de Güendica, a la vez que agregaba a su solicitud “…haber dado para ello licencia el Gobernador, con la cualidad de que la Ciudad prestase su condescendencia.”

“Y la Ciudad enterada acordó de conformidad dar, como daba, su permiso, para que se admitiese la opera musical, y ejerciesen sus operarios esta diversión el tiempo que tuviesen por conveniente.” Esta aceptación fue el inicio de un largísimo proceso jurídico que acabó con la presencia de Setaro por estas tierras, y el embargo de todas sus pertenencias, para años más tarde, en 1774, después de haber recorrido varias ciudades españolas, fallecer en la cárcel de Bilbao.

Comencemos haciendo constar que por aquellos años El Puer-to no contaba con teatro para representaciones de comedias. En 1746, dentro de los actos celebrados para la proclamación de Fernando VI, se puso en escena la comedia de enredos y amores de Agustín Moreto y Cabañas El parecido en la Corte, y para ello hubo de habilitarse la

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plaza de toros de madera que, construida también para estos actos, se situó delante de la Capilla de las Galeras, por lo que por parte de Seta-ro, y dentro de su autorización, debía levantar uno. Para ello utilizó un solar anexo a las casas del Palacio de Medinaceli, en la confluencia de las calles del Palacio y San Bartolomé, en un solar llamado de las Caballerizas, perteneciente por aquellos años al marqués de Campo Real, en lo que actualmente es una de las pocas bodegas que van que-dando en el Puerto. Se erigió todo de madera, y su coste supuso un importe de 279.784 reales de vellón.

Una vez concluida la labor de carpinteros y decoradores, se fi-jó la fecha del 14 de abril de 1754 -fecha sobre la que tenemos dudas- para su inauguración. A los portuenses se les convocaba con una gran figura de madera vestida de dominó, o traje de máscara que llegaba hasta los pies, tocando una trompeta, y con una proporcionada tarjeta al cuello donde se podía leer “El gran Alejandro”, ópera con música de Giuseppe Scolari y libreto de Pietro Metastasio, que había sido estrenada en Barcelona, en el Teatro de la Santa Cruz, en diciembre de 1753.

El éxito parece que estuvo asegurado, pero las discrepancias entre diversos sectores de la sociedad portuense también, como obser-vamos a través de la carta de Roche. Pero al empresario, como nego-ciante, estos enfrentamientos entre partidarios y detractores no le hací-an mella, en tanto en cuanto un sector importante acudía al teatro, y además contaba con en apoyo incondicional del Capitán General. Por eso solicita se “…le concediese su licencia y permiso para la conti-nuación en este presente año, hasta el último día de carnestolendas de mil setecientos cincuenta y cinco..”, es decir una nueva temporada.

Al recibir el gobernador de la ciudad el antecedente memorial, convocó junta de Cabildo en la que el síndico personero expuso haber recibido ciertos anónimos que manifestaban “…los perjuicios que se habían seguido con la representación de la opera a los concurrentes a ella.”, por lo que solicitaba de sus compañeros la negativa a continuar el teatro, así como a su desmantelamiento, consiguiendo que en dichos términos se aprobara una resolución.

La decisión no cayó nada bien en el protector de Setaro, el Capitán General, quien de inmediato se dirigió al Gobernador de El Puerto Don Tomás Ximenez de Imblusqueta expresándole “…que para la diversión del ejército había concedido la representación de óperas, y que así lo tuviese entendido; para que ni al Coliseo, ni a la compañía de operantes se le causase la menor molestia; respecto de que a más de competirle en su ejercicio las diversiones que no estaban

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No sé si conocería VRma. en esa Corte

al Pe. Murillo de la Compañía de Jesús, Procurador de una misión en Filipinas, sujeto de mucha virtud y erudición, el mismo que dio a luz en diez tomos una Geografía General del Mundo.213 A este re-

prohibidas por las Reales ordenanzas, había dispuesto que aquellos y el Coliseo estuviesen a la salvaguardia del ejército, mientras Su Ma-jestad no mandase lo contrario.”

Sería prolijo relatar detenidamente el sinfín de circunstancias que se dieron a partir de entonces entre las autoridades locales y el Capitán General. Se impusieron multas por una y otra parte -hasta por entregar escritos en día de fiesta-, se embargaron los sueldos del Go-bernador y de todos los miembros del Cabildo, se detuvieron a perso-nas por no firmar notificaciones, se sucedieron una tras otras senten-cias y apelaciones, interviniendo el Consejo de Guerra con un dicta-men final que no dio la razón entera ni a unos ni a otros, pero que mandó a Setaro levantar su teatro y pagar una parte importante de las costas. Con este desenlace, y el tiempo transcurrido, el empresario no pudo hacer frente a los gastos motivados por tan largo proceso, y las propias tablas de su teatro fueron embargadas y sacadas a pública subasta. La experiencia de la ópera italiana en esta ciudad no fue muy afortunada, porque sobre ella, y no sobre Setaro, se enfrentaron las ideas tradicionales y renovadoras.

213 Nació este jesuita, Pedro Murillo Velarde, teólogo, geógra-

fo, cartógrafo y jurisconsulto, en el pueblo almeriense de Lanjar en 1696, y vino a morir, suicidándose debido a una situación de trastorno mental, como aquí describe Roche, en el Hospicio de Indias de El Puerto en este año de 1753. Había ingresado en 1718 en el instituto religioso fundado por San Ignacio de Loyola, y desde los primeros tiempos de su incorporación estuvo vinculado con la labor desarrolla-da por la Compañía en Filipinas. Allí, en la Universidad de Manila, fue profesor de Teología y de Derecho Canónico, rector de la residen-cia de Antipolo y visitador de las misiones de Mindanao. Una vez finalizada su estancia en aquel archipiélago, y a su regreso a España, es cuando le vemos, transitoriamente, alojado en el Hospicio de Indias

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ligioso, con quien tuve aquí conocimien-to, le acometió una melancolía maníaca que tuvo principio en el mismo día que recibió por el correo una crisis o papelón, sin firma, en que se satirizaban sus obras. Siguió sus turnos la enfermedad y en todos ellos fue el oprobio de la medi-cina, y finalmente, en una de sus maní-as, se descolgó de unos balcones muy al-tos de lo que se le originó su muerte, cuya desgracia compadeció a todos los que la supieron.

Quedo con el fino afecto de siempre

a la obediencia de VRma. y rogando a nuestro Señor dilate su vida muchos años.

de El Puerto, al haber sido nombrado Procurador de la provincia de Filipinas en Roma y en Madrid.

De su estancia en la islas del Pacífico occidental son fruto va-rias interesantes publicaciones como Historia de las Filipinas (1749, Madrid), Constituciones de la Universidad de Manila e historia de la Provincia de la Compañía de Jesús (1759, Manila), y de una manera especial Carta hydrográphica y corographica de las islas Philipinas (1734), mapa de aquel archipiélago realizado a instancias del Gober-nador General de Filipinas, contando para su ejecución con la colabo-ración del dibujante y grabador tagalo Nicolás La Cruz Bagay; dicha carta de navegación fue de gran utilidad para los marinos hasta finales del siglo XVIII.

Dos trabajos además son dignos de resalta: la Geografía His-tórica (1752) en 10 volúmenes, y su Cursus juris canonici, Hispani et Indici (1743) cuyo contenido se basa en la adecuación de las decisio-nes pontificias con el Derecho canónico propio de España y de las Indias. Menéndez Pelayo, comentando esta obra, manifestó que su autor fue el menos regalista de los escritores del S. XVIII.

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Puerto de Santa María, diciembre

18 de 1753

Rmo. Padre. B.L.M. de su VRma. su muy afectísimo y

muy reverente servidor Juan Luis Roche

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Nº 42.- (Autógrafa) 1755, diciembre, 16. EL PUERTO DE SANTA

MARÍA (Cádiz) Insiste Roche sobre la necesidad de que

Sarmiento contrate un amanuense. Celebra la reincorporación de éste a su monasterio ma-drileño, tras su larga estancia por tierras gallegas. Ofrecimiento de un préstamo de 60.000 reales. Nuevo terremoto tras el por-tentoso del primero de noviembre. Comunica-ción con el Padre benedictino Balboa.

M.M. Rmo. Padre Mro. Fray Martín Sarmiento.

Muy amado Pe. y dueño mío: Mala seguridad de vida es la que

da VRma. en escribir de su puño tan dila-tadas cartas como la que acabo de reci-bir. Trabajo le costará a VRma. acostum-brarse a notar cartas, pero luego le sabrá tan bien que tendrá pereza en echar una firma, como a mí me sucede. Muchos años ha que le rogué tomase amanuense, y aun le di tratamiento de Ilmo. en el retrato que envié a Oviedo, y uno y otro se puede dar por cumplido sin que mis

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disparates se fundasen en Astrología. Yo celebro infinito su feliz llegada, y vamos a nuestro cuento.214

214 Entre la última de diciembre de 1753 y ésta transcurren dos

años. No indica esto que no se intercambiaran correspondencia duran-te el periodo comprendido entre ambas, aunque a partir de ahora las epístolas se irán distanciando, sino que Sarmiento se encontraba en Galicia, en Pontevedra, a donde debieron llegar las comunicaciones de Roche. Ya dijimos, en otro lugar, que estas cartas corresponde sola-mente a las que fueron halladas en el convento de San Martín, años después de la muerte de Sarmiento.

Salió el monje del monasterio de viaje a los pueblos de su ni-ñez el 5 de mayo de 1754, con gran ilusión en distraerse y divertirse porque, según él, “…con tanto retiro en mi celda me iba apoltronando mucho y experimentaba una gran pesadez por falta de ejercicio...”, pero sobretodo rememorando su anterior visita de los años 1745 y 1746. De allí no regresaría de nuevo a Madrid hasta el 27 de noviem-bre de 1755.

Durante el tiempo que duró el viaje recorrió con su hermano, y agradecido Comisario de Marina Francisco Javier, toda la costa ga-llega que tenía grabada de su niñez, acopiando cuanta planta, vegetal, arbusto, semilla o animal, consideraba ser digno de estudio, a la vez que, día a día y rincón por rincón, iba analizando y estudiando el len-guaje sencillo del pueblo. Son vacaciones en las que subyace un inten-so trabajo de Geografía, Botánica, Filología y Zoología.

De la Corte no quiere ni acordarse, como se desprende leyen-do parte de la carta que le escribe al Padre Colmenero desde Ponteve-dra el 27 de enero de 1755: “Y te aseguro que me da asco de acordar-me de Madrid y de sus conveniencias. Yo no hecho de menos mi cel-da, ni mis libros, pues por aquí me divierto contemplando las cosas que Dios ha criado de peces, aves, animales, árboles, plantas, hierbas, conchas, etc.”

Pero durante estos años habían pasado cosas muy interesante en España, en la Corte madrileña, que seguro comentaron nuestros dos interesantes amigos, esta vez recibiendo las caricias del mar, pero en uno y otro extremo de la península. Son años de efervescencia políti-ca, de combate diplomático entre Francia e Inglaterra que quieren anular el interés pacifista de Fernando VI, de atraerse a España a su causa participando en una guerra que parece inevitable bajo el telón de fondo del comercio con Indias, y observando ambas, con temor, como

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Creo que ya el Milans, que ofrecía

dar el dinero al dieciséis por ciento, no lo dará ni por veinte, no por la Compa-ñía de Barcelona,215 sino por la guerra que se sospecha y ofrece mayores ganan-cias a los que tienen dinero en su casa. La semana pasada encontraría yo cuan-to dinero quisiese, y por el tiempo que gustase a un cinco por ciento, y hoy no lo encontraré ni a un ocho. Ya le dije a VRma. que mi dinero está pronto, y aunque se muera VRma. (que importa mucho) para esto no importa nada. Aunque yo amase

ésta se está rearmando peligrosamente, para sus intereses, bajo la di-rección del marqués de la Ensenada.

Poco antes de la partida de Sarmiento, el 8 de abril murió im-previstamente Carvajal, y se desencadenó una serie de ceses y nom-bramientos de ministros. Se designa a Wall como ministro de Estado, Ensenada pierde la confianza de la reina y es desterrado a Granada, Eslava se nombra para Guerra, Valparaíso para Hacienda, Arriaga para Marina e Indias, y el confesor real Rávago también es destituido por Fernando VI. Y por si fuera poco todas estas novedades, tiembla la tierra con el famoso terremoto de Lisboa que convulsiona a toda la sociedad española, y que será motivo de un estudio pormenorizado por muchos eruditos, y entre ellos por Roche.

Además, en las relaciones entre ambos, debieron comentar como en este año de 1755 el ilustrado cargador a Indias portuense va siendo recibido como miembro de las más importantes academias del momento, publicando trabajos eruditos en la imprenta que ha creado para tal fin en su Casa de las Cadenas, y consiguiendo el reconoci-miento que en sus primeros años se le negaba.

215 Fue la última de las fundadas Compañías Privilegias de

Comercio y Navegación, que supuso el reconocimiento del comercio catalán con Indias, aunque antes de realizar la larga travesía sus navíos debían recalar en la Bahía de Cádiz.

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mucho el dinero, que ciertamente no lo estimo nada, el dolor de perder a VRma. borraría de mi memoria cualquier otro dolor por grande que fuese. Antes me quedaría el consuelo, o la ninguna du-da, de que por allá se acordaría de mi VRma.

En este supuesto, digo que este co-

rreo hubiera ya entregado los sesenta mil reales si supiera a donde o a quien debía entregarlos, y si los admitiría VRma., pero ya que se ha perdido tanto tiempo he dis-currido no se pierda más en disputas, pa-ra lo cual considerando que acaso VRma. se detendrá en algunos pelillos, ya sea que se ponga algún interés en la escritu-ra o cosa equivalente que sería macha-car en hierro frío. Repito que si quisiere lo de casa irá libre de todo interés, y si lo quisiere ajeno lo tengo buscado por amis-tad a un ocho por ciento, mancomunán-dome yo a pagarlo a falta de VRma. Si le pareciere caro, el mío es más barato, o con el papel adjunto y otros que enviaré, podrá solicitarlo en esa Corte, o en cual-quier parte si fuese con más convenien-cia.

Si admite VRma. que se tome este di-

nero ajeno, puede enviarme un poder con las circunstancias que dirá una minuta que aguardo del Curial que tengo

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hablado para el caso. Me dirá VRma. la cantidad fija, pues más vale que sean dos mil pesos más para otros gastos que ocu-rrirán y que por las letras llevarán acaso uno o dos por ciento o más. Igualmente el tiempo en que podrá pagarse, que no pase de tres o cuatro años, pues aunque no se pague en ese tiempo es menester po-nerlo así, o decirlo así en la carta o po-der, porque sino subiría el premio. Y úl-timamente me dirá VRma. a donde debo librarlos, si a Madrid, Roma o a donde.216

216 Al regreso de uno de sus desplazamientos por la costa ga-

llega, en esta ocasión por la ría del Ferrol y Cabo Ortegal, recibe Sar-miento la noticia de que el Rey ha tenido a bien nombrarle superior de la abadía de Ripoll en Cataluña, quedando un tanto desconcertado y sopesando como le había llegado la elección, y recapacitando si debía o no aceptar la designación.

Al fin admitió la nominación, y muchas de sus dudas, en es-pecial la de la persona que había intercedido por él, quedaron despeja-das con una carta recibida el 16 de julio de este año de 1755 del con-fesor real Rávago, uno de sus grandes amigos en la Corte. De ella entresacamos estos dos párrafos que nos aclaran la situación: “Luego que llegó la vacante de Ripoll, y antes de las 24 horas estaba VRma.

nombrado para ella, así porque, si fuese de su gusto, no necesitábamos competencias de los pretendientes, que han sido infinitos, como por-que si no la aceptase, habría el Rey dado al público ese pequeño testi-monio de la estimación que hace a VRma.” , y algo después le expone que “No dudo que se necesite gasto considerable, y más para quien como VRma. ha de ser desheredado o desposeído en vida de todo lo que tuviere. Para algún alivio de este perjuicio procuraré dos cosas: primera, que el Rey, como dueño que es de su hacienda, mande que se le paguen los sueldos de Cronista, haya o no trabajado en ello. Segun-do aliviarle de las pensiones que podría ponerle, según costumbre,…”

Por el primero de los párrafos supo que efectivamente había sido el influyente, aunque por poco tiempo, Rávago, el que había pen-sado en él, y por el segundo como debía aplicársele al nombramiento el sistema de tributos extraordinarios sobre la venta de cargos, juris-

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Por acá hemos tenido otro terremo-

to bastante grande. El jueves, a los cua-renta días del pasado, entre las cuatro y las cinco de la mañana. Fue general en la Andalucía, pero pocos lo sintieron por la hora que fue.217

Si todavía se usan escribir Pascuas,

se las doy a VRma. con todo afecto, amor y cariño. Yo le tenía preparada una fineza en La Coruña, pero por descuido del Pro-curador de la Religión que quedó en avi-sar su llegada, no tuvo efecto.

Acaba de llegar el sujeto del dinero

y me notó la inclusa nota para hacer el poder, a cuyo tenor mancomunándome

dicciones y títulos, es decir las annatas y medias annatas, que en su caso se valoró en sesenta mil reales.

Sarmiento por supuesto no los poseía, y parece ser que recu-rrió a Roche, quizás a sabiendas que la familia Vizarrón realizaba operaciones crediticias, en solicitud de ayuda, encontrándola en los términos que se exponen en la carta, y que se confirma en la que el propio Sarmiento remitió a su hermano Francisco Javier el 4 de febre-ro de 1756: “En este correo recibí la respuesta del señor Perea con mil expresiones correspondientes a las que hizo conmigo en el Ferrol. Sobre todo carga la pluma, y creo muy de corazón, a ofrecerme los 60.000 reales sin rédito alguno, y a pagar cuando yo pudiese. Mira tu si a vista de esto y lo de Roche y Cordero, dejaré de estar impaciente viendo que la oferta por arriba no acaba de ir ni atrás ni adelante.”

217 Este terremoto se dejó sentir en muchas regiones españolas

muy sensibilizadas con el anterior del primero de noviembre, y tuvo lugar el 14 de diciembre de 1755.

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haré yo aquí la escritura. Ya digo que cuatro años me parece lo más que ponga VRma. porque no le suban a mucho los in-tereses, pues de este modo aunque no pa-gue el todo, en seis podré yo hacer que por los dos años no le lleven nada, y en fin como gustare VRma. , repitiendo que si lo quiere del mío no hay que pensar en más que tomarlo.

Quedo muy a su obediencia y ro-

gando a nuestro Señor dilate su vida muchos años.

Puerto de Santa María, diciembre

16 de 1755

Rmo. Padre. B.L.M. de su VRma. su muy afectísimo y

muy reverente servidor Juan Luis Roche

Posdata Por una casualidad dichosa he dis-

frutado la apreciable comunicación del

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Pe. Mro. Balboa que es muy hermano de VRma. en todo y por todo.218

218 El Padre José Balboa, nombrado abad de Samos, junto con

el Padre Marín formaban el reducido grupo de sus íntimos amigos y compañeros dentro del convento madrileño de San Martín.

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Nº 43.- (Por amanuense) 1756, agosto, 3. EL PUERTO DE SANTA MA-

RÍA (Cádiz) Congratulándose de la renuncia que ha

realizado Sarmiento a la abadía de Ripoll. Informándole de haber remitido al monaste-rio de San Martín y al librero Mena ejem-plares de su publicación Nuevo Systema so-bre las causas físicas de los terremotos. Debates y problemas surgidos con dicha pu-blicación. Sobre la enfermedad del Cardenal Solís.

M.M. Rmo. Padre Mro. Fray Martín Sarmiento.

Muy Rdo. Pe. y señor mío: No satisfice a la de VRma. de 18 de

mayo, porque creí hacerlo en breve remi-tiéndole un impreso que traía entre ma-nos, y como por el Pe. Mro. Balboa lograba a menudo noticias de su salud, no me dio mucho cuidado dejar de multiplicar cartas.

Yo he celebrado la renuncia que

hizo VRma. de la abadía de Ripoll con las

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circunstancias que me expresa, en que no puede haber sido mayor el acierto, pues para vivir VRma. con una vida inquieta sin gozar del alimento espiritual del estu-dio, más vale dar de mano a tales dig-nidades, aunque fuesen mayores, espe-cialmente habiendo logrado el beneplá-cito del Rey.219

219 Aceptado el ofrecimiento de la abadía de Ripoll, que según

él había sido por asentir a la voluntad real, y ante la envidia despertada -continua en carta a Medinasidonia- en los de siempre, “amigos, ene-migos e indiferentes” que nunca le habían aceptado, comienza a cues-tionarse la decisión tomada, y nada más iniciarse la primavera del año 1756 tiene claro que nunca se va a marchar a tierras catalanas como superior del monasterio románico gerundense. Solo faltaba hacer efectiva su renuncia, acción que realizó el 6 de mayo, “remitiéndola a la Cámara para que proponga el Rey a otros de mayor gusto que el mío.” No mucho después de tomar la resolución final debió escribir a Roche, posiblemente porque estaba pendiente de que el portuense le aportara los fondos para pagar su nombramiento, y su carta iría en términos parecidos a la que con posterioridad dirigió a su otro buen amigo Pedro Alcántara Guzmán, el Medinasidonia, el 8 de septiem-bre: “…sólo la acepté para obedecer al Rey, y para complacer a los que han movido su Real Voluntad para que se dignase poner lo ojos en mí, viviendo yo por acá ignorantísimo de todo…”. Y continuó su exposición con unas expresiones que denotan claramente que se en-contraba dolido, que a sus 61 años no encajaba los golpes y las contra-riedades de otros tiempos. “¿Qué cosa más inocente que mi acepta-ción? ¿Qué cosa más justa y debida que mi obediencia? ¿Qué cosa más laudable que el violentar mi genio, sólo por complacer a mis pro-tectores? ¿Qué empleo más puro y limpio de pretensión, ambición y solicitación, que la dicha Abadía? ¿Qué sacrificio más singular que el desposeerme de todo, empeñarme en mucho más, irme a lo alto de los Pyrineos, desterrarme de mi Celda y de mi Patria; y todo, por obede-cer al Rey?

Se han cuestionado cuales fueron los motivos exactos por los que Sarmiento no llegó a incorporarse a la abadía. Unos piensan que las críticas recibidas. Otros afirman que pudo ser el tener que reunir los fondos necesarios para hacerle frente al pago del nombramiento,

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Por Luis Granados, que salió ayer

para esa Corte, remito cien ejemplares del Nuevo Systema a entregar al Pe. Mro. Bal-boa para que los tenga a la disposición del Sr. Feyjoo, y a Mena le envié una ma-yor porción para su venta, con orden de no llevar interés a los religiosos de San Benito, conque así no tengo que decir que están a disposición de VRma., pues lo estarán a la del cocinero de ese monaste-rio. De otros que envío encuadernados en tafilete, remito uno rotulado a VRma., otro al duque de Medinasidonia, etc.220

pero, como hemos podido analizar, creemos que esto no fue motivo, aunque todas las gestiones previas le costaron ocho o nueve mil reales. Hay quienes aseguran que debió ser por no poder contar con el apoyo de su promotor, el Padre Rávago, pero éste, aunque andaba en la cuer-da floja, no fue destituido hasta el 30 de septiembre, meses después de que él pensara en su renuncia. Y también, quienes sopesan que pudo ser su edad, la evocación de su tierra gallega, el reintegrarse a sus orígenes, o continuar en los que siempre había conocido: sus libros y la tranquilidad de su celda en San Martín. Posiblemente, y es lo más fácil para quien esto escribe, de todo hubo un poco. Él siempre dijo: “Es notorio que vivo y quiero vivir siempre retirado y como recluso entre las cuatro paredes de mi celda.”, y Roche, el amigo que me le había animado en otras ocasiones ha emprender nuevas tareas, en esta ocasión celebra la determinación tomada.

220 La publicación la realizó bajo el título de Nuevo Systema

sobre la causa Física de los terremotos, explicado por los fenómenos eléctricos, y adaptado al que padeció España en primero de Noviem-bre del año antecedente de 1755, editado en la imprenta que fundó para estos trabajos en la casa de los cargadores a Indias, Pablo y Clara Vizarrón, que fue a la vez la suya, la Casa de las Cadenas.

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Son grandes los aplausos que ha

merecido por acá este escrito, sin embar-go de las pesadumbres que me ha dado, pues aquel religioso victorio que defendió la fingida aparición de San Francisco de Paula, tuvo maña de sacar los pliegos de la imprenta conforme se tintaban, y des-preciar el dicho “systema” en un escrito que dio al público y ya salió en la Gace-ta. Yo le respondí en el prólogo con más moderación que la que merecía, y según el sentimiento de todos, y de sus propios aprobantes, di en tierra con su sistema. El desquite fue acusarlo al Santo Tribu-

Su contenido correspondía a la impresión de seis cartas, que

tenían todas en común el estudio del pasado terremoto de primero de noviembre de 1755. Cinco fueron escritas por el padre Feijjo, cuatro dirigidas, entre el 19 de noviembre de 1755 y el 13 de enero de 1756, al comerciante gaditano Don José Díaz de Güitian, y la quinta al ca-nónigo de la Catedral de Toledo Don José Díaz de Arellano; la sexta, de fecha 29 de noviembre de ese mismo año, era del propio Juan Luis Roche enviada al secretario de la Academia de las Buenas Letras, de Sevilla, academia que le había recibido sólo hacia unos días, el 14.

Tras la dedicatoria a la Academia portuguesa Portopolitana, daba entrada a la lectura de estas epístolas un amplio prólogo de cin-cuenta y un puntos, que firmaba ya con su propio nombre abandonan-do el seudónimo de Juan Recto con el que lo venía haciendo en sus escritos anteriores. Después del incidente de la supuesta aparición de San Francisco de Paula en el Monasterio de la Victoria, tuvo miedo a ser reconocido, a entrar en nuevos debates, pero ahora la situación era diferente. Aquel autodidacta desconocido por los ilustrados, consigue el reconocimiento del mundo de la erudición, y tanto sus méritos co-mo virtudes son valorados por varias academias que le admiten entre sus miembros.

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nal, mi prólogo por escandaloso, y el Nuevo Systema por qué sé yo. La respuesta fue que no encontraban reparo alguno en aquel escrito.221 Pretende dar otro al público impugnando en toda forma el Nuevo Systema, y yo mismo he suplicado que no le nieguen las licencias porque a lo menos la Real Sociedad222 está en este ánimo, no habiendo aprovechado los medios que practicó para que soltase la Muma.

Si otro día tuviere lugar me exten-

deré más en este asunto. El Sr. Solís está muy malo junto a

Córdoba.223

221 Habían transcurrido 10 años desde los acontecimientos en

el Monasterio de la Victoria, pero los enfrentamiento entre Roche y el mínimo Padre Cabrera seguían siendo tan intensos como el primer día, aunque el tema a discutir, por estos años, no tuviera nada que ver con el de entonces; ahora les enfrentan los movimientos sísmicos. Porque la realidad, como ya dijimos en la biografía de Roche, no era la pugna entre dos personas, era la oposición entre dos ideas, entre dos maneras diferentes de pensar, entre mantener la tradición o admitir la ruptura del pasado admitiendo nuevos planteamientos. Y esta situación no fue un hecho aislado, venimos observando como escritos e impugnaciones eran cosa asidua, corriente, que a veces hacían llegar a sus oponentes hasta metas insospechadas; recordemos lo acaecido con el jesuita Pa-dre Murillo.

222 Real Sociedad Médica Hispalense, o también llamada Real

Academia de Medicina y Cirugía de Sevilla. 223 La cita es sobre Don Francisco de Solís Folch de Cardona,

nacido en Salamanca el 16 de febrero de 1713, hijo del militar, literato

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Yo quedo como siempre a la obe-

diencia de VRma. y rogando a nuestro Se-ñor que (dilate) su vida muchos años.

Puerto de Santa María, agosto 3 de

1756

Rmo. Padre. B.L.M. de VRma. su afectísimo y seguro

servidor Juan Luis Roche

y miembro de la Real Academia de las Buenas Letras de Barcelona, segundo Duque de Montellano; y hermano de José, tercer duque de Montellano a quien el rey Fernando VI nombró mariscal de sus ejérci-tos, y en 1753 Virrey de Nueva Granada.

Francisco optó por la vida religiosa, siendo nombrado por el Papa Benedicto XIV, el 25 de septiembre de 1752, obispo de Córdoba, hasta el 17 de noviembre de 1755. Unos meses después, y hasta su muerte acaecida el 21 de marzo de 1775, ocupó el arzobispado de Sevilla.

Roche, en 1758, le dedicó el segundo tomo de su “Gaceta”, el conocido como Fragmentos curiosos y eruditos de algunos ingenios modernos en que se expone una crítica universal en todo género de materias.

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Posdata Remito copia de una carta que tuve

del Abad Benedictino de Sevilla.

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Nº 44.- (Por amanuense) 1757, agosto, 8. EL PUERTO DE SANTA MA-

RÍA (Cádiz) Comentando sus últimas publicaciones, y

rogando a Sarmiento no tema por las posi-bles impugnaciones que pueda sufrir. Acerca de los Caminos reales que está escribiendo Sarmiento. Valoración de uno de los censo-res de su Nuevo Systema, el presbítero Ce-vallos. El Padre Calatayud y sus misiones por Andalucía. El sitio de Gibraltar y la nueva academia del conde Aranda.

M.M. Rmo. Padre Mro. Fray Martín Sarmiento.

Muy Rdo. Pe. y señor mío: Cada día me son más apreciables

las cartas de VRma., porque cada día co-nozco más y más la profunda doctrina que en sí encierran, en unos desengaños tan vivos y penetrantes como sólidos y sa-pientísimos en todas materias. Yo siempre procuro imitar a VRma. y aprovecharme de su dirección, especialmente en mis escri-tos. Y así digo que me explique mal para que VRma. entendiese lo que entendió de

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mi último impreso, sobre el cual no tengo que temer, porque mis antagonistas (sin embargo de ser muy afamados oradores y catedráticos jubilados en Sevilla en don-de ponen lo mejorcito) se retiraron a tie-rra; a lo que creo por el aplauso con que en aquella ciudad fue celebrado, no por-que lo merezca la obra. El primer discur-so, que es contra lo que dijeron los médi-cos antiguos y modernos de los abortivos, ha sido premiado por la Academia de Medicina de Oporto, mandándolo im-primir a la letra en sus memorias, con-que tampoco tengo que temer nada. El último, sobre el estado de nuestra litera-tura, es más peligroso, y sabiendo yo co-mo dice VRma. que no puede decirse quien tiene la culpa, culpo a los sabios, pero de un modo que los disculpo. Defiendo al gobierno, pero de otro modo que me da largas para cargar a los ministros infe-riores y hacer conocer lo que quiero decir a los que estuvieren prevenidos.224

224 Los años 1755 y 56 fueron de una intensa actividad litera-

ria y cultural para Roche. Fue, fundamentalmente, el tiempo en que se dio a conocer al margen de su actividad comercial, en un deseo vehe-mente de alcanzar las metas que en sus años jóvenes no quiso conse-guir, aquello de no perder el tiempo estudiando en las universidades. En 1755 le acogen las academias sevillanas Médica Hispalense y la de las Buenas Letras, y en 1756 la portuguesa Portopolitana. Y escribe sobre cuanta materia le inquieta o le produce desazón, y en otros casos recurre a desempolvar sus primeros escritos de su juventud y a prepa-rarlos para su publicación.

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Por el criado de Mena, que vendrá

en breve, enviaré algunos ejemplares, pues no soy como otros que los embocan por el correo. Lástima será que se sepulte el escrito de VRma. sobre el proyecto de los caminos.225 Yo quisiera no saberlo para

Comienzan las ediciones con el Nuevo Systema, que de inme-

diato remite a sus amigos, comenzando por Feijoo y Sarmiento. El primero le respondió el 24 de noviembre de 1756 con una carta ala-bando el trabajo realizado, de la que vamos a entresacar el siguiente párrafo, que tiene mucho que ver con el texto de esta carta que comen-tamos. Le decía: “Repetí la lectura del Prólogo que está muy bueno, en especial del buen Padre Maestro N. a las cuales ni él ni otro alguno podrá responder cosa que valga un comino.” Sin embargo, su otro incondicional, Sarmiento, en una carta que debió existir entre ésta de Feijoo y la actual de Roche, cariñosamente “le llama a capítulo” pi-diéndole ponga el mayor cuidado sobre lo que escribe y como lo es-cribe, porque no le desea ninguna complicación, y ellos, los que escri-bían, siempre tenían a su alrededor la cuchilla cortante del Tribunal de la Inquisición; además tenía presente que ya Roche había sido denun-ciado a esta severísima institución judicial, de la que consiguió salir sin cargos.

Por su parte el portuense acababa de publicar, unos meses an-tes de recibir esta carta, dos trabajos, Disertación medica- moral sobre el limitado poder de los abortivos en la medicina, contra la opinión común que los tiene recibidos por poderosos auxilios, y Reflexión sobre los autores españoles, que contribuyeron con sus obras a las Memorias de la Real Academia Portopolitana; para desagravio de la Literatura de España, contra las imposturas que pretenden obscure-cerla, y sobre ellos creía iban las recomendaciones, pues el segundo texto era con en el que más había arriesgado, atacando a ciertos minis-tros considerándolos responsables del atraso cultural que padecía Es-paña.

225 El militar conde de Aranda pertenecía al grupo de las per-

sonas cultas e influyentes que solían visitar y conversar con el padre Sarmiento en su celda. En agosto de 1756, atendiendo a su valía pro-fesional y prestigio, fue nombrado Director General del Cuerpo de

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no rabiar por verlo. Ya no es el primero que ha dado VRma. de que ignoramos su paradero o el sepulcro de su sepultura. Y si esto se hace con los escritos que se piden

Artillería e Ingenieros, cargo que abandonaría, dimitiendo después de algo más de un año, en enero de 1758. Nada más incorporarse a este nuevo destino, piensó en ejecutar una serie de reformas civiles, algu-nas de suma utilidad, que estaban aparcadas desde hacia años, como el proyecto de la acequia Imperial de Aragón que dormía desde 1745, y que él como maño visitó en 1757 para lograr su consecución.

Pero antes de estas actuaciones, finalizando los primeros días de la primavera de 1757 se dirige a fray Martín y le solicita que efec-túe un informe sobre el estado en que se encuentran los Caminos re-ales.

Estudiando cuatro cartas, que metódicamente envía el mismo día de la semana, con una sola excepción, a su hermano Francisco Javier, -8, 15, 21, 29 del mes de junio- podemos analizar el trabajo que va realizando, así como las presiones y urgencias que recibe por parte del conde: “Remito a V.E. esos treinta pliegos de mi letra que contiene los apuntamientos que V.S. se dignó mandase recogiese, y los cuales pudiesen servir para exornar el escrito que se premedita sobre la necesidad que hay de unos buenos Caminos Reales en España y de sus muchas utilidades. No me ha sido posible remitir antes a V.E. los dichos treinta pliegos porque jamás tomo la pluma no siendo por la mañana, y las mañanas de los meses escasos que ocupé en escribirlos se me interrumpieron con diferentes ocupaciones, sin que dejase de contribuir a separarme de este trabajo algunas otras, la molestia de los calores.”

Más adelante, y como era previsible, da su visión de la situa-ción de España y de los diferentes intereses que se conjugaban en cualquier gestión que buscara el bien general: “Apenas tomé la pluma para escribir aquellos apuntamientos, cuando al punto tropecé con el escollo en que casi todos tropezaron. Construcción de caminos, dirán, pide mucho dinero y mucha gente. El fisco se excusará de aprontar los caudales, que dirán se necesitan para otras urgencias y los pueblos dirán que tampoco los pueden aprontar, pues aún no tienen para lo preciso después que con tantos arbitrios nada útiles para los pueblos, se han extraviado de ellos infinita cantidad de dinero para enriquecer a los exactores.”

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y se publican, ¿qué será con los escritores que se meten a ello y escriben según su genio y sus estudios sin ser rogados? Cuanto dice VRma. de su infelicidad y cuanto pueda añadirse no es más que cuanto pasa y sentimos los verdaderos amantes de la patria.

He sabido que VRma. se corresponde

algo con el Doctor Don José Ceballos. Habrá dos años que se ha hecho mi ami-go, y le correspondo. Pero en fe de nues-tra mayor amistad, y de los vínculos que nos unen de la religión, creo no errar en prevenir a VRma. por si no lo ha penetrado, aunque es un sujeto impertinentísimo, algo arrogante, mal visto en Sevilla y en las academias, aborrecidísimo del Sr. Feyjoo y de muchos literatos, y que en fin desea la respuesta de VRma. sobre un papel que le remitió para darlo al público, y no sabemos el suceso que tendrá su papel co-ntra el cual está imprimiendo un reli-gioso bienquisto. Fuera de lo dicho es un bellísimo eclesiástico, muy estudioso, muy natural, demasiado claro, amigo de an-

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tigüedades como Mayans,226 muy moneta-rio, etc., timorato y de buena vida.227

226 Con un golpe perfectamente intencionado pone Roche a

Cevallos al lado de Mayans, a sabiendas de las no muy buenas rela-ciones que existían entre el de Villafranca del Bierzo y el valenciano de Oliva.

227 En este párrafo está el fondo de las recomendaciones que le

hacía Sarmiento sobre sus escritos, concretamente en la figura del presbítero Don José Cevallos, miembro igualmente como Roche de varias academias y entre ellas de la sevillana de las Buenas Letras, y persona que había realizado una de las censuras del Nuevo Systema.

Cuestionó el presbítero varias de las exposiciones de Roche, aquellas que aplaudió Feijoo, manifestando, en especial, que cómo se iba a sentir a la vez el terremoto de 1755 en Portugal y en Andalucía, a menos que existiese una comunicación interna entre ambas regiones. Planteamiento que chocaba frontalmente con las ideas que sobre los seísmos tenía Roche, que había estudiado y experimentado la propa-gación de este tipo de ondas. Además, ponía en duda que personas tan cualificadas como Feijoo y Sarmiento fueran sus grandes favorecedo-res y amigos.

De resulta de esta intervención Roche, molesto, le escribió una carta el día 8 de mayo de 1756, que más tarde daría a la prensa, en torno burlón y mordaz, bajo el título de Respuesta a varios reparos, o preguntas, que sobre este escrito se sirvió hacer al autor el Señor Don José Cevallos, Presbítero.

Éste, al tener conocimiento de la misiva, cae en la misma si-tuación de incomodidad, y se dirige a Sarmiento buscando su apoyo, en un escrito o informe que le pudiera servir para ir contra Roche, para impugnarle, para desacreditarle; pero el benedictino trata con sumo tacto la cuestión, contestándole con otra de fecha 21 de septiembre de 1756, manifestando su aprecio, estima, consideración y amistad por el cargador a Indias. Por el interés de la carta, que nos da mucha luz sobre el pugna entre ambos, y el aprecio entre Roche y Sarmiento, nos permitimos transcribirla en su mayor parte (Biblioteca Nacional M-BN Mss./10350, 301r-302v.):

“Muy señor mío, dueño y Señor mío: Recibí la Vma. pero por lo que sucede al tomo del

Sr. Roche, que ninguno ha visto hasta ahora, ni yo tampo-co, conocerá que la república literaria en Madrid no está para avecindarse en ella.

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Ya se sabrá ay que se intimaron leyes nuevas del

Consejo según las cuales ningún librero, podrá sin arrui-narse, traer libros de fuera, ningún erudito podrá comprar libros, sino toma censo, y ningún aficionado a escribir po-drá escribirlos sin oponerse a mil extorsiones. Oí que ya la mitad de las imprentas están cerradas.

Así eso de libros y de literatura todo ha dado y da-rá en tierra, y por mí más que todo se arruine, pues hace años que vivo escarmentado del vil empleo que es ser lite-rato por medio de las Prensas. Ni estas ni las nuevas leyes se necesitan para que uno sea racional dentro de sí mismo.

Dicen que han motivado esas leyes la irrestañable insolencia de algunos escritores; la interminable disputa enconada de unos contra otros; y la despreciable multitud de tanto escrito inútil. A la verdad no se puede negar que la república literaria padecía peste en lo primero; guerras en lo 2º y hambre en lo tercero.

Tengo pesado y muy obeso, ni tal cual entendi-miento para hacer juicio de las cosas que no satisfaga, no picando en la evidencia por lo que no hay que preguntar-me de Geografía del País que no he pateado y con re-flexión. No de inscripciones, monedas que no habiendo sido testigo de su hallazgo. No se de instrumentos, testa-mentos y otros monumentos de archivos, no viéndolos, manoseándolos, leyéndolos, reflexionándolos por mi mismo.

Más aprecio saber veinte verdades ciertas que cien opiniones o dudas o voluntarias o tal vez fingidas de estudio, ni la tenía de promoverlas, ni el odio contra los que no las creen a ojos cerrados.

Hablo como acuchillado y como quien hizo firme propósito de no hacer lo que el tordo, que él mismo da la siga (sic) para su muerte.

Por lo que suplico a Vm. que no se canse en pre-guntarme que juicio, que dictamen, que censura, hago formo o doy sobre éste u otro punto literario, o sobre éste o el otro escritor.

Lo mismo supongo diré del escrito de mi favore-cedor y amigo Sr. Roche y de la aprobación, cuando vea y lea el libro que aún está estancado.

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A nuestro amabilísimo Pe. Mro. Bal-

boa escribí la enhorabuena cuando es-cribía a VRma. mi última, y ambas fueron al Rmo. Abad de ese monasterio para que las encaminase creyendo que VRma. estu-

El Judicium difficile de Hipócrates será difícil si

se ha de hacer, y el recto de la enfermedad y de las cosas, pero le faltó a Hipócrates añadir, que aún siendo fácil y recto por estar los objetos al primer folio; cuanto más rec-to fuere el juicio tanto más peligroso será en la sociedad humana y pernicioso para el que le escribe o publica. Si el recto juicio a favor de uno llama a campaña a todos los émulos y enemigos de él. Si en contra concita a él y a to-dos sus apasionados para que aborrezcan al que profirió el juicio Pluscuamm Vatimiano.

A lo menos cualquier escrito esta libre de mi cen-sura o impugnación. Abunde cada uno en el sentido que gustare, que yo también quiero abundar en el modo que es, persistir firme en no meterme a hacer y menos a escri-bir juicio de cosa alguna literaria.

A este fin si veo algún escrito procuro sea de los que ya no viven, ni existen en el mundo. Y con mi larga estancia en Galicia, y haberme divertido en ver, coger y admirar los varios objetos que Dios ha criado en aquel Reyno comencé ya a mirar con poco afecto las cosas que los hombres han escrito. Estas son cosas, ficciones, pasio-nes, caprichos, temas, facciones, y a todo tirar galanas conjeturas. A el contrario aquellos todo son certezas, pro-digios, vitalidades y evidencias.

Perdóneme Vm. que le escriba en este tomo pues en el mismo le escribiría al Papa, al rey, si me hiciese las mismas preguntas. Si Vm. estuviese por acá y nos viése-mos daría alguna libertad a la lengua, que no puedo ni de-bo dar a la pluma.”

Ahora, a la vista de esta carta, se puede comprender mejor el

contenido de la presente que comentamos.

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viese ausente de resultas del capítulo. En la respuesta que luego tuve, supe por la firma que el Gl. pasado era Abad de ese monasterio. Es cierto que me alegré impo-luto de tan buena elección en el sucesor, y había más de dos años que me lo habí-an anunciado. No soy capaz de expresar el alto concepto que tengo hecho de las prendas de su Rma. Su prudencia, su humildad y su conducta exceden a mi ponderación, teniendo la vanidad de ver calificado mi juicio.

El Pe. Calatayud ha corrido estas

Andalucías, no con el fruto que en su menor edad sacaba de otras partes. Esto me ha lastimado mucho, porque real-mente es un sujeto apostólico que da hon-ra al estado eclesiástico y a la misma re-ligión contra los reformadores ilusos.

Por lo demás se habla mucho del si-

tio de Gibraltar; hay muchas guerras y batallas, en cuyas conversaciones no me intereso.228 Ando a la caza de nuevas

228 Eran los años de la “Guerra de los Siete Años”, 1756-

1763, y aunque España se mantenía aferrada al neutralismo de Fer-nando VI, fue escenario de los enfrentamientos entre franceses e in-gleses que se disputaban la hegemonía mundial, padeciendo las Islas Baleares una serie de incursiones y batallas entre ambos contendien-tes.

Desde 1712, dentro de la Guerra de Sucesión Española, Me-norca, la segunda isla en importancia del archipiélago, era una pose-sión británica al ser invadida por el general Stanhope. Al iniciarse esta

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noticias literarias y me agrada la de la nueva academia del conde de Aranda.229 Criar sujetos excelentes para ella y las demás sería lo más importante, pues de otro modo es preciso echar mano de lo que hubiere, que a la verdad es bien po-co. Ojalá quisiera Dios que pegasen la mitad de tantos proyectos buenos como se proponen. Los caminos y los ríos es asunto esencialísimo, pero es menester saber allanar las dificultades y vencerlo todo como en las conquistas. De otra suerte se desfallece al mejor tiempo, y aun se pier-de todo si Dios no alumbra para la elec-ción de los manipulantes de obras tan magnas. Yo no sé como es esto: sería im-posible creer lo que nos cuesta mantener las fortificaciones de sólo una ciudad como Cádiz. Allí se cobra y se consume cada año de propios sobre el vino de cua-renta a ochenta mil pesos.230 ¿Qué será en

nueva contienda los franceses la atacaron en 1756 con una potente escuadra al mando de duque Richelieu, buscando en su posesión una moneda que le sirviera de intercambio para posteriores negociaciones con España. Por su parte los ingleses intentaron en varias ocasiones reconquistarla, utilizando Gibraltar como base de operaciones, pero no consiguieron su objetivo hasta 1763 en que les fue devuelta por el Tratado de París, aunque a poder español no pasaría hasta 1783 con el Tratado de Versalles.

229 Refiere la Sociedad Matemática Matritense, fundada en es-

te año de 1757 por el conde Aranda. 230 Si Cádiz, geográficamente, tiene el aspecto de una isla, esta

visión se acrecentó mucho más durante los siglos XVI al XIX por la

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línea de fortificaciones que se construyeron rodeando la ciudad, fruto de la necesidad imperiosa que tuvo de defenderse de las periódicas invasiones que solía padecer.

Siguiendo el trabajo realizado en la Escuela de Estudios His-panoamericanos de Sevilla por Víctor Fernández Cano sobre Las de-fensas de Cádiz en la Edad Moderna (1973), observamos como a lo largo de la propia Edad Moderna, y parte del comienzo de la Contem-poránea, fueron constantes las obras de levantamiento y construcción de murallas, fortificaciones, baluartes, bastiones, castillos, fuertes, que el tiempo, la mar, y especialmente el clima húmedo de la zona, hacían caer con la necesaria y urgente tarea de nuevas reparaciones para se-guir asegurado la misión que cumplían. Ya no consistía el problema en la actividad constructiva, en que los mejores ingenieros militares diseñaran su trazado, sino en poseer un importante remanente econó-mico para hacer frente a tanto gasto de mantenimiento.

De entre las formulas que se buscaron para sufragar tan costo-sa obra, en una ciudad mercantil como era ésta, se acudió gravar con un impuesto uno de sus productos estrella, aquel que más extendido estaba en la zona: el vino.

Por estas fechas, el impuesto sobre el vino destinado a las for-tificaciones y defensas de la ciudad, se venía cobrando desde hacia bastante años, incluso antes del traslado de la Casa de la Contratación de Sevilla a Cádiz.

Por la actas del Cabildo de la ciudad gaditana, de 14 de marzo de 1719, sabemos que se le había concedió una Real Provisión por la que todos los cosecheros forasteros que vendieran sus vinos a través de los navíos fondeados en la bahía, debían pagar un “arbitrio de 3 ducados por cada bota de vino, 6 reales por la arroba de aguardiente y 7 reales y medio por la arroba de mistela para la obra de la muralla”, o sea que el impuesto recaía en los comerciantes vinateros avecindados fuera de la ciudad, principalmente en los residentes de El Puerto, Jerez de la Frontera, Sanlúcar de Barrameda, y en otras poblaciones más alejadas, dejando sin contribuir a los residentes en Cádiz. La decisión fomentó diversos pleitos, sobre todo por parte de los vinateros jereza-nos que consideraban una discriminación la aplicación del impuesto, aunque más tarde, y viéndose que lo obtenido no cubría el fin pro-puesto, se acordó que el impuesto fuese abonado por cualquier comer-ciante que embarcase vinos o aguardientes, sin distinción de si era o no vecino de Cádiz.

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obras nuevas y magnas como la proyec-tada? Ni todo el tesoro de las Indias es capaz de llenar el corazón de un ambi-cioso, ni de sufragar a la falta de eco-nomía.

Nosotros nos moriremos y las cosas se

quedarán como se estaban, pues muchos sabios se quemaron las sangres por bata-llar con la ignorancia, y las tinieblas se hicieron más espesas.

Quedo a la obediencia de VRma. ro-

gando a nuestro Señor dilate su vida muchos años.

Puerto de Santa María, agosto 8 de 1757

Rmo. Padre. B.L.M. de su VRma. su muy afectísimo y

reverente servidor Juan Luis Roche

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Posdata (Autógrafa) Dueño y muy Rdo. Pe. mío: Perdone VRma. los defectos del ama-

nuense y los míos. Remito por Mena seis ejemplares se-

parados para que pueda verlos VRma. an-tes que los despache el juez. El encuader-nado en pasta es para VRma., los demás para el General pasado y presente, y si le parece para el conde de Aranda. Tomará VRma. los que gustare para repartir a las personas que le parezca, luego que el juez los despache. Encamino también a Don Pedro Morantes un par de ejemplares en tafilete, por si gustare darlos a los Reyes, todo por mano de Mena. Parece que tie-nen por autor pelado al que reparte entre los grandes señores (de cuyo favor se me da un pito) y por eso me abstengo de hacerlo.

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Nº 45.- (Autógrafa) 1758, mayo, 8. EL PUERTO DE SANTA MARÍA

(Cádiz) Acerca de diferentes frailes benedicti-

nos del entorno de Sarmiento, y sus posi-bles nombramientos en cargos de responsabi-lidad en la Orden. Alusión al conde de Aranda. Estancia del marqués de la Ensenada en El Puerto. Publicación del Fray Gerundio de Campazas del Padre Isla. Primeras actua-ciones de Roche como “Informante” de la Academia Portopolitana.

M.M. Rdo. Padre Mro. Fray Martín Sarmiento.

Muy Rdo. Pe. y dueño mío: No respondí a la apreciable de VRma.

de 20 septiembre del año pasado por con-tentarme con las frecuentes noticias que he tenido de su salud por el Pe. fray Mar-tín Martínez, Segundo Vicario de las monjas de San Plácido,231 recomendado

231 Rama femenina de los benedictinos, conocida por las mon-

jas de San Plácido o Encarnación Benita.

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por nuestro General a mí, y ahora por mí a su Rma. para que ocupe el empleo del di-funto Mro. Morales. Movime a esta súplica (que le participo a VRma. en confianza) con ocasión de hallarse el Pe. fray Martín en Sevilla, y haberme pedido que abriese más de treinta cartas que le habían di-rigido a ésta, por las cuales supe el juego que en esto hay y los poderosos preten-dientes que tiene por la proa, pero con-fiado en sus méritos y en la justificación de nuestro General, me pareció hacerle este servicio por propio dictamen.

Y así le estimaré a VRma. que si no

hubiere llegado aún el Rmo. General a ese monasterio, procure recoger con maña

El más nombrado de todos los conventos de esta Orden fue el

madrileño, debido a ciertos hechos que se desarrollaron en él en el siglo XVII, sobre los años 30. Entre la ficción o la realidad se cuenta que Felipe IV, a través de las obscuras, respetuosas y distantes celosí-as de este convento, se enamoró de sor Margarita de la Cruz, religiosa de la comunidad. Todas sus compañeras, con la superiora a la cabeza, buscaron la manera de hacer desistir al rey de sus deseos, e incluso acudieron a fingir que la bella monja había fallecido. Pero la farsa se descubrió, consiguiendo obtener el monarca el favor sexual que con tanto ardor buscaba.

Instaurado en su arrepentimiento, busco Felipe IV la manera de consolar su conciencia y de beneficiar al convento donde la monja profesaba. Para ello se dirigió a su pintor de cámara, el sevillano Die-go de Silva y Velázquez, pidiéndole pintase un Crucificado que dona-ría al monasterio benedictino de San Plácido. Desde entonces esta singular pintura, característica por la melena que cubre una parte del rostro de Cristo, estuvo expuesta para la devoción en la iglesia de las religiosas, pasando en el siglo XIX al Museo del Prado.

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dos cartas mías que le escribí el correo pasado y éste, y se las encamine; pues no será dificultoso conocerlas por el sello de correo y mi letra en el sobrescrito. Es mo-tivo honesto la dependencia de aquí (ya casi concluida) para solicitarlas. Pero en caso de haber venido el Rmo. General pue-de preguntarle VRma. si las ha recibido y no hay que extrañar que sea molesto en este asunto, pues a todo da lugar las car-tas que he visto, y mi corazón para los amigos.

Sentí la desgracia del conde de

Aranda,232 y me alegré igualmente de su regreso a la de los Reyes, por saber el aprecio que hacía de VRma.

Aquí tenemos al marqués de la En-

senada,233 que me ha distinguido más

232 Analizada la biografía de Aranda, y confrontada con la fe-

cha en que se escribe esta carta, debió referirse a la renuncia de la Dirección General de Artillería e Ingenieros.

233 La crisis política habida en el gobierno de Fernando VI tras

la muerte de Carvajal, el 8 de abril de 1754, y la entrada como Minis-tro interino del duque de Huescar, Fernando de Silva Álvarez de Tole-do, así como el nombramiento de Ricardo Wall, como ministro de Estado, representando ambos el predominando de los intereses ingle-ses y antijesuitas en contra de los que venía preconizando el marqués de la Ensenada más de tendencia francófila, dieron como resultado la caída del último.

Vio Ensenada, con serenidad, como se desarrollaban los acon-tecimientos, y tuvo asumido que no saldría bien parado de todas las intrigas palaciegas que se tramaban, sobre todo a partir del momento

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en que la propia reina le retiró su confianza. Por eso no le causó gran extrañeza -es más lo esperaba- que a las doce de la noche del día 20 de julio, algo más de tres meses después de la muerte de Carvajal, se le sacara de su casa para mandarle al destierro, a la mora y bella ciudad de Granada.

Entre los ríos Darro y Genil, Zenón se adaptó a vivir sin mani-festar en ningún momento la tensa situación interior que padecía; co-mo todo un señor, lo que era, omitía comentar o tratar sus últimos días dentro del gobierno de Fernando VI, y los sentimientos de pesar que le embargaban y se acentuaban cuando le llegaban comentarios del pro-pio rey que decían estar “…furioso porque le habían engañado, y que Ensenada era el mejor ministro que había tenido nunca.” Así, a su sentir interior, una risa y desenfado exterior, un manifestar que no lo pasaba tan mal, que se encontraba integrado en la sociedad que le habían asignado, que estaba a gusto, relajado de tanta responsabilidad política, postura ésta que utilizaba como la mejor arma con que defen-derse de sus adversarios, los de la trama que le habían desterrado.

Vivía bien en Granada; había hecho excelentes amistades, pe-ro estando en tierras andaluzas no pudo por menos que recordar con cariño los días vividos en la luminosa Cádiz a orillas del mar, donde había iniciado su carrera política de la mano de Patiño, donde había dejado grandes amigos, y donde se le quería. Estos pensamientos le hicieron sopesar realizar un cambio de destino dentro de su destierro, mientras esperaba que el tiempo trascurriera; que los tres años que llevaba recluido cerca de la Alhambra, no fueran muchos más; que nuevos aires corrieran por la realeza española y su confinamiento ter-minara.

Sumergido en estas reflexiones solicitó permiso real para su traslado a aquella zona, concediéndosele la oportuna autorización.

Conocida la noticia en Cádiz, todos los comerciantes y hom-bres importantes de la ciudad le ofrecieron su colaboración, le hicieron llegar importantes cantidades económicas, le ofrecieron sus casas -magníficas y dignas de alojar tan importante personaje- optando él por venir a residir a El Puerto, al suntuoso palacio de los marqueses de Villareal de Purullena, a la casa de Don José Ortuño Ramírez, de la que él “…manifestó no pocas veces que tenía mejor alojamiento que el Rey Fernando”.

Con esta familia debía tener buenas relaciones forjadas en su época anterior. Recordemos que José Ortuño Ramírez era Cónsul del Consulado de Cádiz, y que Don Zenón, como Intendente General de Marina y Presidente de la Casa de la Contratación de Indias en Cádiz,

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que a todos en algunas cosas, aunque yo no lo he visitado más que dos veces sin embargo de sus instancias, que aprecio como debo, pero no es mi genio para las marcialidades de tanto cortesano como allí concurre. Con esto me animé a dar a luz algunos papeles que compondrán un tomo en cuarto, pero la demora de licen-cia es mucha.

había intervenido, a petición del Cabildo, en los problemas de la cana-lización del Guadalete, ordenando a los vecinos de Puerto Real y de El Puerto que sembraran pinos y retamales en la parte izquierda de la desembocadura del río, a fin de contener las arenas que los vientos de Levante arrastraban obstruyendo la boca e impidiendo la navegación.

El 21 de diciembre de 1757 se realizó su entrada en El Puerto, en la que sería su nueva residencia en el destierro por otros tres años, y aquí vivió al mismo estilo, o quizás más refinado y distendido a como lo venía haciendo en Granada. Aquí “cazaba patos con Jorge Juan”, otros de los “ensenadista” defenestrado, “tenía un picadero, festejaba el cumpleaños del rey invitando a lo mejor de Cádiz.” Estas fiestas eran la mejor manera de no demostrar ningún tipo de resenti-miento, de rencor hacia sus enemigos, que quizás no hacia el rey. Aunque después de su muerte, y el día de la proclamación de Carlos III, el 15 de septiembre de 1759, según el relato de Gómez Urdáñez, “…Ensenada fue, como en los viejos tiempos, el inspirador y el mece-nas de las fiestas y los toros. Estrenó un traje de “godetur blanco, chu-pa de tisú de oro y una pluma en el sombrero blanca” y se paseó en su caballo “ricamente enjaezado”. “Está loco de gozo y hace tres días que ni para, ni duerme, ni come con el que le entren los toros y otras mil faenas que le acarrean las fiestas”.

Por fin, el 13 de mayo de 1760, obtuvo autorización para abandonar El Puerto y marchar a la Corte madrileña, donde estuvo hasta después del motín de Esquilache, en que nuevamente se le invo-lucró volviendo al destierro, para morir al poco en Medina del Campo.

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Este caballero se lleva una gran vi-da por acá y no sé si deseará la otra. El Pe. Isidro López, jesuita, parece que es su primer secretario. Me preguntó por VRma. y por otros muchos de la religión conocidos y no conocidos; lo hizo con ocasión de darle expresiones del Sr. Feyjoo y del Mro.

Moreira, que lo conocen muy bien. En todas partes ha causado mucho

ruido el libro de fray Gerundio,234 que

234 Cuatro obras debían necesariamente formar parte de las bi-

bliotecas de los eruditos e ilustrados españoles de estos años del siglo XVIII. Era impensable que no tuvieran las obras de Feijoo, y que el interés estuviera últimamente centrado en las Cartas Eruditas, que fueron publicándose hasta 1760; no menos atracción despertaba la Historia Sagrada del Padre Enrique Flórez; La vida de Francisco de Torres y Villarroel, debía acompañar a las anteriores; y a todas ellas, no menos expectación despertó la novela Historia del famoso predi-cador Fray Gerundio de Campazas, alias Zotes, del jesuita Francisco de Isla (1703-1781).

Venía escribiendo esta novela, que saliéndose de la línea habi-tual del “ensayo” le sirvió de vehículo de transmisión de ideas y cono-cimientos, desde 1754, y fue tanta la curiosidad despertada por su contenido, que el mismo día de ponerse a la venta la que sería su pri-mera parte, en este año de 1758, se vendieron ochocientos ejemplares, uno de los cuales fue a parar a la biblioteca de Roche.

Si grande fue la atención que deparó su adquisición, no tuvo comparación con el revuelo que ocasionó su lectura. La novela, en la que se insertan una serie de relatos, algunos sin mucha continuidad, se centra en una crítica contundente sobre los predicadores que lanzaban interminables retahílas de palabras faltas de contenido, sólo con la intención puesta de despertar en sus oyentes un sentido de culpabili-dad que les llevaba, en muchas ocasiones, a la histeria. Pero además, en la actitud del Padre Isla de criticar todo lo criticable y de sacar a relucir todos los defectos de estos parlanchines religiosos, dice que no acompañaban la palabra con el ejemplo. Que eran religiosos mal ves-tidos, chillones, gordinflones, y de vida buena y regalada.

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aun no he visto, aunque lo tengo com-prado bien caro en ésa. Fuera fortuna que VRma. lo hubiese querido ver para que nos dijese algo con la profundidad que acostumbra, y le es nativa. Supongo que sobra pie con lo que habrá oído.

Ya iba a concluir cuando me acor-

dé decirle a VRma. la mano que me he to-mado. Es el caso que habiéndome honra-do la Real Academia Portuense con el tí-tulo de académico informante, quise es-trenar mi empleo haciendo presente a la Academia, para la clase de los ilustres, las circunstancias de VRma., del Sr. Feyjoo, del Excmo. Sr. Duque de Medinasidonia y del marqués de Carrión, director de la Real Academia de las Buenas Letras de Sevilla. Me respondieron aquellos señores que con mucho gusto de la Academia es-

En un tomo sarcástico, este jesuita incontrolable, metomento-

do, que no solicitó permiso a su Comunidad para escribir, que no aceptó ser confesor de la reina y que vivió siempre “a su aire”, atacaba con su novela claramente a la institución religiosa, y consecuentemen-te a su propia Compañía de Jesús, originando la manifestación de sus miembros en el sentido de que la obra “les estaba haciendo mucho daño”.

Pero el Padre Isla veía a la Iglesia, “a sus fines, sus medios y sus gobernantes jerárquicos” como parte de la propia sociedad, y si ésta debía evolucionar, también lo debía hacer aquella.

No tardó mucho en intervenir el Tribunal de la Inquisición, impidiendo nuevas reediciones de esta novela picaresca y quijotesca, así como que pudiera aparecer la segunda parte del “Fray Gerundio” que, a pesar de todo, lo haría 10 años después en Bayona.

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taban recibidos; pero que habiendo muerto el príncipe protector de la Aca-demia esperaban le vinieran las bulas al infante Arzobispo y Señor de Braga, y que se declarase en su lugar formalmente pa-ra despachar los títulos, que no puede hacerse sin su consentimiento lo que es-pero no tenga a mal VRma.,235 mientras quedo muy a su obediencia y rogando a nuestro Señor dilate su vida muchos años.

Puerto de Santa María, mayo 8 de

1758

235 En 1756, y dentro de la línea de reconocimiento de las aca-

demias al erudito Juan Luis Roche, es admitido en la Academia Porto-politana de Oporto, de la mano del que fue su gran valedor y amigo el médico portugués, y alma de todas las instituciones culturales de su país en el XVIII, Manuel Gomes de Lima Bezerra.

Los estatutos, u organigrama de la institución, contemplaba la figura de un “Informante” en cada uno de sus “Círculos” o delegacio-nes, repartidas a lo ancho de Portugal, España, y los lugares más cul-tos de las nuevas tierras descubiertas, incluido los navíos y fragatas de ambos países.

En diciembre de 1757 Roche recibe una comunicación de la Portopolitana manifestándole que se le propone para Informante del Círculo Hispalense porque “siendo indispensablemente necesario ele-girse académicos ilustres de esta Academia en todos los círculos de España, y siendo presente los merecimientos de usted”, le rogamos acepte dicho nombramiento y se informe “de todos los Nobles que tengan hechos progresos notorios en algunas de las Ciencias que to-mamos por objeto, y remita la noticia de sus merecimientos, con la de sus nombres y domicilios”

Aceptó de buen grado el erudito portuense la iniciativa, y de inmediato respondió con la propuesta que aquí se reseña.

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Rmo. Padre. B.L.M. de su VRma. su afectísimo y re-

verente servidor Juan Luis Roche

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Nº 46.- (Autógrafa) 1760, enero, 20. EL PUERTO DE SANTA MA-

RÍA (Cádiz) De cómo los cartujos jerezanos sacan co-

pias de los escritos de Sarmiento. Del in-tento de continuar la Biblioteca de Nicolás Antonio. Publicación del Tomo V de las Car-tas Eruditas, y referencia a los Discursos Mercuriales. Revisión de libros, Jueces de Imprenta y aplicación de las Leyes de Espa-ña. Muerte del padre de Roche.

Iltmo. y Rmo. Padre Mro. Fray Martín Sarmiento.

Muy Rdo. Pe. y dueño mío: Recibí la de VRma., a cuyo asunto no

respondí puntualmente por creerla a pro-pósito para lisonjear el gusto de algunos monjes cartujos de la Cartuja de Jerez, a quienes la remití, porque gustan mucho de algunas cartas suyas, y pienso que sa-can copia y las archivan con otros

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manuscritos muy preciosos que adquieren y suelen comunicarme.236

236 La Orden monástica Cartujana la conforman los seguidores

del monje alemán San Bruno, quien en 1084, con la compañía de sus primeros seis discípulos, se estableció, en la más estricta pobreza, en unas pequeñas casas de madera de los Alpes, en el valle de Chartreuse cerca de Grenoble. Buscaron la manera de alejarse del mundo llamado civilizado con sus luchas e intrigas, y dedicaron sus vidas, bajo unas estrictas y rigurosas normas, “a la oración, al rezo del oficio, al estu-dio, y al trabajo manual que les pudiera llegar a ser autosuficientes.”

Su ideario fue consolidándose y extendiéndose por Europa, atravesando los Pirineos y estableciéndose en Cataluña, concretamente en Tarragona en las montañas del Montsant en 1163, donde fundaron la Cartuja “Scala Dei” bajo el mecenazgo de Alfonso II de Aragón. Sería esta cartuja la cabeza de otras tantas que nacerían en la región catalana durante tres siglos.

En el siglo XV se expande la orden hacia las tierras andaluzas del Sur de España, fundándose en 1401 la Cartuja de Santiponce en Sevilla.

Casi medio siglo después visitó esta cartuja un caballero jere-zano, descendiente de la familia genovesa de los Fiescos, y por tanto de Miser Huberto quien fue sobrino del Pontífice Inocencio IV. Su nombre era el de Álvaro Obertos de Valeto (1427-1482) quien parece ser que en su juventud había sido militar y a quien en su ciudad natal se le conocía por el sobrenombre del “padre de los pobres” debido a las intensas y constantes obras de caridad que realizaba.

Quedó tan asombrado Álvaro Obertos de la vida de oración y trabajo que llevaban los cartujos, que ofreció a su Prior Fernando de Torres todos sus bienes, que no debían ser pocos, para construir una nueva cartuja en las tierras donde el vivía, y tan conocido era. La es-critura de donación se firmó en Sevilla el 3 de mayo de 1463 ante el escribano Alonso Ruiz de Porras, empezando las gestiones de buscar, al modo de las cartujas, una amplia y productiva zona donde situarla.

Eligieron para ello unos terrenos de El Puerto de Santa María, concretamente en el valle de Sidueña, cerca del río Guadalete, pero la decisión no agradó a Álvaro de Obertos que alegó haber hecho la do-nación para que se situara en el término de Jerez.

Como solían dilucidarse muchas cuestiones en la época, bajo las apariciones y la milagrería, cuenta la leyenda que estando los prio-res de las cartujas de Sevilla y el Paular indagando cual sería el sitio más idóneo, se hallaron en un paseo por la zona con un anciano que

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Al continuador de la Historia o Bi-

blioteca de Don Nicolás Antonio le envié copia de lo que VRma. apunta de su perso-na, y lo más que me pareció añadirle y dejó VRma. en el tintero. Por mí seguro está que le ponga dificultades a la empresa, pues antes doy gracias a Dios que se me-tiese en esta obra tan difusa y se dejase de crítico en materias físicas que no en-tiende. Por este lado es muy posible que saque algo bueno por ser extremadamen-te apasionado a antigüedades, y creo lo

les aconsejó la conveniencia de construir en el lugar en que se halla la jerezana Cartuja de Nuestra Señora de la Defensión. Pero de pronto el personaje desapareció, considerando los priores que su apóstol protec-tor San Pedro les había visitado, indicándoles el sitio donde se debía elevar la nueva fundación. La realidad es que se había cumplido la voluntad de los monjes, y se había atendido la petición de quien ponía los dineros, desplazando el sitio solamente unos kilómetros, seis u ocho, continuando en la misma zona, aunque ahora en tierras jereza-nas que también regaban las aguas del Guadalete.

El 17 de diciembre de 1478, una vez obtenidas las licencia del Arzobispo de Sevilla, el Cardenal Pedro de Mendoza, y del Corregidor de Jerez Rodrigo Ponce de León, marqués de Cádiz, se colocó la pri-mera piedra de una de las más importantes obras del gótico de la zona.

Tres siglos después, en uno de los paseos semanales que con-templa la Orden para sus monjes por el gran claustro, bajo el sonido de la fuente que en todos suele haber, o por la huerta, y en las tres horas y media de conversación que se les permite, seguro que habla-ron de la ilustración, de los benedictinos, de las nuevas ideas, y tam-bién del amigo de la comunidad Juan Luis Roche. En la buena biblio-teca, que como todas las cartujas poseen, debieron guardarse copias de las cartas, que nosotros hemos buscado sin tener la suerte de hallarlas.

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mostró algo en la aprobación que dio al nuevo Systema de los Terremotos.237

El Sr. Feyjoo me escribió que no con

entero gusto suyo se le omitía una carta de su tomo quinto sobre los Discursos Mercuriales, por cierto lance que le había sucedido al autor, en el cual como estu-viese yo impuesto le alabé mucho la de-terminación considerando que habrá sus partidos, y que sería tomarlo sin necesi-dad saliendo con esta carta, que muchos atribuirían como escritas al propósito para mezclarse en él, sin embargo de cualquier fecha anterior que tuviese; le

237 Habían transcurrido más de dos años desde que Sarmiento

escribió a Roche y a Cevallos sobre las discrepancias que existían entre ambos, sobre la publicación del Nuevo Systema de los Terremo-tos, y como quedó claro, a través de la carta que insertamos al presbí-tero el 21 de septiembre de 1756, que las preferencias y amistad del monje benedictino estaban al lado de Roche.

Ahora, y como se desprende del segundo párrafo de esta carta, vuelve a entrar en escena el erudito presbítero sevillano Don José Ce-vallos, que pertenecía, como Roche, a la Academia Sevillana de las Buenas Letras, porque había decidido realizar la complicada labor de continuar con la Biblioteca Hispana del otro sevillano Nicolás Anto-nio. La segunda parte de la Biblioteca, la Vetus, recogía todos los au-tores españoles hasta 1670, y era su intención actualizarla, es decir recoger los comprendidos desde esa fecha hasta el año en que estaban de 1760.

Sin embargo, Sarmiento consideró que la labor que iba, o es-taba realizando, no era muy acorde con sus cualidades o posibilidades, por lo que no llegaría a buen fin, como así parece que fue. Lo comenta con Roche, y éste, como venía siendo habitual en los debates entre eruditos, saca la espada y le envía una estocada a Cevallos en los tér-minos que aquí apunta.

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añado que el Rey acaba de quitarle al autor un empleo inútil que gozaba.238

238 Los eruditos del Iluminismo que irrumpen de los siglos de

la oscuridad aplicando la razón, experimentando e investigando, y llegan a conclusiones que les obligan a compartirlas, a darlas a cono-cer, a provocar debates que luego padecerán, pero que harán la luz más nítida. Para ellos no tiene razón de ser que sus pensamientos, deducciones o descubrimientos queden en el reducido ámbito de ami-gos, compañeros, o personas afines. Por eso recurren a las academias que siempre tenían una publicación oficial, periódica, que insertaba todos los estudios realizados y conocidos, en unos casos de sus pro-pios miembros, y en otros sin tener en cuenta la procedencia del autor, atendiendo solamente al interés de su contenido. Recordemos, dentro de lo que ya hemos citado, como la Portopolitana, además de compar-tir con otras academias y con personas ilustradas sus escritos, tenía sus “Informantes”, lo que hoy podríamos llamar corresponsales. Y que el mismo fin de difusión científica tenía Roche cuando fundó su publica-ción de los “Fragmentos”. O sea que todo esto, desde mediados del XVIII, lo podemos agrupar en lo que fueron los inicios de las “revistas científicas”.

Una de las pioneras, entre los años 1752 y 1756, fue la del editor holandés Juan Enrique de Graef conocida bajo el título de Dis-cursos Mercuriales y Políticos, en que se recogían artículos sobre muy diferentes ramas del saber y la investigación, como expresaba su en-cabezamiento: Memorias sobre la Agricultura, Marina, Comercio, Artes Liberales y Mecánicas. En los 20 números que salieron de la imprenta durante estos cuatro años nos interesa uno de manera espe-cial. Hacía el número 14, el correspondiente al año 1756, y en el se incluía una carta del miembro de la Academia Sevillana de las Buenas Letras Don Antonio Jacobo del Barco y Gazca, dando su juicio y en-foque del por qué del terremoto de 1755.

Ahora, en 1760, aparece el quinto y último tomo de las Cartas Eruditas de Feijoo, y entre sus treinta escritos incluye, con los núme-ros 25 al 29, las cuatro cartas, que sobre el mismo terremoto, escribió al comerciante gaditano Díaz de Güitián y al canónigo de la Catedral de Toledo Rodríguez de Arellano, que ya Roche había publicado con anterioridad en El Puerto. E igualmente fue su intención, en principio, dedicar una réplica a la carta de Jacobo del Barco que apareció en los Discursos Mercuriales, aunque al final, y como nos expone Roche, desistió de su intento.

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Es muy acertado que en la revisión

de libros del Tribunal se mire atenta-mente a no ocasionar daño, ni inte-rrumpir el comercio. Lo regular es no mi-rar sino la minuta, que es lo que basta para los libros del reino como conocidos y corrientes. Los de fuera del reino si son conocidos pasan, y si no deben mirarse; y ocurriendo sospecha de folio a folio, o a lo menos hasta encontrar lo que se busca o sospecha. El índice expurgatorio sirve de gran gobierno, y subsana al revisor para los jueces. Ojalá que el Consejo y Jueces de Imprenta mirasen por las par-tes como el Tribunal, así como se les manda por las leyes de España, especial-mente por la veinticuatro de la Nueva Recopilación: tom. 1, lib. 1, título 7º.

El correo pasado tuve la noticia de

haberse llevado Dios a mi padre después de una buena vida y envidiable muerte. Suplico pues a VRma. me ayude a enco-mendarlo a Dios como hermano de la re-ligión de San Benito que fue el difunto. Son encargos propios de VRma. que como tan observante de la clausura le sobrará mucho tiempo o cortará del tiempo mu-chas tajadas.

Nuestro Señor guarde a VRma. mu-

chos años como deseo.

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Puerto, enero 20 de 1760

Rmo. Padre. B.L.M. de su VRma. su afectísimo y re-

verente servidor Juan Luis Roche

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(1757 b): Disertación medica – moral sobre el limitado poder de los abortivos en la medicina, contra la opinión común que los tiene recibidos por poderosos auxilios, Puerto de Santa María (Cádiz), Imprenta de la Casa de las Cadenas.

(1757 c): Compendio de los Estatutos, fin, y objeto de la Real Academia Portopolitana, y de los Sublimes Académi-cos Españoles (Ilustres, Eruditos, Colectores y Experi-mentales) que contribuyen con sus escritos a el mayor es-plendor, y gloria de la Academia. Puerto de Santa María (Cádiz), Imprenta de la Casa de las Cadenas.

(1757 d): Reflexión sobre los autores españoles, que con-tribuyeron con sus obras a las Memorias de la Real Aca-demia Portopolitana; para desagravio de la Literatura de España, contra las imposturas que pretenden obscurecer-la, Puerto de Santa María (Cádiz), Imprenta de la Casa de las Cadenas.

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INDICE GENERAL

A Abraham Academia de Guardias Marinas Academia de la Historia Academia de las Buenas Letras de Barcelona Academia de las Ciencias de París Academia Médica Matritense Nuestra Señora de la Esperanza Academia Portopolitana Academia Sevillana de las Buenas Letras África Alarcón y Rivas, Josefa Alcalá de Chivert Alcalá de Henares Alcázar de Sevilla Alcazarquivir Alemania Alesanco (Logroño) Alfonso II de Aragón Alfonso X “El Sabio” Algarbe Algezares Alhucemas Alicante Almadén Almería Alonso, Pedro Antonio Altdorf Alzugaray, Pedro Amador, Pedro Amat, Manuel de (virrey) Amberes América Central Ámsterdam

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Ana de Austria Andalucía Angaroza, José (presbítero) Antequera Antonio Rodríguez, fray Antonio, Nicolás Aparicio (arriero) Aragón Aranjuez Araujo, Juan Gregorio Arcadio Ares Pardo Argel Argentina Arias de Saavedra Ramírez de Arellano, Joaquín Aristóteles Armelá, Félix de Arriaga, Julián Arriaga, Pedro de Arroyo, Pedro de (S.J.) Artus Atahualpa Atapuerca Ateismo Atlántico, Océano Aufrlärung Augusto, emperador Austria Aviñón Ayamonte Azcona, Juan Manuel Azteca Azuela, Andrés de la B Balboa Sarmiento, Clara Balcanes Baleares Baltar Barbarroja (Jayr al-Din)

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Barceló, Antonio Barcelona Barco y Gazca, Antonio Jacobo del Barrios, Jacinto José de Bastia Baviera, Ernesto Bayona Benedicto XIV Prospero Lorenzo Lambertini Benito Jerónimo Feijoo, fray Berruyer, Joseph Isaac Bignon, Juan Pablo Bilbao Blanchet (capitán) Bolivia Bolonia Bonifacio IX Bonifacio VIII Bonpland, Aimé Borbón y Farnesio, Maria Antonia de Bordázar, Antonio de Borja (Zaragoza) Borja, (cardenal) Bouguer, Pierre Boulee y Bordas, Francisco Brasil Bruselas Buendía y Ponce, Francisco Buenos Aires Bulet, José C Cádiz Cádiz, bahía de Calatayud Florencia, Pedro Antonio (S.J) Callao, puerto del Camarero-Bullón Camisón, Marco Tulio Campillo, José Camposanto

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Canarias Cantabria Capilla de las Galeras (El Puerto) Caracas Caribe, mar Carlomagno Carlos de Habsburgo Carlos I Carlos II Carlos III Carlos IV Carlos V Carlos VI Carlos VII de Nápoles Carmona (Sevilla) Caro, Rodrigo Cartagena Cartagena de Indias Cartuja “Scala Dei” Cartuja de El Paular Cartuja de Jerez Nuestra Señora de la Defensión Cartuja de Santiponce Cartuja de Sevilla Santiponce Carvajal y Lancaster, José Casa de las Cadenas Casanova, Catalina de Castañeda Delgado, Paulino Castañeda, Padre Castilla Castillo, Esteban del Castro, Adolfo de Castropol Cataluña Catastro de Ensenada Ceballos, José (presbitero) Cerda, Pedro de la Cerdeña Cesar Augusto

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Ceuta Chafarinas Chartreuse, valle de Chelva Chiapas Chiclana (Cádiz) Chile China Cicerón, Marco Tulio Cienfuegos, Álvaro Clemente Rodríguez, Manuel Clemente VI Colegio Imperial Colombia Colón, Cristóbal Compañía de Barcelona Compañía de Caracas Compañía de Jesús Compañía de la Habana Compañía de San Fernando de Sevilla Compañía Guipuzcoana de Caracas Condamine, Charles Marie de la conde Bena de Maserano conde de Aranda Abarca de Bolea y Ximenez de Urrea, Pedro Pablo conde de Campomanes Pedro Rodríguez Campomanes y Pérez conde de Oropesa Álvarez de Toledo y Portugal, Manuel Joaquín conde de Peralada conde de Roy de Ville Antonio Norberto deAzpilcueta conde de Super Viuda Joseph Manso de Velasco Congregación de San Felipe de Nerí Conil (Cádiz) convento de la Merced (Sabugo) convento de San Benito (Sevilla) convento de San Juan de Dios (El Puerto) convento de San Martín (Madrid)

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Córcega Cordero Córdoba Corona de Aragón Correas, Gonzalo Croiset, Juan (S.J.) Cuadra, Sebastián de la Cuba Cuenca Curiel, Juan Manuel D D’Alembert, Jean Le Rond Daniel, Gabriel (S.J.) Darro, río Deísmo Descartes, René Despeñaperros, paso de Díaz de Arellano, José (canónigo) Díaz de Güitian, José Diego de Silva y Velásquez Dieta de Augsburgo Dinamarca Dos Hermanas (Sevilla) Dragut Duhamel, Henri Louis duque de Bedford John Russell duque de Huescar, duque de Medinasidonia Fernando de Silva Álvarez de Toledo duque de Maine Luis Augusto de Borbón duque de Medinaceli (XII) Pedro Alcántara Fernández de Córdoba de la Cerda y Moncada duque de Medinasidonia (XIV) Pedro Alcántara de Guzmán duque de Módena Francisco III duque de Montellano (III)

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José Solís Folck de Cardona duque de Orleáns Felipe II de Francia duque Richelieu duquesa de los Arcos Mª Josefa de la Soledad de la Portería Alfonso de Pimentel duquesa de Medinasidonia E Ecuador Egipto El Callao El Escorial El Ferrol El Puerto de Santa María El Salvador El Trocadero Empirismo Enlightment Enrique Flórez, Fray Enrique IV Enrique VIII Enriquez, (cardenal) Eo, río Épila (Zaragoza) Eslava Espantatajero España Espínola Espinosa, Antonio Esteban de San Payo, fray Estepa (Sevilla) Eulate y Santa Cruz, Juan (Obispo de Málaga) Europa Extremadura F Farinelli, Carlos Brosschi

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Farnesio, Alejandro Farnesio, Isabel de Felipe Colmenero, fray Felipe II Felipe III Felipe IV Felipe V Fernández de Oviedo y Valdés, Gonzalo Fernández del Pulgar, Pedro Fernando VI Fernando VII Ferreras, Juan Fèvre, Jacques Figueredo, María Antonia Filgueira Valverde, Xosé Filipinas Filout, Margarita Flandes Florencia Folies, Martín Fortes Alén, Mª Xesús Fouquet, Nicolás Francfort de Main Francia Francisco Soto y Marne, fray fray Fernando de Torres G Gabidia, plaza de la (Sevilla) Gaceta Semanal Galicia García Balboa (Sarmiento), Francisco Javier García de Seraxe Gosende, Alonso García Lorenzana, Luis Enrique García, Alonso García-Baquero González, Antonio Gazola, José Genil, río Génova Gervasoni, Carlos (S.J.)

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Gibraltar, estrecho de Godín, Louis Godoy y Álvarez de Faria, Manuel de Gomes de Lima Becerra, Manuel Gómez Urdáñez, José Luis González Dávila, Gil González de Quijano Vizarrón, Ana González de Quijano Vizarrón, Micaela González de Quijano, Francisco Gracia Grae, Juan Enrique de Granada Granados, Luis Grecia Gregorio Moreiras, fray Grenoble Groenladia Guadalcanal Guadalete, río Guadalquivir, río Guadiana, río Güendica, Luis de Guirior, Miguel (virrey) Gutiérrez de Armijo, Francisco Gutiérrez de los Ríos, Manuel Guttemberg, Henri Guzmán “El Bueno” H Halmstedt Hamburgo Heister, Lorenzo Herrera y Tordesilla, Antonio de Herrero de Ezpeleta, Miguel Herrero y Rubira, Antonio María Hipócrates Honorio Hornos, cabo de Hospicio de Indias (El Puerto) Hospital de la Misericordia (El Puerto)

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Hospital de San Juan de Dios (Cádiz) Hoyo, Andrés del Huelva Huertas, Francisco Manuel Huesca Hungría I Ibérica, península Iglesia de Santa María (Carmona) Iglesia Mayor Prioral (El Puerto) Iluminismo India Inglaterra Inocencio IV Iñigo Ferreras, fray Isaac Isabel de Braganza Isabel de Portugal Isabel I Isla de León (San Fernando) Isla, Francisco de (S.J) Islas Chafarinas Italia Izapan J Jacquin, Nicolaus Joseph Jaén Jamaica Jenkins, Robert Jerez de la Frontera Jerusalén Jesús de los Afligidos (El Puerto) Jesús de los Milagros (El Puerto) Johannesburgo Jorge Juan José Balboa, fray Juan Crisóstomo de Oloríz, fray Juan de Braganza

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Juan III Juan Sobreyra Salgado, fray Juan V Jubia, convento de Justiniano I Juvara, Felipe K Kant Kircher, Atanasius Kneene, Benjamín L La Carraca La Coruña La Cruz Bagay, Nicolás La Culebra La Graña La Guaira, puerto La Habana La Ilustración La Sorbona Lallemant, Jacques Philippe Lancaster, Leonor de Lanjar (Almería) Le Tellier, Michel Leiden León León Pinelo, Antonio de León, golfo de Lesma, Juan de Lezo, Blas de Linnaeus, Carl Lisboa Löfling, Pehr Logroño Lombardía Londres López de Araujo, Bernardo López, Francisco (librero)

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López, Isidro (S.J.) López, Manuel Losada, Luis de (S.J.) Lozada Lozada, Bartolomé de Luis I Luis XIV Luis XV Lully, Jean Baptiste Lumieres Lyón M Macé, Nicolás Machina Madrid Málaga Mallorca Mañer, Salvador José Margarita de la Cruz, sor Margarita, isla María Amalia de Sajonia María de Austria Marín, Antonio Marín, Padre marqués de Almarza Manuel Isidoro de Aguilera y Galarza Moctezuma marqués de Aranda Francisco de Aranda y Quintanilla marqués de Cádiz, Corregidor de Jerez Rodrigo Ponce de León marqués de Carrión marqués de Esquilache Leopoldo Gregorio Esquilache marqués de la Cañada José Ortuño Ramírez marqués de la Ensenada Zenón Somodevilla y Bengoechea marqués de la Mina Jaime Miguel de Guzmán Dávalos Spínola,

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marqués de la Victoria Juan José Navarro marqués de Moscoso (IV) Joaquín Arias de Saavedra Araoz marqués de Perales (III) Ventura Antonio Pinedo y Velasco marqués de Pombal Sebastiao José Carvalho e Melo marqués de Premio Real Ventura de la Vega marqués de San Leonardo Pedro Fitz-James Stuardo marqués de San Saturnino (III) José Jacinto de Quindós y Andrade marqués de Valdelirios Gaspar de Murive León Garabito Tello y Espinosa marqués de Vila Panés Miguel Andrés Panés y Pabón marqués de Villadarias Francisco del Castillo marqués de Villagarcía Antonio José de Mendoza Caamaño y Sotomayor marqués de Villareal de Purullena José Ortuño Ramírez marqués de Villena Juan Manuel Fernández Pacheco marquesa de Perales Micaela González de Quijano Vizarrón marquesa de San Saturnino (III) Josepha Cayetana Pardo y Moscoso marquesa de Villapanés Ana González de Quijano Vizarrón Marsella Martí, Manuel (deán) Martín Lesaca, Juan Martín Martínez, fray Martín Sarmiento, fray Pedro García Balboa Martínez Calvete (ó Salafranca), Juan Martínez, Martín

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Martinica Mataró Mayans y Siscar, Gregorio Medina del Campo Medina Sidonia (Cádiz) Medina, Bernardino de Mediterráneo Melilla Memorias de Trevoux Mena, Francisco Manuel de Mendoza, Antonio de Menéndez Pelayo, Marcelino Menorca Mérida Mestre Sanchís, Antonio Metastasio, Pietro México Miguel Cabrera, fray Miguel de Santa María, fray Milán Mindanao Miser Huberto Moctezuma Moisés Mollet, Jean Antoine monasterio de la Victoria monasterio de Nuestra Señora de Santa Fe monasterio de Nuestra Señora de Veruela monasterio de San Martín monasterio de San Plácido monasterio de Sopetrán Mondoñedo Monpellier Monrroi y Olaso, Francisco Montsant, montañas del Mora, Pedro de Morantes, Pedro Moreno, Simón Moreto y Cabañas, Agustín Mota del Cuervo

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Moureira Muratoni Murillo Velarde, Pedro (S.J.) Musschenbrock, Pieter Van Mutis, Celestino N Nadal, Jordi Nájera Salvador, Tomás de Nápoles Nasarre y Villelas, Blas Antonio Navarra, Navarro, Benito Nebrija, Elio Antonio de Newton, Isaac Nicolás V Nieremberg y Otin, Juan Eusebio (S.J.) Nieva Nilo Nipho, Francisco Mariano Novelda Nueva España Nueva Granada Nuremberg O Obertos de Valeto, Álvaro Octavio Augusto Oliva (Valencia) Oporto Ortega, José Ortegal, cabo Ortiz Barroso, José Marcelino Osma Osuna Oviedo Ozio P Pacífico, Océano

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Páez, Miguel País Vasco Países Bajos Palacio de la Zarzuela Palacio de Medinaceli Palaciones Palermo Pamplona Panamá Paraná, río Pardo de Figueroa y de la Serna, Mariano Doctor Thebussem Pardo de Lago y Andrade, Juan Pardo Figueroa, José París Parma Patiño, José Paz de Aquisgran Pazo de Baltar Pedraza y Castilla, Juan de Pedro de Mendoza, cardenal Pedro el Cruel Pedro I de Castilla Pensado Tomé Perea Pérez de Guzmán, Alonso Perpinñan Perú Piacenza Píerras, Silvestre Pineda, José de Piquer, Andrés Pirineos Plasencia Polanco, Juan Polo, Ana Polonia Pontevedra Portobelo Portugal

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Puerta de Toledo Puerto Real Puerto Rico Puig de la Huerta Punjab Q Quer, José Querétaro Quevedo y Villegas, Francisco de Quiroga (Asturias) Quito R Racionalismo Rávago y Noriega, Francisco (S.J.) Raynal, abate Raynal, Guillermo Tomás (abate) Real Academia Matritense de Medicina y Cirugía Nuestra Señora de la Esperanza Real Botica de Madrid Real Compañía de Barcelona Real Sitio de Aranjuez Real Sociedad Económica Sevillana de Amigos del País Reales Alcázares Regia Sociedad Médica de Sevilla Reino de Córcega Reinoso y Mendoza, Martín de Relativismo Revista de Historia de El Puerto Reyes Católicos Ribadeo, ría de Ricardo, Antonio (impresor) Río de la Plata Ripoll, abadía de Roche Sansón (Serrano), Juan Luis Roche Sansón, Bernardino Roche, Pedro de la Rodríguez Plata, Horacio Rodríguez, Antonio José

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Rodríguez, Cristóbal Roma Rooke, George Rota Roxo, Gerónimo Ruan Rubens, Pedro Pablo Ruiz de Cortazar, Anselmo José Ruiz de Porras, Alonso Ruiz, Leopoldo Jerónimo S Saavedra y Fajardo, Diego de Sachetti, Juan Bautista Salamanca Salazar y Castro, Luis de Samos, convento de San Agustín San Agustín (convento de El Puerto) San Antonio Francisco Descalzos (convento de El Puerto) San Benito San Bruno San Cristóbal, puerto de San Estanislao de Kostka San Fernando (Cádiz) San Francisco de Asís San Francisco de Paula San Francisco Javier San Ignacio de Loyola San Jerónimo San José San Juan de Letrán San Luis Gonzaga San Marcos San Martín, convento de San Miguel de Montelirio San Pablo de Extramuros San Pedro del Vaticano San Pedro y San Pablo (México), Colegio de

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San Vicente de Oviedo, Colegio de San Vicente Ferrer Sancho IV Sanlúcar de Barrameda Santa Clara Santa Cruz de Tenerife Santa Fe de Bogotá Santa María la Mayor Santa María, Antonio de Santacilla, Jorge Juan Santi Petri Santiago Santistevan, Miguel de Santo Domingo Santo Domingo (Convento de El Puerto) Santo Domingo (convento de Jerez) Santo Domingo de Silos (convento) Santo Domingo, isla de Santos Puerto, José Santuario de Utrera Sanz, Antonio Sáñez Reguart, Antonio Scarlatti, Alessandro Scolari, Giuseppe Sebastián de Portugal Sempere y Guarinos, Juan Setaro, Nicolás Sevilla Sicilia Sidueña, valle de Silesia Sinaí, desierto del Sociedad Matemática Matritense Soconusco Solan de Cabras Solano, José Solís Folck de Cardona, Francisco de (cardenal) Solís y Rivadeneira, Antonio de Spínola, Camilo Stanhope (general)

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Sterrfontein Sudáfrica T Tafalla (Navarra) Tajo, río Tamayo de Vargas, Tomás Tassis, familia Teatro de la Santa Cruz (Barcelona) Teodosio Teruel Tierra Firme Tinajero, Bernardo Tiraboschi. Toledo Tolón Torres Villarroel, Diego de Torres, José Ignacio de (médico) Torres, Pedro de Tosca, Tomás Vicente Tournefort, Joseph Pitton de Tratado de París Tratado de Versalles Tresabuelas Trévoux Tribaldo de Toledo, Luis Troquero de Rivera, Luis Troquero, Domingo Tucumán U Úbeda (Jaén) Ullate, Domingo de Ulloa y de la Torre-Guiral, Antonio de Universidad de Manila Universidad de Mareantes Urbano VI Uribe de Salazar, Agustín Utrera

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V Valdivieso, Catalina Josefa Valencia Valentín Morán Menéndez, fray, Obispo de Canarias Valladolid Valparaíso Van Musschenbroek, Pieter Van Veen, Otto Octavius Vaenius Vandera Reyero, Antonio de la Varnier Varqueño, Antonio José (S.J.) Vasto, Nicolás de Vázquez Cortés, Juan Vázquez Tablada, Gaspar Vázquez y Morales, Joseph Vejer (Cádiz) Vélez de la Gomera Velez-Málaga Venecia Venezuela Ventura de San Antonio, fray Vernon, Sir Edward (almirante) Verona Vertiz, virrey Victor Amadeo III Vilapamba Villafranca del Bierzo (León) Villarroel, Manuela Virgen de Consolación (Utrera) Virgen de Gracia Virgen de la Soledad (El Puerto) Virgen de los Milagros (El Puerto) Virgen de Soterraña Virre y Mange, Pascual Francisco Vizarrón Aranibar, Juan Vizarrón Eguiarreta, Pablo Miguel Vizarrón Polo, Clara Vizarrón Polo, Diego Vizarrón y Eguiarreta, Juan Antonio

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Vizarrón y Valdivieso, Bernardino Vizarrón y Valdivieso, Juan José Antonio Vizcaya Vizcaya, golfo de vizcondesa de Vaux (Madame Fouquet) María Maupeón Voltaire (Francoise María Aronet) Von Humboldt, Alexander Vuelna, valle del Wall, Ricardo X Xátiva Ximenez de Imblusqueta, Tomás Xubia, río Z Zacatecas Zaragoza Zaragoza y Vilanova, José (S.J.) Zumárraga, Juan de Zúñiga, Juan Zúñiga, Pedro de

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ÍNDICE Prólogo, Juan José Iglesias Rodriguéz Introducción

a) La correspondencia epistolar en el s. XVIII. Su importancia como documento de investigación para estudiar la sociedad del momento.

b) Dos amigos unidos por las ideas del s. XVIII.

c) El Hospicio de Indias de la Compañía de Jesús en El Puerto como centro cultural de la Ilustración.

d) A modo de conclusión. Camino que si-guieron las cartas hasta llegar a nosotros.

Cartas:

1.- 12 de noviembre de 1747. Sobre como se inicia la amistad y corresponden-

cia entre Roche y Sarmiento. Acerca de la linterna de

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reverberación y de un tratado de electricidad. Obse-quio de unas tumbagas

2.- 30 de enero de 1748. Cierto suceso ocurrido en El Puerto, en el que se

vieron involucrados muchos miembros de las familias más influyentes. Supuesto milagro en el Monasterio de la Victoria, con la aparición de San Francisco de Paula.

3.- 8 de abril de 1748. Sobre la construcción, por su parte, de una má-

quina eléctrica. Remisión de una carta, con otros ob-jetos, a Sarmiento para que los reenvíe a Feijjoo. Acerca de cierto milagro del Santísimo Sacramento.

4.- 13 de mayo de 1748. Algunos hechos considerados milagrosos y su re-

lación con los acaecidos en el Monasterio de la Victo-ria de El Puerto. Los Diaristas y Feijoo.

5.- 8 de agosto de 1748. Viaje realizado a la ciudad de Sevilla. De cartas

que ha recibido del Padre Feijoo. Visitas al Goberna-dor del Arzobispado solicitando licencia para una publicación sobre lo acaecido en el Monasterio de la Victoria, y petición para que no autorizase las cele-braciones que los frailes tenían previstas. Listado de varios libros para que se los adquiera y remita.

6.- 16 de septiembre de 1748. Incidencias acaecidas con la remisión de los li-

bros que había solicitado. De la necesidad que tenían los eruditos españoles de estudiar otros idiomas para leer las publicaciones que se realizaban en Europa. Celebrando que Sarmiento se hubiera decidido a pu-blicar unos escritos.

7.- 9 de noviembre de 1749.

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Dando cuenta de haber recibido unas cartas im-presas del Padre Feijoo. Sobre el vecindario de Cádiz, Jerez y Sevilla, así como de la situación comercial de la primera ciudad. Real Orden que autorizaba la vuel-ta de los gitanos a sus domicilios. Nueva referencia al nombramiento de Sarmiento como decorador del Pa-lacio Real. De la salud del amigo común el jesuita Padre Alzugaray.

8.- 22 de diciembre de 1749 Felicitándole las Pascuas. Reseñando haber reci-

bido catorce libros que le ha remitido Feijoo. Respec-to al curso que sigue la enfermedad del Padre Alzuga-ray. Nuevo comentario acerca de la puesta en libertad de algunos gitanos, tras el apresamiento del 30 de julio. Tocante al matrimonio del marqués de Perales con una de las hijas de Clara Vizarrón.

9.- 27 de enero de 1750. Da cuenta de enviar un retrato suyo a Feijoo. So-

bre el proceso que sigue la enfermedad del Padre Al-zugaray, bajo sus cuidados y las recomendaciones de Sarmiento. Haciéndole saber la petición que ha reci-bido de éste, en el sentido de que le transmita el ruego para que interceda, ante el confesor real, en el nom-bramiento de un hermano suyo.

10.- 2 de febrero de1750. Acusa recibo de unos libros y unos retratos que

ha recibido del Padre Feijoo, así como otros de Sar-miento. Sobre el estado del Padre Alzugaray y su pe-tición de la carta anterior.

11.- 16 de febrero de 1750. Nuevos comentarios sobre la petición del Padre

Alzugaray. Da cuenta de haber recibido unos ejem-plares y retratos del Padre Feijoo, así como una carta del mismo. Comunica que Clara Vizarrón, y sus hijas las marquesas de Villapanés y Perales, van a pasar una temporada en la Corte.

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12.- 2 de marzo de 1750. Comentando la aparición por El Puerto de gita-

nas vestidas con el hábito de monjas terciarias de San Francisco. Participación del duque de Medinasidonia en la boda de la infanta María Teresa con el duque de Saboya.

13.- 16 de marzo de 1750. Seguimiento del curso de la enfermedad del Padre Alzuga-

ray. Pertinaz sequía en Andalucía. Los moros vuelvan a atacar navíos españoles. Las virtudes de Clara Vizarrón. Nueva publi-cación del Padre Feijoo.

14.- 6 de abril de 1750. Relatos de su infancia. Su carácter, pensamiento y forma de

entender la vida. Sobre el comerciante Don Pedro de Arriaga. Envío de tabaco y cacao. Informe de la Poligrafía Española.

15.- 11 de abril de 1750. Precio del trigo en estos años de escasez. Situaciones de ro-

bos que se daban en la ciudad de El Puerto con motivo del ham-bre que padecían sus pobladores más pobres. Disturbios acaeci-dos en la vecina ciudad de Jerez. Combate naval entre un barco español y dos fragatas de moros.

16.- 4 de mayo de 1750. Sobre el estado de la Marina, y de las dificultades de con-

formar tripulaciones para realizar los viajes de escolta de navíos. 17.- 1 de junio de 1750. Situación del comercio con Indias. Comisión que visitó al

rey Fernando VI exponiéndole el estado en que éste se hallaba, a la vez que le solicitaron mejoras para la labor comercial que realizaban. Incidentes acaecidos en la ciudad sevillana de Car-mona con relación al trigo.

18.- 31 (sic) junio de 1750. Comentando la información que le ha hecho lle-

gar Sarmiento de haber sido propuesto para cronista

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general de Indias. Ofrecimiento económico y de un amanuense.

19.- 20 de julio de 1750 Comentando diversos aspectos del empleo acep-

tado por Sarmiento de cronista general de Indias. Aplaudiendo el decreto de Fernando VI contra los escritos del Padre Soto Marne. Carta dirigida por Sarmiento al marqués de Aranda.

20.- 4 de agosto de 1750. Informándole que el Padre Alzugaray está

próximo a partir para su Perú natal. Sobre un retrato suyo que le remitió para su reenvío al Padre Feijoo. Nuevas incursiones de moros corsarios. Accidente acaecido en la botadura de un navío.

21.- 31 de agosto de 1750. Distribución de los tomos terceros de las Cartas

Eruditas que le había enviado Sarmiento. Comentan-do una carta remitida por éste a Don Miguel de San Esteban (Santistevan). Novedades acaecidas por la zona

22.- 8 de septiembre de 1750. Sobre la correspondencia que acaba de recibir.

De la necesidad de hacer un estudio, en Indias, sobre las muchas plantas medicinales que se importaban. Acerca de la seda China que llegaba vía posesiones americanas. Novedades acaecidas en la zona.

23.- 19 de octubre de 1750. Robo sufrido por el arriero Granados, y partida

del Padre Alzugaray. Nota curiosa del mismo remiti-da desde Santa Cruz de Tenerife, en una estancia du-rante su viaje de regreso al Perú.

24.- 31 de enero de 1751. Respuesta a la petición del Padre Sarmiento sobre

la posibilidad de entablar relaciones comerciales, en

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estas tierras, con el aceite de sardina producido en Pontevedra. Comentario referente al hermano del be-nedictino, Francisco Javier, y de su empleo de Comisa-rio de Marina.

25.- 28 de febrero de 1751 Declara haber recibido una nueva partida de li-

bros. Alabanzas a los escritos de Sarmiento compa-rándolos con los de Feijoo. Comentario sobre el aceite de ballena. Descripción de cómo se ha establecido aquí la pesca de arrastre, y quiénes las han introduci-do. Rumor de una nueva intervención para poder re-conquistar Gibraltar.

26.- 24 de mayo de 1751. Relato del viaje que ha realizado a Sevilla. Del

amigo común Don Luis Enrique García Lorenzana. Sobre los alfajores. Celebraciones en El Puerto y en Jerez para ganar el Jubileo.

27.- 27 de junio de 1751. Nueva referencia al guardia marina Enrique Gar-

cía Lorenzana. De los agravios literarios. Hechos acaecidos en Cádiz con el corresponsal del librero Mena, Bartolomé de Lozada. Comentario sobre la última partida de libros que ha recibido.

28.- 9 de agosto de 1751. Comentando la documentación recibida del Pa-

dre Sarmiento, concerniente a la decoración del Pala-cio Real. Dando cuenta de la ausencia de noticias sobre el viaje de regreso del jesuita Padre Alzugaray. Sobre los académicos José Carvajal y Lancaster, el duque de Medinasidonia y Jorge Juan. La publicación del Padre Soto Marne impugnando a Feijoo. Nuevas disposiciones sobre impresión en papel fino. Estado del comercio al inicio la segunda mitad de este siglo XVIII.

29.- 20 de septiembre de1751.

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Visión del duque de Medinasidonia como erudi-to, virtuoso y docto. Respuesta a las ideas que le ha comunicado el Padre Sarmiento sobre como debería ser el comercio en España. Leyes que se aplicaban a los defraudadores. Aumento de los precios del papel y otros diversos artículos. Estado en que se encontraba la actividad comercial. El fraude en Indias y la com-pra de los empleos. Arribada a El Puerto de dos Pro-curadores jesuitas procedentes de Buenos Aires. Peti-ción de una nueva partida de libros.

30.- 12 de octubre de 1751 Curso en que se encuentra una nueva partida de

libros franceses solicitados a los libreros de la Corte. Nota sobre los dueños de los navíos que viajan en ellos comerciando con Indias. Situación del comercio y el campo. Suspensión de cierto viaje programado por los reyes. Sevilla y el duque de Módena.

31.- 24 de octubre de 1751. Actividad de Roche como comerciante de libros

con Indias. Nueva puntualización sobre la situación del comercio y el contrabando. Algunos obsequios recibi-dos del Obispo de Canarias. Actividad comercial alre-dedor de los navíos que arriban de Indias.

32.- 27 de diciembre de 1751. Relatando un combate naval habido con bajeles

moros. Sobre las dificultades que encuentra Sarmien-to en la dirección de los adornos del Palacio Real, que con anterioridad debió comunicarle. Acerca del Dic-cionario de Autoridades de la Academia Española.

33.- 4 de enero de 1752. Notificando haber recibido correspondencia del

amigo común el guardia marina Lorenzana. Comen-tando la compra realizada de la Biblioteca de Nicolás Antonio. Su primera actuación como mecenas de la impresión de textos.

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34.- 15 de mayo de 1752 Malentendido con una carta dirigida al Padre Fei-

joo. Noticias de los daños y víctimas producidas por un huracán en la Bahía de Cádiz. Personajes citados se carta a Feijoo. Pleito entablado con los agentes de correos de la ciudad de El Puerto.

35.- 23 de mayo de 1752. Celebración de la Pascua entre Roche y Lorenza-

na, pendiente el último de partir para Cartagena de Indias. Comunicando haber recibido una carta de Diego Torres Villarroel.

36.- 17 de julio de 1752. El Catastro de Ensenada. Ejércitos prusianos y po-

lacos. Necesidad de estudiar la anatomía de cada pie, para adecuarles correctamente el calzado. Feijoo se encuentra escribiendo el cuarto tomo de su Cartas Eruditas.

37.- 21 de agosto de 1752. De cómo el hermano de Fray Martín, Francisco

Javier, se hace llamar también Sarmiento. Productos, que según Roche, se podían exportar de Galicia a estas tierras andaluzas. Dando cuenta de haber remiti-do algunos obsequios, y entre ellos tabaco para el Padre Feijoo. Alabando la decisión de Sarmiento de no traer a su hermano a la Corte.

38.- 2 de octubre de 1752. De las incidencias ocurridas con unas cartas re-

mitidas desde El Puerto. Llegada a Cádiz, procedente de Indias, de pequeñas cantidades de una nueva planta medicinal: la calaguala. Desenlace en torno al supues-to príncipe de Módena.

39.- 28 de enero de 1753. Remitiendo copias de varias cartas de amigos

comunes. Agradeciendo el envío de unos libros a sus

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padres en La Coruña. Representaciones de ópera, y misión apostólica del Padre Calatayud en el Puerto.

40.- 20 de agosto de 1753. Comentando como ha distribuido, entre amigos y

conocidos, varios ejemplares recibidos del tomo IV de las Cartas Eruditas. Nuevas instrucciones reales que de no venga de Indias ningún dinero en barcos, sino en los navíos de guerra. Del estado del comercio con Indias y del contrabando de los barcos extranje-ros.

41.- 18 de diciembre de 1753. Felicitación de las Pascuas Navideñas. Represen-

taciones de óperas italianas en El Puerto. Suicidio en el Hospicio de Indias de la Compañía de Jesús.

42.- 16 de diciembre de 1755. Insiste Roche sobre la necesidad de que Sarmien-

to contrate un amanuense. Celebra la reincorporación de éste a su monasterio madrileño, tras su larga estan-cia por tierras gallegas. Ofrecimiento de un préstamo de 60.000 reales. Nuevo terremoto tras el portentoso del primero de noviembre. Comunicación con el Pa-dre benedictino Balboa.

43.- 3 de agosto de 1756. Congratulándose de la renuncia que ha realizado

Sarmiento a la abadía de Ripoll. Informándole de haber remitido al monasterio de San Martín y al libre-ro Mena ejemplares de su publicación Nuevo Systema sobre las causas físicas de los terremotos. Debates y problemas surgidos con dicha publicación. Sobre la enfermedad del Cardenal Solís.

44.- 8 de agosto de 1757. Comentando sus últimas publicaciones, y rogan-

do a Sarmiento no tema por las posibles impugnacio-nes que pueda sufrir. Acerca de los Caminos reales que está escribiendo Sarmiento. Valoración de uno de

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los censores de su Nuevo Systema, el presbítero Ceva-llos. El Padre Calatayud y sus misiones por Andalu-cía. El sitio de Gibraltar y la nueva academia del con-de Aranda.

45.- 8 de mayo de 1758. Acerca de diferentes frailes benedictinos del en-

torno de Sarmiento, y sus posibles nombramientos en cargos de responsabilidad en la Orden. Alusión al conde de Aranda. Estancia del marqués de la Ensena-da en El Puerto. Publicación del Fray Gerundio de Campazas del Padre Isla. Primeras actuaciones de Roche como “Informante” de la Academia Portopoli-tana.

46.- 20 de enero de 1760. De cómo los cartujos jerezanos sacan copias de

los escritos de Sarmiento. Del intento de continuar la Biblioteca de Nicolás Antonio. Publicación del Tomo V de las Cartas Eruditas, y referencia a los Discursos Mercuriales. Revisión de libros, Jueces de Imprenta y aplicación de las Leyes de España. Muerte del padre de Roche.

Bibliografía Índice onomástico y analítico