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COLECCIÓN D E M O S
B I B L I O T E C A D É C I E N C I A E C O N Ó M I C A
Títulos publicados:
Pierre Vilar Oro y moneda en la historia. 1450-1920 Eugen
Preobrazhenski La nueva economía Jesús Prados Arrarte Principios de
una teoría económica dinámica Michal Kalecki Estudios sobre la
teoría de los ciclos económicos Oskar Lange Teoría de la
reproducción y de la acumulación Juan Sarda La política monetaria y
las fluctuaciones de la economía
española en el siglo X I X John R. Hicks Ensayos críticos sobre
teoría monetaria Esteban Hernández Estructura y funciones de la
banca en los países socialistas Oskar Lange Teoría general de la
programación Antonio Santillana Análisis económico del problema de
la vivienda Roy F. Harrod El dinero Ronald L. Meek Economía e
ideología John K. Galbraith El nuevo estado industrial Vera Lutz
Planificación central en una economía de mercado J . K. Galbraith
La sociedad opulenta Gunnar Myrdal Reto a la pobreza Jacques y
Colette Neme Organizaciones económicas internacionales
DEMOS - BIBLIOTECA DE CIENCIA ECONOMICA
J O H N R. H I C K S
ENSAYOS CRITICOS SORRE
TEORÍA MONETARIA
E D I T O R I A L A R I E L Esplugues de Llobregat
B A R C E L O N A
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ENSAYOS CRÍTICOS SOBRE
TEORÍA MONETARIA
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El análisis del mercado aislado, de un solo día, no podría ser
más que un análisis preliminar al estudio de la economía real. Un
mercado real nunca alcanzaría el "equilibrio" en la forma en que,
según se ha descrito, lo hace nuestro mercado de un día; pero si
imaginamos algo como una cadena de mer-cados como la nuestra, a
cada hora comenzando un mercado y acabando el otro, de tal forma
que cuando uno cierra siem-pre se abre otro, entonces el mundo real
ya se acerca más a nuestro mercado. En un mercado escalonado
siempre ha-bría unas existencias de dinero (por ejemplo, dinero
bancario), aunque se mantuviese escrupulosamente el criterio de
saldar las transacciones al final. Pero no se podría decir que hay
en j este mercado una "demanda de dinero por el motivo
transac-ciones", en el sentido de que hay una demanda voluntaria,
semejante a la demanda de mercancías, que pueda ser forza-da — ni
siquiera con esfuerzos — en el molde de la teoría de la utilidad
marginal. Desde luego, habrá un volumen de di-nero en existencia
(puede ser incluso un volumen de dinero constante), pero este
volumen dependerá de las transacciones que se vayan realizando y no
de las decisiones individuales o de su suma, porque, en realidad,
se trata de un fenómeno de desequilibrio y no de equilibrio. Y esto
parece implicar que difícilmente puede ser influido por incentivos
económicos.
Me parece que, en la práctica, buena parte de la oferta
monetaria (casi, sea como sea que la definamos) es utilizada de
esta manera. Puede ser que cuantitativamente sea la mayor parte
(aunque esto dependa de lo que incluyamos en la oferta monetaria).
A mi modo de ver, las investigaciones estadísticas (por ejemplo las
de Friedman y sus colaboradores),9 que en-señan que la proporción
entre el valor de la renta — o de las transacciones — y la oferta
monetaria es constante, sólo de-muestran que la proporción de la
oferta monetaria global ab-sorbida en aquella forma es bastante
alta; estas estadísticas, para mí, no demuestran — en la medida en
que lo puedan
9. R. T . S E L D E N , en M. F R I E D M A N , Studies i'n the
Quantity Theory of Money; F R I E D M A N y S C H W A R T Z ,
Monetary History of the United States.
hacer — nada más. En principio, no tengo ningún prejuicio que me
impida admitir esto. Ahora, bien, me parece casi imposible creer
que, en una economía desarrollada como las nuestras, toda la oferta
monetaria pueda ser absorbida en esta forma. Alguna parte, aunque
sea cuantitativamente escasa, debe ser atribuida a tenencias
voluntarias y, desde luego, esta parte "voluntaria", voluminosa o
no, es tremendamente impor-tante: porque es a través de esta parte
"voluntaria" como se producen los desequilibrios monetarios y es
sobre esta parte donde tiene sus efectos la política monetaria.
Esto es lo que he llegado a pensar de "la demanda por
transacciones". Creo que Keynes acertó cuando hizo la dis-tinción
entre _M3i y M2; de hecho, acertó más que algunos de sus seguidores
(incluyéndome a mí mismo), que al
tal que llegábamos_a borrar aquella distinción. ..Ahora bien,
dudo qüe~Ta forma como Keynes describió la distinción sea la más
correcta. Lo importante de Mo es que es una demanda vo-luntaria de
dinero, y que porque es_mkmtaria responde a los incentivos. Lo
importante de M\ es que no es voluntaria, ex-cepto en una forma
harto indirecta. Es la consecuencia indirec-ta de decisiones que se
toman por otras razones y sin cálculo de las repercusiones
monetarias de tales decisiones. No es de-manda de dinero en el
sentido en que lo es Mo. No hay ahí nin-gún "motivo transacción".
Lo que se necesita es el dinero para hacer circular un cierto
volumen de bienes a un nivel de pre-sos determinado. La ecuación de
Fisher MV — l'T nos da. u_na visión de esto mucho .más acertada que
la "ecuación cuantitativa de Cambridge", con su apariencia de
insistir en 'a voluntariedad de la demanda. En relación con la
parte de la oferta monetaria que se necesita para hacer circular
los bienes, el concepto "velocidad de circulación" es
apropiado.
Ahora bien, con esto no quiero decir que la insistencia en la
voluntariedad, que trajeron Marshall, Pigou, Hawtrey y Robertson
(al principio), antes de la Teoría General, no fuera en sí misma un
avance considerable. Porque hay demanda vo-luntaria de dinero, y es
esto lo que hace de la teoría monetaria
31 i 53
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algo vivo e interesante. (¡Es curioso que aquellos autores
des-cribieran como activa precisamente la parte pasiva de la
ofer-ta monetaria y que la parte realmente sensible la llamaran
"balances ociosos"!)
En definitiva, sólo afirmo que estos autores llevaron su
revolución más allá de lo que hubiera sido necesario (como sucede a
menudo con las revoluciones). Vieron correctamente que había
demanda voluntaria y trataron por ello de compa-rar con ésta toda
la oferta monetaria, y así interpretaron en términos voluntarios
los motivos para demandar dinero. Aho-ra me doy cuenta de que esto
ha sido fuente de confusiones; de hecho nos llevó a muchos
(incluido yo mismo) a buscar lo que: ahora pienso que no era más
que un imposible.10
LAS DOS TRÍADAS
LECCIÓN I I
10. Entre i.iis obras, la parte última de mi "Simplificación"
(repro-ducida en este libro, ensayo 4) cae dentro de esta
confusión; también la sección monetaria de Valué and Capital. Los
máximos representantes ac- f tuales del "voluntarismo" que ataco
aquí, son, naturalmente, Friedman y de circulación) e interpreta
que esta tendencia es análoga al incremento? en la renta gastada en
bienes de lujo que acompaña al crecimiento de ia> renta. La
analogía no nos parece demasiado correcta, ni siquiera a prime-i ra
vista; por lo demás, no parece que sea una analogía muy ajustada,
a; juzgar por los mismos datos. Me parece que la explicación
debería bus-carse en los cambios de las prácticas institucionadas
monetarias, que es lo que se deduciría de lo que venimos diciendo
hasta ahora; además, ésta sería una explicación más
constructiva.
Por lo que se refiere al "efecto balance real" de Patinkin,
véase pá-ginas 71-72.
E L DINERO COMO RESERVA DE VALOR
Ha llegado el momento de pasar a la función "reserva de valor"
del dinero y a los motivos precaución y especulativo, que — como se
habrá hecho evidente — van asociados a aque-lla función. Sin duda
para ellos, la denominación "motivo" es adecuada: son motivos para
mantener dinero. Aquí el cdn-cepto de demanda voluntaria de dinero
es adecuado. Se trata de motivos de demanda de dinero para
mantenerlo, o sea, del dinero como reserva de valor; a un dinero
que no pudiera ser almacenado no podría serle aplicado ninguno de
los dos motivos, v/
Esta demanda voluntaria de dinero suele analizarse, desde
Keynes, en términos de "equilibrio del balance", y así la
ana-lizaremos nosotros en esta lección. El método, aun siendo
con-vencional, puede en el presente contexto decirnos cosas nue-vas
sobre la demanda de dinero.
Para empezar, sometemos al lector la curiosa observación de que
la función "reserva de valor" del dinero es quizá menos una
"función" monetaria que las funciones que exa-minamos antes. Un
dinero que no pueda ser guardado, pue-de, sin embargo, ser unidad
de medida; también puede ser usado como medio de pago.1 Si tal
dinero tuviera estas dos
1- Como los cigarrillos en Alemania inmediatamente después de la
guerra.
32 3 - H I C K S
i 53
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funciones (o sólo una de ellas) sería un tipo de dinero, aunque,
fuera dinero parcial. Ahora bien, una cosa que no tuviera esas dos
funciones, aunque fuera posible guardarla para el futuro
manteniendo su valor (por lo menos, en cier-ta medida) no sería
considerada como dinero. Cualquier activo transferible que aparezca
en un balance puede considerarse como "reserva de valor": pero no
por eso toma cualidad al-guna de dinero. Una póliza de seguros,
incluso un coche, pue-denser_ "reserva de valor": pero no son
dinero, ni cuasi-di-nero, ni dinero parcial.
Las otras dos funciones, por sí mismas, confieren una cuali-dad
monetaria al objeto de que se trate; en cambio, el ser: "reserva de
valor" no la confiere.
¿Qué es lo que distingue al dinero, considerado como--"reserva
de valor", de estos otros activos que son reserva de valor, pero no
dinero? Ante esta cuestión, un economista pre-keynesiano hubiera
dado la respuesta obvia. Puesto que la función reserva de valor no
confiereja cualidad de dinero, de-ben ser las otras funciones las
que la confieren. Un activo se convierte en un activo monetario si
sirve no sólo como "re-serva de valor", sino también como unidad de
medida; o no sólo como reserva de valor, sino también como medio de
pago. Si tiene estas últimas funciones, o sólo una de ellas y sirve
también como reserva, debe ser conceptuado como di-nero.
Ésta es la respuesta obvia, y creo que podré demostrar que es la
respuesta correcta. Pero, desde Keynes, hay una respues-ta
alternativa y rival. Suele decirse que la característica esen-cial
del dinero (visto como una partida de un balance) es que no rinde
intereses, mientras que los otros activos, en uno u otro sentido,
sí los rinden. Así, Patinkin nos dice 2 que lo que debe-ser
explicado es la "coexistencia pacífica" del dinero que no; rinde
interés y de los activos que sí rinden intereses. Yo mismo j he
participado de esta visión en escritos anteriores,'1 pero ahora'
pienso que esta forma de ver el problema es inaceptable.
2. P A T I N K I N , Monexj, Interest and Trices, 2.a edición,
p. 1 1 0 . 3. Véase p. 87.
Creo que podré mostrar, a medida que avancemos, que la teoría
adquiere .mayor consistencia si abandonamos esa visión; pero antes
de referirnos a esto, voy a exponer algunas razones prácticas que
son excelentes argumentos en contra de aquella concepción. La
experiencia nos muestra que es perfectamente posible_ utilizar un
medio de cambio que rinda intereses (como las letras que se usaban
como medio de pago en el Lancashire de la revolución industrial).
Esto nos induce a preguntarnos hasta qué punto no hacemos nosotros
un tanto lo mismo; qui-zá más de lo que suponemos. El hecho de que
aparentemente las cuentas corrientes no rindan interés debe ser
visto como una consecuencia de la existencia de oligopolio en la
banca; y decimos "aparentemente" porque el hecho de que se presten
unos servicios al cuentacorrentista, si el valor de estos
ser-vicios supera un cierto mínimo, debería ser considerado por el
economista como una forma de interés. (La línea que separa las
cuentas que rinden intereses y las que no, se puede esta-blecer
fácilmente si se atiende al criterio de discriminación monopolista
u oligopolista.) Todas estas cosas quedan puestas de relieve en
cuanto se abandona la concepción de que el dinero no rinde
intereses. Puede ser que no los rinda, pero puede ser que sí.
Ahora bien, no son éstas las razones por las que quiero vol-ver
aquí a la visión más tradicional de la naturaleza del dinero £omo
reserva de valor. Me siento más influido por las
con-sideracioneTque resultarán cuando hayamos desarrollado
ple-namente la teoría del equilibrio del balance. Esto no lo hizo
Keynes; lo han hecho, recientemente y en términos matemá-ticos,
Tobin, Lintner y otros.4 Creo que he encontrado la torma de exponer
los puntos esenciales de esta teoría en una forma más simple.
. ' J- TOBIN, "Liquidity Preference as Behaviour towards Risk"
(Re-weu) of Economic Studies, 1958) , "The Theory of Portfolio
Selection" (en ; E - A., Theory of Interest Rates, Macmillan, 1965)
; J . L I N T N E R , "Valua-ron of Risk Assets and Selection of
Risky Investments" (Review of Eco-
and Statistics, febrero 1965) ; HICKS, "Liquidity" (Economic
Journal, 'ciembre de 1962) ; B I E R W A G y G R O V E ,
"Indifference Curves in Asset "alysis" (Economic journal, junio de
1966).
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LA TEORÍA DK LA SELECCIÓN DE LA CARTER. i DE VALORES. L A CUEVA
DE VENTAJA MARGINA:
Consideremos, en primer lugar, a un inversor (que pode-j mos
imaginar como el gerente de un fondo de inversión) que; tiene una
elección a hacer para encontrar la mejor forma de; distribuir su
capital ejltre^distintos valorgs. Su objetivo es obte-ner el mejor
resultado, en términos de rendimiento y riesgo^ sobre su cartera de
valores. Comencemos suponiendo que? nuestro inversor tiene
en'Vperspectiva un futuro limitado ( gamos hasta la siguiente"
fecha en que deba tomar una del cisión). El inversor debería tener
en cuenta (si fuera nece-| sario, Keynes se lo recordaría) que no
sólo cuenta el interés; del valor, sino también las
perspectivas-d£-£anancias, -Q-p ce-didas de capital: llamemos a los
dos elementos tomados_cpni juntamente el rendimiento resultante.
Cada valor tiene uní rendimiento resultante esperado a —
normalmente incierto lo que puede expresarse formalmente de la
forma que sigue;
Supongamos que el inversor puede elegir, de entre una serie de
eventualidades alternativas, la que desee. Cuál será 1; elegida no
lo podemos saber, pero el rendimiento resultante: de cada valor, en
cada eventualidad, se supone conocidoj Por tanto, formamos una
matriz de rendimientos, una para-cada valor y eventualidad. Este
esquema matricial (derivado! naturalmente, de la teoría de los
juegos) es, claro está, unaí simplificación del problema de la
elección en condiciones de] incertidumbre; pero creo que aquí
recoge lo que considerad mos los elementos esenciales de nuestro
problema.
No nos es conocido cuál será la alternativa elegida, perol sí
supondremos que sabemos cuál es la probabilidad de quef sea elegida
cada alternativa. ¡Desde luego, se trata de pro-J habilidades
subjetivas, pues no pueden existir más que en la* mente del
individuo; pero, si somos razonables, no podemos»
" El autor lo denomina prospect of resultant yield, que
traducimos; por "rendimiento resultante esperado". (N. del T.)
dudar de que la gente tiene alguna idea de la plausibilidad de r
las posibles, eventualidades alternativas y que. esto. ,;
-
sería aquel valor que reportara la ventaja marginal más ele
vada. . . . . - - . - - . . )£^Este caso, que no es importante en
la teoría del consumí! dor, constituye un caso importante en la
teoría de la inversiói de cartera. Porque es en estos términos como
deberíamos tratar el caso de un inversor sin aversión al riesgo.
Este inversor puede ser definido como el que atiende al rendimiento
probable (estrictamente, las expectativas matemáticas de renj
dimiento) del total de su cartera. Éste es la media ponderadi de
los rendimientos probables (en el mismo sentido que ani tes) de
cada valor. Siendo, las ponderaciones, los porcentajes del capital
total que el inversor emplea en cada valor. Por tant to, en estos
términos, la ventaja marginal de la inversión en cada valor es,
simplemente, el rendimiento probable de cada valor; y esto (para un
inversor que no es lo suficientemente po-tente como para influir
sobre los precios) es independiente de la cantidad de capital
empleada en este valor. Por tanto, para este tipo de conducta
(interesante aunque no demasiado res-ponsable), las curvas de
ventaja marginal serán líneas horizon-tales y, por tanto también,
todo el capital será empleado en aquel valor cuyo rendimiento
probable sea el más elevado.
Ahora bien, en cuanto introducimos la "aversión al riesgo";' la
cosa cambia: entonces, el caso general es que las curvas tendrán
pendiente negativa. Pero, para que sea así, debe-i remos construir
las curvas en la misma forma que lo hi-cimos antes, cuando no.
había aversión al riesgo. Así como antes para cada valor teníamos
una curva horizontal, en e!! caso en que hay aversión al riesgo
deberemos dibujar la curva para un valor de un cierto rendimiento
como una línea hori-í zontal, ya que para este valor no es
relevante el que hava o no! aversión al riesgo. Podremos hacer esto
si adoptamos eíS principio de medir la ventaja marginal, no en
términos de utili-dad subjetiva, sino en términos de
certeza-equivalente. O sea, la ventaja que representa invertir una
libra en el valor /' debe definirse como aquel rendimiento que, si
fuera esperado con certeza, ofrecería idéntica ganancia en términos
de utilidad. (Se observará, en esta formulación, que todavía soy un
ordina-
lista impenitente. Incluso en este campo de la teoría del
riesgo, en donde el cardinalismo ha vuelto con tanta fuerza, yo
pre-fiero expresarme en términos ordinales.) 6 Con esta
interpreta-ción puede demostrarse matemáticamente que la curva de
la ventaja marginal tiene pendiente negativa,7 al menos si es-tamos
dispuestos a aceptar que la varianza o desviación están-dar de la
serie de rendimientos resultantes esperados (serie que podemos
definir, según nuestros supuestos) es una representa-ción adecuada
del "riesgo" implicado. Pero no creo que nece-sitemos esta
presentación matemática más que como una guía general. Sin embargo,
generalmente, debería ser cierto que sucesivas dosis de inversión
aplicadas a un valor con riesgo (siendo dada la inversión en otros
valores) reportan una venta-ja marginal decreciente para el
inversor que tenga aversión al riesgo. La práctica de repartir los
riesgos es, desde luego, suficiente (como vimos) para asegurar que
esto sucederá así.
Surge ahora una complicación que creo importante anali-zar,
aunque no creo que afecte el problema central que veni-mos
analizando. ¿Qué sucedería si se da una correlación (po-sitiva o
negativa) entre las series de rendimientos resultantes esperados de
varios valores — o sea, si eventualidades que son particularmente
favorables para uno lo son también para los otros —, o viceversa?
No creo que esta posibilidad impida la aplicación de la teoría
marginal a la selección de la cartera de valores, al igual que las
interrelaciones entre las demandas de mercancías (complementarios y
sustitutos) no invalidan la teoría marginal de la conducta del
consumidor.
Si no hay intercorrelación — si las series de rendimientos
resultantes esperados de los valores disponibles son
indepen-dientes —, la curva de ventaja marginal para cada inversión
comenzará, en el eje vertical, al nivel que representan las
ex-pectativas matemáticas de rendimiento de esa inversión. Por-
6. Acepto totalmente la demostración de S A M U E L S O N y
otros (Econo-tétrica, 1951) de que en la teoría del riesgo,
incluyendo la teoría de ios juegos, la utilidad cardinal puede ser
utilizada. Pero el que podamos utilizarla no quiere decir que
debamos hacerlo.
Véase p. 136.
39 i 53
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que la ventaja marginal (en términos de certeza-equivalente) es
siempre igual a las expectativas;matemáticas de rendimien-tos menos
una cantidad que representa la incertidumbre adi-cional (sobre toda
la cartera) que resulta de la inversión del la unidad marginal.
Ahora bien, si la inversión en un valor ha sido nula hasta ahora —
o sea, si la unidad marginal es la. primera unidad marginal —, esta
incertidumbre adicional será un infinitésimo de segundo grado (como
se hace evidente si lo medimos con la varianza, una medida
cuadrática; pero que aunque no lo hagamos así, deberá suceder). Por
tanto, cual-quiera que sea el grado de aversión al riesgo, la curva
comen-;; zará al nivel del "rendimiento probable" (o expectativa
ma-temática de rendimiento) y desde ahí caerá hacia la
derecha.8!
Cuando haya intercorrelación, no sucederá lo mismo. Aún será
cierto que la "curva" caerá de izquierda a derecha, pero no será ya
cierto que el nivel inicial sea el "rendimiento pro-bable". Si
introducimos un valor que está positivamente corre-lacionado con
otros valores disponibles, su introducción hará incrementar la
varianza (incluso desde el principio); por tanto, la ventaja
marginal inicial será menor que el "rendimiento probable". Si están
correlacionados negativamente sucederá justo lo contrario.
Naturalmente, si se admite que hay in-tercorrelación, la posición
de la curva estará seriamente influi-da por las cantidades que se
inviertan en otros valores; pero esta dificultad es igual a la que
se presenta en la teoría; del consumidor. Puede ser resuelta de la
misma manera.
Vayamos ahora a aplicar este aparato de análisis. Parece
evidente que hay una diferencia importante entre una inver-sión en
un valor particular — entre otros valores disponi-bles — con un
rendimiento cierto, y el caso en que todas las inversiones en
valores tienen rendimientos inciertos. Para de-mostrar esto no es
necesario recurrir al caso en que hay co-rrelación, o sea que
supondremos que no la hay. En el caso de una inversión cierta,
incluso para un inversor con aversión al riesgo, la curva de
ventaja marginal para una inversión de-
8. Véase, de nuevo, p. 136.
terminada será una línea horizontal (ya que medimos en
tér-minos, de certeza-equivalente) al-nivel de-'jsu rendimiento. Si
se realiza esta inversión pero también se hacen otras inver-siones
en valores de rendimiento incierto, las ventajas margi-nales de
estos últimos deberán caer al mismo nivel. Esto es lo que aparece
en la figura 1. OK es la cantidad de capital que
C'
F I G . 1
se invierte; CC' es la curva de ventaja marginal (horizontal) de
la inversión cierta; UA es la curva de ventaja marginal de la
inversión incierta (que suponemos, por el momento, como única
inversión incierta). Entonces CA será empleado en la inversión
incierta y AC' en la cierta. Si se presenta la posibilidad de una
segunda inversión incierta, podemos di-bujar su curva de ventaja
marginal en el eje que pasa por K de manera que pueda dibujarse
como U'B (fig. 2). Tenemos, en-tonces, dos posibilidades, según que
B esté a la derecha o a la izquierda de A. En el primer caso,
todavía se invierte en el valor de rendimiento cierto una cantidad
AB\ mientras CA es empleado en la primera de las inversiones
inciertas y BC' en la segunda. En este caso (fig. 3) ya no se
emplea ninguna canti-
40 i 53
-
dad en la inversión cierta, ON es empleado en una de las
in-versiones inciertas y NK en la otra. .
Debemos' advertir ahora que las pendientes de las curvas-de
ventaja marginal (UA y U'B) dependen, en parte, del grado-de
incertidumbre de las respectivas inversiones, pero, en par-te,
también dependen del grado de aversión al riesgo. Si no:
F I G . 2
hubiera aversión al riesgo, las curvas de ventaja marginal de •
todas las inversiones, cualquiera que fuese la incertidumbre,
serían rectas horizontales. A medida que aumenta la aversión al_
riesgo, las curvas de ventaja marginal de todas las inversio-nes
con riesgo caen, o sea que sus pendientes se incrementan :
proporcionalmente a aquel aumento. Por tanto, nuestro in- \ versor
podría pasar de la situación representada en la figura 2 j a la
representada en la figura 3 sin que mediaran cambios Í en su
estimación de las expectativas de rendimientos y en • razón de una
baja en su grado de aversión al riesgo. Más aún, | así como la
inversión cierta (que será inevitablemente, por lo menos si no hay
correlación, una inversión con bajos ren-dimientos) desaparece
cuando baja la aversión al riesgo, puede
1
suceder muy bien que una inversión moderadamente segura (que,
con un grado de aversión al riesgo dado, presentaría una curva de
ventaja marginal ligeramente descendente) desapa-
rezca también cuando la aversión al riesgo disminuya otro
tanto.
Creo que estaremos de acuerdo en que es de sentido co-mún todo
lo expuesto hasta ahora.
L A TEORÍA DE LA SELECCIÓN DE LA CARTERA DE VALORES
Y EL MOTIVO ESPECULATIVO
Ahora bien, ¿cómo entra en todo esto la preferencia por la
liquidez? En el análisis formal anterior he tomado mis
precau-ciones para no hablar de la preferencia por la liquidez. Sin
embargo, es evidente que buena parte de lo que Keynes dijo sobre la
preferencia por la liquidez — y, en particular, lo que dijo sobre
el motivo especulativo — cuadra bien con lo que nosotros hemos
dicho hasta ahora. Nuestro análisis se ha desarrollado en términos
de rendimientos resultantes, rendi-
-
mientos que incluyen una provisión para ganancias o pérdidas: de
capital. Por tanto, el "dinero" de Keynes podría ser incluido {
entre el conjunto de valores sobre el que nuestro inversor hace su
elección. Su curva de ventaja marginal será el eje horizon-tal;
ahora bien, si la única inversión cierta disponible es la que da un
rendimiento nulo, entonces no hay ninguna razón por la que no se
pueda retener alguna cantidad de este "dinero" (si suponemos un
grado suficiente de aversión al riesgo).
En consecuencia, lo que hemos representado en el aná-; lisis y
en las figuras anteriores es la teoría del motivo especula- j tivo
de Keynes, generalizándola. Ahora bien, desde esta pers-5 pectiva,
hay que examinar algunos puntos más.
1) El primero ya lo mencioné antes. De nuestro análisis 1 parece
deducirse, en forma original, que la distinción crucial j no es
aquella entre un bono que rinde interés y el dinero! que no rinde
interés. La característica crucial del dinero (tal| como surge en
la teoría de la cartera de valores) es que su rendimiento
resultante es cierto. Si existiera un activo con un rendimiento
cierto y positivo, la elección entre este activo y otros activos de
rendimiento incierto se regiría por el mismo principio. Aquel
activo, desde el punto de vista del motivo especulativo, "se
comportaría como dinero". El total invertido en la cartera de
valores se dividiría entre este activo y los otros en la misma
forma que hemos representado antes. ; Por tanto, en la medida en
que nos limitamos a tomar en cuenta el motivo especulativo, no hay
ninguna razón por la que los depósitos de ahorro y similares, que
tienen valor cierto en la "próxima fecha de decisión", no deban ser
considerados como dinero, aunque rindan un interés.
2) La segunda cuestión es la de qué es lo que significa certeza.
La certeza del rendimiento del dinero (sea éste cero o no) no es
más que una certeza en términos del mismo dinero. ¿Qué significado
puede tener esto? Aquí sólo puede tener sentido porque el dinero es
aceptado como "medida del va-lor' o en la medida en que es aceptado
como medida del valor. (Y así volvemos a esa otra función del
dinero.) El motivo especulativo no sólo pertenece a la función
"reserva de valor"
45
del dinero; también surge en conexión con la otra función, con
la "medida del valor", siendo aquí adecuada la. expresión de
Wicksell.
El dinero sólo es "medida del valor" si hay algún grado de
confianza (algún mínimo grado) en la estabilidad de los precios;
estabilidad, por lo menos, a corto plazo y de aquellos precios que
conciernen al inversor. Aquí surge una distinción que es importante
observar. En nuestra figura, la existencia de expectativas
generales de inflación podría representarse me-diante un
desplazamiento hacia arriba de las curvas de ventaja marginal de
las inversiones en valores (debemos notar que se desplazan hacia
arriba sin cambiar necesariamente de pen-diente). Esto, por sí
mismo, es ya suficiente para disminuir el incentivo a mantener
dinero por razón del motivo especulativo. Ahora bien, el mismo
cambio podríamos haberlo representado (o así puede parecérnoslo a
primera vista), en términos reales, diciendo que el rendimiento del
dinero va haciéndose negativo. Deberíamos obtener un desincentivo
similar para mantener dinero, de un desplazamiento hacia abajo de
CC' (por debajo del eje horizontal) o de uno hacia arriba de UA y
U'B. Pero esta representación sólo sería válida si el grado de
inflación es-perado fuese cierto; y, en general, no lo es. Por otra
parte, si calculamos en términos reales (deflactando, por ejemplo,
con un índice de precios de bienes de consumo o de materiales
importantes para el inversor), entonces el rendimiento sobre el
dinero no es, en realidad, negativo, sino que también es in-cierto.
En cuanto el inversor empieza a pensar de esta manera, el dinero
empieza a perder su calidad de activo monetario. (Puede todavía
retener su función medio de pago, como ten-dremos ocasión de ver.)
En cuanto el inversor empieza a pen-s a r así, comenzará también a
buscar algún activo monetario nuevo — moneda extranjera, por
ejemplo — con el cual cubrir su necesidad de tener un activo de
este tipo en su cartera.
3) Hasta ahora todo cuadra bien o podemos hacerlo cua-drar bien.
Pero de la teoría de la cartera de valores puede deducirse otra
consecuencia cuyos efectos pueden ser más mo-lestos para nuestra
construcción. Volvamos a la figura 2. Recor-
i 53
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demos que el dinero que se mantiene (a lo largo de AB) es.
retenido en razón del motivo especulativo de Keynes. Pero ¿qué
sucede con el resto de la cartera? Estos otros valores en-tran en
la cartera en proporciones determinadas por el objetivo: de
minimizar la incertidumbre total del conjunto de los valo res.
(Esto es todo lo que podemos decir, por el momento.) Y-ésta es la
razón por la que (si no hay intercorrelación) se inver-tirá en
todos aquellos valores que presenten un rendimiento-probable
superior al rendimiento del dinero (o sea, aquellos cu-yas curvas
de ventaja marginal empiecen por encima de CC'); deberá invertirse
en todos esos valores, mientras se mantengan; existencias de
dinero. Se invertirá en todos ellos porque, por; lo menos en cierta
medida, la incertidumbre total puede redu-cirse repartiendo los
riesgos. En cuanto a los valores con riesgo! se invertirá en ellos
en las proporciones que minimicen la in certidumbre resultante. Por
lo demás, con lo que hemos dicho hasta aquí, todavía no podemos
distinguir entre estos valores,.
Permítaseme expresar el problema de la siguiente manera, Si
nuestro inversor satisficiera sus deseos con un rendimien-to sobre
toda la cartera que no fuera superior al rendimiento del dinero,
entonces la forma más segura de alcanzar este ren-dimiento sería
empleando todo su capital en dinero. Si el in-versor deseara
obtener unos resultados algo mejores y si estu -viera dispuesto a
aceptar un ligero riesgo para conseguir esos : resultados, debería
emplear alguna parte de su capital en activos inciertos; pero no
debería tomar sólo unos pocos de esos activos inciertos. En
principio, debería repartir al máximo la parte "especulativa" de su
cartera, combinando activos in-ciertos (en teoría, todos aquellos
que presentan un rendimiento probable superior al rendimiento sobre
el dinero — por lo me-nos en el caso de independencia —), de tal
forma que con-siguiera un "conjunto" en el que los valores se
combinaran en tales proporciones que permitiesen minimizar la
incerti-dumbre resultante. El gran método para disminuir la
incer-tidumbre es repartir, esparcir los riesgos. Si nuestro
inversor se vuelve más ambicioso y acepta un riesgo superior, a
cambie
de unas expectativas de rendimiento superiores, la forma más
segura en qué podría realizarse ésto sería invirtiendo menos en
dinero y más en el "conjunto" anterior, manteniendo las
proporciones dentro de ese conjunto. Si todavía es más ambi-cioso
(o sea, si su aversión al riesgo disminuye aún más, siem-pre
teniendo en cuenta el principio de no correr riesgos
inne-cesarios), la proporción de capital empleado en dinero seguirá
disminuyendo hasta que sea nula. Todo esto, mientras los valores
inciertos se combinan en proporciones fijadas de acuer-do con los
mismos principios. Sólo cuando su demanda de "dinero" desaparezca,
habrá un cambio. Porque si, cuando esto sucede, nuestro inversor
aún pretende tener expectativas mejores (en términos de
expectativas matemáticas de rendi-miento), sólo puede conseguirlo
dejando de invertir en los valores más seguros (y de menor
rendimiento), al igual que antes dejó de invertir en dinero. Ahora
bien, debería seguir combinando los valores que quedan en su
cartera de tal ma-nera que se minimizara la incertidumbre,
distribuyendo su ca-pital para repartir en lo posible el
riesgo.
Éste es el comportamiento implícito en la teoría de la cartera
de valores; ahora bien, ¿cómo se hace esto compatible con la
preferencia por la liquidez?
De hecho, hay dos versiones de la teoría de la preferencia por
la liquidez. Una es la que parece salir favorecida por el Keynes de
la Teoría Generaly en la que la preferencia por la liquidez es,
simplemente, una cuestión de demanda de dinero respecto a los bonos
— éstos aparecen aquí como representa-tivos de un conjunto de
valores, en general —. Pero hay otra que es más o menos reconocida
por el Keynes del Treatise 10 y que fue desarrollada formalmente en
1935 en mi Suggestion for Simplifying the Theory of Money; de
acuerdo con esta versión, la preferencia por la liquidez es un
problema del
espectro de activos", activos que pueden ser más o menos
líquidos. Creo que muchos economistas han considerado que
9- Teoría General, cap. 13. 10. Treatise on Money, vol. I I , p.
67
47 i 53
-
las dos versiones son prácticamente idénticas 11 y yo mismo
pensé así en algún momento; pero no son lo mismo. Si toma,-mos la
última versión, veremos que una baja en la preferencia por la
liquidez no solamente reduce la demanda de dinero,¿ sino que lleva
consigo un "movimiento hacia la derecha" a l
-
costes de las inversiones no implicará ningún cambio en su
comportamiento. Los rendimientos resultantes de la inversión en
valores, incluyendo los costes de inversión y desinvérsión, serán,
obviamente, mucho más bajos de lo que eran cuando no teníamos en
cuenta esos costes. Y si los rendimientos son; más bajos es
perfectamente factible que el inversor mantenga: todo su capital en
forma de dinero durante todo el período; Uno podría sentirse
tentado a decir que el dinero se mantiene; porque hay costes de
inversión; pero, en realidad, la otra teoí ría que venimos
desarrollando sigue siendo adecuada.
Supongamos ahora que el inversor no limita sus expecta tivas a
un solo período. Por ejemplo, en lugar de planear la realización de
su capital al final de la primera semana, lo pía nea para el final
de la segunda. Ahora bien, al final de lí primera semana tendrá una
oportunidad de cambiar su poli: tica. Si no hubiese costes de
transacción, el inversor debería actuar como lo hizo cuando
limitaba sus expectativas a una semana, y lo mejor que podría hacer
es invertir de la forma óptima en la primera semana solamente;
seguidamente, realir zar su cartera, y entonces volver a invertir
en la forma óptima en la segunda semana, basándose en la
información disponi-ble al final de la primera. Pero, si hubiese
costes de transac-ción, esta forma de actuar no sería la
correcta.
Si el inversor sigue la política de tratar separadamente las?,
dos semanas, incurrirá en costes de transacción (de invertir! y
desinvertir) en cada una de las dos semanas. Ahora bien, sil quiere
mantener las mismas inversiones en las dos semanas, entonces sólo
incurrirá en costes de transacción una sola vez.; Puede suceder que
para algunos valores no sea rentable inver-tir si se ha de incurrir
por dos veces en los costes de transac-f ción, pero que sí lo sea
cuando sólo se incurre una vez en estos costes. Ahora bien, para
asegurar esta rentabilidad, el inver-sor se ha de "prohibir" a sí
mismo la posibilidad de cambiar. Deberá planear el limitar su
libertad de acción. Deberá ir ha-cia una posición menos
líquida.
Cuanto más alejada esté la fecha de la realización planea-da de
su cartera, más justificada estará la adopción de esta
política más aventurera, y tanto mayor será el incentivo para
invertir en valores y el desinCentivó para mantener dinero.
Pero eso no es todo. Para completar el análisis debemos tener en
cuenta un hecho (casi siempre es un hecho): que en la práctica la
fecha de la realización planeada es incierta. Éste es un problema
agudo, pero esencial; el método que hemos seguido antes para tratar
de la incertidumbre nos servirá para estudiarlo. Dentro de las
expectativas de rendimientos, algunas "eventualidades" se
diferencian (es ahora cuando hay que in-troducir esta distinción)
de acuerdo con el tiempo que ha de pasar antes de ser realizadas.
Deberemos, pues, partir nues-tras matrices (como dirían los
matemáticos) de manera que en una serie de columnas tengamos las
eventualidades que se ca-racterizan por tener un rendimiento por el
hecho de mantener los valores durante una semana, otra serie nos
dará los rendi-mientos sobre dos semanas, etc. (A primera vista,
parece que sea un tanto pesado esto de que los rendimientos lo sean
para períodos diferentes, pero veremos que no es así.) Los
rendi-mientos que figuran en las correspondientes columnas de las
distintas series no se verán relacionados a través de la regla del
interés compuesto, porque hay costes de transacción.
Con este procedimiento hemos conseguido que el problema de la
inversión en cartera (teniendo en cuenta los costes de transacción)
se nos presente en una forma con la que ya esta-mos familiarizados
y, por tanto, ya sabemos el tipo de resul-tados que se deducirán.
Todavía será correcto el cálculo que hicimos antes sobre qué
sucedería cuando se diera un cambio en la aversión al riesgo. Pero
hay algo muy parecido a un cambio en la aversión al riesgo, que
producirá consecuencias diferentes.
Un aumento en la probabilidad de aquellas eventualidades, tales
que su fecha de realización pueda ser aplazada para una fecha
futura, incrementará el rendimiento probable de la in-versión en
valores (teniendo en cuenta el coste de transacción). Un incremento
en la probabilidad (en el mismo sentido) de aquellas eventualidades
cuya realización pueda avanzarse in-crementará la demanda de
dinero. Creo que estaremos de
50 i 53
-
acuerdo en. que la demanda de dinero que se produce por estas
razones es, precisamente, lo que Keynes quería tener "en» cuenta
con su motivo precaución.
Así, pues, ya hemos encontrado el motivo precaución; aho| ra
bien, una vez lo tenemos identificado de esta forma pode-J mos
apreciar que tiene más importancia de la que, a prime-ra vista, uno
está dispuesto a concederle. Vayamos ahora a tratar de la otra
cuestión, o sea, del efecto que tiene en la; toma de decisiones el
hecho de que el inversor no suele em-pezar con todo su capital en
forma de dinero, sino que partí de éste está ya invertido.
Volvamos al caso en el que el inversor pretende realizar sui
cartera al final de la primera semana. El argumento anterior: es de
plena aplicación para aquella parte del capital inicial-mente
empleado en dinero: el rendimiento resultante de inver̂ tir para un
período tan corto será lógicamente bastante bajo yj por tanto, la
ventaja marginal de la inversión será muy baja?? Pero, si
consideramos aquella parte del capital que inicial-mente estaba
empleada en valores, la elección significativa el la consistente, o
bien en realizar esta parte ahora, o bien e| esperar al final del
período, o sea, de la semana. En ambos! casos, el coste de
transacción es el mismo; por tanto, la ventaja; marginal de no
dejar esa parte invertida como está hasta el fi-nal de la semana no
queda afectada (o en todo caso muy poco| por el coste de
transacción. Ahora bien, todavía podría suceder que la ventaja
marginal de mantener la inversión fuera me-nor que la ventaja
marginal de mantener dinero, de tal manera-que parte de los valores
iniciales serían vendidos; en este caso, nuestro argumento anterior
sería adecuado. Hasta el nivel de las existencias iniciales la
curva de ventaja marginal no incluye-los costes de transacción;
desde ese nivel, sí. Por tanto, habrá un bucle (kink) en la curva,
igual que el bucle de la teoría del oligopolio de Hall-Hitch. Para
aquellos valores que no figura-' ban en la cartera inicialmente, el
coste de transacción entrará en la curva de ventaja marginal desde
el principio.
Ahora bien, sucede lo mismo cuando la fecha de realiza-ción es
incierta. La ventaja marginal de invertir lo que ini-j
cialmente era dinero será baja si no hay confianza en que ésta
inversión se pueda mantener durante un cierto período;! pero la
ventaja marginal de mantener una inversión que ya fue hecha será
más elevada. Por tanto, en este sentido, siempre habrá un
bucle.
Ahora bien, es importante notar que los bucles para in-versiones
distintas serán muy distintos, pues los costes de de-sinversión de
valores diferentes serán muy diferentes. Esto es debido, en parte,
a una cuestión del grado de madurez (letras contra bonos), en parte
a una cuestión de facilidad de reali-zar una inversión en el
mercado. Hay algunos activos (más líquidos) que presentan pequeños
bucles; otros (menos líqui-dos) que presentarán bucles mayores. Y
ésta es la razón por la que hay un espectro de activos — activos
que se diferencian en el grado de liquidez.
El concepto de liquidez que estamos obteniendo es más amplio que
el correspondiente de la Teoría General de Keynes. En la Teoría
General, el dinero (de acuerdo con alguna defini-ción de dinero) es
el activo líquido, mientras los otros activos no son líquidos. Pero
en su Treatise, Keynes dijo que un activo era "más líquido" que
otro si era "realizable con mayor certi-dumbre y a corto plazo sin
pérdida".13 Éste es un concepto distinto, un concepto relativo; es
este concepto relativo de li-quidez el que hemos estado analizando
aquí.
Se puede comprender bien cómo Keynes pasó de uno a °tro concepto
en aquellos críticos años en que realizó su más importante obra.14
La razón por la que hizo esto es evidente: para simplificar el
concepto. Pero, en realidad, en este caso lo simplificó demasiado.
El concepto de liquidez del Treatise es importante y no podemos
prescindir de él. Debemos sacarlo de nuevo a la luz: pero debe ser
claramente distinguido del °tro concepto.
En la próxima lección me propongo explicar esta distinción
13. Véase el párrafo citado en la p. 47 . ' 4 . E n e i
Treatise, "liquidez" (y otros conceptos) es empleado en
J^a forma un tanto imprecisa. Pero precisamente por esto
presenta mati-s
-
en la forma siguiente. Cuando me refiera al dinero (y a losj
sustitutos próximos deP dinero)' como activos líquidos en el
sentido de la Teoría General, los llamaré plenamente líquidosi
Cuando me refiera a activos que, presentando cierto grado del
liquidez, sean menos líquidos que el dinero, los llamaré más OÍ
menos líquidos. No sería adecuado describirlos como activos; menos
líquidos o semilíquidos, porque debemos también dife-renciarlos de
los activos que no tienen ningún grado de liqui-; dez, activos que
son prácticamente invendibles a corto plazo,1 o, en último término,
que no tienen expectativas de ser ven-didos a corto plazo en
cualquier posible emergencia. La dis-tinción entre más o menos
líquido y prácticamente ilíquido; también nos es necesaria.
Los activos líquidos (incluso aquellos que son más o me-nos
líquidos) pueden servir como reserva de valor, de una. forma que no
podrían servir los activos prácticamente ilíqui-dos. El dinero está
en el espectro de liquidez porque es? un activo líquido, porque es
reserva de valor. El dinero es un activo plenamente líquido, no
porque no rinda interés, sino por la ausencia de bucle. Esto es una
consecuencia de la otra función del dinero, la función medio de
pago. Aunque al pasar de un valor a otro y de este valor al dinero
y del dine-ro a otro valor se incurra en costes de transacción,
éstos son menores que los que implicaría el intercambiar
directamente un valor por otro. (Si se inventara un nuevo
intermediario que j ejerciera el papel del dinero, también sería un
activo plena-mente líquido.)
Así, finalmente, todo parece cuadrar. Tanto el motivo
espe-culativo como el motivo precaución son demanda de dinero para
mantenerlo: demanda de dinero como reserva de valor. Hay demanda
especulativa (bajo condiciones adecuadas de aversión al riesgo),
porque el dinero también es mantenido como "medida del valor". Hay
demanda de precaución (que parece que debemos identificar, ahora,
como la demanda de li-quidez por excelencia) porque el dinero que
se mantiene pue-de ser usado, cuando así se necesita, como medio de
pago. El motivo transacción viene de las funciones "medio de
pago"
y "medida del valor", pero no es demanda de dinero para
re-tenerlo. Interpretadas así, las dos tríadas son compatibles
en-tre sí.
Sin embargo, la relación entre la demanda especulativa y la
demanda de precaución parece que es aquí un tanto dis-tinta de como
la presentara Keynes. Todavía nos queda algo para explicar. En la
lección que sigue trataré de analizar este problema desde otro
punto de vista.
-
LAS DOS TRIADAS
LECCIÓN I I I
CLASIFICACIÓN GENERAL DE ACTIVOS
Empecemos por observar que si vemos la tríada keynesia-; na no
ya como una simple clasificación de balances moneta-rios. sino como
una clasificación general de activos, obte-nemos una impresión
nueva. Entonces puede ser aplicada a los activos reales tanto como
a los activos financieros y al dinero. Desde esta perspectiva
veremos cómo cosas que antes no cuadraban, lo van a hacer
ahora.
Vamos a comenzar considerando los activos reales, por ejemplo,
de una industria manufacturera. El contable los cla-sifica en .la
forma convencional y, aunque la clasificación en que yo pienso está
relacionada con la del contable, no es en absoluto la misma. La
clasificación keynesiana se basa en la función o el objetivo. En
una perspectiva más amplia, los activos se mantienen con el
objetivo de alcanzar beneficios; pero en una perspectiva más
estricta esas otras funciones pue-den identificarse.
En primer lugar, tenemos los activos que son precisos para
realizar las funciones diarias de los negocios: la producción y
venta del producto de la empresa a la tasa corriente en el
mo-mento. Si no fuera por el peligro de confundirlos con lo que el
contable llama activos corrientes, los llamaríamos así; pero la |
confusión puede ser evitada fácilmente si los llamamos run- |
ning assetsEl ejemplo más simple de un activo corriente real lo
constituyen, en el casó de nuestra industria manufacturera,:; los
bienes en curso de fabricación.
La segunda categoría en una 'división de este tipo deberá ser la
de activos de reserva: activos que no son precisos para atender el
nivel corriente de producción pero que se mantie-nen para casos de
emergencia que puedan surgir en el futu-ro. Entre los activos
reales que caerán dentro de esta catego-ría tendremos los stocks de
materiales y otros repuestos, que constituyen capacidad productiva
que puede ser utilizada en caso de quiebras o de una imprevista
expansión de la demanda. El equipo fijo de un negocio — los
edificios, la planta, la ma-quinaria — son, en parte, activos
corrientes, y en parte acti-vos de reserva. Si se utiliza
plenamente su capacidad, serán activos corrientes; pero si se
trabaja por debajo de la capaci-dad, la capacidad excedente será
una reserva.
Sin embargo, puede haber una parte del equipo fijo (en la
concepción del contable) que no pueda incluirse en ninguna de
nuestras categorías. Tomemos, por ejemplo, el caso de un diseño de
planta y maquinaria para efectuar una nueva inver-sión; supongamos
que se trata todavía de un pedido, o que haya comenzado ya la
construcción. No está ligada al producto corriente ni estará
disponible para emergencias: de hecho sólo se mantiene por la
expectativa de unos beneficios que no ven-drán hasta más tarde.
Creo que no habrá-ninguna confusión si llamamos a los activos de
este tipo activos de inversión.
Las tres categorías — activos corrientes, activos de reserva y
activos de inversión — pueden, pues, ser identificadas in-cluso
entre los activos reales de una industria manufacturera; pero esta
clasificación presenta aplicaciones más amplias. Pue-de extenderse
a otros tipos de negocios, y ni siquiera hay razón Por la que no se
pueda aplicar al individuo privado que tiene activos corrientes
tales como las tazas y los platos que usa cada día para el
desayuno, activos de reserva como las tazas de repuesto que serán
utilizadas en caso .de roturas, o si sus
" Tomamos nota de la advertencia para poderlos llamar activos
co-cientes, en lo que sigue. (N. del T.)
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