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Sep 01, 2019

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enero‘13 | Paseo a orillas del mar

PIEZA DEL MES

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Por José Manuel Pascual

Sala III

jueves 3, 10, 17, 24 y 31 de enero a las 18.30

Duración 30 minutos

[Asistencia libre]

“Paseo a orillas del mar”

PIEZA DEL MES enero‘13

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Paseando junto al mar

Clotilde y su hija pasean por la playa, caminan bajo un sol oblicuo que alarga sus sombras, un atardecer. El viento juega con los velos, mientras sus vestidos blancos irradian la pureza de una luz que hace una pausa sobre los cuerpos. La luz no se ve, solo nos es visible cuando alcanza un objeto, lo llena de color y luego rebota generando una atmósfera suave sin estridencias.

Más allá de la espuma blanca que se desprende del agua existe un paisaje que no vemos, un escenario que el pintor conoce bien, su playa del Cabañal. Ella le rodea físicamente mientras pinta su luz, pero la playa también se asoma a él desde dentro, en los recuerdos de infancia, en los años de juegos y juventud, en las sesiones de pintura ante los muchos cuadros que allí realizó. Conoce bien su alegría y bullicio, la siente en imágenes que le son propias, pescadores arrastrando redes, barcas, el sonido de las velas sacudiéndose, escapando de sus cabos por el fuerte viento. El pintor está lleno de la vida de esta arena, pero él no atiende a todo esto, no pinta aquella playa concreta que tan bien conoce, Joaquín Sorolla nos desvela un lugar idealizado, donde sus ojos se recrean en los esbeltos cuerpos de su mujer y su hija mayor, hermosas y elegantes caminando con una cadencia y lentitud que el fuerte aire no parece incomodar. Todo está en movimiento, todo se mece en un baile de partes, que se ordenan en torno a una idea, una sensación de plenitud que Sorolla nos brinda.

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Paseo a orillas del mar

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5PIEZA DEL MES DE ENERO

Ningún cuadro habló nunca de la realidad, la pintura simula realidades que nos abren caminos hacia las visiones que tuvo el artista, hacia su sensibilidad. El artista es tanto más grande cuando consigue que olvidemos la sala, el museo, los acompañantes, aunque sea por un instante, y nos sitúa ante su paisaje abriendo la puerta de nuestras emociones. Sorolla ve la vida desde la pintura y nos lanza a territorios que solo existen en la tela y en su corazón; conoce a través de la pintura, ella es un órgano más que le acerca a lo exterior, un sexto sentido que le informa, le remueve y le hace sentir la belleza y la verdad, como él decía. En sus viajes, cuando esta lejos de Clotilde, se lleva una foto del retrato de su mujer pintado por él, que se conserva en el Museo Metropolitano de Nueva York, parece que quiere verla desde la pintura, donde ella está aún más cercana, en una imagen creada por él que a sus ojos la representa mejor y la hace más verdad, al sentirla ausente. En este paseo de las mujeres, la pintura nuevamente se distancia de la realidad y se acerca a un lugar sin peso, sin dolor, sin tiempo, donde la brisa no molesta.

La escena ligeramente picada es una mirada hacia el interior del pintor, hacia las entrañas de la pintura que son él mismo. Los cuadros de este verano de 1909 son pinturas de un elegante clasicismo, en ellas nos muestra su “jardín privado” lleno de las figuras familiares, cargado de una poética visual que el pintor ofrece al observador. Sorolla proyecta éxito, alegría y elegancia en su obra, pero tras lo mundano

hay un tono también de nostalgia en su pintura que se abre paso desde 1908 y que le lleva a la búsqueda de lugares intuidos, ajenos al devenir de la vida moderna. Aparecen sobre este año las series de jardines de la Alhambra, de los Reales Alcázares de Sevilla y de su casa de Madrid a partir de 1911, una obra sensiblemente intimista, recogida y que parece evadirle de su vida cotidiana de viajes, responsabilidades, compromisos y exigencias sociales. Como en Paseo a orillas del mar (1909), los escenarios concretos se camuflan tras la plástica y el paisaje del Cabañal y el propio nombre de la playa se difuminan bajo un titulo poético; la naturaleza o las personas representadas son nada menos que luz y color en movimiento sobre la arena de la playa.

1909, un verano en El Cabañal

Joaquín Sorolla hizo de la playa del Cabañal un gran estudio al aire libre (Fig. 1). Durante los veranos, principalmente, la familia Sorolla frecuentó el lugar pasando temporadas en una casita que Antonio García Peris (1841-1918), suegro del pintor, tenía en la zona. En el caso de nuestro pintor no podemos hablar de periodos vacacionales de inactividad, pues él aprovechaba las estancias en las playas de Valencia o en otras zonas del litoral español para seguir pintando y estudiando el natural. El Cabañal y la Malvarrosa serán durante su vida dos escenarios fundamentales en su pintura, lugares donde la luz tiene para él una fuerza y

6 PASEO A ORILLAS DEL MAR

limpieza particularmente propicias. Los cuadros de la espléndida producción del verano de 1909, son un buen ejemplo de la inspiración que le producía trabajar en su tierra, una pintura distendida y personal, donde su familia se convierte en el principal modelo, trabajos de consumo privado, realizados para el deleite y disfrute

del pintor, como el que tenemos en estudio.

Este barrio pesquero de Valencia nace en el siglo XIII al abrigo de las murallas del Grau, con un pequeño asentamiento de pescadores que se instalan con sus familias junto a la playa. Jaime I (1213-1276), interesado en que la actividad

Fig. 1.

J. A Esparza

Pintando “El baño del caballo” en la playa de El Cabañal

1909

Museo Sorolla

Núm. de inv. 80095

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de los pescadores creciese, potencia la construcción de pequeñas barracas, “cases dels bous”, nombre que viene del tipo de pesca que se realizaba, “pesca dels bous”, pesca de arrastre. En el siglo XV el barrio recibirá la descriptiva denominación del Cabañal, por el tipo de viviendas que lo conformaban. Las construcciones, muy modestas, disponían de una zona de uso familiar y de un corral para animales. A finales del siglo XVII el lugar se hizo popular entre los valencianos que querían vivir entre la huerta y el mar, apareciendo otro tipo de construcciones más estables. El gran incendio de 1796 de causas desconocidas arrasa el barrio, en su reconstrucción se mejora la distribución de las calles haciéndolas anchas, alineadas, y también se construyen las nuevas viviendas con una mayor calidad. En 1836 el llamado Pueblo Nuevo del Mar, se constituye en municipio autónomo a la ciudad de Valencia y durante las siguientes décadas la fisonomía de la zona se irá transformando a través de ambiciosos proyectos urbanísticos; el “Camino-Paseo de Valencia al mar” y la llegada del tren de Grao, facilitaron la demanda turística y la llegada de visitantes (Fig. 2). Durante el siglo XIX los veraneantes de Valencia empiezan a alquilar las viviendas de pescadores y la alta burguesía valenciana se construye lujosas casas a lo largo de la playa, atraída por los aspectos benefactores que las nuevas teorías higienistas de la talasoterapia y la helioterapia propiciaban. En 1897 El Cabañal pierde finalmente su independencia municipal y comienza su andadura como barrio dentro de la

capital valenciana. Doce años después, en el verano de 1909, Joaquín Sorolla, en un momento cumbre de su carrera artística, descansa y pinta en el Cabañal junto a su familia (Fig. 3).

Los orígenes de Joaquín Sorolla son humildes; huérfano desde los dos años, se crió con sus tíos; Piqueres su padre adoptivo era cerrajero. Sorolla empieza a estudiar dibujo y pintura en la escuela de artesanos de Valencia y más tarde en la escuela de Bellas Artes de San Carlos, donde conoce Antonio García del Castillo, hijo de un importante fotógrafo de la ciudad y hermano de Clotilde García del Castillo, la que será su mujer, su gran amor y apoyo durante toda la vida del artista. El gran fotógrafo Antonio García Peris, su futuro suegro, le acoge como a un hijo más, lo protege desde el principio y le da su primer trabajo iluminando fotografías en su estudio. La familia de Clotilde pertenece a esa burguesía Valenciana formada intelectual y artísticamente que arropan al joven pintor desde sus comienzos y que le ofrecerán un entorno muy calido y propicio para el desarrollo de su vida y carrera de pintor (Fig. 4).

El gran salto al panorama internacional lo da en 1900 con su éxito en la Exposición Universal de París donde consigue el Gran Prix, a partir de aquí, su pintura tendrá gran difusión y reconocimiento en las principales capitales europeas. En 1909 se produce otro gran impulso a su carrera, a comienzos de año Sorolla se embarca con Clotilde y con sus dos hijos mayores en el trasatlántico Lorraine rumbo a la

PIEZA DEL MES DE ENERO PASEO A ORILLAS DEL MAR

Fig. 2.

Joaquín Sorolla

La hora del baño

1909

Fundación Museo Sorolla

Núm. de inv. 00835

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ciudad de Nueva York, para participar en la inauguración de su exposición en la Hispanic Society of America, en la que obtendrá un enorme éxito de ventas, de visitantes y un gran reconocimiento por parte de la crítica neoyorquina. Su pintura se exhibió también en Buffalo y Boston. Durante su estancia en Estados Unidos realizará numerosos encargos de

retratos entre los que destaca el de William Howard Taft (1857-1930), presidente del país (Fig. 4), y su esposa en la ciudad de Washington. En ese ambiente de triunfo, pero también de ansiedad, exceso de trabajo y compromisos, y tras pasar por París y Madrid, se instala con su familia en la casa de su suegro Antonio García Peris junto a la playa, a primeros de julio,

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donde descansará y pintará hasta finales de septiembre algunos de los cuadros más redondos de su producción.

El pintor de la vida moderna

En gran medida el éxito de nuestro pintor comienza con el realismo, un paso hacia

adelante que da con Otra Margarita (1892), cuadro que se relaciona bien con El vagón de tercera clase (1862) de Honoré Daumier (1808-1879), donde las clases más humildes viajan sin comodidades hacia un destino tan desangelado como el propio ambiente del vagón. El impetuoso ritmo del siglo XIX, lleno de novedades, deja también atrás a muchos desheredados

PIEZA DEL MES DE ENERO PASEO A ORILLAS DEL MAR

Fig. 3.

Antonio García Peris

Escena familiar

1904

Museo Sorolla

Núm. de inv. 80250

Fig. 4.

Fotografía del retrato de Willi am Howard Taft pintado en Washington

1909

Museo Sorolla

Núm. de inv. 81801

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que son observados por la mirada crítica de ciertos pintores, que encuentran en estas escenas cotidianas un nuevo repertorio de temas que retratan los fracasos de la civilización pujante, industrial y tecnológica que estaba creciendo sobre los campos y los paisajes. Sorolla traslada el realismo y el espíritu crítico del movimiento a situaciones que le son más cercanas y familiares. Por qué no pintar la playa, el mar, el trabajo de los pescadores y el esfuerzo de hombres, mujeres, niños y animales bajo el sol. Comienza su etapa de costumbrismo marinero con Pillo de playa (1891), cuadro amable, pero que seguirá con otros donde acentuará el esfuerzo y el riesgo en que viven las gentes del mar como en ¡Y aún dicen que el pescado es caro! (1894). Estas pinturas de pescadores y faenas del mar realizadas a pie de playa le exigen una gran pericia técnica; en ocasiones utiliza pescadores como modelos que posan para él, pero al natural, la luz, el color y el mar se transforman constantemente; dominar visualmente todo este escenario le supone un gran esfuerzo:

….el cuadro es la playa de Valencia, con un jaleo de barcas y chiquillos que marea, unos en el agua, otros fuera vistiéndose, todo eso al sol (…) Yo no sé como no estoy ya loco de remate, pues como odio la fotografía, para dibujar un chiquillo he pasado las de Caín, luego el mar es un lío imposible, porque varía de un modo que rabias, y dudas cuándo estará bien lo que haces¹.

La playa ya de por sí es un lugar plásticamente mucho más atractivo que el interior de un vagón. El agua, las velas, la luz, los personajes moviéndose sobre la arena... Sorolla es un pintor de exteriores, vitalista, alegre y valenciano, quiere pintar la vida sacudiéndose las miserias de una España que le duele, y enfoca la realidad desde el lado más optimista y luminoso. Su pintura evoluciona desde los patrones academicistas de la pintura histórica, la influencia del orientalismo y el costumbrismo casticista que pronto abandona, abriéndose a una pintura plenamente moderna, donde el pintor hará su particular “croquis de costumbres” en escenarios tan dispares como el Cabañal y la Malvarrosa, Jávea, las playas de moda del norte de España o las escenas picadas de las calles de Nueva York vistas desde la ventana del hotel. Él se deja influir por todo, lo ve todo y disfruta de la visión ecléctica de la modernidad. Se convierte en un pintor de masas con el éxito de sus exposiciones internacionales y participa plenamente en el devenir de la cultura contemporánea.

Las playas mediterráneas de 1909 son aún un lugar predominantemente de trabajo, dominadas por las barcas, los aparejos del mar y las artes de pesca. En ellas desarrollan su labor pescadores, cordeleros (Fig. 5), mujeres que cosen velas y redes, gentes que se esfuerzan bajo el sol en una existencia dura y sencilla y que aun no perciben el gran cambio que supondrá todo el siglo XX en sus modos de vida y en la fisonomía del litoral. Estas gentes del mar son oscuras de piel, quemados y curtidos por el sol y el

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trabajo que los delata como clase social, proletarios del mar, pobres sometidos al capricho, a la dureza y a los vaivenes de la naturaleza. Visten humildemente ropas oscuras y caminan descalzos sobre la arena (Fig. 6). Clotilde y María son en aquel lugar un contrapunto, dos ángeles, la aparición de otro universo que irrumpe en la playa y que más tarde, con la evolución del siglo XX y la llegada del turismo de masas, llenará el Cabañal con las clases medias y hará casi desaparecer a los pescadores de

la orilla del mar. Las dos mujeres en este sentido son una avanzadilla, los heraldos anunciadores de otro mar, otra vida y otra Valencia. Ellas con su piel blanca caminan protegidas de velos y sombrillas, erguidas y esbeltas, envueltas en vestidos luminosos e impolutos, mecidos por el viento del atardecer. Ellas son la belleza, el futuro y la luz sobre el Cabañal.

La vida de un pintor que pinta a pie de playa puede ser tan dura como la de un

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Fig. 5.

Joaquín Sorolla

Cordeleros de Jávea

1898

Museo Sorolla

Núm. de inv. 411

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pescador. El pintor hace ligera la materia, transforma pigmentos de tierra y óxidos metálicos mezclados con aceite en livianas imágenes; su oficio requiere de pesadas telas, de bastidores de madera que una vez montados hacen de vela y a los que hay que poner un peso colgando del caballete, para que el aire no se lo lleve todo. Muchos de los pigmentos se preparan con metales pesados venenosos, peligrosos para la salud, el calor aprieta, la luz cambia, el pintor se queja en

sus cartas de que los modelos con los que ha quedado no aparecen. Estas pinturas a Sorolla le requieren un gran esfuerzo, se presenta sobre la arena como un obrero más de la playa, tratando de hacer poesía con elementos densos y pesados (Fig. 7); su trabajo se verá recompensado con el éxito personal y económico. Cada cuadro al aire libre sale del entusiasmo por pintar, del sudor y de un gran derroche de energías entregadas en largas horas ante el mar.

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Sorolla recoge en Paseo a orillas del mar y en la espectacular producción de ese verano, el fruto visual de un esfuerzo de casi veinte pintando la playa y sus habitantes.

La playa del Cabañal bien podría ser en este cuadro una recreación de un “boulevard” o del “jardin des Tuileries” donde las mujeres pasean y se muestran hermosas luciendo la última moda de París, centro del mundo civilizado y por supuesto del arte de aquel momento. En este sentido se trataría de una pintura de tema “amable” y aristocrático, aunque no parece ser esta la intención de nuestro pintor. El cuadro está pintado tras el éxito de su exposición en Estados Unidos, en un momento de descanso veraniego, en una etapa de plenitud artística y económica, pero también de ansiedad, exceso de trabajo y compromisos. Como ya indicamos en líneas anteriores, desde 1908 Sorolla inicia una línea de trabajo más intimista, donde el artista escoge motivos que no persiguen un objetivo puramente comercial y en los que da rienda suelta a la experimentación y a sus intereses más genuinos como pintor, dándose una libertad plástica que también aparece en estas escenas familiares. A su obra por estos años se asoman jardines y paisajes cada vez más sintéticos, desprovistos de elementos narrativos, de personajes; surgen también cuadros muy vanguardistas como La siesta (1911) o Puerto de Valencia (1907) en los que Sorolla se adentra en los nuevos conceptos del arte de los que se empapa en la capital francesa. Paseo a orillas del mar tiene varias dimensiones, cuadro intimista hecho para consumo privado,

cuadro moderno y vanguardista que recoge ciertos idearios de las vanguardias y la modernidad, y pintura por otro lado que nos remite también al aura nostálgica de un clasicismo, que sigue flotando sobre las aguas del Mediterráneo, desde los albores de nuestra civilización, un ideal nunca olvidado del todo, aún vigente y más presente todavía en el espíritu de aquella generación. Ellas pasean junto al “mare nostrum”, ese mar cerrado de un perímetro histórico inigualable.

Santa Cristina es una maravilla: grandes pinos sobre el monte con escollos claros de color, sobre un mar maravilloso de azul y verde, algo griego, y estupendo².

Sorolla escribe a Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928) y le sugiere fantaseando construir una academia de arte a orillas del mar y hacer de Valencia la nueva Atenas. En el pintor la referencia clásica es una constante.

Llegados a este punto una cita a Baudelaire nos será muy útil para acercarnos a la dimensión de nuestro cuadro.

…lo bello es siempre, inevitablemente, de una composición doble, aunque la impresión que produzca sea una; porque la dificultad de discernir los elementos variables de lo bello en la unidad de la impresión, no invalida en nada la necesidad de la variedad en su composición. Lo bello está hecho de un elemento eterno, invariable, cuya cantidad es excesivamente difícil de determinar, y de un elemento

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Fig. 6.

Anna. M Christian

Pescadores valencianos

1914-1915

Museo Sorolla

Núm. de inv. 83429

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relativo, circunstancial, que será, si se quiere, alternativamente o al mismo tiempo, la época, la moda, la moral, la pasión. Sin este segundo elemento, que es como la envoltura divertida, centelleante, aperitiva, del dulce divino, el primer elemento sería indigestible, inapreciable, inadecuado e inapropiado a la naturaleza humana. Desafío a que se descubra una muestra cualquiera

de belleza que no contenga estos dos elementos ³.

Nos acercamos al mundo desde nuestros sentidos, la pintura está hecha para la vista y apela además a otros sentidos por las prolongaciones sinestésicas que tienen las imágenes hacia nuestros otros portales sensitivos. Recibimos la pintura y ella nos llama al deleite interpelando

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a esa esencia profunda que nos habita, y este cuadro lo hace, mezcla de nostalgia y belleza, de lo eterno, presentido y de la efímera novedad de la moda. Que difícil es, nos advierte el poeta francés, describir los ingredientes de la belleza, hecha de elementos variados pero con sensación de unidad. Los objetos se cargan del espíritu con el que están trabajados, igual que el sacerdote transforma el agua corriente en agua bendita y trasmite esa bendición a los fieles.

En la belleza del cuadro de Sorolla aparecen esas dos caras, de un lado lo eterno, lo nostálgico, el Paraíso perdido o la Arcadia, quizás para él aquella playa, la familia, lo griego, el ideal perfecto ajeno al paso del tiempo, al sufrimiento, que a veces se nos muestra como al alcance de la mano, para luego al instante desaparecer, arrancando en nosotros el deseo de una nueva búsqueda. Muchas veces a lo largo de la historia del arte y el pensamiento los objetos y las palabras han sido capaz de albergar ese ideal, se han convertido en puertas hacia lo absoluto. Este cuadro tiene algo de eso, hay en él cierta “gracia”, una cadencia, una atmósfera que endulza lo cotidiano y que de manera escurridiza parece alejarse hacia ese pasado clásico, como las sombras de María y Clotilde sobre el agua. Por otro lado, es a la vez una pasarela de modernidad, de la moda y la elegancia cosmopolita, una pintura abierta al futuro y al devenir de la actualidad.

El horizonte velado. Clasicismo y mediterráneo

No es éste el único trabajo en el que el pintor trabaja en un plano picado, también tiene axonometrías La bata rosa (1916) y perspectivas que nos muestran espacios cerrados Trata de blancas (1894). La intención es contener la pintura en sí misma y que todo orden de planos, colores y formas sean algo independiente de la “realidad”. Ese enfoque tan ligado a las vanguardias no es exclusivo de ellas, el románico por ejemplo hace un uso del espacio muy similar al que realiza Pablo Picasso (1881-1973) en el cubismo y El Greco (1541-1614) en esas ascensiones cerradas llenas de telas y zonas indefinidas que entran y salen del plano, volúmenes de un lugar místico que atiende a otra geometría; igual que los juegos espaciales de las cárceles y los caprichos de Giovanni Battisa Piranesi (1720-1778) o las figuras que emergen de los frontones de los templos griegos. Desde Valencia el observador del horizonte se adentra con su mirada en el Mediterráneo, y en su imaginación casi toca la ribera de este mar tan cargado de cultura. Elena, su hija pequeña, parece escudriñar esa lejanía en Elena en la playa (1909) (Fig. 8), cuadro gemelo al que tenemos en estudio, o en Pescadoras valencianas (1916), donde este grupo de “cariátides” observa las costas antiguas de la cultura clásica greco-romana. La pintura bien puede ser un mar seco, solidificado, un mar de color y cultura que tiene su propio horizonte y que se genera y regenera desde esas imágenes de

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Fig. 7.

Campúa

Joaquín Sorolla Bastida en su estudio

1920

Museo Sorolla

Núm. de inv. 8019

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la antigüedad y desde la mirada ecléctica y abierta de Sorolla.

Haremos de Valencia la nueva Atenas le dice a Blasco Ibáñez; Sorolla utiliza mucho las estatuas clásicas en su pintura, no de una manera directa a modo de copia, pero sí transcribiendo el porte escultórico a las figuras de sus cuadros, buscando insuflar de armonía, belleza y elegancia de movimiento a sus modelos. El equilibrio dinámico de El Doríforo (450-440 a.C.) de Policleto (480-420 a.C.) o las Venus y Afroditas se recrean en las mujeres y cuerpos que pasean por la playa o entran y salen del baño. La mujer de la bata rosa que se arregla el vestido entre el cañizo, posa para el pintor con la postura de una Afrodita (Fig. 9) y (Fig. 10); en las pescadoras valencianas vemos el mismo ensimismamiento por el horizonte que en las cariátides del Partenón.

Hay un Sorolla que durante toda su trayectoria nos muestra una sensualidad elegante, el gusto por el disfrute de lo que le rodea a través de los sentidos; no se decanta por un arte contenido, sino más bien por lo expresivo, lo pasional, y por la exaltación de esta vida por encima de cualquier otra. El Eros domina con claridad, el color, la luz, las líneas curvas y la pincelada orgánica sobre la racionalidad del dibujo; la pintura será el ritual personal con el que el pintor valenciano cantará a la vida dándole finalmente una medida personal. En el mundo académico que él vivió, tanto en Roma como en España, en la visión del arte que hace arrancar la modernidad y por supuesto la trayectoria del pintor

valenciano, así como en los círculos intelectuales que Sorolla frecuentaba, el pasado clásico poseía un peso específico fundamental. También para las vanguardias, ya fuese como modelo de referencia o como la imagen del padre del que hay que huir para independizarse. Sensualidad, visiones paganas y cierto panteísmo anidan en la mirada al observar algunos cuadros de nuestro pintor. Ya en 1911 con su nueva casa de Madrid recién construida le vemos pintando en su estudio con dos mujeres del valle de Ansó, y a la derecha, sobre su cabeza, posada la Victoria de Samotracia, encima de la cama turca, y aún sigue ahí en el actual museo (Fig. 11). La réplica escultórica en yeso, de pequeño formato, de la Victoria de Samotracia se la encarga a su amigo Pedro Gil, que vive en Paris. La original se encuentra en el museo del Louvre y en varias cartas Sorolla se muestra expectante ante el momento de recibirla. Escribe a Pedro a primeros de 1894:

Si buenamente puedes y crees que podría llegar en buen estado, te agradecería me mandaras una reducción de la Victoria que hay en el Louvre, me refiero a ésta poniendo su coste y gastos a pagar en Madrid4,

En marzo escribe: Según veo ya tengo terminada mi victoria; mándala cuando quieras, pues si yo para cuando llegue no estoy en Madrid, siempre tendré aquí persona de mi confianza5

y

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Fig. 8.

Joaquín Sorolla

Elena en la Playa

1909

Colección Particular

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Espero con impaciencia la Victoria y te doy las gracias 6.

Una vez recibida la reproducción y en cartas posteriores a su amigo, el pintor elogia la pieza, que recibe con gran ilusión. Observando en el museo con detenimiento la pequeña escultura y el cuadro, que encontramos justo detrás de ella, descubriremos las analogías entre ambos. La Victoria tiene sus ropajes al viento ceñidos al cuerpo, María viste

un vestido estilo imperio, evocación del mundo clásico que se puso de moda en torno al 1800 en la corte de Napoleón y que nos muestra esa característica cintura alta situada justo por debajo del busto. Encontramos el caminar de la figura y las mujeres muy parecido, la postura de las piernas y el juego de los velos, el de Clotilde sale tras su hombro como en la Victoria el ala, abriéndose tras ella.

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La fuerza de lo sencillo

Las tradiciones antiguas, la Grecia clásica, diferenciaban cuatro elementos en la constitución del mundo. También opinaban muchas doctrinas que toda gran obra necesita de estos cuatro elementos: tierra, aire, fuego y agua. Los griegos relacionaban sus colores primarios con el espíritu del elemento al que cada color se asociaba. En el cuadro tenemos la arena, el mar, la representación del viento que no vemos y el calor de la luz del sol, fuente luminosa por excelencia, elemento fuego. La luz en sí misma es invisible, Sorolla suele empastar más los planos más luminosos, como queriendo materializar la luz, condensándola sobre la superficie de los cuerpos. En el patio andaluz de su casa-museo vemos el pequeño jardín de inspiración árabe, simbólica recreación del Jardín del Edén del Génesis, con la fuente primordial en el centro, sus cuatro brazos norte, sur, este y oeste, los cuatro ríos que regaban la tierra y los parterres que simbolizan los cuatro elementos, donde crecen los frutos a la altura de la mano del que pasea entre ellos. Dice la guía del museo que la principal función del patio era proporcionar luz y ventilación a toda la zona baja de servicios de la casa y en definitiva, de manera metafórica, Paseo a Orillas del mar quizás pretende lo mismo y casi análogamente toda la obra de Joaquín Sorolla, elevar a la luz y al aire varias cosas: el arte, la vida y nuestra mirada.

El pintor busca con pasión la “Verdad” enfrentándose al natural, entiende la

pintura desde una mirada directa a lo que le rodea:

El cuadro marcha. Hoy he seguido dibujando con mayor tranquilidad que ayer, pero no libre de la excitación que el ver el natural tan hermoso me proporciona, es una gran lástima que yo no tenga el temperamento más frío, más linfático 7,

y el día 3 de febrero:

Hoy como ayer he trabajado la mañana en mi cuadro, ignoro si es que tengo debilidad o exceso de sensibilidad pues noto que hoy me emocionó más que ningún día la contemplación del natural, hoy hice montar les banderoles y mis lágrimas se asomaron a mis ojos al contemplarlas junto a las grupas y sobre el cielo bonito de Valencia, todo ello tiene tal alegría, es tan hermoso, que yo no recuerdo haber hecho nada tan emocionadamente como esto…8.

Pero acaso no podemos hablar también de un Sorolla con tintes simbolistas, con reflexiones pictóricas, aunque sean inconscientes, de aspectos que se escapan a la mera observación del natural. Cómo podría un pintor tan permeable a su entorno cultural escapar a la influencia de experiencias vividas, de lecturas o de reuniones y tertulias. Su obra más íntima, como este cuadro, los trabajos de jardines andaluces o los de su casa de Madrid, están mezclados de naturalismo y simbolismo. Su pintura parte de la sencillez de la observación, para hacer pintura le basta

PIEZA DEL MES DE ENERO PASEO A ORILLAS DEL MAR

Fig. 9.

Joaquín Sorolla

La bata rosa

1916

Museo Sorolla

Núm. de inv. 1134

Fig. 10.

Afrodita “Venus de Capua”

Copia romana de original griego

Nápoles. Museo Arqueológicon nacional

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con lo que le rodea, solo necesita el color y la fuerza de la vida, la naturaleza contiene para él todo lo imaginable y lo demás surge espontáneamente sin escenarios preconcebidos.

Otro elemento esencial en la personalidad de Sorolla es su mujer y su familia, sobre todo Clotilde:

Todo mi cariño está reconcentrado en ti; y si bien los hijos son los hijos, tú eres para mí más, mucho más que ellos,

por muchas razones que no para que citarlas (sic), eres mi carne, mi vida y mi cerebro llenas todo el vacío que mi vida de hombre sin afectos de padre y madre tenía antes de conocerte, eres mi ideal perpetuo… 9.

Desde Clotilde, Joaquín construye su personalidad, su vida y su pintura, ella es él mismo y ambos edifican juntos la historia de su obra. Hasta qué punto está Clotilde en la obra de su marido, no ya como modelo, sino desde su sensibilidad,

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desde una psicología común creada en las conversaciones íntimas de la pareja, en los gustos compartidos durante años de convivencia. La pintura de Sorolla se nos muestra aún mejor al conocer el amor incondicional que le tenía a su mujer. Clotilde y María caminan sobre la arena, quizás van en busca de Elena, la hermana pequeña que les espera playa abajo desde otro cuadro, mirando al horizonte. Sorolla realza lo femenino, lo exalta con la luz y el movimiento de las figuras de las que parecen desprenderse elementos etéreos que el viento mezcla con el paisaje. El pintor se hace presente en el cuadro, nos falta su sombra sobre la arena, María lo mira desde su esbelta figura mientras él pinta de este lado, de donde viene el sol.

Fotografía y pintura

Seguramente Sorolla se sentía perplejo ante los logros del mundo industrial y moderno, igual que nosotros ante los avances de la tecnología y la informática; tenía coche, compraba los materiales de pintura a casas de productos de bellas artes y usaba con naturalidad la cámara fotográfica. Su época cambiaba con la velocidad de la nuestra, a diferencia de que aquel momento aún conservaba el lazo con las tradiciones, con el pasado, y nosotros ya casi solo encontramos referencias en el futuro.

Como indicamos anteriormente, a través de la familia de su mujer Clotilde, la fotografía formará parte de la pintura

de Joaquín Sorolla, como registro gráfico para comenzar a pintar y como punto de vista en el tratamiento de la imagen. La composición fotográfica, el enfoque particular de la instantánea, toma encuadrada con rapidez que tiene algo de aleatoria, aparece en diferentes producciones del artista. El sombrero de Clotilde se sale del formato, aparece cortado por la línea superior del lienzo y el marco, esto nos remite a una nueva estrategia de composición muy distinta de la que hacía uso la tradición pictórica en la que nace el artista y también nos permite concebir un espacio más amplio, que continua y se expande fuera de los límites visuales. El paseo de las dos damas tiene también el aspecto de una secuencia cinematográfica, de un travelling sobre la arena; el primero que se hizo según los anales del cine, fue en 1899, en el film El gran canal de Venecia, con una cámara sobre un bote, así que no es imposible imaginar que el pintor tuviera en su cabeza una imagen ya dinámica de la pintura y que lo concibiera así de antemano. Otra escena llamativa e interesante en su producción, que nos acerca directamente a la fotografía, es Saltando a la comba (1907), donde su hija Elena juega con otras niñas en torno a una fuente en los jardines de la Granja, y en el primer plano, nos topamos con la figura de una niña congelada en el aire, mientras las demás giran alrededor del agua. El origen, evolución de la fotografía y su posterior “intromisión” en el mundo del arte, ha fundamentado una relación ambigua de muchos pintores con el nuevo medio técnico. Es el caso del pintor

PIEZA DEL MES DE ENERO PASEO A ORILLAS DEL MAR

Fig. 11.

Ricardo del Rivero

Joaquín Sorolla pintando en su estudio

1911

Museo Sorolla

Núm. de inv. 80160

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valenciano que reniega de ella pero la utiliza habitualmente.

Influencias

Paseo a orillas del mar muestra similitudes temáticas con imágenes producidas durante el siglo XIX y principios del XX por artistas como Pierre Auguste Renoir (1841-1919), John Singer Sargent (1856-1925), Oscar-Claude Monet (1840-1926), Édouard Manet (1832-1883) y otros muchos pintores que compartían el aura amable de esa modernidad cosmopolita del París que todos admiraban. Escenas de paseos, de comidas o desayunos sobre la hierba, de mujeres y hombres que se deleitan en observar y ser observados mientras lucen sus elegantes ropas en los jardines de la ciudad, en los bulevares o en mitad del colorido impresionista de campos y jardines, donde el paisaje es protagonista y los personajes se pierden entre la vegetación. Sorolla nos propone otra cosa, su imagen presenta un gran clasicismo, las figuras se imponen sobre el espacio, son claramente el tema central, el paisaje es un telón de fondo, una referencia. ¿Podría ser cualquier playa o se trata claramente de una playa mediterránea?. El lugar no da muchas pistas, pero el toque clásico, escultórico, casi de friso, la ropa de María y la alusión a la Victoria de Samotracia nos sitúan en coordenadas claramente griegas a la vez que modernistas, alejadas de la pintura narrativa y pintoresca de Sir Lawrence Alma-Tadema  (1836-1912) que bien conocía nuestro pintor. El

cuadro muestra su mayor parecido con trabajos del pintor danés Peder Severin Krøyer  (1851 -1909), muerto justo en ese año y cuya obra Sorolla había conocido en la Exposición Universal de Paris de 1900. Ambos pintores comparten temáticas como los baños de los niños en la playa, escenas de pesca y paseos de caminantes, pero la luz, las composiciones y el ambiente del danés nos sitúan claramente en otras latitudes, en las playas de la pequeña localidad pesquera de Skagen, Dinamarca, muy alejadas del litoral mediterráneo. Comparando las imágenes de uno y otro pintor, observamos diferencias notables en la forma de entender y construir la pintura, vemos en el danés una mayor búsqueda del detalle y el dibujo, aunque también hace uso de grandes planos de color como el valenciano. La pintura de Sorolla esta más “rota”, la pincelada tiene mayor fuerza, longitud y tiende a fundir forma y figura rompiendo el dibujo y mezclando los planos en masas de color. Igualmente se distinguen por el tratamiento de la luz teniendo el pintor nórdico un gusto por ambientes crepusculares, mientras el español se inclina por la luz intensa del mediterráneo.

Análisis del cuadro

Básicamente hay dos maneras de pintar al óleo: la pintura directa y la pintura por veladuras. La primera se ejecuta mezclando los colores sobre la paleta o incluso sobre el propio lienzo y permite pintar y fundir zonas en fresco y con gran rapidez; las

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veladuras exigen un avance progresivo y metódico del trabajo, la técnica requiere acumular finas y transparentes capas de color que se van superponiendo; hay que tener en cuenta la anterior, que debe ser más clara y estar totalmente seca. La suma de capas va oscureciendo el cuadro por lo que el trabajo debe estar concebido de antemano en su conjunto, planificado, y necesita además de tiempos de espera para el secado. También se puede hacer pintura directa y luego velar colores del cuadro con otros matices una vez estos estén secos, esto refresca y reaviva las zonas tocadas. Sorolla utilizó ambas técnicas en su carrera, observamos veladuras en su pintura de estudio, que le permite un trabajo más lento y sistemático, pero al aire libre, el natural le impone unas condiciones en constante cambio. La luz, el color, el movimiento, el aire, todo parece escapar a la lógica petrificada de una imagen. Paseo a orillas del mar (Fig. 12) es un cuadro pintado desde la observación y el análisis, pero también desde un sentido de la luz, el color y del movimiento ya adquirido, una orquestación muchas veces ensayada, el pintor sabe donde quiere llevar su cuadro, tiene la imagen ya en la cabeza y lo que se encuentra lo va sumando al conjunto en el proceso. Sorolla está en la plenitud de su carrera, se siente capaz de transmitir a sus pinceles toda la pintura que su ojo ve en el natural. ¿De donde procede esa armonía, esa cadencia en el movimiento de unas formas que se distribuyen sobre las superficies del lienzo y lo llenan de elegancia y ligereza?.

La mirada del espectador se sitúa en un punto imaginario ligeramente elevado, es una vista picada que elimina la lejanía y el horizonte presentando un plano cerrado, abatido sobre las figuras, un telón que sugiere agua, tierra y espuma pero que Sorolla entiende como pintura, pinceladas y planos de color. A pesar del naturalismo de la imagen, la pintura se construye en un punto en el que converge la lógica abstracta de los valores plásticos y la capacidad narrativa y de sugerencia que el natural aporta. El gesto con la mano de Clotilde pellizcando el velo y con la otra sujetando sin aplicar esfuerzo la sombrilla, la esbeltez de sus cuerpos entallados en los corsés o el movimiento de los velos aluden a una lectura de la imagen que se fundamenta en una experiencia común, pero el análisis pictórico delata otros argumentos que el pintor ha utilizado para dirigir nuestra mirada.

Las figuras apoyan sus pies en un plano elevado del lienzo, hay un espacio considerable de tierra bajo ellas y sin embargo Clotilde aparece con su sombrero cortado en la parte superior del cuadro, así como el velo que se pierde a la izquierda del encuadre. Esta composición aparece también en El Baño del caballo (1909) (Fig. 13), y en Nadadores, Jávea (1905) la cabeza de uno de los niños desaparece del encuadre, con esto el pintor añade espontaneidad a la escena, le da un aire fotográfico como si de una instantánea se tratase y contradice las reglas clásicas de composición. También expande el espacio fuera de los límites del cuadro,

PIEZA DEL MES DE ENERO PASEO A ORILLAS DEL MAR

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hay partes que no vemos, elementos que continúan fuera de lo representado y otros que sin estar aparecen, como la sombra de la parte izquierda que se cuela tras la sombrilla y que pertenece a algo de lo que solo intuimos su presencia. El cuerpo de Clotilde esta considerablemente arqueado, su centro de gravedad se desplaza a la derecha mientras sus pies parecen retener el paso y se retrasan tras ella. María forma una línea inclinada y ambas figuras se componen junto a la franja de espuma blanca, las sombras proyectadas

sobre el plano que parecen escaparse hacia arriba y la división dinámica del agua y la tierra, con ese semicírculo que distribuye el espacio tras las mujeres. La pincelada sigue direcciones que acentúan la importancia de ese esquema de conjunto en la composición (Fig 14).

Para comprender la sensación de armonía y cadencia en el movimiento también debemos fijarnos en los huecos, en los espacios “vacíos” aunque esto es solo una manera de llamar a una zona ocupada

PIEZA DEL MES DE ENERO PASEO A ORILLAS DEL MAR

Fig. 12.

Joaquín Sorolla

Paseo a orillas del mar

1909

Museo Sorolla

Núm. de inv. 00834

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Fig. 13.

Joaquín Sorolla

El baño del caballo

1909

Museo Sorolla

Núm. de inv. 00839

de manea diferente por la pintura. En ese sentido Sorolla sigue la norma lógica de buscar la variedad dentro del orden, así comprobamos que las distancias entre los dos cuerpos y las cuatro aristas del cuadro no se repiten, tanto la forma como el fondo atiende a la diversidad de espacios y toda su organización sugiere movimiento, dinamismo pero también orden y equilibrio, a un nivel muy complejo de composición, pero logrado de manera aparentemente natural y sencilla. Los cuerpos a pesar de su dibujo escultórico, opulentos y llenando

el espacio con su presencia, parecen pesar poco, se desplazan ligeramente ingrávidos sobre sus elegantes zapatos.

Sorolla nos muestra un claroscuro suave, sin dramatismos, las sombras se alargan sobre la arena pero el contraste no es muy marcado, todo tiende hacia la luz. El color se presenta moderado, conjuntado en gamas ligeramente agrisadas; se ha evitado la saturación y cada tono esta suavemente tocado con blanco. La armonía se acentúa al integrarse las zonas de fríos y cálidos, en la

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tierra observaremos algún matiz frío y en el agua que recorre la parte alta se presentan pinceladas cálidas. Sorolla construye grandes planos de color donde éste se enriquece y varía, pero manteniéndose dentro de la visión clásica del color local, reteniéndose fiel en el naturalismo, sin una

fragmentación de la pincelada extrema como en el impresionismo y sin la fuerte saturación del color propia de éste y otros movimientos del momento. Su color tiene más bien un carácter contenido, buscando la sensación de unidad en el conjunto. El blanco de los vestidos presenta abundantes

matices grises, de tonos más o menos calidos, hay zonas de contraste donde los vestidos se separan del fondo creando distancia y otras de transición en las que la forma se acerca al fondo, sugiriéndonos entre ambas la ilusión de los volúmenes. La pintura directa, como indicamos, le permite trabajar con rapidez, poner y quitar, modificar y corregir la imagen en el proceso e ir ajustándola, además de poder captar con facilidad las condiciones de luz cambiantes del natural.

La pincelada recorre el lienzo siguiendo unas direcciones en zigzag que le dan mucha solidez a los planos, además de mantener ese plano abatido sobre las figuras del que hablábamos antes.

Paseo a orillas del mar es uno de los cuadros fundamentales de la Casa-Museo del pintor: presidiendo el estudio donde él trabajaba, representa la plena madurez de un artista internacional y en él se reflejan quizás todos de los deseos que Joaquín Sorolla buscaba en su pintura.

NOTAS

1 TOMAS, Facundo; GARIN Felipe; JUSTO, Isabel Y BARRON, Sofía (Eds). Epistolarios de Joaquín Sorolla. I Correspondencia con Pedro Gil Moreno y Mora. Anthropos, Barcelona 2007-2009, p. 28.

2 PONS-SOROLLA, Blanca, y LORENTE SOROLLA, Víctor (eds.); Epistolarios de Joaquín Sorolla. II. Correspondencia con Clotilde García del Castillo (1891-1911),

Anthropos Barcelona 2009. [Carta de Sorolla (Barcelona) a Clotilde (Madrid). 30 de septiembre de 1915. CFS/1495]

3 BAUDELAIRE, Charles; El pintor de la vida moderna. 1863. Colegio oficial de aparejadores y arquitectos técnicos. Librería Yebra. Caja Murcia. Colección de arquitectura 3. 1995. p. 78.

4 TOMAS, Facundo; GARIN Felipe; JUSTO, Isabel Y BARRON, Sofía (Eds). Epistolarios de Joaquín Sorolla. I Correspondencia con Pedro Gil Moreno y Mora. Anthropos, Barcelona 2007-2009. p. 79. Carta de principios de 1894.

5 Ver nota nº 4, p. 80. Carta de principios de marzo de 1894.

6 Ver nota nº 4, p. 81. Carta del 23-24 de marzo de 1894.

7 PONS-SOROLLA, Blanca, LORENTE SOROLLA, Víctor y MOLLA, Marina (eds.); Epistolarios de Joaquín Sorolla. II. Correspondencia con Clotilde García del Castillo (1912-1919). Anthropos, Barcelona2008. [De Sorolla (Valencia) a Clotilde (Madrid). 1 de febrero de 1916. CFS/1701]

8 Vease nota nº 7. [De Sorolla (Valencia) a Clotilde (Madrid). 3 de febrero de 1916. CFS/1703]

9 PONS-SOROLLA, Blanca, y LORENTE SOROLLA, Víctor (eds.); Epistolarios de Joaquín Sorolla. III. Correspondencia con Clotilde García del Castillo (1891-1911). Anthropos, Barcelona 2009. [De Sorolla (Valencia) a Clotilde (Madrid). 6 y 7 de diciembre de 1907. CFS/444]

Fig. 14.

Esquema compositivo

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BIBLIOGRAFIA

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y arquitectos técnicos. Librería Yebra. Caja Murcia. Colección de arquitectura 3. 1995.

BENJAMIN, Walter; Libro de los pasajes, edición de Rolf Tiedemann. Editorial Akal. 2005.

DÍEZ, José Luis; BARÓN, Javier; “Joaquín Sorolla pintor” en Joaquín Sorolla, 1863-1923,

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LORENTE SOROLLA, Victor; MENÉNDEZ ROBLES, Maria Luisa y DÍAZ PENA, Roberto;

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exp.], Barcelona, Lunwerg Editores, 2006.

TOMAS, Facundo; GARIN Felipe; JUSTO, Isabel Y BARRON, Sofía (Eds). Epistolarios de Joaquín

Sorolla. I Correspondencia con Pedro Gil Moreno y Mora. Anthropos, Barcelona 2007-

2009

PONS-SOROLLA, Blanca; Joaquín Sorolla. Vida y obra. Fundación de Apoyo a la Historia

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PONS-SOROLLA, Blanca; LORENTE SOROLLA, Víctor y MOLLA, Marina (eds.): Epistolarios

de Joaquín Sorolla II, Correspondencia con Clotilde García del Castillo (1912-1919).

Anthropos, Barcelona 2008.

PONS-SOROLLA, Blanca, y LORENTE SOROLLA, Víctor (eds.); Epistolarios de Joaquín

Sorolla III, Correspondencia con Clotilde García del Castillo (1891-1911). Anthropos

Barcelona 2009.

POLLIT, J. J; Arte y experiencia en la Grecia clásica. Xarait ediciones Madrid 1987.