Introducción El estudio de la lírica mexicana del siglo XVI presenta un tema de indudable atracción para la crítica. Son varios los factores que contribuyen a esa atracción: en primer término, el hecho de tratarse de una época hispánica de orígenes; también, la variedad de materiales que están a nuestro alcance, así como el valor que, en conjunto, distingue a esos materiales. De más está decir que variedad y valor deben medirse, comparativamente, dentro del amplio panorama que representa, en tan dilatados espacios, la lírica hispanoamericana a lo largo del siglo XVI. Y no me parece gratuito recordar aquí que abarco la centuria, no tanto como un específico signo cronológico, sino cultural. Sin exageraciones (que en estos párrafos no tendrían ningún sentido) me parece que está fuera de toda duda que la lírica fue la forma genérica más continuada e importante de las letras coloniales. Y si esto digo en relación con un tiempo tan dilatado, con mayor razón cabe sostener la primacía de la lírica mexicana en este primer siglo hispánico, sin desmerecer, en este momento inicial, el nivel de Santo Domingo y del Perú. A propósito de la época que recorre este panorama, es necesario decir que, como todo período de orígenes, presenta particularidades dignas de notarse. Así, explicablemente, la presencia y auge de la lírica no es un fenómeno inmediato. Y, en sus comienzos hispanoamericanos, va a la zaga de otras formas genéricas que reflejan de manera más directa noticias de las "nuevas" tierras, episodios de la conquista y la exaltación de ésta. Y, no menos, el deseo de traducir en palabras el asombro ante la opulencia, riquezas y bellezas del Nuevo Mundo. Está claro que tanto la crónica como la epopeya aparecían entonces como los cauces más apropiados para estas manifestaciones, coetáneas como labor literaria, al siglo de la conquista. Eso sí, también es cierto que, salvo que se apele a la idea de formas genéricas cerradas, no puede negarse la presencia de tempranos chispazos líricos. Con todo, en un esquema que atestigüe el orden sucesivo de presencias, es justo colocar en los lugares cronológicos iniciales a las crónicas y epopeyas, sin olvidar el poco posterior surgimiento del teatro. La no lejana afirmación de la lírica marcará el encumbramiento, comparativo, de un género que mantendrá a lo largo de los tres siglos coloniales una clara preeminencia. En definitiva, crónicas, epopeyas, obras líricas y dramáticas, si bien constituyen los géneros más visibles de aquel primer siglo hispanoamericano, no ocultan otras manifestaciones literarias. Ni, como materia de estudio dentro de las líneas que yo propongo, borran la posibilidad de otros enfoques o perspectivas. Así, por ejemplo, recuerdo el esquema que un juvenil Alfonso Reyes establecía también para el estudio del siglo XVI mexicano. Y éstos eran los cinco sectores que proponía: 1] literatura popular de los españoles (romances, coplas, décimas); 2] literatura religiosa de los misioneros (literatura de catequesis); 3] literatura derivada de la universidad americana; 4] literatura de los escritores españoles avecindados en América (lírica italianizante), y 5] literatura de los cronistas. En fin, es el momento de indicar que el desarrollo del trabajo lo haré apoyándome cronológicamente en los dos "estilos de época" que ubicamos en el siglo XVI: Renacimiento y Manierismo. No niego, con esto, despuntes de lo Barroco en las últimas décadas, pero insisto una vez más en que Renacimiento y Manierismo son los dos "estilos" que llenan realmente el siglo XVI mexicano (incluso con los problemas críticos y discusiones que suelen asomar con frecuencia cuando se encara el problema de los puntos de contacto y deslindes entre Manierismo y Barroco. Algo veremos al avanzar este estudio). Por último, no entro en el complejo ámbito que significa la continuidad de formas literarias prehispánicas. En particular, la lírica indígena prehispánica, cuya riqueza —es de sobra sabido— ha superado intentos de ruptura o eliminación, aun aceptando lo perdido, y que requiere, por descontado, un estudio especial.
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Introducción
El estudio de la lírica mexicana del siglo XVI presenta un tema de indudable atracción para la crítica. Son varios los
factores que contribuyen a esa atracción: en primer término, el hecho de tratarse de una época hispánica de
orígenes; también, la variedad de materiales que están a nuestro alcance, así como el valor que, en conjunto,
distingue a esos materiales. De más está decir que variedad y valor deben medirse, comparativamente, dentro del
amplio panorama que representa, en tan dilatados espacios, la lírica hispanoamericana a lo largo del siglo XVI. Y
no me parece gratuito recordar aquí que abarco la centuria, no tanto como un específico signo cronológico, sino
cultural.
Sin exageraciones (que en estos párrafos no tendrían ningún sentido) me parece que está fuera de toda
duda que la lírica fue la forma genérica más continuada e importante de las letras coloniales. Y si esto digo en
relación con un tiempo tan dilatado, con mayor razón cabe sostener la primacía de la lírica mexicana en este primer
siglo hispánico, sin desmerecer, en este momento inicial, el nivel de Santo Domingo y del Perú.
A propósito de la época que recorre este panorama, es necesario decir que, como todo período de
orígenes, presenta particularidades dignas de notarse. Así, explicablemente, la presencia y auge de la lírica no es
un fenómeno inmediato. Y, en sus comienzos hispanoamericanos, va a la zaga de otras formas genéricas que
reflejan de manera más directa noticias de las "nuevas" tierras, episodios de la conquista y la exaltación de ésta. Y,
no menos, el deseo de traducir en palabras el asombro ante la opulencia, riquezas y bellezas del Nuevo Mundo.
Está claro que tanto la crónica como la epopeya aparecían entonces como los cauces más apropiados para
estas manifestaciones, coetáneas como labor literaria, al siglo de la conquista. Eso sí, también es cierto que, salvo
que se apele a la idea de formas genéricas cerradas, no puede negarse la presencia de tempranos chispazos
líricos. Con todo, en un esquema que atestigüe el orden sucesivo de presencias, es justo colocar en los lugares
cronológicos iniciales a las crónicas y epopeyas, sin olvidar el poco posterior surgimiento del teatro. La no lejana
afirmación de la lírica marcará el encumbramiento, comparativo, de un género que mantendrá a lo largo de los tres
siglos coloniales una clara preeminencia.
En definitiva, crónicas, epopeyas, obras líricas y dramáticas, si bien constituyen los géneros más visibles de
aquel primer siglo hispanoamericano, no ocultan otras manifestaciones literarias. Ni, como materia de estudio
dentro de las líneas que yo propongo, borran la posibilidad de otros enfoques o perspectivas. Así, por ejemplo,
recuerdo el esquema que un juvenil Alfonso Reyes establecía también para el estudio del siglo XVI mexicano. Y
éstos eran los cinco sectores que proponía: 1] literatura popular de los españoles (romances, coplas, décimas); 2]
literatura religiosa de los misioneros (literatura de catequesis); 3] literatura derivada de la universidad americana; 4]
literatura de los escritores españoles avecindados en América (lírica italianizante), y 5] literatura de los cronistas.
En fin, es el momento de indicar que el desarrollo del trabajo lo haré apoyándome cronológicamente en los
dos "estilos de época" que ubicamos en el siglo XVI: Renacimiento y Manierismo. No niego, con esto, despuntes de
lo Barroco en las últimas décadas, pero insisto una vez más en que Renacimiento y Manierismo son los dos
"estilos" que llenan realmente el siglo XVI mexicano (incluso con los problemas críticos y discusiones que suelen
asomar con frecuencia cuando se encara el problema de los puntos de contacto y deslindes entre Manierismo y
Barroco. Algo veremos al avanzar este estudio).
Por último, no entro en el complejo ámbito que significa la continuidad de formas literarias prehispánicas.
En particular, la lírica indígena prehispánica, cuya riqueza —es de sobra sabido— ha superado intentos de ruptura
o eliminación, aun aceptando lo perdido, y que requiere, por descontado, un estudio especial.
El madrileño Eugenio de Salazar y Alarcón no tuvo, ni con mucho, el prestigio póstumo de Cetina (aunque éste
figure —injustamente— en el casillero de los autores famosos por un poema). Con todo, conviene recordar el
nombre de Eugenio de Salazar porque, entre otras cosas, escribió en América y porque primicias del continente
resaltan en sus versos. Y, para nuestro caso, porque su obra lírica tiene, igualmente, significación. Todos estos
rasgos justifican, creo, el lugar que le concedemos.
La repercusión americana en Salazar y Alarcón no es casual, ya que pasó un tiempo prolongado en estas
tierras y en diversos lugares: fue oidor en Santo Domingo, fiscal en Guatemala, oidor en México... La etapa
mexicana se extiende desde 1581 hasta 1598.
Son realce principal de Salazar y Alarcón sus cartas en prosa, que suelen citarse como primer título de su
bibliografía por el donaire y agudeza satírica que campea en ellas. Pero tal reconocimiento no desmerece su
obra en verso. Y como es precisamente México la región que refleja en sus versos, imaginamos que tal signo es
consecuencia tanto de una identificación como de una madurez literaria.
Lo que sorprende en los versos de Salazar y Alarcón son sus toques descriptivos vinculados a la naturaleza
americana, en los que no rehuye —como hacían otros— la cita de localismos y nombres indígenas. Nos da,
además, una visión pujante, optimista de aquella sociedad naciente ("sociedad nueva" la llamo Pedro Henríquez
Ureña). Tal cosa ocurre, sobre todo, en su Descripción de la Laguna de México:
Allí el bermejo chile colorea y el naranjado ají no muy maduro; allí el frío tomate verdeguea, y flores de color claro y oscuro, y el agua dulce entre ellas que blanquea haciendo un enrejado claro y puro de blanca plata y variado esmalte
porque ninguna cosa bella falte [...]
Y todo esto dentro de un particular enlace entre las cosas de España y América. Así se explica suEpístola
al insigne Hernando de Herrera, versos donde se juntan el elogio a los conquistadores, la descripción de la riqueza
de la conquista, las alusiones clasicistas y el elogio a poetas europeos (Herrera, en primer lugar,Garcilaso, Tasso):
Aquí, famoso Herrera, han ya llegado las delicadas flores que cogiste en el Pierio Monte celebrado. ......................................
Bien mereció, por cierto, aquella rara musa de nuestro ilustre Garcilaso
que tu fértil ingenio la ilustrara [...]
En la métrica tenemos los tercetos de las Epístola junto a las octavas reales de la Descripción. Y en las
raíces, posiblemente más el ejemplo de Garcilaso que el del propio Herrera, aunque ligue los dos nombres de
manera explicable. Las alusiones son significativas: Herrera, sí, pero sobre todo el Herrera comentador
deGarcilaso.
Juan de la Cueva (1543-1610)
Otro sevillano famoso del siglo XVI estuvo en México, pero por breve tiempo: Juan de la Cueva. La diferencia
esencial que cabe establecer con el ya citado Gutierre de Cetina es que —lo he dicho— Cetina llegó a México con
un prestigio literario. En cambio, el caso de Juan de la Cueva es distinto, ya que éste comenzó su producción
literaria en los pocos años que estuvo en México (1574-1577), pero alcanzó la fama cuando volvió a España y
elaboró en la península las obras que le dieron mayor prestigio: me refiero a sus piezas dramáticas (las Comedias y
tragedias, de 1588), al poema Conquista de la Bética (1603), y al Ejemplar poético (1606).
Lo curioso del caso está en que Juan de la Cueva reproduce en buena medida, dentro de sus poemas
escritos en México, la actitud de Salazar y Alarcón con respecto a la naturaleza americana. En efecto, entre las
composiciones escritas por Juan de la Cueva figura una Epístola dirigida al licenciado Laurencio Sánchez de
Obregón, "Primer Corregidor de México", epístola en que se destaca, por un lado, el desarrollo edilicio de la ciudad,
y, por otro, las riquezas naturales de la región, con acopio de vocablos indígenas:
Sin éstas, hallaréis otras mil cosas de que carece España, que son tales, al gusto y a la vista deleitosas. Mirad a aquellas frutas naturales, el plátano, mamey, guayaba, anona, si en gusto las de España son iguales. Pues un chico zapote, a la persona del Rey le puede ser emparentado por el fruto mejor que cria Pomona. El aguacate a Venus consagrado por el efecto y trenas de colores
el capulí y zapote colorado [...]
Con alguna rápida referencia "social":
Las comidas, que no entendiendo acusan los cachopines y aun los vaquianos
y de comerlas huyen y se excusan [...]
Lo que conviene destacar en los textos de Salazar y Alarcón y Juan de la Cueva es que sus testimonios
sobre la naturaleza americana abren un horizonte inusitado (poco después sería lícito, por ejemplo, mencionar
a Rosas de Oquendo, en México, y a Silvestre de Balboa, en la isla de Cuba). Pero esta apertura, muy limitada, no
va a ser seguida sino raramente. Por el contrario, lo común será, con las salvedades apuntadas, la insistencia en
un paisaje aprendido en los libros clásicos, y no el visto en la cambiante e inédita realidad del Nuevo Mundo.
Tendencias literarias posteriores (de manera especial, la Barroca) cantarán una naturaleza estilizada, "artística",
por encima de los atisbos realistas mencionados. En fin, será necesario esperar al Romanticismo (precedentes
aparte) para que las obras literarias acojan con amplitud y "sientan" íntimamente las primicias de la naturaleza
Con Francisco de Terrazas, como sabemos, aparece ya el autor nacido en estas tierras. Hijo de conquistador, su
padre, del mismo nombre, fue mozo de espuelas de Cortés y alcalde ordinario de México. El poeta nació
posiblemente alrededor de 1525 (su padre murió en 1549).
Pocas noticias se conocen de su vida. Se sospecha que hizo un viaje a España, si bien no hay documentos
que lo prueben o que den algún fundamento al indicio. De 1563 son unas décimas "antiguas" en que responde a
otras de Fernán González de Eslava. A propósito de González de Eslava conviene reparar en la amistad que
vinculó a estos dos importantes autores del siglo XVI mexicano, con un perfil que tiene mucho de símbolo: la
amistad que liga a un español europeo americanizado con un criollo. Precisamente, las Flores de baria
poesía (1577), muestran ya, en abundancia notoria, esta característica; al mismo tiempo que una particularidad, de
tipo personal: social y económicamente, Terrazas estaba por encima de González de Eslava. A su vez, es
pertinente decir que Mateo Rosas de Oquendo, en versos de su etapa mexicana, llegó a reunir —y elogiar
hiperbólicamente— los nombres de Terrazas, González de Eslava y Balbuena:
[...] Y porque más dignamente sus alabanzas se cante van a buscar el favor de Terrazas y González. Y el divino Balbuena, cuyos conceptos süaves al Viejo Mundo se extienden
porque en el Nuevo no caben [...]
En 1571 vivía Terrazas en Tulancingo, y tres años después el arzobispo de México, Pedro Moya de
Contreras, lo proclama "hombre de calidad" y "gran poeta". El testimonio del arzobispo de México se encuentra en
su defensa de Francisco de Terrazas cuando éste fue detenido con motivo de los entredichos entre el virrey
Enríquez y el arzobispo, rencillas por las que también fue preso González de Eslava. A este último se le acusó de
haber escrito un libelo contra el virrey, que apareció en la puerta de la catedral. Finalmente, es justo agregar
que Eslava estuvo preso unos pocos días.
Once años después de este episodio, el nombre de Terrazas figura entre los elogios que Cervantesprodiga
en el Canto de Calíope (de La Galatea):
De la region antártica podría eternizar ingenios soberanos, que si riquezas hoy ostenta y cría también entendimientos sobrehumanos... Francisco, el uno, de Terrazas tiene el nombre, acá y allá tan conocido, cuya vena caudal nueva Hipocrene ha dado al patrio venturoso nido...
Versos cordiales donde —sabemos— interesan menos los elogios que la simple mención.
De este lado del mar, vale la pena decir que el de Terrazas es nombre importante en la Sumaria relación de
las cosas de la Nueva España, de Baltasar Dorantes de Carranza, obra escrita entre 1602 y 1604 ; allí ya se
menciona a Terrazas como muerto.
Pocas son las composiciones que se conservan de Francisco de Terrazas: cinco sonetos (incluidos en
las Flores de baria poesía), una epístola y cuatro sonetos (de un cancionero toledano, descubierto porPedro
Henríquez Ureña), más las décimas dirigidas a Fernán González de Eslava. Todo esto, como material lírico.
Hay que agregar una epopeya sobre la conquista de México, titulada Nuevo Mundo y conquista, de la cual
conocemos varios fragmentos recogidos por Dorantes de Carranza, y publicados por éste en diferentes partes de
su obra, quien proclama a Terrazas "excelentísimo poeta toscano, latino y castellano".
Resulta difícil juzgar un poema como Nuevo Mundo y conquista por los fragmentos conservados (con la
aclaración de que hay algunos de los cuales no se tiene la certeza de que sean, efectivamente, deTerrazas). Al
respecto, García Icazbalceta abrigaba dudas. Dejando de lado este problema, resulta curiosa, sin embargo, la
descripción de la caza de la ballena: "[...] el fiero pece de grandeza inmensa [...]". (Y no hace falta puntualizar aquí
—como ocurrirá también después con la anécdota atribuida a Mark Twain— que la ballena no es un pez. En todo
caso, en Terrazas parecen mezclarse, en otros versos, atributos del auténtico tiburón.)
En otro orden, hay que señalar su exaltación de la conquista, y de Hernán Cortés, paralelamente al
contraste que establece entre las penurias y pobreza de los descendientes de los primeros conquistadores, la
desigualdad en las recompensas, y las condiciones de la nueva sociedad, en la que los que más medran son los
recién llegados... (véase también el testimonio de Antonio de Saavedra Guzmán, en su Peregrino indiano, canto
XV).
De las virtudes de Terrazas como lírico puede servirnos un logrado soneto, citado a menudo en estudios y
antologías. Es el siguiente:
Dejad las hebras de oro ensortijado que el ánima me tienen enlazada, y volved a la nieve no pisada lo blanco de esas rosas matizado. Dejad las perlas y el coral preciado de que esa boca está tan adornada, y al cielo —de quien sois tan envidiada— volved los soles que le habéis robado. La gracia y discreción que muestra ha sido del gran saber del celestial Maestro, volvédselo a la angélica natura; y todo aquesto así restituido, veréis que lo que os queda es propio vuestro:
ser áspera, cruel, ingrata y dura.
Indudablemente, no podemos negar su clara ascendencia petrarco-garcilacista. Y en el soneto importa
menos indicar sus raíces que su maciza construcción y su nítido perfil renacentista. Y, en fin, no tendría sentido
buscar en el ecos locales y léxico americanista para afirmar, sobre estas bases, el origen del autor y de la obra (en
realidad, esto ya nos enfrenta, tempranamente, con el problema del "americanismo literario", tan debatido en los
últimos siglos, así como con los fueros propios que debe asignarse a la lírica...).