Top Banner
Buscando la felicidad de la manera equivocada y sufriendo innecesariamente Elisa Fuenzalida
68

Elisa Fuenzalida - Buscando La Felicidad Copia

Oct 01, 2015

Download

Documents

Honolulu Books

Material cápsula 6 Taller ¡Pare de sufrir!
Welcome message from author
This document is posted to help you gain knowledge. Please leave a comment to let me know what you think about it! Share it to your friends and learn new things together.
Transcript
  • Buscando la felicidad de la manera equivocada

    y sufriendo innecesariamente

    Elisa Fuenzalida

  • Primera edicin: julio de 2013

    Buscando la felicidad de la manera equivocada y sufriendo innecesariamente

    Elisa Fuenzalida

    Fotografa de cubierta: Celina BordinoDiseo grfico: Mario Ortega

    Correccin ortotipogrfica: Itamar Ortega Daz

    Licencia Reconocimiento - No comercial - Sin Obra Derivada - 3.0. Espaa

    Honolulu BooksMartnez de la Rosa, 25, 2 2. 08012 Barcelona

    www.honolulubooks.net

    ISBN: 978-84-939949-3-8

    La editora autoriza la reproduccin de este libro total o parcialmente, por cualquier medio actual

    o futuro, siempre y cuando sea para uso personal y no con fines comerciales.

  • Para Carmen Haro y Manuel Erzgrber, con torpeza y gratitud

  • 11

    YO, ELISA F.

    Hace cosa de algunos meses empec a tener la fantasa paranoica de que un da Facebook cobrara conciencia estilo HAL de 2001: Una odisea del espacio y empezara a chantajear-nos con publicar a los cuatro vientos nuestras miserias si no donbamos nuestros escasos bienes a las diversas ONGs contra el cncer de mama que sponsorean la red social.

    La verdad es que no contaba con ningn argumento que soportase el peso de mi teo-ra, solo el hecho indiscutible de que nues-tro avatar on line vive vidas mucho ms ricas y emocionantes que las nuestras. Ese, y la pena tierna y emptica que me inspiraban esas caras sonrientes y confiadas que miraba en las fotos que cuelga la gente en sus muros, considerando la infinidad de instantneas

  • 12

    con rostros amargados o resignados que no han de registrarse para la posteridad. Pero esa pequea obsesin naufrag entre unos pocos acontecimientos que significaron la lenta desaparicin de todo aquello que lle-vaba algn tiempo considerando mi mundo. Aunque tard bastante en hacerme a la idea.

    Como la espesa rutina que imponen los trabajos alimenticios y la natural caducidad del valor de las experiencias intensas haban surtido ya su efecto, me encontr sin proyec-tos estimulantes entre manos, con nada ms que una novela indita, un novio al que co-noca cada vez menos y un negocio del que no quera saber nada.

    Iba yo divagando entre consideraciones de semejante densidad egoexistencial, cuan-do y como quien no quiere la cosa, entr a mi cuenta de Facebook para ver qu tal de-can que les iba a los dems. En mi bande-ja de entrada haba una actualizacin con el titular: Ganadores en categora Vidas cotidianas. Era un concurso claro. Pero

  • 13

    imaginaos que no. Que todos estos aos no hemos estado conectndonos sino com-pitiendo ante un juez silencioso para anali-zar y comparar nuestros niveles de hipocre-sa y cobarda, y ahora est listo para dar su veredicto. Vaya tela, no? Bueno, por m, no hubiera estado mal que la mierda saltara por los aires como confeti. Queramos compar-tir nuestra intimidad? Pues venga, pero ms vale que estemos preparados para hacerlo hasta un extremo radical. Estoy segura de que despus del trauma inicial, escenas de violencia domstica extrema y crisis de es-tados, nos encontraramos todos extraa-mente aliviados y excitados. Pero ni ms ni menos cerca de comprender esta cosa rara que tenemos entre manos a la que llamamos nuestras vidas.

    Yo empec a reflexionar sobre la ma a raz de un comentario que me hizo aquel novio con el que compart un dulce camino hacia la honestidad (o, lo que viene a ser lo mismo, el mutuo desconocimiento) cuando

  • 14

    empezbamos a salir. l deca haber queda-do fascinado con mi mundo y aunque al principio no comprend de qu me esta-ba hablando, supuse que no era mala idea echar una mirada objetiva a mi alrededor. Fue la primera vez en aos que lo hice sin preguntarme qu ms faltaba por hacer para que todo estuviera como yo quera que est. Porque la verdad es que no me faltaba nada. Tena un piso pequeito, pero con mucha luz y un balcn que daba al nico parque si-lencioso de Madrid, un proyecto fascinante que me una con fuerza a la ciudad, un tra-bajo que era ms que nada un compromiso vivido con placer, energa y conviccin pa-ra movilizar personas, gente motivada con quien llevar a cabo proyectos y un romance de pelcula con las calles de Lavapis. Guau. Cualquiera dira que haba tenido suerte. La clase de suerte que tienen los paracaidistas cuando el viento los deposita delicadamente sobre el csped, habiendo tanto espino en el mundo. Pero no.

  • 15

    Una vez, con 17 aos, colocada hasta el tutano de cocana, me perd en la calle de mi casa, estando a dos portales de ella. Iba yo tan rgida que de haberme cado podra haberme roto en mil pedazos. Tuvo que ve-nir una vecina a cogerme del brazo con deli-cadeza, como si me acabaran de rescatar de debajo de una montaa de escombros des-pus de un terremoto o algo as. Llegu a mi habitacin, cerr las cortinas y de mis prpa-dos escap un crujido mecnico. No sabra decir si era de da o de noche o si haba al-guien ms en casa o estaba completamente sola en el universo.

    No pas mucho tiempo de esto antes de que pidiera ayuda. As fue como acab com-binando mi trabajo de acompaante de eje-cutivos japoneses (que no prostituta, yo no tena que hacer nada excepto sentarme con ellos y sonrer, pero pensad lo que queris) en un karaoke local, con sesiones de ora-cin y prcticas escnicas en una comuni-dad evanglica. Todo era bastante pattico

  • 16

    y vergonzoso, en especial mis esfuerzos por creer que algo era posible sacar de estos en-cuentros con la desesperacin ajena. Y lo que es peor, no funcionaba. Solo cuando le ped a mi madre que me buscara un sitio donde me hicieran quedar inconsciente durante unos aos ella decidi cambiar el confesio-nario por el consultorio. No s si se puede hablar de progreso. La psiquiatra estaba muy interesada en conocer los detalles de mi vida sexual de mierda, ms incluso que en la im-pactante cantidad de cocana que un cuerpo del peso y las dimensiones del mo haba si-do capaz de asimilar antes de ese conato de colapso que antes he narrado. Una oportu-nidad perdida para la ciencia. Pasamos las horas de consulta desgranando las mentiras insustanciales con que cubra mis escapadas en moto y cosas as. Era aburridsimo. Y to-dos sabemos que el aburrimiento es la causa principal de suicidio en Occidente.

    Mi bsqueda de la felicidad empez cuan-do decid tragarme todos los ansiolticos e

  • 17

    hipnticos que la psiquiatra me haba receta-do para la depresin de una sola sentada. Este fascinante captulo de mi biografa fisiolgi-ca se narra con detalle en mi novela indita (hasta la fecha) Parsitos. Se podra resumir, a grandes rasgos, como un ataque de epilep-sia, que tuve la ocasin de experimentar de modo tan consciente, que hasta llegu a pre-guntarme cmo sera mi vida a partir de las secuelas de lo que le haba hecho a mi sistema nervioso hasta que encontrara una solucin eficaz y permanente a todo aquel asunto.

    Es asombroso lo que un cuerpo aguanta. Ms an, un cuerpo de 17 aos. Pero sobre-vivir fsica y mentalmente ilesa a semejante trance no te deja en una posicin confor-table. A m no me qued ms remedio que asumir una relacin honesta y brutal con el dolor, aunque este aparentara ser inasumi-ble y eterno. Porque es cierto que una vez que te ubicas en una ecuacin con algo, que no alguien, la balanza de poderes solo pue-de inclinarse hacia el lado de lo que no tiene

  • 18

    conciencia de estar venciendo. Sin embar-go, luchar en una batalla perdida de antema-no no es tan intil como podra parecer. No hay nada que trastoque tanto las estructuras del vnculo de lo humano consigo mismo y con el mundo como la derrota. Y no hay nada que nos confronte ms con la idea de posibilidad.

    Por eso decid que referirme a este episo-dio como un intento de suicidio, sin ms, era reduccionista, inexacto y lo que es ms im-portante, hortera. Y an as, durante mucho tiempo no fui capaz de explicarlo sin dar la impresin de intentar justificarme o de que buscaba aplacar la culpa de un secreto feo y mezquino. Ahora veo con claridad que esta accin era la nica digna que haba llevado a cabo hasta entonces. Y me alegra no haber alcanzado el xito con ella tampoco. Si no cmo disfrutar el extrao orgullo de saber que empezaba a hacerme cargo de mi vida por primera vez, aunque fuera mediante el intento de acabar con ella.

  • 19

    Por favor, no interpretis mis palabras co-mo una apologa del suicidio. Por el contra-rio, no se lo recomiendo a nadie. Antes que nada, podrais morir y en ese caso, ya no ten-drais la oportunidad de descubrir la enor-me belleza que encierra un acto de voluntad tan desesperado.

    Sufrir es innecesario y luchar contra la depresin, intil. Pero probablemente todo lo que hace que valga la pena vivir lo sea tambin.

    De all hasta aqu no hay ms que un so-porfero camino hacia la redencin que har todo lo posible por ahorraros. Aunque ocu-rriera tambin alguna que otra cosa bonita. Por ejemplo el amanecer, desde las escaleras de la Plaza de San Martn, con algn amigo revolucionario, que de no ligar conmigo, se daba por satisfecho recitndome fragmen-tos de Memorias de un payaso. Instantes en que era feliz, pero cmo no serlo si en cuan-to el sol terminara de asomar por detrs de

  • 20

    los cerros y las barriadas, sera otra vez el fin del mundo.

    Tena 27 aazos cuando finalmente conse-gu una visa de estudios en Espaa. La verdad es que no hubo nadie que intentara desani-marme, pero s surga cierto clima de funeral cuando se hablaba de mi partida. Tena un trabajo relajado y bien pagado en un diario de derechas, la economa se estaba reactivando a la velocidad de los mltiples yates que hoy privatizan aquellas costas verdes, grises y ale-gres limeas y yo me marchaba. Alguien co-ment por ah que despreciaba un respetable futuro como editora de la prensa oficial, para limpiar los baos del Viejo continente. Y no iba desencaminado. En mi cabeza delirante, el mster de la EFE de la Universidad Rey Juan Carlos me catapultara hacia una carrera de corresponsal de guerra o catstrofes, entor-nos en los que yo senta que hubiera encajado de bien a genial. Cuando comprob que se trataba de resumir cables, me desped con una mueca de abatimiento y no asist ms.

  • 21

    Desde entonces empez una penosa lu-cha por la supervivencia a travs de todo el espectro del trabajo asalariado al que un extranjero puede aspirar: limpieza, ventas, hostelera, crianza de infantes, name it, solo me falt la cosecha de fresas en Huelva. Una forma quiz algo perversa y enrevesada de colocarme a m misma entre la espada y la pared. La pared era una vida con trabajo ali-menticio, muebles de Ikea, rebajas en Zara y bares los fines de semana. La espada era la literatura. Pero a veces ocurren cosas. Algu-nas de ellas tan increbles que te tienes que olvidar de espadas, paredes y metforas y entregarte a ellas de un modo en el que solo te entregas desde la inexperiencia. Y no ha-blo del amor romntico hacia una persona, sino hacia una causa. En este caso, una tan inmensa y arrolladora como el espacio fsico que ocupaba y que nos dejara a los implica-dos una marca imborrable cuyo significado nos veremos interpretando durante muchos aos en adelante.

  • 22

    En fin, si tragarme 5 gramos de Triptanol y 3 de Xanax fue el primer paso hacia una vida mejor, emigrar fue el segundo. Irme de Lima ha sido la nica cosa realmente inteli-gente que he hecho.

    Ocho aos despus del inicio de ese viaje, mirar alrededor resulta un dj vu doloroso, porque solo hay ruinas. Me consuelo pen-sando que al menos son unas ruinas hermo-sas. Y puede que sea verdad. Pero qu ms da, son ruinas de cualquier modo. As que todo lo que se puede decir es adis.

  • 23

    AUTOAYUDA Y AUTOSTOP

    Mientras hago las maletas, me invade una inesperada sensacin de calma de la que no puedo evitar desconfiar, bsicamente porque no tengo ni la ms mnima idea de a qu viene a cuento en medio del caos que me rodea. Cientos de papeles con cosas escritas a mano, fotos, cositas. Sobre todo cositas. Un univer-so de ellas. Las meto en una bolsa de plstico que dejo en el pasillo, que es donde se dejan las cosas de las que una tiene la intencin de olvidarse y me voy al balcn a comunicar esa absurda serenidad a mis plantas, que florecen como si tal cosa. Dispongo de dos meses para despedirme de Madrid. Pienso que es dema-siado tiempo para lo poco que hay que decir, as que decido reducir ese perodo a su mni-ma expresin y largarme de un da para otro.

  • 24

    Cojo el ordenador y busco un coche com-partido que me lleve fuera de esta ciudad en la que poco a poco he vuelto a ser una extran-jera. Mientras escribo al chofer, se componen en mi cerebro toda clase de pensamientos superficiales acerca de la burbuja inmobilia-ria, la fianza del piso, un paseo por la Casa de Campo buscando vestigios de la batalla de Madrid, como si fueran pruebas de una derrota que comprendo demasiado bien para poder explicarla con palabras.

    El da que salgo de Madrid, paso unas cin-co horas padeciendo en silencio la esperpn-tica historia del rock espaol (algo llamado Huecco, Los Celtas Cortos, perdn seores, el puto infierno), antes de parar en Donostia a recoger a una joven au pair estadouniden-se. El chofer y ella proponen dar un paseo por la Concha antes de volver a la carretera y yo prefiero quedarme en el coche. Cuando vuelven, al cabo de diez minutos, parecen haber desarrollado un vnculo autntico y duradero. Me imagino que han escrito sus

  • 25

    nombres en la arena y que al percatarse de este simblico acto, los dems paseantes de la playa se les unen y escriben tambin los suyos, llamando as a todos los habitantes de Donostia que juntos llenan la playa de sig-nos intiles en una liberadora liturgia que yo apruebo desde el asiento de atrs de un coche desconocido con actitud maternal. Me siento la gua de un camino que nunca he recorrido.

    Horas absurdas por las que el tiempo se cuela como de coa. Es decir, no siento na-da, no pasa nada. Nos detenemos a rellenar el tanque de gasolina y al lado se estaciona un grupo de jvenes rebeldes con los alta-voces a todo trapo. Suena algn tipo de dub step demoniaco y seductor y estoy a esto de pedirles que me lleven con ellos a donde sea que vayan. Pero tengo miedo de herir los sentimientos de mi lift original y desisto. Veo al Xantia de los jvenes rebeldes perder-se ms y ms en el blanco horizonte francs y me invade una melancola asquerosa que

  • 26

    tardo todo el da en sacudirme de encima. Me est venciendo la desmotivacin y en muy mal momento. En menos de dos horas me encuentro en la meta final de mi coche compartido y a seiscientos kilmetros de la ma, sin mapa. Doy algunas vueltas lamenta-bles por la gasolinera en donde me he que-dado varada y ya no me siento melanclica sino confundida, casi atnita, como un ani-mal cegado por los faros de un coche. Pero miro a ambos lados de la autopista y no pasa ni un solo auto. No hay seales de coches, animales vivos o animales muertos. No hay desastres ni maravillas. Esa luz cegadora vie-ne de dentro. S que estoy perdida.

    No transcurre ni media hora desde que empiezo a mendigar transporte para que mi sonrisa se transforme en una mueca perple-ja y mi confianza en los seres humanos, en un juramento de venganza. Oscurece de un modo en que parece que el universo intenta-ra decirme que empiece a preocuparme, as que obedientemente me figuro pasando la

  • 27

    noche ovillada entre los costales de carbn que circundan la pequea tienda de la ga-solinera. Aunque la verdad es que tampoco creo que sea para tanto. Mientras, he segui-do acercndome a los coches y sus amos. En mi vasta experiencia como vagabunda, he tenido oportunidad de comprobar que las chicas jvenes tienden a ser ms cuidadosas de meter extraos que muestran una higie-ne propia de maleantes en sus coches. As y todo me aproximo a una mujer exuberante y bien peinada, que responde a mi voz infantil con una sonrisa preciosa e incrdula. Me ha-ce un gesto alegre indicndome que la siga. Me compra una lata de Redbull, me ofrece tabaco y descubre su nuca para mostrarme un tatuaje con el nombre de su hijo fallecido.

    No hacemos ni dos horas en la carretera, pero al menos he conseguido salir de Holan-da, que no s por qu me da mal rollo. Ya es de noche cerrada. Me quedo en la puerta de la gasolinera acosando conductores un buen rato, antes de darme cuenta de que

  • 28

    de algn modo estoy en la direccin equi-vocada. Entro a la tienda y le pido un mapa al dependiente, un marroqu astuto que me cala de inmediato. A dnde vas?. No s. A donde sea. Y vas t sola? pre-gunta provocador. S. Y si no te coge nadie?. Pues paso la noche aqu, leyen-do. As que eres una sobreviviente, no? Espera veinte minutos, cuando termine mi turno te llevo a la gasolinera del otro lado de la carretera. Desde all puedes llegar a Ds-seldorf o a Colonia. Ok.

    El sujeto sale de la tienda con aspecto de acabar de dejar el gym. En su coche hay no menos de doce botellas de agua de litro y medio, llenas. Nos ponemos en marcha y al cabo de cinco minutos de curvas y desvos sin sentido, nos encontramos en medio de un bosque sin ms iluminacin que los fa-ros del coche. Yo haba prometido a unas cuantas personas no exponerme a situacio-nes como esta. Lo hice para evitar sentirme tentada de encontrar una gratificacin fcil

  • 29

    imaginando a mis allegados en vilo, impe-didos de realizar sus labores cotidianas an-te el pasmo que les produca la escena de s mismos reconociendo mi cuerpo sin vida en una morgue internacional. Qu ilusa, en una fantasa de prdida y luto, nadie se imagina a s mismo en un rol que no sea el de difunto.

    El momento de esperar lo peor haba llegado y compruebo que, en este caso en particular, mentir o haber dicho la verdad da exactamente lo mismo. Estaba sola y si sala ilesa, nunca sabra por qu y si no sala ilesa, sera una muerte igual de banal y solitaria que cualquier otra. Busco detenidamente las palabras que en alemn B1 podran expresar mi deseo de no ser torturada. El tipo, que es ms listo que el hambre, me mira de reojo y dice alegremente: Keine Angst.

    Finalmente en la gasolinera del otro la-do de la autopista, siento como si acabara de terminar un viaje dentro de otro viaje. Un viaje hacia el riesgo innecesario y la im-probable nobleza de los extraos. No me

  • 30

    prometo que no lo volver a hacer, porque ira en contra de las reglas del autostop. Pe-ro s me prometo no volverlo a hacer des-pus de que termine ese viaje, si sobrevivo, a menos que el mundo devenga en un fu-turo posapocalptico sin combustible, estilo Mad Max.

    Como sea, consigo llegar a Dsseldorf. Es tan tarde y el color del cielo tan feo, que me parece casi lgico que el primer capullo al que me acerco me pida sexo a cambio de acercarme a Dormunt. Un hombre con pin-ta de conocer exactamente su propsito y lugar en este mundo y que ha observado la escena anterior desde una prudente distan-cia, se anima tambin a proponerme algo. Me ofrece diez euros a cambio de que desis-ta del acto irreflexivo que vengo llevando a cabo y coja un tren. Me parece un trato justo. Cojo mi macuto y me arrastro a lo largo de la calle, esquivando jvenes fiesteros y tranvas fantasmales, en busca de la estacin central. El ticket a Dormunt cuesta doce pavos, as

  • 31

    que me permito considerar volver a probar suerte en la estacin de gasolina. Finalmente entro en razn y compro el dichoso boleto. Me paso todo el trayecto preguntndome si he estado a punto de tasar mi integridad fsi-ca en dos pavos.

    La estacin de trenes de Dormunt me-rece una crnica aparte, pero voy a ser sin-ttica. Resulta que recalo ah durante la re-saca del clsico DormuntBayern Munich, as que desfila ante m la crema y nata de los estertores sociales del ftbol profundo. Consigo hacerme de una esquina en un banco de madera y mientras hago lo posi-ble por perder la conciencia unos minuti-tos, se desencadenan una serie de sucesos consecutivos que me impiden alcanzar mi objetivo. Primero gritos desordenados. Un grupo de quinceaeros ha rodeado a un ti-po que, desconcertado, tarda unos segundos en comprobar que le han robado la cartera. En lo que tarda el sujeto en hacerle una llave judoteca al ms canijo, la recepcionista del

  • 32

    Centro de informacin ha llamado a la poli-ca local. Tres uniformados entran al recinto dando trancos de rinoceronte y aplastan al adolescente entre el suelo y unas refulgen-tes esposas. El hooligan que llevaba un rato sentado a mi lado se aparta delicadamente la bufanda amarilla y negra: Willkomen aus Deutschland dice y se pone a vomitar algo del color del equipo de sus amores.

    Decido que ya he tenido bastantes im-presiones de tan insigne ciudad y sealada fecha y me retiro a los baos pblicos, en los que me consta un atribulado viajero puede encontrar sosiego del mundanal ruido. Solo basta con echar mano del bao de discapa-citados, donde hay suficiente espacio para tumbarse y disfrutar un merecido descanso de diez minutos. Cuando despierto de mi siesta por fin ha amanecido. Es increble el poder que tiene la luz del sol sobre este ena-jenado planeta. En la estacin no queda ni un alma humana, ni siquiera la mujer de la caseta de informacin. Pero sobre la baldosa

  • 33

    pestilente brincan cinco conejitos marrones. Estoy por acercarme a intentar acariciarlos, pero me invade de pronto la sensacin de haberlos visto antes. Es que acaso los hooli-gans adoptaban forma de roedor, al despun-tar la maana? O mucho peor. Era ese su es-tado original y era la apariencia de hooligan el resultado de una cruel maldicin? Qu podra merecer tan despiadado castigo? Los conejitos brincan y olfatean por aqu y por all, pero de pronto ya no lucen ni tan tier-nos ni tan inocentes. Alguna gorda habrn liado para cabrear tanto al hechicero. Proba-blemente violar en grupo a su hija o algo as, fuerte y sdico. Vuelvo sobre mis pasos y no les doy la espalda hasta llegar a la salida.

    Doy unas cuantas vueltas sin sentido an-tes de dar con una gasolinera cercana. All empiezo a sospechar que soy el nico ser humano que no se encuentra cerca del co-ma etlico en toda la ciudad. Felizmente voy tan pasada de rosca que no me desanima la idea de quedarme dos o tres horas o toda la

  • 34

    maana sentada en el canto de la acera mi-rando los arbustos. Un hombre me ofrece el aventn deseado, pero poco despus com-prende que se encuentra ante una persona delirante y posiblemente peligrosa, as que desiste de su intencin original. Pero se trata de un hombre lcido. Un hombre que sa-be que las personas delirantes y peligrosas tambin deseamos vivir una vida mejor. Y me regala veinte pavos. Animada por este nuevo giro de los acontecimientos, me lanzo sobre un coche blanco al que identifico co-mo taxi cuando ya me encuentro dentro. El tipo que lo conduce es del mismo palo que el anterior. Un inmigrante iran que hace ca-so omiso de las leyes del capitalismo y me deposita gratis en la nica gasolinera que se encuentra en la autopista hacia Hanover. No pasan ni cinco minutos y consigo parar una furgoneta. Van dos chicos de aspecto relaja-do y sonrisa de publicidad de pasta de dien-tes, la mar de majos. Los diez minutos que paso dentro de ese coche pasan como una

  • 35

    suave brisa californiana y cuando finalmente aparcan en una pronunciada curva sin acera, donde no se percibe nada ms en el horizon-te que un frondoso bosque caducifolio y un gato blanco atropellado a su vera, me apeo sintindome tan despreocupada, atltica y documentada como ellos.

    De aqu en adelante, todo ocurre ya casi por inercia. Seis horas ms de autostop con gente que no vuelve a dudar de m ni de mis buenas intenciones. Gente irresponsable. Mucho ms irresponsable que yo. Gracias al cielo llego a Leipzig antes de verme obligada a acercarme a otro extrao. Me encuentro a nada de mi punto antisocial de no retorno.

    Tardo tres horas en enamorarme sin te-ner ni puta idea de qu. Leipzig es una ciu-dad preciosa, llena de rboles y de centros sociales; donde tengo amigos que quiero de verdad, pero lo que ms me emociona es que me es ajena todava.

    Me sorprende lo serena que me encuen-tro, imitando la serenidad de mis amigos

  • 36

    de all. Al atardecer, tomamos caf en el te-cho del edificio que pronto habitar y pasa un globo aerosttico al que pierdo de vista echando de menos a alguien. Empiezo a pensar que ya es hora de ponerme a traba-jar en este libro, pero la miseria emocional se pone de pie de pronto. Resulta que todo este ratico haba estado de cuclillas, esperan-do a que duerma y me alimente para mos-trarme sus patas largas, largusimas. As que me paso el resto del da imaginando formas de traerme todo mi pasado conmigo a estas tierras. Llegada la noche entro en el chat de Facebook y tiro un poco de mierda sobre lo poco recorrido hacia la libertad y la verdad. Es tan evidente que ha sido un acto de auto-terrorismo, que ni siquiera me tomo la mo-lestia de arrepentirme y retomo la senda del gozo como si nada.

    Tres das y poco ms es lo que me cuesta conseguir casa, bici y proyecto para el vera-no. S que suena banal, dicho de esta for-ma, pero en ocasiones es necesario para no

  • 37

    bloquearse delante de lo inminente. Aunque suene a chiste, decido que ya es hora de vol-ver a Madrid. Mi cabeza no puede procesar ms momentos imprevistos, me digo inge-nuamente, as que decido hacer un compli-cado Tetris de Carpoolings y me lanzo de vuelta a lo que queda de mi antigua vida.

  • 39

    SUCIA POLICA

    Las primeras ocho horas del camino son irreproducibles, principalmente porque no prest ni pizca de atencin a nada e hice to-do lo posible por parecer o quedarme dor-mida. Pero al llegar a la frontera de Francia, a eso de la una de la maana, compruebo que he conseguido el segundo objetivo, cuando me despierta un gendarme dndome con la linterna en la cara y exigiendo, de muy malas maneras, que muestre mi documentacin. Tardo lo que tarda una persona en el esta-do en que me hallo, es decir, entre satisfecha y moribunda, pero es igual, las cartas estn echadas. Antes de que el gendarme termine de posar sus ojos en mi pasaporte, ya me es-tn ordenando que baje y al conductor, que ahueque el ala. Me cago en todo en lo que

  • 40

    se puede cagar un inmigrante en Europa. Es-pecialmente en la autoridad y en la polica, cosa que los agentes tienen oportunidad de constatar cuando vuelcan mi bolso y saltan de l todos los flyers, trpticos y convoca-torias impresas antifascistas, antirracistas y antipoliciales que pude recolectar en cuatro das de merodeos por cuanto centro social se cruz por mi camino. Y el Ideario anar-quista que me llev para educarme un poco, durante el viaje. As que se monta. Me qui-tan el mvil, se cachondean de mi francs salchichero y me preguntan si tengo relacin con esto o con aquello. Yo respondo a todo que me devuelvan mi pasaporte. Ms risitas aviesas. Uno de los gendarmes coge mis fo-lletos del suelo y los empieza a romper y a tirar a la papelera, uno por uno. Luego coge mi libro e intenta hacer lo mismo con l y en lo que se le dificulta la tarea, hago caso omi-so de una muchacha africana que me pide en espaol que por favor, no, me lanzo contra el sujeto y le arranco el libro de la ma-

  • 41

    no, con lo que acabamos l y yo a empujones y forcejeando hasta que gana el muy idiota, aplicando toda su brutalidad de mierda con-tra mi pobre dedo anular. He gritado tan alto EH EH EH!! y algunas barbaridades en peruano cerrado, que he conseguido llamar la atencin de un superior, que se presenta antes de que me abran una ficha, revisa mis papeles, comprueba que estn en regla y, co-mo si nada, solicita que me devuelvan mis cosas y se me deje en libertad. A las tres de la maana, en plena oscura, fra y desrtica autopista. Me cubro como puedo y arrastro el macuto tras de m como si fuera un perro. En la otra mano tengo el Ideario anarquista. Igual me cuesta pillar algunos conceptos, pero entiendo lo suficiente como para seguir fascinada por el primer discurso que puso en palabras y teora el cuestionamiento del poder autoritario.

    No se me pasa por la cabeza intentar con-seguir un aventn a esas horas. Me siento de espaldas a un poste, nuevamente cerca del

  • 42

    peaje y para que conste que existo y llegu de una pieza, le hago una seal con la cabeza a la encargada de la garita, que me responde con un gesto que me parece tan bondadoso que, si fuera capaz de relajar algn msculo de la cara, me echara a llorar de pura indignacin.

    Pero en vez de llorar, saco mi cuaderno y el boli de la mochila y hago el gesto de ponerme a escribir. Cosa de la que, al cabo de segun-dos, me disculpo conmigo misma de llevar a cabo debido a las lesiones que el gendarme ha causado en mi dedo. Y an consciente de que soy diestra y es el dedo anular izquier-do el que est daado, me felicito por haber dado con una imagen lo bastante cinemato-grfica para no abandonarme a pensamientos menos estereotipados y ms dolorosos.

    Es el aburrimiento lo que da paso a que se abran las compuertas del discurrir cere-bral uncensored. Atencin, que esto puede resultar no apto para personas sensibles al sentimentalismo. Solo recordaros que son las tres de la maana, he sido vapuleada por

  • 43

    la polica fronteriza durante varias horas y no solo no tengo transporte, sino ni una mnima idea de a dnde se supone que de-bera volver. Soy Dorothy, veinte aos despus, sin ta, ni perro, ni granja, nego-ciando una sentencia de divorcio y con la Greencard a punto de vencerse. Empiezo preguntndome si las cosas ms bonitas de mi vida ya han ocurrido. Si tengo deseos de, como dice Servando Rocha, seguir adelante sin que la esperanza sea algo imprescindible. A travs de capas y capas de engendros de constructos mentales, reflexiones circulares y juicios cojos, las puntas de las zapatillas de rub de mi cerebro, se tocan. Click, click! No hay nada como el hogar.

    Introduccin al recuerdo:

    Cuando era nia quera ser paleontloga. En realidad, quera ser Indiana Jones, pero cuando conoc la historia de Diane Fossey

  • 44

    descubr cunto me atraa tambin la posibi-lidad de convertirme en mrtir. Me imagina-ba perfectamente viviendo en una tienda de campaa, entre lobos, pirmides y huesicos, escribiendo mis memorias desde los treinta aos. Un poco como ahora, pero amparada por un mnimo de rigor cientfico. Sin em-bargo, los coches bomba, la pobreza, la co-cana, y la dictadura de Fujimori de algn modo fueron incompatibles con ese sueo. As fue como vine a dar a Carabanchel.

    El recuerdo:

    Un milln de variables y cosas locas se en-trecruzaron de tal modo y con tal fuerza, que mi amiga Sarita y yo acabamos arras-trando nuestros corazones atormentados seres a Asturias. Por medio de la hechura de trajes chamnicos con unas cortinas vie-jas de terciopelo adamascado, la compra de pinturas para la cara en el Todo a cien, se-

  • 45

    tas tailandesas y mltiples bendiciones de allegados y afines, invocamos revelaciones e iluminaciones que nos liberasen de las ca-denas de nuestra propia ineptitud para gozar de la vida. Una preproduccin tan necesaria como las cuatro horas que dedico a perder el tiempo en Facebook antes de empezar a escribir. O sea algo, dentro del contexto de lo ridculo, imprescindible. Tras un da de expediciones espeleolgicas, paseos por las vas del tren, sbitas crecidas fluviales y lu-cha por la supervivencia atravesando peli-grosas sendas en medio de la noche cerrada, nuestro gua espiritual y confesor nos pro-puso acercarnos a un yacimiento arqueol-gico abandonado.

    Caminamos por una propiedad de uso restringido durante unos quince minutos antes de dar con el sitio. Una cueva impo-nente bajo la que se haba levantado una plataforma de madera y debajo de ella, la ex-cavacin. Un cartel nos advirti que la multa por traspaso asciende a 900.000 euros, nada

  • 46

    que no podamos asumir. Las rejas son muy estrechas, as que seguimos las instrucciones de nuestro gua una vez ms y nos encara-mamos en el rejamen y por entre algunas afiladas pas y cables con toda la pinta de estar electrificados. Cuando salt dentro, un fogonazo de luz me sacudi un poco la cabeza y me percat de que segua con un colocn importante de fungi. Pero no me hice mucho caso. Aquello era como en los libros. Las cuadrculas estn marcadas con hilo de pesca, cada tramo sealado con un nmero y cada etapa de profundidad, con un color. Nuestro gua nos hace un gesto pa-ra que lo sigamos. Se trata del vaciado ms importante del yacimiento, nos explica. Y tiene una escalera. Nos metemos los tres dentro de ese espacio profundo y estrecho, rodeados por una cantidad tal de huesos, marcas y piedras afiladas que mi amiga y yo experimentamos algn tipo de sndrome de Balzac, versin antropolgica. Nos pasamos unos minutos palpando las paredes como si

  • 47

    furamos fetos ciegos y conscientes, anali-zando piedras, alabando los ensayos descar-tados de presuntas armas y herramientas. Al cabo de un rato, mis amigos abandonaron la zanja y me qued yo sola con la linterna apa-gada, pensando en las extraas vueltas que haba dado la vida para acercarme tanto a ese sueo que alguna otra haba conseguido convertir en su vida, colocada de setas, con la cara pintada de apache y con un pauelo rosa atado en la cabeza a modo de invoca-cin a no s qu elementos sagrados en los que ni siquiera creo.

  • 49

    DECEPCIN EN L A BASTILL A

    En los noventas, all en Amrica Latina, se hizo muy popular un programa de televi-sin llamado Pare de sufrir! Era una buena idea. T les dabas tu dinero y ellos se encar-gaban de que Dios retirara de ti las plagas de desamor, enfermedad y fracaso. Cunto ms insoportable el dolor, ms pasta tocaba palmar, como es lgico. Sea por la gracia de Dios o la del mero orden de probabilida-des, muchos de los feligreses efectivamente hallaron alivio a sus pesares. As y todo, los rumores de estafa y las denuncias, no se hi-cieron esperar. El pastor se mostr en todo momento consternado. Con la abatida mi-rada que diriga a la cmara pareca clamar: Pero si tienes tu tele de plasma, tu novio narco ha vuelto a tu lado y de hecho ya es-t medio mosqueado porque lleva ms de

  • 50

    cinco minutos esperando que le lleves la lata de cerveza al sof, para que pueda disfrutar como Dios manda del partido Qu ms quieres? Qu?!. En el silencio de la no-che peruana, se oye una voz sollozante que musita: Quiero volver a sufrir.

    La vida est llena de grandes contradic-ciones como esa. De juegos de tensin y re-sistencia. Quiero, quiero, quiero Tengo!: bajn. Cmo? No era la cualidad inasible de ese objeto la causa de la ansiedad, del insomnio, de los pensamientos obsesivos y la inquietud? Es que no ests contenta? S. Etimolgicamente hablando, sin duda lo es-ts. Pero la satisfaccin y el tedio se parecen mucho. No es nada nuevo. Le pas a Robes-pierre, cuando su gesto, contemplando La Bastilla tomada, se torn flcido y ausente. Qu te pasa, Robes? Ests bien? pre-gunta su chica, que est ah solo para com-probar si l es feliz cada segundo de su exis-tencia. S, s. Vete adelantando con los de turba airada. Ahora os alcanzo.

  • 51

    Estar bien fue mi misin en la vida durante tanto tiempo que me convert en una consumidora compulsiva y experta autoinductora de experiencias epifnicas. Ya no s hasta qu punto he sido capaz de apreciar la belleza irreal del sol mostrando sus primeros rayos entre los aviones dete-nidos de la pista de la T4, cuando entraba a vender zapatos a las siete menos cuarto de la maana y a partir de cul me encon-traba a punto de sufrir una aneurisma pro-ducto del esfuerzo emocional por convertir el sueo, la soledad y la desesperacin en asombro. Ignoro si han sido demasiados aos escuchando historias de parisinas que viven en pisos de ensueo pagados con sus salarios de camareras y que rozan el Aleph metiendo la mano en un saco de lentejas, de ngeles que envidian nuestra jornada de ocho horas con vacaciones prorrateadas y sirenitas que cambian la inmortalidad por una noche de copas con un to bueno, pero de verdad que soy una experta.

  • 52

    Y como mi tedio se pareca lo suficiente a la madurez, me dije que haba alcanzado un estado de gracia susceptible de ser estu-diado y aprendido y me propuse desarrollar un mtodo y crear unas herramientas para ejecutarlo. Como Mtodo Elisa sonaba demasiado parecido a Prueba de Elisa, me decant por un ttulo ms literario. Bus-cando la felicidad de la manera equivocada, lo llam en un principio. Luego le aad lo de Y sufriendo innecesariamente, que me pareci la mar de honesto.

    Lo primero que hice fue un ejercicio per-sonal de desapego que fue duramente cues-tionado por mi pareja de entonces. Esper un momento de soledad domstica, sal al balcn, cog una de mis plantas y la mat con mis propias manos. No hubo ritual de pre-paracin, tampoco escrib un poema, ni un cuento sobre ello. Mis fines no eran msticos ni estticos. Se trataba de un ejercicio de fortaleza interior, nada ms. Pasaron varios meses hasta que me sent capaz de seguir

  • 53

    adelante con mi proyecto. Lo siguiente fue googlear algunas herramientas bastante re-curridas por socilogos que supuse que le otorgaran algn peso cientfico a mis con-jeturas. Di con unos grficos muy atractivos de crecimiento y decrecimiento. Cog uno de homicidios en Ciudad de Mxico y lo adapt para mis fines. Tena este aspecto.

    Grfico de crecimiento y decrecimiento del dolor

    Gra

    do d

    e int

    ensid

    ad d

    el do

    lor

    Aos humanos

    9

    8

    7

    6

    5

    4

    3

    2

    1

    0 310 1014 1418 1824 2428 2833 3335

    AutoengaoConsumo de MDMA

    Amor romnticoRealizacin creativa

    Estabilidad econmica

  • 54

    A lo largo de varios das, procur hacer un seguimiento ms detallado de los grados de intensidad de la presencia del dolor en mi vida cotidiana. No acud a la tecnologa, esta vez, sino que me limit a realizar dibujines que aqu reproduzco.

  • 55

  • 56

    El seguimiento continu durante todo lo que me dur el entusiasmo. Pero como los grados de dolor empezaron a acusarse, el entusiasmo lgicamente se desvaneci. Por esos das ya me haba convertido en em-prendedora y paulatinamente, pero sin pausa, me vi inmersa en un sinfn de das de pago a proveedores y cuadernos de conta-bilidad, que terminaban indefectiblemente en el consumo de alimentos balanceados y series on line. Esa fue la verdadera cara no maquillada de mi dolor y vergenza.

  • 59

    POR QU YO SOY YO Y NO T? NO, EN SERIO, POR QU?

    Cuando consegu sacar la cabeza de esa tor-menta de autoexplotacin, me encontr cara a cara conmigo misma, ms sola que la una, ya que haba ido apartando meticulosamen-te todo lo que pudiera parecerse a un testigo. Es decir, me di con la nocin improbable y la imagen, cada vez ms real, de un universo de personas que iban por ah, con sus tor-mentas y revelaciones. Personas. El prjimo. Ese al que yo haba querido amar como a m misma, hasta que me di cuenta de que con eso les haca un flaco homenaje. Si no poda amarlo, por lo menos, no deba perderlo de vista hasta que supiera cmo.

    Pero, dnde estaba? Qu haca el pr-jimo, quienquiera que fuera? Eran los conductores de mi viaje en autostop mis

  • 60

    semejantes? Por qu no me lo dijeron? En vez de haberles hecho llevarme hacia un des-tino previamente fijado, me habra ido con Alia, a conocer a su familia montenegrina en Stuttgart y con los jvenes deportistas y de espritu libre, a lanzarme cuesta abajo en bicicleta. Mi casera, una amiga con la que es-tuve a punto de convertir una fiesta de Jger-meister en una tragedia social posmoderna, mi chico, mi ex, mi otro ex, mis otros cuatro ex y sus padres, por qu no juntarlos a todos en una habitacin, algo entre fiesta de cum-pleaos sorpresa e intervencin y pregun-tarles: Y vosotros, qu? De verdad, cmo lo estis llevando?. Estaba tan inmersa en lo urgente de mis preguntas y de la crudeza con que pretendo demostrar que no tengo miedo, que era incapaz de captar la impor-tancia de que las historias de los dems sean reales y no sean mas. Por lo tanto cada ins-tante se convierte en una nueva puerta falsa. Una que cruzo pensando: por aqu no. Porque lo que me lleva a cruzar esa puerta

  • 61

    no es lo que hay dentro, sino mi obsesin por conocerlo. Siempre dando pasos hacia mi deseo de estar cerca de algo o de alguien, no hacia la posibilidad de la imposibilidad de comprenderlo. El maldito rbol que no me dejaba ver el bosque era, no poda ser de otro modo, yo misma. Tiene sentido?

    Por supuesto que no. Esto dej de tener sentido hace tiempo as que hay que reha-cerlo todo. Es por eso que este libro no es un libro, sino un prlogo a un proyecto de dimensiones trascendentales. El libro, la pe-lcula o estudio sociolgico (an no s qu formato es el que le corresponde) empezar conmigo en el papel de reportera musical freelance. Mi personaje est convencida de que entiende la msica y se hace reseista para compartir este sentir supremo. Ms estupidez. Se cuela en el camerino, aprove-chando que es pequea y escurridiza, entre los grandes periodistas/escritores-gonzo (que vienen a ser las personas serias y for-males que resuelven problemas reales de la

  • 62

    humanidad, tales como filsofos, pedagogos y grandes figuras humanitarias) y all est su banda favorita. Los lleva siguiendo desde la adolescencia, desde Per, cuando la nica banda que iba de gira por esas tierras era Santana. No tienen nombre, son demasiado intensos y rompedores para tenerlo. De he-cho, los medios y los fans se refieren a ellos como El Nombre en el afn de ser tan iconoclastas como ellos. La reportera consi-gue captar la atencin de la batera, una chica dura que se llama Satisfaccin y le pregunta qu opina de todo aquello, ella la mira des-apasionadamente y la remite a la tecladista, Cordura, la menos guay: Me parece que es con ella con quien tienes que hablar.

    Fue as que empec a preguntarme por vosotros y en paralelo, por mi salud mental. Se trata de un juego dialctico. Y en medio, van ocurriendo cosas. Lo siguiente ser ejer-citarme en comprehender vuestra verdad (y no mi fantasa lisrgica acerca de todo ser ajeno que se me pone delante) con la misma

  • 63

    seriedad ritual con que me propuse en su momento alcanzar la plenitud espiritual en la zapatera de la T4. Si no lo consigo, publi-car mis estudios en formato cmic y en la noche de la presentacin, har un juramen-to solemne de no volver a llevar a cabo mis ideas, nunca ms.

    Fue por esos das que alguien tuvo la auda-cia de invitarme a hablar en pblico. Papel +, encuentro de editores independientes. Ha-ba performance, msica, excesos grficos Gente que haca cosas formalmente raras, pero con un fin muy sensato. Lo que yo iba a hacer variaba ligeramente el tono, se trataba de algo formalmente sensato (hablar en p-blico), pero con un fin muy raro.

    Sal al escenario interpretando una acti-tud arrebatada e irreverente. Era mi modo de protegerme de juicios morales poco fun-dados, ya que nadie all conoca mi trayec-toria como investigadora independiente ni el verdadero propsito de mi visita. Y como an no haba escrito este libro, yo tambin

  • 64

    formaba parte de ese pblico predispuesto a la incomprensin. As que todo se convirti rpidamente y sin remedio, en una carica-tura abyecta de lo que poda haber sido un encuentro sosegado entre muchas existen-cias afines y a la vez, separadas por ocanos de indiferencia.

    Eran muchos, pero los rboles, distinto de lo que se dice de las colinas, no tenan ojos. Eran rboles escpticos, que ya puestos, ni siquiera crean en la existencia del bosque, as que descart la opcin de improvisar all mismo un confesionario y cuando les ped que me confiaran sus miedos, frustraciones y anhelos ms ocultos, lo hicieran va telep-tica. Cerr los ojos y os lo juro que lo sent. Todo a la vez, as que no entend nada, pero sent claramente la resignacin y la urgen-cia en cada una de esas personas, incluso en contra de sus voluntades.

    Luego ped que me concedieran un es-fuerzo ms y que gritaran conmigo ciertos mantras y su correlativa negacin, con el fin

  • 65

    de aceptar plenamente la confusin existen-cial que formaba parte de la dialctica de la que os hablaba antes:

    Soy una guerrera!No soy una guerrera!El mundo est lleno de amor!El mundo es hostil y me hace dao!Amo la vida!Deseo la muerte!Os amo a todos!Dejadme sola!Pocos asistentes profirieron sonido algu-

    no y risitas de vergenza, las mas entre ellas, se dejaron or en la sala.

    Me resist un poco a dejar el escenario, porque siendo mirada me senta bastante a salvo de pasar a la siguiente fase, es decir, empezar a mirar a los dems. Una vez ms, todo lo que pareca una excelente idea en mi cabeza acababa en una especie de broma al realizarse. Devolv el micrfono antes de te-ner la oportunidad de cerrar mi charla can-tando Copacabana, que era lo previsto. Unas

  • 66

    cinco personas seguan atentas a la decons-truccin espontnea de aquello que haba empezado como una performance. Me des-ped torpemente y camin hacia la primera que me pillaba de camino a la cerveza. Era un chico fornido y dulce, pero no al esti-lo de Meat Loaf, sino ms bien a lo Henry Rollins en su faceta ms intelectual, y estaba all como representante de una coleccin de cuadernos de dibujo, la suya. Me lanc a l como si fuera el ltimo iceberg de la era del calentamiento global, consent a su charla ligera durante quince segundos y luego se la col: le pregunt si viva la vida que quera vivir. Me respondi con una metfora entre triste y maravillosa, acerca de un actor que decida echarse una siesta en un descanso de la representacin. Cuando se despierta, el teatro es el mismo, pero la obra que tiene que representar es otra. l, que no est para nada advertido de su nuevo rol, ni conoce el guin, sigue actuando el papel que conoce, qu remedio le queda. La historia termina

  • 67

    as. Pas varios das preguntndome si tena sentido reproducir esta historia en el muro de mi perfil de Facebook.

    Quiz hemos llegado a un punto en que la vida se divide entre las cosas que se pueden compartir en Facebook y las que no.

    Estn el sufrimiento esttico y el ncleo duro de la miseria. Vas a una fiesta y te sientes solo y alienado. Bien, por lo menos alguien te ha invitado a una fiesta. De hecho, eres tan sensible que tu existencia es demasiado ele-vada para convivir con la violencia de la ba-nalidad social. Bravo, tu dolor es guay, pue-des subirlo a tu muro y esperar a que tu fama de oscura te catapulte a un sinfn de situacio-nes de ligoteo, eso s, con gente perturbada en su mayora. Pero si ests en el almacn de tu propia tienda, sentada, casi ovillada en posicin fetal, rodeada de recibos, sabiendo a qu hora te vas, exactamente a donde vas a ir al da siguiente y en qu ocupars las 24 horas de todos los siguientes das de tu vida como empresaria de pacotilla, considerando

  • 68

    postularte a una entrevista como vendedora de tarjetas de crdito del Citybank, igual eso no lo fotografas, ni lo comentas, mucho me-nos lo compartes. Lo sufres en silencio y consideras hacerte cargo de quienquiera que te haya visto y hacerlo parecer un accidente.

    Para todos esos momentos tan poco fo-tognicos cre Painbook, una Fan Page fan-tasma porque, o he sido demasiado crptica al intentar explicar el origen y sentido de la misma (un espacio para acoger y devolver legitimidad a todas las imgenes y declara-ciones que se desechan por inapropiadas en una red diseada para la escenificacin de identidades sesgadas por la presin homo-geneizadora de la red) o realmente es ir demasiado lejos, pedirle a la gente que con-vierta el mismo soporte que utiliza para em-bellecer el rastro que deja su existencia, en vertedero de mala leche y autocompasin. Me inclino por lo segundo, todos queremos ser los ganadores de la categora: Vidas cotidianas. Lo que significa que Facebook

  • 69

    me ha confirmado, en nombre de sus ms de 150 millones de usuarios, lo que ya me haba advertido alguna persona a ttulo personal: siempre le estoy pidiendo a la gente cosas que no puede dar. Y ya no se trata solo de familiares o amigos, sino del pblico, mis potenciales lectores y mis contactos on line. Pero por ms vueltas que le doy, no me ha-go a la idea de cerrar la pgina, ya no tanto porque espere que un da se convierta en un fenmeno social sino porque s que si el holocausto de las redes sociales llega a ha-cerse realidad, no tendremos nada a lo que acogernos, solo Painbook.

  • 71

    EPLOGO DEL PRLOGO

    Como dije hace un momento, todo lo que habis ledo es realmente un largo prlogo a un proyecto que an carece de formato, aun-que probablemente sea tan confuso como este mismo texto multidisciplinar y est sub-vencionado por una coalicin entre Face-book, la SGAE y la UE. Pero puede que tarde un poco. A lo mejor no ser en el transcurso de las prximas semanas (contando desde la publicacin de este libro), meses o aos. De hecho, quiz lo mejor sea dejar que pase el tiempo y que el proyecto lo lleve a cabo mi yo futuro, en colaboracin con las personas que seris. Y si ese yo es uno que no necesita objetivar cada cosa que le pasa por la cabeza sino que espera, con paciencia y curiosidad, que el tiempo pase y la haga otra, porque

  • 72

    cree que ha dado en el blanco de lo que ya antes haba pensado que era el blanco, y si vosotros recordis este texto y pensis que se trata de un truco, de una prueba de fe y me ignoris porque creis que es precisamente eso lo que espera alguien que cree que lle-va demasiado tiempo esperando cosas que las personas de su pasado y de su futuro no pueden dar, est bien. Volver a este texto y leer solo hasta la parte en que nos reunimos todos: vosotros, el mundo y yo, juntos, con unas caas, con unas olivas Camporeal y nos contaremos cmo nos va.

  • NDICE

    Yo, Elisa F. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11

    Autoayuda y autostop . . . . . . . . . . . . . . . . 23

    Sucia polica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39

    Decepcin en La Bastilla . . . . . . . . . . . . . 49

    Por qu yo soy yo y no t? No, en serio, por qu? . . . . . . . . . . . . . . . 59

    Eplogo del prlogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71

  • Elisa Fuenzalida (Nger, 1978 Leipzig, 2013). Hija de un sacerdote peruano y madre desconocida. Vivi en la calle, de la compra-venta de animales hasta 1990. Breve paso por el pabelln de menores de la crcel de Inez-gane (Marruecos). En el ao 1997 retoma el contacto con su padre y ambos se trasladan a Madrid. Meses ms tarde el sacerdote acaba con su vida, dejndola como heredera uni-versal de la coleccin de escarabajos ms completa del mundo. No tiene un mster en gestin cultural. Ha publicado Fiesta (1998), Vuelos baratos (2010), Irreales (2011) y tiene una novela indita, Parsitos.

  • Este libro se termin de imprimir un da de verano de 2013 en

    los talleres grficos deColornet, Grcia,

    Barcelona

    Djenlo todo, nuevamente. Lncense a los caminos.

    Roberto Bolao

    www.honolulubooks.net

  • Otros ttulos:

    Coleccin BlogexploitationMari Klinski Ainhoa Rebolledo

    2013 Luca Muoz Molina

    Coleccin Lavorare StancaE-mails para Roland Emmerich Sergi de Diego Mas