Página | 1 EL PRÍNCIPE CRISTIANO Y EL PACTO MONÁRQUICO EN LAS EXPRESIONES NOVOHISPANAS DE LEALTAD Carmen FERNÁNDEZ GALÁN MONTEMAYOR y Salvador LIRA Unidad Académica de Letras Unidad Académica de Historia Universidad Autónoma de Zacatecas I. El pacto monárquico en las expresiones de lealtad Las expresiones de lealtad en España, desde el ascenso de Carlos V hasta la conformación de las Cortes de Cádiz, son el resultado de una motivación reflejada a lo largo de hábitos en aparatos artísticos-simbólicos con un determinado sistema de valores: la tradición pactista. Si bien se pueden rastrear sus orígenes con los algunas expresiones artísticas del mundo grecolatino o el proceso de adaptación y reconfiguración en la Edad Media, es en el Renacimiento –junto con el traspaso de sistema político de organización feudal a la organización de una monarquía moderna– lo que proporcionó cambios en las direcciones político-culturales, manifestando legitimación y continuidad en la representación del poder. Estas celebraciones fueron de carácter público, pues concernían a todos los pertenecientes del reino, otorgando un lugar y espacio en los nacimientos reales, aniversarios, asensos al trono, triunfos militares, nupcias o exequias. La historiografía sobre el pacto monárquico en las expresiones de lealtad, tanto de la península ibérica como de la Nueva España, ha proporcionado en principio dos enfoques de estudio. En primer lugar se encuentran las investigaciones sobre las ceremonias públicas y el arte, realizándose un análisis literario y emblemático de las fuentes documentales. Este camino proporciona reflexiones sobre las obras desde su tipo textual, entendidos como medios de comunicación, hasta el abordaje estético a partir de los documentos, que muestran de manera gráfica la representación de los aparatos artísticos. Francisco de la Maza recopila y analiza las piras funerarias en la Nueva España en un corpus de fuentes impresas, detalladas con grabados y litografías, con el objetivo de realizar
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EL PRÍNCIPE CRISTIANO Y EL PACTO MONÁRQUICO
EN LAS EXPRESIONES NOVOHISPANAS DE LEALTAD
Carmen FERNÁNDEZ GALÁN MONTEMAYOR y Salvador LIRA
Unidad Académica de Letras
Unidad Académica de Historia
Universidad Autónoma de Zacatecas
I. El pacto monárquico en las expresiones de lealtad
Las expresiones de lealtad en España, desde el ascenso de Carlos V hasta la conformación
de las Cortes de Cádiz, son el resultado de una motivación reflejada a lo largo de hábitos en
aparatos artísticos-simbólicos con un determinado sistema de valores: la tradición pactista.
Si bien se pueden rastrear sus orígenes con los algunas expresiones artísticas del mundo
grecolatino o el proceso de adaptación y reconfiguración en la Edad Media, es en el
Renacimiento –junto con el traspaso de sistema político de organización feudal a la
organización de una monarquía moderna– lo que proporcionó cambios en las direcciones
político-culturales, manifestando legitimación y continuidad en la representación del poder.
Estas celebraciones fueron de carácter público, pues concernían a todos los pertenecientes
del reino, otorgando un lugar y espacio en los nacimientos reales, aniversarios, asensos al
trono, triunfos militares, nupcias o exequias.
La historiografía sobre el pacto monárquico en las expresiones de lealtad, tanto de la
península ibérica como de la Nueva España, ha proporcionado en principio dos enfoques de
estudio. En primer lugar se encuentran las investigaciones sobre las ceremonias públicas y
el arte, realizándose un análisis literario y emblemático de las fuentes documentales. Este
camino proporciona reflexiones sobre las obras desde su tipo textual, entendidos como
medios de comunicación, hasta el abordaje estético a partir de los documentos, que
muestran de manera gráfica la representación de los aparatos artísticos.
Francisco de la Maza recopila y analiza las piras funerarias en la Nueva España en un
corpus de fuentes impresas, detalladas con grabados y litografías, con el objetivo de realizar
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una historia del arte funerario del poder1. El autor establece su interpretación con una
temporalidad que va de la fabricación del túmulo imperial a Carlos V, hasta la sátira hecha
por Joaquín Fernández de Lizardi, pues su argumento es que los estilos arquitectónicos y
estéticos varían según los tiempos y las escuelas.
Víctor Mínguez ha analizado las representaciones regias en la Nueva España a partir de
sus símbolos y emblemas2. Los sellos de gobierno español condicionaron un influjo
discursivo que tiene que ver con las ordenanzas y visiones que el monarca buscaba
proyectar, apoyado por la ausencia de la autoridad real en América —ya que el primer rey
que pisa suelo americano fue Juan Carlos I en 1997. La temporalidad que Víctor Mínguez
establece en sus investigaciones va de Carlos V a Carlos IV, realizando un análisis
simbólico de la monarquía entre dos orillas, Europa y América.
Carmen F. Galán ha propuesto un tipo de historiografía combinando el rescate filológico
y el estudio crítico emblemático de un obelisco a Luis I, que se erigió en la ciudad de
Zacatecas3. A partir de la reconstrucción textual del documento, la autora propone un
análisis desde el punto de vista simbólico, con el objetivo de establecer su filiación e
impacto ideológico. Por tal motivo se pueden observar las consideraciones icónicas entre el
monarca y quiénes asisten a su lectura, reproducción y dedicación en su contexto histórico,
su conjugación emblemática, las situaciones festivas a las que se hace partícipe y los
mensajes herméticos.
En segundo lugar se encuentra el estudio del pacto monárquico que interactúa con los
procesos políticos-sociales-económicos, explicando los movimientos de quiénes lo
convienen y frente a las situaciones en varios niveles de gobierno. No sólo ha tratado de
dilucidar algunas crisis, sino que ha articulado elementos que dan cuenta de un proceso de
ordenación, legitimación y propagación del pacto.
Marcello Carmagnani ha indicado que en toda España, gracias a la política austriaca de
permitir la diversidad de los reinos, se propició la elaboración de signos de identidad
1 Maza, Francisco de la: Las piras funerarias en la historia y en el arte mexicano, Anales del Instituto de
Investigaciones Estéticas - UNAM, México D. F., 1946. 2 Mínguez, Víctor: ―Los «Reyes de las Américas» Presencia y propaganda de la Monarquía Hispánica en
el Nuevo Mundo‖, en González Enciso, Agustín y Jesús M.a Usunáriz Garagoya (Dirs.): Imagen del rey,
imagen de los reinos. Las ceremonias públicas en la España Moderna (1500-1814), EUNSA, Pamplona,
1999, p. 231; y Mínguez, Víctor: Los reyes solares: Iconografía astral de la monarquía hispánica,
Universitat Jaume-I, Castelló de la Plana, 2001. 3 Fernández Galán, Carmen, Maritza M. Buendía y Gonzalo Lizardo (Pról.): Obelisco para el ocaso de un
Príncipe, UAZ – Texere Editores, Zacatecas, 2011.
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regionales unificados –en cada espacio y tiempo– en la figura del monarca4. Esto respaldó
la coexistencia común de una consistente simbología, en la que intervinieron: la religión
católica; la corte que asegura la fidelidad; y la figura de autoridad que imparte justicia, así
como garantiza la fe —todos éstos, sujetos convenientes en el pacto monárquico. Dado que
las interconexiones jurídicas, sociales, culturales, entre otras, son los motores que ponen en
movimiento las formas de participación con dimensiones internas y externas, reconocidas
en el movimiento del devenir histórico; las expresiones de lealtad son puntos de conexión y
el reflejo de un influjo de participación que toca cada nivel político. Por ello, a pesar de que
el proyecto borbónico tratara de unificar criterios, diferentes sentidos culturales se
encontraron formulando convivencia, debate, cierre o interacción.
José María Portillo Valdés explica lo que puede denominarse como ―la transgresión del
pacto monárquico español‖ en el periodo que va de marzo de 1808 a septiembre de 1810 y
que dio como resultado la Constitución de Cádiz de 18125. A partir de la intervención
napoleónica en la península, el autor fija una crisis triple: la crisis de independencia, por
una parte de ámbito y contexto internacional, por otra doméstica, interna; crisis de
soberanía, suscitada por la abdicación y destierro de Fernando VII; y la crisis
constitucional, que es el modo en que se resuelven las anteriores en Cádiz.
Mariana Terán Fuentes argumenta –analizando el periodo de 1808 a 1814, con clave
temporal en 1810– que la disolución del pacto monárquico tuvo dos líneas históricas que
trató de recomponerlo6. Por un lado, la intención de llenar el vacío de poder a través del
constitucionalismo gaditano, sustituyendo en el pacto al Rey con un ente abstracto
denominado ―nación española‖. Por otro, la revolución de insurgencia, entendida no como
la causa o expresión de una ruptura, sino como un conglomerado de manifestaciones
sociales con una crisis de legitimidad política. Ambos en la necesidad de contener, reparar
y alimentar el pacto.
El enfoque del presente estudio es histórico y cultural. Busca analizar las concepciones
del pacto entre los sujetos que lo convienen: el monarca español y los nobles novohispanos
4 Carmagnani, Marcello: El otro Occidente. América Latina desde la invasión europea hasta la
globalización, Fondo de Cultura Económica - El Colegio de México – Fideicomiso Historia de las Américas,
México D. F., 2ª edición 2011. 5 Portillo Valdés, José María: ―La crisis triple (1808-1810)‖, en: Revolución de nación. Orígenes de la
cultura constitucional en España, 1780-1812, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2000. 6 Terán Fuentes, Mariana: Por lealtad al rey, a la patria y a la religión (1808-1814), Fondo Editorial
Estado de México, Toluca, 2012.
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las expresiones de lealtad. Al margen de los cambios temporales, el pensamiento de la
tradición pactista en las expresiones novohispanas de lealtad –con mayor énfasis en las
exequias, vistas como periodos de interregno– no fue estático, sino que coexistieron
diferentes concepciones y representaciones. Ante todo se buscó irradiar una continuidad
simbólica, de traspaso y representación en su conjunto, a partir de una acción recíproca: el
orden del poder. Por tal motivo, el objetivo de este trabajo es dar una idea cultural del pacto
en las expresiones de lealtad a partir de su conveniente esencial: el Príncipe Cristiano.
El pacto es un acuerdo político-cultural expresado de forma implícita y/o explícita, que
determina diferentes elementos simbólicos, con una fuerte conexión en procesos históricos
específicos. Una exégesis del pacto en las expresiones de lealtad toma en cuenta a aquellos
quiénes convienen el pacto y sus atribuciones: el Rey y los nobles, con un espacio y diálogo
en común.
De las expresiones de lealtad son las exequias reales las que muestran un espacio
interregno. Si el poder no conoce vacíos, los túmulos imperiales se proyectaron como
aparatos simbólicos que dieron continuidad y legitimidad al poder, revitalizando la idea de
pacto. En las expresiones funerarias se celebra a quien sostuvo la corona, sin embargo ésta
no fallece, pues de facto y de pacto se traspasa al heredero, reordenándose así el sistema de
valores. En este sentido, se les considera como puntos de interacción político-culturales que
dialogan con otros puntos internos y externos, reconocidos en procesos históricos.
II. Idea del Príncipe Cristiano
El primero de los ejes convenientes en el pacto monárquico es el Rey. Esto podría
considerarse una obviedad, si no se tiene en cuenta que a partir de su perfil y figura se
condicionan y estructuran sistemas de valores transversales y colaterales, donde se irradian
organismos, ejes gubernamentales e identidades en diferentes niveles. La heráldica real –
una de las primeras acciones que hacen los monarcas al ascender al trono– es un sello que
destella iconos con al menos cuatro tipos de informaciones: los reinos a los que gobierna;
las distribuciones de las herencias territoriales de sus antecesores; la casa dinástica a la que
pertenece; y la línea genealógica-mítica que sigue su rama familiar. Es necesario recalcar
los valores que juegan los símbolos heráldicos pues dan orden al pacto. Por ejemplo, la
Insigne Orden del Toisón de Oro es la que rodea y adorna los sellos de los Austrias
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españoles, mientras que en la reelaboración del escudo con los Borbones se incorpora la
Orden del Espíritu Santo, adornado con doradas flores de lis. Esto indica un proceso de
transformación y continuidad axiológico, que trastoca diversos elementos e indica sucesión,
cambio dinástico y convivencia de dos genealogías reales.
A lo largo de la tradición simbólica del poder, al monarca se le ha caracterizado con un
origen divino y con elementos trascendentales, que pareciese no encontrar obstáculos o
divergencias en su ascenso místico después de su muerte. Los monarcas son sujetos de un
imaginario cultural en diversas direcciones, medidos a partir de un ideal de Príncipe.
El relato novohispano de Gerónimo Mendieta sobre una visión de fray Gonzalo Méndez
es de suma importancia para notar hasta cuáles zonas podía llegar la imagen de un monarca,
además de sus posibles interacciones7. El fraile encomendó el alma de Carlos V a Dios,
luego de su muerte, hecho que le valió tener una visión sobre cómo el emperador había
salido del purgatorio y ascendido al cielo. La narración indica dos puentes de interconexión
cultural. Por un lado denota que, a pesar del origen divino del monarca y de la
responsabilidad que tiene en sus manos –de salvaguardar la fe– es posible que deba purgar
sus culpas, sin ningún tipo de absolución, permitiéndole el acceso directo al cielo. Por otro
manifiesta la amplia relación, presencia e interacción entre un Rey y un vasallo, el cual, con
sus oraciones y encomiendas, logró aportar favores valiéndole la elevación del monarca.
Ambos puntos reflejan la reciprocidad directa entre los convenientes del pacto, pues
mantienen relaciones tanto en vida como incluso en la muerte, amparados bajo una propia
fe cristiana.
El debate sobre la extrema relación entre actividad, credo y proyecciones del perfil del
monarca matiza la importancia de lo que manifiesta el pacto, ya que las consideraciones
prevalecidas entre unos y otros se atienden a las relaciones e intercomunicaciones. Nicolás
Maquiavelo argumentaba la viabilidad y el ejercicio pleno en que se debía establecer una
imagen real, por más contraria que fuese a las condiciones personales del monarca, con el
fin de que no se rompiese el acuerdo establecido de poder. Así, el Príncipe lograría
mantener la fidelidad, la centralidad y el pacto entre el gobierno y gobernados. Esta
concepción entendía ya diferentes niveles de los convenientes, por lo que era necesario
7 AGN, Fondo Inquisición, vol. 432, 107-19v. y 151v-156. Véase también: Wobeser, Gisela Von: Cielo,
infierno y purgatorio durante el virreinato de la Nueva España, UNAM – Jus, México D. F., 2011, p. 215.
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realizar maniobras en otros frentes y lograr establecer miradas y acciones bajo el
movimiento del cetro real. Así la imagen real se proyectaba no en dos niveles, rey y
vasallos, sino interactuaba en al menos cuatro, en que intervienen motivos regios,
escribientes oficiales, destinatarios de los sellos y orden del mundo.8 De allí que la
clasificación de los principados sea más compleja que el sólo distinguirlas por
―hereditarias‖ y ―no hereditarias‖, estipulando relaciones con los nobles y habitantes del
territorio.
Debe aclararse que el autor florentino escribe su obra intentando ejemplificar, a partir
de su experiencia, cómo sería posible la unificación de los reinos italianos. Es por esta
razón que realiza una serie de conceptos, caracterizaciones y caminos para reformular un
pacto que concentre las voces y actitudes de los reinos rivales, como Florencia, Venecia y
Génova. El uso de la imagen es pertinente para mantener a un Estado, ya que concentra
valores pudiendo ser contrarias a las actividades y usos del Príncipe.
Erasmo de Rotterdam contrasta el uso de la imagen a favor del poder, sosteniendo que
ante todo se debe practicar la moralidad y el respeto entre el Rey y los vasallos9. Con la
publicación de Educación del Príncipe Cristiano –obra dedicada a Carlos V–, Elogio a la
locura y el Enquiridion o manual del caballero cristiano, Erasmo contrapone algunas
premisas de Maquiavelo, conjeturando una reforma moral y filosófica, que posteriormente
tuvo usos políticos.
Si bien ambas posturas representan el traspaso del feudalismo a la monarquía moderna,
asimismo la contenencia y ejercicio del poder, una de las diferencias estriba en el uso del
imaginario que debe tener el Rey en el pacto monárquico. En este sentido, tanto
Maquiavelo como Erasmo coinciden en que los aparatos artísticos, que manifiestan lealtad,
son medios de comunicación que en cierta medida engañan y manipulan las acciones con
8 ―Pues los hombres, en general, juzgan más con los ojos que con las manos, porque todos pueden ver,
pero pocos tocar. Todos ven lo que pareces ser, mas pocos saben lo que eres; y estos pocos no se atreven a
oponerse a la opinión de la mayoría, que se escuda detrás de la majestad del Estado. Trate, pues, un príncipe
de vencer y conservar el Estado, que los medios siempre serán honorables y loados por todos; porque el vulgo
se deja engañar por las apariencias y el éxito; y en el mundo sólo hay vulgo, ya que las minorías no cuentan
sino cuando las mayorías no tienen dónde apoyarse.‖ Maquiavelo, Nicolás, Antonio Gómez Robledo (Pról. y
Trad.), El Príncipe, Editorial Porrúa, México D. F., 2004, p. 46. 9 Véase: Erasmo de Rotterdam, Oliveri Nortes Valls (Trad.): Elogio de la locura, Ediciones Orbis, S. A.,
Barcelona, 1982; Erasmo de Rotterdam, Pedro Rodríguez Santidrian (Int., Trad. y Not): Enquiridion, Manual
del caballero cristiano, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1995; y Erasmo de Rotterdam, Pedro
Jiménez Guijarro y Anna Martín (Ed. y Trad.): Educación del Príncipe Cristiano, Editorial Tecnos, Madrid,
1996.
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sus direcciones simbólicas. Sin embargo, la diferencia es que el florentino apuesta por el
uso de estos aparatos para mantener la corona, mientras que Erasmo señala y critica ésta
práctica, argumentando que los hombres son avaros y hambrientos de poder. Por lo tanto,
utilizar este tipo de formas comunicativas no es propio de un ideal de Príncipe, que busque
ser el administrador de justicia y el garante de la fe.
España adoptó el ideal del Príncipe erasmista, reprochando en principio la idea de
Maquiavelo, aunque con acciones y similitudes. La publicación de Idea de un Príncipe
Politico Christiano en cien empresas… de Diego Saavedra Faxardo, dedicado a Carlos II,
es una muestra del reconocimiento y adopción de una moral cristiana en el ejercicio del
poder. Una coincidencia es la instrucción constante que el Príncipe debe realizar en tiempo
de paz, pues no debe soltar las armas y antes debe aplicarse en las artes y el conocimiento10
.
Sólo que Maquiavelo indicaba que la preparación a la guerra tiene que ser siempre, ya que
esta en todo tiempo se avecina. Saavedra, en contraparte, indicaba que ejercitarse en
tiempos de paz fortifica y da unión entre el Rey y los vasallos; los dos confían y trabajan
para sí, manteniendo la paz, además de engrandecer a los territorios que se comparten. Es
notorio el sentido de deber entre ambas posturas:
Grandes Varones trabajaron con la eʃpeculacion, y eʃperiencia en formar la Idea de un
Principe perfecto. Siglos cueʃta el labrar eʃta Porcelana Real, eʃte Vaʃo eʃplendido de tierra,
no menos quebradizo, que los demás, y mas achacoʃo, que todos, principalmente quando el
Alfabarero es de la eʃcuela de Machavelo, de donde todos ʃalen torcidos, y de poca duracion,
como lo fuè el que puʃo por modelo de los demás.11
Se pueden hablar de tres niveles o representaciones de pacto en la figura del Rey: las
cualidades propias del monarca, así como sus asociaciones con tradiciones simbólicas; la
relación y grandeza del pueblo en su mando en elementos internos; y finalmente sus
referencias culturales en elementos externos. Tomándose, por ejemplo, como base dos
principios morales –prudencia y clemencia– las expresiones novohispanas de lealtad
conjugaron los mencionados niveles o representaciones cifrados en el primer conveniente
pactista.
10
Maquiavelo: El Príncipe, pp. 37-38. Idea de un Principe Politico Christiano en cien empresas por Don
Diego Saavedra Faxardo…, Edición Facsímil, Editorial Maxtor, Valladolid, 2004, pp. 383-386. 11
Idea de un Principe Politico Christiano…, p. 393.
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III. El rey en la Nueva España
La Nueva España hizo patente el pacto en principio con una continuidad del orden
utilizando elementos identitarios. La convivencia entre la tradición grecolatina junto con la
judeocristiana determinó un sentido, en el que se utilizaron símbolos interpretados en una
moral cristiana. Los programas simbólicos utilizados tienen el objetivo de dar una imagen y
un buen gobierno, con las cualidades morales. El juego del espejo, en el que uno y otro se
reflejan, es evidente: entre más grande y justo es el Rey, más grande lo será el reino. En el
túmulo imperial a Carlos V aparece el siguiente emblema:
A la vuelta en el otro espacio había una colmena con su enjambre de abejas, y muchas que
seguían a una mayor, que llaman el rey. Significaba esta figura que la grandeza y aumento de
la república consiste en el rey justo y piadoso, porque el rey de las abejas, según los
naturales, tiene aguijón con que pique, y piedad con que concilia: y porque en César hovo
justicia y clemencia, con las cuales engrandeció sus reinos y señoríos, decía la letra:
Repulicæ amplitudo in Rege justo et clemente.12
Se pueden denotar dos caminos de interpretación que justifican el encuentro entre las
virtudes del monarca: el factor mítico y las cualidades morales. En primer lugar, el espacio
de la colmena arroja a dos fuentes de interpretación: por un lado es la muerte del león y la
regeneración en el relato bíblico de Sansón; por otro es la alusión a Geórgicas IV de
Virgilio en el relato de la piedad y perdón que hace Orfeo a Aristeo, otorgando un mismo
sentido de renacimiento.
La primera referencia aparece en Jueces cuando Sansón vuelve de un lugar sin armas, al
que había vencido león. Ahí, descubrió el cuerpo del gran felino con un enjambre y miel13
.
Este elemento se convierte en una profunda alegoría de sí mismo, puesto que confiere que
en el león –imagen propia de los verdaderos príncipes y reyes– se encuentra todo el
gobierno y en él su propia cabeza. La regeneración confirma que en él no sólo se encuentra
la autoridad, es su propia condición la que le permitirá dar continuidad simbólica del poder.
La segunda referencia es la de Virgilio, que escribe la catábasis órfica de una forma
literaria por demás singular. A diferencia de los relatos órficos anteriores, la visión que
Virgilio hace del mito es de manera dramática y en el lamento, no de Orfeo ni de Eurídice,
12
―Digna República en Rey justo y clemente‖. Cervantes de Salazar, Francisco, Edmundo O’ Gorman
(Ed., Pról. y Not.): México en 1554 y túmulo imperial, Edit. Porrúa, S. A., México D. F., 1ª edición 1963, 4ª
edición 1978, p. 196. 13
Jueces 14, 8.
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sino del causante de la muerte de la ninfa: Aristeo14
. La visión del traidor, en los ritos de
paso, no se da en la revelación de los misterios iniciáticos o sólo son una parte del rito. Esta
visión dramática renueva y restituye una versión literaria de un mito o mejor dicho un mito
literario, puesto que es Aristeo el que se lamenta por la grave falta de seguir a la ninfa y con
ello causar su muerte; no muestra el lamento posterior de Orfeo. Aristeo ofrenda un
sacrificio para ser perdonado por el viajero cósmico, hecho conseguido con la aparición de
las abejas, que no únicamente restauran su sistema de valores, sino que le dan clemencia y
le otorgan pase a los diferentes niveles cósmicos.
La fuerza superior es recompuesta en la medida en que los vasallos siguen y dan la
mirada del Rey. El uso del símbolo es que cada uno es reflejo del otro, consagrado y
sostenidos por una dialéctica a partir de los que participan en el pacto. Si el monarca es
clemente, justo y tiene la posibilidad de abrir las puertas cósmicas, el vasallo debe su
clemencia a dicho motor y las ofrendas son parte de este intercambio de favores y miradas,
en el traspaso de los diversos mundos y/o empresas emprendidas.
Las tradiciones simbólicas del poder se cifraron específicamente en la necesidad, base y
centralidad que imponía el Rey. Ya sea desde la figura solar o su caracterización como
piedra angular, el monarca fue el motivo y la base en que giró cualquier elemento. En la
aclamación y el festejo por el ascenso de Fernando VI, patrocinada por la Universidad de
México, aparece el siguiente poema, que ejemplifica el uso de la tradición grecolatina en