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EL - Pe - yo rOmina e. FREschI
38

EL-Pe- yo, de Romina Freschi

Mar 06, 2016

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Regale Poesía

EL-Pe- yo, de Romina Freschi
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Page 1: EL-Pe- yo, de Romina Freschi

EL - Pe - yo

rOmina e. FREschI

Page 2: EL-Pe- yo, de Romina Freschi

El-pE-yO recibió en 2002 un Subsidio a la Creación de la Fundación Antorchas y se publicó

en 2003 por editorial Paradiso. También fue publicado de manera fragmentaria en revistas,

entre ellas, el Diario de ByF y el Diario de Poesía.

Esta edición en pdf incluye además una ilustración de Eduardo Zabala, realizada para la

publicación de una plaqueta artesanal por Jussara Salazar en Brasil-2008, y el texto final

escrito por Ná –Kar Elliff-ce para la presentación del libro en 2003 que tomó lugar en el

espacio Cabaret Voltaire. Aprovecho esta oportunidad para agradecerles a mis dos hermosos

amigos su increíble trabajo y su rutilante visión sobre este libro.

Romina Freschi – noviembre 2011 para Regale Poesía

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Parte uno

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perritas

A Wendy y Canela

y a John Lennon, mi primer perro

Y ahora también, a Julia.

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Sueño premonitorio

Durante años, cuando enfrentaba procesos de honda inseguridad o tenía que

sobrellevar una decisión importante, soñaba con mi perra muerta, Wendy. En una

ocasión, en la que yo recientemente me había teñido el pelo de rubio – descubriendo

que el pelo, el marco de la cara, es también un marco-escala cromática para el

exterior – soñé que ella también enrubiecía frente a mis ojos, a medida que la

acariciaba, para ser como yo. Ahora cuando recuerdo ese sueño, tan tierno, Wendy al

enrubiecer, parece que enjohnlennoncía.

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Suelo tardar en decantar aquello que huye en el fondo de mí, incluso en las letras.

Confundo las voces, los fantasmas, ¡los grandes! Cuando era chiquita tenía un diario en el

que era una princesita atrapada siempre a punto de escapar, en la terraza de mi casa y en la

escalera de piedra, con mis perras cómplices que tienen nombres de cuentos y aroma de

gnomo, o de príncipe azul... Llevaba conmigo mis libros prohibidos – aún en pleno invierno

– y temía la torre de enfrente donde nadie solía asomar.

Más tarde, entré en la adolescencia y me volví realista, y ya no era una princesa sino una

artista – una escritora. Más tarde, la terraza no existía. Y más tarde aún, una de mis perras

murió.

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Siempre me hubiera ido de casa, una y otra vez. Sólo podía salir a la intemperie, al abrigo

de otros seres, hoy muertos, idos del mundo o de la conciencia. Recuerdo la comodidad de

los escritorios escalones y las novelas de escapes diez mil veces empezadas sin terminar.

¡Dos años de vacaciones! y el rebelde Doniphan, mi preferido, hacíamos refugio entre la

piedras de la escalera, después de la escuela, y los deberes, y que me dejen tranquila...

El clima tormentoso azotaba la aventura.

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El lugar no era el rincón, ni era pequeño. Nunca fui una niña de ambiciones pequeñas.

Toda la superficie de la casa se extendía para mí, como otra casa sobre la casa, como un

palacio. Allí estaba, con todas las sombras y las luces de la tarde, y cosas asombrosas me

esperaban para ocurrirse.

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La habitación de mis padres no tenía ventanas, salvo un tragaluz de luces celestes y

agrisadas. Cuando nos fuimos de la casa de mi abuela esa habitación quedó vacía con un

solo crucifijo de madera ahí donde daba la luz, y había eco... Las puertas eran enormes en la

casa de mi abuela y todas las habitaciones tenían varias puertas. Yo la exploraba, cautelosa y

valiente, siempre, cuando mi madre trabajaba y mi hermana ya iba al colegio.

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Hans era uno de mis príncipes, mis seres fabulosos que integraban las escenas. De hecho,

tenía una historia fabulosa de nacimiento, era el príncipe y mendigo al que lo habían echado

de la casa y había vuelto solito, solito. Tuvo que suceder eso para que mi familia lo

considerara especial y luego, de todos modos, lo olvidaron e incluso lo dejaron morir. Pero

Hans era príncipe y Hansel y Gretel, con Greta, mi otra perra, que también murió pero

primero que Hans y hace mucho, mucho tiempo.

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Deambulaba huérfana por la casa. El nono era el mausoleo del silencio durante la siesta.

Dormía en una cama tan alta que yo no podía subirme – alguna vez, antes, yo también dormí

en una cuna a la que no podía subirme. Mi abuela roncaba y yo me alejaba de ella. En el

cuartito sobraban los tesoros que quedaban del kiosko de la familia. En ese cuartito pusimos

a Wendy el día que la trajeron y que murió mi otra abuela; que no, no murió, falleció, le dije

a mi hermana, que se rió de mí y ese día aprendí esa palabra. Wendy era la hermana de

Greta y primero se llamó Julie, como en el crucero del amor, pero mamá no nos dejó

ponerle ese nombre por temor a que una vecina de la nueva casa se ofendiera porque se

llamaba Julia. Julia también tuvo una perra, después, pero le puso Jenny, que es nombre de

perro.

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En el jardín enterramos a Greta y a Wendy. Greta murió mucho antes y cuando hicimos el

garage o la parte de arriba de la casa su tumba quedó sepultada por los materiales. La de

Wendy no. Quedó debajo de la rosa china y mamá la cuidó, al menos por un tiempo. Cane,

al principio, cuando tenía recuerdos, revoloteaba entre la rosa china y la planta pajarito,

desorientada. Mi madre también enterró a sus perros, pero en el patio de lajas de la casa de

la nona, donde poníamos la pileta y había un árbol de higos que nunca me gustaron, los

higos.

Batuque y Colita se llamaban los perros de mi madre. Yo los conocí a los dos. De Batuque

me acuerdo que era color caramelo y que me daba miedo. Colita era toda blanca y vieja. Me

acuerdo de ella y de que era buena, pero no me acuerdo de cuándo murió. Sé que llegó a

conocer a Hans y Hans vino porque Batuque murió, así como Greta vino cuando nos

mudamos y murió al poco tiempo. Mi mamá nos fue a buscar a casa de mi abuela y cuando

le preguntamos por la perra nos dijo que estaba mejor pero cuando llegamos a la casa nueva,

en la cocina naranja, nos dijo que Greta se había muerto. Recuerdo que lloré mucho y que

mi hermana también. Mi mamá pensó que ella nunca sabría cuidar perros como lo había

hecho su madre.

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Los sillones de la casa de mi abuela habían perdido el tapizado cuando yo todavía no había

nacido y eran verde manzana en el fondo. Siempre fueron para mí muy importantes los

colores. A partir de ellos intuía que no podía ponerme de acuerdo con las personas. A muy

tierna edad, solía desesperarme el hecho de que quizás los otros vieran rojo lo que para mí

era azul y que además llamaran azul al rojo, por lo que jamás podría enterarme si estaban

viendo o no lo mismo que yo. En ese sentido, aprender a hablar fue traumático para mí.

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Jugábamos siempre juntas, mi hermana, mi prima y yo, pero yo siempre era distinta, era

caprichosa. Mi prima era la mala, se reía de mí, no de nervios, era mala. Cuando nos

mudamos, jugábamos, mi hermana, María José y yo. María José era amiga de mi hermana.

También Paola. Cuando yo empecé a ir al colegio y algunas de mis compañeritas venían a

jugar, nunca jugaban con mi hermana, jugaban sólo conmigo. También jugaba yo sola, y

esas ficciones no las sabía mi hermana. Con ella siempre era algo como las trillizas de oro, o

los ángeles de Charlie, o la secretaria. Mi mamá decía que mi hermana sabía copiar muy

bien y ella copiaba los dibujos de los libros de cuentos. Yo no sabía copiar. Una sola vez

dibujé a mi perra Wendy, de memoria en el colegio. La hice, chiquitita y perfecta, en el

medio de una hoja enorme.

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Al lado de la casa de mi abuela vivía Doña María. Mi abuela era amiga de ella. Su casa era

la más misteriosa. Ella era muy vieja y tenía una mancha violeta y áspera en su cara. En el

fondo yo sabía que me daría miedo pero no me daba, intentaba que me diera y confundía la

impresión de la mancha con el miedo, pero no, no me daba. Su casa sí me daba miedo

aunque también me confundía porque me gustaba ese miedo. Era una casa quinta, como

decía mi mamá y tenía un bosque antes de llegar a la casa, un bosque entero para jugar al

bosque y una pileta, alta, llena de agua y verdín.

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Teníamos una enredadera con flores que se abrían cuando se iba el sol. Siempre quise

atrapar ese momento mágico pero mi conciencia infantil siempre se olvidaba de mirar en el

momento preciso y la flor ya estaba abierta. Mamá era la que arreglaba el jardín, tenía una

tijerota de cortar pasto; más tarde, cuando nos mudáramos, estudiaría jardinería y

conoceríamos un montón más de utensillos relacionados.

Mamá había puesto una rueda de piedra para decorar el jardín y detrás estaba el reino de

los sapos, porque siempre hubo sapos para que se coman los bichos pero en la casa nueva

todos se escaparon o se los comieron los gatos, los del barrio, porque nosotros no teníamos

gatos. Mi ventana daba a ese lado del jardín. Yo creía que la rueda era la rueca de la bella

durmiente y nunca aventuraba mis expediciones tan lejos.

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Cuando nos fuimos la casa empezó a tener otro olor y otra luz... Parecía como si la luz no

alcanzara a iluminarla. Nos habíamos llevado algunos muebles pero tampoco tantos, y sin

embargo, el espacio parecía eterno. No me gustaba mucho ir, aunque sí volví a la terraza.

Después ya no quise ir nunca más.

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El perro se murió y la casa se vendió. Yo hubiera deseado alguna causalidad entre esos dos

hechos pero no la hubo. Muchas veces la gente confunde los nombres y las personas. Mi

nona decía los nombres de todos sus hijos y sus nietos antes de llamarme a mí. Mi madre en

ocasiones me llama como a mi hermana. Yo también, a veces, lo veo a John, lo veo a Hans y

la veo a Wendy.

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Parte dos

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casauno

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alunicornio

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Elserdelamúsica:elsurf.Olaaola,seavanza,enondas,enoleada.Cuandounaparedderuidoselevantafrenteamí,medetengo|soydetenida|porcompletoparalítica|paralizada.Eneseentoncesllorofrentealamúsicaclásica,avergonzadademí,einútilparacualquiermovimiento,danza,sintaxis.

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Tengounamiradaextraviadaquemetemiedoamisconocidos.Amisamigoslesesinvisible,peroamisconocidosno.No.Notodeinmediatosumiradadeasombroyentrenosotrosunapareddeintraducibilidadnosrepeleynosexpulsa...comomagnetizadashaciafuera.

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Yanohayposibilidadderenovarlacasa.Estalla.Elmovimiento,elcambiodelugarhatornadoimposibletornarlascosas,oretornarlassiquieraalpasado.Losrecorridossonsiemprelosmismos,lascosassearrumbanenlospasillos,miperroconstruyeescenografíasymadriguerascomosiélfueraratonesbajolosmuebles.Nopuedocaminarenotrasbaldosasmásqueéstas.Lacomputadoratambiénestáallá,estállenadecosas,nopuedecambiarsedelugaryandalento.EnMujercitasJoqueríaponerunaplanchasobresuhermanaMegparaevitarquecreciera.Haycomounaplanchasobremicasa,dormilonaincómoda,meencastraasíartrítica.

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Casiasco.Lourbanotambiénsemealojarepleto.Losperíodosdeceguerarompenlacabeza,matan.Haytanto,quenopuedover.Ciegaestoycontodoesto,interna,elúnicoespacioeseltiempoyrecorromilvecesestasolacasa,estasolacalle,éstasolamente.Cadapalabrameciega.Meaferroalateoríadequecadapoetatienesuperíodoexperimentalenelquerompeellenguajeparaencontrarelsuyooencontrarseasímismoenél,loqueseríalomismo,quizás,¿no?Unoesigualalenguaje|Nohehechoningúndescubrimiento|Siunoesunoyellenguajeesuno,entoncessitodoslosdemássonmultiplicadosporuno,todoslosdemássonlenguaje|todoslosdemássonuno|todossomosuno|uno0demasiado.

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casa- dos

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XXIII

VAN OLEANDO. Vanolean. Lanolean en el limo (azul) de la maraña, hirsuta,

en la estrechez de boca de hule del embudo: corazón de la luz. Los remolinos

que un talón levanta, el bretel al garete, en el empeine, los disuelve o revuelve un

picaflor bermejo (o escarlata): en la escarlatina de topacio peina y devuelve al

brillo el rizo suave. Si más hondo, no es tanto el revoleo de la humedad erizada

cuando el hueco del choque con la raíz del nido. Lo profundo apunta hacia lo

alto, el cielorraso de magnolias ardidas en una noche de San Telmo y las copas

orondas que techan el verde celestial.

Néstor Perlonguer Aguas Aéreas

I

El entretejo de las cosas vueltas a poner. Ssacadas.

La mudanza vuelve puras las cosas

y devuelve el recuerdo a su dueño, que nunca es el objeto.

Objeta el objeto el recuerdo. Objeta el sujeto.

Pero el sujeto... el perro

es el único que sufre.

Percibe el laberinto antes que yo y dice:

¿Cómo es posible?

El viaje por el espacio es un viaje por el tiempo

Pero en el paso del tiempo está la fuga

La casa nueva objeta el tiempo

Y las cosas de mi casa y mi tiempo se tornan joyas flotantes

Enigmas o amuletos, cifras mallarmeadas en finos materiales

Todas en un mismo instante nuevo, jugaz, impasse

En el baúl busco

lo que era viejo

DEBE de haber una enorme bóveda como un espejo

-Si Enrique entraba en la caverna y veía su vida como si fuese un libro

- Si desde que leí mujercitas el pasado ha pasado a

/estar siempre en un baúl

La vida en el espejo se ve como película

yo soy la pelirroja,

O a veces rubia, o morocha

pero a veces suelta y cortada,

distinta de cualquier: Yo, La dama de Shanghai

Trato de romper la persona persona en el espejo,

Pero, El Espejo, es otro

yo

superficial

casa- dos

El hueco del choque con la raíz

del nido

Nido Casa

Casa- Dos

casa2 casados

c a s a--dos cosidos

c a s a d o s a s a d o s

as a dos

Page 29: EL-Pe- yo, de Romina Freschi

busco

líquida

no puedo encontrar

entre mi brillo

el cuerpo

Ella, que era mi amiga, dejó que yo fuera como las demás y como ella.

Trató de aunar en la pantalla las palabras que yo formo pero se esfuman

/conmigo.

El jarrón. El puerco. El y puerco. Helipuerto. Para girar, el helicoide parece

/volver al mismo lugar, pero el mismo lugar es desde arriba o desde abajo nunca

/siempre igual.

Deshacida al fin, de lo esperado

Inmigrada estoy

Me he ido, soy la golondrina

Inmigrada in

Fuera de, algo, me siento

In en algo que no

Que inmenso

El terreno no tiene la huella

El perímetro no coincide

Estoy como en una foto

MMMooovvviiidddaaa Es el salto

La foto movida del salto que siento que estoy aquí arriba a punto de caer y que

/me sacan una foto y la foto se mueve y el terremoto me deja sin tierra justo

/cuando estoy en el medio de él

salto

Ni aquí ni allá

Casi dejar de ser argentina...

¡Como haber dejado la ciudad!

En que nunca viví

yo nunca viví

Y la gente que

Y yo no, yo nunca

Lo turístico.

Sienpre me ha gusttado viajjar alla ciudadd porque me he sentido tsiempre

turisstta

Vivir en la ciudad es distinto

Lo cotidiano esotro era lo cotidiano

El barrio es LO turístico, además

Juro que jamás pensé que en esta ciudad de juguete se pudiera vivir

Yo que era la extranjera siento venir la vena del juguete en mí

La parte del paisaje la pieza

La meten me en un pasadillito y la pared es rosa fuerte y la ventana es un jardín

/con biseles y viñetas, ésta es una ciudad bisnieta de postalitas y yo soy la

/postalita que escribe sobre la postalita para la postal del escritor

- Ohla estereotipo -

Soy yo, la ingresante

Haz a dos

a dios

Hacedios Asedios

a dos

Casa- Dos

Kasidos Cazadios

Ásidos

Casa dos San Telmo

Casa dos

Ca San dos Casa Telmo

Termo Temo

Dos Tos

Telmo Techo

Techo-

Dos

Te echo

Page 30: EL-Pe- yo, de Romina Freschi

Me pregunto por el momento en el que esto tan marcado que me rodea se

/convierta en natural

El arco del arquitecto

La tectura -textura- de los arcos

La distancia y la altura

A medida que llego al Centro

El recoveco y el cubículo

El orden de la madriguera

La nuez, la cabeza, la casa, la ciudad.

Tener los ojos girondos

De sombras suicidadas en un escalón

Paso por mi excasa y sufro

Una extraña incomodidad

Del cuerpo

Que quiere

Volver a dormir

Allí

Pero de paso

El cuerpo

Se traslada

Y queda entrometido

Descalorado

Sin partir el espacio

Paso

Por allí

El cuerpo

Pasa

Por el tiempo en que alguna vez viví

Y algunas partículas

Se van adhiriendo

A la pared de mi cuerpo

A la pared del tren

Extraño ese cuerpo...

Rojo en un extremo

Y azul en el otro.

La casa doble

Sonrojada en mí

Una acá y otra allá

En mi mano y en mi cara

Tironea de mí

Imantada de frío

de menta

suave como intemperie.

II

Los lugares no, la casa no, el cuadro no

Aquí, acá, acuí

te hecho dos te he hecho

dios

Copas orondas

¡techan el verde celestial!

Ex

casa dos

Page 31: EL-Pe- yo, de Romina Freschi

Los lugares se superponen

La cuadrícula adquiere volumen

Como un gráfico computarizado

la casa cosa

Se transforma

Monstruónica

En algo

Titilante y latiente

Con cierto humo de guerra

Y un calor desangrante

Que acá no va

que dijiste

que lo ibas a poner en su lugar

que no lo ibas a dejar más

tirado

No sé quién está detrás de la puerta

en tu lugar

aquí estamos yo

y la pelea me encuentra

desubicada

Parece un felpudo

Le dicen

De lindo que es,

se lo dicen

De peludo

Yo y mi bebé de perro deambulamos

por la casa cuadra

Olfateando

Un espacio que vuelve

Con los juguetes y con la noche

Cuando te vas

No retornás

Y nosotros quedamos aullando ayer

Caliente de perror me veo la mano

Horrorada por vos que te levantás o te quedás

a la mañana

Lamida por otro amor

Preferible, enorme

En sus ojos veo la desolación

que yo siento

En tus ojos

el cansancio de tanto estar

c a s a d o s c a ll a d o s c a y a d o s

c a ns a d o s c a m a d o s

Cama

cama león dos leones

telmos pedros perros

techan el verde celestial

el nido

can ido cánidos

Can Y

Dos

Cansados Cantados Casados

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Apéndice

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E l p e r r o y y o

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I

Visibilidad

El día lejano el sol el árbol el perro, el perro...

MI perro

Sabe quién soy YO

No se equivoca

NUNCA

Me, mi, mío,

yo, mí, conmigo

al lado de él

y sus ojos y su olor

y mi cuerpo

luciendo entre la gente

II

Invisible

soy yo la dueña del perro

la mamá

a cientos de metros me escoge a mí

sola

me llora a mí

me dedica

cada respiro, cada lamido

y soy yo, su única

III

Mutabilidad

No hace falta la lengua, no hace falta

O sí, la lengua de los besos, la lengua que lava

La lengua larga de mi perro

Que me recibe cada mañana

Como si él fuera una madre amorosa

Cuidando de su cachorra.

Page 35: EL-Pe- yo, de Romina Freschi

Romina Freschi

El-Pe-yO

Editorial Paradiso, 2003

por

ná Khar Elliff-ce

A cada ladrido el Yo de Romina se vuelve peyo, pero a la vez un eyo (Ello) con

“y” griega, que ya no envía al psicoanálisis sino que adopta por un golpe de y griega el

fármaco-análisis de Yohn Lennon. ¿En qué consiste esta gracia? En el gesto pático de

hacer conveger la autobiografía con la letra-heroína (gesto adictivo). Escribe Héctor

Libertella en su libro Las Sagradas Escrituras, aguijoneando con su beat, que la letra-

heroína es un graffiti o grafo de impacto visual, del tipo que trazan los gangs en los

muros de algunas metrópolis, con indicaciones respecto a algún stock en un punto de la

ciudad. En Romina la letra-heroína, si deja pasar un yo de heroína autobiográfica, le

inyecta a la vez el eyo de la letra-heroína rabiosa, perra, el impacto visual de un grafo (a

veces poesía visual), y sobre todo una farmacosemiótica que empuja desde el título: El-

Pe-yO, con todos sus guiones, minúsculas, mayúsculas y negritas alternadas.

Este efecto se multiplica al abrir el libro: en la segunda parte, Casa-Dos, fuera de

la caja del texto en verso, aparecen junto al corte de página todas estas aventuras de

letristas paulistanos colgándose de las cornisas, para intervenir con su eyoletra los paseos

del yo de la autobiografía (a cada heroína autobiográfica su letra-heroína patográfica,

dice un slogan). El efecto es magistral porque en el plano de una hoja se sintetiza un

doblez tenso: las perras y yo (autobiografía), el peyo y el eyo (farmacosemiosis). Se

logra allí lo que alguna teoría literaria no se atrevería a conjugar: la más directa

referencialidad con la más ajustada experimentación en la lengua, en el trayecto de un

sólo gexto. Es lo singularmente enriquecedor de este libro: que esas bandas o gangs de la

literatura, sostengan a la vez sus asíntotas chispeantes a través de las emisiones de un

mismo émbolo, que es el pulso de la eyoletra bajo la forma del coraje rominiano: la

presión bajo la gracia. De continuo se pasa de un lado al otro en mútuos abordajes sin

que se distinga dónde termina el yo y dónde empieza el (p)eyo: de las perras y la

biografía se pasa a la letra-heroína para llegar a un farmacopeyo que envuelve como

máquina blanda la autobiografía entera.

¿Qué es John Lennon sino el “sujeto” del libro (en este libro Lennon es el

nombre de El perro par excellence) sujeto que abarca y expresa toda una era dermiaria de

escritura y experiencia? Pero ni siquiera podemos hablar de sujeto, sino de John Lennon

como el superjeto del libro, quien absorbe a velocidad de sobrevuelo todas las

variaciones, todos los puntos de vista, sin estar sujeto a ninguno. De todos los perros de

esta biografía canina, es justo Lennon el que menos interviene referencialmente, porque

es el plano que los conjuga irreferencialmente, el infinitivo por el que declina el texto.

Así es como Romina puede regalarse otra edad de su poesía al tratar la autobiografía del

yo junto a la autobiografía de la letra, sintetizando en un sólo movimiento sus dos tipos

de heroínas: una que no deja de decir "Yo, la más perra de todas", la otra que repite peyo,

Page 36: EL-Pe- yo, de Romina Freschi

peyo, desde el interior mismo de un lenguaje cánido, rifado al eyor. Y estas dos gangs a

la vez, se contraen y despliegan en relación a un devenir loco del superjeto-Lennon que

envuelve y hace huir el conjunto.

Vale decir: como en buena parte de la escritura de Romina hay una teoría y una

experiencia del yo, imbricada a una teoría y una experiencia de la lengua. Aunque, como

primer criterio o distinción, no habrá que asimilar este yo a un juego formal modelo '60 -

'70, con el sujeto de la enunciación elevado a nueva imposición, porque se trata de una

fuerza de orden material, que justo porque dice Yo es anónima y a la vez nunca

impersonal: es personal hasta el paroxismo, saturada de autocreaciones y apetitos, de

potencias particulares (un personal que no es personnal, claro). Por lo tanto tampoco se

asimila su teoría y experiencia de la lengua con el linaje textualista. Si Romina le entra a

la cuestión de la lengua es para fastidiarla con el yo personalista de una experiencia del

todo referencial, y si le entra a la cuestión de la autobiografía es para pincharla con la

insignificancia de unos grafos que cuelgan al yo del eyo. Y lo repetimos ladrando:

nuestro eyo no es psicoanalítico, nuestro eyo es un “¡esto!” a lo Michel Serres: un

contacto, una conexión material. Por eso y a la vez se abomina aquí del "se" del campo

trascendental impersonal que izó el formalismo del siglo xx. Decíamos a cambio letra-

heroína, pero también podemos decir signo-partícula, como Deleuze y Guattari, más acá

de cualquier signo-significante, ya que siempre, pegado al lenguaje, pero más

precisamente pegado a la letra, se engancha un elemento vivo, la partícula contra-

significante que puede ser un hocico o el diente. Esta es la doble banda que comanda

Romina sin complacencias con ninguna y menos con los linajes que tradicionalmente las

capturan.

Resulta curioso que ante escrituras que no toman la lengua como viene, que

juegan in extremis con su grafismo y sintaxis, la reseñística siempre exhume sus rancios

ases del significante y el neobarroco lingüístico, una suerte de automatismo o inercia,

que es en realidad la manera de despachar el problema o de atenuar su irruptiva. Como si

por otra parte sólo existiera el neobarroco en función del giro lingüístico. Se trata ahora y

desde hace tiempo de otra cosa.

Para reafirmar esa diferencia Romina escribe en el apéndice del libro: "No hace

falta la lengua", y prorrumpe de esa manera a favor de una deslengua que sirve de

teleguiaje de una partícula. Este es el kinderland irresponsable de Romina frente al

faderland responsable que eleva la lengua como determinación primaria (aún cuando se

la erosione). Porque también se socava el signo cuando la lengua ya no importa, cuando

se experimenta con ella por prepotencia de azar antes que por trabajo retórico o

hiperculto. Decir irresponsablemente que la lengua no hace falta, es ladrar, es el ladrido

que recorre todo el libro, es socavar la lengua aunque por perderle el respeto y no por

sobreelevarla según un "trabajo". Lo que hace falta “trabajar” es el elemento que se le

pegue al signo, elemento agresivamente no-linguístico, lleno de sí y sobre todo fuera de

sí, la partícula-acontecimiento (en palabras de Whitehead), que es el grito del Kinder-Yo

pegado a la eyosílaba: lo que permite extraerle la heroína a la letra.

Por otro lado: ¿habremos de pensar que se definió para siempre lo que es la

lengua? Por barajar un ejemplo reciente y ni siquiera brillante, Toni Negri y Michael

Hardt la caracterizan spinozinamente como máquina de inteligencia continuamente

renovada por los afectos y las pasiones subjetivas. Aquí va el lenguaje que pasa del peyo

al yo en Romina, del afecto heroinómano (Lou Reed le canturrea) a la pasión subjetiva,

sin deuda alguna para con esa lengua que ya no hace falta. Si se la torsiona se lo hace

Page 37: EL-Pe- yo, de Romina Freschi

para plantarse más acá del signo, directo en el flujo como arteria no formalizada. Y esto

sin esquizofrenias, antes bien con mucho yo-mi-mío, por lo cual tenemos una escritura

que juega al narcicismo de un lado mientras del otro se inyecta. Así en la primera parte,

Perras, maneja una prosa de diario y recuerdos bien circunscriptos, y en las siguientes,

por contraste, una versificación intervenida, pichicateda, aunque sin perder nunca el yo-

mi-mío de la coqueta.

Parecía que no era conveniente que la poesía dijera Yo de manera tan irreflexiva y

sin mayores mediaciones, pero El Peyo es la saturación de ese juego especular hasta

cambiar el espejo por el aerosol y el muro: Casa-Dos, Kasidos, Casadios, ¡techan el

verde celestial!, Ásidos, Hacedios, todos esos graffitis juntos, en su función de borde a

los costados de la estrofa, ocupando el marco de la página para desmarcarla.

Así Romina vuelve a deslizarse por la interfase, vuelve a meterse en el medio,

entre dos casas o dos bandas, y no es una barra lo que encuentra, salvo que sea etílica o

estremezcal. Su dije dice: ni la inexactitud de las cosas sensibles a secas (la inmediatez

del Yo autobiográfico más soso), ni la exactitud de la investigación formal a secas

(sobrestimación de la forma y de la lengua). Entre esas dos vías, escamoteándolas, es que

se elude tanto la adecuación a lo designado por el yo como la adecuación a un quiste de

subjetivación según la significancia. Romina conoce esa destreza intersticial desde

Redondel, diríase desde el encuentro con el título mismo del libro, que apela a una

morfología difusa y sin embargo precisa, que se distingue del círculo como esencia

formal pero también de las cosas redondas como objetos sensibles. En ese hiato se juega

su escritura, especialmente elocuente en su libro Estremezcales, que muchos,

sabiamente, se empeñaron en retraducir como Entremezcales. El dos en Romina no es un

topos conyugal para habitar domésticamente sino para horadar con deliberación, para

extraer unos ladridos, unas jeringas, un nido anomal. Se trata de la exhumación de unos

terceros envolventes, como exhumar en medio del living al mismísimo John Lennon,

evaporando la partícula-acontecimiento peyoestremezcalredondel, la actualización de la

gracia bajo presión del émbolo Letra-heroína. Así es que de un (para)chute se puede salir

del personaje autobiográfico para que entren los personajes rítmicos, silábicos,

personajes que sin embargo podrán reconvertirse toda vez que sea necesario al yo-mi-

mío. Cambiar de tema, en eso consiste el poder, diría César Aira, mientras Romina salta

de cada punta de subjetivación hasta llegar a una pura punta de máquina: la birome

vuelta aguja. Y a cada cambio de ésta (ya que es descartable), a cada golpe de estiliasis

(cada parte de este libro consiste en dar esos golpes), le corresponden cambios de

motivos en la autobiografía, como ocurre en una canción, en donde esa determinación

recíproca dibuja los leitmotivs de su desarrollo.

Y sin embargo el chispazo pop de El Peyo no es complaciente ni fácil, casi ni

guiña a las figuritas de época. Porque hay en Romina una costilla brasilera portátil, es

decir una maraca insensata, olvidadiza y a la vez ajustada: el mismo viaje que los poetas

brasileros saben hacer entre una impregnación experimental y una internación en los

motivos populares, menos como adecuación a una moda pre-digerida o tendencia que

como celebración del súbito que cruza ambas caras por transparencia. En la parte titulada

Casauno se percibe esa remota galaxia concreta y a la vez su hundimiento en las aguas

de la experiencia. Es decir que Aguas Aéreas, de Perlongher, citado largamente al inicio

de Casados, es la alianza fundamental que convoca ese vaivén. Vaivén voluptuoso entre

el aire formal y la pulsión empapada que lo infiltra. Un Perlongher que aparece a través

de las informaciones arrancadas al éxtasis y no ya por sus cadáveres ultra-transitados,

Page 38: EL-Pe- yo, de Romina Freschi

sección de El Peyo en la que la letra rominiana se pega una a otra en un flujo de

partículas. En esas líneas del libro se eliminan los espacios entre palabras, el renglón

aparece como un continuo que llama al chorreo, y esto a su vez llama al cuerpo, a

cualquier cuerpo, no a un eros figurativo sino a una efusión de corporeidades

auscultables a través del micromar de las sílabas. Cómo, sino, podemos tener la

sensación de que la poeta que escribe conversa, habla. Pero justo porque es una

conversación que no le concede nada al coloquialismo (=al recurso), porque es un efecto

de haber sido tocada antes que interpelada. Tocada por la concreta lengua del perro y

por la virtual heroína del peyo. Y conversa. ¿Pero qué es conversar? ¿Qué es lo

cotidiano? ¿Qué es lo cotidiano para un peyo que habla o para una poeta que ladra? ¿Por

qué se puede decir que Josefina la cantora (en el relato de Kafka) canta si en realidad

silba?

De estas preguntas suspensivas pueden desgranarse los efectos de El Peyo en su

acrobacia contextual, que por derecho accede a los efectos de cualquier escritura que

sabe dosificar sus dosis de alto riesgo y astucia: inyectar azar desmintiendo las ficciones

del contexto. ¿Pero qué es el contexto? Lo sabía Nietzsche en su crítica al libre albedrío:

primero se empieza por tomar un grupo de fenómenos por una unidad, entonces

obtenemos un hecho, luego, entre ese hecho y otro, se interponen vacíos, micronadas,

ninguneos de todo mínimo diferencial; de donde al fin, toda esa hechura junta y

empaquetada, haría la noción de contexto como unidad máxima, histórica: la atomística

del panorama. Pero desde hace tiempo que incluso la filosofia política piensa el evento

histórico en términos de potencialidad e inconmensurables (Agamben, Stengers, Negri,

etc.). El Peyo responde a esta clase de evento nuevo, a este aire potencial antes que

histórico, y de allí que se trate de una escritura que empalma con fruición a un presente

con el que coincide por prepotencia de azar. Es decir: por su propio contrapoder

autovalidante y con una lucidez más veloz que la de la estrategia. Es esa prepotencia

vivaz y no la del trabajo, la que permite escribir un libro como El Peyo. Y Perlongher

sabe de qué chispa hablamos, y sobre todo cuánto festejamos semejante aparalela hoy, a

esta hora.

Singapore Charlie, Flux Trasplatino 2003