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XICOTENCATL (1)
Atravesaba el pequeo ejrcito de HernnCorts la soberbia muralla
de Tlaxcala que
defenda la frontera oriental de aquella ind-mita Repblica.
Los soldados se detenan mirando conasombro aquel monumento
gigantesco, quesegn la expresin de Prescott ' 'tan alta ideasugera
del poder y fuerza del pueblo que lehaba levantado. '
'
Pero aquel paso, aquella fortaleza, cuyacustodia tenan encargada
los othoms, estabaentonces desguarnecida. El general espaolse puso
la cabeza de su caballera, hizoatravesar por all sus soldados,
exclamandolleno de fe y entusiasmo: "Soldados, adelan-
te, la Cruz es nuestra bandera, y bajo esta se-al venceremos:" y
los guerreros espaoleshollaron el suelo de la libre Repblica de
Tlax-calan.
(1) Prescott, nistoria de Mxico; Gomara, Ixtlilxo-cliil,
Herrera, Camargo.
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El ejrcito espaol y sus aliados los Zein-poaltecas caminaban
ordenadamente; Cortscon sus jinetes llevaba la vanguardia;
losZempoaltecas la retaguardia. Aquella colum-na atravesando la
desierta llanura, parecauna serpiente monstruosa con la cabeza
guar-
necida de brillantes escamas de acero, y elcuerpo cubierto de
pintadas y vistosas plu-mas.
Corts caminaba pensativo: el tenaz frun-cimiento de su
entrecejo, indicaba su profun-da meditacin: mil encontradas ideas y
mildesacordes pensamientos deban luchar en elalma de aquel osado
capitn, que con un pu-ado de hombres se lanzaba acometer laempresa
ms grande que registra la historiaen sus anales.
Reinaba el silencio ms profundo en la co-lumna, y slo se
escuchaba el ruido sordo yconfuso de las pisadas de los caballos.De
cuando en cuando. Corts se levantaba
sobre los estribos y diriga ardientes miradas,como intentando
descubrir algo lo lejos: aspermaneca algunos momentos, nada
alcan-zaba ver, y volva silenciosamente caer ensu meditacin.Qu
esperaba, qu tema aquel hombre
que procuraba as sondear los dilatados hori-
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zontes?Esperaba la vuelta de sus embaja-dores: tema la resolucin
del gol:>ierno de laRepblica de Tlaxcala.
Cuando Corts determin pasar con su ejr-cito la capital del
imperio de Moteuczoma,vacil sobre el camino que deba llevar; erasu
intencin dejar un lado la Repblica deTlaxcala y tomar el camino de
Cholula, passometido al imperio de Mxico y en donde es-peraba
encontrar favorable acogida, por lasrelaciones de amistad que le
unan y con elemperador Moteuczoma.
Pero sus aliados los Zempoaltecas le acon-sejaron otra cosa.
Tlaxcala era una Repbli-ca independiente y libre; sus hijos,
belicosos indomables, no haban consentido nunca elyugo del imperio
Azteca, vencedores en lasllanuras de Poyauhtlan: vencedores de
Axa-yacatl, y vencedores despus de Moteuczoma,el amor su patria les
haba hecho invenci-bles y les constitua irreconciliables enemigosde
los mexicanos: los Zempoaltecas aconseja-ron Corts que procurase
hacer alianza conlos de Tlaxcala, abonando encarecidamente elvalor
y la lealtad de aquellos hombres.
Comprendi Corts que sus aliados tenanrazn, y tom decididamente
el camino deTlaxcala, enviando delante de s como emba-
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jadores cuatro Zempoaltecas para hablar alsenado de Tlaxcala,
con un presente marcial
qiie consista en un casco de gnero carmes,una espada y una:
ballesta, y portadores deuna carta en la que encomiaba el valor de
losTlaxcaltecas, su constancia y su amor la pa-
tria, y conclua proponindoles una alianzacon objeto de humillar
y castigar al soberbioemperador de Mxico.
Los embajadores partieron; Corts continusu camino, atraves la
gran muralla tlaxcal-teca y penetr en el terreno de la Repblica,sin
que aqullos hubieran vuelto dar noti-cia de su pmbajada.
El ejrcito espaol avanzaba con rapidez;el general segua cada
momento ms inquie-to: por fin no pudo contenerse, puso al galo-pe
su caballo, y una partida de jinetes le imi-t, y algunos peones
aceleraron el paso paraacompaarle; as caminaron algn tiempo
ex-plorando el terreno: de reptmte alcanzaron ver una pequea
partida de indios armadosque echaban huir cuando vieron acercarse
los espaoles: los jinetes se lanzaron en supersecucin, y muy pronto
ilcanzaron losfugitivos; pero stos, en vez de aterrorizara^,por el
extrao aspecto de los caballos, hioio-
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ron frente los espaoles y se prepararon acombatir.
Aquel puado de valientes hubiera sidoarrollado por la caballera,
si en el mismo mo-mento un poderoso refuerzo no hubiera apa-recido
en su auxilio.
Los espaoles' se detuvieron, y Corts en-vi uno de su comitiva
para avisar su ejr-cito que apresurase la marcha. Entretanto
los
indios disparando sus flechas se arrojaron so-bre los espaoles,
procurando romper sus lan-zas y arrancar los jinetes de los
caballos;dos d estos fueron muertos en aquella refrie-ga, y
degollados para llevarse las cabezas co-
mo trofeos de guerra.Rudo y desigual era el combate, y mal
lo
hubieran pasado los espaoles que all acom-paaban Corts, no haber
llegado en su so-corro 'el resto del ejrcito: desplegse la
infan-tera en batalla, y las descargas de los mos-
quetes y el terrible estruendo de las armas defuego que por
primera vez se escuchaba enaquellas regiones, contuvieron los
enemigosque retirndose en buen orden y sin dar mues-tra ninguna d
pavor, dejon los cristianosdueos del lugar del combate.
Sobje aquel terreno se detuvieron los espa-oles, acampando, como
seal del triunfo, so-bre el mismo campo de batalla.
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*"*
Dos enviados Tlaxcaltecas y dos de los em-bajadores de Corts se
presentaron entoncespara manifestar, en nombre de la Repblica,la
desaprobacin del ataque que haban reci-bido los espaoles, y
ofreciendo stos queseran bien recibidos en la ciudad.
Corts crey fingi creer en la buena fed aquellas palabras: cerr
la noche y el ejr-cito se recogi, sin perderse un momento
lavigilancia.
Amaneci el siguiente da, que era el 2 deseptiembre de 1519, y el
ejrcito de los cris-tianos, acompaado de tres mil aliados, sepuso
en marcha, despus de haber asistidodevotamente la misa que celebr
uno de loscapellanes.
Rompan la marcha los jinetes, de tres enfondo, (i la cabeza de
los cuales iba comosiempre el denodado Corts.No haban avanzado an
mucho terreno,
cuando salieron su encuentro los otros dosZempoaltecas,
embajadores de Corts, anun-cindole que el general Xicotncatl les
espe-raba con un poderoso ejrcito y decidido es-torbarles el paso
todo trance.En efecto, pocos momentos una gran ma-
sa de Tlaxcaltecas se present blandiendo susarmas y lanzando
alaridos guerreros.
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Corts quif=io parlamentar, pero aquelloshombres nada escucharon,
y una lluvia dedardos, de piedras y de flechas vino rebo-tar, como
nica contestacin, sobre los frreosarneses de los espaoles.
'
'Santiago y ellos,'
' grit Corts con ron-
ca voz, y los jinetes bajando las lanzas arre-metieron aquella
cerrada multitud.
Los Tlaxcaltecas comenzaron retirarse:los espaoles, ciegos por
el arc^or del comba-te, comenzaron perseguirlos, y as llegaronhasta
un desfiladero cortado por un arroyo,
en donde era imposible que maniobrasen laartillera ni los
jinetes.
Corts comprendi lo difcil de su situacin,y con un esfuerzo
desesperado logr salir deaquella garganta y descender la
llanura.
Pero entonces sus asombrados ojos contem-plaron all un ejrcito
de Tlaxcaltecas, que suimaginacin multiplicaba: era el ejrcito
deXicotncatl que esperaba con ansia el mo-
mento del combate.Sobre aquella multitud confusa se levanta-
ba la bandera del joven general; era la enseade la casa de
Tittcala, una garza sobre una
roca, y las plumas y las mallas de los comba-tientes, amarillas
y rojas, indicaban tambinque eran los guerreros de
Xicotncatl.Sonaron los teponaxtles, se escuch el ala-
rido de guerra y comenz un terrible combate.
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Era Xicotncatl, el jefe de aquel ejrcito,
un joven hijo de uno de los ancianos ms res-petables entre los
que componan el senadode Tlaxcala.De formas hercleas, de andar
majestuoso,
de semblante agradable, sus ojos negros y bri-llantes parecan
penetrar, en los momentos
de meditacin del caudillo, los oscuros mis-terios del porvenir,
y sobre su frente ancha ydespejada no se hubiera atrevido cruzar
nun-ca un pensamiento de traicin, como un p-jaro nocturno no se
atreve nunca cruzar porun cielo sereno y alumbrado por la luz del
da.
Xicotncatl era un hermoso tipo, su eleva-do pecho estaba
cubierto por una ajustada ygruesa cota de algodn sobre la que
brillabauna rica coraza de escamas de oro y plata; de-fenda su
cabeza un casco que remedaba Ta ca-beza de un guila cubierta de oro
y salpicada
de piedras preciosas, y sobre el cual ondeabaun soberbio penacho
de plumas rojas y ama-rillas: una especie de tunicela de algodn
bor-dada de leves plumas, tambin rojas y ama-rillas, descenda hasta
cerca de la rodilla; susnervudos brazos mostraban ricos brazaletes,
ywsobre sus robustas espaldas descansaba un pe-queo manto, formado
tambin d
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Llevaba en la mano derecha una pesadamaza de madera erizada de
puntas de itztli,y en el brazo izquierdo un escudo, en el
queestaban pintadas como divisa las armas de lacasa de Tittcala, y
del cual penda un ricopenacho de plumas. Xicotncatl, con ese
fan-tstico y hermoso traje, hubiera podido to-marse por uno de esos
semidioses de la Mito-loga griega: todo el ejrcito Tlaxcalteca
leobedeca, y era l, el alma guerrera de aque-lla Repblica, la
encarnacin del patriotismo
y del valor; y era l, el que despreciando lasfabulosas consejas
que hacan de los espaolesdivinidades invencibles hijos del sol,
con-duca las huestes de la Repblica al encuen-tro de aquellos
extranjeros, despreciando loscobardes consejos del viejo
Maxixcatzin quequera la paz con los cristianos, y sin intimi-darse
de que stos manejaban el rayo y cami-naban sobre monstruos feroces
y descono-cidos.
AEl choque fu terrible: un da entero dur
aquel combate, y Xicotncatl, que haba per-dido en l ocho de sus
ms valientes capita-nes, tuvo que retirarse, pero sin creer por
estoque ha])ia sido vencido, y esperando el nuevoda para dar una
nueva batalla.
^< Corts recogi sus heridos, y sin prdida detiempo continu su
marcha hasta llegar al ce-
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rro de Tzompatchtepetl, en cuya cima un tem-plo le prest asilo
para el descanso de aquellanoche.
Los soldados cristianos y sus aliados cele-braban la victoria.
Corts comprendi lo ef-mero del triunfo. La inquietud devoraba
supecho.
.>l,:.Aih..'. .tz-. niSe dio un da de descanso las
tropas.Xicotncatl acamp tambin muy cerca de
Corts, y se preparaba, lo mismo que los es-paoles, combatir de
nuevo.
Sin embargo, el general espaol quiso pro-bar an la benignidad y
los medios de conci-liacin, en\ando nuevos embajadores pro-poner
Xicotncatl un armisticio.
Los embajadores volvieron con la respues-ta del joven caudillo:
era un reto muerte yima amenaza de atacar al siguiente da
loscuarteles.
Corts reflexion (ue su situacin era com-prometida, y decidi
salir buscar en la ma-ana siguiente los Tlaxcaltecas.
Brill la aurora del 5 de septiembre de1519. El sol apareci
despus puro y sereno,y su luz comenzaron desfilar peones y
ji-netes.
Su marcha era ordenada y silenciosa comode costumbre: cada uno
de los soldados espe-
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i'ab l cmbate de un moriento otro, y to-dos saban ya que su
Valeroso general los lle-vaba atacar resueltamente el campamentodel
ejrcito de Xicotncati: "''t'^'''wi ^o.l
Apenas habran caminadiin cuarto d le-gua, cuando aquel ejrcito
apareci su vis-ta en una extendida pradera.
El espectculo era sorprendente.Un ocano de plumas de mil colores
que
ondulaban merced del fresco ]^viento de lamaana, y entre el que
brillaban como lasfosforescencias del tnaren una noche
tempes-tuosa, los arriess d 'dro y ^ta y las joyaspreciosas de los
cascos de los guerreros Tlax-caltecas, heridos por la luz del nuevo
da.
En el horizonte, perdindose entre la bru-ma las banderas y
pendones de los distintoscaciques Othoms y Tlaxcaltecas, y
dominn-dolo todo, orgullosa, el guila de oro con lasalas abiertas,
emblema d la indmita Rep-blica. '
Al presentarse el ejrcito de Corts/ aquellamultitud se
estremeci, y un espantoso alari-do atron los vientos, y los ecos de
las mon-taas lo repitieron confusamente.
El montono sonido de los teponaxtles con-test aquel alarido de
guerra: los guerreros
indios se agitaron un momento, y deispus,como un torrente que se
desborda, aquella
muchedumbre se lanz sobr los espaoles.No hni)o uno solo de
aquellos valientes pe-
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chos castellanos, que no sintiera un estreme-cimiento de
pavor.
El ejrcito de Xicotncatl avanzaba rpida-mente levantando un
inmenso torbellino depolvo, que flotaba despus sobre arabos
ejr-citos, como un dosel, al travs del cual cru-
zaban tristes y amarillentos los rayos del sol.Aquella era una
hirviente catarata de hom-
bres, de armas, de plumas, de joyas y de es-tandartes.
Levantse un rugido como el de una tem-pestad: los gritos de los
combatientes que semiraban cada momento ms cerca, se mez-claban con
el estrpito de las armas de fuego,el silbido de las flechas, los
sonidos de los te-pbnaxtles, y de los pfanos y de los atabales.
Ix)S dos ejrcitos se encontraron, y se estre-charon y se
enlazaron, como dos luchadores.
Pas entonces una escena espantosa, indes-criptible.
Ni los caballeros ni los infantes podan ma-niobrar.
Se escuchaban los golpes sordos de los ace-ros de los espaoles
sobre el desnudo j)echode los indios, y como el ruido del granizo
cjueazota una roca, el golpe de las flechas sobrelas armaduras de
hierro de los soldados deCorts.
Aquella carnicera n puede ni explicarseni comi)renderse.
Las l)alis d(; los caones y di; los arcjibu-
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ees se incrustaban en una espesa muralla decarne humana, y la
sangre corra como el aguade los arroyos.Era una especie de iervor
siniestro de com-
batientes que se alzaban, y desaparecan unosbajo los pies de los
otros, para convertirse enfango sangriento.La traicin vino en
a^aida de los espaoles,
y un cacique de los que militaban las rde-nes de Xicotncatl huy
llevndose diez milcombatientes, y la victoria se decidi por
loscristianos.
***
El pueblo y el senado de Tlaxcalan se des-alentaron con la
derrota. Xicotncatl sintien su corazn avivarse el entusiasmo y el
amor la patria.
Las almas grandes son como el acero: setemplan en el fuego.
Xicotncatl contaba con el sacerdocio, y lossacerdotes dijeron al
pueblo y al senado quelos cristianos, protegidos por el sol,
debanser atacados durante la noche.
Y el pueblo y el senado creyeron.Lleg la noche y Xicotncatl
condujo sus
huestes al ataque de los cuarteles de los espa=
oles.
Corts velaba, y entre las sombras mir lasnegras masas del
ejrcito Tlaxcalteca que se^cercaban, y puso en pie sus
soldados,
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Xicotnatl lleg hasta el campo atrinche-rado de los espaoles: un
paso los separaba
ya, cuando repeutiname^ite uua faja de luz ro-ja ci el
campamento,, Xj el estampido de lasarmas de fuego despert el eco de
los montes.
Los Tlaxcaltecas atacaban con furor; pero
en esta vez como en otras, los caones y los
arcabuces dieron la victoria Corts.El senado de Tlaxcalan culp
la indomable
constancia del joven caudillo, y le oblig deponer las armas.
Ivos espaoles entraron triu^aJite& 4 Tlax-
calan,,,,-..:j,f,,,.,, .,,,., -I;
El guila de aquella Repblica lanz un gri-to de duelo y huy las
montaas.
El senado de la Rei)blic^, que nada habahecho en favor de la
independencia de la pa-tria, temeroso del enojo de los conquist
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dos, como se llamaban los naturales delpas.
En las filas de los Tlaxcaltecas circulabannoticias alarmantes.
Xicotncatl haba des-aparecido del campo, y segn la opinin
ge-ileral, aquella separacin era provenida delmal trato que los
espaoles daban sus alia-dos, y sobre todo del odio que Xicotncatl
pro-fesaba esta alianza,
Dise la orden para que los Tlaxcaltecas sedirigieran para
Tlacopan con objeto de co-menzar las operaciones del sitio, y los
Tlax-
caltecas emprendieron el camino, dejando la ciudad de Texcoco,
en donde sin saber pa-ra quin, pero con gran terror, haban
vistopreparar una grande horca.
Estamos en Texcoco.El sol se pona detrs de los montes que
forman como un engaste las cristalinas aguasdel lago: la tarde
estaba serena y apacible.
Por el camino de Tlaxcalan llegaba ungrupo de peones y jinetes
conduciendo en me-dio de sus filas un prisionero, que camina-ba tan
orgullosamente como si l viniera man-dando aquella tropa.
Atravesaron sin detenerse algunas de las ca-lles de la ciudad, y
se dirigieron sin vacilar la grande horca colocada cerca de la
orilla dellago.
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El prisionero miro la horca; comprendi lasuerte que le esperaba,
pero no se estremecisiquiera.
Porque aquel hombre era Xicotncatl, yXicotncatl no saba temblar
ante la muerte.
Los espaoles le notificaron su sentencia:
deba morir por haber abandonado sus ban-deras, por haber dado
este mal ejemplo losfieles Tlaxcaltecas.
Xicotncatl, que comenzaba ya compren-der el espaol, contest la
sentencia con una
sonrisa de desprecio.Entonces se arrojaron sobre l y le
ataron.
***
La plida y melanclica luz de la luna quese ocultaba en el
horizonte, rielando sobre la
superficie tranquila de la laguna, alumbr uncuadro de
muerte.
El caudillo de Tlaxcala, el hroe de la in-dependencia de aquella
Repblica, espirabasuspendido de una horca, al pie de la cual
lossoldados de Corts le contei;uj^l^ban con ad-miracin. j.^,,1
.,,,A lo lejos, algunos Tlaxcaltecas huan es-
pantados, porque aquel era el patbulo de lalibertad de una
nacin.
.,,v(m i ^
Itcente Rica Palacio.