8/11/2019 El libro del Te - Kakuzo Okakura SCAN.pdf http://slidepdf.com/reader/full/el-libro-del-te-kakuzo-okakura-scanpdf 1/77 Título original en ingles: "THE BOOK OF TEA” Copyright 1977 de esta edjcion por ed ito ria l Sim iente s. Buenos Aires. RepúbUca Argentina Hecho el depósito que dispone la ley 11.723 Impreso en la Argentina Printed in A gentine CONTENIDO Presentación ...................................................... 7 Biografía de Kak uzo Okakura ........................ 13 I. La Copa de la Humanidad ............................. 23 II. Las Escuelas del T é.................................... ..41 III. Taoísmo y Zennismo ..................................... 59 IV. La Cámara del T é........ ................................ 81 V. El Sentido del A rte .......................................... 105 VI. Las Flores ............................... .......................... 123 V II . Los Maestros del T é ........................................ 145
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en la ordinaria acepción del vocablo, porque nosayuda a experimentar, conjuntamente con la éti-ca y con la religión, nuestro concepto integral delhombre y de la naturaleza.
Es una higiene, puesto que obliga a la lim- pieza.
Es una economía, puesto que demuestra queel bienestar se da más bien en la sencillez que enla complejidad y el despilfarro.
Es una geometría moral, puesto que define elsentido de nuestra proporción en relación con elUniverso.
Representa, por último, el verdadero espíritudemocrático del Extremo Oriente en cuanto con-vierte a todos sus adeptos en aristócratas delgus to .
El hecho de que el Japón se haya encontrado
durante tanto tiempo aislado del resto del mundo,ha contribuido poderosamente, a desarrollar laafición a la vida interior, a propagar el teísmo.
N uest ra s casas y nuest ra s co stumbres; nues -tra manera de vestirnos y nuestra cocina, nues-tra porcelana, nuestra laca, nuestra pintura, has-ta nuestra literatura, todo entre nosotros ha su-frido su influencia. Nadie que conozca la cultura
japone sa puede ignorar lo .
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rada s más humildes. que en las mo
cultivar las flores y^ h f
trabajador el respeto pL a c o n tcon el agua. " Piedras y para
mente al hablar u*n'homb”^ corrien te-
episodios tragi-cóm icos ^"sensible ante Jos“carece de té". Y se celebr-f'''"'" individual, que «te ta gozador, que td Y f ’mundana se abanHnn • ^ tra gedia
‘ad, a la c o í r t , "éJ que “tiene mucho té”. diciendo de
en este oíd e^ drc ós Ts ^se T ^’n para nad a. “¡Qué temnestaH
dirá. Pero déspuL d T S l ' "queña que es la copa de la , ®^,‘^°"sidera lo pe
pronto se desbo rda en lá • hum an a y que
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hemos de consagrarnos a la rema de las Camlias? ¿por qué no hemos de abandonarnos a lacálida corriente de simpatía que desciende de sus
altares? , i.En el liquido amba rino que llena la taza de
porcelan a m arf il in a, el inieiado gusta r la« o u isit a reserva de Confuc.o, la excitación d .Laotsé y hasta el aroma etéreo de Syakamuni.
Los que son incapaces de sentir enraos la pequenez de las grandes cosas, preparados para_ discernir y separa r unas de otras
las cosas pequeñas.Un occidental cualquiera, en
superficial, no verá en la ceremonia del te sm<alguna de l a s mil y unaconstituyen la puerilidad y el encanto del Extre
moOriente. ,Encontr ábase hab ituado a “ “ '< '5“ 'como un país bárbaro, mientras en el se practica ban la s artes amables de la paz y tien e al Ja P»" p“ S iH za d o desde que lo ha f “ J s practica r el ases inato en gra nde escala encampos de batalla de la Manchuria.
¡Oué de comentarios se han dedicado adigo d " o s Sumurai, a ese Arte de la Muerte, al
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q u e ^ ñ o 'o t o ^ n f ” ^ '” ' '« sm o ,
L.;rcnteTASeTlXl“'^ b a r i f Si acep taríam os el dictado de bá r baros, s, nuestro de recho al de civ ilizados sólo de- biera cimen tarse sobre la gloria mil itar y esoe
ser';TncedTdo h u b L a de'
el respeto que m” ecen° ^
in teíi H ^" ^” ’ Occidente comprenderá omtentara comprender al Oriente?
Muchas veces, nosotros mismos, los asiáticos
.nvenHo ^’e hechos v denvenciones en que se nos ha envuelto.
de l í Z l n r ''ívíe^do del perfum ede los lotos, y hacen de ello tema y motivo de son-risas o de censuras.
Entre nosotros —dicen— no hay más que fanatismo impotente o sensualidad abyecta. El espi
S r , « n o ra n c ia r ia so
.ma f l L "■''h T í" '’ '?'" japonésT d e ír " fatalismo, y hasta se ha llegadoL r J sensibles al dolor v atro « í “‘S‘tez de núestro sistema nervioso.
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i P o r qué no se han de divertir a costanuestra? El Asia les devuelve el cumplido. Mucho"rreirtais si supierais todo lo que aquí se ha .ma pinad o v escr ito acerca de vo so tro s. ^
Hay en ello todo el encanto de la perspectiva,todo el homenaje inconsciente a lotoda la venganza silenciosa de lo nuevo .
‘" ' ‘u n tf o s han cargado de virtudes demasiado
afinad as p ara imitarlas y acusado de crímenes demasiado pintorescos para condenarlos
Nuestro s escr itores de la a n tig ü e d a d hom- bres pru dente s y sabios— nos han dicho, porejemplo, que teníais colas de madera, p a r t e ' p ó r vuestros vestidos, y. que en ^ ^ a s o^aL n c s , se os ocu rría comer un guisote de nmos
cien mcidos.^ aún: nosotros estamos acostumbra
dos a consideraros como al pueblo menos piact To él la tierra, porque se nos aseguró que predi-cabais lo que no practicabais.
Felizmente estas falsas ideas comienzan a d sioarse entre nosotros. El comercio ha traído mu-chos europeos a los puertos del Extremo Orientefos jóvenes asiáticos afluyen a los colegios occidentales para adqu irir la educación Si
todavía no profundizamos en vuestra cultura, por
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lóamenos hemos demostrado la voluntad de cono
or? num ero de com patriotas míos ha• op ado ya muchos de vuestros trajes y de vues>a etiqueta con la ilusión de creer que com pran
fio cuellos almidonados y sombreros de copa ad
Po r d olorosas y deplorables que sean estas
.‘o de acercarnos con respeto al Occidente,í or desgracia la actitud occidental es muy po
_fav orable para la comprensió n del Orien te Elm.s>onero cristiano, viene a nosotros para ense
' m d a ? íiprendcr. Las informaciones están•Mdas sobre algunas pobres traducciones de
m cstra inmensa literatura, cuando no en anécdo
■is, poco dignas de fe, de viajeros que pasaron; y.cas os ra n ^m os el de Ja pluma caballeresca deHearn, o el de un escritor como el
■mlor del Tejido de la vida india, que aclaran las'nieblas orientales con la antorcha de nuestros
|'i(i|)ios sentimientos.
, l’ero está resultando posible que yo traicione"I ITopia Ignorancia del Culto del Té al mostrar-
ían franco. La esencia de la cortesía impone
•I'"' no se diga por adelantado lo que se espera
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allí al menos, el espíritu del Oriente rema sm opo-
^^^Xa primera mención escrita que del te se conoce en Europa, dícese que se encuentra el i e-lato de un viajero árabe, quien cuentapnés del año 879 las principales rentas publicasde la ciudad de Cantón estaban constituidas poilos derechos sobre la sal y sobre el te.
ívlarco Polo habla de la expulsión de un M.nistro de Hacienda de China en 128o a causa d.un aumento arbitrario en las tasas sobre el te.
En la época de los grandes descubrimientos,Europa comienza a estar un poco mejor mforma-da sobre las cosas del Extremo Oriente.
Al final del siglo X V I los holandeses espa cieron la noticia de que en Oriente se hacia unabebida deliciosa con las hojas de un aibusto
Los vajeros Giovanni-Batista Ramsio (15o9).L, A Í li d a (1576), Maffeno (1588) y Tare.ra('1610') también hacen mención del te.
En éste último año los bajeles déla Compañía
holandesa de las Indias “Europa el primer té, que íue conocido en Francaen 1636 y llegó a Rusia en 1638.^
En 1650 Inglaterra lo acogió y allí ,de él como de una excelente bebida aprobada porj
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S m V e n en China se llamadía y en las dernasnaciones tay, alias tee”
Como sucede con lasmejores cosas del mun-
<>pósición° '' " encontrar
Algunos heréticos como Henry Saville (1678)lo denunciaron como una bebida impura
Joñas Hanway en su Ensayo sobre el té aue ji.Ua de 1 06, afirmaba que su uso hace perder ai s hombres su estatura y su amabilidad v a las
'’Hijeres su belleza. AI principio el precio del té (unos quince o
^ f qne fue' ‘i una bebida de consumo corriente y determinó.1.10 fñera un regalo para las recepeines dTla.|lla sociedad y solo estuviera al alcance de losMI andes y de los príncipes.
Sm einbarp, a despecho de estos inconvenien-
el^uso del te se difundía con rapidez extra-
En la primera mitad del siglo XVIII los cafésI.- Londres, realmente se habían transformado en• as de te y en puntos de concurrencia de los es-
■ < omo Addisón y Steele, que se ol-Kl.i^ban hasta de si mismo ante su taza de té.
Muy pronto el té fué una necesidad de la vida^ |)or consecuencia una necesidad corríente.
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ha desempeñado en la historia moderna.La América colonial ha soportado la opresionhasta el día en que la paciencia humana se rebeloante los fuertes derechos que le fuerontos al té. La independencia de America data de ladestrucción de las cajas de te en el puerto de
^°^El” gusto del té tiene un encanto sutil que lo ^hace irresistible y particularmente susceptible de
idealización; asi los humoristas occidentales, nohan tardado en mezclar su aroma con el perfume
de su pensamiento. ,El té no tiene la arrogancia del yino,_ ni el in
dividualismo consciente del café, m la inocencia
sonriente del cacao. , Ya en 1711 El Espectador dijo; -Quiero re
comendar particularmente mis reflexiones a todas
las familias bien acomodadas q u e consagran unahora especial cada mañana al té, al pan y a lamanteca y así he de rogarlas ante todo, y por suinterés el que exijan que este periódico les sea sei-vido puntualmente y lo consideren como algo queforma parte del servicio del té” .
Samuel Johnson, por último, al hacer su auto-retrato se representa'con los rasgos de un bebe^_de té empedernido y sin pudor, que durante vein
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te años no ha rociado sus comidas sino con infu-
f ^ encantadora, que el té siempreha entretenido por la tarde y consolado por la
Lamb, adepto declarado del té, da la V Tdadera definición del teísmo al escribir que el [>l.icer mas grande que conocía era el de hacerim.i buena acción ocultamente y que apenas le des-
uihriera el azar, porque el teísmo es el arte dei.ltar la belleza que se es capaz de descubrir, yaquella que no nos atrevemos a re-
Este es el noble secreto de sonreírse a sí mismo, tranquilamente, pero por completo y este es'•"iihien el humor, la sonrisa de la filosofía. '
Todos los humoristas verdaderamente or í-i -
•ules pueden ser considerados como filósofos delI hackeray, por ejemplo, y más aún Shakes-|"'aro.
Ivos poetas de la decadencia — ¿cuándo no ha"'■■xio el mundo en decadencia?— con sus pro-*' materialismo, también en ciertomíKlo han abierto un camino al teísmo, y podráimiv bien suceder que a nuestra facultad de con-íni.plar lo imperfecto se deba el que el Oriente
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y el Occidente puedan encontrarse en una especie de consolación mútua.
Los Taoistas cuentan que en el gran comienzodel No-Comienzo, Espíritu y Materia sostuvieronun combate mortal y al fin el Emperador Amarillo, el Sol del Ciclo triunfó de Shuhyung, el demonio de las tinieblas y de la Tierra. El Titán ensu agonía golpeó con su cabeza la bóveda solar ylogró que saltara e'n pedazos el templo del Jade Azul. Las estrellas perdieron sus nidos: la lunaerró sin rumbo entre los abismos desiertos de lanoche: desesperado el Emperador Amarillo buscópor todas partes alguien que pudiese reparar loscielos, y no buscó en vano, pues del mar orientalsurgió una reina, la divina Niuka, con una coronade cuernos y una cola de dragón resplandecienteen su armadura de fuego, que fundió los cinco colores del arco iris en su caldera mágica y recons
truyó el cielo chino.Pero se dice también que Niuka se olvidó de
tapar dos agujerillos en el firmamento azul y asícomienza el dualismo del amor: dos almas queiruedan a través del espacio y no reposarán hastaque hayan de juntarse para completar el LTniver-1so. Cada una a su vez debe reconstruir su cielo]de esperanza y de paz.
J
en if lucha ct lópeaTnÍMaEl mundo marcha a f-ro ^Queza y el poder« , Z : entre ,as
Ciencia con malvada concien • compra^ r m o por amor a la utilid Pi'actica elOccidente como dos Oriente y elentre el oleaje de un mar en” ? bamboleanen vano para reconquistai l!la vida. Tenemos necesidad rlp Preciosa de
parar el gran desTsfr. p Para retar. Mientras Ileg¡ o-ustemor^'” °^
de la tarde dora té. Ladeliciosamente y el suspiro S'orgeanl>ajo nuestra marmitn resuena
dejémonos ar ra stT á^ oo ^l? h ^ r^ ycosas. ^ bella locura de las
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E L té es una obra de arte y tiene necesidad de lamano de un maestro para manifestar sus no
bles cualidades.Hay té bueno y té malo, como hay buenas y
malas pinturas — más abundante lo malo— y noexisten recetas para obtener un té bueno, comotampoco las hay para producir un Ticiano o unSesson.
Cada manera de preparar las hojas tiene suindividualidad, sus afinidades especiales con elagua y el calor, sus recuerdos hereditarios y suforma peculiar.
'La verdadera belleza debe unirse a todo acto.¡ Cuanto habremos sufrido al ver que la Sociedadse resiste a admitir esta ley fundamental, y sinembargo, tan sencilla, del arte y de la vida!
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ñalado melancólicamente, que las cosas mas deplorables del mundo son: ver una bella juventud estropeada por una falsa educación; ver hermososcuadros degradados por la admiración del vulgo,y ver como se despilfarra tanto té bueno, comoconsecuencia de una manipulación imperfecta.
El té como el Arte tiene sus Escuelas y sus períodos. Su evolución puede dividirse en tres eta
pas principales; la del té hervido, la del te batidoy la de la infusión de té.Los modernos pertenecen a la última escuela.
Estos diversos modos de estimar el té reflejanperfectamente el espíritu de las épocas en que hanprevalecido, porque la vida es una expresión ynuestros gestos inconscientes traicionan siempi cnuestro íntimo pensamiento.
Confucio decía que “ el hombre nada sabeocultar” . Acaso cuando no nos revelamos demasiado en las cosas pequeñas sea por que no tenemos muchas cosas grandes que ocultar.
Los hechos más insignificantes de la rutinacotidiana, son casi siempre el comentano de losideales de una raza, mucho mas practico y preciso que los más altos postulados de la filosoíia
o de la poesía.44
Así como las diferentes maneras de preparar
el vino caracterizan los temperamentos particula-res de as diferentes épocas y de las diferentesnacionalidades europeas, los ideales del té caracterizan las diversas modalidades de la culturaoriental.
^ La pasta de té que se hacía cocer; el polvo dele que se batía; la hoja de té que se ponía en in-
nplT rí diversas impulsiones emocio
nales de las dinastías chinas Tang, Sung v Mingy para emplear la terminología de la clasificaciónartistica de que tanto se ha abusado, se las podría designar respectivamente como las escuelasclasica, romantica y naturalista del té.
La planta del té, originaria del Sur de la China, era bien conocida desde los tiempos más remotos por la botanica y la medicina del país, con losdivers(^ non^res que le asignan los escritores clásicos: Tou, Tseh, Chung, Kha y Ming, y h estimaban mucho como remedio contra la fatiga asícomo para deleitar el ánimo, fortificar la vo’lun-tad y reanimar la vista.
í^o sólo la administraban como remedio interno, sino que con frecuencia la aplicaban como remedio externo, en forma de pasta para curar lasfiolencias reumáticas.
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ponente importantísimo leí elixir de la inniorta-lidad, y los Budistas se servían de él corrientemente para combatir el sieño en sus largas hoiasde meditación.
Entre el siglo IV y ;1 V el té llega a ser labebida favorita de los balitantes del valle YangtseKiang y en esta época taiibién fué cuando se for jó el carácter ideográfico moderno, Cha corrupción evidente del clásicoTou.
Los poetas dé las dnastías del Sur nos handejado señales de la ferviente adoración que consagraban a **los aromas del divino liquido .
^Los Emperadores d( entonces tenían costumbre de conceder a sus )rmieros ministros, comorecompensa de servicio; eminentes, alguna rarapreparación de las precosas hojas. Sm embargo,la forma en que se toniiba el té en esta época era,
extremadamente primiiva. Se ablandaban lashojas poniéndolas al va)or y después se hacia conellas una pasta, mach.cándolas en un mortero,que se hacía hervir ca arroz, genjibre, cortezade naranja, especias, lehe, y algunas veces hastacebollas. Costumbre tdavía floreciente entre losthibetanos y entre varas tribus de los mongoles,que con todos estos iigredientes preparaban un
extraño jarabe.
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^El u¿o de los trozos de limón, de que tan devotos sori los rusos, que deben su conocimientoael te a las posadas o paradores chinos, es unasup^vivencia de estos antiguos procedimientos.
i^uc preciso el genio de la dinastía Tang paraemancipar al te de este estado grosero y elevarloa su idealización definitiva.
Luwuh, que vivió a mediados del octavo sidoes el pnmer apóstol del té. Había nacido en una
época en la que el budismo, el taoismo y el con-lucianismo buscaban una síntesis común y conciliadora.
El simbolismo panteista de entonces, pretendía reflejar lo universal en lo particular. Luwuhcomo era un verdadero poeta, descubrió en elservicio del te” el mismo orden y la misma ar-
TK en tí>das las cosas, y su famosoI que puede ser considerado comola iiiblia del te, formuló el código del té y en recuerdo de ello los mercaderes del té chino suelenlionrarlo como a su Dios tutelar.
B Chakíncj comprende tres volúmenes v diez'•apitulos. En el primero el autor trata de ía na-tiiraleza de la planta del té, en el segundo de losesternas empleados para recoger sus hojas: en elKTcero del escogido de las mismas. Según él la
i-alKlad superior de las hojas “debe tener los.pHe-47
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eues como las botas de cuero de los caballeros tár
taros; los rizos como las papadas de un buey poderoso; desarrollarse como la bruma que sube deuna torrentera, brillar como un lago acariciadopor el céfiro y ser, por último, suaves y dulces altacto como la tierra humedecida recientemente
por la lluvia.El cuarto capítulo está consagrado a la enu
meración y descripción de las veinticuatro partesque componen el “ equipo del té” , desd e el brasercde tres pies, hasta el gabinete de cana en dondese guardan todos estos utensilios.
Registremos aquí la predilección de Luwulpor el simbolismo taoisma en este orden de cosaaporque tiene verdadero interés la influencia del
té sobre la cerámica china.La porcelana celeste, se propone como es sabi
do, reproducir cuidadosamente todas las coloraciones exquisitas del Jade, habiendo llegado icrear bajo la dinastía Tang el esmalte azul (u -ladón) del Sur y el esmalte blanco del Norte.
Luwuh tenía el azul como el color ideal deuna copa para té, a causa de que da al liquido untinte verdoso, mientras el blanco lo hace rosadoy desagradable. De esta manera usaba el la pa,-
ta de té.
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i
Más tarde, cuando los maestros del fé de los
Sung emplearon el té en polvo, prefirieron las ta-zas fuertes de colores muy oscuros, mientras JosMmg habían preiendo beber su infusión de té entazas de finísima porcelana blanca
En el quinto capitulo explica el poeta cl modode hacer el te. Proscribe todos los ingredientes ex-cepto la sal. Insiste también en la cuestión tan de-b a ^ a de la elección de agua y los grados de ebulición a que debe llegar ésta; según él, el agua de
la montana es la mejor; luego viene la del rio ypor ultimo la de manantial ordinario.
_Hay, según dice, tres estados de ebullición: elprimero cuando las pequeñísimas burbujas parecen OJOS de peces que flotan en la superficie delagua; la segunda cuando las burbujas son comoperlas de cristal que nadan en una fuente; y en
lijar el te y devolver al agua su juventud” .Luego ya se llenan las tazas y se bebe.(Oh néctar! Las hojitas membranosas quedan
flotantes como nubecillas en un cielo sereno onadan como nenúfares blancos en un estanque de••smeralda. Este es el brevaje de que hablaba Lo-i"g, el poeta Tang cuando decía; “la primera taza humedece mis labios y mi garganta; la segun-' .1 rompe mi soledad; la tercera penetra en mis
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raras; la cuarta me produce una ligera transpiración y todos los males de mi vida los eliminopor mis poros; con la quinta quedo purificado; asexta me transporta al reino de los inmortales; aséptim a... ¡Ah la séptim a!... pero no puedo,beber más; siento únicamente el s o p l o del iicscoviento que hincha mis mangas. ¿En donde est<iHorasain? ¡Dejadme montar en esta dulce bns;>,
que allí me lleva!” ,Los demás capítulos del Chakíng tratan de la
vulgaridad, de las maneras ordinarias de bebci dté, de la bibliografía de los bebedores ilustres deté, de las plantaciones más famosas del te de laChina, de las variaciones que se puede introducáen el servicio del té y de los utensilios precisospara hacer el té. El resto, desgraciadamente se ha
perdido. , .
La aparición del Chakíng debió de producir ensu tiempo una gran sensación; Luwuh fue el fa-vorito dcl linipcrciclor Tiiisung ( /6 2 - // 9 ) Ynombre le procuró numerosos adeptos.
Se asegura que algunos refinados eran capaces de distinguir el té hecho por Luwuh del quehacían sus discípulos y se cita un mandarín cuyono'mbre fué inmortal, sólo porque no apreciaba elté de este gran maestro.
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/
Bajo la dinastía Sung, el té batido se puso en
moda y con ello se creó la segunda escuela del té.Se reducían las hojas a polvo en un molinillo
de piedra y se batía la preparación en el agua caliente con una espátula de caña hendida. Estenuevo método introdujo algunas modificacionesen el “servicio del té” de Luwuh y en la elecciónde las hojas. La sal fué descartada definitivamente.
El entusiasmo de los chinos del tiempo debung por el té no conoció límites. Los epicúreosrivalizaban en el descubrimiento de variedadesnuevas y se organizaban concursos regulares para fallar sobre su superioridad.
El Emperador Kiasung (1101-1124) que er idemasiado gran artista para ser gran soberano,disipaba sus tesoros para adquirir una nueva especie de té más preciosa que las otras. El, perso
nalmente, escribió una disertación sobre las veinte especies de té y colocó el té blanco a la cabeza,como el más raro y exquisito.
El ^eal de¡ te según los Sung se aparta dele los Tang tanto como se apartaban sus respec
tivas concepciones de la vida. Trataban de realizar lo que sus predicadores habían intentado simbolizar .
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Por el espíritu imbuido del Neo-confucianis-mo, la ley cósmica no se reflejaba en el mundo de
los fenómenos; pero el mundo de los fenomenosera la propia ley cósmica. Los Eons no eran masque momentos que ofrecía el Nirvana contmua-mentc. La concepción taoista de que la mmorta-lidad consiste en el cambio eterno, impregno todas sus maneras de pensar. El progreso y no laacción, era lo digno- de interés. El acto de realizar y no la realización era verdaderamente el acto
vital. Así los hombres pueden encontrarse frente afrente con la naturaleza.
Un nuevo sentido se introducía en el arte dela vida. El té comenzó a ser, no entretenimientopoético, sino un método de realización personal.
Wangyucheng celebró el té que inundaba sualma como un llamamiento directo, cuyo delicadoamargor le dejaba el sainete de un buen consejo.
Sotumpa alababa la fuerza de la pureza inmaculada que tiene el té para desafiar la corrupción como un hombre verdaderamente virtuoso.
Entre los budistas, la secta Meridional Zenque asimiló tantas doctrinas taoistas, formulo unritual completo del té. Sólo ante una estatua deBodhí Dharma recolectaban los monjes el té y lobebían en un tazón único con toda la solemnidad
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formalista de un sacramento. De este ritual Zennació y se desenvolvió y difundió en el Japón laceremonia del té en el sig-lo XV.
Desgraciadamente, las continuas revolucionesde las tribus mongoles en el siglo XIII, que tuvieron como resultado la devastación y la conquista de la China bajo el gobierno bárbaro de losEmperadores Yuen, destruyó todos los frutos dela cultura Sung.
La dinastía indígena de los Ming, que a mediados del siglo décimo quinto intentó la renacio-nalización de la China, fué perturbada por disturbios interiores y la China en el siglo X V II volvió a caer bajo la dominación extranjera de losManchurianos.
Las costumbres y los trajes se transformaronhasta el punto de perder todos los matices de lasépocas precedentes.
^ El té en polvo es completamente olvidado. Seve a un comentarista Ming que no acierta a recordar cual era la forma de la espátula de batirel té tal y como la describe uno de los clásicosSung.
Por entonces se toma el té haciendo infusiónde las hojas en una taza y esto demuestra que elmundo occidental ignora en absoluto las antiguas
maneras de preparar el té.* 53
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En 801 el monje Saityo, importó algunas semillas y las cultivó en el Yeisan.
En los siglos siguientes se hace mención demuchos jardines de té, y del placer que la aristocracia y el clero encontraban en esta bebida.
.El té de Sung nos llegó en 1191, al retorno de Yeisaizenzi que había ido a estudiar en la escuelameridional de Zen.
Se sembraron los nuevos gérmenes que había
traído en tres demarcaciones distintas y crecieronmaravillosamente, sobre todo en el distrito deUzi, cerca de Kioto, que todavía tiene reputaciónde producir el mejor té del mundo.
El Zen meridional se impuso con una maravi-losa rapidez y con él el ritual y el ideal del té de
los Sung.
En el siglo XV, bajo el patronato de Syógun
Asikaga-Yosimasa, la ceremonia del té quedócompletamente estatuida y fija en su forma independiente y secular, y luego el teismo circuló portodo el Japón.
El uso de la infusión de té de la China anti-irua es relativamente moderno entre nosotros,pues empezó a conocerse a mediados del si-«•lo XVIL
Ha reemplazado en el consumo corriente al55
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té en polvo; pero éste no por eso ha dejado de serconsiderado como el primero de los tes.
En la ceremonia del té japonp es en dondelos ideales del té llegan a su más alta realiza
ción . .Nuestra resistencia victoriosa a la mvasion
mongol de 1281, nos había hecho capaces de continuar el movimiento Sung tan desastrosamenteinterrumpido en China hasta por las incursiones
nómadas.El té llega a ser entre nosotros nada menosque una idealización de la forma de beber: unareligión del arte de la vida.
Esta bebida se constituyó en un motivo parael culto de la pureza y del refinamiento, en unafunción sagrada en la que el huésped y su invitado se unen para realizar en esta ocasión la masalta placidez de la vida mundana.
La cámara del té fué un oasis en eUnste desierto de la existencia, en el que los viajeros fatigados podían encontrarse y beber juntos en lafuente común del amor y del arte.
La ceremonia fué un drama improvisado, cuyo plan se tejió alrededor del té, de las flores yde las sedas pintadas. ^
Ningún color venía a turbar la tonalidad de
la estancia; ningún ruido destruía el ritmo de las56
cosas: ningún gesto alteraba la armonía; ninguna palabra rompía la unidad de los alrededores •todos los movimientos se realizaban sencillamente, naturalmente.
Estos son los detalles característicos de la ceremonia del té. Es bastante extraño que haya tenido tanto éxito. En ella se contiene una filosofía sutil. El teísmo era el Taoismo disfrazado.
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parentesco entre*el Zennismo y el té es casiproverbial.
Ya hemos consignado que la ceremonia del téera un desenvolvimiento del ritual Zen.
El nombre de Laotsé, el fundador del Taois-mo está también ligado intimamente a la historiadel té.
Se dice en el manual escolar chino sobre el ori
gen de los usos y costumbres, que la ceremonia deofrecer el té a un huésped data de Kwanyin, discípulo muy conocido de Laotsé, quien fué el primero que en la portada del desfiladero de Hanpresentó al “Viejo Filósofo” una copa del doradoelixir.
No nos detendremos a discutir sobre la autenticidad de estos cuentos; sea ella la que fuere,
ol
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siempre confirmará la antigüedad del uso que deesta bebida hacían los taoistas.
El interés que ofrecen aqui para nosotros elTaoismo y el Zennismo, reside sobre todo en lasideas que atañen a la vida y al arte y que fiteronincorporadas a lo que nosotros llamamos el
taoismo.Es de lamentar el que a pesar de ciertas ten
tativas muv estimables, no exista todavía ninguna exposición completa de las doctrinas Taoistas,
y Zennista en ninguna lengua extranjera.Una traducción es siempre una traición, y co
mo subraya un autor Ming, no puede ser por buena que sea sino el reverso de un brocado; allí están ciertamente todos los hilos, pero no esta lasutilidad de los colores y del dibujo.
Y ¿cuál es la gran doctrina que puede ser explicada con facilidad?
Los sabios antiguos jamás daban a sus enseñanzas una forma sistemática. Hablaban por paradojas, porque temían entregar a la circulación
medias verdades.Comenzaban por hablar como locos y con
cluían haciendo sabios a sus oyentes.El mismo Laotsé, con su delicado humorismo,
dice : “ Cuando las gentes de inteligencia inferior
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oyen hablar de Tao, ríen a carcajadas. Y sin embargo, no habría Tao, si ellos no rieran.
Literalmente Tao significa el sendero; perocon frecuencia lo han traducido por el camino.Lo absoluto, la Ley, la Naturaleza, la Razón
suprema, la Moda, términos que en otros aspectos distan mucho de ser equívocos o ambiguos, lostaoistas acostumbran a darles arbitrariamente unsignificado acorde con su deseo o con su propósito.
Laotsé mismo, dice, por ejemplo:
“ Existe una cosa que lo contiene todo y quenació antes de que nacieran el cielo y la tierra.(Cuán silenciosa ! ¡Qué solitaria! Se mantiene solay jamás cambia. Vuelve sin peligro a sí misma y<:s la madre del Universo” . Como yo ignoro sunombre, la llamo el sendero. A regañadientes lallamo el Infinito. El Infinito es lo Fugitivo; lol^igitivo es el Desvanecimiento y el Desvaneci
miento es el Retorno” .El Tao está en el Pasaje más bien que en elSendero.
Este es el principio de la Transmutación Cósmica, del eterno crecimiento que vuelve siempre a'.i mismo para producir nuevas formas.
Se enrosca sobre sí mismo como el Dragón,(liie es el símbolo favorito de los taoistas.
Se pliega y se repliega como hacen las nubes.
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Subjetivamente, esta es la manera de ser delUniverso.
Su absoluto es lo Relativo.Conviene recordar primeramente que el Taois-
mo, de igual manera que su sucesor legítimo elZcnnismo, representa el esfuerzo individualistadel espíritu chino meridional en oposición con elcomunismo de la China septentrional, que tiene su
expresión en el Confucianismo.El Imperio del IMedio es tan vasto como laF-urnpa y sus diferencias de idiosincrasia estándefinidas por los dos grandes sistemas fluvialesque lo atraviesan.
El Yangtse-Kiang y el Hoang-Ho se puedencom])arar al Mediterráneo y al Báltico.
Hoy mismo, a despecho de los siglos de unificación, los celestes del Sur difieren tanto en pen
samientos y en creencias de sus hermanos los dclNorte, como la raza latina difiere de la ger mánica .
En los tiempos antiguos, cuando las comunicaciones eran mucho más difíciles que hoy, y sobre todo, durante el período feudal, esta divergencia de pensamiento se advertía mucho más pronunciada.
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El arte y la poesía de los .unos respiran una
atmósfera completamente distinta de la qiie respiran los otros.
En Laotsé y sus discípulos y en Kutugen, elprecursor de los poetas naturalistas de Yangtse-Kiang, se manifiesta un idealismo de hecho incompatible con las nociones morales tan netamente prosáicas de los escritores contemporáneos delNorte.
Laotsé vivió cinco siglos antes de la era cristiana .
En realidad, el germen de la , especulacióntaoista aparece mucho antes de Laotsé, llamadoLaotsé “ el de las orejas largas” .
En los viejos anales de los chinos, singular-mente en el Libro de los Cambios se expone snpensamiento.
Pero el gran respeto que entonces se otorgabaa las leyes y a los usos de aquella época clásica dela civilización china, que llega a su apogeo con elestablecimiento de la dinastía Chow en el siglo X V I antes de Jesucristo fué, durante muchotiempo, un gran obstáculo para el progreso delindividualismo, de suerte que sólo después de ladisgregación de la dinastía Chow y de la formación de innumerables reinos independientes, es
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do llega a conocer vuestra verdadera utilidad,^ elcomisario-prior os adjudicaría enseguida a quienmás ofreciera.
¿Por qué los hombres y las mujeres se desviven por hacerse notar? ¿No es este un instintoque les queda de sus días de esclavitud ?
La virilidad de una idea no consiste tanto ensu poder para abrirse paso en el pensamiento contemporáneo, como en su capacidad para dominarsus pensamientos futuros.
La potencia activa dcl taoismo se manifiestadurante la dinastía Shin que representa la épocade la unificación china, de la que data el nombrede China.
¡Qué interesante sería, si tuviéramos tiempoel hacer la luz sobre la influencia que ^entoncesejerció sobre los pensadores, los matemáticos, los
escritores, legistas y militares, los místicos, iosalquimistas y los poetas naturalistas de YangtseKiang, y trazar el retrato de estos especuladoresde la Realidad, que se preguntaban si un caballoblanco existía realmente porque era blanco o porque era sólido!
¡Y de los Conversacionalistas de las seis Dinastías, qué, como lo? filósofos Zen invertían su
tiempo en discutir s; ore lo Puro y lo Abstracto.68
No dejaremos, ante todo, de rendir homenaje
al taoismo, por la influencia que ha tenido en laformación del carácter de los celestes, al que hacomunicado cierta capacidad de retención y de refinamiento “ cálido como el Jade” .
Los ejemplos son numerosos en la historia dela China y demuestran como los adeptos del taoismo, príncipes y eremitas, por ejemplo, practicaban los preceptos de sus creencias y de ello sacaban resultados diversamente interesantes.
El relato, rico en anécdotas, alegorías y aforismos, no estaría desprovisto de cierta dosis deinstrucción y de entretenimiento.
Entraríamos en conversación con aquel delicioso emperador que jamás murió, por la sencillarazón de que jamás ha vivido.
Montaríamos a caballo en el viento con Lieht-se y encontraríamos todo dispuesto y en reposo,
dado que nosotros mismos seríamos el viento.^Nos detendríamos en medio del aire con elvejete Hoang-Ho, que vivía entre el cielo y la tierra a causa de que no era súbdito del uno ni delotro.
En la apología grotesca por sí misma que laChina actual ofrece al Taoismo encontraríamosuna verdadera mina de rasgos cómicos que en ninguna Religión tiene términos equivalentes.
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ninguno de los muchos que sucesivamente habían probado a obtener de sus cuerdas una melodía,
logró ver su tentativa coronada por el éxito.En respuesta a sus esfuerzos supremos, delarpa sólo salían unas duras notas de desdén, poco
en armonía con los cantos que deseaban entonar.
El arpa se resistía a aceptar un dueño.Llegó al fin Peiwoh, el príncipe de los a r-
pis tas.Con una mano delicada acarició el arpa como
cuando se trata de calmar un caballo bravio, y
comenzó a tocar dulcemente las cuerdas.Cantó la naturaleza y las estaciones, las altas
montañas, los arroyos, y todos los recuerdos del
árbol despertaron.De nuevo, la dulce brisa de la primavera se
recreó en sus ramas.Las jóvenes cataratas danzando en la torren-
tera sonrieron a las flores en capullo.De «nuevo se escucharon las voces soñadoras
del estío, con sus miríadas de insectos, y el lin-do batir de la lluvia, y los lamentos del cuclillo.
Escuchad: ha rugido un tigre y le contesta el
eco de los valles.En el otoño, en la noche desierta, tajante como
una espada, la luna centellea sobre la hierba he-
lada.
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El invierno ahora reina y al través del aire
pleno de nieve se atorbelHna el revoloteo de loscisnes y los graznidos sonoros golpean las ramascon júbilo salvaje.
Luego Peiwoh cambia de tono y canta el amor.El bosque se inclina, como un hombre joven per-dido en el laberinto de sus propios pensamientos.
Allí, en lo alto, semejante a una altiva donce-
lla se alza una nube resplandeciente, de suprema belleza; pero sy paso tapiza el suelo de sombras
largas y negras como la desesperación.El tono cambia nuevamente: Peiwoh canta la
guerra; espadas que chocan y caballos que piafan.Por último, en el arpa se eleva la tempestad de
Lungmen; el dragón cabalga sobre un relámpago
y la avalancha se oye al través de las montañascon ruido de trueno.
El monarca Celeste, extasiado pregunta a Pei-woh cuál era el secreto de su victoria.
—Señor, —contesta— frac asaron los demás porque tr ata ro n de cantar solps. Yo he dejado queel arpa escoja su tema y en verdad no sabía si elarpa era Peiwoh o Peiwoh era el arpa.
Este cuento demuestra hasta qué punto el sen-tido del arte es cosa de misterio.
Una obra maestra es una sinfonía ejecutadacon nuestros más refinados sentimientos.
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dad viviente a la que se siente ligado por lazos decamaradería.
Los maestros son inmortales porque sus amoires y sus angustias viven en nosotros eternamente.
Es más bien el alma que la mano, el hombre
que la técnica lo que nos llama, y cuanto más hu-mano es el llamamiento, más profunda es núes'
tra respuesta, por efecto de esa comprensión se *creta que existe entre el maestro y nosotros, que
llegamos a sufrir y a regocijarnos con los héroes,y las heroínas de los poemas y de los romances.
Tikamatu, nuestro Shakespeare japonés, con-sideraba como uno de los principios esenciales dela composición dramática el de inspirar confian-
za al público.Entre un gran número de obras que sus discí-
pulos habíanle dado a conocer, sólo una le agradó.
Era la que tenía cierta semejanza con Come-dia de los errores, en donde aparecen dos hermainos que son víctimas de su extraordinario pare-
cido. —S í; dijo Tikam atu— yo siento vivir aquí el
espíritu del drama, porque se ha tenido en cuen-ta al público tal y como es, y esto le permitirá sa-
ber alguna cosa más que los actores. Sabe sobre lo
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que reposa el error y tiene piedad de los persona-
jes que ve en la escena precipitarse inconsciente-
mente hacia su destino.Los grandes maestros del Oriente, lo mismoque el Occidente, jamás desdeñaron la sujestión
como medio de atraer la confianza del espec-tador.
¿Quién puede contemplar una obra* maestra
sin asustarse de la inmensidad de pensamientosque ante nuestra mirada descubre?
No hay verdaderas obras maestras que no sean
familiares y simpáticas.¡Qué frías son, por el contrario, las produc-
ciones corrientes del momento actual!
¡Aquí, la expansión acalorada del corazón deun hombre! Allá nada más que un gesto formalis-ta. Esclavos de la técnica, los modernos rara vezse elevan sobre sí mismos.
Como los músicos que en vano intentan hacervibrar el arpa de Lungmen, sólo cantan para sí
mismos.Podrá suceder que sus obras se acerquen a la
ciencia; seguramente en la misma proporción sealejarán de la humanidad.
Existe un viejo proverbio japonés, según elcual, una mujer no puede amar a un hombre ver-daderamente vanidoso, porque en su corazón no
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I
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queda la más pequeña rendija por donde el amor pueda penetrar y llenarlo.
La vanidad en arte es igualmente fatal para lasimpatía, sea por parte del artista, sea por partedel público.
No conozco nada más santificante que la uniónen el arte de los espíritus ligados por el parentes-
co. En el momento de estos encuentros, el amantedel arte se sobrepasa a sí mismo.
A la vez es y no es.
Entrevé un resplandor de infinito; pero las pa
pabras no le bastan para expresar su gozo, pues-to que los ojos carecen de lengua.
Libre de las cadenas de la materia su espíritu
se mueve con el mismo ritmo de las cosas.
Así el arte se identifica con la religión y en-noblece a la humanidad.
Así el que hace una obra maestra, hace una
obra sagrada.
En los tiempos antiguos, la veneración de quelos japoneses rodeaban las obras de un gran artis-ta, era verdaderamente extremada.
Los maestros del té conservaban sus tesoroscon una discreción acendradamente religiosa y confrecuencia era preciso abrir una después de otra
un gran número de cajas antes de describir el re-
lié
Hcario y la envoltura de seda en cuyos dulces plie-
gues reposaba el Sancta sanctorum.
Sólo muy de tarde en tarde se exhibía única-mente ante los verdaderos iniciados.
En la época en que el Teísmo llegó a su apo-geo, los generales del Taiko se mostraban muchomás satisfechos de que para premiar sus victoriasse les regalase una obra de arte preciosa, que deque se les diera una vasta extensión de territorio.
Muchos de nuestros dramas favoritos tienen
como asunto la pérdida de una obra maestra y el
éxito de recobrarla.En uno de ellos, por ejemplo, el palacio del
señor Hosokawa, en donde se guarda el célebre
retrato de Dharuma pintado por Sesson, se ve derepente envuelto en llamas a causa de la negligen-
cia del samurai de guardia.Resuelto a afrontar todos los riesgos para sal-
var el precioso cuadro, éste se precipita en el edi-
ficio ardiente y se apodera del kakemono, pero en-cuentra todas las salidas obstaculizadas por el
fuego.Pensando únicamente en la salvación de la
obra maestra, se da en el cuerpo con la espada untajo largo y profundo, se desgarra una manga,envuelve en ella la seda pintada y lo hunde todo en
su terrorífica herida.
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T
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El fuego al fin se extingue y entre las cenizashumeantes se encuentra el cuerpo medio consumi-do en cuyo interior reposa, respetado por las lla-
mas, el inestimable tesoro.Demuestra esta historia trágica, a la vez que
la fidelidad de un samurai, el precio que nosotrossabemos asignar a una obra maestra.
No olvidemos, sin embargo que el ar te sólotiene valor en la 'medida que habla a nues tro co-
razón.
Puede llegar a ser una obra universal si nos-
otros sabemos ser universales eñ nuestras simpa-tías.
Nue stra na tura leza lim ita la fuerza de la tra -dición y de las convenciones, del mismo modo quenuestros instintos hereditarios restringen nuestra
capacidad para los goces estéticos. Nuestra propia individualidad, fi ja también
hasta cierto punto límites a nuestra comprensióny nuestra personalidad estética busca sobre todo
sus propias afinidades en las creaciones del pa-sado.
Es verdad, por ora parte, que mediante la cul-tura nuestro sentido del arte se amplía y cadadía vamos siendo más capaces de gozar nuevasexpresiones de belleza para las que ayer nos crei-
mos todavía insensibles.
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Pero, después de todo ¿dejará de ser nuestra propia imagen lo que nosotros vemos en el Uni-
verso? ¿No será nuestro propio temperam ento elque nos impone las maneras de perc ibir ?
Los maestros del té, sólo coleccionaban obje-tos que correspondieran exactamente a la modali-
dad de su gusto personal.Recuerdo a propósito de esto una historia que
se cuenta de KoboríEnsyu.Pa ra cumplimentarle por haber dado una
prueba de un gusto perfecto en la elección de sus
colecciones, le decían sus discípulos: —“Cada objeto es de ta l naturaleza que no
hay persona que pueda negarle su admiración. Es-to prueba que tenéis mejor gusto que Rikiu, pues-
to que entre mil personas sólo habrá una capaci-tada para admirar su colección.”
Y a esto Ensyu, respondió tristemente:
—“E sa es una prueba de mi vulgaridad :
Nuestro gra n Rikiu ten ía la audacia de no admi-rar más que los objetos que le complacían perso-nalmente, mientras que yo, inconscientemente, me
incorporo al gusto de la mayoría. En verdad, enverdad, no hay más que un Rikiu por cada mil
que puedan llevar el título de Maestros del té”.Sea de ello lo que fuere, jamás lamentaremos
bastante el que la mayor par te del entusiasmo
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En una época democrática como la nuestra ,los hombres aplauden todo lo que es considerado
por las masas como lo mejor, sin respeto para los
propios sentimientos.Aman lo costoso y no lo refinado; lo que está
de moda y no lo que es bello.
A las masas populares, la contemplación de
los periódicos ilustrados, que son productos de su
propio industrialismo, les da un, alimento de goceestético, mucho más fácil de digerir que los Pri-mitivos italianos o los maestros de Asikaga quesimulan admirar.
Eí nombre del artista es para ellos mucho másimportante que la calidad de la obra.
Como decía un crítico chino hace ya muchossiglos, “el pueblo hace la crítica de la pintura conlos oídos.”
A la falta de gusto personal y de juicio origi-nal debemos los horrores pseudo clásicos que nosacometen hoy por todas partes.
Otro error no menos difundido es el de con-fundir el arte con la arqueología.
La veneración inspirada por la antigüedad esuno de los rasgos más nobles del carácter huma-
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no y sería de desear el que estuviera más ex-tendida de lo que está.
Los viejos maestros tienen derecho a ser ve-nerados por haber abierto las vías para el pro-greso futuro y el sólo hecho de que hayan cruza-
do intactos por los siglos de la crítica y hayan lle-gado a nosotros cubiertos de gloria, impone to-dos los respetos.
Pero sería una locura evidente evaluar sólosus esfuerzos por la medida de la edad.
Mientras tanto, dejamos a nue stra simpatíahistórica la dirección de nuestro dicernimiento es-tético.
Ofrecemos las flores de nuestra aprobación alartista cuando está tranquilamente tendido en sutumba.
El siglo XIX que ha engendrado la teoría dela evolución, a pesar de ello ha creado en nosotros
la costumbre de perder de vista el individuo en laespecie.
Un coleccionista se cuida ante todo de adqui-rir ejemplares de una escuela o de una época y ol-vida que una sola obra maestra nos atrae másque una gran cantidad, por grande que sea de pro-
ducciones mediocres de una época o de una es-
cuela determinadas.
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gris y temblorosa de un amanecer de primave-ra, entre fel murmullo de los pájaros en los árboles,una cadencia misteriosa que no podía ser sino unaconversación que entre ellas sostenían las flores?
Está fuera de duda en todo caso, que para lahumanidad el amor a las flores ha debido naceral mismo tiempo que la poesía del amor.
¿Cómo en efecto se podrá concebir mejor queen presencia de una flor, tan dulce en su incons-
ciencia y que no tiene tanto perfume como silen-cio y misterio, la revelación del alma de una vir-gen?
Al ofrecer a su amada la primera guirnalda,el hombre primitivo se eleva por encima del bru-
to; se eleva por encima de las necesidades grose-ras de la naturaleza; asciende a ser humano.
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En la alegría o en la tristeza las flores sonnuestras amigas más fieles.
Comemos, bebemos, cantamos, danzamos y
flirteamos con ellas. Nos casamos y nos bautizamos con flores.
Morimos entre las flores.
Hemos adorado con los lirios, meditado con
los lotos y a la vez que cargábamos con los arcos
de las batallas lo hacíamos con la rosa y el cri-
santemo.H asta hemos intentado hablar la lengua de las
flores.¿Cómo, pues, podríamos vivir sin ellas?
Da miedo imaginar un mundo vacío de su pre-
sencia .
¡Qué consuelos aportan a la cabecera del en-
fermo!
¡Qué luz de bendición a los espíritus fat i-gados !
Su serena ternura conforta nuestra confian-za desfalleciente en el universo, del mismo modoque la mirada atenta de un niño hermoso, resuci-
ta nuestras esperanzas perdidas.Cuando estamos ya acostados sobre el polvo,
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ellas son las que más se detienen a llorar sobrenuestras tumbas.
Por triste que ello sea, no hemos de ocultarque a despecho de nuestra familiaridad con lasflores, no nos hemos levantado mucho por enci-ma de los brutos.
Aguijad al cordero, y el lobo que en nosotrosvive no tardará en mostrar los dientes.
Alguien ha dicho que el hombre es a Jos diezaños un animal, a los veinte un loco, a los treinta
un fracasado, a los cuarenta un farsante y a los
cincuenta un criminal.Acaso se convierte en criminal porque nunca
cesó de ser criminal.
Nada hay para nosotros más rea l que el ham- bre; nada más sagrado que nuestros deseos.
Todos los altares„unos detrás de otros se handemolido ante nuestros ojos; uno sólo es eterno;aquel sobre el que quemamos incienso a nuestroídolo supremo: a nosotros mismos.
Nuestro Dios es grande y el Dinero es su pro-feta.
Para sus sacrificios, devastamos la naturale-za entera.
Nos envanecemos de haber conquistado la ma-teria y olvidamos que es la materia quien ha he-cho de nosotros sus esclavos.
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Sin duda han emigrado al cielo.Alabemos al hombre que se dedica al cultivo
de las plantas.
El hombre del tiesto de flores, es indudable-mente mucho más humano que el hombre de las
tijeras.Vemos con placer cómo se preocupa por la llu-
via y por el sol, sus luchas contra los parásitos,
su miedo a las heladas, su ansiedad cuando los botones se muestran tardíos, su encanto cuando
las hojas hicieron su explosiva aparición.En oriente, el arte de cultivar las flores es uno
de los más antiguos y los cuentos y las cancionesestán saturados del amor del poeta por su planta
favorita.Bajo las dinastías Tang y Sung, los ceramis-
tas crearon para sus plantas recipientes maravi-llosos; no eran vasos, sino verdaderos palacios de
piedras preciosas.A cada flor estaba asignado un doméstico es-
pecial encargado de velar por ella y de lava r sushojas con su finísimo pincel de pelo de conejo.
Está escrito que la peonía debe ser bañada poruna hermosa joven vestida de gala, y el ciruelo
de invierno por un monje pálido y joven.
En el Japón una de las danzas No, más anti-guas y más populares, el hatinoki, que data de la
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época de Asikaga, tiene por tema la historia de
un caballero que se queda pobre y en una nochehelada, no teniendo otra cosa para hacer fuego,corta sus plantas más queridas en obsequio a un
religioso errante que llega hasta él.
El religioso no es otro sino HozyoTokiyori,el HarumalRaschid de nuestros cuentos y el sa-
crificio del buen caballero es bien recompensado.
Hoy mismo, la representación de esta obra,
no deja de arrancar lágrimas al público de Tokio.
Entonces se adoptaban grandes precauciones
para cuidar y conservar las flo res delicadas.El Emperador Huensung, de la dinastía Tang,
colgaba cascabeles de oro en las ramitas de su
ja rd ín para ahuyentar los pájaros.
Este mismo soberano, hacía que en la prima-vera los músicos de su corte recrearan a las flo-res con suaves conciertos.
Existe aún en un monasterio del Japón una
preciosa tableta que la tradición atribuye a Yosituné, el héroe de nuestro ciclo de leyendas aná-logo al ciclo de la Tabla Redonda. Es un aviso re-ferente a un ciruelo maravilloso y nos habla enel tono propio de una época guerrera.
Después de haber hecho mención de la belleza
de las flores, la inscripción dice;
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“A quien quiera que corte una sola rama deeste árbol, en castigo le será cortado un dedo.”
¿No convendría aplicar hoy estas leyes a losque ejercitan su frenesí destructor sobre las flo-res y a los que inutilizan las obras de arte?
En lo que concierne a las flores en tiestos, es preciso acusar al egoísmo humano.
¿Por qué substraer las plantas de su medio y pedirles que florezcan en los medios ex traños?
¿No es esto lo mismo que pedir a los pájarosque gorjeen y canten en la prisión de una jaula?
¡ Quién sabe lo que sentirán las orquídeas alsofocarse en el calor artificial de vuestros inver-naderos, suspirando sin esperanza por un deste-llo de su cielo meridional!
El amante ideal de las flores es el que las vi-sita en sus retiros naturales, como Taoyuenming
que se sentaba delante de una empalizada de bam- bú cortado, para conversar con un crisantemo sal-vaje, o como Linwosing que perdió su camino se-
ducido por unos perfumes misteriosos cuando se paseaba du rante el crepúsculo por entre unos ci-ruelos en flor junto al lago occidental.
Se cuenta también que Chawmushih dormíaen una barquilla en tal forma que sus sueños pu-dieran confundirse con los de los lotos.
.Este mismo espíritu era el que animaba a la
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emperatriz Komío, una de las soberanas más fa-
mosas de Nara, cuando cantaba:
“Si te cojo, mi mano te lastimará, ¡oh flor!Tal y como te veo en el seno de la pradera, te doy
en ofrenda a los Budas del pasado, del presente
y del porvenir.”
No seamos, sin embargo, demasiado sentim en-
tales. Seamos menos lujosos; pero más m agn í-
ficos.Laotsé decía: “El cielo y.la tierra son impla-
cables.”
Kobodaisi decía: ‘‘Corre, corre, corre; la co-
rriente de la vida va todavía más lejos.”“Muere, muere, muere; la muerte llega para
todos.”
La muerte nos acecha, sea cual fuere la di-
rección que tomemos.
Destrucción arrib a y abajo; destrucción de-
lante y detrás.
El cambio es lo único que es eterno, ¿por qué, pues, no hemos de acoger bien tanto la muerte
como la vida?
No existen más que contrapa rtidas , la Noche
y el Día de Brahama.A favor de la desintegración de lo viejo, re-
sulta posible el deleite.
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Hemos adorado a la Muerte, la diosa impla-cable de la piedad, bajo los nombres más dis-
tintos .Era la sombra del Devorador Universal que
los Gheburs saludaban en el fuego.
Ante el purism o helado del almaespada, elJapón de Sinto, se arrodilla hoy todavía.
El fuego místico consume nues tra debilidad;
la espada sagrada rompe la esclavitud del deseo.
De nuestras cenizas se alza el genio de la ce-lestial espada; de la libertad nace una más alta
realización de la Humanidad.¿Por qué, pues, no destruir las flores, si de
sus despojos podemos sacar nuevas formas paraennoblecer las ideas del mundo?
Concretémonos a imponer el que a nuestro sa-
crificio se una la belleza.
Sólo rescataremos nuestras acciones consa-grándonos a la pureza y a la sencillez.
Así razonaron los maestros del té cuando es-tablecieron el culto de las flores.
Quien conozca la manera de ser de nuestrosmaestros del té y de las flores, no habrá dejadode adm irar con qué veneración religiosa tra tanlas flores.
Jamás las cogen al azar, sino escogiendo cui-
dadosamente las ramas y hasta las briznas, sin
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perder de vista la composición estética que en suespíritu llevan.
Se acongojarían si hubiesen llegado a cortarmás de lo que sea absolutamente necesario.
Se observará, a propósito de ésto, que asociansiempre que pueden las hojas con las flores, conel deliberado propósito de representar por enterola belleza de la planta viviente.
En lo tocante a esto, como en otras muchas
cosas, su método es bien distinto del que se sigueen los países occidentales, en donde no es posible
ver más que tallos, y cabezas de flores sin cuer- pos amontonadas en desorden y al az ar en un
vaso.Cuando un maestro del té haya arreglado una
flor a su gusto, la colocará sobre el tokonoma. que es el sitio de honor de todo interior japonés.
—Jun to a ella no será colocada otra que pue-da dañar el efecto que deba producir.
Y tampoco se colocará ninguna pintu ra, a noser que así lo determine una razón estética parti-cular para una combinación de determinada ín-dole .
La flor está allí como un príncipe en su trono,y los invitados o los discípulos, al entrar en la es-tancia la saludarán con una profunda reverencia
antes de ofrecer sus cumplimientos al anfitrión.
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aficionados, y sobre el tema existe una copiosa li-teratura.
Cuando la flor se marchita, el maestro la con-fina tiernamente en la ribera y allí piadosamentese la entierra en la arena.
Algunas veces, hasta se han elevado monu-mentos a su memoria.
El origen del Arte de tratar las flores es, al parecer, contemporáneo del Teísmo, esto es, datadel siglo XV.
Las leyendas nuestras atribuyen el primer or-denamiento floral a aquellos viejos santos budis-
tas que recogían las flores tronchadas por el hu-racán y en su infinita solicitud para con todas lascosas vivientes, las colocaban en vasos llenos deagua.
Se cuenta que Soami, el gran pintor de la Corte
de AsikagaiYosímasa fue uno de los primerosadeptos de esta encantadora costumbre.Zyuco, el maestro del té, fue uno de sus pri-
meros discípulos, como también lo fué Senno, elfundador de la casa de Ikenobo, familia tan ilus-tre en los anales de la Flor, como la de los Kano^en los de la pintura.
Al mismo tiempo que se perfeccionaba bajo
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Rikiu el ritual del té, hacia el final dpl^siglo XVI,
el arte de tratar las flores llegaba a su máximodesarrollo.
Rikiu y sus sucesores, los célebres OdaYuraki, FurudaOribé, Kayetu, KoboriEnsyu,KatagiriSekisyu, rivalizaban entre ellos en bus-ca de combinaciones nuevas e imprevistas.
Pero no debemos olvidar que el culto de las
flores, tal y como lo practicaban los maestros de!té, sólo era una parte de su ritual estético y no
constituía por sí mismo una Religión.Toda decoración flora l, así como las demás
obras de arte que adornaban la Cámara del té es-
taba sometida al plan general de .ornamentación.
Así, Sekisyu prohibía el que se hiciera uso de
las flores blancas de ciruelo cuando aún habíanieve en el jardín.
Las flores engañosas estaban implacablemen-
te desterradas de la Cámara del té.Un decorado floral combinado por un maestro
del té, pierde toda su significación si se trans- po rta del sitio para donde fué destinado, porquetodas sus líneas, todas sus proporciones se estu-
diaron con el objeto de que resultara en armoníacon los objetos de alrededor.
La adoración de la flor por sí misma comien
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Ante las obras maestras del género se trazandibujos que se reparten para edificación de los
aficionados, y sobre el tema existe una copiosa li-teratura.
Cuando la flor se marchita, el maestro la con-fina tiernamente en la ribera y alli piadosamentese la entierra en la arena.
Algunas veces, ha sta se han elevado monu-mentos a su memoria.
El origen del Arte de tratar las flores es, al
parecer, contemporáneo del Teismo, esto es, data
del siglo XV.Las leyendas n uestras atribuyen el primer or-
denamiento floral a aquellos viejos santos budis-
tas que recogían las flores tronchadas por el hu-racán y en su infinita solicitud para con todas lascosas vivientes, las colocaban en vasos llenos deagua.
Se cuenta que Soami, el gran pintor de la Cortede AsikagaiYosimasa fue uno de los primeros
adeptos de esta encantadora costumbre.Zyuco, el maestro del té, fue uno de sus pri-
meros discípulos, como también lo fué Senno, elfundador de la casa de Ikenobo, familia tan ilus-tre en los anales de la Flor, como la de los Kano^en los de la pintura.
Al mismo tiempo que se perfeccionaba bajo
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Rikiu el ritual del té, hacia el final del siglo XVI,el arte de tratar las flores llegaba a su máximo
desarrollo.Rik iu y sus suceso res, los célebres Oda
Yuraki, FurudaOribé, Kayetu, KoboriEnsyu,KatagiriSekisyu, rivalizaban entre ellos en bus-
ca de combinaciones nuevas e imprevistas.
Pero no debemos olvidar que el culto de las
flores, tal y como lo practicaban los maestros delté, sólo era una parte de su ritual estético y nocon stituía por sí mismo una Religión.
To da decoración floral, así como las demásobras de arte que adornaban la Cámara del té es-tab a sometida al plan general de .ornamentación.
Así, Sekisyu prohibía el que se hiciera uso delas flores blancas de ciruelo cuando aún había
nieve en el jardín.Las flores engañosas estaban implacablemen-
te desterradas de la Cámara del té.
U n decorado floral combinado por un m aestrodel té, pierde toda su significación si se trans- p o rta del si tio para donde fu é des tinad o, porquetodas sus líneas, todas sus proporciones se estu-
diaron con el objeto de que resultara en armonía
con los objetos de alrededor.La adoración de la flor por sí misma comien-
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a mediados del siglo XVII.Entonces se hace independiente de la Cámara
del té y no conoce otra gloria sino la que le im-
pone el vaso eilegido. Nuevas concepciones y nuevos métodos de eje-
cución fueron ya entonces posibles y de ellos re-sultaron verdaderos principios y verdaderas es-
cuelas.Un escritor de mediados del siglo último de-
cía que él podría contar más de cien escuelas di-
ferentes en el arte de tratar las flores.Se dividían en dos ramas principales: la for-
malista y la naturalista.Las escuelas formalistas, dirigidas por los
Ikenobo aspiraban a un idealismo divino, corres-
pondiente al de la Academia de Kano.Tenemos descripciones de decorados florales
ejecutados por antiguos maestros de esta escue-la, que casi llegan a reproducir los cuadros de flo-
res de Tansetu y de Tunénobu.La escuela naturalista, por el contrario, como
indica su nombre, acepta la naturaleza, ante todo, por modelo y se conform a con imponerle algunasmodificaciones en la forma, necesarias para la ex-
presión de una unidad artís tica.¿No se observan aquí los mismos impulsos que
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en la pintura han formado las escuelas de Ukiyoéy de Sizyo?
Sería muy interesante, si para ello tuviéramoslugar el estudiar más a fondo las leyes de compo-
sición y de detalle formuladas por lOs diferentesMaestros de Flores de esta época, basadas en su-ma en las mismas teorías fundamentales que re-gían la decoración Tokugawa.
^Tres principios esenciales las gobernaban: el
principio primordial, que er a el cielo; el principiosubordinado, la tierra; y el principio conciliador,
el hombre.Todo decorado floral’que no se sometiera a la
aplicación de estos tres principios, se considera- ba infecundo y muerto.
Insistían también mucho los Maestros de Flo-
res de entonces sobre la importancia que tiene eltratar una flor en sus tres aspectos diferentes: elformal, el semiformal y el informal.
Podría decirse que el primero presenta las flo-
res en un suntuoso tocado de baile, el segundo enla cómoda elegancia de un vestido de tarde y el
tercero en el encantador deshabillé del gabinete. Nues tras simpatías personales están, hemos
de declararlo, con el decorado floral del maestrodel té más bien que con el del maestro de Flores.
El primero representa el arte concebido según
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