Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe El intelectual puertorriqueño moderno y la modernidad Teresa López Martínez Prof. Jorge Seda Prado Historiografía puertorriqueña y caribeña II 23 de mayo de 2011
Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe
El intelectual puertorriqueño moderno
y la modernidad
Teresa López Martínez
Prof. Jorge Seda Prado
Historiografía puertorriqueña y caribeña II
23 de mayo de 2011
I. Introducción
El siguiente trabajo se enfoca en el tema del
intelectual moderno en el contexto puertorriqueño de la
segunda mitad de siglo XIX y la primera del XX,
particularmente en dos áreas principales: el intelectual
moderno puertorriqueño en su descarga de la función
normativa, así como en la conexión que existente entre este
tipo de intelectual y el proyecto de la modernidad. Para su
desarrollo utilicé de fuente: Intelectuales. Notas de investigación de
Carlos Altamirano; Un país del porvenir, el afán de modernidad en Puerto
Rico (siglo XIX) de Sylvia Álvarez Curbelo; y el ensayo El
nacionalismo de la fase de arranque. Antonio S. Pedreira: la nación
problemática no alza vuelo del libro El sueño que no cesa: la nación
deseada en el debate intelectual y político puertorriqueño 1920-1940 de José
Juan Rodríguez Vázquez: tres estudios que presentan diversos
enfoques sobre el tema del intelectual moderno y le examinan
desde perspectivas muy distintas.
En su libro, Altamirano da historicidad al tema
del intelectual moderno desde un punto de vista panorámico,
al definir tres distintas tradiciones de intelectualismo.
Para él lo importante es proveer un “mapa”, logrado de forma
muy general, que ayude al tratamiento histórico del tema.
Esta lectura me sirve más bien para contextualizar al
intelectual moderno puertorriqueño desde un punto de vista
histórico y establecer la tradición a la cual pertenece.
A diferencia de Altamirano, en sus
investigaciones Álvarez Curbelo y Rodríguez Vázquez realizan
estudios mucho más minuciosos que se orientan hacia un
conjunto de intelectuales modernos de Puerto Rico. Ambos
autores pertenecen a una nueva generación de intelectuales
puertorriqueños que han asumido la noción de que el modelo
moderno está actualmente en crisis y que hay que repensarle,
interrogarle, examinar sus contradicciones. Con tal fin, sus
investigaciones exponen a los intelectuales modernos del
País como artífices del imaginario de la modernidad y
examinan cómo sus propuestas se convirtieron en discursos
uniformadores de poder que dieron legitimidad a diversos
proyectos de elite.
Valiéndose de la teoría postestructuralista,
Álvarez Curbelo se concentra en el intelectual moderno de
siglo XIX. Su libro explora una serie de documentos y
escritos canónicos con el fin de revelar el carácter del
discurso de la modernidad que estos emplean y cómo se va
constituyendo en discurso hegemónico. Basándose en gran
medida en la teoría postcolonial, en el suyo Rodríguez
Vázquez considera los discursos de tres intelectuales
modernos activos en la primera mitad de siglo XX, explorando
la manera en que su particular concepción de modernidad le
dio forma a variados proyectos nacionales.
Por último, el ensayo El intelectual moderno de
Jorge Seda Prado,
ha sido de gran utilidad para llenar los blancos que, en
ocasiones, me han dejado las lecturas anteriores. Lo mismo
sucede con otras dos lecturas de Altamirano que he incluido
en la Bibliografía.
II. El intelectual moderno puertorriqueño y la
función normativa
El intelectual, nos dice Altamirano, no es una
categoría profesional sino una conciencia y una construcción
de identidad asociada a un modelo de acción. Quienes proveen
usualmente las contestaciones sobre qué es o qué debe ser un
intelectual son los mismos intelectuales. Sin embargo, la
definición de intelectual, sus funciones y responsabilidades
han producidos intensos y extensos debates en el mundo
intelectual.1
Para empezar, el intelectual moderno es un actor social
que se ubica en un estatus social más “alto” en el espacio
de la cultura y tiene deberes distintos a los de otros
miembros de la sociedad, estiman numerosos intelectuales.
Dicha noción de intelectual descansa sobre la idea de clerc
estipulada por Julien Benda, indica Altamirano. El clerc es
un: “...representante del espíritu que, a distancia de la
agitaciones de la sociedad, ejerce sobre ella una suerte de
magistradura” (Intelectuales 35).
Realmente es más fácil explicar qué es un intelectual
por lo que hace, o sea, por lo que debe de hacer para ser
intelectual, explica Altamirano. Sobre este particular
establece que “...al obrar como críticos sociales o
1 Véase El intelectual moderno, p. 11
moralistas públicos, hay en ellos una propensión a
concebirse como clase ética, como un grupo que se describe y
define en términos de una misión” (Intelectuales 30). Tal
misión puede ser desde guiar la sociedad, hasta velar por el
Progreso, destacar las incongruencias entre el
comportamiento proclamado y los actos de los gobernantes,
cuestionar el conservadurismo o contradecir a los poderosos,
exponen distintos intelectuales. Otros de sus haberes son
custodiar valores permanentes de la Civilización o adelantar
la queja común. El intelectual es un reformador que busca
producir cambios en la sociedad. También es un moralista
público o un crítico social, de acuerdo a la fuente.
Jean Paul Sartre, por ejemplo, distingue a los
intelectuales como “conjunto ético” que realiza, como
compromiso ineludible, una misión política (Intelectuales 37).
El intelectual debe inquietar la conciencia cotidiana y
oponerse a las fuerzas conservadoras, opina Sartre. Otros
intelectuales, como Edward Said, proponen que el intelectual
debe ser un crítico cuya misión es oponerse a los poderosos
y adelantar la causa de la Justicia y la Paz. Asimismo debe
producir un entrañamiento de la sociedad y, ante todo,
oponerse al nacionalismo.
En su libro Altamirano distingue entre tres distintas
tradiciones intelectuales: la normativa, la marxista y la
social. Para él la tradición normativa operó como un tronco,
una base, del cual se proyectaron las otras dos tradiciones.
El razonamiento ético como acción socio-política es lo que
precisamente define la tradición normativa del intelectual,
un canon que tiene sus orígenes en Francia en la segunda
mitad de siglo XIX, de acuerdo a él.
Dicha tradición diferencia a su vez al intelectual
moderno del de la primera mitad de siglo. El intelectual
moderno integra algunas de las funciones del letrado
ilustrado y el romántico2 pero se distingue de ellos en la
manera en que se desempeñó en el espacio social como
2 La ilustración y el Romanticismo fueron dos corrientes de pensamiento liberal que desgastaron el dominio del poder eclesiástico y cortesano sobre la representación de la realidad. Asimismo fueron corrientes de pensamiento liberal. El ilustrado fue quien primero postuló que la Razóndebía organizar la sociedad. Para este, la Razón proveía la base del conocimiento y con ella se podía revelar el caracter “objetivo” del mundo. El individualismo por él profesado implicaba una nueva manera de relacionarse con la autoridad, si bien quedó relacionado al servicio delestado. El hombre de letras romántico por el otro lado ansió destruir elmundo que el ilustrado había fabricado. Este era rebelde ante la autoridad del estado y se oponía a todo absolutismo.
“dirigente cultural” (Intelectuales 16)3 y como fue apropiándose
de ciertos discursos, la Cultura, la Historia, la Ciencia,
por ejemplo, para hablar en nombre de la Verdad y, mediante
ella, dirigirse a las elites culturales o políticas o el
estado.
Si bien todo ello caracterizó en un principio a los
intelectuales modernos franceses decimonónicos,4 prontamente
el canon normativo se irradió hacia los extremos del mundo
occidental, donde fue adoptado por distintas comunidades de
letrados, nos informa este autor. Sin embargo, el contexto
en que dichas comunidades letradas trabajó, como sucedió en
la América hispana, España o Puerto Rico, no necesariamente
guardó relación con las circunstancias sociales o políticas,
ni con la prosperidad económica de Francia. De hecho, la 3 Algo que además debe ser mencionado es que el escenario del intelectual fue la ciudad (la comunidad política). La condición urbana le definió a él y al tipo de cultura que le formó, informa Altamirano, aún en aquellos lugares que se encontraban lejos de las principales metrópolis como París. Cumpliendo el rol de ciudadano “político” –en el sentido amplio de la palabra “polis”– desarrolló la escritura como actividad primaria y mediante ella se dedicó a pensar y debatir públicamente, impulsado por un deseo ferviente de hacer constar su voz en el espacio cultural y político de la sociedad. La reflexión abierta fue una de sus características principales.
4 Este estudioso fija el comienzo del uso del término intelectual mismo también en la Francia de finales de siglo XIX cuando se experimentaba enParís el apogeo de la prosperidad decimonónica.
apropiación de los ideales franceses caracteriza tanto al
letrado como al intelectual moderno en todo el siglo XIX en
el mundo hispano.5 También en Puerto Rico los intelectuales
modernos decimonónicos se apropiaron de las ideas europeas,
particularmente las francesas, para mirar a su sociedad.
Igualmente, al intelectual moderno puertorriqueño le
define el eclecticismo, o sea, la presencia de diferentes
grados de híbridez entre las corrientes europeas, como la
ilustrada, la romántica y, luego, la positivista, entre las
principales.6
5 Los letrados de la América hispana en la primera mitad de siglo, por ejemplo, se valieron del pensamiento francés para adelantar las luchas de independencia y la forja de la nación. La retórica de la Libertad, laIgualdad y la Fraternidad les ayudó a quebrar los privilegios de los poderosos y la solidez de sus discursos, así como a atacar a la monarquía. En la segunda mitad los intelectuales modernos de esta regióncontinuaron mirando a Francia –y al continente europeo en general– buscando encontrar allí los modelos e ideales modernos con los cuales mirar a sus sociedades e interpelar a las elites y a los poderosos. El deseo de lo europeo, como pináculo de la modernidad, afectaba tanto a las clases pudientes como a las clases medias de las cuales estos intelectuales procedieron.6 Según Álvarez Curbelo señala, entre los letrados puertorriqueños de laprimera mitad de siglo XIX predominó la tónica ilustrada, que más adelante se entrecruzó con el Romanticismo. El ilustrado puertorriqueño había apelado a la racionalidad de los procesos de la vida cultural, social, económica y política. Sobre todo reclamaba al aparato colonial el derecho a la educación y el estudio de las ciencias. Y fue quien primero articuló el binomio civilización-atraso.
El romántico puertorriqueño cultivó la ficción, explica la estudiosa. La literatura fue su principal campo discursivo, un espacio de libertad en el cual la Nación comienza a tomar forma como ente histórico. El costumbrismo ordenó la temática puertorriqueña y sirvió
En la segunda mitad de siglo XIX el canon normativo
define el rol que los intelectuales modernos puertorriqueños
van a cumplir. Álvarez Curbelo, por ejemplo establece que
los intelectuales modernos, a partir de la década del
sesenta, validaron su propia autoridad como poseedores de
saberes y obtuvieron prestigio e importancia socio-cultural
e, incluso, política, como los custodios de valores tales
como Progreso, Libertad, Civilización y otros. Esta
estrategia sirvió además para desafiar los valores canónicos
del pasado, oponerse al absolutismo monárquico, más
adelantar proyectos con los cuales pretendieron modernizar
la sociedad. Sin embargo, a diferencia de intelectuales en
otras regiones –y debido a la situación particular de la
Isla como colonia española– el discurso de la modernidad
identificó y dió legitimidad sólo a unas elites culturales
sin poder – económico, político– real.
para camuflagear las críticas al sistema colonial. Igualmente, se dedicóa crear los mitos de origen, el Panteón de personajes “ilustres”de la Patria y establecer las bases de las metanarrativas nacionales decimonónicas. Asimismo consolidó la alta cultura, las Artes, la Literatura y la Historia como signo de lo civilizado, como indicio de que la Isla se encaminaba hacia el Progreso.
Si bien el intelectual moderno finisecular terminó
consagrado a la Cultura, la Historia o la Ciencia y, a
través de ellas, impulsó la utopía de la modernidad, ya en
la primera mitad del siglo XX gran parte de la comunidad
letrada quedó apresada en las redes del nacionalismo,
explica Altamirano. Dichos intelectuales proveyeron
homogeneidad, continuidad y coherencia a una gran diversidad
de proyectos políticos de esta índole.7
Si en el siglo XIX la modernidad fue un anhelo que
parecía casi imposible de cumplir, en la primera mitad de
siglo XX la nación sería “el sueño que no cesa” entre los
intelectuales puertorriqueños. En su libro Rodríguez
Vázquez presenta cómo los intelectuales modernos
puertorriqueños entre las décadas del veinte y cuarenta del
XX, ya bajo el dominio del imperialismo estadounidense,
comenzaron a reclamar una nueva misión y adelantar proyectos
nacionales novedosos, en los que nación era equivalente a
7 Desde socialistas hasta liberales, y en los que se pueden incluir los fascismos y totalitarismos u otros tipos de dictaduras. Altamirano dice que algunos de estos también se vincularon al ordenamiento de las “pasiones políticas” y, en ciertos casos, terminaron fungiendo como organizadores del “odio político” o “sacerdotes de la justica abstracta”, según Julien Brenda. Véase Intelectuales p 33.
modernidad. (De hecho, explica Altamirano, el nacionalismo
fue, en el siglo XX, “...uno de los principales discursos
políticos de la modernidad” (Intelectuales 19).
En los primeros años de la colonia, el nacionalismo
funcionó como un campo discursivo, polémico y heterogéneo,
en donde se concentraron las preocupaciones de los
intelectuales bajo el nuevo hegemón, apunta Rodríguez
Vázquez. Sirvió además para transmitir la voz de las clases
más afectadas por el colonialismo estadounidense, las
terratenientes decimonónicas y sus descendientes, esto es,
de las elites criollas, a través de sus intelectuales. De
esta manera, se le dió forma a los primeros reclamos de
identidad y de ciudadanía.
Más adelante, entre los veinte y los cuarenta, un nuevo
grupo de intelectuales –una generación de “relevo”– volvió a
reclamar el derecho a intervenir en el espacio público y
realizó un llamamiento interno a nombre de la Nación, que
provocó intensos debates y numerosas propuestas en el
espacio intelectual. Su agenda consistió de, entre las
prioritarias, reconstruir la Nación, rearticular la idea
decimonónica de modernidad y llamar a la acción política.
Algunas de sus instancias también fueron dirigidas a la
nueva metrópoli para exigir el reconocimiento de que
pertenecían a otro tipo de cultura, distinta y propia. A su
vez apelaron su derecho a identificar los problemas que
afectaban a la colonia y a presentar soluciones que
procediesen desde su propio interior.
Se propuso reunir los elementos “dispersos” de la
Nación que la invasión había quebrado y regenerar la Patria
decimonónica. Había que crear nuevos símbolos nacionales y
nuevas versiones de los mitos de origen decimonónicos,
incluir nuevos miembros en el Panteón nacional y, sobre
todo, volver a retrazar el destino de la Nación, como
“tierra prometida” y manifestación de la Historia. La
Historia posibilitaría la “ ...creación de una ilusión
retrospectiva donde el reconocimiento del pasado
posibilitaba la nación como proyecto y destino”, establece
Rodríguez Vázquez (El sueño 33). El trazado de un nuevo rumbo
para la nación requeriría a su vez la rearticulación de un
novedoso concepto de modernidad, una modernidad distinta a
la impuesta por la metrópoli.
Asimismo, con sus ideas aportaron a los procesos
políticos de la época. El nacionalismo se convirtió así en
un “...relato de intelectuales que buscan transformar a
través de la acción política” (El sueño 33). Como discurso de
poder, solidificó la oposición de los intelectuales al
imperialismo en la colonia.
El imaginario nacionalista puertorriqueño se
construiría desde el saber europeo. No obstante, según lo
establecido por Rodríguez Vázquez, esto creó un disturbio en
el imaginario de la Nación y generó una contradicción en la
concepción de identidad nacional. La médula de este asunto
consistía en que la elite cultural (como poseedor de alta
cultura) buscó diferenciarse de las masas (representante de
lo tradicional y lo popular), así como de la metrópoli (el
“otro” bárbaro). La contradicción estribaba básicamente en
que, por un lado, emulaba las formas materiales y el
comportamiento de la metrópoli pero, por el otro, establecía
un rechazo de ella como una entidad “foránea” ante las
masas.
Ya en este nuevo siglo Francia había dejado de ser el
centro de gravedad de la intelectualidad hispana (aunque
ello, como he señalado, no cancelaría la mirada a Europa).
Ahora los intelectuales puertorriqueños comenzaron a fijarse
en las corrientes que procedían de la América hispana y de
la misma España. La América hispana casi funcionó, nos
explica Altamirano, como una nueva arena cultural y
política en aquella época. Desde los cafés, los centros de
cultura o las mismas universidades, las nuevas generaciones
de intelectuales hispanos se inventaban discursos, ensayaban
nuevas ideas o le daban legitimidad a las más recientes
vanguardias culturales y políticas.
Los intelectuales modernos puertorriqueños también se
insertarían en dichas corrientes buscando encontrar en ellas
las teorías con las cuales interpretar la nueva realidad
colonial.
III. El intelectual puertorriqueño y el proyecto de
la modernidad
Otro punto que Altamirano toca en su libro es la
correlación entre el intelectual moderno y la modernidad.
Este estudioso explica que el intelectual es un fenómeno de
la modernidad y está inmerso en ella. Como no existe
intelectual sin modernidad, en su opinión decir intelectual
significa lo mismo que intelectual-moderno.8 Igualmente, la
modernidad ha dependido del intelectual ya que este fue
quien racionalizó las novedosas formas sociales, culturales,
económicas y políticas producidas en la nueva sociedad
secular. Además, fue quien se encargó de teorizar sobre la
modernidad y trazó sus espacios, explica este autor.
De acuerdo a Seda Prado, los intelectuales
decimonónicos “...se definieron como participantes y
protagonistas de la modernidad” y desempeñaron un papel
crucial en la elaboración y transmisión del imaginario
moderno. En el siglo XIX se arraigó la idea de que la misión
del intelectual, como “mediador e intérprete”, era adelantar8 Siguiendo este esquema, de ahora en adelante usaré el término intelectual como sinónimo de intelectual-moderno.
el Progreso. Más aún, el intelectual se convirtió en el
custodio del Progreso y, en sus escritos, quedaba inscrita
la clave para la creación de una sociedad utópica y
progresista. Tal misión también se traspasaría al siglo XX.
9
Ya hemos visto como en sus libros, tanto Álvarez
Curvelo como Rodríguez Vázquez, ponen en relieve la manera
en que el intelectual moderno puertorriqueño asumió su
quehacer (ético) de intelectual y cumplió dicha misión, al
igual que otros miembros de la comunidad letrada de otras
regiones, durante ese largo camino que la Isla tuvo que
recorrer para acceder a la modernidad.
Ahora discutiré como, ya fuese como realizador de
representaciones o como voz subalterna que salva a otros
sometidos, el intelectual puertorriqueño se dedicó a
adelantar la modernidad de forma optimista, basando su
autoridad en la propiedad de un conocimiento y una verdad
que la sociedad supuestamente necesitaba, conocimiento que
las elites políticas debían conocer. A su vez repasaré la
9 Sobre este particular véase El intelectual moderno, p. 42
forma en que, los intelectuales que aparecen en los libros
de estos dos autores, esculpieron las formas de la
modernidad en Puerto Rico, dimensionaron sus contornos y
crearon sus imaginarios.
Precisamente, Álvarez Curbelo rebusca los imaginarios
en torno a la idea de la modernidad producida por un
conjunto de intelectuales decimonónicos, específicamente
José Julián Acosta y Segundo Ruiz Belvis, Román Baldorioty
de Castro, Alejandro Tapia y Rivera, así como Salvador Brau,
en su libro. Según esta autora, el discurso de la modernidad
fue más prominente que el de la soberanía o la nación en
Puerto Rico durante gran parte del siglo XIX y, a través de
él, se le dió impulso a un proyecto de reclamo de acción
(socio-cultural, económica, política) con el cual reformar
la colonia.
No obstante, el intelectual puertorriqueño decimonónico
asumió la modernidad de forma contradictoria. En primer
lugar, porque la economía de la Isla (como sucedía en otros
países americanos hispanos, en mayor o menor grado), no
estaba a tono con las principales corrientes de la
modernización capitalista y, todavía en la segunda mitad de
siglo, persistía una combinación de feudalismo y capitalismo
agrario primitivo. En segundo, debido a que (al contrario de
los países “hermanos”) sus esfuerzos de incorporación al
mercado y al circuito internacional, más el desarrollo del
empresarismo privado capitalista, fueron saboteados
constantemente por el aparato colonial español. Este además
negó obstinadamente el desarrollo de un estado nacional
moderno y sus instituciones hasta bien pasado el siglo.
Con el proyecto de la modernidad fuera de alcance,
negado, el intelectual puertorriqueño decimonónico le
concibió de forma retórica, identificándole con la utopía
del Progreso. Para él la modernidad fue un anhelo –y una
idealización del porvenir– más que algo concreto, estima
Álvarez Curbelo. Además de eso, lo moderno fue un imaginario
con el cual las elites criollas minoritarias, y sus
intelectuales, buscaron contraponerse a los “otros” de la
colonia, los esclavistas y los militares, así como la
muchedumbre. Como ethos privilegió ciertos comportamientos
(la alta cultura) y suprimió otros (lo tradicional, la
barbarie, la incultura). Como signo de lo civilizado, lo
moderno a su vez dio forma a sus gustos, modas y hábitos,
así como se convirtió en el modo de lo privilegiado. Para
estos lo atrasado tuvo doble cara. Por un lado se asociaba a
lo tradicional del orden colonial (en control de los
esclavistas y los militares) y, por el otro, a lo inculto,
caótico y desordenado de las masas. Dicho de otro modo, su
particular proyecto de modernidad y civilización, además de
ser anticonservador y antiabsolutista, fue elitista y se
opuso a la masificación.
En la segunda mitad de siglo, esclarece la misma
autora, los textos producidos por los intelectuales de
Puerto Rico están completamente marcados por el deseo de la
modernidad. Se refleja en ellos una creciente percepción de
que la Isla no alcanzaba a compartir del “banquete de la
civilización europea” 10 y que, en comparación, existía una
gran asintonía entre el mundo insular y el resto del mundo
occidental modernizado.11
10 Así le llama Altamirano en Introducción general 10.11 Francia se configuró como el gran paradigma de la modernidad para estos intelectuales.
La década del sesenta marcó el momento en que el
intelectualismo del País se insertó por completo dentro de
las cooordenadas del Progreso. Los intelectuales
desarrollaron una serie de discursos, fundamentados en sus
particulares ideas de modernidad, que se pueden dividir en
tres etapas o momentos diferenciados. En un primer momento,
la modernidad fue un discurso liberal ecléctico que,
integrando Ilustración con Romanticismo, combinó la razón
con la ética. Aquí el abolicionismo se convierte en parte
del imaginario de lo moderno.
Una vez alcanzada la abolición en los setenta, se
produce un segundo momento en donde la modernidad se concibe
como acto económico. Los principales referentes de este
imaginario son las máquinas, la tecnología, los inventos. Se
vislumbra la modernidad como construcción que opera sobre la
identidad del pasado. Los intelectuales se apropian de las
marcas distintivas de una modernidad secularizada,
urbanizada, tanto como el estilo de vida capitalista, pero
todo ello se convierte en estilo de pensamiento que no
resulta de una sociedad moderna sino tradicional, ni de una
economía o métodos de producción capitalista, sino todo lo
contrario.
En el periodo finisecular, se manifiesta ya un
tercero y final momento, en el que se destaca la capacidad
del intelectual de organizar la realidad de acuerdo al
Positivismo, otro novedoso imaginario decimonónico que
recalcaba en el orden y la disciplina social. Comprometido
con la ciencia, este intelectual se valdría de teorías tales
como la evolución, establece Álvarez Curbelo, para auscultar
y hacer un diagnóstico de su entorno.12
El Positivismo provocó en los intelectuales la
reproducción de una simbología médica. Lo único que se
necesitaba para regenerar al cuerpo social era la ley, el
progreso y la armonía económica, creían éstos. De tal manera
se podría curar la enfermedad del atraso –el régimen
colonial conservador español– más se eradicarían sus
síntomas: el caos y el desorden, esto es, la incontinencia
de la muchedumbre. Ya en esta última parte, el historiador
12 El discurso postivista ya se había convertido en eje del liberalismo moderno en Francia, después de los eventos de las Comunas del 48 y 70, explica Álvarez Curbelo.
emerge como un intelectual cuya autoridad proviene de su
conocimiento del pasado, su dominio de la Historia.
Al cierrre del siglo, el País-problema que no alcanza
la modernidad –la Nación- embrionaria, en la víspera de
cumplir su destino–13 fue tomada por asalto por los Estados
Unidos, la más “modernizada” del mundo occidental en aquel
momento.14 El resultado de esta intervención –los
puertorriqueños quedarán cautivos, en su propio país, por
las huestes de militares y capitalistas estadounidenses
durante los próximos cincuenta años aproximadamente– se
convertirá en un “herida” que los intelectuales van a tener
que curar.
Con la nueva metrópoli llegarían poco a poco los signos
de la modernidad – las máquinarias, los bancos, las
escuelas, los caminos, los productos y el capital que tanto
los intelectuales le habían reclamado a España– pero
adjuntada a una castrante (Rodríguez Vázquez le llama
13 Esto es, alcanzar la “tierra prometida” de la autonomía-modernidad.14 Es preciso mencionar que, a finales de siglo XIX, el modelo de Libertad, Igualdad y Progreso que los Estados Unidos representó, ya se había sumado al modelo francés y se había convertido en nuevo prototipo de aquella modernidad apetecida por las elites en todo el resto de América.
“humillante”) forma de coloniaje. Todo ello, junto a la
separación violenta de la Nación-embrionaria de la Madre-
Patria, producirá un golpe15 que cercenará tajantemente el
cuerpo histórico en dos partes diferenciadas: la colonia
española y la estadounidense, un antes y un después, y
creará una sensación de fragmentación.
Durante los primeros años, la fuerzas intelectuales que
procedían del pasado siglo quedaron pasmadas ante la
potencia de la nueva metrópoli, así como el impulso
avasallador del proyecto civilizatorio que vino a implantar,
desde afuera, sobre su nuevo botín de guerra. Sin embargo,
para algunos de estos intelectuales, una vez concluída una
corta etapa de ingenuidad, Estados Unidos prontamente pasó
de ser modelo de la Libertad, Igualdad, Progreso y
Democracia– a ser “otro” bárbaro interno, explica Rodríguez
Vázquez. Prontamente se lanzó una contraofensiva que
esgrimió el discurso de la Patria y de la nacionalidad para
justificar nuevos reclamos.
Entre los veinte y los cuarenta, establece este
15 Un “desmembramiento”, en la percepción de algún intelectual.
mismo autor, aparece un nuevo conjunto de intelectuales
jóvenes, gran parte de ellos nacidos al filo del final de
siglo XIX, entre los cuales se encuentran José S. Pedreira,
Pedro Albizu Campos y Luis Muñoz Marín, que buscaron
resolver el problema de la nación que había sido fragmentada
por la invasión. Estos intelectuales fueron típicos de la
fase de arranque del nacionalismo, dicta Rodríguez Vázquez,
por tanto su misión intelectual se encauzó hacia la
transformación y modernización de la Nación.16
El nacionalismo que estos intelectuales profesaron era
básicamente tradicional (su raíz procedía directamente del
último tercio de siglo XIX), incluso a pesar de integrar
variadas corrientes del pensamiento contemporáneo, informa
el autor.17 Ello creó una serie de dilemas. Entre estas
Rodríguez Vázquez discute que concibieron a la metrópoli
estadounidense desde la óptica del pensamiento y la cultura
decimonónica. En términos políticos, más bien desempolvaron
16 Según lo que Rodríguez Vázquez interpreta de las teorías de la fase de arranque del nacionalismo de Partha Chatterjee.17 Eran herederos directos de los próceres autonomistas y separatistas del siglo pasado, alegarían.
fórmulas ya ensayadas. Algunos de estos –Pedreira y Muñoz
Marín – le dieron continuidad al autonomismo de final de
siglo y buscaron, si bien de manera diferente, equilibrar el
ideal decimonónico de Estados Unidos con el nuevo
imperialismo estadounidense y la nueva realidad colonial.
(La nueva metrópoli podía ser de utilidad para la
reconstrucción de la Nación, creyeron). Insistieron además
en que las elites criollas, con su ayuda, debían servir de
intermediarios entre la metrópoli y la masa. Otros, tal es
el caso de Albizu Campos, avanzaron propuestas más radicales
inspirados en las ideas separatistas decimonónicas, que
implicaban la ruptura total, ya que estimaba que era un
impedimento para el logro de su proyecto de Nación.
El imaginario de la crisis –la crisis del modelo
colonial, la crisis de la modernidad, la crisis de la
Nación, por ejemplo– permeó el clima intelectual en la
década de los treinta en Puerto Rico.18 Las ideas de José S.
Pedreira, quien se visualizaba a sí mismo como un
culturalista que debía transmitir valores humanistas ante la18 También los debates intelectuales de la época en el resto de la América hispana y España se enfocaron en la crisis de la modernidad.
masa inculta y la tecnocracia del País (aliadas al capital
estadounidense), sobresale entre los intelectuales que se
suscribieron a este imaginario en ese entonces.19
Lo que los intelectuales consideraban que era el
problema más acusado en aquel momento fue fundamentalmente
la Nación, incluyendo el tipo de modernidad que Estados
Unidos había impuesto sobre ella (el latifundio, el
monopolio azucarero). Sí era posible reestablecer la Nación-
inconclusa, pero sólo a través de la Cultura y como un
proyecto dirigido por los elites intelectuales, fue la
alternativa propuesta por Pedreira.
La operación de regeneración nacional que Pedreira
planteó consistió de dos procedimientos principales. Uno
suponía la regeneración de la Nación mediante su inserción
en la órbita occidental hispana. El otro, la sustitución de
lo “moderno foráneo” que representaba Estados Unidos, por
19 Apunta Mario Cancel que en el primer tercio de siglo distintos intelectuales habían llamado la atención de otros parta que transmitieran valores humanísticos y culturales ante la masa “vacía de contenido” y la elites técnicas que rechazaban lo bello y rendían cultoal poder por el poder.
una modernidad conformada internamente, por la misma
intelectualidad del País.
Para lograr todo aquello Pedreira opinaba que era
indispensable contrastar entre modernidad material y
espiritual, esto es, entre Civilización y Cultura. Dicho
contraste se reduciría a la fórmula “ellos” (“otros”) versus
“nosotros”, oposición que también habría de contener la
identidad nacional, más todo lo nacional se manifestaría en
ella. Las coordenadas norte-sur le sirvieron a éste para
distinguir entre el mundo anglosajón al cual pertenecía
Estados Unidos (el norte) y el mundo hispano (el sur),
espacio espiritual del cual la Nación-cultural de Puerto
Rico, como manifestación, brotaba.20
De acuerdo a Rodríguez Vázquez, Pedreira se destaca, al
igual que otros intelectuales puertorriqueños, por ser
fundamentalmente un pensador ecléctico. Sus escritos
incorporan ideas decimonónicas con algunas teorías
sociológicas y filosóficas vigentes. Oswald Spengler y Jorge
20 Por tanto, el nacionalismo pedreiriano afirmaría que los Estados Unidos tenía Civilización, pero la Nación puertorriqueña poseía algo más“elevado” todavía, la Cultura occidental e hispana.
Mañach hasta José Enrique Rodó y José Ortega y Gasset son
algunos de los intelectuales que ejercieron mayor peso sobre
su pensamiento. Las concepciones de Rodó y las de Ortega y
Gasset fueron los componentes más esenciales del
nacionalismo pedreirano, pero atemperados, claro está, a las
circunstancias particulares de la realidad colonial y
recombinadas con otras.21
El pensamiento de Pedreira tuvo gran influjo entre
numerosos intelectuales de su época y otros más recientes 21 En su ensayo Ariel, Rodó advertía del peligro que representaban el economismo, cientifismo, utilitarismo y la especialización producto del materialismo de la civilización estadounidense. Como alternativa, Rodó insistió en la educación como manera de desarrollar la sensibilidad cultural y estética, la cultura teniendo para él un valor más alto que la civilización. La cultura hispana, en particular, era una vanguardia con la cual enfrentar el avance de la civilización estadounidense. Empero, Rodó no se oponía a la modernidad en sí. Críticaba a la modernidad estadounidense pero, a la vez, deseaba otro tipo de modernidad. Este otro tipo haría frente a la barbarie que representaban tanto la “falsa modernidad” estadounidense, como la ausencia de modernidad que exhibían las masas. Ya que, de todas maneras, la modernidad sería un hecho ineludible, lo mejor que podían hacer las elites intelectuales era encabezar un proyecto con el cual matizar los procesos modernizadores. (Su proyecto de modernidad era abiertamente elitista y descartaba a las masas).
Ortega y Gasset fue otro pensador que impulsó la teoría de “jefatura política” del intelectual. Este pensador adelantó la noción deque los intelectuales debían asumir el mando de la sociedad como moralistas públicos, como guía espiritual. El intelectual debía de estara la cabeza de un orden que evitase el caos social que la masificación podría traer. De hecho, el problema más grave que para él tenía la modernidad era la creación del hombre-masa. Demasiado inmerso en el presente, la existencia misma del hombre-masa se basaba en el rompimiento con el pasado. En su opinión, lo que podía contrarrestar la masificación era la Cultura y la enseñanza de la Historia.
que luego dieron paso a la solidificación de la idea de
nación cultural.22 Incluso, la nación cultural se convirtió
en un canon que dominó gran parte del pensamiento
intelectual en Puerto Rico en todo el siglo XX y sirvió de
fundamento a movimientos culturales y políticos, en especial
al independentismo y el autonomismo.
En conclusión, a partir de la década del sesenta del
siglo XIX aparece en Puerto Rico un grupo de pensadores, los
intelectuales modernos, que adquirió conciencia como clase
ética y reclamó para sí el rol de representante de la
sociedad puertorriqueña, basando su autoridad en la
propiedad de un conocimiento y una verdad que la sociedad
supuestamente necesitaba. Como parte de su misión se
22 Como modelo utópico, Pedreira avanzó una modernización balanceada (tipo capitalista) y una zona cultural occidentalista. La nación cultural pedreiriana era producto de la alta cultura y se distinguía de la cultura de masas. La idea de nación de Pedreira fue híbrida y combinóel modelo pre-estatal con el racialismo, el hispanismo y el esencialismo. El discurso nacionalista de Pedreira fue pre-populista, afirma Rodríguez Vázquez. Este intelectual desconfiaba de la masa (para él la manifestación popular debía ser controlada). Era básicamente un intelectual elitista que concebía a las elites culturales como una seudo-aristocracia.
convirtió en custodio y paladín del Progreso y trató de
guiar a la sociedad por la senda de la modernidad. El
discurso de la modernidad le sirvió a su vez para cuestionar
el colonialismo y contradecir al poder colonial. En el siglo
XX, los discursos de los intelectuales estructuraron
novedosos proyectos nacionales, en los que nación era
equivalente a modernidad, los cuales
crearon el marco que definió el clima cultural y político de
la Isla, en la segunda mitad de siglo.
Finalmente, tanto en el siglo XIX como en el XX, los
intelectuales modernos desempeñaron un papel crucial en la
elaboración y transmisión del imaginario moderno,
racionalizando sus formas y trazando sus horizontes.
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