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Comunidad Católica de Evangelización RUAH – www.comunidadruah.com CORPORACIÓN CENTRO CARISMÁTICO MINUTO DE DIOS MINISTERIOS APOSTÓLICOS CENTRO DE ESTUDIOS PARA LÍDERES CARISMÁTICOS “CELIC” ESPECIALIZACIÓN PARA MINISTERIOS DE SANACIÓN: SANACIÓN Y LIBERACIÓN Elaborado por Manuel Tenjo PRESENTACIÓN GENERAL 1. OBJETIVOS * Organizar y promover la formación integral de los Ministerios de Sanación y Liberación a través de cursos, seminarios, talleres y mesas de investigación, para prestar un servicio de calidad que contribuya a construir comunidades renovadas y renovadoras. * Contribuir a la capacitación de líderes y servidores que faciliten el crecimiento de los Ministerios de Sanación para que sus frutos conduzcan al encuentro personal con Dios y a la vinculación comunitaria. 2. METODOLOGÍA La Especialización para Ministerios de Sanación: Sanación y Liberación está compuesto de clases asistenciales, trabajo en grupo, lecturas especializadas y realización de informes periódicos. 1 1
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El especial.Ministerio de Sanacion

May 30, 2015

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CORPORACIÓN CENTRO CARISMÁTICO MINUTO DE DIOS

MINISTERIOS APOSTÓLICOS

CENTRO DE ESTUDIOS PARA LÍDERES CARISMÁTICOS “CELIC”

ESPECIALIZACIÓN PARAMINISTERIOS DE SANACIÓN:

SANACIÓN Y LIBERACIÓNElaborado por Manuel Tenjo

PRESENTACIÓN GENERAL

1. OBJETIVOS

* Organizar y promover la formación integral de los Ministerios de Sanación y Liberación a través de cursos, seminarios, talleres y mesas de investigación, para prestar un servicio de calidad que contribuya a construir comunidades renovadas y renovadoras.

* Contribuir a la capacitación de líderes y servidores que faciliten el crecimiento de los Ministerios de Sanación para que sus frutos conduzcan al encuentro personal con Dios y a la vinculación comunitaria.

2. METODOLOGÍA

La Especialización para Ministerios de Sanación: Sanación y Liberación está compuesto de clases asistenciales, trabajo en grupo, lecturas especializadas y realización de informes periódicos.

Supone haber completado la formación básica en Pastoral Profética de la Red de Escuelas de Evangelización San Gabriel que orientan los Ministerios Apostólicos Minuto de Dios.

3. EVALUACIÓN

La evaluación se realiza de acuerdo al rendimiento de los estudiantes al responder por la asistencia, la participación y la presentación de los informes periódicos. Al final del semestre se ofrece un Certificado de Reconocimiento a quienes alcancen los objetivos de cada unidad.

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ESPECIALIZACIÓN PARA MINISTERIOS DE SANACIÓN:SANACIÓN Y LIBERACIÓN

1. EL MINISTERIO DE JESUCRISTO

“Recorría Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, predicando el evangelio del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Se difundió su fama por toda Siria, y le trajeron todos los que tenían dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos y paralíticos, y los sanó. Lo siguió mucha gente de Galilea, de Decápolis, de Jerusalén, de Judea y del otro lado del Jordán. (Mt 4,23-25)

El Ministerio de Jesús se puede señalar en los verbos que se encuentran subrayados:

1.1. Predicación del Reino de Dios: Jesús es un predicador itinerante que anuncia la presencia inminente del Reino de Dios. El Reino de Dios puede entenderse como el reinado de Dios al interior del ser humano para liberarlo del miedo y de la culpa. Las parábolas del Reino (Mt 13) nos muestran ese reino aconteciendo en el hombre y viviendo de una manera nueva.

1.2. Enseñanza a los discípulos: Jesús se presenta como Maestro que escoge unos discípulos, los capacita y los envía a que realicen lo que aprendieron de Él (Mt 28,16-20). La formación de discípulos termina con la experiencia de la cruz y la misión apostólica empieza con la experiencia del Espíritu Santo que da inicio a la Iglesia, Cuerpo de Cristo Resucitado.

1.3. Sanación a los que se encuentran enfermos y endemoniados: las señales que realiza Jesús garantizan que el Reino de Dios ya se encuentra entre los hombres. Eso significa que el reinado de Dios es tan eficaz que sana al ser humano de todas sus dolencias. Dios se hace presente en las palabras de autoridad y las sanaciones de poder que realiza Jesucristo.

2. DIOS NOS QUIERE SANOS

Cuando descendió Jesús del monte, lo seguía mucha gente. En esto se le acercó un leproso y se postró ante él, diciendo: ‘Señor, si quieres, puedes limpiarme’. Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: ‘Quiero, sé limpio’. Y al instante su lepra desapareció. Entonces Jesús le dijo: ¡Mira, no lo digas a nadie, sino ve, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que ordenó Moisés, para testimonio a ellos’. (Mt 8,1-4)

Podemos observar en este pasaje bíblico que Jesús le dice al hombre leproso: ‘Quiero, sé limpio’. La persona más interesada en la sanación de los seres humanos es Jesucristo. Él enviaba a sus discípulos no solamente a predicar el Reino de Dios, sino también a sanar a aquellos que

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encontraran enfermos. Cuando oramos por los enfermos estamos en la misma dirección de la voluntad de Dios.

3. RAIZ DE LAS DIFICULTADES

No quiero pecar por simplista, sin embargo existe una recomendación muy frecuente en toda la Biblia: “No tengas miedo”. He podio observar que la raíz de todas las dificultades se llama: miedo. En ocasiones oramos por las ramas y no llegamos a orar por la raíz.

La cadena de fracasos viene del miedo es grande y en ocasiones difícil de romper. Sin embargo debemos recordar constantemente que “el amor de Dios es más grande que mi miedo” y que su poder habita en mí.

Descubrir que la raíz de las enfermedades es el miedo y la culpa nos permite a nosotros buscar las soluciones desde el origen y evitar quedarnos por las ramas.

RAIZ PRINCIPAL

RAICES SECUNDARIAS

MANIFESTACIONES CÓMO NOS SENTIMOS

Envidia Ver enemigos Sentirse amenazado Estar a la defensiva

No delegarCelos Sentirse soloEnvidiaTimidezVenganzaSuperficialidad Sentirse desanimadoIra

Baja valoraciónBajo concepto Sentirse rechazadoBaja eficacia

Jesús llamando a la multitud, les dijo: ‘Oíd, y entended: No lo que entra por la boca contamina al hombre; pero lo que sale de la boca, esto contamina al hombre.’Entonces, acercándose sus discípulos, le dijeron: ‘¿Sabes que los fariseos se ofendieron cuando oyeron esta palabra?’Pero respondiendo él, dijo: ‘Toda planta que no plantó mi Padre celestial será desarraigada. Dejadlos; son ciegos guías de ciegos; y si el ciego guía al ciego, ambos caerán en el hoyo.’Respondiendo Pedro, le dijo: ‘Explícanos esta parábola.’Jesús dijo: ‘¿También vosotros estáis faltos de entendimiento? ¿No entendéis que todo lo que entra en la boca va al vientre, y es echado en la letrina? Pero lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre, porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias.

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APEGOS o Asimientos

PRE – JUICIOS juzgar, condenar

RENCORES odios

BAJA AUTOESTIMA

MIEDO +

CULPA

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Estas cosas son las que contaminan al hombre; pero el comer con las manos sin lavar no contamina al hombre.’ (Mt 15,10-20)

4. LA SOLUCIÓN A LAS DIFICUALTADES

En 1 Jn 4,18 dice: “El amor expulsa el miedo, porque el miedo supone el castigo”

De manera que la solución definitiva es el “amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazón por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rom 5,5).

Cuando promovemos la apretura al amor de Dios, una sana autoestima y el amor a los demás, estamos llegando a prevenir enfermedades en los hermanos. Debemos promover más el optimismo y la fuerza que tenemos en el Espíritu Santo.

RAIZ PRINCIPAL

RAICES SECUNDARIAS

MANIFESTACIONES CÓMO VIVIMOS

Ante el mundo, cosas Ante las personas Vivir responsable Ante el pasado

ConsolarExhortar Vivir comprometidoSolidaridad

FraternizarSanar relaciones Vivir amadoComunicación profunda

HumildadMansedumbre Vivir poderosoEmprendedor

Además el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene y compra aquel campo.También el reino de los cielos es semejante a un comerciante que busca buenas perlas, y al hallar una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía y la compró. (Mt 13,44-46)

El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no se envanece, no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, sino que se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todolo soporta. (1 Cor 13,4-7)

El Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. (2 Cor 3,17)

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LIBERTAD

COMPRENDER

PERDONAR

FELICIDAD

AMOR

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5. ETAPAS DE LA ORACIÓN DE SANACIÓN

Es necesario tener en cuenta las etapas de sanación interior sin necesidad de forzarlas o buscar sensacionalismo. Buscamos la sanación integral de la persona.

Es necesario recordar que la raíz de todas las enfermedades y problemas es el miedo y que la solución es el amor (1 Jn 4,18-21).

Debemos recordar que la sanación física corrientemente viene como producto de la sanación interior (Mt 9,1-8).

Somos intercesores ante Jesucristo para que Él sane a la persona enferma.

6. CARISMAS PARA EL MINISTERIO DE SANACIÓN

6.1. Introducción

Los carismas son regalos, gracias o dones dados por el Espíritu Santo para la edificación comunitaria (Cfr. 1 Cor 12,7). Sin embargo en sentido amplio, la persona es el carisma del Espíritu donde vienen otros carismas.

Los ministerios son formados por distintas personas que ponen al servicio sus muchos carismas, es decir, varios carismas llegan a formar y constituir un solo ministerio. También los ministerios son iguales entre sí; existe una jerarquía de servicio entre los ministerios pero no entre las personas. Se nota más el interés de edificar el Cuerpo de Cristo y llevar a las personas a la estatura del Hombre Perfecto. Además las personas pueden desarrollar sus carismas en los ministerios donde son ubicados por Dios, pues el carisma debe ser trabajado, desarrollado y profesionalizado.

6.2. Carismas básicos

La FE que mueve montañas: Mc 11,24; Heb 11; Sant 2,14-16 El DISCERNIMIENTO que conoce a Dios: Ef 5,10-11; 1Tes 5,19 SERVICIO que se incomoda: Rm 12,7a; Jn 13,14-15

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SANACIÓN INTERIOR DEL SER HUMANO1° EL PERDON SANA

2° SANA-CIÓN DE RECUER-DOS

3° SANA-CIÓN DE VACIOS AFECTIVOS

4° SANA-CIÓNFAMILIAR EN SUS DIVERSOS ASPECTOS

5° SANACIÓN INTERGENE-RACIONAL

6° LIBERACIÓN EN CASOS DE OPRESIONES DEMONIACAS

7° EXORCISMO EN CASOS DE POSESIÓN DEMONIACA

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MISERICORDIA que siente el dolor ajeno: Rm 12,8d; Lc 10,25-37 PROFECÍA que edifica: 1 Cor 14,3 LENGUAS en comunión con Dios: Rm 8,26; 1 Cor 12,10c CONOCIMIENTO Y SABIDURÍA que iluminan: 1 Cor 12,8 INTERCESIÓN. Supone conocer la oración: sus clases y sus formas de orar, para asumir

con responsabilidad y prestar un buen servicio que edifique a la comunidad. Este carisma de intercesión fluye cuando las personas empiezan a tener una gran necesidad de orar por las necesidades de los hermanos, sentirse solidarios con los problemas de otros seres humanos y la confianza en que Jesucristo responde a favor de los demás va creciendo constantemente.

6.3. Carismas específicos

El carisma específico es el que le brinda la identidad al Ministerio SANACIÓN Y LIBERACIÓN son carismas que da identidad y fuerza al Ministerio de

Sanación y Liberación. 1 Cor 12,9 Los carismas de sanación y liberación van creciendo integralmente en la medida en que

el ministro se dedica a la oración, el estudio específico y el ejercicio del carisma, es decir, ora por los hermanos y escucha los testimonios de las bendiciones de Dios.

6.4. Carismas complementarios

Enseñanza que forma: Rm 12,7b Animación que lleva al encuentro con Dios: Rm 12,8a

6.5. Conclusiones

En el Ministerio de Sanación y Liberación confluyen varios carismas para que la misión se pueda realizar y llevar a feliz término.

Un Ministerio compuesto por personas conscientes del ser y el hacer de los carismas facilita ver la gloria de Dios en la misión.

Debemos tener en cuenta que los frutos del Espíritu Santo (Gal 5,22) le dan dirección adecuada y camino a la santidad de los ministros de sanación y liberación.

NOTA ACLARATORIA.

Los elementos que se van a presentar en los siguientes numerales sobre las etapas y clases de oración de sanación y liberación no están expresadas totalmente. Es muy complicado tratar de realizar una síntesis de los grandes ministros de sanación en el mundo.

La tarea que le queda a cada estudiante y ministro de sanación es la siguiente: organizar su carpeta y libros sobre cada etapa y clase de oración con todos los elementos que vaya consiguiendo: información, formación, talleres de oración, testimonios, etc.

Brindamos elementos parciales pero la labor está por realizarse…

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7. SANACIÓN A TRAVÉS DEL PERDÓN

8. SANACIÓN DE RECUERDOS DOLOROSOS

9. SANACIÓN DE VACIOS AFECTIVOS

10.SANACIÓN FAMILIAR

11.SANACIÓN INTERGENERACIONAL

12.LIBERACIÓN EN CASOS DE OPRESIONES DEMONIACAS: VENCER AL DIABLO1

La cultura atea del Occidente moderno vive todavía gracias a la liberación del miedo a los demonios que ha traído el cristianismo.

La escatología es el estudio teológico de la consumación y plena realización del hombre y del mundo en Cristo, por ser Él la personificación del Reino de Dios, que crece en la historia hasta el cumplimiento al fin de los tiempos. La escatología ofrece el marco de referencia para tener una completa visión cristiana de la historia y del hombre, fundamenta el sentido de la esperanza, y da perspectiva a la moral y a la espiritualidad cristiana. Como es sabido los temas capitales son la resurrección de la carne, el juicio de Dios, el infierno con Satanás, y el Cielo o su antesala en el Purgatorio. Aquí sólo nos referimos al Demonio presente y olvidado en nuestro tiempo.

En el desierto de la Cuaresma Jesucristo permite ser tentado por el Diablo pero le vence hasta que llegue su hora ante la Cruz, y de nuevo lo vencerá definitivamente. Si todavía actúa en la historia contra la Iglesia es por permisión divina, porque los cristianos peregrinamos hacia la Morada definitiva luchando con la esperanza de los vencedores. A través de varios capítulos nos acercaremos al misterio de iniquidad que es el Demonio y sus ángeles pervertidos, viendo sus orígenes, sus ataques a la Iglesia y a los hombres, para terminar considerando cómo vencer a los demonios pervertidores. Se trata de una victoria asegurada porque el cristiano está inmerso en el misterio de amor de Jesucristo.

Los capítulos llevan por título: 1) El Diablo anda suelto, 2) El misterio de los orígenes del mal, 3) Cómo actua el demonio, 4) Cómo vencer al demonio.

12.1. El diablo anda suelto

«La cultura atea del Occidente moderno vive todavía gracias a la liberación del miedo a los demonios que ha traído el cristianismo. Pero si esta luz redentora de Cristo llegara a extinguirse, el mundo recaería en el terror y la desesperación con toda su tecnología, no obstante su gran saber. Existen ya signos de este regreso de fuerzas oscuras, mientras en el mundo secularizado aumentan los cultos satánicos» (Card. J. Ratzinger).

1 Por Jesús Ortiz. www.encuentra.com

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Cultos demoníacos

El creciente interés por el ocultismo, la aparición de sectas satánicas, las noticias de lamentables sucesos en Norteamérica, Inglaterra o Alemania, Norte de Italia o Sur de España parecen ser síntomas de una intensa actividad diabólica en nuestra época.

Con frecuencia aparecen, en los periódicos, historias como la de una mujer muerta tras la práctica de un exorcismo, de unos niños maltratados para expulsar los demonios del cuerpo, o la aparición de restos de animales utilizados en algún aquelarre o reunión de culto al diablo.

¿Qué hay en la raíz de estos sucesos? De una parte hay mucho engaño y superchería sobre personas ignorantes o incultas, pero de otra se puede advertir un agrave deformación de la fe, atribuyendo a los demonios autonomía y poderes que no tienen. Se llega a este culto supersticioso cuando se acentúan los aspectos sentimentales y emotivos de los religiosos; y también por carecer de buena doctrina, cuando en vez de formar la inteligencia con las enseñanzas de la Iglesia se alimenta con increíbles doctrinas.

A los temas demoníacos y de ocultismo se dedica hoy parte de la literatura, música, teatro, cine, etcétera, y no faltan grupos y sectas demoníacos que suponen algo más que un juego. Novelas y películas llenas de escenas de crueldad, de perversiones, de pseudo religión, de blasfemias, etc., permiten pensar que responden a un odio por lo sagrado –típico pecado de Satanás-, a un derribo de la inteligencia para encerrarse en el mundo de los sentidos, que bien pudieran será una verdadera “autopista para el infierno”, rememorando el título de una canción de rock duro.

Mons. Corrado Balducci, experto vaticano en cuestiones sobre demonología, destacaba algunos síntomas de esta ofensiva mundial del diablo. Cómo en capitales importantes del mundo occidental, hay tiendas donde se vende todo lo necesario para los ritos satánicos: velas, iconografía demoníaca, paramentos, amuletos, etc.; y también cómo en muchos países ha crecido una ola de violencia y locura en forma de sectas sanguinarias que ejercen su violencia sobre animales e incluso sobre niños indefensos. En declaraciones a la prensa afirmaba que: «El fenómeno del satanismo va in crescendo y la razón está en la crisis religiosa, en la crisis de valores, en la difusión del escepticismo y la desesperanza (...). Al agravarse una profunda crisis ética y religiosa, hace que se busque, se adore, se crea en el diablo, que se le considere capaz de donar riquezas, sexo, siempre que nos entreguemos a él. Los individuos plegados por ese mito satánico terminan por ser operadores del mal para sí y para los otros. A todo ello suele ir unido un abuso del alcohol, de las drogas, y contribuye no poco en este culto al demonio el llamado “rock satánicos»2

2 Mick Jagger, Los AC-DC. Nina Hagen, Lucifer’s Friend. Black Sabbath, Rolling Stones, Led Zappelin..., son algunos grupos representativos de este tipo de rock satánico. Highway to hell, Príncipe de la oscuridad, Simpatía por el diablo, Cantaré porque vivo en Satanás..., son títulos de algunas canciones.

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Advertencia de Pablo VI

El año 1972 el Papa VI nos alertó con gran claridad sobre el activismo del demonio en estos años, afirmando que la defensa contra el demonio es una clara necesidad de la Iglesia actual. Por ello será oportuno releer juntos ahora algunas de sus palabras.

«Se sale del cuadro de la enseñanza bíblica y eclesiástica quien se niega a reconocer su existencia; o bien quien hace de ella un principio que existe por sí y que no tiene, como cualquier otra criatura, su origen en Dios; o bien la explica como una pseudorealidad, una personificación conceptual y fantástica de las causas desconocidas de nuestras desgracias. El problema del mal, visto en su complejidad, y en su absurdidad respecto a nuestra racionalidad unilateral, se hace obsesionante. Constituye la más fuerte dificultad para nuestra comprensión religiosa del cosmos. No sin razón sufrió por ello durante años San Agustín: Quaereban unde malum, et non erat exitus, buscaba de dónde procedía el mal, y no encontraba explicación (Confes. VII, 5, 7, 11, etc., P.L., 22, 736, 739).

»Y he aquí, pues, la importancia que adquiere el conocimiento del mal para nuestra justa concepción cristiana del mundo, de la vida, de la salvación. Primero en el desarrollo de la historia evangélica al principio de su vida pública: ¿Quién no recuerda la página densísima de significados de la triple tentación de Cristo? Después, en los múltiples episodios evangélicos, en los cuales el demonio se cruza en el camino del Señor y figura en sus enseñanzas (Mt 12, 43). ¿Y cómo no recordar que Cristo, refiriéndose al demonio en tres ocasiones, como a su adversario, lo denomina como “príncipe de este mundo”? (Jn 12, 31; 14, 30; 16, 11). Y la incumbencia de esta nefasta presencia está señalada en muchísimos pasajes del Nuevo Testamento. San Pablo lo llama el “dios de este mundo” (2 Co 4, 4), y nos pone en guardia sobre la lucha a oscuras, que nosotros cristianos debemos mantener no con un solo demonio, sino con una pluralidad pavorosa: “Revestíos, dice el Apóstol, de la coraza de Dios para poder hacer frente a las asechanzas del Diablo, pues toda vez que nuestra lucha no es (solamente) con la sangre y con la carne, sino contra los principados y las potestades, contra los dominadores de la tinieblas, contra los espíritus malignos del aire” (Ef 11, 12).

»Y que se trata no de un solo demonio, sino de muchos, diversos pasajes evangélicos no los indican (Lc 11, 21; Mc 5, 9); pero uno es el principal: Satanás, que quiere decir el adversario, el enemigo; y con él muchos, todos criaturas de Dios, pero caídas, porque fueron rebeldes y condenadas (Cfr Denz., Sch., 800-428); todo el mundo misterioso, revuelto por un drama desgraciadísimo, del que conocemos muy poco.

»Conocemos, sin embargo, muchas cosas de este mundo diabólico, que afectan a nuestra vida y a toda la historia humana. El demonio está en el origen de la primera desgracia de la Humanidad; él fue el tentador engañoso y fatal del primer pecado, el pecado original (Gn 3; Sb 1,24). Por acuella caída de Adán, el demonio adquirió un cierto dominio sobre el hombre, del que sólo la Redención de Cristo nos pudo liberar. Es una historia que sigue todavía: recordemos los exorcismos del Bautismo y las frecuentes alusiones de la Sagrada Escritura y de la liturgia a la agresiva y opresora “potestad de las tinieblas” (cfr Lc 22,53; Col 1, 3). Es el enemigo número uno, es el tentador por excelencia. Sabemos también que este ser oscuro y pertubador existe de verdad y que con alevosa astucia actúa todavía; es el enemigo oculto que siembra errores e infortunios en la historia humana. Debemos recordar la parábola reveladora de la buena semilla y de la cizaña, síntesis y explicación de la falta de lógica que parece presidir nuestras sorprendentes visicitudes: Inimicus homo hoc fecit (Mt 13,28). El hombre enemigo hizo esto. Es “el homicida desde el principio... y padre de toda mentira” como lo define Cristo (cfr Jn 8, 44-

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45); es el insidiador sofístico del equilibrio moral del hombre. Es el pérfido y astuto encantador, que sabe insinuarse en nosotros por medio de los sentidos, de la fantasía, de la concupiscencia, de la lógica utópica, o de los desordenados contactos sociales en el juego de nuestro actuar, para introducir en él desviaciones. Mucho más nocivas, porque en apariencia son conformes a nuestras estructuras físicas o psíquicas, o a nuestras instintivas y profundas aspiraciones.

» (...) ¿Qué defensa, qué remedio oponer a la acción del demonio? La respuesta es más fácil de formularse, si bien sigue siendo difícil actualizarla. Podremos decir; todo lo que nos defiende del pecado nos defiende por ello mismo del enemigo invisible. La gracia es la defensa decisiva. La inocencia adquiere un aspecto de fortaleza. U. Asimismo, cada uno recuerda hasta qué punto la pedagogía apostólica ha simbolizado en la armadura de un soldado las virtudes que pueden hacer invulnerable al cristiano (cfr Rm 13, 12: Ef 5, 11, 14, 17; 1 Ts 5, 8). El cristiano debe ser militante; debe ser vigilante y fuerte ( 1 Pe 5, 8); y debe a veces recurrir a algún ejercicio ascénito especial para alejar ciertas incursiones diabólicas; Jesús lo enseña indicando el remedio “en la oración y en el ayuno” (Mc 9, 29). Y el Apóstol sugiere la línea maestra a seguir: “No os dejéis vencer por el mal, sino venced el mal en el bien” (Rm 12, 21; Mt 13, 29)» 3.

Por tanto, la existencia del mundo demoníaco se revela como una verdad dogmática en la doctrina del Evangelio vivida por los cristianos en cualquier época y no sólo en el medievo.

No ser supersticiosos

«A lo largo de los siglos la Iglesia ha reprobado las diversas formas de superstición, la preocupación excesiva acerca de Satanás y de los demonios, los diferentes tipos de culto y de apego morboso a estos espíritus, etc; sería por eso injusto afirmar que el cristianismo ha hecho de Satanás el argumento preferido de su predicación, olvidándose del señorío universal de Cristo y transformando la Buena Nueva del Señor resucitado en un mensaje de terror»4.

Como enseña la teología moral, a la fe se oponen por exceso: la credulidad y la superstición, p. Ej., atribuyendo al demonio un poder al margen de la Providencia Divina del que ciertamente carece. Por defecto también se oponen a la fe: la infidelidad, la apostasía, la herejía, la duda y la ignorancia.

Sobre esta última es preciso saber que tenemos obligación de aprender las cosas necesarias para la Salvación o indicadas por precepto divino a través de la Iglesia, y junto a ellas las verdades 3 Pablo IV, Audiencia general, 15-XI-1972, en “Ecclesia”, 1972, pp. 1065 ss.4 Fe cristiana y demonología, Doc. Recomendado por la Congr. para la Doctrina de la fe, en “Ecclesia”, 1975, pp. 1037 ss.

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que son necesarias para llevar una vida auténticamente cristiana y para el recto desempeño de los deberes del propio estado. Por eso, el que descuida por culpable negligencia estos deberes, pone en peligro la fe recibida y comete un grave pecado de ignorancia voluntaria.

La superstición es un vicio por el que la persona ofrece culto divino a quien no se debe –cualquier criatura de dios- o a quien se debe –a Dios, y proporcionalmente a los santos- pero de modo indebido. Por ejemplo hay superstición cuando se atribuye al demonio, a los muertos o a la naturaleza poderes efectivos que no poseen según los sabios designios del Creador. La gravedad de este pecado viene del ultraje que se hace a Dios por dar un honor indebido a los espíritus.

La Sagrada Escritura y la Tradición de la Iglesia admiten la intervención de los ángeles buenos y malos sobre este mundo, y la posibilidad de que influyan sobre el cuerpo; pero siempre será permitido estrictamente por Dios en el ámbito de su Providencia y Gobierno del universo.

La adivinación como pecado es la superstición que trata de averiguar las cosas futuras o que están ocultas por medios indebidos o desproporcionados, pro ej., los naipes, las líneas de la mano, los astros, la invocación de los demonios, etc. Este pecado es de suyo mortal contra la religión.

El espiritismo tiene afinidad con la adivinación pues consiste en técnicas para mantener comunicación con los espíritus, principalmente de los difuntos conocidos, para averiguar de ellos cosas ocultas. Hoy día los estudios más serios y documentados sobre el espiritismo llegan a la conclusión de que la mayor parte de los casos se deben a puros y simples fraudes. Sin embargo consideran que un porcentaje mínimo se debe a verdadero trato con los espíritus malignos (magia diabólica), mientras que un porcentaje de casos se explican por los fenómenos metapsíquicos, cuyas posibilidades naturales son amplias y no totalmente conocidas aun por la ciencia (parapsicología).

La asistencia a las reuniones espiritistas está gravemente prohibida por la Iglesia. Se comprende que sea así por ser cooperación a una cosa pecaminosa, por el escándalo de los demás y por los graves peligros para la propia fe.

La vana observancia es el uso de medios desproporcionados para obtener efectos naturales, aunque no pretende averiguar las cosas ocultas o futuras, por ej., miedo a ciertos números o animales, uso de amuletos, curaciones, etc. Estas vanas observancias son de suyo pecado mortal por la grave injuria que se hace a Dios atribuyendo cosas vanas a la Omnipotencia exclusiva de Dios, y también por pretender gobernar la propia vida al margen de las leyes divinas.

A este orden pertenece la magia o arte de realizar cosas maravillosas por causas ocultas. La magia diabólica o negra solicita la intervención del demonio, y tiene la malicia de la adivinación y de la vana observancia. En cambio, nada tiene de malo la magia blanca, prestidigitación o ilusionismo, que obedece a causas naturales como la habilidad o destreza del que actúa.

Los pecados contra la religión que acabamos de ver –superstición, adivinación, espiritismos, vana observancia, magia- suelen atraer la atención de gentes sencillas y de jóvenes. Cuanto menor es la fe y la formación cristiana de una persona, más posibilidades tiene de caer en prácticas supersticiosas; por eso es preciso conocer bien la doctrina de la Iglesia acerca de las verdades de la fe –mediante el estudio y la meditación- y poner los medios para adquirir una recta conciencia en cuestiones morales que dependen de la fe.

No debe extrañar que la inteligencia diabólica, su odio contra Dios y su envidia a los hombres

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lleven al demonio a servirse torpemente de la natural curiosidad humana. Algunas personas no se contentan con saber lo que Dios ha revelado ni con lo descubierto por las ciencias; no parecen admitir su limitada condición de criaturas ni creen en dios y en cambio son crédulas para los horóscopos o las cartas. La verdad es que no salen ganando.

Todos estos pecados contradicen abiertamente el amor a Dios y tienen algo de idolatría, pues como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: «La idolatría no se refiere sólo a los cultos falsos del paganismo. Es una tentación constante de la fe. Consiste en divinizar todo lo que no es Dios. Hay idolatría desde el momento en que el hombre honra y reverencia a una criatura en lugar de Dios» 5.

12.2. El misterio de los orígenes del mal

Como advertía Pablo VI hace unos años el Diablo anda suelto y así lo hemos considerado. Ahora nos vamos a remontar a los orígenes del Mal, según consta en la revelación que fundamenta la fe católica. Más adelante habrá que considerar la actuación del Diablo y sus ángeles pervertidos contra la Iglesia y conta los

hombres, con diversos e inquietantes métodos. Pbro. Pablo Arce Gargollo

“Por mí se va la ciudad doliente, por mí se va a las penas eternas, por mí se va entre la gente perdida. La Justicia movió a mi supremo Autor. Me hicieron la divina potestad, la suma sabiduría y el amor primero. Antes que yo no hubo cosa creada, sino lo eterno, y yo permaneceré eternamente. Vosotros, los que entráis, dejad aquí toda esperanza” (DANTE, Divina Comedia, Infierno, III).

Dios creó y elevó a los ángeles

En continuidad con el Magisterio de la Iglesia, el Papa Juan Pablo II ha dedicado varias Audiencias desde 1986 a exponer una amplia Catequesis sobre los ángeles y los demonios en cuanto criaturas de Dios que participan activamente en la historia de la salvación, enseñando “cómo existen espíritus puros, criaturas de Dios, inicialmente todos buenos, y después por una opción de pecado se dividieron irremediablemente en ángeles de luz y en ángeles de tinieblas. Y mientras la existencia de los ángeles malos nos pide a nosotros el sentido de la vigilancia para no caer en sus halagos, estamos ciertos de que la victoriosa potencia de Cristo Redentor circunda nuestra vida para que también nosotros seamos vencedores. En esto estamos válidamente ayudados por los ángeles buenos, mensajeros del amor de Dios, a los cuales, amaestrados por la Tradición de la Iglesia, dirigimos nuestra oración: “Ángel de Dios, que eres mi custodio, ilumíname, rígeme y gobiérname, ya que he sido confiado a tu piedad celeste. Amén”6.

Como se acaba de indicar, los ángeles fueron constituidos en el estado de gracia santificante y, por tanto, destinados a contemplar directamente a dios. Pero antes de alcanzar este fin sobrenatural fueron sometidos a una prueba; los que vencieron alcanzaron inmediatamente el Cielo, y los que no quisieron obedecer lanzaron el primer grito de soberbia contra Dios –non serviam, no serviré-, que está en la raíz de todo pecado. Como consecuencia de esta rebelión, perdieron los dones sobrenaturales con los que fueron enriquecidos y arrojados para siempre al infierno creado para su castigo.

“Notamos que la Sagrada Escritura y la Tradición llaman propiamente ángeles a aquellos

5 Catecismo de la Iglesia Católica, 1992, n. 2113.6 Juan Pablo II, Catequesis durante la Audiencia General, 20-VIII-1986, n. 5. Remitimos a la doctrina enseñada por el Papa en seis Audiencias comprendidas entre el 9-VII y el 20-VIII de 1986.

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espíritus puros que en la prueba fundamental de libertad han elegido a Dios, su gloria y su reino. Ellos están unidos a Dios mediante el amor consumado que brota de la visión beatificante, cara a cara, de la Santísima Trinidad. Lo dice Jesús mismo: “Sus ángeles ven de continuo en el cielo la faz de mi Padre, que está en los Cielos” (Mt 18, 10)” 7. Diablo es palabra de origen griego que significa acusador o calumniador, y según algunos su etimología alude al que está encerrado en la cárcel (infierno). Satanás es palabra de origen hebreo y equivale a enemigo que insidia o persigue al hombre. Demonio, también de origen griego, significa un ser superior a los hombres pero inferior a Dios.

Hubo una batalla en el Cielo

“Hubo una batalla en el cielo. Miguel y sus ángeles se levantaron a luchar contra el dragón. El dragón presentó batalla y también sus ángeles. Pero no prevaleció ni hubo lugar para ellos en el cielo. Fue arrojado el gran dragón, la antigua serpiente, el que se llama Diablo y Satanás, el que seduce al universo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él” (Ap. 12,7-9).

Cuanto más elevada se encuentre una criatura espiritual tanto peor es su caída. Por este motivo el castigo con que Dios afligió a Lucifer y a los ángeles apóstatas fue el mayor que podían recibir: expulsado del Cielo y alejado eternamente de Dios, Satanás fue arrojado por Dios al infierno, junto con sus secuaces.

Aunque algunos han perdido la fe en la existencia y actividad de los demonios, hemos de tener bien presente esta realidad: que existe un reino del mal, jerárquicamente estructurado, cuyo jefe es Satanás, príncipe de los demonios, dotado de un poder que excede con mucho a las fuerzas humanas naturales. Un ser personal desdichado y un reino de tinieblas que se mueven activamente en lucha contra el Reino de Dios en la tierra. Un ser que es fuente mal, enemigo irreconciliable del hombre en el que odia –con impotencia, pues nada puede contra el Creador- la imagen de Dios.El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que “La victoria sobre el ‘príncipe del mundo’ (Jn14, 30) se adquirió de una vez por todas en la Hora en que Jesús se entregó libremente a la muerte

7 Ibid.

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para darnos su Vida. Es el juicio de este mundo, y el príncipe de este mundo ha sido ‘echado abajo’ (Jn 12, 31; Apc 12, 11” (n. 2853).

Los ángeles ayudan al hombre

“Yo mandaré un ángel ante ti para que te defienda en el camino y te haga llegar al lugar que te ha dispuesto. Acátale y escucha su voz, no le resistas, porque no perdonará vuestras rebeliones y porque lleva mi nombre. Pero si le escuchas y haces cuanto él te diga, yo seré enemigo de tus enemigos y afligiré a los que te aflijan” (Ex 23, 20-22). A nuestro Ángel Custodio o protector se le pueden aplicar los oficios que Dios enumera en esas palabras dirigidas a Moisés: su mayor excelencia por naturaleza y por gracia los hace capaces de influir en la vida personal de los hombres.En los tiempos primeros de la Iglesia, los ángeles eran protagonistas frecuentes en la vida de los cristianos. Un ángel libró de la cárcel a Pedro, en una hora difícil para la Iglesia naciente. Los Hechos de los Apóstoles nos narran aquella escena, de naturalidad con que los primeros cristianos trataban a su Ángel Custodio: “habiendo, pues, llamado al postigo de la puerta, una doncella llamada Rode salió a observar quién era. Y conociendo la voz de Pedro, fue tanto su gozo, que, en lugar de abrir,, corrió adentro con la nueva de que Pedro estaba a la puerta. Dijéronle: estás loca. Más ella afirmaba que era cierto lo que decía. Ellos dijeron entonces: sin duda será su ángel” (Hch 12,13-15).

Esta asignación personal de un Ángel Custodio es una manifestación de la Providencia especial que Dios tiene con nosotros para guardarnos y protegernos en nuestro camino hacia el Cielo. De ahí el cariño y veneración que les tenemos: “¡Cuánta reverencia deben infundirte estas palabras, cuánta devoción deben inspirarte, cuánta confianza deben darte! Reverencia por la presencia, devoción por su benevolencia, confianza por su custodia (...). Están presentes para tu bien; no sólo están contigo, sino que están para tu defensa. Están presentes para protegerte, están presentes para provecho tuyo”8.

El trato con el Ángel Custodio en el orden sensible es menos experimentable que el de un amigo de la tierra, pero su eficacia es mucho mayor. Sus consejos vienen de Dios y penetran más hondo que la voz humana. Su capacidad para oír y comprender es inmensamente superior a la del amigo o amiga más fiel; no sólo porque su permanencia a nuestro lado es continua, sino porque su permanencia a nuestro lado es continua, sino porque penetra de un modo mucho más agudo en lo que expresamos.

Es cierto que lo más recóndito de nuestra intimidad es inaccesible a los ángeles y a los demonios. Sólo Dios puede movernos desde dentro; pero el Ángel Custodio, por su condición de espíritu puro en estado de gracia, tiene gran capacidad para influir en ti, de un modo indirecto. Con su intervención aclara en la mente la doctrina y te hace ver los medios que debes poner para agradar a Dios. Basta que mentalmente le hables –

8 San Bernardo, Sermón 12, sobre el Salmo 90.

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y esto es necesario porque no puede penetrar en el entendimiento como lo hace Dios-, para que te entienda, e incluso para que él llegue a deducir de tu interior más que tú mismo. Y como la Providencia de Dios con sus hijos llega hasta detalles más pequeños, el Ángel de la Guarda vela por tu seguridad física y espiritual, alejando las tentaciones del demonio y las ocasiones de peligro, tanto para el alma como para el cuerpo.

12.3. Cómo actúa el demonio

“De nuevo lo llevó el diablo a un monte alto, y le mostró todos los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: Todas estas cosas te daré si postrándote me adoras.

Entonces le respondió Jesús: Apártate Satanás, pues escrito está: ‘Al Señor tu Dios adorarás, y a Él sólo darás culto’. Entonces lo dejó el diablo, y los ángeles

vinieron y le servían” (Mt 4, 8-11).

Se enfrentó a Jesucristo

Desde su caída, Satanás y su ángeles luchan contra el hombre justo y tratan de impedir su salvación. Nos incitan a rebelarnos contra los planes divinos, afligen a hombre y mujeres con tentaciones e incluso enfermedades. Su envidia y su maldad crecen conforme se acerca la instauración del Reino de Dios.

Cuando el Señor se encarnó para redimirnos de la servidumbre de todo mal, Satanás concentró sus ataques sobre Jesucristo tratando vanamente de destruir ese dominio divino que sentía inminente. En primer lugar, le cercó con la triple tentación en el comienzo de su vía pública (cfr Mt 4, 1-11); luego, viendo que nada podía directamente contra Él, inspiró a las autoridades judías el odio a Jesús y el deseo de matarle (cfr Jn 8, 44); y en su ignorancia acerca del decreto divino de Redención, lo cumplió clavando a Jesucristo en la Cruz y así de donde salió la muerte (el árbol de la desobediencia en el Paraíso instigada por el demonio), de allí renació la vida (la Salvación por la Cruz), y el que en un árbol venció (demonio), en un árbol fue vencido (la Cruz).

Jesús, nuestro Salvador, fue tentado porque Él así los dispuso; y lo quiso por amor a nosotros y para nuestra enseñanza. Pero la perfección absoluta de Jesús no permitía sino lo que llamamos tentación externa.

Las tentaciones de Jesús en el desierto tienen una significación muy honda para nuestra Salvación, pues los personajes más importantes de la Historia Sagrada también fueron tentados: Adán y Eva, Abrahán, Moisés, el mismo pueblo elegido; y así también Jesús- Nuestro Señor, al rechazar las tentaciones diabólicas, repara las caídas de los hombres antes y después de Él; preludia las siguientes tentaciones de cada uno de nosotros, y las luchas de la Iglesia contra las tentaciones del poder diabólico. De ahí que Jesús nos haya enseñado, en el Padrenuestro, a pedir a Dios que nos ayude con su gracia para no caer a la hora de la tentación.

Odia a la Iglesia

La historia de su diabólico influjo sigue. Desde que Jesucristo resucitó, el demonio dirige sus asechanzas contra la Iglesia, que es el Cuerpo Místico de Cristo. Ya lo había predicho el Señor: “Simón, mira que Satanás va tras vosotros para zarandearos como el trigo” (Lc 22,31). Se trata de una guerra sin cuartel en la que ataca a la Iglesia desde dentro y desde fuera.

Desde dentro de la Iglesia el demonio siembra el error en las mentes de los cristianos con doctrinas que deslumbran a la inteligencia humana y pretenden someter lo divino a lo humano, e

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impide ver su radical falsedad pues “no hay verdad en él. Cuando dice mentira, habla como quien es, por ser de suyo mentiroso y padre de la mentira” (Jn 8, 44). Esto explica la difusión de doctrinas erróneas en el seno de la Iglesia, que en nuestra época se hace más activa por contar con poderes aliados y eficaces medios de difusión de ideas.

Ataca el demonio desde fuera a la Iglesia, obstaculizando en el mundo el cumplimiento de su misión sobrenatural y salvadora, fomentando la difusión de un concepto materialista –e incluso ateo- de la vida, que rechaza todo planteamiento cristiano. Promueve Satanás violentas persecuciones contra la Iglesia, como ocurrió en los siglo II y III de nuestra era, moviendo la poderosa máquina estatal del decadente Imperio Romano y que llevaría al homicidio de miles de cristianos. Otras persecuciones más o menos solapadas, pero siempre eficaces, continúa sufriendo la Iglesia en muchos países sometidos al régimen marxista y en otros confesionalmente musulmanes.

Otras veces, el “neopaganismo” actual que en muchos lugares es la cultura hegemónica lleva en su entraña una oposición frontal a la visión trascendente y sobrenatural del hombre y del mundo, tal como enseña la doctrina católica. Intenta recluir la fe al ámbito de la conciencia para construir una sociedad sin Dios, como si fuese posible al cristianismo poner entre paréntesis su fe al actual en el ámbito profesional o social.

¿Síntomas de esas insidias diabólicas? Enseñaba el Papa Pablo VI: «Podremos suponer su acción siniestra allí donde la negación de dios se hace radical, sutil y absurda, donde la mentira se afirma hipócrita y poderosa, contra la verdad evidente; donde el amor es eliminado por un egoísmo frío y cruel; donde el nombre de Cristo es impugnado con odio consciente y rebelde (cfr 1 Cor 16,22; 12,3), donde el espíritu del Evangelio es mistificado y desmentido, donde se afirma la desesperación como la última palabra»9. ¿Qué otro sentido global podríamos dar, si no, a la persecución contra la Iglesia o los atentados contra el Romano Pontífice, o la introducción en la Iglesia de la dialéctica marxista mediante enfrentamientos propios de la lucha de clases, a la perversión del mensaje cristiano y de los sacramentos con teorías revolucionarias, a los instintos de profanación del sacerdocio y de la vida religiosa) Y en otro ámbito, ¿por qué pueblos enteros están sojuzgados bajo una propaganda hipócrita?, o ¿qué sentido tiene presentar como progreso el asesinato clínico de millones de criaturas inocentes mediante el aborto, o presionar sobre los matrimonios para que dejen de concebir hijos, o también la destrucción de la juventud mediante la droga, la promiscuidad sexual y la descapitalización de los más nobles ideales?.

Ataca al hombre en su cuerpo

El dominio relativo que los demonios tienen sobre los hombres puede extender su influencia por las tentaciones en el orden moral –como luego veremos-, o mediante los diversos modos de turbar el cuerpo, como son la obsesión y la posesión diabólicas. Tan malo sería negar las verdaderas intervenciones diabólicas, que aparecen en la Sagrada Escritura, como afirmar que todos nuestros males y pecados proceden del demonio. Porque hay en los hombres estados

9 Pablo IV, op. cit.

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morbosos que no suponen intervención alguna diabólica, sino que provienen de causas naturales como enfermedades psíquicas o de nuestra voluntad.

a) Obsesión y posesión diabólicas.

En casos excepcionales el demonio asedia el alma desde fuera con tentaciones peculiares (obsesión) o incluso llega a introducirse accidentalmente en el cuerpo (posesión).

La obsesión consiste en una serie de tentaciones más violentas y duraderas que las ordinarias para turbar más fácilmente el alma; sin embargo algunos santos atacados por estas tentaciones conservaron en el interior de su alma una paz inalterable, como le ocurría el Santo Cura de Ars.

La posesión consiste en la ocupación del cuerpo humano por uno o varios demonios. Suele ir acompañada de manifestaciones patológicas; epilepsia, mudez, ceguera... Los posesos pierden el dominio de sí mismos, sus gestos y sus palabras, pues cuando están en trance de posesión son instrumentos del demonio. Conviene advertir que ni la obsesión ni la posesión diabólicas –caso de darse- son de suyo pecados, ni tampoco son necesariamente castigo debido a pecados de la persona; sí son un mal físico, no moral, permitido por Dios unas veces para santificación de los buenos o para manifestar su gloria; otras como pena o castigo de un pecado.

En el Evangelio figuran varios casos de posesión diabólica que fueron curados por nuestro Salvador como los endemoniados de Gadara y el muchacho endemoniado: «Al llegar a la otra orilla, a la región de los gadarenos, le fueron al encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros, tan furiosos que nadie podía transitar por aquel camino. En ese momento se pusieron a gritar diciendo: ¿Qué tenemos que ver contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí antes de tiempo para atormentarnos? Había lejos de ellos una gran piara de cerdos que pacían. Los demonios le rogaban diciendo: Si nos expulsas, envíanos a la piara de cerdos. Entonces toda la piara corrió con ímpetu por la pendiente hacia el mar y pereció en el agua» (Mt 8, 28-32).

«Le salió al encuentro una gran muchedumbre. Y en medio de ella un hombre clamó diciendo: Maestro, te ruego que veas a mi hijo, porque es el único te tengo. Un espíritu se apodera de él y enseguida grita, le hace retorcerse entre espumarajos y difícilmente se aparta de él, dejándolo maltrecho. (...) Trae aquí a tu hijo. Y al acercarse, el demonio lo revolcó por el suelo y le hizo retorcerse. Entonces Jesús increpó al espíritu impuro y curó al niño, devolviéndolo a su padre. Todos quedaron asombrados de la grandeza de Dios». (Lc 9, 37-43).

Antes de la venida de Jesucristo estas señales del dominio de Satanás sobre los hombres y el mundo a consecuencia del pecado eran más frecuentes. Pero el Señor quiso dejar constancia de su pleno dominio sobre el demonio y la presencia del Reino de Dios que salva a los hombres del pecado, del demonio y de la muerte eterna: “Pasó haciendo el bien y sanando a todos los que habían caído bajo el poder del diablo” (Hch 10, 38).

Se puede notar que el demonio ha tomado el cuerpo de alguien cuando éste llega a realizar acciones inexplicables que rebasan sus capacidades naturales; p. ej., una joven puede desarrollar fuerzas extraordinarias o anormales, un hombre hablar una lengua desconocida para él, etc. Siempre por permisión divina, la acción demoníaca puede incluso apoderarse y dominar los miembros corporales del poseído, y servirse de ellos como si le pertenecieran, actuando sobre el sistema nervioso, o haciendo mover esos miembros, hablando por boca del paciente, etc.

Sin embargo, la mayoría de los supuestos casos de posesión, de obsesión o de infestación diabólicas que son tratados en novelas y películas no responden a la realidad. Se trata de una

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moda por cuanto suena a diabólico o misterioso que está bien lejos del mundo de la ciencia natural y de la doctrina de la fe, y quizá sea debido al alejamiento personal y social respecto a Dios capitulando antes las fuerzas del mal por haber abandonado al Bien.

b) Los exorcismos

Desde que Cristo realizó la Redención y fundó la Iglesia, la posesión diabólica real tiene lugar muy pocas veces. Para estos casos especiales la Iglesia ha recibido poder de Dios para realizar exorcismos actuando con todo el poder divino para expulsar los demonios en nombre del Señor.

El exorcismo es la invocación hecha a Dios con el fin de alejar al demonio de alguna persona, animal, lugar o cosa, que se hace en nombre de la Iglesia por el sacerdote legitimado y según los ritos previstos10. El acto de exorcismo se desarrolla según las fórmulas autorizadas por la Iglesia y por el sacerdote designado por el Obispo. Se recitan oraciones, formuladas con profunda fe y en nombre de Dios, de Cristo y de la Iglesia para que los demonios se alejen de la persona por la autoridad divina.

Ataca al hombre en su alma

“Confortaos en el Señor y en la fuerza de su poder, vestíos de la armadura de Dios que podáis resistir las insidias del diablo, porque no es nuestra lucha contra la carne y la sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos de los aires” (Eph 6, 10-12).

La tentación diabólica, de la que aquí hablamos, es un aprueba u obstáculo procedente del demonio que intenta perjudicarnos induciendo al pecado. Las tentaciones que el demonio insidia en hombres y mujeres son muy variadas, sirviéndose de su obra y de nuestras concupiscencias. San Juan escribe que “todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencias. San Juan escribe que “todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida” (1 Jn 2, 14), como resumiendo la triple raíz de todos los pecados, y esto puede ejemplificarse ahora mediante la experiencia de tres personajes de la Sagrada Escritura –Adán, David, San Pedro-, pues sus tentaciones y caídas reflejan en mayor o menor medida esas concupiscencias.

a) Adán o la independencia de Dios

El texto sagrado relata que Adán y Eva rompieron voluntariamente los lazos de amistad que les unían con Dios, después de la elevación sobrenatural que gratuitamente habían recibido de Él: «La serpiente dijo a la mujer: ¿Con que Dios os ha mandado realmente que no comieseis de todos los árboles del Paraíso?” Eva contestó que sólo tenían prohibido, bajo pena de muerte, comer de un árbol. “Y dijo la serpiente a la mujer: En modo alguno pereceréis. Dios sabe que tan pronto como de él comáis se os abrirán los ojos y seréis como Dios, y conoceréis lo que es el bien y el mal. Vio, pues, la mujer que el fruto del árbol era bueno para comer y hermoso a la vista. Tomó de su fruto y comió y dio también a su marido, y también con ella comió» (cfr Gn 3, 4-6).

10 Cfr Código de Derecho Canónico, can. 1172.

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La primera gran tentación manifiesta que el demonio es padre de la mentira diciendo medias verdades: animó a nuestros primeros padres a ser iguales a Dios y a no depender de Él, pudiendo establecer ellos solos lo que es bueno y lo que es malo, sin dar explicación a Dios. ¿Te das cuenta de la soberbia que anima los afanes de independencia del hombre o de la sociedad respecto a Dios? Por eso, procura luchar contra ella desde tu juventud sabiendo distinguir con la enseñanza de la Iglesia lo que es bueno y malo –formando con rectitud tu conciencia sin engañarte- y empleando bien tu libertad. Ésta no consiste en la ausencia de vínculos y de obligaciones, como piensan algunos jóvenes, sino en la calidad de esos vínculos: quien está atado al alcohol, la droga o el sexo no es libre, mientras que sí lo es quien mantiene, por ejemplo, la fidelidad al otro cónyuge por encima de los estados de ánimo.

b) David o la concupiscencia.

Cuenta el Libro Segundo de Samuel un tremendo pecado del rey David por el que supo llorar con amargo arrepentimiento. El rey se quedó ocioso en Jerusalén en vez de acompañar el ejército de Israel... “Sucedió que un día, levantándose David de su cama después de la siesta, se puso a pasear por el terrado del palacio, y vio enfrente una mujer que se estaba lavando y era de extremada hermosura. Envió, pues, el rey a saber quien era aquella mujer, y le dijeron que era Betsabé, hija de Eliam, mujer de Urías, heteo. David la hizo venir a su palacio, habiendo enviado primero en algunos que la hablasen de su parte; y entrada que fue a su presencia, durmió con ella, la cual se purificó luego de su inmundicia, y volvió encinta a su casa. De lo que dio aviso a David, diciendo: He concebido” (2 Sam 11, 2-5).

En este relato y sus consecuencias se encierran profundas enseñanzas sobre el carácter envolvente de las tentaciones contra la santa Pureza: primero ociosidad, luego curiosear y no guardar el sentido de la vista; más tarde indagar buscando nuevos detalles, hasta caer finalmente en un pecado de lujuria. Lo peor es que el pecado se enreda y David no paró hasta conseguir que el marido de Betsabé pereciera en el campo de batalla: el pecado de adulterio se agravó con un pecado de homicidio.

La triste experiencia de David constituye una clarísima lección para huir de toda ocasión de pecado y rechazar con energía cualquier diálogo con las tentaciones contra la castidad: Nos dice el Beato Josemaría Escrivá: «Cuidad esmeradamente la castidad, y también aquellas otras virtudes que forman su cortejo –la modestia y el pudor-, que resultan como su salvaguardia. No paséis con ligereza por encima de esas normas que son tan eficaces para conservarse dignos de la mirada de dios: la custodia atenta de los sentidos y del corazón; la valentía –la valentía de ser cobarde – para huir de las ocasiones; la frecuencia de los sacramentos, de modo particular la Confesión semanal; la sinceridad plena en la dirección espiritual personal; el dolor, la contrición, la reparación después de las faltas” (Amigos de Dios, n. 185)

Si fueron gravísimos los pecados de David también fue imponente su arrepentimiento y su penitencia: “Apiádate de mí, ¡oh Dios!, según tu misericordia; según la muchedumbre de tus piedades borra mi iniquidad. Lávame completamente de mi culpa, y de mi pecado está siempre delante de mí. Contra Ti solo pequé e hice lo que a tus ojos es malo. (...) Rocíame con hisopo, y quedaré limpio; lávame y quedaré más blanco que la nieve. (...) Crea en mí ¡oh Dios!, un corazón limpio, y renueva en mí un espíritu constante. No me eches de tu presencia ni retires de mí tu santo espíritu generoso. (...) Abrirás, Señor, mis labios, y mi boca anunciará tu alabanza” (Sal 50, 3-17).

Por eso si no debemos seguir su mala conducta, sí podemos imitar en nuestras caídas – graves o

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leves – su contrición y su llanto. Porque siempre cabe el arrepentimiento sincero que lleva al sacramento de la Penitencia con propósitos firmes, repitiendo quizá ese “ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente que me fuere impuesta”, de la oración Señor mío, Jesucristo.

c) Pedro o la debilidad de la carne

Jesucristo les había advertido que estuvieran vigilantes pero no se enteraron y en vez de comportarse como recios pescadores lo hicieron como vírgenes necias: «Quedaros aquí y velad conmigo. (...) Volvió junto a sus discípulos y los encontró dormidos; entonces dijo a Pedro: ¿Ni siquiera habéis sido capaces de velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en tentación: pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil» (Mt 26, 38-41). Y así por tres veces.Los hechos se precipitan y Pedro retrocede cada vez más: la pereza inicial le aleja de Jesucristo y queda aislado en su temor, hasta llegar a negarle por tres veces: «Entretanto, Pedro estaba sentado fuera en el atario; se le acercó una sirvienta y le dijo: Tú también estabas con Jesús el Galileo. Pero él lo negó delante de todos diciendo: No sé de qué hablas. Al salir al portal le vio otra y dijo a los que estaban allí: Éste estaba con Jesús el Nazareno. De nuevo lo negó con juramento: No conozco a ese hombre. Poco después se le acercaron los que estaban allí y dijeron a Pedro: Desde luego tú también eres de ellos, pues tu habla lo manifiesta. Entonces comenzó a imprecar y a jurar: No conozco a ese hombre. Y al momento cantó el gallo. Y Pedro se acordó de las palabras que Jesús había dicho: Antes de que cante el gallo, me habrás negado tres veces. Y, saliendo afuera, lloró amargamente» (Mt 26, 69-75).

La fe de Pedro en Jesucristo sufre la gran prueba. Antes estaba dispuesto a ir a la cárcel o hasta la muerte y ahora le niega abiertamente. En medio de aquel aturdimiento, la mirada serena de Jesús que perdona conforta su fe y las lágrimas de dolor la purifican. Muy grave fue el pecado de Pedro, pero profundo también fue su arrepentimiento... y firme; porque ya no abandonó más al Señor, presidió en nombre de Jesucristo la Iglesia y murió por confesar la fe.

12.4. Cómo vencer al demonio

En esta última parte vemos cómo actúa el Diablo como serpiente y como león, según convenga a sus propósitos destructivos de nuestra imagen

divina. Pero es preciso conocer al Adversario, el que pone zancadillas, el que siempre niega.

Una cosa es la tentación

En sentido genérico se entiende por tentación toda solicitación de la voluntad para que realice un acto contrario a la virtud. La tentación procede del mundo en cuanto se opone a Dios en diversa medida, del demonio o tentador (cfr 1 Tes 3, 5) y de la carne o concupiscencia; sin embargo, ninguno de ellos puede obligar a la voluntad a pecar: no podemos eludir la responsabilidad personal en nuestros pecados.

La tentación actúa como en tres momentos que los moralistas llaman con diversos nombres:

1) sugestión involuntaria, que es una mera representación del mal y no encierra pecado alguno, pudiendo incluso ser camino para progresar en la virtud;

2) advertencia del entendimiento, al cual se presenta la cosa primero como apetecible y después como contraria a la ley moral; de ese doble conocimiento procede la lucha interna entre el placer

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y el deber, pero aún no hay pecado aunque se corre el riesgo si la voluntad no decide, con prontitud, rechazar la tentación;

3) decisión de la voluntad, cuando se verifica efectivamente el pecado o el acto virtuoso. De modo que mientras no prestes tu consentimiento – decir que sí – a la tentación no cometerás pecado, pero si la admites o provocas, incurrirás en pecado grave o leve según su objeto.

Ante la tentación hemos de reaccionar con la serenidad de un hijo de Dios, aprovechándola para crecer en humildad y en caridad. Sería necio negar que el demonio puede causar graves molestias, pero también lo sería entregarse como un conejo aterrorizado, porque no puede dominar a los que sinceramente viven para Dios; puede, sí, combatirlos, pero no derrotarlos porque con la gracia divina vencen y se santifican.

a) El tentador como serpiente

El demonio viene a tentar unas veces como serpiente, cuando siembra dudas e inquietud en nuestra inteligencia, para que se quede en tinieblas sin la luz de la fe. Entonces has de reaccionar con prontitud haciendo actos de fe: “Creo en Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo”, o bien “Sé que estás en la Eucaristía con tu Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad”; “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo”; “Santa María, Auxilio de los Cristianos, ruega por mí”, etc.

Éste es el testimonio de su alma santa, Francisca Javiera del Valle, que sufrió la dura prueba de la tentación contra la fe pero no consistió lo más mínimo: “Según enseñanzas de nuestro inolvidable Maestro, (el demonio) se propone arrancar de nosotros las virtudes teologales. Pero donde va directamente a poner el blanco es en la fe, porque conseguida ésta, fácil cosa en conseguir las otras dos; porque la fe es como el fundamento donde se levanta todo el edificio espiritual, que él quiere y desea y pretende destruir (...). Cuando Satanás ya se acerca a la pelea, lo primero que echamos de menos es la luz clara y hermosa que nos había Dios dado, para con ella conocer la verdad. (...) ¿A qué compararé yo este estado? Nada hallo, si no es a esas noches de verano, en que se levantan de repente esos nublados tan fuertes y horribles, que por su oscuridad tenebrosa nada se ve, sino relámpagos que asustan, truenos que dejan a uno temblando, aires huracanados, que recuerdan la justicia de Dios al fin del mundo, el granizo y piedra, que parece que todo lo va a destruir.

“No hallo cosas a qué poderlo comparar: sola, sin su Dios, siente venir a ella como un ejército furioso, que la gritan que está engañada, que no hay Dios, y la cercan por todas partes, llenos de retórica que la dan conferencias, sin ella quererlo, pero no la dejan un punto, y con razonamientos tan fuertes y violentos, que a la fuerza la quieren hacer creer que no hay Dios (...), así el alma sin voz, y tartamudeando, como que atinó a decir: me uno a las creencias todas de mi Madre la Iglesia y no quiero creer ninguna cosa más.

“(...) Tenía dieciocho años cuando esto pasó por mí y cuando tanto yo sufría y lloraba sin consuelo la pérdida de mi fe, he aquí que amaneció para mí el día claro y luminoso.

“Y así como yo, sin saber nada, en este estado me vi que me metieron, también ahora vi y sentí que de él me sacaron. Y cuando yo tanto lloraba la pérdida de mi fe, me vi de ella hermosamente vestida”.

b) El tentador como león

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“Sed sobrios y estad en vela: porque vuestro enemigo el diablo anda rodando como león rugiente alrededor de vosotros, en busca de presa que devorar. Resistidle firmes en la fe, sabiendo que la misma tribulación padecen vuestros hermanos, cuantos hay en el mundo” (1 Pe 5, 8-9).

Otras veces experimentarás que Satanás ataca más fuerte como un león rugiente agitando las pasiones, sublevando la soberbia o la impureza..., y es preciso entonces rechazar con firmeza esa tentación, sin dialogar ni concederse nada. Es el momento de impedir un juicio temerario, de apartar la vista o cortar tajantemente la sensación impura, o frenar la indignación y la ira. Consiste ese rechazo generoso en levantarse, aprovechar bien el tiempo, poner los cinco sentidos en lo que haces, en buscar compañía, en marcharse de un sitio..., siempre acudiendo a la intercesión de la Santísima Virgen; “Ama a la Señora. Y Ella te obtendrá gracia abundante para vencer en esta lucha cotidiana. – Y no servirán de nada al maldito esas cosas perversas, que suben y suben, hirviendo dentro de ti, hasta querer anegar con su podredumbre bienoliente los grandes ideales, los mandatos sublimes que Cristo mismo ha puesto en tu corazón.- Serviam!”.

Otra cosa es el consentimiento

Pero ¿y si las tentaciones vienen porque yo las busco? Porque puede ocurrir que una persona sea cómplice del comienzo mismo de la tentación, cuando ya sabe el peligro que corre y no hace caso de malas experiencias anteriores. Porque podría constituir una ocasión próxima y voluntaria de pecado, que ya es pecado. Además una actitud semejante revelaría síntomas de tibieza espiritual, que viene a ser como una obstrucción de los caminos del alma producida por la acumulación de pecados de omisión no confesados y faltas de generosidad, que impiden circular por ella libremente las aguas limpias y refrigerantes de la gracia. Por eso el demonio suele poner más empeño en apartar a la gente piadosa de la virtud que en arrastrarlas abiertamente al vicio.

La complicidad de que hablamos puede venir también de falta de sinceridad con uno mismo, auto-engañándose en lo principal de las intenciones y deseos con peligro de que la propia conciencia se vaya deformando, hasta afirmar descaradamente que no es pecado lo que sí es pecado. Finalmente, la complicidad puede proceder de la soberbia de quien no quiere reconocerse muy débil y hecho del mismo barro que los más miserables de los mortales. Por ello debería sentirse necesitado de cautelas y cuidar no romperse derramando la gracia recibida.

Considerando más en particular las tentaciones contra la castidad, y la posible complicidad interior, es fácil hacer un breve resumen de las armas aconsejadas para ser muy breve resumen de las armas aconsejadas para ser muy sinceros y vencer en estas batallas: “deben emplear los fieles los medios que la Iglesia ha recomendado siempre para mantener una vida casta: disciplina de los sentidos y la mente, prudencia atenta a evitar las ocasiones de caídas, guarda del pudor, moderación en las diversiones, ocupación sana, recurso frecuente a la oración y a los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Los jóvenes, sobre todo, deben empeñarse en fomentar su devoción a la Inmaculada Madre de Dios y proponerse como modelo la vida de los santos y de aquellos otros fieles cristianos, particularmente jóvenes, que se señalaron en la práctica de la castidad “ (Declaración Persona humana, n. 12).

La Iglesia exhorta siempre a cada uno para que asuma la responsabilidad de las obras buenas y de las malas. Sin atribuir éstas sólo a la acción diabólica. El Señor explicó bien que la causa del pecado está en la voluntad:“Lo que del hombre sale, eso es lo que mancha al hombre, porque dentro del corazón del hombre proceden los pensamientos malos, las fornicaciones, los hurtos, los homicidios, los adulterios, las

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codicias, las maldades, el fraude, la impureza, la envidia, la blasfemia, la altivez, la insensatez. Todas estas maldades del hombre proceden y manchan al hombre” (Mc 7, 20-30).

La milicia cristiana

“Echad mano de la armadura de Dios – escribe San Pablo –, para que podáis resistir en el día malo, y, tras haber vencido todo, os mantengáis firmes. Estad, pues, firmes, ciñendo la cintura con la verdad, y poniéndoos la coraza de la justicia, y calzándoos los pies, prontos para el evangelio de la paz; embrazando en todo momento el escudo de la fe, con el cual podáis apagar todos los dardos inflamados del maligno. Tomad el casco de la salvación y la espada del Espíritu, esto es, la palabra de Dios. Con toda clase de oraciones y súplicas, orad en toda ocasión en el espíritu, y velad unánimemente con toda constancia” (Ef 6, 13-18). Las tentaciones vencidas no son tiempo perdido sino manifestación de amor de Dios y méritos para la vida eterna. Nos ayudan a probar el temple de nuestra lucha interior por alcanzar de veras la santidad a la que estamos llamados.

Para vencer en esta lucha el Señor nos enseñó a pedir todos los días en el Padrenuestro el “líbranos del mal”: y así el Catecismo de la Iglesia Católica enseña que: “En esta petición, el mal no es una abstracción, sino que designa una persona, Satanás, el Maligno, el ángel que se opone a Dios. “El ‘diablo’ (‘dia-bolos’) es aquel que ‘se atraviesa’ en el designio de Dios y su obra de salvación cumplida en Cristo”.

a) Con la gracia de Dios

Con la tentación que insidia el demonio, y que a veces facilitan nuestras concupiscencias, Dios envía siempre gracias más que abundantes para vencer en contienda espiritual, que siempre habrá de mantener con serenidad y fortaleza. También Dios está contigo cuando arrecia la tentación: por los medios sin caer en tontas ingenuidades y vencerás. El gran Apóstol de Jesucristo que ha sido vaso de elección divina para extender el Evangelio por Occidente nos ha dejado el testimonio imponente de lo cerca que tenía a Dios a la hora de la tentación: “Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años (...) fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y sé que este hombre (...) fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables que al hombre no le es lícito pronunciar: De este tal me glorificaré, pero de mí mismo no me gloriaré, si no es de mis flaquezas (...). Por lo cual, para que no me engría, me fue clavado un aguijón en la carne, un ángel de Satanás, para que me abofetee y no me engría. Por esto, rogué tres veces al Señor que lo apartase de mí, pero Él me dijo: Te basta mi gracia, porque la fuerza resplandece en la flaqueza. Por eso, con sumo gusto me gloriaré más todavía en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo. Por lo cual me complazco en las flaquezas, en los oprobios, en las necesidades, en las persecuciones y angustias, por Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor 12, 1-10).

b) El uso del agua bendita

La gracia divina no falta cuando ponemos los medios adecuados, aunque para los ojos humanos parezcan insignificantes. Para librarse del influjo diabólico los santos han empleado también el agua bendita, que es un sacramental. Santa Teresa decía que “De muchas veces tengo experiencia que no hay cosa con que hayan más (los demonios),para no tornar: Debe ser grande la virtud del agua bendita; para mí es particular y muy conocida consolidación que siente mi alma cuando la toma (la utiliza). (...) Estando en un oratorio, habiendo rezado un nocturno y diciendo unas oraciones muy devotas, que están al fin de él, el demonio se me puso sobre el libro

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para que no acabase la oración; yo me santigüé y fuese. Volviendo a comenzar, tornóse. Creo fueron tres veces las que la comencé, y hasta que eché agua bendita no puede acabar”.

El agua ritualmente bendecida nos recuerda a Jesucristo que se dio a sí mismo el apelativo de “agua viva” (cfr Jn 7, 39), instituyó para nosotros el bautismo de Salvación, y también expulsó con plena autoridad a los demonios. El agua puede bendecirla el sacerdote con esta oración: “Bendito seas, Señor, Dios todopoderoso, que te han dignado bendecirnos y transformarnos interiormente en Cristo, agua viva de nuestra Salvación; haz, te pedimos, que los que nos protegemos con la aspersión o el uso de esta agua sintamos, por la fuerza del Espíritu santo, renovada la juventud de nuestra alma y adelantemos siempre en una vida nueva. Por Jesucristo, nuestro Señor”.

c) Oración a San Miguel Arcángel

La fe hará que nos mantengamos seguros en medio de cualquier tentación, firmemente apoyados en la solidez inexpunable de la Iglesia, que lucha eficazmente contra el poder del diablo. Mucho puede ayudarnos la oración al Arcángel San Miguel, compuesta por el Papa León XIII en circunstancias verdaderamente especiales, según expresaba un colaborador suyo:

Una mañana el gran Pontífice León XIII había celebrado la Misa y estaba asistiendo a obra de acción de gracias, como solía hacer. De repente se le vio enderezar enérgicamente la cabeza y luego mirar fijamente por encima de la cabeza del celebrante. Miraba fijamente, sin parpadear pero con una expresión de maravilla y de terror, cambiando de color y de expresión. Alguna cosa extraña y grande le sucedía... Finalmente, como volviendo en sí y dando un ligero pero enérgico toque de manos, se alza. Se lo ve dirigirse hacia su estudio privado. Sus familiares lo siguen con ansia y con premura. Le dicen con voz queda: “¿Santo Padre, no se siente bien? ¿Necesita alguna cosa?” Él responde: “Nada, nada.” Y se encierra dentro. Después de una media hora hace llamar al Secretario de la Congregación de los Ritos y dándole una hoja, le ordena estamparla y enviarla a todos los Obispos del mundo. ¿Qué cosa contenía? La oración que recitamos al final de la Misa junto al pueblo, con la súplica a María y la fogosa invocación al Príncipe de las milicias celestiales, implorando a Dios que arroje a Satanás al infierno”.

Y la oración reza así: “Arcángel San Miguel, defiéndenos en la lucha. Ayúdanos contra la maldad y las insidias del demonio. Pedimos suplicantes que Dios lo someta a su imperio; y tú, Príncipe de la milicia celestial, encadena en el infierno, con el poder divino, a Satanás y a los demás espíritus malvados que van por el mundo para perdición de las almas. Amén”.

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Confianza

La protección de Santa María asegura también la victoria contra el Maligno. Después del pecado original cometido por Adán y Eva, Dios había dicho a la serpiente. “Por cuanto hiciste esto, maldita tú eres entre todos los animales y bestias de la tierra: andarás arrastrándote sobre tu pecho, y tierra comerás todos los días de tu vida. Yo pongo enemistad perpetua entre ti y la mujer, y entre tu raza y la descendencia suya: ella quebrantará tu cabeza” (Gen 3, 14-15). Esta mujer es María, “una mujer revestida de sol, y la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas” (Apc 12, 1), que, llena de gracia, ha dado a luz según la humanidad al verdadero Hijo de dios y ha vencido al demonio.

Por ello “con su amor materno se cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligro y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada. Por esto motivo, la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora”.

Toda esta doctrina cierta sobre la existencia, el poder y la acción del demonio no es para un cristiano ocasión de temores enfermizos, pero sí de prudencia. Será antídoto contra optimismos falsos y estímulo eficaz para una firme vigilancia en la fe y para una vibrante acción apostólica que anule la labor destructiva del diablo en los hombres y en la sociedad, mientras llega el día grande en que se instaurará definitivamente el Reino de Dios.

13.ELEMENTOS PARA TENER EN CUENTA

13.1. El perdón: un don perfecto11

Dios, en su inmenso amor, nos tiene un regalo y espera que lo recibamos al conocer nuestra naturaleza: el Perdón

Es bien sabido lo que dice San Juan, inspirado por el Espíritu: Dios es amor. ¿Qué sabemos del amor? Un poco, por lo que aquí en la tierra vemos o experimentamos en los llamados enamorados: cada uno está en el otro con el pensamiento y el corazón, parece que no tienen ojos sino es para su amor. Si lo liberamos de cualquier forma de egoísmo o imperfección y lo elevamos con el pensamiento a la perfección infinita, tenemos una pista, una idea lejanamente aproximada de lo que es la Vida divina. Dios es el amor eterno, pleno e infinitamente enamorado; y por eso es la infinita felicidad, eterna, inagotable, amor que no se agosta, que existe en una plena y eterna juventud. Dios es más joven que todos.

El amor infinito es lo que vive Dios en su relación interpersonal trinitaria. Y ese amor se vuelca primero en la creación y después, con maravillosa continuidad, en la salvación del hombre caído. Dios nos quiere a cada uno como si fuéramos su único hijo. Para Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo es un hecho. Y al vernos radicalmente indigentes, alejados de Él -de la felicidad infinita, para lo que nos había creado-, perdidos sin rumbo y sin norte, con el horizonte cerrado por las consecuencias del pecado original y de los pecados personales, hace algo asombroso: el Hijo de Dios se hace Hijo del hombre y nos redime con la cruz. Esto -dicho está muy brevemente- abre

11 Por Pbro Dr. Antonio Orozco Delclós. www.encuentra.com

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de nuevo a la humanidad el horizonte eterno, la grandiosa posibilidad de la bienaventuranza sin término, es decir, la inmersión en el océano de Amor enamorado y enamorante que es la Trinidad.

13.1.1. Por los frutos se conoce el árbol

Sería menester una enorme biblioteca para balbucear todo esto, pero podemos y debemos comprender que no se puede ser amado "impunemente" por un Amor infinito. Y ahí tenemos todas las páginas rojas de la historia para brindarnos un poco de luz sobre las consecuencias de volver la espalda al Amor. Las consecuencias de un acto, de ordinario, nos revelan su naturaleza moral. Por sus frutos se conoce el árbol.

Es preciso advertir que la ofensa a Dios, el desamor, no es una ofensa a quien nos ha dado algo, poco o mucho (nuestros padres nos han dado mucho con la vida), sino a quien nos ha dado radical y absolutamente todo. Tanto que sin Él no seríamos absolutamente nada. No habría latidos en nuestro corazón, no habría respirar en nuestros pulmones; más aún, no habría nada de nada, no seríamos en absoluto. Todo lo que somos y podemos llegar a ser (hermanos del Hijo de Dios, hijos de Dios y coherederos de su gloria) lo hemos recibido. ¿Qué tienes tú que no hayas recibido?, es la pregunta de san Pablo que da de lleno en línea de flotación de cualquier género de autosuficiencia. ¿Qué significa negarse al Amor de Dios, rechazarlo, decidirse a no corresponder con todas las fuerzas? Mientras no se responda satisfactoriamente a semejante pregunta no sabremos quién es el Amor y quiénes somos nosotros mismos. Negar a Dios, negar que Él es el Creador y nosotros sus criaturas es negar todo lo valioso de nosotros mismos, nuestra relación con la Verdad, con la Belleza y el Amor. Es algo monstruoso que sólo por la ceguera misma que causa el pecado, no advertimos. Es incurrir en una real deformación del núcleo de nuestro ser personal, que es de donde proceden esas negaciones. Se llama al pecado "mancha". Es una metáfora. Pero hay que decir más: es una deformación monstruosa de la dimensión personal de nuestro ser, porque justamente es la negación práctica de quien es nuestro Todo, en el más estricto sentido de la palabra. Si yo quiero ser un verdadero matemático y empiezo estableciendo para mis adentros que dos y dos son cinco, toda la aritmética que haga a partir de ese momento establecerá un inmenso error. El error se hallaría precisamente casi al principio de mi discurso.

Podré contar chistes muy graciosos, tal vez escribir novelas de imaginación muy "creativa", pero en cuestión de matemáticas seré un tipo peligroso. Si alguno empieza a desarrollar la razón pensando que no hay Dios o que es lícito vivir como si no lo hubiera, podrá llegar a ser un gran constructor de puentes o de otros artefactos; podrá ser premio Nobel de Literatura, tener una conversación amena con sus amigos y escalar altas cumbres del poder social, económico o político, pero su vivir personal estará herido y deformado de raíz. Es muy posible que cometa crímenes sin saberlo; es seguro que se equivocará en cuestiones muy importantes de la vida humana, sobre todo en las que podemos llamar cuestiones de sentido.

El que no conoce a Dios, o si se prefiere, el que con culpa no reconoce a Dios, no tiene fundamento racional para sostener, por ejemplo, los derechos humanos (aunque los respete, por una feliz incongruencia). Es un peligro (aunque también por una feliz inconsecuencia, sea bondadoso con todo el mundo).

13.1.2. Saber qué significa ofender a Dios

No se trata aquí de juzgar conciencias singulares, sino de expresar una verdad lógica que carece de réplica racional. A nuestro entender, no cabe ninguna. La ofensa a Dios deforma

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profundamente a la persona que la comete. Por eso es radicalmente distinto ofender a Dios que ofender a una criatura (aunque una cosa lleve a la otra), aunque la criatura sea nuestra madre. Un padre, una madre humanos pueden decir a su hijo: te perdono y me olvido.

Es difícil olvidar y que todo vuelva a ser lo mismo, pero es posible porque las relaciones que nos unen a las criaturas no son, ni de lejos, tan profundas, tan radicales como las que nos enlazan a Dios creador. Es todo nuestro ser lo que está ligado a Él. "Religión" es reconocerlo, re-ligarnos libremente, por amor. Es todo nuestro ser que se distorsiona y resquebraja cuando negamos de un modo consciente y libre ese vínculo entrañable con la Fuente del ser y de la vida.

La metáfora más adecuada podría ser quizá el terremoto. Y no tenemos posibilidad de recuperar el orden o equilibrio interior desde su raíz, porque ésta ha quedado contaminada y descoyuntada. No cabe auto-perdonarse, auto-redimirse o auto-confesarse. Porque lo que hemos roto, la amistad, el amor de Dios en cuanto estaba en nosotros, no está, ni de lejos en nuestro poder. Un monstruo no se puede normalizar a sí mismo. Hace falta que un ser extraordinariamente sabio y poderoso realice en él una operación quirúrgica increíble. El monstruo, para dejar de serlo, necesitaría nacer de nuevo.

13.1.3. Nacer de nuevo

Pues bien: esto es lo que ha hecho posible la cruz de Cristo, la posibilidad infinitamente deseada por Dios Padre: el ejercicio de su misericordia por el perdón de los pecados. Pero, cuidado, el perdón de los pecados sea cosa de poca monta. Los judíos presentes en la curación del paralítico, se escandalizan cuando Jesús dice: perdonados te son tus pecados. ¡Blasfema!, gritaron, porque sólo Dios puede perdonar los pecados. No se daban cuenta de que Jesús era Dios en Persona (la Segunda), pero sí sabían que para perdonar los pecados no bastaba un hombre por santo que fuese: sólo Dios puede perdonar los pecados. En esto, tenían razón. Es claro que si te ofendo a ti no sirve que pida perdón al vecino de arriba.

Pero además, es tal el estado del que ha ofendido gravemente a Dios, que, para el perdón se requiere un poder todopoderoso: la omnipotencia misma, que sólo Dios tiene. Por eso Tomás de Aquino dice bien cuando asegura que la misericordia de Dios es la manifestación más perfecta de su omnipotencia. Y la Iglesia reza: "Oh Dios, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y la misericordia...". Y Juan Pablo II enseña que la misericordia de Dios es una "potencia especial del amor, que prevalece sobre el pecado y la infidelidad del pueblo elegido" (DM, III, 4 c) Cabe preguntarse: ¿qué tiene que ver la omnipotencia con la misericordia? Al margen de equivocadas doctrinas que tienen la misericordia por debilidad -no vale la pena que nos entretengan-, en nuestro caso tiene mucho, todo que ver. Porque cuando se ha roto el amor infinito, sólo un Amor infinito puede restaurarlo; sólo el Amor omnipotente. Si libremente me despeño desde un vigésimo piso, no puedo libremente recomponerme, se acabó la libertad y la vida terrenal; yo no puedo "resucitarme". Pues ¿cómo no comprender que romper libremente los vínculos que me atan a Dios son una muerte más trágica que la corporal, porque es espiritual, quizá no sensible (por eso muchos no creen en ella) pero tan realmente mortal como la vida corporal? La Iglesia ha hablado siempre de pecado mortal; no muere la persona, pero muere en ella el amor de Dios, la raíz de todo lo verdadero, bueno y bello. Es el infierno, o su anticipo, o su inminente aparición.

13.1.4. Recreación

Por eso, la restauración de la vida de unión con Dios (Verdad, Bondad, Belleza, Sabiduría, Amor), con su consecuencia de felicidad para la vida temporal y la eterna, más que una

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restauración es una re-generación, una re-creación, es decir, requiere una operación de la omnipotencia divina. Lo dice bien claro Jesús a Nicodemo: "El que no naciere de nuevo, no puede entrar en el Reino de los cielos" (Jn 3, 5-7).

Y toda la Tradición auténtica y todo el Magisterio auténtico de la Iglesia así lo llaman, así lo dicen: renacimiento, regeneración. A la filiación divina no se nace ni se renace por voluntad humana, sino por la omnipotente voluntad de Dios, cuyo perdón es eso: don perfecto. No es que se olvide la culpa, es que se aniquila, porque ha nacido un hombre nuevo. El milagro tiene muchas facetas.

Por una parte, permanece la persona, el yo que fui pecador. Y, por otra parte, el yo que antes del perdón era pecador, al renacer por obra de la gracia santificante, ya no es pecador, es santo.

El que era injusto es justo, real y verdaderamente. Este es uno de los puntos en los que Lutero se apartó de la enseñanza de la Iglesia católica. Para él la justificación no existe en sentido estricto, la santificación no alcanza a renovar todo el ser de la persona.

Pero el Magisterio enseña que sí alcanza, porque Dios emplea en el perdón toda su fuerza salvífica: "El Símbolo de la fe profesa la grandeza de los dones de Dios al hombre por la obra de su creación, y más aún, por la redención y la santificación. Lo que confiesa la fe, los sacramentos lo comunican: por "los sacramentos que les han hecho renacer", los cristianos han llegado a ser "hijos de Dios" (Jn 1,12)" (CEC n. 1692; cfr 2782). La redención es justificación verdadera, santificación real. Es un don de santidad que llega a lo más profundo de la persona, por pura generosidad de Dios y encima de valor infinito. Es increíble que tengamos tan poco aprecio al perdón de Dios; que no acudamos a las fuentes del perdón con una sed inmensa: al sacramento de la penitencia, a limpiar manchas, más aún, a rehacernos, a que el amor de Dios, Padre amorosísimo, nos regenere y nos recree.

13.1.5. El sacramento de la alegría

En el sacramento de la penitencia se otorga el don inmenso, perfecto: el perdón, el más grande don divino, tan del gusto de Dios, rico en misericordia. El perdón es su obra máxima, mayor que la resurrección de un muerto y que la creación de las insondables galaxias, porque mayor es la distancia entre el pecado mortal y la vida sobrenatural de la gracia, que la diferencia entre la nada y el ser.

"Realmente es grande un Dios que perdona: ¡Cuántas gracias tenemos que dar a Dios Nuestro Señor, por este sacramento de su misericordia! Yo me pasmo; me conmuevo. Un Dios que perdona me parece tan padre y tan madre a la vez, que me echaría a llorar de agradecimiento y de alegría. ¿Qué haríamos sin su perdón?"12.

¿Por qué lloras como un loco amigo del alma mía? Y el Amigo respondía: ¡Lloro de llorar tan poco!13

Y a la vez tendríamos que dar saltos de alegría. Concretamente, la Confesión sacramental es uno de los más gozosos encuentros inmediatísimos con Cristo Jesús. Porque cuando se oye el "Yo te

12 Beato J. ESCRIVA DE BALAGUER13 Versos de JOSE MARIA PEMAN.

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absuelvo", ese "Yo" es un "Yo" cargado de misterio, no es humano, es divino. ¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?

El ministro y el signo sacramental no son más que instrumentos por los que obra el verdadero operante, que es Jesucristo, virtute praesens, con toda tu fuerza redentora. Entiéndase bien, el sacerdote confesor no es un delegado de Dios para perdonar. La omnipotencia es indelegable.

Como Velázquez no puede decir a un aprendiz: "pinta Las Meninas". Esto es imposible. Para que yo pintara Las Meninas, necesitaría el cerebro y el alma de Velázquez. Necesitaría que Velázquez me suplantara, que su yo de alguna manera anulara el mío. Dios no anula nada, pero, esto es mayor milagro, cuando el confesor dice "Yo te absuelvo" lo dice "in persona Christi". No es un delegado, es el lugar escogido por Cristo para establecerse y a la vez que el confesor dice sensiblemente "yo te absuelbo", Él interviene con su omnipotencia indelegable y ab-suelve, re-crea, re-genera, o incrementa el nivel de vida sobrenatural, creando más vida. Debiéramos llenarnos de asombro, de alegría, de felicidad, de gratitud. E ir corriendo a la plenitud de la Eucaristía; y volver a purificarnos más en el sacramento de la penitencia; y luego, otra vez a la Eucaristía y así sucesivamente. Hasta el día de la entrada definitiva en el gozo infinito de Dios Uno y Trino.

13.2. Ruidos Espirituales

La espiritualidad es la manera específica como manifestamos la relación con Dios. Rodos los seres humanos tenemos una espiritualidad, pues mostramos de diferentes maneras la relación personal con el único Dios. Sin embargo existen unos "ruidos" o, dicho de otra manera, obstáculos que nos impiden crecer y madurar espiritualmente, haciendo que el poder de Dios no fluya con libertad en nosotros y a través de nosotros.

Los "ruidos" o impedimentos del crecimiento espiritual son comunes a toso los seres humanos, aunque en ocasiones no somos conscientes de ellos. Es necesario señalar que cada persona tiene otros ruidos espirituales que son individuales y que es necesario discernir en compañía de un guía, pastor o confesor.

A continuación presentamos un bosquejo general de los impedimentos comunes a todos los seres humanos.

13.2.1. La duda.

Se presenta en distintos momentos de la vida y del discernimiento de la voz de dios un ruido espiritual al que llamamos: DUDA. La duda impide que la voluntad divina marche adecuadamente en las decisiones que tomamos y por lo mismo, las acciones se frustran y se entorpecen.

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La duda es una pequeña puerta por donde entran y se anidan las inseguridades en las relaciones interpersonales, se justifican los fracasos que pudieron prevenirse y dificulta la toma de decisiones que conduzcan a acciones positivas.

Si dejas que la duda irracional inunde tu vida, debes prepararte para fracasar en muchos momentos decisivos de tu vida.

El remedio para la duda es la FE: Mc 11,24. Leer y comentar.

13.2.2. El miedo.

Al enfrentarnos a determinadas acciones nos podemos ver paralizados y frustrados porque el miedo tiene la facultad de darle todo el poder al enemigo. El miedo impide que el poder de Dios fluya con libertad, las acciones se ven impedidas de llegar a feliz termino, el fracaso se hace cotidiano, se justifican inadecuadamente las derrotas o la falta de acción y busca culpables como chivos expiatorios que asuman responsabilidades.

Cuando permites que el miedo entre constantemente en tu existencia se llena de sueños irrealizables, fracasos continuos y frustraciones.

El remedio para el miedo es el AMOR: 1 Jn 4,18-21. Leer y comentar

13.2.3. El rencor.

Toda sanación física comienza con una sanación interior, normalmente dirigida al perdón y la reconciliación.

El rencor es causa de enfermedades psicosomáticas y de sufrimientos de distinta índole, generando, además, mala o deficiente comprensión de las relaciones humanas.A la primera persona a quien guardamos rencor es a nosotros mismos, aumentando el complejo de culpa y otras enfermedades mentales que dificultan el fluir poderoso de Dios.

El remedio para el rencor es el PERDON: Lc 23,24. Leer y comentar

13.2.4. La avaricia.

Tendemos a apegarnos y a apoderarnos de todo lo que nos rodea: dinero, placer, poder, prestigio, posesiones materiales, haciendo que nuestro caminar se vuelva pesado, dificultosos y tormentoso, además de tropezar continuamente.

La avaricia lleva a desear las riquezas espirituales y materiales para gozarnos de ellas y mantenernos "por encima" de los hermanos. La causa del sufrimiento es el apego.

El remedio para los apegos es el DESPRENDIMIENTO: Lc 9,57-62. Leer y comentar.

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13.3. El enigma del dolor14

El escándalo del universo no es el sufrimiento sino la libertad. Georges Bernanos

¿Quién es el culpable del dolor?

El dolor es una realidad que nos encontramos por todas partes. Que afecta a unos y a otros, a los buenos y a los malos, a los menos buenos y a los menos malos.

— Pero Dios podría haber creado el mundo de otra manera, y que todos fuéramos buenos, y nadie tuviera la posibilidad de hacer el mal.

Supongo que comprenderás que eso es bastante poco compatible con la libertad humana. Si el hombre es un ser libre, hay que contar con la posibilidad de que emplee mal esa libertad, y de que exista, por tanto, el mal en el mundo.— Pero Dios sabe lo que va a pasar, antes de que suceda. Si ya lo tiene previsto, no somos entonces muy libres.

Una cosa es el conocimiento de algo que va a suceder y otra es la responsabilidad de hacerlo. Si yo me asomo a la calle y veo a una persona tirar a otra por la ventana de un quinto piso, sé que se estampará contra la acera, pero saberlo no quiere decir que yo sea el responsable. Dios tampoco. Lo será, en todo caso, el que le haya empujado.

Y si veo en diferido un partido de fútbol previamente grabado en vídeo, por el hecho de saber cuál es el resultado final del encuentro no quito a los jugadores la libertad de jugar al fútbol tranquilamente. Algo semejante sucede cuando decimos que Dios sabe lo que va a pasar. No por eso coarta nuestra libertad.

— Pero si Dios es omnipotente, ¿no podría haber hecho compatible la libertad con un mundo bueno? ¿No es capaz Dios de hacer cualquier cosa?

Ser omnipotente significa tener poder para realizar todo aquello que sea intrínsecamente posible. Pero ya sabes que no todo es intrínsecamente posible.

Dios puede sin ninguna dificultad hacer milagros, pero no puede hacer disparates.

Y esto no es imponer límites a su poder. Para demostrar que todas las cosas son posibles para Dios, no podemos pretender que haga algo que es intrínsecamente contradictorio (que un círculo fuera cuadrado, por ejemplo). Porque eso, si fuera posible hacerlo –que no lo es–, no demostraría ninguna potencialidad.

Quizá podríamos imaginar un mundo –te respondo glosando ideas de C. S. Lewis– en el que Dios corrigiese a cada momento los resultados de los abusos de la libertad de los hombres, obligando a que todos sus actos fueran "buenos" en el sentido que tú dices.

Entonces, el palo tendría que volverse blando cuando quisiera usarse para golpear a alguien. El cañón de la escopeta se haría un nudo cuando fuera a ser utilizada para el mal. El aire se negaría

14 Por Alfonso Aguilo. www.encuentra.com

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a transportar las ondas sonoras de la mentira. Los malos pensamientos del malhechor quedarían anulados porque la masa cerebral se negaría a cumplir su función durante ese tiempo. Y así sucesivamente.

Comprenderás que si Dios tuviera que evitar cada uno de esos actos malos, este mundo sería algo realmente grotesco. Desde luego, toda la materia situada en las proximidades de una persona malvada estaría sujeta a impredecibles alteraciones, sería un auténtico show.

Se harían imposibles los actos malos, es verdad, pero la libertad humana quedaría anulada. Dios puede modificar las leyes de la naturaleza y producir milagros –y de hecho a veces lo hace–, y eso es algo ciertamente razonable, pero el concepto de mundo normal exige que tales milagros sean algo poco habitual.

Podemos compararlo a una partida de ajedrez. Puedes, si quieres, hacer algunas concesiones a tu adversario inexperto sin alterar mucho el juego. Puedes darle ventaja cediendo unas piezas al comienzo. Puedes incluso dejarle rectificar un error en algún movimiento. Pero si le concedes todo lo que le conviene todas las veces, si le dejas rectificar y volver atrás en todas las jugadas, entonces, entonces no estás jugando al ajedrez. Sería otra cosa distinta.

Pues algo así ocurre con la vida de los hombres en este mundo. Si tratas de excluir la posibilidad del mal y del sufrimiento, te encontrarías con que has excluido la libertad misma. Si intentáramos ir corrigiendo a cada momento la Creación, como si este o aquel elemento pudiesen ser eliminados, cada vez nos daríamos más cuenta de que no es posible lograrlo sin desnaturalizarla. El devenir del mundo trae consigo, junto con la aparición de ciertos seres, la desaparición de otros; junto con lo más perfecto, lo menos perfecto; junto con las construcciones de la naturaleza, también las destrucciones; y junto con el bien existe también el mal.

¿Por qué el mal se ceba en los hombres buenos?

— ¿Y no podría Dios, al menos, hacer que las desgracias afectaran menos a los hombres buenos? A veces parece como si se ensañaran con quienes menos las merecen.

Entonces, cuando hubiera un accidente, Dios tendría que enviar un ángel para poner a salvo de forma extraordinaria a los viajeros virtuosos.

Y si una helada destruyera una cosecha, otro ángel tendría que ir para proteger las parcelas del hombre bueno para que así no le afectaran los fríos.

Y si se tratara de una inundación, entonces tendría que contener las aguas, como en el paso del Mar Rojo, antes de que destruyeran la vivienda de la familia honrada. Y volveríamos a lo mismo de antes.

El mundo está sometido a ciertas leyes generales que Dios no suspende sino de vez en cuando, y esas leyes, por lo general, afectan sin distinción a todos. Ya

sabemos que lo que va bien a los corderos, va mal a los lobos, y viceversa. Pero no sería sensato

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que unos u otros exigieran a Dios milagros continuos que perturbasen incesantemente el orden regular del universo.

— Pero entonces parece que los hombres buenos siempre salen perdiendo, porque se privan de las ventajas ilícitas que tienen los malos, y en cambio sufren igual que ellos las desgracias naturales.

Pero, a pesar de todo, los hombres virtuosos son mucho más felices, aun en la tierra, que los viciosos y malvados. Quien se desvía de la moral, obtiene quizá una satisfacción inmediata, pero es siempre una felicidad efímera, cimentada sobre el egoísmo, y que va poco a poco labrando su propia ruina. Y una ruina que no vendrá solo en la otra vida, sino también ya en esta.

— Pues a veces se ve a los pecadores bastante felices. Al menos, eso aparentan. No parece que siempre sea tan cierto aquello de que el mal produce tristeza y el bien alegría.

Es cierto, pero hay que matizarlo un poco. A veces, efectivamente, nos da la impresión de que es al revés –señala José Luis Martín Descalzo–, porque no siempre vemos tristes a los pecadores, sino que casi parecen más bien rebosar de satisfacción, como si hubieran encontrado su plenitud en el ejercicio del mal. Vemos que la apuesta humana por el bien lleva a la alegría, pero más bien a largo plazo, cuando se ha conseguido una cierta madurez en el alma. Lo vemos como una idea profundamente cierta, pero paradójica y a veces casi insoportable. Porque el hombre honrado sufre. Y en alguna ocasión podemos incluso sentir algo parecido a envidia de esos personajes inmorales que parecen los triunfadores de este mundo. Pero no debemos engañarnos.

A veces, el hombre parece poder convivir sin problemas con el mal, pero no es así. Tarde o temprano advierte que el mal ha entrado muy hondo en él, y que se ha hecho fuerte ahí dentro. Quizá se ha afincado en una zona muy íntima de su ser, y su corrupción no se percibe con claridad desde fuera, pero sin duda está allí.

El bien resulta costoso en términos de esfuerzo, pero es una buena inversión. El mal, en cambio, se compra muy barato. Incluso es agradable en la superficie del alma. Pero, antes o después, acaba por hipotecar la vida.

La apuesta humana por el mal, aunque sea una apuesta pequeña, viene siempre acompañada de toda una amalgama de sinsabores, de pesares inconfesables y vergonzantes. ¿Qué idea podemos formarnos de la felicidad de esos hombres, que estarán rendidos por sus propios sufrimientos interiores, por su vida llena de temores y sobresaltos, de recelos, de tortuosidades, de ambiciones que se alimentan de intrigas y de bajezas?

La dicha está en el corazón, y va unida al bien. Por eso, quien deja anidar al mal en su corazón, será una persona infeliz, sean cuales fueren las apariencias de éxito y ventura de las que se encuentre rodeado.

El vicio introduce siempre un trastorno de la armonía del hombre, aunque en su inicio parezca quizá inocuo.

El vicio somete a su vasallaje a la razón y la voluntad. Y cuando lo ha conseguido, atormenta a su pobre sometido con el pensamiento de la muerte, donde no espera ni puede esperar ningún consuelo, y donde teme encontrar el castigo de sus desórdenes.

Es cierto que las claudicaciones morales pueden proporcionarnos placer, dinero, poder, o muchas

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otras cosas. Pero el coste humano que debe pagarse en la propia carne es siempre muy alto. Al abrir las puertas del alma al mal, lo que este nos otorga ya no nos pertenecerá, pues seremos esclavos de aquello a lo que nos entregamos.

¿Por qué Dios no nos ha hecho mejores?

— Hay mucha gente que dice que no logra entender por qué Dios consiente que tantos inocentes sufran. Que por qué media humanidad pasa hambre. Que por qué Dios no arregla este mundo, y que por qué no lo hace de una vez, ya.

No parece serio echar a Dios la culpa de todo lo que se nos antoja que no va bien en este mundo. "Son los hombres –decía C. S. Lewis–, y no Dios, quienes han producido los instrumentos de tortura, los látigos, las prisiones, la esclavitud, los cañones, las bayonetas y las bombas. Debido a la avaricia o a la estupidez humana, y no a causa de la mezquindad de la naturaleza, sufrimos pobreza y agotador trabajo".

En muchas de esas quejas que lanzan algunas gentes contra Dios, hay una lamentable confusión. Consideran a Dios como un extraño personaje al que cargan con la obligación de resolver todo lo que los hombres hemos hecho mal, y, si es posible, incluso antes de que lo hubiéramos hecho. Es como una rebelión ingenua ante la existencia del mal, una negativa a aceptar la libertad humana. Y, como consecuencia de ambas cosas, un cómodo echar a Dios culpas que son solo nuestras.

En vez de sentirse avergonzados, por ejemplo, por no hacer casi nada por los millones de personas que cada año mueren de hambre, se contentan –es bastante cómodo, realmente– con echar a Dios la culpa de lo que, en gran medida, no es otra cosa que una gran falta de solidaridad de quienes poblamos el mundo desarrollado. ¿Tendremos que pasarnos la vida –se preguntaba Martín Descalzo– exigiendo a Dios que baje a tapar los agujeros que a diario producen nuestras injusticias? Cuando tendríamos que preocuparnos de resolver esa asombrosa situación por la que unos no logran dar salida a sus excedentes alimentarios mientras que otros se mueren de inanición, y cuando parece que la mitad de la humanidad pasa hambre y la otra mitad está con un régimen bajo en calorías para adelgazar, es una pena que lo único que se les ocurra –en vez de trabajar más, o ser más solidarios, de una forma o de otra– sea echar en cara a Dios que el mundo (en el que suelen olvidar incluirse, curiosamente) es horrible.

No somos simples accidentes de la bioquímica o de la historia, a la deriva en el cosmos. Podemos, como hombres y mujeres con responsabilidad moral, convertirnos en protagonistas, no en meros objetos o víctimas del drama de la vida.

— ¿Pero cómo es que permite tanta persistencia nuestra en el mal? ¿Por qué Dios no nos cambia, y nos hace efectivamente más solidarios?

La bondad humana es el resultado libre del esfuerzo de quien, pudiendo ser malo, no lo es. Y Dios ha dado al hombre un infinito potencial de bondad, pero también ha respetado la libertad de ese hombre –como hace, por ejemplo, cualquier padre sensato al educar a su hijo–, y ha aceptado el riesgo de nuestra equivocación.

No es muy serio decir que Dios tiene que cambiarnos, cuando cambiar es el primero de nuestros deberes. Si Dios nos hubiera hecho incapaces de ser malos, ya no seríamos buenos en absoluto, puesto que seríamos marionetas obligadas a la bondad.

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— Pero se ven tantos errores en el mundo, tantas calamidades, tanto egoísmo, tantas lamentables aberraciones y tan difíciles de explicar...

La respuesta cristiana a esto es clara: los desequilibrios que fatigan al mundo están conectados con ese otro desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón humano, que sumerge en tinieblas el entendimiento y lleva a la corrupción de la voluntad. Esta es la clave para descifrar el enigma.

El verdadero mal proviene del interior del hombre, radica en una escisión que tiene su origen en el pecado. Igual que hay una experiencia clara de la existencia de la libertad, la hay también de que la libertad está herida, así como del mal que el hombre puede ser capaz de hacer.

Las situaciones de injusticia social proceden de la acumulación de injusticias personales de quienes la favorecen, o de quienes pudiendo evitar o limitar ciertos males sociales, no lo hacen.

Los que se eximen de culpa personal para pasársela toda a las estructuras del mal, niegan al hombre su capacidad de culpa, y niegan por tanto su libertad y su responsabilidad personales, y disminuyen su propia dignidad. Los verdaderos creyentes, en cambio, se sienten responsables. Y cuanto más acentuado sea el sentido de responsabilidad de una persona, tanto menos buscará excusas y tanto más se examinará a sí mismo –sin absurdos complejos de culpabilidad–, para mejorar él y ayudar a mejorar a los que le rodean.

— Pero arreglar un poco este mundo se ve como una labor muy a largo plazo, con un final lejano...

Si algo resulta muy necesario, y además tardará en llegar, es entonces también muy urgente. Como dijo aquel mariscal francés al tomar posesión de su cargo: si estos árboles van a tardar veinte años en dar sombra, hay que plantarlos hoy mismo.

13.4. La imposición de manos

El tema de la IMPOSICIÓN DE MANOS es bien candente y problemático que nos afecta notablemente. Lo trataremos en tres partes:

13.4.1. Introducción

La imposición de manos, básicamente, es un signo de fraternidad, de acompañamiento, cercanía y apoyo que brindamos a los hermanos en determinadas situaciones de la vida cristiana y cotidiana. No es un acto mágico ni una trasmisión de energías espirituales.

13.4.2. Usos de la imposición de manos

13.4.2.1. Corrientemente se utiliza en LA INTERCESIÓN, a saber:

Pidiendo el Espíritu Santo para los confirmandos por parte del obispo o su delegado. Dando ingreso a las ordenes de diaconado, presbiterado y episcopado, por imposición de

manos de los obispos. Instituyendo ministerios laicales por parte del obispo o su delegado. Pidiendo la presencia o efusión del Espíritu Santo por parte de los hermanos.

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Pidiendo unción para una persona que desarrolla un ministerio. Pidiendo que Dios se glorifique en bendiciones de diversas maneras en las personas

(sanación, trabajo, conversión, unidad familiar, etc). Dando gracias a Dios por las personas. Otorgando un ministerio o servicio dentro de la comunidad. Pidiendo sanación y liberación. Enviando a misión.

13.4.2.2. Los encargados de la imposición de manos

Como podemos ver, en la Iglesia, es un ejercicio dedicado especialmente a los ministerios ordenados (diaconado, presbiterado y episcopado).

Sin embargo como laicos, realizamos la imposición de manos en diversos momentos y sin mayores pretensiones, por ejemplo, los padres de familia que oran por sus hijos, otro ejemplo lo tenemos cuando pedimos que se "ore por la persona de la derecha o de la izquierda". Esas imposiciones de manos no albergan mayor problema.

Es posible que se puedan ver complicaciones en las oraciones de sanación y liberación, en la institución de ministros dentro de la comunidad, donde se requiere un buen discernimiento y una preparación.

13.4.3. La imposición de manos en la Biblia

13.4.3.1. En el Antiguo Testamento

Ex 29.10-14: se imponen las manos sobre la cabeza del becerro y se sacrifica para el perdón de los pecados.

Lv 1,4: se imponen las manos sobre el animal para el perdón de los pecados. Lv 4,4.15.21.24.26.29.31.33.35: se imponen las manos sobre el animal para el perdón de los

pecados, según el cargo del pecador y el tamaño del pecado.

En el Antiguo Testamento, la imposición de manos, básicamente, se realiza para pasar el pecado al animal (chivo, cabrito, toro, becerro, oveja...) y luego se realiza el sacrificio para el perdón de los pecados. De allí se habla del chivo expiatorio.

Es una mentalidad de redención: la sentencia debe caer sobre el pecador, amenos que otra persona o un animal tomen su lugar.

En el Antiguo Testamento se considera que el pecado o la impureza se encuentra en el ambiente y entra en el hombre o se pasa de una persona a otra, o de una persona a un animal, o de un animal a una persona. La impureza está fuera del hombre y se le mete. Además se considera que si se elimina al pecador se acaba con el pecado.

13.4.3.2. En el Nuevo Testamento

En el Nuevo Testamento se pueden observar diversos sentidos y usos de la imposición de manos:

Mt 19,13-15; Mc 10,13-16; Lc 18,15-17: Jesús impone las manos a los niños para bendecirlos. No los hace impuros, al contrario, los purifica.

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Mc 5,28-30; 16,18; Sant 5,14-16: se imponen las manos para pedir sanación a Dios por un hermano enfermo.

Hch 8,17-19; 9,12.17-18; 19,6: se imponen las manos para pedir la efusión del Espíritu Santo a los hermanos.

Hch 6,6; 13,2-3-: se imponen las manos para enviar a misión. 1Tim 4,14; 2Tim 1,6; 1Tim 5,21-22: se imponen las manos para conferir ministerios

ordenados. El pasaje bíblico de 1Tim 5,21-22, en ocasiones ha ido mal interpretado. " Te encarezco delante de Dios, del Señor Jesucristo y de sus ángeles escogidos, que guardes estas cosas sin prejuicios, no haciendo nada con parcialidad. No impongas con ligereza las manos a ninguno ni participes en pecados ajenos. Consérvate puro" El contexto literario viene desde el capítulo 3 hasta el 5, donde se habla de la vida cristiana y el ejercicio del ministerio apostólico. Desde este contexto, se refiere a NO INSTITUIR MINISTROS O NO ORDENAR DIACONOS Y PRESBITEROS sin haber discernido convenientemente para determinar si está bien preparado para recibir un trabajo de gran responsabilidad comunitaria.

13.4.4. Conclusión

Para nosotros, la plenitud de la vida y la revelación divina se encuentra en Jesucristo (Jn 1,18; Gal 4,4; Heb 1,1-2). Por tanto no puede tenerse como criterio la visión del Antiguo Testamento sobre la imposición de manos, pues el Maestro desmontó todo ese sentido en Mt 15,10-20, donde dice que lo malo no es lo entra al hombre sino lo que sale del corazón del hombre.

Queda por resolver y trabajar: el problema del Mal y el Demonio; el sentido en la vida del hombre; los carismas y los ministerios de sanación y liberación.

14.ORIENTACIONES PARA EL MINISTERIO DE SANACIÓN Y LIBERACIÓN

14.1. Vocación fundamental

Debemos ubicar el Ministerio de Sanación dentro del Reino de Dios, que es el mensaje fundamental de Jesucristo. Así como Jesús anuncia el Reino con autoridad, también realiza sanaciones y liberaciones con poder.

Debemos mirar algunos pasajes bíblicos: Imposición de manos: Lc4, 40; Mc1, 40 Contacto especial con órganos: Mc7, 32 Contacto con su manto: Mc6, 53 Unción con aceite (apóstoles): Stg5, 14–15; Mc 6, 12–13 Manda alejarse a la enfermedad: Lc4, 38–39

La comunidad cristiana también ha vivido la experiencia de orar por los enfermos y ver las respuestas que Dios da. En los Hechos de los Apóstoles se narran sanaciones y resurrecciones realizadas por ministerio de Pedro y Pablo.

14.2. Cualidades del Ministro de Sanación y Liberación15

15 Luis Alberto Amico. Curso: Los ministerios en la RCC. Perú. Tomado del Curso de Formación de Servidores de la RCC de la Arquidiócesis de Santiago de Compostela. España

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VISIÓN: Tener una idea clara de los planes de Dios para su vida. MISIÓN: Sentirse verdaderamente llamado y enviado por el Señor. Portador de las

Buenas Nuevas. UNCIÓN: Fuerza y dirección del Espíritu. Se debe manifestar los dones que le haya dado

el Señor para servir en el ministerio. UNIÓN: Tener sentido de unidad; formar un solo cuerpo con sus hermanos del

ministerio y del grupo de oración. EQUILIBRIO: Ha de ser una persona equilibrada emocionalmente. DISCIPLINA: Oración, sacramentos, ayuno. No debe descuidarse. DISPOSICIÓN: Tiempo, cosas, capacidades, etc. SENCILLEZ: Que no sea una persona racionalista sino abierta alas maravillas del

Señor. SED DE APRENDER: Una persona sedienta de aprender cosas que le ayuden en su

ministerio: acudir a información sobre medicina, psicología, sanación, conformación y funcionamiento del organismo, estudios sobre la conducta humana, etc.

14.3. Beneficios del Ministerio de Sanación y Liberación en las comunidades

Beneficios para la comunidad

+ Paz y experiencia del amor del Señor (comunica paz, alegría interna y da lugar a vivir el amor de Dios en nuestras vidas). Y hoy, como ayer, todos los “curados” quieren seguirlo. + Anestesia divina: No siempre las personas se curan, mas disminuyen sus dolores o desaparecen, dando lugar a la alabanza de gratitud. + Intercede para que el médico descubra la causa de las enfermedades y acierte con el tratamiento del enfermo. + Sanación interior: Se considera como prioritaria, dado el ritmo estresante de nuestro siglo. Las personas acumulan grandes cargas interiores. + Liberación de hábitos nocivos: Drogas, alcohol, desordenes sexuales, etc. + Ayuda a tener visión para organizar mejor la vida y así tener salud. + Ayuda a solucionar o sobrellevar problemas que influyen en nuestra salud física: artritis, rencores, hipertensión arterial, etc. + Curación de enfermedades físicas. + Medio eficaz de evangelización.

Beneficios de orar en equipo

+ Apoyo mutuo. + Uso de los diferentes carismas en forma complementaria. + Favorece la humildad: no hay un sanador. Hay un equipo. + Favorece el clima de amor y oración previa necesaria. + Permite el crecimiento de sus miembros. + Contribuye al trabajo en equipo y el crecimiento como cuerpo de Cristo.+ Proyección a la relación con otros ministerios de sanación

14.4. Funciones y responsabilidades del Ministerio de Sanación y Liberación

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Objetivo general

Facilitar el encuentro amoroso con Jesucristo y su mensaje del Reino de Dios para asumirlo en la vida y experimentar la sanación integral que conduce a una vida activamente comunitaria.

Objetivos específicos

+ Organizar el plan de formación básico y específico para el Ministerio de Sanación y liberación para que todos puedan crecer en el ejercicio comunitario.+ Organizar el plan de pastoreo y acompañamiento a los miembros del Ministerio de Sanación para que todos se sientan hermanos y se apoyen en los momentos de dificultad.+ Promover la realización de encuentros de sanación integral dentro y fuera de la comunidad para que todos vivan las bendiciones de Dios.+ Compartir con otros ministerios de sanación los testimonios, experiencias y formación para crecer en la Iglesia como cuerpo de Cristo.

Responsabilidades y funciones

+ Programar y desarrollar los temas de formación dentro del Ministerio de Sanación y Liberación.+ Escribir el directorio de los miembros del Ministerio de Sanación para acompañarlos en los momentos claves de la vida personal y comunitaria.+ Programar y desarrollar encuentros de sanación integral de acuerdo a las etapas de sanación.+ Planear encuentros con otros ministerios de sanación y realizar una red de servicios.+ Tener buen dialogo con los sacerdotes y miembros del equipo timón de la comunidad.+ Consultar los temas y asuntos difíciles para recibir ayuda adecuada.+ Orar por los enfermos con la debida preparación personal, espiritual y sacramental.

Otras orientaciones para orar por los enfermos

+ El ejercicio del Ministerio de Sanación depende de Jesús, no de tu habilidad sino de tu disponibilidad. Tu pobreza espiritual no debe causarte alarma, sino más bien aumentar tu confianza y dependencia del Señor. + Pedirle que te colme de su presencia hasta que sea Jesús quien piense con tu mente, mire a través de tus ojos, escuche con tus oídos y hable con tu voz; que sea Jesús quien ame desde tu corazón, bendiga y sane con tus manos. + Pedirle que aumente nuestra fe, la del enfermo y la de quienes lo acompañan. + Pedir discernimiento. Cuando el Señor llama a alguien a una misión, le envía equipado con Su gracia y dones de su Espíritu. + A veces el Señor se vale de los carismas y otras de algo más precioso: el amor, la unión y la armonía del grupo orante. Según el padre E. Tardiff, la primera cualidad de un Ministerio de Sanación es el amor y la compasión por el dolor ajeno. + Como en todo equipo, cada uno tiene una tarea, la cual el Señor nos va delegando a cada uno: uno dirige la oración, otro intercede, otro impone manos, etc. Para ello, debemos orar y compartir como equipo. + No debemos presentarnos como personas extraordinarias, ni hacer promesas de curaciones inmediatas y totales.

15.ORIENTACIONES ECLESIALES

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SAGRADA CONGREGAÇÃO PARA A DOUTRINA DA FÉINSTRUÇÃO SOBRE O EXORCISMO

24 de Setembro de 1985

Excelentíssimo Senhor,Há alguns anos, certos grupos eclesiais multiplicam reuniões para orar no intuito de obter a libertação do influxo dos demônios, embora não se trate de exorcismo propriamente dito. Tais reuniões são efetuadas sob a direção de leigos, mesmo quando está presente um sacerdote.Visto que a Congregação para a Doutrina da Fé foi interrogada a respeito do que pensar diante de tais fatos, este Dicastério julga necessário transmitir a todos os Ordinários a seguinte resposta:

1. O cânon 1172 do Código de Direito Canônico declara que a ninguém é lícito proferir exorcismo sobre pessoas possessas, a não ser que o Ordinário do lugar tenha concedido peculiar e explícita licença para tanto (1º). Determina também que esta licença só pode ser concedida pelo Ordinário do lugar a um presbítero dotado de piedade, sabedoria, prudência e integridade de vida (2º). Por conseguinte, os srs. Bispos são convidados a urgir a observância de tais preceitos.

2. Destas prescrições, segue-se que não é lícito aos fiéis cristãos utilizar a fórmula de exorcismo contra Satanás e os anjos apóstatas, contida no Rito que foi publicado por ordem do Sumo Pontífice Leão XIII; muito menos lhes é lícito aplicar o texto inteiro deste exorcismo. Os srs. Bispos tratem de admoestar os fiéis a propósito, desde que haja necessidade.

3. Por fim, pelas mesmas razões, os srs. Bispos são solicitados a que vigiem para que - mesmo nos casos que pareçam revelar algum influxo do diabo, com exclusão da autêntica possessão diabólica - pessoas não devidamente autorizadas não orientem reuniões nas quais se façam orações para obter a expulsão do demônio, orações que diretamente interpelem os demônios ou manifestem o anseio de conhecer a identidade dos mesmos.

A formulação destas normas de modo nenhum deve dissuadir os fiéis de rezar para que, como Jesus nos ensinou, sejam livres do mal (cf. Mt 6,13). Além disso, os Pastores poderão valer-se desta oportunidade para lembrar o que a Tradição da Igreja ensina a rrespeito da função própria dos Sacramentos e a propósito da intercessão da Bem-Aventurada Virgem Maria, dos Anjos e dos Santos na luta espiritual dos cristãos contra os espíritos malignos.

Aproveito o ensejo para exprimir a Vossa Excelência meus sentimentos de estima, enquanto lhe fico sendo dedicado no Senhor. Joseph Card. RatzingerPrefeito

EL NUEVO RITO DE LOS EXORCISMOS

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Presentación oficial del cardenal Medina Estévez,prefecto de la Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos

en la sala de Prensa de la Santa Sede

Martes 26 de enero de 1999

Para poder entender qué es el exorcismo, se debe partir de Jesús y de su misma praxis.

Jesucristo vino al mundo y a los hombres para anunciar e inaugurar el reino de Dios. Los hombres poseen una innata capacidad para recibir a Dios en su corazón (cf. Rm 5, 5). Sin embargo, esta capacidad para acoger a Dios es ofuscada por el pecado, y en algunas ocasiones el mal ocupa en el hombre el puesto que sólo le corresponde a Dios. Por ello, Jesucristo vino a liberar al hombre del mal y del pecado, y también de todas las formas de dominación del maligno, es decir, del diablo y de sus espíritus malignos, llamados demonios, que quieren pervertir el sentido de la vida del hombre. Por esta razón, Jesucristo expulsaba los demonios y liberaba a los hombres de la posesión de los espíritus malignos, para hallar cabida en el corazón del hombre y darle la posibilidad de conseguir la libertad ante Dios, que quiere darle su Espíritu Santo, para que se convierta en su templo vivo (cf. 1 Co 6, 19; 1 P 2, 5) y dirija sus pasos hacia el camino de la paz y de la salvación (cf. Rm 8, 1-17; 1 Co 12, 1-11; Ga 5, 16-26). La Iglesia está llamada a seguir a Jesucristo y ha recibido, de Cristo mismo, el poder de continuar, en su nombre, su misión. De aquí que la acción de Cristo para liberar al hombre del mal se ejercita a través del servicio de la Iglesia y de sus ministros ordenados, delegados por el obispo para cumplir los ritos sagrados dirigidos a librar a los hombres de la posesión del maligno.

El exorcismo constituye una antigua y particular forma de oración que la Iglesia emplea contra el poder del diablo. He aquí cómo explica el Catecismo de la Iglesia católica en qué consiste el exorcismo y cómo se lleva a cabo: «Cuando la Iglesia pide públicamente y con autoridad, en nombre de Jesucristo, que una persona o un objeto sea protegido contra la influencia del maligno y substraído a su dominio, se habla de exorcismo. Jesús lo practicó (cf. Mc 1, 25 ss); de él deriva a la Iglesia el poder y la tarea de exorcizar (cf. Mc 3, 15; 6, 7. 13; 16, 17). De una manera simple, el exorcismo se practica durante la celebración del bautismo. El exorcismo solemne, llamado «gran exorcismo», puede ser practicado sólo por un presbítero y con el permiso del obispo. En esta materia es necesario proceder con prudencia, observando rigurosamente las normas establecidas por la Iglesia. El exorcismo tiene como objeto expulsar a los demonios o liberar de la influencia demoníaca, mediante la autoridad que Jesús ha dado a su Iglesia. Muy diferente es el caso de enfermedades, sobre todo psíquicas, cuya curación pertenece al campo de la ciencia médica. Es importante, por lo tanto, asegurarse, antes de celebrar el exorcismo, que se trate de una presencia del maligno y no de una enfermedad (cf. Código de derecho canónico, c. 1172)» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 1673).

La sagrada Escritura nos enseña que los espíritus malignos, enemigos de Dios y del hombre, realizan su acción de modos diversos; entre éstos se señala la obsesión diabólica, llamada también posesión diabólica. Sin embargo, la obsesión diabólica no constituye la manera más frecuente como el espíritu de las tinieblas ejerce su influjo. La obsesión tiene características de espectacularidad; en ella el demonio se apropia, en cierto modo, de las fuerzas y de la actividad física de la persona que sufre la posesión. No obstante esto, el demonio no puede adueñarse de la libre voluntad del sujeto, lo que impide el compromiso de la libre voluntad del poseído, hasta el punto de hacerlo pecar. Sin embargo, la violencia física que el diablo ejerce sobre el obseso constituye un incentivo al pecado, que es lo que él quisiera obtener. El ritual del exorcismo

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señala diversos criterios e indicios que permiten llegar, con prudente certeza, a la convicción de que se está ante una posesión diabólica. Es solamente entonces cuando el exorcista autorizado puede realizar el solemne rito del exorcismo. Entre estos criterios indicados se encuentran: el hablar con muchas palabras de lenguas desconocidas o entenderlas; desvelar cosas escondidas o distantes; demostrar fuerzas superiores a la propia condición física, y todo ello juntamente con una aversión vehemente hacia Dios, la santísima Virgen, los santos, la cruz y las sagradas imágenes.

Se subraya que para llevar a cabo el exorcismo es necesaria la autorización del obispo diocesano. Autorización que puede ser concedida para un caso específico o de un modo general y permanente al sacerdote que ejerce en la diócesis el ministerio de exorcista.

El Ritual romano contenía, en un capítulo especial, las indicaciones y el texto litúrgico de los exorcismos. Este capítulo era el último, y había quedado sin ser revisado después del concilio Vaticano II. La redacción final del Rito de los exorcismos ha requerido muchos estudios, revisiones, renovaciones y modificaciones, consultas a las diversas Conferencias episcopales; todo ello analizado por parte de una Asamblea ordinaria de la Congregación para el culto divino. El trabajo ha costado diez años de esfuerzos, dando como resultado el texto actual, aprobado por el Sumo Pontífice, que hoy se hace público y se pone a disposición de los pastores y de los fieles de la Iglesia. Resta, no obstante, un trabajo que incumbe a las respectivas Conferencias episcopales: la traducción de este Ritual a las lenguas habladas en sus respectivos territorios. Estas traducciones deben ser exactas y fieles al original latino, y deben ser sometidas, según la norma canónica, a la recognitio de la Congregación para el culto divino.

En el Ritual que hoy presentamos se encuentra, sobre todo, el rito del exorcismo propiamente dicho, que debe realizarse sobre la persona obsesa. Siguen las oraciones que debe decir públicamente un sacerdote, con el permiso del obispo, cuando se juzga prudentemente que existe un influjo de Satanás sobre lugares, objetos o personas, sin llegar al nivel de una posesión propiamente dicha. Contiene, además, una serie de oraciones que pueden ser dichas privadamente por los fieles, cuando sospechan con fundamento que están sujetos a influjos diabólicos.

El exorcismo tiene como punto de partida la fe de la Iglesia, según la cual existen Satanás y los otros espíritus malignos, y que su actividad consiste en alejar a los hombres del camino de la salvación. La doctrina católica nos enseña que los demonios son ángeles caídos a causa del propio pecado; que son seres espirituales con gran inteligencia y poder: «El poder de Satanás, sin embargo, no es infinito. Éste no es sino una criatura, poderosa por el hecho de ser espíritu puro, pero siempre criatura: no puede impedir la edificación del reino de Dios. Aunque Satanás actúe en el mundo por odio contra Dios y su reino en Cristo Jesús, y su acción cause graves daños -de naturaleza espiritual e, indirectamente, también de naturaleza física- a cada hombre y a la sociedad, esta acción es permitida por la divina Providencia, que guía la historia del hombre y del mundo con fuerza y suavidad. La permisión por parte de Dios de la actividad diabólica constituye un misterio grande, sin embargo ianosotros sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo amanlo (Rm 8, 28)» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 395).

Quisiera subrayar que el influjo nefasto del demonio y de sus secuaces es habitualmente ejercitado a través del engaño, la mentira y la confusión. Así como Jesús es la Verdad (cf. Jn 8, 44), el diablo es el mentiroso por excelencia. Desde siempre, desde el inicio, la mentira ha sido su estrategia preferida. No hay lugar a dudas de que el diablo tiene la capacidad de atrapar a muchas personas en las redes de las mentiras, pequeñas o grandes. Engaña a los hombres haciéndoles creer que no tienen necesidad de Dios y que son autosuficientes, sin necesitar ni la

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gracia ni la salvación. Logra engañar a los hombres amortiguando en ellos, e incluso haciendo desaparecer, el sentido del pecado, sustituyendo la ley de Dios como criterio de moralidad por las costumbres o consensos de la mayoría. Persuade a los niños para que crean que la mentira constituye una forma adecuada para resolver diversos problemas, y de esta manera se forma entre los hombres, poco a poco, una atmósfera de desconfianza y de sospecha. Detrás de las mentiras, que llevan el sello del gran mentiroso, se desarrollan las incertidumbres, las dudas, un mundo donde ya no existe ninguna seguridad ni verdad, y en el cual reina, en cambio, el relativismo y la convicción de que la libertad consiste en hacer lo que da la gana. De esta manera no se logra entender que la verdadera libertad consiste en la identificación con la voluntad de Dios, fuente del bien y de la única felicidad posible.

La presencia del diablo y de su acción explica la advertencia del Catecismo de la Iglesia católica: «La dramática condición del mundo que "yace" todo él "bajo el poder del maligno" (1 Jn 5, 19), hace que la vida del hombre sea una lucha: "Toda la historia humana se encuentra envuelta en una tremenda lucha contra el poder de las tinieblas; lucha que comenzó ya en el origen del mundo, y que durará, como dice el Señor, hasta el último día. Inserto en esta batalla, el hombre debe combatir sin descanso para poder mantenerse unido al bien; no puede conseguir su unidad interior si no es al precio de grandes esfuerzos, con la ayuda de la gracia de Dios" (Gaudium et spes, 37, 2)» (n. 409).

La Iglesia está segura de la victoria final de Cristo y, por tanto, no se deja arrastrar por el miedo o por el pesimismo; al mismo tiempo, sin embargo, es consciente de la acción del maligno, que trata de desanimarnos y de sembrar la confusión. «Tengan confianza -dice el Señor-; yo he vencido al mundo» (Jn 8, 33). En este marco encuentran su justo lugar los exorcismos, expresión importante, pero no la única, de la lucha contra el maligno.  

Card. Jorge A. MEDINA ESTÉVEZPrefecto  

CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE

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INSTRUCCIÓN SOBRE LAS ORACIONESPARA OBTENER DE DIOS LA CURACIÓN

INTRODUCCIÓN

El anhelo de felicidad, profundamente radicado en el corazón humano, ha sido acompañado desde siempre por el deseo de obtener la liberación de la enfermedad y de entender su sentido cuando se experimenta. Se trata de un fenómeno humano que, interesando de una manera u otra a toda persona, encuentra en la Iglesia una resonancia particular. En efecto, la enfermedad se entiende como medio de unión con Cristo y de purificación espiritual y, por parte de aquellos que se encuentran ante la persona enferma, como una ocasión para el ejercicio de la caridad. Pero no sólo eso, puesto que la enfermedad, como los demás sufrimientos humanos, constituye un momento privilegiado para la oración: sea para pedir la gracia de acoger la enfermedad con fe y aceptación de la voluntad divina, sea para suplicar la curación.

La oración que implora la recuperación de la salud es, por lo tanto, una experiencia presente en toda época de la Iglesia, y naturalmente lo es en el momento actual. Lo que constituye un fenómeno en cierto modo nuevo es la multiplicación de encuentros de oración, unidos a veces a celebraciones litúrgicas, cuya finalidad es obtener de Dios la curación, o mejor, las curaciones. En algunos casos, no del todo esporádicos, se proclaman curaciones realizadas, suscitándose así esperanzas de que el mismo fenómeno se repetirá en otros encuentros semejantes. En este contexto a veces se apela a un pretendido carisma de curación. Semejantes encuentros de oración para obtener curaciones plantean además la cuestión de su justo discernimiento desde el punto de vista litúrgico, con particular atención a la autoridad eclesiástica, a la cual compete vigilar y dar normas oportunas para el recto desarrollo de las celebraciones litúrgicas.

Ha parecido, por tanto, oportuno publicar una Instrucción que, a norma del can. 34 del Código de Derecho Canónico, sirva sobre todo para ayudar a los Ordinarios del lugar, de manera que puedan guiar mejor a los fieles en esta materia, favoreciendo cuanto hay de bueno y corrigiendo lo que se debe evitar. Era preciso, sin embargo, que las disposiciones disciplinares tuvieran con punto de referencia un marco doctrinal bien fundado, que garantizara su justa orientación y aclarara su razón normativa. Con este fin, la Congregación par la Doctrina de la Fe, simultáneamente a la susodicha Instrucción, publica una Nota doctrinal sobre la gracia de la curación y las oraciones para obtenerla.

I. ASPECTOS DOCTRINALES

1. Enfermedad y curación: su sentido y valor en la economía de la salvación

"El hombre está llamado a la alegría, pero experimenta diariamente tantísimas formas de sufrimiento y de dolor".(1) Por eso el Señor, al prometer la redención, anuncia el gozo del corazón unido a la liberación del sufrimiento (cf. Is 30,29; 35,10; Ba 4,29). En efecto, Él es "aquel que libra de todo mal" (Sab 16, 8). Entre los sufrimientos, aquellos que acompañan la enfermedad son una realidad continuamente presente en la historia humana, y son también parte del profundo deseo del hombre de ser liberado de todo mal. Pero la enfermedad se manifiesta con un carácter ambivalente, ya que por una parte se presenta como un mal cuya aparición en la historia está vinculada al pecado y del cual se anhela la salvación, y por otra parte puede llegar a ser medio de victoria contra el pecado.

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En el Antiguo Testamento, "Israel experimenta que la enfermedad, de una manera misteriosa, se vincula al pecado y al mal". (2) Entre los castigos con los cuales Dios amenazaba al pueblo por su infidelidad, encuentran un amplio espacio las enfermedades (cf. Dt 28, 21-22.27-29.35). El enfermo que implora de Dios la curación confiesa que ha sido justamente castigado por sus pecados (cf. Sal 37[38]; 40[41]; 106[107], 17-21).

Pero la enfermedad hiere también a los justos, y el hombre se pregunta el por qué. En el libro de Job este interrogante atraviesa muchas de sus páginas. "Si es verdad que el sufrimiento tiene un sentido como castigo cuando está unido a la culpa, no es verdad, por el contrario, que todo sufrimiento sea consecuencia de la culpa y tenga carácter de castigo. La figura del justo Job es una prueba elocuente en el Antiguo Testamento… Si el Señor consiente en probar a Job con el sufrimiento, lo hace para demostrar su justicia. El sufrimiento tiene carácter de prueba".(3)

La enfermedad, aún teniendo aspectos positivos en cuanto demostración de la fidelidad del justo y medio para compensar la justicia violada por el pecado, y también como ocasión para que el pecador se arrepienta y recorra el camino de la conversión, sigue siendo un mal. Por eso el profeta anuncia un tiempo futuro en el cual no habrá desgracias ni invalidez, ni el curso de la vida será jamás truncado por la enfermedad mortal (cf. Is 35, 5-6; 65, 19-20).

Sin embargo, es en el Nuevo Testamento donde encontramos una respuesta plena a la pregunta de por qué la enfermedad hiere también al justo. En su actividad pública, la relación de Jesús con los enfermos no es esporádica, sino constante. Él cura a muchos de manera admirable, hasta el punto de que las curaciones milagrosas caracterizan su actividad: "Jesús recorría todas las ciudades y aldeas; enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanado toda enfermedad y toda dolencia" (Mt 9, 35; cf. 4, 23). Las curaciones son signo de su misión mesiánica (cf. Lc 7, 20-23). Ellas manifiestan la victoria del Reino de Dios sobre todo tipo de mal y se convierten en símbolo de la curación del hombre entero, cuerpo y alma. En efecto, sirven para demostrar que Jesús tiene el poder de perdonar los pecados (cf. Mc 2, 1-12), y son signo de los bienes salvíficos, como la curación del paralítico de Bethesda (cf. Jn 5, 2-9.19.21) y del ciego de nacimiento (cf. Jn 9).

También la primera evangelización, según las indicaciones del Nuevo testamento, fue acompañada de numerosas curaciones prodigiosas que corroboraban la potencia del anuncio evangélico. Ésta había sido la promesa hecha por Jesús resucitado, y las primeras comunidades cristianas veían su cumplimiento en medio de ellas: "Estas son las señales que acompañarán a los que crean: (…) impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien" (Mc 16, 17-18). La predicación de Felipe en Samaría fue acompañada por curaciones milagrosas: "Felipe bajó a una ciudad de Samaría y les predicaba a Cristo. La gente escuchaba con atención y con un mismo espíritu lo que decía Felipe, porque le oían y veían las señales que realizaba; pues de muchos posesos salían los espíritus inmundos dando grandes voces, y muchos paralíticos y cojos quedaron curados" (Hch 8, 5-7). San Pablo presenta su anuncio del Evangelio como caracterizado por signos y prodigios realizados con la potencia del Espíritu: "Pues no me atreveré a hablar de cosa alguna que Cristo no haya realizado por medio de mí para conseguir la obediencia de los gentiles, de palabra y de obra, en virtud de señales y prodigios, en virtud del Espíritu de Dios" (Rm 15, 18-19; cf. 1 Ts 1, 5; 1 Co 2, 4-5). No es en absoluto arbitrario suponer que tales signos y prodigios, manifestaciones de la potencia divina que asistía la predicación, estaban constituidos en gran parte por curaciones portentosas. Eran prodigios que no estaban ligados exclusivamente a la persona del Apóstol, sino que se manifestaban también por medio de los fieles: "El que os otorga, pues, el Espíritu y obra milagros entre vosotros, ¿lo hace porque observáis la ley o porque tenéis fe en la predicación" (Ga 3, 5).

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La victoria mesiánica sobre la enfermedad, así como sobre otros sufrimientos humanos, no se da solamente a través de su eliminación por medio de curaciones portentosas, sino también por medio del sufrimiento voluntario e inocente de Cristo en su pasión y dando a cada hombre la posibilidad de asociarse a ella. En efecto, "el mismo Cristo, que no cometió ningún pecado, sufrió en su pasión penas y tormentos de todo tipo, e hizo suyos los dolores de todos los hombres: cumpliendo así lo que de Él había escrito el profeta Isaías (cf. Is 53, 4-5)".(4) Pero hay más: "En la cruz de Cristo no sólo se ha cumplido la redención mediante el sufrimiento, sino que el mismo sufrimiento humano ha quedado redimido. (…) Llevando a efecto la redención mediante el sufrimiento, Cristo ha elevado juntamente el sufrimiento humano a nivel de redención. Consiguientemente, todo hombre, en su sufrimiento, puede hacerse también partícipe del sufrimiento redentor de Cristo". (5)

La Iglesia acoge a los enfermos no solamente como objeto de su cuidado amoroso, sino también porque reconoce en ellos la llamada "a vivir su vocación humana y cristiana y a participar en el crecimiento del Reino de Dios con nuevas modalidades, incluso más valiosas. Las palabras del apóstol Pablo han de convertirse en su programa de vida y, antes todavía, son luz que hace resplandecer a sus ojos el significado de gracia de su misma situación: "Completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1, 24). (6) Precisamente haciendo este descubrimiento, el apóstol alcanzó la alegría: "Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros" (Col 1, 24)". Se trata del gozo pascual, fruto del Espíritu Santo. Y, como San Pablo, también "muchos enfermos pueden convertirse en portadores del "gozo del Espíritu Santo en medio de muchas tribulaciones" (1 Ts 1, 6) y ser testigos de la Resurrección de Jesús".(7)

2. El deseo de curación y la oración para obtenerla.

Supuesta la aceptación de la voluntad de Dios, el deseo del enfermo de obtener la curación es bueno y profundamente humano, especialmente cuando se traduce en la oración llena de confianza dirigida a Dios. A ésta exhorta el Sirácida: "Hijo, en tu enfermedad no te deprimas, sino ruega al Señor, que él te curará" (Si 38, 9). Varios salmos constituyen una súplica por la curación (cf. Sal 6, 37[38]; 40[41]; 87[88]).

Durante la actividad pública de Jesús, muchos enfermos se dirigen a Él, ya sea directamente o por medio de sus amigos o parientes, implorando la restitución de la salud. El Señor acoge estas súplicas y los Evangelios no contienen la mínima crítica a tales peticiones. El único lamento del Señor tiene qué ver con la eventual falta de fe: "¡Qué es eso de si puedes! ¡Todo es posible para quien cree!" (Mc 9, 23; cf. Mc 6, 5-6; Jn 4, 48).

No solamente es loable la oración de los fieles individuales que piden la propia curación o la de otro, sino que la Iglesia en la liturgia pide al Señor la curación de los enfermos. Ante todo, dispone de un sacramento "especialmente destinado a reconfortar a los atribulados por la enfermedad: la Unción de los enfermos".(8) "En él, por medio de la unción, acompañada por la oración de los sacerdotes, la Iglesia encomienda los enfermos al Señor sufriente y glorificado, para que les dé el alivio y la salvación". (9) Inmediatamente antes, en la Bendición del óleo, la Iglesia pide: "infunde tu santa bendición, para que cuantos reciban la unción con este óleo sean confortados en el cuerpo, en el alma y en el espíritu, y sean liberados de todo dolor, de toda debilidad y de toda dolencia"; (10) y más tarde, en los dos primeros formularios de oración después de la unción, se pide la curación del enfermo.(11) Ésta, puesto que el sacramento es prenda y promesa del reino futuro, es también anuncio de la resurrección, cuando "no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado" (Ap 21, 4).

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Además, el Missale Romanum contiene una Misa pro infirmis y en ella, junto a las gracias espirituales, se pide la salud de los enfermos.(12)

En el De benedictionibus del Rituale Romanum, existe un Ordo benedictionis infirmorum, en el cual hay varios textos eucológicos que imploran la curación: en el segundo formulario de las Preces (13), en las cuatro Orationes benedictionis pro adultis, (14) en las dos Orationes benedictionis pro pueris, (15) en la oración del Ritus brevior (16).

Obviamente, el recurso a la oración no excluye, sino que al contrario anima a usar los medios naturales para conservar y recuperar la salud, así como también incita a los hijos de la Iglesia a cuidar a los enfermos y a llevarles alivio en el cuerpo y en el espíritu, tratando de vencer la enfermedad. En efecto, "es parte del plan de Dios y de su providencia que el hombre luche con todas sus fuerzas contra la enfermedad en todas sus manifestaciones, y que se emplee, por todos los medios a su alcance, para conservarse sano". (17)

3. El carisma de la curación en el Nuevo Testamento.

No solamente las curaciones prodigiosas confirmaban la potencia del anuncio evangélico en los tiempos apostólicos, sino que el mismo Nuevo Testamento hace referencia a una verdadera y propia concesión hecha por Jesús a los Apóstoles y a otros primeros evangelizadores de un poder para curar las enfermedades. Así, en el envío de los Doce a su primera misión, según las narraciones de Mateo y Lucas, el Señor les concede "poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos, y para curar toda enfermedad y toda dolencia" (Mt 10, 1; cf. Lc 9, 1), y les da la orden: "curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios" (Mt 10, 8). También en la misión de los Setenta y dos discípulos, la orden del Señor es: "curad a los enfermos que encontréis" (Lc 10, 9). El poder, por lo tanto, viene conferido dentro de un contexto misionero, no para exaltar sus personas, sino para confirmar la misión.

Los Hechos de los Apóstoles hacen referencia en general a prodigios realizados por ellos: "los Apóstoles realizaban muchos prodigios y señales" (Hch 2, 43; cf. 5, 12). Eran prodigios y señales, o sea, obras portentosas que manifestaban la verdad y la fuerza de su misión. Pero, aparte de estas breves indicaciones genéricas, los Hechos hacen referencia sobre todo a curaciones milagrosas realizadas por obra de evangelizadores individuales: Esteban (cf. Hch 6, 8), Felipe (cf. Hch 8, 6-7), y sobre todo Pedro (cf. Hch 3, 1-10; 5, 15; 9, 33-34.40-41) y Pablo (cf. Hch 14, 3.8-10; 15, 12; 19, 11-12; 20, 9-10; 28, 8-9).

Tanto el final del Evangelio de Marcos como la carta a los Gálatas, como se ha visto más arriba, amplían la perspectiva y no limitan las curaciones milagrosas a la actividad de los Apóstoles o de a algunos evangelizadores con un papel de relieve en la primera misión. Bajo este aspecto, adquieren especial importancia las referencias a los "carismas de curación" (cf. 1 Co 12, 9.28.30). El significado de carisma es, en sí mismo, muy amplio: significa "don generoso"; y en este caso se trata de "dones de curación ya obtenidos". Estas gracias, en plural, son atribuidas a un individuo (cf. Co 12,9); por lo tanto, no se pueden entender en sentido distributivo, como si fueran curaciones que cada uno de los beneficiados obtiene para sí mismo, sino como un don concedido a una persona para que obtenga las gracias de curación en favor de los demás. Ese don se concede in uno Spiritu, pero no se especifica cómo aquella persona obtiene las curaciones. No es arbitrario sobreentender que lo hace por medio de la oración, tal vez acompañada de algún gesto simbólico.

En la Carta de Santiago se hace referencia a una intervención de la Iglesia, por medio de los presbíteros, en favor de la salvación de los enfermos, entendida también en sentido físico. Sin

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embargo, no se da a entender que se trate de curaciones prodigiosas; nos encontramos en un ámbito diferente al de los "carismas de curación" de 1 Co 12, 9. "¿Está enfermo alguno entre vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él y le unjan con óleo en el nombre del Señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo y el Señor lo levantará, y si hubiera cometido pecados, le serán perdonados" (St 5, 14-15). Se trata de una acción sacramental: unción del enfermo con aceite y oración sobre él, no simplemente "por él", como si no fuera más que una oración de intercesión o de petición; se trata más bien de una acción eficaz sobre el enfermo.(18) Los verbos "salvará" y "levantará" no sugieren una acción dirigida exclusivamente, o sobre todo, a la curación física, pero en un cierto modo la incluyen. El primero verbo, aunque en las otras ocasiones en aparece en la Carta se refiere a la salvación espiritual (cf. 1, 21; 2, 14; 4, 12; 5, 20), en el Nuevo Testamento se usa también en el sentido de curar (cf. Mt 9, 21; Mc 5, 28.34; 6, 56; 10, 52; Lc 8, 48); el segundo verbo, aunque asume a veces el sentido de "resucitar" (cf. Mt 10, 8; 11, 5; 14, 2), también se usa para indicar el gesto de "levantar" a la persona postrada a causa de una enfermedad, curándola milagrosamente (cf. Mt 9, 5; Mc 1, 31; 9, 27; Hch 3, 7).

4. Las oraciones litúrgicas para obtener de Dios la curación en la Tradición.

Los Padres de la Iglesia consideraban algo normal que los creyentes pidieran a Dios no solamente la salud del alma, sino también la del cuerpo. A propósito de los bienes de la vida, de la salud y de la integridad física, San Agustín escribía: "Es necesario rezar para que nos sean conservados, cuando se tienen, y que nos sean concedidos, cuando no se tienen". (19) El mismo Padre de la Iglesia nos ha dejado un testimonio acerca de la curación de un amigo, obtenida en su casa por medio de las oraciones de un Obispo, de un sacerdote y de algunos diáconos.(20)

La misma orientación se observa en los ritos litúrgicos tanto occidentales como orientales. En una oración después de la comunión se pide que "el poder de este sacramento… nos colme en el cuerpo y en el alma" (21). En la solemne acción litúrgica del Viernes Santo se invita a orar a Dios Padre omnipotente para que "aleje las enfermedades… conceda la salud a los enfermos" (22). Entre los textos más significativos se señala el de la bendición del óleo para los enfermos. Aquí se pide a Dios que infunda su santa bendición "para que cuantos reciban la unción con este óleo obtengan la salud del cuerpo, del alma y del espíritu, y sean liberados de toda dolencia, debilidad y sufrimiento"(23).

No son diferentes las expresiones que se leen en los ritos orientales de la unción de los enfermos. Recordamos solamente algunas entre las más significativas. En el rito bizantino, durante la unción del enfermo, se dice: "Padre Santo, médico de las almas y de los cuerpos, que has mandado a tu Unigénito Hijo Jesucristo a curar toda enfermedad y a librarnos de la muerte, cura también a este siervo tuyo de la enfermedad de cuerpo y del espíritu que ahora lo aflige, por la gracia de tu Cristo"(24). En el rito copto se invoca al Señor para que bendiga el óleo a fin de que todos aquellos que reciban la unción puedan obtener la salud del espíritu y del cuerpo. Más adelante, durante la unción del enfermo, los sacerdotes, después de haber hecho mención a Jesucristo, que fue enviado al mundo "para curar todas las enfermedades a librar de la muerte", piden a Dios que "cure al enfermo de la dolencia del cuerpo y que le conceda caminar por la vía de la rectitud" (25).5. Implicaciones doctrinales del "carisma de curación" en el contexto actual

Durante los siglos de la historia de la Iglesia no han faltado santos taumaturgos que han operado curaciones milagrosas. El fenómeno, por lo tanto, no se limita a los tiempos apostólicos; sin embargo, el llamado "carisma de curación" acerca del cual es oportuno ofrecer ahora algunas aclaraciones doctrinales, no se cuenta entre esos fenómenos taumatúrgicos. La cuestión se refiere más bien a los encuentros de oración organizados expresamente para obtener curaciones

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prodigiosas entre los enfermos participantes, o también a las oraciones de curación que se tienen al final de la comunión eucarística con el mismo propósito.

Las curaciones ligadas a lugares de oración (santuarios, recintos donde se custodian reliquias de mártires o de otros santos, etc.) han sido testimoniadas abundantemente a través de la historia de la Iglesia. Ellas contribuyeron a popularizar, en la antigüedad y en el medioevo, las peregrinaciones a algunos santuarios que, también por esta razón, se hicieron famosos, como el de San Martín de Tours o la catedral de Santiago de Compostela, y tantos otros. También actualmente sucede lo mismo, como por ejemplo en Lourdes, desde hace más de un siglo. Tales curaciones no implican un "carisma de curación", ya que no pueden atribuirse a un eventual sujeto de tal carisma, sin embargo, es necesario tener cuenta de las mismas cuando se trate de evaluar doctrinalmente los ya mencionados encuentros de oración.

Por lo que se refiere a los encuentros de oración con el objetivo preciso de obtener curaciones —objetivo que, aunque no sea prevalente, al menos ciertamente influye en la programación de los encuentros—, es oportuno distinguir entre aquellos que pueden hacer pensar en un "carisma de curación", sea verdadero o aparente, o los otros que no tienen ninguna conexión con tal carisma. Para que puedan considerarse referidos a un eventual carisma, es necesario que aparezca determinante para la eficacia de la oración la intervención de una o más personas individuales o pertenecientes a una categoría cualificada, como, por ejemplo, los dirigentes del grupo que promueve el encuentro. Si no hay conexión con el "carisma de curación", obviamente, las celebraciones previstas en los libros litúrgicos, realizadas en el respeto de las normas litúrgicas, son lícitas, y con frecuencia oportunas, como en el caso de la Misa pro infirmis. Si no respetan las normas litúrgicas, carecen de legitimidad.

En los santuarios también son frecuentes otras celebraciones que por sí mismas no están orientadas específicamente a pedirle a Dios gracias de curaciones, y sin embargo, en la intención de los organizadores y de los participantes, tienen como parte importante de su finalidad la obtención de la curación; se realizan por esta razón celebraciones litúrgicas, como por ejemplo, la exposición de Santísimo Sacramento con la bendición, o no litúrgicas, sino de piedad popular, animada por la Iglesia, como la recitación solemne del Rosario. También estas celebraciones son legítimas, siempre que no se altere su auténtico sentido. Por ejemplo, no se puede poner en primer plano el deseo de obtener la curación de los enfermos, haciendo perder a la exposición de la Santísima Eucaristía su propia finalidad; ésta, en efecto, "lleva a los fieles a reconocer en ella la presencia admirable de Cristo y los invita a la unión de espíritu con Él, unión que encuentra su culmen en la Comunión sacramental".(26)

El "carisma de curación" no puede ser atribuido a una determinada clase de fieles. En efecto, queda bien claro que San Pablo, cuando se refiere a los diferentes carismas en 1 Co 12, no atribuye el don de los "carismas de curación" a un grupo particular, ya sea el de los apóstoles, el de los profetas, el de los maestros, el de los que gobiernan o el de algún otro; es otra, al contrario, la lógica la que guía su distribución: "Pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad" (1 Co 12, 11). En consecuencia, en los encuentros de oración organizados para pedir curaciones, sería arbitrario atribuir un "carisma de curación" a una cierta categoría de participantes, por ejemplo, los dirigentes del grupo; no queda otra opción que la de confiar en la libérrima voluntad del Espíritu Santo, el cual dona a algunos un carisma especial de curación para manifestar la fuerza de la gracia del Resucitado. Sin embargo, ni siquiera las oraciones más intensas obtiene la curación de todas las enfermedades. Así, el Señor dice a San Pablo: "Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza" (2 Co 12, 9); y San Pablo mismo, refiriéndose al sentido de los

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sufrimientos que hay que soportar, dirá "completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1, 24).

II. ASPECTOS DISCIPLINARES

Art. 1 – Los fieles son libres de elevar oraciones a Dios para obtener la curación. Cuando éstas se realizan en la Iglesia o en otro lugar sagrado, es conveniente que sean guiadas por un sacerdote o un diácono.

Art. 2 – Las oraciones de curación son litúrgicas si aparecen en los libros litúrgicos aprobados por la autoridad competente de la Iglesia; de lo contrario no son litúrgicas.

Art. 3 - § 1. Las oraciones litúrgicas de curación deben ser celebradas de acuerdo con el rito prescrito y con las vestiduras sagradas indicadas en el Ordo benedictionis infirmorum del Ritual Romano. (27)§ 2. Las Conferencias Episcopales, conforme con lo establecido en los Prenotanda, V, De aptationibus quae Conferentiae Episcoporum competunt, (28) del mismo Ritual Romano, pueden introducir adaptaciones al rito de las bendiciones de los enfermos, que se retengan pastoralmente oportunas o eventualmente necesarias, previa revisión de la Sede Apostólica.

Art. 4 - § 1. El Obispo diocesano (29) tiene derecho a emanar normas para su Iglesia particular sobre las celebraciones litúrgicas de curación, de acuerdo con el can. 838 § 4.§ 2. Quienes preparan los mencionados encuentros litúrgicos, antes de proceder a su realización, deben atenerse a tales normas. § 3. El permiso debe ser explícito, incluso cuando las celebraciones son organizadas o cuentan con la participación de Obispos o Cardenales de la Santa Iglesia Romana. El Obispo diocesano tiene derecho a prohibir tales acciones a otro Obispo, siempre que subsista una causa justa y proporcionada.

Art. 5 - § 1. Las oraciones de curación no litúrgicas se realizan con modalidades distintas de las celebraciones litúrgicas, como encuentros de oración o lectura de la Palabra de Dios, sin menoscabo de la vigilancia del Ordinario del lugar, a tenor del can. 839 § 2. § 2. Evítese cuidadosamente cualquier tipo de confusión entre estas oraciones libres no litúrgicas y las celebraciones litúrgicas propiamente dichas. § 3. Es necesario, además, que durante su desarrollo no se llegue, sobre todo por parte de quienes los guían, a formas semejantes al histerismo, a la artificiosidad, a la teatralidad o al sensacionalismo.

Art. 6 – El uso de los instrumentos de comunicación social, en particular la televisión, mientras se desarrollan las oraciones de curación, litúrgicas o no litúrgicas, queda sometido a la vigilancia del Obispo diocesano, de acuerdo con el can. 823, y a las normas establecidas por la Congregación para la Doctrina de la Fe en la Instrucción del 30 de marzo de 1992.(30) Art. 7 - § 1. Manteniéndose lo dispuesto más arriba en el art. 3, y salvas las funciones para los enfermos previstas en los libros litúrgicos, en la celebración de la Santísima Eucaristía, de los Sacramentos y de la Liturgia de las Horas no se deben introducir oraciones de curación, litúrgicas o no litúrgicas. § 2. Durante las celebraciones, a las que hace referencia el § 1, se da la posibilidad de introducir intenciones especiales de oración por la curación de los enfermos en la oración común o "de los fieles", cuando ésta sea prevista.

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Art. 8 - § 1. El ministerio del exorcistado debe ser ejercitado en estrecha dependencia del Obispo diocesano, y de acuerdo con el can. 1172, la Carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe del 29 de septiembre de 1985 (31)  y el Ritual Romano. (32) § 2. Las oraciones de exorcismo, contenidas en el Ritual Romano, debe permanecer distintas de las oraciones usadas en las celebraciones de curación, litúrgicas o no litúrgicas. § 3. Queda absolutamente prohibido introducir tales oraciones en la celebración de la Santa Misa, de los Sacramentos o de la Liturgia de las Horas.

Art. 9 – Quienes guían las celebraciones, litúrgicas o no, se deben esforzar por mantener un clima de serena devoción en la asamblea y usar la prudencia necesaria si se produce alguna curación entre los presentes; concluida la celebración, podrán recoger con simplicidad y precisión los eventuales testimonios y someter el hecho a la autoridad eclesiástica competente.

Art. 10 – La intervención del Obispo diocesano es necesaria cuando se verifiquen abusos en las celebraciones de curación, litúrgicas o no litúrgicas, en caso de evidente escándalo para comunidad de fieles y cuando se produzcan graves desobediencias a las normas litúrgicas e disciplinares.

El Sumo Pontífice Juan Pablo II, en el curso de la audiencia concedida al Prefecto, ha aprobado la presente Instrucción, decidida en la reunión ordinaria de esta Congregación, y ha ordenado su publicación.

Roma, en la sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe, 14 de septiembre de 2000, Fiesta de la Exaltación de la Cruz.

+ Ioseph Card. RATZINGERPrefecto + Tarcisio BERTONE, S.D.B.Arzobispo emérito de VercelliSecretario

NOTAS

(1) JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Christifideles laici, n. 53, AAS 81(1989), p. 498.(2) Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1502.(3) JUAN PABLO II, Carta Apostólica Salvificis doloris, n. 11, AAS 76(1984), p. 212.(4) Rituale Romanum, Ex Decreto Sacrosancti Oecumenici Concilii Vaticani II instauratum, Auctoritate Pauli PP. VI promulgatum, Ordo Unctionis Infirmorum eorunque Pastoralis Curae, Edtio tyipica, Typis Polyglottis Vaticanis, MCMLXXII, n. 2.(5) JUAN PABLO II, Carta Apostólica Salvificis doloris, n. 19, AAS 76(1984), p. 225.(6) JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Christifideles laici, n. 53, AAS 81(1989), p. 499.(7) Ibid., n. 53.(8) Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1511.(9) Cf. Rituale Romanum, Ordo Unctionis Infirmorum eorunque Pastoralis Curae, n. 5.(10) Ibid., n. 75.(11) Ibid., n. 77.(12) Missale Romanum, Ex Decreto Sacrosancti Oecumenici Concilii Vaticani II instauratum, Auctoritate Pauli PP. VI promulgatum, Edtio typica altera, Typis Polyglottis Vaticanis, MCMLXXV, pp. 838-839.

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(13) Cf. Rituale Romanum, Ex Decreto Sacrosancti Oecumenici Concilii Vaticani II instauratum, Auctoritate Ioannis Pauli PP. II promulgatum, De Benedictionibus, Edtio tyipica, Typis Polyglottis Vaticanis, MCMLXXXIV, n. 305.(14) Cf. Ibid., nn. 306-309.(15) Cf. Ibid., nn. 315-316.(16) Cf. Ibid., n. 319.(17) Rituale Romanum, Ordo Unctionis Infirmorum eorunque Pastoralis Curae, n. 3.(18) Cf. CONCILIO DE TRENTO, secc. XIV, Doctrina de sacramento estremae unctionis, cap. 2: DS, 1696.(19) AUGUSTINUS IPPONIENSIS, Espistulae 130, VI,13 (PL 33,499).(20) Cf. AUGUSTINUS IPPONIENSIS, De Civitate Dei, 22, 8,3 (= PL 41,762-763).(21) Cf. Missale Romanum, p. 563.(22) Ibid., Oratio universalis, n. X (Pro tribulatis, p. 256).(23) Rituale Romanum, Ordo Unctionis Infirmorum eorunque Pastoralis Curae, n. 75.(24) GOAR J., Euchologion sive Rituale Grecorum, Venetiis 1730, (Graz 1960), n. 338.(25) DENZINGER H., Ritus Orientalium in administrandis Sacramentis, vv. I-II, Würzburg 1863 (Graz 1961), v. II, pp. 497-498.(26) Rituale Romanum, Ex Decreto Sacrosancti Oecumenici Concilii Vaticani II instauratum, Auctoritate Pauli PP. VI promulgatum, De Sacra Communione et de Cultu Mysterii Eucharistici Extra Missam, Edtio tyipica, Typis Polyglottis Vaticanis, MCMLXXIII, n. 82.(27) Cf. Rituale Romanum, De Benedictionibus, nn. 290-320.(28) Ibid., n. 39.(29) Y los que a él se equiparan, de acuerdo con el can. 381, § 2.(30) Congregación Para La Doctrina De La Fe, Instrucción El Concilio Vaticano II, acerca de algunos aspectos del uso de los instrumentos de comunicación social en la promoción de la doctrina de la fe, 30 de marzo de 1992, Ciudad del Vaticano [1992].(31) Congregatio Pro Doctrina Fidei, Epistula Inde ab aliquot annis, Ordinariis locorum missa: in mentem normae vigentes de exorcismis revocatur, 29 septembris 1985, in AAS 77(1985), pp. 1169-1170.(32) Cf. Rituale Romanum, Ex Decreto Sacrosancti Oecumenici Concilii Vaticani II instauratum, Auctoritate Ioannis Pauli PP. VI promulgatum, De exorcismis et supplicationibus quibusdam, Edtio tyipica, Typis Polyglottis Vaticanis, MIM, Praenotanda, nn. 13-19.  

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