El reloj marcaba la cinco de la maana. Una crisis de tos, a esa
hora, despert a Anselmo que se incorpor para eliminar varias
bocanadas de sangre sobre el suelo. Dbil, plido, asustado, con voz
ahogada y entrecortada, llam a su compaera Jacinta. Con el silencio
por respuesta se levant de la cama y alcanz con dificultad el
umbral de una habitacin silenciosa y lgubre donde se apoy
observando las camas vacas de sus hijos. Se encontraba solo en
aquella asucha sedienta de calor y alegra, llena de dolor y
sufrimientos como el cerro que nunca dejaba de toser. Dio media
vuelta y, tanteando la pared, se dirigi a la puerta de la calle. La
abri y se fue alejando, acompaado de una tos seca y persistente que
tambaleaba su cuerpo conforme descenda del cerro. Tengo que llegar!
Tengo que llegar!, repeta con una ebilidad que apenas le permita
mantenerse en pie. Avanz un trecho y se detuvo. Un nuevo acceso de
tos, seguida de otra bocanada de sangre hicieron que se
desvaneciera cayendo sobre el suelo terroso.Casi muerto, con un
hlito de vida, fue hallado por sus vecinos a la luz del alba sobre
un charco de sangre.Vamos, deprisa, llevmoslo al hospital! Doroteo,
al quiosco, avisa a su mujer. Llegaron a urgencias en pocos
minutos. Sobre las manos entrelazadas por debajo de su cuerpo, lo
ntrodujeron en volandas, guiados por un auxiliar que les fue
abriendo las puertas hasta el rea de medicina, donde fue acostado
sobre una camilla para ser atendido por la enfermera.Su corazn an
late, seorita? pregunt Samuel cuandola enfermera retir el
estetoscopio del pecho de Anselmo.S, joven, pero muy dbil.La
existencia de este pobre infeliz penda de un hilo y de la
resistencia de su corazn, que en cualquier momento poda sucumbir.La
enfermera lo saba y procedi resuelta.Irene, Irene! llam con
insistencia.Diga, seora! Diga! exclam la auxiliar que llegaba con
unos frascos de suero.Deme eso y llam al mdico. Este hombre se est
muriendo.Ya lo hice seora, no contestan. Estarn
dormidos.Seguramente, pens la enfermera. La noche de esa guardia
haba sido complicada. Se atendieron no menos de siete
tuberculosos.Las enfermedades respiratorias y diarreicas formaron
un caos que disminuy con el alba.Insista, Irene!, llame a la
central, que vengan pronto. La enfermera no esper. Hizo lo que se
hace en estas situaciones. Con mucha dificultad y despus de varios
intentos, canalizuna vena por la cual introdujo el suero a chorro.
Pas un buen rato hasta que se present el equipo de guardia.El mdico
residente de tercer ao diriga el grupo. Era alto, de tez blanca y
de facciones delicadas, el tpico intelectual con gafas de lunas
gruesas. Fue quien abri la puerta de la estancia e irrumpi con el
equipo. Minutos despus la puerta se volvi abrir. El interno sali y
se acerc a los vecinos de Anselmo que estaban en el corredor del
servicio comentando el estado de salud de su amigo y la
insensibilidad de algunos mdicos. La conversacin fue interrumpida
por el galeno.A ver! Hay algn familiar entre ustedes? Venga, venga!
llam gesticulando.El vecino ms ntimo, aludido por el ademn del
mdico y por las miradas de sus compaeros, lo sigui de cerca
mientras le explicaba las circunstancias en que lo hallaron cuando
iban a trabajar. Al traspasar el umbral, repar en la escena oculta
12tras las puertas. Al fondo, sentado sobre una silla de ruedas, se
encontraba un sujeto de unos veinte aos de edad, plido, sudoroso,
agitado, hueso y pellejo, ms esqueleto que hombre.Como Anselmo, que
postrado sobre la camilla varios pasos delante de aqul, era
examinado por otro mdico. Sin salir de su asombro, vio tambin como
una y otra vez le pinchaban el brazo tratando de sacarle sangre. El
cirujano haca lo mismo en el pie buscando una vena. Frente a la
entrada, hacia la derecha, un residente de tercer ao con tres
alumnos de medicina en crculo departa sobre el caso. De pronto,
Samuel fue sacado de su ensimismamiento por el interno. Sentado a
su izquierda delante de un pequeo escritorio, el mdico que lo haba
requerido esperaba para completar la historia clnica de
Anselmo.Samuel no supo si esa noche tuvo un mal sueo o una horrible
pesadilla. Con la cabeza apoyada sobre el brazo, haba sentido que
le cogan la mano y lo sujetaban por detrs. En ese trance, despert
gritando. Asustado, se sent en la cama. He tenido un sueo horrible,
chola, le dijo a su mujer que despert sobresaltada por los gritos.
Tonto, tonto, mil veces tonto.Ha sido una pesadilla, no un sueo,
respondi ella. Su marido insisti en que haba sido un sueo. Largas y
pesadas sombras amorfas lo envolvan y lo arrastraban a un abismo
oscuro y profundo. Tambin me jalaban el pie, chola, te lo juro. No
lograron cerrar los prpados, el cantar del gallo y el despegue de
la aurora los sorprendi.Ya, taita, arriba. Arriba, levanta. Tienes
que ir a trabajar, ya est aclarando. Mientras desayunaban, l
insisti en el sueo.Su mujer lo dej con esa idea. Es ms, le dijo: De
seguro que alguien del barrio se va a morir y se ha venido a
despedir de ti.Eso es, taita, alguien conocido te ha dicho adis, ya
lo vers. Esto le levant el nimo a Samuel, pero no le quit el mal
presagio de encima. Chola, y si es alguien que me quiere llevar a
mejor vida? Tal vez el Liberato o la Petronila. Samuel tena sus
razones para tener clavada en su cerebro esta idea. Su difunta
madre y, a su vez, la difunta madre de su madre le haban atosigado
el crneo con sus sueos. Le haban dicho que tarde o temprano se
cumplen. Le cont a su mujer uno tras otro los que recordaba. Mi
madre deca replic ella, su mujer, apurndolo que si es un mal sueo y
lo cuentas antes de medio da, no se cumple. As que no te preocupes
y apura o llegars tarde al trabajo. No se conform con contrselo a
su mujer. Alsalir, como le dijera su difunta madre en una ocasin,
se dirigi al tacho de basura y escupi una y otra vez para romper el
mal presentimiento que tena. Horrible sueo, que te quemen con esta
basura donde quiera que vayas a parar, dijo en voz baja y sali
presuroso para el trabajo.Sin saber cmo ni por qu, ahora se
encontraba all, junto al camillero que haca rodar la camilla al
servicio de radiologa para unas placas de los pulmones. Por un
corto pasadizo en penumbras, avanzaron hacia el fondo. Una puerta
con un letrero indicaba que haban llegado. En ese momento, sin
darse cuenta, cogi a su amigo por el brazo, con intencin de evitar
su trnsito por ese abismo misterioso, oscuro y tenebroso que es la
muerte. Para Samuel esto empezaba a encajar con su sueo, pero de
una manera diferente, distorsionada, sin sentido, pero de alguna
manera empezaba a cuadrar. Por qu no vendr tu mujer?, pregunt sin
soltarle de la camisa. Hace rato que se le ha avisado. La tardanza
de Jacinta lo llev a pensar que Doroteo haba ido primero a su
trabajo a pedir permiso, estaba seguro de ello. No haba otro motivo
para que la mujer no estuviera ya al lado de su marido.Esa funesta
maana, la confusin y el dolor se extendan deprisa por todos los
rincones del servicio estrangulando la quietud como una peste,
lacerando la carne, los sentidos, ahogando tambin la respiracin del
estragado cuerpo de Anselmo, que era el segundo que esperaba turno
en radiologa. El radilogo, un hombre joven, sala del interior con
el rostro sombro y el ceo fruncido, que expresaba no se sabe si
pena, dolor, odio o algn otro sentimiento de espanto o una mezcla
de todos ellos. No es posible, un tuberculoso ms!, murmur
observando que varios pacientes esperaban turno sentados en unos
bancos.Siguiente dijo y volvi a entrar.Este es urgente! exclam el
camillero. Est muy mal.Seguidos de Samuel y del auxiliar, llegaron
hasta la mesa de examen a donde fue trasladado Anselmo. All, el
radilogo centr el cabezal de las radiaciones y se retir a una
cabina. Tras l, presurosos, camillero y auxiliar tambin se
protegieron de las radiaciones. Por su lado, Samuel, ajeno a todo
esto, contemplaba compasivo a su amigo con la abrumadora tristeza
que le roa en lo ms profundo. Por tus hijos y por tu Jacinta,
resiste! Por ellos tienes que vivir!, le deca entre dientes
sujetndole con una mano por la camisa, mientras con la otra empuaba
un pauelo con el que le limpiaba el cuello, la cara y la frente
manchados de sangre y tierra; a la vez, de sus negros y grandes
ojos desbordaban algunas lgrimas.Ya pueden llevarlo les dijo el
radilogo despus de un discreto chasquido tras accionar el
disparador de las radiaciones.La camilla se desliz por el pasadizo,
de regreso. En el trayecto, nios, hombres y mujeres con sus males
esperaban ser atendidos mientras los mdicos vestidos de blanco y
las enfermeras de turquesa, con sus caras de preocupacin, iban de
uno a otro lado abriendo y cerrando puertas. De rato en rato, algn
grito lastimero, voces: Pide tres unidades de sangre, O ositivo!
Una ampolla de adrenalina!.A ver, usted, espere afuera le dijo una
enfermera a Samuel.Me est ayudando, seora respondi el camillero.
Los auxiliares lo harn. Por favor, seor, espere afuera reiter la
enfermera.Con sus vecinos, y todos los que estaban por las
inmediaciones, sali a una gran sala, mientras que Anselmo era
llevado a la cama nmero cinco de urgencias.Envuelto por la
pesadumbre y agobiado en su clandestino sentimiento, Samuel se
encerr en el retrete y empez a susurrar, en el silencio, una oracin
tras otra, exhortando al todopoderoso por la salud de su vecino.
Despus de enjugarse las lgrimas con el dorso de la mano, sali y se
encamin donde esperaban sus compaeros. Razonaba en su privacidad
cubierta de oprobio, La vida no es eterna, lo s; todo tiene fin,
tambin lo s; pero an es tan joven! Seor. Por favor, no te lo
lleves.Trataba de no martirizarse, de ser optimista ante las
circunstancias. Cuanto ms se lo propona, ms lo enredaban en sus
contradicciones las conjeturas. El camillero le tom delhombro. Hoy
puede tocarle a l, maana quin sabe?... Nuestro hado y el de toda la
humanidad es el mismo, como individuos no somos nada; como pueblo,
como masa, lo somos todo, hasta eternos como el tiempo.Qu tratas de
decirme?Olvdalo, olvdalo, Samuel. As te llamas, verdad?As me llamo.
Pero qu tratas de decirme?Nada importante le dijo cuando se
acercaba a sus vecinos.El camillero haba tratado de decirle algo,
tal vez hablarle sobre la ley de la contradiccin o de la vida
frente a la muerte y de paso explicarle la situacin social del pas
y en concreto de la tuberculosis, que diezmaba la juventud. Pero no
quiso ser inoportuno. Slo atin a despedirse con un: Adis, Samuel!
Hasta pronto le respondi, levantando la mano. Eran seis los vecinos
que lo esperaban y no podan quedarse ms tiempo. El retraso
acumulado ya era para perder un festivo, ser amonestados o,
incluso, despedidos. Por eso, cuando lo vieron asomarse, le dijo
uno de ellos:Dnde te has metido?Fui al bao.Mira, Samuelcha, hemos
decidido retirarnos al trabajo.Alguien tena que quedarse a esperar
a Jacinta y era el ms indicado. Como Anselmo, era todo corazn,
siempre dispuesto a sacrificarse por los dems.Vayan! Esperar a su
esposa.Despus de morderse las uas de un lado a otro y mirar el
reloj de rato en rato, se seren y fue a sentarse. La expresin de su
cara se torn indiferente. Su pensamiento se retrotrajo al sueo de
la noche anterior y a las palabras que le dijo su mujer:Tena razn.
Anoche te despediste de m. Por qu yo?Por qu no Doroteo o Sebastin?
A lo mejor tambin lo ha hecho con todos ellos. Soy un salado, eso
es lo que soy! Hace tres aos, doa Crislida; hace un ao, Plutarco.
Ahora t. No puede ser!. Mientras esperaba a Jacinta, convers
consigo mismo para volverse a martirizar con lo mismo.Sorprendido
de nuevo por el camillero, sali de sus pensamientos.En qu piensas?
Parecas en las nubes.Crees en los sueos?Pues claro, de vez en
cuando tengo uno. Son horribles, otros no tanto, los hay tambin
agradables.He tenido uno espeluznante.No te compliques, hombre.
Alguien muere todos los das.Tambin alguien suea todas las noches.
Los sueosLos hijos de Anselmo llegaron antes que su mujer. Entraban
agitados. Samuel, que se dio cuenta de la presencia de los chicos,
esper que tras ellos ingresara la madre. El camillero advirti la
distraccin. Enmudeci por unos segundos y se hizo a un lado
entregndole una tarjeta.Esta es mi direccin y telfono. Para
servirte en lo que pueda. Adis! Vio que la claridad de la entrada
por la que haban pasado los chicos y por la que se iba el camillero
era la misma, pero su contorno no resplandeca como en el sueo. Se
despist por un momento y lo relacion con el abismo oscuro y
profundo por el que haba sido arrastrado Anselmo. Mir a los chicos.
Estaban angustiados y acudan a l desesperados; y, aunque las
miradas lo decan todo, era necesario pronunciar las palabras.Y
vuestra madre? Dnde est vuestra madre?No lo s! Doroteo le dijo que
viniera para ac.Cmo esta mi padre? pregunt Rosendo.Samuel les relat
un breve resumen y se sentaron a esperar.Comprendan la situacin de
su padre. Guardaron un rato de silencio hasta que Juan le dijo a su
hermano:Se morir igual que el cholo Plutarco.Calla! No hables esas
cosas. Pap es fuerte. Se pondrbien, ya vers.Rosendo haba visto cmo
se llevaron una tarde a Plutarco.Unos vecinos, entre ellos Samuel,
lo haban sacado de su casa en la cima del cerro llevndolo al
hospital. Dolores, su esposa, haba ido llorando, gimiendo tras
ellos, Taita no te me mueras ahora, no me dejes.Tena tisis,
Rosendo. Elimin abundante sangre, igual que pap.Te he dicho que no
hables as, Juan.Pero es cierto, adems es un salado aadi refirindose
a Samuel.No, Juan! Cmo puedes hablar de l as. Lo nico que ha hecho
es ayudar a pap.S, pero es de mal agero insisti Juan.Samuel tambin
pensaba eso de s mismo. Se qued hasta el final consolando a la
buena de Jacinta y a sus hijos.IIAyacucho, el "rincn de los
muertos". Un lugar condenado a una pobreza secular por todos los
gobiernos que mataron en secreto toda ilusin y esperanza. Que
aniquilaron sueos y apagaron la luz de un nuevo amanecer. Regin
ganadera, auqunida y agrcola, de la rica y jugosa tuna y el sabroso
pacae.Cuna de bravos guerreros Pocras y del gran imperio Wari.
Acaso el presagio de algn brujo hechicero indujo a llamar as a esta
regin anticipando el futuro? Es qu acaso eternamente ser Ayacucho
el "rincn de los muertos" y los campesinos de hoy, los Pocras de
ayer? Eso s, el ancestral espritu Pocra de los campesinos haba sido
removido por los comunistas declarndole la guerra al Estado.
Anselmo Calloccunto naci en este "rincn", en la provincia de
Huanta. Tena veintisiete aos cuando empez la guerra. Analfabeto, de
origen campesino, no saba otra cosa que cultivar la tierra y tocar
la quena en el campo a la luz de la Luna en compaa de sus hijos.
Obligado por las circunstancias que se vivan en esta convulsa
tierra y amenazado de muerte por las fuerzas armadas y policiales,
que lo tenan por comunista, emigr con su mujer y sus dos hijos,
abandonndolo todo para no correr la misma suerte de sus dos
hermanos, torturados en el cuartel los cabitos y, despus,
desaparecidos.Vamos, Anselmo! Nos van a matar le deca Jacinta a su
marido una y otra vez.No! Son mis hermanos, Jacinta! Es que no lo
comprendes?Nosotros con vida o ellos muertos. Tienes que elegir. Ya
te lo han dicho.Anselmo no quiso entrar en razn. Sigui buscando por
todas partes, aunque fuera para encontrar sus huesos, sus carnes, y
darles cristiana sepultura. Todava estaba fresco en su memoria lo
que recorri con su compaera Jacinta, las fosas comunes y
cementerios landestinos en Pucayacu, Ocros, Infiernillo,Totos... An
no poda borrar de su imaginacin cmo los perros y los chanchos se
los coman por pedazos en los mrgenes de las carreteras. No dejaba
de pensar que podan ser sus hermanos. Cansado de buscar, con el
riesgo que significaba, ms de una vez amenazado, se qued con esa
idea. Haba perdido toda esperanza, toda posibilidad, hasta que se
descubri un cementerio clandestino. Logr reconocer a uno de sus
hermanos entre cincuenta cadveres. Todos ellos desnudos, con las
manos atadas hacia atrs y las puntas de los dedos mutiladas; los
ojos vendados, signos de tortura y la evidencia de haber recibido
un balazo en la boca un balazo en la frente. Salieron
subrepticiamente, de noche, primero Jacinta y Juan. Dos horas ms
tarde lo hicieron Anselmo y Rosendo, llevando slo lo indispensable
para no levantar sospechas. Rosendo no se olvid del perro que le
regalara su to Andrs, al que llamaban cariosamente Sultn. Con el
bozal y tirando de una cuerda, se acerc a su padre. ste asinti con
una sonrisa y un movimiento de cabeza.Por fin lo encontraste, hijo,
no te olvidas nada? le pregunt sobndole el cabello.No, pap, todo
est listo. Te imaginas? Yo buscndolo por todas partes y el muy
fresco bajo la cama de Juan respondi el nio.Bien! Entonces, en
marcha.Llegaron a la empresa de transporte buscando a Jacinta y a
Juan. No tardaron en encontrarlos. Fue Rosendo quien los vio en el
interior de un autobs desde donde su madre y su hermano les hacan
seas a travs de la ventana.Pap, pap, all estn! grit su hijo
despavorido cogindolo de la mano.Dnde?All, pap! le seal la criatura
con la mano que empuaba la cuerda.Anselmo, con la algaraba de su
hijo y el ronquido del autobs a punto de partir, aceler el paso.
Lograron subir cuando el chfer se dispona a cerrar la puerta.
Partieron con destino a la capital y, con l, parti la ternura
ancestral y mil naria del runa Anselmo. Por qu se han demorado?
pregunt su mujer. Estbamos por bajar a buscarlos cuando vimos a
Rosendo.Sultn no apareca. Casi lo dejamos, pero ya conoces a tu
hijo. Bueno, estamos juntos, es lo importante. No se te ocurra
mirar hacia atrs, taita. Anselmo volvi la mirada sobre su hombro.
Vio cmo quedaban atrs su cultura, costumbres, existencia e
identidad, sus races. Cuando regres de su quebranto, aflor en su
memoria el Huayno "Adis, pueblo de Ayacucho" que tanto le gustaba a
su hermano Andrs cuando lo interpretaba con la quena. Record una
noche de luna llena sentado en el zagun, acompaando a su hermano
con una guitarra mientras la cantaba con letra revolucionaria. En
el trayecto de este viaje lleno de nostalgia, Jacinta simul no
darse cuenta de que su esposo ocultaba sus lgrimas. Lo que le
mortificaba era adnde iban a llegar. Pensaba en muchos de sus
paisanos y amigos que haban tenido que abandonar esta tierra y que
ahora los necesitaba. Dnde estarn?, se preguntaba en silencio. Ese
pensamiento le atormentaba hasta las lgrimas cuando la distancia se
acortaba. Dnde se guareceran, qu iban a comer sus hijos, su mujer?
A m que me trague la tierra, que me parta un rayo. Pero ellos no
tienen porque sufrir, deca para sus adentros. Jacinta, con la misma
preocupacin, intuyendo los pensamientos de su marido, se recost
cariosa sobre su pecho y le ayud en sus recuerdos: haz memoria,
taita. Una vez te escribieron desde Huaycn, all hay muchos
paisanos. Recuerda a tu amigo, ese que viva en un cerro en el
Agustino, le susurr Jacinta al odo. Jacinta haba tenido la atencin
dispuesta cuando su cuado Andrs lea la correspondencia a su marido.
l tiraba las cartas a la basurauna vez ledas. Ella al rato las
recuperaba y guardaba. Cogi el bolso de su esposo en ese momento y
se lo alcanz. Busca entre tus cosas, busca. Y metiendo la mano en
el bolso, Anselmo sac un atado de papeles, cartas, documentos y sus
ojos brillaron de esperanza al ver los sobres areos con los timbres
de la nacin. No es posible!, murmur. Jacinta, an con la duda, le
quit el sobre de la mano y se lo entreg al pasajero de a lado. Por
favor, seor, qu dice ac? le pregunt. Este hombre, a toda luz de la
capital, cogi el sobre como si le apestara la ignorancia de Jacinta
y le respondi. Remite Gertrudis Coronado, de... No, ese no. Se lo
quit de las manos y le fue entregando otro y otro y otro... hasta
que, en uno de ellos, por fin, acert.Remite, Fausto Acosta. Cerro
San Cosme, cuarta etapaS seor, ese es. Muchas gracias, que Dios le
bendiga.Marido y mujer dieron rienda suelta a su jbilo y se
estrecharon en un apasionado y tierno abrazo ante la mirada de sus
hijos que se lanzaron sobre sus padres formando un ovillo
humano.Sultn, que contemplaba la escena, imit a los nios y emergi
repartiendo lengetazos en sus caras a diestro y siniestro. Fuera,
Sultn! Fuera! le dijeron una y otra vez al animal, mientras la
gente los miraba con desagrado. Les haban advertido de que si no lo
tenan quieto, lo bajaran del autobs en cualquier tramo del camino.
No falt quien, aprovechando la euforia del animal, le grit al
chfer: Bote a este animal del mnibus, va a morder a alguien!Como
siempre, muchos esperaban el primer grito para hacer eco. S, bjelo
del autobs. Est pasando todas sus pulgas.Sultn entendi que esos
gritos eran por su culpa y que deba estar quieto. Asustado, con el
rabo entre las piernas, se dej caer bajo el asiento de los chicos
con el hocico entre sus patas. Cuando lleg el ayudante del chfer lo
encontr as.Ponle el bozal! le dijo a Rosendo, que lo tena en la
mano.La prxima vez que provoque otro escndalo, se quedar en el
camino. La seora que se quejaba de las pulgas aprovech la llamada
de atencin para caldear los nimos.Btelo, seor. El autobs es para
las personas, no para los animales. Mire usted le dijo sealando
hacia adelante con la mano, por ah gallinas, al otro lado cuyes,
por aqu el perro.Qu somos nosotros?Btelo, btelo, btelo! gritaban al
unsono.A estas gallinas tambin grit una seora delante. Btelas, mire
usted. Huela, seor, huela toda esta porquera. Nada podan hacer ni
el chfer ni su ayudante. La mujercita, una campesina que todo el
trayecto haba viajado pelando y comiendo habas dndole las cscaras a
sus gallinas, haba pagado cinco soles para llevarlas. Anselmo pag
otro tanto por el Sultn. El mnibus no era que digamos lo mximo,
pero tampoco era viejo y mucho menos destartalado. Estaba en buenas
condiciones y en una buena carretera no tena por qu dar saltos como
un grillo. Ahora circulaba por una de las psimas y sus ocupantes se
zarandeaban. Por la brusquedad del movimiento, Juan se solt de su
madre y fue a parar contra el pasajero de al lado, a quien se sujet
por la solapa de su saco para no caer. El movimiento descubri una
pistola. Jacinta la vio dentro de su estuche, colgando bajo la
axila izquierda del hombre.Por la mente de la mujer las conjeturas
revolotearon. El miedo la invadi, torturndola. Ser un sopln?, se
preguntaba asustada. Tal vez sea un polica que quiere matar a mi
Anselmo por lo de sus hermanos. Quin ser?, repeta mientras su
corazoncito desbocaba su ritmo. No, no es un compaero. Saba que no
era la expresin del rostro de un compaero y su corazn le deca que
no era un buen hombre. Lo presinti cuando le ley el sobre.Anselmo,
con su pensamiento ocupado en cmo buscar la forma de localizar a
Fausto, no se dio cuenta del arma que llevaba aquel hombre. Al
sentir los desmesurados latidos del coraznde Jacinta en su brazo,
comprendi que algo pasaba. Qu te sucede, mujer? Ests sudando. Dime
qu te ocurre? insisti el marido.En ese momento el chfer detuvo el
mnibus frente a un restaurante. Tienen veinte minutos para estirar
las piernas les dijo a los pasajeros. Jacinta no saba si bajar,
aguantaba las ganas de hacer pis. As permaneci aguardando que lo
hiciera primero el tipo de la pistola. Varios pasajeros se quedaron
en el autobs. La mujer rogaba que el hombre lo hiciera. Al ver que
el tipo no se mova, decidi que su vejiga no poda ms.Mejor no bajes.
Quedmonos. Te har mal el aire de afuera insisti una vez ms su
marido. No, amor. Me hago pis, no aguanto ms adujo ante su
insistencia.Tomaremos algo caliente y vers como se me pasa. Vamos,
chicos dijo Anselmo a sus hijos. En el restaurante, tomando a
sorbos el t humeante, Jacinta le cont lo que haba visto.No sigamos,
me da miedo volver al mnibus. Quedmonos aqu, en este
pueblo.Seguramente es un polica que regresa a la capital la
tranquiliz Anselmo.No, taita, ellos lo hacen en avin.Tal vez va al
prximo pueblo. Anselmo no presenta nada malo y convenci a su mujer
para que continuaran. En el trayecto restante, no cerraran los ojos
mientras aquel hombre permaneciera en el autobs. En esta parada
subieron otros pasajeros que se ubicaron con sus bultos en el
pasillo. Todos iban a pueblos cercanos. Era la una, la madrugada se
presentaba helada, y el recorrido an largo, cuando se reanud la
marcha. En el trayecto, muchos se quedaron dormidos en sus asientos
al no poder apreciar el paisaje por la oscuridad desolada. All
afuera, tras la noche oscura,se escondan los cerros calladitos,
unos con otros acurrucaditos. Slo los faros del autobs, como
lucirnagas, alumbraban fugaces sus faldas kilomtricas mientras el
ruido del motor se escuchaba como una abeja, a veces como un
moscardn. La mujercita que llevaba las gallinas se levant despacio
y, apuntando con una pistola a la cabeza del chfer, grit: Hazte a
un lado o te vuelo la tapa de los sesos! Qu nadie se mueva y bajen
las cabezas! grit otro que se haba cuadrado al inicio del pasillo
con la metralleta dispuesta. Tres campesinas, que haban ido
dormidas durante el viaje, sacaron sus armas debajo de sus faldas y
apuntaron a sus vecinos de asiento. Uno de ellos, era el que estaba
junto a Juan.Los policas de paisano no pudieron usar las armas que
tenan cubiertas con unas mantas sobre sus muslos. Afuera, unos
cincuenta comuneros armados con rifles, palos, piedras y fierros
esperaban rodeando el vehculo. Mientras unos lo cubran de pintadas,
otros alumbraban su interior con linternas arengando: Juicio
popular!, a la vez que los cerros repetan, Juicio popular! Cuando
los prisioneros bajaron, se escucharon en las inmediaciones ruidos,
golpes, gritos y las confusas interrogaciones cada vez ms alejadas.
Oye, t le decan a uno en quechua. Recuerdas cuando llegaste a la
aldea de Pacha y entraste con otros cinco a mi casa y mataste a
toda mi familia y a mi hermano mayor le reventaste el ojo con la
culata del rifle y luego llenaste su cuerpo de balas?Recuerdas? Y
t, mal parido! grit una muchacha a otro. Cuando mataste a mi esposo
y a mi hijo en Vinchos. Ninguno de ellos era comunista, ni tenan
que ver con ellos y por ms que te suplicaron, los mataste.Por
favor, no me maten! suplicaba. No quera hacerlo, slo reciba
rdenes.Nosotros tambin.Valiente para matar, cobarde para morir! le
grit un campesino. Fue lo nico que se logr escuchar entre el
bullicio que se alejaba. Mientras se llevaban a los pobres
desgraciados, subial autobs un hombrecito. Por su manera de
hacerlo, daba la impresin de que tena algn problema en una de las
piernas. Avanz con dificultad, apoyando el peso del cuerpo sobre
lapierna derecha. Ya arriba, se cogi de la manija de los asientos y
se dirigi a los pasajeros. Lo hizo primero en quechua, luego en
castellano.Van a continuar su viaje. Estos tres hombres tienen
deudas pendientes. No slo han violado a nuestras mujeres, incluso
nias, sino que tambin han matado a nuestros hijos y hermanos,
haciendo mal uso de su poder. No obstante, tendrn una oportunidad.
Sern juzgados por el pueblo, que es justo. El alma le vino al
cuerpo a Jacinta cuando el hombrecito dijo lo de continuar. Lo dems
le parti el alma. Hay, virgencita santa, que tambin los perdonen!,
susurr entre dientes. La campesina que haba estado llevando las
gallinas, y a quien todos llamaban Dora, reparta unos volantes de
espaldas a Jacinta y logr escucharla.Silencio le dijo volvindose, a
la vez que le alcanzaba un volante.No les hagan dao, tnganles
compasin suplicaba Jacinta por estos infelices.As les suplicaban a
ellos y no tuvieron siquiera una pizca. Desgarraron, humillaron,
abusaron, violaron, denigraron maltrataron, robaron... Por qu vamos
a tenerles compasin?Sabe usted las atrocidades que han cometido?No
respondi Jacinta tmida. Entonces, cllese.Se hizo el silencio en el
interior del vehculo que cubierto de pintadas comunistas reanud su
marcha. Fue sacado de all por el chfer a toda velocidad, ondeando
una bandera roja con la hoz y el martillo mientras ellos, puo en
alto, piedra, palo y rifle en alto, se alejaban entre los cerros
gritando sus consignas.Horas ms tarde, el mnibus se detuvo en una
garita de control de la guardia republicana. Malditos terrucos!,
murmur el teniente que lo haba visto venir con la bandera
comunistaondeando y lleno de pintadas. Qu venga el chfer! orden al
sargento mientras se internaba en el puesto.Buena madrugada, mi
jefecito salud el chfer que lleg corriendo a denunciar lo
ocurrido.Qu madrugadas ni que ocho cuartos, terruco de mierda!Yo no
soy ningn terruco, mi jefecito contest ofendido, eso no se lo
acepto ni de broma.Entonces por qu mierda has trado hasta ac ese
trapo rojo para que yo lo vea? Me amenazaron, mi jefecito. Si
retiras esto, me dijeron, nos enteraremos. Tenemos mil ojos y mil
odos. Y usted ya sabe de lo que son capaces los terrucos. El
teniente saba que entre los cincuenta pasajeros, habra alguien que
era uno de los mil ojos de Sendero, pero cmo averiguar quin. Los
cuadr en una larga fila y mir uno por uno, detenindose en unos ms
que en otros. A ver, todos los que son de Ayacucho que den un paso
al frente y vacen sus bolsillos. Documentos, dinero y todo lo que
tengan, pnganlo en el suelo. Todos obedecieron la orden, hasta
Sultn lo hizo adelantndose ms de lo necesario. Pero, jefecito, qu
va a hacer usted? le pregunt el chfer al teniente al ver que haba
sacado su arma. Sargento! Llvese a esta mierda de ac. El sargento,
un hombre mucho mayor que su teniente, intent persuadirlo. No lo
haga, mi teniente.Usted se calla! le orden y luego continu. Todo
aquelque no tenga su libreta electoral, se queda en el sitio. El
resto, retrocedan dos pasos. Slo tres se quedaron en el sitio, dos
hombres y una mujer. Sargento! Estos tres para dentro. Los dems,
cojan slo su dinero y esperen junto al autobs. Cabo, recoja la
documentacin.En el interior, despus de una hora, se escucharon tres
disparos.Luego, sacaron los cadveres para que todos los vieran.
Estos tres han muerto en combate, verdad? Respondan, carajo! Verdad
que han muerto en combate? Amedrentados y en defensa de sus vidas,
no les qued ms que afirmar lo que impona el teniente.Y usted, acaso
opina diferente? No le he escuchado. Es ms, no le he visto abrir la
boca. Verdad qu han muerto en combate? y llevando el can de su
revlver entre los ojos lerepiti. Verdad? Han muerto en combate!
grit, echndose a llorar. Uno de los cadveres era el de su hermano.
El informe estaba redactado. Slo restaba la firma del chfer y su
ayudante.No, mi teniente. Yo no puedo hacer eso.No soy su teniente,
maricn de mierda. O firmas o te mueres en combate t tambin tras la
duda inicial, el chferfirm al pie. Buen chico, as se hace. Zacaras,
Zacaras!Ordene seor dijo el cabo.Que el autobs quede limpio de toda
esa basura. Slo as continuar el viaje, entendido? Advirtales que
ser mejor que olviden lo ocurrido. S, mi teniente. Cuando arribaron
a la capital, lo hicieron en la terminal de autobuses de la avenida
Grau. Eran las dos de la tarde y llegaron con tan slo quinientos
soles en los bolsillos. De Lima slo tenan las referencias que
Fausto y Timoteo le haban contado en sus cartas haca ya bastante
tiempo. En ellas, el Parque Universitario, la Plaza San Martn y el
Jirn de la Unin siempre era motivo de ancdotas. Haban llegado a
Lima; para unos, la horrible, la devoradora; para otros, la ciudad
jardn, la tres veces coronada villa.Fueron los ltimos en descender
del autobs. Cmo podemos llegar al Parque Universitario?
preguntaronal chfer. Avanzan recto hasta la segunda calle. All,
voltean a la izquierda y continan tres calles. Por ah est, se darn
cuenta por un edificio muy grande que hay indic refirindose al
Ministerio de Educacin.Con Sultn por delante, llevado de la cuerda
por Juan, avanzaron entre el gento. Cuando llegaron, se quedaron
contemplando al otro lado de la calle un edificio muy alto que les
oblig a levantar la vista y extender el cuello.Debe ser el
Ministerio de Educacin al que se refiere Fausto en sus cartas seal
Anselmo el edificio a sus hijos. Dice que es el edificio ms grande
de Per. A m no me gusta, pap. Mucha basura, mucha gente, muchos
carros, mucho ruido, me asusta todo esto me da miedo dijo Juan a su
padre. Todos compartan el mismo temor, el mismo desasosiego. As era
la vida en la truculenta, agobiante y convulsionada ciudad de Lima.
La familia Calloccunto estaba a punto de ser devorada por esa
ciudad. Listos para ser engullidos se encontraban con el corazn
excitando al cerebro y al alma que se preparaba para la lucha.
Haban dejado la guerra en Ayacucho, para llegar a la convivencia
con el hambre, la enfermedad, la drogadiccin, la delincuencia, la
prostitucin Empezar nuevamente de cero para poder subsistir. No te
quejes, hermano, tenemos que aprender a sobrevivir.Para ninguno ser
fcil. Dios quiera que pap encuentre al seor Fausto para que nos
ayude. Mira, Rosendo, mira! All, all! En esa torre, mira ese reloj
grandote. Mira, mira! interrumpi Juan sealando con su dedo.Todos
dirigieron las miradas hacia donde sealaba Juan pero se perdieron
en el interior de un mnibus que en ese momento se detuvo ante
ellos. Cuando el autobs reanud su marcha, se vieron envueltos en
una gran humareda. Salieron de all y se dirigieron hacia la Casona
Universitaria. En el trayecto fueron observando el reloj que en
otros tiempos entonaba el Himno Nacional al medioda. Por fin, se
decidieron a cruzar la calle. Lo hicieron avanzando en la misma
direccin, encontrando a su paso nios descalzos y harapientos
lustrando zapatos y vendiendo peridicos; seores leyendo el peridico
sentados sobre unas bancas o en el mismsimo jardn; incluso parejas
retozando con sus cros. No era un parque grande, pero s muy
concurrido. Por todos lados haba gente que iba o vena en uno y otro
sentido. Al extremo, hacia donde se encaminaban, haba artistas
populares, saltimbanquis y comediantes que aglutinaban a un gran
nmero de curiosos, arrancndoles con sus ocurrencias risas y
aplausos. En su permetro muchos ambulantes con sus negocios de
bisutera, ropa, artefactos. Carretas vendiendo comida. Libros
tirados en el piso, nuevos o usados. Despus de dar unas vueltas por
los alrededores y ver los escaparates de algunas tiendas,
regresaron al Parque Universitario y se sentaron en el csped. El
reloj del Parque Universitario marcaba las ocho de la noche.
Anselmo se dispona a partir. Haba avanzado unos pasos cuando escuch
a Juan, el menor de sus hijos, decir que tena hambre. La cancha, el
haba y el queso se haban acabado durante el viaje. Anselmo sinti
dolor en lo ms hondo, poda haberles comprado unos panes pero quera
ganar tiempo. Echndose al hombro su dolor, se alej compungido.
Pasaron dos horas de larga espera. Cansados por el viaje, el hambre
y el fro, se haban quedado dormidos, acurrucados uno contra el
otro, sobre el verde pasto. Cuando regres, ya muy cada la noche,
las calles an permanecan alborotadas por el bullicio de los
ambulantes y por el chirriar de las carretas que rodaban alejndose
del lugar. Lo primero que hizo fue despertar a los suyos y
ofrecerles unos panes que comieron como si no hubiesen comido en
aos. Sultn, responsabilidad de los nios, tambin sufra las
consecuencias. Rosendo pidi un pedazo de pan para l. Cuando tuvo el
trozo en su mano lo llam.Sultn, Sultn!, pero el animal no hizo acto
de presencia. Ya, hijos, cojan las cosas! Habr ido tras alguna
perra. Nos esperan, hay que darse prisa.Busqumosle, pap. No debe
estar lejos. Es slo un ratito, por favor suplic el nio.Rosendo tom
de la mano a su padre y avanzaron unas calles llamando una y otra
vez al animal. De pronto lo vieron tirado y sin vida en el borde de
la calzada. Cuando se lo regal su to Andrs, el perro apenas era un
cachorrito de dos semanas. De color caf, igual que su madre, tena
una mancha blanca y redonda sobre la frente, que fue convirtindose
en un corazn conforme fue creciendo. Ahora yaca inerte sobre el
pavimento; sus ojos estaban abiertos y a su alrededor la sangre se
coagulaba. El chico no soportaba ver a su perro as. Por qu, pap?
Por qu? Si me lo regal to Andrs para mi cumpleaos. Al escuchar a su
hijo, los recuerdos de Anselmo remontaron su mente cuatro aos atrs,
cuando su Rosendo lo tuvo temblando de fro entre sus manos, entre
su pecho. Recordaba el sexto cumpleaos de su hijo, en el que su
hermano Andrs se lo llev dentro de una caja de cartn de color rojo.
El cachorro llevaba alrededor de su cuello un lazo de color
amarillo con una medalla, una distincin. Es un perro muy especial,
como su madre, le haba dicho Andrs a su hermano. Su madre era una
hembra muy querida y apreciada por los comunistas. Muri de un
disparo a los pocos das de nacer Sultn, cuando cubra la retirada de
sus dueos. La medalla se la otorgaron por su valor y herosmo, pero
fue el Sultn quien la luci desde que naci en recuerdo de Laika.
Ella era fuerte, robusta y haba sido adiestrada participando en
muchas acciones. Reviva en su imaginacin ese fatdico da en que los
Sinchis, fuerzas especiales de la polica para la lucha contra la
subversin, irrumpieran en su casa en busca de sus hermanos. Tres
eran los uniforma dos, armados hasta los dientes y acompaados de
dos perros policas. Ambos animales, como centinelas con la cabeza
erguida y en actitud vigilante, se dejaron caer sobre sus patas
traseras en el umbral del zagun mientras que ellos, a puntapis y
empellones, derribaban la dbil puerta y entraban arma en ristre.
Nadie se mueva, carajo!, haba dicho el ms joven de los individuos,
mientras que los otros dos dirigan sus armas hacia Anselmo, que
sala asustado del fondo de la casa en compaa de su mujer. Dnde estn
tus hermanos, Serrano de mierda?, le pregunt el jefe. Como Anselmo
permaneca callado, uno de ellos, mulato, lo empuj y le golpe con la
culata en el pecho. Responde serrano asolapado! Dnde estn los
subversivos de tus hermanos? Te tenemos ganas. Ya te cogeremos con
las manos en la dinamita. Anselmo, muy asustado y con la rabia
contenida en el alma, los mir. Irradiaba ira, desprecio. Su cuerpo
se crispaba sintiendo el deseo de abalanzarse y estrangularlo con
sus propias manos. Pero el soldado, enfurecido por la mirada de
Anselmo, se adelant: Baja la mirada maldito indio!, le dijo
propinndole otro culatazo. Anselmo, dolido en todo su ser, fue
incapaz de responder. Baj la cabeza, quedndose callado. Saba que
era mejor as. El mulato sinti satisfaccin por reducir a su presa y,
sin dejar de amenazar a Anselmo con el rifle, se acerc al que
pareca el jefe, un serrano montaraz y acriollado. La chola est muy
buena, jefe. Por qu no la interrogamos? sugiri con disimulo. Hay
que hacerlo por separado y bajando la voz para que slo escuchara el
mulato, agreg. Yo empezar, luego entras t. Te corresponde por
antigedad. El oficial cogi a Jacinta por el brazo y la arrastr
hasta la habitacin contigua. Anselmo, al percatarse lo que iba a
ocurrir, grit, insult y maldijo. Quiso evitar la humillacin y trat
de defender a su mujer. En ese momento, no le importaba lo que le
pudiera suceder y se abalanz sobre los criminales. De nuevo,
golpes, esta vez en la cabeza, y Anselmo fue al suelo sin sentido,
cayendo como un mueco de trapo.As desmayado, permaneci el hombre
mientras en la habitacin de al lado Jacinta se defenda araando,
forcejeando y pataleando para evitar la afrenta. Dbil para
oponerse, la mujer recibi un puetazo en pleno mentn,
desvanecindose. Slo as pudo abusar de ella. A los pocos minutos
sali abrochndose los pantalones y entr el mulato. Al terminar, le
dijo al ms joven: Te toca, es tu turno. El raso rehus hacerlo, pero
fue obligado por su superior: Usted tambin lo har! Es una orden,
soldado!, le dijo y, tomndolo del brazo lo empuj dentro de la
habitacin. Carajo, qu te crees!, le grit esta vez desde el umbral
de la puerta, donde qued contemplando junto al mulato como violaba
a Jacinta, que volva en s. Afuera, el Sultn, ajeno a todo lo que
haba ocurrido en la casa, regresaba cansado, a paso lento. Dcil,
acostumbrado a la vida en el campo, haba jugado correteando a las
gallinas alas que revolc en la tierra dejndolas tiradas. Volva
cuando una bandada de pjaros, posados sobre los maizales, lo
sorprendi. Todas las aves remontaron vuelo al percatarse de que el
animal iba hacia ellas ladrando, levantando sus patas delanteras y
saltando, como queriendo elevarse. Lo nico que consigui fue
quedarse parado mirando cmo se alejaban, perdindose entre los
rboles. De regreso, a pocos metros de la casa, se detuvo
sorprendido al advertir a las feroces bestias, de los Sinchis.
Enseando los dientes y ladrando se enfrent a las alimaas que,
entrenadas para matar, se lanzaron sobre l incrustando sus
puntiagudos y afilados dientes en el pescuezo. Sin fuerzas para
nada, qued malherido en el suelo. Los soldados hurgaron por toda la
casa en busca de armas, dinero y objetos de valor. Se repartieron
baratijas, recuerdos ancestrales y algunos adornos de porcelana.
Despus de liberar a los nios que corrieron para auxiliar a sus
padres, salieron dejando destrozados a los Calloccuntos. El mulato
llam a sus perros y se alejaron. Minutos despus de irse, los
Calloccuntos salieron a pedir ayuda y vieron al pobre animal
desangrndose. Aquella vez las heridas eran profundas, todas en la
cabeza y el cuello. La sangre prpura se desparramaba formando un
charco a su alrededor. Horas estuvo Anselmo presionando las heridas
hasta que dej de sangrar. Durante varios das lo alimentaron con
sopa de gallina y camotes.Esta vez, su pecho no se hunda para
volver a subir. Estaba muerto. Sultn no midi el peligro en la
ciudad donde los coches iban y venan en uno y otro sentido. Sin
darse cuenta, se encontr en el centro de la calzada, asustado, sin
saber hacia dnde ir en medio de una avalancha de vehculos que lo
rodeaban. Corri en direccin de sus amos y, a punto de llegar a la
acera, fue atropellado por las llantas de un automvil, muriendo en
el acto. Anselmo, con la preocupacin por la hora y por la cita que
tena con Fausto, apart los recuerdos y consol a su hijo. l tambin
estaba dolido por la prdida del fiel amigo. No podemos hacer nada,
hijo. Nos esperan, vamos. Un momento, pap. El nio se acerc al
animal y lo arrastr de las patas hasta el borde de la acera. All le
retir la medalla de su cuello y la guard en uno de sus bolsillos.
Despus de cubrirlo con peridicos y cartones y de santiguarse,
regres con su padre donde les esperaban Jacinta y Juan. Rosendo
segua sollozando. Qu te ocurre, Rosendo? Por qu lloras? Dnde est el
Sultn? Lo ha matado el carro, hermanito. Ambos hermanos se
aferraron a la pierna de su padre y lloraron desconsolados
repitiendo una y otra vez el nombre del perro que fielmente les
haba hecho compaa. El padre abraz a sus hijos con sus manos
grandes, gruesas y callosas y los apret contra sus caderas para que
se desahogaran. Jacinta, mujer dulce, poco expresiva y muy prctica,
slo atin a mirarlos acongojada y con el alma hecha aicos al ver
sufrir a sus hijos por la muerte de Sultn. Vamos, taita! Hijos, ya!
Cojan las cosas y vamos, que nos esperan.Con la tristeza a cuestas,
sin poder enterrar a Sultn, todos partieron para coger el autobs.
Media hora tard el vehculo en llegar al cerro San Cosme donde las
casuchas se alzaban desde sus faldas. El lugar era srdido, campeaba
la delincuencia, la droga y la prostitucin. Subieron penosamente la
cuesta hasta la cima, donde les esperaba Fausto, amigo y paisano.
Les hizo pasar a su humilde y modesta casa, de barro y quincha, con
el techo de madera y el piso de tierra, aplanado y endurecido como
el cemento de tanto mojarlo. La habitacin era pequea. Caban un
colchn de dos plazas, un par de sillas y un pequeo armario, sin
espacio para ms. All se las arreglaron los Calloccunto y pudieron
estirar las piernas. Fue un alivio para ellos estar con la familia
de Fausto. Aqu se acomodarn por esta noche. Traten de descansar un
poco. Les llamar dentro de un rato para que coman algo dijo Fausto
despus de mostrarles la habitacin. Muchas gracias don, Fausto, que
Dios se lo pague agradeci Jacinta.La familia Calloccunto, agotada
por el viaje, se acomod en ese reducido espacio.Antes de ponerse a
cenar, Fausto los present a su mujer, Mara, quien con unas seas le
pidi a su esposo que les hiciera pasar al comedor.S, mujer, ya
vamos respondi. Al instante, todos se encontraron sentados en la
mesa y, a golpe del cubierto contra el plato, se entregaron a los
recuerdos y aoranzas del terruo, a los problemas de la guerra por
ah, a la vida y la salud de uno que otro paisano de antao. No
faltaron en la sobremesa ancdotas de los carnavales ni de la semana
santa ayacuchana.Unas semanas despus, ayudado por Fausto, Anselmo
logr conseguir trabajo como albail, ganando un sueldo msero que no
le alcanzaba ni para lo ms elemental. No tena alternativa. Lo nico
que saba hacer era trabajar la tierra, utilizar los msculos que
haba desarrollado en el campo con el pico, el arado y la pala. De
humilde campesino pas a ser un obrero, un asalariado que engrosaba
las filas del proletariado, vendiendo su fuerza para poder
subsistir. En esos momentos, Anselmo recordaba con nitidez las
palabras de su desaparecido hermano Andrs: Oye, cholo, despierta le
haba dicho no seas opa. Entrate de lo que ocurre a tu alrededor.
Debes aprender a leer y a escribir. Nuestro taita nunca se preocup
de enviarnos a la escuela. No lo culpo, slo se conformaba con que
le ayudramos a trabajar la tierra l, su padre, tambin haba pasado
por lo mismo y la cadena se repeta hasta sus ancestros. No era
casual que hubiese tanto cholo pobre, ignorante y analfabeto,
mientras otros vivan a expensas de ellos y de su fuerza bruta que
era lo nico que tenan. Hasta cundo voy a leer tus cartas! Tus hijos
ni a la escuela van! Por qu? Quieres que ellos sean como t y
Jacinta, analfabetos? De qu vas a vivir? Dime, de qu van a vivir?
Ests esperanzado en la tierra que no es tuya, sin ella no eres
nada. Andrs siempre le repeta esto entre otras cosas.Sin ella no
eres nada!, se repeta el Anselmo una y otra vez mientras regresaba
de su trabajo a casa. Una frase grabada a fuego en su cerebro.
Ahora que ya no tena tierra y dependa exclusivamente de su fuerza
fsica, remova sus recuerdos. Tena razn Andrs, se deca en esos
momentos, Ya no hay tierra.Qu van hacer mis hijos? Rosendo en poco
tiempo serun hombre... Cmo les educo?. El poco sueldo que ganabano
les llegaba para comer. Ni trabajando da y noche. Harto de
preocupaciones, caminaba sin darse cuenta de que se estabapasando
de la casa. Fausto, que estaba comprando agua de la cisterna por ah
cerca, advirti la distraccin de su amigo y lellam.Anselmo,
sorprendido, sali de sus cavilaciones, lo salud yse acerc presuroso
para ayudarle con los baldes.Cmo est, Don Fausto? Yo bien, hijo.
Pasemos a la casa. Tengo una grata sorpresa. Ya adentro, le dijo:
Parecas un zombi! Si no te veo, dnde estaras en estos
momentos?Anselmo no poda imaginarse cul era la sorpresa y Fausto le
haba picado la curiosidad. Sin ms rodeo trat de enterarse.Cul es la
grata sorpresa, Don Fausto? Es probable que tengas casa en menos de
lo que canta el gallo. Teodoro, el vecino del otro lado, desea
conocerte. He quedado en ir maana contigo. Quiere dejarte su casa.
Qu pasa, no te alegra la noticia? le pregunt al ver reflejada en
sus ojos la amargura de su alma. Jacinta y tus hijos se alegraron
mucho cuando se lo dije, en cambio, t parece que hubieses visto al
diablo.Peor, don Fausto, peor! No, Anselmo! No tienes ningn derecho
cort Fausto. Mira, t crees que tienes los problemas ms grandes de
este mundo, pero no te imaginas a quienes deben estar pasando por
una situacin peor que la tuya. Djame decirte algo. T me
encontraste. Poda haber sido cualquier otro quien te hubiese
tendido la mano, eso no lo dudes, pero los primeros que llegamosa
esta ciudad no tuvimos a quin acudir, a dnde llegar. Crees que fue
fcil para nosotros, ayacuchanos, marginados, discriminados? No,
estbamos mal vistos donde quiera que furamos a buscar trabajo. Ese
es ayacuchano, ten cuidadopuede ser un terrorista, decan de
nosotros. Ser ayacuchano era y es un estigma. Muchos pasamos hambre
y fro. Comamos a veces a escondidas las sobras en los restaurantes
y enollas comunes, cuando podamos comer. Mis hijos
mendigabanmonedas en los mnibus para comer. No, Anselmo. No tienes
ningn derecho. S fuerte, tenaz, optimista. S ayacuchano a pura
honra. Por tus hijos, por tu mujer, por ti mismo, cambia de
actitud. Ahora las cosas estn cambiando. Hay, en segn quines,
consideracin y respeto, quieran aceptarlo o no. Hay reconocimiento
y simpata por la gente de nuestra tierra y las masas se van
identificando con la lucha iniciada en nuestro pueblo porque es
justa.Anselmo, que haba escuchado a Fausto con atencin, se sinti
avergonzado y se ech a llorar de rabia, de clera, de desesperacin.
Lo hizo como un nio, sin reparar en que su esposa y sus hijos lo
miraban, sintindose culpables de su desgracia.Al da siguiente,
Anselmo tena otra expresin. Se le vea ms animado, pero no dej de
sentir vergenza por lo de la pasada noche. Busc a Fausto y le pidi
disculpas. A qu hora vamos a ir donde el vecino? Nos ha invitado
para almorzar. A ms tardar, a las dos de la tarde debemos estar
all. l es de Huancavelica, tiene esposa y tres hijos. Es un tipo
joven, campechano y muy noble.Llegaron a casa de Teodoro a la hora
prevista. Fausto los present. Anselmo, tras limpiarse la mano en la
parte lateral del pantaln, se la extendi. Mucho gusto. Teodoro
correspondi de la misma forma y les invit a sentarse ofrecindoles
una cerveza.Cmo se encuentra Doa Clara? se interes Fausto.Bien, con
la gracia de Dios.Y los jvenes?Estn bien. Gracias nuevamente. Han
aprovechado el fin de semana y han ido a visitar a un familiar en
Huaycn. Slo me acompaa la mayor de mis hijas, Juanita. Se ha
esmerado en preparar un delicioso potaje al saber que los tena como
invitados.Teodoro, vido de noticias frescas de Ayacucho, pregunt a
Anselmo.Qu novedades por su tierra?Anselmo, sorprendido, no supo qu
decir. Supuso que la pregunta iba orientada a conocer el problema
de guerra que se viva all. l, que siempre se haba expresado con
sencillez, hizo una pausa revoloteando las ideas en su cerebro y
respondi:Todo est patas arriba, cada vez peor. El ejrcito, la
marina y la polica han sembrado odio y cosechan desprecio. Hacen lo
que les viene en gana. Roban, saquean, violan a mujeres y nias y
asesinan indiscriminadamente. Las calles estn militarizadas da y
noche sin que se pueda transitar por ellas. Genocidioscasi a diario
por todas partes y sin poder reclamar ni poder buscar o preguntar
por los parientes sin ser ultrajados.Anselmo, sorprendido consigo
mismo, no se explicaba cmo haba lanzado esta opinin tan temeraria.
Cmo haba enlazado una idea con otra. Si Andrs le hubiese escuchado
estara muy orgulloso y lo hubiese felicitado. Fausto se conmovi
escuchndolo Qu bien los ha hecho Anselmo!, pens.Anselmo haba
encendido la chispa.La lucha armada se inici en Ayacucho, pero las
acciones de los comunistas van ms all: se extienden a casi toda la
sierra central, el corazn de nuestra economa. Tambin hacia el norte
y al sur, incluso aqu en Lima. No es de extraar que en unos aos
acapare todo el mbito nacional. Usted que opina, Don Fausto?ste,
que acababa de llenar un vaso con cerveza alcanzndole la botella
contest:Yo ya no s qu pensar. Hay una realidad y es que el pas no
tiene una salida democrtica para los grandes problemas que afligen
a los pobres. Cualquier administracin tendra que hacer una
revolucin hacer lo que estn haciendo los comunistas. Las crisis
vienen sobre las crisis. Ahora ya es un gigante. Se extiende la
pobreza a la mayora y se concentra la riqueza en unas cuantas
familias. Vea usted cmo se encuentran nuestros nios, desamparados.
Parecen animalitos, de un lado a otro van con los pies descalzos;
desnudos, con la piel expuesta a la intemperie; las barriguitas
hinchadas por los parsitos y la desnutricin. Y qu decir de la
tuberculosis que va diezmando a nuestra juventud.Cierto! interrumpi
Teodoro. Hace unos das lea en unos de los matutinos que de cada mil
nios, ochenta y unomueren antes de cumplir un ao de edad, y de cada
cien peruanos, diez sufren de tuberculosis. Nuestro barrio es la
cuna de la tuberculosis. Le llaman el cerro que tose. En la
poblacin escolar existe un alto porcentaje con este mal. Slo en la
comunidad autogestionaria de Villa Salvador, existen ms de dos mil
casos de tuberculosis. Esto es slo lo que se conoce dijo Fausto. La
polio, el sarampin, las enfermedades diarreicas y respiratorias son
otro drama aparte. Nios que trabajan para ayudar en la economa del
hogar, analfabetismo, desocupacin, condiciones infrahumanas, casas
que son pocilgas sin agua, desage ni luz, viviendas miserables.
Todos esos derechos humanos, sistemtica y secularmente violados,
generan violencia.El problema es muy complejo, don Fausto. En lo
que a m atae le voy a dar una oportunidad ms a la democracia y voy
a votar en estas prximas elecciones por los apristas o la Izquierda
Unida, an no lo s. Pero si esta democracia no responde, le prometo,
Fausto, por la virgencita que nos alumbra, que para las del noventa
no voto. No me importa pagar la multa o que me digan que soy
senderista, pero no lo hago enfatiz Teodoro. Teodoro saba que
Fausto no haba votado en las elecciones pasadas. Advirti en una
oportunidad que su libreta electoral no tena el sello
correspondiente. Presenta que esta vez tampoco lo iba hacer, por lo
menos saba de su simpata por los comunistas. Ahora que toca el tema
de las elecciones, seguramente volver a ser miembro de mesa. Espero
que no. Y si as fuese, tendra que ir a la tierra madre, ya casi no
tengo a nadie por all. Los pocos amigos se han venido, tendra que
ir y venir el mismo da y eso es improbable.Dicen que esta vez van a
poner mesa de transentes. Si es as, mejor para usted agreg Anselmo.
A Teodoro, le impactaron las elucubraciones de Fausto con respecto
a las enfermedades por las que pasaba el pueblo. Iba a opinar al
respecto cuando su hija Juanita asom por la puerta de la cocina
hacindole unas seas. Teodoro, disculpndose con sus invitados, se
acerc. Qu pasa, hija? sta, no queriendo darse a notar, atrajo a su
padre al interior de la cocina y le dijo. Ya est la comida, pueden
pasar a servirse antes de que se enfre.Teodoro asom desde la cocina
y les invit a pasar al comedor. Despus de saborear el exquisito
potaje que prepar su hija, a quien no se vio para darle las gracias
las lisonjas fueron recibidaspor su padre, continuaron con la
conversacin en la sobremesa mientras saboreaban el caf.Teodoro haba
vivido en esa casita desde haca diez aos, convirtindola con mucho
esfuerzo y sacrificio de choza en casucha. l mismo se haba ocupado
de remodelarla con el paso de los aos. Ahora senta nostalgia al
dejarla y quera estar seguro de que la persona que se quedara en
ella fuera merecedora. El motivo de esta reunin, ya se lo habr
dicho Fausto, es el de hacerle entrega formal, y en presencia de mi
gran amigo y vecino, de esta casita que si bien es rstica, humilde
y pequea, estoy seguro de que le ser til. Fausto me ha puesto al
tanto de la situacin y, crame, lamento lo que est pasando. Anselmo,
con la sencillez y la humildad que le era propia, no supo cmo
agradecer el gesto de Teodoro. Se senta obligado a decir algo y
tena los nervios de punta y las ideas revueltas. Se hizo un
silencio en el que las ideas buscaban salida sin atropellarse a
travs de las palabras. Para Anselmo, cada segundo se convirti en un
siglo de tormento. A su lado, no muy distante, Fausto lo animaba
con una sonrisa. Vamos, di algo, hombre. Anselmo desplegando los
labios, descarg su timidez: Yo no s cmo agradecerle, pero gracias,
muchas gracias. Espero que Dios le bendiga a usted y a su familia
por su generosidad y que en su nueva casita sea muy feliz con los
suyos. Muchas gracias, Teodoro.
La accin policial se sald con decenas de muertos, heridos y
detenidos. Quemaron chozas y enseres de humildes familias. As
pretendan frustrar la invasin de Huaycn. A pesar de los intentos de
desalojo, las masas convirtieron la invasin en un asentamiento
humano y Teodoro, como tantos, logr poner sus mojones en los
linderos de lo que sera su propiedad. Da y noche, cuidando estacas,
las seales de su permetro. Intentabaevitar invasiones, de otros
tantos, de su parcela. Si quieres tierra, lucha por ella contra
viento y marea!, era la consigna de los invasores. Haba cinco
suplentes por cada lote, si el titular no cumpla con las
disposiciones de la invasin: vivir all, comer all, cagar all y lo
que implicaba an ms riesgo, y en lo que algunos haban perdido la
vida, aguantar marchas, apoyar manifestaciones y enfrentarse al
desalojo con la polica. He de mudarme el prximo domingo a mi casita
de Huaycn. Queda pasando Vitarte por la carretera central en
direccin a Chosica. Ese da le har entrega de la llave. Le parece
bien? S, me parece bien respondi Anselmo.El da acordado, Anselmo
regres deprisa con la alegra desbordante en su corazn, en su alma.
Alegra en sus ojos, en su rostro, en cada fibra de su ser. Se
present delante de su Jacinta y de sus hijos, quienes le esperaban
con la ensoacin de un hogar. Al ver sus caritas henchidas de
entusiasmo, les mostr las llaves levantndolas por encima de su
cabeza. Pasacha, mira! Majtachacuna miren!, les dijo. La esposa y
los hijos, conmovidos por su euforia, lo contemplaban embriagado de
emocin pregonando: No es una residencia, no es un chal.Es pequea,
rstica, de tablas, maderas y palos, pero es nuestra. Haca muchos
aos que su mujer no lo vea con esta alegra, y en toda su vida eran
contados los das que lo haba visto como en ese instante.Con la
guerra todo cambio. La gente se fue haciendo parca e introvertida,
desconfiando hasta de su propia sombra. Ahora, se acerc a la
habitacin de su amigo y paisano, Fausto, Fausto!,lo llam repetidas
veces para compartir su alegra. Cmo no hacerlo si era como un padre
para l. En esos momentos no se acordaba de sus progenitores quienes
le dejaron hurfano cuando apenas era un infante. Su padre, de
nombre Andrs como su hermano, haba muerto de una extraa enfermedad
que ni los mdicos supieron qu era. Los vecinos corrieron el rumor
de que le haban hecho dao y mucho antes de sumuerte le aconsejaron
ver al curandero Gumersindo. l prefiri ponerse en manos de la
ciencia mdica. Gumersindo era muy cotizado en la regin. Gente de
diferentes partes del pas acuda por sus servicios: artistas,
mdicos, polticos... Su fama competa con los curanderos ms
prestigiosos del norte del pas y del Per. Realizaba constantes
viajes a la cuna del curanderismo por Chiclayo, Catacao, La
Libertad, Sullana, para codearsecon los mejores y, cada vez que
regresaba, su fama se iba acrecentando. Cuando su madre
Maximiliana, que muri de tuberculosis seis meses despus, cay en
manos del Gumersindo, ya tena el mal muy avanzado. Los primeros en
desahuciarla haban sido los mdicos. Tal vez si hubiera sobrevivido,
Anselmo no habra pasado por tantas penurias. Ahora slo tena a su
familia, a la buena de Mara y a Fausto como padres.As lo senta l.
Por eso lo llamaba. Con los pelos revueltos y bostezando, Fausto
sali del dormitorio. Qu pasa, qu pasa!, exclam, y hacindose el
desentendido al ver tan enfervorizado a Anselmo, le pregunt.Se
puede saber por qu es el alboroto? Qu ocu...? Anselmo, an excitado,
le interrumpi ensendole las llaves.Ya tenemos casita le abraz
efusivamente.Todos los Calloccuntos agradecidos hicieron lo
mismo.Muchas gracias por todo!Fausto, contagiado con la alegra de
Anselmo, se desperezy fue hasta una vitrina. Esto hay que
celebrarlo como se merece!,sugiri sacando una botella de champn que
haba comprado para la ocasin. Vamos a ver tu casa para que la
conozcan tu mujer y tus hijos. Vamos! repiti Jacinta cogiendo unos
vasos. En pocos minutos estuvieron all.Aquella es, la de color
celeste les dijo ya cerca. Los nios corrieron entusiasmados, la
tocaron y apoyaronsus tibias caritas sobre la pared, sobre la
puerta. Jacinta la abri y dio unos pasos hacia el interior de la
sala. Detrs, sus hijos, Mara, Fausto y, el ltimo, Anselmo. Divis
una entrada hacia lo que sera la cocina que continuaba a su vez
hacia un patio en el que se vean los cordeles para tender la ropa.
A la derecha, una puerta que daba a un corto pasillo. A l se abran
dos habitaciones, una frente a otra. Al entrar en stas,
parasorpresa de Anselmo, unas camas prolijamente tendidas. No puede
ser!, dijo asombrado, yo las he dejado vacas al terminar de hacer
la mudanza. Fausto que fue quien le dio la sorpresa, no dijo nada
al respecto. Se puso a servir el champn y brindaron por la
felicidad de la familia Calloccunto Arteaga. Haban pasado unos
meses y durante ese tiempo, con la ayuda de su mujer y sus hijos,
haban mejorado la casa y llenado de cosas para ocuparla en el
momento menos esperado. Lista la haban dejado para ese da. Aunque
no dorman all, lahaban ido habitando desde que Teodoro les diera
las llaves. La familia Calloccunto Arteaga iba pasando all ms
tiempo que en la casa de Fausto, quien tema que en cualquier
momento sus paisanos se mudarn, algo inevitable y que lo entristeca
igual que a su mujer. El mismo sentimiento de nostalgia calaba en
los Calloccunto, que reunidos una noche, les anunciaron que se
marcharan al da siguiente. A Anselmo, como era costumbre,se le haca
difcil decir una sola palabra, ms an enesta situacin. Habituado al
silencio antes de decir algo importante,daba vueltas en su cabeza a
cmo abordar el tema anteFausto y su mujer. Se haban acostumbrado a
vivir con ellos y leembargaba una gran tristeza. No, no es justo
que le sigamosincomodando, suficiente ya han hecho por nosotros,
pensaba.Ya era hora de cargar con su familia y tomar su propio
rumbo,sus propias decisiones. Era el momento de decrselo y
cuandoestaba a punto, su timidez lo retraa y retomaba sus
pensamientos.Su mujer fue quien lo comprometi.Compadrito, comadrita
les anunci cariosamente, mimarido quiere decirles algo.Anselmo
aventara con su lengua lo que en esos momentosle viniera. Su mujer,
lejos de sorprenderlo, le facilit la entrada.Pero la pausa era una
costumbre en l. Demoraba lo que tenaque decir, salvo cuando se
tomaba sus traguitos, que era cuandole daba por hablar largo y
tendido, por los codos y de principioa fin.De qu se trata,
compadre? Hable usted y djese de misterios.Estamos en confianza y
sobre todo entre paisanos. Nose cohba Fausto saba de qu se trataba
aunque se hizo eldesentendido.Vern, compadres, hemos decidido irnos
maana domingopara ocupar definitivamente nuestra casa.Compadre, est
bien que ocupen definitivamente su casita.Nosotros nos habamos
acostumbrado a ustedes y ahoraque se van la tristeza nos acompaar
por una temporada.Qu le vamos hacer! As es la vida.Nos cuesta tomar
esta decisin que nos afecta en el nimoy en la razn, pero no hay
motivo para seguir incomodndolosms tiempo. Nos gustara, si no
tienen ningn compromiso,que nos acompaaran.Fausto no se ofreci para
ayudarlos como sola. Pens quequerran estar solos ese da y que la
invitacin era ms quenada cortesa. Busc una excusa y justific su
negativa.46En el cerro San CosmeNos gustara ayudarles, pero tenemos
que ir donde Teodoro.Nos ha invitado a conocer su nueva casa.Mara,
que contaba con ayudar ese da por la maana a Jacinta,se qued
sorprendida por la negativa de su marido y lehizo seas, pero Fausto
no se dio por enterado. De hecho, si nohaba tal compromiso, Fausto
lo buscara. No se haca a la ideade la partida de los Calloccuntos,
el vaco, la ausencia que habaempezado a sentir en su casa se
convertira en pocas horasen soledad. Esa idea lo llenaba de
tristeza, de recuerdos. Nocomprenda por qu esa sensacin. l, que
haba visto partir asus hijos y a tantos de sus camaradas incluso al
otro mundo, noentenda el porqu de esa tribulacin, de esa sensacin
de soledad.Ser que me estoy haciendo ya viejo, deca de s mismo.No,
no puede ser! Mejor nos iremos donde Teodoro.Teodoro haba reclamado
su presencia en varias ocasiones,para que conocieran su nueva casa
y era ms que seguro queFausto lo visitara al da siguiente.Y cmo
vamos a estar sin ustedes maana? No. Solos noqueremos estar maana,
podemos esperar hasta el prximodomingo para que nos acompaen les
dijo Jacinta entregndoleuna bolsa a su marido.Anselmo sac un
paquete de la bolsa y se lo entreg aFausto.Tenga, es un presente.
No sabamos cmo agradecerles laayuda que nos han dado, as que se me
ocurri esto. No s quhubiese sido de nosotros sin ustedes. Muchas
gracias por todo,compadre, comadre muchas gracias. Nos hace ilusin
estar conustedes este da. Podemos pasarnos a la casa el prximo
domingocomo dice mi mujer.Ustedes, despus de tanto tiempo, tambin
querrn estarsolos dud Fausto. Ya la prxima semana los visitaremos
ensu nueva casa.Si no fuera por el compromiso que tienen con
Teodoro, nose lo permitiramos. Muchas gracias por toda la ayuda.
Por lanoche, si no estn cansados, se podran pasar un momentito
ofreci Jacinta.47Hugo Ramrez AlcocerEl obsequio era un retablo
finamente tallado por las manosde Anselmo, que lo empez a los pocos
das de vivir en casa deFausto. Todas las noches, a escondidas, haba
dedicado unosminutos a hacerlo para la ocasin. Era pequeo, labrado
enalto relieve, con la forma de una campana partida verticalmenteen
dos, cerrada por un pequeo pestillo. Al abrirse, dejabaver en uno
de sus lados la faena campesina: la siembra y la cosecha.En el otro
lado, la procesin de Semana Santa en Ayacucho.Anselmo y su mujer
saban que el agradecimiento era algosimblico y que toda la fortuna
de este mundo reunida era insignificantepara pagar tanta bondad,
tanto cario y, sobretodo, el amor que les brindaron en esa modesta
casa. Faustomir el retablo. De momento crey que lo haban comprado
enalgn puesto de artesana, hasta que se enter por boca de Jacintade
que Anselmo lo haba hecho poco a poco con sus propiasmanos. Se qued
boquiabierto.Desde que le entregaron la llave a Anselmo, Fausto
sabaque en cualquier momento vendra la despedida. No es que nose
diera cuenta de lo rpido que pasaban los das esperandoque los
Calloccunto la anunciaran. El hombre no quera queese da llegara. Se
haba acostumbrado tanto a su presencia,sobre todo a los nios, que
le daban a la casa ese calor de hogar,de familia, que le haca
acudir de donde se encontrabapara compartir sus ratos libres con
ellos. Le costaba aceptarque tuvieran que dejar su casa.En algn
momento de tu estancia en esta casa te dije:"Podas haber encontrado
a muchos otros que te hubiesentendido la mano, eso no lo dudes",
recuerdas? Yo he sidoafortunado en tenerte aunque sea por tan corto
tiempo. Sonya parte de nuestra familia y, ahora que se mudan, nos
quedamostristes. Los vamos a extraar mucho, en especial a
estascriaturitas que han alegrado nuestras vidas y nuestro hogar.
Lasgracias a ustedes por todo este tiempo y por el retablo
queocupar un lugar especial. Ahora, adems, somos vecinos yms que
eso. Somos ayacuchanos, no lo olviden. No dejen devisitarnos.
Nosotros lo haremos en cualquier momento. Maa-48En el cerro San
Cosmena irn, despus del desayuno.Llegaron a las diez de la maana.
Rosendo fue en busca delea y unos ladrillos mientras Juan fue a
comprar pan y fideos.Despus de bajar unas maderas del techo, le
dijo a su mujer:Esto es para una repisa. Ese mismo da la tuvo
lista. All, sumujer pondra algunos vveres y vajillas que le dio
Mara la nocheanterior. Poco a poco se haran con lo necesario,
inclusogallinas y patos para criarlos en el pequeo corral.Todo nos
ir bien, ten fe le animaba Jacinta.Almorzaron sopa de fideos con
patatas y verduras. De postre,unos camotes asados sobre un latn a
fuego de lea. Sesentaron en el suelo, alrededor de una manta a modo
de mesasobre la que esperaban los platos humeando. La
conversacinsobre el incierto futuro se inici en cuanto acabaron el
ltimobocado. Era la oportunidad de los chicos, atormentados
desdeque Fausto les meti en la cabeza unos meses antes que
trabajaranpara ayudar a sus padres. Rosendo era el que llevaba
lacuenta del tiempo, con un calendario de bolsillo en el que
tachabacada da, y no estaba dispuesto a dejar pasar esta
oportunidad.Pens que era el momento: Se lo diremos esta
tarde,despus de almorzar, le haba dicho a Juan, quien era
mspartidario de permitir que Fausto los convenciera.Nadie mejor que
ella para conocer a sus hijos. Por algo erala madre, carne de su
carne, sangre de su sangre. Pero en lascuestiones del alma, de la
mente, de lo subjetivo, nadie podaafirmar tajante un hecho. Ella
slo tena corazonadas, presentimientos.Ese sexto sentido, la
intuicin, bien desarrollado quele deca que algo perturbaba a su
Rosendo. Lo tena enfrente.El, con su carita de preocupacin,
carburaba como sorprenderlos.Se opondrn en el peor de los casos,
deca para s. Susmiradas se encontraron. Ella la sinti vaga e
inexpresiva, mirndolasin verla, como aquellas miradas
extravagantes, perdidas.l la sinti triste, de sufrida ms que de
escrutadora. l buscabacomo anticiparse a sus reacciones; ella, en
sus ojos, los pe-49Hugo Ramrez Alcocersares de un nio.Sus padres
nunca les gritaron, y mucho menos llegaran alas manos, y l estaba
seguro de que no lo haran. Tambin estabaseguro de que acataran lo
que dijeran. Analizando la situacincon sus neuronas, lleg a la
conclusin que nada tenaque perder. Con el corazn palpitante, el nio
se atrevi a darel primer paso.Pap, mam les llam.Qu te ocurre hijo?
respondi como un rayo la madre.No me ocurre nada, mam.Queras decir
algo? ahora era el padre quien le dabaconfianza.Vern, quiero salir
a trabajar lo dijo entre dientes, titubeando;luego guard silencio
esperando la reaccin.Mir sus caras. Sonrosadas por el calor de la
sopa y del tque acababan de ingerir, se tornaron plidas adquiriendo
unrictus que desorbit sus ojos y tens sus msculos. Atnitos,quedaron
mirndose. Rosendo, asustado, esperaba con la cabezagacha que uno de
los dos dijera algo. Aturdidos escuchabaen su espritu tierno de nio
voces que le decan: No, ni lopienses, no lo podemos permitir!. Mir
a su hermano menor que comprendi el temor de Rosendo, como
pidindole quedijera algo. No se atrevi; se mantuvo a la
expectativa, prestopara intervenir ante la menor debilidad de sus
padres, esperandoel primer desenlace, pero no abri la boca. De
pronto,Anselmo sin encono y aparentando no haber escuchado
claramente,le pregunt:Qu has dicho hijo? En qu vas a trabajar,
hijito?Su padre agach la cabeza y guard silencio. Por un
instante,record su niez en el campo, cuando ayudaba en la
cosecha,bajo el cuidado de sus padres y de sus hermanos que
leensearon las bondades del oficio. Aprendi a proyectarse
observandolos cerros, las nubes, la direccin del viento:
Estarnsolos; sin nadie que les diga esto es bueno, esto no, pens.
Nose lo poda permitir, pero tampoco se lo poda impedir. Su mujerse
haba quedado de una pieza al escuchar al hijo. Por su50En el cerro
San Cosmeparte, Rosendo, repuesto de lo que signific el primer
paso,preparaba la ofensiva. Ahora no puedo echarme atrs,
debocontinuar. Optimismo y valor repeta las frases que le
enseFausto, adems ya tenemos la mercanca. Rosendo entendael
sufrimiento de sus padres y quera ayudar de alguna manera.An no se
haban negado y l no les dej reponerse de lasorpresa. Volvi a la
carga.Saldr a vender cigarrillos y golosinas en los autobuses.El
muchacho, se puso de pie y se retir a su habitacin bajola mirada de
sus padres. En segundos, regres mostrando unamochila de la que dej
caer con mucha delicadeza sobre lamanta cigarros, golosinas,
encendedores, chicles, fsforos, peinetasCuando la mochila qued
vaca, mir nuevamente a suspadres. Esta vez, inmutable, esper a que
la expresin del rostrode sus progenitores cambiara. Todo lo
contrario: la seguridady el aplomo que haba adquirido Rosendo se
fueron desvaneciendoal ver el ceo fruncido en sus hoscas caras.
Nunca loshaba visto as, ahora esperaba lo peor.Qu es todo esto?
pregunt la madre con firmeza.Rosendo sinti empeorar la situacin. Su
corazoncito, quehasta ese momento se haba comportado, empez a
traicionarle.No respondi.De dnde has sacado esto? pregunt la
madre.Me lo, me loSu padre no lo dej continuar. Ambos trataban de
aclararsus dudas, sus temores. Rosendo baj la guardia. Mejor
dicho,se la bajaron.Cmo has conseguido estas cosas? pregunt
nuevamente.No me vayan a pegar, por favor les suplic. Har lo
queustedes ordenen, yo slo quera ayudarles les dijo
tartamudeando.Di hijo, alguna vez hemos intentado siquiera
levantartela mano, para que nos digas eso?Anselmo y Jacinta estaban
muy ofuscados, pero se controlaban.Al ver todo aquello sobre la
manta, no pudieron evitar51Hugo Ramrez Alcocerdar rienda suelta a
su imaginacin.Nadie te har dao. Slo queremos saber cmo has
conseguidoestas cosas.Rosendo sinti alivio.El to Fausto me lo dio.
Es la nica forma que tienes paraayudar a tus padres, me dijo.Juan
not que las facciones de sus padres se dulcificabancuando su
hermano explic el origen de las cosas que estabansobre la manta.
Dej que terminara y, sin dar tiempo a replicar,terci diciendo:A m
me dio este cajn, betn y estas escobillas. T lustrarszapatos, me
dijo.Fausto, saba que la nica forma de que los Calloccunto
sobrevivieranera esa. Cantar y vender baratijas en los
transportesera algo comn de la niez, mendigar era la otra
opcin.Toda Lima estaba plagada de nios ambulantes, lustrabotas
ytambin de ladronzuelos. Rosendo lo saba, no slo por bocade Fausto
que lo haba alertado, sino porque la noche que llagaron,mientras
esperaban a su padre, l con la cabeza sobre elvientre de su madre y
los ojos bien abiertos, vio como unoschiquillos asaltaban a un
transente dndose a la fuga con subilletera.Ellos tambin lo saban.
Ya haban hecho cuentas y nadapodan hacer para evitar que sus hijos
desistieran de su empeo.Podran decirles que no y guardar silencio
sabiendo que, alfinal, las circunstancias los arrastraran a los
hechos. Jacintamiro las caritas tiernas de sus hijos, picaras y a
la expectativa.Luego mir a su esposo. El semblante triste y la
mirada hoscareflejaban el pesimismo del que debe afrontar la
verdad. Ella,temerosa, lejos de ayudar y levantar el nimo de su
marido seopuso.Slo son unas criaturas, unos nios. No podemos
permitiresto, enfrentarlos al mundo. Sabe Dios lo que puede
pasarlesen esta cuidad le dijo.Anselmo absorto en las palabras de
su hermano Andrs, semartirizaba repitiendo en su interior, No eres
nada, de qu52En el cerro San Cosmevan a vivir tus hijos? Jacinta lo
devolvi a la realidad.Taita, qu pasa?Nada, hija, nada.No podemos
dejar a los nios a su suerte.Yo no puedo evitarlo, t tampoco. Sera
dejarlos morir dehambre. Estaba pensando algo mejor para ellos. Ir
a la escuela,aprender algo, que fueran diferentes de nosotros. No
puedodarles esa ilusin. Trabajarn por una temporada, pero
bajonuestra vigilancia. Slo hasta que podamos reunir algo de
dineropara poner algn negocio, este ser el objetivo. Va a ser
algoduro, pero lo conseguiremos.La idea no estaba mal. Desde ese
momento, todos comenzarona urdir algn plan buscando el ms
conveniente. Jacinta,que no estaba de acuerdo en que los nios
saliesen a trabajarse pronunci, Tal vez un quiosco de venta de
comida cerca delas fbricas que hay por la carretera central. Todos
convinieronen que era lo ms apropiado, aunque la madre volvi a
mencionarsus reticencias y miedos.No les pasar nada. Son buenos
chicos y aprendern acuidarse la tranquiliz Anselmo.Haban tenido un
da agitado, hasta el agotamiento. Los niosno volvieron a tocar el
asunto. Pero el asunto sigui rondandola mente de los padres hasta
la hora de descansar.Un gesto de gozo, de satisfaccin, cruzaba los
rostros de loshijos tras recibir la bendicin de sus padres. Ya, a
dormir lesdijeron, maana a primera hora saldremos para la chamba.No
obstante, Anselmo y Jacinta se entregaron a una razonadaconversacin
exclusivamente en quechua.Anselmo, no me gusta que los nios vayan a
trabajar. Muchadroga y delincuencia hay en esta ciudad.T crees,
mujer, que a m s me gusta. Qu vamos a hacer?Esto les har hombres,
madurarn pronto y sern responsables.Sufrirn porque es el nico
camino y eso me lastima enlo ms hondo; igual que la brevedad de su
infancia y el futurotan incierto. Qu hars maana con ellos?53Hugo
Ramrez AlcocerSaldremos los tres juntos. A Juan lo ubicar en el
ParqueUniversitario y a Rosendo le indicar en que lnea de
autobsdebe subir hasta que se familiarice con las calles. La
prcticales dar experiencia. Preprales algo de comer para el
almuerzo.Les dir que se renan en el Parque Universitario,
dondeestar Juan. Yo les buscar por la noche y regresaremos
juntos.Vendrn con fro y con hambre, tendr la cena lista leprometi a
su marido.Al rayar la aurora ya se encontraban desayunando.
Jacintafue la primera en levantarse y an estaba oscuro. Improvisuna
mesa con unos ladrillos, sobre los que puso una tabla quebaj ella
misma del techo. Como asientos, en esta ocasin, situunas piedras
enormes. Nadie se explicaba cmo habanaparecido. Cuando terminaron
el t, Jacinta regres de la cocinaenseando lo que traa entre
manos.Vas a llevar la comida que est en este depsito le dijo aJuan,
lo llevars en tu cajn.Qu nos has preparado, mam? pregunt
Rosendo.Tallarines y unos panes con mantequilla tambin les
entreguna botella con refresco.Los primeros das comieron todo fro.
Luego buscaron lamanera de calentarlo gracias a alguno de tantos
ambulantesque vendan comida por los alrededores del Parque
Universitario,con los que iran entablando amistad.Salieron cogidos
del hombro por su padre. ste les fue explicandola manera de
trabajar, lecciones que los chicos sabande memoria. Fausto les haba
enseado una y otra vez, inclusomuchas veces practicando, cmo tenan
que hacerlo.Llegaron a la avenida Nicols Aylln, prxima a la falda
delcerro, con la intencin de coger el autobs.Es el de color azul,
pap dijo Juan refirindose al autobscon el que fueron a la casa de
Fausto.Era marrn y tena el nmero 92 delante concret Rosendo.S, el
color es oscuro y llevaba el nmero 92, ese es el quedebemos coger
les dijo su padre.54En el cerro San CosmeComo en todo Lima, cada
esquina era un paradero que hacalas veces de semforo. Estas paradas
surgieron por la impacienciade los usuarios y por la avaricia de
los conductores quese las saltaban. Repletos, con los pasajeros
desbordando por elestribo de la puerta de adelante y la de atrs,
pasaban de largo.Anselmo se qued con la mano extendida mirando
cmose alejaba uno. Algunos se detenan para que bajaran dos
pasajeros,pero ocho pugnaban por subir. No faltaban los los conalgn
pasajero que bajaba maldiciendo porque el chfer le haballevado unas
esquinas de ms.Pare, pare! Bajan, bajan! se escuchaban los
gritos.Ya paga, conchudo de mierda! grit el cobrador, un niono
mayor de trece aos que haba bajado con el vehculo enmovimiento para
cobrar a los pasajeros que bajaban por atrs.ndate al diablo, mocoso
le respondi un seor que sealejaba sin pagar. Oye, paga, paga le
dijo el nio persiguindolo.Lrgate, mocoso! O quieres que te d una
paliza? lerespondi el sujeto.Concha de tu madre! replic el nio
partiendo a la carrerapara alcanzar al bus que se alejaba.Subir
resultaba peligroso, por lo que prefirieron caminar.Ese que viene
tambin nos lleva pap dijo Juan.Esta repleto hermano. Mira, todos
van abarrotados.No hay prisa hijos. Podemos ir caminando.Por el
camino se encontraron con otros vecinos; tambindieron alcance al
autobs que haban pretendido subir.Mira, pap. All va el chico del
autobs.Anselmo, al ver el comportamiento de ese nio, imagin asus
hijos en la misma situacin y pens que era necesario teneruna charla
con ellos. Lo hara en algn momento y en presenciade su mujer. Por
el momento, deba responder algunaspreguntas que sus hijos le hacan
por el camino.Pap, l tambin es un nio y no es mayor que el
Rosendo.S, hijo, es un nio. Aqu hay muchos nios que tienen
que55Hugo Ramrez Alcocertrabajar para ayudar a sus padres. Pero
ustedes no hablarncomo l. Si alguien quiere abusar de ustedes, no
le hagan caso.Aljense, es lo mejor. Entendido?S, pap, no te
preocupes respondi Juan.Entendido Rosendo?S, pap, todo ir
bien.Caminaban por la avenida Grau, a la altura del Hospital Dosde
Mayo, cuando Juan, que se haba rezag un poco, se dejcaer en la
acera para quitarse uno de los zapatos. Retir el papelque tapaba el
agujero de su calzado y lo reemplaz por unpedazo de cartn. El
calcetn estaba roto, tena un orificio porel que se vea una herida
en la planta del pie que limpi consaliva. Su padre y Rosendo, a
punto de cruzar la calzada, notaronla ausencia de Juan. Con una
intranquilidad pronto apaciguada,lograron verlo a la distancia
sentado sobre la acera.Espera aqu, hijo, voy a ver qu le
sucede.Juan, sorprendido, trat de ocultar su piececito, pero lohizo
tarde. Su padre vio a travs del hueco del calcetn una heridaroja y
ulcerada. Veamos, hijo, le dijo arrodillndose. Despusde examinarle
la herida, lo carg y lo llev hasta una piletaque haba delante del
hospital. Cogi el pie de su hijo y lolav con abundante agua, lo sec
y le cubri la herida con supauelo. Tras la cura, le puso la media y
cogi el zapato. Untremendo hueco por el que caban sus dedos se abra
en lasuela. Saba que sus hijos cubran los huecos de sus zapatoscon
cartn, l tambin lo haca. Y tambin se lo ocultaba a sushijos.Ten tu
zapato y sube sobre mis hombros.Juan se dej cargar, y as llegaron
al Parque Universitario.All, Rosendo cogi el zapato de su hermano y
tap el interiorcon un trozo de cartn ms grueso.Ten, pntelo.Ahora
quiero que te quedes en este lugar le dijo el padre. Ten cuidado
con la herida, no ests caminando. Arreglaremoslo de tu zapato. Si
te cansas, te echas en el csped. Ya sabescunto vas a cobrar?56En el
cerro San CosmeS, pap seal con sus dedos.T, Rosendo, subirs a la
lnea noventa y dos y slo irsdesde aqu hasta la plaza Dos de Mayo.
En este ir y venir te pasarstodo el da Sabes cunto cobrar?S, pap le
respondi su hijo.Regresar por la noche. Y ya sabes, cuida de tu
hermano dejndoles esas palabras, se llev la pesadumbre y se dirigi
asu trabajo.