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El castillo la persona
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El castillo, "un mundo interior"

Jul 04, 2015

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Reflexión a partir del estilo de persona que Teresa de Jesús presenta en su obra cumbre: las Moradas o el Castillo interior.
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El castillola persona

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Una fortaleza labrada de diamante y delicado cristal; un alcázar con puentes levadizos, rodeado de un foso que defiende su entrada; un palacio formado por infinitas estancias, adornado de fuentes y jardines y laberintos. Pero no

para ser admirado pasivamente, sino para correr en él una aventura en la que nos jugamos la vida. Para llegar al centro, un centro que atrae

irresistiblemente, bodega de licores deliciosos, pero sobre todo, morada donde habita el Amigo, el Amado: «mejores que el vino son tus amores»

(Cant 1, 3). Ese es el castillo de Teresa.

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Y este es el ser humano, como ella lo concibe: cincelado de hermosura y dignidad, de grandeza y de misterio. Lleno de

gracia, por obra de Aquel que agracia cuanto mira y cuanto toca. Aquel que no solo espera, sino que sale al encuentro, que silba dulcemente como pastor para guiar los pasos extraviados y ha preparado de antemano la mesa para el festín del encuentro.

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La persona es el castillo: ámbito de relación con el Huésped que la habita.

Pero la persona es también esa buscadora enamorada que recorre

las moradas, que atraviesa las estancias en

busca del que ama, sorteando

dificultades, esquivando alimañas, orientándose

por el silbo del pastor..., revoloteando, tr

ansformada en mariposa, cerca ya de la última estancia, donde encontrará su glorioso

final.

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Este castillo es Teresa,porque la historia que en él

sucede es la suya, su aventura de mujer. Pero eso mismo está

reservado para cualquiera que, impulsado por su mismo

anhelo, esté dispuesto a sortear dificultades y obstáculos. Quizá

es más cómodo quedarse sentado a la puerta, esperando

que suceda algo. Nada más lejano del talante de esta mujer. Luchadora nata, como aquellos caballeros de las novelas que le

robaban el sueño de jovencita, se adentrará en el

castillo dispuesta a afrontar lo que viniera.

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Y sin embargo (valga la paradoja), de este libro se desprende una certeza: avanzar en busca de Dios no es únicamente fruto de un empeño humano, sino, ante

todo, la respuesta a un don. Las moradas representan a la persona como capacidad: el ser humano es “capaz” de Dios, puede disponerse a la acción de la

gracia que lo habita. Los símbolos que vamos a encontrar: la irresistible belleza del castillo que atrae..., la docilidad de la cera, la sed que empuja hacia el agua

viva, son imágenes que nos hablan de la receptividad con que se acoge un amor mayor:

«Verdad es que no en todas las moradas podréis entrar por vuestras fuerzas, aunque os parezca las tenéis grandes, si no os mete el mismo Señor del

castillo» (Concl. 2).

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Las últimas etapas del

proceso, las moradas más interiores, son aquellas en las

que solo cabe ya la osadía de

dejarse llevar, de atreverse a

confiar en ese Señor que

seduce, y nos lleva a donde no

sabemos.

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El castillo significa también que el acento ha de ponerse en el interior de la persona. «No nos imaginemos huecas en lo interior» -había subrayado Teresa en Camino de Perfección. La riqueza verdadera no reside en lo que el ser humano posee fuera de sí. Y nada fuera de uno mismo puede obstaculizar esta aventura de encontrarse a solas con Dios, en la morada más principal del Castillo, allí donde pasan «las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma» (1M 1, 3).

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Ella lo expresó luminosamente en unos versos que pone en labios de su Señor:

«Y si acaso no supieres

donde me hallarás a mí,

no andes de aquí para allí,

sino, si hallarme quisieres

a mí buscarme has en ti».

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1. Su imagen y semejanza: «Comprender la hermosura»

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Noble o plebeyo, cristiano viejo o descendiente de judíos, indio o colonizador, varón o mujer, clérigo o laico... La España del siglo XVI pone

el acento en la diferencia, marcada e irreconciliable, entre unos seres humanos y otros. Frente a esta cultura de la segregación que divide y

margina, encontramos en Moradas una valoración nítida y sin fisuras de la extraordinaria dignidad de toda criatura humana.

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Todos creados, como relata el Génesis, a imagen de Dios:«Y creó Dios al ser humano a su imagen, a imagen de Dios lo creó;

varón y mujer los creó» (Gen 1, 27).

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Ser humano varón y mujer: ambos están

llamados a emprender la

misma búsqueda, imantad

os por el mismo Amor, convocados

al mismo banquete: «Que tampoco no hemos de quedar

las mujeres tan fuera de gozar las

riquezas del Señor» –afirmará en las

Meditaciones sobre los Cantares (1, 8).

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Asegurar la «gran capacidad» de la mujer es algo, ciertamente, contestatario en su tiempo, cuando prevalecía la idea de la inferioridad racional en las mujeres. Con ello se concluía

que eran fácilmente engañadas en la oración, pues carecían del necesario discernimiento y resultaban especialmente proclives a ser

tentadas por el demonio.

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Hermosura, dignidad y gran capacidad. Esas tres cualidades las percibe Teresa y las deja consignadas ya desde el primer párrafo de Moradas. En el libro de los Proverbios encontró ella un verso que le resonó con fuerza; en él se decía que Dios «gozaba con los hijos de los hombres»

(Prov 8, 31).

Dios se regocija, disfruta estando con cada criatura. Teresa quiere que sus hermanas carmelitas, y cualquiera que tenga acceso a este

tratado, caiga en la cuenta de que todo ser humano –también por el hecho de ser imagen de Dios, que es comunidad-Trinidad–, es creado

para la relación: con el Otro, con los otros

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Un ser humano que Teresa descubre como un misterio, trasunto del Misterio que es el mismo Dios. Nunca se le acabará de conocer de un modo absoluto.

Al constatar esa grandeza, necesariamente, brota la alabanza al que es el origen, el Creador. Y su belleza no se puede perder, aunque sí puede dejar de

verse, cuando la persona opta por la tiniebla, y no por la luz, a la que está llamada. Torciendo su camino, abusando de su libertad, la persona puede

elegir el mal y malograr la vida.

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• «…se me ofreció lo que ahora diré para comenzar con algún

fundamento, que es: considerar nuestra alma como un castillo todo

de un diamante o muy claro cristal adonde hay muchos aposentos,

así como en el cielo hay muchas moradas; que, si bien lo

consideramos, hermanas, no es otra cosa el alma del justo sino un

paraíso adonde dice Él tiene sus deleites. Pues ¿qué tal os parece

que será el aposento adonde un Rey tan poderoso, tan sabio, tan

limpio, tan lleno de todos los bienes se deleita? No hallo yo cosa

con qué comparar la gran hermosura de un alma y la gran

capacidad; y verdaderamente apenas deben llegar nuestros

entendimientos, por agudos que fuesen, a comprenderla, así como

no pueden llegar a considerar a Dios, pues Él mismo dice que nos

crió a su imagen y semejanza. Pues, si esto es como lo es, no hay

para qué nos cansar en querer comprender la hermosura de este

castillo; porque, puesto que hay la diferencia de él a Dios que del

Criador a la criatura, pues es criatura, basta decir Su Majestad que

es hecha a su imagen para que apenas podamos entender la gran

dignidad y hermosura del ánima» (1M 1, 1).

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2. Conocimiento propio:«Veo secretos en nosotros mismos»

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No es un castillo de siete estancias solamente. Tiene un millón, que es

como decir infinitas. Y no están colocadas en hilera, sino a la manera de las hojas que rodean el cogollo de

un palmito –dirá Teresa. La complejidad de la persona, de este castillo, no permite simplificaciones.

Teresa afirma que «tiene muchas coberturas». Buena conocedora de la interioridad humana, descubre que en la persona hay múltiples capas

hasta llegar a lo “muy muy interior”, donde son posibles las

relaciones auténticas con uno mismo, con el Otro, con los otros.

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«Camina lento, no te apresures, que a donde tienes que llegar es a ti mismo» –dijo Ortega y Gasset. Y, alcanzando lo hondo de uno mismo, –descubre Teresa– es como se llega a Dios: «El Padre está en lo escondido» –había afirmado Jesús (Mt 6, 6). Teresa sonríe irónicamente ante aquellos que creen poder prescindir del propio conocimiento:

«Pues pensar que hemos de entrar en el cielo y no entrar en nosotros, conociéndonos y considerando nuestra miseria y lo que debemos a Dios

y pidiéndole muchas veces misericordia, es desatino» (2M 1, 11).

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Ya en la antigua Grecia, el filósofo Sócrates habíaacuñado como principio de la sabiduría el lema«conócete a ti mismo». Esto en un doble sentido:conoce tu interior, tus cualidades, ytambién, conoce tu condición, que no eres undios sino un ser mortal. También Teresa extraerádel propio conocimiento la humildad, que sitúa ala persona ante su desnuda verdad de criatura.De ahí la importancia de «las pruebas», donde sepalpa la realidad de uno mismo:«¡Pruébanos, Tú, Señor, que sabes las verdadespara que nos conozcamos!» (3M 1, 9).

El ser humano ha «conquistado» el espacio exterior, pero no su propio interior:existe en muchas personas un temor invencible a quedarse en silencio consigomismas. «Acostumbrarse a soledad es gran cosa» –sentencia Teresa en Camino.Y ella descubre la dificultad de muchos para «entrar» en el propio castillo, porlo que viven en la superficie: vidas carentes de intimidad. Se dejan vivir por lasociedad, sin vivir en plenitud.

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Para conocerse, Teresa propone algo más que un narcisista mirarse a uno mismo. Aconseja

“volar” –como la abeja– a considerar la grandeza de Dios. Si estamos hechos a su

imagen y semejanza, su

grandeza será también la nuestra. Su virtud despertará nuestra

virtud dormida.

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No se trata, por tanto, de permanecer en «nuestro cieno de miserias», dando vueltas en él. Se trata de arrimarnos cada vez más

a ese Bien que nos habita. Él no es un Dios lejano y desentendido de sus criaturas. Tiene su morada dentro de cada uno.

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«Pues tornemos ahora a nuestro castillo de muchas moradas; no habéis de

entender estas moradas una en pos de otra como cosa enhilada, sino poned

los ojos en el centro, que es la pieza o palacio adonde está el Rey, y

considerad como un palmito que, para llegar a lo que es de comer, tiene

muchas coberturas que todo lo sabroso cercan. Así acá, en rededor de esta

pieza están muchas y encima lo mismo; porque las cosas del alma siempre

se han de considerar con plenitud y anchura y grandeza, (…) que no la

arrincone ni apriete; déjela andar por estas moradas, arriba y abajo y a

los lados; pues Dios la dio tan gran dignidad, no se estruje en estar mucho

tiempo en una pieza sola; ¡uf!, que si es en el propio conocimiento, que con

cuan necesario es esto, ¡miren que me entiendan!, aun a las que las tiene el

Señor en la misma morada que Él está, que jamás, por encumbrada que

esté, le cumple otra cosa ni podrá aunque quiera: que la humildad siempre

labra como la abeja en la colmena la miel (que sin esto todo va perdido);

mas consideremos que la abeja no deja de salir a volar para traer flores.

Así el alma en el propio conocimiento; créame y vuele algunas veces a

considerar la grandeza y majestad de su Dios. (…)Y créanme que, con la

virtud de Dios obraremos muy mejor virtud que muy atadas a nuestra

tierra» (1M 2, 8).

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3. Humildad: «Cimiento» de este edificio

Tiene mala prensa la humildad en nuestro tiempo, porque se la conecta

falsamente con el servilismo, con la dependencia, con la baja autoestima.

Sin embargo, no es una virtud más entre otras, para adornar a la persona

espiritual. Las más de 40 referencias directas a la humildad en esta obra dan fe de la vital importancia que Teresa le

concede en la relación con Dios, con uno mismo, con los demás. No es

decorado del castillo, es su fundamento: «todo este edificio, como

he dicho, es su cimiento humildad» (7M 4, 8).

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Solo es posible establecer relaciones sanas desde la más honda verdad de uno mismo, desde el reconocimiento de la propia realidad, también de esa menos

brillante, del lado oscuro de nuestra personalidad. Aprender a integrar esa verdad es el cauce necesario para la relación. Y eso es la humildad, para Teresa, eso es

«andar en verdad». Así, afirma: «Quiere nuestro Señor que no pierda la memoria de su ser, para que siempre esté humilde» (7M 4, 2).

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El propio conocimiento –si se hace bien– desemboca en la humildad. Y, por eso, había escrito ella en Camino de Perfección

que la humildad es la dama del ajedrez que da jaque mate al Rey. Y aquí insiste: «humildad, humildad; por esta se deja vencer el

Señor a cuanto de Él queramos» (4M 2, 9).

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En una sociedad, la del siglo XVI, –y en una iglesia– esclavizada por la

obsesión de la honra, la humildad que no mira el falso reconocimiento

social, sino la autenticidad humana, es camino de libertad y

constructora de relaciones de fraterna igualdad. Teresa aprende a

ser humilde mirando a Cristo, el humilde, el humillado, el que se

hace esclavo por amor: «Poned los ojos en el Crucificado» (7M 4, 8).

La humildad llevará a dejar a Dios ser Dios, es decir, a dejarle tener el

protagonismo, y no decidir nosotros por dónde nos ha de llevar. Siempre

desde la certeza de que todo es regalo. La soberbia es exigente; la humildad, siempre es agradecida.

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No queriendo nos tengan por mejores«Yo quisiera poder dar más a entender en este caso, mas no se puede decir.

Saquemos de aquí, hermanas, que, para conformarnos con nuestro Dios yEsposo en algo, será bien que estudiemos siempre mucho de andar en estaverdad. No digo solo que no digamos mentira, que en eso, ¡gloria a Dios!, ya veoque traéis gran cuenta en estas casas con no decirla por ninguna cosa, sino queandemos en verdad delante de Dios y de las gentes de cuantas maneraspudiéremos, en especial no queriendo nos tengan por mejores de lo quesomos, y en nuestras obras dando a Dios lo que es suyo y a nosotras lo que esnuestro, y procurando sacar en todo la verdad, y así tendremos en poco estemundo, que es todo mentira y falsedad y, como tal, no es durable» (6M 10, 6).

Humildad es andar en verdad«Una vez estaba yo considerando por qué razón era nuestro Señor tan amigo de

esta virtud de la humildad y púsoseme delante, a mi parecer, sin considerarlosino de presto, esto: que es porque Dios es suma Verdad y la humildad es andaren verdad; que lo es muy grande no tener cosa buena de nosotros, sino lamiseria y ser nada; y quien esto no entiende, anda en mentira. A quien más loentienda agrada más a la suma Verdad, porque anda en ella. ¡Plega aDios, hermanas, nos haga merced de no salir jamás de este propioconocimiento, amén!» (6M 10, 7).

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Texto:AMOR CON AMOR. Páginas escogidas de

las Moradas de Teresa de Jesús.Madrid, Editorial de

Espiritualidad, 2012, 150 págs. 43-54