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con gesto serio y alguno quotro me saludaba simirarme a los ojos.
Una vez llevado a cab
el ritual, nadie sabía quhacer con la viuda máreciente del pueblo.
La puerta se abrió pofin.
—Pase, señora Haley —me dijo Marvin
invitándome a pasar a ssantuario.«¿Señora Haley?»
pensé. Nos conocíamodesde que estábamos en
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colegio y nunca me habíhablado de usted.
—Supongo que tendrque llamarte seño
Beckstrom y dejar el tute¿no? —solté—. ¿A quviene tanta formalidad?
Él enarcó una ceja y mmiró con una sonrisilla.
—Sólo intentaba seprofesional, Dell. Al fin y
cabo, éste es un momentdifícil para todos. —Sinclinó sobre la pulidsuperficie de su escritorio—¿Cómo vamos?
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El tono paternalista de lpregunta me puso los pelocomo escarpias.
—En fin, tú verás —
contesté sin intentar siquierdisimular el sarcasmo—tengo cincuenta y un añoacabo de enterrar a mmarido y esta mañana me h
llamado tu secretaridiciéndome que tenía qu
venir urgentemente parhablar de mi situacióeconómica. ¿Cómo creeque vamos?
Fue un error acorralarl
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de esa forma, pero no pudevitarlo. Vi que me mirabcon los ojos entrecerrados que apretaba los dientes,
me recordó a unchihuahuaenseñándole los dientes a urottweiler . Después sereclinó en la silla y colocuna carpeta de color verd
en el centro del escritorio. —De acuerdo —dijo—
Formalidades aparte, lsituación es la siguienteComo ya sabrás, nuestrbanco, Ahorros y Créditode Chulahatchie, es e
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propietario de la hipoteca dtu casa…
—Hipoteca… —repecomo si fuera un loro.
—Sí, hipoteca. Epréstamo avalado por tpropiedad.
—Ya sé lo que es unhipoteca —repliqué—
Llevamos viviendo treintaños en esa casa. Digo y
que a estas alturas yhabremos acabado dpagarla, ¿no?
La sonrisilla reaparecióacompañada del ton
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paternalista. —Dell, soy conscient
de que muchas mujeres dcierta edad… —Hizo un
pausa para mirarme.Me mordí la lenguhasta que me hice sangrpero logré mantenerme esilencio. Satisfecho a
parecer, Marvin asintió cola cabeza y retomó e
discursito. —De que muchamujeres de cierta edadcomo tú, han dependido todsu vida de sus maridos, qu
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eran quienes se encargabade los asuntos económicoPor desgracia, esa situacióno las ayuda mucho cuand
sus maridos mueren…esto… de forma repentina.Tenía razón, aunque n
pensaba admitirlo en voalta, claro. Siempre habí
dejado todo lo que tenía quver con el dinero en mano
de Chase. Yo me encargabde la economía mensual, dlas facturas y las comprapero siempre y cuandhubiera dinero en la cuen
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del banco, lo demás no mimportaba.
Lo miré furiosa. —Ahórrame el sermón
ve al grano, Marv. —Voy al grano —repitiél con expresión guasona—Más concretamente a la letpequeña. —Hizo una paus
dramática—. La casa esthipotecada hasta las tranca
Chase pidió un nuevcrédito para comprar eterreno del río y lembarcación. Y lcamioneta nueva, claro. —
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Sacó una hoja de papel de carpeta y me la ofreció poencima del escritorio—Aquí está todo desglosado
En resumidas cuentas, tienetreinta y cinco mil dólares eel banco, y tus deudaascienden a un total dciento treinta y dos mil.
No podía respirar npensar. Me estaba
hundiendo, como si MarviBeckstrom me hubiera ataduna piedra al tobillo y mhubiera arrojado al ríTombigbee.
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la fábrica de piensos cerró Ray Kaiser se largó con edinero —contestó Bicho—Chase sólo llevaba dos año
trabajando en Tenn-TomPlastics, así que no espereuna cantidad importantePorque además, parece quChase eligió la cobertur
menor en su seguro de vidVeinte mil.
Veinte mil. Más treinta cinco mil en la cuenta dahorro. Nunca se me habíadado bien las matemáticapero no hacía falta ser u
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genio para comprender lque significaba.
—Puedes vender lcabaña del río —señal
Marvin como si me hubierleído el pensamiento—aunque, tal como está emercado, yo no contaría coello. El coche valdrá cinco
seis mil dólares, calculo yo —¿Y cuánto pagó él
¿Veinticuatro mil más menos? —Es lo que tiene l
devaluación —contestó mientras se encogía d
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hombros—. Estirando hasel último centavo, podríavivir durante un año con dinero del seguro de vida —
dijo—. Pero si quieres uconsejo… No lo quería. No querí
sus consejos ni quería segumirando ni un minuto má
esos ojos saltones ni esa cade estaca. Tampoco querí
llorar, pero las lágrimas mestaban ahogando y sabíque estaba a punto dvomitar en ese momento, esu despacho, encima de s
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carísima alfombra verde.Así que salí corriendo
Abrí la puerta, sorteé entrempujones la cola d
personas que esperaban sturno en el mostrador dPansy Threadgood y entren el baño de señoras, dondme encerré en el retrete pa
discapacitados.Me pasé cinco minuto
enteros inclinada sobre ltaza, salivando como si fueuno de los perros de Pavlomientras mi estómagllegaba a la conclusión d
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infiel, por haber llegadtantas veces tarde a casa por haberme engatusado cosus carantoñas, sus halagos
sus monerías para evitar máde una discusión. —¡Te mataba ahor
mismo Chase Haley! —gri. ¡Por haber vivido y po
haberte muerto! —estampel puño contra la puerta d
retrete.Me dolió. Mucho. Perno me detuve. No podídetenerme.
—Ojalá te pudras en e
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infierno. Ojalá ardas allOjalá…
—¿Dell? —me llamalguien al tiempo que dab
unos suaves golpecitos en puerta—. Dell, cariño, ¿estábien?
Miré por una rendija y vun mechón de pelo rubi
achicharrado. Era TansiOrr, que habría salido de
Tenn-Tom Plasticsaprovechando la hora ddescanso para almorzar.
—¿Necesitas ayudacorazón? Déjame entrar.
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Abrí la puerta aregañadientes. Tansie slimitó a mirarme un minutentero antes de coger el tor
por los cuernos. Agarró epapel higiénico y cortó unocinco metros que me dejó ela mano.
—Suénate la nariz
corazón, que se te estácayendo los mocos —dijo.
Me levanté, me acerqual espejo y me miré con loojos entrecerrados. Tenírazón. Se me estabacayendo los mocos. Tenía l
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nariz y los ojos rojos, y sme había corrido el rímemejillas abajo. En esmomento, me juré a m
misma que aunque no se mvieran los ojos por culpa dlas bolsas y de las patas dgallo, en la vida volvería usar rímel.
Tansie estaba detrás dmí, observando mi reflejo.
—Supongo queCarcoma te ha dado malanoticias, ¿verdad?
Sonreí sin poder evitarloEra otro de los apodo
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infantiles de Marvin, juntcon Ratontón, Cucaracha Gallina.
—Es un hijoputa co
todas las letras —siguiTansie con voz compasiv. ¿Qué te ha hecho? —Me ha dicho la
verdad.
—Dios, es de lo peor. —Tansie meneó la cabeza co
lástima y tiró de mí parabrazarme.Era unos diez o quinc
centímetros más alta que yde modo que mis ojo
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quedaron al mismo nivel qusu pecho. Se me saltaron lalágrimas por los efluvios dEstée Lauder y estuve
punto de morir asfixiadcontra su canalillo.Cuando me soltó, s
apoyó en el lavabo y shurgó entre los dientes co
una larguísima uña pintadde rojo. Que fuera capaz d
usar el teclado del ordenadcon esas uñas era unmisterio digno de AgathChristie.
—Escúchame, precios
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acuerdas? Nos quedamos eun Bed & Breakfast de estivictoriano que era unmonería. Un Bed &
Breakfast es una pensiónpor si no lo sabes. Un sitiprecioso, regentado por unviuda.
Me miró a los ojos co
gesto expectante. No tenía idea de adonde quería ir
parar. —¿Y? —Dell, tú podrías hace
lo mismo. ¡Puedes hacerloTienes una casa de estil
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Victoriano y te sobra udormitorio. Podrías abrir tpropio Bed & Breakfast aqen Chulahatchie.
Esa mujer estaba locaComo un cencerro. Eprimer lugar, mi casa no erde estilo Victoriano. Ervieja. Punto. Sólo tenía u
cuarto de baño, a menos quse contara el aseo ta
minúsculo en el que Chasni siquiera podía entrar. Edormitorio de invitadosiempre había sido etrastero, ya que no teníamo
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ni ático ni sótano. En esmomento, estaba hastarriba de cajas con loadornos navideños, con la
macetas de geranios que smarchitaron durante lprimera helada del invierny con un montón de trastoviejos de pescar que Chas
había ido almacenando paarreglarlos, pero que un d
por otro se habían quedaden el olvido.Además, Chulahatchi
no era precisamente uhervidero de turistas. Nad
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iba al pueblo a menos qufuera por un propósitconcreto, o que se perdierporque había cogido l
salida equivocada de lautopista o que se hubierquedado sin gasolina, ya qula estación de servicio depueblo, Llénalo y Corre, er
la última oportunidad drepostar hasta llegar a l
frontera con Alabama.¿Un Bed & Breakfast eChulahatchie? Era ridículo.
Pero no le dije nada Tansie. La pobre me l
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había propuesto con smejor intención, y parecímuy contenta por habetenido una idea tan brillant
Como si llevara toda la videsperando para decir alginteligente e importantealgo que no se le hubierocurrido a ninguna otr
persona.Al final, resultó qu
Tansie no fue la únicdispuesta a comparticonmigo los beneficios de sinfinita sabiduría. Y lhabría agradecido de tod
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corazón si alguno de loconsejos hubiera podidaplicarse a mi caso. Porquni contaba con un
diplomatura, ni con unlicenciatura, ni habíestudiado secretariado, ntenía cabeza para lonúmeros. Tampoco podí
cargar con treinta kilos dpeso, ni podía levantar caja
ni podía cargar camioneEra una mujer de cincueny un años sin estudiosuperiores, sin experienclaboral, sin dinero y si
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perspectivas de futuro. —Cada necio quiere da
su consejo —solía decirmmi madre.
Lo único que sabía haceera cocinar. Y no tenía nidea de cómo podía servirmeso.
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Capítulo 5
Dos semanas después deentierro, estaba en la cocinsacando la última tanda dempanadillas de manzana d
la sartén cuando sonó etimbre. No terminaba de cogerl
el tranquillo a eso de cocinpara una sola persona. Toda
las superficies planas de lcocina estaban cubiertas co
empanadillas de manzanen bandejas para que senfriaran, sobre papel d
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cocina, en recipientes planopara congelarlos… A Chasle encantaban, no se cansabnunca de comerlas. Y
aunque ya no estaba pardisfrutarlas, yo seguípreparándolas. No era capade quedarme de brazocruzados viendo cómo toda
esas manzanas seestropeaban.
Saqué la últimaempanadilla del aceiteapagué el fuego y fui a abrla puerta. Me encontré coBoone Atkins en el porche.
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con otra persona.Salvo en mi caso. Yo er
la mejor amiga de Boone, súnica amiga, porque todo
mundo creía que Boone erhomosexual.A las alturas que
estamos, tal vez no sea uescándalo, al menos e
ueva York o en SanFrancisco, o incluso e
Memphis o en BirminghamPero en Chulahatchie lgente no mira con buenoojos a quien se salga de lnorma, y aquí la norma e
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cuidar de ella, y cuando éstambién murió, heredó lcasa.
Era una persona callad
y amable con tres pasioneen su vida: la música, lolibros y el arte. Por supuesteso sólo empeoraba lacosas, ya que era un
estereotipo andante.La gota que colmó e
vaso fue que después de lmuerte de su madre redecorla casa y pintó la fachada desa preciosa casita blanca dun color llamado «Malv
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Sublime», con lacontraventanas y losalientes en un «CiruelPasión». En realidad, ambo
tonos eran más discretos dlo que parecían por enombre y quedabanfantásticos, al menos en mopinión, pero no les sent
nada bien a los habitantedel pueblo, que ya l
miraban con recelo.Chase no soportaba Boone. Lo llamab«mariquita loca» a suespaldas. Lo sé porque e
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una ocasión lo dijo delantde mí.
Una y no más. Porque luré que si volvía a decirl
en mi presencia, lo mataríadespués me divorciaría de éDe modo que mantuvo lboca cerrada a partir de esmomento, pero no
necesitaba decir nada parhacerme saber que no l
gustaba un pelo que fueramiga de Boone.Y Boone no era tonto
unca iba a verme a casaQuedábamos para come
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todas las semanas mientraChase trabajaba, ynormalmente íbamos Starkville, a Tupelo o, d
vez en cuando, incluso Tuscaloosa, donde nadipodía reconocernos. Era cacomo tener una aventurpero sin la parte carnal.
Aunque sí había amorsólo que de otra clase
Boone veía cosas en mí qunadie había vislumbradamás, ni siquiera Toni
Hablábamos de libros, dideas y de creatividad. M
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recomendaba algunotítulos, me pedía opiniósobre algunos temas y hacque me sintiera inteligent
aunque no hubiera recibiduna educación como la suyBoone era mi conexió
con el mundo que existímás allá de Chulahatchi
Pero una conexión secretSiempre secreta.
Pero como Chase ya nestaba, supuse que podríinvitar a quien me diera lgana a mi casa. Era unsensación extraña, y mu
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liberadora. —Hola, Boone —l
saludé—. Entra.Lo vi titubear un
momento, clavar la miraden el felpudo y despuéechar un vistazo a la calldesierta, como si quisierasegurarse de que nadie no
miraba. Al final, traspasó umbral de la puerta y m
abrazó.Me abrazó durante ubuen rato, apretándome biefuerte.
—Dell —dijo.
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Sólo eso, sólo «Dell»Fue suficiente.
Cuando me soltóretrocedí para mirarlo a l
cara. No conseguíacostumbrarme a lo guapque era, a pesar de que lconocía desde siempre. Erunos cuantos años más jove
que yo, y ya rondaba locuarenta y cinco, per
aparentaba treinta. Tenía lohombros anchos, el pelo los ojos oscuros, y uhoyuelo en la barbilla. Era bastante guapo para ser u
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rompecorazones si lsituación hubiera siddistinta. Y, desde luego, nparecía un bibliotecario.
Lo miré con el ceñfruncido. —¿Cómo es que ha
tardado tanto en venir verme?
Me siguió a la cocina siresponderme.
—Huele que alimenta. —Empanadillas dmanzana. Acabo dterminar. Siéntate mientrahago café.
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Se sentó a la mesa de lcocina y me observmientras preparaba el café colocaba unas empanadilla
recién hechas en un platoBoone tenía la habilidad dguardar silencio sin quresultase incómodo, algque la mayoría de la gent
era incapaz de hacer aunqule fuera la vida en ello.
Cuando por fin lo tuvtodo listo, me senté. Boonme concedió cosa de mediminuto antes de apoyar locodos en la mesa y l
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barbilla en las manos. —¿Qué vas a hacer
Dell?Fue tan repentino y ta
directo que solté uncarcajada y espurreé el cafpor la mesa.
—No te gusta andartpor las ramas, ¿verdad? —
pregunté. —Contigo, no. —Cogi
una de las empanadillas y dio un mordisco—. Estbuenísima, Dell. Con eazúcar justo y mucha canelLa cobertura está crujiente…
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menos donde has espurreadel café. —Sonrió—Contéstame.
—Es que no lo sé.
—Vale, entonces voy responder a tu pregunta dantes. He esperado todo estiempo para venir a vertporque cuando alguie
muere, la gente se congregalrededor de la famili
durante un par de semanas después vuelve a lnormalidad. Todos retomasus vidas. Se les olvida qula familia del difunto est
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sufriendo porque ellos ntienen que vivir con laemociones, con el vacío dla pérdida y la impredecib
tristeza que te acompañan todas horas y te asaltacuando menos te lo esperaCuando sufres una pérdidasí, necesitas un apoy
después del funeral, despuéde que se acabe la comid
después de que hayavaciado los armarios escrito las notas dagradecimiento. Sé qucuentas con Toni, per
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quiero que sepas qutambién cuentas conmigo.
Se me nubló la vista poculpa de las lágrimas y vi s
cara como a través de uncatarata, o como si estuvierviendo su reflejo en el fondde un pozo. Parpadeé.
—Gracias.
—Llorar es bueno, Dell —Eso me dicen. Per
tengo un problema con esBoone. Me parece que nlloro por los motivoadecuados: porque estotriste o porque he perdido
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que fue mi marido duranttreinta años, o porque me hquedado sola. Creo que sóllloro cuando me enfado
Cuando me enfado dverdad, cuando me pongfuriosa y me entran ganas dromper cosas o de pegarlun puñetazo a la pared.
Me miró con unaexpresión a la que no estab
muy acostumbrada: coternura y comprensión. —Tienes mucho
motivos para estar enfadadaLe di un mordisco a un
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empanadilla, pero no lsaboreé. Se me atascó en garganta como un tronco satascaría en el barro de
Misisipi. —Tú sabes todo lo quse cuece en la ciudad —dicuando conseguí tragar—Dime la verdad.
—¿La verdad sobre qué —Sobre Chase. Sé qu
tenía una aventura y nadme ha tranquilizado arespecto. Pero no sé ni coquién, ni dónde ni cuándoTodo el mundo habla de
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tema, todo el mundo menoyo. Lo encontraron en lcabaña del río el viernes pola noche, pero esa tarde y
pasé por allí y su camioneno estaba. Alguien llamó emergencias, pero no squién.
—¿Para qué necesita
saberlo? —me preguntó. —¡Lo necesito porqu
sí! —exclamé—. Llámalcuriosidad. Llámalsatisfacción. Llámalo comte dé la gana. Quiero lverdad. —Me aferré l
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cabeza con las manos tragué saliva—. No puedo por la calle sin preguntarmsi sería esa mujer o la otr
Sin preguntarme en quiépuedo confiar. La gente mevita, susurra a mis espaldao me mira con tanta lástimque me entran ganas d
vomitar. Ojalá supiera lverdad. A lo mejor entonce
podría seguir con mi vida las cosas podrían volver a normalidad.
Boone me sonrió y mcolocó la mano en el braz
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La caricia de su mano mpareció cálida, sólida, reaLo más real que habísentido en muchísim
tiempo. —No volverán a lnormalidad —me dijo evoz baja—. Nunca volveráa la normalidad… o a
menos será una normalidadistinta a la de antes. Tod
ha cambiado. A lo mejonunca obtienes todas larespuestas que buscas, DelSi supieras con quién, tseguirías preguntando e
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porqué. Si supieras eporqué, te seguiríapreguntando el cómo…cómo fue posible que t
marido hiciera algo así cómo fuiste tan ciega compara no darte cuenta. —Mmiró un buen rato a la carcomo si intentara desvela
algo oculto tras mi mirad. No sé con quién —dij
, pero Chase estaba en erío. Su camioneta estabaparcada bajo la cabañaTodavía está donde la dejó.
Guardé silencio un
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momento, sopesando supalabras.
—Sí. Supongo que poeso no la vi desde l
carretera. Normalmentaparcaba delante de lpuerta, pero si estaba couna mujer…
—Tal vez creyó que t
irías a buscarlo.Me invadió una olead
de gratitud hacia ese hombtan maravilloso, sensible honesto. Ni siquiera intentsacarme de la cabeza la idede que Chase me había sid
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infiel. A su manera, estabconfirmando mis sospechay dando validez a miemociones. En es
momento, lo quise más de que jamás creí posible. —Gracias —le dije. —¿Por qué? —Por no intenta
hacerme cambiar de opinióbuscar excusas o ponerm
paños calientes diciéndomque son imaginaciones mía —Vivir engañado no e
bueno.El nudo que tenía en e
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estómago se aflojó un pocde modo que le di otrmordisco a la empanadilla rellené las tazas de café. L
hablé de la hipoteca, deseguro de vida y de que mquedaban once meses diecinueve días antes de qume pusieran de patitas en
calle para vivir en una cajde cartón.
Me escuchó sininterrumpirme y sólmasculló algo cuando saliórelucir el nombre de MarviBeckstrom, algo que s
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parecía sospechosamente «cerdo asqueroso». Cuandterminé de hablar inspirhondo, Boone me sonrió.
—¿Qué pasa? —Nada. Estabapensando que seguramenttodo el mundo tenga unopinión acerca de lo qu
deberías hacer. —¡Has dado en el clavo
Tansie Orr me sugirió quabriera un Bed & Breakfaal estilo inglés.
Me miró conincredulidad antes d
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esbozar una sonrisdeslumbrante.
—Esa mujer está parque la encierren en e
manicomio de Whitfield. —El de Tupelo está mácerca —dije—. Pero tendríaque haberle visto la caraCreía que había tenido un
revelación, como si acabarde descubrir un nuev
principio de la físiccuántica o hubierdemostrado la teoría de lrelatividad de Einstein.
—Qué inocente es, po
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Dios.El comentario no
arrancó una carcajada. En Sur puedes decir cualquie
cosa de cualquier persona no se considera uncomentario malintencionadsiempre y cuando acabecon esa frase.
—Así que… —dije a lpostre— ¿tienes algun
brillante idea para evitar qutu vieja amiga acabe en uasilo para pobres?
—A decir verdad, tenguna sugerencia.
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—Cariño, no te cortesSuéltalo.
Boone bebió un sorbo dcafé y se acomodó en l
silla. —Sácales partido a tuhabilidades.
—¿Y eso qué quierdecir? —quise saber—. ¿E
que no me has escuchadoo tengo ninguna habilida
especial. No tengo unlicenciatura, soy demasiadvieja para un trabajo físicy…
—Sácales partido a tu
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habilidades —repitió. Cogiotra empanadilla, me saludcon ella y le dio un mordisc
. Mmmm. Buenísima
Dell Haley, eres sin lugar dudas la mejor cocinera este del Misisipi y de todo Sur.
Y, tal como Boone sabí
que pasaría, por fin lentendí.
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Capítulo 6
En el extremo oeste depueblo, justo al lado de lplaza, había un local frenal cual había pasad
millones de veces sin reparen él. Llevaba muchísimoaños cerrado y tenía loescaparates cubiertos poperiódicos del año de l
polca. A su izquierda, estabel aparcamiento del Sav-M
Dollar Store, y a su derechse alzaba la Ferretería dRunyan.
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Cuando vi que Boonsacaba la llave y me invitaba pasar al interior como me estuviera ofreciendo
Taj Mahal, llegué a lconclusión de que mi amighabía perdido la cabeza e iba acabar compartiendhabitación con Tansie Orr e
Whitfield.El lugar carecía d
suministro eléctrico, pero través de los escaparatecubiertos por los periódicoentraba luz suficiente compara comprobar que e
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interior estaba hecho udesastre. Olía a humedad, normal después de habeestado cerrado tanto tiemp
y todo estaba cubierto pouna capa amarillenta. Mnariz me dijo que era unmezcla de grasa y nicotinAdemás de ese olor, capté
de los ratones. Vi que algcorría a esconderse debaj
de un tablón. Aquello era infierno y yo acababa dmorir, estaba segura.
Boone, en cambioparecía estar en la gloria.
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—¡Mira qué sitio! —exclamó.
—Ya lo veo, ya.Al parecer, mi tono d
voz le dejó claro que nestaba impresionada eabsoluto. Se acercó a mí me pasó un brazo por lohombros.
—No mires con los ojome dijo—. Mira con e
corazón. Mira con limaginación. Mira con ealma.
La verdad, en ciertaocasiones Boone se ganaba
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pulso su reputación de gaySin embargo, le seguí lcorriente.
A lo largo de la pare
situada frente a la puertahabía un mostrador delantdel cual se alineaban unocuantos taburetes coasientos giratorios. La
paredes laterales contabacon hileras de mesas
asientos de respaldo altoaunque la tapicería dplástico se había roto emuchos de ellos y se veía relleno. En el centro de
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local, se agrupaban unacuantas mesas cuadradas dfórmica, típicas de locincuenta.
Supongo que no se mdaba muy bien eso de «mircon el corazón», tal como lllamaba Boone. Mis ojos sempeñaban en llevar la vo
cantante. —Mira hacia arriba —
me dijo él—. ¿Qué ves? —Un techo que está punto de caérseme encima.
—Es estaño, Dell. Debueno. —Se acercó a
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mostrador y lo acarició coambas manos—. Esto emármol. Es el mismmostrador tras el cua
despachaban los refrescocuando este sitio era lantigua botica. Y miresto…
Me arrastró hasta un
puerta de vaivén a través dla cual se accedía a un
cocina equipada con ochfogones, dos hornos y unparrilla gigantesca.
—Mira, hay una cámarfrigorífica y una never
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enorme. Vale, hay qucambiarla, pero fíjate en lgrande que es la despensEste sitio es perfecto.
—Es viejo —señalé y. Está asqueroso. —Es vintage —me
corrigió él, decidido a no dsu brazo a torcer.
—De acuerdo —claudiqué—. Reconozco s
potencial, pero sabes que npuedo permitirme comprary…
—Eso es lo mejor —minterrumpió—. No tiene
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que comprarlo. Puedealquilarlo… por muy pocdinero. He hablado coMarvin Beckstrom y…
—Un momento. ¿Mestás diciendo que este loces del Banco de Ahorros Créditos de Chulahatchie?
—Bueno, sí, pero…
—Ni hablar. Ni muertharía negocios con Gallin
Ratontón. Cree que sotonta. Deberías haber vistla sonrisilla que pusmientras me decía…
Boone se acercó y m
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abrazó. Ese pequeño gestde cariño me conmovitanto que me eché a llorar.
—Pues demuéstrale qu
no lo eres —susurró—Demuéstrales a MarviBeckstrom y a este pueblde paletos ignorantes quvales mucho más de lo qu
se creen.
Esa noche fui a casa dToni y se lo conté todmientras picoteaba de unempanada de pollo. Le hab
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de mi situación económicde la brillante idea dBoone, del viejo restaurany de lo dejado que estaba,
de lo mucho que masustaba el futuro. —Es una idea genial —
me dijo cuando se lo contodo—. Es tan genial que m
encantaría que se me hubieocurrido a mí.
—Podría perderlo todoHasta la funda de oro de lmuela.
—Sí, pero piensa en laposibilidades —me aconsej
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Toni con una expresiónostálgica y soñadora en cara—. ¿Recuerdas cuandéramos pequeñas y ese siti
servía comidas? —Recuerdo que locerraron porque incumplílas normativas sanitarias —contesté—. Además, ¿qu
clientela podría tener cuanden el pueblo está e
restaurante de Barney, eMcDonald’s en el área ddescanso de la autopista y mexicano?
—Pues yo creo que tod
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el mundo. Barney sólo sirvcenas. El mexicano es unido de cucarachas —mrecordó Toni—. Además
eso da igual. Lo importanes que esto es perfecto parti. ¿Qué es lo que más tgusta hacer en la vidaCocinar. ¿Qué es lo qu
mejor se te da? Cocinar. ¿Ste ocurre algún modo mejo
de ganarte la vida? —Pues no, pero… —¡Dell Haley, a vece
eres tan cabezona que mpones de los nervios! —
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perfectamente desarrolladoparezcas una mujer, el restestá sin hacer. Tu mente, tcorazón y el sentido comú
brillan por su ausencia. ¡PoDios! Una mujer no sconoce bien hasta que llega los treinta o a los treinta cinco. En algunos casos,
los cuarenta. —Estoy segura de qu
quieres llegar a algún siti¿verdad? —Lo que quiero qu
entiendas es que has vividla vida de Chase, no la tuy
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Él tomaba todas ladecisiones, o si las tomabatú, lo hacías basándote esus necesidades y en su
gustos. Ahora que ya nestá, te toca a ti. ¡Dell, por amor de Dios, tírate a lpiscina! Por una vez en tvida, arriésgate y comprueb
hasta dónde eres capaz dllegar.
—Boone me ha dicho lmismo, casi palabra popalabra.
—Boone es un tío listoListísimo. —Esbozó un
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llevaban más de diez añosin hablarse; sin embargoallí estaban, rascándose lcabeza mientras hacía
apuestas unos con otros paver qué altura alcanzaría crecida y bromeaban comsi fueran miembros de lmisma congregació
religiosa que se hubierareunido después de una larg
separación. Nada unía tanta la gente como una buencatástrofe.
Claro que, en nuestrcaso, no hacía falta ni med
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eran más bien un estorbo.Tansie Orr tenía qu
decir lo que opinaba, npodía ser de otra manera.
—Dell, te lo digo dverdad, deberías habepensado en lo del Bed &Breakfast, no en esto.
—¡Anda ya! —exclam
DiDi Sturgis—. Deberíavenirte a trabajar conmigo
Poniendo uñas de porcelanganarías una pasta.Ojalá hubiera podid
soltarle una fresca, porque que quería decirle era qu
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ninguna mujer con dodedos de frente que vivieren el pueblo pagaría poponerse unas uñas d
porcelana. Salvo Tansie. Ycomo la tenía delante, tuvque morderme la lengua.
Marvin Beckstrom sacercó sin hacer caso de l
mirada ponzoñosa que llanzó Tansie.
—Es una mala ideaDell. Podrías perderlo todoComo si no lo supiera…
Pero ni muerta iba a darle satisfacción de reconocerl
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trabajo. —Ahí está —dije—. Y
hablando de… ¿por qué nvuelves al tuyo y me deja
que yo siga trabajando?Se alejó hacia la plazcon paso tranquilo y lamanos en los bolsillosmientras agitaba las llaves
silbaba. Cualquiera que lobservara vería un
personajillo alegre, sin unsola preocupación en emundo. Yo veía un agujernegro de desesperación quse alimentaba de mi vida
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Capítulo 7
Mi madre siempre decía quse podía distinguir a loamigos de los enemigos couna sola frase. Los amigo
nunca te soltaban un «Te ldije».Boone se tomó un
semana de vacaciones parayudarme a acondicionar
local. Toni se presentó todolos días después de clas
Cuesco se pasó por allí cosu cinturón de herramientay una escalera. Inclus
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Tansie y DiDi echaron unmano.
Yo estaba en la cocincon la vista clavada en es
desastre sin hacer nada polimpiarlo cuando escuché discusión.
—¡Boone, no! —gritToni—. ¡Ni hablar!
Contenta porque tenía umotivo para abandonar l
zona catastrófica, salí acomedor. —¿Qué pasa? —Boone quiere pinta
con estos dos colores, ¿te l
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puedes creer? —Toni teníen la mano un muestrario dpinturas—. «MoradAtardecer» y «Dulc
Rendición». ¡Por el amor dDios! —¿Has estado algun
vez en un restaurante daltos vuelos? —le pregunt
Boone—. Son unos coloremaravillosos. Relajan
atraen a la vez. Muyvanguardistas. —¡Vanguardistas, y un
cuerno! —replicó Toni—¡Por Dios, Boone! ¿Es qu
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quieres ganar el premio amayor topicazo? Creía quhabías aprendido la lecciócuando pintaste tu casa d
morado. —Deja que los vea —lpedí. Toni me dio emuestrario—. ¿Cómo sllama éste?
Boone entrecerró loojos y frunció la nariz.
—¿«Batido deChocolate»? No, Delecesitas algo má
llamativo, más alegre. Estes tan… tan… beige…
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Toni lo fulminó con lmirada.
—El beige es bonito. Eun color neutro, pero no e
blanco. E irá genial con suelo de madera y con loasientosburdeos .
—¿Por qué tienen quser burdeos los asientos? —
preguntó Boone—Podríamos tapizarlos de pi
sintética en un ciruelintenso…Cerré los ojos e inspir
hondo. —Boone —dije cuand
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me calmé lo suficiente parhablar—, me encanta testilo decorativo, pero ntenemos dinero para pie
sintética de color ciruelArreglaremos los asientoque estén mal y lodejaremos del mismo coloAdemás, me gusta e
«Batido de Chocolate». Mrecuerda a los que bebía d
pequeña. —Dime que no bebíabatidos de botella —dijBoone—. Están asquerosos
Le sonreí a Toni y l
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guiñé un ojo. —Están buenísimos. Y
están todavía mejor con unmedialuna de chocolate
Deberías probarlo.Boone se estremeció. —No hay cultura en est
pueblo. Ninguna. —Por eso estás tú aqu
comentó Toni—. Parconvertirnos a todos en u
poquito más… ¿Cómo hadicho antes? Ah, sívanguardistas.
Pero Boone no le prestatención. Me quitó de la
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manos el muestrario dcolores y salió en busca dcuatro latas de un manidbeige.
Cuesco observó ldiscusión entre Boone Toni con una sonrisilla e
los labios, pero no intervinSe limitó a subirse a l
escalera para llegar al techy empezar a recolocar laplacas. Yo volví a la cocinpero seguía sin tener clarpor dónde empezar
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limpiar. La tarea me parecabrumadora. Toda elladesde la cantidad de trabajmanual necesario par
restaurar el local, pasandpor los incontables detalleque tenía que solucionar ysobre todo, el dinero que ibescapándose de mi cuent
corriente como la sangre qubrotaba de una herid
abierta.¡Por Dios! Estabaconvencida de haber perdidtodos los tornillos…
Seguía allí plantada
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quieta como una estatua hecha un manojo de nerviocuando Tansie Orr abrió lpuerta de vaivén que daba
la cocina y me golpeó en trasero. Detrás de ella llegDiDi Sturgis, con unocuantos cubos y fregonas, como cincuenta litros d
amoníaco. —Quítate de en medio
Dell —dijo Tansie—. Amenos que quieras acabarascada y filtrada por lcañería.
Me quité de en medio
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Las dos se pusieron manosla obra adecentando lcocina mientras yo limpiabla despensa y forraba d
nuevo los estantes. En upar de ocasiones escuché Tansie soltar un taco entrdientes por perder dos uñaen nombre de la causa, per
a pesar de todo no se quejni una sola vez.
Nos costó una semanentera y mucho trabajo sucadecentar el local, percuando empezamos encerar el suelo y a monta
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los asientos de los tabureteempecé a comprender lo quhabía querido decir Booncon eso de «mirarlo con
corazón». Me juré que jamávolvería a dudar de él.Aun así, me pasaba e
día preocupada por edinero. Cuando por fi
terminamos el trabajo, mcostó veinte mil dólare
sustituir el frigorífico, paglos permisos y lainspecciones y aprovisionala cocina. Cada vez quextendía un cheque, el nud
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de mi estómago se ibhaciendo más grande y mpreguntaba si no estarícavando mi propia tumba.
Fueron los pequeñodetalles los que más msorprendieron: el precio dketchup , de las servilletas dpapel y de los saleros y lo
pimenteros. Tuvimos qucontratar a un exterminado
para que fumigara el locaTenía la sensación, y eralgo casi literal, de questaba tirando el dinero pola alcantarilla. Pero tenía qu
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hacerse. Ya me habícomprometido.
Era la misma sensacióque tenía de pequeña cuand
íbamos al río a deslizamosobre el barro. Siempre qucaía una buena tormenta dverano, buscábamos la orilmás escarpada y embarrad
y nos deslizábamos a todvelocidad por ella hasta
agua. Siempre tenía miedoMe daba miedo la altura, mdaba miedo la velocidad me daban miedo las aguaturbulentas que se acercaba
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a mí con rapidez. Pero alarriba ni se me pasaba por cabeza rajarme porque todamis amigas me estaba
aleando para que lo hicierY una vez que empezaba descenso, era imposiblparar. El único remedio erencarar el peligro, plantar
cara al miedo y llegar hastel final.
Lo bueno era que si tdeslizabas por el barro nhabía posibilidad de acabaen la indigencia…
Mi infancia había estad
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Desde muy pequeña, cocuatro o cinco años, tuve impresión de que el asilpara pobres era una espec
de mazmorra dondencerraban a las familiacon niños y todo. Familiaencadenadas a la paremientras el agua calaba po
la piedra sobre nuestracabezas y las rata
correteaban a nuestralrededor a la espera de qunos durmiéramos parhincarnos el diente.
Más tarde, en la clase d
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Historia, me enteré de lexistencia de la cárcel pardeudores y de que erealidad hubo asilos par
pobres en los que la genttenía que pagar sus pecadoeconómicos, y eso me puslos pelos como escarpiaDaba lo mismo que Estado
Unidos hubiera acabado cola cárcel de deudores en e
sigloXIX
, la idea todavía masustaba muchísimo, aunquno entendía cómo se pagabuna deuda encerrado en uncelda…
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No creo que mi madrquisiera asustarme tanto colas amenazas sobre el asilpara pobres, sólo era un
manera de hablar. Pero ellhabía crecido durante lGran Depresión yseguramente había visto lacolas para conseguir u
plato de comida o habíescuchado a mi abuel
hablar de las colas dparados y de las cartillas dracionamiento. Estar tacerca de la indigencia tienque dejarte marcado.
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Ya en mi vida de adultadespués de perder el miedal asilo para pobresutilizaba la expresión de ve
en cuando, pero su amenazno era tan tremenda compara evitar que invirtierhasta el último penique en desquiciado plan de Boon
Claro que el miedo habíregresado con fuerza a m
pesadillas, plagadas dimágenes de agujeroinmundos, ventanas tapiaday ratas que me helaban lsangre en las venas.
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Lo había hecho, habíapostado todo lo que tenaunque la posibilidad dhacer funcionar la cafeter
era casi nula. Casi podíescuchar la voz de mi madral oído:
—Niña, vas de cabeza un asilo para pobres.
Por fin estuvo todo listoHabíamos pasado linspección pertinente estábamos preparados parabrir, y por algún milagr
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momento, esperaba quMarvin Beckstromapareciera por la puerta ecualquier momento par
decirme que estabarruinada. Sabía que éspodía ser el peor error quhabía cometido en micincuenta años, y eso qu
había cometido unocuantos.
El día de la granapertura, todos los quhabían echado una mano spresentaron para ver la gratransformación. Boone
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Cuesco aparecieron con doenormes escaleras parcolgar un letrero pintado mano que rezaba:
HEARTBREAK
CAFÉUn buen plato decomida sureña
Boone se bajó de l
escalera, adoptó una pose lo Elvis, con una mano en aire, empezó a mover lacaderas y se puso a cantauna versión personalizada d
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Heartbreak Hotel:
Desde que michica me dejó, heencontrado otro sitio para comer.
Está enChulahatchie,Misisipi, en WestMain Street.
Ay, nena, me
muero de hambre.Me muero dehambre, nena.
Sí, me muero dehambre.
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Todo el mundo se echó reír y aplaudió. En mi casohaciendo honor al nombrde mi cafetería, era ciert
que tenía el corazóndestrozado y que necesitabun lugar en el querefugiarme, como cantabElvis en la canción origina
Y tal vez fuera el nombrmás adecuado, dadas la
circunstancias. El pánico sapoderaba de mí cada veque pensaba en lo que estabhaciendo, cada vez que vemi menguante cuent
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daba a la ferretería y lpared en la que se alineabalas mesas, con vistas aaparcamiento del Sav-Mor.
Supongo que para eestándar de Birmingham Atlanta, la cafetería seríalgo así como un cerdo colos morros pintados, per
aunque fuera cierto, yestaba más contenta qu
dicho cerdo en una charcPara mí era absolutamentmaravillosa.
Y era mía.Bueno, mía y del Banc
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—No tengo carta —respondí—. Serviré lo qume apetezca cocinar segúel día. O lo tomas o lo dejas
—Si todo está como ltarta —dijo Cuesco Unge, cuenta conmigo.
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pelos mientras intentcumplimentar el formularde la declaración.
Yo no esperé hasta e
inicio del nuevo año. Chasmurió el 3 de abril, más menos un mes y medio antede nuestro trigésimo primeaniversario de boda. E
Heartbreak Café iba inaugurarse en junio
Cuando acabamos con lareformas, tenía dos cosamuy claras: la primerasobrevivir; la segundaseguir a flote
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económicamente hablandpara finales de año.
Mi madre me habrídicho sin duda que pedí
muy poca cosa; pero, dadalas circunstancias, supusque mi mejor opción parseguir adelante pasaba popedir poco.
Siempre he sido mumadrugadora. Me levantab
al amanecer, le preparaba desayuno a Chase, lobservaba marcharse atrabajo y, si el tiempo lpermitía, me sentaba en e
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porche trasero y mquebraba la cabeza con locrucigramas mientras mtomaba la segunda taza d
café. No tenía por qué ir coprisas. Podía hacer las cosaa mi ritmo, a mi maneraSiempre y cuando la casestuviera limpia y la comid
lista para ponerla en la mesnadie metía las narices e
cómo pasaba el día.El Heartbreak Cafcambió todo eso de la nocha la mañana.
El primer día llegu
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antes de que amanecierQuería hacer las cosas cotiempo, ya que había quencender la parrilla, hace
las galletas, preparar la masde las tortitas y la sémola dmaíz. Supuse que tendrímuchos tiempos muertos lo largo de la mañana y qu
podría aprovecharlos parhacer el pan de maíz, coce
la verdura, preparar unempanada de carne y freír pollo.
A decir verdad, dudabmucho que apareciera algú
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cliente. Pero tenía quprepararlo todo por si acaso
Sin embargo, ésa no ermi cocina y tardé más de l
que pensaba en hacer lacosas. Antes de darmcuenta, había amanecidoEran casi las seis y media, no me había acordado d
poner la cafetera ni describir el menú en la pizar
del escaparate.De ahí que estuviera despaldas a la puerta, subiden una escalera, cuandentraron los primero
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clientes.Al escuchar la
campanilla de la entradestuve a punto de caerme d
la escalera. Vi entrar Cuesco Unger y a BoonAtkins, acompañados por unumeroso grupo de obreroa juzgar por los vaqueros
las botas de trabajo, que nhabía visto en la vida.
Me las apañé como pudpara hacer el café, anotar lopedidos y servir beiconhuevos, salchichas, tortitas galletas. Cuesco Unge
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estaba sentado con los codoapoyados en la mesa y mmiraba con expresiósatisfecha.
Me acerqué pararellenarle la taza de café. —¿Tienes algo que ve
con esto, Cuesco? —lpregunté.
Él sonrió de oreja oreja.
—Estos chicos —dijmientras señalaba hacia unde las mesas— trabajaconmigo en Tenn-TomPlastics.
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—Sí, me ha parecidreconocer a algunos. Pero ¿los demás? ¿Cómo se haenterado?
—Tengo un primo eAmory que es camioneroHa comentado por radio quen Chulahatchie tenemos mejor cocina del estado. —
Señaló a través deescaparate hacia e
aparcamiento, donde habvarios camiones—. ¿Vas darme un porcentaje de lobeneficios?
—¿Vas a ayudarme en l
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cocina?A eso de las ocho meno
cuarto, los camioneroacabaron de desayunar
volvieron a la carreteradejando tras de sí unabuenas propinas y lpromesa de recomendar lcafetería a otros
compañeros. Cuesco y sucolegas se fueron al trabaj
Sólo quedó Boone, sentaden la parte de atrás. Estableyendo mientras tomabcafé.
—¿Te lleno la taza?
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Lo vi levantar la cabeza —Sí, por favor. Y s
tienes tiempo, un poco dcompañía me vendría bien.
Cogí una taza para mllené ambas y me sentfrente a él. Tenía laimpresión de haber estadtrabajando doce hora
seguidas. Por dentro estabcomo un flan, como cuand
me paso con las medicinapara el resfriado o con lcafeína. Y eso que nsiquiera me había tomado primera taza de café.
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—¿Estás bien? —mpreguntó Boone.
—Eso creo. Aunque nlo tengo muy claro. M
siento un poco… —¿Abrumada? —Sí, es una buen
descripción. Pero «ahogadasería más preciso. —Bebí u
sorbo de café y noté que mrelajaba un poco—. Cuand
llegué esta mañana, masustaba mucho la idea dque no entrara nadie. Yahora…
—Ahora no estás segur
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de que quieras que vengmás gente, ¿no?
—Es que… no sé. Es…demasiado. Cocinar, servi
rellenar las tazas de caféAsegurarse de que todo mundo está contento, de qutodos están bien servidoRecordar detalles como el d
ese chico que quería doblración de mantequilla o e
otro que me pidió eTabasco. Y todos quierehablar conmigo.
Boone le echó un vistazal reloj, cerró el libro y s
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levantó. —Acostúmbrate —m
soltó al tiempo que me dabun beso en la mejilla—
Algo me dice que vas convertirte en la mujer máfamosa del pueblo.
No sé si era la máfamosa, pero sí estab
segura de ser la más firmcandidata al premio de lMás Agotada.
Un día y otro día y otrmás… todos eran iguale
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empanadas de carne. Teníque lavar la verdura, hornelos pasteles, preparar loestofados y asegurarme d
que había suficiente comiden el frigorífico para lmañana siguiente.
Porque no tenía tiempde hacerlo mientra
preparaba las tortitas y batlos huevos por las mañana
i siquiera tenía tiempo parmear. Nunca llegaba a cas
antes de las cinco o las seiy la mitad de los días tení
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que hacer un par de tartaCasi todas las noches mquedaba frita en el sillón dChase mucho antes de qu
empezara La ruleta de laortuna . Me despertabacuando estaban anunciandlas maravillas de un robot dlimpieza que recorría la cas
por su cuenta o unpegamento tan fuerte que e
capaz de pegar la cabina dun tráiler al remolqueDespués de apagar etelevisor, me iba a rastras adormitorio y tres horas má
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mismo que veía Toni. Mvida era como la luna de ucoche que había sufrido impacto de una piedra. La
grietas se extendían poco poco hasta que al final todera una especie de telarañatravés de la cual erimposible ver. Me limitaba
esperar que el cristal acabahaciéndose añicos y cayer
sobre mí. —No puedo descansale dije—. Ahora mism
apenas cubro gastos.Toni frunció el ceño.
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—¡Pero si tienes muchoclientes! La cafetería estllena todos los días.
—Sí, pero es como
intentar achicar el agua duna barca con un cubo llende agujeros. Conforme lllenas, el agua se sale.
—¿Te refieres al diner
o a tu energía? —mpreguntó ella.
Sentí un nudo en lgarganta y tragué saliva paintentar deshacerlo.
—A las dos cosas —contesté—. Me paso el d
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agotada y el dinero se mescapa de entre los dedoCubro gastos por los pelos.
Toni me miró con lo
ojos entrecerrados. —Dell, lo que necesitaes un poco de ayuda.
Vale que sea mayorpero no tengo un pelo d
tonta. —¿Te crees que no m
he dado cuenta? ¿De dóndvoy a sacar el dinero parcontratar a alguien?
Toni no tenía respuestpara mi pregunta, así que s
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fue con el rabo entre lapiernas. Debería habermsentido mal por desahogami mal humor con mi mejo
amiga; pero, sinceramentestaba tan cansada que mimportaba un pimiento.
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Capítulo 9
El lunes siguiente al fin dsemana del 4 de julio, fui la cafetería antes deamanecer, como d
costumbre. Aunque sóleran las cinco de la mañantenía la misma sensacióque al meterme en unsauna: hacía calor y habí
tanta humedad que el aguse te metía en los pulmone
hasta que te daba lsensación de que tenías ubloque de hormigón sobre
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pecho.Boone siempre decía qu
la humedad mataba laneuronas, razón por la qu
en el Sur la gente era málenta de movimientos, dentendederas y de hablarazón por la que, en supropias palabras, solía se
reaccionaria. No tengo muclaro ese punto, pero sí s
que el Misisipi en julio hacque me den ganas de volva casa, poner el airacondicionado a tope echarme una siesta.
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Por desgracia, una siestno estaba en mi agenda ddía. Me pasaría la mañana la tarde delante de la cocin
en una diminuta cafeterídonde el aire acondicionadsólo funcionaba en ecomedor, para que loclientes estuvieran a gustit
y a la cocinera que ldieran… Esperaba que a
gente le gustase la verdursalada, porque en la cazueiba a ir algo más que jamón
El equipo de aireacondicionado era de lo
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buenos. Regulé etermostato, puse la sémolde maíz a fuego lento preparé la masa de la
galletas. Estaba sacando dfrigorífico la comida que yhabía preparado para ealmuerzo (macarronecaseros con queso par
acompañar el jamón)cuando escuché un ruid
que, incluso en mitad de lola de calor, me puso evello de punta.
Pasos. Un golpe, como alguien hubiera tirado u
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ladrillo. Y después agucorriendo por las cañerías.
Encima de la cafeteríhabía un pequeño
apartamento que llevabaños deshabitado. Se accedpor unas destartaladaescaleras de madera situadadetrás del contenedor d
basura. El apartamentconstaba de una sol
habitación con un diminutcuarto de baño y unminicocina americana en urincón. Sólo había subiduna vez, cuando alquilé e
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edificio. A MarvinBeckstrom le encantenseñarme el lugar mientrame sugería, a la vista de m
precaria situacióneconómica, que podríconsiderar la idea de vendemi casa y mudarme allí dforma permanente. El lug
era un cuchitril no apto paque ninguna persona vivie
en él.Escuché otro golpe, todun milagro, porque ndebería haber sido capaz descuchar nada por encima d
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los atronadores latidos de mcorazón y el zumbido de moídos. Cogí una sartén dhierro (la que usaba para
pan de maíz), salí por lpuerta trasera y miré haciarriba.
Parecía que había luz eel apartamento, aunqu
seguramente fuera un reflejdel letrero luminoso de
Sav-Mor. Empecé a subir laescaleras, con la sartén en mano, pero a medio caminme detuve y me aferré a lbarandilla.
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¿Qué leches estabhaciendo? Todo estaba oscuras, era prácticamentde noche. Podría habe
cualquiera allí arriba, desdun preso fugado a un asesinen serie o a un drogadicto
o acababa de ver que uasesino se escondier
encima del Heartbreak Cafpero incluso en Chulahatch
veíamos la tele. Sabíamoque existían personas así.Lo que tenía que hace
era bajar de nuevo, cerracon llave y llamar al sherif
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Lo que hice fue seguisubiendo, paso a paso, hasque llegué al descansillo dlo alto de las escaleras.
La puerta estaba cerradapero no con llave. Levanté pesada sartén sobre mcabeza, preparada paratacar, y abrí la puerta.
Sí que había luz alldentro, una solitari
bombilla colgando del cablCon el rabillo del ojo, vmovimiento y una sombrMe giré y lancé la sarténque salió volando por lo
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aires y se estrelló contra suelo. Un enorme gato grsaltó de la encimera de lcocina americana y se plan
en mitad de la habitaciócon el lomo arqueado, lopelos erizados y un ratón ela boca, colgando del rabo.
El alivio me inundó y s
me aflojaron las rodillas. Mapoyé en la pared para n
caerme. —Me has quitado dieaños de vida —le dije agato.
El gato… o la gata
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porque no podía distinguirlbien desde delante, mrespondió lanzando el ratóal aire y atrapándolo d
nuevo antes de llevárselo un rincón y tumbarse pardesayunar.
Recogí la sartén desuelo antes de hablarle d
nuevo. —Mira, me encanta qu
te encargues de los ratoneaquí arriba y todo eso —ldije—, pero no puedequedarte aquí. Venga¡hopo! —Le di un toquecit
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con el pie. El gato no smovió.
Le volví a dar, perosiguió donde estaba. Y e
ese momento se me ocurrialgo, algo que a mi cerebrse le había pasado por altoEl lugar olía diferente, olíalimpiador con esencia d
limón y a amoníaco. Habíabarrido y fregado el suelo
Había un cubo en lencimera de la cocina con upulverizador dentro y unfregona y un cepillapoyados en la pared má
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alejada. Y entonces me dcuenta de que el sonido dagua se había cortado.
—Los gatos no
encienden las luces —musi. Los gatos no abren logrifos ni usan Don Limpio.
—No, señora, no lhacen.
La voz me llegó desdatrás. Era muy grave. M
giré.Bloqueando el estrechpasillo que daba al cuarto dbaño estaba el hombre mágrande y más negro qu
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había visto en la vida. Teníun torso anchísimo, questaba desnudo, una nariancha y una boca enorme,
unos bíceps del tamaño dmis muslos. Su piel estabhúmeda y brillante, y lagotas de agua que se lhabían quedado en el pel
corto me recordaron a laperlitas que cosí en m
vestido de novia.Parecía estar reciénsalido de la ducha. Posuerte, tenía los pantalonepuestos, aunque ib
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descalzo, y me fijé que habuna camiseta gris colgada eel pomo de la puerta decuarto de baño.
Levanté la sartén intenté pareceramenazadora.
—No te muevas. —Lo que usted diga
señora. —Levantó las manoen señal de rendición, y l
pálida piel de sus palmabrilló con un tono rosado la luz de la solitaribombilla.
El gato, que había
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terminado de desayunar, sacercó al desconocido comenzó a restregarse contsus piernas mientra
ronroneaba. —No voy a hacerle dañdijo él en voz baja.Lo señalé con la sartén. —¿Qué haces aquí?
El hombre se encogió dhombros.
—Me quedo aquí. —¿Cómo que te quedaaquí? ¿Quiere decir questás viviendo aquí¿Encima de mi cafetería?
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—Sí, señora. —¿Cuánto llevas aquí? —Hará una semana
Suelo marcharme antes d
amanecer y volver despuédel anochecer. —¿Y qué eres? ¿U
indigente? ¿Un mendigo¿Un vagabundo?
El hombre sonriófugazmente al escuchar es
palabra. —Soy un… viajero. —Y has viajado hast
Chulahatchie y has acabadsubiendo las escaleras d
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este apartamentoabandonado.
—Eso es, señora, eso es —Y estás usando m
agua y mi electricidad.El desconocido levantuna mano enorme y se rascla cabeza.
—Una bombilla no gast
mucho, señora. Y me lavmuy rápido.
Le eché un buen vistazo¿A quién me recordaba? Lvoz, la cara, su enormtamaño…
Y lo recordé. Al pres
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negro que salía con TomHanks en La milla verde . Elque estaba en el corredor dla muerte.
Acordarme de esa partno me reconfortó en lo mámínimo.
—¿Tienes un nombrele pregunté.
Me sonrió. —Todo el mundo tien
un nombre. El mío eScratch. Y usted es lseñorita Dell, ¿verdad?
—Así es.Me saludó con un gest
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de la cabeza. —Encantado de
conocerla.Eché un vistazo a m
alrededor. —¿Has limpiado estsitio?
—Sí, señora. —¿Por qué?
Me miró como si hubierperdido la cabeza.
—Porque estaba sucio.Ese hombre tenía algque me conmovía. Smirada era directa inteligente, poseía un
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especie de orgullo feroz qupese a las circunstancianunca se doblegaría. Mrecordó a un jefe guerrer
africano. Casi podíimaginármelo con utocado, una lanza y un collhecho con colmillos de león
Se me pasaron por l
cabeza un centenar dpreguntas, pero dos s
impusieron a las demás. —¿De qué has estadviviendo, Scratch? —lpregunté—. ¿Qué has estadcomiendo?
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Se encogió de hombros. —Sobras. —¿Sobras? ¿Quiere
decir que has comido lo qu
yo he tirado? ¿Qué haestado sacando la comiddel contenedor de la basura
—Sobras —repitió écon terquedad—. Es uste
una cocinera estupendaseñorita Dell, si me permi
el atrevimiento.Siempre he creído que suzgar bien a la gente. Lo
últimos descubrimientoacerca de mi marid
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deberían haber demostradlo contrario, pero en esmomento no me lo parecíSólo sabía que aunque es
hombre orgulloso que sllamaba a sí mismo Scratccarecía de techo y dtrabajo, tenía dignidad y elo bastante decente com
para no vivir en lainmundicia.
Chase habría dicho quera un vagabundo o algpeor. Muchísimo peor. Ynunca utilizo esas palabratan feas, odio cuando l
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gente los llama «negros dmierda», pero he crecido eel Sur y las he escuchadmuchas veces a lo largo d
mis cincuenta años de vidLas use o no, se me vinieroa la cabeza cuando pensé ela reacción de Chase.
La gente de otras parte
del país suele creer que losureños somos todos uno
racistas redomados, admito que en un pasado nmuy lejano nos ganamos esreputación a pulso. En mtiempos, vi alguno
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capirotes blancos e inclussabía qué diácono baptista sescondía detrás. Ademáalgunos de los chicos mejo
considerados del puebloamantes de las armas y dlas camionetas grandesparecen sacados de lpelícula Defensa. Si
embargo, la gran mayoríhemos evolucionado l
bastante como para caminerguidos y nos gusta pensaque somos más civilizadode lo que la gente cree.
Aunque no pienso
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mentir. Allí, en mitad deapartamento, con un negrenorme semidesnudo, msentí un pelín asustada. M
asaltó un miedomomentáneo, seguido duna chispa de atracción.
Nos quedamos los doquietos, mirándonos. Y e
ese momento decidlanzarme al vacío. Decid
que me caía bien. Decidconfiar en él.Al menos, no creía qu
me fuera a rebanar epescuezo con un cuchillo d
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pinche o limpiar o…Levanté la mano par
que se callara. —Para el carro. N
puedo permitirme contratarnadie. —No me hace falt
mucho —dijo él—. Sapañármelas por mi cuenta.
No me estabasuplicando, se limitaba
constatar un hecho.Podía escuchar a Chasen mi cabeza: «Dell, te havuelto loca. No conoces este hombre de nada. ¡Por
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cambio del alojamiento y ddos comidas al día…además de todas las sobraque quieras llevarte. Puede
limpiar las mesas, barrer suelo, limpiar la cocina encargarte del lavavajillaTe daré dos semanas dprueba. Si te digo que t
vayas, te vas sin rechista¿Te parece bien?
Scratch asintió con lcabeza. —Sí, señora. Me parec
perfecto. —Si necesitas algo, m
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lo pides. Si te pillo robandllamaré al sheriff y ltendrás detrás antes de qute des la vuelta.
Se agachó para coger agato y lo acunó contra esenorme pecho.
—¿Qué pasa con Ratón ?El gato me miró con
unos enormes ojos verdes. —¿ Ratón ?
—Sí, señora. Cuando lencontré, sólo era ucachorrito, del tamaño de uratón. Y como es gris, enombre le pegaba. No crea
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problemas. —Puede quedarse, per
que no entre en la cafeteríLa normativa sanitaria l
prohíbe. —Sí, señora. —Guardsilencio—. ¿Señorita Dell?
—¿Qué? —¿Va a pegarme con
esa sartén?De repente, me di cuent
de que seguía sosteniendo sartén de hierro como sfuera un arma y de que nme había movido del sitidesde que lo vi.
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Miré la sartén. Lo miré él. Miré más allá de lventanita, donde laprimeras luces del alb
empezaban a filtrarse través de la deshilachadcortina.
—No —contesté—. Voa preparar pan de maíz.
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Capítulo 10
A las seis y media, abrí lpuerta para que entraran locamioneros. Scratch habídesayunado lo primero qu
había pillado y estaba en lcocina con un mandil blanclimpio, cortando el jamón elonchas. Entretanto, ytramaba un plan mientra
preparaba las tortitas servía el café.
El plan tenía suinconvenientes. Ese hombque se hacía llamar Scratc
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imaginaba lo peor de lpeor, recordé de repente algmucho más positivoAquella película antigua d
Sally Field en la quedespués de la repentina violenta muerte de smarido, consigue seguadelante recogiendo algodó
y vendiéndolo. Recordcómo confió en el negro qu
apareció en su casa porquno le quedó más remedique confiar en él. Y, al finala jugada le salió bien. Tavez también a mí me salie
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bien. De momento, la meridea hacía que me sintiermejor conmigo misma qula otra opción, que no er
otra que la de llamar asheriff y echarlo a la calle.Así que mi plan era e
siguiente: en algún lugar dlo que siempre habíamo
llamado «el dormitorio dinvitados» había un colchó
con su somier qullevábamos unos quincaños sin usar. Seguramenttambién pudiera encontrauna mesa y una lámpara,
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quizás una cómodaAdemás, aunque Scratch emás ancho de hombros más estrecho de cintura qu
Chase, tal vez le sirviera lropa de mi marido. No entendía por qu
estaba decidida a darle dcomer, a darle cobijo y
darle ropa a un desconocidque se había colado en e
piso de arriba de mrestaurante de forma ilegaPero me parecía lo correctY al hacerlo me sentía bieconmigo misma.
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Hasta que aparecióMarvin Beckstrom en eHeartbreak Café esmañana.
La cafetería estaba hastarriba de gente y sólquedaba una mesa vacía eel centro. Toni estabsentada con Boone Atkin
mirando un libro dilustraciones infantiles co
unos monstruos mugraciosos.Toni era maestra y
enseñaba en la EscuelPrimaria de Chulahatchi
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así que tenía el verano librAntes solíamos aprovechalos veranos para irnos daventura, como conduc
hasta Aberdeen, Okolona Pontotoc para comprar elos rastrillos o cargar ecoche con verduras frescaque vendían los hortelano
en sus propias furgonetas elos arcenes de la carreter
Sin embargo, ese veranestaba agotada por culpa dHeartbreak Café y apenaveía a mi amiga a menos quse pasara por la cafetería
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que quedáramos algún quotro domingo por la tarde.
La echaba de menos, sabía que el sentimiento er
mutuo. Pero no se quejabToni entendía que yo estabhaciendo lo que debía haceBoone y ella habían trabaduna buena amistad
Seguramente después de discusión sobre el color de
pintura del local. Fuercomo fuese, era muy normverlos juntos.
También echaba demenos a Boone. Desde el d
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de la apertura de la cafeteríno habíamos tenidoportunidad de almorzauntos como solíamos hace
uestras conversacioneconsistían en un par dfrases apresuradas mientrayo servía platos y limpiabmesas. A veces, tenía l
impresión de que eHeartbreak Café se habí
adueñado de mí y no acontrario.Sin embargo, ambo
seguían siendo mis mejoreamigos y me alegró much
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tenerlos allí cuando vi entra Marvin Beckstrom.
Llevaba unos cuantomeses evitando a Bicho y
hasta ese momento lo habconseguido, pese a mifrecuentes visitas al bancoEn un par de ocasiones, lhabía pillado miránd