1 “The Year the World Caught Fire”. Fire Regime and Agrarian Structure in Costa Rica “El año cuando el mundo se incendió”. Régimen de incendios y estructura agraria en Costa Rica Wilson Picado Umaña Carlos Cruz Cháves Simposio “Historia y Sustentabilidad. Lecturas desde la Historia Agraria y Ambiental ”, Escuela de Historia y Maestría en Historia Aplicada, Universidad Nacional, Heredia, Costa Rica. Agosto de 2013. Doctor en Historia, Universidad de Santiago de Compostela, España. Profesor e investigador de la Escuela de Historia y la Maestría en Historia Aplicada de la Universidad Nacional, Costa Rica. Egresado de la Maestría en Historia Aplicada de la Universidad Nacional. Investigador de la Sede Regional Chorotega, de la Universidad Nacional, Costa Rica.
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El año cuando el mundo se incendió. Régimen de incendios y estructura agraria en Costa Rica
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“The Year the World Caught Fire”. Fire Regime and Agrarian Structure in Costa
Rica
“El año cuando el mundo se incendió”. Régimen de incendios y estructura agraria en
Costa Rica
Wilson Picado Umaña
Carlos Cruz Cháves
Simposio “Historia y Sustentabilidad. Lecturas desde la Historia Agraria y Ambiental”,
Escuela de Historia y Maestría en Historia Aplicada, Universidad Nacional, Heredia, Costa
Rica. Agosto de 2013.
Doctor en Historia, Universidad de Santiago de Compostela, España. Profesor e investigador de la Escuela de Historia y la Maestría en Historia Aplicada de la Universidad Nacional, Costa Rica. Egresado de la Maestría en Historia Aplicada de la Universidad Nacional. Investigador de la Sede Regional Chorotega, de la Universidad Nacional, Costa Rica.
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Palabras clave:
Fuego / Incendios forestales / Estructura Agraria / Historia Ambiental / Costa Rica
Resumen
Este artículo realiza un balance de la evolución de los incendios forestales en Costa Rica
durante las últimas décadas. Su objetivo es relacionar el desarrollo de los incendios
forestales con los cambios ocurridos en la estructura agraria del país en los últimos años.
Para ello aprovecha el marco teórico de la Ecología del Fuego para identificar los procesos
sociales e históricos que afectan la conformación del régimen de incendios. El estudio se
fundamenta en la revisión de fuentes primarias y secundarias, así como de mapas y
estadísticas públicas.
Key Words:
Fire / Forest Fire / Agrarian Structure / Environmental History / Costa Rica
Abstract
This article analyzes the evolution of forest fires in Costa Rica over the past decades. Its
aim is to relate the development of forest fires with the changes in the agrarian structure of
the country in recent years. This approaches the theoretical framework of the Fire Ecology
to identify the social and historical processes that affect the formation of the fire regime.
The study is based on a review of primary and secondary sources, as well as maps and
public statistics.
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Introducción
1998 fue un año dramático para Costa Rica en lo que se refiere a los incendios
forestales. Se estima que durante ese año ocurrieron más de mil quinientos incendios en
diferentes partes del país, afectando más de 60 mil hectáreas, según datos del Sistema
Nacional de Áreas de Conservación (2006). Poco menos de 10 mil hectáreas del total de las
tierras afectadas eran zonas de bosque, mientras que el restante se situaba en zonas de
agropaisaje. No deja de ser importante señalar que este ha sido uno de los años con la
mayor cantidad de hectáreas afectadas por los incendios en Costa Rica en los últimos 15
años. Como era de esperarse, la prensa le brindó una cobertura amplia al problema. La
República del 28 de marzo daba cuenta de la situación con un título explícito: “¡Arde
Guanacaste¡” (La República, 28 de marzo de 1998: 5A) (Ver Figura 1). A inicios de abril
el periódico La Prensa Libre resaltaba la alarma que existía por la proliferación de
incendios en el país; una alarma que se sustentaba en un número de incendios que había
alcanzado niveles record. El “depredador ardiente”, como literariamente lo llamó un
periodista, estuvo en las salas de redacción de los principales periódicos del país desde
prácticamente el mes de enero de ese año, cuando empezó a contabilizarse en las provincias
de Guanacaste y Puntarenas, mayoritariamente (La Nación, 13 de julio de 1998: 2).
Además de los incendios, los periódicos informaron sobre la incidencia de una
intensa sequía en prácticamente todo el país, que llegó a generar problemas de escasez de
agua, pérdidas de cosecha y, claro está, temperaturas promedio inusuales para la época.
Una noticia de La Nación de abril de ese año informaba acerca de un estudio del Instituto
Meteorológico Nacional, en el que se estimaba el faltante de agua en las distintas regiones
del país. El informe indicaba que, a excepción de la Región Atlántica, el resto de regiones
presentaba déficit como consecuencia de la disminución de las lluvias, siendo el caso de la
Región Chorotega el más notorio, donde el faltante de agua rondaba el 50 por ciento
respecto a un año normal (La Nación, 1998). Otras noticias citaban el efecto negativo de la
sequía sobre la economía del país. “El culpable de todo esto”, indicaba una nota de La
Nación de marzo de ese año, “es el fenómeno de El Niño, cuyas manos traviesas ya se han
extendido por todo el país y están afectando, de una u otra forma, al sector agropecuario”
(La Nación, 2 de marzo de 1998). Lo cierto es que desde febrero de 1998 las noticias se
dedicaron a resaltar las temperaturas inusualmente elevadas para la época. “Calor rompe
récord”, titulaba La Nación una nota del 19 de febrero, en la que se afirmaba que el calor se
había vuelto “inclemente” y que aumentaba “a paso olímpico al punto de romper algunos
récords de temperaturas máximas de febrero, registrados durante los últimos 25 años” (La
Nación, 19 de febrero de 1998: 4A).
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Figura 1. Rocío Estrada, “Arde Guanacaste”, La Nación, 28 de marzo de 1998: 5A.
Figura 2. “Brasil impotente ante el fuego”, La Nación, 22 de marzo de 1998: 19A.
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Otro foco de interés de las noticias fueron los incendios que entonces afectaban
Brasil, México y Centroamérica. El 20 de marzo La Nación informaba sobre un incendio
que “devoraba” el estado amazónico de Roraima, en el límite con Guyana y Venezuela
(Ver Figura 2). Dos días después en el mismo periódico se retomaba el caso, esta vez
precisando que la cobertura del incendio era de unos 40 mil kilómetros cuadrados, con unos
2 mil focos de propagación. En mayo la atención se volcó sobre México, con más de 10 mil
incendios y donde el humo generado por las quemas estaba afectando a las poblaciones,
mientras que simultáneamente el agua escaseaba. Era, según el redactor de la nota, “el peor
drama ecológico de México en los últimos 70 años”, particularmente para la población de
Ciudad de México (La Nación, 21 de mayo de 1998: 21A). Pero la preocupación regional
por los incendios fue especialmente evidente ante lo que estaba sucediendo en el resto de
países centroamericanos. Una nota del 20 de mayo señalaba que Centroamérica se
encontraba sofocada por el humo y la bruma, liberadas por los incendios forestales. En
Guatemala se contabilizaban más de 65 mil hectárea afectadas por el fuego, mientras que el
número de incendios en El Salvador superaba el millar, motivando una declaratoria de
alerta roja por parte de las autoridades. En Nicaragua el gobierno se declaró “indefenso”
para controlar el fuego en el Caribe, el centro y el Pacífico del país. Como consecuencia, la
concentración de humo en el ambiente generó problemas respiratorios en la población y
alteró, además, el tráfico aéreo en los principales aeropuertos de la región, como el Aurora
de Guatemala, el Toncontín de Honduras y el Sandino de Managua (La Nación, 20 de mayo
de 1998: 18A).
Aunque las notas de los periódicos no siempre lo advirtieron, 1998 fue un año
dramático no solamente para Costa Rica y la región centroamericana, sino también para el
planeta entero. Empezando desde 1997, dicho año formó parte de una coyuntura
mundialmente crítica en lo que respecta a los incendios forestales; una coyuntura cuando
“el mundo se incendió”, como lo indicaban los encargados de un informe del Fondo
Mundial para la Naturaleza y la IUCN (Rowell y Moore, 1999). En efecto, algunos cálculos
estimaron que durante ese período se quemaron poco más de 20 millones de hectáreas en
todo el mundo, siendo el Sudeste de Asia la región más afectada. Según los datos del
informe, en el sudeste asiático ardieron entre 8 y 10 millones de hectáreas, de las cuales al
menos la mitad estaban cubiertas por bosques. Las pérdidas económicas se contaron en
unos 10 billones de dólares, mientras que la población afectada por el humo fue de unos 70
millones. En el Amazonas se quemaron unos tres millones de hectáreas, dos millones en
Rusia, cerca de 5 millones en Norteamérica y un cuarto de millón de hectáreas en el sur de
Europa. El fuego predominó en casi todas las biotas del mundo en un año que, vale
recordar, fue uno de los más cálidos en el planeta desde que se tienen registros confiables
de temperaturas.
Propuesta de análisis
Las temporadas de 1997 y 1998, tanto en el mundo como en Costa Rica, marcaron
un punto de referencia en la forma como se comprendía y se gestionaba el fuego, en este
caso, los incendios forestales. En el contexto de una cobertura cada vez más mediática de
los eventos, los expertos de diferentes países llegaron al acuerdo de que estaban ocurriendo
una serie de cambios en los regímenes de incendios en diferentes regiones del planeta, que
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si no eran bien entendidos podían afectar la capacidad de gestión del fuego. Ante todo,
parecía claro entonces que las políticas de supresión de incendios eran ineficaces y que su
aplicación podía tener incluso consecuencias no deseadas sobre la salud de los ecosistemas.
Asimismo, que la dinámica de los eventos ya no era solo de tipo local o regional, sino que
se insertaba en una escala global, asociada a procesos como el calentamiento global y la
influencia de fenómenos como ENOS. El impacto de la coyuntura impulsó, además, a una
organización regional y global de la atención sobre los incendios forestales. En
Centroamérica, apenas un par de meses después de la trágica temporada de 1998, los
gobiernos nacionales acordaron convenios de cooperación y coordinación sobre el tema en
una reunión celebrada en San Pedro de Sula, en junio de ese año. En Costa Rica, si bien los
primeros programas datan de finales de los años setentas y mediados de los ochenta, es a
partir de 1997 cuando se institucionaliza la gestión mediante la creación de la Comisión
Nacional de Incendios, con la participación de integrantes provenientes de instancias
gubernamentales relacionadas con el tema, tales como las Áreas de Conservación, el
Cuerpo de Bomberos, el Ministerio de Agricultura y Ganadería, entre otros.
A pesar de lo anterior, el avance en la organización institucional, así como en la
consolidación de programas de prevención y control de incendios (incluyendo los
programas de voluntariado), no necesariamente han marchado paralelos a la comprensión
por parte de la población de la problemática de los incendios forestales bajo una dinámica
sistémica. El incendio, visto en las portadas de los periódicos y en los titulares de las
noticias, continúa siendo el enemigo por combatir y eliminar. En el marco de una
percepción social generalizada de los parques nacionales y de las áreas protegidas como
“islas de conservación”, los incendios son contemplados como “intrusos” y “accidentes” en
el interior de un ecosistema.
En términos generales, la cobertura de la prensa, ahora y visto varias décadas hacia
atrás (especialmente a partir de 1970), se desarrolla alrededor de cuatro grandes líneas.
Primero, la idea de que los incendios brotan nuevamente cada año, es decir, cierta noción
de que hay una dinámica espontánea detrás de su aparición. Este enfoque anula la
posibilidad de pensar en tendencias o en hallar constantes geográficas, climáticas o sociales
en el comportamiento de los incendios. Por tanto, no contempla la posibilidad de que
persistan dinámicas cíclicas o al menos que denoten una razón de regularidad. Segundo, la
noción de cierta criminalización anónima y sin sanción penal de los causantes de los
incendios. Las noticias por lo general lanzan la culpabilidad sobre la acción de los seres
humanos pero es poco frecuente que se logre determinar las circunstancias en las cuales se
inició y propagó el incendio, más allá de la determinación de las “prácticas descuidadas” de
uso de la quema, del papel de los cazadores o de la acción de algún piromaniaco. Tercero,
en el contexto de esta culpabilización general (y generalizante), impera la idea de que los
incendios deben evitarse y suprimirse por completo. Es decir, aún ante la poca claridad
respecto a las causas y las circunstancias que expliquen el fenómeno, se plantea una política
de gestión radical del fuego. Cuarto, no deja de llamar la atención que un fenómeno con
tales características reciba una atención destacada si se compara con su fenómeno hermano,
claramente entendido, explicado y problematizado: la quema de los cañales para la zafra.
Un problema que, como sabemos con certeza, tiene una ciclicidad definida, unos
responsables debidamente identificados y un repertorio de alternativas técnicas que, en
efecto, podrían hacer evitable la quema de las plantaciones.
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Más allá de contradicciones, conviene preguntarse si el conocimiento histórico
puede decir algo importante que ayude a comprender los incendios forestales desde un
punto de vista que trascienda el análisis coyuntural. Este artículo es un ensayo de historia
inmediata (de un presente “ampliado” hacia atrás), realizado con el objetivo de repensar el
pasado lejano y la larga duración de un fenómeno que ha acompañado a la humanidad
desde sus inicios. En otras palabras, mediante el análisis de la dinámica de los incendios
forestales en Costa Rica a partir de 1998 pretendemos sugerir e invitar a la reflexión acerca
del papel del fuego en el desarrollo de los ecosistemas y de las sociedades en escalas de
tiempo de mayor amplitud. En concreto, nos interesa hablar sobre dos cuestiones. Primero,
acerca de las vías metodológicas que nos permiten abordar al fuego como un elemento más
en el esquema de cambio ecológico y social, como un actor que forma parte de un sistema o
régimen. Segundo, acerca de la pertinencia y utilidad de estas vías para evidenciar la
importancia de la Historia para entender la evolución de este fenómeno en el caso en
particular de Costa Rica.
Entre la Ecología del Fuego y la Historia
Es una norma decir que el fuego ha acompañado el desarrollo de la Humanidad e
incluso del planeta (Pyne, 2001). Se sabe que la aparición de las plantas, unos 450 millones
de años atrás, marcó un punto de ruptura en la disponibilidad de biomasa, es decir,
combustible, que favoreció la expansión del fuego. Incluso se plantea que el fuego tuvo un
papel trascendental en el auge de las plantas con flores, que lograron colarse e instalarse
sobre los suelos mientras las coníferas ardían debido a las elevadas concentraciones de
oxígeno durante el Cretácico (145 y 65 millones de años atrás). Más cercana a la escala
humana, un hecho tan puntual como la desaparición de la megafauna (herbívora) propició
un incremento sustancial de la biomasa que favoreció la extensión y la frecuencia de los
incendios. Se sabe, además, que el uso del fuego por parte de los primeros homínidos tuvo
un impacto fundamental en su evolución, gracias a la mayor disponibilidad de
carbohidratos y proteínas, debido al consumo de la carne. Hasta la esperanza de vida
aumentó al facilitar la cocción de los alimentos y ablandarlos (Pausas, 2012). La roza y
quema, una práctica de artificialización del entorno casi universal, ha sido estudiada de
forma abundante por antropólogos, geógrafos e historiadores (Pyne, 1995).
No obstante lo anterior, aún en los estudios de tipo académico, no es extraño
encontrar enfoques que se acercan a las perspectivas dominantes en la prensa y la sociedad
en general: la noción del fuego como un agente extraño y accidental en el sentido de la
causalidad de su presencia. No ha sido sino recientemente cuando la Ecología del Fuego ha
reivindicado y ha demandado el análisis sistémico del fuego, restándole de primera entrada
el carácter negativo y destructivo que usualmente ha cargado consigo. La Ecología del
Fuego es un campo de estudio que intenta comprender al fuego como un elemento más un
contexto ecológico determinado. En términos generales, esta disciplina se caracteriza por
plantear tres cuestiones. Primero, plantea una crítica a los enfoques tradicionales que
sugieren que, en la actualidad, los incendios son provocados por los seres humanos y que,
en consecuencia, en “condiciones naturales” no deberían ocurrir. Asimismo, que detrás de
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su acción el resultado es la devastación y la destrucción de un ecosistema, sin tomar en
cuenta las dinámicas de largo plazo desde el punto de vista de la recuperación de las plantas
y especies en general, así como de los efectos reales que ello puede tener sobre la
biodiversidad de un ecosistema. Segundo, este campo, además de contextualizar el fuego en
un marco ecológico (que no social, advertimos desde ahora), plantea que éste ha sido un
elemento de presión en el proceso evolutivo de las especies y de las plantas en particular.
Tercero, propone el uso del concepto “régimen de incendios” para precisamente
contextualizar el fuego en un marco mayor de duración. El régimen de incendios es
definido por Pausas (2012) como: “el conjunto de características de los incendios en un
área o ecosistema determinados y a lo largo de un período de tiempo, especialmente en
referencia a la frecuencia, intensidad, estacionalidad y tipo de incendio” Probablemente
este último elemento de la Ecología del Fuego sea el que resulte más pertinente y útil para
justificar este artículo. Especialmente si lo entendemos en la lógica de un sistema de causas
y factores determinantes, tal y como se observa en el esquema siguiente (Esquema 1). Este
esquema es importante para el objetivo de este artículo por varias razones. Primero, porque
introduce la variable de cambio en la comprensión del fenómeno, algo vital para los
historiadores y científicos sociales en general. Segundo, porque identifica los principales
cuatro componentes de un régimen de incendios, a saber: la población, la temperatura, la
deforestación y fragmentación, y las plantas invasoras y el abandono rural.
La población determina las igniciones, es decir, las posibilidades de que un ser
humano provoque un incendio. En casos como los de Costa Rica, si bien abundan los rayos,
debido a las condiciones climáticas no se considera que las igniciones sean de origen
natural, como sí podría serlo para las sabanas africanas. La temperatura determina la
inflamabilidad, la facilidad de generar la llama e iniciar un fuego. La deforestación y la
fragmentación favorecen la existencia de combustible (biomasa), indispensable para que
ocurra un incendio. La relación entre estos elementos y el fuego es, sin embargo, dual: la
deforestación puede favorecer los incendios al abrir portillos para el avance de las llamas.
Pero, a su vez, una tala radical del bosque disminuye el combustible posible por quemar.
Finalmente, las plantas invasoras y el abandono rural (o despoblamiento rural) favorecen la
acumulación de combustible.
Este tipo de esquemas permiten reconocer que, por un lado, cada ecosistema tiene
su propio régimen de incendios. Y por otro lado, y haciendo una lectura intencional desde
la Historia, si cada ecosistema tiene su propio régimen de incendios, cada régimen de
incendios tiene su propio contexto histórico, es decir, social. De hecho, si observamos
nuevamente la figura nos daremos cuenta de que algunos de los componentes que los
ecólogos del fuego han identificado como fundamentales en un régimen de incendios
pueden ser traducidos al lenguaje del historiador en otros términos. La variable “Población”
seguramente es entendida por los ecólogos desde un punto de vista cuantitativo, asignado a
la presión poblacional por unidad de superficie. Sin embargo, como historiadores, aunque
mantenemos el interés sobre este dato, podemos leerlo desde un punto de vista más amplio,
es decir, referido a la relación “tierra-ser humano”, que a su vez puede ser traducido a un
vocablo aún más general como, por ejemplo, “régimen de tenencia de la tierra”. Veremos
más adelante la razón por la cual, para los efectos de este estudio, resulta particularmente
útil esta relación.
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Figura 3. Esquema modificado de régimen de incendios, incluyendo variables sociohistóricas
Fuente: Pausas (2012)
Sobre la variable “temperatura” tenemos poco diferente que decir respecto a lo que
dirá un ecólogo o un geógrafo. En cambio, las variables de “deforestación”, “fragmentación
del paisaje”, “plantas invasoras” y “abandono rural”, aunque en esta nomenclatura nos
resulten conceptos técnicos, no hacen sino referencia a procesos que la Historia Agraria y
Ambiental estudian desde hace varias décadas atrás, tales como “régimen de uso del suelo”
(tal y como se detallaba en los censos agrarios de la época desarrollista) o bien, más
recientemente, “dinámicas territoriales”, siguiendo los modernos enfoques sobre el
territorio. Pero quizás lo más llamativo es que el cambio en el régimen de incendios que
preocupará al ecólogo en el fondo no es sino también un cambio en lo que los historiadores
suelen denominar como “estructura agraria”, esto es, en el sistema de relaciones sociales y
agroecológicas, constituidas en torno al uso, propiedad y tenencia de la tierra.
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Régimen de incendios y estructura agraria en Costa Rica
Sobre este último punto concentraremos la atención en adelante. Intentaremos
revisar la evolución reciente de algunos de estos componentes del régimen de incendios en
Costa Rica a partir de 1998, con el objetivo de considerar si, en efecto, disponemos de
datos para pensar en la existencia de diferentes regímenes de incendios en el país según sea
la zona en estudio, y para plantear hipótesis sobre los factores que han propiciado
eventuales cambios en la conformación histórica de estos regímenes. Hemos seleccionado
1998 como punto de partida por varias razones. Primero porque es el año a partir del cual se
dispone de estadísticas regulares sobre incendios en el país. Esto explica nuestra premisa de
que este artículo es un ensayo de Historia en un período reciente realizado con el objetivo
de repensar un pasado lejano. Es un hecho, sin embargo, que para el pasado no se dispone
de estadísticas ni de fuentes detalladas sobre este tipo de fenómenos, pero ello no implica
que la reconstrucción no se pueda desarrollar de un modo cualititativo. En segundo lugar,
porque 1998 representó el año, como se decía al inicio de este documento, en el cual se
consolidó la idea de que los incendios forestales conllevaban una dinámica global, asociada
a procesos como el calentamiento global, las variaciones climáticas bruscas, la
deforestación y los cambios en general en los patrones de uso del suelo en el mundo rural.
Revisión de datos
Empecemos describiendo el fenómeno en sus rasgos generales. En primer lugar, es
necesario contemplar que la problemática de los incendios forestales en Costa Rica se
contextualiza en una dinámica global, como antes se ha dicho, así como en una dinámica
regional, integrada al resto de Centroamérica. El Mapa 1 permite visualizar la dinámica en
la región. Como se evidencia, el fuego ataca tanto el Pacífico como el Caribe
centroamericano, seguramente bajo regímenes de incendios ecológica y socialmente
diferenciados. Ciertamente, el siguiente mapa deja en claro que la mayor concentración de
puntos de calor en la región, al menos entre 2001 y 2010 está en Guatemala, país que
abarca poco menos de la mitad de los puntos de calor registrados a lo largo de dicho
período. La porción de Costa Rica es marginal. Es importante detallar que la disponibilidad
de este tipo de mapas, realizados a partir de imágenes satelitales, obedece sin duda en parte
al problema de la contaminación del aire que ha afectado en diferentes momentos a los
estados del sur de Estados Unidos, especialmente cuando la temporada de incendios en
Centroamérica ha sido marcadamente intensa. El Mapa 2 representa la distribución de los
puntos de calor en el país entre el año 2001 y 2012, a partir de datos satelitales. Con
claridad es la provincia de Guanacaste la que concentra la mayor cantidad de incendios,
mientras que la zona cercana a la Cordillera de Talamanca, al sur del país, reúne otro foco
importante. Es necesario advertir que los “puntos de calor” refieren también (especialmente
en Guanacaste) con “quemas” realizadas con fines agrícolas, sobre todo, en este caso, con
el cultivo de la caña.
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Mapa 1. Puntos de calor en Centroamérica entre 2001 y 2010
Fuente: Elaboración a partir de SERVIR (2011)
Mapa 2. Puntos de calor en Costa Rica entre 2001 y 2012
Fuente: Elaboración a partir de FIRMS (2013) y Pausas (2013)
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El Gráfico 1 muestra la evolución de las hectáreas afectadas por incendios en Costa
Rica entre 1998 y 2011. Los años 1998 y 2001 fueron excepcionales en cuanto al área
quemada, como producto de la existencia de condiciones climáticas asociadas con una fase
cálida del Fenómeno del Niño. En general, ha ocurrido un descenso de la afectación del
fuego en el país. El segundo dato importante del gráfico es que la mayor parte de las tierras
quemadas pertenecen a sectores fuera de las áreas protegidas. El Gráfico 2 (y el Mapa 3)
muestra los principales tipos del uso del suelo afectados. Como se evidencia, la mayor parte
de las tierras quemadas corresponden con zonas de pastos y charrales. Este dato nos
permite pensar que el problema del fuego es un problema fronterizo, en el sentido de su
proximidad con sectores de bosques y áreas protegidas. El Gráfico 3 indica las principales
causas por las cuales han ocurrido los incendios a lo largo del período entre 2007 y 2011.
Es importante anotar que esta clasificación la elaboran los funcionarios del SINAC. Lo que
llama la atención de este gráfico es lo siguiente. Primero, hay una práctica objetivable que
constituye una de las principales fuentes de incendios: la práctica agropecuaria y la quema
de pastos. Pero curiosamente la otra fuente importante es una práctica difícilmente
objetivable porque remite a una intencionalidad, así clasificada por los funcionarios:
“Venganza y vandalismo”. Es necesario advertir que estas son etiquetas creadas por los
funcionarios para designar una motivación. Se podría interpretar que, en un sentido amplio,
estas etiquetas son simbólicamente expresiones de una relación tensa y conflictiva entre el
Estado y los “vengativos” y “vándalos”. Ahora bien, no deja de ser contradictorio que, si la
mayor parte de las tierras quemadas se ubican fuera de áreas protegidas exista un número
importante de actos vandálicos y de venganza.
Gráfico 1. Total de hectáreas afectadas por incendios forestales en Costa Rica entre 1998 y 2011
Fuente: SINAC-MINAE-Programa Nacional de Manejo del Fuego