ECOS DE LA PALABRA Por Javier Castillo, sj El Dios de las segundas oportunidades Reflexiones sobre el Evangelio de Mateo 21, 28-32 (26º Domingo del Tiempo Ordinario del Ciclo A – 27 de septiembre de 2020) Me gusta, de vez en cuando, dedicar un tiempo largo a revisar mis álbumes de fotografías que, por cierto, en la era digital se han aumentado de manera exponencial. Esta mañana he querido hacer esta revisión invitando a Jesús a sentarse en el sofá conmigo y repasar con Él la historia de mis últimos años. ¡Os aseguro que ha sido una experiencia profundamente gozosa y consoladora! Encontramos fotografías llenas de color y vida, de sonrisas y gestos llenos de cordialidad y complicidad. Al ver estas imágenes mi corazón se expandía, los buenos recuerdos llenaban mi mente y en mi cuerpo quedaba el sabor agradable del agradecimiento por tanta vida recibida y compartida. Al repasar estas fotos la mirada de Jesús brillaba y en sus labios se esbozaba la sonrisa de la aprobación. Encontramos también algunas fotografías en sepia y en blanco y negro que traían a mi memoria y a mi corazón momentos de dolor y sufrimiento. Imágenes de los seres queridos que ya no están conmigo, imágenes de cientos de personas que a lo largo de mis casi 61 años de vida he visto sufrir y he tratado de acompañar para mitigar su dolor, imágenes radiográficas en las que he podido ver la dureza de algunos corazones que se ensañan con los más débiles incluyendo en no pocas ocasiones el mío. Al contemplar estas imágenes mi corazón se retuerce de dolor y pena… Al contemplar estas imágenes Jesús me abraza, fortalece mi ánimo quebrantado, enjuga una que otra lágrima y me anima a seguir luchando, a pesar de mi fragilidad, por la construcción de un mundo mejor. Encontramos, no sin vergüenza, muchas fotos desenfocadas, oscuras y movidas. Eran las fotos que recordaban mis errores, mis meteduras de pata, las ambigüedades y las incoherencias que me acompañan y que no puedo negar. Errores con los que he causado daño y me he causado daño. Me miro y constato que mis ojos medio entornados solo se atreven a mirar el suelo y que de mis labios sale apenas un susurro inaudible. Miro a Jesús… Me abraza con fuerza y en silencio. Me mira con ternura y compasión. En sus ojos percibo su misericordia y su perdón y en su abrazo silencioso siento que me dice: “Tu eres de gran valor para mi, yo te quiero… volvamos a empezar”.