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CURSO DE EXPRESIÓN ORAL Y COMUNICACIÓN NO VERBAL CONSEJO NACIONAL DE LA JUDICATURA ANEXO No. 2: DOCUMENTO BASE ELABORADO POR MANUEL FERNANDO VELASCO LECTURA 1: I. La importancia de la comunicación oral en la vida cotidiana Comprendo la furia en tus palabras, pero no las palabras... (Shakespeare. Otelo, acto IV) La vida actual exige un nivel de comunicación oral tan alto como de redacción escrita. Una persona que no puede expresarse de manera coherente y clara se ve limitada en su trabajo profesional y en sus relaciones personales. La correcta y adecuada comunicación es muy importante. Y aunque en estos días la palabra comunicación es muy utilizada, no siempre se consigue en las relaciones cotidianas. Ahora, los seres humanos
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Dec 03, 2014

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Kelly Iraheta

 
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CURSO DE EXPRESIÓN ORAL

Y COMUNICACIÓN NO VERBAL

CONSEJO NACIONAL DE LA JUDICATURA

 

ANEXO No. 2:

DOCUMENTO BASE

ELABORADO POR MANUEL FERNANDO VELASCO

 

LECTURA 1:

I. La importancia de la comunicación

oral en la vida cotidiana

 

Comprendo la furia en tus palabras,

pero no las palabras...

(Shakespeare. Otelo, acto IV)

 

La vida actual exige un nivel de comunicación oral tan alto como de redacción escrita. Una persona que no puede expresarse de manera coherente y clara se ve limitada en su trabajo profesional y en sus relaciones personales.

 

La correcta y adecuada comunicación es muy importante. Y aunque en estos días la palabra comunicación es muy utilizada, no siempre se consigue en las relaciones cotidianas. Ahora, los seres humanos podemos comunicarnos, de inmediato si queremos, aunque estemos a varios kilómetros de distancia. Las nuevas tecnologías de información para la comunicación nos permiten el uso de fax, teléfonos móviles, "beepers", correo electrónico, Internet, “chat”, etc., para establecer comunicación de manera rápida y segura con quienes queramos.

 

Sin embargo, nunca como hoy las relaciones cotidianas de comunicación han estado tan deterioradas entre los seres humanos. Parece una ironía el hecho de avanzar tanto en las comunicaciones a distancia, y no obtener los mismos resultados en las relaciones cercanas de

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comunicación. Son frecuentes las situaciones en las que se dan malentendidos, por no expresarse todo lo que se debía, o porque determinada persona entendió de forma opuesta un rostro serio o un tono de voz fuerte, o porque “alguien dijo que dijiste que... y entonces fulano entendió que lo que habías dicho era...” 

 

Un cuento húngaro, “El gato como medio de comunicación”, adaptado del libro Salió el sembrador, del escritor Carlos Vallés, ejemplifica muy bien lo anterior.

 

Una joven se enamoró de un muchacho y pensaban en casarse. No obstante,

él le puso tres condiciones: que ella haría todas las tareas de la casa,

que no le hablaría a él jamás de eso y que no le levantaría la voz, mucho menos la mano. La joven aceptó, se casaron, y comenzaron a vivir felices.

 

La esposa comenzó con ilusión a hacer todas las faenas de la casa,

porque amaba al hombre; pero de pronto se cansó de tener que estar

trabajando todo el rato en casa después de venir de su propio trabajo, mientras su esposo se divertía todo el día con visitas y espectáculos,

ya que no tenía nada que hacer ni en casa ni fuera de ella.

Pero la mujer había dado su palabra y no podía decirle nada sobre ello,

ni de palabra ni de obra, y no tenía más remedio que seguir con todo el trabajo día a día. Un día, antes de salir de mañana para su trabajo, la mujer se dirigió al gato,

que dormitaba acurrucado en su rincón favorito, y le dijo:

“¡Escúchame, gato inútil y perezoso! Tú te pasas el día sin hacer nada,

y yo tengo que trabajar todo el día, y cuando vuelvo por la noche, tengo que

limpiar la casa y servir la cena. Desde hoy, esto se acabó.

Cuando vuelva yo esta noche, quiero que toda la casa esté limpia y barrida,

y la cena preparada. Y ¡ay de ti si no lo haces!”

El gato siguió tan tranquilo en su rincón, y el hombre, que lo había escuchado todo,

decidió, sin embargo, no darse por aludido, y se marchó

a corretear por el vecindario como todos los días. Volvió la esposa, vio la casa sin hacer y, dirigiéndose al gato, comenzó a increparle, a echarle en cara no haber cumplido sus órdenes; y, tomando una vara, se puso a apalearlo sin piedad

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por no haber cumplido su deber. El gato se refugió de un salto en brazos del hombre, y la esposa siguió dándole vara y sin fijarse sobre quién caían los golpes,

mientras continuaba dándole gritos al gato y asegurándole que lo mismo

pasaría al día siguiente si no limpiaba la casa y preparaba la cena.

 

Tres días sucedió lo mismo y, al tercer día, el esposo, que entre los arañazos del gato y los palos indirectos de la mujer se había llevado una buena paliza,

se prestó a comprender lo que no quería comprender.

Las amonestaciones al gato iban a él, con lo cual agarró escoba y bayeta,

barrió y fregó la casa, encendió el fuego y preparó una suculenta cena

que comió en paz y alegría con su esposa. Y al gato,

que no había entendido nada de todo lo sucedido, le dieron también

una buena porción para resarcirle de los golpes recibidos.

 

Si el gato pudiera hablar, diría sencillamente: "¿Por qué no le dice a él todo esto que me está diciendo a mí y que yo no entiendo?". Lo mismo podríamos decir nosotros algunas veces a amigos, compañeros, vecinos o familiares. Diríamos claramente: "¿Por qué no le dice a él o a ella todo esto que me está diciendo a mí?".

 

Los malentendidos –familiares, con amigos, en sociedad– nacen de la comunicación ineficaz. No hablamos de lo que deberíamos; no nos interesamos por saber cómo el otro piensa, siente, opina. Y al no hablar, nos distanciamos, nos aislamos, nos imaginamos o, en el peor de los casos, inventamos lo que el otro piensa y, al no saberlo, cada vez nos equivocamos más, y nos prejuiciamos, y nos cerramos, y nos confundimos...

             

Hace falta un gato. Un mediador, un instrumento, una excusa. Una manera de hacerle llegar al otro lo que de en verdad pensamos, lo que necesitamos de él, lo que esperamos de él, lo que pueda esperar él de nosotros. Hay que romper el silencio. Hay que aprender a hablar. Estamos, repitámoslo, en la era de las comunicaciones, y la comunicación ha de empezar en casa, con los amigos, con los que convivimos diariamente. De nada sirve tener teléfono y radio y télex y fax que nos comunican con el mundo entero... y nos aíslan de nuestros amigos, compañeros, familia. Es fácil inventar aparatos para comunicarse de lejos. Lo difícil es comunicarse de cerca. La expresión externa de las ideas, tensiones y de los sentimientos internos es esencial. Y si no, que se lo pregunten al gato.

 

 

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Para reflexionar y ejercitar:

 

Lea las preguntas siguientes y medite la respuesta. Luego, según lo indique el facilitador, partícipe en forma voluntaria y dé su opinión.

 

a) ¿Alguna vez ha tenido problemas de comunicación oral con alguna persona? ¿Por qué cree que se dio el malentendido? ¿Pudo haber hecho algo para evitarlo?

 

b) ¿Está de acuerdo con que en la actualidad es fácil comunicarse de lejos, pero es difícil comunicarse de cerca, en las relaciones cotidianas, intergrupales y personales?

 

c) Lea el texto siguiente y conteste lo que se le pide:

 

Narrador: Suena el teléfono en la oficina del licenciado López y éste contesta.

Lic. López: Sí, diga...

Secretaria: Buenos días, licenciado López. Habla la secretaria de la Licenciada Acosta.

Lic. López: Buenos días. Dígame.

Secretaria: La licenciada me pidió que le preguntara a usted si quiere asistir al curso de “Expresión oral” que se ofrecerá mañana.

Lic. López: ¿Cuál es el horario del curso?

Secretaria: No lo sé, licenciado.

Lic. López: Por favor consiga el horario y avíseme para ver si no es a la hora de la junta de los directivos.

Narrador: Dos horas más tarde vuelve a sonar el teléfono en la oficina del licenciado López.

Lic. López: Sí, diga.

Secretaria: Le llamo para avisarle que ya inscribí a otra persona porque usted no podía asistir al curso.

Lic. López: Señorita, le dije que me avisara usted sobre el horario. Me gustaría asistir al curso.

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Secretaria: Es que era urgente inscribir a la persona que asistiría, pues solo se incluye a un participante por departamento.

Lic. López: Inscríbame, yo después me arreglo con el expositor.

Secretaria: Es que no se puede, ya inscribí al mozo de planta.

Lic. López: (Algo molesto) Mire, no haga nada más, ya veré yo lo que hago.

Narrador: Más tarde, en la oficina de la licenciada Acosta.

Secretaria: ¡Ay, licenciada Acosta! Fíjese que el licenciado López está furioso conmigo. Primero me dice que no puede ir al curso y después se molesta porque no lo inscribí.

Licda. Acosta: No se preocupe, señorita. Yo hablaré con él.

Narrador: Suena el teléfono del licenciado López.

Lic. López: Departamento de capacitación.

Licda. Acosta: ¿Cómo está eso de que no puedes ir al curso, López?

Lic. López: Claro que quiero asistir, pero tu secretaria no me inscribió.

Licda. Acosta: Es importante para la empresa que tú recibas esa capacitación.

Lic. López: Hablaré con el expositor, creo que no habrá problema. Es mi vecino y es buen amigo.

Licda. Acosta: Bien, te veré en el curso.

Lic. López: Oye, Acosta, ¿sabes el horario?

Licda. Acosta: Sí, es de ocho a doce de la mañana.

Lic. López: Perfecto, allá te veo.

 

* ¿Quién es la causa del problema? ¿Por qué? ¿Cuando dijo qué?

* ¿La secretaria cometió algún error? ¿Cuál?

* ¿El licenciado López cometió algún error? ¿Cuál?

* ¿La licenciada Acosta cometió algún error? ¿Cuál?

* ¿Cuáles son o pueden ser las consecuencias de un problema de comunicación en este caso?

 

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LECTURA 2:

II. Expresión oral y

comunicación no verbal

 

              La palabra es el vehículo por excelencia de la expresión. Los grandes escritores y los mejores oradores se acercan a ella con respeto y pasión. Es mucho lo que puede decirse y lograrse con la palabra, como lo dice el siguiente poema de Pablo Neruda y el texto Botella al mar para el dios de las palabras, de Gabriel García Márquez.

 

              La palabra

 

...Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan,

las que suben y bajan... Me prosterno ante ellas... Las amo, las adhiero,

las persigo, las muerdo, las derrito... Amo tanto las palabras... Las inesperadas...

Las que glotonamente se esperan, se acechan, hasta que de pronto caen...

Vocablos amados... Brillan como piedras de colores, saltan como platinados

peces, son espuma, hijo, metal, rocío... Persigo algunas palabras...

Son tan hermosas que las quiero poner todas en mi poema... Las agarro al vuelo,

Cuando van zumbando, y las atrapo, las limpio, las pelo, me preparo frente al plato,

las siento cristalinas, vibrantes, ebúrneas, vegetales, aceitosas, como frutas,

como algas, como ágatas, como aceitunas... Y entonces las revuelvo, las agito,

me las bebo, me las zampo, las trituro, las emperejilo, las liberto... Las dejo

como estalactitas en mi poema, como pedacitos de madera bruñida, como carbón,

como restos de naufragio, regalos de la ola... Todo está en la palabra...

Una idea se cambia por otra porque una palabra se trasladó de sitio,

o porque otra se sentó como reinita adentro de una frase que no la esperaba

y que le obedeció... Tienen sombra transparencia, peso, plumas, pelos,

tienen de todo lo que se les fue agregando de tanto rodar por el río,

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de tanto transmigrar de patria, de tanto ser raíces... Son antiquísimas

y recientísimas... Viven en el féretro escondido y en la flor apenas comenzada...

Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos... Estos andaban a zancadas por las tremendas cordilleras, por las Américas

encrespadas, buscando patatas, butifarras, frijolitos, tabaco negro, oro, maíz,

huevos fritos, con aquel apetito voraz, que nunca más se ha visto en el mundo...

Todo se lo tragaban con religiones, pirámides, tribus, idolatrías iguales

a las que ellos traían en sus grandes bolsas... Por donde pasaban quedaba

arrasada la tierra... Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas,

de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas

que se quedaron aquí resplandecientes... El idioma. Salimos perdiendo...

Salimos ganando... Se llevaron el oro y nos dejaron el oro...

Se llevaron todo y nos dejaron todo... Nos dejaron las palabras.

Botella al mar para el dios de las palabras

A mis 12 años de edad estuve a punto de ser atropellado por una bicicleta. Un señor cura que pasaba me salvó con un grito: ¡Cuidado! El ciclista cayó a tierra. El señor cura, sin detenerse, me dijo: “ ¿Ya vio lo que es el poder de la palabra? ” Ese día lo supe.

Ahora sabemos, además, que los mayas lo sabían desde los tiempos de Cristo, y con tanto rigor que tenían un dios especial para las palabras.

 

Nunca como hoy ha sido tan grande ese poder. La humanidad entrará en el tercer milenio bajo el imperio de las palabras. No es cierto que la imagen esté desplazándose ni que pueda extinguirlas. Al contrario, está potenciándolas: nunca hubo en el mundo tantas palabras con tanto alcance, autoridad y albedrío como en la inmensa Babel de la vida actual. Palabras inventadas, maltratadas o sacralizadas por la prensa, por los libros desechables, por los carteles de publicidad; habladas y cantadas por la radio, la televisión, el cine, el teléfono, los altavoces públicos; gritadas a brocha gorda en las paredes de la calle o susurradas al oído en las penumbras del amor. No: el gran derrotado es el silencio. Las cosas tienen ahora tantos nombres en tantas lenguas que ya no es fácil saber cómo se llaman en ninguna. Los idiomas se dispersan sueltos de madrina, se mezclan y confunden, disparados hacia el destino ineluctable de un lenguaje global.

 

La lengua española tiene que prepararse para un oficio grande en ese porvenir sin fronteras. Es un derecho histórico. No por su prepotencia económica, como otras lenguas hasta hoy, sino por su vitalidad, su dinámica creativa, su vasta experiencia cultural, su rapidez y su fuerza de expansión, en un ámbito propio de 19 millones de kilómetros cuadrados y 400 millones de hablantes al terminar este siglo.

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Con razón un maestro de letras hispánicas en Estados Unidos ha dicho que sus horas de clase se le van en servir de intérprete entre latinoamericanos de distintos países. Llama la atención que el verbo pasar tenga 54 significados, mientras en la República de Ecuador tienen 105 nombres para el órgano sexual masculino, y en cambio la palabra condoliente, que se explica por sí sola y que tanto falta nos hace, aún no se ha inventado. A un joven periodista francés lo deslumbran los hallazgos poéticos que encuentra a cada paso en nuestra vida doméstica. Que un niño desvelado por el balido intermitente y triste de un cordero dijo: “Parece un faro”. Que una vivandera de la Guajira colombiana rechazó un cocimiento de toronjil porque le supo a Viernes Santo. Que don Sebastián de Covarrubias, en su diccionario memorable, nos dejó escrito de su puño y letra que el amarillo es “la color” de los enamorados. ¿Cuántas veces no hemos probado nosotros mismos un café que sabe a ventana, un pan que sabe a rincón, una cerveza que sabe a beso?

 

Son pruebas al canto de la inteligencia de una lengua que desde hace tiempo no cabe en su pellejo...

 

Para desenvolverse con propiedad en la expresión oral, es requisito previo ser una apasionado de la palabra o al menos vibrar con su fuerza expresiva. También, es importante reparar en ciertos elementos que nos ayudan a comunicarnos mejor oralmente, como la dicción, la voz, el tono, el ritmo, las pausas... aspectos todos que se verán con detalle más adelante.

 

Ahora bien, a partir de la década de los 60, varios países, sobre todo europeos, empezaron a preocuparse por ese otro aspecto llamado comunicación no verbal o lenguaje corporal. Se cayó en la cuenta de que la comunicación verbal es sólo una de las tantas formas de comunicación y no siempre la más completa. Notaron que el comportamiento no verbal proporciona información precisa cuando no podemos utilizar las palabras, y es, además, un complemento importante de lo que las palabras expresan.

 

En la actualidad, se están estudiando los dos aspectos al mismo tiempo, pues como bien se afirma, tanto la palabra hablada como los gestos, el lenguaje corporal, los movimientos de manos, la mirada y demás, participan plenamente en el acto de comunicación oral.

 

Para facilitar su enseñanza y aprendizaje, se desarrollan en este curso los dos aspectos por separado, para luego hacer ejercicios de integración. De esta forma se garantizará un mejor aprovechamiento de las técnicas necesarias para la expresión oral y la comunicación no verbal.

 

Ejercicios: juego de roles

Para apreciar la importancia y desarrollo de los dos aspectos, se proponen las siguientes actividades:

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1. Dos parejas en un bar.

2. A renovar la licencia.

3. ¿De quién es la manzana?

4. Vecinos, aprovechemos el agua.

 

LECTURA 3:

III. Expresión oral: La relación entre

pensamiento, claridad y palabra

 

Seguramente, en más de una ocasión, se habrá encontrado personas que se expresan muy mal o incorrectamente. No se les entiende. Confunden los conceptos, dejan la frase sin terminar, ocupan muchas veces la misma palabra –o sea, verdad, voladito, cosa, bueno, etc–  (las llamadas “muletillas” del lenguaje), utilizan exageradamente el movimiento de manos y la expresión facial, dicen “lo tengo en la punta de la lengua” y nunca terminan la idea, en fin, personas a las que popularmente se les designa con nombres diversos: habla “hasta por los codos” (que habla bastante, o que emplea demasiadas palabras para decir algo sencillo); está “cantinfleando” (de Cantinflas, personaje que nunca decía nada pese a hablar mucho y utilizar palabras “bonitas”); siempre sale por la tangente (es decir, no responde a la pregunta, desvía el tema de conversación), por mencionar algunos. Sin embargo, también es cierto que hay personas que se expresan muy bien, que parecen pensar con claridad y lo expresan con facilidad, “como un libro abierto”.

 

¿A qué se deben estas diferencias? ¿Qué factores pueden influir? ¿Está íntimamente relacionado el pensamiento con el lenguaje? ¿Podemos afirmar que “si no hay claridad de pensamiento, es decir, si el pensamiento no está bien estructurado, no hay claridad de expresión”? Si así fuera, ¿cómo se logra la claridad de pensamiento y de expresión?

 

El pensamiento está estructurado gracias a la lengua. De hecho, cuando pensamos, pensamos en el idioma que aprendimos de pequeños. Si hemos estudiado otra lengua, inglés o francés por ejemplo, más de alguna vez tendremos que haber escuchado a nuestros profesores decirnos que hay que “pensar en inglés (o francés)”, y que solo cuando lo hacemos dominamos ese idioma.

 

Ya en los primeros años de este siglo, Ferdinand de Saussure, conocido lingüista, señaló que nuestro pensamiento es un mar de ideas confusas que encuentran una estructura gracias a la lengua.

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La lengua está formada por una serie de signos con un significado delimitado. Además, al expresarla se vuelve lineal, una idea va primero y otra después. Las palabras se encadenan sucesivamente, creando nuevos significados.

 

Para clarificar el pensamiento hay que ordenar las ideas, es decir, darnos breves segundos para pensar qué es lo que queremos decir con exactitud (lo que queremos comunicar), y cómo lo queremos decir, utilizando las palabras y términos claros, precisos y concisos.

 

 

ã Ante todo, la claridad

 

La claridad o nitidez es, como en la ejecución musical, la primera cualidad de la articulación. Ha de lograrse por tanto una transparencia máxima, mediante la acción del maxilar inferior (o mandíbula), lengua y labios. Únicamente con el uso diestro y enérgico de los músculos que mueven estos miembros obtendremos una dicción bien definida.

 

Quienes hablan en público debían dejar el tiempo suficiente para que cada sonido pueda ser percibido con claridad, en vez de amontonar una serie de sonidos que se sobreponen en perjuicio de la dicción. Es preciso hablar despacio para articular con claridad; una vez el maxilar, la lengua y los labios tengan una mayor flexibilidad y precisión de movimientos, habrá llegado el momento de aumentar la velocidad, pero hasta entonces ha de mantenerse la calma.

 

Lo primero a lo que hemos de aspirar cuando nos comunicamos mediante la palabra hablada es a ser oído sin necesidad de un esfuerzo especial. En otras palabras: lo que se diga debe quedar lo suficientemente claro como para ahorrarnos las típicas preguntas: ¿cómo dijo?, ¿podría repetir, por favor?, ¿qué dice que busca?, ¿qué es lo que quiere, pues?

 

¿Cómo lograrlo? Teniendo como regla una máxima muy sencilla y práctica: “Ante todo, la claridad”. La claridad debe llenarlo todo:

 

a. claridad de las ideas, del pensamiento, del “esquema mental” de lo que deseo expresar; b. claridad en las palabras en virtud de una correcta adecuación a la realidad o a las ideas que

se quieren describir; c. y claridad, por fin, en la manera de expresarse o elocución.

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El concepto de claridad, ya sea de las ideas o en las palabras, está ligado a otros tres conceptos también fundamentales para una correcta expresión escrita: coherencia, cohesión y adecuación. ¿Cómo se aplican en la expresión oral?

 

La coherencia hace referencia a la forma como dominamos y procesamos la información que deseamos expresar; las palabras ideas o sentimientos que queremos transmitir. El mensaje o información que deseamos manifestar se estructura de una determinada forma en nuestro cerebro, según cada situación de comunicación. La coherencia nos orienta sobre cuál es la información oportuna y apropiada que se ha de comunicar y cómo se ha de hacer (en qué orden, con qué grado de precisión y detalle, con qué tono de voz, con qué gestos y movimientos de manos, etc.).

 

¿Cómo saber cuando estamos frente a una forma incoherente de expresión oral? Cuando el que se expresa lo hace de una manera desordenada y desorganizada, repitiendo ideas y mezclándolas; al final se tiene la sensación de “vacío comunicacional”: escuchamos palabras carentes de significado.

 

La cohesión hace referencia a las articulaciones gramaticales de la expresión oral . Las oraciones que conforman un discurso (entendiendo por discurso la organización lógica de palabras con un significado claro y específico) no son unidades aisladas e inconexas, expresadas al azar, sino que están vinculadas o relacionadas con medios gramaticales diversos (concordancia entre sujeto y verbo, orden lógico de la oración, adecuada utilización de términos, uso de sinónimos, etc.), de manera que conforman entre sí una compleja red de conexiones lingüísticas.

 

La adecuación es el conocimiento y el dominio de la diversidad lingüística. La lengua no es uniforme ni homogénea, sino que presenta variaciones según diversos factores: la geografía, la historia, el grupo social, la situación de comunicación, la interrelación entre los hablantes, etc. Ser adecuado significa utilizar, al expresarnos, palabras acordes al nivel del interlocutor, que sean fácilmente comprendidas.

 

¿Complicado? En realidad es más sencillo de lo que parece. Se trata, en el fondo, de pensar bien lo que se va a decir, de tomar en cuenta a quién se le va a decir, y de pensar cómo se va a decir, cuidando siempre de que sea de la manera más clara posible.

 

¿Existe alguna forma de enseñar a pensar con claridad, para luego expresarnos con propiedad? Enseñar a pensar con claridad es muy difícil, sobre todo a la edad que ahora tenemos. Hay personas que desde pequeñas se van acostumbrando a decir las cosas por su nombre, a expresar una idea por completo y no a medias, a estructurar el pensamiento. Lo que sí existen son algunas recomendaciones que pueden seguirse para “despertar” la claridad de pensamiento y de palabra:

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Leer, leer y leer. Nada ayuda tanto a la claridad en la estructura del pensamiento como una buena lectura. Los escritores y escritoras son personas que han llegado a dominar la palabra, a base de esfuerzo, disciplina y dedicación. Ese dominio posibilita que nos deleitemos en su escritura y en la lógica que utilizan. Leyendo aprendemos a pensar con claridad.

 

Habituarse a llamar los objetos y las personas por su nombre. Dejar de utilizar las palabras “cosa”, “voladito”, “cuestión”, “hey vos”, para lo que sea y en todo momento. Además, acostumbrarse a no dejar las ideas sueltas, sin definición. No hacer como hacen varios al hablar: es que acá lo que pasa es que... bueno, ustedes entienden; lo que debe hacerse es... así como dijimos el otro día. Es importante no dejar las frases inacabadas ni auxiliarnos demasiado de movimientos de manos y brazos. Si queremos expresarnos en forma adecuada, debemos dejar de ser haraganes a la hora de conversar.

 

Concedernos breves segundos antes de responder o expresar alguna idea. Tomarnos nuestro tiempo, reflexionar y analizar con tranquilidad qué es lo que queremos decir para encontrar con facilidad cómo decirlo.

 

Cuando haya que exponer un tema de cierta extensión o hablar durante algunos minutos, se sugiere elaborar un esquema previo con las ideas fundamentales que debamos decir, a manera de pequeño guion. Si tenemos dificultades para clarificar y ordenar las ideas y palabras, el esquema nos será de mucha utilidad, en cualquier situación comunicativa.

 

Ejercicios:

 

1. ¿Cuál es el recuerdo más interesante (curioso) de su infancia, que a usted le llama más la atención? Piense y reflexione por un momento. Ordene el recuerdo y con él las ideas. Luego, compártalo con los demás.

 

2. Piense en una palabra, una persona y un lugar que sean significativos para usted. La persona puede estar viva o no. El lugar puede ser imaginario, aunque es preferible que sea real. Únicamente puede elegir una palabra, así que piénselo bien. Luego, comparta con los demás. Con la mayor claridad y orden posibles, comente por qué ha elegido esa palabra, persona y lugar.

 

3. ¿Qué piensa usted respecto a....?

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LECTURA 4:

IV. Técnicas de expresión oral

 

“...El otro día asistí a una conferencia sobre Claudia Lars, poetisa salvadoreña. La mayor parte del tiempo me aburrí. El primer señor que participó hablaba muy despacio, sin emoción. Casi ni se le entendía lo que decía. Prácticamente nos durmió a todos con su voz y su forma de hablar. Luego, el siguiente exponente era todo lo contrario, pero igual no se le entendió nada. Hablaba rápidamente, sin sentido, casi sin tomar aire, a la carrera. Además, las ideas eran desordenadas, sin relación entre sí. Cuando ya estaba a punto de retirarme, por lo aburrido que estaba, le tocó el turno al último expositor. Fue increíble. Inició con un poema de Claudia Lars muy bonito, el cual leyó con mucha emoción y sinceridad. Nos atrapó desde ese primer momento. Después, anunció que su exposición se basaría en tres puntos fundamentales, y a lo largo de la charla los fue desarrollando con orden y coherencia. Todos entendimos perfectamente su participación. Nos gustó mucho...”

 

¿Ha estado en una situación similar? ¿A qué se deben esas diferencias entre personas que exponen un tema? ¿Tiene algo que ver la claridad y la dicción? ¿Conoce algunas técnicas que le permitan mejorar la expresión oral, logrando así una buena y adecuada comunicación?

 

1. La dicción

 

Si se quiere utilizar adecuadamente la expresión oral, tiene que empezarse por manejar algo en apariencia muy sencillo: la pronunciación. La primera tarea y obligación es pronunciar los vocablos con nitidez, “limpiamente”, sin obstáculos, sin “trabarnos”. La idea es lograr que todo aquel que nos quiera escuchar sepa qué es lo que hemos dicho y pueda, incluso, si fuera necesario, repetirlo.

 

Si el problema de la dicción no tiene su origen en el nerviosismo ni en lo biológico, estamos una vez más en los terrenos de la claridad, esta vez en la dicción. ¿De qué se trata? De mover los labios a un ritmo adecuado, regular; de controlar los nervios e imprimirle a la voz la velocidad querida, la que viene exigida por la circunstancia en que la comunicación se produce, por el tema que hemos elegido y por el momento en que lo estamos expresando.

 

Por un conjunto de pequeños hábitos en cierta manera viciosos que no fueron corregidos a tiempo, y que han adquirido arraigo, son bastantes los que tenemos defectuosa la dicción. Toda la comunicación se resiente de este primer fallo tan común, cuya raíz no puede ser, al menos en primer

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término, el nerviosismo, puesto que la dicción defectuosa lo es también cuando no hay ningún motivo que justifique ese estado de tensión (a veces, por ejemplo, se notan problemas de dicción cuando se habla en un ambiente íntimo y de confianza, con personas que conocemos desde hace tiempo).

 

¿Entonces qué podemos hacer para mejorar este aspecto?

 

a) abrir bien la boca para hablar; articular las palabras sin prisa, correcta y adecuadamente, cuidando la entonación debida;

 

b) conversar todos los días vigilando la expresión de las palabras, sin dejar ideas “sueltas” o inconclusas (es decir, forzarnos a expresar las ideas en su totalidad); y

 

c) leer en voz alta textos difíciles de pronunciar.

 

En otras palabras, el nerviosismo y la ofuscación no ayudan en nada a una buena dicción. Tampoco ayuda pronunciar las palabras con rapidez. Al contrario, el ritmo pausado, directo y claro, es de mucha utilidad.

 

Por otra parte, es importante tomar en cuenta que, en muchos casos, hay defectos de carácter orgánico, no sabemos si podría decirse anatómico incluso, que dificultan la dicción y que requieren un tratamiento más específico.

 

Sin embargo, en la mayoría de los casos el nerviosismo y la ofuscación tienen que ver con la actitud individual: hay personas que creen que no pueden hablar o que piensan que no tienen nada que decir, y optan por la parquedad, o por un silencio que termina siendo autoimpuesto; prácticamente se autocensuran. La verdad es que todos tenemos capacidad para expresarnos; de lo que se trata es de practicar la expresión, de lanzarnos a conversar sobre aspectos diversos (no solo de la novela, de los “cheros y las cheras”, o del fútbol), sino también sobre temas que nos inviten al diálogo, a la argumentación y a la reflexión.

 

Es decir, el nerviosismo no es el único obstáculo para alcanzar una dicción apropiada. La rapidez en el hablar –tenga o no tenga por origen el nerviosismo– es el mayor impedimento para mejorar la dicción y corregir sus defectos. Cuando se está a solas y no hay, por tanto, ningún motivo exterior para angustiarse y para experimentar la menor inhibición, es bueno hacer algunos

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ejercicios de vocalización: silabear, leer despacio y en voz alta, y dedicar a estos ejercicios unos minutos todos los días por espacio de algunas semanas.

 

Es óptimo ejercicio grabar las palabras pronunciadas y todas las actividades y ejercicios en una cinta magnetofónica, y controlar mejor los fallos anotándolos en una libreta o bloc de notas. Uno mismo ha de vigilar sus avances, sus errores y los tropiezos más importantes y más frecuentes.

 

Ejercicios:

 

Evaluemos qué tan buena es su dicción. Lea en voz alta el texto que se le presenta a continuación, tomado del libro Rayuela, del escritor argentino Julio Cortázar. Abra bien la boca y articule las palabras sin prisa. No vale equivocarse. Si pronuncia defectuosamente una palabra, tiene que empezar de nuevo toda la lectura, hasta que lo logre con propiedad. Intente, además, captar el sentido del relato e imprímale el tono adecuado.

 

Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé![1]. Volposados en la cresta del murelio, se sentían balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.

 

 

Ahora trate de leer los trabalenguas siguientes con rapidez y sin equivocarse. Abra bien la boca, silabee despacio y exprésese con claridad.

             

Cansadas cargadas rapadas marchaban las chavas

Calladas calmadas bandadas de gatas las ratas cazaban

Las ranas cantaban llamaban saltaban y al saltar sanaban.

 

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Que el bebé cese de beber la leche frente a la tele

Que bese el pelele, que me dé ese eje que le dejé

Y que se entere de lo que pensé.

 

              El rey de Constantinopla está constantinoplizado

Consta que Constanza no lo pudo desconstantinoplizar

El desconstantinoplizador que desconstantinoplizare al rey de Constantinopla

              Buen desconstantinoplizador será

 

              Yo compré pocas copas                                          El suelo está enladrillado

                            Pocas copas yo compré                                          quién lo desenladrillará

              Como yo compré pocas copas                            el desenladrillador que lo desenladrillare                            Pocas copas yo pagué                                          un buen desenladrillador será

 

 

              La institutriz Miss Tres-tros                            Erre con erre cigarro

                            Ha pegado un gran traspiés                            erre con erre barril

              Por subir al treinta y dos                            rápido corren los carros

                            En lugar de al treinta y tres                            los carros del ferrocarril

 

El que poco coco come, poco coco compra

El que con poca capa se tapa, poca capa se compra

Como yo poco coco como, poco coco compro

Y como poca capa me tapa, poca capa me compro.

 

2. La voz y el acento

 

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El factor que en mayor grado afecta a la inteligibilidad es probablemente el nivel sonoro de las palabras, que depende a su vez, por una parte, de la distancia entre el emisor y el receptor y, por otra, de la intensidad de los ruidos ambientales, ya que éstos pueden enmascarar o debilitar los sonidos.

 

              Una voz llega más lejos cuanto más intensa o cuanto más aguda es, porque en tal caso la frecuencia de las vibraciones es mayor. Aunque existen instrumentos para medir con precisión la intensidad sonora, no es probable que el orador disponga de ellos, pero siempre se puede apreciar, por sus expresiones, si los oyentes más alejados están oyendo adecuadamente lo que se dice. Es entonces una de las responsabilidades básicas de cualquier orador, conferenciante o disertante hacer el uso más adecuado de su fuerza vocal, es decir, debe hablar con intensidad suficiente para ser oído por todo el auditorio.

 

              Ahora bien, independientemente de la distancia que medie entre el emisor y receptor y de los ruidos ambientales que estén presentes, hay maneras de dar más sentido y más expresividad a la palabra, graduando, con pequeños matices diferenciales, la intensidad y el volumen de la voz. Si el orador aspira a dar la impresión de energía, aumentará la fuerza de su voz. Hablar en voz baja puede sugerir que no está seguro de sí o que no cree verdaderamente en aquello que dice.

 

La lentitud es un paso y un medio, no un fin. Por sí sola no resuelve nada o casi nada, ni siquiera la claridad. Hay que considerarla como presupuesto previo para que resulten eficaces los esfuerzos ulteriores. Hay que hablar lentamente sí, pero como un ejercicio para frenar el impulso instintivo de correr, para acostumbrarse a utilizar más los músculos de la boca y dominarlos mejor, como una gimnasia absolutamente necesaria que contribuya a adquirir el hábito de vocalizar y de silabear, de suerte que no se pierda ni una sola palabra en el camino.

 

Una vez conseguida una más clara vocalización, aunque sea exagerando mucho al principio, ha de apuntarse a otro objeto: la buena entonación. Dar sentido a lo que se dice, acentuar lo que tiene más interés, poner énfasis (el subrayado en la expresión escrita) en aquellos puntos –palabras o frases– en los que el emisor quiere llamar la atención de los que le escuchan.

 

No debe perderse de vista que el orador se comunica con sus oyentes o interlocutores, no solamente por medio de las palabras, sino también mediante un elemento sonoro no verbal: la entonación, que juega un papel muy importante en la comunicación oral, sobre todo en la oratoria.

 

Para dar más sentido y mayor expresividad a la palabra deben graduarse, con pequeños matices diferentes, la intensidad y el volumen de la voz. A menos que debamos asumir el carácter de otro para dar mayor vivacidad a la narración o a una anécdota, debemos hablar en el tono de voz normal, que ofrece un registro considerablemente ancho.

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Quienes no saben aprovechar la oportunidad que les ofrece poder variar su voz dentro del tono que le es normal, sino que por el contrario hablan siempre en el mismo tono, producen una exposición monótona, carente de la vivacidad que puede proporcionar la variación del tono si es aplicada hábilmente. Alguien ha dicho: “La entonación no debe adormecer la causa de monotonía, herir por vehemencia o molestar por la ironía... a no ser que esa sea la intención del orador por motivos determinados. Es preciso meditar bien en las entonaciones  para que se correspondan con el sentido que se quiere dar a las palabras, duplicando, a veces, la fuerza de persuasión”.

 

La entonación puede ser ascendente, descendente y mixta. Según el énfasis, agudeza, gravedad y timbre de la voz, las entonaciones connotan diversas emociones y hasta provocan acciones. La ascendente sugiere interrogación, indecisión, incertidumbre o duda. La descendente sugiere firmeza, determinación, decisión, confianza. Una inflexión doble o mixta, que sea a la vez ascendente y descendente, nos puede sugerir una situación de conflicto o una contradicción de los significados, y se usa frecuentemente para denotar ironía o sarcasmo, o para exponer una sugerencia.

 

Estas variaciones súbitas o inflexiones graduales del tono se usan principalmente para transmitir las ideas con mayor facilidad, más que para expresar un matiz emocional. Por medio del empleo adecuado de estas variantes podemos lograr que el significado de una frase sea más claro y preciso.

 

El hecho de no valorar antes lo que es central en mi discurso –dónde ha de ponerse énfasis para que sobresalga la idea principal– hace difícil que entren en la mente de los que escuchan las ideas básicas del mensaje transmitido.

 

 

3. El ritmo

 

              La relación entre los acentos y las pausas crea esa cadencia o pulsación que se conoce con el nombre de ritmo. Si esa relación se manifiesta por intervalos de tiempo breves o iguales, se habrá obtenido un ritmo rápido y monótono. Si se manifiesta por intervalos de tiempo muy alejados entre sí o muy irregulares, no se advertirá el ritmo en el primer caso, y en el segundo será caótico.

 

              El ritmo está íntimamente relacionado con la velocidad en el habla. Hay momentos en que se ha de hablar con más velocidad que otros. Los contrastes en el ritmo –al igual que los contrastes en la modulación de la voz y del acento- tienen gran importancia para dar expresividad y sentido a nuestra palabra y para retener más fácilmente la atención del que escucha.

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              Una persona de temperamento excitable habla siempre a un ritmo apresurado, mientras que una persona tranquila lo hace a uno más lento. En cambio, el individuo entusiasta pero al mismo tiempo reflexivo, procura evitar tanto un extremo como el otro y varía su ritmo, empleando esta variación para demostrar la intensidad de sus convicciones o la profundidad de sus sentimientos.

Hay una ley psicológica elemental de utilidad para lograr un ritmo adecuado: “Todo cambio de estímulo varía la atención”. Debemos huir de la monotonía, de lo esperado, y acercarnos a lo novedoso, a la pasión de contar y expresarnos de la forma más correcta posible, atrapando al que nos oye, invitándolo a que nos escuche con total atención.

 

Ejercicios:

 

Represente un suceso cotidiano de forma:

a) extremadamente lenta,

b) vertiginosamente rápida,

c) normal,

d) con diferentes variantes posibles: diferentes ritmos, de lento a rápido, con ritmos libres y ligados.

 

 

LECTURA 5:

 

4. Intensidad y volumen

 

Estos dos aspectos están íntimamente ligados –es muy difícil separarlos– a la voz y el acento, pero pueden estudiarse por separado para facilitar su comprensión.

 

Aparte del énfasis en lo que se dice y del ritmo, hay otra forma de dar más sentido y más expresividad a nuestra palabra: graduar, con pequeños matices diferenciales, la intensidad y el volumen de nuestra voz. Manejar bien la propia voz es explotar al máximo los recursos que en ella se contienen. A veces, para atraer más la atención y aun para provocarla, será necesario bajar mucho el volumen; en otros casos será conveniente levantarla más, e incluso, aunque raras veces en

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principio, gritar. El cambio brusco en el volumen y el tono de nuestra voz es un poderoso medio para retener más fácilmente la

atención de nuestros oyentes.

 

              Sin embargo, debemos procurar no caer en dos prácticas viciosas: por un lado, el uso exagerado a la fuerza enfática y, por otro, el uso del énfasis de una manera continua. Si intentamos destacar un punto más allá de lo que su verdadero valor o importancia merecen, la audiencia perderá la fe en nuestra facultad de establecer unos juicios fundamentales; si, por otra parte, pretendemos recalcar todas las cosas por medio del énfasis, el resultado será que ninguna de ellas logrará destacar entre sus vecinas. La mejor práctica consiste en seleccionar las ideas realmente importantes, y apoyarse únicamente en ellas, con el énfasis que merecen.

 

De seguro alguna vez se ha juntado con personas que tienen una voz “aburrida”, “plana”, monótona. ¿Se considera usted una de ellas?

 

Suele echársele a la voz la culpa de la monotonía, pero no es así. Aunque tiene relación, la monotonía está referida sobre todo a los dos aspectos que acabamos de estudiar: el acento y el ritmo.

   

Se trata de un género de monotonía fácilmente remediable si se localizan sus causas. Una de ellas puede ser y suele ser el cansancio y el aburrimiento del que habla, que se refleja necesariamente en el tono de voz, en un gesto, en su actitud exterior. Por eso se recomienda no hablar nunca en público cuando se está dominado por una pasión negativa, tristeza, desánimo o abatimiento. El que habla debe tener vigor físico y moral para dar lo más que pueda al que escucha. Y nada de esto es posible cuando se está cansado o con una preocupación dominante y obsesiva.

 

La mayor parte de los que hablan con excesiva velocidad, fatigan a quienes quisieran escucharles, los cuales acaban por desentenderse del orador. Otros, en cambio, hablan con desesperante lentitud. ¿A qué velocidad debe hablarse?

             

En términos generales podemos decir que se habla con menor velocidad cuando los oyentes están poco familiarizados con el asunto que se trata; cuando el contenido puede seguirse fácilmente por el auditorio, se hablará con mayor velocidad.

 

              En su mayoría, las personas hablan a una velocidad uniforme. Lo correcto es que, como hemos señalado en el párrafo anterior, la velocidad se ajuste al tipo de pensamiento o sentimiento que el orador trata de transmitir.

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Es importante, pues, adquirir el hábito de vocalizar y de silabear, de suerte que no se pierda ni una sola palabra en el camino. Una vez lograda una más clara vocalización, la velocidad ha de adecuarse al tema, al auditorio y al valor de las ideas que quieran destacarse.

 

5. Las pausas y el silencio

 

Refirámonos, ahora, a la otra causa frecuente que influye en lo que hemos llamado monotonía, y que está a nuestro pleno alcance modificar: la falta de pausas, el hablar de carretilla, sin parar, ni siquiera para tomar aire. Esta falta la suelen cometer incluso los que van a ritmo lento. Acaso se hable con buen ritmo y hasta con claridad, pero sin parar.

 

              Las pausas sirven para puntuar los pensamientos. Del mismo modo que la coma, punto y coma, y punto sirven para separar las palabras escritas en grupos de pensamientos, las pausas de distinta duración nos ayudan a separar las palabras habladas en unidades que tienen un significado en conjunto.

 

Del mismo modo puede afirmarse que la pausa representa en el lenguaje oral lo que en el escrito es el punto y aparte. La pausa permite fácilmente las inflexiones de la voz, el cambio de tono y el ritmo, y en definitiva contribuye, si se hace buen uso de ella, a mantener más viva la atención. Podemos reparar en ello al conversar con nuestros amigos, o cuando escuchamos hablar a alguien por televisión o en la radio. Cuando sea usted el que hable, recuerde hacer buen uso de las pausas.

 

              Una parrafada sin pausas es de una monotonía aterradora. El uso inadecuado de las mismas resulta tan perjudicial y confuso para el oyente, como el uso de inadecuada puntuación en un escrito.

 

Una modalidad en la pausa, que no tiene nada que ver con el corte involuntario, es el silencio, especialmente querido y provocado por el que habla. Es un hábito algo difícil de adquirir. Para hacer una pausa muy larga (y esto es propiamente el silencio), se requiere mucho dominio de la situación y de uno mismo. Cuesta llegar a este grado de dominio para saber realizar este tipo de pausas que han de darse sin dejar de mirar al interlocutor, pero es bueno saber que pocas expresiones llegan a ser tan elocuentes como el silencio, y más aún el silencio largamente sostenido.

 

No ha de ser, como es natural, un silencio colocado anárquicamente y porque sí, donde a uno se le antoje, sino un silencio justificado.

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¿Cuándo utilizar el silencio como recurso de expresión oral?

 

a) después de una pregunta incisiva;

b) antes de pronunciar una frase especialmente importante y sobre la que se quiere llamar la atención (el silencio es también expresivo antes de empezar la comunicación);

c) para acentuar el “dramatismo” en una expresión muy importante, con el objetivo de crear tensión e interés en el que escucha, entre otros casos.

 

Ejercicios:

 

Þ Una de las más conocidas Rimas de Bécquer se titula “Las Golondrinas”. Durante décadas los declamadores la recitaban en tono apesadumbrado y triste, hasta que un gran declamador las dijo en tono colérico y de ira, hallando en el poema un matiz novedoso. Recite en voz alta, primero en tono de tristeza, y luego en forma colérica, el poema:

 

Volverán las oscuras golondrinas

en tu balcón sus nidos a colgar,

y otra vez con el ala a sus cristales

jugando llamarán;

 

pero aquéllas que el vuelo refrenaban

tu hermosura y mi dicha al contemplar,

aquéllas que aprendieron nuestros nombres,

ésas... ¡no volverán!

 

Volverán las tupidas madreselvas

de tu jardín las tapias a escalar,

y otra vez a la tarde, aún más hermosas,

sus flores abrirán.

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pero aquéllas cuajadas de rocío,

cuyas gotas mirábamos temblar

y caer como lágrimas del día...

ésas... ¡no se abrirán!

 

Volverán del amor en tus oídos

las palabras ardientes a sonar;

tu corazón de su profundo sueño

tal vez despertará;

 

pero mudo y absorto y de rodillas

como se adora a dios ante un altar,

como yo te he querido... desengáñate,

¡así no te querrán!

 

Þ Diga la siguiente frase: El país puede permitirse los gastos que el homenaje ocasiona, en:

a. Forma interrogativa

b. Forma negativa

c. Forma dubitativa. Note la diferencia en el matiz entre la forma dubitativa y la interrogativa.

 

Þ Con el objeto de subrayar exclusivamente el énfasis, haciendo abstracción del contenido, pronuncie en ocho segundos la secuencia numérica del 1 al 20, poniendo énfasis en los números 3, 6, 9, 12, 15, 18. Varíe el tiempo empleado y cambie los números elegidos.

 

              Þ Repita el ejercicio anterior intentando darle diferentes matices emocionales.

 

Þ Repita, dándole diferentes matices emocionales, la siguiente oración: El cadáver está tendido en la sala. Cuide el ritmo de exposición. Unas veces deberá pronunciarla más lentamente que otras.

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Þ Repita varias veces en alta voz, con pausas, tono y ritmo adecuados, los textos de discursos que se encuentran en la parte de anexos. Se han escogido estos discursos precisamente por la excesiva presencia de inflexiones y exclamaciones que requieren.

LECTURA 6:

V. La comunicación no verbal

 

Cualquier interior delata las habilidades no verbales de sus habitantes. La elección de materiales, la distribución del espacio, el tipo de objetos que llaman la atención o invitan a tocarlos, en contraste con los que intimidan o rechazan, todo ello tiene mucho que decir acerca de las modalidades sensoriales que los sujetos prefieren. (Ruesch y Kees)

 

 

              Antes de iniciar el tema, conteste las preguntas siguientes:

 

1. ¿Cuándo los gestos complementan las palabras y cuándo las sustituyen?

 

2. Enumere los criterios que pueden servir para determinar el grado de eficacia de los gestos. Dé una ligera idea de tres de dichos criterios.

 

3. Suponga que está pronunciando una charla. ¿Cómo mantendría las manos en el curso de la misma?

 

4. Trate de comunicar las siguientes ideas, sirviéndose únicamente de gestos: a. Ahora o nunca. Esa es nuestra determinación. b. ¡Qué alegría me da verte! ¿Cuándo llegaste? c. Fue un viaje terrible, agotador, pero al fin ya estamos en casa. d. ¡Lárgate de aquí! No quiero verte más por estos sitios. e. ¿Puedes dedicarme unos minutos, por favor?

 

5. Sin emplear palabras, trate de representar mediante gestos, con la mayor fidelidad, algunas de las situaciones siguientes:

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a. Ante una congestión del tránsito, el chofer de un camión está encolerizado porque teme llegar tarde a su destino.

b. Un patrón trata de abrirse paso entre un grupo que huye anárquicamente de la fuerza pública.

c. Presenciando un juego de fútbol, un jugador anota un gol que es decisivo para el club de sus simpatías.

d. Una persona a quien no conoce viene hacia usted en actitud hostil. e. Le presentan un trabajo defectuoso para el que usted ha dado con todo esmero

instrucciones precisas.

 

 

Hasta hace pocas décadas la comunicación verbal suscitaba el máximo, sino incluso el único, interés de los investigadores. Pero la comunicación verbal es sólo una de las tantas formas de comunicación y no siempre la más completa y la más correcta. Es el comportamiento no verbal el que nos proporciona informaciones más precisas cuando no podemos utilizar las palabras, tanto en el caso de que el que habla pretenda intencionalmente engañarnos, como en el caso de que haya bloqueado o reprimido las informaciones que nos interesan. El descubrimiento de la importancia de la comunicación no verbal ha transformado profundamente el estudio del comportamiento social humano.

 

La investigación a este nuevo nivel de análisis se remonta a principios de los años 60. Una de las primeras profesiones que empezó a estudiar a profundidad la comunicación no verbal fue la psicología social. Al principio, entorpecida por los matices y la complejidad de la interacción social, se limitaba a analizar aspectos no demasiado significativos, buscando por ejemplo cuánto habían durado los encuentros o quién había hablado con más frecuencia. Luego, a medida se avanzaba en los análisis, se llegó a admitir que los hombres y las mujeres disponen del canal verbal de comunicación, pero que como acompañamiento del lenguaje subsiste todo un conjunto de señales no verbales, vocales y gestuales que inciden sobre el significado, sobre el énfasis y sobre otros aspectos del acto lingüístico.

 

Así pues, ha aparecido un nuevo campo de investigación y un nuevo nivel de análisis: el del comportamiento espacial de seres humanos, del movimiento y de la gestualidad, de los cambios en la mirada, en la expresión de la cara, en el aspecto externo y en los aspectos no estrictamente lingüísticos del discurso. 

 

En el sector de la psicología contemporánea que estudia el comportamiento interpersonal, y a la luz de cuanto hemos dicho antes, están asumiendo una gran importancia las principales señales no verbales.

 

Ekman y Frieser estudiaron principalmente el desarrollo de los métodos para el estudio de la comunicación no verbal, guiado por un doble interés: la comprensión de cada individuo en

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particular con sus actitudes, sentimientos, rasgos, características de su personalidad; y la comprensión de su interacción social, de su naturaleza, de las condiciones y características de la comunicación, de las impresiones que sacan de ello los interagentes, del estilo y de las habilidades interpersonales que se manifiestan en su seno.

 

 

LECTURA 7:

1. El lenguaje corporal

 

Los que mantenemos abiertos los ojos, podemos leer volúmenes enteros en lo que contemplamos a nuestro alrededor. (E. T. Hall)

 

              Nos comunicamos con nuestros oyentes por medio de palabras y, como hemos afirmado en el capítulo anterior, también de lo que evocan sus entonaciones, ritmos e intensidades. Ha llegado la hora de agregar: pero además nos comunicamos con ese elocuente lenguaje mudo que es la expresión corporal.

 

              En la vida cotidiana, una persona puede, sin hablarnos, comunicarnos una impresión de simpatía, de hostilidad, de desdén o de indiferencia, por sólo el movimiento de sus hombros, de sus manos o de sus cejas, o por la mirada. Aquello de que existen “miradas que matan” tiene sentido. Con razón ha dicho Henri Bergson: “En todo orador el gesto rivaliza con la palabra. Celoso de la palabra, el gesto corre detrás del pensamiento y procura, él también, servir de intérprete”.

 

Permanecer inmóvil, conservar un rostro impenetrable mientras se habla, es dar lugar a la monotonía; acaso suscitar la impresión de que somos orgullosos o estamos distantes del público. Comunicamos todo ello con nuestro cuerpo.

             

Cuando se habla ante un micrófono, se suele actuar de un modo rígido, casi sin libertad de movimientos. Pero normalmente los oyentes ven al orador a la vez que lo están escuchando, por lo que la conducta física de éste cuando se encuentra en la tribuna o el estrado, es de suma importancia. El valor del aspecto físico y de la actividad corporal es pues manifiesto. El auditorio aprecia el significado de la expresión facial del orador del modo en que se sitúa o se desplaza, del gesto de la cabeza, los brazos, los hombros y las manos. La ligera contracción de un hombro o el movimiento expresivo de una mano son a veces más reveladores que un centenar de palabras. Por otra parte, puesto que al orador se le ve antes de que se le oiga, es esta primera impresión visual la que produce en el auditorio una reacción estimativa de la sinceridad, la cordialidad y la energía de las palabras que le dirigen.

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En otras palabras: El cuerpo, con sus movimientos o con la ausencia de ellos, interviene decisivamente en la expresión verbal. No es fácil concebir una comunicación a través de la palabra hablada en la que no entre en juego todo el ser del que la pronuncia. Si así fuera, habría un déficit grave e incluso una anomalía. No se puede estar inmovilizado como un palitroque o un poste si el que habla quiere transmitir no sólo sus ideas, sino también sus sentimientos, como sucede a menudo. Hablar a otros es dar de sí mismo a los otros, y eso no se hace sin intervención de todas las partes, potencias y sentidos del habla.

 

La expresividad de nuestro cuerpo, por otra parte, es enorme aunque a veces no seamos conscientes de ello. Somos expresivos cuando lo movemos y lo somos también cuando lo tenemos sujeto a nuestra voluntad. Lo somos cuando algún gesto involuntario y no controlado traiciona y descubre un sentimiento que hubiésemos querido mantener en secreto.

 

 

              Ejercicios:

 

              1. Dinámica El masaje.

2. Tense totalmente el cuerpo e intente andar por la sala así de tieso. Mientras camina, vaya relajando lenta y consecutivamente los brazos, las piernas y el tronco.

              3. Sentir el cuerpo a través de los sentidos.

 

2. El gesto

 

Respondemos con gran vivacidad a los gestos, y hasta se diría

que lo hacemos de acuerdo con un código secreto y elaborado,

no escrito en ningún sitio, que nadie conoce,

pero que todos comprenden. (E. Sapir)

 

              Los gestos –complementos de la palabra y en contadas ocasiones sustitutos de ella- son los movimientos “a propósito” realizados por alguna parte del cuerpo, ya sea la cara, hombros, brazos o manos, para reforzar o demostrar lo que decimos.

 

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Concebida directamente la función del cuerpo en la expresión, el gesto ha de entenderse como un complemento de la palabra y sólo en raros casos como sustituto de ella. Si la palabra ha de ser dicha con naturalidad y con espontaneidad, el gesto es necesaria e involuntariamente espontáneo. Dar normas sobre el gesto es propiedad del director teatral para con sus actores, pero no para el que quiera expresarse con naturalidad.

 

              El ademán nace siempre de un impulso interior. Representa la respuesta natural a este deseo de movimiento, y supone una ayuda que refuerza las ideas que se pretendía comunicar. Por eso el orador no puede establecer por adelantado si en un momento dado el discurso va a señalar con su índice un lugar determinado, ni si unos minutos más tarde va a crispar sus manos en ademán belicoso. En una palabra, los gestos para ser eficaces tienen que proceder espontáneamente de un estado de ánimo de ansiedad, entusiasmo o emoción.

 

              Por otra parte los gestos, además de su utilidad para reforzar y clarificar las ideas, son muy valiosos también en cuanto ayudan a mantener la atención de los oyentes. Del mismo modo en que nos fijamos más en un orador que se desplaza de uno a otro punto, que en otro que se mantiene fijo en el mismo lugar, también escucharemos con mayor atención al orador que efectúa los ademanes apropiados. A menos que pueda compensar y suplir de alguna manera la falta de gestos, el orador no conseguirá, si no los usa, más que una respuesta apática de los oyentes.

 

El gesto está animado sobre todo por el mundo afectivo del que habla y es su mejor expresión. El gesto puede llegar donde la palabra no llega y puede expresar con fidelidad estados de ánimo que la palabra a veces no puede reflejar. Sin embargo, debemos tener cuidado y no abusar de este recurso expresivo, pues ello puede hacernos descuidar la claridad en la comunicación oral. Por otro lado debemos recordar, como afirma Birdwhistell, que: No hay gestos universales. Por lo que sabemos, no hay una sola expresión facial, postura o posición del cuerpo que tenga el mismo significado en todas las sociedades. 

 

La ausencia de normas concretas que regulen de un modo adecuado el hacer gestos se debe, como antes se ha indicado, a la imposibilidad de una normativa, que si existiera atentaría contra la espontaneidad y contra la naturalidad, atractivos y también exigencias de una correcta expresión hablada. El gesto es una expresión personalísima, un desahogo en cierto modo íntimo. Cada uno tiene el que se adecua a su modo de ser, y también diríamos a su modo de estar, es decir a lo que está sintiendo y experimentando en su interior mientras habla en presencia de otros. Resultaría forzoso y contraproducente decir lo que haya de hacerse, si resulta contrario a lo que uno en aquel instante concreto desea hacer y siente necesidad de hacer.

 

El mejor gesto es el que acierta a exteriorizar con el cuerpo o con algún miembro del cuerpo, sobre todo brazos y manos, lo que deseamos expresar al hablar, y cuando no podemos expresarlo con sólo la ayuda de la palabra (porque si ésta bastase, el gesto sobra). Otra cosa sería la gesticulación, que es un movimiento anárquico e incontrolable del propio cuerpo, un

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movimiento artificioso e inexpresivo (por exceso o por defecto, lo mismo da), o una forma que no expresa lo que pretende el que lo realiza.

 

Una persona extrovertida no tendrá apenas dificultad para encontrar el gesto que sea expresión fiel de lo que siente mientras está hablando; y será fundamentalmente este sentimiento íntimo el que inspirará, sabiéndolo él o no, queriéndolo o no, el movimiento de su cuerpo. La persona introvertida tendrá que esforzarse más y sólo en este caso estaría justificado forzar, un poco artificialmente al principio, el movimiento de brazos y manos.

 

Ejercicios:

 

Ante las situaciones que se describen seguidamente, reaccione con el gesto que le parezca más natural y adecuado a cada una de ellas y acompáñelo de las palabras que se sentiría animado a pronunciar:

 

- Mientras hacemos fila para asistir a una conferencia, una persona corpulenta nos da, sin quererlo, un pisotón.

- Nuestro automóvil se ha quedado sin combustible en una carretera de poco tránsito y tratamos de que alguien acuda en nuestra ayuda.

- Al examinar la lista de la lotería comprobamos que por un solo número de diferencia no hemos obtenido el premio mayor.

- Una manifestación estudiantil huye aterrorizada ante la represión de la fuerza pública, y usted, que transita por el lugar, trata de tomar otra dirección.

- Un automóvil frena violentamente para no atropellar a una anciana que cruza la calle.

- Alguien le grita para evitar que una pesada madera que está cayendo de un alto balcón lo golpee.

- Al constatar una llamada telefónica, recibimos la noticia de que hemos sido favorecidos con un gran empleo.

- Al rasgar un sobre que ha sido colocado sobre nuestro escritorio, advertimos que contiene una disposición en la que se nos deja sin empleo y sueldo.

 

 

LECTURA 8:

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3. Las manos

 

En relación con lo visto anteriormente, las manos constituyen un pequeño problema al expresarnos. A veces las ocupamos demasiado, abusando de ellas hasta utilizarlas como sustituto de las palabras, lo cual no es correcto ni beneficia en nada la comunicación. Otras veces no se sabe qué hacer con ellas y uno quisiera no tenerlas, tanta es la sensación de estorbo que se experimenta. A medida que se avanza y si el que habla pone pasión en su decir, se siente la necesidad de acompañar las palabras con el gesto de las manos y de los brazos. Lo negativo es que a veces se cae en una exageración desproporcionada.

 

              Los gestos de la mano, que embarazan a tantos principiantes y a buen número de los que no lo son, se hacen casi siempre acompañados del brazo. Las manos, insistimos, constituyen un pequeño problema, sobre todo para los que no están acostumbrados a pronunciarse en público.

 

Algunas reglas para su empleo adecuado

1. En los primeros momentos, debe tenerse de algún modo ocupadas las manos, bien sea discretamente sujetas a la mesa, tribuna, atril o barra del micrófono; o sujetando unas cuartillas, siempre que ello no provoque movimientos anárquicos que denoten el nerviosismo del que habla.

2. Si el tema no requiere que sea expuesto de modo expresivo, su postura correcta será mantener las manos quietas.

3. Debe evitarse poner una mano en el bolsillo, pero es a todas luces incorrecto poner las dos. 4. En estos gestos, como en los demás, ha de actuarse con naturalidad, pero sin excesiva

familiaridad.

 

ã Movimientos convencionales

              Son aquellos movimientos básicos de las manos y brazos que, gracias a la rutina de la costumbre, han llegado a constituir una especie de lenguaje por signos de carácter universal.

 

1. Señalar, indicar. Cuando el orador quiere llamar la atención sobre una idea u objeto, apunta hacia él con el índice de la mano derecha, o de la izquierda.

2. Dar o recibir. Tanto para una acción como para la otra, el orador extiende la mano con la palma hacia arriba. Se usa con frecuencia este mismo gesto cuando el emisor quiere presentar una idea nueva, o cuando pide ayuda al auditorio para la idea que expone.

3. Rehusar, rechazar. Con un movimiento oscilante de la mano con la palma hacia el público, se expresa generalmente la desaprobación de una idea.

4. Apretados los puños. Expresa la intensidad de un sentimiento, como ira o firme determinación.

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5. Precaución. De la misma manera que cuando quiere calmarse la excitación de una persona, se apoya la mano en su hombro o se palmotea suavemente su espalda, el orador emplea un movimiento parecido de la mano, como si se apoyara en una espalda imaginaria.

6. División. Cuando se pretende indicar la separación neta y clara de los hechos o las ideas en varios grupos, el orador se sirve del gesto de acercar y separar las palmas de las manos ante sí, manteniéndolas paralelas.

 

Como se ha visto, a veces es importante utilizar las manos para enfatizar algo. Lo que sí debe tomarse en cuenta es que, como anotábamos cuando nos referíamos al gesto, no debe excederse en su uso, y en ningún momento deben sustituir a las palabras, la buena dicción, la correcta entonación, y demás aspectos propios de la expresión oral.

 

Ejercicio:

 

Dramatizar un cuento o una situación sin utilizar palabras ni recursos visuales ni auditivos.

 

 

4. La mirada

 

No habla: pero en sus ojos anida

toda una conversación. (Longfellow)

 

Ahora bien, no podemos hablar del gesto y la palabra sin referirnos a otro aspecto esencial: la mirada. Varios autores afirman que la comunicación verbal se realiza a través de la palabra, el gesto y la mirada. La comunicación correcta es un diálogo, no un monólogo; y supone, por tanto, que el emisor, mientras está hablando, obtiene ya una respuesta de los que le escuchan, respuesta que él puede detectar solamente si les mira y si sabe interpretar el sentido de la miradas que recibe.

 

No hay comunicación, obligada cuando se emite en la presencia física de los destinatarios del mensaje, si no hay interlocución, es decir intercambio continuo de papeles: de emisor a receptor, de receptor a emisor, constantemente. Todos –el que habla y los que escuchan– son protagonistas por igual del fenómeno comunicativo. El que escucha ha de saberse y ha de percibirse como destinatario personal de lo que dice el que habla; y el que habla ha de reconocer el grado de aceptación, de entusiasmo o de repulsa en sus palabras. Solo así podrá matizarlas mejor y solo así puede dar importancia, como es su deber, a las reacciones perceptibles de quienes le escuchan.

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El que habla ha de vencer una resistencia muy natural, pero superable, a mirar tranquilamente a los que están situados frente a él, dispuestos en principio a escucharle; pero con seguridad no escucharán por mucho tiempo si no se saben y se sienten mirados por el que habla. Una conversación, sobre todo si es larga, no se tolera con facilidad cuando el que nos dirige la palabra no se digna mirarnos, conducta que suele tomarse poco respetuosa. Lo mismo entonces ocurre en el género de conversación colectiva: la conferencia, exposición, debate o charla. El contacto visual con los receptores del mensaje permite saber, con bastante aproximación al menos, el tipo de respuesta que el mensaje está provocando en ellos.

 

Daniel Prieto Castillo, comunicador y educador argentino, reflexiona, en su libro La pasión por el discurso, sobre la importancia de la palabra, los gestos y la mirada. El texto es en verdad sugerente.

 

Emergemos al ser por el lenguaje. Desde la cuna, nos vamos entretejiendo como humanos en una relación íntima con las palabras y los gestos. Todo nos habla y no cesamos de aprender significados, todo nos llama con palabras y gestos. Nada más ni nada menos, estamos en medio de la palabra y estamos constituidos profundamente por ella.

 

Pero las palabras son el rostro del otro, y pueden ser terribles, cargadas de violencia, o dulces como las primeras mieles. Y también pueden ser pobres, apenas balbuceos vacíos, estrechos, incapaces de abrirnos al mundo. No tenemos otra apertura al mundo que la mirada, la caricia y la palabra. Cuando ellas se cierran apenas si nos asomamos a un espacio infinito...

 

...Pero el ver requiere de instrumentos, de vías para extender nuestra mirada y nuestro aliento, y uno de los más importantes instrumentos es el lenguaje. ¿Hasta dónde puede ver alguien literalmente deslenguado? Las palabras nos acunan o se nos clavan como agujas, ríen o nos muestran muecas terribles, descorren horizontes o cierran todos los accesos a los demás. ¡Ay de quienes crecen entre palabras como lanzas! ¡Ay de quienes son acunados por la violencia! ¡Ay de quienes son condenados a estrellarse de por vida contra un universo oscuro de palabras! ¡Ay de quienes resultan habitados por palabras salvajes, opacas, densas, como la lava profunda de un volcán!

 

Las palabras no son las cosas, decía el viejo Platón, pero nos permiten ir hacia ellas. Y hacia nosotros mismos, supimos más tarde, y hacia el otro, ese horizonte de posibilidad humana contra el que puedes golpearte como contra piedras o llenarte de luz como contra arco iris. Eres aquello que te habita. Nada más. A favor o en contra, te revolverás durante todos tus días contra ese muro o ese arcoiris interno.

 

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No hay escapatoria. Cuando emerges a la luz, te reciben las palabras, las miradas, las caricias, son ellas quienes te constituyen el ser, quienes deciden lo que serás, aun como rebeldía, como intento de sacártelas de adentro.

 

El infierno son los otros, escribía Sartre, la mirada de los otros es el infierno. Un tipo de infierno, sin duda, el más común, sobre todo en estos nuestros pobres pueblos. La mirada como amenaza, obsesión, látigo, o la otra, la mirada transparente; el golpe y la caricia, las palabras lanza o arcoiris. Así crecemos, así se nos va dando el ser y así somos marcados para toda la pobrecita existencia.

 

Por eso, mirada, caricia, palabra son una conquista, son parte de un difícil proceso de humanización que por momentos aparece cada vez más lejano. Accedemos al ser a través de ellas, nos niegan el ser cuando faltan, cuando se vuelven muro, golpe, lanza. Y esa negación supone límites, la estrechez de miras y de sueños, la terrible confusión entre una miserable versión de las cosas con toda la riqueza de cualquier situación social...

 

...Pobrecitos cuerpos de muchos, atravesados desde niños por la palabra lanza, pobrecitas heridas que jamás cerrarán, pobrecitas llagas abiertas a cualquier viento, a cualquier mirada. Larva precaria el hombre, cualquier brisa lo daña, y las palabras son la primera brisa para la piel, brisa que arrulla o muerde, que se desliza como una caricia, y penetra como ella, o se clava espinuda, sarcástica, desgarradora de carne.

 

¿Vendrán de allí tanto odio, tanta capacidad de destruir? Sí, vienen de allí, del tiempo de larva, de las primeras miradas, caricias y palabras. No aprendemos a odiar y a destruir, somos hechos para ello. No aprendemos a amar y a convivir, somos hechos para ello. Lo demás: apenas un destino, un apego a esa, nuestra primera forma, o alguna protesta en contra, algún intento para salirnos de aquello que aprendimos en nuestros principios.                                                       

 

La pasión por el discurso

Daniel Prieto Castillo

 

 

Para reflexionar y ejercitar:

 

Lea las preguntas siguientes y medite la respuesta. Luego, según lo indique el facilitador, partícipe en forma voluntaria y dé su opinión.

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1. ¿Está de acuerdo con la relación que establece el autor entre miradas, palabras, gestos y caricias? ¿Por qué? ¿Podría citar algún ejemplo o compartir alguna experiencia personal?

 

2. ¿Qué opina de las frases siguientes?

 

* Pero las palabras son el rostro del otro, y pueden ser terribles, cargadas de violencia, o dulces como las primeras mieles...

 

* Por eso, mirada, caricia, palabra son una conquista, son parte de un difícil proceso de hu              manización que por momentos aparece cada vez más lejano...

 

 

5. La expresión de la cara

 

Esta señal se limita a los cambios de posición de los ojos, de la boca, de las cejas y de los músculos faciales. La cara, por lo tanto, puede ser contemplada como zona de comunicación especializada, utilizada para comunicar emociones y actitudes.

 

Ekman y Friesen llaman exhibidoras de afectos a estas señales no verbales que expresan un estado emotivo, y consideran la cara como sede primaria de la expresión de las emociones. Mientras entre los animales no existen problemas de percepción ni de interpretación de las emociones vinculadas al control de la expresión facial, dichos problemas sí existen en cambio entre los humanos, los cuales pueden controlar y alterar sus propias emociones. Podemos afirmar, pues, que las expresiones momentáneas permanecen muchas veces ocultas debido a las importantes restricciones a las que se halla sometida la expresión de actitudes y emociones consideradas negativas. No obstante, en algunos aspectos el control se hace muy difícil, como el caso de la transpiración en estados de ansiedad, la dilatación de las pupilas en estado de excitación, el micromovimiento en relación a sentimientos reprimidos.

 

La expresión del rostro con todas sus posibles transformaciones es utilizada también en estrecha combinación con el lenguaje, tanto por parte del que habla como del que escucha. De hecho, la persona que habla acompaña sus expresiones verbales de ciertas expresiones faciales que le sirven para enmarcar, atribuir valor o modificar. El oyente expresa sus reacciones ante lo que escucha con leves movimientos de los labios, de las cejas, de la frente, para indicar desacuerdo o acuerdo, sorpresa, satisfacción, perplejidad, indiferencia o interpretar lo que se dice.

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Según estudios, las cejas ofrecen un comentario continuado y puntual según la siguiente escala:

 

Cejas completamente arqueadas: incredulidad

Cejas semi-arqueadas: sorpresa.

Cejas normales: indiferencia

Cejas semi- inclinadas: perplejidad

              Cejas completamente inclinadas: cólera

 

En el comentario gestual también participa la zona que está alrededor de la boca, con un arco de variación que va desde subir las comisuras de los labios en señal de satisfacción, hasta bajarlas en señal de desagrado.

 

6. El aspecto exterior

 

En el campo del comportamiento no verbal que abarca una amplia variedad de elementos, puede distinguirse, siguiendo a Coll, unas señales: la cara y la configuración física, el vestido, el maquillaje, el peinado, el estado de la piel, entre otras. Todos estos elementos en su conjunto constituyen los componentes del aspecto exterior.

 

La cara transmite diferentes informaciones, de las cuales la más importante es la identidad de la persona, y otras más superficiales como la raza a la que pertenece el sujeto, y dentro de ciertos límites y con la ayuda de ulteriores indicios, como edad y sexo. Parece ser que el rostro apenas revela casi nada sobre dimensiones y aspectos más importantes del sujeto. Se ha avanzado la hipótesis según la cual si un individuo asume habitualmente determinada expresión facial, dicha expresión terminará dejándole huellas identificables en músculos y piel, sin que ello se haya comprobado a nivel empírico.

 

Brunswick y Reiter realizaron uno de los primeros estudios sobre este aspecto que reveló la existencia de estereotipos a la hora de analizar rostros considerados inteligentes y poco inteligentes. Dicho estereotipo parece no responder a ninguna base cierta; sin embargo puede intervenir un efecto de auto confirmación en el sentido de que las personas consideradas de cara desagradable terminan por serlo efectivamente, al acusar el hecho de ser percibidas impopulares. Durante el reposo la cara pude suministrar muy pocas informaciones útiles, en la medida en que la persona

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tiene sobre ella muy escaso control, por lo que la cara no puede de ninguna manera reflejar la personalidad.

 

Otros elementos del aspecto exterior se hallan bajo el control voluntario de la persona y por tanto pueden ser, aunque sea parcialmente, modificados. Dichos componentes serían el maquillaje, el estado y el tratamiento de la piel, el peinado y el vestido. El hecho de que el individuo emplee energías, tiempo y dinero para controlar el propio aspecto nos ayuda a explicar que la principal finalidad de la manipulación de sí mismo es la de proporcionar una cierta autopresentación, es decir la de ofrecer la imagen que él posee de sí mismo y la propia imagen que quiere presentar a los demás. De hecho a través de este tipo de señalización no verbal son enviados mensajes relativos a la personalidad y al estado de ánimo, a la edad, a las actitudes, a las opiniones y a las creencias del sujeto, a las actividades, al grupo, a la clase social a que pertenece.

 

Como es natural, por obvias diferencias interculturales, el aspecto exterior sólo resulta significativo dentro de un cierto contexto social en el que comúnmente se advierte el significado del maquillaje, del peinado, del vestido. Por ejemplo, un trabajo de Thornton suministró el dato de que las personas que llevan lentes son consideradas más inteligentes; pero el autor no se manifestó sobre la corrección o no de dicho juicio respectivo. Argyle y McHenry demostraron que este efecto no se produce si el que observa y evalúa dispone de un muestrario más amplio del comportamiento del sujeto. Este hecho podría indicar la sobrevaloración de los resultados de aquellos trabajos que infieren características de la persona, proporcionando un único tipo de información: si la persona posee elementos más amplios de juicio, no se dejará influenciar únicamente por el elemento de la apariencia externa del sujeto.

 

McKeachie observó que las mujeres que utilizan lápiz de labios son consideradas distintas de las que no lo usan, es decir, más frívolas y ansiosas. Gibbins manifestó que los adolescentes no sólo se forman ideas precisas sobre las personas basándose en la forma de vestir, sino que incluso llegan a prever en todos sus pormenores su comportamiento.

 

7. El orador y el público

 

Se ha dicho que el público es como el mar, porque no puede conocerse de antemano su comportamiento. Su aproximación al mismo presenta incógnitas indescifrables que ponen en el corazón cierta angustia o excitación, según el temperamento de cada uno. Pero, ¿está bien lanzarse ante el público como en los brazos de una bella desconocida, o como un piloto tan seguro de sí o de su estrella que ni siquiera consulte los mapas? Importa saber antes a qué clase de auditorio se va a hablar, su número aproximado, su nivel medio de cultura y en general cuanto permita conocer sus preocupaciones, inquietudes y tendencias dentro del marco de la comunicación que se le va a transmitir.

 

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              Uno de los componentes esenciales del arte de la palabra es la presencia, que se manifiesta generalmente por la atención que el público presta al orador. Es un requisito previo cuidar la apariencia física, ajustándola al auditorio, a la ocasión y a la naturaleza del mensaje que se pretende comunicar.

 

              Es esencial que cuando el orador se encare con su auditorio trate de crear en los miembros del mismo la impresión de que se dirige personalmente a cada uno de ellos. Esto es muy importante porque el oyente tiende a rechazar al orador que parece ignorar su identidad como individuo; en cambio, sabe valorar un ambiente de relación personal próxima, como el que existe en un coloquio informal.

 

              En la imposibilidad de mirar a cada uno de los miembros del auditorio al mismo tiempo, el orador debe comportarse como en una conversación amistosa, es decir, eligiendo a una persona a la que se habla directamente durante unos segundos, mirándola rectamente a los ojos durante ese tiempo, y luego trasladando la mirada a otra. Esta regla se ha resumido del siguiente modo: “Manifiéstese buscándole los ojos al público. Fíjese sucesivamente en este, en el otro, en aquel individuo. Olvídese de las paredes y del techo”, sostiene Coll.

 

ã Posición

 

              No hay regla universal que nos diga cómo se debe permanecer mientras se pronuncia un discurso, pero sí pueden señalarse algunas prácticas viciosas que deben desterrarse. Por ejemplo, no es una buena norma dar la impresión de que nos amparamos detrás de la mesa, sino que en ciertos momentos es conveniente permanecer a un lado de la misma y moverse unos pasos para acentuar el énfasis de las palabras. Debe evitarse que todo el peso del cuerpo descanse sobre los talones. Cuando se habla de pie causa mala impresión que el orador se empine de puntillas y descienda otra vez, produciendo un movimiento de sube y baja, o balanceándose de derecha a izquierda, apoyando el peso en cada uno de los pies alternativamente.

 

Algunos oradores jugarán repetidamente con el mismo botón de su chaqueta, o se frotarán continuamente las manos con un jabón invisible, o enlazarán y desenlazarán sus dedos, o no sabrán qué hacer con sus manos, o preferirán hablar con éstas en los bolsillos. Podemos concluir que si se habla sentado, debe adoptarse una posición cómoda pero lo suficientemente correcta para no acusar una falta de educación; si se hace de pie al orador debe mantenerse erguido pero no hasta el punto de aparentar la rigidez de una estatua, con lo cual podrá causar la impresión de que está alerta y a la expectativa, mostrando siempre la seguridad de quien controla la situación y se controla a sí mismo.

             

Que se hable en una u otra posición –sentado o de pie– dependerá de la naturaleza del mensaje que se trata de transmitir o de la clase de comunicación que se pretende establecer.

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              Se hablará sentado cuando se trate de una mesa redonda, una reunión de staff, una sesión de trabajo o conferencia de prensa. A veces quien habla se levanta, pero permaneciendo en su sitio. Si decide hablar sentado puede atenuar los efectos de la inmovilidad de la siguiente manera:

 

1. Mantener derecho el busto, pero sin tiesura forzada. 2. Dejar un espacio de unos veinte centímetros entre el abdomen y la mesa, e igual espacio

entre la espalda y el respaldo de su asiento. 3. Aprovechar dichos espacios para avanzar el cuerpo y producir efectos de acercamiento,

confidencia o expresión de algún asunto importante; en otros casos retrocediendo el cuerpo sugiriendo espera, despegue, mirada de conjunto.

4. Evitar bajo la mesa el cruce y descruce continuado de las piernas y cuantos tics puedan distraer al auditorio o provocar su hilaridad.

 

Para hablar de pie con la máxima de libertad y eficacia, pueden seguirse algunas reglas de carácter general, como las siguientes:

 

1. Acercarse al estrado o tribuna con andar natural, desembarazado, evitando el paso entrecortado, el aire constreñido, la marcha nerviosa, la cabeza arrogante.

2. Durante la presentación no mirar al suelo fingiendo modestia, sino mirar sencillamente tanto a los asistentes como al presentador.

3. Una vez colocado en su sitio, no empezar enseguida el discurso o conferencia, sino tomarse unos momentos para organizar las ideas y mirar a los oyentes. Treinta segundos son suficientes.

4. Mantenerse recto pero sin rigidez, con los pies separados unos 30 centímetros, uno de ellos soportando la mayor parte del peso del cuerpo y el otro un poco avanzado.

5. Siguiendo la regla anterior, las piernas permanecerán flexibles, cuando, a intervalos, se cambie el peso del cuerpo al otro pie; habrá además facilidad para que el orador se desplace dando algún paso hacia adelante o de lado.

6. Para subrayar un punto importante –suponiendo que se hable desde un estrado o un escenario, y no desde tribuna–, será un buen efecto avanzar algunos pasos. Retrocederlos puede significar que se van a considerar las cosas en su conjunto.

7. Fijar los ojos en el suelo, por breve tiempo y mediante una pausa, puede sugerir que el tema merece honda reflexión antes de volver a hacer uso de la palabra.

8. Al finalizar el discurso o conferencia, no apresurarse a abandonar la sala, sino que, tras una pausa final, lo bastante larga para que los oyentes puedan asimilar el significado de las últimas frases, salir con paso firme y mesurado.

9.              El gesto de encogerse de hombros y negar o asentir con la cabeza tiene, en el arte de dirigirse al público, el mismo significado que se le atribuye en una conversación ordinaria. Se usa también para clarificar una idea o para dar mayor énfasis a la expresión.

 

Estas actividades del cuerpo tampoco pueden planearse o ejecutarse de modo totalmente consciente o controlado. Para que no parezcan artificiales y forzadas han de nacer del deseo

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interior de lograr una comunicación más eficaz. De otro modo, causarán un perjuicio en lugar de mejorar el mensaje del orador.

 

8. La comunicación no verbal en la vida cotidiana

 

En investigaciones que se desarrollaron para determinar el comportamiento no verbal de la gente, se utilizó la metodología de grabar en video a diversas personas, en toda clase de situaciones comunicativas: en el trabajo, en casa, en fiestas, en paseos, de compras, etc. Al analizar dichos videos se identificaron ciertos tipos de conductas no verbales que son más frecuentes. A continuación se describen algunas de ellas:

 

Usar el dedo índice para señalar una dirección determinada. Usar el dedo índice para dar órdenes o para amenazar. Dibujar en el aire para apoyar gráficamente lo que se expresa. Utilizar las manos para relacionar, juntar o separar dos elementos de los que se está

hablando. Asentir con la cabeza es una expresión no verbal que demuestra que se entiende lo que

alguien dice o se acepta lo que alguien afirma. Levantar la mano o un dedo para pedir la palabra. Tocarse la cabeza, sin motivo aparente, es un modo que denota inseguridad e incertidumbre. Rascarse la nariz mientras se está hablando puede indicar nerviosismo si se acompaña de

otros actos que muestren inseguridad. Cuando una persona piensa o dice algo de lo que se siente orgulloso o algo que debe

enfrentar, se toca el puente de la nariz entre ambas fosas nasales. La presentación personal refleja mucho de la personalidad del individuo y de la actitud que

adopta en un día o momento determinados. Esto guarda relación también con la edad y cultura social de la persona. La presentación personal no se puede calificar como buena o mala por sí misma, pues lo acertado de ésta depende del contexto y el momento.

 

En la comunicación no verbal hay una complicada mezcla de posturas, gestos, apariencia, expresión facial y uso de la mirada que, por lo general, no se hace o se percibe conscientemente, pero que está ahí presente para ofrecer información.

Respecto a la postura corporal, se afirma que ésta indica el estado de ánimo de cada persona y nos hace saber si está segura o insegura de sí misma.

             

Cuando una persona está correctamente sentada demuestra seguridad. Debe tener los dos pies en el suelo y separados por unos 10 o 15 centímetros, la parte baja de la espalda debe tocar el respaldo de la silla, los hombros deben caer de manera natural, es decir, ni alzados ni caídos, y la cabeza debe estar erguida, de manera que la dirección de la mirada esté hacia el frente y pueda trazarse en forma horizontal, imaginariamente, una línea paralela al suelo.

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Puede hacerse la prueba de sentarte mal y después hacerlo como se ha descrito aquí, para advertir la diferencia de la sensación que se experimenta en cada caso.

 

              Cuando la persona está de pie puede lucir insegura o segura, dependiendo de los signos que muestre. Si está recargada sobre una pierna más que sobre la otra, con los hombros caídos, la espalda encorvada, la cabeza agachada y la mirada baja, la persona transmite inseguridad, depresión o tristeza. Por el contrario, si está parada correctamente su cuerpo descansa sobre ambas piernas por igual y los pies están suficientemente separados para formar una base amplia que permita sostener el cuerpo; sus hombros están bien ubicados, sin dejarlos caer y sin alzarlos mucho, con la espalda recta, el pecho ligeramente levantado, la cabeza erguida y la mirada al frente. Así se demuestra seguridad en sí mismo y, por lo general, esta actitud corporal se observa en quien tiene éxito y seguridad.

 

              Cuando un individuo seguro camina lo hace en posición erecta y firme, sin apresurar el paso, pero de manera decidida, y con el cuerpo ligeramente inclinado hacia delante. La cabeza va erguida y la mirada al frente, demostrando confianza en sí mismo. Sus pasos son regulares y tienden a ser largos.

 

              Por otra parte, un individuo inseguro hace todo lo contrario: sus pasos son cortos, titubeantes, se arrastran en cierto grado y en ocasiones tropiezan un poco. Practica este modo de caminar y observa la sensación que produce cada caso.

 

              El movimiento y la postura son dos aspectos esenciales para crear una imagen personal que impresione. Conocer el lenguaje no verbal permite comunicar lo que se desea con señales no verbales y permite también identificar los mensajes no verbales que envían otras personas.

 

Respecto a la mirada se dice que cuando se encuentran dos personas e inician un intercambio de información mediante señales verbales y no verbales, se ha visto que, por lo general, el contacto visual es el primer mensaje de conexión entre ambos: cada uno mira a la cara del otro, directamente a los ojos, y de inmediato ambos bajan la mirada. Con el contacto visual se indica que se está consciente de la presencia del otro, y cuando se baja la mirada se quiere transmitir el mensaje de que nada amenaza al interlocutor, por parte de quien se le presenta.

 

              Si una persona tiene una mirada baja demuestra sumisión, y si alguien sostiene la mirada por más de tres segundos está demostrando agresividad y amenaza, en especial si la mirada está enmarcada en un rostro serio. Pero la mirada sostenida que se acompaña de una sonrisa puede indicar agrado, amor o deseo.

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              Se han realizado observaciones de la mirada de las personas que conversan y se han encontrado que si alguien mira la cara de la otra persona está estudiando sus actitudes y señales no verbales, principalmente al mirar el triángulo que se forma por la línea de los extremos externos de los ojos y que se extiende hasta el puente de la nariz. Dentro de este triángulo viaja la mirada y tiene breves desviaciones hacia otros puntos del rostro, para luego volver a este triángulo de la cara.

 

              Al estar platicando una persona puede expresar no verbalmente su afecto, rechazo, aceptación, simpatía, interés, timidez, o bien, pasividad, nerviosismo, inquietud, alegría, etc. Cuando se copia deliberadamente la postura corporal de otra persona o su leguaje no verbal, se envía el mensaje de que hay identificación personal con ella.

 

Se afirma, respecto a la sonrisa, que es otra señal no verbal de gran importancia. Ésta refleja el estado de ánimo personal, la aceptación que siente por la otra persona y la apertura para la comunicación. Sin embargo, es conveniente que sea una sonrisa natural y sincera, puesto que si es fingida o demasiado abierta puede resultar agresiva.

â La proximidad

 

              Es importante advertir que, en lo que se refiere a la proximidad que se establece entre las personas, cada individuo impone su espacio vital, al cual considera su propio espacio individual. Este espacio es como un cilindro imaginario en torno a la persona, y el resto de los individuos se acercan más o menos al cilindro, dependiendo del grado de intimidad que exista. Por ejemplo, cuando se trata de gente muy querida, como la pareja, los padres, los hijos, los hermanos, etc., incluso pueden sobrepasar este espacio.

 

              Existen cuatro zonas en el espacio vital de una persona:

 

1. La zona íntima. Rodea al individuo en un rango de 15 a 30 centímetros aproximadamente y sólo ingresan ahí las personas más amadas.

2. La zona personal. Está entre 30 y 45 centímetros e implica un trato muy cercano con las personas que ocupan este espacio.

3. La zona social. Es aproximadamente de 45 centímetros a un metro de distancia y conforma la mayoría de los encuentros con las personas durante un día común.

4. La zona pública. Está entre un metro y metro y medio, y se emplea en las relaciones comunicativas que no implican un trato personal afectivo, como el que se establece con el dependiente de una tienda o el encuentro casual con alguien que solicita la hora o cualquier otra información.

 

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â Las barreras personales

              Cuando una persona pone de por medio objetos entre su propio cuerpo y otra persona, está informando que desea establecer una distancia para sentirse más protegida. Si, por el contrario, una de las dos personas quita objetos que la separan de la otra, es señal de que desea apertura y acercamiento. Un escritorio es un objeto que impone una barrera y señala la diferencia o jerarquía entre las personas que se encuentran a ambos lados de él.

 

              Cuando un individuo cruza los brazos, por lo general trata de protegerse ante la circunstancia del momento. Esta barrera indica incertidumbre y actitud defensiva. En algunas ocasiones se utiliza como una forma de mostrar pasividad y disposición a escuchar.

 

              Cuando, al cruzar los brazos, cada mano toma el propio brazo contrario, se envía el mensaje de sentir gran enfado, ansiedad ante una amenaza y negación para establecer relación con el entorno social específico del momento.

 

              Los puños cerrados indican defensa, enojo y agresividad, mientras que cuando se cruza un solo brazo se pone de por medio una barrera parcial que indica que la persona requiere un poco de seguridad y defensa ante lo que capta en ese momento.

 

              Si se desea continuar la conversación ante personas que establecen barreras cruzando los brazos, es conveniente ofrecer un vaso de agua, un cigarro, algo de comer, o cualquier cosa interesante que haga que la persona extienda la mano y la tome.

 

              La actitud de las piernas cruzadas mientras se está sentado es una acción cultural aprendida que no indica disposición negativa, pero si ambas manos se cruzan sobre la pierna se forma un cerco corporal que representa una actitud extremadamente defensiva y negativa.

  

LECTURA 9:

VI. La improvisación: integrando

la expresión oral y la comunicación no verbal

 

Un curso de comunicación oral estaría más que justificado si se limitara únicamente a enseñar y practicar las técnicas que ayudan a improvisar bien. Las circunstancias de cada día nos colocan continuamente ante situaciones en las que es más importante saber improvisar correctamente.

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Además, es innegable que, en buena medida, al conversar improvisamos “sobre la marcha”, es decir, sobre lo que vamos planteando a medida avanza la plática y la necesidad de comunicación aumenta. Practicamos la expresión oral y la comunicación no verbal.

 

Uno de los grandes objetivos de la improvisación es saber salir del paso, airosamente, de momentos difíciles o delicados que no han podido ser previstos en el marco de una prevención normal. La vida ordinaria está llena de estos momentos. Para ello, hace falta mucha flexibilidad y mucha agilidad mental, y es necesario ejercitarse expresamente en el hábito de innovar para salvar con decoro tales situaciones. Saber improvisar es, pues, muy importante, y es uno de los aspectos fundamentales a tomar en cuenta a la hora de manejar una adecuada expresión oral.

 

¿Entonces, qué es improvisar? Básicamente, es el arte y la técnica de decir con palabras no pensadas de antemano conceptos e ideas ya previstos. Se improvisan vocablos, no ideas. Se dicen palabras que no estaban previstas, pero los conceptos ya estaban muy claros en la mente. Lo que no sea esto parece imposible, y sería en cualquier caso e inevitablemente una mala práctica y una mala costumbre. Para innovar mal y para expresar ideas sin sentido no existe, naturalmente, ninguna técnica.

 

Improvisar, por otra parte, es un tipo de comunicación que todos realizamos habitualmente. Cuando vamos al teatro, al cine o salimos de paseo, y nuestros amigos nos preguntan cómo nos fue, improvisamos y les contamos lo que vimos y sentimos, sin pensar mucho en qué y cómo les vamos a responder. Lo mismo ocurre cuando conversamos diariamente, ya sea en el trabajo, en la casa, cuando vamos de paseo, o en cualquier otra actividad.

 

La improvisación consiste precisamente en esto que sin darnos cuenta hacemos todos los días: explicar, exponer un hecho o una idea cualquiera que conozcamos bien y vestirla con las palabras de nuestro léxico habitual.

 

Es un ejercicio relativamente fácil cuando se trata de decir algo que entra dentro de nuestro dominio de conocimientos y sobre todo cuando lo decimos ante personas conocidas y de nuestro círculo habitual de relaciones, familia o amistades. Pero cuando no dominamos el tema y, encima, estamos rodeados de personas que no conocemos, vienen los problemas. Vuelve a aparecer aquí la inseguridad, la timidez y el nerviosismo. El hecho de ser el centro de las miradas y de la atención de un grupo grande o pequeño produce automáticamente una cierta inhibición y parece que, de repente, pone en evidencia, delante de nosotros mismos que estamos al descubierto, que sabemos muy poco de aquello que se nos pregunta y sobre lo cual, cuando estamos a solas, nos parecía que estábamos bien preparados.

A este estado de ánimo se añade la impresión de que han de decirse necesariamente ideas y palabras sustanciosas, “importantes”, que ha de pronunciarse un discurso coherente, entendible, y a veces, por vanidad o por puro lucimiento personal, empleamos palabras “rebuscadas”, que suelen darle

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mayor belleza expresiva a nuestro discurso. Y sin embargo el objeto de una improvisación es sobre todo salir airosamente del paso, que no es lo mismo que querer lucirse.

 

Antes de seguir ha de quedar claro, definitivamente, que se improvisan palabras y no ideas. Hacer esto último sería realmente difícil, prácticamente imposible. Representa un esfuerzo extraordinario y superior del que muy pocas personas son capaces, si es que hay una que realmente lo sea.

 

¿Cómo improvisar? Se sugieren unas normas muy elementales para fomentar el hábito –la agilización de las palabras en definitiva– de la buena improvisación.

 

1º Escoger, para improvisar sobre él, un tema fácil o un tema ya conocido. Se ha de partir en cualquier caso, como hemos dicho, de que las ideas ya se poseen. Si la improvisación supone una cierta creatividad, las palabras serían única y fundamentalmente el campo de esa creatividad. El objetivo es saber “vestir” con palabras adecuadas, lógicas y coherentes el pensamiento o ideas que ya se tienen sobre el tema en cuestión.

 

2º Contando con que se dispone de un espacio de tiempo brevísimo para preparar la improvisación, utilizar ese tiempo para clarificar u ordenar las ideas que ya se tienen, los conceptos que ya se saben. Una idea un poco densa es fácilmente susceptible de dividirse en dos o tres partes claramente definidas y luego numeradas. Puede construirse con ellas, mentalmente, una especie de mini guión. En algún momento, si hay más tiempo, puede transcribirse este mini guión a un papel. No por ello dejaremos de estar en el ámbito de la improvisación.

 

3º Concentrar la atención exclusivamente en uno o dos puntos concretos, claros, sencillos. Si se evita la dispersión sobre aspectos secundarios y se centra el esfuerzo intelectual en lo que se considera esencial, este tiempo de preparación breve, casi simbólico, puede ser suficiente.

 

4º No debemos preocuparnos por las palabras con que vestiremos la idea o ideas en las que se han pensado en el minuto o minutos de reflexión previa. Hacerlo sería ir contra lo que antes se ha dicho y sería falsear la finalidad de las normas que se han indicado. Además, nunca suele haber tiempo ni serenidad para en uno o dos minutos construir textualmente una serie de frases correctas, bien hilvanadas, y memorizarlas luego. La preocupación por las palabras no debe distraernos de lo principal: decir con orden y claridad la idea que queremos exponer.

 

5º Las anécdotas, refranes, chascarrillos y otras digresiones pueden ser de mucha utilidad. Iniciar nuestra exposición con una pequeña historia, que sea interesante y tenga relación con el tema, capta la atención del que nos escucha y ayuda a mantener el interés y la atención. El uso de estos recursos debe ser moderado y discreto, con un objetivo muy claro y preciso. No se trata de rellenar un vacío

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con cualquier cosa, ni de utilizar frases hechas sin sentido. Estos recursos pueden utilizarse cuando se crea oportuno, sin caer en un uso demasiado frecuente de ellos, y cuidando su verdadera utilidad.

 

6º Cuando el tema no se puede escoger porque nos viene dado, por ejemplo por las afirmaciones de aquel a quien, improvisadamente, queremos replicar, se produce una situación muy parecida a la que hasta aquí hemos considerado. Las afirmaciones de las que supuestamente discrepamos, aparte de avivar nuestra imaginación, son precisamente las que suscitan el tema y nos sugieren ideas o despiertan las que estaban dormidas en nosotros. El hecho mismo de no estar de acuerdo con el amigo, conferenciante, profesor, entrevistado, etc., que es el que nos determina a replicarle, es un buen punto de partida. Aquel de quien discrepamos nos ofrece en cierto modo, y bien enmarcado por sus afirmaciones concretas (las que provocan, por ejemplo, nuestra protesta interior), la oportunidad de improvisar, facultad para la cual estamos casi listos, si aplicamos los varios conceptos vistos hasta este momento.

 

Ejercicio:

 

Anote en un pequeño papel un tema que le parezca interesante. Luego, entrégueselo al facilitador. Entonces, según él lo vaya indicando, cada uno pasará al frente, tomará un papel al azar, y desarrollará el tema indicado, por espacio de cinco minutos. Se le dará un par de minutos para que piense lo que va a decir y cómo lo hará. Ordene y clarifique las ideas.

 

 

LECTURA 10:

VII. El discurso oral: concepto, definición, tipos.

Introducción y conclusión

 

1. Concepto y definición

 

              La palabra discurso (del latín discurrere, correr en todos los sentidos) tiene dos acepciones. Según una, significa la facultad del entendimiento, por medio de la cual se infieren unas cosas de otras. Por otra parte, la palabra discurso significa también la serie de palabras o frases que se emplean para manifestar lo que se piensa o siente.

 

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              El discurso es, sin duda, el género más acabado de la comunicación oral. Es importante por su duración, por la ocasión y por el tema, y porque está además destinado a ejercer una especial influencia sobre las decisiones de un auditorio. Aunque hay conferencias que se pronuncian, se ha querido ver la diferencia entre éstas y el discurso precisamente en que aquellas por su calidad científica, artística, etc., generalmente son leídas. Resumiendo estos conceptos podemos afirmar que el discurso es un instrumento que se usa para comunicar nuestros conocimientos, sentimientos o convicciones a otros.

 

2. Tipos de discurso

 

              Para pronunciar un discurso pueden seguirse, con mayor o menor eficacia y dependiendo en mucho del tema y la ocasión, los métodos o procedimientos siguientes:

 

4 Discurso leído

              Este discurso se redacta por escrito, pero el orador lo pronuncia leyendo el texto directamente. El método tiene sus ventajas, pero sólo cuando se trate de discursos que deban pronunciarse en ocasiones especiales, o sea, cuando un desliz verbal pueda ocasionar consecuencias desagradables, cuando se requiera una expresión muy exacta y concisa, o cuando deban ajustarse a límites prefijados de tiempo, como ocurre con la radio y la televisión. Los inconvenientes son mayores, porque aun en los casos en que se lean con mucha eficacia, siempre en un discurso es el magnetismo de la mirada un medio de expresión a menudo importantísimo. Pero acaso la mayor desventaja consiste en que el lector toma un tono de voz totalmente distinto del tono de conversación o charla directa, perdiéndose cambios de inflexión que se traducen en monotonía. En definitiva, se pierde vivacidad, comunicación, contacto directo, y sólo es aconsejable este tipo de discursos en las circunstancias especiales a que nos hemos referido.

 

4 Discurso memorizado

              Pueden señalársele, entre sus muchos inconvenientes, el uso de un lenguaje fácilmente artificial, sintaxis complicada, y como en el anterior, poca variedad en la inflexión de la voz. En realidad equivale a leer un discurso escrito en la mente, en vez de leerlo del papel. Aparte de los riesgos que entraña el fallo de la memoria, pues el sólo cambio de una palabra puede romper la secuencia de las asociaciones, cuando se recita un discurso no hay lugar a tomar en consideración ciertas circunstancias o reacciones inesperadas del público y si se hace falta cambiar algo o se produce una interrupción, se pierde con toda probabilidad el “hilo del discurso”, hasta el punto de que será muy difícil volverlo a retomar. No se recomienda su uso.

 

4 Discurso improvisado

              Recuérdese que por improvisar se entiende el arte y la técnica de decir con palabras no previstas conceptos e ideas ya previstos. El orador debe saber de antemano las ideas que va a

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expresar, pero confía su formulación concreta a la inspiración del momento. Se dicen palabras que no estaban previstas, pero sobre conceptos que ya estaban muy claros en la mente del que improvisa. Su uso y manejo se ha visto en un capítulo anterior.

 

4 Discurso extémpore

              Se trata en realidad de un procedimiento combinado, pues este tipo de discurso está situado a mitad entre el discurso leído y el improvisado, y se estructura y prepara en todos sus detalles. Generalmente se escribe la totalidad del discurso o un esquema detallado, pero el orador no confía las palabras a la memoria, sino que practica el discurso en alta voz, siguiendo el plan trazado pero expresándose con ligeras diferencias cada vez que lo pronuncia. En ocasiones, después de escrito el discurso se pueden recitar de memoria unas partes y leer otras, porque después de todo también cabe intercalar un pasaje de memoria en un discurso improvisado. Las charlas de clase pueden considerarse la mayor parte de las veces como discursos de este tipo.

 

 

3. La introducción

 

              Aunque la atención de la audiencia deba mantenerse a todo lo largo del discurso, es esencial que ésta se logre plenamente desde su mismo comienzo. No es éste sin embargo el único objetivo de una buena introducción, pues ésta habrá de proponerse además plantear el tema en forma clara y atractiva de modo que inmediatamente después de comenzada la exposición, el auditorio sepa cuáles van a ser las líneas generales del discurso y las intenciones del orador.

 

              Comencemos por lo que no debe hacerse en la introducción del discurso:

 

Preámbulos excesivamente largos, porque el público quiere saber enseguida para qué ha sido convocado.

Comenzar con circunloquios embarazosos o excusas banales más o menos sinceras, que sirven sólo para perder el tiempo y en el fondo quieren ser sólo defensas anticipadas del orador por si las cosas le salen mal.

Iniciarlo con un cuento humorístico, porque pocos son capaces de narrar una anécdota con éxito y lo que con ello se consigue es desconcentrar al auditorio.

Dedicar a los oyentes cumplidos excesivamente efusivos y claramente fingidos, porque se corre el riesgo de que éstos descubran la falta de autenticidad en el orador y reaccionen en forma desfavorable ante unos sentimientos que carecen de sinceridad.

 

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He aquí algunas reglas de lo que debe hacerse en la introducción de un discurso, entendiéndose que no han de usarse todas en su conjunto, sino emplearse indistintamente como si se tratara de métodos diversos para el inicio:

 

Referirse al tema o a la ocasión. Puede usarse a veces una introducción directa, pero sólo cuando el auditorio sienta ya un interés vital sobre el tema que se va a exponer. Sin embargo, a un oyente apático puede sonarlo como algo falto de interés. En todo caso, la referencia deberá ser breve, explícita y práctica.

Referirse a la propia persona. Siempre que esta referencia refleje modestia y sinceridad, podrá lograr el favor del público y captar su atención.

Formular una interrogante. El uso de este recurso puede ser uno de los métodos más seguros y sencillos para abrir la mente de los oyentes y penetrar en ella.

Enunciar una afirmación o verdad audaz o sorprendente. Este método, que alguien ha llamado “shock técnico”, consiste en despertar el interés del auditorio sorprendiéndolo con un enunciado aventurado acerca de determinados hechos u opiniones. Es especialmente útil en los casos de oyentes apáticos.

 

 

4. La conclusión

 

              La conclusión es realmente el punto más estratégico de un discurso. De ahí que deba cuidarse su forma recurriendo, si fuere necesario, a la memoria como soporte principal. Lo que se diga al final, las últimas palabras que queden sonando en los oídos del auditorio, serán las que se recuerden por más largo tiempo y aquellas cuyo acertado o desacertado contenido puede hacer incluso olvidar los aciertos o tropiezos habidos en el transcurso de la exposición. Por lo tanto, al final ha de enfocarse la idea central que se ha desarrollado a través de toda la exhortación.

 

              Es recomendable que la conclusión contenga los siguientes aspectos:

 

El recuerdo o breve exposición de las diversas etapas recorridas. Reformular el punto de vista del orador y valorar los méritos de la solución que se ha

propugnado. Si la naturaleza del tema lo aconsejare, concluir con un reto o una exhortación a actuar. Usar como broche final una frase vigorosa, una fórmula valiente, una cita elocuente y hasta

una pregunta o el planteo de un problema, si el orador no tiene una respuesta y quiere que el mismo auditorio piense en la solución.

 

 

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LECTURA 11:

VIII. Finalidad del discurso y la conferencia.

Cualidades del orador

 

              El discurso, la disertación, la conferencia o cualquier otro género de expresión oral, debe tener como propósito final conseguir una respuesta. Por eso es importante que este propósito esté relacionado con los intereses, aptitudes y actitudes de los oyentes.

 

              A través del mensaje o discurso, el orador se propone actuar sobre el pensamiento o conducta de los oyentes o receptores, reconociendo al mismo tiempo que su propia forma de pensar y comportarse puede resultar también afectada, a su vez, por la respuesta que reciba del auditorio.

 

              Dentro de este intercambio comunicativo, el emisor se habrá propuesto alcanzar un cierto número de propósitos, pero sólo uno debe ser el predominante, es decir, el principal. De acuerdo con este principio se reconocen cuatro tipos generales dentro de los propósitos de una disertación, conferencia o discurso:

 

a. Entretener, buscando en el auditorio una respuesta de agrado, diversión, complacencia.

b. Informar, persiguiendo la clara comprensión de un asunto o de una idea o resolviendo una incertidumbre.

c. Convencer, si se quiere influir sobre los oyentes para modificar o transformar sus opiniones.

d. Persuadir, si se aspira a una repuesta de adhesión o acción.

 

              El hecho de que cada discurso tenga un solo propósito general predominante, no implica que deben descuidarse los demás. En determinadas circunstancias será necesario entretener para después informar, y casi siempre habrá que informar para invitar al auditorio a que actúe en determinado sentido. De hecho, la presentación únicamente informativa de situaciones impresionantes, tiene a veces un valor de convicción, incluso de persuasión; mientras que una alocución que se desea humorística, puede atesorar aspectos informativos.

 

              En todos los casos, uno de los cuatro propósitos generales tendrá una importancia primordial, en tanto que los otros serán sólo accesorios. Ha de cuidarse mucho de que estos propósitos accesorios o secundarios no ocupen totalmente el contenido del discurso, sino que constituyan únicamente la ayuda necesaria para alcanzar el objetivo final.

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1. Entretener

 

Cuando el interés se dirige principalmente a conseguir que los miembros del auditorio se diviertan, el propósito predominante del discurso será entretener, divertir y agradar. Si se pretende llevar una intención agradable a los receptores y hacerles olvidar la vida cotidiana con sus pequeños sucesos y sus apremios, el mejor medio es quizás el humor, pero también las noticias, comentarios y reportajes curiosos o insólitos pueden servir para lograr el mismo objetivo, sobre todo si tienen un interés humano intrínseco y resultan sorprendentes y apropiados a la ocasión.

             

Otro vehículo que ofrece grandes ventajas, tanto al emisor como a los receptores, es la narración, puesto que el desarrollo cronológico es fácil de seguir y la renovación de los hechos mantiene el interés; cuando el tema lo permite, se pueden crear tensiones, y avivar la espera y la curiosidad antes de llegar al desenlace. En todos los casos tendrá siempre gran importancia la viveza del lenguaje y la originalidad que use el orador en la exposición de sus ideas y argumentos.

 

2. Informar

 

              Cuando el objetivo principal sea el de ayudar a que los miembros del auditorio comprendan una idea o asimilen un concepto, o cuando pretendamos ampliar su campo de conocimientos, el propósito general del discurso, disertación o conferencia será el de informar. El ejemplo típico es la clase, la conferencia y todo tipo de exposiciones verbales que se dan en el mundo de los negocios y en la vida social y laboral.

 

              La característica principal de este propósito es la objetividad sin descuidar el innegable hecho de que la objetividad plena es prácticamente imposible, ya que toda palabra, cualquiera que sea el tono en que se pronuncie, lleva en sí misma una carga afectiva que no puede neutralizarse del todo por el solo intento que tenga el emisor de aparecer neutral, por muchos y muy sinceros que sean sus deseos de serlo.

 

              Para transmitir con éxito un mensaje informativo, el emisor debe:

 

a) relacionar sus ideas con el conocimiento previo que tiene el público,

b) debe encadenarlas para que resulten fáciles de seguir y recordar, y

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c) debe presentar ejemplos lo bastante concretos, apoyados en datos específicos del auditorio.

 

Digamos finalmente que un informe llena su propósito cuando es claro y conciso y cuando dice todo lo que ha de decir con el número necesario de palabras y no más, y cuando gracias a él sus destinatarios se ven enriquecidos con una noticia o una verdad que antes no conocían.

 

3. Convencer

 

              El propósito de convencer –operación intelectual distinta a la de persuadir– ha de descansar sobre realidades claras e indiscutibles que han de poder ser comprobadas y demostradas.

 

              Para convencer es preciso argumentar, lo que constituye una operación lógica que sólo es posible cuando se arranca de unas realidades que da por buenas el receptor o en general el destinatario de la argumentación. Se trata pues de una operación eminentemente intelectual, que emplea elementos puramente cognoscitivos y racionales, que hace trabajar conjunta y simultáneamente la inteligencia del que habla y del que escucha haciéndoles seguir un mismo proceso.

 

              Cuando se pronuncia un discurso o se dicta una conferencia cuyo propósito sea convencer, después de expuestos los hechos o simplemente afirmados, ha de argüirse sobre su verificación e interrogación. Ha de pasarse de una afirmación a otra subsiguiente mediante una explicación lógica, cuya claridad hace que sea aceptada por los receptores. El fruto normal de una sólida argumentación es el de convencer a los que la escuchan de que son ciertos los hechos sobre los que se argumenta. El asentimiento que se produce es libre y reflexivo, con ausencia de todo elemento impositivo. El que ha sido convencido no ha sido en modo alguno derrotado, sino que, por el contrario, ha sido enriquecido con unas verdades que antes no conocía e iluminado con unos razonamientos en los que antes no había reparado.

 

4. Persuadir

 

              La persuasión, definida como un medio de influenciar la conducta por medio de llamamientos dirigidos primariamente a las emociones, constituye en la comunicación oral un formidable instrumento que no se puede desconocer.

 

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              Uno puede quedar convencido, gracias a la correcta y eficaz argumentación de quien haya hecho un buen discurso y una demostración irrebatible por su claridad, y permanecer, sin embargo, indiferente e indeciso sin realizar ninguna acción subsiguiente. Es como si se dijera: “Todo cuanto has dicho es de una claridad meridiana, pero yo me mantengo donde estaba y no pienso hacer aquello a que tú me invitas”. El que se pronuncia de ese modo ha sido convencido pero no se ha dejado persuadir. El emisor no ha logrado que el receptor realizara una acción concreta, no ha movido mínimamente su voluntad.

 

              Aquí está precisamente la diferencia entre convencer y persuadir. La persuasión da un paso más, arrancando de las bases precedentes –primero informar, después argüir sobre los hechos informados y probados- y es el de intentar que el destinatario de la exposición oral haga aquello a que es invitado, en forma libre y de manera espontánea. El emisor apela primero a la razón y argumenta a base de los hechos  que han sido objeto de comprobación, pero cuando ya se ha hecho esta apelación al raciocinio, acude también al sentimiento poniendo en su mensaje una carga emocional. El objetivo ahora es ciertamente el de influir en la voluntad del que escucha, el cual ya ha asentido a los argumentos de la razón y los ha aceptado, aunque ha permanecido estático, y de lo que se trata es de arrancarle de esa quietud –aquí empieza la persuasión y no antes- para que adopte un gesto y tome una decisión. Es inevitable que el sentimiento ocupe en ese momento un primer lugar, aunque cronológicamente empiece a entrar en juego muy en último término, o sea, cuando el emisor percibe con claridad que sus argumentos han sido considerados como válidos y la información que aporta como cierta.

 

              Dado que el discurso de persuasión se dirige de manera característica hacia las opiniones y en tendencia a la acción de los oyentes, ha de estar compuesto por una serie bien ordenada de argumentos, apoyada en hechos, figuras y ejemplos; sin embargo, para éxito en la persuasión, hace falta algo más que hechos: debe tratarse de que los oyentes quieran creer o actuar en la forma que se les propone. Para ello, además de la evidencia y los argumentos, hay que introducir una llamada que capte hábilmente la atención; hay que demostrar cómo la tesis que se defiende está relacionada directamente con los intereses de los oyentes, y cómo logrará satisfacer algunos de sus deseos, apetencias o necesidades básicas.

 

ã Propósito específico

 

              El propósito específico de un discurso es la respuesta precisa que el orador o emisor desea obtener del auditorio. En otras palabras, este propósito se refiere exactamente a aquello que deseamos que la audiencia haga, crea, sienta, comprenda o disfrute. Por ejemplo: el tema que un emisor desenvuelve ante una asamblea de obreros azucareros, comprende las bondades y ventajas de una cooperativa de crédito; el propósito general es persuadir a la acción, es decir, incitar a estos trabajadores a que valoricen la idea y la pongan en movimiento; el propósito específico será lograr un número suficiente de adherentes para formar la cooperativa.

 

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              La formulación de un propósito específico, claro y preciso es esencial para el éxito del discurso, porque centra el pensamiento del auditorio y además ayuda al orador a fijar en su propia mente el punto exacto que desea hacer comprensible para sus oyentes, la opinión que desea que adopten, y la acción que deberían apoyar o iniciar como resultado de la charla.

 

ã El orador y sus cualidades

 

              Los problemas del orador son distintos a los del escritor, a pesar de que ambos emplean símbolos verbales. La fuerza del escritor depende más de la sintaxis. El mismo orden con que construye la frase sugiere el tono, las pausas, el énfasis. El orador, en cambio, sube a la tribuna con toda su personalidad y con cada uno de sus gestos posibles para reforzar sus palabras o ideas.

 

              Dejemos que sea nada menos que André Maurois quien desenvuelva estas diferencias esenciales: “el orador y el escritor buscan uno y otro exponer y persuadir. Pero sus métodos son diferentes e incluso opuestos. El escritor se dirige a un lector que puede estudiar un texto a su elección y volver al mismo si ha comprendido mal a la primera lección, pesar cada palabra y cada frase. El orador debe convencer a un auditorio que no retendrá lo que él no haya comprendido en el momento mismo en que el discurso ha sido pronunciado. De lo que resulta que el escritor tiene el derecho de ser difícil, e incluso oscuro, mientras que el orador tiene el deber de ser siempre simple y claro”.

 

              De todo ello se infiere que el éxito de la comunicación oral a través del discurso dependerá siempre de la combinación de unos factores que han de estar presentares en el orador, entre los que pueden destacarse los siguientes:

 

1. Integridad

              La práctica oratoria ejercida por una persona cuyo comportamiento habitual no resulte digno de confianza, puede desarrollar sus facultades, pero no puede hacerla eficaz, entre otras razones, porque sus acciones desmentirán sus palabras. Una comunicación resultará fallida cuando las intenciones del emisor son oscuras y los receptores intuyen que hay en el mensaje propósitos ocultos. El que habla no dice realmente lo que piensa; su decir y su hacer corren por líneas divergentes y su palabra es utilizada como instrumento para que los que escuchan realicen, en cierto modo, lo que interesa a él, que puede ser distinto de lo que conviene a quienes lo escuchan.

 

2. Conocimiento

              Adquirir los conocimientos necesarios para llegar a ser un buen orador es tarea de toda una vida. La cultura general da al orador un vocabulario variado y le asegurará beneficios: cuanto más extensa y alta sea su cultura más podrá conmover a auditorios elevados. Con el don natural de la

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palabra se puede impresionar a espíritus simples. No ejercerá ninguna acción sobre los espíritus cultos más que siendo uno de ellos: dando a las palabras el sentido, el lugar, la graduación, el contenido, que les dan las gentes cultivadas.

 

3. Confianza

              No merece confianza el que no sabe inspirarla. Un modo de hablar reservado, cauto, como si se escondiera algo, constituye en realidad una barrera incomunicativa que ninguna técnica de expresión, por rebuscada y completa que sea, puede del todo franquear. En cambio, el orador que tiene plena confianza en sí mismo se mantiene erguido, pero cómodo, con gestos despejados y naturales, conserva siempre el contacto visual directo con los oyentes y habla con voz enérgica y clara. Por otra parte, la misma confianza le permite adaptar con facilidad su información y argumentos al nivel de comprensión y la actitud de su auditorio.

 

4. Destreza

              Facilidad de palabra, control de la voz y coordinación de los movimientos corporales son los atributos esenciales del orador experto. Esta condición de destreza en el arte de emitir la palabra, junto con otras cualidades que ya hemos examinado, realza la eficacia del orador y le permite comunicar sus ideas en forma clara y activa.

 

 

Ejercicio:

 

Elija un tema de su interés, de preferencia polémico, y que domine con propiedad. Prepare una exposición de 15 minutos. Su objetivo debe ser convencer y persuadir a quienes lo oyen de la idea-tesis que sostendrá a lo largo de la pequeña intervención. Debe poner en práctica todo lo desarrollado a lo largo de la capacitación.

 

10

 

 

[1] ¡Evohé!: grito de las bacantes para aclamar o invocar a Baco.