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DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICAJULIO 2013 ISSN: 0185-3716 Escribo para recorrerme. Pintar, componer, escribir: recorrerme. En ello reside la aventura de ser en la vida HENRI MICHAUX EN LENGUA FR ANCA 511
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DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICAJULIO 2013 EN … · preparada por Benoît Peeters, que Élisabeth Roudinesco publicó en Le Monde. Cerramos el número con la aportación de Jaime

Nov 10, 2018

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Page 1: DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICAJULIO 2013 EN … · preparada por Benoît Peeters, que Élisabeth Roudinesco publicó en Le Monde. Cerramos el número con la aportación de Jaime

D E L F O N D O D E C U L T U R A E C O N Ó M I C A � J U L I O 2 0 1 3

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185

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Escribo para recorrerme.

Pintar, componer, escribir:

recorrerme. En ello reside la

aventura de ser en la vida

— H E N R I M I C H AU X

EN LENGUAFRANCA

511

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2 J U L I O D E 2 0 1 3

José Carreño Carlón

DI R EC TO R G EN ER AL D EL FCE

Tomás Granados Salinas

DI R EC TO R D E L A GACE TA

Alejandro Cruz Atienza

J EFE D E R EDACCI Ó N

Ricardo Nudelman, Martha Cantú,

Adriana Konzevik, Nina Álvarez-

Icaza, Alejandra Vázquez

CO N S E J O ED ITO RIAL

León Muñoz Santini

ARTE Y D IS EÑ O

Andrea García Flores

FO R MACI Ó N

Juana Laura Condado Rosas, María

Antonia Segura Chávez, Ernesto

Ramírez Morales

VERS I Ó N PAR A I NTER N E T

Impresora y Encuadernadora

Progreso, sa de cv

I M PR E S I Ó N

H oy eclipsado por el poderío detrás del idioma inglés —¿o deberíamos decir estadunidense?—, el francés tuvo su época de plenitud como lengua cosmopolita y como centro irradiador del saber, la imaginación, el pensamiento. Así, el adjetivo franca que aparece en la portada de esta Gaceta apela a tres características de esa lengua: al origen del principal pueblo que la utiliza, a su carácter de terreno común para hablantes de otros

idiomas y a la franqueza que encuentra quien se expresa a través de ella. Pero tal vez destaque por encima de estos méritos un signifi cado adicional: los francos se llamaban a sí mismos de esa manera porque esa palabra apela a la libertad. La lengua franca es, pues, una lengua libre.

En el Fondo hay una notoria proclividad a leer en francés y a traer al español textos de todo tipo escritos por francoparlantes. Casi uno de cada cuatro de nuestros libros traducidos proviene de ese idioma, fracción sólo superada (por mucho) por el inglés. Esta entrega de La Gaceta es un recorrido, inevitablemente limitado, por autores y temas del pasado remoto y del porvenir inmediato de la editorial. Arrancamos con una semblanza de Henri Michaux, pues tenemos en preparación una antología de este escritor y pintor; seguimos con dos festejos por sendos centenarios: el de Paul Ricœur, fi lósofo de apetencias literarias, y de Roger Caillois, autor de intereses multicolores y gran agudeza; dado que nos preparamos a disparar una perdigonada relacionada con Marcel Bataillon —un par de obras suyas, otro par sobre él—, ofrecemos una semblanza tanto académica como humana de ese destacado hispanista; y como paréntesis entre las novedades y las reediciones de Paul Bénichou que tenemos en proceso, presentamos un ensayo suyo sobre Borges (y Mallarmé), inédito en español; como remate, compartimos con nuestros lectores la reseña de Derrida, la biografía preparada por Benoît Peeters, que Élisabeth Roudinesco publicó en Le Monde. Cerramos el número con la aportación de Jaime Moreno Villarreal a un libro singular, en el que se describe a México y París como ciudades que han acogido (o al menos tolerado) a célebres exiliados.

Hay siempre un pretexto para volver la vista hacia Francia y su lengua —sirvan de ejemplo otros aniversarios redondos que no hemos podido cubrir aquí, pero que al menos consignamos: los 100 años de Aimé Césaire, del que tenemos una rica antología general; los 100 de la publicación de la primera parte de En busca del tiempo perdido; los 300 de nacimiento de Denis Diderot, el enciclopedista por antonomasia, de quien tenemos en el catálogo la célebre Carta sobre el comercio de libros—. Esperamos que este número abra, también franca, la puerta hacia un pedacito de nuestro acervo.�W

A estas palabrasV Í C T O R H U G O P I Ñ A W I L L I A M S

EN LENGUA FRANCA

—————————

Henri Michaux, o cómo escapar de la petrifi caciónP H I L I P P E O L L É - L A P R U N E

Un fi lósofo en su sigloF R A N Ç O I S D O S S E

Caillois en el FondoR A F A E L V A R G A S

Marcel BataillonPríncipe de los hispanistasA U G U S T I N R E D O N D O

Borges y Mallarmé Algunos paralelismosP A U L B É N I C H O U

Derrida en busca de lo inesperadoÉ L I S A B E T H R O U D I N E S C O

El refl ejo de salirJ A I M E M O R E N O V I L L A R R E A L

CAPITELNOVEDADESJ U L I O D E 2 0 1 3

3

7

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EDITORIAL

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La Gaceta del Fondo de Cultura Económica

es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227,

Bosques del Pedregal, 14738, Tlalpan, Distrito Federal, México. Editor responsable: Tomás Granados Salinas. Certifi cado

de Licitud de Título 8635 y de Licitud de Contenido 6080, expedidos por la Comisión Califi cadora de Publicaciones y

Revistas Ilustradas el 15 de junio de 1995. La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es un nombre registrado en el Instituto

Nacional del Derecho de Autor, con el número 04-2001-112210102100, el 22 de noviembre de 2001. Registro Postal,

Publicación Periódica: pp09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica. ISSN: 0185-3716

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POESÍA

Comienza a circular un esbelto —tanto por su formato como su grosor— volumen de poesía lúdica, exploratoria de un lenguaje que al siempre propositivo Víctor Hugo Piña Williams parece quedarle chico. Gozolalia es un certero neologismo que describe los afanes de quien inventa, explora, recicla las palabras. Tomamos de ese libro una breve muestra de quien en otras épocas fue cercano colaborador de esta Gaceta

A estas palabrasV Í C T O R H U G O P I Ñ A W I L L I A M S

a estas palabras

nadie las quiso

sino en hocicadas

de metafísica

o en buceos cinabriales

de hablas

preñosas por sí

a mitad del sentido,

ahí donde el mundo

habla solo

en el rincón

de un chamizo,

y hace ocasión

el verbo cervuno

en el oprobio

de su inane

inocencia,

y la sombra

de lo que nunca dirá

ninguno

se calcina en su tenaz

nervadura.

Nadie las quiso

sino en albas

baldías de lacio silabeo

o en el orden vil

de semantinos

vectores bacterizados

que roen y lían

en esquinas furtivas

de dicción y derrumbario.

Nadie las quiso

sino en trabajos

de un azar espurio,

bastardeado

por resabios, derruecos

y aun completuras

ávidas

por resonar en los élitros

de una estadiza

inestabilidad.�W

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DOSSIER

EN LENGUAFRANCA

Ha sido la lengua francesa vehículo de una imaginación fértil, proclive a las sutilezas. Y ha sido también terreno común para la

comunicación entre gente con otra lengua madre. Lingua franca, lengua que habla con franqueza.

Usémosla como denominador común para acercarnos al diverso Michaux, a los centenarios

Ricœur y Caillois, al vigentísimo Bataillon, al erudito Bénichou y al influyente Derrida

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Henri Michaux, o cómo escapar de la petrifi cación

P H I L I P P E O L L É - L A P R U N E

SEMBLANZA

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Antes que escritor, Henri Michaux fue un explorador de sí mismo que recurría a la escritura para dejar constancia de sus hallazgos (o para profundizar en ellos). Amigo de Borges y Reyes,

estableció sólidos vínculos con la América hispana, aunque su curiosidad lo llevó mucho más lejos. Presentamos aquí parte del prólogo que aparecerá el próximo año

en Para leer a Henri Michaux, antología preparada por Ollé-Laprune

EN LENGUA FRANCA

E n 1954 Henri Michaux anun-cia a sus conocidos que pre-tende experimentar con el consumo de drogas aluci-nógenas, y se organiza para hacerlo. Entonces tiene 55 años y la obra y el mito de Michaux ya están sólida-mente estalecidos. Con ello, busca provocar que su men-

te enloquezca, hacer posible un recorrido por el co-razón de las zonas más oscuras de su ser. Desde hace mucho tiempo le ha dado un sentido poco usual a su práctica artística: permitir reconocerse a profun-didad, como si cada uno pudiera explorar su mundo interior de la misma forma que lo hace con una ciu-dad o un paisaje. Lo escribe en su recopilación Pa-sajes: “Escribo para recorrerme. Pintar, componer, escribir: recorrerme. En ello reside la aventura de ser en la vida.”1 Su actividad creadora surge del mis-mo corazón de su razón de ser: crear y vivir consis-ten en una sola cosa, ya que la meta es trabajar con

1� Traducción tomada de Henri Michaux, “Dibujos comentados”, en La

noche se agita, Ponte Caldelas, Ellago Ediciones, 2009. [N. de la t.]

el fin de conocerse, sin descanso ni estancamiento, rechazando las certezas e internamientos. Recorrer-se. Como si el proyecto de una existencia y el motor de una obra dependieran de ello. La búsqueda de Michaux da una sensación de vértigo: la imposibili-dad de alcanzar una meta precisa hace que cualquier conclusión sea imposible. El objetivo se encuentra en el cambio y no en el resultado. Este movimiento resume lo que da sentido al destino y a los escritos y dibujos de Henri Michaux. Se compromete con una búsqueda interior, con la certeza de que así podrá re-mediar las carencias que le impuso la vida y descu-brir su ser en todo su esplendor y misterio.

Alimenta esta impresión confusa que consiste en ver la inmovilidad como una postura que pro-cede contra la vida y que da a la muerte una posi-bilidad de arraigo. Desde muy joven tiene la sen-sación de ser un “hombre agujereado”2 a quien lo aqueja una carencia y que, visto de esta forma, sus investigaciones y trabajos deben servirle para lle-nar este agujero.

Desde su nacimiento se puso al margen y con-servó esta huella durante mucho tiempo: nace en

2� Referencia tomada del poema “He nacido agujereado”. [N. de la t.]

Bélgica, en Namur, en el seno de una familia de co-merciantes acomodados quienes rápidamente se volverán rentistas. En esta atmósfera provincial y confortable, el joven Michaux es enviado al inter-nado, después sigue su escolaridad en Bruselas, ro-deado de futuros escritores como Norge o Goemans. Pero sobre todo, el adolescente se ve como un “huel-guista de lo real”, cercano a la anorexia, solitario y ensoñador. Parece ser que tuvo la tentación de to-mar el hábito (como un cierto Georges Bataille), pero muy pronto renuncia a su proyecto. Conserva-ría una atracción muy fuerte por la figura de ciertos místicos, y la pérdida de la fe seguramente partici-pará en la construcción de esta sensación “de ser un hombre agujereado”. Padece ya una carencia funda-mental. Debido a la ocupación alemana de Bélgica, la universidad se cierra y el joven Michaux estudia solo, de forma autodidacta. Mientras que uno de sus profesores, e incluso sus condiscípulos, subrayan su facilidad por la escritura, rechaza este llamado y él mismo dirá: “se desembaraza de la tentación de es-cribir, que podría apartarlo de lo esencial”.3 En él

3� Traducción tomada de Henri Michaux, Antología poética 1927-1986,

Buenos Aires, Adriana Hidalgo Editora, 2005, p. 9. [N. de la t.]

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se manifiesta una especie de desconfianza hacia la escritura, como si ésta no fuera un fin en sí mis-ma, como si la capacidad de decir las cosas pudiera caer rápidamente en la inutilidad, la charla sin sus-tancia, como si la cristalización por medio de las palabras desembocara solamente en una traición. “Hacer prosa” jamás será una preocupación. Este rechazo constituye también la prueba de que Mi-chaux tiene, en lo más profundo de sí mismo, la ne-cesidad de escapar de lo previsible: no quiere estar ahí, donde se le espera.

Sin embargo, sigue siendo un lector apasionado y el descubrimiento de Lautréamont y de sus Cantos de Maldoror van a provocar un deseo de escribir que nunca lo dejará. Se acerca a la revista Le Disque Vert [El disco verde] y comienza a publicar ahí sus pri-meros textos. Para sobrevivir Michaux alterna los trabajitos y la escritura de textos extraños. Sin em-bargo, Bélgica lo ahoga y también entonces decide escaparse. Con la ayuda de sus amigos de la revista, parte rumbo a París en 1924 y ahí conoce rápida-mente a Paulhan y a Supervielle, quienes lo apoyan para que se instale en esta capital que brilla más que nunca. Ahí va a representar a Le Disque Vert, lo cual le abre muchas puertas. Comienza una existencia parisina hecha de amistades raras y muy intensas, de un ascetismo y de una pobreza que lo reenvían hacia lo esencial, de un apetito de reconocimiento que se ejerce en muchos campos. Descubre la pin-tura y el dibujo al observar las obras de Klee, Ernst, De Chirico. Este tiempo de aprendizaje permanece misterioso; Michaux nunca será muy preciso sobre su propia vida. De hecho, de 1919 a 1921 de seguro fue marinero en barcos franceses, pero nunca se ha tenido ninguna prueba de ello. Michaux ama el secreto, y éste lo recompensa bien. Trabaja como empleado en una editorial (donde incluso efectúa los envíos) y sueña con algo más… En 1927 publica su primer libro, que tiene un gran impacto: Quién fui, y sobre todo su profunda amistad con el poeta ecuatoriano de lengua francesa Alfredo Gangotena le permite lanzarse en un viaje que marca un hito. Parten hacia el Ecuador a finales de 1927. Va a via-jar por más de un año, recorriendo las montañas o bajando los ríos tropicales en canoa. Michaux va a vivir también dentro de la buena sociedad de Qui-to, rápidamente saturada por la atmósfera obsoleta de esas ricas familias que se frecuentan. Lleva su diario y envía a Paulhan fragmentos de textos de lo que será su primer libro aclamado grandiosamen-te por la crítica, Ecuador. En él alterna relatos de viaje, textos del género ensayístico y poemas. Esta construcción desemboca en un libro profunda-mente original, que rechaza el exotismo y observa sus propias reacciones con un tono innovador del cual el Levi Strauss de Tristes trópicos no renega-ría. Vive en “Quito, con nombre de cuchillo”, en el seno de una familia muy rica, y percibe la vacuidad de las relaciones humanas que observa; encuentra a la gente platicadora y “esta tierra desprovista de su exotismo”. 4 En cambio, los textos que describen las bellezas naturales están más marcados por el entu-siasmo y Michaux termina por encontrar encanto y grandeza en su país de acogida.

El viaje siguiente es en defi nitiva “su” viaje y da lugar a la publicación de su segundo y último libro de viaje, Un bárbaro en Asia. Pasa ocho meses entre India, China y Japón, y ahí construye un relato más lineal, tal vez más esperado. Pero también esmalta su texto con referencias de lecturas, al haber des-cubierto en la sabiduría asiática una relación con el mundo que le conviene y que alimenta sus arreba-tos de misticismo. Y como siempre, de lo que trata el texto es precisamente de su mirada de las cosas: no deja de pensar, sentir, confesar y acercar elementos. El poeta en movimiento sabe encontrar las palabras y las imágenes que arrastran al lector más hacia el espíritu del autor que hacia los territorios entonces visitados.

Dos eventos marcan el año 1930: la muerte trá-gica y misteriosa de sus padres (su padre muere en un “accidente”, tal vez defenestrado, y su madre cae en la locura y fallece inmediatamente después) y la publicación de su libro de relatos fantasmagóricos Pluma, en donde pone en escena a ese personaje li-gero y encantador. Así como sus primeros relatos habían intentado torcer el lenguaje y los de viaje apuntaban a dar cuenta de la realidad con fi delidad

4� Ibidem.

y una cierta distancia llena de elegancia, ese libro enviará la obra de Michaux hacia la ensoñación, el misterio y el humor. Pluma, ser sin espesor, atra-viesa el mundo al crear en él un desorden involun-tario y provoca situaciones chistosas e incongruen-tes. A través de sus textos, el joven autor descubre su talento único de creador de seres alejados de la realidad y que sin embargo llegan a decirla con una agudeza incomparable. Imperceptiblemente pasa de la descripción de un desplazamiento geográfi co a un viaje mental marcado por la invención y la fan-tasía. Más que inventar una realidad, toma lo real y le coloca sus extravagancias. Así escribirá más

tarde ese soñador confesado, en La noche agitada: “Estaba en Honfl eur y me aburría. Entonces, puse decididamente más camellos.”5 O anterior: “Crié en mi casa a un caballito. Galopa en mi cuarto, es mi distracción.”6 Esta forma de poner en relieve el ima-ginario en el corazón del mundo sensible empuja a nuestro autor a más y más rarezas. Para desorien-tar aún más a su lector, va a dedicarse a ir todavía más lejos en sus ensoñaciones y así construir mun-dos poblados de personajes incomparables, inaudi-tos y fantasmagóricos.

A su regreso de Asia, Michaux se abalanza sobre la escritura con júbilo, febrilidad incluso. Confía poe-mas a revistas, encuentra la forma que cultivará has-ta el fi nal: plaquetas o libros fi nos, cuya brevedad se adecua tan bien a sus textos. A veces da la sensación de no querer disfrutar del estatus de “hombre de le-tras”, pero enseguida reúne sus obras en volúmenes con mejor distribución, en particular bajo el sello de las prestigiadas ediciones Gallimard. Se convierte entonces en un escritor respetado, incluso admirado, en particular después de la publicación de La noche agitada (1935), texto que se despliega en el seno del universo de los sueños. Viaje por la Gran Garabaña (1936) le sigue a esa publicación y abre un nuevo ciclo en su obra: inventa y describe lugares y seres total-mente imaginarios, como los Hacs o los Emanglons. Va a utilizar entonces su talento para crear univer-sos extraños, acorralado entre el mundo de Pluma y de sus viajes, echando mano de lo que ya domina, in-venta una forma nueva y fi el a sus deseos.

Antes de sus libros raros, su escritura daba mu-cho lugar al “yo”. Esta primera persona permane-cerá natural en el escritor que “escribe para reco-rrerse”, recordémoslo una vez más. Ya no redacta-rá relatos de viaje; ningún texto lo volverá a ligar a un desplazamiento geográfi co, pero no dejará de estar en movimiento, en la corriente, en búsqueda. Su destino y su obra tomarán sentido de esta forma: el descubrimiento de nuevos horizontes lo empuja hacia todas las experiencias y su trabajo consistirá en hacer evidentes los territorios apagados. Así es como comienza a pintar y a dibujar, aunque nada permitía preverlo. Esta atracción por las formas plásticas nunca lo dejará.

Así pues, Michaux vive retirado, pero acepta una invitación al congreso del Pen Club que tuvo lugar en Buenos Aires en septiembre de 1936. Entonces, forma parte de la delegación belga y responde a la solicitud de Victoria Ocampo, mujer de letras, me-cenas y directora legendaria de la revista Sur. Es la oportunidad de viajar en compañía de Supervielle, amigo y protector de Michaux desde sus inicios, y de compartir largos momentos en Uruguay, tierra

5� Traducción tomada de Philippe Quéau, Lo virtual: virtudes y vértigos,

Barcelona, Paidós, 1995, p. 100. [N. de la t.]

6� La traducción es mía. [N. de la t.]

de la infancia de su compañero de viaje y de su que-rido Lautréamont. Después, durante el congreso, participa activamente en los debates, aunque albo-rotado, e incluso por primera vez toma la palabra en público. Frecuenta a Alfonso Reyes y entabla amis-tad con un todavía desconocido argentino, Jorge Luis Borges. Se sabe que una de las últimas apari-ciones públicas de Michaux, con la fi nalidad de asis-tir a una conferencia del escritor argentino en el Collège de France, tuvo lugar en enero de 1983. Esta larga amistad comienza durante esa estancia.

Michaux fue un hombre más que discreto, obse-sionado con ese retiro del mundo que lo alimentó durante toda su vida. Se las arregló para tan sólo dejar fi ltrar muy escasas informaciones sobre su existencia. Para él, sólo la obra cuenta frente a los demás. constituye una forma de estar presente para el otro. Las fotos son escasas, su voz se grabó sola-mente una vez y únicamente se muestra de forma excepcional e imprevisible. Nunca apareció en la televisión ni se expresó en la radio. Reticente a dar una foto suya a Paulhan, su amigo y editor, le de-clara: “escribo para que justamente puedan pres-cindir de una foto mía”.7 Después, propone enviar una radiografía de sus pulmones “ya que no va bien ahí dentro”.8 Sus biógrafos no dudan en reconocer la difi cultad de iluminar varias zonas ensombreci-das de su vida. La estancia en el Cono Sur guarda la huella de dos relaciones amorosas que lo van a dejar marcado por mucho tiempo. Antes que nada, con Angélica Ocampo, la hermana de Victoria, en Bue-nos Aires, después, y sobre todo, con Susana Soca, uruguaya rica y culta, incluso con una brizna de lunatismo. Las escasas huellas de esos momentos de pasión dan una imagen alejada de ese Michaux frío y distante. Su regreso a París está cargado de arrepentimientos, pero ese sentimiento se dirige tan sólo a la mujer que se quedó allá. No tiene afec-to alguno por “América, un continente de cestas perforadas”.9 Encuentra a Marie-Louise Ferdière, mujer del famoso médico que atenderá a Antonin Artaud, entre otros, con quien compartirá su vida hasta 1948. Víctima de un accidente, sufre de que-maduras graves y sucumbe a sus heridas. Michaux escribirá entonces su poema “Nosotros dos aún” para continuar esta larga búsqueda de sí mismo que sabe que es su centro. Por una vez toma el riesgo de develar un evento íntimo; hasta ese momento el amor había sido más bien una causa de infelicidades y dramas, y de la cual poco había mostrado en las diversas facetas. La reserva que practica abarca su lote de no dichos y la idea de “recorrerse” no exclu-ye el misterio, sino al contrario.

Atraviesa la existencia como una sombra, pero a la cual, de muchas maneras, se aferra. En la for-ma de vida que escogió practica un nomadismo que se traduce por un gusto nunca desmentido por los viajes y por una vida cotidiana sin domicilio fi jo por mucho tiempo, de hoteles a cuartos de huéspe-des. Su matrimonio, un mayor desahogo económi-co y la necesidad de un lugar de trabajo más amplio le hacen mudarse después de la segunda Guerra Mundial a un departamento del para entonces le-gendario Barrio Latino. Su existencia se asemeja a un escape permanente que se traduce tan bien en términos geográfi cos como artísticos. Como él mismo lo dice, viaja en contra; no se trata de des-plazarse con la intención de construir lo que sea, sino de practicar una forma de escape. Lo mismo sucede con su actividad creadora; su trabajo cues-tiona los límites y las fronteras, al rechazar el en-cierro o la repetición. Avanza con la inquietud de no estancarse, de no permanecer.�W

7�Ibidem.

8�Idem.

9�Idem.

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EN LENGUA FRANCA

HENRI MICHAUX, O CÓMO ESCAPAR DE LA PETRIFICACIÓN

La existencia de Henri Michaux se asemeja a un escape permanente que se traduce tan bien en términos geográfi cos como artísticos. Como él mismo lo dice, viaja en contra.

Traducción de Adriana Romero-Nieto.

Philippe Ollé-Laprune, director de la Casa Refugio Citlaltépetl y de la revista Líneas de Fuga, es un incansable embajador literario de Francia en México (y viceversa).

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Un fi lósofo en su siglo F R A N Ç O I S D O S S E

SEMBLANZA

Nuestra fi lial argentina acaba de publicar una colosal biografía de Paul Ricœur, nacido hace cien años. El autor de ese libro que explora “los sentidos de una vida”, como reza

el subtítulo de la obra, también dio a las prensas en Francia un tomito biográfi co con un ánimo de divulgación, cuyo capítulo fi nal presentamos aquí; agradecemos

a la editorial Armand Colin el permiso para reproducirlo

P aul Ricœur es, ante todo, un filósofo de la acción, como nos lo recuerda, con razón, Jo-hann Michel.1 Desde sus pri-meros trabajos buscó valori-zar en un plano especulativo todo aquello que correspon-día a la presencia en el mundo, al hombre capaz de ser activo y, a la vez, vulnerable. Las pri-

meras influencias adoptadas por Ricœur lo llevaron a interesarse particularmente en la elaboración de una filosofía de la acción. De Gabriel Marcel, reten-drá esencialmente que “Ser es estar en camino”. La filiación Gabriel Marcel, Maurice Blondel, Louis La-velle o René Le Senne impulsó al joven Ricœur hacia una filosofía de la acción, en lugar de una del ser, esto a partir del cogito quebrado de una afirmación origi-naria, que nunca coincide con sí misma y siempre se encuentra, por lo tanto, antepuesta a una identidad frágil, que no es pero que tiene para ser. Más tarde, aun si la referencia no es muy frecuente en su obra, la fuente de inspiración de esta filosofía de la acción de Ricœur parecerá remontarse a Spinoza: “Apenas he escrito sobre Spinoza, aunque ha acompañado conti-nuamente mi meditación y mi enseñanza. Comparto

1� Johann Michel, Paul Ricœur. Une philosophe de l’agir humain, París,

Cerf, 2006.

con Sylvain Zack la convicción según la cual ‘pode-mos centrar todos los temas spinozistas en torno a la noción de Vida’”.2

Ahora bien, quien dice Vida también dice poder, como lo demuestra de principio a fin la Ética. Así pues, el filósofo debe dar más importancia al poder del ser, a su productividad, a su poder de existir, a su Potentia. Debe posicionarse a favor de las fuerzas que afirmen este poder y rehusar los afectos tris-tes. De ahí que la postura de Ricœur, contra la idea heideggeriana de un “Ser para la muerte”, sea una constante lucha. Frente a esta tentación mortífera, Ricœur opone con insistencia el tema spinozista de la alegría, por ejemplo, cuando define el horizonte de la memoria y de su posible “pequeña fortuna”3 del reconocimiento, inclusive cuando ratifica el “¡cuán-to más!”4 de la vida y su potencia de ser en relación con las fuerzas negativas de la muerte. Esta temáti-ca vitalista reenvía la teoría de Ricœur a una inten-sificación del presente, de modo que su repercusión converge en el tema del encuentro: del ser-con. Al mismo tiempo, Ricœur preserva la tensión entre el horizonte kantiano de la esperanza en el futuro y la alegría presente en Spinoza, a tal grado de que no po-

2� Paul Ricœur, Sí mismo como otro, México, Siglo XXI Editores, 1996,

p. 349.

3� Ricœur, La memoria, la historia y el olvido, México, fce, 2008, p. 536.

4� Ibid., p. 89.

dría ocurrir un happy end, como lo señala cuando ha-bla sobre el vínculo conflictivo entre la memoria y la historia. Esta filosofía del deseo de ser es, en efecto, muy diferente a aquella de Gilles Deleuze, y a pesar de ello ambos han sido fuertemente influidos por Spinoza. El Conatus de Spinoza como esfuerzo para perseverar en el ser, o como unidad de aquello que constituye al hombre, reviste una importancia ma-yor para Ricœur, no sólo como temática sobre la cual la reflexión se cuestiona sino como regla de vida, como la ética que ha llevado hasta sus últimas con-secuencias y que ha hecho suya, con la convicción de que es necesario, como él ha proclamado, “vivir has-ta el extremo”.

Pero para él la Ética de Spinoza ha sido un recur-so fundamental para vincular el dinamismo inter-no de la existencia y el poder de la inteligencia, que condiciona el pasaje de las ideas inadecuadas a las ideas adecuadas: “En este sentido, somos poderosos cuando comprendemos adecuadamente nuestra de-pendencia, en cierto modo horizontal y externa, res-pecto a todas las cosas, y nuestra dependencia ver-tical e inmanente respecto al poder primordial que Spinoza llama también Dios.”5 Es posible encontrar en Ricœur esta insistencia constante que busca mi-nimizar el cogito cartesiano, la conciencia de Sí para dar lugar a la preponderancia y la�PASA A LA PÁGINA 12

5� Ricœur, Sí mismo como otro, op. cit., p. 366.

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A comienzos de marzo, Roger Caillois habría cumplido un siglo. Autor de obras sobre asuntos y con enfoques muy

diversos (lo sagrado, el juego, la mitología), fue una temprana adición de la imaginación francesa al naciente catálogo del Fondo, gracias a la amistad que estableció con Daniel Cosío

Villegas. Con estas cuatro instantáneas invitamos a los lectores a conocer su vida y leer su obra

ARTÍCULO

Caillois en el FondoR A F A E L V A R G A S

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R oger Caillois (1913-1978) fue uno de esos raros escrito-res a los que todas las cosas les interesan y sobre todas saben. Lo mismo podía es-cribir, con una singular mezcla de lirismo y serie-dad científica, sobre las piedras y sobre los mitos, sobre los meteoritos y so-

bre los pulpos, sobre el marxismo y sobre la novela policial, sobre la poesía y sobre la guerra, sobre los juegos y sobre los sueños.

Gran divulgador de la literatura hispanoamericana en Europa, a él se deben las primeras traducciones de Borges al francés y su consiguiente reconocimiento internacional, y su labor como traductor de Carpen-tier y de Cortázar (y como editor de Juan Rulfo y de Miguel Ángel Asturias, entre otros) es igualmente encomiable.

A cien años de su nacimiento, La Gaceta lo saluda con la siguiente nota, centrada en su relación con el Fondo.

IEn 1942 el Fondo de Cultura Económica publicó El hombre y lo sagrado, un ensayo breve, muy claro, y a la vez complejo, que intenta comprender, desde la perspectiva de la sociología, las poderosas fuerzas ante las que se inclina el alma del hombre. Impre-so en Francia en 1939, poco antes del estallido de la segunda Guerra Mundial, el libro parecería haber nacido en el momento más adverso posible, cuando el sentido de lo sagrado parecía más erosionado que nunca. La respuesta crítica, sin embargo, fue favo-rable, y pocos años después de concluida la guerra volvería a ser editado.

Su autor, Roger Caillois, nacido el 3 de marzo de 1913, lo escribió antes de cumplir 25 años de edad. Antes aún, a los 21 años, había escrito un pequeño libro titulado El hombre y el mito, que un muchacho mexicano llamado Octavio Paz leería, deslumbra-do, en 1940.1

Uno puede imaginar con facilidad que la brillan-tez y refinamiento intelectual de Caillois, su amor por la palabra (“pasión por la forma”, prefería de-cir él), lo convirtieran a los 19 años en una presen-cia suficientemente destacada como para llamar la atención de André Breton, quien lo invitó a unirse al grupo surrealista —del que Caillois, más procli-ve a lo científico que a lo mágico, no tardaría en ex-cluirse—, y de autores de otros campos de las huma-nidades, como el gran historiador Lucien Febvre, quien siempre lo leyó con atención y simpatía.

Pero es menos fácil entender que a los 29 publi-cara ese precoz ensayo en México, en un sello edito-rial abocado a la edición de obras de economía an-tes que al descubrimiento y la traducción de nuevos talentos en el campo de la filosofía o de las ciencias sociales. Los únicos franceses a los que el Fondo ha-bía publicado en español antes que a él eran autores muy eminentes en la época, como el sabio historia-dor Henri Sée (Orígenes del capitalismo moderno, 1937), el biólogo marxista Marcel Prenant (Raza y racismo, 1939), el prolífico economista Louis Bau-din (El mecanismo de los precios, 1941), o franca-mente históricos, como el padre de la sociología, Auguste Comte (Primeros ensayos, 1942). Si en el catálogo de la casa también figuraban autores como el periodista Armand Cuvillier, el historiador Jean Luc o el entonces todavía joven filósofo Henri Lefe-bvre, era sólo en tanto que biógrafos de Proudhon, Diderot y Nietzsche, respectivamente.

¿Cómo fue, entonces, que el libro de Caillois se incorporó a un repertorio tan selecto y parco? La clave del pequeño misterio se encuentra en el via-je que Daniel Cosío Villegas hizo a Buenos Aires en junio de 1941 para reunirse con 32 intelectuales sudamericanos con los que planearía la manera de enriquecer el acervo de Tierra Firme, colección a la que él concebía como una suerte de enciclopedia de América Latina.2 En el curso de ese viaje Cosío Villegas conoció a Victoria Ocampo, la acaudalada escritora y editora de Sur, e inició una amistad con ella que resultó maravillosamente perdurable y

1� Octavio Paz, “Las piedras legibles de Roger Caillois”, en Al paso, Méxi-

co, Seix Barral, 1992, p. 59

2� Véase el ensayo de Gustavo Sorá, “Misión de la edición para una cultu-

ra en crisis. El Fondo de Cultura Económica y el americanismo en Tierra

Firme”, en Carlos Altamirano, Historia de los intelectuales en América La-

tina II. Los avatares de la “ciudad letrada” en el siglo XX, Buenos Aires, Katz

Editores, 2010, pp. 256-278.

dio pie a una importante correspondencia que aún aguarda ser editada.

En marzo de ese mismo año Victoria Ocampo acaba de dar por concluida una apasionada relación amorosa con Caillois. Lo había conocido en París, a comienzos de 1939, e impresionada por la inteli-gencia del poeta de 26 años lo invitó a la Argentina a dar una serie de conferencias. Caillois llegó a Bue-nos Aires pocos meses después, el 11 julio. El 1 de septiembre Alemania invadió Polonia: comenzaba la segunda Guerra Mundial. Argentina le declaró la guerra al eje Roma-Berlín-Tokio, y el francés quedó varado en Argentina hasta 1945.

A pesar de la ruptura, ambos supieron cultivar una devota amistad y ella hizo siempre todo lo posi-ble por ayudarlo y relacionarlo. Fue por ese motivo que se lo presentó a Cosío Villegas, en cuya bibliote-ca —que hoy forma parte y da nombre a la biblioteca

de El Colegio de México— se conservan algunos tes-monios del trato que existió entre ambos escritores. Por ejemplo, dedicatorias estampadas en libros de Caillois, como la que figura en un ejemplar de Socio-logía de la novela, impreso por Sur, en 1942, y proba-blemente enviado por correo: “Para Cosío Villegas, con la amistad de R. Caillois, 1942”. Sabemos, gra-cias a esas dedicatorias, que Cosío y Caillois man-tuvieron un trato, si no cercano, sí continuo, por lo menos hasta que el francés retornó a París, en agos-to de 1945.

En aquella década Cosío viajaba a Buenos Aires casi una vez por año, y es evidente que en el curso de uno de esos viajes —casi un año después de la inauguración de la sucursal del Fondo— Caillois le obsequió un ejemplar de la hermosa edición de Pa-tagonie, el libro de poemas en prosa que resultó de la serie de viajes emprendidos por Roger a lo largo de la Argentina. “Pour Daniel Cosío Villegas, cette invitation americaine sur la civilisation, avec toute mon admiration pour la grande oeuvre qu’il dirige, son ami, R. Caillois. Buenos Aires, 1er. Nov. 1944”,3 se lee en la portadilla de Patagonie, cuya edición se limitó a trescientos treinta ejemplares.

Cosío Villegas dejó la dirección del Fondo en 1947, y este sello no volvió a publicar un libro de Caillois sino hasta 1972, año en que apareció, como parte de la colección Breviarios, La cuesta de la guerra. Que en treinta años el Fondo no haya traducido otro título del autor francés refuerza la hipótesis de que El hom-bre y lo sagrado recibió un trato excepcional, aunque ello no significa que el libro se haya “colado” en el ca-talogo del Fondo por mero capricho de su director. Más bien, es dable suponer que, por su calidad, haya sido aceptado de buen grado por José Medina Echa-varría, director de la colección de sociología —en la que hasta hoy figura— y, a partir de 1943, del Centro de Estudios Sociales de El Colegio de México, que en

3� “Para Daniel Cosío Villegas, esta invitación americana hacia la civili-

zación, con mi mayor admiración por la obra que dirige, su amigo…”

julio de 1945 publicó otro título de Caillois: Ensayo sobre el espíritu de las sectas, en la colección Jorna-das. (Cabe señalar que Medina Echavarría dejó Mé-xico en 1947 para asumir una cátedra en la Univer-sidad de Puerto Rico.)

IIA finales de enero de 1962, Arnaldo Orfila, director general del Fondo, recibe una carta de Roger Cai-llois, quien desde 1948 se desempeña como alto fun-cionario de la División de Proyectos de la unesco. En su misiva (que hoy forma parte del archivo his-tórico del Fondo), totalmente redactada en español (idioma que aprendió a la perfección mientras vivió en Argentina), Caillois lamenta una nota sin firma aparecida en el número 87 de La Gaceta del Fondo de Cultura Económica (incluida en la sección “Bal-cón”, usualmente redactada por Orfila y por Em-manuel Carballo, entonces jefe de redacción de la revista) que critica que el Index Translationum de la unesco (un inventario anual de las traducciones realizadas a nivel mundial) no se refiera a las obras traducidas en México —entre ellas, las del fce—. Caillois le explica a Orfila que la omisión se debe a que la Biblioteca Nacional de Francia debe propor-cionar esa información a la unesco y ésta carece de otros medios para allegársela.

El 14 de febrero Orfila le agradece “que nuestra nota en La Gaceta haya merecido su tan amable res-puesta” y le ofrece publicar su carta en un próximo número de la revista, lo que sucede en el número co-rrespondiente a abril.

IIIEntre 1972 y 1989 el Fondo de Cultura Económica publicó cuatro títulos más de Caillois: La cuesta de la guerra (1972), Los juegos y los hombres: la más-cara y el vértigo (1986), El mito y el hombre (1988) y Acercamientos a lo imaginario (1989). Es dable su-poner que algo tuvo que ver Jaime García Terrés en la contratación de todos esos títulos —desde 1970 era asesor de la Dirección General del Fondo y a la vez dirigía La Gaceta—, en especial en el caso de los tres últimos, cuyos derechos de traducción se ad-quirieron en la época en que él era director general de la casa.

García Terrés nunca escribió un artículo o un ensayo sobre Caillois, aunque sí diversas notas cor-tas y menciones, dispersas en su columna “Litoral”, publicada en La Gaceta entre 1970 y 1988, y luego, durante dos o tres años, en las páginas de la revis-ta Vuelta. Pero su interés por la obra de Caillois es evidente si se examina el catálogo de su biblioteca personal, que ahora ocupa una de las salas de la Bi-blioteca de México.

IVEn Jardín de Francia (fce, 2008), reunión de en-trevistas, artículos, crónicas y ensayos hechos por Elena Poniatowska con —y acerca de— autores de ese país, se encuentra una breve pero importante conversación con Roger Caillois realizada en sep-tiembre de 1963, fecha en la que vino a México para encabezar un congreso de la revista Diógenes, que él había fundado en Francia, con los auspicios de la unesco, en 1952, y que aquí se publicaba con el apo-yo de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Poniatowska le pregunta qué es lo que busca al escoger, como editor, una novela latinoamericana. Caillois responde:

“—Así como la novela rusa insufló sangre nueva en los últimos años del siglo xix, así como después de la guerra la novela norteamericana enriqueció el patrimonio común de la humanidad, creo que ahora le toca su turno a la novela latinoamericana. Ella es la que trae sangre nueva, y su aportación debe estar a la altura y a la medida de su continen-te. Y esto no es exotismo. Es la revelación de una manera de sentir que sólo pertenece a este conti-nente. No sólo se trata de expresar al continente, sino de enseñar una nueva manera de escribir no-vela. Hasta en la técnica de la novela, la fuerza de América Latina ha repercutido.”�W

Rafael Vargas dirige el Programa Nacional Tierra Adentro de la Dirección General de Publicaciones del CNCA.

EN LENGUA FRANCA

¿Cómo fue, entonces, que el libro de Caillois se incorporó a un repertorio tan selecto y parco? La clave del pequeño misterio se encuentra en el viaje que Daniel Cosío Villegas hizo a Buenos Aires en junio de 1941 para reunirse con 32 intelectuales sudamericanos con los que planearía la manera de enriquecer el acervo de Tierra Firme.

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VIENE DE LA PÁGINA 9�anterioridad del Conatus como origen ético que es el deseo de ser, el esfuerzo por existir y atravesar todos los obstáculos: “Esfuerzo y Deseo son las dos caras de la posición del Sí en la pri-mera verdad: yo soy”.6

Esta potencia se liga a la noción de límite de Ri-cœur y reenvía a Kant, tanto a sus tres Críticas como a La religión en los límites de la mera razón. Pero tam-bién es posible encontrar esta tensión en Spinoza, pues con el Conatus cada cosa tiende a perseverar en su ser; de cualquier manera se adentra en sí y esto implica confrontarse a un límite. Por un lado, el po-der en Spinoza se define como eso, como un esfuerzo que tiende hacia un límite, y por el otro, sostiene que todo aquello que se tensa en un límite se experimen-ta como potencia. Esta tensión hacia un límite impli-ca el Infinito, una irreductibilidad del ser expandi-do. De ahí que el despliegue de un sistema de relacio-nes, de intensidades, no sea reducible a sus términos.

Es raro el filósofo que ha retomado el desafío de las ciencias humanas, éstas últimas en su búsqueda de determinaciones, de causalismos que expresan estos límites impuestos a la Potentia. Éstos consti-tuyen, por lo tanto, un rodeo imperativo para po-der asir los puntos de resistencia necesarios para la realización de la potencia. Las ciencias humanas re-presentan, pues, un desafío para la filosofía. Efecti-vamente, su importancia se sitúa en un doble nivel: aquél de ser una condición de posibilidad del ejer-cicio de la potencia de actuar como límite, y al mis-mo tiempo como freno para esta acción. A lo largo de su recorrido, Ricœur afronta este desafío al alte-rar la lógica de las ciencias humanas. Como resul-tado, se obtiene una filosofía de numerosos circun-loquios necesarios para salir de la alternativa entre una filosofía del ser-para-sí y de una filosofía del ser-para-la-muerte.

Sin embargo, esta intención ética debe hacer el ro-deo epistemológico y, mediante estos múltiples des-víos, Ricœur atraviesa las ciencias humanas. Bajo esta perspectiva, él es uno de los pocos filósofos que abren su problemática al recorrer su campo de ex-perimentación. Su objetivo es doble al atravesar el territorio de las ciencias humanas. En primer lugar, se propone defender la epistemología regional bien fundada, específica a una u otra aproximación de las ciencias humanas. En segundo lugar, considera su intervención como el ejercicio de una vigilancia, asemejándose a un vigía frente a la desmesura, que por aquí y por allá se puede apropiar de estrategias imperialistas, conducidas por tal o cual disciplina cuando ella se erige, en singular, como la ciencia so-cial, capaz de unificar bajo su dirección todo el con-cierto de las otras ciencias humanas. Con el mismo espíritu, Ricœur ejerce su vigilancia contra toda for-ma de resignación de las ciencias humanas, en una física social mecanicista, hacia un cientificismo que pretendería saturar el sentido o que pretendería ser el representante de una mathesis universal. Para evi-

6� Ricœur, Freud: una interpretación de la cultura, México, Siglo XXI

Editores, 1970, p. 44.

tar estos escollos, Ricœur privilegia un enfoque de-cididamente reflexivo, en segundo grado, y que no propone como alternativa la búsqueda de la verdad y el ejercicio del método; de ahí su comentario críti-co respecto a Gadamer cuando este último abando-na la parte metodológica para concentrarse de lleno en la verdad. Es en la conjunción, en el “y”, donde se encuentra el camino a seguir. Las ciencias huma-nas están marcadas por la preocupación metódica para la reconstrucción de las estructuras gramati-cales de lo social, pero Ricœur habrá mostrado que estas sólo cumplen su objetivo con la condición de aceptar el doble movimiento del conocimiento y del re-conocimiento, en la que deben trabajar per-manentemente. La capacidad entonces es puesta a prueba por las determinaciones sociales, aceptan-do sus condicionamientos, sin reducir al hombre en ella. Este gesto es el que se encuentra de principio a fin en la inmensa trayectoria de Ricœur, entre la mitad del siglo xx y el principio del siglo xxi.

A lo largo de la trayectoria de Ricœur, una de sus constantes también habrá sido su compromiso, lo-calizado en el corazón de los objetivos de la ciudad, para defender los ideales de una justicia social logra-da. Al responder a las interpelaciones del presente, él tomó su parte del riesgo. No obstante, el trágico re-corrido del siglo xx reorientó su modo de interven-ción entre la década de 1930 y el inicio del siglo xxi. Sus primeras posturas estuvieron especialmente marcadas por una forma de profetismo, de convic-ción escatológica. Principalmente, éstas evolucio-narían hacia la elaboración de una ética política que considera la indeterminación y la fragilidad demo-crática. Sin embargo, sería erróneo y reductible es-timar que Ricœur cambió su ética de convicción por una ética de la mera responsabilidad. Él siempre fue meticuloso al pensar las dos en conjunto y al articu-lar las convicciones en un sentido crítico, lo cual ape-laba a su vehemencia ontológica por una preocupa-ción de sabiduría práctica, para desplazarlas hacia la realización de una buena vida, de un espacio demo-crático y, por ende, pluralista.

Al renunciar a la figura del filósofo como militan-te intelectual, que denuncia sólo en nombre de la in-dignación que la ética de convicción induce, así como Sartre la encarnó, Ricœur no adopta como tal el mo-delo anglosajón en donde el intelectual es un erudi-to, un experto confinado a su círculo y animado por la mera ética de la responsabilidad. En efecto, Ri-cœur difícilmente habrá impuesto otro estilo, aquél del espacio vacío, entre crítica y competencia. La in-tervención del filósofo en la ciudad vuelve para rea-lizar la labor esencial, que es la de aportar los escla-recimientos necesarios concernientes a la misión de sentido sedimentada en el transcurso del tiempo en los valores, las nociones, las instituciones que rigen al ser en comunidad de la sociedad; y por añadidura, esta función de significar lo que recubren las nocio-nes de libertad, igualdad, fraternidad, justicia, segu-ridad, extranjería… La filosofía, según Ricœur, aún debe asegurar un rol de vigilancia, preservando cada uno de los lenguajes específicos de cualquier tentati-va imperialista que intentara anexárseles. El filóso-

fo desempeña un doble papel como unificador, pues aspira a una vista panorámica que reúne la ambición de Platón al definir el rol del logos, pero también es el centinela, el guardián de las fronteras, el que vigila para preservar la integridad y la pluralidad, la rique-za de los diversos lenguajes. No es posible distinguir en Ricœur al filósofo del ciudadano, porque es en calidad de ciudadano que se ocupa de los problemas filosóficos, al restituirlos a la ciudad después de un intenso trabajo de elucidación. Su horizonte siempre es el de la praxis, que ya era propio de Aristóteles.

En estas condiciones, la filosofía renuncia a lo unívoco, privilegia la pluralidad y los múltiples ro-deos. Según el autor, la obra que corona su búsque-da filosófica, Sí mismo como otro, hace claramente explícita la perspectiva: “Se puede decir que el con-junto de estos estudios tiene por unidad temática al actuar humano, y que la noción de acción adquiere, a lo largo de los estudios, una extensión y una con-creción que se acrecientan sin cesar.”7 Este actuar propone posibilitar el diálogo entre las diferencias y encontrar la distancia acordada en la relación entre el mismo y el otro, el próximo y el distante, contri-buyendo así al reparto de un fundamento en común del ser dividido de manera multicultural. Ricœur no preconiza, respecto a esto, ni la intensidad emocio-nal ni la postura sobresaliente que pretendería abar-car todo. La toma de conciencia de la verdadera dis-tancia del otro representa la condición para avanzar hacia una verdadera proximidad. Fuente de un sen-tido de la relatividad, este principio de limitación de las perspectivas en la fi losofía de Ricœur de ninguna manera se transforma en escepticismo o relativis-mo, y menos aún en alguna deploración referente a la era del vacío. Por el contrario, se basa en una visión del mundo concebido como un absoluto relativo. La dialéctica de lo propio, del próximo y del distante, conduce a Ricœur a hacer suya la intención aristo-télica de la buena vida, del buen vivir como aquello que debería ser la fuente de inspiración misma del vivir en comunidad, desplazando el deseo privado de la felicidad a la capacidad de un cumplimiento colectivo, en el intercambio de un dar y recibir. To-das las intervenciones de Ricœur en la ciudad tienen por fi nalidad reavivar, renovar, volver a encontrar el respiro inicial del deseo de ser, llevado a la acción ha-cia el presente. Así él constantemente se recarga de energía, de dinamismo, de la deontología de la volun-tad gracias a una “teología del deseo”.8 Esta acción, siempre situada delante del ser, revela la verdad tes-timonial como una concepción que no parte de una verdad prestablecida, sino que remite al valor de tes-timonio que produce un discurso o una acción.�W

Traducción de Lilian Vianey.

7� Ricœur, Sí mismo como otro, op. cit., p. xxxii.

8� Ricœur, comunicación en el quinto foro Le Monde-Le Mans sobre el

tema “Où est le bonheur?”, 28-30 de octubre de 1993, Le Monde, 5 de no-

viembre de 1993.

UN FILÓSOFO EN SU SIGLO

EN LENGUA FRANCA

Paul Ricœur en el Fondo

François Dosse, historiador y fi lósofo francés, es autorde Gilles Deleuze y Félix Guattari. Biografía cruzada (Filosofía, 2009).

DEL TEXTO A LA ACCIÓNEnsayos de hermenéutica II

filosofía

Traducción de Pablo Corona

1ª ed., 2001, 380 pp.

968 16 6456 6

$156

CAMINOS DEL RECONOCIMIENTO

Tres estudios

filosofía

Traducción de Agustín Neira

1ª ed., 2006, 330 pp.

968 16 7998 9

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EL CONFLICTO DE LAS INTERPRETACIONES

Ensayos de hermenéutica

filosofía

Traducción de

Alejandrina Falcón

1ª ed., 2003, 462 pp.

950 55 7285 9

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VIVO HASTA LA MUERTESeguido de fragmentos

filosofía

Traducción de Horacio Pons,

prefacio de Olivier Abel,

epílogo de

Catherine Goldenstein

1ª ed., 2008, 117 pp.

978 950 55 7761 3

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LA MEMORIA, LA HISTORIA, EL OLVIDO

filosofía

Traducción de Agustín Neira

1ª ed., 2004, 673 pp.

950 55 7596 3

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LA NATURALEZA Y LA NORMA

Lo que nos hace pensar

Jean-Pierre Changeux

y Paul Ricoeur

ciencia y tecnología

Traducción de

Carlos Ávila Flores

1ª ed., 2001, 318 pp.

968 16 6340 3

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P ara los profesores de mi gene-ración, aquellos que dieron sus primeros pasos como inves-tigadores en los años sesenta, hablar de Marcel Bataillon implica evocar de inmediato, con una mezcla de admiración y respeto, a aquel al que se ha calificado con justicia como “príncipe de los hispanistas”.

Cuando en 1955 terminé la Escuela Normal Su-perior y comencé mis estudios en la Sorbona, Mar-cel Bataillon ya llevaba diez años sin enseñar allí y dictaba clases en el Collège de France. En aquel momento no fui alumno suyo, pero tuve la suerte de seguir los cursos de uno de sus discípulos, Aristide Rumeau, quien me sugirió la lectura del gran libro Erasmo y España. Fue una revelación para mí…

Algunos años más tarde regresé a la Sorbona como asistente, y al igual que varios de mis condis-cípulos pude presenciar maravillado los cursos de Marcel Bataillon en el Collège de France. Quedé subyugado por lo extenso de su cultura y su profun-da erudición, por el rigor de sus análisis y su capaci-dad de abrir nuevas perspectivas y renovar los suje-tos que abordaba. Mi vocación por el siglo xvi, y más allá, mi especialización en el Siglo de Oro, se las debo ante todo a Marcel Bataillon. Con el paso del tiem-po, nuestros contactos se volvieron más frecuentes y personales (todavía puedo ver el enorme despa-cho que ocupaba como administrador del Collège de France, y después, tras su jubilación en 1965, la vasta oficina con vista interior en la calle de l’Abbé l’Épée).

Por entonces tuve la ocasión de confirmar repeti-das veces su disponibilidad, su benevolencia y su generosidad. Esta experiencia, que se sostiene tam-bién en otros recuerdos más personales, la vivieron también otros condiscípulos míos, y todos nos he-mos sentido muy apegados a él.

Es cierto que, tanto antes como después de su muerte, han florecido los homenajes entusiastas a la calidad y la inmensidad de su obra, tanto a nivel nacional como internacional, y que estos cuentan también con una amplia difusión. Pero para la ma-yoría, Marcel Bataillon era desconocido más allá de las relaciones de cortesía. Es verdad también que era alguien reservado y que se exponía poco, y eran ra-ras sus confidencias sobre su historia de vida o sus convicciones políticas y sociales.

Sin embargo, el perfil de este humanista se ha enriquecido en los últimos años y muchos de quie-nes le conocieron hoy comparten sus recuerdos no solamente respecto del sabio, sino también del tipo de persona que era. Además, recientemente han sido publicadas las cartas, rebosantes de información, que enviara a su gran amigo Jean Baruzi, así como los testimonios de diferentes miembros de su fami-lia. Su compromiso político, siguiendo diversas mo-dalidades, se nos revela ahora en Marcel Bataillon. Hispanismo y compromiso político, de su hijo Claude.

Sabemos que, recién egresado de la Escuela Nor-mal Superior al inicio de la primera Guerra Mundial, fue eximido del servicio militar por razones de salud, y que gracias a una beca otorgada por el Instituto Francés de Madrid partió al otro lado de los Pirineos a pesar de no hablar español. Se trataba sin duda de

una posibilidad de recuperar la salud mientras esta-blecía las bases de una tesina sobre la renovación del helenismo en España, para su Diploma de Estudios Superiores (o Máster 1, como decimos ahora).

Gracias a sus anotaciones personales, consigna-das en un cuaderno y reproducidas en la obra citada arriba, podemos seguir las diferentes etapas de su viaje y su estadía, su descubrimiento del territorio español, así como sus investigaciones tanto en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia como en la Biblioteca Nacional de Madrid. Fue allí que, más allá de su interés por Hernán Núñez, el famoso Comendador Griego, descubre en el fondo Gayan-gos las cartas de Erasmo y a los erasmistas españo-les, sin duda el punto de partida de su tesis doctoral de Estado. Su interés creciente se centra también en el sur de la península, particularmente en Cór-doba y Sevilla. De hecho reside durante dos meses en esta última ciudad, donde entra en contacto con los intelectuales locales. Allí accede por primera vez al Archivo General de Indias, donde trabajará más adelante, sobre todo después de 1948.

Su vocación de hispanista se origina entonces en aquellos años y se afirma durante su estancia en Ma-drid y Sevilla. Pero sus anotaciones, redactadas por momentos a un ritmo cotidiano, muestran otro as-pecto del estado de ánimo y la actividad de Marcel Ba-taillon. En el contexto del inicio de la primera Guerra Mundial, durante los años de 1915 y 1916, el joven mu-chacho comparte plenamente el ardor patriótico que encendía a los franceses. Es, en cierto sentido, un en-viado del Comité Internacional de Propaganda de los Aliados. Durante su periplo español (en el que llegará

Marcel BataillonPríncipe de los hispanistas

A U G U S T I N R E D O N D O

SEMBLANZA

Estamos por publicar una cuarteta de obras de y sobre Marcel Bataillon, el gran hispanista francés: un ensayo suyo sobre Las Casas, otro sobre los jesuitas en la España del siglo XVI,

un conjunto de testimonios y documentos preparado por Jacques Lafaye y una reunión de cartas, cuadernos y textos variopintos confeccionada por su hijo Claude.

Éste es el texto introductorio de ese volumen misceláneo

EN LENGUA FRANCA

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1 4 J U L I O D E 2 0 1 31 4 J U L I O D E 2 0 1 3

hasta Galicia), intenta por todos los medios alimentar los sentimientos francófilos y combatir la corriente germanófila, colaborando con la propaganda de los aliados. Al final de su viaje, en julio de 1916, escribe un informe desconocido hasta la fecha en el que ana-liza racionalmente los medios a privilegiar para que la propaganda se diversifique y consiga su objetivo.

Tras su regreso a Francia, participa directamente del conflicto y conoce los horrores de una guerra que acabó con la vida de incontables hombres, entre ellos su hermano André. Como muchos otros intelectua-les se vuelve profundamente pacifista, a tal punto que unos años después, en 1928, no duda en renunciar a su grado de oficial reservista con el objetivo de, en caso de estallar una guerra (según escribe a su amigo Jean Baruzi), “no ser más que un esclavo obediente, y bajo ningún concepto un jefe a cargo de otros hombres”. Podemos ver así la distancia que separa al hombre comprometido con el pacifismo del joven muchacho de 1915 y 1916.

Su pacifismo, coincidente con el que profesaba Erasmo (evocado en su gran libro), lo inspirará des-de entonces y lo llevará a unirse a las filas de una izquierda activa que podemos calificar de huma-nista, pasando de un “pacifismo moral” a un “pa-cifismo militante”, como escribe él mismo en sus cartas a Jean Baruzi. La información contenida en estas epístolas y las indicaciones ofrecidas por Claude Bataillon son esenciales para comprender la evolución en el compromiso del joven hombre primero y del profesor después, el cual tras su con-curso de oposición pasará por la Escuela de Altos Estudios Hispánicos de Madrid (1920-1922), el Ins-tituto Francés de Lisboa (1922-1926), el Instituto de Burdeos (1926-1929) y la Facultad de Letras de Argel (1929-1937), antes de llegar a la Sorbona y, en 1945, ser elegido para el Collège de France, donde será administrador diez años después.

Así, se afiliará al partido socialista (en aquel en-tonces sfio) en 1919, se inscribirá a la cgt al menos en 1928 y en 1938, y pasará a integrar el Comité de Vigilancia de Intelectuales Antifascistas y de la Liga Internacional de los Combatientes por la Paz. Se opondrá entonces al fascismo italiano, al nazismo, al salazarismo y al franquismo, incluso si su “pacifis-mo integral” (según los términos que emplea en una carta de 1934) le impide militar a favor de la inter-vención francesa junto a los republicanos españoles. Éstos, entre los que se encuentran sus amigos inte-lectuales, cuentan sin embargo con toda su simpatía, como muestra el contenido de sus cartas correspon-dientes al periodo de la Guerra Civil, en las que seña-la hasta qué punto “le duele España”, retomando la expresión de Unamuno, y cuánto sufre por “el calva-rio del pueblo”. Otra prueba de ello es su cortés polé-mica con Robert Ricard, partidario de la causa fran-quista, durante 1938 y 1939, así como la activa ayu-da que brinda a los exiliados españoles en Francia. También, durante un viaje por América Latina en 1948, mientras se encontraba en Lima y con motivo de una entrevista, recibe una convocatoria para un encuentro privado por parte de José María Castie-lla, embajador español en el Perú y futuro ministro de Relaciones Exteriores de Franco, que rechaza con cortesía. Estas cartas ponen de manifiesto su solida-ridad con los emigrados republicanos y su antipatía hacia un régimen “rechazado por la mayoría de [sus] amigos españoles”, del que nunca aceptará una invi-tación oficial.

Es este mismo pacifismo el que lo llevó a declarar-se “muniqués” en 1938 (aunque al final de su vida, reconocerá su error1) y a guardar luego silencio so-bre la situación francesa, incluso si es un demócrata convencido y si, en sus misivas a Baruzi, manifiesta su profundo pesimismo sobre el estado del país. Un episodio muy desagradable, que es posible seguir en el día a día gracias a la transcripción de sus anotacio-nes, de las cartas enviadas a los suyos y de su legajo en la Prefectura de Policía, pone en evidencia lo difí-cil que le resultaba mantener su posición. En efecto, fue miembro del Comité de Vigilancia de Intelectua-les Antifascistas (cvia), y se lo consideraba como co-munista a pesar de que nunca lo fue y de que siempre se opuso a la propaganda estalinista. El 29 de junio de 1941, poco después de la declaración de guerra de Alemania a la urss, es arrestado por la policía fran-cesa, entregado a las autoridades alemanas de ocu-pación y detenido en el campo de Compiègne, junto

1� Así lo señala Gilles Bataillon.

a varios extranjeros y comunistas. Quedará retenido allí durante un mes y medio, antes de ser liberado y regresar a sus clases en la Sorbona.

Un momento de gran importancia y poco conoci-do en la historia de su vida corresponde a la actividad política que desarrolla en Argel durante las eleccio-nes del Frente Popular de 1936. Su compromiso po-lítico con el cvia lo lleva a adherirse a una alianza política de la izquierda y, tras muchas dudas en acep-tar, presentarse como candidato de la sfio a la dipu-tación. No consigue vencer a los otros candidatos de izquierda y debe retirar su candidatura, lo que no le impide publicar en febrero de 1937 un gran artículo premonitorio sobre la situación de Argelia y las me-didas indispensables que debían tomarse a favor de la población autóctona.

A partir de entonces ya no participa directamente en la vida política, a pesar de continuar defendiendo sus ideas pacifistas. Él, quien supo escribir “traba-jamos en función de nuestro tiempo y para nuestro tiempo”,2 era plenamente consciente de lo que estaba en juego en el mundo contemporáneo. Así, toma una posición activa a favor de los intelectuales españoles en el exilio, da su opinión respecto de los problemas acuciantes de la descolonización (sobre todo respec-to de Argelia, lo que le vale una amenaza de muerte de la oas), colabora con el Movimiento contra el Ra-cismo y por la Amistad entre los Pueblos y participa en las actividades de la asociación Defensa de la Ju-ventud Escolar (de la que será durante mucho tiem-po su presidente), cuya finalidad es “reconstruir la escuela”. Muchas de las ideas contenidas en el libro que lleva ese título y del que es uno de sus autores, así como en los boletines de la asociación y en el tex-to que escribe entre 1966 y 1967 serán incorporadas al gran debate sobre la escuela surgido del hervidero de mayo de 1968.

A lo largo de Marcel Bataillon. Hispanismo y com-promiso político se perfila entonces un pacifista com-prometido y generoso, apegado a su época; un huma-nista cuya honestidad moral y ciudadana impactó en todos los que lo conocieron.

También se trata de un simple hombre que se pre-ocupa por la salud de los suyos, por sus medios de subsistencia y por los estudios y los exámenes de sus hijos mientras se encuentra internado en Compièg-ne; un hombre de gran sensibilidad que evoca, a tra-vés de una serie de notas poéticas expuestas en ese libro, a sus padres, su infancia feliz, su amor por la naturaleza o ciertos momentos de su carrera, insis-tiendo siempre en el “conocimiento soñador y sen-sual de las cosas”, y que remite también al placer de encontrar la carta del texto al que hace referencia en una célebre conferencia de 19673. Sensibilidad fren-te al mundo, placer de la lectura y del conocimiento, hedonismo que él mismo resume en esta bella frase: “Que el mundo entero sea un jardín para ustedes.”

Y todo esto sobre un fondo de contactos intelec-tuales y científicos incesantes, en relación con un

2� Es la fórmula que utiliza en la carta abierta que envía a Américo Cas-

tro respecto del libro de éste España en su historia.

3� Véase Marcel Bataillon, Défense et illustration du sens littéral, Modern

Humanities Research Association, 1967.

hispanismo omnipresente. Si bien es cierto que estos aspectos aparecen más claramente en su correspon-dencia con Jean Baruzi, no lo es menos que también se ven reflejados aquí, sobre todo teniendo en cuenta que él se hizo hispanista entre los años 1915 y 1916, y que siguió siéndolo toda su vida, reivindicando por cierto esta cualidad en diversas ocasiones.

Al principio, preparando su viaje a España, se en-cuentra primero con Alfred Morel-Fatio, célebre ro-manista e historiador de España, y uno de sus pre-decesores en el Collège de France (cuya memoria honrará más adelante), y luego con Georges Cirot, un hispanista de Burdeos y director del Bulletin His-panique, además de ser ocupante de una de las po-cas cátedras universitarias de español existentes en Francia. De hecho, establecerá una relación frecuen-te con este último durante el tiempo en que fue pro-fesor del Liceo de Burdeos, a partir de 1926, al igual que construirá una estrecha amistad en 1921 y 1922 con Ernest Merimée, y sobre todo con su hijo Hen-ri, ambos profesores de la Universidad de Toulouse y directores del Instituto Francés de Madrid. Tam-bién va a congeniar con Jean Sarrailh, quien fuera secretario de dicho Instituto y con el que se reencon-trará en la capital francesa, donde será nombrado rector de la Academia de París en 1947 y donde crea-rá en 1954, junto a Paul Rivet, el Instituto de Altos Estudios de América Latina. Otra de sus amistades es Ernest Martinenche, profesor de la Sorbona y di-rector del Instituto de Estudios Hispánicos, quien dirigirá su tesis (el tema es propuesto en 1921) y al cual sucederá al frente del instituto. Rápidamente, Marcel Bataillon entra en contacto con las personas que cuentan de verdad en el reducido mundo del his-panismo universitario francés, quienes aprecian de inmediato la capacidad intelectual y el valor cientí-fico del joven muchacho, así como su vasta cultura. Así comienza a trazarse la vía del futuro maestro de los estudios hispánicos en Francia, incluso si deberá esperar hasta 1929 para pasar a la enseñanza supe-rior (en Argel).

A partir de 1915 o 1916, cuando se forja su voca-ción hispanista, se perciben sus múltiples intereses por España y su civilización. Cargado de entusiasmo, ingresa al Museo del Prado y al de la Academia de Bellas Artes de Madrid, conversa con filósofos, his-toriadores y artistas que conoce en el Ateneo sevilla-no, y escucha con deleite la gran música interpretada en los órganos de la catedral de Sevilla por el músico Elustiza.

A su vez, a partir de 1921 y 1922 entra en relación, y en algunos casos estas relaciones se convertirán en verdaderas amistades, con los intelectuales españo-les del Centro de Estudios Históricos (dirigido por Ramón Menéndez Pidal), que se encuentran en ple-na renovación del análisis de la lengua, la literatu-ra y la historia españolas. Entre ellos se encuentran Américo Castro, Tomás Navarro Tomás, Homero Serís y Pedro Salinas. Más adelante se les sumarán Jorge Guillén (universitario y poeta, al igual que su amigo Salinas, de la generación llamada “del 27”), los Giner, Manuel Bartolomé Cossío, Montesinos (José Fernández) —futuro editor de varias de las obras de los hermanos Valdés—, Rafael Lapesa, Dámaso Alonso, Aurelio Viñas, Antonio Machado, Gregorio Marañón, etcétera. Al mismo tiempo, en Madrid, traba una estrecha amistad con Jean Baruzi, que al igual que él trabaja sobre los problemas espirituales de la España del siglo xvi, y que será su antecesor en el Collège de France. Baruzi se convertirá en confi-dente privilegiado de sus investigaciones, sus dudas, sus éxitos científicos, su vida profesoral y sus com-promisos en tanto ciudadano, a la vez que serán el uno para el otro consejeros y comentadores de cuan-to piensan y escriben. A través de sus cartas a Ba-ruzi se percibe todo esto, pero también se manifiesta hasta qué punto Marcel Bataillon se mantiene infor-mado de todo cuanto se publica en su ámbito, a la vez que fomenta sus relaciones científicas con diversos especialistas extranjeros del siglo xvi hispánico de primer nivel.

En aquel momento también entra en contacto con Unamuno, a quien aprecia enormemente y del cual traducirá en 1923 En torno al casticismo bajo el títu-lo francés de L’Essence de l’Espagne. Ante él expresa por cierto su solidaridad y su indignación cuando, tras ser destituido de su cátedra salmantina, Una-muno se ve confinado al exilio en las islas Canarias en 1924, durante la dictadura de Primo de Rivera.

Por otra parte, resulta innegable que el Marcel Bataillon que publica en 1925 el Diálogo de doctrina

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MARCEL BATAILLON. PRÍNCIPE DE LOS HISPANISTAS

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cristiana de Juan de Valdés (encontrado por él en la Biblioteca Nacional de Lisboa), con un admirable prefacio de historia y análisis espiritual, se nos apa-rece como uno de los más grandes especialistas del siglo xvi español, y que tan sólo tiene 30 años… No sorprende entonces que le soliciten la escritura de un prólogo a la traducción española del Enchiridion de Erasmo, llevada a cabo por Dámaso Alonso. En 1928 culmina su bello prefacio sobre el contenido del libro, sobre su orientación y su impacto en España.Sin embargo, el libro no será publicado sino hasta 1932, ya que, en el contexto español de la época, di-cho prefacio es “sospechado de anticlericalismo”.4

Marcel Bataillon continúa por esta vía, y en Ar-gel, tras el episodio de su candidatura a la dipu-tación, concluye su tesis de doctorado de Estado, defendida en la Sorbona en 1937 y que se publicó inmediatamente después. Su tesis se impone en el acto como un trabajo de calidad excepcional. A través del seguimiento de las huellas profundas dejadas en España por Erasmo, príncipe de los hu-manistas y defensor de la paz, con quien se habría sentido en armonía, Bataillon consigue abarcar toda la cultura española del Renacimiento. Tras enormes búsquedas en bibliotecas y archivos pre-senta de forma magistral esta España del siglo xvi, poniendo en evidencia sus intentos de renovación y de apertura espiritual, sus conflictos religiosos y sociales y sus sobresalientes manifestaciones mís-ticas y literarias. Presenta así una nueva orienta-ción en la forma de percibir el humanismo cristiano y abre nuevas y prometedoras vías de investigación. Pero el libro aparece en plena guerra civil y, si bien Antonio Machado resalta de inmediato sus méritos, será ignorado o rechazado por la España franquista debido a que la visión de la historia que ofrece es di-ferente a los valores de aquélla. De todas formas, el libro consigue una profunda influencia en España y América Latina a partir de 1950, cuando fue publi-cado (con correcciones y actualizaciones del autor) por el Fondo de Cultura Económica.

He aquí una obra maestra, y los especialistas que así lo señalaron en 1938 o 1939 no se equivocaron, comen-zando por Lucien Febvre y Augustin Renaudet. Incluso

4� Así lo revela Américo Castro a Marcel Bataillon.

si la mayoría de quienes integraban la institución uni-versitaria eran moderados, mientras que él era perci-bido como de izquierda, Bataillon se ganó de inme-diato un lugar destacado en la Sorbona y comenzó a enseñar allí en 1937. A partir de entonces asistimos a la trasformación del hispanismo en Francia, que adquiere una nueva dimensión y un renovado im-pacto gracias a su actividad profesoral, a sus publica-ciones —cuyo campo de análisis es extremadamente vasto—, a sus conferencias y participaciones en con-gresos en el extranjero y a sus contactos nacionales e internacionales. También hizo todo lo posible por ayudar a los intelectuales españoles en el exilio, di-fundiendo llamados en su favor, invitándolos a con-ferencias, facilitándoles la obtención de puestos aca-démicos, apoyándolos en la obtención de cátedras universitarias en otros países, etcétera.

No cabe duda de que Marcel Bataillon aparece como el maestro del hispanismo francés y que se convierte en uno de los maestros del hispanismo internacional. De esa manera, sus cualidades ex-cepcionales, propias de un gran sabio, le granjean su elección para el Collège de France a partir del fi-nal de la segunda Guerra Mundial. Resulta revela-dor que la cátedra que antes ocupaba Paul Hazard (y que será transformada para Marcel Bataillon) se ocupe exclusivamente del hispanismo, en tanto que se titula Lenguas y Literaturas de la Península Ibé-rica y de América Latina. Su enseñanza, que abarca numerosos aspectos de los siglos xvi y xvii hispáni-cos, se amplía significativamente a Latinoamérica a partir de 1948, tras el viaje que realiza instigado por Alfonso Reyes, aunque también por Paul Rivet y Sil-vio Zavala. Desde entonces se interesa por la histo-ria espiritual del Nuevo Mundo, vuelve sobre los au-tores antiguos, los cronistas y Las Casas, señalando y caracterizando con rigor las manifestaciones del espíritu “colonialista” de los conquistadores y colo-nizadores, así como el evangelismo de los defenso-res de los indios y las particularidades de los deba-tes suscitados por dichas manifestaciones. A partir de entonces, de las dos clases semanales que da en el Collège de France, una versará sobre la península Ibérica y la otra sobre América Latina.

Éste es el Bataillon que yo conocí. Para nosotros, que seguíamos sus clases, era el humanista por exce-lencia, similar a un Erasmo o un Nebrija por cuanto, según la célebre fórmula de Terencio, era un hombre y nada de lo humano le era ajeno.

Antes de terminar, quisiera evocar dos recuerdos de Bataillon, ya que muestran su generosidad y el apoyo constante que aportaba al hispanismo quien fuera el primer presidente de la Sociedad de Hispa-nistas franceses y el segundo presidente de la Aso-ciación Internacional de Hispanistas. Tras mi re-greso de la Casa de Velázquez (la Escuela de Altos Estudios Hispánicos de Madrid), obtuve un nom-bramiento en la Universidad de Tours. Con el tiem-po supe (sin que él me lo mencionase jamás, ya que era la personificación misma de la elegancia y la dis-creción) que él había insistido mucho para que se crease en la universidad, donde ya existía un Centro de Estudios Superiores del Renacimiento de repu-tación internacional, la “maestría de conferencias” (hoy se conoce como puesto de profesor) que me se-ría destinada y que yo pasaría a ocupar, a partir del comienzo del curso de 1967. También, cuando fun-dé la sección de español, me animé a pedirle ayuda: él vino con gran gentileza a apoyarme a Tours, ofre-ciendo ante un público numeroso, en el Gran Teatro de la ciudad, una conferencia que de verdad influyó y promovió el desarrollo de los estudios hispánicos en aquella joven universidad.

Es esta historia de vida y ese contexto lo que no hay que olvidar durante la lectura de Marcel Batai-llon. Hispanismo y compromiso político, acompaña-do de vívidas fotografías, que Claude pone a nuestra disposición. �W

Traducción de Santiago Nudelman.

Augustin Redondo, profesor emérito de la Sorbona, fue alumno de Marcel Bataillon.

EN LENGUA FRANCA

MARCEL BATAILLON. PRÍNCIPE DE LOS HISPANISTAS

No cabe duda de que Marcel Bataillon aparece como el maestro del hispanismo francés y que se convierte en uno de los maestros del hispanismo internacional. De esa manera, sus cualidades excepcionales, propias de un gran sabio, le granjean su elección para el Collège de France a partir del fi nal de la segunda Guerra Mundial. Resulta revelador que la cátedra que antes ocupaba Paul Hazard (y que será transformada para Marcel Bataillon) se ocupe exclusivamente del hispanismo.

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M ás de cuarenta años me separan de los pri-meros artículos que escribí sobre Borges reunidos. Había co-nocido a Borges en Buenos Aires hacia 1945; en aquel enton-ces yo enseñaba en el recién creado Ins-

tituto Francés y a él apenas se le conocía fuera de Argentina. Simpaticé con su forma de ser al mismo tiempo que descubría, con una admiración apasio-nada, su obra, bastante considerable ya para ese momento. De regreso en Francia publiqué en revis-tas estos tres artículos (“Sur Borges i”,1* “Sur Bor-ges ii” y “Sur Borges iii: ‘Le rêve de Colerige’”). A mi parecer, estos artículos respondían a refl exiones de orden personal, ajenas a las que inspiraban mis otros escritos.

Mi pasión por Borges y la que me uniera a las Poésies de Mallarmé se formaron casi al mismo tiempo: comentaba por primera vez esos poemas en mis clases, cuando descubría Ficciones. Sin prestarle demasiada atención, debí notar en la poética de lo que Borges había escrito hasta enton-ces algunas características de Mallarmé. Borges parece estar bajo la infl uencia del poeta francés cuando confi rma la impotencia del lenguaje para expresar la naturaleza de las cosas, la necesidad que sentimos de postular la realidad y sólo desig-narla, pues somos incapaces de representarla.2 Borges se pronuncia sobre este tema desde 1931. Es verdad que en aquella época semejante opinión hubiera podido pasar por la rehabilitación (bana-lizada en aquel entonces) de la sobriedad clásica en contra de la redundante expresividad romántica y,

1�* Apareció como “El mundo de Jorge Luis Borges”, traducido por David

Huerta, en el número 124 de la nueva época de La Gaceta (abril de 1981,

pp. 15-19).

2� Jorge Luis Borges, “La postulación de la realidad”, en Discusión.

aunque esa pudo parecer la postura de Borges, él nunca se dedicó al clasicismo sino al ultramoder-nismo. Tiempo después abordó el mismo tema con un tono distinto: “Alguna vez yo también busqué la expresión; ahora sé que mis dioses no me conceden más que la alusión o mención.”3 Pareciera tratarse aquí, en suma, de una renuncia a la posibilidad de abarcar la realidad con el lenguaje, una impotencia más bien melancólica que, no obstante, debemos asumir. Ésta no es una postura clásica, sino ultra-rromántica y con ella Borges se hace eco de Ma-llarmé, quien formulaba de igual manera el axioma principal de su poética: “pintar no la cosa, sino el efecto” o “conservar únicamente la sugestión”.4 No se trata de una preferencia de estilo sino de un ex-tremismo del pensamiento y del deseo que contem-pla y mide su frustración.

En cuanto a las relaciones del lenguaje con el ser de las cosas, ambos profesan la misma opinión nega-tiva, propia del romanticismo en su última etapa: una profesión de no-fe, con todo lo problemático que ello implica. En esta postura, las antonimias los acechan: distanciados de la posesión de lo real, no encuen-tran refugio en un polo idealmente opuesto que su agnosticismo convierte en inaccesible y problemá-tico, aunque no puedan dejar de aspirar a él. Desde esta perspectiva su vocabulario coincide: Mallarmé evocaba “un Idealismo […] que rechaza los materia-les naturales”; veía al “espíritu” nacer de “la disper-sión volátil” de lo real y a la “noción pura” emerger de este vacío;5 Borges adoptaba también las negaciones cuya “doctrina idealista” sacudía lo real (negación de la realidad de los objetos sensibles en Berkeley; rela-ciones causales del tiempo, del yo, en Hume).6 Tanto Mallarmé como Borges se distancian de lo real y lo trascienden a través de la literatura, sin apoyar esta

3� Borges, Antología personal.

4� Véase la carta de Mallarmé a Cazalis del 30 de octubre de 1864, en Ma-llarmé, Correspondance complète, y, del mismo autor, Crise de vers.5� Véase Crise de vers.6� Véase el comentario de su “Nueva refutación del tiempo” en “Sur Bor-

ges ii”.

trascendencia en otro medio más que en su volun-tad subjetiva y la precaria imagen de lo Bello. Ma-llarmé celebra la fl or exenta de contorno, “idea mis-ma y suave, la ausente de cualquier ramo”,7 que no está presente en ningún lugar. Borges imagina que Giambattista Marino contempla, en la víspera de su muerte, una rosa amarilla en una copa, “como Adán pudo verla en el Paraíso, y sintió que ella es-taba en su eternidad y no en sus palabras y que po-demos mencionar o aludir pero no expresar”.8 Esta fl or particular, dotada de propiedades sensibles, alcanza en la eternidad poética a la fl or genérica y nominal de Mallarmé. Son hermanas a pesar de su diferencia, una diferencia que incomodaría a los fi -lósofos, pero no a los poetas. Tanto una como la otra emanan de la misma fuente del corazón, que se cree liberada de la tiranía del tiempo y los accidentes.

Borges describió una experiencia similar, ins-pirada en Keats, en su comentario a la “Oda a un ruiseñor” de este mismo poeta.9 El ruiseñor que oye Keats una noche en un jardín suburbano apa-rece como eterno: el mismo que cantó en la Bi-blia, que Ovidio y Shakespeare oyeron y que vio pasar, una tras otra, generaciones efímeras de hombres. La literatura trasciende la vida a través de él; de ninguna manera debe entenderse que el ave, como especie que ha cantado mil veces a lo largo de los siglos, sea inmortal; se han equivoca-do al interpretar de esta manera a Keats. La pa-labra y la voluntad del poeta son las que sustraen al ave —y al poeta— del tiempo que transcurre. Borges narra cómo experimentó una sensación de eternidad mientras dos momentos idénticos —uno del pasado, el otro del presente— coinci-

7� Véase Crise de vers.

8� Borges, “Una rosa amarilla”, en El hacedor. Marino es el famoso poeta

napolitano de principios del siglo xvii, conocido en Francia como el “in-

solente Marino”. En el texto de Borges, al mismo tiempo que a Marino se

le revela la eternidad de la fl or, rechaza la autoridad del lenguaje: com-

prende que los libros cercanos a la fl or, en sus anaqueles, no son un espejo

del mundo; únicamente son una cosa más, entre otros, de su contenido.

9� Borges, “El ruiseñor de Keats”, en Otras inquisiciones.

Paul Bénichou fue un lector temprano de Jorge Luis Borges (y su traductor). Hemos tomado este texto, concebido como una tardía posdata a otros tres artículos

sobre el escritor argentino, de Variétés critiques, un conjunto de ensayos que van, como dice el subtítulo, “de Corneille a Borges”; agradecemos a la editorial José Corti

la autorización para compartirlo con nuestros lectores

Borges y Mallarmé Algunos paralelismos

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dían y se confundían en su conciencia.10 No hay nada estrictamente parecido en lo que podemos lla-mar la autobiografía metafísica de Mallarmé, pero se puede recordar el axioma en que Mallarmé ve al Verso “negando, con un gesto soberano, el azar”.11 La abolición del azar y la del tiempo pueden consi-derarse indudablemente similares; se trata, en am-bos casos, de una abolición evidentemente imagi-naria, provocada, en el caso de Borges, por una ví-vida emoción de la memoria y, en el de Mallarmé, por el uso del encantamiento poético. En ambos, se-mejantes experiencias liberan al espíritu de una es-clavitud, pero no sin preocuparlos por su fragilidad. Borges tituló a la página en donde niega el tiempo Sentirse en muerte (el giro sólo sería habitual en la expresión contraria: “sentirse en vida”); con esto pareciera decir que, en una experiencia así, sintió de cierta forma la muerte. El punto de este pasaje es, indudablemente, la detención del tiempo (en un espíritu ajeno a las supersticiones religiosas) conce-bida para contradecir a la Muerte. Según la misma lógica, Mallarmé presenta la nada, en su odisea me-tafísica, como la antesala de la Belleza: “Estoy, des-de hace un mes —escribe— en el glaciar más puro de la Estética […], después de haber encontrado la nada, encontré lo Bello.”12

Entre los temas comunes a los dos poetas, Borges atribuye uno, al menos, a Mallarmé: el Libro abso-luto. Se sabe que la quimera de un libro así, desti-nado a responder a la angustia metafísica con la plenitud de una obra humana, ocupó a Mallarmé durante toda su vida. Borges repite frecuentemente la frase célebre de Mallarmé: “El mundo existe para llegar a un libro.”13 No resulta sorprendente que haya atraído su atención, pues, si bien nunca planeó escribir un libro como ése, le interesaba todo lo que atestiguara la presencia de la literatura en el mundo real, y al menos la idea de un libro que contuviera el Todo también era suya. Borges pudo suponer la necesaria existencia de este libro entre los libros de la Biblioteca total, pues escribió: “debe existir un li-bro que sea la cifra y el compendio perfecto de todos los demás […] No me parece inverosímil que en al-gún anaquel del universo haya un libro total”. Esta opinión tiene su fundamento en la defi nición de su Biblioteca de Babel: “basta que un libro sea posible para exista”.14

Borges lleva la teoría más allá que Mallarmé al borrar la frontera entre lo posible y lo real; pero al no añadir, como Mallarmé, el proyecto al con-cepto, no llega más lejos. Podría concluirse así que, frente a los mismos problemas (en este caso el plan-

10� Borges, “Nueva refutación del tiempo”, en Otras inquisiciones.

11� Véase Crise de vers.12� Carta de Mallarmé a Cazalis [ julio de 1866], en op. cit. Baudelaire an-

tecedió a Mallarmé en la relación entre la Nada y la Belleza. Una búsqueda

incierta y ferviente, con un trasfondo desilusionado, es la base común a

estos espíritus.

13� Mallarmé, Le Livre, instrument spirituel. Borges cita varias veces esta

frase, se la atribuye explícitamente a Mallarmé con algunas ínfi mas va-

riaciones en el texto: ve en ella una “decorosa profesión de fe [“Nota sobre

Walt Whitman”, en Discusión], en otra parte la llama “epigrama” [“Flau-

bert y su destino ejemplar”, en Discusión] y la vuelve a citar dos veces en

Otras inquisiciones, en el ensayo titulado “Del culto de los libros”, en el

que el tema del Libro absoluto es ampliamente desarrollado.

14� Borges, “La Biblioteca de Babel”, en Ficciones; véase también la nota

de Borges al pie de la página.

teamiento de la idea de una Totalidad indescifra-ble) Mallarmé reacciona seriamente mientras que Borges lo hace irónicamente.

Sin embargo, la lectura no puede detenerse aquí: Borges concibe también la vasta esperanza. “Cuan-do se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros —escribe—, la primera impresión fue de extravagante felicidad […] No había problema per-sonal o mundial cuya elocuente solución no exis-tiera: en algún hexágono. El universo estaba justi-fi cado, el universo bruscamente usurpó las dimen-siones ilimitadas de la esperanza.”15 Es cierto que resulta difícil distinguir en qué medida Borges es, en estas líneas, nostálgico o veladamente iróni-co. Por otro lado, bien se sabe que Mallarmé osciló muy a menudo entre la frustración y el humor. Po-dríamos, incluso, delinear la siguiente secuencia: al principio era el Deseo, el Deseo tal como es cuando la disciplina religiosa ya no puede controlarlo, cuan-do parece haber una esperanza para él: se trata del Deseo romántico, cuyo objetivo no tiene límites. Sin embargo, cuando este Deseo ve su curso obstruido, se convierte en poeta de un mundo enemigo, sólo se representa a sí mismo en actos condenados, inventa y multiplica los símbolos del ímpetu sin límite y sin esperanza. Por esta importante semejanza, asocié durante mucho tiempo a Mallarmé con Borges, her-manos en cuanto al deseo esencial y a la voluntad de liberarse a través de la ironía; una misma evasión inútil y un mismo camino hacia una hipotética sa-biduría, fl or frágil de la lucidez. Es verdad que la infl uencia comprobable de Mallarmé en Borges es muy poca; Borges conoció su obra pero, al parecer, sólo de manera distante. Haciendo a un lado el in-terés por la idea del Libro absoluto, Borges rara vez cita las obras de Mallarmé: evoca “la blancura de la hoja de papel antes del poema”16 como uno de los te-mas “negativos” que Mallarmé apreciaba; también se refi ere a temas similares como “la ausencia de una fl or o de un mujer”.17 En realidad son muy po-cos casos y su reacción al hermetismo de Mallarmé es a veces la de todo el mundo: después de algunos elogios al “Prólogo de ‘Wathek’”, lo declara “escrito en un dialecto etimológico del francés, de ingrata o imposible lectura”.18 Es lícito preguntarse si tendría más paciencia con las Poésies. Esto no impide que, en la obra de Mallarmé y en la de Borges, se puedan reconocer características de la misma tradición de pensamiento, persistente heredera de la desilusión romántica.

Dos espíritus alejados uno del otro en el tiempo y el espacio —y entre los cuales aparece sólo una dé-bil evidencia de fi liación— se encontraron, por una conjunción de azares, en la mente de un lector que los admiraba y amaba a la vez; se unieron en él tal como acabo de narrarlo. Pudiera ser que al compa-rarlos haya esclarecido al uno con el otro, pero so-bre todo me he esclarecido a mí mismo, creo, en mi interés por lo que tenían en común. En todo caso ofrezco hoy un doble homenaje a su memoria.�W

Traducción de Rocío Ugalde.

De Paul Bénichou, escritor y crítico, el Fondo ha publicado obras esenciales para entender la literatura francesa.

15� Ibid., p. 468.

16� Borges, “Nota sobre Walt Whitman”, en Otras inquisiciones. Se trata

de un verso del poema “Brise marine” (Sobre el vacío papel que su blancu-

ra defi ende). Sin embargo este papel blanco es sólo uno de los motivos y no

el tema de este poema, tal como Borges lo aclara.

17� Estos dos temas que Borges evoca también en “Nota sobre Walt

Whitman” son: uno, la Flor “ausente de cualquier ramo”, tema de uno de

los párrafos del prólogo “Avant-dire au ‘Traité du Verbe’ de René Ghil”,

1886; el otro, la Mujer de “Nenuphar blanc” (poema en el que la voz poéti-

ca celebra una vecina que no conoce, 1885).

18� Borges, “Sobre el ‘Wathek’ de William Beckfod”, en Otras inquisicio-

nes. Para consultar el prefacio de “Vathek” de Mallarmé véase la edición

de Pléiade de sus obras completas.

BORGES Y MALLARMÉ: ALGUNOS PARALELISMOS

EN LENGUA FRANCA

LA CORONACIÓN DEL ESCRITOR 1750-1830

Ensayos sobre el advenimien-

to de un poder espiritual laico

en la Francia moderna

lengua y estudios

liter a rios

Traducción de

Aurelio Garzón del Camino

1ª ed., 1981, 474 pp.

$370

EL TIEMPO DE LOS PROFETAS

Doctrinas de la

época romántica

lengua y estudios

liter a rios

Traducción de

Aurelio Garzón del Camino

1ª ed., 1984, 558 pp.

968 16 1422 4

$435

IMÁGENES DEL HOMBRE EN EL CLASICISMO

FRANCÉSlengua y estudios

liter a rios

Traducción de

Aurelio Garzón del Camino

1ª ed., 1984, 240 pp.

$107

FIGURAScua dernos de la gaceta

Traducción de

Aurelio Garzón del Camino

1ª ed., 1985, 99 pp.

968 16 2014 3

Paul Bénichou en el Fondo

Por esta importante semejanza, asocié durante mucho tiempo a Mallarmé con Borges, hermanos en cuanto al deseo esencial y a la voluntad de liberarse a través de la ironía; una misma evasión inútil y un mismo camino hacia una hipotética sabiduría, fl or frágil de la lucidez.Ilu

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T ratándose de un filósofo de la envergadura de Jacques Derrida, cuya obra inmen-sa —sesenta volúmenes, sin contar los seminarios todavía inéditos— es tra-ducida y comentada en todo el mundo, Benoît Pee-ters ha elegido, con razón, tratar no la génesis ni el

contenido de esa obra, sino la vida del hombre que es su autor: su infancia, su familia, sus relaciones con las mujeres, sus amistades, su seducción, sus redes, sus angustias, sus gustos literarios, vestimentarios y culinarios, su enseñanza y su itinerario político. En resumen, ha escrito una excelente biografía en el más puro estilo de la tradición anglosajona. Es el pri-mero en haber tenido acceso a los archivos del filóso-fo, depositados en el Institut Mémoires de l’Édition Contemporaine (imec) y en la Langson Library de la Universidad de California en Irvine, y ha entrevista-do a un centenar de testigos esenciales.

También ha reconstruido, con la distancia nece-saria, las etapas de una vida que lo llevaron de ser un joven judío laico, nacido en 1930 en El Biar, en las alturas de Argelia, luego expulsado de su liceo en octubre de 1942 por el régimen de Vichy, hasta su llegada a París en 1949 para continuar sus estudios en el liceo Louis-le-Grand y su ingreso posterior en la École Normale Supérieure (ens).

En 1966, tras haberse iniciado en la obra de Hus-serl, Derrida participa en el célebre simposio sobre el estructuralismo, organizado por la Universi-dad Johns Hopkins en Baltimore, donde se reen-contró con Roland Barthes, Jean Pierre Vernant, Jean Hyppolite, René Girard y Jacques Lacan. Un momento fecundo de la historia cultural franco-estadounidense. Un año más tarde conoce a Paul de Man, teórico modernista de la crítica literaria, quien le abre las puertas a algunas universidades estadounidenses. De manera muy rápida, espe-cialmente con la publicación de De la gramatolo-gía (Minuit, 1967) y de La escritura y la diferencia (Seuil, 1967), logra un éxito considerable, convir-tiéndose, diez años más tarde, en el contemporáneo de dos brillantes generaciones de intelectuales con las que no dejará de dialogar: Emmanuel Lévinas, Maurice Blanchot, Jean Genet, Michel Foucault, Pierre Bourdieu, Louis Althusser, Gilles Deleuze, Jean-François Lyotard, etcétera.

A lo largo de esos años, Derrida se dedica a una intensa labor de investigación, enseñanza y publi-cación. En 1983, funda junto con otros el Collège International de Philosophie y luego se integra a la École des Hautes Études en Sciences Sociales (ehess). Pero a medida que su fama crece y se ex-tiende en la opinión pública francesa una crítica vi-rulenta del marxismo, del estructuralismo y de un cierto ideal de subversión del orden establecido —es decir, de aquello que erróneamente es llamado “el pensamiento 68”—, es cada vez más atacado al pun-to de aparecer en los medios de comunicación como lo contrario de lo que es. Odiado, nunca podrá ser electo para el Collège de France.

Derrida siempre fue socialdemócrata, anticolo-nialista, feminista, contrario a la pena de muerte, heredero de la Ilustración, vin-culado a la Escuela Republicana, admi-rador de De Gaulle y de Nelson Mandela. Y, sin embargo, a partir de 1987-88, según destaca Peeters, es tratado de nihilista antidemocrático, adepto a dos teóricos nazis —Carl Schmitt y Martin Heide-gger— de quienes comentó las obras. Des-pués, de ultra-izquierdista por haber pu-blicado Espectros de Marx (Galilée, 1993), obra mayor consagrada al propio concep-to de Revolución. Por último, de nazi, por haber tomado, en 1987, la torpe defensa de su amigo De Man, cuyo pasado de an-tiguo colaborador de un periódico antise-mita belga fue revelado a título póstumo.

Todos estos disparates son puestos en evidencia gracias a la investigación de Peeters que revela las múltiples facetas de este filósofo apasionado, gran viajero pero temeroso de los transportes aéreos, inventor de una escritura de la filosofía cuyas fronteras quería desplazar. De ahí su interés por todas las disciplinas —la li-teratura, el derecho, el psicoanálisis—, por todas las situaciones sociales —los excluidos, los homosexua-les, las minorías— y por todos los combates contra los sufrimientos y las discriminaciones: el racismo, el antisemitismo, la crueldad con los animales.

Derrida causó escándalo, no porque fuera un fa-nático sectario sino porque permanecía, racional-mente, al acecho de “lo que viene”: lo imprevisible, los márgenes, los extremos, la diseminación. Este es el significado de los dos términos que populari-

zó en su enseñanza. El primero: la deconstrucción, proceso dirigido a deshacer un sistema de pensa-miento hegemónico y a resistir la tiranía de lo Uno (o de la Unidad) para avanzar mejor hacia el futuro siendo fiel e infiel a una herencia. El segundo: la “di-ferancia” (con a), permitiendo pensar un universal de la alteridad sin cultivar el diferencialismo.

Él se consideraba como un judío árabe, francés y europeo, impregnado de la filosofía griega, tan intransigente con “las políticas de los enemigos de Israel” como “ante una política israelí que pone en peligro la salvación y la imagen de aquellos a quie-nes se supone que protege”.

Entre los momentos más vigorosos de esta bio-grafía se encuentran, por una parte, la historia de

“la noche de Praga”, episodio inaudito en el que Derrida fue acusado en 1981 por las autoridades checas de ser un traficante de drogas. Y, por la otra, el del discurso dado en la Universidad de Jerusalén, el 25 de mayo de 2003. Aunque él sabe que sufre de un tumor maligno de páncreas y que morir le es intolerable, pronuncia una vibrante requisitoria en favor de los palestinos, a la que Dominique de Ville-pin, ministro de relaciones exteriores, responde con estas palabras: “Jacques Derrida, usted vuelve a dar densidad a las palabras más fuertes y más simples de la Humanidad (…) Enfoque eminentemente creador y liberador. Desmontar, sin nun-ca destruir, para ir más lejos.” No sabría-mos decirlo mejor.

A principios de octubre de 2004, po-cos días antes de su muerte, se entera que puede recibir el Premio Nobel de Literatura. Última y terrible crueldad para el filósofo que se puso en las fron-teras de las instituciones académicas sin nunca impugnarlas: “Me lo quieren dar

porque me voy a morir”. �W

Traducción de Patricio Tapia.

Élisabeth Roudinesco es una historiadora y psicoanalista francesa. En el FCE hemos publicado cinco de sus obras; entre ellas Y mañana, que…, en la que se presenta una serie de diálogos de la autora con Jacques Derrida.

Derrida en busca de lo inesperadoÉ L I S A B E T H R O U D I N E S C O

RESEÑA

Original y polémico, Jacques Derrida se ha convertido en uno de los pensadores más infl uyentes en lengua gala. Reproducimos aquí la reseña que Élisabeth Roudinesco realizó sobre una biografía que acabamos de publicar en Argentina y que, en palabras de la autora,

presenta al puro estilo de la tradición anglosajona una rica aproximación a este fi lósofo de la deconstrucción

DERRIDA

B E N O Î T

P E E T E R S

filosofía

Traducción de

Gabriela Villalba

1ª ed., fce Argentina,

2013, 682 pp.

978 950 55 7956 3

$580

EN LENGUA FRANCA

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Salir. Que se prohíbe fumar en el metro, eso todos lo saben. Pero el hombre sentado en el andén enciende un cigarrillo. A fumar, a darle. Como es un espa-cio libre de tabaco, el olor corta un filón en el aire y todos lo no-tan —hay un hombre fumando ahí— pero a él no le importa. Llega un tren, se abren las puer-

tas, gente desciende y monta, se cierran las puertas y el tren parte. En el andén, el hombre sigue sentado, en lo suyo, con parsimonia. Cuando el siguiente tren se aproxima, apura la bocanada y arroja el cigarrillo al piso. Ya está frente a la puerta, sujeta la manija, abre y aborda, se ajusta el acordeón, y a darle.

Y a darle. Ésta es una canción que canto en el me-tro. No voy a contar la historia de Dariush. Sé que él la escribirá algún día. Sólo recordaré que lo cono-cí en 1980 en el foyer d’accueil des étudiants étran-gers, donde él estudiaba francés; era la época de la revolución islámica, y su presencia despertaba todo

tipo de preguntas entre nosotros. ¿Qué hacía en París? ¿Era revolucionario o refugiado? Recuerdo que una becaria iraní, seguidora de Khomeini, era especialmente severa con él. Dariush no era refu-giado, sino hijo de un ayatola, pero, a pesar de que su familia estaba bien situada en el nuevo régimen, quería permanecer en París. No contaré las peripe-cias de su exilio, que son más bien desventuradas. Sólo diré que se quedó poco más de quince años es-tudiando, tratando de situarse en la academia, ob-teniendo diploma tras diploma, hasta alcanzar dos títulos de doctor, y que luego nunca pudo conseguir un buen trabajo en sus especialidades ni obtener la nacionalidad francesa. Cuando se le agotaron las perspectivas, dio pasos afuera y consiguió un pues-to en una universidad norteamericana. Emigró a San Francisco. Dariush es hoy uno de los máximos especialistas en estudios persas que hay en Estados Unidos, y pronto recibirá la nacionalidad nortea-mericana. Le escribí para felicitarlo. Me respon-dió: “¿Sabes para lo que me servirá la nacionali-dad? Para irme a vivir a París.” Esto es lo que quería contarles.

Lo que quería contarles. Nos reunimos en el Café de la Ville. Fue Mark quien nos puso en contac-to. Le pregunté sobre su exilio. Es difícil hacer confi-dencias, es la cosa más íntima. Nos despedimos al sa-lir del café, esperé a que se alejara, pero resultó que íbamos en la misma dirección, por el bulevar Bonne Nouvelle. Lo miraba andar a su aire. Joven, delgado, prematuramente canoso, atendía una llamada en su celular mientras yo hacía pasos como pausas, para prolongar la distancia entre ambos. Que no fuera a pensar que lo iba siguiendo. En cierto momento se volvió y nos vimos con extrañeza. En su mirada, yo era un escucha que salía de la nada, quién sabe con qué intención. “Háblame el martes”, me dijo al paso.

Al paso. De un documental que vi en la tele, extraigo estas declaraciones de un inmigrante económico asen-tado en París: “Si no tienes papeles, no tienes derechos. Viniste aquí para morir.” Se llama inmigrantes econó-micos a los que no son exiliados políticos. Pero los ni-ños, ¿en qué categoría entran? “El primer día en la es-cuela, no sabía ni cómo hablar. Yo no sabía ni cómo se llamaban mis padres. Estaba en la oscuridad cerrada.”

El refl ejo de salirCaleidoscopio del exilio, este original texto de Moreno Villarreal retrata los

pesares de quien se ve forzado a dejar su patria; los protagonistas de esta crónica fragmentaria orbitan en torno a un París prometedor pero inalcanzable.

Este texto aparecerá en París-México, capitales del exilio, un original proyecto de la Casa Refugio Citlaltépetl sobre estas

ciudades y sus forzados inmigrantesJ A I M E M O R E N O V I L L A R R E A L

ENSAYO

EN LENGUA FRANCA

Caleidoscopiopesares de quien s

fragmentaria

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alir. Que se prohíbe fumar enel metro, eso todos lo saben.

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J U L I O D E 2 0 1 3 2 1

La oscuridad cerrada. Hablando de la diferen-cia entre tener y no tener papeles en Europa, Ser-ge cuenta esta anécdota: “En Varsovia me tocó el golpe de Estado. Como extranjero, de un día para otro yo no era nadie. En el hotel no había comida. No podía recuperar mi dinero, con los zlotis que ha-bía cambiado no podía adquirir nada. Las calles de Varsovia estaban vacías, y sólo me quedaban veinte dólares. Por la tarde, fui a la estación de ferrocarri-les. El último tren a París estaba en la plataforma, salía en media hora. Compré el boleto bajo adver-tencia de que el tren no llevaba cafetería ni alimen-tos, así que quise aprovechar los últimos minutos para buscar algo de comer en la calle. Conseguí en un zaguán una barra de pan a cambio de los veinte dólares. Al regresar a la estación, mi tren había par-tido, lo habían adelantado diez minutos. No habría más trenes saliendo de Varsovia. O sí, sólo uno, de carga, a Alemania del Este, el que estaba en la últi-ma vía. Monté en el primer vagón con mi pasaporte en la mano. Arriba, el guardafrenos me exigió que descendiera. Le expliqué que mi tren había parti-do, que era mi última oportunidad para salir, pues como extranjero, bajo un estado de excepción, ca-recía de garantías. Inesperadamente, me refugió en su dormitorio. En el camino reposé unas horas. Al anochecer, el tren se detuvo. El guardafrenos me advirtió que estábamos en un puesto fronterizo de Alemania del Este. Me asomé y pude ver que delan-te de nosotros estaba detenido nada menos que mi tren a París. El guardafrenos me previno de no ba-jar por ningún motivo, pues los soldados alemanes me dispararían sin averiguaciones. Pero no podía dejar ir mi tren. Blandiendo de nuevo mi pasaporte en lo alto, salté a las vías. De inmediato una jauría de pastores alemanes me rodeó ladrando, pero sin abalanzarse sobre mí. Guiaba a los perros un pique-te de soldados con ametralladoras. Se acercó un ofi-cial con una linterna, que revisó mi pasaporte y mi boleto, y me interrogó ahí mismo. ‘Evidentemente, usted viaja de polizonte’, espetó reteniendo mis do-cumentos. Le expliqué que mi tren, el que ahí esta-ba detenido, se había adelantado, y que debía abor-darlo. ‘El tren a París no sale de aquí si yo no doy la orden’, respondió. Me sacó del cerco de los perros. Le expliqué que había perdido el tren por conseguir un pedazo de pan. ‘Por un pedazo de pan’, repitió. Me acompañó hasta el estribo del tren a París, y me devolvió boleto y pasaporte. ‘Suba. Su historia es tan estúpida que debe ser verdad.’”

Debe ser verdad. Sigo cantando. El otro día vi a un acordeonista que tocaba en un vagón. Al llegar a la estación La Motte-Picquet había una ronda de po-licías en el andén. El acordeonista dejó caer el ins-trumento al piso, se sentó como pudo en el asiento plegable más próximo, enconchándose y dando la es-palda a la puerta. Sudaba y le temblaban las piernas. “Hay quien te contará muchos detalles, pero quien realmente ha sufrido es púdico”, dijo Seyid, hablan-do de la tortura.

Tortura. Turabi proviene de una ciudad de dieci-nueve mil habitantes que fue arrasada por el ejército. “Queda poca gente viviendo ahí —asegura—, ahora la mitad de la población son militares.” Turabi es parco en sus respuestas, y yo no me atrevo a preguntarle si lo golpearon, si lo torturaron. La tortura sigue la vía del silencio y regresa en los sueños.

Sueños. Mark me explica que, en árabe, s.k.n. es la raíz que cifra la idea de habitus, es decir, del ser se-dentario. Y se pregunta si el término “mezquino” [mskin], que en árabe significa “pobre” en sentido propio y figurado, consiste en la unión del prefijo m. con la raíz s.k.n. Si es así, conjetura, podría con-cluirse que “mezquino” es el sedentario por oposi-ción al nómada, y que designaría también al burgués, opuesto a quien no echa raíces por carecer de propie-dad o estar libre —aunque esto quizá no sea más que una etimología sonada. Pero como sea, se ríe Mark, es libre.

Libre. Escribió el poeta palestino Mahmoud Darwish: “El hombre libre es quien, por la razón que sea, elige su exilio.”1

1� En el poema “The Exile Finds his Way”, A River Dies of Thirst.

Darwish, quien murió en 2008, vivió parte de su exilio en París.

Elige su exilio. El invierno se acerca. Al enterarse de que su amiga Lotte Eisner está muy enferma y en peligro de muerte en París, Werner Herzog decide hacer a pie el camino de Múnich a París, con la abso-luta convicción de que de ese modo su amiga sobre-vivirá. Se echa a andar. Lluvias, heladas y nevadas se

precipitan por los caminos rurales y las montañas, pero nunca hay una queja de su parte: la caminata es una vía purgativa. Llega a París al cabo de tres sema-nas, para encontrar a su amiga viva. ¿La ha salvado mediante esa peregrinación ascética? La confianza de cumplir un destino de salvación, que puede estar presente en el ánimo de los viajeros más comunes, la comparten también inmigrantes y buscadores de re-fugio que arriban trazando su propia vía a París, ciu-dad que tanto salva como expulsa. El 14 de diciembre de 1974, al visitar en su departamento a Lotte Eisner, extenuado, Herzog le pide: “Abra la ventana, desde hace algunos días sé volar” (Ouvrez la fenêtre, depuis quelques jour je sais voler).

Volar. El estribillo de mi canción dice así: “¿Cuáles eran los cantos de los judíos expulsados de España en 1492, que dejaban sus pueblos para hacerse a la mar cantando jubilosamente, a la espera que de nue-vo se realizara, de camino a Palestina, el milagro de la separación de las aguas?”

La separación de las aguas. Selma responde a mis preguntas: ¿Cuánto se paga a los traficantes para salir del país? Entre 10 y 15 mil euros. ¿Cómo se ob-tiene ese dinero? Vendiendo la casa. ¿Cuáles son los problemas de los inmigrantes al llegar a París? De-presión, falta de alojamiento y desempleo. ¿Dónde consiguen trabajo? En la construcción, o en cafete-rías y restaurantes. ¿Cuánto tarda la adaptación? La primera adaptación, unos cuatro años; pero hay quien jamás se adapta. ¿Cuántos emigrados kurdos hay en el mundo? Dos millones. ¿Migraron en busca de empleo o como exiliados políticos? Ochenta por ciento han migrado a causa de la guerra, la tortura o por presiones políticas del gobierno turco. ¿Cuántos logran el asilo político? En Europa hay unos 250 mil refugiados kurdos que no han recibido aún respues-ta positiva a su petición de asilo.

Asilo. Para que la cuña apriete, inserto un verso de Tahar Bekri: “La migración ha ido pulverizando mis años.”2

Mis años. Abdelwahab Meddeb plantea que en árabe los términos “exilio” y “occidental” son cog-nados, pues comparten la raíz gh.r.b. que asimismo poseen los verbos “partir”, “marginarse” y “desapa-recer”. El exilio, entonces, estaría muy vinculado al viaje a Occidente, es decir, al crepúsculo —y por extensión, a las tinieblas y el duelo—. Otra raíz, la de “Héjira”, h.j.r., subyace en términos como “rup-tura”, “abandono”, “alejamiento” y “aislamiento”. Según este autor, Mahoma sería “el héroe de la or-fandad y la expatriación”, y el exilio conformaría una suerte de escena capital del islam. Concluye Meddeb: “para entender la noción metafísica y es-

2� En “Journal d’océan”, La Brulante rumeur de la mer. Bekri: poeta tu-

necino avecindado en París desde 1976.

piritual del exilio que estaría enraizada en la lengua árabe y en la cultura islámica, éste es el primer es-calón de ascenso”.

Escalón de ascenso. Nos conocimos una maña-na sentados en una banca en el bulevar Richard Le-noir. “Cuando veo partir a mi gente, me siento exi-liado entre los exiliados”, Areg fraterniza conmigo al sorber su té, mientras fija la vista en el televisor del Café de l’Horizon.

Café del horizonte. Quise seguir la ruta de los inmigrantes por el x distrito, tal como yo la había conocido. Comencé por el anexo de la Bourse de Travail en la Rue Charlot, donde en 2009 me acer-qué a los inmigrantes africanos que por entonces se mantenían diariamente a la puerta, recibiendo la suscripción de ciudadanos franceses que apoyaban, con sus propios papeles de ciudadanía, su demanda de regularización. Pero la Bourse estaba cerrada y no quedaban vestigios sobre la acera de aquel mo-vimiento. Un vecino se enteró de que los inmigran-tes fueron evacuados por la cgt, la confederación sindical francesa, bajo las protestas condenatorias de la multitud: “C-G-T, col-labos!”3. ¿En dónde que-daron tantos hombres sin papeles? Crucé luego la plaza République para subir hacia el Square Alban Satragne, donde se reunían los inmigrantes afga-nos, kurdos e iraquíes. Todavía los había visto en abril de 2010 sentados en grupos sobre los bordes de las jardineras, conversando con la gente que les ofrecía apoyo y comida. Pero ya no había uno solo. Ahora, los concurrentes del jardín y la plazoleta eran oficinistas que al mediodía iban a comer ahí su almuerzo. ¿En dónde quedaron tantos hombres sin papeles? Subí hacia la estación Jean Jaurès, donde se refugiaban los afganos bajo las vías elevadas del metro, o enfrente, en la rotonda de la Villette. Nada, nadie, sólo un vendedor de revistas viejas a la salida de la estación. Bajé por el Canal Saint-Martin hacia el puente de La Grange aux Belles, adonde acampa-ban los sdf.4 Había entre ellos inmigrantes, pero también vagabundos, alcohólicos, indigentes y mi-nusválidos. Pedían un terreno para instalarse, agua potable y derecho a la salud. Entre ellos había un hombre enorme que arremetía contra los automo-vilistas en el Quai de Valmy. Ahora en la ribera sólo hay estudiantes de las escuelas vecinas, que matan el tiempo bajo los árboles, y algunos pescadores curtidos que prueban el sedal en las aguas verdo-sas. Justo ahí, casi en la esquina sobre el paseo, está el Hôtel du Nord. Entré a comer. El camarero era pedante. Sólo entablé conversación al final, cuan-do le pedí el café. “¿Qué pasó con los sdf que había aquí enfrente?” El camarero cambió de actitud. “A nosotros nos conviene que ya no estén. Los evacuó la policía, los reubicaron en otros campamentos al norte de la ciudad. Es como lo que hoy está pasan-do con los roms5. No crea que esto nos tiene muy co-tentos, porque lo que hacen es tratar de ocultar la miseria.�W

Jaime Moreno Villarreal, escritor, traductor y editor (lo fue, entre otras publicaciones, de esta Gaceta), vi-vió una temporada en París, becado por el Ministerio de Cultura de Francia.

3� “Collabos”. Apócope de collaborateurs, “colaboracionistas”, como se

llama desde la segunda guerra a los franceses que apoyaron a los fascistas.

4� sdf (Sans domicile fi xe) son las siglas que designan a quienes viven en

la calle o en albergues para indigentes.

5� Los roms son los inmigrantes gitanos provenientes de Rumania y Bul-

garia, considerados ilegales en Francia siempre que hayan arribado antes

del 1 de enero de 2007, fecha en que ambas naciones del Este se integraron

a la Unión Europea. En agosto de 2010 el Estado francés inició un progra-

ma de “repatriaciones voluntarias” de roms a cambio de facilitarles bole-

tos de avión o tren y un pago en efectivo.

EN LENGUA FRANCA

EL REFLEJO DE SALIR

La confi anza de cumplir un destino de salvación, que puede estar presente en el ánimo de los viajeros más comunes, la comparten también inmigrantes y buscadores de refugio que arriban trazando su propia vía a París, ciudad que tanto salva como expulsa.

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publicado Futurama. Literatura y ciencia a través del tiempo y Escaramuza.

letr as mexica nas

1ª ed., 2013, 355 pp.

978 607 16 1427 8

$190

CUATRO ENSAYOS SOBRE EL QUIJOTE

M A R G I T F R E N K

Al inicio de este volumen, la filóloga e hispanista de origen alemán retoma un dicho expresado por algún cervantista y lo rebate: “Poco se puede decir de nuevo sobre Don Quijote de la Mancha”. Y es que para Frenk la novela de Cervantes es un tesoro inagotable que se presta a tantas lecturas como nuevos lectores existan, y presenta en este volumen cuatro aproximaciones personales (dos de ellas inéditas) en las que realiza un close reading del clásico cervantino. En el primero, analiza el prólogo de 1605 y sus malabares (en donde señala que, desde la apertura de ese texto —que a la letra inicia con “Desocupado lector”—, ya se muestra la genialidad y

CREATURAS DE FUEGO

C A R L O S C H I M A L

La novela más reciente de Chimal aborda un tema clásico en la literatura universal: la inmortalidad. Pero su abordaje es original y le da un giro de tuercas: no se trata de aquélla romántica y melancólica incapacidad de muerte que caracterizó a los vampiros decimonónicos, sino de una visión posmoderna e irónica en la que supermodelos zombies, androides desmemoriados, japongleses surgidos de animés y bonzos sin causa tienen que resolver sus destinos bajo el lema “actúa como si ya fueras un cadáver”. Con esta obra, el autor de Nueve días en la vida de Antón Muñón demuestra nuevamente su destreza narrativa y poética, cualidades que hicieron que Octavio Paz lo calificara como una “rara avis” de la literatura mexicana y que, gracias a la articulación de la ciencia, la literatura y la poesía, lo han colocado como una de las plumas más propositivas e interesantes de nuestras letras. Además de esta novela, en el Fondo hemos

originalidad de su autor); en el segundo, aborda la figura del narrador en la obra cervantina; en el tercero, discute cuál es el verdadero nombre del protagonista de esta novela y, en el cuarto, cuestiona cierta idea generalizada respecto al tema de la locura en el personaje. Obra fresca y amable, estos ensayos cautivarán a todo tipo de lector. De la misma autora, en el Fondo hemos publicado también los dos volúmenes de Nuevo corpus de la antigua lírica popular hispánica (Siglos XV a XVII), Poesía popular hispánica: 44 estudios y Entre la voz y el silencio. La lectura en tiempos de Cervantes.

lengua y estudios liter a rios

1ª ed., 2013, 58 pp.

978 607 16 1394 3

$60

OBRAS IIIEnsayos

S E V E R O S A R D U Y

Nacido en Cuba en 1937 y arraigado en París desde 1960, Sarduy fue un narrador, poeta, ensayista y crítico literario en el que, como sostiene

L as conspiraciones suelen tener mala prensa. Son sinónimo de maldad or-questada: quienes participan en ellas secretamente tejen sus voluntades para

causar daño a una víctima indefensa. Seme-jante es el cuadro pintado por la jueza Denise L. Cote en el ya largo pleito legal entre el De-partamento de Justicia de Estados Unidos, por un lado, y Apple y cinco de las mayores seis casas editoriales de ese país, por el otro. Para la juzgadora, los presuntos complotados se pusieron de acuerdo en lo oscurito para mo-difi car la forma de establecer el precio de los libros electrónicos y, en consecuencia, causa-ron un daño patrimonial al público lector; los acusados no niegan haber actuado a sabien-das de lo que cada uno de ellos negociaba con Apple, pero aseguran que su objetivo fi nal era muy distinto: no se trataba (o no sólo) de saciar su sed de mayores ingresos, sino de romper el predominio de Amazon como principal canal de ventas de e-books. A mediados del mes que corre se conocerá el veredicto de la juez, cuya trascendencia rebasa por mucho el acotado campo de la corte neoyorquina en que está di-rimiéndose este caso. No es una exageración decir que de ese fallo dependerá parte del fu-turo del comercio electrónico de los libros y demás productos protegidos por el derecho de autor.

E l debate se centra en el “modelo de agencia”, opuesto al “modelo mino-rista”, los dos modos principales de vender libros electrónicos. El segun-

do es una copia de lo que suelen hacer los edi-tores con los libros impresos: se establece un “teórico” precio de venta al público, respecto del cual se pacta un descuento para los inter-mediarios —mayoristas, distribuidores, libre-rías—, quienes a su vez pueden ofrecer el libro al precio que elijan, sea el “teórico”, sea uno con descuento que incluso puede estar por de-bajo de lo que les haya costado el producto. El meollo de esta modalidad es que abre la puerta a la competencia por precio entre los diversos puntos de venta, con un inmediato benefi cio para algunos consumidores —los que adquie-ren su material de lectura ahí donde lo ofrecen más barato—, pero con graves consecuencias en el largo plazo, como el cierre de aquellas li-brerías sin sufi ciente musculatura fi nanciera, aunque cuenten con sobradas fuerzas profe-sionales, como la capacidad para diseñar una oferta libresca o para animar la conversación entre sus clientes. Por el contrario, el modelo de agencia permite que las casas editoras fi jen el precio fi nal de venta al público, lo que impi-de la feroz guerra de precios en la que Amazon es tan ducho. En el litigio que se dirime en una corte de Nueva York se acusa a la creadora del iPad y a Simon & Schuster, a HarperCollins y a Hachette (meses antes Penguin y Macmi-llan lograron un acuerdo extrajudicial para ahorrarse el juicio) no sólo de dar pasos hacia este modelo sino de comprometerse a obede-cer una cláusula como la que a menudo fi gura en los tratados de libre comercio: la de “nación más favorecida”, por la cual, en una negocia-ción bilateral, los países se comprometen a aplicar las mejores condiciones que ofrezcan, ahora o más adelante, a un tercer país.

El cártel de la manzana

C A P I T E L

DE JULI0 DE 2013

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J U L I O D E 2 0 1 3 2 3

locura sublime, tedio y melancolía en el pensamiento moderno y Antropología del cerebro. La conciencia y los sistemas simbólicos.

centzontle

1ª ed., 2013, 173 pp.

978 607 16 1432 2

$70

RITUALES LITERARIOS

G A B R I E L W E I S Z

En esta obra no sólo se pasa revista sobre el significado del pensamiento mágico y las maneras en las que las ciencias humanas lo han estudiado, captado y conceptualizado, sino que Weisz se lanza a criticar las distintas formas en las que ya sea desde la academia o la producción literaria se ha simplificado y aun distorsionado. Así, despliega una serie de ensayos en los que explora temas tan diversos como el fetichismo, el papel del cuerpo dotado de significaciones mágicas o la relevancia de los lugares sagrados, tomando como referentes destacadas obras de literarias (entre ellas, The Golden Compass, de Philip Pullman, o A War of Witches, de Timothy Knab) y estudios culturales referidos a estos temas. El resultado es una obra rica y polémica que así como abre nuevas aproximaciones a este universo, sirve de herramienta eficaz para los estudiosos y académicos que rastrean el uso de recursos mágicos en la literatura universal. Del mismo autor, publicamos en 2007 Tinta del exotismo. Literatura de la otredad.

letras mexicanas

1ª ed., 2013, 168 pp.

978 607 16 1429 2

$130

Adolfo Castañón, “las ideas se dramatizan, los conceptos cobran un espesor plástico, la teoría se mira en el espejo de la ficción y surge la interpretación como peripecia”. En este tercer volumen de sus obras reunidas puede conocerse su producción ensayística derivada de Escrito sobre un cuerpo, Barroco, La simulación y Nueva inestabilidad, así como algunas piezas sueltas. En todas ellas pueden conocerse los temas que guiaron su producción literaria y sus líneas de reflexión, nutridas por su amplia actividad lectora (donde se encuentran magníficas interpretaciones de las obras de Cortázar, Bataille, Sade, Elizondo, Donoso o Roche) y su formación como crítico de arte. Este volumen posee, también, un prólogo de Gonzalo Celorio en el que aborda el trabajo de Sarduy y su estilo neobarroco, tema sobre el que escribió mucho el autor cubano y que lo emparenta con Lezama Lima o Cabrera Infante. Además de este título, en el Fondo hemos publicado los volúmenes consagrados a su poesía y novelas, así como Ensayos generales sobre el Barroco y Antología.

tierra firme

Prólogo de Gonzalo Celorio

1ª ed., 2013, 487 pp.

978 607 16 1405 6

$280

CEREBRO Y LIBERTADEnsayos sobre la moral, el juego y el determinismo

R O G E R B A R T R A

¿Hasta qué punto el ser humano está determinado por su naturaleza?, ¿qué significa la libertad y de qué manera interviene la moral en nuestras acciones?, ¿qué es el libre albedrío? Estas y otras cuestiones son analizadas por Bartra en esta pequeña obra que ya había visto la luz en 2007 bajo el sello de Pre-textos, y que ahora se suma al catálogo del Fondo desde colección Centzontle. En sus poco más de 170 páginas, el antropólogo y sociólogo mexicano recorre distintas lecturas que se han realizado sobre este apasionante tema y, con la destreza intelectual que lo caracteriza, abreva de la filosofía, la neurología y la psicología para construir un discurso contundente con el que se enfrenta a las interpretaciones deterministas sobre la acción humana e invita a ampliar nuestra concepción de la libertad. En el Fondo hemos publicado más de ocho de títulos de su autoría, entre los que destacan: El mito del salvaje, El duelo de los ángeles:

LAS TELECOMUNICACIONES EN MÉXICO

En este mes se publicará el número 319 de nuestro quarterly de investigación económica, dedicado exclusivamente a las telecomunicaciones en México. Hoy que está en marcha una reforma legislativa de hondo calado que afectaría a la telefonía, la televisión y los flujos de datos, conviene asomarse a los estudios que aquí se presentan, en los que el arsenal pesado de las ciencias económicas se pone al servicio de los debates entre empresas —dos de los textos fueron promovidos en su momento por América Móvil, la firma trasnacional de lo que en nuestro país conocemos como Telcel—, de la competencia económica, de las políticas públicas en una materia con profundo impacto social. Aunque es monográfico, esta entrega de El Trimestre Económico dista de ser homogénea: a partir de un polémico estudio de la ocde, hay en este número argumentos en pro y en contra de algunas de las soluciones que están revisándose en el congreso, por lo que su lectura nutrirá la discusión en esa tribuna y en los medios de comunicación.

el trimestre económico

Núm. 319, vol. lxxx (3),

julio-septiembre de 2013, 718 pp.

0041-3011

$150

E s cierto, y así lo han reconocido pú-blicamente sus ejecutivos, que Apple gestionó con esas cinco editoria-lototas los términos comunes que

se aplicarían al lanzarse en 2010 el iPad y la iBookstore, y que de la mano de esa maniobra hubo un incremento de precios de los libros más vendidos. Hasta entonces Amazon era el actor casi único, con casi 90 por ciento de las ventas de libros electrónicos; ofrecía los más suculentos best-sellers a 9.99 dólares, cifra fe-tiche que aún transmite una grata sensación de baratura, aunque perdiera dinero con cada venta, pues su prioridad no es ganar dinero pronto sino ser la principal, o mejor, la única vía para adquirir libros electrónicos. Temero-sos de los efectos de largo plazo, los acusados sabían que por separado ninguno era capaz de doblegar a Amazon, por lo que la irrup-ción de  una nueva, y poderosa, librería digi-tal ofreció la coyuntura para plantarle cara. A decir del Departamento de Justicia estadu-nidense, sin embargo, eso equivalió a cons-tituir un cártel y a atentar contra esa piedra miliar del sistema capitalista que es la libre competencia.

E l asunto es digno de interés de nues-tros lectores no sólo porque estamos ante un animado round de boxeo en-tre pugilistas de gran corpulencia en

el mundo editorial —curiosamente uno de los contendientes, Amazon, no está en el ring, pero podría resultar el ganador de este com-bate— sino porque hay paralelismos con una de las medidas más controvertidas de la fl a-cucha ley del libro que está vigente en México. El precio único equivale a aplicar el modelo de agencia más la cláusula de nación más fa-vorecida, mientras que permitir los descuen-tos al comprador fi nal corresponde al modelo minorista. Sí, el modelo de agencia tiene des-agradables consecuencias inmediatas —se es-fuma de un plumazo la oportunidad de con-seguir libros un poco más baratos—, pero su propósito es crear condiciones favorables de largo plazo para el conjunto de la red de libre-rías. Amazon es despiadado en su estrategia de fi jación de precios, pero más que por un justiciero afán de poner al alcance del público los productos al menor precio posible, lo hace por el deseo de convertirse en un monopolio y, desde el lado de las editoriales, en un mo-nopsonio: nada le gustaría más a Amazon que ser el único comprador de libros electrónicos, para fi jar así, a su arbitrio, las condiciones comerciales.

L os argumentos de Apple y las edito-riales acusadas de constituir un cár-tel son muy parecidos a los de quienes defi enden el sistema de precio único.

Si ninguna tienda puede vender más baratos los libros más solicitados por el público, en-tonces la competencia se entabla por los ser-vicios, la atención personal, la afi nidad inte-lectual entre librero y lectores. Si se limita el poder de los más fuertes, pueden proliferar los más débiles, con el consecuente incre-mento en la diversidad comercial. Pero a la justicia estadunidense, como a los opositores del precio único, no parece interesarle ese be-nefi cio en un futuro incierto y camina hacia el establecimiento de sanciones a los confabu-ladores. Por suerte, en México el par de liti-gios que llegaron a los tribunales para impug-nar la validez de la ley del libro concluyeron afi anzando ese ordenamiento legal.

Tomás Granados Salinas

NOVEDADES

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