1 Decadencia y círculo vicioso del poder Raúl Prada Alcoreza
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No se encuentra en las ideas el secreto de la política, las ideas legitiman
las acciones, aunque éstas no se correspondan con las ideas. No es
que el secreto se encuentre en las acciones, o en el tipo de formato
que siguen las acciones, sino, por así decirlo, en el consabido lenguaje
estructuralista, en las estructuras subyacentes que rigen las acciones,
aunque las acciones mismas puedan escapar intermitentemente a las
estructuras estructurantes. Sin embargo, las ideas juegan un papel,
fuera del relativo a la legitimación o de ungir discursivamente a la
política; el papel de las ideas en la política es de hacer de dispositivo
expresivo que acompaña a las acciones. Las acciones adquieren una
tonalidad evocativa, cobrando la elocuencia de la gramática del
lenguaje, habiendo sido parte de la gramática material de las prácticas.
Lo que hemos venido denominando poder, con las distintas
connotaciones y las denotaciones que le atribuye la teoría critica y la
crítica genealógica, es, como dice Michel Foucault, un ejercicio; es más,
se trata de un conglomerado de efectuaciones, por medio de las cuales
se ejercen las dominaciones polimorfas. El poder no solo se
corresponde con estructuras subyacentes de dominación, cristalizadas
en las subjetividades y en las instituciones, sino que se expande como
campo de fuerzas, campo que define sus distribuciones, sus
cartografías, sus tendencias y sus conformaciones duraderas. Pero, el
poder no solo queda definido en el campo o campos de fuerzas que
configura, sino que se convierte en sociedad institucionalizada. Este es
el nivel de institucionalización del poder, también el nivel de
socialización del poder. Es así como el poder adquiere capacidad de
reproducción; el poder se reproduce a través de las mallas
institucionales, a través de las prácticas reiteradas en la sociedad
institucionalizada, reconfigurándose a través del campo de fuerzas que
lo sustentan.
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El problema del poder es que no puede reproducirse indefinidamente,
como ocurre con las reproducciones biológicas, no solo porque requiere
de las condiciones de posibilidad institucionales y sociales, además de
las composiciones subjetivas logradas, sino porque no funciona, como
en biología, a través de los programas genéticos, que tienen su propia
autonomía, por así decirlo, y capacidad creativa. El poder funciona
comunicativamente; se presenta a la sociedad con el esplendor de la
formación discursiva y de la formación ideológica; busca, en principio,
convencer y adquirir legitimidad en la opinión pública. Empero, como
el convencimiento exige, como en las antiguas reglas de la retórica, la
empatía, la formación ideológica no perdura. La opinión pública es
exigente, es más, requiere de su propia participación en la construcción
del consenso. En consecuencia, al no poder aceptar este ejercicio
democrático, el poder se traslada al ámbito de la propaganda, es decir,
del montaje, de la simulación, del impacto, para lograr incidir en los
comportamientos de la opinión pública, de la población que nace de
sociedad. Cuando esto ocurre, se abandona propiamente el ejercicio
democrático; es sustituido por el engatusamiento del impacto
comunicativo, más tarde, por la economía política del chantaje.
El poder adquiere distintas formas histórico-políticas, conocidas en la
experiencia social, descritas por la historia política y las ciencias
sociales. El análisis político se ha perdido y dejado atrapar por estas
formaciones políticas, olvidando que estas formaciones no son otra
cosa que efluvios de las dinámicas inherentes de las máquinas de
poder, que responden a estructuras subyacentes. En otras palabras,
en la sencillez de los esquematismos, las formaciones políticas liberales
y las formaciones políticas socialistas, aunque se distingan en sus
discursos, en la ideología, incluso en los estilos de gubernamentalidad,
no hacen otra cosa que reproducir las dominaciones polimorfas, que
pueden adquirir recomposiciones, dependiendo de las
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correspondencias que se dan entre las formaciones sociales y las
formaciones políticas. Lo mismo pasa con las formaciones populistas,
en contraste con las formaciones neoliberales; son distintas versiones
histórico-políticas-ideológicas del ejercicio del poder. Lo que hay que
atender, para comprender el funcionamiento del poder, es
precisamente a lo que hemos nombrado estructuras subyacentes, los
campos de fuerzas, las mallas institucionales que hacen a la sociedad
institucionalizada, los esquemas de comportamiento social y los
esquemas prácticos.
Al parecer se han agotado los recursos de la reproducción del poder,
primero, sus actos de convencimiento, después, su acción de
comunicación propagandística, para concluir con el agotamiento de sus
formas de convocatoria institucionales, las cuales se deformaron en
formas clientelares, retornando a los perfiles descarnados del ejercicio
del poder, la recurrencia a la violencia desnuda. Incluso se habría
agotado este recurso intermitente de la violencia descarnada.
Entonces, al parecer, el poder se encuentra en plena crisis estructural,
ya no puede reproducirse, salvo virtualmente.
La historia de las formaciones políticas parece reiterativa; hay
regularidades recurrentes sorprendentes, no atendidas por las ciencias
sociales. Una de estas, mencionada varias veces por nosotros, es que
el decurso romántico de la política en la modernidad, que tiene como
epicentro a la revolución, repite una fatalidad, por así decirlo; las
revoluciones cambian el mundo, pero, se hunden en sus
contradicciones. Las revoluciones, después de los primeros cambios,
restauran lo que derribaron, claro que en otras condiciones y
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situaciones1. Los revolucionarios están demás una vez que se toma el
poder; se requiere de funcionarios. Por el otro lado, las formas
liberales, que también tienen una revolución como antecedente, que
intentan prolongar como república la institucionalidad de la democracia
formal, logra conformar un Estado de Derecho, incluso una malla
institucional estable, empero, en la medida que el ejercicio democrático
exige consensos sociales y participación, la institucionalidad se va
convirtiendo en un referente, que no se cumple plenamente, y el
Estado de Derecho queda petrificado como ideal jurídico-político, sin
poder realizarse, como corresponde. Los Estado liberales ingresan
también a las contingencias de la crisis; sus mallas institucionales son
atravesadas por las formas paralelas del poder, las instituciones se
corroen y se termina haciendo política de una manera también
demagógica.
En consecuencia, no parece adecuado tomar en serio las delimitaciones
ideológicas, como si las formaciones políticas fuesen
irreconciliablemente antagónicas, mas bien, desde la perspectiva
compleja, se las puede considerar complementarias, en un largo plazo,
inclusive mediano, dependiendo de las circunstancias. Se trata
entonces de formaciones políticas complementarias en lo que respecta
a la reproducción del poder. Por lo tanto, los referentes del análisis
político no parecen adecuados; por ejemplo, en los más conocidos y
usados trilladamente, como el relativo al esquematismo dualista de
“izquierda” y “derecha”. Como dijimos antes, el liberalismo hace
hincapié ideológicamente en el ideal de la libertad, en tanto que el
socialismo lo hace en el ideal de justicia; empero, no hay que olvidar
que el acto inicial ideológico y político, más bien, expresaba ambos
1 Ver Paradojas de la revolución, también Fetichismo ideológico.
https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/paradojas_de_la_revoluci__n.
https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/fetichismo_ideol__gico.
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ideales de manera conjunta e integrada; esto se dice en el conocido
slogan de la revolución francesa de libertad, igualdad, fraternidad,
también de solidaridad. Se puede interpretar que lo que pasa después
corresponde a una escisión arbitraria de tales ideales. En otras
palabras, tanto el socialismo como el liberalismo tienen la misma
raigambre en el nacimiento de la política en la modernidad. En una
arqueología de la ideología podemos encontrar que la oposición y hasta
el antagonismo político entre socialismo y liberalismo se debe a la
diferenciación entre los ideales de libertad y justicia, como si fueran
disociables. Desde este punto de vista, la formación discursiva liberal
y la formación discursiva socialista se conforman sobre la base de la
desintegración de la utopía política moderna inicial. Asombrosamente
ocurre como lo que ocurre con las religiones monoteístas, que tienen
como nacimiento enunciativo y simbólico la abstracción de lo Uno o la
Unidad arcaica, que proviene de la filosofía antigua, aunque también
de la narrativa religiosa zoroástrica. La religión de jehová, la religión
judía, se escinde en la religión cristiana y más tarde en la religión
musulmana. Aunque ciertamente, la escritura sagrada va a
transformarse y llegar a plasmarse de manera distinta, estableciendo
diferentes convocatorias religiosas, pasando de la convocatoria al
pueblo escogido por Dios a la convocatoria a todos los pueblos del
mundo, universalizando la salvación y el privilegio de ser hijos de Dios.
Lo que se repite entonces, tanto en la historia de la religión como en
la historia de la política, es la diferenciación de los desplazamientos
narrativos y simbólicos, también imaginarios, respecto de su substrato
religioso cultural, en un caso, político cultural, en el otro caso. Visto el
asunto de esta manera, podemos también conjeturar que el substrato
de la ideología se encuentra en el imaginario religioso, por lo tanto, el
substrato de la política se encuentra en la religión.
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Habría que tener una mirada circular y no lineal para acercarnos a la
comprensión de lo que decimos o, si se quiere, mejor una mirada en
espiral. Las formaciones políticas son recurrentes, se enrollan sobre sí
mismas, como repitiéndose, aunque en cada argolla aparezcan
distintas. Es más, reproducen los ejes vernáculares del poder
envolviéndolos con las formas nuevas que adquieren los ejercicios del
poder en la modernidad. La forma descarnada del poder como
despliegue desnudo de la violencia reaparece en los momentos de crisis
de la institucionalidad del poder o del poder institucionalizado. Desde
esta perspectiva no es sorprendente que en la etapa tardía de la
modernidad los Estados recurran de manera acuciosa, en momentos
de emergencia, a la violencia descarnada, a la represión desnuda,
incluso, de manera secreta, a la proliferación de la tortura. En esto
comparten las distintas formaciones políticas, tanto liberales,
socialistas, neoliberales, progresistas. No se distinguen en el recurso
de la violencia desnuda en momentos de emergencia y de crisis.
En la perspectiva histórica, que no deja de ser lineal, aparecen
secuencias que muestran una sustitución de distintas formas de
gobierno, que, a la larga, la narrativa de la historia las presenta de una
manera “evolutiva” o progresiva. Sin embargo, recientemente, en la
historia reciente, no parece corroborarse la hipótesis evolutiva, pues
asistimos a la decadencia política, en todas sus formas de
gubernamentalidad desplegadas. La historia política narra las
contingencias y los conflictos políticos como oposiciones y
antagonismos ideológicos; la versión marxista, como lucha de clases.
Sin embargo, cuando los enemigos comienzan a parecerse en sus
acciones, incluso en sus comportamientos respecto del poder, se hacen
notorias sus aproximaciones, relativizándose sus diferencias. Uno de
los temas presentes compartidos es el relativo a la perdurabilidad. Las
estrategias de poder apuntan a prolongar la perdurabilidad de la forma
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de gobierno. Para lograr este objetivo recurren a los más antiguos
métodos del chantaje, de la coerción, del engaño, de la simulación. Su
propia ideología es desvalorizada o convertida en mero recurso
retórico; ya no interesa que se cumpla el ideal, sino que lo primordial
se vuelve el permanecer en el poder o preservar la forma de
dominación estatal. Es cuando el Estado se propone controlar a la
sociedad por medio de la saturación comunicativa; ya no es la
ideología, que era el instrumento de convocatoria y convencimiento
político, el mecanismo primordial de la movilización, de la convocatoria
y de la legitimización, sino son los medios de comunicación,
informáticos y cibernéticos, los mecanismos fundamentales del
espectáculo político.
Se puede decir que asistimos a la generalización de la decadencia en
todos los campos de los espesores sociales. Particularmente, ahora, en
este ensayo, queremos hacer hincapié en la decadencia política. La
competencia política en la actualidad se caracteriza por el despliegue
espectacular de los montajes mediáticos; el debate ideológico
prácticamente ha desaparecido. Lo que importa ya no es convencer,
ya no exactamente convocar, sino hacer creer, impactar, inhibiendo la
capacidad de respuesta de la gente, sobre todo inhibiendo su facultad
de raciocinio. Los gobiernos no se llegan a distinguir por los programas
diferenciados, pues no hay tal diferencia, pues en el fondo responden
a la continuidad variada del modo de producción capitalista y de la
geopolítica del sistema-mundo moderno. En todo caso se diferencian
por las siglas que componen al gobierno de turno. Más parece una
competencia de grupos de poder, de clanes, que de proyectos de
poder.
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La decadencia política se hace patente en la recurrente repetición de
lo mismo, de las mismas prácticas, aunque vengan acompañadas por
distintos discursos y diferentes personajes. La imaginación política
brilla por su ausencia. Es más, recientemente, han aparecido y
proliferado personajes inclinados a la apoteosis de la extravagancia
exaltada de la provocación verbal. El teatro político se ha convertido
en comedia banal, pero que usa grandes escenarios y difunde su
trivialidad mundialmente a través de los medios de comunicación
masivos. Estos personajes pueden emitir un discurso conservador o,
en contraste, un discurso progresista; lo que menos importa es esto,
lo que destaca es el estilo grandilocuente y la encarnación carismática
de la política. Cuando los partidos políticos, cuando las ideologías, ya
nada tienen que decir, pues están vacíos, el sistema político recurre a
estrafalarios personajes, por lo menos para llamar la atención o para
sacar de quicio al adormecido trámite político. El sistema político se ha
topado con sus propios límites, entonces retrocede hasta la comedia e
incorpora comediantes para mantener en vilo a los votantes.
El círculo vicioso del poder es la figura que expresa ilustrativamente
esta reproducción recurrente de las dominaciones, que se realizan a
través de las distintas formaciones políticas, adquiriendo, cada una de
éstas, un perfil diferente del mismo substrato histórico-social-político-
cultural. La configuración del círculo vicioso dibuja el fenómeno de la
reiteración y el dilatado desgaste del ejercicio poder; también otorga
imagen a la rotación de formas de gubernamentalidad que, a pesar de
sus contrastes, repiten las regularidades de las dominaciones. Sobre
todo, reproducen la economía política del poder, que separa poder de
potencia, valorizando la expropiación abstracta de las fuerzas por parte
del poder, respecto de la dinámica concreta de las fuerzas sociales,
inventivas y creativas, valorizando lo abstracto, desvalorizando lo
concreto, como en toda economía política. Reproduce la economía
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política del Estado, que separa Estado de sociedad, valorizando la
síntesis política abstracta de la pluralidad social, desvalorizando las
dinámicas moleculares sociales. Que reproduce la economía política de
la representación, separando representación del referente concreto de
lo representado, valorizando la delegación y representación,
desvalorizando la praxis democrática. El círculo vicioso del poder
funciona a través de estas economías políticas, que enajenan las
formas de la potencia social, capturando parte de sus fuerzas, para
reutilizarlas institucionalmente contra la potencia creativa de la vida.
Enfocando cartografías nacionales, se encuentran recorridos singulares
de los círculos viciosos del poder particulares. En Bolivia el círculo
vicioso del poder arranca con las oleadas de conquistas y las oleadas
de colonización en los territorios del Collasuyo, parte constitutiva del
Tawantinsuyo. El substrato del círculo vicioso de poder es colonial,
como en el resto del continente. El poder que se instaura es colonial,
es decir, que se basa en el derecho de conquista, derivado de la guerra
de conquista; por lo tanto, en la diferenciación de conquistadores y
conquistados; en los términos del lenguaje institucional del virreinato,
en la diferenciación entre españoles e indios. El poder colonial adquiere
institucionalidad en las administraciones que se implantan; la legalidad
del poder colonial se basa en la delegación soberana del rey al virrey
y, después, en la delegación de éste a sus subalternos. En un momento
de crisis, sobre todo por la desbordante disminución de la población
nativa, por presión de parte de la iglesia, se promulgan los “derechos
de los indígenas”, considerados vasallos de la corona. Estos derechos
se hallan inmersos en las Leyes de Indias o Derecho Indiano. Se trata
de un derecho esencialmente evangelizador, un derecho asistemático,
un derecho casuístico, un derecho en que tiende a predominar el
derecho público por sobre el derecho privado, una tendencia
asimiladora y uniformista, un derecho que tendía a la protección del
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aborigen, un derecho fundamentado en el Principio de Personalidad del
Derecho, un derecho íntimamente ligado a la moral cristiana y al
Derecho natural. Sin embargo, a pesar de las Leyes de Indias, lo que
preponderó fue la facticidad de las prácticas de los conquistadores, de
la burocracia colonial, de los propietarios de minas y de haciendas. En
pocas palabras, el derecho indiano no se cumplió a cabalidad,
distorsionado por el ejercicio efectivo de las dominaciones concretas.
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Nacimiento político con carencias estructurales
El nacimiento de la república patentiza las carencias estructurales de
su conformación. Se derrumba, más temprano que tarde, el proyecto,
primero de Tupac Amaru, después de Simón Bolívar; en un caso, de la
gran patria que se extiende desde el Pacífico hasta el Paititi, pasando
por la región andina; en otro caso, el proyecto de la Gran Colombia.
Conspiran contra este proyecto de lo que se conoce como la Patria
Grande las oligarquías regionales, las cuales se circunscriben a los
límites de sus haciendas y sus minas, renunciando, de entrada, a las
condiciones de posibilidad históricas de la organización, estructuración
e institucionalidad política de largo aliento. Estas limitaciones y
mezquindades de casta van a repercutir en las historias singulares de
los Estado-nación conformados, calificadas como “republiquetas”. Los
primeros periodos de la república van a manifestar los dramas políticos
de una gran inestabilidad.
Después de la guerra de la independencia, el derecho colonial fue
sustituido por el derecho liberal, que fue armándose de a poco, a partir
de la promulgación de la Constitución. Sin embargo, el régimen liberal
se conformó de manera restringida, manteniéndose fuera los derechos
de las naciones y pueblos indígenas. En pocas palabras, en un principio,
más o menos prolongado, los pueblos indígenas se mantuvieron fuera
de la república, como si no existieran. El régimen liberal solo se
conformó en las poblaciones criollas y mestizas. En comparación, las
Leyes de Indias fueron más inclusivas que las leyes liberales criollas.
Pero, compartieron la diferenciación colonial inicial, entre “blancos” y
“mestizos”, por un lado, e “indios”, por otro lado. Lo que muestra la
evidente herencia colonial del liberalismo criollo. Este liberalismo, sin
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sostén institucional, deriva rápidamente en la crisis temprana de la
república.
Como contrastando la propia declaración de la independencia, la
república flamante se sume en una crisis política crónica; el motín se
convierte en la expresión facciosa de la crisis. Los primeros cincuenta
años de la República se caracterizaron por la inestabilidad política, por
constantes amenazas externas, que ponían en riesgo su
independencia, soberanía e integridad territorial. Simón
Bolívar abandona la presidencia en 1826, cumpliendo como tal un lapso
corto en ejercicio. Nombra al Mariscal Antonio José de Sucre presidente
de la República. El Estado-nación de Bolivia estuvo sometida a
amenazas desde un principio; en 1825, el Imperio del Brasil invadió el
oriente del país, ocupando la provincia de Chiquitos. En respuesta,
el Mariscal Sucre envió una carta al Emperador del Brasil pidiendo que
dejen la ocupación; el ejército invasor vuelve a su país. Antonio José
de Sucre gobernó hasta 1828, año aciago, cuando una secuencia de
revueltas y conspiraciones le hicieron renunciar al mando presidencial.
Como condena, perfilando el destino del Estado-nación de Bolivia,
declarada “hija del libertador”, las invasiones continuaron su decurso
anexionista; se produce la invasión de tropas peruanas de 1828,
lideradas por Agustín Gamarra, cuyo objetivo principal era forzar la
salida de las tropas de la Gran Colombia. El conflicto bélico terminó con
el Tratado de Piquiza; dándose lugar a la retirada peruana de territorio
boliviano, empujando a la renuncia del presidente Sucre; buscando la
instauración de un gobierno opaco, alejado de la irradiación del
libertador.
Ante este panorama turbulento, amenazante, dibujado por facciones
en pugna, se busca una solución, salir de la dramática crisis inicial de
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la república; en 1829 fue nombrado presidente el Mariscal Andrés de
Santa Cruz y Calahumana por la Asamblea Nacional. Andrés de Santa
Cruz se destaca por lograr una relativa estabilidad política, además de
demostrar su destreza como estadista, convirtiéndose en un
constructor de aquella institucionalidad en ciernes. En la historiografía,
se lo califica como forjador, también como artífice de la inicial
organización del Estado-nación; entre sus gestiones se puede señalas
la reforma y reorganiza el ejército, incorporando una concepción militar
napoleónica. El país vecino, el Perú, también sufre las contingencias y
avatares del nacimiento vulnerable de la república; el presidente Luis
José de Orbegoso y Moncada Galindo solicita ayuda al Mariscal Santa
Cruz, buscando restablecer el orden en su país. El ejército boliviano
ingresa a territorio peruano, derrota a las tropas del sublevado Felipe
Salaverry. En estas condiciones histórico-políticas críticas se conforma
la Confederación Perú-boliviana, que inicia su breve vida en 1837,
nombrando al Mariscal Santa Cruz como su Protector. La
Confederación Perú-boliviana se constituyó con los estados Nor
peruano, Sur peruano y Bolivia. Como se sabe, la Confederación Perú-
boliviana no logra consolidarse, pues tiene que enfrentar el desacuerdo
de otros Estado-nación en concurrencia. El Estado de Chile y
la Confederación Argentina, además de peruanos contrarios a la
Confederación Perú-boliviana, se levantan en contra. Entre 1837 y
1839, se da lugar la guerra contra la Confederación Perú-boliviana. A
pesar de que se comienza con victorias el ejército confederado peruano
y boliviano, frente a la invasión argentina y chilena, ocasionando la
retirada de estas fuerzas, ratificando su derrota con la firma
del Tratado de Paucarpata, las consecuencias de la victoria no duran
mucho. La guerra vuelve a darse, el Ejército Unido
Restaurador, compuesto por chilenos y peruanos contrarios a la
Confederación Perú-boliviana, reinicia la conflagración; en la Batalla de
Yungay el ejército confederado es derrotado, con lo que se deriva en
la disolución de la Confederación Perú-boliviana, disolución acaecida en
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1839, conllevando, además, el derrocamiento del Mariscal Andrés de
Santa Cruz y Calahumana.
Haciendo el recuento de esta guerra contra la Confederación Perú-
boliviana, las tropas del gobernador de Buenos Aires Juan Manuel de
Rosas también intervinieron contra la Confederación; la consideraba
refugio de sus enemigos políticos, los unitarios, así como de los
caudillos de la guerra gaucha contra la oligarquía del puerto de Buenos
Aires. El general boliviano, de origen alemán, Otto Philipp
Braun concentró tropas en Tupiza; a fines de agosto de 1837 ingresó
en la Provincia de Jujuy. El ejército confederado logra varias victorias,
llegando a ocupar sectores fronterizos de las provincias de Jujuy
y Salta; mediante contraataques argentinos, estos invaden territorio
de la Confederación. El ejército argentino fue derrotado en la Batalla
de Montenegro. El 22 de agosto de 1838, las tropas argentinas se
retiran, después de los eventos dados en Yungay; con esta victoria se
pone fin a la guerra2.
Con la desaparición de la Confederación Perú-boliviana, el Estado-
nación de Bolivia ingresa al derrotero de una continua crisis política,
particularmente expuesta a enfrentamientos políticos entre partidarios
y contrarios de la unión con el Perú. El presidente peruano Agustín
Gamarra, partidario de la anexión de Bolivia al Perú, promueve la
invasión de territorio boliviano, llegando a ocupar varias zonas
2 Otto Philipp Braun adquiere la nacionalidad boliviana, sirve al gobierno boliviano en varios proyectos. Braun fue prefecto de La Paz, también es nombrado ministro de Guerra y Marina de Bolivia. En 1835 recibe el cargo de comandante en jefe de las provincias del sur, encarggado de proteger el país de una posible invasión peruana. Braun dirige varias batallas contra los enemigos de la Confederación Perú-boliviana. En 1838 obtiene la victoria contra el ejército argentino invasor en la batalla de Montenegro; por lo que es nombrado Mariscal de Montenegro. En el mismo año es nombrado ministro de Guerra y Marina, así como ministro del interior de la Confederación. Ver Otto Philipp Braun; https://es.wikipedia.org/wiki/Otto_Philipp_Braun.
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del Departamento de La Paz. Ante esta emergencia, se convoca a la
unidad para enfrentar la guerra; se otorgan los poderes del Estado
a José Ballivián y Segurola. El 18 de noviembre de 1841 se dio lugar
la Batalla de Ingavi, en la pampa altiplánica, en las proximidades de la
población de Viacha, el ejército boliviano derrota a las tropas peruanas
de Gamarra, que muere en plena batalla. Una vez terminada la batalla
de Ingavi, tropas de la Segunda División boliviana, al mando del
general José Ballivián, ocupan el Perú, desde Monquegua hasta
Tarapacá. Estallan diversos frentes de lucha en el sur peruano. En ese
contexto, el Ejército boliviano, no concontaba con tropas suficientes
para mantener la ocupación. En la batalla de Tarapacá, montoneros
peruanos formados por el mayor Juan Buendía, derrotaron el 7 de
enero de 1842 al destacamento dirigido por el coronel José María
García, que muere en el enfrentamiento. Las tropas bolivianas
desocupan Tacna, Arica y Tarapacá en febrero de 1842, replegándose
hacia Monquegua y Puno. Los combates de Motoni y Orurillo expulsan
a las tropas bolivianas, que inician posteriormente la retirada, dejando
la amenaza de una invasión. Como consecuencia de estos eventos se
firma el Tratado de Puno3.
3 Bibliografía: Arguedas, Alcides (1922). Historia General de Bolivia. De Mesa, José; Gisbert, Teresa; Mesa, Carlos (1998 [5ª Ed.
2003]). Historia de Bolivia. La Paz: Gisbert.
Referencias: Teresa Gisbert por encargo del Instituto Nacional de Estadística (2010). «Período Prehispánico Bolivia». Archivado
desde el original el 5 de marzo de 2010. Consultado el 6 de abril de 2010. Arqueobolivia.com : Actualidad de la arqueología en
Bolivia. [Tras las Huellas de los Chané, El Deber, 1 de junio de 2003 ]. «UNESCO World Heritage Centre - Official Site». Consultado el
2009. [Al Margen de Mis Lecturas, Marcelo Terceros B., septiembre de 1998]. Historia de España en sus documentos: siglo XIX,
Volumen 5, pág. 80. Historia. Serie Mayo Series. Historia (Cátedra).: Serie mayor. Autor: Fernando Díaz-Plaja. Editor: Fernando Díaz-
Plaja. Compilado por Fernando Díaz-Plaja. Editor: Cátedra, 1983. Documentos para la historia argentina, Volúmenes 39-41, pág.
182. Autor: Universidad de Buenos Aires. Instituto de Investigaciones Históricas. Publicado en 1965. Valdivieso, Patricio (Junio de
2004). «Relaciones Internacionales. Relaciones Chile-Bolivia-Perú: La Guerra del Pacífico». Archivado desde el original el 28 de
noviembre de 2006. Consultado el 31 Ene 2007. El Mercurio (8 de febrero de 2009). «Evo Morales promulga la nueva Constitución
y proclama el "socialismo comunitario"». Consultado el 12 de febrero de 2009. (enlace roto disponible enInternet Archive; véase
el historial y la última versión). BBC Mundo (7 de febrero de 2009). «Bolivia promulga nueva Constitución». Consultado el 12 de
febrero de 2009. Corte Nacional Electoral. «Referéndum Nacional Constituyente 2009». Archivado desde el original el 3 de febrero
de 2009. Consultado el 9 de febrero de 2009. «Bolivia, entre los países con mayor desarrollo en 2015 - La Razón». www.la-razon.com.
Consultado el 12 de marzo de 2017. Infobae. «Malas noticias para América Latina: el FMI anticipó un crecimiento de sólo 1% en
2015 | América Latina, Latinoamérica, FMI, crecimiento económico, Fondo Monetario Internacional, Argentina, Bolivia, Brasil -
América». Consultado el 12 de marzo de 2017. «Pobreza en Bolivia disminuyó 20 por ciento en la última década». Prensa Latina -
Agencia Latinoamericana de Noticias. Consultado el 7 de enero de 2017. Enciclopedia Libre: Wikipedia:
https://es.wikipedia.org/wiki/Historia_de_Bolivia.
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Luego de la disolución de la Confederación, el general José
Ballivián reunió a todos los contingentes rebeldes, logrando hacerse
proclamar presidente de la República. En 1841 había tres Gobiernos;
uno legítimo, en la ciudad Sucre, presidido por José Mariano Serrado,
que suplía al Mayor General José Miguel de Velasco (1839-1840),
oriundo de Santa Cruz de la Sierra, quién estuvo varios años exiliado
en Argentina. Los otros dos gobiernos resultaban ilegitimos, el de la
Regeneración en Cochabamba, y el del general José Ballivián en La
Paz. Ante el peligro de la invasión de Agustín Gamarra, el pueblo
boliviano se unifica, reuniéndose alrededor del general José Ballivián;
los bolivianos se alistaron en el ejército, situándose la tropa en las
llanuras de la altiplanicie de Ingavi. Antes de la batalla, en
comparación, era más numerosa la tropa peruana, empero, la
inferioridad numérica de la infantería boliviana fue compensada por un
nuevo tipo de fusil, adquirido recientemente de Europa, conocido
popularmente como "hannoveriano"; este fusil poseía un proyectil
ajustadamente calibrado, pudiendo disparar al mismo tiempo
pequeñas balas esféricas. Las tropas de José Ballivián se encontraban
en el frente, en condiciones de inferioridad numérica, además de
adolecer de poca experiencia militar, enfrentándose a las tropas
veteranas de guerra al mando de Agustín Gamarra; en ese momento
ingresó un ejército numeroso, comandadas por el veterano de guerra
Mayor General José Miguel de Velasco, quién, sin embargo, había
concurrido a La Paz para efectuar un golpe de Estado, buscando
retomar de esta manera la presidencia. En las circunstancias del
eminente conflicto bélico, depuso sus pretensiones políticas, en
cambio, condujo a los veteranos de guerra al campo de batalla; con lo
que el ejército boliviano se vio fortalecido4. El 18 de noviembre de
1841, en los campos de Ingavi, cerca de la población de Viacha, en
el Departamento de La Paz, se inició la batalla en un día totalmente
4 El Mayor General José Miguel de Velasco 25 de julio de 1835 fue declarado héroe el por el Senado Nacional de Bolivia, declarándolo Eminente Republicano.
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nublado, en un paisaje colorido por un arco iris, en un campo
completamente lleno de lodo, abrumado por charcos de barro. Cuando
estalló la batalla fracasó el envolvimiento efectuado por las tropas
peruanas, el general José Ballivián lanzó su ataque, haciendo sentir los
efectos de los nuevos fusiles. En la refriega muere Agustín Gamarra;
la noticia se esparce, cunde la confusión, el desconcierto y la
desmoralización en las tropas peruanas; la batalla concluye con la
victoria boliviana5.
En el decurso de la sinuosa historia política boliviana de aquél
entonces, José Miguel de Velasco Franco asumió por cuarta vez el
gobierno; le sucederon una secuencia de gobiernos militares. El más
connotado es el gobierno populista de Manuel Isidoro Belzu, que
gobierna entre 1848 y 1855. En septiembre de 1857 una revolución
otorga el mando presidencial a un civil, José María Linares Lizarazu; en
cuyo gobierno se redujo el poder del ejército para que no urdiesen
nuevas revueltas. Linares introdujo reformas en la organización judicial
y administrativa del Estado; por ejemplo, gracias a gestiones
gubernamentales se publicó el primer mapa de Bolivia el año 1859,
diseñado por Lucio Camacho, con base en datos aportados por los
generales Mariano Mejia y Juan Ondarza. En 1861 fue derrocado
Linares por un golpe de Estado; le sucedió José María Achá, uno de los
miembros del triunvirato que encabezó el golpe de cabeza. Este
presidente dictó la Ley de Imprenta, implantó el servicio de correos con
5 Notas: Flores, Zoilo (1869). Efemérides americanas: precedidas de un bosquejo histórico sobre el
descubrimiento, la conquista y la guerra de la independencia de la América Española. Tacna: Impr. de "El
Progreso", pp. 138. Urquidi, José Macedonio (1921). Nuevo compendio de la historia de Bolivia. La Paz:
Arno Hermanos, pp. 143. Moscoso, Octavio (1896). Geografía política, descriptiva é histórica de Bolivia.
Imrp. "La Glorieta", pp. 46. Kieffer Guzmán, Fernando (1991). Ingavi: batalla triunfal por la soberanía
boliviana. EDVIL, pp. 498. «Nombrarán patrimonio a los campos de Ingavi». fmbolivia.net. 31 de marzo de
2010. Archivado desde el original el 2 de diciembre de 2013. Consultado el 25 de noviembre de 2013. Ver
Batalla de Ingavi: Enciclopedia Libre: Wikipedia: https://es.wikipedia.org/wiki/Batalla_de_Ingavi.
19
el uso de estampillas; en el ámbito administrativo de la geografía
política fundó la población de Rurrenabaque. En el año 1864 un nuevo
golpe militar interrumpió el inestable campo político; tomó el poder el
controvertido e impulsivo Mariano Melgarejo. Su gobierno, si es que se
puede decir que lo hubo, ocasionó grandes pérdidas territoriales para
el Bolivia. Disposiciones arbitrarias e irrazonables derivaron en
inconvenientes acuerdos con el Estado de Brasil y Estado de Chile,
perdiendo Bolivia grandes extensiones de territoriales6.
Como se puede ver, en esta brevísima descripción de un acontecer
político a la deriva, asistimos a la dramática historia política, que nace
prematura, con una república expuesta y vulnerable, que no logra
asentarse ni erigirse como tal. Faltan las condiciones de posibilidad
histórico-políticas para su edificación. En estas circunstancias estamos
ante ejercicios de poder contingentes e improvisados; en el mejor de
los casos, apropiados y estratégicos, pero que son interrumpidos por
la sedición de caudillos locales y “bárbaros”. Se puede decir que lo que
se patentiza es un vacío político, que trata de ser llenado por
incursiones punitivas de motines y facciones. Si bien este vacío político
se prolonga hasta la Guerra Federal (1899), pareciendo resolverse con
el régimen liberal que se implanta, mediante elecciones circunscritas,
lo que se trasluce después, en toda la periodización liberal, hasta la
revolución nacional de 1952, es que el vacío político subsiste, de
manera latente, manifestándose en las turbulencias de las crisis
políticas intermitentes del régimen liberal.
6 Ver Historia de Bolivia. Ob. Cit.
20
Desde esta descripción sucinta de la eventualidad política en una
formación social-política singular podemos sugerir un modelo
esquemático de lo que podemos llamar la carencia política,
entendiendo carencia en el sentido de ausencia de legitimidad, aunque
también falta de institucionalidad estructurada y materializada. Como
acabamos de decir la carencia política se patentiza por la ausencia de
legitimidad, así como por la falta de institucionalidad estructurada y
por la inhibición de su realización material. La ausencia de legitimidad
se evidencia en la disminuida convocatoria, también en la escasez
absoluta de consensos. En otras palabras, en la oquedad ideológica;
no hay ningún esfuerzo por el convencimiento masivo, salvo los
prejuicios de casta, que cohesionan a los grupos y clanes en disputa
de la oligarquía regional. La falta de institucionalidad se manifiesta en
la desmesura de la pretensión jurídica, la Constitución, respecto a la
escaza edificación institucional, la que, mas bien, brilla por su ausencia
o es endémica. En estas condiciones de imposibilidad histórica-políticas
la crisis inicial del Estado-nación en gestación se manifiesta en la
constante turbulencia política en la cúspide de la pirámide social, en
los estratos de la oligarquía regional, conformada por perfiles
particulares de las oligarquías locales.
Como dijimos, esta carencia política se va a mantener a lo largo de los
distintos periodos y de las diferentes fases y épocas de las formaciones
políticas nacionales, incluso cuando se logra construir legitimidad e
ideología de cohesión, acompañada de la materialización institucional,
como ocurre a partir de la revolución nacional de 1952. En este caso,
la carencia política se sumerge y se eclipsa, manteniéndose de forma
latente, por lo menos durante los doce años de la revolución. Después,
desde el golpe militar de 1964, la carencia política vuelve a emerger
durante el periodo de las dictaduras militares, a pesar de algunos
vaivenes en busca de legitimidad, como cuando se dan los gobiernos
21
del general Alfredo Ovando Candia y del general Juan José Torrez
Gonzáles. Durante el periodo democrático, que dura hasta ahora
(1982-2019), la carencia política concurre y convive con la
acumulación política, que adquiere legitimidad, mediante el voto, a
pesar de las contingencias propias de disputa política-ideológica-
económica. Durante el llamado lapso de los gobiernos neoliberales
(1984-2005), de la coalición neoliberal, esta predisposición política se
circunscribe a una provisional legitimidad, a un fraccionado consenso,
además de a una institucionalidad en construcción. Durante el periodo
de las gestiones de gobierno neopopulista (2006-2019) la legitimidad
alcanza niveles de aceptación, comparables a la revolución nacional de
1952, incluso se puede decir que la legitimidad es mayor, por lo menos
en la primera gestión del gobierno de Evo Morales Ayma (2006-2009).
Empero, el problema sigue radicando en la vulnerable materialidad
institucional. En otras palabras, la carencia política vuelve a
sumergirse en una primera etapa del periodo neopopulista, para volver
a emerger lentamente en las subsiguientes gestiones de gobierno. Se
puede decir que la crisis política del neopopulismo, manifestada en las
últimas gestiones de gobierno de Evo Morales Ayma, muestra la
reemergencia nuevamente de la carencia política.
22
Abundancia política
Ahora vamos a esquematizar un modelo opuesto, por así decirlo, al de
la carencia política; llamaremos a este modelo el de la abundancia
política. A diferencia del anterior modelo, el de la carencia política, el
modelo de la abundancia política se caracteriza por una alta
legitimidad, por lo menos en los comienzos de sus periodizaciones y
temporalidades propias. Como referente concreto tomaremos el de la
revolución socialista, efectivamente dada en el antiguo imperio zarista.
Como en el caso, anterior, cuyo referente es el del improvisado
nacimiento de la República de Bolivia, en contra del proyecto de Bolívar
de la Patria grande, y los turbulentos periodos que le siguieron, de
escaza legitimidad, de estrechísimo consenso de casta, de carente
institucionalidad, podemos encontrar otros referentes concretos. En el
caso del modelo de la carencia política, tomamos como referente la
dramática historia de Bolivia; lo hicimos por la proximidad de la
experiencia propia. En el caso del modelo de la abundancia política,
tomamos como referente concreto a la Revolución Rusa, lo hacemos
pues se convirtió en el ejemplo de las revoluciones socialistas que le
siguieron, que se efectuaron a nombre del proletariado.
La crisis múltiple del imperio zarista, estancado en los frentes de la
primera guerra mundial, agregando derrotas flagrantes, que
derrumbaron al gigantesco ejército que llevó a la guerra, derivó en la
desmoralización generalizada, pero también en la interpelación popular
al régimen de la aristocracia centenaria. Se puede decir que la
revolución socialista rusa se gestó un siglo antes, con el despliegue de
las luchas encaradas por el populismo ruso, que arraigaron en una
concepción campesinista anticapitalista. La socialdemocracia rusa,
imbuida por la concepción marxista de la historia y por la crítica de la
economía política, se opuso ideológicamente al populismo ruso. La
23
primera gran asonada proletaria y popular contra el régimen zarista se
dio lugar en la revolución de 1905. Aunque esta revolución fue
derrotada, dejó una profunda huella en la experiencia y en la memoria
social, incidiendo en la configuración de la revolución que se va a dar
doce años después. Las tradiciones de lucha del pueblo ruso se
distribuyen entre el populismo ruso, cuyas vertientes radicales
evolucionan al anarquismo, también al socialismo revolucionario; las
formaciones partidarias marxistas, principalmente la socialdemocracia,
cuya ala radical va a evolucionar a lo conformación del partico
comunista, cuya matriz fue la tendencia bolchevique de la
socialdemocracia, en competencia con la llamada tendencia
menchevique. Anarquistas y socialistas revolucionarios también van a
estar influenciados por otra lectura marxista, distinta a la de los
bolcheviques, así como los mencheviques elaboraron también una
interpretación marxista diferente, aunque más cercana a la de los
bolcheviques y más distante a la de los anarquistas y socialistas
revolucionarios.
No vamos a hacer una descripción exhaustiva, tampoco larga y
pormenorizada de la revolución rusa, nos remitimos a los escritos
publicados, donde se maneja un poco más detenida esta temática y
problemática7. Lo que nos interesa es señalar el referente de lo que
llamamos el modelo de la abundancia política para dibujar su
configuración esquemática. Nombramos modelo de la abundancia o la
acumulación política, primero, como dijimos, por su entusiasmo
revolucionario, entonces por la alta legitimidad popular del que goza la
revolución, en un principio. Acudiendo a lo que escribimos en Paradojas
de la revolución, podemos volver anotar que la revolución proletaria y
campesina, además de soldados, ya se dio en febrero de 1917; lo que
7 Ver Paradojas de la revolución. https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/paradojas_de_la_revoluci__n.
24
ocurrió en octubre del mismo año se parece más a un golpe de Estado
contra la Asamblea Constituyente, por parte de los bolcheviques, la
tendencia más organizada como partido de profesionales militantes.
Esta alta legitimidad mantiene su magnitud en los primeros años de la
revolución, incluso en lo que dura la guerra civil contra los “rusos
blancos” (1917-1923), respaldados por la intervención de los
imperialismos de entonces, europeos, norteamericano y japonés,
además de Turquía. Empero, cuando termina la guerra civil con la
victoria del Ejército Rojo, los soviets de obreros, soldados y campesinos
piden el retorno de la democracia obrera y sindical, es decir, el retorno
del poder a los soviets; el Partido Comunista, ya conformado, se niega
a hacerlo. En respuesta a la demanda de los soviets el Partido
Comunista opta por la represión; el caso más dramático ocurre cuando
el Ejército Rojo reprime y masacra a la vanguardia de la revolución, los
marineros de Kronstadt (1921). Esta represión y masacre marca un
hito y un punto de inflexión en la revolución; ésta comienza su lenta
regresión, institucionalizando la revolución en el Estado Socialista, la
Unión de Republicas Socialistas Soviéticas, que de soviéticas no tienen
paradójicamente nada, pues el poder no retorna a los soviets. Los
soviets, al comienzo de la guerra civil contra los “rusos blancos y la
intervención de los imperialismos, deciden delegar y concentrar el
poder en el comité central del Partido Comunista, congregando el
mando, con el objeto de unificar la dirección y efectivizar las decisiones
militares, organizando la logística y la movilización de la guerra. Esta
delegación era provisional, hasta que culmine la guerra civil; sin
embargo, después de la victoria del ejército rojo no se devuelve el
poder a los soviets.
Un segundo momento de regresión de la revolución acontece con la
represión y masacre de los kulaks, los campesinos ricos, aunque
también del resto de los estratos campesinos. Se renuncia a la Nueva
25
Política Económica (NEP), de transición y convivencia con los
campesinos, implantándose la colectivización forzada en el campo. La
nombrada revolución obrera y campesina, simbolizada en el logo de la
hoz y el martillo, deja de ser campesina, también, antes, obrera, para
convertirse en una revolución burocrática. El tercer hito y punto de
regresión lo marcan los apócrifos juicios de la década de los treinta,
llevando al banquillo de los acusados a los propios miembros y jerarcas
“sospechosos” del Partido Comunista. Con antelada anticipación, el
“hombre de acero”, Josef Stalin, acaba con todo el comité central del
Partido Comunista histórico, quedando sin competencia; el último que
quedaba, Lev Davídovich Bronstein, conocido con el seudónimo
de León Trotsky, será asesinado en México en 1940. En lo que sigue
se asiste a dilatada regresión, cayendo en la decadencia misma de la
revolución, hasta el derrumbe de la URSS en 1991. En el transcurso se
suceden represiones de la nomenclatura a levantamientos y
movilizaciones obreras, que resistes a la burocracia del régimen del
socialismo real, buscando recuperar el sentido utópico de la revolución
socialista. Esto suceden en la República Democrática Alemana (1953)
y en la República Popular de Hungría (1956), durante la década de los
cincuenta; en 1977 se repitió el drama en la República Socialista de
Checoslovaquia.
Desde la perspectiva del esquemático modelo de la abundancia política,
podemos anotar que la acumulación política de la revolución socialista
es mermada por la casta burocrática del Partido Comunista, que se
apropia institucionalmente de la revolución, convirtiéndola en un
Estado absoluto en tiempos del capitalismo tardío. Nosotros, incluso,
26
anotamos, que se trata de una forma de gubernamentalidad barroca
que más se parece a un raro perfil de monarquía socialista8.
El modelo de la abundancia política implosiona, se hunde su propia
estructura, se derrumba la institucionalidad construida, sobre la base
de la mitificación y estatalización de la revolución. El Estado adquiere
dimensiones monstruosamente hipertrofiadas; ocurre como si el
Estado se tragara a la sociedad misma, su substrato de constitución,
inhibiéndola a tal punto, que el Estado ya no encuentra fuerzas sociales
para reproducirse, pues están capturadas y congeladas. La legitimidad
espontanea, de un principio, se reduce a la compulsiva propaganda
ideológica, difundida por un Estado donde la imaginación brilla por su
ausencia. Propaganda acompañada por una sistemática represión y
control de la sociedad, cada vez más extensa. Si bien, en el transcurso,
de dan como aperturas, dentro de la misma nomenclatura, salió a la
luz lo que llamaron un día, en la difusión de la revista Socialismo o
Barbarie, Cornelius Castoriadis y Claude Lefort, pugna entre clanes del
partido, estas aperturas no detienen la dilatada caída del socialismo
real.
El modelo de la abundancia política hace hincapié en la desmesura del
plano de intensidad política en el espesor social, subsumiendo al resto
de los planos de intensidad que hacen al espesor social. Recordemos
la tesis de Louis Althusser que interpreta el materialismo histórico
desde la lectura de la predominancia de uno de los planos de
intensidad; se habría pasado de la predominancia del plano de
intensidad religioso, en el medioevo, a la hegemonía del plano de
8 Ver La pantomima del Gran Timonel. https://pradaraul.wordpress.com/2018/08/03/la-
pantomima-del-gran-timonel/.
27
intensidad económica, en la modernidad capitalista, y de aquí se iría a
la preminencia del plano de intensidad político, en la modernidad
socialista. Sin discutir, ya lo hicimos antes, esta tesis de Althusser,
anotando la misma para ilustrar sobre el modelo que proponemos de
la abundancia política, lo que nos interesa es señalar que la crisis del
poder, crisis estructural, orgánica y genealógica, emerge tanto en la
condición de la carencia política, así como en la condición de la
abundancia política.
Desde las perspectivas del modelo de la carencia política o de la
acumulación política no se alcanza el equilibrio político, demandado por
las fuerzas concurrentes de la política. Se experimenta la debacle
institucional del ejercicio de la democracia. Tanto el modelo de la
carencia política como el modelo de la abundancia política evidencian
la crisis política del Estado-nación. La crisis política emerge tanto de la
carencia o la abundancia política; la crisis tiene que ver con las
pretensiones del plano de intensidad política. No es la política lo que
ciega los ojos, sino el arte, la amistad o la esgrima, el amor, como
recita el poema de Federico García Lorca, en Oda a Salvador Dalí.
Desde esta perspectiva o lectura poética, la política es la entrega al
derroche afectivo sin retorno, al derroche del al acto heroico. Sin
embargo, tanto por la carencia o la abundancia políticas la efectuación
política no se realiza sino a través de la perpetración de la crisis. La
crisis de legitimación por carencia o por abundancia, que deriva en la
ausencia o la saturación de la convocatoria. En cambio, desde la
perspectiva romántica, lo que importa es la irradiación de la
interpelación estética de la rebelión social.
Ni la carencia ni la abundancia política pueden resolver la crisis
congénita y estructural del poder, que adquiere la forma del círculo
vicioso del poder, de la crisis múltiple del Estado. Ambos modelos son
28
modelos de la crisis política. Tampoco se puede resolver esta crisis
genealógica, como se ha visto en la historia política de la modernidad,
en lo que podemos llamar el modelo del equilibrio político aparente del
paradigma político liberal. El modelo del equilibrio aparente liberal
recurre al la sumatoria del voto en el campo cuantitativo de la
concurrencia masiva. Esto no es más que tratar exasperadamente
recuperar en la distribución de los votos la legitimidad perdida. Lo que
es evidente imposible, pues la legitimidad es cualitativa.
29
El modelo del equilibrio aparente, el de legitimidad cuantitativa
En lo que respecta a la exposición de lo que llamaremos el modelo del
equilibrio político aparente, no vamos a usar un referente singular,
como en los otros casos, el modelo de la carencia política y el modelo
de la abundancia política, sino vamos a considerar la experiencia social
de los pueblos, que han vivido en sus propios cuerpos, conformando
memorias sociales políticas, durante la historia política de la
modernidad, la manifestación proliferante del paradigma liberal, que
se implantó en los países en sus formas singulares. Si bien no podemos
hablar exactamente como modelo, como en los anteriores casos, el
modelo de la carencia política y el modelo de la abundancia política,
sino en tanto y en cuanto nos permite dibujar un perfil ilustrativo y
ciertos rasgos característicos del paradigma liberal, podemos referirnos
al esquema de la legitimación por medio del voto. El liberalismo
legitima su régimen político mediante la corroboración del voto, que es
un sustituto empírico, sobre todo estadístico, de la verificación de
consensos. Se puede entonces hablar de un modelo intermedio, entre
el modelo de la carencia política y el modelo de la abundancia política.
Se trata del modelo del equilibrio político aparente, que se corrobora
mediante el voto. Un modelo cuantitativista, que pretende resolver los
problemas cualitativos en términos numéricos. En este caso no hay ni
carencia ni abundancia políticas, sino formas proliferantes de la especie
de la inercia política. Los problemas de legitimidad se resuelven en
términos de las formas numéricas; se trata de verificaciones
estadísticas. La legitimidad entonces se evalúa aritméticamente.
Sin embargo, los problemas de legitimidad del capitalismo tardío no se
resuelven estadísticamente. Se trata principalmente de una
problemática ideológica; como dice Jürgen Habermas, la ideología no
convence, no se realiza ni es aceptada como retórica y argumentación
30
del convencimiento9. El modelo liberal pretende resolver los problemas
fundamentales de la democracia en el sentido de la delegación y
representación. Si bien logra verificaciones cuantitativas a través de la
elección, no puede lograr el consenso, que solo puede ser el resultado
de un debate colectivo y de la participación social. El modelo del
equilibrio político aparente solo puede sustituir la necesidad de
consensos colectivos por la sumatoria electoral. Esquemáticamente se
puede decir que se trata de un modelo intermedio, entre el modelo de
la carencia política y el de la abundancia política. Pero, por eso mismo,
peca, por así decirlo, de la misma fatalidad que conllevan ambos
modelos contrapuestos, la crisis de la legitimidad en el largo plazo. El
modelo liberal logra resolver, por un tiempo, el problema de
legitimidad, mediante la verificación estadística del voto, aritmética
mediante la cual evalúa la magnitud cuantitativa de la inclinación
electoral. Sin embargo, esta estadística no puede sustituir a la cualidad
de la legitimidad otorgada por el entusiasmo popular.
Este modelo liberal logra diferir la vigencia institucional de lo que se
llama el Estado de Derecho, también, la legitimidad aparente del
régimen liberal, que se prolonga en sus distintas expresiones políticas.
A diferencia del referente de la carencia política y del referente de la
abundancia política, el modelo del equilibrio político aparente logra
transferir en el imaginario social la imagen de una “legitimidad”
cuantificada. Sin embargo, la legitimidad es un acontecimiento
subjetivo y político, además de ideológico y cultural, emergidos del
entusiasmo popular. Lo que logra el modelo liberal es la simulación
mediática del consenso nunca dado; logra presentarse, en las primeras
etapas, como corroboración cuantitativa de las fuerzas concurrentes.
En el largo plazo, esta corroboración estadística se desgasta, pues
9 Leer de Jürgen Habermas Problemas de legitimación en el capitalismo tardío. http://www.bioeticanet.info/habermas/ProLegCaTa.pdf.
31
devela su vulnerabilidad unidimensional. Se trata de una “legitimidad”
cuantitativa y no cualitativa, por lo tanto, una simulación de la
legitimación, entonces, debilitada en una representación aritmética. En
este caso, el del modelo del equilibrio político aparente, la legitimidad
prolongada tampoco es lograda, sino que es simulada
institucionalmente10.
En consecuencia, se trata, en este ensayo de interpretación
esquemática, de un tercer modelo relativo a los problemas de
legitimación en el capitalismo tardío; un modelo que fracasa porque se
malogra el decurso del raciocinio, que se hace imposible ante la
desmesura y la incidencia de los medios de comunicación de masa. Un
modelo, que paradójicamente se remite a la opinión pública, pero la
hace desaparecer, interviniendo en la invención del sentido común
enlatado. En el largo plazo, esta aparente legitimación se pronuncia
en las crisis de la forma de gubernamentalidad liberal, que se expresa
no solo en la distribución del voto fragmentado, sino sobre todo en los
hechos manifiestos de la ingobernabilidad develada; en principio,
imperceptiblemente, después, de manera notoria, así como también
en la caída de la forma de gubernamentalidad liberal en la corrosión
institucional y la corruptibilidad de las prácticas políticas, de la misma
manera como ocurre en las prácticas paralelas de la forma de
gubernamentalidad clientelar, aunque lo haga de manera menos
extensiva e intensiva.
En otras palabras, el modelo liberal del equilibrio político aparente logra
diferir la crisis de legitimidad congénita en la estructura estructurante
de la formación política, en la estructura subyacente de las formas de
10 Ver Decadencia y gubernamentalidad liberal.
https://pradaraul.wordpress.com/2016/05/17/decadencia-y-gubernamentalidad-liberal/.
32
poder, sin embargo, no logra resolverla, pues la legitimidad prolongada
requiere de participación social, en pleno sentido de la palabra, lo que
no puede aceptar el formato de la democracia representativa y
delegativa. En algún momento el diferimiento no puede prolongarse,
el modelo liberar del equilibrio político aparente también ingresa
enteramente a la crisis, mantenida en los umbrales. La crisis comienza
a aparecer con mermadas asistencias a las elecciones, haciéndose
patente la indiferencia relativa de gran parte de los ciudadanos. Otros
síntomas de la crisis se muestran en la letanía aburrida de las
convocatorias rutinarias a la concurrencia política, que parece ser
siempre la misma, salvo alguna que otra turbulencia política que se da
de vez en cuando. Sin embargo, la crisis desenvuelta aparece después,
mostrando los síntomas de la degradación del modelo del equilibrio
político aparente, conllevando el desmoronamiento del sistema de
partidos políticos, que puede darse en dos formas, la del bipartidismo
rotativo o el de la diseminación fragmentada de partidos; es anecdótico
cuando aparecen personajes carismáticos que cambian la rutina por la
demagogia o la provocación, otorgándole cierta motivación a la
concurrencia política liberal. Sin embargo, cuando ocurre esto no es
precisamente el esquema y el procedimiento liberal, ni sus propias
reglas, las que entran en juego, sino se introducen prácticas de otras
formas de gubernamentalidad y de convocatoria política.
Recientemente, en el juego electoral liberal han cobrado vigencia
fuerzas políticas que no se las puede calificar de liberales, mas bien
todo lo contrario; no hablamos de las fuerzas de izquierda, cuando
éstas participan en el modelo del equilibrio político aparente, sino de
fuerzas más bien ultraconservadoras, identificadas como de
ultraderecha. Es cuando se constata la debacle del modelo del
equilibrio político aparente, cuya ideología, institucionalidad,
constitucionalidad, es liberal, es decir, que colocan como presupuesto
las garantías de las libertades civiles, políticas, de las generaciones de
los derechos logrados, que suponen la igualdad jurídica entre los
33
individuos. Valores que desestima precisamente el ultra-
conservadurismo, la ultraderecha.
Si bien se puede decir que algo parecido ocurre con los partidos
socialistas, incluso los partidos comunistas, que participan en la
concurrencia electoral, codificada en el modelo liberal, no es lo mismo,
pues, en todo caso, estas participaciones en las prácticas liberales lo
hacen a nombre de la justicia, también de la libertad, aunque la
entiendan a su manera, suponiendo el presupuesto de la igualdad. Los
partidos socialistas se moverían en los límites del paradigma liberal, si
es que no fueron ya asimilados por el habitus liberal. Lo que no ocurre
con la participación electoral de la ultraderecha. Así mismo, se puede
decir también que ocurre algo parecido con las versiones populistas;
sin embargo, también, en este caso, se presupone la igualdad y se
persigue la justicia y la libertad, por más acotadas ideológicamente que
se interpreten estos valores y principios. Lo sugerente en estos casos
es que se participa en el modelo liberal, buscando llevarlo más allá de
sus propios límites. En cambio, la participación de la ultraderecha lo
hace para abolir las libertades, revisar los alcances de la justicia,
desvalorizándola, desconociendo de entrada el presupuesto de
igualdad. Por eso, reafirmamos que cuando la participación
ultraconservadora alcanza niveles significativos de convocatoria
electoral, se puede decir que el modelo liberal ha incubado a la
serpiente – recordando la película El huevo de la serpiente de Ingmar
Bergman – que se comerá al régimen liberal, imponiendo un régimen
declaradamente de las desigualdades cualitativas y raciales.