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.. , ~t:f;1:;::1 ~r:; l? r.~lC{{)!_:._._:'l1/llL
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en lo~ sucesos que haban enfrentando a los militares en 1962 y
1963, acreditaba a su favor la fama de haber sabido conducir a las
Fuerzas Armadas por la senda de la modernizacin y el
profesionalismo.
Los acontecimientos se precipitaron pero no alteraron el libreto
previam.ente anunciado por Confirmado. El ejrcito ocup las radios,
las televtsoras y las centrales telefnicas, y concedi un plazo
peren-torio al presidente Illia para presentar su renuncia. El
doctor Illia no renunci y fue expulsado de la Casa Rosada por un
destacamento de policas de la Guardia de Infantera. Escoltado por
sus funcionarios y amigos, Illia abandon la sede de gobierno. Las
ltimas palabras que ~irig~ a la tropa policial sonaron
premonitorias: "Yo s que su conc1enc1a le va a reprochar lo que est
haciendo. A muchos de us-~edes les dar vergenza cumplir las rdenes
que les imparten estos mdignos, que ni siquiera son sus jefes. Algn
da tendrn que con-tar a sus hijos estos momentos. Sentirn vergenza
... ". Sin embar-go, pocos podan entonces atribuir a estas palabras
el carcter de una profeca. La debilidad de un presidente,
sinceramente conven-cido de la legitimidad de su mando pese a haber
sido ungido con el 25 ~or cient~ de los votos bajo un rgimen de
proscripcin del pe-rorusmo, hacia menos gravoso su derrocamiento.
Muchos vean en su cada el fin de una legalidad falaz y no podan
imaginar que con ese presidente provinciano y parsimonioso, a quien
una caricatura de la poca represent como un anciano en estado de
quietud, con una pal~ma de la paz posada en su cabeza, se ira
tambin la frgil concordia que haba servido de dique de contencin de
las pasiones que dividan a la sociedad argentina.
El 26 de junio, el escenario estaba montado y el protagonista,
pre-parado para a entrar en escena. La opinin pblica haba sido
hbil-mente manipulada por una intensa campaa antigubernamental. Un
nuevo tipo de revistas cuyo estilo inaugur la aparicin del
semana-r~o Primera .Plana, en 1962, se encarg de construir la
imagen nega-ttva del gobierno. Con un formato copiado de Time y de
Newsweek y sostenidos por la publicidad de las grandes empresas
nacionales y ex-tranjeras, estos semanarios acercaban la poltica a
la gente, le infor-maban lo ocurrido en los pasillos del poder y
difundan entre los ar-gentinos, ansiosos de conocer los
entretelones de la poltica, nuevas aspiraciones y pautas de
consumo. La modernizacin tcnica y cul-tural iniciada por Frondizi
haba modificado la estructura social del
1
1 ! l.
pas. Una nueva clase gerencial, anunciada con jbilo por Primera
Plana, como indicador de la modernizacin en curso, se asegur un
lugar en la economa. Institutos de reciente creacin difundan los
mtodos de las escuelas norteamericanas de administracin de
em-presas y captaban a un sector vido de asegurarse ingresos cada
vez ms considerables, que recortaban los de las clases
propietarias. Po-co antes del golpe, Primera Plana public un sondeo
de opinin se-gn el cual, entre el grupo de los profesionales, el
golpe no horrori-zaba tant ni a tantos, como ocurra en otros
sectores de la sociedad. Un 40 por ciento eran golpistas contumaces
y un 10 por ciento se pronunciaba a favor del golpe a condicin de
que hubiese una rpi-da salida electoral. Entre las respuestas que
registr el semanario, destacan: "Es preferible que el poder se
concentre de una buena vez en una sol mano", "anular las elecciones
por diez aos es la medida ms sabia que puede concebirse, junto con
la inhabilitacin de los polticos actuales", "debe mantenerse la
continuidad del prximo go-bierno mediante plebiscitos, votando por
s o por no y no tener que andar optando entre diez listas de
candidatos", "el pas est viviendo una gran frustracin". Los
ejecutivos jvenes, observa el informe, pa-recen ms inclinados a
aceptar el golpe que los dueos de empresa, temerosos de lo
imprevisible. En esta nueva capa social, existe la creencia de que
el gobierno militar permitir mejorar la eficiencia en la
administracin pblica, una posibilidad que los fascina. 1 Estos
tes-timonios ms all de la validez de los sondeos de Primera Plana,
ilus-
' tran bien la nueva sensibilidad de una minora surgida al calor
de las transformaciones ocurridas en la sociedad.
En el revolucionado clima moral de las clases medias, engrosadas
por nuevos contingentes, los valores tradicionales de la democracia
liberal cedieron paso a la exaltacin de la eficacia. El eco que el
diag-nstico de ineficiencia del gobierno, apoyado en una propaganda
masiva, logr en la sociedad argentina de entonces, obedeca a la
in-satisfaccin generalizada con polticas que suponan habran de
pro-longar el impasse econmico y social. Ni la clase trabajadora,
identi-ficada con el peronismo, ni los empresarios, nacionales o
extranjeros, se reconocan en ellas. Mariano Grandona responda en un
reporta-je publicado en Primera Plana que "el problema de fondo es
la crea-
1. Primera Plana, 20 de junio de 1966.
-
cin de un poder poltico lo suficienteme t' fuLe o autoritario
pa-ra absorber los primeros impactos de la e 1ta J:onmica que,
tanto en el caso argentino como en el brasile o, tieJe que ser muy
dura ~orque se manejan situaciones ya muy de r
1 ora as. Desde el 7 de ju-
lio de 1963, en lo que estamos en Argenti al es n una etapa de
la lu-cha por ver quin va a tener ese poder, q : va a mandar todava
en la Argentina. En consecuencia, hasta qu : ... ) lguien no se
quede con el poder en forma slida, con reserv ~, ctJ.~ as y
estratgicas, no ser posible emprender con xito esa eco o' 'a
estructural".2 El po-der del presidente Illia no era "slido", n ,
or ue fuera escasamen-te representativo de una sociedad en la qu e'
peronismo estaba pros-crip_t?, ~ino porque, no obstante ese ori e :
, :3Ja representativo del eqmlibno de fuerzas que desde 195 5 ha '
, in entado infructuosa-mente romper los gobiernos militares y l ;
r era experiencia civil de gobierno semiconstitucional encabeza a 1
or Frondizi.
1
.nf\i.\\\ L;; 111~~.r}n! .. ... ;r; t_., Cifj) ~
-
ta porque es parte de su femineidad. Esta mujer provinciana, que
algunos consideraban mandona, esposa de un mdico que se deca que
"como mdico era un fracaso", rechaz que la llamaran "seo-ra
presidenta". Contrastada con la imagen de madame Ivonne De Gaulle,
primera dama de Francia, la primera dama de los argenti-nos
decepcionaba a los frvolos lectores de Primera Plana. Esta
comparacin evocaba la que los sindicalistas haban hecho entre Pern
y De Gaulle, en ocasin de la frustrada "operacin retorno" del
general exiliado durante 1964. Entonces, De Gaulle haba esta-do de
visita en Argentina y los jefes sindicales no dudaron en lan-zar la
consigna: "De Gaulle, Pern, un solo corazn". Como Pe-rn, De Gaulle
habra de retornar triunfante al pas del exilio, pa-ra conducir
hacia su destino de "grandeza".
Arturo Illia, un respetado poltico de provincia, haba sido
ungi-do presidente en 1963, tras una victoria electoral que
sorprendi a todos y gracias al auxilio del voto de partidos menores
en el Cole-gio Electoral. Los radicales del Pueblo haban optado por
preservar a su lder histrico, Ricardo Balbn, convencidos de que la
alianza Pern-Frondizi saldra victoriosa. Sin embargo, los sucesivos
impe-dimentos legales terminaron por quebrar la coalicin armada por
Pern y Frondizi, y Arturo Illia obtuvo la mayora relativa de los
su-fragios. A este desenlace haba contribuido de manera decisiva la
candidatura del general Aramburu. Los llamados de Pern y de
Frondizi a votar en blanco tuvieron poco eco entre sus seguidores y
fracciones importantes del peronismo prefirieron optar por las
al-ternativas que se les ofrecan para cerrar el camino a quien haba
si-do presidente de la Revolucin Libertadora y figura emblemtica de
la restauracin autoritaria y antipopular. De este modo, la
emigra-
. cin espontnea de votos peronistas termin beneficiando a los
ra-dicales de Pueblo y a los radicales Intransigentes que
desacataron la consigna de Frondizi.
Los resultados de los comicios de 1963 fueron el fruto de una
op-cin forzada. Sin embargo, el estilo moderado y moderador del
doc-tor lllia, en franco contraste con el frontal y fulminante del
doctor Frondizi, pareca ajustarse al humor de la sociedad
argentina, can-sada de tantas frustraciones. Frondizi no haba sido
"la salida inme-diata para la solucin que usted desea", como rezaba
la consigna de su campaa electoral en 1958. Desde la llegada del
peronismo al po-
der, en 1946, el Partido Radical haba canalizado el rechazo que
el rgimen de Pern despertara en las clases medias y altas. Pero el
an-tiperonismo no se limitaba a la reaccin ante la orientacin
autori-taria del rgimen de Pern; expresaba, tambin, la resistencia
a las transformaciones sociales que el lder de los peronistas haba
con-cretado en sus dos gobiernos. Poco a poco, el clima de
restauracin social que animara la Revolucin Libertadora de 19 5 5,
cedi paso a la idea de que los cambios introducidos por el
peronismo eran irre-versibles y que, por lo tanto, se impona
atenuar sus consecuencias. El peronismo era una realidad y as lo
reconoci Frondizi, primero, y ms tarde, el movimiento de los Azules
dentro de las Fuerzas Ar-madas. Illia se comprometi a devolver a la
legalidad al movimien-to poltico liderado por Pern y cumpli su
promesa: el Partido Jus-ticialista fue legalmente reconocido en
1965 y goz de una libertad hasta entonces desconocida. Esta audaz
apertura no estaba exenta de clculo poltico; se esperaba sacar
rdito de las contradicciones que atravesaban al movimiento dirigido
por Pern desde su exilio en Madrid. El proyecto de un peronismo sin
Pern haba ganado adep-tos entre importantes sectores del
sindicalismo y lderes de partidos de origen provincial. Poda
conjeturarse que la solucin para el im-passe que haba creado la
antinomia peronismo-antiperonismo ha-bra de ser la creacin de
partidos peronistas "modernos", en condi-ciones de formar parte de
un sistema poltico plural, aceptado por el resto de las fuerzas
polticas. La audaz apuesta de Illia no era insen-sata. La
proscripcin no haba sido un obstculo para la consolida-cin del
poder poltico del sindicalismo peronista. Los sucesivos co-micios
celebrados durante el gobierno radical, habran de demostrar que la
proscripcin no era el nico medio para impedir la peroniza-cin de la
sociedad argentina.
La perspectiva de llegar al poder por la va electoral abri un
comps de espera en el peronismo. Illia pudo comenzar su gestin en
el marco de la relativa indiferencia del sindicalismo. Pronto, sin
em-bargo, los jefes sindicales cambiaron de estrategia y optaron
por la franca hostilidad hacia el gobierno. En enero de 1964, el
secretario general de la CGT declar que "los recursos legales y
constituciona-les para encontrar una solucin a la situacin que
padecemos por causa de la ley misma se han agotado ... o bien el
gobierno hace la re-volucin que el pas necesita, o bien esta
revolucin la har el pue-
-
blo".4 Ese mismo mes, la CGT on\mci : PIL de Lucha que por su
concepcin y su concrecin se asemej alun~ operacin cuasi-mi-litar,
como observa Torre.5 Se fueron oc p' ndt a lo largo de varias
semanas la casi totalidad de las empresas ellpa , conforme a un
plan que no dejaba mayor iniciativa a los trab j ,dor s. Mientras
las ocu-paciones de fbricas se llevaban a cabo d : an
1
ra pacfica, los jefes sindicales insistan ~n su dispos~cin al di
ld ~' pero prefere~~em~~te con los adversarios del gobierno. El b
ettvb de la movilizac1on sindical era poltico: se propona bloque 1
p+yecto radical de re-cortar el poder de las asociaciones obrera :
ediante reformas a la ley sindical y, simultneamente, mostrar a lo
, "lit:hres y a los empresa-rios que cualquier arreglo poltico
futuro e
1 a ~enerlos como aliados
indispensables. La hora de la marginaci , el s1ndicalismo
peronista haba terminado y los jefes sindicales esta : diJpuestos a
demostrar-lo. Durante 1962 y 1963, el sindicalismo o! slJ haba
conservado su poder, sino que haba logrado acrecenta 1 1 a d-avs de
la recupera-cin del control de la CGT. Considerad or los militares
y por la clase poltica como uno ms de los "fact r: s db poder" en
el orden posperonista, el gobierno de lllia les pro y;' el ~arco en
el cual des-plegaron su nueva estrategia poltica. e rn lidrs las
etapas del plan de lucha, recurrieron a la vieja consigna e~
regreso de Pern. Hacia agosto de 1964, el retorno del lder de 1 s '
er~nistas, una carta ms en el juego de asedio a la administracin a'
ca~, pas a ser el centro de atencin de todos. Frustrada la
"oper
-
Pese a los logros econmicos de una poltica orientada a atenuar
los conflictos, la tregua tcita que acompa a su instalacin en el
po-der tuvo una corta vida. El Partido Radical no tena arraigo ni
en las organizaciones de los trabajadores ni en las organizaciones
empre-sarias. Tampoco pareca preocupado frente a esta debilidad,
aunque algunas voces dentro del partido advirtieran sobre los
peligros que acarreaba la falta de apoyos sindicales y empresarios.
Illia prefiri gobernar solo. Los partidos menores que le haban dado
su apoyo en el Colegio Electoral, pronto descubrieron que no
obtenan a cambio ninguna recompensa. Esta poltica de aislamiento se
exten-di a la relacin con los jefes militares victoriosos tras los
enfrenta-mientos armados de 1962 y 1963. Los vencidos, el sector de
los Co-lorados, eran los aliados del partido en el gobierno, pero
por una vuelta de tuerca de la poltica, el radicalismo haba llegado
a la pre-sidencia gracias a la accin de los Azules. Illia se resign
a aceptar la orientacin militar dominante, sin intentar modificarla
ni probar un acercamiento con las altas jerarquas del Ejrcito
Azul.
El dilema de qu hacer con el peronismo frente al horizonte
electoral de 1967, se planteaba en un contexto signado por la
creen-cia extendida de que el pas estaba econmicamente estancado.
No habra "despegue'', se crea entonces, sin una conduccin
centraliza-da y eficiente. Esta visin formaba parte del clima de
ideas de la d-cada. Los aos '60 fueron tiempos de una conciencia
generalizada del atraso econmico como destino al que slo poda
oponrsele una "revolucin", entendida como ruptura con las formas
tradicio-nales de gestin de la democracia poltica. Este diagnstico,
com-partido por la derecha y por la izquierda del espectro poltico,
tuvo un amplio eco en una sociedad que haba visto frustrarse las
expec-tativas de la nueva Argentina prometida por el doctor
Frondizi a.fi-nes de los aos '50. Poco import que los dos aos
completos de la administracin radical (1964 y 1965) hubieran
registrado una recu-peracin econmica con pocos antecedentes en todo
el siglo, una disminucin del gasto pblico en relacin con el
Producto Bruto In-terno y una reduccin del dficit presupuestario.
Cuando a media-dos de 1965 la inflacin se acercaba al 30 por ciento
anual, las ten-dencias negativas de la economa se acentuaron como
resultado de la carencia de respaldo al plan de estabilizacin
intentado por el go-bierno. Sin mayora propia en el Congreso tras
la derrota electoral
1
.
f: L
en las elecciones de renovacin parcial de la Cmara de Diputados
de 1965, el gobierno no cont con el aval de los otros partidos
me-nores para sancionar las leyes impositivas destinadas a sanear
las fi-nanzas pblicas. En las elecciones de las legislaturas
provinciales que precedieron a los comicios legislativos
nacionales, los radicales del Pueblo haban logrado vencer en
Formosa, La Rioja y Crdoba. El optimismo del gobierno, sin embargo,
fue desmentido por los re-sultados de los comicios para elegir
diputados nacionales. Los dipu-tados peronistas pasaron de 17
bancas, originalmente ocupadas por polticos neoperonistas, a ocupar
52. De este modo, se convirtieron en la segunda fuerza
institucional. El resto de los partidos, incluida la UCRP, perdi
bancas. Pocos comentaristas sealaron que el ofi-cialismo haba
incrementado sus votos del 25 al 29 por ciento. Tam-poco prestaron
atencin al hecho de que en elecciones competitivas, alrededor de
dos tercios del electorado se pronunciaba por partidos no
peronistas y aproximadamente un tercio del electorado, votaba a
pequeos partidos que no representaban ni al gobierno ni al
pero-nismo. Mariano Grondona se preocup por sealar que "la opinin
pblica extrajo de esos comicios la idea de que la polarizacin es
in-suficiente para establecer un equilibrio razonable entre el
peronis-mo y el oficialismo".7
La crtica generalizada a los partidos y a la democracia
electoral, acusados de no representar a los factores reales de
poder de la socie-dad argentina, las reanudadas presiones de los
asalariados del sector pblico y privado, y la resistencia del mundo
de las grandes empre-sas que no vacil en acusar al gobierno de
"demagogia fiscal" y "di-rigismo econmico", dejaron al gobierno a
la espera de un desenla-ce anunciado, cuyo rumbo no poda ya torcer.
Mariano Grondona adverta desde su columna de Primera Plana: "Si las
elecciones de 1967 se anuncian con rasgos similares a las de 1965,
la legalidad co-rre peligro: el pas poltico trabaja sobre la base
de este axioma".8
Cuando a fines de 1965 la actividad econmica comenz a decaer,
-reanudando el "ciclo de marchas y contramarchas" que a lo largo de
los ltimos quince aos haba trabado el crecimiento econmico de la
Argentina- la escalada de huelgas, las tomas de fbricas en nom-
7. Grondona1 Mariano: "Vaticinios", Primera Plana, 31 de julio
de 1965. 8. Ibd.
-
b d d ; / 1/ . 1 re e un programa e expans1on econo . a mas
atractJ.vo para os empresarios que para los trabajadores, y a~
prneras apariciones de la guerrilla, configuraron un panorama q e ,
e ajbstaba bien a las pro-fecas. El respeto a la ley y las
elecciones :ridicas parecan enton-ces demasiado poca cos~ para
a~uyentar 1 , antsma de la_ re~esin y de la decadencia. Poco
importo que a lo a; go He 1965 dismmuyera la frecuencia de los
actos de violencia y s . esa~ticularan los grupos guerrilleros. En
el libre ejercicio de la ac vi: ad btelectual y la liber-tad
sexual, los militares vean la semilla d 1 subversin de los
valo-
res ~ccid~ntales y cristia?os. En nomb~e e.1. la ~co~?ma y de l~
mo-ral, 1mbncadas en un rmsmo razonarmen 01 los rmhtares habnan de
encontrar la justificacin de una nueva e e cin.
La proximidad de las elecciones reviv e esqenario que haba
lle-vado al derrocamiento de Frondizi. Los rd ultados de los
comicios para elegir gobernador en la provincia de : ndbza haban
consagra-do al candidato del Partido Demcrata; s 'm~argo, el
candidato de Pern super en votos al de la UCRP. A ll ' haba
contribuido la es-trategia del gobierno que, con la espera za
deimitar el triunfo del partido apoyado por los jefes sindicales, o
1 us trabas a la campaa orquestada por Pern desde su exilio. P r ;
1 c 'ntrario, le otorg al partido de Cor;aln ~a?-c~ares el ~ere h:
. /efdu~i~o, a-utiliza11. el nombre de PartJ.do JustJ.ciahsta y np
mte ; .10el!wa1.e quela esposa d~l caudillo_re~liz~ ent~nces c0n:la
misi / ," e,~eutralizadainflue:icta de los smd1c~?stas en?abez~d~s'
p~t. ~~t~ ~andor .. Dos _'dtas antSi'de:las: elec01ones11Illia fue
omasle1os y 1 et1lnitto que las ra:d1bs y
-fa: 'tele\tisin myndocin' einitieran, po:r i;. erJ .vez,
:desde: 1956, un -niensaje ~e Per~n ~onvocando 1aJ ~~s se d ! re_s
la votar porsu. ~andi-iQat'@."Esta 1med1da poco 1se conciliaba co
,a 1magen del pr.es1dente prndentey'parsimnioso.que difuri.dfah t
pakanda.El.lder de los perbriisi:as secp:en subrayar que ":H . ".
ue~egar.duroya la;c-
.;beza;:d:e-;yandor.Yo no me opongo a que. :;os, cronistas hagan
po-ltitmJ::perosi 1tieneffedad ~para ponerse. 1 s 1 an alones
largos: es me-
j'or que noiusen mi:camiseta'119 Con la an e: ciaf1del gobierno
radical,
. ~::~~:=~::~~:~:::::,:;i::':~;.:1:::: :::::~nte .
planificadbspor'el.gobernoya que en ellos se p n~ a ph.ieba su
estrategia de in-"""" I pomni=o ,n Poron. U= ronv=dn o tit= re=pla'
cl filt
-
tura, ninguna medida de Illia hubiera impedido su cada, a lo
sumo, la hubiera precipitado. Los rebeldes vieron frustrada la
ocasin de actuar, pero la teora del "vaco de poder" fue ganando ms
adeptos entre los civiles. Desde su columna en Primera Plana,
Mariano Grondona proporcionaba fundamentos a esta teora, al
afirmar: "Que un edecn pueda criticar al presidente sin recibir ms
que un castigo simblico; que unos obreros ocupen una fbrica y
puedan retener contra su voluntad a quienes tienen posiciones de
mayor je-rarqua en la empresa; que unos estudiantes no reciban
sancin por su atrevimiento al interrumpir un acto al que asisten
las ms altas autoridades de la Repblica( ... ) comprometen la base
fundamental de nuestro sistema de valores: la idea de que el
superior merece res-peto y de que quien se iguala a otro en aquello
en que es no-igual, debe sufrir las consecuencias( ... ) A veces se
confunde, as, democra-cia con democratismo" .10
Cmo colmar ese vaco que deja la debilidad de la autoridad? La
respuesta se busc en la exaltacin de las virtudes de las Fuerzas
Ar-madas, nica institucin que por su organizacin, sentido de unidad
nacional y manejo de la fuerza, se crea que estaba a la altura de
la nueva misin de sacar al pas del atraso y de la ficcin de
legalidad en que vivan los argentinos.
El significado y los alcances de este golpe contrastan con las
in-tervenciones militares precedentes. Ya no se trataba de tomar el
po-der para buscar una salida electoral: haba que fundar una nueva
Ar-gentina, la empresa fallida del frondizismo. Ante un gobierno
debi-litado, sacudido por el Plan de Lucha lanzado por la CGT, el
temor de que demasiada libertad desembocara en el temido retorno
del pe-ronismo y sirviera de caldo de cultivo para el izquierdismo,
los mi-litares se sintieron convocados para transformar la economa
y la so-ciedad argentina. Las columnas de Primera Plana prepararon
la Re-volucin Argentina matizando las profecas entusiastas de
Mariano Grondona con el beneplcito hacia otras revoluciones
polticas y culturales de signo muy distinto y lograron captar un
pblico fiel entre militares y civiles.
El sindicalismo vio en el golpe militar un camino abierto hacia
el poder. Tras la cada de Pern, en 1955, haban convivido en el
sin-
10. Primera Plana, 3 de noviembre de 1965, pg. 7.
f
\
i' \
m?E::~:E5E~},~~Ji~t!:!~~=.'~~~:~;~;'.~!1;;{:~~1~";t:' ' "P/ax",
humor en Primera Plana.
dicalismo fuerzas muy heterogneas. En las provincias ms
atrasa-das, el peronismo haba logrado conservar su base
policlasista, con-ducido por dirigentes de tradicin conservadora.
Los jefes polticos locales mantuvieron la retrica peronista pero se
sometieron al or-den posperonista, tomando distancia de las
cambiantes directivas de Pern. En las zonas ms modernas y urbanas
del pas, el peronismo slo conserv el apoyo de la clase obrera y su
fuerza provino de ser la nica organizacin sobreviviente al derrumbe
poltico de 1955. Entre 1956 y 1959, dbil y marginado, el
sindicalismo opt por una estrategia de estmulo a la accin de las
masas obreras. A partir de entonces, cambi su rumbo y privilegi los
paros generales en los que lo que contaba era la eficacia de la
organizacin. Los dirigentes sindicales comprendieron que slo podan
reforzar su posicin en estrecha asociacin con los centros de poder.
Este curso de accin los llev a desor las directivas de Pern, para
quien el objetivo prin-cipal era desestabilizar cualquier frmula de
gobierno elaborada por sus adversarios. De este modo, prefirieron
adoptar la lgica de gol-pear primero, para negociar despus: una
estrategia paralela a la de buscar aliados entre los descontentos
del gobierno. Augusto Vandor,
-
jefe del sindicato metalrgico, fue quien e
1
car'. mejor el n_u~o es-tilo adoptado. Interlocutor de empresa
o
1, jhtares y polticos, se
consagr como lder de las 62 Organiza i 1 es Como lo ha mostra-do
Daniel James, esta adaptacin a un ~ ica smo de negociacin ms qu~ de
protesta, adems de ensanc a: el margen de accin ~e los dirigentes
respecto de sus bases, les r ;me 'a un lugar reconoci-do por todos
como legtimo en el siste a i o tico argentino.11
Al cabo de una dcada, numerosos s , calittas llegaron a la
con-clusin de que era el momento de eman i~ rse de la tutela de
Pern, principal obstculo para el logro de su in o or cin al sistema
de po-der vigente. sta fue la estrategia de Au s: o :lndor, quien
busc in-sertar al sindicalismo a travs del proces ;lectpral. Sin
embargo, los resultados de los comicios para elegir g b mal:lor en
la provincia de Mendoza mostraron que la competencia :lti~a no era
un terreno en el que pudieran liberarse de esa tutela. L ~ anb
radical-conservado-ra se impuso en las elecciones'. pero .el ~a 1
da~ de Pern aventaj al respaldado por Vandor y los 1efes smdi ; s
rdbeldes. Este resultado dej en claro que el liderazgo poltico de
P: rd, "cansado de tanta fe-lona poltica", segua en pie y que el p
rq r.1 o, unido detrs de su lder, era invencible. La conclusin a la
1 al os arribaron fue que slo suprimiendo las elecciones peridi
as?? fa ase~arse. la ~on~nuidad del orden posperonista. El golp ;
litar, al abnr al smd1cahs-mo un horizonte de accin en el que
ha
1 aptendido a desenvolver-
se con comodidad, hizo realidad esa ap s 1 1 Los caudillos
provinciales neopero \as lcieron otra hiptesis
de futuro: una salida electoral negociad 'on os militares, de la
que se excluyera a Pern, era la alternativ ; ratonsolidar un
partido peronista capaz de conducir los destin s . el ' as.
Para los integrantes del Movimien , ev lucionario Peronista, el
golpe significaba el abandono de la s : aciJn de semilegalidad en
la que se encontraban y el encauzamie t; del peronismo por la va de
la lucha armada; un camino que cr ; n ~bbra de conferirles la
conduccin de esa fuerza justicialista. . 1
Las esperanzas en un gobierno mili a : se r eron alentadas por
el entusiasmo que despen en algunos se t
1
res de la izquierda el rgi-
11. James, Daniel: Resistencia e Integracin. l 'eromsmo y la
clase obrera, Buenos Aires, Sudamericana, 1990.
)
men nasserista. Una dictadura militar progresista apoyada en las
or-ganizaciones sindicales podra ser la solucin al atraso y la
injusticia social. Poco import que en Argentina no hubiera sectores
poltica-mente vrgenes como aquellos que el nasserismo supo
movilizar en pos de la modernizacin. Las Fuerzas Armadas aparecan
como el agente del cambio para los nacionalistas de izquierda y de
derecha. Ambos polos del espectro nacionalista compartan lo que fue
el ras-go distintivo de las distintas vertientes del nacionalismo
arge~tino desde sus orgenes en la dcada del '20: la imposibilidad
de plasmar sus ideas en la realidad poltica. Un caudillo militar
vendra a con-cretar sus propuestas.12 Mientras la izquierda se
nutra del ejemplo nasserista, la derecha acoga la doctrina de la
Seguridad Nacional encarnada por los militares brasileos.
Intelectuales que haban estado vinculados al sector de los
Azu-les, polticos a los que los avatares del pas haban dejado sin
susten-to popular como el ex presidente Arturo Frondizi y el ex
goberna-dor Osear Alende, y dirigentes polticos y gremiales
peronistas, pro-movieron el golpe y le dieron la bienvenida a
Ongana. Pern, des-de su exilio en Madrid, envi la consigna "Hay que
desensillar has-ta que aclare" y esboz la estrategia de esa tregua
en una carta al Co-mando Superior Peronista en la que deca: "El
gobierno militar, surgido del golpe de Estado del 28 de junio, ha
expresado propsi-tos muy acordes con los que nosotros venimos
propugnando desde hace ms de 20 aos. Si estos propsitos se cumplen
tenemos la obligacin de apoyarlos( ... ) Nosotros queremos que se
trabaje para el bien del pas, en primer trmino; que se haga
justicia al movi-miento peronista, en segundo; y que sus hombres
sean tratados en la medida en que lo merecen, en tercero". En
contraste con la inter-pretacin del lder exiliado, J ohn William
Cooke, un talentoso po-ltico a quien Pern haba designado como su
delegado en 1956, manifest sus ideas en una comunicacin que, bajo
el ttulo "El pe-ronismo y el golpe de Estado", dirigi a las bases
del movimiento peronista. En ella afirmaba: "No es verdad que las
Fuerzas Armadas intervinieron en ltima instancia, ante una situacin
anrquica. Ellas eran el factor principal de esa anarqua, pues no
solamente
12. Vase Pieiro, Elena: La tradicin nacionalista ante el
peronismo. Itinerario de una esperanza a una desilusin, Buenos
Aires, A-Z Editora, 1997.
-
constituan una amenaza permanente para el gobierno, sino que
to-da la poltica estaba condicionada por esa circunstancia. Los
parti-dos y los grupos opositores predicaban el golpe y actuaban en
una forma que trataba de aumentar las apariencias caticas de la
situa-cin nacional porque saban, como todo el mundo, que se podra
ju-gar esa carta con muchas probabilidades de acertar". 13 Al igual
que su posicin poltica, sta era una visin minoritaria.
2. Un general a medida
El golpe fue acogido por los ms variados sectores sociales como
una esperanza de renovacin y fortalecimiento de una Argentina
su-puestamente estancada y demasiado gris para los parmetros de una
dcada afiebrada. El general Ongana se perfilaba como el caudillo
que muchos crean que la Nacin necesitaba. "En las jornadas de
se-tiembre de 1962 surgi algo ms que un programa, una situacin
mi-litar o una intencin poltica: surgi un caudillo", deca Mariano
Grondona en su columna de Primera Plana del da 30 junio. Era
On-gana el "dspota ilustrado" que poda conducir a la Argentina a su
destino de grandeza? No pocos habrn dudado de la capacidad de es-te
general sin experiencia poltica ni slida formacin intelectual. Sin
embargo, la parquedad -un rasgo de su carcter recurrentemente
des-tacado- fue exaltada como una virtud en quien ocupara la
jefatura del Estado. Acaso ignorar los pensamientos de quien
conduce los desti-nos de la Nacin hizo posible mantener la cuota de
misterio necesa-ria para alimentar ilusiones de variada ndole?
Muchos habrn confia-do en su probada capacidad de mandar a las
tropas en la esperanza de disciplinar un conflicto poltico cuya
clave era la capacidad del pero-nismo de sobrevivir a la
proscripcin y la imposibilidad de integrarlo en el sistema poltico,
en trminos aceptables para las dems fuerzas polticas, como lo
recuerda Tulio Halperin. 14 El general Ongana era
13. Citado en Selser, Gregorio: El Onganiato, Buenos Aires,
Carlos Samonta Editor, 1973, pg. 5. Cooke fue el principal
exponente de la posicin que intent identificar al peronismo con el
castrismo.
14. Halperin Donghi, Tulio: Argentina. La democracia de masas,
Buenos Aires, Paids, 1972.
1
1 i 1
l
un tropero, duro y autoritario. Comandante del sector del
Ejrcito bautizado como "los Azules" tras los enfrentamientos que
culminaron en hechos de guerra, en setiembre de 1962, Ongana se
haba trans-formado en el abanderado de la legalidad. A esta visin
contribuy el gobierno de Guido, quien al declarar rebeldes al
sector de "los Colo-rados", legitim la accin de los Azules
-bsicamente oficiales de ca-ballera y artillera-, otorgndoles el
ttulo de guardianes de la Cons-titucin.15 A partir de entonces, los
azules fueron percibidos como la fuerza que el pas necesitaba para
dar orientacin a un movimiento poltico que se resista a desaparecer
y conducir unas Fuerzas Arma-das que, gracias a la purga que haba
pasado a retiro a un gran nme-ro de oficiales Colorados, se
presentaba como un ejrcito profesional del que la poltica sera
definitivamente desterrada. El clivaje entre "legalistas",
partidarios del profesionalismo prescindente de las Fuer-zas
Armadas, y "gorilas", partidarios de la proscripcin perpetua del
peronismo, reflejaba las diferentes estrategias hacia el peronismo
en el seno de la corporacin castrense. Los Azules o "legalistas"
eran tambin antiperonistas, pero consideraban al peronismo como una
fuerza nacional y cristiana que haba hecho posible salvar a la
clase obrera del peligro comunista. Los Colorados o "gorilas", en
cambio; vean al peronismo como un movimiento clasista, sectario y
violento, que inevitablemente abrira las puertas al comunismo.
El intento de estructurar un frente poltico que incluyera a
sin-dicalistas, empresarios y militares, impulsado por Rodolfo
Mart-nez desde el gobierno con el visto bueno de polticos
provenientes de la democracia cristiana, del nacionalismo y del
desarrollismo, fracas. El reconocimiento oficial de la Unin
Popular, un partido que se haba creado en 1955 y ahora se reclamaba
representativo del justicialismo, antes que de Pern, era una pieza
clave en la es-trategia de construccin del Frente Nacional y
Popular. La UCR denunci la maniobra frentista "de polticos sin
votos" y la oferta
15. Jos Mara Guido haba llegado a la presidencia tras el
derrocamiento de Frondizi conforme a lo previsto por la Ley de
Acefala. Rodolfo Martnez, ex mi-nistro de Defensa de Frondizi, pas
a ocupar la cartera de Interior y desde all des-pleg un plan
destinado a la progresiva incorporacin de los peronistas a la vida
po-ltica, retomal}do la lnea iniciada por Frondizi. El triunfo de
los Azules reanim el hasta entonces frustrado plan de Martnez.
-
' ~ de la candidatura presidencial a Onga aj El racaso de esta
estra-tegia no slo obedeci a la desconfian a;mu a de sus eventuales
integrantes, y a la oposicin del radica s ; o del Pueblo y de
vastos sectores del peronismo. Fue decisiva n ese~desenlace la
falta de consenso entre los militares azules haci 1 : ca, dida~a
presidenc~al de Ongana. Acaso esta resistencia o e , ec1 a la
smcera conVIc-cin de los Azules de que el ~jrcito d~ 1 prJsci.ndir
de ~a poltica, como sostiene Roth? 16 Que ese haya s1 ol 1 ckmmo
elegido por los Azules se explica mejor a la luz del di j 1 q~~
divida a los milita-res y que pronto habra de estallar con a ub
vacin de la Marina. Los jefes del Ejrcito Azul decidieron d ol er a
los civiles el go-bierno para replegarse a la misin espe ; ca , e
mejorar el nivel de prof~sional~d.ad y restablecer la autori a
ertsionada por las disi-dencias polticas. 1
El movimiento Azul haba hecho ex ' ;ito ~u objetivo poltico de
luchar por la normalizacin constitucio al proclamada en el
co~unicado 150 de su comando. Ese comu c' o, !redactado por
Maria-no Grondon~ y el coronel Aguirre, exi , a, a crnvocatoria a
eleccio: nes libres, sostena que las Fuerzas Ar q s ~ deben
gobernar y si someters~, al pode: civil, ~arantizar este p :.cto
constituci?n~l y la in-corporacion a la Vida nacional de todos lo
se tores autenticamente argentinos. 17 Este texto era una noveda ;
a q e, hasta ent~nces, los conflictos militares haban invocado ra
o: es e orden estrictamen-te castrense. "Aquel comunicado 150 c q
un~ ilusin musical entre el infernal estallido de los proyectiles d
p rados por los caones, el estallido de las bombas arrojadas por la
a ~ ac~~n naval y el siniestro chirrido de las cremalleras de los
tanq s' de agdalena. En medio del fragor entre azules y colorados,
l : om cado precisaba una posicin que sugera la sntesis ideol i q e
desde haca mu~h.o tiempo esperaba el pueblo argentino ( .. )no
fueron pocos los dm-
. 1 . L' gentes sindicales que se dieron a la tare , e
c0murncarse con opez
l I 1, . . b Aufranc, el jefe de los blindados ( ... ) 1s mas
optirmstas traza an
una semejanza entre l y el legendario z; rrd del
desierto>> alemn,
. 16. Roth, Roberto: Los aos de Ongana, Bu 1980, pg. 23.
17. Grondona Mariano: "Por qu escrib e de 1969.
d Aires, Ediciones La Campana,
c
1
mlcado 150", Extra, octubre 1
'1
mariscal Rommel", afirma Gazzera. 18 Sin embargo, esta
preocupa-cin de los legalistas por la bsqueda de una salida
democrtica ha-bra de tener corta vida. Los nuevos enfrentamientos
de abril de 1963, esta vez, entre la Marina y el Ejrcito,
terminaron por con-vencer a los Azules de que la empresa democrtica
estaba plagada de amenazas y se pronunciaron a favor de la
proscripcin del peronis-mo. La frmula Matera-Sueldo fue proscripta
a ltimo momento y la candidatura de Vicente Solano Lima, un
dirigente -conservador que haba abandonado su partido para
acercarse al peronismo, ter-min en la dispersin del voto de
peronistas y frondizistas hacia las dos ramas del radicalismo.
Cuatro aos despus, Ongana habra de ser el titular indiscutido
del nuevo gobierno instalado por las Fuerzas Armadas, "favorecido
por su parquedad, probada decisin y alto prestigio entre los
Azu-les" .19 La imagen de Ongana, hombre fuerte de un ejrcito
profe-sional, defensor de la legalidad y comprometido con la forma
de go-bierno constitucional, haba ganado popularidad. La "doctrina
de Westpoint", que el general Ongana haba expuesto en 1965, en
oportunidad del discurso que pronunci como invitado en la Acade-mia
Militar de Westpoint, contribuye a explicar las nuevas ideas de la
seguridad nacional que cobraron fuerza en la corporacin castren-se.
En la formulacin de la "doctrina de Westpoint" se advierte la
presencia del escenario internacional modificado por la Revolucin
Cubana. Estados Unidos ya no cuestionaba las soluciones
autorita-rias, por el contrario, estaba dispuesto a apoyarlas para
combatir al peligro comunista en Amrica Latina. De acuerdo con la
doctrina de la Seguridad Nacional abrazada por Ongana, las Fuerzas
Armadas argentinas deberan defender la legalidad hasta un cierto
lmite: ese lmite estaba fijado en el momento en el que el libre
juego de las ins-tituciones constitucionales amenazara las
instituciones fundamenta-les de la Nacin y su estilo de vida
occidental y cristiano.20 Desde es-
18. Gazzera, Miguel, en Andrew Graham-Yooll: Tiempo de tragedia.
Cronologa de la Revolucin Argentina, Buenos Aires, Ediciones de la
Flor, 1972, pg. 9.
19. Gazzera, Miguel, ob. cit., pg. 9. 20. Las relaciones de los
militares argentinos con el sistema militar americano
no eran particularmente calurosas, sobre todo si se toma como
punto de compara-cin las relaciones que Brasil mantuvo con ese
sistema. Los militares argentinos no slo no haban participado junto
a Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial,
-
ta perspectiva, los militares legalistas tendran derecho a
intervenir cuando entendieran que la situacin les reclamaba
defender a la Constitucin. Cuando ste fuera el caso, ellos habran
de ser los ar-tfices del nuevo orden. Esta doctrina, que
desdibujaba los mbitos de competencia militar y civil, vena a
servir al propsito que haba inspirado a la tradicin nacionalista y
catlica de las Fuerzas Arma-das, de crear la sociedad ordenada,
jerrquica y corporativa, que el lenguaje eclesistico denomina
integrismo. La misin de "brazo ar-mado de la Constitucin"
presentada por Ongana en Westpoint, era tambin una empresa
religiosa. Los Cursos de la Cristiandad a lo lar-go de los ltimos
quince aos haban enriquecido esta concepcin, cuyas races ideolgicas
se hunden en el pensamiento conservador del siglo XIX de filsofos
como de Maistre y de Bonald. Los milita-res "cursillistas" se
sentan convocados para una cruzada en defensa del orden cristiano
amenazado por el comunismo, aunque el pero-nismo haba sido
decididamente anticomunista. Coherente con este objetivo, buscaron
constantemente entre sus cuadros al caudillo.re-volucionario que
pudiera plasmar una suerte de paternalismo autori-tario capaz de
conducir a las masas trabajadoras, pero sin darles nin-guna
participacin en el poder. Para ellos, la -democracia era un
pe-ligro, un fenmeno de igualdad social y mandato mayoritario que
de-sembocaba necesariamenti: en la demagogia. La experiencia
peronis-ta les haba dado pruebas de que no se equivocaban. Una
dictadura benvola, en cambio, habra de hacer realidad sus
aspiraciones de disciplinar a las masas trabajadoras mucho mejor
que un gobierno sometido a los avatares de las elecciones.
sino que hicieron manifiesta su simpata por la Alemania nazi y
la Italia fascista. Acogieron con frialdad la victoria de los
aliados. Recin en 1949, Pern decidi unirse al campo de los
vencedores y ratificar los tratados de Ro (1942, fundacin del TIAR)
y de Bogot (1948, creacin de la OEA). Argentina fue el ltimo pas
la-tinoamericano en firmar un acuerdo bilateral con Estados Unidos
para ingresar en el programa de ayuda militar (1964) y por lo
tanto, el ltimo en recibir una misin militar americana. Tambin fue
el primero en independizarse de ese programa pa-ra comprar
armamentos en Europa en el marco del "Plan Europa" de 1967,
duran-te el gobierno de Ongana. La influencia militar europea tena
larga data. Las Fuer-zas Armadas argentinas mantuvieron un estrecho
y permanente contacto con las Fuerzas Armadas francesas, que les
aportaron la estrategia de la guerra contrarre-volucionaria
ensayada en Argelia.
Circularon rumores, no probados, de que Ongana era cursillis-ta.
Fuera esto cierto, o no, las ideas del cursillismo, bajo la
influen-cia ejercida por el padre Grasset, propiciaron una mstica
mesinica que ti la gestin de Ongana. La teora de las fronteras
ideolgi-cas, a la que Ongana adhiri en un discurso pronunciado en
Brasil, poco despus de su estada en Westpoint, otorgaba un nuevo
signi-ficado al nacionalismo: la nacin no es slo un territorio a
defender contra las fuerzas armadas extranjeras, es un conjunto de
valores, creencias, instituciones y una religin. La misin de los
militares se inscriba as en una poltica continental que era,.a la
vez, una cruza-da religiosa en defensa de los valores occidentales
y cristianos. Mientras el contexto internacional contribua a dar
dramaticidad a la lectura que de la realidad hacan los militares,
la realidad local se encargaba de estimular esos temores. Un primer
foco guerrillero en la provincia de Salta, en 1963, pareci
confirmar la idea de que el fantasma de otra Cuba se cerna sobre el
pas.
La imagen de Ongana creci en popularidad apoyada en una
propaganda eficaz. El golpe militar en ciernes revesta un carcter
benigno, capaz de atenuar las consecuencias de cambios percibidos
como peligrosos. Su misin tambin habra de ser novedosa respec-to de
la tradicin de golpes militares: tena que terminar con lo que se
denominaba una "legalidad falaz", restaurar la unidad nacional
perdida por el imperio de las pasiones que dividan a la sociedad
ar-gentina y modernizar el pas; requisitos indispensables para el
logro del bienestar general y de lo que los militares denominaron
una "au-tntica democracia representativa". Esta empresa no tena
plazos, slo objetivos. Desalojar a Illia del poder no era solamente
desacti-var un riesgo grave de izquierdismo o de populismo,
encarnado en el peronismo y en una nueva izquierda formada en la
revalorizacin del peronismo y el impacto de la Revolucin Cubana .
.Era, adems, el camino para poner en marcha un nuevo proyecto que
reemplaza-ra al caduco puesto en marcha a fines del siglo XIX . El
"Mensaje de la Junta Revolucionaria al Pueblo Argentino" lo deca
expresamen-te: "Hoy, como en otras etapas decisivas de nuestra
historia, las Fuerzas Armadas, interpretando el ms alto inters
comn, asumen la responsabilidad irrenunciable de asegurar la unin
nacional y po-sibilitar el bienestar general, incorporando al pas
los modernos ele-mentos de la cultura, la ciencia y la tcnica, que
al operar una trans-
-
furmacin substancial, lo siten dond \ clesponde por la
inteli-gencia y el valor humano de sus habi a
1
test la riqueza que la pro-videncia deposit en su territorio".
1
El general Osiris Vtllegas, uno de 1 s efe militares del golpe,
que poco ~espus hab.ra de ocupar la Seer ta ~a ; el ~o~sej~
Naciona~ ~e Segundad, orgarusmo clave en el nue ; sefo
mst1.tuc1onal, escnb1a entonces: "Estamos viviendo la finaliz ci'n
qel perodo de transicin del pas agrcola-ganadero, de estruc ;
arrhnica dependiente, ha-cia el pas industrializado". Y agregab :
:'N9 puede trazarse una po-ltica fundada en el inters nacional si 1
se reconoce la situacin ar-gentina de pas en vas de desarrollo. 's:
e e~ un concepto econini-co que hace al tipo de estructura de p
o
1
ucln que tiene el pas. La
poltica fundada en el inters nacional supone el esfuerzo
acelerado para transformar esa estructura de produccin en una
siinilar a la de las sociedades industriales. Exige la construccin
de la industria bsi-ca, la promocin de las actividades de la nueva
revolucin industrial, de la energa nuclear, la electrnica o la
ciberntica. Reclama la revo-lucin tcnica del campo. Supone,
simultneamente, un gran esfuer-zo tecnolgico que coordine los
esfuerzos de la universidad, las em-presas y el Estado en la tarea
de la modernizacin". 21 La empresa del cambfo habra de compaginarse
con la entrada de capitales extranje-ros en esta nueva versin del
nacionalismo, decidida a combatir el atraso para defender, corno lo
haban hecho las intervenciones mili-tares anteriores, los valores
occidentales y cristianos. Osiris Villegas desarroll la que habra
de ser la versin ms completa de la doctri-na de la Seguridad
Nacional, cuyos aspectos principales fueron incor-porados al Acta
de la Revolucin Argentina y al Mensaje de la Junta Revolucionaria
al pueblo argentino del 28 de junio de 1966.22 En Po-lticas y
estrategias para el desarrollo y la seguridad nacional se
encuentran todos los ternas clsicos de las dos ramas de esa
doctrina, el desarro-llo econinico y la seguridad. En la versin de
este idelogo, aparece una singularidad respecto de otras
experiencias latinoamericanas, co-rno la de Brasil y la de Chile.
La seguridad se concibe subordinada al desarrollo econinico. Esto
explica que el nexo entre la doctrina de la Seguridad Nacional y la
estrategia del gobierno inilitar haya sido ms dbil que en Brasil y
da cuenta de gran parte de los conflictos que habra de enfrentar
Ongana dentro de su gobierno. La seguridad, desde esta perspectiva
era un proyecto a alcanzar, "un estado espiri-tual", como habra de
definir Ongana a la revolucin. El pueblo nunca aparece del todo
distanciado del horizonte de los militares y es, por el contrario,
un elemento de referencia obligado en sus ambicio-nes polticas.
21 Villegas, Osiris: Polticas y estrategias para el desarrollo y
la seguridad nacional, Buenos Aires, Pleamar, 1969, pg. 136.
22 El Acta de la Revolucin Argentina describe un estado de
desintegracin to-tal de la Nacin en trminos que evocan "el borde
del abismo": "Todo ello ha crea-do condiciones propicias para una
sutil y agresiva penetracin marxista en todos los campos de la vida
nacional, y suscitado un clima que es favorable a los desbordes
extremistas y que pone a la Nacin en peligro de caer ante el avance
del totalitaris-mo colectivista".
-
En la nueva funcin de las Fuerzas Armadas, ahora definida como
"reserva para el cambio'', no haba lugar para los partidos
polticos. Pareca, en cambio, posible construir las bases de un
nuevo modelo poltico a travs de la incorporacin de los nuevos
actores surgidos del proceso de modernizacin del capitalismo
iniciado en 1959, cuyos impactos entendan que era necesario
atenuar. Esta integracin deba ser decidida por una conduccin
autoritaria y centralizada para garan-tizar la eficacia de la
operacin. Este punto de partida se asemejaba al emprendido por los
militares brasileos tras el derrocamiento de Goulart, en 1964, y ms
claramente aun, bajo el gobierno de Garras-tazu Medici.
Las cualidades de eficacia y profesionalidad, anunciadas como
dis-tintivas de la elite militar, la convertan en el actor
privilegiado para llevar a cabo los cambios que el pas reclamaba.
La intensidad de la campaa psicolgica mostr su xito en la
construccin del mito de la eficacia que moviliz a una opinin pblica
carente de fe en la de-mocracia. La imagen de Ongana, conductor del
anhelado cambio de estructuras, se confeccion a la medida de los
diagnsticos que se hi-cieron de la crisis previa al golpe y de las
estrategias diseadas por sus asesores civiles para solucionarla.
Difundida por medios tan eficaces como el semanario Primera Plana~
esa imagen contrastaba con la del presidente Illia, smbolo de la
inoperancia y de la decadencia. Illia deba dejar el paso a un
hombre de accin, una vez ms, a un hom-bre de armas, capaz de torcer
el rumbo de la historia y conducir a la Argentina a lo que
consideraban "su seguro destino de grandeza". Que ste era el
destino del pas quedaba asegurado por la solidez con que dos mitos
originarios resistieron el paso del tiempo. El mito de un \?as
superdotado en riq_uezas, de un pas excepciona\, hi1o dilecto O.e
\a \?roviG.encia, natura\ o G.ivina, y e\ mito, menos virtuoso, O.e
un pas "decidible" en el plano poltico, infinitamente dispuesto a
ser reorganizado desde arriba por un poder que tuviera la voluntad
y la audacia necesarias para hacerlo. Tulio Halperin Donghi, con su
ha-bitual agudeza, describi la genealoga decimonnica de este
mito
l. . . 23 estata ista y sus vanantes, en un importante
ensayo.
23. Halperin Donghi, Tulio: "Una nacin para el desierto
argentino", en Tulio Halperin Donghi (comp.), Proyecto y construccn
de una Nacin, Caracas, Editorial Ayacucho, 1980.
t' !
\ 1
Qu imagen del general Ongana evocan los testimonios de quienes
fueron funcionarios de su gobierno? Ongana aparece como un
presidente para el que la tarea principal de su mandato era la
fis-calizacin de los actos de gobierno; un hombre que "digera
infor-macin un poco como una computadora que est siendo
programa-da" -en las palabras de Roberto Roth-, a quien todos
llamaban se-or.24 Ongana restaba importancia a la extraccin social
o las ideas; era austero por hbito -su nico vicio conocido era el
consumo de cigarrill~s- y parco en el decir, "impenetrable poco
capaz de pene-trar a los dems", segn lo describi el doctor Dardo
Prez Gui-lhou.25 Estos rasgos poco acercan su imagen a la del
caudillo anun-ciado por Mariano Grandona en Primera Plana.
Inseguro, tenso -"era un cuerpo que estaba en guardia( ... ) un
cuerpo en tensin" es-cribe Roth-,26 desconfiado, mantena siempre
distancia. Nunca tu-teaba a los funcionarios, ni siquiera a los
generales amigos. Antes bien, la imagen que devuelve este catlico
militante, clebre por sus silencios, es la de alguien al que las
circunstancias le atribuyeron un papel que estuvo lejos de poder
desempear con xito: un dspota frustrado? Pern, desde el exilio,
pareci...,90mprenderlo as cuando se preocup en anunciar que "un
conducfor poltico es una cosa y un conductor militar es otra( ... )
tengo la impresin de que (Ongana) es un buen soldado". Se dice que
Ongana nunca nombr a Pern. Dar-do Prez Guilhou record que, siendo
ministro de Educacin, el ge-neral Franco le pidi que le comunicase
al presidente Ongana una felicitacin y un consej9. Felicitacin por
nunca nombrar al general Pern; consejo: no hacerlo, porque si lo
nombraba, Pern habra de volver. Curiosa profeca destinada a
realizarse.27
_Lder mesinico, como lo definieron no pocos analistas'?,
_rbi-tro entre corrientes encontradas, como lo presenta Roth'?
Ninguna de las dos imgenes parece ajustarse bien al hombre que fue
Onga-
24. Roth, Roberto, Los aos de Ongana, ob. cit., cap. 6. Roberto
Roth se desem-pe corno secretario legal y tcnico de la
Presidencia.
2 5. Entrevista al doctor Dardo Prez Guilhou, sostenida en julio
de 1998. Dar-do Prez Guilhou fue ministro de Educacin, reemplazante
del doctor Astigueta en el gabinete que se form despus del
Cordobazo, en junio de 1969.
26. Roth, Roberto, ob. cit. 27. Entrevista de julio de 1998
(vase nota 25).
-
1
na. Ni lder mesinico, ni poltic eg~ciador. Tal vez, la imagen
que mejor lo refleja es la de su Ueg d: e~ carroza a la feria anual
de la Sociedad Rural: un monarca qu s; muestra ante sus sbditos
pa-ra que sepan de su real existencia 1 : obtdezcan por el imperio
de su sola presencia? 1
La idea de la poltica como sin i o ' e discordia, de amenaza a
una unidad nacional que deba que a i al ibrigo de la penetracin de
ideas forneas, no estaba confinada al1 mpito del imaginario militar
de la poca. Acaso Espaa no hab a : oguado vencer al comunismo
mediante la aplicacin de un rgim n] no ~emocrtico? Desterrar la
poltica del gobierno y unificar el 1 o en un presidente, al que
ci-viles y militares debieran obedienc a, ap+eca como el mejor
ant-doto para detener un proceso que su~a, ante todo, como freno a
la modernizacin del pas y, por es, ra~n, dejaba indefensa a la
nacin ante el peligro del comuni : o. El general Ongana era el
hombre que vino a cumplir una n' irl que muchos queran ver
realizada y en aras de esa meta esta a ' disbuestos a disimular su
sor-prendente carencia de ideas sobre 1 1 ;: o que debera darse a
un pas que suponan a la deriva. El p o ect a realizar era ms
dificil de definir que los rasgos del caudill :nea gado de
conducirlo. Nin-
, , , 1 gun mteres concreto, nmguna vmc cioljl precisa con
sectores eco-nmicos, slo una proclamada voc cn para conducir a la
Nacin hacia su "destino de grandeza", e a'. lod atributos que
situaban a Ongana en el papel de conductor, d : tadb de una
aparente libertad absoluta para elegir a sus colaborad r; s ehtre
los mejores tcnicos y decidir sobre las polticas pblicas in otrb
lmite que el que l mis-mo se autoimpusiera. No obstante c 1 md lo
recuerda Adolfo Cani-trot, "el presidente nos confes q e: o poda
tocar los privilegios previsionales de las Fuerzas Arm : ".2j Esta
imagen se concilia mejor con la de un hombre sin ex r en
-
cipacin, Ongana se aventur a imaginar la Revolucin como "un
estado espiritual". No obstante, fue el "estado espiritual" de la
d-cada el que hizo del general Ongana el hombre a la medida de las
aspiraciones de cambio, antes que las virtudes que este hombre
pu-diera exhibir.
Las ansiedades del momento, exacerbadas por la nueva
sensibili-dad hacia el cambio y las promesas que ste encerraba,
estimularon en sectores de la izquierda y de la derecha del arco
poltico una vi-sin de Ongana como alguien capaz de ser continente
de atributos asociados a empresas muy dismiles, por necesidad o por
vocacin. A ello se agregaba el hecho de que el gobierno del
presidente Illia se acercaba a un desenlace que nadie imaginaba
distinto al del gobier-no de Frondizi, y no haba otro lder militar
suficientemente respe-tado dentro y fuera de las Fuerzas Armadas,
sea para bloquear el se-guro ascenso del peronismo, o bien
encabezar una dictadura progre-sista, como lo imaginaron los
sectores nacionalistas de la izquierda.
3. La Revolucin Argentina
La denominada "Revolucin Argentina" fue diferente de todas las
experiencias golpistas que la precedieron. El poder del Estado se
convirti en un objetivo militar, era el instrumento para salir del
atraso e insertar al pas en el mundo. Las Fuerzas Armadas, a travs
de sus comandantes en jefe, asumieron la representacin del pueblo y
se dotaron de un estatuto que reserv a la Junta Revolucionaria el
derecho de designar al presidente y depositar en l todos los
pode-res polticos del Estado. La Corte Suprema de Justicia fue
removi-da y los nuevos miembros juraron con la frmula
revolucionaria. El presidente reuni las funciones legislativas y
ejecutivas en sus ma-nos. La centralizacin del poder, conforme a la
lgica revoluciona-ria, disolvi la estructura federal del Estado.
Los poderes polticos provinciales pasaron a ser una prolongacin
natural de la funcin presidencial.
Cun poderoso result ser el presidente investido de estos
po-deres? En su discurso del 6 de julio de 1966, dirigido a las
Fuerzas Armadas, Ongana se preocup por dejar en claro que la
autoridad presidencial no poda ser compartida y por lo tanto, la
suma del po-
Juan Carlos Ongana en la tapa de Primera Plana.
-
der pblico habra de estar en sus ma o ,. L 1 funcin que la
"Revo-lucin Argentina" asignaba a los milit e: eJ la de garantes
del nue-vo rgimen; una empresa que les exig a : arltenerse
apartados de la funcin pblica: "La cohesin de nu s ' as
bstituciones, que hizo posible este acto histrico trascend : 1 debe
constituir nuestra preocupacin permanente, porque es ; xlma garanta
del esfuer-zo que inicia la Repblica. Protegere o: es1 unidad,
substrayndo-la del desgaste que supone el ejercici d: la !funcin
pblica".
En nombre de la "doctrina de Wes :int'j, Ongana reivindic su
libertad de formar un gobierno con
1
ioqarios civiles, sustrados del control de las jerarquas militar
s. i sin] embargo, fuera de su prestigio personal, su nica base de
u: tentacin eran las Fuerzas Armadas. Crea Ongana que podra i ' ipf
ar a los generales, co-mo lo haba hecho con las tropas baj s 1 m
ndo, y privarlos de to-da injerencia en el gobierno, sin des e tar
un peligroso malestar? Haba ganado la lucha por la preside ci
1
, Ptro una vez en ella, co-menzaba otra, para la cual pronto mo
tJ.i' ql!ie no estaba preparado.
Suprimidos los partidos, el reclu a , et,o de los funcionarios
combin criterios tcnicos e ideolgi o': la ayora eran catlicos,
todos anticomunistas, se defuan "ap ': cos.' y se abrevaban en
ver-tientes que cubran el nacionalismo c n :erv~dor y el ms
progresis-ta en temas sociales; haba entre ellos ~ ori~arios y ms
moderados en el plano poltico. 29 Como lo adver 'a: las editoriales
de la revis-ta Crite~io,, e~ declarado ~~a~tidismo e ;10~ !miembros
del gabinete no era smommo de apolit1c1smo y las t nsubnes a la
hora de tomar decisiones habran de salir a la luz. 30
29. Integraron el gobierno varios de los de El Ateneo de la
Repbli-ca, asociacin creada en setiembre de 1962 p r . un grupo de
ciudadanos preocu-pados por la suerte de la Repblica" para con ib.
r }solucin de la crisis argen-tina mediante la difusin de toda
palabra aut i~ da obre los urgentes problemas nacionales del
presente. La heterognea comp s~ in de El Ateneo se reflej en el
gobierno de Ongana. Nacionalistas tradicio li tas orno Mximo
Etchecopar y desarrollistas como Mario Amadeo y Ral Pui b: ,
iluptran las diferentes vertientes del nacionalismo catlico. Para
un anlisis de la.com,osicin de esta asociacin y de los miembros que
formaron parte del gob" r 1 o d Ongana, vase Selser, Gre-gorio: El
Onganiato, ob. cit., pgs. 18-39.
30. Botana, Natalio; Braun Rafael y Flo a, 1Carlos: El rgi11ten
11tilitar, 1966-1972, Buenos Aires, Ediciones La Bastilla, l 3: pgl
20.
"" 1
1 1 1
Pronto se advirti que el gobierno no tena una idea clara de c-mo
llevar a cabo un proyecto tan ambicioso como el que anunciaba. El
presidente reclamaba que se le concediera tiempo para ofrecer
realizaciones tangibles. El nombramiento del ministro de Economa
fue una seal clara de la estrategia de Ongana. El doctor Nstor
Sa-limei, un joven y exitoso empresario en el comercio de
oleaginosas, ocup el cargo. Catlico practicante, se apresur a
declarar que ejercera su funcin "sin entrar en poltica". La lealtad
hacia el pre-sidente era su carta de presentacin, y la garanta para
Ongana de que el poder no escapara de su control. Pero esta
circunstancia de-terminaba su debilidad; no tena otro apoyo que el
que pudiera ga-narse a travs de una gestin exitosa. El ingeniero
Alsogaray, nom-brado embajador en Estados Unidos, vio as frustrarse
su anhelo de ocupar nuevamente ese ministerio. Era un hombre
demasiado influ-yente para desempearse en la conduccin econmica
-hermano del general Julio Alsogaray, jefe del Primer Cuerpo del
Ejrcito, hombre con actuacin poltica destacada y aguerrido defensor
del li-beralismo econmico- y estos antecedentes, sin duda, pesaron
en la decisin de Ongana, quien comprendi que nombrarlo en ese
car-
Ongana lee su primer mensaje: "Conciliacin y reconstruccin".
-
go era quedar a su merced en un rea estratgica de gobierno.
Sali-mei era un recin llegado a la poltica con el nico mrito
conocido de ser un self made man. El ministro "exudaba confianza",
afirma Roth, y prefiri colaboradores extrados de sus empresas en
cuya lealtad poda confiar. 31 Los empresarios pretendan que el
nuevo ministro fuera un vocero confiable de sus intereses y
orientaciones, pero la consigna de "crear trabajo'', levantada por
Salimei, y las su-puestas buenas relaciones que mantena con el
sector del sindicalis-mo proclive a negociar con el gobierno, slo
podan acrecentar la incertidumbre que despertaba un presidente para
quien el proyecto de su gobierno era "un estado espiritual".
Salimei eligi a sus colaboradores entre tcnicos jvenes, la
ma-yora de los cuales se haba formado en el exterior a comienzos de
la dcada, pero no tenan un programa en comn, a lo sumo intencio-nes
compartidas. Seleccionados por su perfil profesional, sin
expe-riencia de gobierno, "no eran monetaristas ni provenan de la
Es-cuela de Chicago", sostiene Eduardo Zalduendo.32 El
nombramien-to de Felipe Tami en la presidencia del Banco Central,
decidido par-tidario de una concepcin estructuralista de la
inflacin, despert inquietud entre los defensores del monetarismo y
extendida alarma entre los grandes empresarios. Tami propugnaba un
combate gra-dual a la inflacin mediante un pacto social entre
empresarios y tra-bajadores, la reduccin progresiva del dficit
fiscal y ajustes peridi-cos en el tipo de cambio. Coherente con una
visin estructuralista, desde el Consejo Nacional de Desarrollo se
intent establecer los li-neamientos para la planificacin del
desarrollo econmico. Las dis-putas entre Tami y Salimei reflejaron
las presiones a las que el mi-nistro estaba sometido y el rumbo
incierto que impriman a su ges-tin. Tras el consenso sobre los
objetivos revolucionarios subyacan desacuerdos sobre la orientacin
de la poltica econmica. Los de-fensores de una estrategia
desarrollista identificada con el naciona-lismo econmico y
partidarios de un enfoque gradualista de la infla-cin, y los
liberales, decididos a eliminar la inflacin en forma drs-
31. Roth, Roberto, ob. cit., pg 50. 32. Entrevista sostenida con
el doctor Eduardo Zalduendo en setiembre de
1998. Vanse tambin las declaraciones de Zalduendo a la revista
I11dito, Buenos Ares, 23 de noviembre de 1966, ao I, n 7, pgs.
13-14.
1
1 l' 1 1
Dr. Nstor Salimei, primer mi11istro de eco11oma de Ongana.
tica y reducir la presencia del Estado en la economa, pugnaban
por imponer su estrategia. La confusin creca ya que las revistas
repre-sentativas del nacionalismo de derecha en lo poltico se hacan
eco de las posturas estructuralistas defendidas por el presidente
del Ban-co Central. Pronto se puso de manifiesto que Salimei no
lograba imprimir un rumbo a la economa y mantenerlo.
Se planteaba as una de las cuestiones crticas para afirmar la
au-toridad de Ongana, la referida a su relacin con los grupos
econ-micos poderosos. La otra cuestin, no menos decisiva, habra de
ser la autonoma del presidente de la Nacin respecto de las Fuerzas
Armadas. Ongana no se cansara de proclamar en cuanta ocasin se le
presentaba que "las Fuerzas Armadas no gobiernan ni cogobier-nan";
sin embargo, en la medida en que fueron creciendo las inquie-tudes
de 'la jerarqua militar sobre la marcha de la Revolucin, la
-
sorda lucha interna fue viendo la !u . : J una aspiracin de
Onga-na que fruto de una voluntad pres i
1 de1te por parte de los altos
mandos militares, inicialmente en n :comps de espera, el crdito
otorgado pronto fue retaceado. 1 I '
La sancin de una ley que oblig b a lbs trabajadores y ala
pa-tronal a someterse al arbitraje oblig t
1 rio\del Poder Ejecutivo Na-
cional en todo conflicto laboral en l ' ue no hubiese acuerdo
entre las parte~, fue vista como promisori : ~ 91 empresariado.
Empero, otras acc10nes desalentaban las exp c~ tlvfs del sector. El
esfuerzo del gobierno por promover la firm d 1 nuevos convenios
salariales en condiciones satisfactorias para lo 0
1
1 re~rs de las industrias meta-
lrgicas y textiles, que habra de cu nar con la homologacin de
los convenios de la Unin Obrer et lrgica y la Asociacin Obrera
Textil, corrobor la ambig d' d *la gestin. Los empre-sarios
pretendan que se fijaran top s 1 ala iales, o bien que se
con-gelaran los salarios incluso al precio d 1 la tervencin o la
disolu-cin de los sindicatos en los casos q e e~n necesarios. Las
medi-das fueron consideradas como un re ef d la debilidad
presidencial frente al sindicalismo y alimentaron o pe, has sobre
cul habra de ser el papel que Ongana esperab '. torkar a las
organizaciones obreras en el nuevo rgimen. En to o 1 enbral
poderoso, no dejaba de rondar el fantasma de Pern, qu a: arJ si
surgiera un nuevo Pe-rn era la pregunta que desvelaba a reJarios y
jefes militares. El subsecretario de Tr~bajo, Jos~ ,Tan_i t1 n~~.
conti:"ibu~a .alimentar ese malestar con su mtervenc1on d1r c~ erl
las puJas smd1cales.
Sin embargo, el mundo sindical o : srtjvo en el centro de la
es-cena durante esta primera etapa. Lo i: ge4ios azucareros de
Tucu-mn, provi~c~a cuyo panoram: econ
1
ic~ ~ poltico ~ra consi~e~ado emblematico de lo que hab1a que r
.ad11ar en el pa1s, la admm1s-tracin pblica y las universidades n
ci: ndes fueron los principales objetivos del gobierno. En los tres
c s s sel busc afirmar la autori-dad presidencial a rajatablas,
pero l q e e logr fue erosionar el prestigio inicial del
presidente.
En un contexto signado por la b jaj pr ductividad del principal
producto de la economa tucumana, l : z ar, y de reduccin de los
subsidios con que el Estado naciona h ba protegido a la industria
azucarera, la crisis de sobreproducci ni de 1965 haba desatado los
conflictos sociales latentes. El paisaj s cial de Tucumn
contrasta-
.. ->J .....
r 1
I'
1
1
ba por la intensidad de los enfrentamientos-con el resto del
pas. EJ 1965, el gobierno de Illia haba optado por no subvencionar
una produccin que superase en un 50 por ciento el promedio del
quin-quenio 1960-1964. Los conflictos entre industriales y
agricultores caeros, caeros y trabajadores del surco, industriales
y obreros, y de todos contra el Estado nacional, se multiplicaron a
partir de en-tonces. A la suspensin de pago de los jornales y de la
caa entrega-da a los ingenios, se sum la crisis de la administracin
provincial. Los pagos de los salarios a los empleados pblicos se
atrasaron y se sucedieron los paros, las tomas de ingenios, las
manifestaciones en las calles y el corte de las rutas.
Al poco tiempo de entrar en funciones, el Dr. Salimei limit la
produccin de caa de azcar en un 70 por ciento respecto de 1965,
intervino ingenios y descarg el peso del ajuste en los pequeos
pro-ductores minifundistas y en los obreros de los ingenios ms
inefi-cientes. La resistencia social ces. Los sindicalistas de la
FOTIA, el gremio de los trabajadores azucareros ms radicalizado
antes del golpe militar, colaboraron con el gobierno en la solucin
del pro-blema de los trabajadores cesantes. Haban dado una prueba
de con-fianza a Ongana al declarar que "no se oponan a cambios
funda-mentales siempre que se hicieran gradualmente".33 Mientras el
go-bierno se ufanaba del xito del "Operativo Tucumn", la corrupcin
que acompa al proceso de cierre y venta de ingenios en la que el
propio Salimei qued involucrado, erosion la credibilidad del
mi-nistro. La Ley 17 .163 que fijaba los cupos de la produccin
azuca-rera no se respetaba bajo el pretexto de proteger las fuentes
de tra-bajo. La fabricacin y comercializacin "en negro" del azcar
favo-reci a empresas econmicamente no viables e hizo posible el
enri-quecimiento de sociedades de comercializacin colaterales.34
Mal poda afirmarse Ongana como el hombre de autoridad que la
cam-paa psicolgica haba perfilado, si no era capaz de asegurar el
cum-plimiento de las leyes ni desterrar el patrn perverso de
aprovecha-miento del Estado para fines particulares. El mundo de
los negocios se colaba en el gobierno y esta primera muestra pona
de manifies-
33. La Gaceta, 2 de agosto de 1966. 34. Murmis, Miguel; Sigal,
Silvia y Waisman, Carlos: "Tucumn arde", Cuader-
nos de Marcha, Montevideo, n 27, julio de 1969, pgs. 43-49.
-
to que la decisin de suspender el sistema poltico para poner al
Es-tado al abrigo de las presiones sectoriales, era ilusoria. La
denomi-nada ley de "rehabilitacin de empresas", conocida tambin
como la ley "Siam Di Tella", ejemplifica el sesgo de las polticas.
Esta em-presa se haba sobreexpandido y contrado una deuda sideral.
Sa\i.-mei proyect la ley que consolidaba la deuda de sta y de otras
dos-cientas de capital nacional, y Ongana la sancion. El conflicto
sur-gi a propsito de la reglamentacin de la ley. El problema
consis-ta en determinar criterios objetivos y parejos para todas
las empre-sas que se encontraran en esa situacin y un sistema
automtico de acogimiento que acordase a todas las mismas
facilidades, con los mismos plazos. Sin embargo, Salimei opt por un
sistema donde el caso de cada empresa iba a ser considerado por
separado, con crite-rios flexibles, lo que dejaba un am,plio margen
para la discrecionali-dad. El conflicto no pudo resolverse bajo la
gestin de Salimei, pe-ro se impuso su criterio bajo la gestin de su
sucesor, Krieger Vase-na. De este modo, el Estado aportaba al
sostenimiento selectivo de la empresa privada. La denominada con
irona ley ALPI - remedan-do la sigla de la asociacin de ayuda para
las personas incapacitadas-con el argumento de la preservacin de
las fuentes de trabajo, favo-reci selectivamente a los
empresarios.
Kreger Vsena, ministro de Economa que ya baha fonnado parte del
gabinete de Aramburu.
A un mes de la instalacin del gobierno, las universidades
nacio-nales fueron intervenidas. El 29 de julio se suprimi la
autonoma de las universidades pblicas y stas pasaron a depender del
Minis-terio del Interior, rea que junto a Educacin, Justicia y
Comuni-caciones, haba quedado a cargo del doctor Enrique Martnez
Paz. El gobierno adujo que haba que poner fin a la infiltracin
marxis-ta y a la agitacin estudiantil. En 1946, un mes despus de la
victo-ria electoral de Pern, la misma medida haba recado sobre las
uni-versidades argentinas. Como entonces, un nmero considerable de
profesores renunciaron para evitar ser vctimas de la purga que se
descargara nuevamente sobre las universidades. Muchos de ellos
optaron por el exilio y la fuga de cerebros encamin a los
cientfi-cos "indeseables" hacia los centros de estudios de Europa,
Estados Unidos y Amrica Latina.
El activismo estudiantil protagonizado por alas juveniles del
Par-tido Comunista y sus diversas escisiones y por agrupaciones de
iz-quierda de variados orgenes, que comprendan facciones
despren-didas del viejo Partido Socialista, el trotskismo y el
socialismo na-cional, era un elemento particularmente irritante
para el nuevo or-den que Ongana quera implantar. Sin embargo, a
pesar de las de-
"La nqcbe de los bastones largos". Desalojo de la Universidad de
Buenos Aires. Fue el comienzo de ta dispora acadmica argentina.
-
nonnaciones de las agrupaciones es di' les, slo reclutaban
uni-versitarios y profesionales. La resoluc ' ; del Consejo
Superior de la Universidad de Buenos Aires conden n o ei golpe fue
el detonante que apresur la reaccin. La universi a: , c~ntro de
modernizacin cientfica y cultural durante los prime o: an~s
posperonistas, era ju-risdiccin de los intelectuales y mbit : e que
tomaron la palabra en nombre propio. Hasta entonces no h b tenido
proyeccin po-ltica fuera de ese mbito acadmico, o\ o lb muestra
Silvia Sigal.35
El gobierno radical haba respetado 'uto~oma universitaria
im-puesta desde 195 5 y tolerado manife ta: io~es estudiantiles y
tomas de facultades. Esta concepcin, ajena lal tradicin del
peronismo, no se compadeca con la voluntad de ord n
1 Ji pas indisciplinado que inspiraba a Ongana. La violencia de
p~ gada contra los universita-rios habra de radicalizar los compor
:, erltos de la generacin de jvenes y favorecer la sus~tucin de 1 a
c~n~epcin de la a~tonoma, hasta entonces entendida como c
1 pr9rmso personal y libertad
cultural, por otra, para la cual todo es p : ltiCJ:a y se borran
los lmites entre la universidad y la sociedad. La t:. rvtcin y
abolicin del es-tatuto reformista culminaron en la pr
1 ra epresin policial masiva
1 . L I "L 1 . del gobierno: "La Noche de os Basto e, argos . os
go pes propi-nados a los ocupantes de la Facultad d: Ci~~cias
Exactas tenan un propsito ejemplificador y cumplier : u objetivo de
aislar la resis-tencia estudiantil. En agosto, el s :eri del
Interior disolvi la asociaciones estudiantiles. Un mes d p: s, la
represin de una ma-nifestacin estudiantil en Crdoba c ~, la primera
vctima. Santia-go Pampilln, estudiante universitari , ; e batido
por la polica en una manifestacin callejera. La op ' : p lica, que
haba recibido con indiferencia las medidas aplicada e, la
!universidad, fue conmo-vida por la ferocidad de la violencia r r;
sivt Por primera vez se ma-taba a un estudiante y este hecho se a 1
Pf eludio de la efervesc~ncia que ms tarde sacudira la vida v
;rsitaria del pas ante la mrra-da incrdula del secretario de Educ
ci' n Jt Cultura, Mariano Asti-gueta, un nacionalista con inclinaci
! acil el cambio radical, deci-dido a introducir la religin en la
en e
1 an+ y convencido d,e que el
nuevo estatuto universitario asegur a! 1 o den en las casas de
altos
3 5. Siga\, Silvia: Intelectuales y poder en la
Sur,l99l,~g.24~.
el sesenta, Buenos Aires, Punto
[,,
1
estudios. A l se atribuye la afirmacin de que "Argentina es el
ni-co pas del mundo que no tiene problemas estudiantiles".36
El desempeo del nuevo inspector, comisario Luis Margaride,
guardin moral de la ciudad de Buenos Aires, no dej dudas acerca de
las fobias en materia de sexo que dominaban al gobierno. Se
per-sigui a las parejas en las plazas, se multiplicaron las razias
a los ho-teles alojamiento, se clausuraron locales nocturnos y se
prohibi el uso de minifaldas y pantalones a las mujeres en las
escuelas y ofici-nas pblicas. Con la clausura de la revista de
humor Ta Vicenta, por entonces suplemento semanal del diario El
Mundo, se inici un ciclo de cierre de peridicos y revistas. Ta
Vicenta haba dibujado en su tapa una morsa con el epgrafe: "La era
de la morsa ha comenzado", una sutil analoga con los bigotes que
usaba el presidente realizada por el humorista Landr, sobre el cual
no pocos fantasearon que es-condan un labio leporino. Extraa imagen
la de este presidente que ocultaba deformaciones a la mirada de la
gente.
Ongana no dict una ley que regulara la prensa, se limit a
afir-mar en cuanta ocasin le pareci oportuna, que la prensa deba
ser responsable. La autocensura fue la respuesta de quienes se
acomo-daron al nuevo diseo del poder. Por otra parte, la
reglamentacin del habeas corpus y del recurso de amparo, orientada
a restringir drsticamente las libertades pblicas, provey el
instrumento legal con el que acallar toda disidencia. La Ley de
Defensa Nacional, dic-tada pocos meses despus, complet el panorama
de un Estado dis-puesto a reprimir cuando lo considerara
necesario.
Los servicios pblicos se convirtieron en otro de los blancos
ele-gido por el gobierno. El puerto de Buenos Aires, adujo el
gobierno, deba ser puesto en condiciones competitivas con el resto
del mun-do. En octubre se estableci un rgimen de trabajo que aboli
las prerrogativas de las que disfrutaba el sindicato. La huelga
portuaria fue sofocada con la presencia militar y el SUPA
(Sindicato nico de Portuarios Argentinos), intervenido. En
diciembre, le lleg el turno a los ferrocarriles. El gobierno dise
un plan para reestructurarlos, basado en el diagnstico de que el
exceso de personal era el factor responsable de la baja
rentabilidad. La Unin Ferroviaria y La Fra-
36. Potash, Robert: El Ejrcito y la poltica en Argentina:
1962-1973, Buenos Ai-res, Sudamericana, 1994, pg. 77.
-
nominaciones de las agrupaciones estudiantiles, slo reclutaban
uni-versitarios y profesionales. La resolucin del Consejo Superior
de la Universidad de Buenos Aires condenando el golpe fue el
detonante que apresur la reaccin. La universidad, centro de
modernizacin cientfica y cultural durante los primeros aos
posperonistas, era ju-risdiccin de los intelectuales y mbito en el
que tomaron la palabra en nombre propio. Hasta entonces no haban
tenido proyeccin po-ltica fuera de ese mbito acadmico, como lo
muestra Silvia Sigal.35
El gobierno radical haba respetado la autonorra universitaria
im-puesta desde 195 5 y tolerado manifestaciones estudiantiles y
tomas de facultades. Esta concepcin, ajena a la tradicin del
peronismo, no se compadeca con la voluntad de ordenar un pas
indisciplinado que inspiraba a Ongana. La violencia desplegada
contra los universita-rios habra de radicalizar los comportamientos
de la generacin de jvenes y favorecer la sustitucin de una
concepcin de la autono-rra, hasta entonces entendida como
compromiso personal y libertad cultural, por otra, para la cual
todo es poltica y se borran los lmites entre la universidad y la
sociedad. La intervencin y abolicin del es-tatuto reformista
culminaron en la primera represin policial masiva del gobierno: "La
Noche de los Bastones Largos". Los golpes propi-nados a los
ocupantes de la Facultad de Ciencias Exactas tenan un propsito
ejemplificador y cumplieron su objetivo de aislar la resis-tencia
estudiantil. En agosto, el Ministerio del Interior disolvi la
asociaciones estudiantiles. Un mes despus, la represin de una
ma-nifestacin estudiantil en Crdoba cobr la primera vctima.
Santia-go Pampilln, estudiante universitario, fue abatido por la
polica en una manifestacin callejera. La opinin pblica, que haba
recibido con indiferencia las medidas aplicadas en la universidad,
fue conmo-vida por la ferocidad de la violencia represiva. Por
primera vez se ma-taba a un estudiante y este hecho sera el
preludio de la efervescen-cia que ms tarde sacudira la vida
universitaria del pas ante la mira-da incrdula del secretario de
Educacin y Cultura, Mariano Asti-gueta, un nacionalista con
inclinacin hacia el cambio radical, deci-dido a introducir la
religin en la enseanza y convencido de que el nuevo estatuto
universitario asegurara el orden en las casas de altos
35. Sigal, Silvia: Intelectuales y poder en la dcada del
sesenta, Buenos Aires, Punto Sur, 1991, pg. 248.
1
1
\" estudios. A l se atribuye la afirmacin de que "Argentina es
el ni-co pas del mundo que no tiene problemas estudiantiles".
36
El desempeo del nuevo inspector, comisario Luis Margaride,
guardin moral de la ciudad de Buenos Aires, no dej dudas acerca de
las fobias en materia de sexo que dominaban al gobierno. Se
per-sigui a las parejas en las plazas, se multiplicaron las razias
a los ho-teles alojamiento, se clausuraron locales nocturnos y se
prohibi el uso de minifaldas y pantalones a las mujeres en las
escuelas y ofici-nas pblicas. Con la clausura de la revista de
humor Ta Vicenta, por entonces suplemento semanal del diario El
Mundo, se inici un ciclo de cierre de peridicos y revistas. Ta
Vicenta haba dibujado en su tapa una morsa con el epgrafe: "La era
de la morsa ha comenzado", una sutil analoga con los bigotes que
usaba el presidente realizada por el humorista Landr, sobre el cual
no pocos fantasearon que es-condan un labio leporino. Extraa imagen
la de este presidente que ocultaba deformaciones a la mirada de la
gente.
Ongana no dict una ley que regulara la prensa, se limit a
afir-mar en cuanta ocasin le pareci oportuna, que la prensa deba
ser responsable. La autocensura fue la respuesta de quienes se
acomo-daron al nuevo diseo del poder. Por otra parte, la
reglamentacin del habeas corpus y del recurso de amparo, orientada
a restringir drsticamente las libertades pblicas, provey el
instrumento legal con el que acallar toda disidencia. La Ley de
Defensa Nacional, dic-tada pocos meses despus, complet el panorama
de un Estado dis-puesto a reprimir cuando lo considerara
necesario.
Los servicios pblicos se convirtieron en otro de los blancos
ele-gido por el gobierno. El puerto de Buenos Aires, adujo el
gobierno, deba ser puesto en condiciones competitivas con el resto
del mun-do. En octubre se estableci un rgimen de trabajo que aboli
las prerrogativas de las que disfrutaba el sindicato. La huelga
portuaria fue sofocada con la presencia militar y el SUPA
(Sindicato nico de Portuarios Argentinos), intervenido. En
diciembre, le lleg el turno a los ferrocarriles. El gobierno dise
un plan para reestructurarlos, basado en el diagnstico de que el
exceso de personal era el factor responsable de la baja
rentabilidad. La Unin Ferroviaria y La Fra-
36. Potash, Robert: El Ejrcito y la poltica en Argentina:
1962-1973, Buenos Ai-res, Sudamericana, 1994, pg. 77.
-
rternidad aparecieron con su propio pla , 1ori ntado a preservar
los
Lpuestos de trabajo. La respuesta fue si ~ rala dada a los
portua-rios. Ongana decidi la intervencin m li, ar el gremio
dispuesto a encarar la racionalizacin de los ferro a~ ileJ con mano
firme. El conflicto en los ferrocarriles dio impul : ud plan de
lucha, lanza-do el 1 de diciembr.e por la CGT, qu d; b~culminar en
un paro nacional. Con esta medida, Augusto Va d; r, gura dominante
en el movimiento sindical desde los aos d
1 on izi, esperaba benefi-
ciarse como jefe indiscutido del mov e, to ~aboral e
interlocutor privilegiado del gobierno.37 1 1
El reordenamiento de la administr i' n ~'blica fue motivo de
continuo desvelo para el presidente. Sin .1 bar o, los esfuerzos se
re-dujeron a forzar a cada reparticin a que d'; e ra su
organigrama. La proliferacin de oficinas de Organizaci M 'todos,
tanto en la ad-ministracin central como en las empre s:p
1
cas, no produjo cam-bios significativos en los comportamien s1 A
ello contribuy la con-cepcin burocrtica que de su rol ten l~
FJerzas Armadas, encar-nada en el coronel Vidueiro, encargad . e
irhpulsar la racionaliza-cin. ~o se llevaron a cabo los t~~~os
e
1
~i~s masivos d.e emplea-dos. Solo el aumento de la pres1on nn s;
ttd y de las tarifas de los servicios pblicos inaugur una tenden ia
qud habra de permitir un mayor margen de maniobra estatal en 1 e:
on 'ma a partir de 1967.
La ley de Ministerios, preparada po . nri ue Martnez Paz y su
equipo, redistribuy las materias atrib i~ s a los ministros y
secre-tarios de Estado y cre un quinto mini td io, Bienestar
SoCial, cuya funcin sera encarar .. la accin com it
1
ria, la seguridad social, la proteccin de la salud y las mayores
fac , acles en materia de vivien-da". Roberto Petracca, un
industrial xiJ os1, fue designado en el nuevo ministerio. Muy
pronto, el "qu t, hofbre" se enfrent con las polticas de Salimei.
Sin origen par d: ro comn que cimentara lealtades, cada ministro
reclamaba pa a i 1 definicin de lo que consideraba la mejor
poltica. La pro la' ada intencin del presi-dente de salvaguardar
sus polticas de la' erlgencias de los grupos
37. A P""' dcl "'"'' poltioo ufrido ~ Ja. I
-
La sucesin de medidas adoptadas pareci agotar el repertorio del
gobierno. Transcurrido un semestre, el esperado plan de accin se
haba reducido a la declaracin de objetivos sin que se pudiera
de-ducir cul era el programa econmico y en qu consistan las
inno-vaciones con las que se pretenda cambiar al pas. El ejercicio
de una autoridad sin restricciones, pero sin rumbo definido, era el
saldo del balance. El malestar castrense, el descrdito entre las
grandes em-presas nacionales y extranjeras y la creciente
disconformidad de la opinin pblica, colocaron a la defensiva a la
Revolucin Argentina. Las crnicas de los corresponsables del New
York Times y del Wsh-ington Post, todas ellas atribuyendo
antecedentes o inclinaciones an-tisemitas a los altos funcionarios
del gobierno, deterioraron la ima-gen en el exterior.
Ongana haba perdido el crdito inicial y sop,ortaba la presin de
los mandos militares. Salimei no haba logrado poner fin a las
pol-ticas inflacionarias, nacionalistas y expansivas del pasado
inmediato. "El primer equipo del presidente Ongana poco ha innovado
en ma-teria econmica respecto de las lneas adoptadas por la
administra-cin radical", consigna Anlisis en su editorial del 3 de
octubre de 1966. El ao 1966 termin con una tasa de inflacin del 30
por cien-to anual que no pudo ser doblegada, un crecimiento nulo
del pro-ducto, descenso en el nivel de inversin y una ajustada
balanza de pagos. La tregua con que la CGT haba recibido a Ongana
se ha-ba roto con el anuncio de medidas de fuerza, el mismo mes en
que el general Julio Alsogaray fue designado comandante en jefe del
Ejrcito, en reemplazo del general Pistarini, uno de los artfices de
la llegada de Ongana al poder. El sector nacionalista catlico, y
los socialcristianos que integraban su gobierno, perdan posiciones.
Haba llegado el momento de definir el rumbo.
Ongana se vio obligado a cambiar su gabinete. Adalbert Krieger
Vasena fue nombrado en el Ministerio de Economa y Guillermo Borda
en el Ministerio del Interior -las dos carteras ms cuestiona-das-.
El Dr. Borda, un jurista con actuacin en el peronismo,
repre-sentaba ufra continuidad con su antecesor ya que comparta la
pre-tensin de sustituir el pluralismo poltico por la participacin
de la comunidad organizada n un Estado fuerte, pero Krieger Vasena
es-taba lejos de ser el candidato de Ongana. Ministro durante la
pre-sidencia de Aramburu, asesor y miembro del directorio de
grandes
empresas nacionales y extranjeras, hombre de fluidos contactos
con los organismos financieros internacionales, Krieger Vasena era
re-putado como prestigioso economista de orientacin liberal y
prag-mtica. La designacin de Borda irrit a los sectores liberales
de la derecha. No estaban dispuestos a restaurar el proceso
electoral y ha-ban avalado con satisfaccin el reemplazo de la
poltica por la ad-ministracin, pero desconfiaban de las intenciones
corporativistas de Ongana. El presidente se apresur a anunciar las
tres etapas que tendra la Revolucin Argentina. El tiempo econmico,
ahora a car-go de Krieger Vasena y su equipo de economistas
liberales, quienes llevaran a cabo la tarea de lograr la
estabilidad y la modernizacin del pas; el tiempo social destinado a
distribuir las riquezas alcanza-das durante la etapa inicial y,
finalmente, el tiempo poltico, en el que se llevara a cabo la
transferencia del poder a organizaciones verdaderamente
representativas de la sociedad. Con este planteo, inspirado en las
Bases de Alberdi, Ongana dejaba en claro cul era el papel que
asignaba al nuevo ministro de Economa. Krieger Va-sena sera el
responsable de la creacin de las condiciones necesarias para
iniciar el tiempo social. Crtico de los partidos, lo era tambin del
capitalismo al que consideraba causa del egosmo social y prin-cipal
obstculo para el logro de la integracin espiritual de la Na-cin.
Catlico militante, las tesis de la encclica Populurum Progres-sio
eran un marco de referencia obligado para su gestin. No poda
imaginar las consecuencias que las transformaciones impulsadas en
la economa por su nuevo ministro habran de tener sobre el
com-portamiento del sindicalismo, al que esperaba situar en el
lugar de uno de los pilares de la Revolucin. La ltima carta de Pern
que circulaba entonces auguraba una realidad muy distinta a la
imagina-da por Ongana: "La administracin de Ongana es una simple
con-tinuacin de la accin que ha venido azotando al pas en los
ltimos 11 aos. Lo que inicialmente pudo ser una esperanza se ha
transfor-mado en una desilusin que ha ido aumentando con el
deterioro del gobierno".
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4. La "gran transformacin" 1
La etapa que se inici con el nombr rr:i en o de Krieger Vasena,
en diciembre de 1966, inaugur un per d 1 qlfe habra de extenderse
hasta mayo de 1969' caracterizado po l : ausencia de una oposicin
civil bien organizada y unificada. La :vic4in de que el continuo
progreso econmico facilitara la llega a : el 'jtiempo social" y con
s-te, el apoyo obrero a la Revolucin qu h
1
bra de culminar en la crea-cin de un consejo econmico social
1 calb nacional, aliment un
clima de relativa calma. Sin embargo, e;ciiJa obedeci ms a la
du-reza con que el nuevo ministro repri ! a r~sistencia sindical,
que a la confianza otor?ad.a por los jefes sin i.:alaJO, Rubens San
Sebas-tin, de que las supresiones de las per o; errs gremiales
podran ser revisadas y el dilogo reanudado. Es a ;priJ;era
experiencia de en-frentamiento con un gobierno que cr ~ 3s sensible
a sus deman-das, haba arrojado una amarga lecci n a l s jefes
sindicales: su ac-ceso a los mecanismos de decisin d : d de
decisiones polticas. Los gobiernos semiconstitucionales,
1
baJ requerido de su apoyo o de su neutralidad, sometidos com l:
eaban al dictamen de las urnas. El gobierno de Ongana, con e, qu
compartan el resenti-miento hacia la clase poltica, les ha a: m
1strado que el poder que
crean tener era ms vulnerable de lo e haban imaginado. Augus-to
Vandor pag el precio del fracaso, a sa~o de falta de conviccin por
los sectores duros del sindicalism in bmbargo, el grupo de los
"participacionistas" liderado por Van vib una nueva oportunidad
1
para consolidar su poder, alentado como lo estuvo por los
funciona-rios del Ministerio de Trabajo y las vagas promesas del
doctor Bor-da de un eventual papel asesor para los sindicatos en el
marco de un consejo econmi