KAMCHATKA Nº4 · DICIEMBRE 2014 ISSN: 2340-1869 · PÁGS. 147-164 147 From Political to Industrial Vindication: Culture during the Spanish Transition through the Analysis of Three Music Documentaries Laura Gómez Vaquero UNIVERSIDAD CAMILO JOSÉ CELA · [email protected]Profesora en el Grado de cine de la Universidad Camilo José Cela y Doctora en Historia del cine. Ha publicado Las voces del cambio. La palabra en el documental durante la transición en España (2012) y coeditado los libros Piedra, papel y tijera: collage y cine documental (2009) y El espíritu del caos. Representación y recepción de las imágenes durante el franquismo (2009). Ha participado en congresos nacionales e internacionales y escrito más de 40 textos para revistas, catálogos y libros colectivos. Es Jefa de Redacción de Secuencias. Revista de Historia del Cine. Sus áreas de investigación son el cine documental, las relaciones entre cine y mujer y el cine español de los años 60 y 70, con especial atención a la consideración de las prácticas cinematográficas en el marco de la producción cultural del momento. RECIBIDO: 10 DE NOVIEMBRE DE 2014 ACEPTADO: 14 DE DICIEMBRE DE 2014 Resumen: La Movida ha quedado en el imaginario colectivo como la manifestación más evidente de la consecución de la libertad de expresión, por la que se apostó durante los años de transición de la dictadura a la democracia. Sin embargo, antes de la explosión de este fenómeno cultural, otros habían sido calibrados en términos similares. El acercamiento a los documentales musicales La nova cançó (1976), Canet Rock (1976) y Nos va la marcha (1979) nos permitirá comprobar cómo, durante la segunda mitad de los años setenta, estos fenómenos musicales surgidos en los márgenes eran considerados lugares donde ejercer la democracia de manera efectiva; podremos también observar cómo, con la progresiva incorporación del país a las cada vez más estrictas dinámicas de la sociedad de consumo, el elemento aglutinador de estas comunidades pronto dejaría ya de ser político y pasaría a ser cultural. Abstract: The Madrilenian scene has remained in the collective memory as the clear evidence of the attainment of freedom of expression after the years of transition from dictatorship to democracy in Spain. However, before the eruption of this cultural phenomenon, some others had been appreciated in similar terms. The purpose of this article is to study three music documentaries: La nova cançó (1976), Canet Rock (1976) y Nos va la marcha (1979). This will allow us to see how, during the second half of the seventies, these musical phenomena that had erupted from the margins were considered to be places where to practice democracy in a real way; it will also remain clear how, with the gradual incorporation of the country to increasingly stringent dynamics of the consumer society, the unifying force within these communities would mutate from politics into culture. Palabras Clave: Transición, cultura, documental musical, nova cançó, música progresiva, rock urbano. Key Words: Spanish Transition, culture, music documentary, nova cançó, progressive rock, urbanoʼ rock. . DOI: 10.7203/KAM.4.4344
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De la reivindicación política a la industrial: la cultura en la Transición a través de tres documentales musicales
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From Political to Industrial Vindication: Culture during the Spanish Transition
through the Analysis of Three Music Documentaries
Laura Gómez Vaquero UNIVERSIDAD CAMILO JOSÉ CELA · [email protected]
Profesora en el Grado de cine de la Universidad Camilo José Cela y
Doctora en Historia del cine. Ha publicado Las voces del cambio. La palabra en el documental durante la transición en España (2012) y
coeditado los libros Piedra, papel y tijera: collage y cine documental (2009) y El espíritu del caos. Representación y recepción de las imágenes durante el franquismo (2009). Ha participado en congresos
nacionales e internacionales y escrito más de 40 textos para revistas,
catálogos y libros colectivos. Es Jefa de Redacción de Secuencias. Revista de Historia del Cine. Sus áreas de investigación son el cine
documental, las relaciones entre cine y mujer y el cine español de los
años 60 y 70, con especial atención a la consideración de las prácticas
cinematográficas en el marco de la producción cultural del momento.
RECIBIDO: 10 DE NOVIEMBRE DE 2014 ACEPTADO: 14 DE DICIEMBRE DE 2014
Resumen: La Movida ha quedado en el imaginario
colectivo como la manifestación más evidente de la
consecución de la libertad de expresión, por la que se
apostó durante los años de transición de la dictadura a la
democracia. Sin embargo, antes de la explosión de este
fenómeno cultural, otros habían sido calibrados en
términos similares. El acercamiento a los documentales
musicales La nova cançó (1976), Canet Rock (1976) y
Nos va la marcha (1979) nos permitirá comprobar cómo,
durante la segunda mitad de los años setenta, estos
fenómenos musicales surgidos en los márgenes eran
considerados lugares donde ejercer la democracia de
manera efectiva; podremos también observar cómo, con la
progresiva incorporación del país a las cada vez más
estrictas dinámicas de la sociedad de consumo, el
elemento aglutinador de estas comunidades pronto dejaría
ya de ser político y pasaría a ser cultural.
Abstract: The Madrilenian scene has remained in the
collective memory as the clear evidence of the
attainment of freedom of expression after the years of
transition from dictatorship to democracy in Spain.
However, before the eruption of this cultural
phenomenon, some others had been appreciated in
similar terms. The purpose of this article is to study
three music documentaries: La nova cançó (1976), Canet Rock (1976) y Nos va la marcha (1979). This
will allow us to see how, during the second half of the
seventies, these musical phenomena that had erupted
from the margins were considered to be places where
to practice democracy in a real way; it will also remain
clear how, with the gradual incorporation of the
country to increasingly stringent dynamics of the
consumer society, the unifying force within these
communities would mutate from politics into culture.
Por qué observar la producción cultural: la existencia de varias ‘transiciones’
Desde el fin del periodo denominado de transición política han aparecido
numerosos estudios que se han acercado a esta etapa histórica con la intención de
desentrañar algunas de las claves de la transformación que, en pocos años, asumió el
país. Algunas de estas aproximaciones a la cuestión se han centrado en las decisiones
adoptadas por los actores políticos durante dicha etapa, al considerarla consecuencia
directa de estas; como indica Jaime Porras Ferreyra, “para estos autores, arribar a una
democracia no es el resultado de un proceso de transformación en lo económico o en
lo cultural sino el fruto de las relaciones entre las élites políticas, que realizaban
reuniones y acuerdos con base a cálculos estratégicos” (2008: 91).
Sin embargo, a este tipo de aproximaciones se han sumado otras que
contemplan la necesidad de ampliar la mirada e integrar a otros que, aun alejados del
centro de poder (y, en ocasiones, quizá precisamente por ello), configuraron y
promovieron un estado proclive al cambio en esos años.
Precisamente, el ámbito de la cultura se nos ofrece como uno de los espacios
más interesantes a la hora de entender las diferentes “transiciones” que tuvieron lugar
durante los años setenta y primeros ochenta en España1. No ya sólo porque la práctica
cultural constituye un lugar de cristalización y promoción de una considerable
variedad de mentalidades y actitudes gracias a su heteroglosia (Stam, 2001: 354), que
permite la convivencia de mensajes acordes al orden hegemónico y de otros que lo
contradicen; también porque la cultura constituyó durante esos años un síntoma de la
eficacia de los procesos democratizadores del país.
Es esta última idea, junto con la intensa politización de la vida social durante los
años de cambio sociopolítico en España, la que ha promovido, desde muy temprano,
lecturas que ponían en relación diversos sectores culturales con las dinámicas
sociopolíticas (un ejemplo de ello es VV.AA. [1986]). Sin embargo, no es hasta hace
unos quince años que, de manera consciente y sistemática, se han explicado los años de
la transición desde presupuestos que incluían de una manera determinante la actividad
cultural. A este respecto, es obligado mencionar los estudios sobre las políticas
culturales de la época emprendidos por los historiadores Carlos Mainer y Santos Juliá
(Mainer, 2006; Mainer y Juliá, 2000) y por la estudiosa de la cultura Giulia Quaggio
(Quaggio, 2014)2, así como otros más específicos que indagan en las interacciones
entre las lógicas del cambio político y determinadas instituciones de la cultura de masas
1 Es sabido que las diversas esferas –política, económica, cultural– no tienen por qué coincidir ni en
tiempos ni en formas, hecho señalado con gran acierto por Mainer y Juliá (2000: 81-85). En el caso
que nos ocupa, por ejemplo, es necesario tener presente que los cambios en la sociedad y la cultura
habían tenido lugar antes de la muerte de Franco. Como indica Pere Ysàs, “el crecimiento
espectacular del turismo y la numerosa emigración exterior (…) comportó la familiarización de
sectores relativamente amplios de la sociedad española con las formas de vida y con los valores
sociales y culturales predominantes en las democracias europeas” (Ysàs, 2006: 29). 2 Los modos de ambos de acercarse a la cuestión cultural son distintos; mientras que Mainer y Juliá
optan por centrarse en la alta cultura, Quaggio lleva a cabo una aproximación más cercana a la de
Es este tipo de aproximaciones, que amplían el marco de las narrativas de la
Transición, las que nos guían en la tarea de observar el papel adoptado por
determinadas expresiones culturales durante unos años en los que la cultura adoptó un
papel determinante. Durante los años de la Transición, expresiones culturales como la
literatura, el cómic, el teatro, el cine y la música vehicularon ideas de cambio, y es por
ello que intentar desentrañar cómo eran y funcionaban en su contexto estas
expresiones nos sirve para entender, en toda su complejidad, esta época intensa y
dinámica4.
Narrativas del cambio: mirar al pasado vs mirar al futuro5
Los años de transición de la dictadura a la democracia fueron momentos de
evidente revisión histórica. La visita a determinados momentos históricos que hasta
entonces habían sido relatados de una manera única y dirigista o directamente
desterrados de la versión oficial fue una labor necesaria para la consecución del cambio.
Los posicionamientos desde los que esta tarea se llevó a cabo fueron diversos.
Algunos acercamientos apostaron por la continuidad y, en este sentido, se dedicaron a
salvaguardar y actualizar, hasta donde era posible, los relatos que habían conformado el
discurso franquista hasta esos momentos. Sin embargo, en mayor número, y
especialmente a partir del proceso de renovación legislativa respecto a aspectos como la
censura, aparecieron otros que se propusieron cuestionar los relatos legados. Su
principal objetivo era desacreditar las narrativas sobre la historia impuestas por el
régimen franquista y, a un mismo tiempo, centrar la atención en aspectos de la historia
reciente del país que hubieran sido conscientemente tergiversados o desatendidos. Esta
tarea implicaría la deconstrucción de los mitos y creencias promovidos por el régimen
pero, también, la instauración de los momentos fundacionales y los nuevos actores de
una renovada memoria colectiva6.
De manera paralela, y con mayor asiduidad según se hace más patente el cambio
3 Pese a que su foco de atención se centra en el tardofranquismo (y el de el presente texto en los
años del cambio político), el texto de Vicente Sánchez-Biosca sobre “Las culturas del
tardofranquismo” resulta asimismo clave para entender los cambios sucedidos desde la muerte de
Franco; como él mismo afirma: “en los años sesenta germinaron muchas de las claves culturales (…)
que, sin incurrir en simplificaciones teleológicas, estallaron (es decir, se impusieron y extendieron
entre la población) en los años eufóricos de conquista de las libertades” (2007: 109). 4 Refiriéndose al cine, Palacio, por ejemplo, indica que este fue capaz de trasladar durante esos años
“una nueva forma de ser y de sentir, y un cierto estado de conciencia favorable a las ideas que
vertebran la transformación política: reconciliación social, recuperación de las libertades civiles y
políticas, y descentralización del estado” (2011: 9). 5 Para una mirada a las narrativas del cambio operadas en torno al cine documental de la época,
acudir a Gómez Vaquero (2012). 6 A este respecto, la incorporación a la vida política del país de exiliados políticos como, por
ejemplo, Dolores Ibárruri, Santiago Carrillo y Josep Tarradellas tras su regreso a España implicó la
puesta en marcha de diversas estrategias de “acomodación” de unas figuras que, durante décadas,
habían permanecido excluidas no sólo del país sino también del discurso dominante. Para entender
algunos de los procesos de reciclaje emprendidos durante los años de la Transición con respecto a
Ibárruri, acudir a Benet (2013).
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político, se emprende una labor de observación y problematización de lo que está
sucediendo en los diversos ámbitos durante esos años. La conciencia de estar viviendo
un momento excepcional incita a los medios a ocuparse de cada uno de los distintos
sucesos que parecen jugar un papel determinante en la nueva etapa que está
atravesando el país. Junto a las miradas críticas al proceso (que las hubo), surgieron
otras que se planteaban en términos más optimistas respecto al cambio.
El resultado de todo esto es la presencia en los medios de determinados eventos
y personajes que, considerados como epítomes de lo que está ocurriendo en el país,
adquieren una visibilidad inédita. A lo largo de la segunda mitad de los años setenta,
determinados fenómenos culturales llegarían a ser definidos como manifestaciones de la
libre expresión, ya hubieran surgido como un ejercicio de resistencia en un contexto
poco permeable (el caso de la nova cançó, ligada a la lucha catalanista y antifranquista),
ya constituyeran espacios de libertad semejantes a los existentes en los países
democráticos occidentales (los festivales de rock progresivo) o incluso se plantearan en
términos de la incorporación del país a las dinámicas del capitalismo (el rock urbano,
que busca abandonar los márgenes de una industria deficiente). Más allá de las
particularidades, estos fenómenos anunciaron algunos de los elementos que serán
básicos en la conformación de una identidad nacional basada en la modernidad que ya
desde comienzos de los años ochenta será habitual.
Las generaciones del cambio: la juventud y los festivales como vanguardia de la
transformación social
Un artículo de la revista La Calle7, publicado en noviembre de 1978 en la
sección de “Sociedad. Jóvenes”, describe una nueva generación de jóvenes que, con 15
años, están “de vuelta de todo”. Pertenecientes a “la generación del rollo, de la píldora,
el porro y el ‘psé’, que sueltan a la menor de cambio”, son retratados como “chicos de
barrio” que “creen en el amor, en la amistad y no en la política” y para quienes la
guerra civil es “agua pasada que los mayores suelen esgrimir como amenaza del ‘cómete
eso: en la guerra, tu padre y yo lo pasamos muy mal’” (Claret y Luzan, 1978: 30, 31).
La prensa se acercaba de manera ambigua a estos miembros de una nueva
generación que, con un argot propio y una tendencia al “pasotismo”8, parecía renegar
del pasado y desconfiar del futuro. Pese a que el tono empleado en las crónicas y
referencias fue variado, la mirada sobre estos nuevos jóvenes tendió a relacionarlos con
el desencanto (político) que, según los medios, se había esparcido en parte de la
sociedad española, desilusionada con los resultados del cambio político iniciado años
antes. En ocasiones, se les achacó una actitud acomodaticia y renuente al cambio, al
7 Revista surgida en 1978, fundada por un grupo de periodistas procedente de la conocida y por
entonces en crisis Triunfo, autocalificada como “la primera a la izquierda” y conformada por, entre
otros, César Alonso de los Ríos, Fernando Lara, Carlos Elordi, Antonio Elorza, Julia Luzán y,
durante un tiempo, Manuel Vázquez Montalbán. 8 El término ‘pasota’ aparecerá en la prensa desde finales de los años setenta para designar al
miembro de una joven generación caracterizada por encontrarse al margen de la vida política y de
estilo de los términos empleados por el periodista Carlos Luis Álvarez “Cándido” en
un artículo de opinión sobre esta nueva generación de jóvenes coincidentes con la
promulgación de la Constitución española:
Los pasotas son los gaiteros del desfile reaccionario, van delante. Sus formas
aparecen vacías de toda intención histórica, porque, en el mejor de los casos,
su utopía, que nace de la contraposición entre el mundo que es y el que
debiera ser, es la de suspender todo pensamiento, como si el mundo,
fatalmente, ‘fuese destruyéndose a sí mismo’ (Cándido, 1980: 121)9.
Más allá del tono empleado, lo que estas alusiones evidenciaban era la
consideración de esa nueva generación como producto y síntoma de los cambios
sucedidos en esos pocos años10: los integrantes de esa recién llegada generación de
jóvenes, algunos de los cuales aún no alcanzaban su mayoría de edad durante los
últimos años de la década de los setenta, conformaban una nueva actitud ante la vida
que bien podía relacionarse con la nueva situación del país.
La consideración de la juventud en relación al cambio operado en los ámbitos
político, económico y social no era algo nuevo; como tampoco lo era la consideración
de los espacios específicamente creados para ella como síntomas y dinamizadores del
cambio. Desde mediados de los años setenta, si no antes, en cierta prensa de carácter
progresista se consideraría, por ejemplo, ciertos festivales de música como lugares en
los que ejercer una libertad de expresión inexistente en otras esferas de la vida social11.
En dichas crónicas, se insistía en el carácter abiertamente lúdico de unas jornadas en las
que parecían darse las condiciones adecuadas para la consecución de la soñada
democracia:
El pasado fin de semana, en Canet de Mar, se celebró la octava edición del
Festival de Canción, llamándose por primera vez de una forma distinta a las
anteriores y clásicas de Sis Hores de Cançó (Seis Horas de Canción). Por
primera vez también, en Canet, se incorporó decididamente el ingrediente
festivo, que se inició con una verbena popular el viernes por la noche, con
final quemado con ron en una madrugada playera. Por primera vez también,
todos los actuantes en Canet cobraron por igual, haciendo reparto de
9 El periodista aclaraba poco después: “no niego al «pasotismo» una realidad material y sociológica.
Lo que sí niego es que los hábitos y costumbres de esa juventud puedan quebrantar y menos
cambiar las normas sociales que rechazan” [Cándido, 1980: 121]). 10 La consideración de la juventud como un epítome de cambios estructurales en los medios fue ya
señalada por John Clarke, Stuart Hall, Tony Jefferson y Brian Roberts en “Subcultures, Cultures
and Class: A Theoretical Overview”, publicado originalmente en 1975 como Working Papers in Cultural Studies 7/8, compilado al año siguiente por Hutchinson y reeditado después por
Stuart Hall y Tony Jefferson en el libro Resistance Through Rituals: Youth Subcultures in Post-war
Britain (Routledge). Hay traducción del libro al español con el título de Rituales de resistencia. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de postguerra (Madrid: Traficantes de sueños, 2014). 11 En realidad, los festivales de música pop habían aparecido bastante antes. En concreto, son de
reseñar los festivales que, al estilo de los franceses, se desarrollaron en el Circo Price de Madrid
desde el 18 de noviembre de 1962, cuando se celebra el Primer Festival de Música Moderna; en él
actuaron grupos como Dick y Los Relámpagos, Los Tonys, Los Pekenikes y Los Estudiantes. Para
más información acerca de esta cuestión, acudir a Rodríguez “Rodri” (1999: 387-393).
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beneficios. Posiblemente, éste haya sido, en todos los sentidos, el primer
Canet de la democracia (Batista, 1978: 28).
Más allá de la consideración de estos eventos colectivos como simples lugares de
esparcimiento, se les distinguía una capacidad para visibilizar determinadas actitudes y
expresiones contraculturales12. Es la capacidad de congregación y convivencia, así
como la participación activa de los asistentes lo que confería a esta reunión un cariz
inédito, ausente en otro tipo de productos culturales. Así lo consideraba Manuel
Vázquez Montalbán, en referencia a las Sis Hores de Cançó celebradas en Canet de
Mar el verano de 1975:
[El cantante] Pi de la Serra dio el toque final a una fiesta democrática cuyos
principales protagonistas ya no eran los cantantes. Era un público vital,
concienciado, que daba un definitivo sentido histórico a un acto que podía
haber empezado y terminado como una manifestación más de poder
juvenícola y que, en cambio, había ido más allá y se había convertido en un
delirante testimonio democrático con música y letra (Vázquez Montalbán,
1975:19).
Frente a los espacios que el régimen franquista había creado para el
esparcimiento controlado de una juventud cada vez más interesada en dinámicas
similares a las disfrutadas por las juventudes de los países democráticos y a la ausencia
de un reconocimiento real de las necesidades de este sector de la sociedad13, estos
lugares se presentaban como islas en las que ensayar lo que una parte de la población
reclamaba: la libertad de expresión.
Es con el objetivo de captar esos lugares excepcionales que surgen de manera
temprana los primeros testimonios audiovisuales sobre festivales musicales. Ya sea en
forma de homenaje a aquellos que se lanzaron (y aún continuaban haciéndolo) a
promocionar estos espacios para la expresión de sentimientos críticos con la oficialidad
(La nova cançó), de testigo fehaciente y lúdico de las extraordinarias condiciones en las
que tienen lugar esos encuentros colectivos (Canet Rock) o de acto de afirmación de
una expresión cultural dejada de lado por una industria aún por hacer y que ya se
anuncia como polarizada (Nos va la marcha), estas películas pretendieron visibilizar una
serie de lugares que, desde los (distintos) márgenes, modificaban una realidad social
que en absoluto era monolítica.
Su análisis nos proporcionará nuevas claves para identificar los términos en los
que eran referidas estas manifestaciones culturales y nos permitirá comprobar cómo ya,
durante la segunda mitad de los años setenta, existían unas comunidades culturales
12 A este respecto, Eduardo Haro Ibars y Marcelo Covián afirmaban respecto al Canet Rock de
1975: “Canet no ha sido una casualidad; ha sido el producto natural y necesario de un mundo
social existente que debía y debe encontrar medios de expresión multitudinarios e individuales”
(1975: 27). 13 Tal y como indica José Ignacio Cruz, las medidas asumidas por el régimen durante la década de
los sesenta con la intención de reorientar las políticas relativas a la juventud puestas en práctica hasta
entonces en un deseo por satisfacer a una nueva juventud no implicaron una modernización
articuladas en torno a estos fenómenos musicales que se posicionaban de manera crítica
respecto al statu quo; así cómo, con la progresiva incorporación del país a las cada vez
más estrictas dinámicas de la sociedad de consumo, el elemento aglutinador pronto
dejaría ya de ser político (la oposición al franquismo) y pasaría a ser cultural (la
pertenencia al ámbito underground).
La cultura como reivindicación política. La nova cançó (Francesc Bellmunt, 1976)
En julio de 1975 tiene lugar una nueva edición del festival Sis Hores de Cançó
en Canet de Mar, Barcelona14. En él actúan artistas como Teresa Rebull, Marina Rosell,
María del Mar Bonet, Ovidi Montllor, Rafael Subirats y Pi de la Serra, entre otros.
Tal evento tendrá un registro documental en la película realizada por Francesc
Bellmunt, con la participación en el guión del periodista musical Ángel Casas, quien
también llevará a cabo las entrevistas. Sin embargo, el film, de título La nova cançó, no
se plantearía como un simple registro de lo acaecido en este evento, sino que
pretenderá dar constancia de la magnitud de un fenómeno que, ya desde sus
comienzos, había sido interpretado desde presupuestos que trascendían los
estrictamente musicales. Concebida como un acercamiento a este fenómeno musical
surgido a finales de los cincuenta y con proyección nacional e internacional desde los
sesenta, la película llevará a cabo un homenaje a la nova cançó como expresión cultural
capaz de movilizar y dar voz a determinados sentimientos políticos de carácter
nacionalista.
Así se plantea ya desde un comienzo: junto a los títulos de crédito iniciales y con
una melodía de guitarra sonando de fondo, se suceden diversas imágenes en las que,
entre la multitud, se destacan aquellos asistentes al evento que, ya sea paseando en
grupo, sentados o echados en el césped, llevan señeras, barretinas y bandas con la
bandera catalana en la frente. A partir de estas imágenes introductorias, se irán
alternando dos tipos de escenas que también contribuirán a identificar a la nova cançó
con la reivindicación nacionalista: unas corresponden a las actuaciones más
significativas de algunos de los representantes de la nova cançó, tenidas lugar dentro y
fuera del festival; las otras están dedicadas a interrogar a diversos personajes de la
industria musical, la cultura y la política catalana sobre el fenómeno.
Con respecto a las primeras, a lo largo del film hacen su aparición varios
intérpretes de la cançó: Francesc Pi de la Serra, quien convenientemente abre la
película tras los títulos de crédito cantando La cultura (que, como dice la letra, “es una
palabra delicada, tan peligrosa como la dinamita” y que, además, rima “con futura
apertura y dictadura”); Jaume Sisa, que interpreta la popular Qualsevol nit pot sortir el
sol ante un auditorio vacío en la sala Zeleste15; Ramón Muntaner, cantando Cançó de
14 La primera edición tuvo lugar en 1969, donde actuaron en el Tennis Club de Canet de Mar Lluís
Llach, Ovidi Montllor y Francesc Pi de la Serra. Tras ésta, se celebrarían otras en años sucesivos. 15 La sala Zeleste fue uno de los primeros espacios de conciertos habituales en Barcelona y desde
1973 jugaría un papel importante en la difusión del rock progresivo en la ciudad. Gómez-Font
(2011:86).
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carrer en Prats de Lluçanés16; La Trinca, que, ataviados con chándals, interpretan
Botifarra de pagès en pleno Estadio del Futbol Club Barcelona17; Ia & Batiste, quienes
cantan Sifòn en un escenario improvisado; Ovidi Montllor interpretando La fera
ferotge en Prats de Lluçanés; el cantante de las Islas Baleares Uc, cantando ante la
cámara La presó de Nàpols; M.ª del Mar Bonet con Abril, en L´Hospitalet de
Llobregat; Lluis Llach en el Palau dels Esports de Barcelona, interpretando Lʼestaca;
Pere Figueres, que canta Pres dʼaquest país sóc; Rafael Subirachs y su Catalunya
comtat gran, basada en el romance del siglo XVII Els segadors, en el Sis Hores de
Cançó en Canet de Mar; Pau Riba, tocando una versión eléctrica de Noia de
porcellana; y Raimon en el Palau dels Esports, con la popular -aunque apenas
interpretada en directo por motivos de censura- Jo vinc dʼun silenci.
Como hemos indicado, a estas actuaciones se le suman entrevistas a diversas
personalidades de la cultura catalana como, por ejemplo, Joan Miró, que insiste en que
el poder de la cançó catalana reside en su capacidad para ser directa, y Salvador
Espriú, que reflexiona acerca de la relación entre el poeta y la música; pero también, a
aquellos que han colaborado de alguna manera a la difusión de esta expresión musical,
como el periodista Manuel Vázquez Montalbán, quien encuentra la razón de su éxito
en el apoyo que ésta ha recibido de una burguesía catalana interesada en esta expresión
de la lengua propia y conocedora de la canción francesa, Claudi Martín, por entonces
director de la Editora General Societat Anònima Edigsa18, y algunos de los intérpretes
que después realizarán su actuación (el caso de Lluis Llach, Pau Riba y Raimon); y, por
último, también a figuras que han colaborado de manera activa a la conservación y
defensa de la identidad catalana como, por ejemplo, Jordi Puyol (quien indica la
importancia de las capas mixtas de la sociedad en la promoción de manifestaciones que
reafirman la identidad catalana), el que fuera fundador del Partido Socialista del País
Valenciano (PSPV) en 1962, Vicent Ventura, y hasta el carismático futbolista del Barça
Carles Rexach.
Ambos tipos de escenas cumplían el objetivo principal del film: evidenciar la
existencia de una cultura catalana consistente. Ésta se encontraba así pues representada
por distintas personalidades que acreditaban la existencia (y resistencia) de una cultura
propia que tenía su mejor representación en esos recientes y reconocidos intérpretes
del ámbito de la música que aparecían en el largometraje interpretando algunos de sus
éxitos. Pero también evidenciaban el alcance de un fenómeno que, teniendo su foco
principal en Barcelona, se había expandido con relativa facilidad a los lugares
adyacentes, tal y como lo evidenciaban las diversas secciones dedicadas en la película a
16 La actuación forma parte del recital que dieron Muntaner y Ovidi Montllor dentro de las fiestas
de los quintos de 1975 de Prats de Lluçanés. Los intérpretes de la nova cançó no se limitaban al
circuito de locales musicales, más específicos, sino que actuaban en todo tipo de eventos. 17 El nombre de Estadio del Fútbol Club Barcelona nació en 1965 tras consulta a los socios,
sustituyendo al de Estadio del Club de Fútbol Barcelona, empleado desde su inauguración en 1957.
La denominación Camp Nou, como también se le conocía popularmente no se oficializaría hasta la
temporada 2000/2001, tras nueva consulta a los socios. 18 Tal y como se indica en Gómez-Font (2011: 31), el primer disco de cançó que saca Edigsa al
mercado es Espinàs canta a Brassens (1962), de Josep Maria Espinàs.
la cançó en los Països Catalans19 en España (el País Valencià, Les Illes Balears, Andorra
y Catalunya Nord). Asimismo, la presencia de los diversos lugares en los que tenían
lugar las diferentes actuaciones (desde escenarios improvisados, a salas específicas y
grandes auditorios -en los que, por ejemplo, tienen lugar las actuaciones de Lluis Llach
y Raimon en la parte final de la película-) certificaba la aceptación de una expresión
que ha conseguido imponerse frente a las cortapisas del gobierno franquista.
La consideración de esta expresión musical como un acto antifranquista era
señalado por algunos de los testimonios incluidos en la película, que indicaban la
posibilidad (o necesidad) de entender este tipo de recitales como mítines políticos; una
interpretación que por entonces se llevaba a cabo ya de manera habitual, tal y como lo
atestiguan los contraplanos de la respuesta del público en las actuaciones más
multitudinarias incluidas en esta última parte de la película (Lʼestaca de Lluis Llach,
Catalunya Comtat Gran, de Rafael Subirachs, y Jo vinc dʼun silenci, de Raimon, que
significativamente cierra el film)20.
Y es precisamente esta interpretación la que, al decir de una crítica de la época,
debían de hacer los asistentes que acudieron a la proyección del film en una sala de
cine de Barcelona. Al menos así lo constata la siguiente crónica del estreno de la
película en junio de 1976, aparecida en Diario de Barcelona:
Fuertes aplausos saludaron la aparición, en el principio, de banderas
catalanas en el festival de Canet, y volvieron a sonar cuando Pi de la Serra
cantó La cultura; Qualsevol nit portir el sol, de Sisa, fue seguida con mucha
atención y coreado su estribillo […]. El siguiente motivo de regocijo fue la
alusión al 5-0 del Barça, cantado por La Trinca, con chándal y en pleno
césped del Nou Camp. La aparición de cada cantante era invariablemente
aplaudida, pero Ovidi Montllor, con su Fera ferotge, hizo subir los
decibelios. [Se apreció] la ascensión de Subirachs, con su excelente
interpretación de Els segadors, acompañada con palmas por todo el
gallinero […]. Las salvas finales de aplausos las cosecharon [el luchador
antifranquista y procatalanista] Lluís M. Xirinachs y Raimon cuando aquel
apareció levantado en hombros por el público del Palacio de los Deportes y
este cantó Jo vinc d’un silenci, canción escogida con muy buen tino por los
realizadores. Verles a ambos en pantalla era poco menos que surrealista.
Quizá así se explica el vuelco del público, directo y sin manías, hacia La
19 Precisamente, el término había sido popularizado por los ensayos de 1962 Nosaltres, els valencians y Qüestió de noms, escritos por uno de los entrevistados que aparecen en la película,
Joan Fuster. 20 En esta última parte del film, a las actuaciones de Llach y Subirachs, y antecediendo a la de
Raimon, que es ya de cierre, le sigue la de un Pau Riba que, por su apariencia (maquillado, con un
pequeño pañuelo al cuello), parece más bien un cantante glam; además, en vez de la guitarra
española, se presenta acompañado de dos guitarras (una la porta él), batería, saxofón y percusión.
Su presencia en la película resulta así una disonancia (también en el sentido musical) que viene a
atestiguar la deriva que algunos de los músicos que comenzaron su andadura musical ligados a la
nova cançó tomarían hacia cauces más heterodoxos; así lo certifican también sus palabras en la
entrevista previa a su actuación: a la pregunta de: “¿Crees que ayudas a la cultura catalana?”,
responde que sí, “destruyéndola”.
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nova cançó; es la magia de la sensación de ver a la realidad cotidiana
reincorporarse a otro medio de comunicación (Jaraba, 1976: 21).
Lo cierto es que el estreno de la película de Bellmunt, casi un año después de la
celebración del festival, se llevó a cabo en un contexto que favorecía semejante
respuesta del auditorio: en el seno del Congrés de Cultura Catalana, celebrado en
Montjuïc entre los años 1975 y 1977, que comprendía como su objetivo principal
reivindicar y reforzar la cultura catalana en sus diversas manifestaciones tras un largo
periodo de ‘anormalidad’21.
Es así como la película (al igual que el movimiento musical del que se ocupa y el
festival sobre el que centra su metraje) movilizó sentimientos ligados a la reivindicación
política doblemente: a través de la presencia (y homenaje) de aquellos que forman y
han formado parte de la expresión de la cultura catalana; y mediante la constancia de su
propia visibilidad. Respecto a este último aspecto, hay que tener presente que La nova
cançó es, junto con la película La ciutat cremada (Antoni Ribas, 1976), el primer
largometraje filmado y estrenado en catalán; la película certificaba el cambio sucedido
en relación a uno de los aspectos que serán considerados como de mayor relevancia de
la reivindicación catalanista (y que ligaría a la nova cançó con la película documental):
el uso público de la lengua propia22.
La cultura como lugar de libertad. Canet Rock (Francesc Bellmunt, 1976)
Frente a la evidente reivindicación en pro de la cultura catalana presente en La
nova cançó, el documental que Bellmunt y Casas realizaron en momentos coincidentes,
de título Canet Rock, posee un carácter menos específico.
La película se concibió como un acercamiento en exclusiva a la edición del 26 y
27 de julio de 1975 del festival celebrado en paralelo a Sis Hores de Cançó en Canet
de Mar, de nombre Canet Rock, donde se aglutinarían grupos y cantantes que, por
resultar más heterogéneos, no tenían cabida en el dedicado a la cançó. Sin embargo,
esta exclusividad no sería la única diferencia entre ambas propuestas: si en La nova
cançó el foco se dirigía principalmente a los ejecutantes de dicho fenómeno musical y a
aquellas figuras significativas que podían interpretarlo como una manifestación más de
la reivindicación catalanista, en Canet Rock la atención se centra en las actuaciones del
evento, pero también, y de manera mucho más significativa que en La nova cançó, en
aquellos que han acudido a participar en este acontecimiento colectivo. Es así que el
largometraje da cuenta no sólo de la existencia la música progresiva en España23 a
21 El manifiesto surgido de Congrés de 1977 se encuentra disponible en la página de la Fundación
del Congrés de Cultura Catalana. 22 La implantación del decreto ley sobre las lenguas regionales el 31 de octubre de 1975 derogó la
orden ministerial del 23 de abril de 1941 que había prohibido la proyección cinematográfica en
otro idioma que no fuera el español. 23 En realidad, la música progresiva había surgido a finales de los años sesenta (la aparición del
grupo Máquina! en 1969 es un hito a este respecto), si bien no es hasta mediados de los setenta
cuando, con la aparición de diversos festivales locales, alcanza una visibilidad mayor. Su foco
principal lo tendría en Barcelona, pero Sevilla sería también otro de los focos más importantes. Para
través de las actuaciones de Orquesta Platería, Barcelona Traction, Jordi Sabatés,
Gualberto, Fusioon, Iceberg, Lole y Manuel, Pau Riba, Orquesta Mirasol, Grup Eina,
Ia & Batiste y Companya Electrica Dharma, sino también de una juventud con su
propia manera de acercarse a él y que aparece de manera habitual en pantalla.
Realizada al estilo del cine directo practicado previamente en documentales
musicales sobre festivales como Monterey Pop (Donn Alan Pennebaker, 1968),
Woodstock (Michael Wadleigh, 1970) y Gimme Shelter (Albert y David Maysles y
Charlotte Zwerin, 1970)24, la película de Bellmunt trasladaba, como éstas, la
experiencia de dichos eventos; pero también evidenciaba la intención de representar
una generación de jóvenes que, aglutinados en torno a un acontecimiento concreto,
podían satisfacer y compartir sus inquietudes en un espacio que, como indicaba uno de
los asistentes entrevistados para la película, se podía equiparar a “una lata de conservas:
libertad provisional en un espacio provisional, pero prometedor de futuro; es un
futurible”.
En La nova cançó, los contraplanos correspondientes al público asistente a las
actuaciones (planos) se reducían a las ocasiones en las que el tema interpretado tenía
una marcada carga simbólica, como el caso de Lʼestaca, Catalunya comtat gran y Jo
vinc dʼun silenci (que, como hemos visto en el apartado anterior, se encontraban
además presentes en la parte final del documental). Sin embargo, en Canet Rock, los
asistentes tienen, desde un primer momento, un mayor protagonismo; esto es así hasta
el punto de que, en determinadas escenas, la actuación del grupo correspondiente
quedará en fuera de campo, permaneciendo únicamente la música en directo como
acompañamiento a las actitudes de los asistentes mostrados en la banda de imagen (es
el caso, por ejemplo, de la actuación del grupo Barcelona Traction)25.
La presencia de esta nueva generación en pantalla es predominante durante toda
la primera mitad del largometraje y en la actuación final. Además, estos se muestran de
manera más acusada en su singularidad al haberse empleado planos más cercanos que
los peculiarizan dentro de la masa concurrente. Se muestran así sus gestos, su manera
de vestir, sus actitudes y su forma de bailar, mientras en algún momento las fuerzas del
orden, representadas por guardias civiles, observan el desarrollo del evento con
curiosidad e incluso, como corrobora una de las escenas, esbozando una sonrisa ante el
paso de una joven en bikini acompañada de otras dos (mientras en la banda sonora se
escucha de fondo la actuación correspondiente). Es de este modo que se dibuja un
espacio de permisividad inédito donde no sólo se acude a escuchar música, sino
también a poner en práctica todo tipo de actividades lúdicas (como dice una chica
sentada en la playa, “me he emborrachado… he dado vueltas, he encendido candelas,
me he desnudado y además he visto el festival”).
Tal y como las críticas de la época indicaban, Canet Rock certificaba la
24 En las críticas aparecidas tras su estreno sería oportunamente comparada con el conocido
documental musical Woodstock –como también los festivales, incluido el realizado en Canet, serían
comparados con los celebrados en Estados Unidos y Reino Unido. 25 También hay que señalar que este tipo de música, caracterizada por ser instrumental y por
tratarse de temas largos, favorecía este tipo de operaciones.
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existencia de espacios al margen de la represión y la censura26. La película daba cuenta
de una actividad que, pese a las dificultades, se hizo posible. Es quizá el deseo de
apoyar esta iniciativa lo que llevó a los responsables del film a situar como escena de
apertura la actuación improvisada de Sisa, cuya participación en el festival había sido
prohibida y que, sentado en la explanada donde había tenido lugar el festival, a plena
luz del día y entre los pocos asistentes que aún quedaban entre los desperdicios tras los
excesos de la noche, interpreta La primavera i l’estiu.
Resulta significativo que, en términos generales, la informalidad, tanto del
público que acudió al festival y se expresó ante la cámara como de la película, fue en
general valorada positivamente por la crítica como una manera nueva de expresarse,
ajena a la represión existente hasta entonces, pero también de hacer cine (documental).
Asimismo, la circunstancia de proyectarse una película como ésta, que no había sido
filmada en el formato oficial (se había realizado en 16 mm), fue también celebrada por
parte de la prensa como un paso más hacia la diversificación propia de un Estado
democrático27. La evidencia de sucesos como estos (la celebración del festival y la
proyección de la película) parecía certificar la posibilidad real de ese “futurible”
apuntado por uno de los entrevistados en el film.
La cultura como industria. Nos va la marcha (Manuel Gómez Pereira, Raimundo
García Fernández y José Manuel Berastegui Rubio, 1979)
Poco más de tres años después de la primera edición de Canet Rock, el 22 de
septiembre de 1978 se celebra en la plaza de toros de Vista Alegre, en Madrid, el
festival Rocktiembre, celebrado con la intención de recaudar fondos para el
autogestionado Sindicato de Músicos de Madrid. En él actúan grupos como Mad,
Topo, Teddy Bautista, Cucharada y Leño, pertenecientes a lo que se denominaba
“rock urbano” o “rock bronca”, un movimiento musical con Madrid como punto
neurálgico, caracterizado por el autodidactismo y el do-it-yourself.
Contagiados de este espíritu, tres jóvenes (Gómez Pereira, García Fernández y
Berastegui) filmarían las actuaciones del festival Rocktiembre 78, así como varias
entrevistas a promotores de este tipo de música; en concreto, a: Mariscal Romero,
responsable de varios programas dedicados al rock emitidos por la emisora de onda
media Radio Centro y precursor del mítico sello discográfico Chapa; Teddy Bautista,
líder de Los Canarios en los años sesenta, que después conectó con la música
progresiva y que en esos momentos se encuentra ligado a los grupos de rock urbano; el
locutor del programa en Onda 2 FM de Radio España Champú, peine y brillantina y
Dinamita, Rafael Abitbol; y Jesús Ordovás, director y presentador de programas
26 Parte de estos espacios, vinculados a la música, están también representados en el film: en un
momento de la película, la cámara pasea por los puestos en los que se venden, entre otras cosas, las
revistas alternativas Star (de historietas) y Vibraciones (musical). 27 J. E. Lahosa, por ejemplo, afirmó: “Para la historia industrial «Canet Rock» es el primer film de
16 mm que consigue carnet oficial de exhibición sin acudir a la trampa siniestra del «hinchado» al
formato mínimo reconocido de 35 mm. Esta circunstancia abre posibilidades a unos planteamientos
de producción y distribución hasta ahora inabordables y de indiscutible interés” (1976).
musicales en la misma emisora entre 1975 y 1979 y colaborador de las revistas
Triunfo, Ajoblanco, Disco-Express y Vibraciones, entre otras.
Por una parte, Nos va la marcha pretende contrarrestar la ausencia de alusiones
(o la presencia de alusiones negativas) al rock urbano en los medios mayoritarios28.
Pues no son los medios consolidados los que apoyaban a este tipo de manifestación
musical, sino un grupo de individuos que se van abriendo camino en los diversos
ámbitos de la pseudoindustria y que, como los grupos a los que patrocinan,
aprovechaban los espacios que el sistema no era capaz de cubrir para desenvolverse,
ajenos (para bien y para mal) a las leyes de un mercado que en España iba afectando a
todos los ámbitos de la vida cultural.
Por otra, y más allá del registro de un evento que apenas recibiría la atención de
los medios, el largometraje pretende constatar la existencia de este conglomerado
musical surgido al margen de la industria mayoritaria y denunciar, gracias a la
presencia de los entrevistados, la dificultad que estos grupos tienen para situarse en una
industria insuficiente y cada vez más polarizada. Así lo indica, por ejemplo, Teddy
Bautista en la entrevista que precede a las imágenes de su actuación en el festival: el
principal problema que se les ha presentado a la hora de llevar a la práctica esta
iniciativa surgida de algunos de los grupos que forman parte de la programación ha
sido, junto a la falta de experiencia, la necesidad de inventar una infraestructura
inexistente.
Logradas con esfuerzo y satisfacción las libertades reclamadas, ahora queda la
puesta en marcha de una política cultural que contemple la inserción de todo tipo de
expresiones culturales a través de la creación de infraestructuras. Así pues, las
reivindicaciones adquieren otro matiz –lo que no implica que tengan implicaciones
políticas: es bien sabido que la hegemonía cultural se define en términos económicos y
políticos-. Los defensores y difusores de este nuevo tipo de música presentes en la
película reivindican la creación de cauces que permitan la integración de las
manifestaciones culturales surgidas en los márgenes de la hegemonía cultural.
Sin embargo, es precisamente la inexperiencia y el amateurismo que
caracterizaban al rock urbano en esos momentos, fruto de ese posicionamiento
(involuntario) al margen, los que, al parecer de algunos de sus defensores, dotaban de
crédito a esta expresión musical. La modestia en el alcance y el localismo que ha
caracterizado al rock urbano hasta entonces29, y que denuncian de manera continua los
28 En estos momentos aparecían en la prensa mayoritaria artículos en los que se denunciaban las
perniciosas condiciones en las que se desarrollaban estos eventos (ver Costa, 1978: 60). Sin ir más
lejos, la crónica del festival aparecida en el diario El País, así lo hacía: “El pasado viernes tuvo lugar
un Festival de rock en Madrid. En una plaza de toros. Y hubo violencia. Los festivales de rock se
desarrollan en polideportivos, campos de deporte, frontones, campos de fútbol o plazas de toros.
Hasta el más negado puede encontrar una relación simbólica entre el marco y la violencia y
agresividad que se desarrollan en torno al mismo” (M. C., 1978: 32). 29 El rock urbano surge en Madrid, ciudad a la que se referirán varias canciones; en el documental,
sin ir más lejos, se incluyen dos temas que hacen alusión a la ciudad: Vallecas 1996, por Topo, y
Este Madrid, de Leño. La cuestión del espacio geográfico resulta interesante respecto a cómo ésta
moldea una identidad colectiva determinada; queda esta cuestión pendiente para sucesivos estudios
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participantes en el documental, permite de manera paralela a los entrevistados construir
argumentos de defensa relacionados con la autenticidad. Al menos así parecía
desgranarse de las palabras del entrevistado Mariscal Romero, quien establecía una
dicotomía entre la música underground (considerada como buena música) y la música
comercial (apreciada como mala por encontrarse bajo los dictados del mercado); al
tiempo que aludía, en términos esperanzadores, a la llegada de gente joven a la radio
que, como él mismo, por encontrarse ajena a la manipulación de las grandes
discográficas, podía identificar y apoyar de manera más clara este tipo de música.
Más allá de impresiones concretas, son evidentes los términos en los que se
valora y contextualiza esta expresión musical frente a las anteriores abordadas en el
presente texto: la reivindicación se emprende ahora desde presupuestos estrictamente
industriales.
La consecución de un espacio más plural donde tengan cabida las
manifestaciones surgidas al margen de la hegemonía cultural (e industrial) tendrá su
manifestación más fehaciente poco tiempo después, cuando una gran cantidad de
músicos (pero también pintores, diseñadores de moda, dibujantes de cómic y cineastas
jóvenes), que han desarrollado una corta trayectoria con los medios que tenían a su
alcance, accedan a espacios que hasta entonces habían estado reservados a otro tipo de
manifestaciones culturales. Por entonces, los grupos de rock urbano, conformados por
jóvenes que luchaban por hacerse un hueco en la música, practicaban el
autodidactismo y representaban la consecución de una nueva época quedarán
desdibujados en un conglomerado que hace gala de su modernidad30. Pero eso ya es
otra historia…
Transición cultural: de la reivindicación política a la industrial
En plena eclosión de la Movida madrileña (1983), un artículo acerca del
fenómeno de los conciertos de rock se expresaba en los siguientes términos:
Desde la desaparición del anterior jefe del Estado hasta nuestros días, los
conciertos de rock and roll se han ido convirtiendo en las manifestaciones
populares por excelencia. En pocas ocasiones, como en los espectáculos
citados, el pueblo llano y sencillo ha conseguido adueñarse de su propio
terreno, desinhibiéndose de buena parte de las frustraciones cotidianas,
vistiendo aunque solo sea durante unas horas de la mejor forma imaginada,
fumando lo que apeteciera aún antes de la despenalización del hachís,
magreando descaradamente a la persona amada o a la recién conocida. Los
conciertos de rock han sido las auténticas fiestas de la transición política y
ello pese a los organizadores, pese a las casas de discos y, con frecuencia,
donde se contemple la puesta en relación de la geografía (simbólica) y la expresión musical que, en
el caso de la nova cançó, la música progresiva y el rock urbano resultan evidentemente interesantes. 30 Ello coincidirá además con la práctica desaparición del cine documental en los medios (en parte
por la disminución en la producción tras la entrada en vigor del Real Decreto 3304/1983, de 28 de