El ruiseor y la rosa[Cuento. Texto completo.]Oscar Wilde
-Dijo que bailara conmigo si le llevaba una rosa roja -se
lamentaba el joven estudiante-, pero no hay una solo rosa roja en
todo mi jardn.Desde su nido de la encina, oyle el ruiseor. Mir por
entre las hojas asombrado.-No hay ni una rosa roja en todo mi
jardn! -gritaba el estudiante.Y sus bellos ojos se llenaron de
llanto.-Ah, de qu cosa ms insignificante depende la felicidad! He
ledo cuanto han escrito los sabios; poseo todos los secretos de la
filosofa y encuentro mi vida destrozada por carecer de una rosa
roja.-He aqu, por fin, el verdadero enamorado -dijo el ruiseor-. Le
he cantado todas las noches, an sin conocerlo; todas las noches les
cuento su historia a las estrellas, y ahora lo veo. Su cabellera es
oscura como la flor del jacinto y sus labios rojos como la rosa que
desea; pero la pasin lo ha puesto plido como el marfil y el dolor
ha sellado su frente.-El prncipe da un baile maana por la noche
-murmuraba el joven estudiante-, y mi amada asistir a la fiesta. Si
le llevo una rosa roja, bailar conmigo hasta el amanecer. Si le
llevo una rosa roja, la tendr en mis brazos, reclinar su cabeza
sobre mi hombro y su mano estrechar la ma. Pero no hay rosas rojas
en mi jardn. Por lo tanto, tendr que estar solo y no me har ningn
caso. No se fijar en m para nada y se destrozar mi corazn.-He aqu
el verdadero enamorado -dijo el ruiseor-. Sufre todo lo que yo
canto: todo lo que es alegra para m es pena para l. Realmente el
amor es algo maravilloso: es ms bello que las esmeraldas y ms raro
que los finos palos. Perlas y rubes no pueden pagarlo porque no se
halla expuesto en el mercado. No puede uno comprarlo al vendedor ni
ponerlo en una balanza para adquirirlo a peso de oro.-Los msicos
estarn en su estrado -deca el joven estudiante-. Tocarn sus
instrumentos de cuerda y mi adorada bailar a los sones del arpa y
del violn. Bailar tan vaporosamente que su pie no tocar el suelo, y
los cortesanos con sus alegres atavos la rodearn solcitos; pero
conmigo no bailar, porque no tengo rosas rojas que darle.Y dejndose
caer en el csped, se cubra la cara con las manos y lloraba.-Por qu
llora? -pregunt la lagartija verde, correteando cerca de l, con la
cola levantada.-Si, por qu? -deca una mariposa que revoloteaba
persiguiendo un rayo de sol.-Eso digo yo, por qu? -murmur una
margarita a su vecina, con una vocecilla tenue.-Llora por una rosa
roja.-Por una rosa roja? Qu tontera!Y la lagartija, que era algo
cnica, se echo a rer con todas sus ganas.Pero el ruiseor, que
comprenda el secreto de la pena del estudiante, permaneci
silencioso en la encina, reflexionando sobre el misterio del
amor.De pronto despleg sus alas oscuras y emprendi el vuelo.Pas por
el bosque como una sombra, y como una sombra atraves el jardn.En el
centro del prado se levantaba un hermoso rosal, y al verle, vol
hacia l y se pos sobre una ramita.-Dame una rosa roja -le grit -, y
te cantar mis canciones ms dulces.Pero el rosal mene la cabeza.-Mis
rosas son blancas -contest-, blancas como la espuma del mar, ms
blancas que la nieve de la montaa. Ve en busca del hermano mo que
crece alrededor del viejo reloj de sol y quiz el te d lo que
quieres.Entonces el ruiseor vol al rosal que creca entorno del
viejo reloj de sol.-Dame una rosa roja -le grit -, y te cantar mis
canciones ms dulces.Pero el rosal mene la cabeza.-Mis rosas son
amarillas -respondi-, tan amarillas como los cabellos de las
sirenas que se sientan sobre un tronco de rbol, ms amarillas que el
narciso que florece en los prados antes de que llegue el segador
con la hoz. Ve en busca de mi hermano, el que crece debajo de la
ventana del estudiante, y quiz el te d lo que quieres.Entonces el
ruiseor vol al rosal que creca debajo de la ventana del
estudiante.-Dame una rosa roja -le grit-, y te cantar mis canciones
ms dulces.Pero el arbusto mene la cabeza.-Mis rosas son rojas
-respondi-, tan rojas como las patas de las palomas, ms rojas que
los grandes abanicos de coral que el ocano mece en sus abismos;
pero el invierno ha helado mis venas, la escarcha ha marchitado mis
botones, el huracn ha partido mis ramas, y no tendr ms rosas este
ao.-No necesito ms que una rosa roja -grit el ruiseor-, una sola
rosa roja. No hay ningn medio para que yo la consiga?-Hay un medio
-respondi el rosal-, pero es tan terrible que no me atrevo a
decrtelo.-Dmelo -contest el ruiseor-. No soy miedoso.-Si necesitas
una rosa roja -dijo el rosal -, tienes que hacerla con notas de
msica al claro de luna y teirla con sangre de tu propio corazn.
Cantars para m con el pecho apoyado en mis espinas. Cantars para m
durante toda la noche y las espinas te atravesarn el corazn: la
sangre de tu vida correr por mis venas y se convertir en sangre
ma.-La muerte es un buen precio por una rosa roja -replic el
ruiseor-, y todo el mundo ama la vida. Es grato posarse en el
bosque verdeante y mirar al sol en su carro de oro y a la luna en
su carro de perlas. Suave es el aroma de los nobles espinos. Dulces
son las campanillas que se esconden en el valle y los brezos que
cubren la colina. Sin embargo, el amor es mejor que la vida. Y qu
es el corazn de un pjaro comparado con el de un hombre?Entonces
despleg sus alas obscuras y emprendi el vuelo. Pas por el jardn
como una sombra y como una sombra cruz el bosque.El joven
estudiante permaneca tendido sobre el csped all donde el ruiseor lo
dej y las lgrimas no se haban secado an en sus bellos ojos.-S feliz
-le grit el ruiseor-, s feliz; tendrs tu rosa roja. La crear con
notas de msica al claro de luna y la teir con la sangre de mi
propio corazn. Lo nico que te pido, en cambio, es que seas un
verdadero enamorado, porque el amor es ms sabio que la filosofa,
aunque sta sea sabia; ms fuerte que el poder, por fuerte que ste lo
sea. Sus alas son color de fuego y su cuerpo color de llama; sus
labios son dulces como la miel y su hlito es como el incienso.El
estudiante levant los ojos del csped y prest atencin; pero no pudo
comprender lo que le deca el ruiseor, pues slo saba las cosas que
estn escritas en los libros.Pero la encina lo comprendi y se puso
triste, porque amaba mucho al ruiseor que haba construido su nido
en sus ramas.-Cntame la ltima cancin -murmur-. Me quedar tan triste
cuando te vayas!Entonces el ruiseor cant para la encina, y su voz
era como el agua que re en una fuente argentina.Al terminar la
cancin, el estudiante se levant, sacando al mismo tiempo su
cuaderno de notas y su lpiz."El ruiseor -se deca pasendose por la
alameda-, el ruiseor posee una belleza innegable, pero siente? Me
temo que no. Despus de todo, es como muchos artistas: puro estilo,
exento de sinceridad. No se sacrifica por los dems. No piensa ms
que en la msica y en el arte; como todo el mundo sabe, es egosta.
Ciertamente, no puede negarse que su garganta tiene notas
bellsimas. Que lstima que todo eso no tenga sentido alguno, que no
persiga ningn fin prctico!"Y volviendo a su habitacin, se acost
sobre su jergoncillo y se puso a pensar en su adorada.Al poco rato
se quedo dormido.Y cuando la luna brillaba en los cielos, el
ruiseor vol al rosal y coloc su pecho contra las espinas.Y toda la
noche cant con el pecho apoyado sobre las espinas, y la fra luna de
cristal se detuvo y estuvo escuchando toda la noche.Cant durante
toda la noche, y las espinas penetraron cada vez ms en su pecho, y
la sangre de su vida flua de su pecho.Al principio cant el
nacimiento del amor en el corazn de un joven y de una muchacha, y
sobre la rama ms alta del rosal floreci una rosa maravillosa, ptalo
tras ptalo, cancin tras cancin.Primero era plida como la bruma que
flota sobre el ro, plida como los pies de la maana y argentada como
las alas de la aurora.La rosa que floreca sobre la rama ms alta del
rosal pareca la sombra de una rosa en un espejo de plata, la sombra
de la rosa en un lago.Pero el rosal grit al ruiseor que se apretase
ms contra las espinas.-Apritate ms, ruiseorcito -le deca-, o llegar
el da antes de que la rosa est terminada.Entonces el ruiseor se
apret ms contra las espinas y su canto fluy ms sonoro, porque
cantaba el nacimiento de la pasin en el alma de un hombre y de una
virgen.Y un delicado rubor apareci sobre los ptalos de la rosa, lo
mismo que enrojece la cara de un enamorado que besa los labios de
su prometida.Pero las espinas no haban llegado an al corazn del
ruiseor; por eso el corazn de la rosa segua blanco: porque slo la
sangre de un ruiseor puede colorear el corazn de una rosa.Y el
rosal grit al ruiseor que se apretase ms contra las
espinas.-Apritate ms, ruiseorcito -le deca-, o llegar el da antes
de que la rosa est terminada.Entonces el ruiseor se apret an ms
contra las espinas, y las espinas tocaron su corazn y l sinti en su
interior un cruel tormento de dolor.Cuanto ms acerbo era su dolor,
ms impetuoso sala su canto, porque cantaba el amor sublimado por la
muerte, el amor que no termina en la tumba.Y la rosa maravillosa
enrojeci como las rosas de Bengala. Purpreo era el color de los
ptalos y purpreo como un rub era su corazn.Pero la voz del ruiseor
desfalleci. Sus breves alas empezaron a batir y una nube se extendi
sobre sus ojos.Su canto se fue debilitando cada vez ms. Sinti que
algo se le ahogaba en la garganta.Entonces su canto tuvo un ltimo
destello. La blanca luna le oy y olvidndose de la aurora se detuvo
en el cielo.La rosa roja le oy; tembl toda ella de arrobamiento y
abri sus ptalos al aire fro del alba.El eco le condujo hacia su
caverna purprea de las colinas, despertando de sus sueos a los
rebaos dormidos.El canto flot entre los caaverales del ro, que
llevaron su mensaje al mar.-Mira, mira -grit el rosal-, ya est
terminada la rosa.Pero el ruiseor no respondi; yaca muerto sobre
las altas hierbas, con el corazn traspasado de espinas.A medio da
el estudiante abri su ventana y mir hacia afuera.-Qu extraa buena
suerte! -exclam-. He aqu una rosa roja! No he visto rosa semejante
en toda vida. Es tan bella que estoy seguro de que debe tener en
latn un nombre muy enrevesado.E inclinndose, la cogi.Inmediatamente
se puso el sombrero y corri a casa del profesor, llevando en su
mano la rosa.La hija del profesor estaba sentada a la puerta.
Devanaba seda azul sobre un carrete, con un perrito echado a sus
pies.-Dijiste que bailaras conmigo si te traa una rosa roja -le
dijo el estudiante-. He aqu la rosa ms roja del mundo. Esta noche
la prenders cerca de tu corazn, y cuando bailemos juntos, ella te
dir cuanto te quiero.Pero la joven frunci las cejas.-Temo que esta
rosa no armonice bien con mi vestido -respondi-. Adems, el sobrino
del chambeln me ha enviado varias joyas de verdad, y ya se sabe que
las joyas cuestan ms que las flores.-Oh, qu ingrata eres! -dijo el
estudiante lleno de clera.Y tir la rosa al arroyo.Un pesado carro
la aplast.-Ingrato! -dijo la joven-. Te dir que te portas como un
grosero; y despus de todo, qu eres? Un simple estudiante. Bah! No
creo que puedas tener nunca hebillas de plata en los zapatos como
las del sobrino del chambeln.Y levantndose de su silla, se meti en
su casa."Qu tontera es el amor! -se deca el estudiante a su
regreso-. No es ni la mitad de til que la lgica, porque no puede
probar nada; habla siempre de cosas que no sucedern y hace creer a
la gente cosas que no son ciertas. Realmente, no es nada prctico, y
como en nuestra poca todo estriba en ser prctico, voy a volver a la
filosofa y al estudio de la metafsica."Y dicho esto, el estudiante,
una vez en su habitacin, abri un gran libro polvoriento y se puso a
leer.
"The Nightingale and the Rose", The Happy Prince and Other
Tales, 1888
El gigante egosta[Cuento. Texto completo.]Oscar Wilde
Cada tarde, a la salida de la escuela, los nios se iban a jugar
al jardn del Gigante. Era un jardn amplio y hermoso, con arbustos
de flores y cubierto de csped verde y suave. Por aqu y por all,
entre la hierba, se abran flores luminosas como estrellas, y haba
doce albaricoqueros que durante la primavera se cubran con
delicadas flores color rosa y ncar, y al llegar el otoo se cargaban
de ricos frutos aterciopelados. Los pjaros se demoraban en el
ramaje de los rboles, y cantaban con tanta dulzura que los nios
dejaban de jugar para escuchar sus trinos.-Qu felices somos aqu!
-se decan unos a otros.Pero un da el Gigante regres. Haba ido de
visita donde su amigo el Ogro de Cornish, y se haba quedado con l
durante los ltimos siete aos. Durante ese tiempo ya se haban dicho
todo lo que se tenan que decir, pues su conversacin era limitada, y
el Gigante sinti el deseo de volver a su mansin. Al llegar, lo
primero que vio fue a los nios jugando en el jardn.-Qu hacen aqu?
-surgi con su voz retumbante.Los nios escaparon corriendo en
desbandada.-Este jardn es mo. Es mi jardn propio -dijo el Gigante-;
todo el mundo debe entender eso y no dejar que nadie se meta a
jugar aqu.Y, de inmediato, alz una pared muy alta, y en la puerta
puso un cartel que deca:ENTRADA ESTRICTAMENTE PROHIBIDABAJO LAS
PENAS CONSIGUIENTESEra un Gigante egosta...Los pobres nios se
quedaron sin tener dnde jugar. Hicieron la prueba de ir a jugar en
la carretera, pero estaba llena de polvo, estaba plagada de
pedruscos, y no les gust. A menudo rondaban alrededor del muro que
ocultaba el jardn del Gigante y recordaban nostlgicamente lo que
haba detrs.-Qu dichosos ramos all! -se decan unos a otros.Cuando la
primavera volvi, toda la comarca se pobl de pjaros y flores. Sin
embargo, en el jardn del Gigante Egosta permaneca el invierno
todava. Como no haba nios, los pjaros no cantaban y los rboles se
olvidaron de florecer. Solo una vez una lindsima flor se asom entre
la hierba, pero apenas vio el cartel, se sinti tan triste por los
nios que volvi a meterse bajo tierra y volvi a quedarse dormida.Los
nicos que ah se sentan a gusto eran la Nieve y la Escarcha.-La
primavera se olvid de este jardn -se dijeron-, as que nos
quedaremos aqu todo el resto del ao.La Nieve cubri la tierra con su
gran manto blanco y la Escarcha cubri de plata los rboles. Y en
seguida invitaron a su triste amigo el Viento del Norte para que
pasara con ellos el resto de la temporada. Y lleg el Viento del
Norte. Vena envuelto en pieles y anduvo rugiendo por el jardn
durante todo el da, desganchando las plantas y derribando las
chimeneas.-Qu lugar ms agradable! -dijo-. Tenemos que decirle al
Granizo que venga a estar con nosotros tambin.Y vino el Granizo
tambin. Todos los das se pasaba tres horas tamborileando en los
tejados de la mansin, hasta que rompi la mayor parte de las tejas.
Despus se pona a dar vueltas alrededor, corriendo lo ms rpido que
poda. Se vesta de gris y su aliento era como el hielo.-No entiendo
por qu la primavera se demora tanto en llegar aqu -deca el Gigante
Egosta cuando se asomaba a la ventana y vea su jardn cubierto de
gris y blanco-, espero que pronto cambie el tiempo.Pero la
primavera no lleg nunca, ni tampoco el verano. El otoo dio frutos
dorados en todos los jardines, pero al jardn del Gigante no le dio
ninguno.-Es un gigante demasiado egosta -decan los frutales.De esta
manera, el jardn del Gigante qued para siempre sumido en el
invierno, y el Viento del Norte y el Granizo y la Escarcha y la
Nieve bailoteaban lgubremente entre los rboles.Una maana, el
Gigante estaba en la cama todava cuando oy que una msica muy
hermosa llegaba desde afuera. Sonaba tan dulce en sus odos, que
pens que tena que ser el rey de los elfos que pasaba por all. En
realidad, era solo un jilguerito que estaba cantando frente a su
ventana, pero haca tanto tiempo que el Gigante no escuchaba cantar
ni un pjaro en su jardn, que le pareci escuchar la msica ms bella
del mundo. Entonces el Granizo detuvo su danza, y el Viento del
Norte dej de rugir y un perfume delicioso penetr por entre las
persianas abiertas.-Qu bueno! Parece que al fin lleg la primavera
-dijo el Gigante, y salt de la cama para correr a la ventana.Y qu
es lo que vio?Ante sus ojos haba un espectculo maravilloso. A travs
de una brecha del muro haban entrado los nios, y se haban trepado a
los rboles. En cada rbol haba un nio, y los rboles estaban tan
felices de tenerlos nuevamente con ellos, que se haban cubierto de
flores y balanceaban suavemente sus ramas sobre sus cabecitas
infantiles. Los pjaros revoloteaban cantando alrededor de ellos, y
los pequeos rean. Era realmente un espectculo muy bello. Solo en un
rincn el invierno reinaba. Era el rincn ms apartado del jardn y en
l se encontraba un niito. Pero era tan pequen que no lograba
alcanzar a las ramas del rbol, y el nio daba vueltas alrededor del
viejo tronco llorando amargamente. El pobre rbol estaba todava
completamente cubierto de escarcha y nieve, y el Viento del Norte
soplaba y ruga sobre l, sacudindole las ramas que parecan a punto
de quebrarse.-Sube a m, niito! -deca el rbol, inclinando sus ramas
todo lo que poda. Pero el nio era demasiado pequeo.El Gigante sinti
que el corazn se le derreta.-Cun egosta he sido! -exclam-. Ahora s
por qu la primavera no quera venir hasta aqu. Subir a ese pobre
niito al rbol y despus voy a botar el muro. Desde hoy mi jardn ser
para siempre un lugar de juegos para los nios.Estaba de veras
arrepentido por lo que haba hecho.Baj entonces la escalera, abri
cautelosamente la puerta de la casa y entr en el jardn. Pero en
cuanto lo vieron los nios se aterrorizaron, salieron a escape y el
jardn qued en invierno otra vez. Solo aquel pequen del rincn ms
alejado no escap, porque tena los ojos tan llenos de lgrimas que no
vio venir al Gigante. Entonces el Gigante se le acerc por detrs, lo
tom gentilmente entre sus manos y lo subi al rbol. Y el rbol
floreci de repente, y los pjaros vinieron a cantar en sus ramas, y
el nio abraz el cuello del Gigante y lo bes. Y los otros nios,
cuando vieron que el Gigante ya no era malo, volvieron corriendo
alegremente. Con ellos la primavera regres al jardn.-Desde ahora el
jardn ser para ustedes, hijos mos -dijo el Gigante, y tomando un
hacha enorme, ech abajo el muro.Al medioda, cuando la gente se
diriga al mercado, todos pudieron ver al Gigante jugando con los
nios en el jardn ms hermoso que haban visto jams.Estuvieron all
jugando todo el da, y al llegar la noche los nios fueron a
despedirse del Gigante.-Pero, dnde est el ms pequeito? -pregunt el
Gigante-, ese nio que sub al rbol del rincn?El Gigante lo quera ms
que a los otros, porque el pequeo le haba dado un beso.-No lo
sabemos -respondieron los nios-, se march solito.-Dganle que vuelva
maana -dijo el Gigante.Pero los nios contestaron que no saban dnde
viva y que nunca lo haban visto antes. Y el Gigante se qued muy
triste.Todas las tardes al salir de la escuela los nios iban a
jugar con el Gigante. Pero al ms chiquito, a ese que el Gigante ms
quera, no lo volvieron a ver nunca ms. El Gigante era muy bueno con
todos los nios pero echaba de menos a su primer amiguito y muy a
menudo se acordaba de l.-Cmo me gustara volverlo a ver!
-repeta.Fueron pasando los aos, y el Gigante se puso viejo y sus
fuerzas se debilitaron. Ya no poda jugar; pero, sentado en un
enorme silln, miraba jugar a los nios y admiraba su jardn.-Tengo
muchas flores hermosas -se deca-, pero los nios son las flores ms
hermosas de todas.Una maana de invierno, mir por la ventana
mientras se vesta. Ya no odiaba el invierno pues saba que el
invierno era simplemente la primavera dormida, y que las flores
estaban descansando.Sin embargo, de pronto se restreg los ojos,
maravillado, y mir, mirEra realmente maravilloso lo que estaba
viendo. En el rincn ms lejano del jardn haba un rbol cubierto por
completo de flores blancas. Todas sus ramas eran doradas, y de
ellas colgaban frutos de plata. Debajo del rbol estaba parado el
pequeito a quien tanto haba echado de menos.Lleno de alegra el
Gigante baj corriendo las escaleras y entr en el jardn. Pero cuando
lleg junto al nio su rostro enrojeci de ira y dijo:-Quin se ha
atrevido a hacerte dao?Porque en la palma de las manos del nio haba
huellas de clavos, y tambin haba huellas de clavos en sus
pies.-Pero, quin se atrevi a herirte? -grit el Gigante-. Dmelo,
para tomar la espada y matarlo.-No! -respondi el nio-. Estas son
las heridas del Amor.-Quin eres t, mi pequeo niito? -pregunt el
Gigante, y un extrao temor lo invadi, y cay de rodillas ante el
pequeo.Entonces el nio sonri al Gigante, y le dijo:-Una vez t me
dejaste jugar en tu jardn; hoy jugars conmigo en el jardn mo, que
es el Paraso.Y cuando los nios llegaron esa tarde encontraron al
Gigante muerto debajo del rbol. Pareca dormir, y estaba entero
cubierto de flores blancas.FIN
"The Selfish Giant", The Happy Prince and Other Tales, 1888
El prncipe feliz[Cuento. Texto completo.]Oscar Wilde
En la parte ms alta de la ciudad, sobre una columnita, se alzaba
la estatua del Prncipe Feliz.
Estaba toda revestida de madreselva de oro fino. Tena, a guisa
de ojos, dos centelleantes zafiros y un gran rub rojo arda en el
puo de su espada.
Por todo lo cual era muy admirada.
-Es tan hermoso como una veleta -observ uno de los miembros del
Concejo que deseaba granjearse una reputacin de conocedor en el
arte-. Ahora, que no es tan til -aadi, temiendo que le tomaran por
un hombre poco prctico.
Y realmente no lo era.
-Por qu no eres como el Prncipe Feliz? -preguntaba una madre
cariosa a su hijito, que peda la luna-. El Prncipe Feliz no hubiera
pensado nunca en pedir nada a voz en grito.
-Me hace dichoso ver que hay en el mundo alguien que es
completamente feliz -murmuraba un hombre fracasado, contemplando la
estatua maravillosa.
-Verdaderamente parece un ngel -decan los nios hospicianos al
salir de la catedral, vestidos con sus soberbias capas escarlatas y
sus bonitas chaquetas blancas.
-En qu lo conocis -replicaba el profesor de matemticas- si no
habis visto uno nunca?
-Oh! Los hemos visto en sueos -respondieron los nios.
Y el profesor de matemticas frunca las cejas, adoptando un
severo aspecto, porque no poda aprobar que unos nios se permitiesen
soar.
Una noche vol una golondrinita sin descanso hacia la ciudad.
Seis semanas antes haban partido sus amigas para Egipto; pero
ella se qued atrs.
Estaba enamorada del ms hermoso de los juncos. Lo encontr al
comienzo de la primavera, cuando volaba sobre el ro persiguiendo a
una gran mariposa amarilla, y su talle esbelto la atrajo de tal
modo, que se detuvo para hablarle.
-Quieres que te ame? -dijo la Golondrina, que no se andaba nunca
con rodeos.
Y el Junco le hizo un profundo saludo.
Entonces la Golondrina revolote a su alrededor rozando el agua
con sus alas y trazando estelas de plata.
Era su manera de hacer la corte. Y as transcurri todo el
verano.
-Es un enamoramiento ridculo -gorjeaban las otras golondrinas-.
Ese Junco es un pobretn y tiene realmente demasiada familia.
Y en efecto, el ro estaba todo cubierto de juncos.
Cuando lleg el otoo, todas las golondrinas emprendieron el
vuelo.
Una vez que se fueron sus amigas, sintise muy sola y empez a
cansarse de su amante.
-No sabe hablar -deca ella-. Y adems temo que sea inconstante
porque coquetea sin cesar con la brisa.
Y realmente, cuantas veces soplaba la brisa, el Junco
multiplicaba sus ms graciosas reverencias.
-Veo que es muy casero -murmuraba la Golondrina-. A m me gustan
los viajes. Por lo tanto, al que me ame, le debe gustar viajar
conmigo.
-Quieres seguirme? -pregunt por ltimo la Golondrina al
Junco.
Pero el Junco movi la cabeza. Estaba demasiado atado a su
hogar.
-Te has burlado de m! -le grit la Golondrina-. Me marcho a las
Pirmides. Adis!
Y la Golondrina se fue.
Vol durante todo el da y al caer la noche lleg a la ciudad.
-Dnde buscar un abrigo? -se dijo-. Supongo que la ciudad habr
hecho preparativos para recibirme.
Entonces divis la estatua sobre la columnita.
-Voy a cobijarme all -grit- El sitio es bonito. Hay mucho aire
fresco.
Y se dej caer precisamente entre los pies del Prncipe Feliz.
-Tengo una habitacin dorada -se dijo quedamente, despus de mirar
en torno suyo.
Y se dispuso a dormir.
Pero al ir a colocar su cabeza bajo el ala, he aqu que le cay
encima una pesada gota de agua.
-Qu curioso! -exclam-. No hay una sola nube en el cielo, las
estrellas estn claras y brillantes, y sin embargo llueve! El clima
del norte de Europa es verdaderamente extrao. Al Junco le gustaba
la lluvia; pero en l era puro egosmo.
Entonces cay una nueva gota.
-Para qu sirve una estatua si no resguarda de la lluvia? -dijo
la Golondrina-. Voy a buscar un buen copete de chimenea.
Y se dispuso a volar ms lejos. Pero antes de que abriese las
alas, cay una tercera gota.
La Golondrina mir hacia arriba y vio... Ah, lo que vio!
Los ojos del Prncipe Feliz estaban arrasados de lgrimas, que
corran sobre sus mejillas de oro.
Su faz era tan bella a la luz de la luna, que la Golondrinita
sintise llena de piedad.
-Quin sois? -dijo.
-Soy el Prncipe Feliz.
-Entonces, por qu lloriqueis de ese modo? -pregunt la
Golondrina-. Me habis empapado casi.
-Cuando estaba yo vivo y tena un corazn de hombre -repiti la
estatua-, no saba lo que eran las lgrimas porque viva en el Palacio
de la Despreocupacin, en el que no se permite la entrada al dolor.
Durante el da jugaba con mis compaeros en el jardn y por la noche
bailaba en el gran saln. Alrededor del jardn se alzaba una muralla
altsima, pero nunca me preocup lo que haba detrs de ella, pues todo
cuanto me rodeaba era hermossimo. Mis cortesanos me llamaban el
Prncipe Feliz y, realmente, era yo feliz, si es que el placer es la
felicidad. As viv y as mor y ahora que estoy muerto me han elevado
tanto, que puedo ver todas las fealdades y todas las miserias de mi
ciudad, y aunque mi corazn sea de plomo, no me queda ms recurso que
llorar.
Cmo! No es de oro de buena ley?, pens la Golondrina para sus
adentros, pues estaba demasiado bien educada para hacer ninguna
observacin en voz alta sobre las personas.
-All abajo -continu la estatua con su voz baja y musical-, all
abajo, en una callejuela, hay una pobre vivienda. Una de sus
ventanas est abierta y por ella puedo ver a una mujer sentada ante
una mesa. Su rostro est enflaquecido y ajado. Tiene las manos
hinchadas y enrojecidas, llenas de pinchazos de la aguja, porque es
costurera. Borda pasionarias sobre un vestido de raso que debe
lucir, en el prximo baile de corte, la ms bella de las damas de
honor de la Reina. Sobre un lecho, en el rincn del cuarto, yace su
hijito enfermo. Tiene fiebre y pide naranjas. Su madre no puede
darle ms que agua del ro. Por eso llora. Golondrina, Golondrinita,
no quieres llevarle el rub del puo de mi espada? Mis pies estn
sujetos al pedestal, y no me puedo mover.
-Me esperan en Egipto -respondi la Golondrina-. Mis amigas
revolotean de aqu para all sobre el Nilo y charlan con los grandes
lotos. Pronto irn a dormir al sepulcro del Gran Rey. El mismo Rey
est all en su caja de madera, envuelto en una tela amarilla y
embalsamado con sustancias aromticas. Tiene una cadena de jade
verde plido alrededor del cuello y sus manos son como unas hojas
secas.
-Golondrina, Golondrina, Golondrinita - dijo el Prncipe-, no te
quedars conmigo una noche y sers mi mensajera? Tiene tanta sed el
nio y tanta tristeza la madre!
-No creo que me agraden los nios -contest la Golondrina-. El
invierno ltimo, cuando viva yo a orillas del ro, dos muchachos mal
educados, los hijos del molinero, no paraban un momento en tirarme
piedras. Claro es que no me alcanzaban. Nosotras las golondrinas
volamos demasiado bien para eso y adems yo pertenezco a una familia
clebre por su agilidad; mas, a pesar de todo, era una falta de
respeto.
Pero la mirada del Prncipe Feliz era tan triste que la
Golondrinita se qued apenada.
-Mucho fro hace aqu -le dijo-; pero me quedar una noche con vos
y ser vuestra mensajera.
-Gracias, Golondrinita -respondi el Prncipe.
Entonces la Golondrinita arranc el gran rub de la espada del
Prncipe y, llevndolo en el pico, vol sobre los tejados de la
ciudad.
Pas sobre la torre de la catedral, donde haba unos ngeles
esculpidos en mrmol blanco.
Pas sobre el palacio real y oy la msica de baile.
Una bella muchacha apareci en el balcn con su novio.
-Qu hermosas son las estrellas -la dijo- y qu poderosa es la
fuerza del amor!
-Querra que mi vestido estuviese acabado para el baile oficial
-respondi ella-. He mandado bordar en l unas pasionarias pero son
tan perezosas las costureras!
Pas sobre el ro y vio los fanales colgados en los mstiles de los
barcos. Pas sobre el gueto y vio a los judos viejos negociando
entre ellos y pesando monedas en balanzas de cobre.
Al fin lleg a la pobre vivienda y ech un vistazo dentro. El nio
se agitaba febrilmente en su camita y su madre habase quedado
dormida de cansancio.
La Golondrina salt a la habitacin y puso el gran rub en la mesa,
sobre el dedal de la costurera. Luego revolote suavemente alrededor
del lecho, abanicando con sus alas la cara del nio.
-Qu fresco ms dulce siento! -murmur el nio-. Debo estar
mejor.
Y cay en un delicioso sueo.
Entonces la Golondrina se dirigi a todo vuelo hacia el Prncipe
Feliz y le cont lo que haba hecho.
-Es curioso -observa ella-, pero ahora casi siento calor, y sin
embargo, hace mucho fro.
Y la Golondrinita empez a reflexionar y entonces se durmi.
Cuantas veces reflexionaba se dorma.
Al despuntar el alba vol hacia el ro y tom un bao.
-Notable fenmeno! -exclam el profesor de ornitologa que pasaba
por el puente-. Una golondrina en invierno!
Y escribi sobre aquel tema una larga carta a un peridico
local.
Todo el mundo la cit. Estaba plagada de palabras que no se podan
comprender!...
-Esta noche parto para Egipto -se deca la Golondrina.
Y slo de pensarlo se pona muy alegre.
Visit todos los monumentos pblicos y descans un gran rato sobre
la punta del campanario de la iglesia.
Por todas parte adonde iba piaban los gorriones, dicindose unos
a otros:
-Qu extranjera ms distinguida!
Y esto la llenaba de gozo. Al salir la luna volvi a todo vuelo
hacia el Prncipe Feliz.
-Tenis algn encargo para Egipto? -le grit-. Voy a emprender la
marcha.
-Golondrina, Golondrina, Golondrinita -dijo el Prncipe-, no te
quedars otra noche conmigo?
-Me esperan en Egipto -respondi la Golondrina-. Maana mis amigas
volarn hacia la segunda catarata. All el hipoptamo se acuesta entre
los juncos y el dios Memnn se alza sobre un gran trono de granito.
Acecha a las estrellas durante la noche y cuando brilla Venus,
lanza un grito de alegra y luego calla. A medioda, los rojizos
leones bajan a beber a la orilla del ro. Sus ojos son verdes
aguamarinas y sus rugidos ms atronadores que los rugidos de la
catarata.
-Golondrina, Golondrina, Golondrinita -dijo el Prncipe-, all
abajo, al otro lado de la ciudad, veo a un joven en una buhardilla.
Est inclinado sobre una mesa cubierta de papeles y en un vaso a su
lado hay un ramo de violetas marchitas. Su pelo es negro y rizoso y
sus labios rojos como granos de granada. Tiene unos grandes ojos
soadores. Se esfuerza en terminar una obra para el director del
teatro, pero siente demasiado fro para escribir ms. No hay fuego
ninguno en el aposento y el hambre le ha rendido.
-Me quedar otra noche con vos -dijo la Golondrina, que tena
realmente buen corazn-. Debo llevarle otro rub?
-Ay! No tengo ms rubes -dijo el Prncipe-. Mis ojos es lo nico
que me queda. Son unos zafiros extraordinarios trados de la India
hace un millar de aos. Arranca uno de ellos y llvaselo. Lo vender a
un joyero, se comprar alimento y combustible y concluir su
obra.
-Amado Prncipe -dijo la Golondrina-, no puedo hacer eso.
Y se puso a llorar.
-Golondrina, Golondrina, Golondrinita! -dijo el Prncipe-. Haz lo
que te pido.
Entonces la Golondrina arranc el ojo del Prncipe y vol hacia la
buhardilla del estudiante. Era fcil penetrar en ella porque haba un
agujero en el techo. La Golondrina entr por l como una flecha y se
encontr en la habitacin.
El joven tena la cabeza hundida en las manos. No oy el aleteo
del pjaro y cuando levant la cabeza, vio el hermoso zafiro colocado
sobre las violetas marchitas.
-Empiezo a ser estimado -exclam-. Esto proviene de algn rico
admirador. Ahora ya puedo terminar la obra.
Y pareca completamente feliz.
Al da siguiente la Golondrina vol hacia el puerto.
Descans sobre el mstil de un gran navo y contempl a los
marineros que sacaban enormes cajas de la cala tirando de unos
cabos.
-Ah, iza! -gritaban a cada caja que llegaba al puente.
-Me voy a Egipto! -les grit la Golondrina.
Pero nadie le hizo caso, y al salir la luna, volvi hacia el
Prncipe Feliz.
-He venido para deciros adis -le dijo.
-Golondrina, Golondrina, Golondrinita! -exclam el Prncipe-. No
te quedars conmigo una noche ms?
-Es invierno -replic la Golondrina- y pronto estar aqu la nieve
glacial. En Egipto calienta el sol sobre las palmeras verdes. Los
cocodrilos, acostados en el barro, miran perezosamente a los
rboles, a orillas del ro. Mis compaeras construyen nidos en el
templo de Baalbeck. Las palomas rosadas y blancas las siguen con
los ojos y se arrullan. Amado Prncipe, tengo que dejaros, pero no
os olvidar nunca y la primavera prxima os traer de all dos bellas
piedras preciosas con que sustituir las que disteis. El rub ser ms
rojo que una rosa roja y el zafiro ser tan azul como el ocano.
-All abajo, en la plazoleta -contest el Prncipe Feliz-, tiene su
puesto una nia vendedora de cerillas. Se le han cado las cerillas
al arroyo, estropendose todas. Su padre le pegar si no lleva algn
dinero a casa, y est llorando. No tiene ni medias ni zapatos y
lleva la cabecita al descubierto. Arrncame el otro ojo, dselo y su
padre no le pegar.
-Pasar otra noche con vos -dijo la Golondrina-, pero no puedo
arrancaros el ojo porque entonces os quedarais ciego del todo.
-Golondrina, Golondrina, Golondrinita! -dijo el Prncipe-. Haz lo
que te mando.
Entonces la Golondrina volvi de nuevo hacia el Prncipe y
emprendi el vuelo llevndoselo.
Se pos sobre el hombro de la vendedorcita de cerillas y desliz
la joya en la palma de su mano.
-Qu bonito pedazo de cristal! -exclam la nia, y corri a su casa
muy alegre.
Entonces la Golondrina volvi de nuevo hacia el Prncipe.
- Ahora estis ciego. Por eso me quedar con vos para siempre.
-No, Golondrinita -dijo el pobre Prncipe-. Tienes que ir a
Egipto.
-Me quedar con vos para siempre -dijo la Golondrina.
Y se durmi entre los pies del Prncipe. Al da siguiente se coloc
sobre el hombro del Prncipe y le refiri lo que habla visto en pases
extraos.
Le habl de los ibis rojos que se sitan en largas filas a orillas
del Nilo y pescan a picotazos peces de oro; de la esfinge, que es
tan vieja como el mundo, vive en el desierto y lo sabe todo; de los
mercaderes que caminan lentamente junto a sus camellos, pasando las
cuentas de unos rosarios de mbar en sus manos; del rey de las
montaas de la Luna, que es negro como el bano y que adora un gran
bloque de cristal; de la gran serpiente verde que duerme en una
palmera y a la cual estn encargados de alimentar con pastelitos de
miel veinte sacerdotes; y de los pigmeos que navegan por un gran
lago sobre anchas hojas aplastadas y estn siempre en guerra con las
mariposas.
-Querida Golondrinita -dijo el Prncipe-, me cuentas cosas
maravillosas, pero ms maravilloso an es lo que soportan los hombres
y las mujeres. No hay misterio ms grande que la miseria. Vuela por
mi ciudad, Golondrinita, y dime lo que veas.
Entonces la Golondrinita vol por la gran ciudad y vio a los
ricos que se festejaban en sus magnficos palacios, mientras los
mendigos estaban sentados a sus puertas.
Vol por los barrios sombros y vio las plidas caras de los nios
que se moran de hambre, mirando con apata las calles negras.
Bajo los arcos de un puente estaban acostados dos niitos
abrazados uno a otro para calentarse.
-Qu hambre tenemos! -decan.
-No se puede estar tumbado aqu! -les grit un guardia.
Y se alejaron bajo la lluvia.
Entonces la Golondrina reanud su vuelo y fue a contar al Prncipe
lo que haba visto.
-Estoy cubierto de oro fino -dijo el Prncipe-; desprndelo hoja
por hoja y dselo a mis pobres. Los hombres creen siempre que el oro
puede hacerlos felices.
Hoja por hoja arranc la Golondrina el oro fino hasta que el
Prncipe Feliz se qued sin brillo ni belleza.
Hoja por hoja lo distribuy entre los pobres, y las caritas de
los nios se tornaron nuevamente sonrosadas y rieron y jugaron por
la calle.
-Ya tenemos pan! -gritaban.
Entonces lleg la nieve y despus de la nieve el hielo.
Las calles parecan empedradas de plata por lo que brillaban y
relucan.
Largos carmbanos, semejantes a puales de cristal, pendan de los
tejados de las casas. Todo el mundo se cubra de pieles y los nios
llevaban gorritos rojos y patinaban sobre el hielo.
La pobre Golondrina tena fro, cada vez ms fro, pero no quera
abandonar al Prncipe: le amaba demasiado para hacerlo.
Picoteaba las migas a la puerta del panadero cuando ste no la
vea, e intentaba calentarse batiendo las alas.
Pero, al fin, sinti que iba a morir. No tuvo fuerzas ms que para
volar una vez ms sobre el hombro del Prncipe.
-Adis, amado Prncipe! -murmur-. Permitid que os bese la
mano.
-Me da mucha alegra que partas por fin para Egipto, Golondrina
-dijo el Prncipe-. Has permanecido aqu demasiado tiempo. Pero
tienes que besarme en los labios porque te amo.
-No es a Egipto adonde voy a ir -dijo la Golondrina-. Voy a ir a
la morada de la Muerte. La Muerte es hermana del Sueo, verdad?
Y besando al Prncipe Feliz en los labios, cay muerta a sus
pies.
En el mismo instante son un extrao crujido en el interior de la
estatua, como si se hubiera roto algo.
El hecho es que la coraza de plomo se habla partido en dos.
Realmente hacia un fro terrible.
A la maana siguiente, muy temprano, el alcalde se paseaba por la
plazoleta con dos concejales de la ciudad.
Al pasar junto al pedestal, levant sus ojos hacia la
estatua.
-Dios mo! -exclam-. Qu andrajoso parece el Prncipe Feliz!
-S, est verdaderamente andrajoso! -dijeron los concejales de la
ciudad, que eran siempre de la opinin del alcalde.
Y levantaron ellos mismos la cabeza para mirar la estatua.
-El rub de su espada se ha cado y ya no tiene ojos, ni es dorado
-dijo el alcalde- En resumidas cuentas, que est lo mismo que un
pordiosero.
-Lo mismo que un pordiosero! -repitieron a coro los
concejales.
-Y tiene a sus pies un pjaro muerto -prosigui el alcalde-.
Realmente habr que promulgar un bando prohibiendo a los pjaros que
mueran aqu.
Y el secretario del Ayuntamiento tom nota para aquella idea.
Entonces fue derribada la estatua del Prncipe Feliz.
-Al no ser ya bello, de nada sirve! -dijo el profesor de esttica
de la Universidad.
Entonces fundieron la estatua en un horno y el alcalde reuni al
Concejo en sesin para decidir lo que deba hacerse con el metal.
-Podramos -propuso- hacer otra estatua. La ma, por ejemplo.
-O la ma -dijo cada uno de los concejales.
Y acabaron disputando.
-Qu cosa ms rara! -dijo el oficial primero de la fundicin-. Este
corazn de plomo no quiere fundirse en el horno; habr que tirarlo
como desecho.
Los fundidores lo arrojaron al montn de basura en que yaca la
golondrina muerta.
-Treme las dos cosas ms preciosas de la ciudad -dijo Dios a uno
de sus ngeles.
Y el ngel se llev el corazn de plomo y el pjaro muerto.
-Has elegido bien -dijo Dios-. En mi jardn del Paraso este
pajarillo cantar eternamente, y en mi ciudad de oro el Prncipe
Feliz repetir mis alabanzas.
"The Happy Prince", The Happy Prince and Other Tales, 1888
El amigo fiel[Cuento. Texto completo.]Oscar Wilde
Una maana, la vieja Rata de Agua sac la cabeza fuera de su
madriguera. Tena los ojos claros, parecidos a dos gotas brillantes,
unos bigotes grises muy tiesos y una cola larga, que pareca una
larga cinta elstica negra. Los patitos nadaban en el estanque, como
si fueran una bandada de canarios amarillos, y su madre, que tena
el plumaje blanqusimo y las patas realmente rojas, trataba de
ensearles a mantener la cabeza bajo el agua.-Nunca podris codearos
con la alta sociedad, a menos que aprendis a manteneros bajo el
agua -les repeta machaconamente, mostrndoles de vez en cuando cmo
se haca.Pero los patitos no prestaban atencin; eran tan pequeos que
no entendan las ventajas de pertenecer a la sociedad.-Qu chiquillos
ms desobedientes! -grit la vieja Rata de Agua-. Realmente merecen
ser ahogados.-Qu cosas dice usted! -respondi la Pata-. Nadie nace
enseado y a los padres no nos queda ms remedio que tener
paciencia.-Ay! No s nada de los sentimientos de los padres -dijo la
Rata de Agua-. No soy madre de familia; en realidad nunca me he
casado, ni tengo intencin de hacerlo. El amor est bien, dentro de
lo que cabe, pero la amistad es un sentimiento mucho ms elevado. La
verdad es que no creo que haya nada en el mundo ms noble ni ms raro
que una amistad verdadera.-Y dgame usted, por favor, cules son, a
su juicio, los deberes de un amigo fiel? -le pregunt un Pinzn
Verde, que estaba posado encima de un sauce llorn muy cerca de all,
y que haba odo la conversacin.-S, eso es justamente lo que yo
quisiera saber -dijo la Pata mientras se alejaba nadando hasta la
otra orilla del estanque y all meta la cabeza en el agua, para dar
buen ejemplo a sus pequeos.-Qu pregunta ms tonta! -exclam la Rata
de Agua-. Qu duda cabe de que, si un amigo mo es fiel, es porque me
es fiel a m.-Y usted qu hara a cambio? -pregunt el pajarillo, que
se columpiaba sobre una rama plateada batiendo sus diminutas
alas.-No te entiendo -le contest la Rata de Agua.-Deje que te
cuente un cuento sobre eso -dijo el Pnzn.-Es un cuento sobre m?
-pregunt la Rata de Agua- Porque, si lo es, estoy dispuesta a
escucharlo. Me encantan los cuentos.-Se le podra aplicar -contest
el Pinzn.Y baj volando del rbol y, posndose a la orilla del
estanque, empez a contar el cuento del Amigo Fiel.-Erase una vez
-comenz a decir el Pinzn- un honrado muchacho, que se llamaba
Hans.-Era muy distinguido? -pregunt la Rata de Agua.-No -contest el
Pinzn-. No creo que lo fuera, excepto por su buen corazn y su
carilla redonda y simptica. Viva solo, en una casa pequeita y todo
el da lo pasaba cuidando del jardn. No haba jardn ms bonito que el
suyo en los alrededores: en l crecan minutisas y alheles, y pan y
quesillo y campanillas blancas. Haba rosas de Damasco y rosas
amarillas y azafranes de oro y azul, y violetas moradas y blancas.
La aguilea y la cardamina, la mejorana y la albahaca silvestre, la
primavera y la flor de lis, el narciso y la clavellina brotaban y
florecan unas tras otras, segn pasaban los meses, de tal modo que
siempre haba cosas hermosas para la vista y exquisitos perfumes
para el olfato.El pequeo Hans tena muchsimos amigos, pero el ms
fiel de todos era el grandote Hugo el Molinero. Tan leal le era el
ricachn Hugo al pequeo Hans, que no pasaba nunca por su jardn sin
inclinarse por encima de la tapia para arrancar un ramillete de
flores, o un puado de hierbas aromticas, o sin llenarse los
bolsillos de ciruelas y cerezas, si estaban maduras.-Los amigos
verdaderos deberan compartir todas las cosas -sola decir el
Molinero.Y pequeo Hans asenta y sonrea, muy orgulloso de tener un
amigo con tan nobles ideas.Aunque la verdad es que, a veces, a los
vecinos les extraaba que el rico Molinero nunca diera al pequeo
Hans nada a cambio, a pesar de que tena cien sacos de harina
almacenados en el molino y seis vacas lecheras y un gran rebao de
ovejas de lana. Pero a Hans nunca se le pasaban por la cabeza estos
pensamientos y nada le daba tanta satisfaccin como escuchar las
maravillosas cosas que el Molinero sola decir sobre la falta de
egosmo y la verdadera amistad.El pequeo Hans trabajaba en su jardn.
Durante la primavera, el verano y el otoo era muy feliz; pero
llegaba el invierno y se encontraba con que no tena ni fruta, ni
flores que llevar al mercado, y sufra mucho por el fro y por el
hambre. En ocasiones tena que irse a la cama sin ms cena que unas
cuantas peras secas o algunas nueces duras. Y adems, en invierno,
estaba muy solo, ya que el Molinero nunca iba a visitarlo.-No es
conveniente que vaya a ver al pequeo Hans mientras haya nieve -deca
el Molinero a su mujer-. Porque, cuando la gente tiene problemas,
es preferible dejarla sola y no molestarla con visitas. Por lo
menos, sta es la idea que yo tengo de la amistad, y estoy
convencido de que es lo correcto. Por lo tanto esperar a que llegue
la primavera y despus le har una visita y podr darme una cesta
llena de prmulas, y con ello ser feliz.-Eres muy considerado con
todo el mundo -le deca su mujer, sentada en un cmodo silln junto a
un buen fuego de lea-, muy considerado. Da gusto orte hablar de la
amistad. Estoy segura de que ni un sacerdote dira las cosas tan
bien como t, y eso que vive en una casa de tres plantas y lleva un
anillo de oro en el dedo meique.-Pero no podramos invitar al pequeo
Hans a que suba a vernos? -pregunt el hijo menor del Molinero? -Si
el pobre est en apuros, le dar la mitad de mis gachas y le ensear
mis conejitos blancos.-Pero qu tonto eres! -exclam el Molinero-
Realmente no s para qu te mando a la escuela, pues la verdad es que
no aprendes nada. Mira, si el pequeo Hans viniera a casa y viera el
fuego tan hermoso que tenemos y nuestra buena cena y nuestro
hermoso barril de vino tinto, le dara envidia. Y la envidia es una
cosa tremenda, capaz de echar a perder a cualquiera. Y yo no
permitir que se eche a perder el carcter de Hans. Soy su mejor
amigo y siempre velar por l, y que no caiga en tentacin. Adems, si
Hans viniera a casa, podra pedirme prestado un poco de harina, y
eso s que no lo puedo hacer. Una cosa es la harina y otra la
amistad, y no hay que confundirlas. Est claro que son dos palabras
diferentes y significan cosas distintas. Eso lo sabe
cualquiera.-Pero qu bien hablas! -dijo la mujer del Molinero,
sirvindose un gran vaso de cerveza tibia-. Estoy medio amodorrada,
como si estuviera en la iglesia.-Mucha gente obra bien -prosigui el
Molinero-, pero muy poca habla bien, lo que nos demuestra que es
mucho ms difcil hablar que obrar; aunque tambin es mucho ms
elegante.Y se qued mirando con severidad, por encima de la mesa, a
su hijo pequeo, que se sinti tan avergonzado que baj la cabeza, se
puso muy colorado y se ech a llorar encima de la merienda. Pero era
tan joven que hay que disculparlo.-Y as acaba el cuento? -pregunt
la Rata de Agua.-Claro que no -contest el Pirizn- As es como
empieza.-Pues entonces no est usted al da -le dijo la Rata de
Agua-. Hoy los buenos narradores empiezan por el final, siguen por
el principio y terminan por el medio. As es el nuevo mtodo. Se lo o
decir el otro da a un crtico, que ia paseando alrededor del
estanque con un joven. Hablaba del asunto con todo detalle y estoy
segura de que estaba en lo cierto, porque llevaba gafas azules, y
era calvo, y, a cada observacin que haca el joven, le responda:
Psss! Pero le ruego que contine usted con el cuento. Me encanta el
Molinero. Yo tambin estoy lleno de hermosos sentimientos, de modo
que tenemos muchas cosas en comn.-Pues bien -dijo el Pinzn,
apoyndose ora en una patita ora en la otra-, tan pronto como acab
el invierno y las prmulas comenzaron a abrir sus plidas estrellas
amarillas, el Molinero le dijo a su mujer que iba a bajar a ver al
pequeo Hans.-Ay, qu buen corazn tienes! -le dijo su mujer-. Siempre
ests pensando en los dems! No te olvides de llevar la cesta grande
para las flores.As que el Molinero sujet las aspas del molino de
viento con una gruesa cadena de hierro y baj por la colina con la
cesta en su brazo.-Buenos das, pequeo Hans -dijo el
Molinero.-Buenos das -dijo Hans, apoyndose en la pala con una
sonrisa de oreja a oreja.-Y qu tal has pasado el invierno? -dijo el
Molinero.-Bueno, la verdad es que eres muy amable al preguntrmelo,
muy amable, s, seor -exclam Hans. Te dir que lo he pasado bastante
mal, pero ya ha llegado la primavera y estoy muy contento, y todas
mis flores estn hechas una maravilla.-Hemos hablado muchas veces de
ti este invierno, Hans -dijo el Molinero-, y nos preguntbamos qu
tal te ira.-Qu amables sois -dijo Hans- Y yo que me tema que me
hubierais olvidado.-Hans, me sorprendes -dijo el Molinero- Los
amigos nunca olvidan. Eso es lo ms maravilloso de la amistad, pero
me temo que no seas capaz de entender la poesa de la vida. Y, a
propsito, qu bonitas estn tus prmulas!-Realmente estn preciosas
-dijo Hans-; y es una suerte para m tener tantas. Voy a llevarlas
al mercado y se las vender a la hija del alcalde, y con el dinero
que me d comprar otra vez mi carretilla.-Que comprars de nuevo tu
carretilla? No m irs a decir que la has vendido! Qu cosa ms tonta!
-La verdad es que no tuve ms remedio que hacerlo dijo Hans. Pas un
invierno muy malo, y no tena dinero ni para comprar pan. As que
primero vend la bolonadura de plata de la chaqueta de los domingos,
y luego vend la cadena de plata y despus la pipa grande, y por
ltimo la carretilla. Pero ahora voy a comprarlo todo otra vez.-Hans
-le dijo el Molinero-, voy a darte mi carretilla. No est en muy
buen estado, porque le falta un lado y tiene rotos algunos radios
de la rueda. Pero, a pesar de ello, voy a drtela. Ya s que es una
muestra de generosidad por mi parte y que muchsima gente pensar que
soy tonto de remate por desprenderme de ella, pero es que yo no soy
como los dems. Creo que la generosidad es la esencia de la amistad
y, adems, tengo una carretilla nueva. De modo que puedes estar
tranquilo; te dar mi carretilla.-Es muy generoso por tu parte -dijo
el pequeo Hans, y su graciosa carita redonda resplandeca de
alegra-. La puedo arreglar fciImente, pues tengo un tabln en
casa:-Un tabln! -exclam el Molinero- Pues eso es lo que necesito
para arreglar el tejado del granero, que tiene un agujero muy
grande y, si no lo tapo, el grano se va a mojar. Es una suerte que
me lo hayas dicho! Es sorprendente ver cmo una buena accin siempre
genera otra. Yo te he dado mi carretilla y ahora t me vas a dar una
tabla. Por supuesto que la carretilla vale muchsimo ms que la
tabla, pero la autntica amistad nunca se fija en cosas como sas.
Anda, haz el favor de traerla enseguida, que quiero ponerme a
arreglar el granero hoy mismo.-Voy corriendo -exclam el pequeo
Hans.Y sali disparado hacia el cobertizo y sac el tabln a
rastras.-No es una tabla muy grande -dijo el Molinero mirndola-. Y
me temo que, despus de que haya arreglado el granero, no sobrar
nada para que arregles la carretilla. Claro que eso no es culpa ma.
Bueno, y ahora que te he regalado la carretilla, estoy seguro de
que te gustara darme a cambio algunas flores. Aqu tienes la cesta,
y procura llenarla hasta arriba.-Hasta arriba? -dijo el pobre Hans,
muy afligido, porque era una cesta grandsima y saba que, si la
llenaba, no le quedaran flores para llevar al mercado; y estaba
ansioso por recuperar su botonadura de plata.-Bueno, en realidad
dijo el Molinero-, como te he dado la carretilla, no creo que sea
mucho pedirte un puado de flores. Puede que est equivocado, pero,
para m, la amistad, la verdadera amistad, ha de estar libre de
cualquier tipo de egosmo.-Ay, mi querido amigo, mi mejor amigo
-exclam el pequeo Hans , todas las flores de mi jardn estn a tu
disposicin. Prefiero mucho ms ser digno de tu estima que recuperar
la botonadura de plata.Y sali disparado a coger todas sus lindas
prmulas y llen la cesta del Molinero.-Adis, pequeo Hans -le dijo el
Molinero, mientras suba por la colina, con el tabln al hombro y la
gran cesta en la mano.-Adis -respondi el pequeo Hans.Y se puso a
cavar tan contento, pues estaba encantado con la carretilla.Al da
siguiente estaba sujetando unas ramas de madreselva en el porche
cuando oy la voz del Molinero, que le llamaba desde el camino. As
que salt de la escalera, cruz corriendo el jardn y mir por encima
de la tapia.All estaba el Molinero con un gran saco de harina al
hombro.-Querido Hans -le dijo el Molinero-, te importara llevarme
este saco de harina al mercado?-Lo siento mucho -coment Hans-, pero
es que hoy estoy muy ocupado. Tengo que levantar todas las
enredaderas, y regar las flores y atar la hierba.-Bueno, pues,
teniendo en cuenta que voy a regalarte mi carretilla, es bastante
egosta por tu parte negarte a hacerme este favor.-Oh, no digas eso
-exclam el pequeo Hans-. No querra ser egosta por nada del mundo.Y
entr corriendo en casa a buscar su gorra y se fue caminando al
pueblo con el gran saco a sus espaldas.Haca mucho calor, y la
carretera estaba cubierta de polvo y, antes de llegar al sexto
mojn, Hans tuvo que sentarse a descansar. Sin embargo prosigui muy
animoso su camino, y lleg al mercado. Despus de un rato, vendi el
saco de harina a muy buen precio y regres a casa inmediatamente,
temeroso de que, si se le haca tarde, pudiera encontrar a algn
ladrn en el camino.-Ha sido un da muy duro -se dijo Hans mientras
se meta en la cama- Pero me alegro de no haber dicho que no al
Molinero, porque es mi mejor amigo y, adems, me va a dar su
carretilla, A la maana siguiente, muy temprano, el Molinero baj a
recoger el dinero del saco de harina, pero el pobre Hans estaba tan
cansado, que todava segua en la cama.-Vlgame, Dios -dijo el
Molinero-, qu perezoso eres. La verdad es que, teniendo en cuenta
que voy a darte mi carretilla, podas trabajar con ms ganas. La
pereza es un pecado muy grave, y no me gusta que ninguno de mis
amigos sea vago ni perezoso. No te parezca mal que te hable tan
claro. Por supuesto que no se me ocurrira hacerlo si no fuera tu
amigo. Pero eso es lo bueno de la amistad, que uno puede decir
siempre lo que piensa. Cualquiera puede decir cosas amables e
intentar alabar a los dems; pero un amigo verdadero siempre dice
las cosas desagradables, y no le importa causar dolor. Es ms, si es
un verdadero amigo lo prefiere, porque sabe que est obrando
bien.-Lo siento mucho -dijo el pobre Hans frotndose los ojos, y
quitndose el gorro de dormir-. Pero estaba tan cansado que quise
quedarme un rato en la cama, escuchando el canto de los pjaros.
Sabes que trabajo mejor cuando he odo cantar a los pjaros?-Bien, me
alegro -dijo el Molinero, dndole una palmadita en la espalda-,
porque, tan pronto ests vestido, quiero que subas conmigo al molino
y me arregles el tejado del. granero.El pobrecito Hans estaba
deseando ponerse a trabajar en el jardn, porque haca dos das que no
regaba las flores, pero no quera decir que no al Molinero, que era
tan amigo suyo.-Crees que no sera muy buen amigo tuyo si te dijera
que tengo mucho que hacer? pregunt con voz tmida y
vergonzosa.-Bueno, en realidad no creo que sea mucho pedirte,
teniendo en cuenta que te voy a dar mi carretilla -le contest el
Molinero-. Pero, si no quieres, lo har yo mismo.-De ninguna manera!
-exclam Hans y, saltando de la cama, se visti y subi al granero.
All trabaj todo el da, y al anochecer fue el Molinero a ver cmo iba
la obra.-Has arreglado ya el agujero del tejado, Hans? -le pregunt
el Molinero con voz alegre.-Est completamente arreglado -contest el
pequeo Hans, mientras se bajaba de la escalera.-Ay! No hay trabajo
ms agradable que el que se hace por los dems -dijo el
Molinero.-Realmente es un privilegio orte hablar -respondi el
pequeo Hans, sentndose y enjugndose e! sudor de la frente- Es un
gran privilegio. Lo malo es que yo nunca tendr unas ideas tan
bonitas como las tuyas.-Ya vers cmo se te ocurren, si te empeas
-dijo el Molinero- De momento, tienes slo la prctica de la amistad;
algn da tendrs tambin la teora.-De verdad crees que la tendr?
-pregunt el pequeo Hans.-No tengo la menor duda -contest el
Molinero-. Pero ahora que ya has arreglado el tejado, deberas ir a
casa a descansar, quiero que maana me lleves las ovejas al monte.El
pobre Hans no se atrevi a replicar, y a la maana siguiente, muy
temprano, el Molinero le llev sus ovejas cerca de la casa, y Hans
se fue al monte con ellas. Le llev todo el da subir y bajar del
monte y, cuando regres a casa, estaba tan cansado, que se qued
dormido en una silla y no se despert hasta bien entrado el da.-Qu
bien lo voy a pasar trabajando el jardn!, se dijo Hans; e
inmediatamente se puso a trabajar.Pero cundo por una cosa, cundo
por otra no haba manera de dedicarse a las flores, pues siempre
apareca el Molinero a pedirle que fuera a hacerle algn recado, o
que le ayudara en el molino. A veces el pobre Hans se pona muy
triste, pues tema que sus flores creyeran que se haba olvidado de
ellas; pero le consolaba el pensamiento de que el Molinero era su
mejor amigo.-Adems -sola decir- va a darme su carretilla y eso es
un acto de verdadera generosidad.As que el pequeo Hans segua
trabajando para el Molinero, y el Molinero segua diciendo cosas
hermosas sobre la amistad, que Hans anotaba en un cuadernito para
poderlas leer por la noche, pues era un alumno muy aplicado.Y
sucedi que una noche estaba Hans sentado junto al hogar, cuando oy
un golpe seco en la puerta. Era una noche muy mala, y el viento
soplaba y ruga alrededor de la casa con tanta fuerza, que al
principio pens que era sencillamente la tormenta. Pero enseguida se
oy un segundo golpe, y luego un tercero, ms fuerte que los
otros.Ser algn pobre viajero, pens Hans; y corri a abrir la
puerta.All estaba el Molinero con un farol en una mano y un gran
bastn en la otra.-Querido Hans! -dijo el Molinero-. Tengo un grave
problema. Mi hijo pequeo se ha cado de la escalera y est herido y
voy en busca del mdico. Pero vive tan lejos y est la noche tan
mala, que se me acaba de ocurrir que sera mucho mejor que fueras t
en mi lugar. Ya sabes que voy a darte la carretilla, as que sera
justo que a cambio hicieras algo por m.-Faltara ms -exclam el
pequeo Hans-. Considero un honor que acudas a m. Ahora mismo me
pongo en camino; pero prstame el farol, pues la noche est tan
oscura que tengo miedo de que pueda caerme al canal.-Lo siento
mucho -le contest el Molinero-, pero el farol es nuevo. Sera una
gran prdida, si le pasara algo.-Bueno, no importa, ya me las
arreglar sin l -exclam el pequeo Hans.Descolg su abrigo de piel, se
puso su gorro de lana bien calentito, se enroll una bufanda al
cuello y sali en busca del mdico.Qu tormenta ms espantosa! La noche
era tan negra, que el pobre Hans casi no poda ver; y el viento era
tan fuerte, que le costaba trabajo mantenerse en pie. Sin embargo
era muy valiente, y despus de haber caminado alrededor de tres
horas lleg a casa del mdico y llam a la puerta.-Quin es? -grit el
mdico, asomando la cabeza por la ventana del dormitorio.-Soy yo, el
pequeo Hans.-Y qu quieres, pequeo Hans?-El hijo del Molinero se ha
cado de una escalera, y est herido, y el Molinero dice que vaya
usted enseguida.-Est bien! -dijo el mdico.Pidi que le llevaran el
caballo, las botas y el farol, baj las escaleras y sali al trote
hacia la casa del Molinero. Y el pequeo Hans le sigui con
dificultad.Pero la tormenta arreciaba cada vez ms y la lluvia caa a
torrentes y el pobre Hans no vea por dnde iba, ni era capaz de
seguir la marcha del caballo. Al cabo de un rato se perdi y estuvo
dando vueltas por el pramo, que era un lugar muy peligroso, lleno
de hoyos muy profundos; y el pobrecito Hans cay en uno de ellos y
se ahog. Unos cabreros encontraron su cuerpo flotando en una charca
y se lo llevaron a casa.Todo el mundo fue al funeral del pequeo
Hans, porque era una persona muy conocida; y all estaba el
Molinero, presidiendo el duelo.-Como yo era su mejor amigo, es
justo que ocupe el sitio de honor -dijo el Molinero.Y se puso a la
cabeza del cortejo fnebre envuelto en una capa negra muy larga y,
de vez en cuando, se limpiaba los ojos con un gran pauelo.-Ha sido
una gran prdida para todos nosotros -dijo el herrero, cuando hubo
terminado el entierro y todos estaban cmodamente sentados en la
taberna, bebiendo ponche y comiendo pasteles.-Una gran prdida, al
menos para m -dijo el Molinero-, porque resulta que le haba hecho
el favor de regalarle mi carretilla, y ahora no s qu hacer con
ella. En casa me estorba y est en tal mal estado, que no creo que
me den nada por ella, si quiero venderla. Pero, de ahora en
adelante, tendr mucho cuidado en no volver a regalar nada. Hace uno
un favor y mira cmo te lo pagan.-Y luego qu? -dijo la Rata de agua,
despus de una larga pausa.-Luego, nada. ste es el final -dijo el
Pinzn.-Pero, qu fue del Molinero? -pregunt la Rata de
Agua.-Realmente no lo s, ni me importa, de eso estoy seguro
-contest el Pinzn.-Entonces, es evidente que no tiene usted
sentimientos -dijo la Rata de Agua.-Me temo que no ha comprendido
usted la moraleja del cuento -observ el Pinzn.-La qu? -grit la Rata
de Agua.-La moraleja.-Quiere decir que ese cuento tena
moraleja!-Pues s -dijo el Pinzn.-Bueno! -dijo la Rata de Agua muy
enfadada-Pues debera habrmelo dicho antes de empezar. Y as me habra
ahorrado escucharle. Y hasta le hubiera dicho igual que el crtico:
Psss! Aunque an estoy a tiempo de decrselo.Y entonces le grit muy
fuerte: -Psss!, hizo un movimiento brusco con la cola y se meti en
su agujero.-Qu le parece a usted la Rata de Agua? -pregunt la Pata,
que lleg chapoteando unos minutos despus-. Tiene muy buenas
cualidades, pero yo, la verdad, es que tengo sentimientos
maternales y no puedo ver a un soltern sin que se me salten las
lgrimas.-Siiento mucho haberle molestado -contest el Pinzn-. El
hecho es que le cont un cuento con moraleja.-Ah, pues eso es
siempre muy peligroso -dijo la Pata.Y yo estoy de acuerdo con
ella.
"The Devoted Friend", The Happy Prince and Other Tales, 1888
El cumpleaos de la infanta[Cuento. Texto completo.]Oscar
Wilde
Era el da del cumpleaos de la infanta, la princesita real de
Espaa. Ella cumpla doce aos, y el sol iluminaba con esplendor los
jardines del Palacio.Por ms que fuese una princesa de sangre real,
y adems infanta del inmenso imperio de Espaa, tambin ella deba
resignarse a no tener ms que un cumpleaos cada ao, lo mismo que los
hijos de los plebeyos del reino. Era, por lo tanto, muy importante
para todos que ese da fuera un da hermoso. Y era un da lindsimo!
Los arrogantes tulipanes se erguan en sus tallos, como largas filas
de soldados, y miraban desafiantes a las rosas, diciendo:-Hoy somos
tan hermosos como ustedes!Las rojas mariposas revoloteaban
alrededor, con alas empolvadas de oro, y visitaban una por una
todas las flores; las lagartijas de verde tornasol haban salido de
los muros para tomar el sol, y las granadas se abran con el calor,
dejando ver sus corazones rojos. Hasta los plidos limones
amarillentos, que crecan a lo largo de las arcadas sombras, tomaban
del sol un color ms rico y resplandeciente, y las magnolias abran
sus grandes flores color marfil, embalsamando el aire con un
perfume dulce y pungente al mismo tiempo.La princesita con sus
compaeros se paseaban por la terraza del palacio que se abra sobre
aquel jardn, y despus jug a las escondidas alrededor de los
jarrones de piedra y las antiguas estatuas cubiertas de musgo. Por
lo general solo se le permita jugar con nios de su misma alcurnia,
as es que casi siempre tena que jugar sola. Pero su cumpleaos era
una ocasin excepcional, y el rey haba ordenado que la nia pudiese
invitar a todos los amigos que quisiera.Los movimientos de los
esbeltos nios espaoles tienen una gracia majestuosa; los muchachos
con sus sombreros anchos, adornados de plumas, y sus capitas
flotantes; las nias, recogiendo la cola de sus largos vestidos de
brocado y protegiendo sus ojos del sol con grandes abanicos negro y
plata. Pero la infanta era la ms encantadora de todas, y la mejor
vestida, segn la aparatosa moda de aquellos tiempos. Llevaba un
traje de raso gris con amplias mangas abullonadas, damasquinadas de
plata, y un rgido corpio cruzado por hilos de perlas finas. Al
caminar, dos pequeos escarpines, con moitos de cinta carmes, se le
asomaban debajo de la falda. Su inmenso abanico de gasa era rosa y
ncar, y en la cabellera, que rodeaba su carita plida como un halo
de oro, llevaba prendida una rosa blanca.Triste y melanclico, el
rey observaba a los nios desde una ventana del palacio. Detrs de l
estaba, de pie, su hermano, don Pedro de Aragn, a quien odiaba, y
su confesor, el gran inquisidor de Granada, estaba sentado a su
lado.El rey estaba ms triste que de costumbre, porque al ver a la
infanta saludando con gravedad infantil a los cortesanos, o rindose
detrs del abanico de la horrible duquesa de Alburquerque, quien la
acompaaba siempre, se acordaba de la reina, la madre de la infanta,
que haba venido del alegre pas de Francia, para marchitarse en el
sombro esplendor de la Corte de Espaa. Su amada reina haba muerto
seis meses despus de nacer su hija, sin alcanzar a ver florecer dos
veces los almendros del jardn. Tan grande haba sido el amor del rey
por ella, que no permiti que la tumba se la robara por completo. Un
mdico moro al que perdonaron la vida -porque segn se murmuraba en
el Santo Oficio, era hereje y sospechoso de practicar la brujera-,
la embalsam, y el cuerpo de la reina todava descansaba en su atad,
en la capilla de mrmol negro del Palacio, tal como los monjes la
haban dejado un tempestuoso da de marzo, doce aos atrs. Cubierto
por una capa oscura y con una buja en la mano, el rey iba a
arrodillarse al lado del sepulcro cada primer viernes del
mes.-Reina ma, reina ma! -gema roncamente.Y a veces, olvidando la
rgida etiqueta que gobierna cada acto de la vida y limita hasta las
expresiones del dolor en un rey, tomaba entre las suyas aquellas
manos plidas y enjoyadas, y trataba de reanimar con besos
insensatos aquel rostro maquillado y fro.Sin embargo, esta maana le
pareca verla de nuevo tal como aquella vez en que la contempl por
primera vez en el castillo de Fontainebleau, cuando l solo tena
quince aos, y ella era an menor. Fue en aquella ocasin, cuando
sellaron los esponsales ante el nuncio de su santidad, el propio
rey de Francia y toda su Corte. Poco despus l haba regresado a El
Escorial, llevando junto al corazn un rizo de cabellos rubios y el
recuerdo de dos labios infantiles que se inclinaban a besarle la
mano cuando suba a la carroza. Ms tarde celebraron su matrimonio en
Burgos, ciudad prxima a la frontera de ambos pases, y en seguida
entraron solemnemente en Madrid, asistieron a la tradicional misa
mayor en la Iglesia de Atocha, y dictaron un auto de fe ms solemne
que de costumbre, por el cual ms de trescientos herejes fueron
entregados a la hoguera.S, el rey la haba amado con locura, y para
su propio infortunio. Apenas permita que se apartara de su lado, y
por ella olvidaba, o al menos pareca olvidar, los graves asuntos
del Estado. La amaba tanto que jams lleg a comprender que las
complicadas ceremonias con que trataba de entretenerla, solo
conseguan agravar la extraa enfermedad que ella padeca. Cuando la
reina falleci, el rey anduvo algn tiempo como privado de razn. Y
sin duda habra abdicado para recluirse en el Gran Monasterio
Trapense de Granada, si no hubiese temido dejar a la infanta, que
todava no tena un ao, en manos de su hermano, cuya crueldad y
ambicin eran famosas en toda Espaa. Adems, muchos sospechaban que
don Pedro de Aragn haba provocado la muerte de la reina,
ofrecindole unos guantes envenenados cuando ella lo visit en su
castillo de Aragn. Despus de pasar los tres aos de luto oficial que
orden en todos sus dominios, el rey no toler que sus ministros le
hablasen de un nuevo matrimonio. El mismo emperador de Alemania le
ofreci la mano de su sobrina, la encantadora archiduquesa de
Bohemia, pero el rey dijo a los embajadores que l ya haba contrado
nupcias con el Dolor. Esta respuesta le cost a su trono perder las
ricas provincias de los Pases Bajos, que se rebelaron contra l,
acaudilladas por los fanticos hugonotes.Mientras vea a la infanta
jugar en la terraza, recordaba toda su vida conyugal, con sus goces
vehementes y su terrible agona. La nia tena, al igual que la reina,
esa petulancia deliciosa, ese gesto voluntarioso, la misma boca
encantadora con arrogantes labios altivos, y misma sonrisa
maravillosa de su madre cuando miraba hacia la ventana o tenda la
manita para que la besaran los solemnes hidalgos espaoles. Pero la
risa penetrante de los nios le lastimaba los odos, y el resplandor
del sol se burlaba de su tristeza, y un perfume denso de especias
orientales, como las que utilizan los embalsamadores, pareca
viciarle el aire puro de la maana. Escondi entre las manos sus
facciones, y cuando la infanta mir nuevamente hacia la ventana, las
cortinas estaban corridas, y el rey se haba retirado.La infanta
hizo un gesto de desagrado y se encogi de hombros. Su padre tendra
que haberla acompaado el da de su cumpleaos... Qu podan importarle
los aburridos asuntos del Estado?, o, acaso se haba ido a la sombra
capilla, donde ardan continuamente los cirios, y a donde a ella no
la dejaban entrar? Qu tontera, cuando el sol brillaba alegremente y
todo el mundo estaba contento! Adems, se iba a perder el simulacro
de corrida de toros, que ya anunciaban los sones de trompeta, sin
contar los tteres y las dems maravillas.Su to Pedro y el gran
inquisidor eran ms cuerdos. Haban bajado a la terraza para
saludarla y decirle frases bellas y galantes. Levant entonces su
cabecita, y de la mano de don Pedro descendi lentamente las
escalinatas, para dirigirse hacia un gran pabelln de seda prpura
que haban levantado a un extremo del jardn. Los dems nios la seguan
por orden riguroso de precedencia, ya que iban primero aquellos que
tenan una serie ms larga de apellidos.Un cortejo de nios nobles,
vestidos de toreros, sali a su encuentro, y el joven conde de Terra
Nova, de catorce aos y belleza asombrosa, se quit el sombrero con
toda la gracia de un hidalgo y la condujo con solemnidad a un
pequeo trono de oro y marfil, colocado sobre un alto estrado que
dominaba la plaza. Las muchachas se apiaron a su alrededor,
agitando sus inmensos abanicos y secretendose entre ellas. Don
Pedro y el gran inquisidor se quedaron riendo a la entrada. Hasta
la duquesa, dama de facciones enjutas y duras, no pareca de tan mal
humor como de ordinario, y por su rostro se vea vagar algo parecido
a una sonrisa fra y desvada.Fue por cierto una soberbia corrida de
toros, mucho ms bonita, pensaba la infanta, que la corrida de
verdad que haba visto en Sevilla, cuando el duque de Parma visit a
su padre. Algunos muchachos caracoleaban sobre caballos de madera y
mimbre, esgrimiendo largas lanzas adornadas con gallardetes de
colores brillantes; otros iban a pie agitando delante del toro sus
capas escarlata y saltando gilmente la barrera cuando arremeta
contra ellos; y en cuanto al toro, era idntico a uno de verdad,
aunque solo fuera de mimbre forrado de cuero, y mostrara una
marcada tendencia a correr en dos patas por la plaza, cosa que
nunca hara un toro verdadero. Sin embargo, se port con tanta
valenta, que las entusiasmadas doncellitas terminaron subidas a los
bancos, agitando sus pauelos de encaje y voceando:-Bravo toro!
Bravo, toro bravo! -igual que si fueran personas mayores.Finalmente
el condecito de Terra Nova logr vencer al toro, y tras de recibir
la venia de la infanta, hundi con tanta fuerza su estoque de madera
en el morrillo del animal, que la cabeza cay a tierra, dejando ver
el rostro sonriente del vizconde de Lorena, hijo del embajador de
Francia en Madrid.Despus de eso, entre aplausos entusiastas, dos
pajecitos moros despejaron el ruedo, arrastrando solemnemente los
caballos muertos, y tras de un corto intermedio, en el que un
equilibrista francs realiz unos ejercicios vertiginosos sobre la
cuerda floja, aparecieron en el escenario de un teatro expresamente
construido para ese da, unas marionetas italianas, representando la
tragedia semiclsica de Sofonisba. La representaron tan bien y con
gestos tan naturales, que al final de la obra los ojos de la
infanta estaban baados de lgrimas. Algunos nios lloriqueaban
tambin, y hubo que consolarlos con golosinas. El mismo gran
inquisidor se sinti tan conmovido que coment a don Pedro que le
pareca intolerable que unos simples objetos de madera y cera,
movidos por alambres, pudieran ser tan desdichados y sufrir tantas
desdichas.Apareci despus un malabarista africano que traa una gran
canasta cubierta con un velo rojo. La puso en el centro del ruedo,
extrajo de su turbante una flauta de caa, y comenz a tocar. De
pronto el pao comenz a agitarse y mientras la flauta emita sonidos
cada vez ms penetrantes, dos serpientes de verde y oro asomaron sus
extraas cabezas triangulares, y se fueron levantando muy despacio,
balancendose al ritmo de la msica, como una planta acutica se
balancea en la corriente. Los nios se asustaron un poco, y se
divirtieron mucho ms cuando el malabarista hizo brotar de la tierra
un naranjo diminuto, que sbitamente se cubri de preciosas flores
blancas, y por ltimo exhibi racimos de verdaderas naranjas. Y
tambin se sintieron fascinados cuando el africano le pidi su
abanico a la hija del marqus de Las Torres, y lo transform en un
pjaro azul, que revolote cantando entusiasmado alrededor del
pabelln. Entonces el deleite y asombro de los nios no tuvo
lmite.Luego vino el espectculo encantador del solemne minu que
bailaron los nios del coro de la iglesia de Nuestra Seora del
Pilar, de Zaragoza. La infanta no haba presenciado nunca esta
maravillosa ceremonia que cada ao se celebra durante el mes de mayo
ante el altar mayor de la Virgen. Adems ningn miembro de la familia
real haba vuelto a entrar en la catedral de Zaragoza desde que un
sacerdote loco, y segn se dijo, sobornado por la solterona Isabel
de Inglaterra, haba intentado hacer comulgar al prncipe de Asturias
con una hostia envenenada. Por eso, la infanta solo conoca de odas
aquel minuet que todos llamaban la "Danza de Nuestra Seora".Estos
nios Zaragozanos venan vestidos con trajes antiguos, de terciopelo
blanco, y sus tricornios estaban ribeteados de plata y adornados
con grandes penachos de blanqusimas plumas de avestruz. Todo el
mundo se sinti encantado por la lindura y dignidad con que bailaron
las complicadas figuras de la danza y por la gracia de sus ademanes
y reverencias. Cuando terminaron, se sacaron los sombreros para
saludar a la infanta, y ella contest con mucha cortesa, prometiendo
adems mandar un gran cirio al santuario, para agradecer la alegra y
el placer con que la haban agasajado.En el momento en que salan de
la iglesia, un grapo de gitanitos avanz por la plaza. Se sentaron
con las piernas cruzadas, formando circulo, y empezaron a tocar
suavemente sus guitarras y citaras, al tiempo que canturreaban,
casi imperceptiblemente, un aire soador y melanclico. Cuando
divisaron a don Pedro, algunos se aterraron, y otros pusieron el
ceo adusto y embravecido, pues pocas semanas atrs don Pedro haba
mandado a ahorcar por brujera a dos hombres de la tribu; pero la
infanta, que los contemplaba por encima del abanico con sus grandes
ojos azules, les encant transformndoles el nimo. Una criatura tan
encantadora no poda ser cruel con nadie. Y continuaron tocando muy
dulcemente, rozando las cuerdas con sus largas uas, e inclinando
sobre el pecho la cabeza, mientras cantaban como si estuvieran a
punto de quedarse dormidos. Despus se levantaron, desaparecieron
por un instante, y regresaron con un lanudo oso pardo, sujeto por
una cadena, que llevaba en los hombros varios monos de Berbera. El
oso se puso de cabeza, con la mayor gravedad, y los monos hicieron
todo tipo de piruetas con dos gitanillos de diez aos. En verdad,
los gitanos tuvieron un gran xito con su presentacin.Pero lo ms
divertido de la fiesta, lo mejor de todo sin duda alguna, fue la
danza del enanito. Cuando apareci en la plaza tambalendose sobre
sus piernas torcidas y balanceando su enorme cabezota deforme, los
nios estallaron en ruidosas exclamaciones de alegra, y la infanta
ri tanto que la camarera se vio obligada a recordarle que si bien
muchas veces en Espaa la hija de un rey haba llorado delante de sus
pares, no haba procedente de que una princesa de Sangre Real se
mostrara tan regocijada en presencia de personas inferiores a ella.
Pero el enano era irresistible, y ni siquiera en la Corte de Espaa,
conocida por su aficin a lo grotesco, se haba visto jams un
monstruo tan extraordinario.Fuera de eso, esta era la primera
aparicin en pblico del enano. El da anterior, mientras cazaban en
uno de los sitios ms apartados del bosque de encinas que rodeaba la
ciudad, lo haban descubierto dos nobles, corriendo locamente entre
los rboles. Los nobles pensaron que poda servir de diversin a la
princesa y lo llevaron al Palacio, ya que el padre del enano, un
msero carbonero, no puso dificultad alguna en que lo libraran de un
hijo que era tan horrible como intil. Tal vez lo ms divertido era
la absoluta inconsciencia que tena el enano de su grotesco aspecto.
Al contrario, pareca muy feliz y orgulloso. Tanto, que cuando los
nios se rean, el tambin rea, tan franca y alegremente como ellos, y
al terminar cada danza los saludaba con las ms divertidas
reverencias, como si fuera igual a ellos, y no un ser raqutico y
deforme, que solo serva para que los dems tuviesen algo de qu
burlarse.La infanta lo haba fascinado de un modo tal que al enano
se le haca imposible dejar de mirarla, y pareca bailar solamente
para ella. Cuando termin de bailar, la nia record haber visto a las
grandes damas de la Corte arrojarle ramos de flores a Caffarelli,
el famoso tiple italiano, y entonces, en parte por burla y en parte
para enojar a su camarera mayor, sac la rosa blanca de sus cabellos
y la arroj a la plaza con la ms dulce de sus sonrisas.El enano tom
la cosa muy en serio, bes la flor con sus gruesos labios y se llev
la mano al corazn antes de arrodillarse delante de la infanta,
gesticulando con sus ojos chispeantes de alegra.Con esto se
quebrant la seriedad y compostura de la infanta que no pudo
contener la risa, ni siquiera cuando el enanito desapareci de la
plaza, y manifest a su to el deseo de que se repitiera la danza de
inmediato. Pero la camarera mayor decidi que el sol calentaba
demasiado y que sera preferible que su alteza regresara sin
tardanza al Palacio, donde le haban preparado una fiesta
maravillosa.Al fin, la infanta se puso de pie con suma dignidad, y
dio la orden de que el enanito danzase de nuevo para ella despus de
la siesta. Agradeci tambin al condecito de Terra Nova por su
encantador recibimiento, y se retir a sus habitaciones, seguida por
los nios, en el mismo orden en que haban entrado.Al saber que iba a
bailar de nuevo ante la infanta, obedeciendo sus expresas rdenes,
el enanito se sinti tan orgulloso y feliz, que se lanz a correr por
el jardn besando la rosa blanca en un absurdo transporte de alegra,
y gesticulando del modo ms estrambtico y pagano.Hasta las flores se
indignaron de aquella insolente invasin a sus dominios, y cuando le
vieron hacer piruetas por los paseos y agitar los brazos de modo
tan ridculo, no pudieron contenerse.-Es demasiado horrible para
permitirle estar donde estamos nosotros -exclamaron los
tulipanes.-Ojal bebiera jugo de amapolas, que lo hiciera dormir ms
de mil aos! -dijeron las grandes azucenas, encendidas de ira.-Qu
cosa tan horrible! -aullaron las calceolarias-. Es contrahecho y
rechoncho, y no puede haber mayor desproporcin entre su cabeza y
sus piernas. Si se nos llega a acercar va a conocer nuestros
pelitos urticantes.-Y lleva una de mis rosas ms bellas! -exclam el
rosal blanco-. Yo mismo se la di esta maana a la infanta, como
regalo de cumpleaos. No cabe duda que la ha robado.Y se puso a
gritar con todas sus fuerzas:-Atajen al ladrn! Al ladrn! Al
ladrn!Incluso los rojos geranios, que no suelen creerse grandes
seores, y se les suele conocer por sus numerosas relaciones de
dudosa calidad, se encresparon de disgusto cuando lo vieron. Y
hasta las violetas mismas observaron -aunque dulcemente-, que si
por cierto el enano era sumamente feo, la culpa no era de l.
Algunas agregaron que siendo la fealdad del enanito casi ofensiva,
demostrara ms prudencia y buen gusto adoptando un aire melanclico o
siquiera pensativo, en lugar de andar saltando como un enajenado y
haciendo gestos tan grotescos y estpidos.En su despreocupacin, el
enano lleg a pasar rozando el viejo reloj de sol que antiguamente
indicaba las horas nada menos que al emperador Carlos V. El
venerable reloj se desconcert tanto, que casi se olvid de sealar
los minutos, y coment con el pavo real plateado que tomaba el sol
en la balaustrada, que todo el mundo poda advertir que los hijos de
los reyes eran reyes, y carboneros los hijos de los carboneros.
Afirmacin que aprob el pavo real:-Indudablemente, indudablemente!
-dijo con voz tan spera y chillona que los peces dorados que vivan
en la fuente, sacaron del agua la cabeza preguntando qu ocurra a
los grandes tritones de piedra que arrojaban sus gruesos chorros
para mantener fresca el agua.Sin embargo, los pjaros amaban al
enanito. Lo haban visto bailando en la selva, como un duendecillo
detrs de los torbellinos de hojas, o acurrucado en el hueco de la
vieja encina, compartiendo sus nueces con las ardillas, y no les
importaba en absoluto que no tuviese esos rasgos que los humanos
consideran belleza. Para ellos, el enano no era en absoluto feo. El
mismo ruiseor que canta tan dulcemente en los bosques de naranjos,
no es muy hermoso que digamos. Adems el enanito haba sido muy bueno
con ellos y durante aquel invierno crudsimo, cuando no ya en los
rboles no quedaba fruta ni semilla alguna, y la tierra estaba dura
como el hierro, y los lobos aullaban en las mismas puertas de la
ciudad buscando alimento, el enanito no los haba olvidado ni un
solo da; siempre les dio migajas de su mendrugo de pan negro y
comparti con ellos su almuerzo, por ms pobre que fuera.Es por eso
que volaron a su alrededor, rozndole el rostro con una caricia de
alas y hablando entre s. El enanito estaba tan maravillado que les
mostr la hermosa rosa blanca, y les dijo que se la haba dado la
propia infanta, en prueba de amor.Los pjaros no le entendieron ni
una palabra, pero no importaba, porque ladeaban la cabeza y lo
miraban con aire doctoral.Tambin las lagartijas sentan un aprecio
muy grande por l, y cuando el enanito se cans de dar volteretas por
todos lados y se tendi sobre la hierba a descansar, jugaron y
brincaron alrededor de l entretenindolo lo mejor posible.-No todos
pueden ser tan hermosos como una lagartija -exclamaban-, sera mucho
pedir. Y, aunque parezca absurdo, no es tan feo cuando uno cierra
los ojos y deja de verlo.Las lagartijas son de naturaleza
extraordinariamente filosfica, y muy a menudo se pasan horas y
horas meditando, cuando no tienen otra cosa que hacer o llueve o
hace demasiado fro para salir a pasear.Las flores, ante esto, se
sintieron fastidiadas por la manera como actuaban los lagartos y
los pjaros, que para ellas resultaba desleal.-Esto demuestra con
toda claridad -decan-, cmo reblandece el cerebro ese ir y venir,
ese revolotear sin sentido. La gente bien educada no se mueve de su
sitio, como hacemos nosotras. Quin nos ha visto corretear por los
paseos o rotar sobre la hierba detrs de las liblulas? Cuando
necesitamos cambiar de aire mandamos venir al jardinero, y l nos
traslada de sitio. Pero los pjaros y los lagartos no tienen sentido
del reposo, y de los pjaros en particular hasta se puede decir que
no tienen domicilio fijo. Son simples vagabundos, como los gitanos,
y como tales deberan ser tratados.Y alzando sus corolas, adoptaron
un aire ms altanero todava; solo volvieron a mostrarse alegres
cuando vieron que, poco rato despus, el enanito se levant de la
hierba y atraves la terraza en direccin al Palacio.-Como asunto de
higiene pblica deberan encerrarlo bajo llave para el resto de su
vida -comentaron las flores-. Han visto esa joroba y esa piernas
retorcidas? -y empezaron a rer burlonamente.Pero el enanito no haba
escuchado nada. Amaba profundamente a las aves y las largatijas, y
pensaba que las flores eran la cosa ms maravillosa del mundo,
exceptuando naturalmente a la infanta; porque ella le haba dado la
rosa blanca, y le amaba, y eso estableca una gran diferencia.Cmo
anhelaba volver a encontrarse ante la princesita! Ella lo sentara a
su diestra, y le sonreira, y despus no volvera a apartarse de su
lado; iba a ser su compaero, y le enseara juegos deliciosos. Porque
a pesar de no haber estado nunca antes en un Palacio, l sabia hacer
muchas cosas admirables. Saba hacer jaulitas de junco para encerrar
los grillos, y que cantaran dentro; y con las caas nudosas poda
fabricar flautas y caramillos. Imitaba el grito de todas las aves,
y poda hacer bajar a los estorninos de la copa de los rboles, y
atraer a las garzas de la laguna.l sabia reconocer las huellas de
todos los animales y poda seguir la pista de la liebre por su
rastro casi invisible, y la de los jabales por unas pocas hojas
pisoteadas. Conoca todas las danzas salvajes: la danza desenfrenada
del otoo, en traje rojo; la danza estival sobre las mieses, en
sandalias azules; la danza con blancas guirnaldas de nieve, en el
invierno; y la danza embriagada de las flores a travs de los
jardines en la primavera. Saba en qu lugares las palomas torcazas
ocultan sus nidos, y una vez que un cazador haba capturado a los
padres, l cri a los polluelos construyndoles un pequeo palomar en
la oquedad de un olmo desmochado. Y los domestic con tanta
habilidad que todas las maanas acudan a comer en su mano. La
infanta tambin los amara, lo mismo que a los conejos, que se hacen
invisibles entre los grandes helechos y las zarzas; y a los grajos,
de plumas aceradas y picos negros; y a los puercoespines que pueden
convertirse en una bola de pas y a las grandes galpagos, que se
arrastran lentamente, menean la cabeza y comen hojas tiernas y
races suculentas. S, la infanta ira a la selva, y jugara con l. Por
las noches le cedera su propia cama para que ella durmiese, y l la
cuidara hasta el alba, para que los lobos hambrientos no se
allegasen demasiado a la choza. Y al amanecer, la despertara con
unos golpecitos en la ventana. Y se iran al bosque, y all, bailando
juntos, dejaran transcurrir el da entero.Pero dnde estaba la
infanta? Interrog a la rosa blanca pero no obtuvo respuesta. Todo
el Palacio pareca dormir, y hasta en las ventanas abiertas colgaban
pesados cortinajes para amortiguar la resolana.Despus de dar mil
vueltas buscando una entrada, hall finalmente una puertecilla, que
haba quedado entreabierta. Se desliz dentro con cautela, y se
encontr en un saln esplndido, mucho ms esplndido, pens atemorizado,
que la misma selva. Todo era dorado, y hasta el piso estaba hecho
de primorosos baldosines de colores, dispuestos en dibujos
geomtricos.Pero la infanta tampoco estaba all; solo haba unas
maravillosas estatuas blancas, que lo miraban desde lo alto de sus
zcalos de jaspe, con ojos de mirada ambigua y una extraa sonrisa en
los labios.Al fondo del saln haba una cortina de terciopelo negro,
lujosamente bordada de soles y estrellas; era la ensea favorita del
rey. No estara la infanta ah detrs?Avanz sigilosamente y descorri
la cortina. No haba nadie. Era otra habitacin, todava ms hermosa
que la anterior. Las paredes estaban cubiertas con tapices de
Arras, en tonos verdes y castaos, representando una escena de
cacera. En otro tiempo esa haba sido la habitacin de Jean Le Fou,
como llamaban a ese rey Loco, tan apasionado por la cacera, que ms
de una vez, en su delirio, haba querido montar en los grandes
corceles encabritados de los tapices, y perseguir al ciervo acosado
por los enormes sabuesos. Ahora la haban destinado a sala del
consejo, y sobre la mesa del centro se vean las carteras rojas de
los ministros y consejeros.El enano mir a su alrededor lleno de
asombro, y casi sin atreverse a seguir su camino, a los extraos
jinetes silenciosos, que galopaban tan velozmente por el bosque,
sin hacer el menor ruido en la tapicera. Le pareca que eran los
Comprachos, esos terribles fantasmas de que haba odo hablar a los
carboneros, que solo cazan de noche, y si encuentran a un hombre lo
transforman en ciervo para cazarlo.Pero el recuerdo de la
encantadora infantita le hizo recobrar el coraje. Necesitaba
encontrarse a solas con ella y decirle que l tambin la
amaba.Atraves corriendo las alfombras persas y abri la puerta
siguiente. No! Tampoco estaba all. La habitacin estaba
completamente vaca.Era el imponente saln del Trono, destinado a la
recepcin de los embajadores extranjeros, cuando el rey acceda a
darles audiencia, cosa que suceda rara vez. Las colgaduras eran de
cuero dorado de Crdoba, y una pesada lmpara dorada colgaba del
techo blanco y negro, con suficientes brazos como para sostener
trescientas bujas. El trono se alzaba bajo un gran dosel de brocado
de oro, donde estaban bordados los leones y las torres de Castilla.
Sobre el segundo escaln del Trono estaba el reclinatorio de la
infanta, con su cojn de tis de plata; y ms abajo, fuera del dosel,
el asiento del nuncio pontificio, nico dignatario que tena el
derecho de estar sentado en presencia del rey.En la pared frente al
trono penda un retrato, en tamao natural, de Carlos V en traje de
caza, acompaado de su gran mastn. Otro cuadro representaba a Felipe
II recibiendo el homenaje de sus vasallos de Flandes.Mas poco le
importaba toda esta magnificencia al enanito. No habra cambiado su
rosa blanca por todas las perlas del dosel, ni habra dado un solo
ptalo por el mismsimo trono. Lo nico que quera era ver a la infanta
antes de que ella fuese al pabelln, y pedirle que se marchara con l
cuando la danza concluyese.Dentro del palacio, el aire era
sofocante y pesado, mientras que en la selva el viento soplaba
filtrndose alegremente entre hojas fragantes y la luz del sol
apartaba las ramas con sus manos doradas. Tambin haba flores en la
selva, no t