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Gemma Lienas www.gemmalienas.com Carlota y el misterio de la varita mágica La tribu de Camelot Este documento es un extracto de la obra Destino
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Mar 26, 2016

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Gemma Lienas

Destino La tribu de Camelot Este documento es un extracto de la obra www.gemmalienas.com
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Gemma Lienas

www.gemmalienas.com

Carlota y el misteriode la varita mágica

La tribu de Camelot

Este documento esun extracto de la obra

Destino

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Aquella tarde de domingo había empezado

torcida. Mamá y papá discutían por culpa de

no se sabía qué. Sus voces airadas fl otaban por

la casa. ¡Brrrr!

—¿Qué les pasa? —preguntó Marcos,

abriendo la puerta de mi habitación, donde

yo me había refugiado porque me pone de los

nervios oír que se pelean.

Me encogí de hombros. No tenía ni idea.

Marcos se sentó en mi cama y me miró

con cara de perrito abandonado.

—¡Uf! —dijo solamente.

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CAPÍTULO 1

Una tarde de domingo

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LA TRIBU DE CAMELOT

Decidí que me tocaba hacer de hermana

mayor y refl otarle la moral.

—Anda, enano, no te comas el coco; ya se

les pasará.

—¿Tú no estás preocupada?

Enérgicamente, con un movimiento de la

cabeza, dije que no.

—¿Nunca te preocupa que se separen?

«¡Glups! ¿Ahora qué le digo?», pensé. Por-

que tenía razón Marcos: cuando papá y mamá

tienen una de sus broncas, siempre se me en-

coge el corazón y pienso que quizá acabarán

viviendo separados, como el padre y la madre

de Mireya.

En vez de decirle lo que de verdad de la

buena estaba pensando, le dije que no, que pe-

leas las tiene todo el mundo y esto no quiere

decir que la gente acabe en casas distintas,

¿verdad?

—Verdad —dijo Marcos, con cara de no

estar nada convencido.

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UNA TARDE DE DOMINGO

Del otro lado de la puerta, llegaba la voz

cansada de papá.

—Tú ves las cosas de una manera y yo, de

otra —estaba diciendo.

Me dije que no le faltaba razón, porque él

y mamá tienen maneras muy diferentes de ver

la vida.

—¡De esto me quejo! —dijo mamá.

La puerta de mi habitación se abrió un pal-

mo y, por allí, entró Merlín.

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LA TRIBU DE CAMELOT

—¡Miau! —maulló quejoso, mientras de un

salto se subía a mi cama.

Marcos lo acarició.

—A ti tampoco te gusta que se tiren los

trastos a la cabeza, ¿verdad? —preguntó Mar-

cos.

—¡Miau! —maulló de nuevo Merlín, como

si le diera la razón al enano. Se tumbó y cerró

los ojos.

Marcos se lo quedó mirando con cara de

pocos amigos.

—No sé por qué nunca hablas conmigo,

Merlín —se quejó—. ¿Por qué sólo tienes

conversaciones con Carlota?

Mi gato abrió un solo ojo y puso cara de

víctima.

—Anda, déjalo en paz, Marcos. No lo ago-

bies —le recomendé.

Porque es verdad: mi gato es genial y ha-

bla. Pero sólo lo hace por la noche y conmigo.

Quizá por eso no he conseguido nunca que

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UNA TARDE DE DOMINGO

nadie de la familia, excepto Marcos, crea que

son ciertas mis largas charlas con Merlín.Entonces me di cuenta de que, de la sala,

no venía ningún grito ni ninguna voz gruño-

na ni ningún reproche.

—Me parece que ya han fumado la pipa de la paz.

Marcos abrió mucho los ojos y se quedó

quieto, escuchando.

—Tienes razón

—admitió con una

sonrisa luminosa.

Justo en ese mo-

mento, la puerta de

la habitación se abrió

de par en par y apa-

reció mamá.

—Hola, ratitas.

Marcos salió

volando y se le tiró

al cuello.

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LA TRIBU DE CAMELOT

Mamá lo llenó de besos. Des-

pués, dijo:

—Papá y yo hemos pensado

que quizá querríais ir al Centro

Cívico, donde dan un espectácu-

lo...

No tuvo tiempo de terminar,

porque Marcos se adelantó.

—¡De magia! —gritó. Y aña-

dió—: ¡Oh, sí, sí! Tengo muchas

ganas de ir.

—¿Y tú, Carlota?

—También —dije mientras

pensaba que quizá la tarde torci-

da se acababa de enderezar.

Merlín me miró como si estuviera de acuer-

do con mis pensamientos. Y es que, a veces,

creo que mi gato no sólo habla, sino que tam-

bién sabe qué tengo en la cabeza.

—Poneos las parcas y vámonos —dijo

mamá. Y cuando ya estaba en el pasillo, re-

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UNA TARDE DE DOMINGO

trocedió para avisar a Marcos—: Acuérdate

de hacer un pipí y de lavarte las manos.

—De prisa, enano —le soplé por lo bajini,

no fuera a estropearse otra vez la tarde.

En menos de dos minutos estábamos listos

junto a la puerta.

—Vamos allá —dijo papá.

Salimos a la calle. El día era desapacible,

otoñal. Además, hacía viento. Las hojas secas

se arremolinaban al pie de los árboles.

En poco rato llegamos a la plaza del Reloj,

donde está el Centro Cívico, casi enfrente de

la biblioteca en la que trabaja mamá.

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LA TRIBU DE CAMELOT

Al observar la larguísima cola de gente

que se había formado en la taquilla, Marcos

se preocupó.

—A ver si no quedarán entradas —dijo.

Pero sí quedaban, porque la sala de actos

del Centro Cívico es muy espaciosa.

Nos vendió las localidades el chico con gafas

de pasta naranja bastante cantonas que también

atiende el punto de información del Centro. El

tipo parecía más pendiente de su móvil que de

la gente. A mamá, eso le pareció mal.

—Si estás en un trabajo de cara al público,

hay que atenderlo con corrección —comentó.

El caso es que nos dio las entradas y

resultó que nuestros asientos estaban

bastante bien situados: se veía

perfectamente el escenario.

Aunque el espectáculo

estaba a punto de empe-

zar, un vendedor ambulan-

te con bandeja colgada del

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UNA TARDE DE DOMINGO

cuello, como en los circos, pasaba por los pa-

sillos laterales.

—Anda. Esto sí que es una novedad —dijo

Marcos.

—¿Compramos palomitas? —pregunté.

Mamá accedió, y el tipo de pelo rubio y

muy rizado nos tendió dos bolsas.

—¡El mago Triki! —exclamó Mar-

cos, después de mirar el programa que

le había dado mamá—. Este tío es

una caña. Lo sé porque me lo han

dicho los de mi curso.

En ese momento, un hombre

calvo como una bombilla y ves-

tido con un mono azul cruzó el

escenario y entró en una cabina.

Desde allí, empezó a hacer prue-

bas con focos de distintos colores.

De pronto, cuando la sala ya estaba casi

llena, sonó un timbre de aviso y una voz pidió

que desconectáramos los teléfonos.

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