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www.gemmalienas.com ilustraciones: Javier Carbajo Gemma Lienas La Galera Este documento es un extracto de la obra El lago asesino Emi y Max
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Mar 26, 2016

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Gemma Lienas

La Galera Emi y Max Este documento es un extracto de la obra ilustraciones: Javier Carbajo www.gemmalienas.com
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www.gemmalienas.com

ilustraciones: Javier Carbajo

Gemma Lienas

La Galera

Este documento esun extracto de la obra

El lago asesino

Emi y Max

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EL LAGO ASESINOGemma Lienas

Primera edición: octubre de 2007

Diseño de la colección: Elisabeth TortIlustraciones: Javier Carbajo

Edición: Cristina SansDirección editorial: Lara Toro

© Gemma Lienas, 2007, por el texto© Paulino Rodríguez, 2007, por la traducción© La Galera, SAU Editorial, 2007, por la edición en lengua castellana

La Galera, SAU EditorialJosep Pla, 95 – 08019 [email protected]

Impreso en ReinbookCtra. de la Sta. Creu de Calafell, 7208830 Sant Boi de Llobregat

Depósito legal: B-38.896-2007Impreso en la UE

ISBN: 978-84-246-2689-1

Prohibida la reproducción y la transmisión total o parcial de este libro bajo forma alguna ni por medio alguno, electrónico o mecánico (fotocopia, grabación o cualquier forma de almacenamiento de información o sistema de reproducción), sin el permiso escrito de los titulares del copyright y de la casa editora.

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¡QUÉ ROLLO, SIN MAX!

¡Ostras, ostras, ostras! ¿Alguien se imagi-

na un mes entero de vacaciones de ve-

rano sin Max?

Emi, no. Treinta días sin Max le parecían una

eternidad. Vale, de acuerdo, no se moría de aburri-

miento: podía ir a la piscina, podía hacer rolling, podía

montar en bicicleta... Cualquier deporte la dejaba fli-

pando, pero ahora, sin la compañía de Max, todos le

resultaban mucho menos apasionantes.

Por descontado, a Emi también le interesaban

mucho las actividades pacíficas que se hacían en casa

y requerían poco movimiento. Por ejemplo, leer. Le

encantaba repantigarse en el sofá y sumergirse en

una buena novela: en eso había salido a su madre.

También podía navegar por Internet: era una fanática

de los ordenadores y una crack de la informática. O

podía adelantar los deberes de verano que les habían

puesto en el colegio. Claro que ésta no era la activi-

dad que le hacía más ilusión, pero un día u otro ten-

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Por si no tuvieran bastante con pasar la vida

juntos en el colegio, Emi y Max vivían en el mismo

edificio. Con cuatro saltos, estaban uno en casa del

otro. Y los cuatro saltos los daban muy a menudo.

Eran uña y carne, como se suele decir. Además, Se-

rena, la madre de Emi, era muy amiga de Alicia y

Paco, los padres de Max, y, claro, esto hacía aún

mayor la amistad entre ellos dos.

Pero todo era más fácil cuando rodaba con

normalidad. No como este verano, en el que todo

parecía estar patas arriba.

¡Vaya idea de bombero jubilado habían teni-

do los padres de Max! Mira que llevárselo de viaje

con ellos... Los padres de Max eran médicos y siem-

pre iban de cráneo. En su hospital había mucho

trabajo, pero, además, colaboraban con Médicos

Sin Fronteras, una organización que ayuda a los

países con pocos recursos económicos.

Emi se levantó del sofá y se dirigió al equipo

de música para volver a poner aquella canción que

tanto le gustaba y que la ponía de muy buen hu-

mor. Subió un poco el volumen y la voz del cantan-

te llenó toda la sala. Escuchar música a todo trapo

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dría que empezar, que Emi era muy responsable...

No como Max. Bueno, tampoco es del todo exacto

que Max fuera un irresponsable, sino que el trabajo

del colegio no era lo que más le gustaba.

No se moría de aburrimiento, de acuerdo, pe-

ro sí se moría de añoranza. Echaba mucho de menos

a Max, muchísimo. Hacía un montón de años que

eran amigos. Desde que eran muy pequeños. Inclu-

so puede que desde que nacieron...

Emi decidió que se lo preguntaría a su madre

en cuanto volviera a casa. ¿Es posible que sus cunas

hubieran estado juntas en la clínica? ¡Arrea! ¡Pero

qué burrada! Si Max era unos cuantos meses mayor

que ella... De acuerdo, puede que no se hubieran

conocido en la clínica a las veinticuatro horas de

nacer, pero, en todo caso, habían hecho el resto del

camino juntos: habían ido a la misma guardería

cuando eran unos renacuajos, y después los habían

matriculado en el mismo colegio y, como habían

nacido en el mismo año, iban a la misma clase. Eso

sí, Max tenía ya 14 años y era de los mayores de la

clase. En cambio, Emi sólo tenía 13 y era una de las

menores.

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–De acuerdo, mientras yo preparo los bocadi-

llos, tú ocúpate de las bolsas con las toallas y los tra-

jes de baño.

–Sí, bwana –se rió Emi.

–Mira que te la juegas... –la amenazó Serena

en broma.

Cuando Emi ya desaparecía por el pasillo, Se-

rena recordó algo y le gritó:

–Y recógete el pelo con una goma. Sólo con vér-

telo por la cara y por el cuello, haces que sienta calor.

Al oírla, Emi se detuvo, dio media vuelta y aso-

mó la cabeza por la puerta de la sala:

–¡Ah, no, no, no, no! –gritó triunfalmente–. Es-

tamos en verano, ¿lo recuerdas? Y en vacaciones,

¿o te has olvidado? Así que puedo llevar el pelo co-

mo me apetezca.

–Vale, vale, ¡qué remedio!

Emi tenía el cabello liso, castaño y largo. Ha-

bía hecho un pacto con su madre: durante la tem-

porada escolar, tenía que llevarlo recogido. Pero en

vacaciones, si quería, se podía soltar el pelo. Ésta

era una de las muchas cosas de las vacaciones que

a Max le hacían disfrutar como un loco: Emi lleva-

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era un hábito que había heredado de su madre.

–¡Hooooola! –gritó Serena mientras cerraba la

puerta de casa–. ¿Hay alguien en casa o mi ratita ha

salido de paseo?

Emi corrió por el pasillo y se lanzó en brazos

de su madre.

–¡Eh! Ya era hora de que volvieras... ¿No me ha-

bías dicho que vendrías a media mañana para que

tuviéramos tiempo de ir a la piscina?

–Sí, chica, pero los del periódico me han en-

tretenido.

Serena era periodista y, en realidad, no colabo-

raba en ningún medio de comunicación en exclusiva,

sino que trabajaba desde casa para un periódico y

varias revistas. Era lo que se llama una periodista

free-lance, o sea, una trabajadora por cuenta propia.

A menudo, los de algún medio de comunicación

la enviaban a cualquier parte del mundo donde se

había producido algún fenómeno natural relacio-

nado con la ciencia.

Serena se quitó las sandalias.

–¡Uf! Hace un calor que no se puede aguantar.

–Pues vamos a la piscina –dijo Emi.

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Emi soltó un suspiro muy ruidoso.

–¿Se puede saber qué te pasa? –le preguntó Se-

rena mientras dejaba el libro en el suelo.

–Nada...

–¿Cómo que nada? ¿Y esa manera de suspirar co-

mo si fueras la persona más desgraciada del mundo?

–¡Venga, mamá! Eso es una interpretación tuya.

–Va, déjate de historias y dime qué te pasa.

Emi fijó los ojos en la uña de un dedo y contestó:

–Que las vacaciones de verano me resultan de-

masiado largas.

Serena bizqueó y después se echó a reír.

–¿Quéeeeeeeee? ¡Menuda novedad! ¡Ja, ja, ja!

–No sé qué te hace tanta gracia... –protestó

Emi con voz de ofendida.

–Tu mal humor –le contestó Serena con una

gran sonrisa.

Serena se incorporó un poco y le dio un beso

en el hombro.

–¿Sabes qué te digo? Que no creo que las va-

caciones de verano te resulten demasiado largas...

¡Eso sería una novedad catastrófica! Creo que echas

de menos a Max.

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ba el cabello al viento. ¡Y el cabello de Emi le pare-

cía fantástico!

En un instante, Emi se plantó ante la puerta de

la cocina con las bolsas de lona en la mano.

–¡Venga, vamos! –dijo.

Serena aún no había acabado.

–Ayúdame a envolver los bocadillos –le pidió.

Unos minutos después estaban las dos senta-

das en el coche camino de la piscina. Llegaron en-

seguida, porque el tráfico era muy fluido. Se nota-

ba que había mucha gente de vacaciones, pues la

ciudad estaba muy vacía.

Mientras Serena extendía la toalla sobre el cés-

ped, Emi fue a dar una vuelta para comprobar si ha-

bía algún conocido.

¡Nada de nada! ¡Ni un amigo o una amiga en

el horizonte! ¡Uf !

Se tumbó al lado de Serena, que había em-

pezado a leer un libro. No es que a Emi le parecie-

ra mortalmente aburrido estar con su madre, pe-

ro le parecía que hacía siglos que no hablaba con

alguien de su edad. Todos sus amigos y sus amigas

estaban fuera de la ciudad, de vacaciones.

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–No me digas que es una carta de... –gritó Emi

arrojándose sobre su madre.

Durante unos minutos, ambas lucharon, una

intentando coger el sobre, la otra procurando que

no se lo quitara.

Finalmente, Serena claudicó.

–Toma, pelmaza.

–¡De Max!

–Pues claro, boba. De quién podría ser si no...

Emi ya no la escuchaba. Se había tumbado so-

bre su toalla para leer con calma la carta de su amigo.

Abrió el sobre de cualquier manera. Dentro había

una hoja y una postal. En la postal no había nada

escrito. En la hoja, sí. Decía:

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–Grsjlmtrsgfrr –murmuró Emi.

–¿Qué dices? –le preguntó su madre.

Emi se sacudió el pelo.

–Nada –dijo.

Emi no quería darle la razón a la bruja de su

madre. ¿Por qué lo adivinaba todo siempre? ¿Ten-

dría acaso una bola de cristal que le explicaba lo

que sentía su hija en cada momento? ¡Jolín con las

madres...!

Serena se encogió de hombros, como dicien-

do: «¡Ay, las hijas!, cómo son a veces». Se tumbó y

volvió a coger el libro. Pero antes de que le diera tiem-

po a ponerse a leer otra vez, dio un salto y gritó:

–¡Ah! Se me olvidaba...

Y alargó el brazo para coger los pantalones que

llevaba puestos antes de acomodarse sobre la toa-

lla. Metió la mano en uno de los bolsillos traseros y

sacó un sobre blanco.

Mientras tanto, Emi le preguntó:

–¿De qué te has olvidado?

–¡De esto! –dijo Serena, agitando el sobre an-

te las narices de su hija–. Estaba en el buzón, pero

no me he acordado de dártelo hasta ahora.

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especie de papilla de maíz y patatas aliñada con aceite mez-clado con unas hojas verdes que no he podido saber qué son.La verdad es que están buenas, pero si no fuera porque nosotroshemos traído nuestras propias provisiones, yo me moriría dehambre, porque con la papilla no tengo ni para empezar.

Además, mis padres vigilan todo el día qué como, por-que dicen que no puedo comer cosas crudas, como lechugaso tomates (la verdad es que tampoco se ven muchos), por-que pueden provocar una diarrea de las que hacen histo-ria. También vigilan el agua que bebo, porque antes hayque hervirla...

La verdad, esto de ir a la aventura con mis padres y elgrupo de Médicos Sin Fronteras está bien, ¡pero me faltas tú!

¡Caray, tanto como nos podríamos divertir los dosjuntos aquí...! Nos bañaríamos en el río, iríamos a ver leo-nes... Yo no he visto ninguno, pero a lo mejor tengo suertey descubro algunos... de lejos, por supuesto. Si estuvierasaquí, podríamos explorar, y quién sabe si incluso podría-mos vivir una de nuestras fantásticas aventuras.

Pues en vez de eso, resulta que estoy solo como un pe-rro. Por la mañana, me obligan a hacer los deberes. ¡Jo-lín, cómo se pasan! Ir a Nigeria para hacer el trabajo delcole ya es tocar las narices, ¿o no? Pues, lo quiera o no, mi

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Bonny, 29 de junioQuerida Emi:Este río que ves en la postal es el Níger, un río de Ni-

geria, en África. No sé por qué te aclaro que Nigeria es unpaís africano, porque tú lo sabes todo de sociales... En cam-bio, yo, cuando mis padres me dijeron que íbamos a Nige-ria, pensé que igual estaba en Sudamérica o, a lo mejor,en Asia. ¡Pues no! Ya lo ves, está en África.

Ahora mismo estamos en Bonny. Una maravilla denombre, ¿eh? Bonny es una población situada en la desembo-cadura del río Níger. La puedes ver en la fotografía de la postal.Ya sé que la imagen deja mucho que desear. ¡Pero si supie-ras lo que me ha costado conseguir una...! Porque Nigeria noes Francia, ni Bonny, Londres. Aquí ni saben lo que es el turis-mo: hay cosas mucho más importantes aún por resolver.

Y cuando digo cosas más importantes, me refiero, porejemplo, a la comida. ¡Ostras, tú! ¡Me duele la barriga dehambre! Te lo juro, si siempre tuviéramos que llevarnos a laboca lo que comen aquí, seguro que pillaríamos cualquierenfermedad. Pero ellos, como no tienen otra cosa, pues, cla-ro, se lo zampan.

De verdad, Emi, que te quedarías patidifusa. Muchasveces sólo comen dos veces al día, y siempre lo mismo: una

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ria? No tendríamos nada de nada; a lo peor, ya habríamosmuerto de malaria.

Total, que me parece muy bien que haya médicos quequieran ir a ayudar a la gente. Todo el mundo lo deberíahacer de una manera u otra. ¿Tú no estás de acuerdo?

Emi levantó la cabeza de la hoja, pensando que

Max tenía razón.

–¿Quieres un bocadillo? –le preguntó Sere-

na. Y, mientras se lo daba, añadió–: ¿Cómo está Max?

¿Se divierte?

Emi le dio un mordisco al bocadillo de jamón

antes de contestar:

–Divertirse, exactamente, creo que no. Pero

me parece que está aprendiendo muchas cosas.

Después, se volvió a sumergir en la lectura de

la carta.

Como podrás imaginar, me obligan a ponerme litrosy litros de protección contra los mosquitos y, además, mehacen ir muy tapado. Creo que nunca había pasado unasvacaciones en un lugar con tanto calor y llevando pantalo-nes largos todo el día.

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madre me obliga a hacerlos un rato cada día porque diceque, si no, el año que viene andaré cojo.

«¡Ostras! –me digo yo–, pues sí que andaré cojo, pe-ro de no practicar deportes. ¡Ja, ja, ja!» ¿Te ha hecho graciael chiste, Emi?

Después ayudo un rato a mis padres. Tienen muchotrabajo, porque hay mucha gente enferma de malaria. ¿Túsabes qué es la malaria? Puede que sí, porque eres muy lis-ta, pero yo no lo sabía. Es una enfermedad típica de paísestropicales. La transmiten los mosquitos, que, con su pica-dura, te dejan un bichito –un parásito, dicen mis padres–que te infecta. Si no te dan medicamentos y se ocupan de ti,te mueres. Y el problema es que aquí, en África, no tienennada de nada: ni medicamentos, ni médicos... Por no te-ner, no tienen ni comida.

¡Eh! Por lo general no nos paramos a pensar en nues-tra buena suerte. Tenemos comida y agua, tenemos casasy colegios, si estamos enfermos, nos hacen tomar medica-mentos o nos llevan al hospital... Pero hay mucha, mu-cha gente que no tiene nada de todo esto.

Me parece que es una mala jugarreta que llevar unavida en condiciones dependa de que nazcas en uno u otro lugardel mundo. ¿Te imaginas que hubiéramos nacido en Nige-

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