CRUZANDO EL UMBRAL DE LA ESPERANZA -INTRODUCCIN
SOBRE ESTE LIBRO
UN TELEFONAZO Siento un especial afecto, naturalmente, por los
colegas -periodistas y escritores- que trabajan en la televisin.
Por eso, a pesar de repetidas invitaciones, nunca he intentado
quitarles su trabajo. Me parece que las palabras, que constituyen
la materia prima de nuestro quehacer, tienen consistencia e impacto
diferentes si se confan a la materialidad del papel impreso o a la
inmaterialidad de los signos electrnicos.
Sea lo que sea, cada uno es rehn de su propia historia, y la ma,
referente a lo que aqu importa, es la de quien ha conocido slo
redacciones de peridicos y editoriales, y no estudios con cmaras de
televisin, focos, escenografa.
Tranquilcese el lector: no voy a seguir con estas
consideraciones ms propias de un debate sobre los medios de
comunicacin, ni deseo castigar a nadie con desahogos
autobiogrficos. Con lo que he dicho me basta para hacer comprender
la sorpresa, unida quiz a una pizca de disgusto, provocada por un
telefonazo un da de finales de mayo de 1993.
Como cada maana, al ir hacia mi estudio, me repeta interiormente
las palabras de Cicern: Si apud bibliothecam hortulum habes, nihil
deerit. Qu ms quieres si tienes una biblioteca que se abre a un
pequeo jardn? Era una poca especialmente cargada de trabajo;
terminada la correccin del borrador de un libro, me haba metido en
la redaccin definitiva de otro. Mientras tanto, haba que seguir con
las colaboraciones periodsticas de siempre.
Actividad, pues, no faltaba. Pero tampoco faltaba el dar gracias
a Quien deba darlas, porque me permita sacar adelante toda esa
tarea, da tras da, en el silencio solitario de aquel estudio
situado sobre el lago Garda, lejos de cualquier centro importante,
poltico o cultural, e incluso religioso. No fue acaso el nada
sospechoso Jacques Maritain, tan querido por Pablo VI, quien, medio
en broma, recomend a todo aquel que quisiera continuar amando y
defendiendo el catolicismo que frecuentara poco y de una manera
discreta a cierto mundo catlico?
Sin embargo, he aqu que aquel da de primavera, en mi apartado
refugio, irrumpi un imprevisto telefonazo: era el director general
de la RAI. Dejando sentado que conoca mi poca disponibilidad para
los programas televisivos, conocidos los precedentes rechazos, me
anunciaba a pesar de todo que me llegara en breve una propuesta. Y
esta vez, aseguraba, no podra rechazarla.
En los das siguientes se sucedieron varias llamadas romanas, y
el cuadro, un poco alarmante, se fue perfilando: en octubre de
aquel 1993 se cumplan quince aos del pontificado de Juan Pablo II.
Con motivo de tal ocasin, el Santo Padre haba aceptado someterse a
una entrevista televisiva propuesta por la RAI; hubiera sido
absolutamente la primera en la historia del papado, historia en la
que, durante tantos siglos, ha sucedido de todo.
De todo, pero nunca que un sucesor de Pedro se sentara ante las
cmaras de la televisin para responder apresuradamente, durante una
hora, a unas preguntas que adems quedaban a la completa libertad
del entrevistador.
Transmitido primero por el principal canal de la televisin
italiana en la misma noche del decimoquinto aniversario, el
programa sera retransmitido a continuacin por las mayores cadenas
mundiales. Me preguntaban si estaba decidido a dirigir yo la
entrevista, porque era sabido que desde haca aos estaba
escribiendo, en libros y artculos, sobre temas religiosos, con esa
libertad propia del laico, pero al mismo tiempo con la solidaridad
del creyente, que sabe que la Iglesia no ha sido confiada slo al
clero sino a todo bautizado, aunque a cada uno segn su nivel y segn
su obligacin.
En especial no se haba olvidado el vivo debate -aunque tampoco
su eficacia pastoral, el positivo impacto en la Iglesia entera, con
una difusin masiva en muchas lenguas- suscitado por Informe sobre
la fe, libro que publiqu en 1985 y en el que expona lo hablado
durante varios das con el ms estrecho colaborador teolgico del
Papa, el cardenal Joseph Ratzinger, prefecto del antiguoSanto
Oficio, ahora Congregacin para la Doctrina de la Fe. Entrevista que
supona tambin una novedad, y sin precedentes, para una institucin
que haba entrado haca siglos en la leyenda anticlerical, con
frecuencia negra, por su silencio y secreto, rotos, por primera
vez, con aquel libro.
Volviendo a 1993, dir solamente, por ahora, que la fase de
preparacin -llevada con tal discrecin que ni una sola noticia lleg
a odos de los periodistas- inclua tambin un encuentro con Juan
Pablo II en Castelgandolfo.
All, con el debido respeto pero con una franqueza que quiz alarm
a alguno de los presentes -aunque no al amo de casa,
manifiestamente complacido de mi filial sencillez-, pude explicar
qu intenciones me haban llevado a esbozar un primer esquema de
preguntas. Porque, efectivamente, un Hgalo usted mismo haba sido la
nica indicacin que se me haba dado.
UN IMPREVISTO
El mismo Papa, sin embargo, no haba tenido en cuenta el
implacable cmulo de obligaciones que tena programadas para
septiembre, fecha lmite para llevar a cabo las tomas y conceder al
director y los tcnicos el tiempo necesario para trabajar el
material antes de emitirlo. Ahora me dicen que la agenda de trabajo
del Pontlce, aquel mes, ocupaba treinta y seis apretadas pginas
escritas en el ordenador.
Eran compromisos tan heterogneos como ineludibles. Adems de los
viajes a dos dicesis italianas (Arezzo y Asti), antes estaba la
visita del emperador del Japn al Pontfice de Roma, y antes estaba
la visita a los territorios ex soviticos de Letonia, Lituania y
Estonia, con la necesidad de practicar, al menos un poco, esas
difciles lenguas, deber impuesto al Papa por su propio celo
pastoral, su ansia de hacerse entender al predicar el Evangelio a
todos los pueblos del mundo.
En resumen, result que a aquellas dos primicias -la nipona y la
bltica- no haba posibilidad de aadir una tercera, la televisiva.
Tanto ms cuanto que la buena disposicin de Juan Pablo II le haba
llevado a prometer cuatro horas de tomas, y a conceder al director
-el conocido y apreciado cineasta italiano Pupi Avati- la eleccin
de la mejor hora televisiva.
Luego todo concluira en un libro, completando as la intencin
pastoral y catequstica que haba inducido al Papa a aceptar el
proyecto; pero el cmulo de trabajo al que me he referido impidi, en
el ltimo momento, realizarlo.
En cuanto a m, volv al lago a reflexionar, como de costumbre,
sobre los mismos temas de los que hubiera tenido que hablar con el
Pontfice, pero en la quietud de mi biblioteca.
Acaso Pascal, cuyo retrato vigila el escritorio sobre el que
trabajo, no ha escrito: Todas las contrariedades de los hombres
provienen de no saber permanecer tranquilos en su habitacin?
Aunque el proyecto en el que haba estado envuelto no lo busqu
yo, y adems, no fue una contrariedad, slo faltara! Sin embargo, no
quiero ocultar que me haba creado algunas dificultades.
Sobre todo, y como creyente, me preguntaba si era de verdad
oportuno que el Papa concediese entrevistas, y adems televisivas. A
pesar de su generosa y buena intencin, al quedar necesariamente
involucrado en el mecanismo implacable de los medios de
comunicacin, no se arriesgaba a que su voz se confundiese con el
catico ruido de fondo de un mundo que lo banaliza todo, que todo lo
convierte en espectculo, que amontona opiniones contrarias e
inacabables parloteos sobre cualquier cosa? Era oportuno que tambin
un Supremo Pontfice de Roma se amoldase al en mi opinin en su
conversacin con un cronista, abandonando el solemne Nos en el que
resuena la voz del milenario misterio de la Iglesia?
Eran preguntas que no slo no dej de hacerme, sino tambin -aunque
respetuosamente- de hacer.
Ms all de tales cuestiones de principio, consider que la
competencia que poda yo haber adquirido durante tantos aos en la
informacin religiosa, probablemente no bastaba para compensar la
desventaja de mi inexperiencia en el medio televisivo, y menos en
una ocasin semejante, la ms comprometida que pueda imaginarse para
un periodista.
Pero incluso sobre este punto otras razones se contrapusieron a
las mas.
En todo caso, la operacin Quince aos de papado en TV no se
realiz, y era presumible que, pasada la ocasin del aniversario, no
se hablase ms de ella. Por lo tanto, poda volver a teclear en mi
mquina de escribir y seguir con la debida atencin la palabra del
Obispo de Roma, pero -como haba hecho hasta ese momento- a travs de
las Acta Apostolicae Sedis.
UNA SORPRESA
Pasaron algunos meses. Y he aqu que un da, otro telefonazo -de
nuevo totalmente imprevisto- del Vaticano. En la lnea estaba el
director de la Sala de Prensa de la Santa Sede, el psiquiatra
espaol convertido en periodista Joaqun Navarro-Valls, hombre tan
eficaz como cordial, uno de los ms firmes defensores de la
conveniencia de aquella entrevista.
Navarro-Valls era portador de un mensaje que, me aseguraba, le
haba cogido por sorpresa a l el primero. El Papa me mandaba decir:
Aunque no ha habido modo de responderle en persona, he tenido sobre
la mesa sus preguntas; me han interesado, y me parece que sera
oportuno no abandonarlas. Por eso he estado reflexionando sobre
ellas y desde hace algn tiempo, en los pocos ratos que mis
obligaciones me lo permiten, me he puesto a responderlas por
escrito. Usted me ha planteado unas cuestiones y por tanto, en
cierto modo, tiene derecho a recibir unas respuestas... Estoy
trabajando en eso. Se las har llegar. Luego, haga lo que crea ms
conveniente.
En resumen, una vez ms Juan Pablo II confirmaba esa fama de Papa
de las sorpresas que lo acompaa desde que fue elegido; haba
superado toda previsin.
As fue como, un da de finales de abril de este 1994 en que
escribo, reciba en mi casa al doctor Navarro-Valls, quien sac de su
cartera un gran sobre blanco. Dentro estaba el texto que me haba
sido anunciado, escrito de puo y letra del Papa, quien, para
resaltar an ms la pasin con que haba manuscrito las pginas, haba
subrayado con vigorosos trazos de su pluma muchsimos puntos; son
los que el lector encontrar en letra cursiva, segn indicacin del
propio Autor. Igualmente, han sido conservadas las separaciones en
blanco que con frecuencia introduce entre un pargrafo y otro.
El ttulo mismo del libro es de Juan Pablo II. Lo haba escrito
personalmente sobre la carpeta que contena el texto; aunque precis
que se trataba slo de una indicacin: dejaba a los editores libertad
para cambiarlo. Si nos hemos decidido a conservarlo es porque nos
dimos cuenta de que ese ttulo resuma plenamente el ncleo del
mensaje propuesto en estas pginas al hombre contemporneo.
Este debido respeto a un texto en el que cada palabra cuenta
obviamente me ha orientado tambin en el trabajo de editing que se
me pidi, en el que me he limitado a cosas como la traduccin, entre
parntesis, de las expresiones latinas; a retoques de puntuacin,
quiz apresurada; a completar nombres de personas -por ejemplo el de
Yves Congar que el Papa, por razn de brevedad, haba escrito slo
Congar-; a proponer un sinnimo en los casos en que una palabra se
repite en la misma frase; a la modificacin de algunas, pocas,
imprecisiones en la traduccin del original polaco. Minucias, pues,
que de ningn modo han afectado al contenido.
Mi trabajo ms relevante ha consistido en introducir nuevas
preguntas all donde el texto lo peda. En efecto, aquel esquema mo
sobre el que Juan Pablo II ha trabajado con una diligencia
sorprendente (el hecho de haberse tomado tan en serio a un cronista
parece una prueba ms, si es que acaso haca falta, de su humildad,
de su generosa disponibilidad para escuchar nuestras voces, las de
la gente de la calle), aquel esquema, digo, comprenda veinte
cuestiones. Ninguna de las cuales, hay que recalcarlo, me fue
sugerida por nadie; y ninguna ha quedado sin respuesta o en cierto
modo adaptada por Aquel a quien iba dirigida.
En todo caso, eran sin duda demasiadas, y demasiado amplias para
una entrevista televisiva, incluso larga. Al responder por escrito,
el Papa ha podido explayarse, apuntando l mismo, mientras responda,
nuevos problemas. Los cuales presuponan, por tanto, una pregunta ad
hoc. Por citar un solo caso: los jvenes. No entraban en el esquema,
y les ha querido dedicar unas pginas -cosa que confirma adems su
predileccin por ellos-, que se cuentan entre las ms bellas del
libro, y en las que vibra, emocionada, su experiencia de joven
pastor entre la juventud de una patria a la que tanto ama.
Para comodidad del lector ms interesado en unos temas que en
otros (aunque nuestro consejo es que lea el texto completo,
verdaderamente catlico, tambin en el sentido de que en el texto
tout se tient y todo se integra en una perspectiva orgnica), a cada
una de las treinta y cinco preguntas he puesto un breve ttulo que
indica los contenidos, aunque slo sea de manera aproximada debido a
lo imprevisto de las sugerencias que el Papa seala aqu y all; otra
confirmacin ms del pathos que impregna unas palabras que, sin
embargo, estn inmersas obviamente en el sistema de la ortodoxia
catlica, junto a la ms amplia apertura posconciliar.
De todos modos, el texto ha sido examinado y aprobado por el
mismo Autor en la versin publicada en italiano, y de ese modelo
salen al mismo tiempo las traducciones en las principales lenguas
del mundo; ya que la fidelidad era imprescindible para garantizar
al lector que la voz que aqu resuena, en su humanidad y tambin en
su autoridad, es nica y totalmente la del Sucesor de Pedro.
As que parece ms adecuado hablar no tanto de una entrevista como
de un libro escrito por el Papa, si bien con el estmulo de una
serie de preguntas. Corresponder luego a los telogos y a los
exegetas del magisterio pontificio plantearse el problema de la
clasificacin de un texto sin precedentes, y que por tanto ofrece
perspectivas inditas en la Iglesia.
A propsito de mi tarea de edicin, desde ciertos sectores se me
propona una intervencin excesiva, con comentarios, observaciones,
explicaciones, citas de encclicas, de documentos, de alocuciones.
Contra tales sugerencias, he procurado pasar lo ms inadvertido
posible, limitndome a esta nota editorial que explica cmo fueron
las cosas (tan raras en su sencillez), sin disminuir, con
intrusiones inoportunas, la extraordinaria novedad, la sorprendente
vibracin, la riqueza teolgica que caracterizan estas pginas.
Pginas que, estoy seguro, hablan por s mismas; y que no tienen
otra intencin que la religiosa, no tienen ningn otro propsito sino
subrayar -con el gnero literario entrevista-, la tarea del Sucesor
de Pedro, maestro de la fe, apstol del Evangelio, padre y al mismo
tiempo hermano universal. En l slo los cristiano-catlicos ven al
Vicario de Cristo, pero su testimonio de la verdad y su servicio en
la caridad se extienden a todo hombre, como lo demuestra tambin el
indiscutible prestigio que la Santa Sede ha ido adquiriendo en la
escena mundial. No hay pueblo que al reconquistar su libertad o su
independencia no decida, entre los primeros actos de soberana,
enviar un representante a Roma, ad Petri Sedem. Y esto es debido,
mucho antes que a cualquier consideracin poltica, casi a una
necesidad de legitimidad espiritual, de exigencia moral.
UNA CUESTIN DE FE
Puesto ante la no leve responsabilidad de plantear una serie de
preguntas, para las que se me dejaba una completa libertad, decid
inmediatamente descartar los temas polticos, sociolgicos e incluso
clericales, de burocracia eclesistica, que constituyen la casi
totalidad de la informacin, o desinformacin, supuestamente
religiosa, que circula por tantos medios de comunicacin, no
solamente laicos.
Si se me permite, citar un prrafo de un apunte de trabajo que
propuse a quien me haba metido en el proyecto: El tiempo que
tenemos para esta ocasin verdaderamente nica no debera malgastarse
con las acostumbradas preguntas del "vaticanlogo". Antes, mucho
antes del "Vaticano" -Estado entre otros Estados, aunque sea
minsculo y peculiar-, antes de los habituales temas -necesarios
quiz pero secundarios, y quiz tambin desorientadores- sobre las
posibilidades de la institucin eclesistica, antes de la discusin
sobre cuestiones morales controvertidas, antes que todo eso est la
fe.
Antes que todo eso estn las certezas y oscuridades de la fe, est
esa crisis por la que parece verse atacada, est su posibilidad
misma hoy en culturas que juzgan como provocacin, fanatismo,
intolerancia, el sostener que no existen solamente opiniones, sino
que todava existe una Verdad, con mayscula. En resumen, seria
oportuno aprovechar la disponibilidad del Santo Padre para intentar
plantear el problema de las "races", de eso sobre lo que se basa
todo el resto, y que sin embargo parece que se deja aparte, a
menudo dentro de la Iglesia misma, como si no se quisiera o no se
pudiera afrontar.
En ese apunte continuaba: Lo dir, si se me permite, en tono de
broma: aqu no interesa el problema exclusivamente clerical -y
"clerical" es tambin cierto laicismo- de la decoracin de las salas
vaticanas, si debe ser "clsica" (conservadores) o "moderna"
(progresistas).
Tampoco interesa un Papa al que muchos quisieran ver reducido a
presidente de una especie de agencia mundial para la tica o para la
paz o para el medio ambiente. Un Papa que garantizara el nuevo
dogmatismo (ms sofocante que ese del que se acusa a los catlicos)
de lo politically correct, ni un Papa repetidor de conformismos a
la moda. Interesa, en cambio, descubrir si todava son firmes los
fundamentos de la fe sobre los que se apoya ese palacio eclesial,
cuyo valor y cuya legitimidad dependen solamente de si sigue basado
en la certeza de la Resurreccin de Cristo. Por tanto, desde el
comienzo de la conversacin, sera necesario poner de relieve el
"escandaloso" enigma que el Papa, en cuanto tal, representa: no es
principalmente un grande entre los grandes de la tierra, sino el
nico hombre en el que otros hombres ven una relacin directa con
Dios, ven al "Vice" mismo de Jesucristo, Segunda Persona de la
Trinidad.
Aada finalmente: Del sacerdocio de las mujeres, de la pastoral
para homosexuales o divorciados, de estrategias geopolticas
vaticanas, de elecciones sociopolticas de los creyentes, de ecologa
o de superpoblacin, as como de tantas otras cuestiones, se puede,
es ms, se debe discutir, y a fondo; pero slo despus de haber
establecido un orden (tan frecuentemente tergiversado hoy, hasta en
ambientes catlicos) que ponga en primer lugar la sencilla y
terrible pregunta: lo que los catlicos creen, y de lo que el Papa
es el Supremo Garante, es "verdad" o "no es verdad"? El Credo
cristiano es todava aceptable al pie de la letra o se debe poner
como teln de fondo, como una especie de vieja aunque noble tradicin
cultural, de orientacin sociopoltica, de escuela de pensamiento,
pero ya no como una certeza de fe cara a la vida eterna? Discutir
-como se hace- sobre cuestiones morales (desde el uso del
preservativo hasta la legalizacin de la eutanasia) sin afrontar
antes el tema de la fe y de su verdad es intil, ms an, no tiene
sentido. Si Jess no es el Mesas anunciado por los profetas, puede,
de verdad, importarnos el "cristianismo" y sus exigencias ticas?
Puede interesarnos seriamente la opinin de un Vicario de Cristo si
ya no se cree en que aquel Jess resucit y que -sirvindose sobre
todo de este hombre vestido de blanco- gua a Su Iglesia hasta que
vuelva en su Gloria?
He de reconocer que no tuve que insistir para que se me aceptara
un planteamiento as. Al contrario, encontr enseguida la plena
conformidad, la completa sintona del Interlocutor de la
conversacin, quien durante nuestro encuentro en Castelgandolfo, y
despus de decirme que haba examinado el primer borrador de
preguntas que le haba enviado, me coment que haba aceptado la
entrevista slo desde su deber de Sucesor de los apstoles, slo para
aprovechar una posterior ocasin de dar a conocer el krigma, es
decir, el impresionante anuncio sobre el que toda la fe se funda:
Jess es el Seor; solamente en l hay salvacin: hoy, como ayer y
siempre.
Desde este planteamiento, pues, ha sido vista y juzgada esta
posibilidad de una entrevista, que inicialmente me haba dejado
perplejo. ste es un Papa impaciente en su afn apostlico, un Pastor
al que los caminos usuales le parecen siempre insuficientes, que
busca por todos los medios hacer llegar a los hombres la Buena
Nueva, que, evanglicamente, quiere gritar desde los terrados (hoy
cuajados de antenas de televisin) que la Esperanza existe, que
tiene fundamento, que se ofrece a quien quiera aceptarla; incluso
la conversacin con un periodista es valorada por l en la lnea de lo
que Pablo dice en su primera carta a los Corintios: Me he hecho
todo a todos para salvar a toda costa a algunos. Y todo esto lo
hago por el Evangelio, para ser partcipe del mismo (9,22-23).
En este ambiente toda abstraccin desaparece: el dogma se
convierte en carne, sangre, vida. El telogo se hace testigo y
pastor.
DON KAROL, PRROCO DEL MUNDO
Estas pginas que ahora siguen han nacido de una vibracin
kerigmtica, de primer anuncio, de nueva evangelizacin; al acercarse
a ellas, el lector se dar cuenta de por qu no quise aadir mis
irrelevantes notas y comentarios a palabras tan cargadas ya de
significado, llevadas casi al colmo de la pasin, precisamente esa
passion de convaincre que, siguiendo a Pascal, tendra que ser el
signo distintivo de todo cristiano, y que aqu caracteriza
profundamente a este Siervo de los siervos de Dios.
Para l, Dios no slo existe, vive, obra, sino que tambin, y sobre
todo, es Amor; mientras que para el iluminismo y el racionalismo,
que contaminaron incluso cierto tipo de teologa, Dios era el
impasible Gran Arquitecto, era sobre todo Inteligencia. Con un
clamor tras otro, este hombre -sirvindose de las pginas aqu
recogidas- quiere hacer llegar a cada hombre el siguiente mensaje:
Date cuenta, quienquiera que seas, de que eres amado! Advierte que
el Evangelio es una invitacin a la alegra! No te olvides de que
tienes un Padre, y que cualquier vida, incluso la que para los
hombres es ms insignificante, tiene un valor eterno e infinito a
Sus ojos!
Un experto telogo, una de las poqusimas personas que han podido
hojear este texto todava manuscrito, me deca: Aqu hay una revelacin
-directa, sin esquemas ni filtros- del universo religioso e
intelectual de Juan Pablo II y, en consecuencia, una clave para la
lectura e interpretacin de su magisterio completo.
Aventuraba incluso el mismo telogo: No slo los comentaristas
actuales sino tambin los historiadores futuros tendrn que apoyarse
en estas pginas para comprender el primer papado polaco.
Escritas a mano, de un tirn -con esa manera suya que algn pacato
podra calificar de "impulsiva", o quiz de generosa "imprudencia"-,
estas pginas nos dan a conocer, de modo extraordinariamente eficaz,
no slo la mente sino tambin el corazn del hombre a quien se deben
tantas encclicas, tantas cartas apostlicas, tantos discursos. Aqu
todo va a la raz; es un documento para hoy, pero tambin Para la
historia.
Me confiaba un colaborador directo del Pontfice que cada homila,
cada explicacin del Evangelio -en cada Misa que l celebra- est
siempre, y toda, escrita de su mano, de comienzo a fin. No se
limita a poner sobre el papel algunos apuntes que sealen los temas
que deben ser desarrollados; escribe cada palabra, tanto en una
liturgia solemne para un milln de personas (o para mil millones,
como ha sucedido en ciertas emisiones televisivas) como en la
Eucarista celebrada para unos pocos ntimos, en su oratorio privado.
Justifica este esfuerzo recordando que es tarea primordial e
ineludible, no delegable, de todo sacerdote el hacerse instrumento
para consagrar el pan y el vino, para hacer llegar al pecador el
perdn de Cristo, y tambin para explicar la Palabra de Dios.
De este mismo modo parece haber considerado estas respuestas.
Hay, pues, aqu tambin una especie de predicacin, de explicacin del
Evangelio hecha por don Karol, prroco del mundo.
Digo tambin porque el lector no encontrar solamente eso, sino
una singular combinacin a veces de confidencia personal
(emocionantes los trozos sobre su infancia y juventud en su tierra
natal), a veces de reflexin y de exhortacin espirituales, a veces
de meditacin mstica, a veces de retazos del pasado o sobre el
futuro, a veces de especulaciones teolgicas y filosficas.
Por tanto, si todas las pginas exigen una lectura atenta (detrs
del tono divulgativo, quien se detenga un poco podr descubrir una
sorprendente profundidad), algunos pasajes exigen una especial
atencin. Desde nuestra experiencia de lectores de preestreno,
podemos asegurar que vale del todo la pena. El tiempo y la atencin
que se empleen recibirn amplia recompensa.
Se podr comprobar, entre otras cosas, cmo al mximo de apertura
(con arranques de gran audacia: vanse, por ejemplo, las pginas
sobre el ecumenismo o las otras sobre escatologa, los novsimos) va
unido siempre el mximo de fidelidad a la tradicin. Y que sus brazos
abiertos a todo hombre no debilitan en nada la identidad, catlica,
de la que Juan Pablo II es muy consciente de ser garante y
depositario ante Cristo, en cuyo nombre solamente est la salvacin
(cfr. Hechos de los Apstoles 4,12).
Es bien sabido que en 1982 el escritor y periodista francs Andr
Frossard public -tomando como ttulo la exhortacin que ha llegado a
ser casi la consigna del pontificado: No tengis miedo!- el
resultado de una serie de conversaciones con este Papa.
Sin querer quitarle nada, por supuesto, a ese importante libro,
excelentemente estructurado, puede observarse que entonces se
estaba al comienzo del pontificado de Karol Wojtyla en la Sede de
Pedro. En las pginas que siguen est, en cambio, toda la experiencia
de quince aos de servicio, est la huella que ha dejado en su vida
todo lo que de decisivo ha ocurrido en este tiempo (basta pensar
solamente en la cada del marxismo), la huella dejada en la Iglesia,
en el mundo.
Pero lo que no slo ha permanecido intacto sino que parece
incluso haberse multiplicado (este libro da de ello pleno
testimonio) es su capacidad de generar proyectos, su mpetu de cara
al futuro, su mirar hacia adelante -a ese tercer milenio cristiano
con el ardor y la seguridad de un hombre joven.
EL SERVICIO DE PEDRO
Bajo una luz semejante, cabe esperar entre otras cosas que los
que, tanto fuera como dentro de la Iglesia, llegaron a sospechar
que este Papa venido de lejos traa intenciones restauradoras o era
reaccionario a las novedades conciliares encuentren al fin el modo
de rectificarse completamente.
Queda aqu confirmado de continuo su papel providencial desde
aquel Concilio Vaticano II en cuyas sesiones (desde la primera a la
ltima) el entonces joven obispo Karol Wojtyla particip con un papel
siempre activo y relevante. Por aquella extraordinaria aventura -y
por lo que ha derivado de ella en la Iglesia- Juan Pablo II no
tiene ninguna intencin de arrepentirse, como declara rotundamente,
a pesar de que no oculte los problemas y dificultades debidas -esto
est comprobado- no al Vaticano II, sino a apresuradas cuando no
abusivas interpretaciones.
Que quede, pues, bien claro que -ante el planteamiento
plenamente religioso de estas pginas-, simplificaciones como
derecha-izquierda o como conservador-progresista se revelan
totalmente inadecuadas y sin sentido. La salvacin cristiana, a la
que dedica algunas de las pginas ms apasionadas, no tiene nada que
ver con semejantes estrecheces polticas, que constituyen
desgraciadamente el nico parmetro de tantos comentaristas,
condenados as -sin sospecharlo siquiera- a no comprender nada de la
profunda dinmica de la Iglesia. Los esquemas de las siempre
cambiantes ideologas mundanas estn muy lejos de la visin
apocalptica -en el sentido etimolgico de revelacin, de
desvelamiento del plan de la Providenciaque llena el magisterio de
este Pontfice y da vida tambin a las siguientes pginas.
Me deca un ntimo colaborador suyo: Para saber quin es Juan Pablo
II hay que verlo rezar, sobre todo en la intimidad de su oratorio
privado. Acaso puede entender algo de este Papa-igual que de
cualquier otro Papa- quien excluya esto de sus anlisis, centrndose
en sofisticadas apariencias?
El lector comprobar que, en numerosas ocasiones, no he dudado en
adoptar el papel de acicate, de estmulo, aun hasta el de respetuoso
provocador. Es una tarea no siempre grata ni fcil. Creo, sin
embargo, que sta es la obligacin de todo entrevistador, que
-manteniendo, naturalmente, esa virtud cristiana que es la de
ironizar sobre s mismo, esa sonrisa burlona ante la tentacin de
tomarse demasiado en seriodebe intentar poner en prctica la
mayutica, que es, como se sabe, la tcnica de las comadronas.
Por otra parte, tuve la impresin de que mi Interlocutor esperaba
precisamente este tipo de provocacin, y no delicadezas cortesanas,
como demuestran la viveza, la claridad, la sinceridad espontnea de
las respuestas. He conseguido con eso algo que se parece a una
afectuosa reprensin, o quiz a una paternal oposicin. Tambin esto me
complace, ya que no slo confirma la generosa seriedad con que han
sido acogidas mis preguntas, sino que adems el Santo Padre ha
corroborado as que mi modo de plantear los problemas -a pesar de
que no los pueda compartir- es el de tantos otros hombres de
nuestro tiempo. Era, pues, un deber de este cronista intentar
erigirse en su portavoz, en nombre de todos los que nos dan
trabajo, los lectores.
Claro que, con algo parecido a lo que los autores de
espiritualidad llaman santa envidia (y que, como tal, puede no ser
un pecado, sino un beneficioso acicate), ante algunas respuestas he
tomado plena conciencia de la desproporcin entre
nosotros -pequeos creyentes agobiados por problemas a nuestra
mediocre medida- y este Sucesor de Pedro, quien -si es lcito
expresarse as- no tiene necesidad de creer. Para l, en efecto, el
contenido de la fe es de una evidencia tangible. Por tanto, y a
pesar de que l tambin aprecie a Pascal (al que cita), no tiene
necesidad de recurrir a ninguna apuesta como l, no necesita del
apoyo de ningn clculo de probabilidades para estar seguro de la
objetiva verdad del Credo.
Que la Segunda Persona de la Trinidad se ha encarnado, que
Jesucristo vive, acta, informa el universo entero con Su amor, el
cristiano Karol Wojtyla en cierta manera lo siente, lo toca, lo
experimenta; como le sucede a todo mstico, que es el que ha
alcanzado ya la evidencia. Lo que para nosotros puede ser un
problema, para l es un dato de hecho objetivamente incontestable.
No ignora, como antiguo profesor de filosofa, el esfuerzo de la
mente humana en la bsqueda de pruebas de la verdad cristiana (a
esto, precisamente, dedica algunas de las pginas ms densas), pero
se tiene la impresin de que, para l, esos argumentos no son sino
confirmaciones obvias de una realidad evidente.
Tambin en este sentido me ha parecido estar verdaderamente en
consonancia con el Evangelio, ver cumplidas las palabras de Jess,
transmitidas por Mateo: Bienaventurado t, Simn, hijo de Juan,
porque no te ha revelado esto ni la carne ni la sangre, sino mi
Padre que est en los Cielos. Y yo te digo que t eres Pedro, y sobre
esta piedra edificar mi Iglesia, y las puertas del infierno no
prevalecern contra ella (16,17-18).
Una piedra, una roca a la que agarrarse a la hora de la prueba,
en esas tempestades de la duda, en esas noches oscuras que insidian
nuestra fe, tan a menudo vacilante; el testigo de la verdad del
Evangelio, que no duda, el testigo de la existencia de Otro Mundo
donde a cada uno le ser dado lo suyo, y en el que a cada uno -con
tal de que haya querido- le ser dada la plenitud de la vida eterna.
ste es el servicio a los hombres que Jesucristo mismo confi a un
hombre, hacindole Su Vicario: Simn, Simn, he aqu que Satans os ha
reclamado para cribaros como el trigo. Pero yo he rogado por ti
para que no desfallezca tu fe; y t, cuando te conviertas, confirma
a tus hermanos (Lucas 22,31-32). ste es el servicio que cumple el
actual Sucesor de Pedro, que, despus de casi veinte siglos, est
todavia entre los que han visto la Resurreccin, y que saben que
aquel Jess ha subido al Cielo (cfr. Hechos de los Apstoles
1,21-22). Y est dispuesto a asegurarlo con su misma vida, con
palabras, pero sobre todo con hechos.
En esta mano firme que se nos tiende para darnos seguridad, en
esta confirmacin, tan respetuosa como apasionada, del esplendor de
la verdad -expresin que muchas veces se repite aqu-, me ha parecido
que est el mayor regalo que ofrecen estas pginas.
A quien primero las ha ledo le han hecho mucho bien, le han dado
seguridad, empujndole a una mayor coherencia, a intentar sacar
consecuencias ms acordes con las premisas de una fe quiz ms
teorizada que practicada en la vida cotidiana.
No dudamos de que harn bien a muchos, cumplindose as la nica
razn que ha movido a este singular Entrevistado, quien desde la
cama del hospital donde se encontraba por una dolorosa cada, deca
que haba ofrecido un poco de su sufrimiento tambin por los lectores
de estas pginas, en las que la palabra que quiz con mayor
frecuencia se repite, junto a esperanza, sea alegra.
Ser acaso retrico decirle que, tambin por esto, le estamos
agradecidos?
VITTORIO MESSORI
-I. EL PAPA: UN ESCNDALO Y UN MISTERIO
PREGUNTA
Santidad, con mi primera pregunta quisiera remontarme a las
races; me excusar, pues, si es ms larga que las siguientes.
Estoy ante un hombre vestido de blanco, con una cruz sobre el
pecho. No quiero dejar de sealar que este hombre al que llaman Papa
(Padre, en griego) es en s mismo un misterio, un signo de
contradiccin, e incluso una provocacin, un escndalo segn lo que
para muchos es el sentido comn.
Efectivamente, ante un Papa hay que elegir. El que es Cabeza de
la Iglesia catlica es definido por la fe Vicario de Cristo. Es
considerado como el hombre que sobre la tierra representa al Hijo
de Dios, el que hace las veces de la Segunda Persona de la
Trinidad. Esto es lo que afirma todo Papa de s mismo. Esto es lo
que creen los catlicos.
Sin embargo, y segn muchos otros, esta pretensin es absurda;
para ellos el Papa no es representante de Dios sino testigo
superviviente de unos antiguos mitos y leyendas que el hombre de
hoy no puede aceptar.
Por lo tanto, ante Usted es necesario -dicindolo al modo de
Pascal- apostar: o bien es Usted el misterioso testimonio vivo del
Creador del universo, o bien el protagonista ms ilustre de una
ilusin milenaria.
Si me lo permite, Le preguntara: No ha dudado nunca, en medio de
su certeza, de tal vnculo con Jesucristo y, por tanto, con Dios?
Nunca se ha planteado preguntas y problemas acerca de la verdad de
ese Credo que se recita en la Misa y que proclama una inaudita fe,
de la que Usted es el garante ms autorizado?
RESPUESTA
Quisiera empezar con la explicacin de las palabras y de los
conceptos. Su pregunta est, de un lado, penetrada por una fe viva
y, de otro, por una cierta inquietud. Debo sealar eso ya desde el
principio y, al hacerlo, debo referirme a la exhortacin que reson
al comienzo de mi ministerio en la Sede de Pedro: No tengis
miedo!
Cristo dirigi muchas veces esta invitacin a los hombres con que
se encontraba. Esto dijo el ngel a Mara: No tengas miedo (cfr.
Lucas 1,30). Y esto mismo a Jos: No tengas miedo (cfr. Mateo 1,20).
Cristo lo dijo a los Apstoles, y a Pedro, en varias ocasiones, y
especialmente despus de su Resurreccin, e insista: No tengis
miedo!; se daba cuenta de que tenan miedo porque no estaban seguros
de si Aquel que vean era el mismo Cristo que ellos haban conocido.
Tuvieron miedo cuando fue apresado, y tuvieron an ms miedo cuando,
Resucitado, se les apareci.
Esas palabras pronunciadas por Cristo las repite la Iglesia. Y
con la Iglesia las repite tambin el Papa. Lo ha hecho desde la
primera homila en la plaza de San Pedro: No tengis miedo! No son
palabras dichas porque s, estn profundamente enraizadas en el
Evangelio; son, sencillamente, las palabras del mismo Cristo.
De qu no debemos tener miedo? No debemos temer a la verdad de
nosotros mismos. Pedro tuvo conciencia de ella, un da, con especial
viveza, y dijo a Jess: Aprtate de m, Seor, que soy un hombre
pecador! (Lucas 5,8).
Pienso que no fue slo Pedro quien tuvo conciencia de esta
verdad. Todo hombre la advierte. La advierte todo Sucesor de Pedro.
La advierte de modo particularmente claro el que, ahora, le est
respondiendo. Todos nosotros le estamos agradecidos a Pedro por lo
que dijo aquel da: Aprtate de m, Seor, que soy un hombre pecador!
Cristo le respondi: No temas; desde ahora sers pescador de hombres
(Lucas 5,10). No tengas miedo de los hombres! El hombre es siempre
igual; los sistemas que crea son siempre imperfectos, y tanto ms
imperfectos cuanto ms seguro est de s mismo. Y esto de dnde
proviene? Esto viene del corazn del hombre, nuestro corazn est
inquieto; Cristo mismo conoce mejor que nadie su angustia, porque l
sabe lo que hay dentro de cada hombre (cfr. Juan 2,25).
As que, ante su primera pregunta, deseo referirme a las palabras
de Cristo y, al mismo tiempo, a mis primeras palabras en la plaza
de San Pedro. Por lo tanto, no hay que tener miedo cuando la gente
te llama Vicario de Cristo, cuando te dicen Santo Padre o Su
Santidad o emplean otras expresiones semejantes a stas, que parecen
incluso contrarias al Evangelio, porque el mismo Cristo afirm: A
nadie llamis padre [...] porque slo uno es vuestro Padre, el del
Cielo. Tampoco os hagis llamar maestros, porque slo uno es vuestro
Maestro: Cristo (Mateo 23,9-10). Pero estas expresiones surgieron
al comienzo de una larga tradicin, entraron en el lenguaje comn, y
tampoco hay que tenerles miedo.
Todas las veces en que Cristo exhorta a no tener miedo se
refiere tanto a Dios como al hombre. Quiere decir: No tengis miedo
de Dios, que, segn los filsofos, es el Absoluto trascendente; no
tengis miedo de Dios, sino invocadle conmigo: Padre nuestro (Mateo
6,9). No tengis miedo de decir: Padre! Desead incluso ser perfectos
como lo es l, porque l es perfecto. S: Sed, pues, vosotros
perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial (Mateo
5,48).
Cristo es el sacramento, el signo tangible, visible, del Dios
invisible. Sacramento implica presencia. Dios est con nosotros.
Dios, infinitamente perfecto, no slo est con el hombre, sino que l
mismo se ha hecho hombre en Jesucristo. No tengis miedo de Dios que
se ha hecho hombre! Esto es lo que Pedro dijo junto a Cesarea de
Filipo; T eres Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mateo 16,16).
Indirectamente afirmaba: T eres el Hijo de Dios que se ha hecho
Hombre. Pedro no tuvo miedo de decirlo, aunque tales palabras no
provenan de l. Provenan del Padre. Solamente el Padre conoce al
Hijo y slo el Hijo conoce al Padre (cfr. Mateo 1 1 ,27).
Bienaventurado t, Simn, hijo de Juan, porque no te ha revelado
esto ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que est en los Cielos
(Mateo 16,17). Pedro pronunci estas palabras en virtud del Espritu
Santo. Tambin la Iglesia las pronuncia constantemente en virtud del
Espritu Santo.
As pues, Pedro no tuvo miedo de Dios que se haba hecho hombre.
Sinti miedo, en cambio, ante el Hijo de Dios como hombre; no
acababa de aceptar que fuese flagelado y coronado de espinas, y al
fin crucificado. Pedro no poda aceptarlo. Le daba miedo. Y por eso
Cristo le reprendi severamente. Sin embargo, no lo rechaz.
No rechaz a aquel hombre que tena buena voluntad y un corazn
ardiente, a aquel hombre que en el Getseman empuara incluso la
espada para defender a su Maestro. Jess solamente le dijo: Satans
os ha buscado -te ha buscado, pues, tambin a ti- para cribaros como
el trigo; pero yo he rogado por ti... t, una vez convertido,
confirma en la fe a tus hermanos (cfr. Lucas 22,31-32). Cristo no
rechaz a Pedro; acept complacido su confesin junto a Cesarea de
Filipo y, con el poder del Espritu Santo, lo llev a travs de Su
Pasin hasta la renuncia de s mismo.
Pedro, como hombre, demostr no ser capaz de seguir a Cristo a
todas partes, y especialmente a la muerte. Despus de la
Resurreccin, sin embargo, fue el primero que corri, junto con Juan,
al sepulcro, para comprobar que el Cuerpo de Cristo ya no estaba
all.
Tambin despus de la Resurreccin, Jess confirm a Pedro en su
misin. Le dijo de manera significativa: Apacienta mis corderos!
[...] Apacienta mis ovejas! (Juan 21,15-16). Pero antes le pregunt
si Le amaba. Pedro, que haba negado conocer a Cristo, aunque no
haba dejado de amarLe, pudo responder: T sabes que te amo (Juan
21,15); sin embargo, ya no repiti: Aunque tenga que morir contigo,
no te negar (Mateo 26,35). Ya no era una cuestin solamente de Pedro
y de sus simples fuerzas humanas; se haba convertido ahora en una
cuestin del Espritu Santo, prometido por Cristo al que tuviera que
hacer las veces de l sobre la tierra.
Efectivamente, el da de Pentecosts, Pedro habl el primero a los
israelitas all reunidos y a los que haban llegado de diversas
partes, recordando la culpa de quienes clavaron a Cristo en la
Cruz, y confirmando la verdad de Su Resurreccin. Exhort tambin a la
conversin y al Bautismo. Y as, gracias a la accin del Espritu
Santo, Cristo pudo cor4fiar en Pedro, pudo apoyarse en l -en l y en
todos los dems apstoles-, como tambin en Pablo, que por entonces
persegua an a los cristianos y odiaba el nombre de Jess.
Sobre este fondo, un fondo histrico, poco importan expresiones
como Sumo Pontfice, Su Santidad, Santo Padre. Lo que importa es eso
que surge de la Muerte y de la Resurreccin de Cristo. Lo importante
es lo que proviene del poder del Espritu Santo. En este campo,
Pedro, y con l los otros apstoles, y luego tambin Pablo despus de
su conversin, se transformaron en los autnticos testigos de Cristo,
hasta el derramamiento de sangre.
En definitiva, Pedro es el que no slo no niega ya nunca ms a
Cristo, el que no repite su infausto No conozco a este hombre
(Mateo 26,72), sino que es el que ha perseverado en la fe hasta el
fin: T eres Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mateo 16,16). De este
modo, ha llegado a ser la roca, aun si como hombre, quiz, no era ms
que arena movediza. Cristo mismo es la roca, y Cristo edifica Su
Iglesia sobre Pedro. Sobre Pedro, Pablo y los apstoles. La Iglesia
es apostlica en virtud de Cristo.
Esta Iglesia confiesa: T eres Cristo, el Hijo de Dios vivo. Esto
confiesa la Iglesia a travs de los siglos, junto con todos los que
comparten su fe. Junto con todos aquellos a quienes el Padre ha
revelado al Hijo en el Espritu Santo, as como a quienes el Hijo en
el Espritu Santo ha revelado al Padre (cfr. Mateo 11,25-27).
Esta revelacin es definitiva, slo se la puede aceptar o
rechazar. Se la puede aceptar, confesando a Dios, Padre
Omnipotente, Creador del cielo y de la tierra, y a Jesucristo, el
Hijo, de la misma sustancia que el Padre y el Espritu Santo, que es
el Seor y da la vida. O bien se puede rechazar todo esto, y
escribir con maysculas: Dios no tiene un Hijo; Jesucristo no es el
Hijo de Dios, es solamente uno de los profetas, aunque no el ltimo;
es solamente un hombre.
Se puede uno sorprender de tales posturas cuando sabemos que
Pedro mismo tuvo dificultades a este respecto? l crea en el Hijo de
Dios, pero no acababa de aceptar que este Hijo de Dios, como
hombre, pudiese ser flagelado, coronado de espinas, y tuviese que
morir luego en la cruz.
Cabe sorprenderse si hasta los que creen en un Dios nico, del
cual Abraham fue testigo, encuentran difcil aceptar la fe en un
Dios crucificado? stos sostienen que Dios nicamente puede ser
potente y grandioso, absolutamente trascendente y bello en Su
poder, santo, e inalcanzable por el hombre. Dios slo puede ser as!
No puede ser Padre e Hijo y Espritu Santo. No puede ser Amor que se
da y que permite que se Le vea, que se Le oiga, que se Le imite
como hombre, que se Le ate, que se Le abofetee y que se Le
crucifique. Eso no puede ser Dios...! As que en el centro mismo de
la gran tradicin monotesta se ha introducido esta profunda
desgarradura.
En la Iglesia -edificada sobre la roca que es Cristo- Pedro, los
apstoles y sus sucesores son testigos de Dios crucificado y
resucitado en Cristo. De ese modo, son testigos de la vida que es
ms fuerte que la muerte. Son testigos de Dios que da la vida porque
es Amor (cfr. 1 Juan 4,8). Son testigos porque han visto, odo y
tocado con las manos, con los ojos y los odos de Pedro, de Juan y
de tantos otros. Pero Cristo dijo a Toms; Bienaventurados los que,
aun sin haber visto, creern! (Juan 20,29).
Usted, justamente, afirma que el Papa es un misterio. Usted
afirma, con razn, que l es signo de contradiccin, que l es una
provocacin. El anciano Simen dijo del propio Cristo que seria signo
de contradiccin (cfr. Lucas 2,34).
Usted, adems, sostiene que frente a una verdad as -o sea, frente
al Papa- hay que elegir, y para muchos esa eleccin no es fcil. Pero
acaso fue fcil para el mismo Pedro? Lo ha sido para cualquiera de
sus sucesores? Es fcil para el Papa actual? Elegir comporta una
iniciativa del hombre. Sin embargo, Cristo dice: No te lo han
revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre (Mateo 16,17).
Esta eleccin, por tanto, no es solamente una iniciativa del hombre,
es tambin una accin de Dios, que obra en el hombre, que revela. Y
en virtud de esa accin de Dios, el hombre puede repetir: T eres
Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mateo 16,16), y despus puede recitar
todo el Credo, que es ntimamente armnico, conforme a la profunda
lgica de la Revelacin. El hombre tambin puede aplicarse a s mismo y
a los otros las consecuencias que se derivan de la lgica de la fe,
penetradas del esplendor de la verdad; puede hacer todo eso, a
pesar de saber que, a causa de ello, se convertir en signo de
contradiccin.
Qu le queda a un hombre as Solamente las palabras que Jess
dirigi a los apstoles: Si me han perseguido a m, os perseguirn
tambin a vosotros; si han observado mi palabra, observarn tambin la
vuestra (Juan 15,20). Por lo tanto: No tengis miedo! No tengis
miedo del misterio de Dios; no tengis miedo de Su amor; y no tengis
miedo de la debilidad del hombre ni de su grandeza! El hombre no
deja de ser grande ni siquiera en su debilidad. No tengis miedo de
ser testigos de la dignidad de toda persona humana, desde el
momento de la concepcin hasta la hora de su muerte.
Y a propsito de los nombres, aado: el Papa es llamado tambin
Vicario de Cristo. Este ttulo debe ser visto dentro del contexto
total del Evangelio. Antes de subir al Cielo, Jess dijo a los
apstoles: Yo estar con vosotros todos los das hasta el fin del
mundo (Mateo 28,20). l, aunque invisible, est pues personalmente
presente en su Iglesia. Y lo est en cada cristiano, en virtud del
Bautismo y de los otros Sacramentos. Por eso, ya en tiempo de los
santos Padres, era costumbre afirmar: Christianus alter Christus
(el cristiano es otro Cristo), queriendo con eso resaltar la
dignidad del bautizado y su vocacin, en Cristo, a la santidad.
Cristo, adems, cumple una especial presencia en cada sacerdote,
quien, cuando celebra la Eucarista o administra los Sacramentos, lo
hace in persona Christi.
Desde esta perspectiva, la expresin Vicario de Cristo cobra su
verdadero significado. Ms que una dignidad, se refiere a un
servicio: pretende sealar las tareas del Papa en la Iglesia, su
ministerio petrino, que tiene como fin el bien de la Iglesia y de
los fieles. Lo entendi perfectamente san Gregorio Magno, quien, de
entre todos los ttulos relativos a la funcin del Obispo de Roma,
prefera el de Servus servorum Dei (Siervo de los siervos de
Dios).
Por otra parte, no solamente el Papa ostenta este ttulo; todo
obispo es Vicarius Christi para la Iglesia que le ha sido confiada.
El Papa lo es para la Iglesia de Roma y, por medio de sta, para
toda la Iglesia en comunin con ella, comunin en la fe y comunin
institucional, cannica. Si adems, con ese ttulo, se quiere hacer
referencia a la dignidad del Obispo de Roma, sta no puede ser
entendida separndola de la dignidad de todo el colegio episcopal, a
la que est estrechsimamente unida, como lo est tambin a la dignidad
de cada obispo, de cada sacerdote, y de cada bautizado.
Y qu grande es la dignidad de las personas consagradas, mujeres
y hombres, que eligen como propia la vocacin de realizar la
dimensin esponsal de la Iglesia, esposa de Cristo! Cristo, Redentor
del mundo y del hombre, es el Esposo de la Iglesia y de todos los
que estn en ella: el esposo est con vosotros (cfr. Mateo 9,15). Una
especial tarea del Papa es la de profesar esta verdad y tambin la
de hacerla en cierto modo presente en la Iglesia que est en Roma y
en toda la Iglesia, en toda la humanidad, en el mundo entero.
As pues, para disipar en alguna medida sus temores, dictados sin
embargo por una profunda fe, le aconsejara la lectura de san
Agustn, quien sola repetir: Vobis sum episcopus, vobiscum
christianus (Para vosotros soy el obispo, con vosotros soy un
cristiano, cfr. por ej. Sermo 340,1: PL 38,1483). Si se considera
esto adecuadamente, significa mucho ms christianus que no
episcopus, aunque se trate del Obispo de Roma.
-II. REZAR: CMO Y POR QU
PREGUNTA
Permtame pedirle que del secreto de Su corazn en Su Dersona
-como en nos confe al menos un poco . Frente a la conviccin de que
la de cualquier Papa- vive el misterio en el que la fe cree, surge
espontneamente la pregunta: Cmo es capaz de sostener un peso
semejante, que desde el punto de vista humano resulta casi
insoportable? Ningn hombre en la tierra, ni siquiera los ms altos
representantes de las distintas religiones, tiene una
responsabilidad semejante; nadie est en tan estrecha relacin con
Dios mismo, a pesar de Sus precisiones sobre la corresponsabilidad
de todos los bautizados, bien que cada uno a su nivel.
Santidad, si me lo permite: Cmo se Jess? Cmo dialoga en la
oracin con ese Cristo que entreg a Pedro (para que llegaran hasta
Usted, a travs de la sucesin apostlica) las llaves del Reino de los
cielos, confirindole el poder de atar y desatar todas las
cosas?
RESPUESTA
Usted hace una pregunta sobre la oracin, pregunta al Papa cmo
reza. Se lo agradezco. Quiz convenga iniciar la contestacin con lo
que san Pablo escribe en la Carta a los Romanos. El apstol entra
directamente in medias res cuando dice: El Espritu viene en ayuda
de nuestra debilidad porque ni siquiera sabemos qu nos conviene
pedir, pero el Espritu mismo intercede con insistencia por
nosotros, con gemidos inefables (8,26).
Qu es la oracin? Comnmente se considera una conversacin. En una
conversacin hay siempre un yo y un t. En este caso un T con la T
mayscula. La experiencia de la oracin ensea que si inicialmente el
yo parece el elemento ms importante, uno se da cuenta luego de que
en realidad las cosas son de otro modo. Ms importante es el T,
porque nuestra oracin parte de la iniciativa de Dios. San Pablo en
la Carta a los Romanos ensea exactamente esto. Segn el apstol, la
oracin refleja toda la realidad creada, tiene en cierto sentido una
funcin csmica.
El hombre es sacerdote de toda la creacin, habla en nombre de
ella, pero en cuanto guiado por el Espritu. Se debera meditar
detenidamente sobre este pasaje de la Carta a los Romanos para
entrar en el profundo centro de lo que es la oracin. Leamos: La
creacin misma espera con impaciencia la revelacin de los hijos de
Dios; pues fue sometida a la caducidad -no por su voluntad, sino
por el querer de aquel que la ha sometido-, y fomenta la esperanza
de ser tambin ella liberada de la esclavitud de la corrupcin, para
entrar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios. Sabemos
que efectivamente toda la creacin gime y sufre hasta hoy los
dolores del parto; no slo ella, sino que tambin nosotros, que
poseemos las primicias del Espritu, gemimos interiormente esperando
la adopcin de los hijos, la redencin de nuestro cuerpo. Porque en
la esperanza hemos sido salvados (8,19-24). Y aqu encontramos de
nuevo las palabras ya citadas del apstol: El Espritu viene en ayuda
de nuestra debilidad, porque ni siquiera sabemos qu nos conviene
pedir, pero el Espritu mismo intercede con insistencia por
nosotros, con gemidos inefables (8,26).
En la oracin, pues, el verdadero protagonista es Dios. El
protagonista es Cristo, que constantemente libera la criatura de la
esclavitud de la corrupcin y la conduce hacia la libertad, para la
gloria de los hijos de Dios. Protagonista es el Espfiritu Santo,
que viene en ayuda de nuestra debilidad. Nosotros empezamos a rezar
con la impresin de que es una iniciativa nuestra; en cambio, es
siempre una iniciativa de Dios en nosotros. Es exactamente as, como
escribe san Pablo. Esta iniciativa nos reintegra en nuestra
verdadera humanidad, nos reintegra en nuestra especial dignidad. S,
nos introduce en la superior dignidad de los hijos de Dios, hijos
de Dios que son lo que toda la creacin espera.
Se puede y se debe rezar de varios modos, como la Biblia nos
ensea con abundantes ejemplos. El Libro de los Sal mos es
insustituible. Hay que rezar con gemidos inefables para entrar en
el ritmo de las splicas del Espritu mismo. Hay que implorar para
obtener el perdn, integrndose en el profundo grito de Cristo
Redentor (cfr. Hebreos 5,7).
Y a travs de todo esto hay que proclamar la gloria. La oracin
siempre es un opus gloriae (obra, trabajo de gloria). El hombre es
sacerdote de la creacin. Cristo ha confirmado para l una vocacin y
dignidad tales. La criatura realiza su opus gloriae por el mero
hecho de ser lo que es, y por medio del esfuerzo de llegar a ser lo
que debe ser.
Tambin la ciencia y la tcnica sirven en cierto modo al mismo
fin. Sin embargo, en cuanto obras del hombre, pueden desviarse de
este fin. Ese riesgo est particularmente presente en nuestra
civilizacin que, por eso, encuentra tan difcil ser la civilizacin
de la vida y del amor. Falta en ella el opus gloriae, que es el
destino fundamental de toda criatura, y sobre todo del hombre, el
cual ha sido creado para llegar a ser, en Cristo, sacerdote,
profeta y rey de toda terrena criatura.
Sobre la oracin se ha escrito muchsimo y, an ms, se ha
experimentado en la historia del gnero humano, de modo especial en
la historia de Israel y en la del cristianismo. El hombre alcanza
la plenitud de la oracin no cuando se expresa principalmente a s
mismo, sino cuando permite que en ella se haga ms plenamente
presente el propio Dios. Lo testimonia la historia de la oracin
mstica en Oriente y en Occidente: san Francisco de Ass, santa
Teresa de Jess, san Juan de la Cruz, san Ignacio de Loyola y, en
Oriente, por ejemplo, san Serafn de Sarov y muchos otros.
-III. LA ORACIN DEL VICARIO DE CRISTO
PREGUNTA
Despus de estas precisiones, necesarias, sobre la oracin
cristiana, permtame que vuelva a la pregunta precedente: Cmo -y por
quines y por qu- reza el Papa?
RESPUESTA
Habra que preguntrselo al Espritu Santo! El Papa reza tal como
el Espiritu Santo le permite rezar. Pienso que debe rezar de manera
que, profundizando en el misterio revelado en Cristo, pueda cumplir
mejor su ministerio. Y el Espritu Santo ciertamente le gua en esto.
Basta solamente que el hombre no ponga obstculos. El Espritu Santo
viene en ayuda de nuestra debilidad.
Por qu reza el Papa? Con qu se llena el espacio interior de su
oracin?
Gaudium et spes, luctus et angor hominum huius temporis, alegras
y esperanzas, tristezas y angustias de los hombres de hoy son el
objeto de la oracin del Papa. (stas son las palabras con que se
inicia el ltimo documento del Concilio Vaticano II, la Constitucin
pastoral sobre la Iglesia en el mundo contemporneo.) Evangelio
quiere decir buena noticia, y la Buena Noticia es siempre una
invitacin a la alegrza. Qu es el Evangelio? Es una gran afirmacin
del mundo y del hombre, porque es la revelacin de la verdad de su
Dios. Dios es la primera fuente de alegrza y de esperanza para el
hombre. Un Dios tal como nos lo ha revelado Cristo. Dios es Creador
y Padre; Dios, que am tanto al mundo hasta entregar a su Hijo
unignito, para que el hombre no muera, sino que tenga la vida
eterna (cfr. Juan 3,16).
Evangelio es, antes que ninguna otra cosa, la alegra de la
creacin. Dios, al crear, ve que lo que crea es bueno (cfr. Juan
1,1-25), que es fuente de alegra para todas las criaturas, y en
sumo grado lo es para el hombre. Dios Creador parece decir a toda
la creacin: Es bueno que t existas. Y esta alegra Suya se transmite
especialmente mediante la Buena Noticia, segn la cual el bien es ms
grande que todo lo que en el mundo hay de mal. El mal no es ni
fundamental ni definitivo. Tambin en este punto el cristianismo se
distingue de modo tajante de cualquier forma de pesimismo
existencial.
La creacin ha sido dada y confiada como tarea al hombre con el
fin de que constituya para l no una fuente de sufrimientos, sino
para que sea el fundamento de una existencia creativa en el mundo.
Un hombre que cree en la bondad esencial de las criaturas est en
condiciones de descubrir todos los secretos de la creacin, de
perfeccionar continuamente la obra que Dios le ha asignado. Para
quien acoge la Revelacin, y en particular el Evangelio, tiene que
resultar obvio que es mejor existir que no existir; y por eso en el
horizonte del Evangelio no hay sitio para ningn nirvana, para
ninguna apata o resignacin. Hay, en cambio, un gran reto para
perfeccionar todo lo que ha sido creado, tanto a uno mismo como al
mundo.
Esta alegra esencial de la creacin se completa a su vez con la
alegra de la Salvacin, con la alegria de la Redencin. El Evangelio
es en primer lugar una gran alegra por la salvacin del hombre. El
Creador del hombre es tambin su Redentor. La salvacin no slo se
enfrenta con el mal en todas las formas de su existir en el mundo,
sino que proclama la victoria sobre el mal. Yo he vencido al mundo,
dice Cristo (cfr. Juan 16,33). Son palabras que tienen su plena
garanta en el Misterio pascual, en el suceso de la Pasin, Muerte y
Resurreccin de Jess. Durante la vigilia de Pascua, la Iglesia canta
como transportada: O felix culpa, quae talem ac tantum meruit
habere Redemptorem (Oh feliz culpa, que nos hizo merecer un tal y
tan gran Redentor! Exultet).
El motivo de nuestra alegra es pues tener la fuerza con la que
derrotar el mal, y es recibir la filiacin divina, que constituye la
esencia de la Buena Nueva. Este poder lo da Dios al hombre en
Cristo. El Hijo unignito viene al mundo no para juzgar al mundo,
sino para que el mundo se salve del mal (cfr. Juan 3,17).
La obra de la Redencin es la elevacin de la obra de la Creacin a
un nuevo nivel. Lo que ha sido creado queda penetrado por una
santificacin redentora, ms an, por una divinizacin, queda como
atrado por la rbita de la divinidad y de la vida ntima de Dios. En
esta dimensin es vencida la fuerza destructiva del pecado. La vida
indestructible, que se revela en la Resurreccin de Cristo, se
traga, por as decir, la muerte. Dnde est, oh muerte, tu victoria?,
pregunta el apstol Pablo fijando su mirada en Cristo resucitado (1
Corintios 15,55).
El Papa, que es testigo de Cristo y ministro de la Buena Nueva,
es por eso mismo hombre de alegra y hombre de esperanza, hombre de
esta fundamental afirmacin del valor de la existencia, del valor de
la Creacin y de la esperanza en la vida futura. Naturalmente, no se
trata ni de una alegra ingenua ni de una esperanza vana. La alegra
de la victoria sobre el mal no ofusca la conciencia realista de la
existencia del mal en el mundo y en todo hombre. Es ms, incluso la
agudiza. El Evangelio ensea a llamar por su nombre el bien y el
mal, pero ensea tambin que se puede y se debe vencer el mal con el
bien (cfr. Romanos 12,21).
La moral cristiana tiene su plena expresin en esto. Sin embargo,
si est dirigida con tanta fuerza hacia los valores ms altos, si
trae consigo una afirmacin tan universal del bien, no puede por
menos de ser tambin extraordinariamente exigente.
El bien, de hecho, no es fcil, sino que siempre es esa senda
estrecha de la que Cristo habla en el Evangelio (cfr. Mateo 7,14).
As pues, la alegra del bien y la esperanza de su triun,fo en el
hombre y en el mundo no excluyen el temor de perder este bien, de
que esta esperanza se vacze de contenido.
S, el Papa, como todo cristiano, debe tener una conciencia
particularmente clara de los peligros a los que est sujeta la vida
del hombre en el mundo y en su futuro a lo largo del tiempo, como
tambin en su futuro final, eterno, escatolgico. La conciencia de
tales peligros, sin embargo, no genera pesimismo, sino que lleva a
la lucha por la victoria del bien en cualquier campo. Y esta lucha
por la victoria del bien en el hombre y en el mundo provoca la
necesidad de rezar.
La oracin del Papa tiene, no obstante, una dimensin especial. La
solicitud por todas las Iglesias impone cada da al Pontfice
peregrinar por el mundo entero rezando con el pensamiento y con el
corazn. Queda perfilada as una especie de geografa de la oracin del
Papa. Es la geografa de las comunidades, de las Iglesias, de las
sociedades y tambin de los problemas que angustian al mundo
contemporneo. En este sentido el Papa es llamado a una oracin
universal en la que la sollicitudo omnium Ecclesiarum (la
preocupacin por todas las Iglesias; 2 Corintios 11,28) le permite
exponer ante Dios todas las alegras y las esperanzas y, al mismo
tiempo, las tristezas y preocupaciones que la Iglesia comparte con
la humanidad contemporanea.
Se podra tambin hablar de la oracin de nuestro tiempo, de la
oracin del siglo xx. El ao 2000 supone una especie de desafo. Hay
que mirar la inmensidad del bien que ha brotado del misterio de la
Encarnacin del Verbo y, al mismo tiempo, no permitir que se nos
desdibuje el misterio del pecado, que se expande a continuacin. San
Pablo escribe que all donde abund el pecado (ubi abundavit
peccatum), sobreabund la gracia (superabundavit gratia) (Romanos
5,20).
Esta profunda verdad renueva de modo permanente el desafo de la
oracin. Muestra lo necesaria que es para el mundo y para la
Iglesia, porque en definitiva supone la manera ms simple de hacer
presente a Dios y Su amor salvfico en el mundo. Dios ha confiado a
los hombres su misma salvacin, ha confiado a los hombres la
Iglesia, y, en la Iglesia, toda la obra salvfica de Cristo. Ha
confiado a cada uno cada individuo y el conjunto de los seres
humanos. Ha confiado a cada uno todos, y a todos cada uno. Tal
conciencia debe hallar eco constante en la oracin de la Iglesia y
en la oracin del Papa en particular.
Todos somos hijos de la promesa (Glatas 4,28). Cristo deca a los
apstoles: Tened confianza, Yo he vencido al mundo (Juan 16,33).
Pero tambin preguntaba: El Hijo del hombre, cuando venga, encontrar
an fe sobre la tierra? (Lucas 18,8). De aqu nace la dimensin
misionera de la oracin de la Iglesia y del Papa.
La Iglesia reza para que, en todas partes, se cumpla la obra de
la salvacin por medio de Cristo. Reza para poder vivir, ella
tambin, constantemente dedicada a la misin recibida por Dios. Tal
misin define en cierto sentido su misma esencia, como ha recordado
el Concilio Vaticano II.
La Iglesia y el Papa rezan, pues, por las personas a las que
debe ser confiada de modo particular esa misin, rezan por las
vocaciones, no solamente sacerdotales y religiosas, sino tambin por
las muchas vocaciones a la santidad entre el pueblo de Dios, en
medio del laicado.
La Iglesia reza por los que sufren. El sufrimiento es siempre
una gran prueba no slo para las fuerzas fsicas, sino tambin para
las espirituales. La verdad paulina sobre ese completar los
sufrimientos de Cristo (cfr. Colosenses 1,24) es parte del
Evangelio. Est ah contenida esa alegra y esa esperanza que son
esenciales al Evangelio; pero el hombre no puede traspasar el
umbral de esa verdad si no lo atrae el mismo Espritu Santo. La
oracin por los que surren y con los que surren es, pues, una parte
muy especial de este gran grito que la Iglesia y el Papa alzan
junto con Cristo. Es el grito por la victoria del bien incluso a
travs del mal, por medio del sufrimiento, por medio de toda culpa e
injusticia humanas.
Finalmente, la Iglesia reza por los difuntos, y esta oracin dice
mucho sobre la realidad de la misma Iglesia. Dice que la Iglesia
est firme en la esperanza de la vida eterna. La oracin por los
difuntos es como un combate con la realidad de la muerte y de la
destruccin, que hacen gravosa la existencia del hombre sobre la
tierra. Es y sigue siendo esta oracin una especial revelacin de la
Resurreccin. Esa oracin es Cristo mismo que da testimonio de la
vida y de la inmortalidad, a la que Dios llama a cada hombre.
La oracin es una bsqueda de Dios, pero tambin es revelacin de
Dios. A travs de ella Dios se revela como Creador y Padre, como
Redentor y Salvador, como Espritu que todo lo sondea, hasta las
profundidades de Dios (1 Corintios 2,10) y, sobre todo, los
secretos de los corazones humanos (cfr. Salmo 44(43),22). A travs
de la oracin, Dios se revela en primer lugar como Misericordia, es
decir, como Amor que va al encuentro del hombre que sufre. Amor que
sostiene, que levanta, que invita a la confianza. La victoria del
bien en el mundo est unida de modo orgnico a esta verdad: un hombre
que reza profesa esta verdad y, en cierto sentido, hace presente a
Dios que es Amor misericordioso en medio del mundo.
}}-IV. HAY DE VERDAD UN DIOS EN EL CIELO?
La fe de esos cristianos catlicos de quienes Usted es pastor y
maestro (bien que como Vice del nico Pastor y Maestro) tiene tres
grados, tres niveles, unidos los unos a los otros: Dios,
Jesucristo, la Iglesia.
Todo cristiano cree que Dios existe.
Todo cristiano cree que ese Dios no slo ha hablado, sino que ha
asumido la carne del hombre siendo una de las figuras de la
historia, en tiempos del Imperio romano: Jess de Nazaret.
Pero, entre los cristianos, un catlico va ms all: cree que ese
Dios, que ese Cristo, vive y acta -como en un cuerpo, para usar uno
de los trminos del Nuevo Testamento- en la Iglesia cuya Cabeza
visible en la tierra es ahora Usted, el Obispo de Roma.
La fe, por supuesto, es un don, una gracia divina; pero tambin
la razn es un don divino. Segn las antiguas exhortaciones de los
santos y doctores de la Iglesia, el cristiano cree para entender;
pero est tambin llamado a entender para creer.
Comencemos, pues, por el principio. Santidad, situndonos en una
perspectiva slo humana -si eso es posible, al menos
momentneamente-, puede el hombre, y cmo, llegar a la conviccin de
que Dios verdaderamente existe?
Su pregunta se refiere, a fin de cuentas, a la distincin
pascaliana entre el Absoluto, es decir, el Dios de los filsofos
(los libertins racionalistas), y el Dios de Jesucristo y, antes, el
Dios de los patriarcas, desde Abraham a Moiss. Solamente este
segundo es el Dios vivo. El primero es fruto del pensamiento
humano, de la especulacin humana, que, sin embargo, est en
condiciones de poder decir algo vlido sobre l, como la Constitucin
conciliar sobre la Divina Revelacin, la Dei Verbum, ha recordado
(n. 3). Todos los argumentos racionales, a fin de cuentas, siguen
el camino indicado por el Libro de la Sabiduria y por la Carta a
los Romanos: van del mundo visible al Absoluto invisible.
Por esa misma va proceden de modo distinto Aristteles y Platn.
La tradicin cristiana anterior a Toms de Aquino, y por tanto tambin
Agustn, estuvo primero ligada a Platn, del cual, sin embargo, se
distanci, y justamente: para los cristianos el Absoluto filosfico,
considerado como Primer Ser o como Supremo Bien, no revesta mucho
significado. Para qu entrar en las especulaciones filosficas sobre
Dios -se preguntaban- si el Dios vivo haba hablado, no solamente
por medio de los profetas, sino tambin por medio de su propio Hijo?
La teologa de los Padres, especialmente en Oriente, se distancia
cada vez ms de Platn y, en general, de los filsofos. La misma
filosofa, en el cristianismo del Oriente europeo, acaba por
resolverse en una teologa (as por ejemplo, en los tiempos modernos,
con Vladimir Soloviev).
Santo Toms, en cambio, no abandona la va de los filsofos. Inicia
la Summa Theologiae con la pregunta: An Deus sit?, (Dios existe?,
cfr. I, q. 2, a. 3). La misma pregunta que usted me hace. Esa
pregunta ha demostrado ser muy til. No solamente ha creado la
teodicea, sino que toda la civilizacin occidental, que es
considerada como la ms desarrollada, ha seguido acorde con esta
pregunta. Y si hoy la Summa Theologiae, por desgracia, se ha dejado
un poco de lado, su pregunta inicial sigue en pie, y contina
resonando en nuestra civilizacin.
Llegados a este punto, hay que citar un prrafo completo de la
Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II: Realmente, los
desequilibrios que sufre el mundo moderno estn ligados a ese otro
desequilibrio fundamental que hunde sus races en el corazn humano.
Son muchos los elementos que combaten en el propio interior del
hombre. Por una parte, como criatura, el hombre experimenta
mltiples limitaciones; por otra, se siente, sin embargo, ilimitado
en sus deseos y llamado a una vida superior. Atrado por muchos
otros deseos, tiene que elegir alguno y renunciar a otros. Adems,
como enfermo y pecador, no raramente hace lo que no quiere, y deja
de hacer lo que quera llevar a cabo. Por ello sufre en s mismo una
divisin, de la que provienen tantas y tan graves discordias en la
sociedad. [...]. A pesar de eso, ante la actual evolucin del mundo,
son cada dia ms numerosos los que se plantean o los que acometen
con nueva penetracin las cuestiones ms fundamentales: Qu es el
hombre? Cul es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a
pesar de tantos progresos, todava subsisten? Qu valen estas
conquistas logradas a tan alto precio? Qu aporta el hombre a la
sociedad, y qu puede esperarse de ella? Qu habr despus de esta
vida? Esto: la Iglesia cree que Cristo, muerto y resucitado por
todos, da siempre al hombre, mediante su Espritu, luz y fuerza para
responder a su mxima vocacin; y que no ha sido dado en la tierra
otro nombre a los hombres por el que puedan salvarse. Cree
igualmente que la clave, el centro y el fin del hombre y de toda la
historia humana se encuentran en su Seor y Maestro (GS 10).
Este pasaje conciliar tiene una riqueza inmensa. Se advierte
claramente que la respuesta a la pregunta An Deus sit? no es slo
una cuestin que afecte al intelecto; es, al mismo tiempo, una
cuestin que abarca toda la existencia humana.
Depende de mltiples situaciones en las que el hombre busca el
significado y el sentido de la propia existencia. El interrogante
sobre la existencia de Dios est ntimamente unido a la finalidad de
la existencia humana. No es solamente una cuestin del intelecto,
sino tambin una cuestin de la voluntad del hombre, ms an, es una
cuestin del corazn humano (las raisons du cceur de Blas Pascal).
Pienso que es injusto considerar que la postura de santo Toms se
agote en el solo mbito racional. Hay que dar la razn, es verdad, a
tienne Gilson cuando dice con Toms que el intelecto es la creacin
ms maravillosa de Dios; pero eso no significa en absoluto ceder a
un racionalismo unilateral. Toms es el esclarecedor de toda la
riqueza y complejidad de todo ser creado, y especialmente del ser
humano. No es justo que su pensamiento se haya arrinconado en este
perodo posconciliar; l, realmente, no ha dejado de ser el maestro
del universalismo filos.fico y teolgico. En este contexto deben ser
ledas sus quinque viae, es decir, las cinco vas que llevan a
responder a la pregunta: An Deus sit?
-V. PRUEBAS, PERO TODAVA SON VLIDAS?
PREGUNTA
Permtame una pequea pausa. No discuto, es obvio, sobre la
validez filosflca, teortica, de todo lo que acaba de exponer; pero
esta manera de argumentar tiene todava un significado concreto para
el hombre de hoy? Tiene sentido que se pregunte sobre Dios, Su
existencia, Su esencia?
RESPUESTA
Dira que hoy ms que nunca; por supuesto, ms que en otras pocas,
incluso recientes. La mentalidad positivista, que se desarroll con
mucha fuerza entre los siglos XIX Y XX, hoy va, en cierto sentido,
de retirada. El hombre contemporneo est redescubriendo lo sacrum,
si bien no siempre sabe llamarlo por su nombre.
El positivismo no fue solamente una filosofa, ni slo una
metodologa; fue una de esas escuelas de la sospecha que la poca
moderna ha visto florecer y prosperar. El hombre es realmente capaz
de conocer algo ms de lo que ven sus ojos u oyen sus odos? Existe
otra ciencia adems del saber rigurosamente emprico? La capacidad de
la razn humana est totalmente sometida a los sentidos, e
interiormente dirigida por las leyes de la matemtica, que han
demostrado ser particularmente tiles para ordenar los fenmenos de
manera racional, adems de para orientar los procesos del progreso
tcnico?
Si se entra en la ptica positivista, conceptos como por ejemplo
Dios o alma resultan sencillamente carentes de sentido. Nada
corresponde a esos conceptos en el mbito de la experiencia
sensorial.
Esta ptica, al menos en algunos campos, es la que est
actualmente en retirada. Se puede constatar esto incluso comparando
entre s las primeras y las sucesivas obras de Ludwig Wittgenstein,
el filsofo austriaco de la primera mitad de nuestro siglo.
Nadie, por otra parte, se sorprende por el hecho de que el
conocimiento humano sea, inicialmente, un conocimiento sensorial.
Ningn clsico de la filosofa, ni Platn ni Aristteles, lo pona en
duda. El realismo cognoscitivo, tanto el llamado realismo ingenuo
como el realismo crtico, afirma unnimemente que nihil est in
intellectu, quod prius non fuerit in sensu (nada est en el
intelecto que no haya estado antes en el sentido). Sin embargo, los
lmites de tal sensus no son exclusivamente sensoriales. Sabemos,
efectivamente, que el hombre conoce no slo los colores, los sonidos
o las formas, sino que conoce los objetos globalmente; por ejemplo,
no conoce slo un conjunto de cualidades referentes al objeto
hombre, sino que tambin conoce al hombre en s mismo (s, al hombre
como persona). Conoce, por tanto, verdades extrasensoriales o, en
otras palabras, transempricas. No se puede tampoco afirmar que lo
que es transemprico deje de ser emprico.
De este modo, puede hablarse con todo fundamento de experiencia
humana, de experiencia moral, o bien de experiencia religiosa. Y si
es posible hablar de tales experiencias, es difcil negar que, en la
rbita de las experiencias humanas, se encuentren asimismo el bien y
el mal, se encuentren la verdad y la belleza, se encuentre tambin
Dios. En S mismo, Dios ciertamente no es objeto emprico, no cae
bajo la experiencia sensible humana; es lo que, a su modo, subraya
la misma Sagrada Escritura: a Dios nadie lo ha visto nunca ni lo
puede ver (cfr. Juan 1,18). Si Dios es objeto de conocimiento, lo
es -como ensean concordemente el Libro de la Sabidura y la Carta a
los Romanos- sobre la base de la experiencia que el hombre tiene,
sea del mundo visible sea del mundo interior. Por aqu, por la
experiencia tica, se adentra Emmanuel Kant, abandonando la antigua
va de los libros bblicos mencionados y de santo Toms de Aquino. El
hombre se reconoce a s mismo como un ser tico, capaz de actuar segn
los criterios del bien y del mal, y no solamente segn la utilidad y
el placer. Se reconoce tambin a s mismo como un ser religioso,
capaz de ponerse en contacto con Dios. La oracin -de la que se ha
hablado anteriormente- es, en cierto sentido, la primera prueba de
esta realidad.
El pensamiento contemporneo, al alejarse de las convicciones
positivistas, ha hecho notables avances en el descubrimiento, cada
vez ms completo, del hombre, al reconocer, entre otras cosas, el
valor del lenguaje metafrico y simblico. La hermenutica
contempornea -tal como se encuentra, por ejemplo, en las obras de
Paul Ricoeur o, de otro modo, en las de Emmanuel Lvinas- nos
muestra desde nuevas perspectivas la verdad del mundo y del
hombre.
En la misma medida que el positivismo nos aleja de esta
comprensin ms completa, y, en cierto sentido, nos excluye de ella,
la hermenutica, que ahonda en el significado del lenguaje simblico,
nos permite reencontrarla e incluso, en cierto modo, profundizar en
ella. Esto est dicho, obviamente, sin querer negar en absoluto la
capacidad de la razn para proponer enunciados conceptuales
verdaderos sobre Dios y sobre las verdades de fe.
Por eso, para el pensamiento contemporneo es tan importante la
filosofa de la religin; por ejemplo, la de Mircea Eliade y, entre
nosotros, en Polonia, la del arzobispo Marian Jaworski y la de la
escuela de Lublin. Somos testigos de un significativo retorno a la
metafisica a;los oJ?a del ser) a travs de una antropologa integral.
No se puede pensar adecuadamente sobre el hombre sin hacer
referencia, constitutiva para l, a Dios. Y lo que santo Toms defina
como actus essendi con el lenguaje de la filosofa de la existencia,
la filosofa de la religin lo expresa con las categoras de la
experiencia antropolgica.
A esta experiencia han contribuido mucho los filsofos del
dilogo, como Martin Buber o el ya citado Lvinas. Y nos encontramos
ya muy cerca de santo Toms, pero el camino pasa no tanto a travs
del ser y de la existencia como a travs de las personas y de su
relacin mutua, a travs del yo y el t. sta es una dimensin
fundamental de la existencia del hombre, que es siempre una
coexistencia.
Dnde han aprendido esto los filsofos del dilogo? Lo han
aprendido en primer lugar de la experiencia de la Biblia. La vida
humana entera es un coexistir en la dimensin cotidiana -t y yo- y
tambin en la dimensin absoluta y definitiva: yo T. La tradicin
bblica gira entorno a este T, que en primer lugar es el Dios de
Abraham, Isaac y Jacob, el Dios de los Padres, y despus el Dios de
Jesucristo y de los apstoles, el Dios de nuestra fe.
Nuestra fe es profundamente antropolgica, est enraizada
constitutivamente en la coexistencia, en la comunidad del pueblo de
Dios, y en la comunin con ese eterno T. Una coexistencia as es
esencial para nuestra tradicin judeocristiana, y proviene de la
iniciativa del mismo Dios. Est en la lnea de la Creacin, de la que
es su prolongacin, y al mismo tiempo es -como ensea san Pablola
eterna eleccin del hombre en el Verbo que es el Hijo (cfr. Efesios
1,4).
-VI. SI EXISTE, POR QU SE ESCONDE?
PREGUNTA
Dios, o sea, el Dios bblico, existe. Pero entonces acaso sea
comprensible la protesta de muchos, tanto de ayer como de hoy: Por
qu no se manifiesta ms claramente? Por qu no da pruebas tangibles y
accesibles a todos de Su existencia? Por qu Su misteriosa
estrategia parece la de jugar a esconderse de Sus criaturas?
Existen razones para creer, de acuerdo; pero -como muestra la
experiencia de la historia- hay tambin razones para dudar, e
incluso para negar. No sera ms sencillo que Su existencia fuera
evidente?
RESPUESTA
Pienso que las preguntas que usted plantea -y que, por otra
parte, son las de tantos otros- no se refieren ni a santo Toms ni a
san Agustn, ni a toda la gran tradicin judeocristiana. Me parece
que apuntan ms bien hacia otro terreno, el puramente racionalista,
que es propio de la filosofa moderna, cuya historia se inicia con ,
quien, por as decirlo, desgaj el pensar del existir y lo identific
con la razn misma: Cogito, ergo sum (Pienso, luego existo).
Qu distinta es la postura de santo Toms, para quien no es el
pensamiento el que decide la existencia, sino que es la existencia,
el esse, lo que decide el pensar! Pienso del modo que pienso porque
soy el que soy-es decir, una criatura- y porque l es El que es, es
decir, el absoluto Misterio increado. Si l no fuese Misterio, no
habra necesidad de la Revelacin o, mejor, hablando de modo ms
riguroso, de la autorrevelacin de Dios.
Si el hombre, con su intelecto creado y con las limitaciones de
la propia subjetividad, pudiese superar la distancia que separa la
creacin del Creador, el ser contingente y no necesario del Ser
necesario el que no es -segn la conocida expresin dirigida por
Cristo a santa Catalina de Siena- de Aquel que es (cfr. Raimundo de
Capua, Legenda maior, I,10,92), slo entonces sus preguntas estaran
fundadas.
Los pensamientos que le inquietan, y que aparecen en sus libros,
estn expresados por una serie de preguntas que no son solamente
suyas; usted quiere erigirse en portavoz de los hombres de nuestra
poca, ponindose a su lado en los caminos -a veces difciles e
intrincados, a veces aparentemente sin salida- de la bsqueda de
Dios. Su inquietud se expresa en la pregunta: Por qu no hay pruebas
ms seguras de la existencia de Dios? Por qu l parece esconderse,
como si jugara con Su criatura? No deber ser todo mucho ms
sencillo? Su existencia no debera ser algo evidente? Son preguntas
que pertenecen al repertorio del agnosticismo contemporneo. El
agnosticismo no es atesmo, no es un atesmo programtico, como lo
eran el atesmo marxista y, en otro contexto, el atesmo de la poca
del iluminismo.
Con todo, sus preguntas contienen formulaciones en las que
resuenan el Antiguo y el Nuevo Testamento. Cuando usted habla del
Dios que se esconde, usa casi el mismo lenguaje de Moiss, que
deseaba ver a Dios cara a cara, pero no pudo ver ms que sus
espaldas (cfr. xodo 33,23). No est aqu indicado el conocimiento a
travs de la Creacin?
Cuando despus habla de juego, me hace recordar las palabras del
Libro de los Proverbios, que presenta la Sabidura ocupada en
recrearse con los hijos de los hombres por el orbe de la tierra
(cfr. Proverbios 8,31). No significa esto que la Sabidura de Dios
se da a las criaturas pero, al mismo tiempo, no desvela del todo Su
misterio?
La autorrevelacin de Dios se actualiza en concreto en Su
humanizarse. De nuevo la gran tentacin es la de hacer, segn
palabras de Ludwig Feuerbach, la clsica reduccin de lo que es
divino a lo que es humano. Las palabras son de Feuerbach, de quien
toma orientacin el atesmo marxista, pero -ut minus sapiens (voy a
decir una locura, cfr. 2 Corintios 11,23)- la provocacin proviene
de Dios mismo, puesto que l realmente se ha hecho hombre en Su Hijo
y ha nacido de la Virgen. Precisamente en este Nacimiento, y luego
a travs de la Pasin, la Cruz y la Resurreccin, la autorrevelacin de
Dios en la historia del hombre alcanza su cenit: la revelacin del
Dios invisible en la visible humanidad de Cristo.
Aun el da antes de la Pasin, los apstoles preguntaban a Cristo:
Mustranos al Padre (Juan 14,8). Su respuesta sigue siendo una
respuesta clave: Cmo podis decir: Mustranos al Padre? No creis que
yo estoy en el Padre y el Padre en m? [...] Si no, creed por las
obras mismas. Yo y el Padre somos una sola cosa (cfr. Juan 14,9-11
y 10,30).
Las palabras de Cristo van muy lejos. Tenemos casi que
habrnoslas con aquella experiencia directa a la que aspira el
hombre contemporneo. Pero esta inmediatez no es el conocimiento de
Dios cara a cara (1 Corintios 13,12), no es el conocimiento de Dios
como Dios.
Intentemos ser imparciales en nuestro razonamiento: Poda Dios ir
ms all en Su condescendencia, en Su acercamiento al hombre,
conforme a sus posibilidades cognoscitivas? Verdaderamente, parece
que haya ido todo lo lejos que era posible.
Ms all no poda ir. En cierto sentido, Dios ha ido demasiado
lejos! Cristo no fue acaso escndalo para los judos, y necedad para
los paganos? (1 Corintios 1,23). Precisamente porque llamaba a Dios
Padre suyo, porque lo manifestaba tan abiertamente en S mismo, no
poda dejar de causar la impresin de que era demasiado... El hombre
ya no estaba en condiciones de soportar tal cercana, y comenzaron
las protestas.
Esta gran protesta tiene nombres concretos: primero se llama
Sinagoga, y despus Islam. Ninguno de los dos puede aceptar un Dios
as de humano. Esto no conviene a Dios -protestan-. Debe permanecer
absolutamente trascendente, debe permanecer como pura Majestad. Por
supuesto, Majestad llena de misericordia, pero no hasta el punto de
pagar las culpas de la propia criatura, sus pecados.
Desde una cierta ptica es justo decir que Dios se ha desvelado
al hombre incluso demasiado en lo que tiene de ms divino, en lo que
es Su vida ntima; se ha desvelado en el propio Misterio. No ha
considerado el hecho de que tal desvelamiento Lo habra en cierto
modo oscurecido a los ojos del hombre, porque el hombre no es capaz
de soportar el exceso de Misterio, no quiere ser as invadido y
superado. S, el hombre sabe que Dios es Aquel en el que vivimos,
nos movemos y existimos (Hechos de los Apstoles 17,28); pero por qu
eso ha tenido que ser confirmado por Su Muerte y Resurreccin? Sin
embargo, san Pablo escribe: Pero si Cristo no ha resucitado,
entonces es vana nuestra predicacin y es vana tambin nuestra fe (1
Corintios 15,14).
}}-VII. JESS-DIOS: NO ES UNA PRETENSIN EXCESIVA?
PREGUNTA
Del problema de Dios pasemos directamente al problema de Jess,
como adems Usted ya ha empezado a hacer.
Por qu Jess no podra ser solamente un sabio, como Scrates, o un
profeta, como Mahoma, o un iluminado, como Buda? Cmo mantener esa
inaudita certeza de que este hebreo condenado a muerte en una
oscura provincia es el Hijo de Dios, de la misma naturaleza que el
Padre? Esta pretensin cristiana no tiene parangn, por su
radicalidad, con ninguna otra creencia religiosa. San Pablo mismo
la define como escndalo y locura.
RESPUESTA
San Pablo est profundamente convencido de que Cristo es
absolutamente original, de que es nico e irrepetible. Si fuese
solamente un sabio, como Scrates, si fuese un profeta", como
Mahoma, si fuese un iluminado, como Buda, no sera sin duda lo que
es. Y es el nico mediador entre Dios y los hombres.
Es Mediador por el hecho de ser Dios-hombre. Lleva en s mismo
todo el mundo ntimo de la divinidad, todo el Misterio trinitariO y
a la vez el misterio de la vida en el tiempo y en la inmortalidad.
Es hombre verdadero. En l lo divino no se confunde con lo humano.
Sigue siendo algo esencialmente divino.
Pero Cristo, al mismo tiempo, es tan humano...! Gracias a esto
todo el mundo de los hombres, toda la historia de la humanidad
encuentra en l su expresin ante Dios.
Y no ante un Dios lejano, inalcanzable, sino ante un Dios que
est en l, ms an, que es l mismo. Esto no existe en ninguna otra
religin ni, mucho menos, en ninguna filosofa.
Cristo es irrepetible! No habla solamente, como Mahoma,
promulgando principios de disciplina religiosa, a los que deben
atenerse todos los adoradores de Dios. Cristo tampoco es
simplemente un sabio en el sentido en que lo fue Scrates, cuya
libre aceptacin de la muerte en nombre de la verdad tiene, sin
embargo, rasgos que se asemejan al sacrificio de la Cruz.
Menos an es semejante a Buda, con su negacin de todo lo creado.
Buda tiene razn cuando no ve la posibilidad de la salvacin del
hombre en la creacin, pero se equivoca cuando por ese motivo niega
a todo lo creado cualquier valor para el hombre. Cristo no hace
esto ni puede hacerlo, porque es testigo eterno del Padre y de ese
amor que el Padre tiene por Su criatura desde el comienzo. El
Creador, desde el comienzo, ve un mltiple bien en lo creado, lo ve
especialmente en el hombre formado a Su imagen y semejanza; ve ese
bien, en cierto sentido, a travs del Hijo encarnado. Lo ve como una
tarea para Su Hijo y para todas las criaturas racionales.
Esforzndonos hasta el lmite de la visin divina, podremos decir que
Dios ve este bien de modo especial a travs de la Pasin y Muerte del
Hijo.
Este bien ser confirmado por la Resurreccin que, realmente, es
el principio de una creacin nueva, del reencuentro en Dios de todo
lo creado, del definitivo destino de todas las criaturas. Y tal
destino se expresa en el hecho de que Dios ser todo en todos (1
Corintios 15,28).
Cristo, desde el comienzo, est en el centro de la fe y de la
vida de la Iglesia. Y tambin en el centro del Magisterio y de la
teologa. En cuanto al Magisterio, hay que referirse a todo el
primer milenio, empezando por el primer Concilio de Nicea,
siguiendo con los de feso y Calcedonia, y luego hasta el segundo
Concilio de Nicea, que es la consecuencia de los precedentes. Todos
los concilios del primer milenio giran en torno al misterio de la
Santsima Trinidad, comprendida la procesin del Espritu Santo; pero
todos, en su raz, son cristolgicos. Desde que Pedro confes: T eres
Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mateo 16,16), Cristo est en el centro
de la fe y de la vida de los cristianos, en el centro de su
testimonio, que no pocas veces ha llegado hasta la efusin de
sangre.
Gracias a esta fe, la Iglesia conoci una creciente expansin, a
pesar de las persecuciones. La fe cristianiz progresivamente el
mundo antiguo. Y si ms tarde surgi la amenaza del arrianismo, la
verdadera fe en Cristo, Dios-hombre, segn la confesin de Pedro
junto a Cesarea de Filipo, no dej de ser el centro de la vida, del
testimonio, del culto y de la liturgia. Se podra hablar de una
concentracin cristolgica del cristianismo, que se produjo ya desde
el inicio.
Esto se refiere en primer lugar a la fe y se refiere a la
tradicin viva de la Iglesia. Una expresin peculiar suya tanto en el
culto mariano como en la mariologa es: Fue concebido del Espritu
Santo, naci de Mara Virgen (Credo). La marianidad y la mariologa de
la Iglesia no son ms que otro aspecto de la citada concentracin
cristolgica.