La pequeña iglesia de Santa Quitèria, en el municipio de Sant Miquel de Campmajor, acogió ayer un concierto de aquellos que no se olvidan fácilmente y que queda durante años en la memoria y en la retina de los afortunados que asistieron. La violonchelista Beatriz Blanco, perfectamente secundada al piano por el torinès Federico Bosco, ofreció un recital lleno de virtuosismo y pasión que ya desde los primeros golpes de arco sedujo al público que llenaba totalmente la iglesia. Blanco hizo honor a la fama que la precedía con un concierto mágico, haciendo posible que a través de su arte se aconteciera uno de aquellos raros momentos en que se crea una química muy especial entre el espacio, los oyentes y la intérprete. Ya en esta primera pieza del programa quedó patente que Blanco nos deparava una velada de alto voltaje. Y todavía va a quedar más claro con la siguiente obra, los famosos "Requiebros" que nuestro Gaspar Cassadó dedicó a su maestro Pau Casals. Una página impresionista de Mompou permitió descubrir la faceta más intimista y poética de Blanco. Pero todavía habían de llegar las emociones más fuertes de la velada. Y lo harían de la mano de Beethoven, con su madura quinta Sonata, y el ruso Shchredin, con una obra llena de virtuosismo técnico que dio a Blanco la ocasión de mostrar todo su talento interpretativo. Al acabarse la última obra del programa ya quedó bien claro que el público quería más, entregado como estaba al arte de Blanco. Y esta sirvió dos bises impagables. En primer lugar la bellísima "Élégia" de Fauré y a continuación el inevitable "El canto de los pájaros" de Pau Casals. Este último bis puede parecer un recurso demasiado fácil para ganarse al público cuando un violonchelista de fuera, toca en Cataluña. Pero Blanco tocó la popular tonada con una intensidad dramática que consiguió que aquella tan repetida canción nuestra sonara como nueva. Fue sin duda el momento culminante de la velada. Qué especial sonó esta canción tradicional catalana en aquella pequeña iglesia, en una rincón tranquilo del Valle de Campmajor, ante un público que la acompañó con un silencio reverencial y una sonrisa dibujada en los labios. Un público que va a despedir de pie a Blanco y Bosco con una ovación tan intensa como el recital al cual acababan de asistir. Fuente: http://www.jmbanyoles.com/banyoles/556-noticies/1184-beatriz-blanco-protagonitza-un-concert-inoblidable-a-sant- miquel-de-campmajor/
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La pequeña iglesia de Santa Quitèria, en el municipio de Sant Miquel de Campmajor, acogió ayer un concierto de aquellos que no se olvidan fácilmente y que queda durante años en la
memoria y en la retina de los afortunados que asistieron. La violonchelista Beatriz Blanco,
perfectamente secundada al piano por el torinès Federico Bosco, ofreció un recital lleno de virtuosismo y pasión que ya desde los primeros golpes de arco sedujo al público que llenaba
totalmente la iglesia.
Blanco hizo honor a la fama que la precedía con un concierto mágico, haciendo posible que a
través de su arte se aconteciera uno de aquellos raros momentos en que se crea una química
muy especial entre el espacio, los oyentes y la intérprete.
Ya en esta primera pieza del programa quedó patente que Blanco nos deparava una velada de
alto voltaje. Y todavía va a quedar más claro con la siguiente obra, los famosos "Requiebros"
que nuestro Gaspar Cassadó dedicó a su maestro Pau Casals. Una página impresionista de Mompou permitió descubrir la faceta más intimista y poética de Blanco.
Pero todavía habían de llegar las emociones más fuertes de la velada. Y lo harían de la mano
de Beethoven, con su madura quinta Sonata, y el ruso Shchredin, con una obra llena de virtuosismo técnico que dio a Blanco la ocasión de mostrar todo su talento interpretativo.
Al acabarse la última obra del programa ya quedó bien claro que el público quería más, entregado como estaba al arte de Blanco. Y esta sirvió dos bises impagables. En primer lugar
la bellísima "Élégia" de Fauré y a continuación el inevitable "El canto de los pájaros" de Pau
Casals. Este último bis puede parecer un recurso demasiado fácil para ganarse al público cuando un violonchelista de fuera, toca en Cataluña. Pero Blanco tocó la popular tonada con
una intensidad dramática que consiguió que aquella tan repetida canción nuestra sonara como
nueva. Fue sin duda el momento culminante de la velada.
Qué especial sonó esta canción tradicional catalana en aquella pequeña iglesia, en una rincón
tranquilo del Valle de Campmajor, ante un público que la acompañó con un silencio
reverencial y una sonrisa dibujada en los labios. Un público que va a despedir de pie a Blanco y Bosco con una ovación tan intensa como el recital al cual acababan de asistir.
Per la seva banda, Beatriz Blanco, amb el violoncel Lorenzo Storioni construït a Cremona el 1790, va oferir
una versió plena de sensibilitat i impecable tècnicament de les Variacions de Txaikovski. Blanco mostra una
sonoritat que sempre obté un caire dialogant amb l’orquestra, una dicció bellíssima en els passatges que posseeix l’ineludible melodisme romàntic de Txaikovski, i una visió de l’obra que, malgrat ser impecable
tècnicament, posseeix una elegància i naturalitat tremendament personals. Una versió en què l’acurada dicció
de Blanco, esplèndidament acompanyada per l’OSV, responia per un igual al sentit de fortalesa romàntica i a
la proporció clàssica que acull aquestes Variacions per a violoncel del compositor ruso.