Decía Braudel que en el devenir histórico, en el pasar del tiempo, había 3 tipos de tiempos históricos: • Corta duración. Es el tiempo propio de los acontecimientos, poca duración. • Duración media. Es el tiempo de las coyunturas, puede durar varios decenios. • Larga duración. El tiempo propio de las estructuras, que dura siglos, “casi inmóvil”. Lo mismo podríamos decir del acontecimiento del descubrimiento de América, de la coyuntura de la conquista y de la estructura de la colonización. Lo vimos ayer. Una cosa fue el descubrimiento (1492), otra la conquista (hasta 1540) y otra más la colonización, que comenzó desde el principio, cuando comenzaron a construir ciudades, que algunas fueron bautizadas con nombres españoles (¿cuáles? Córdoba, Santander, Granada). Eran ciudades al estilo de las ciudades medievales castellanas, pero más renacentistas, que era el estilo de la época. Esto es, de planta más ordenada, más espaciosas. Pero tenían los mismos edificios en América: la catedral, las iglesias, el ayuntamiento, la prisión, la plaza mayor, incluso plazas de toros. También con la colonización se instituyen formas y puestos de gobierno, y lo conquistado pasa a ser un virreinato (institución que viene de Aragón, que ya dijimos que se dividía en el virreinato de cataluña, el de aragón, el de valencia, pero también en el de sus posiciones de ultramar, en el Mediterráneo que era su ámbito de expansión, el virreinato de sicilia, el de nápoles). Pues aquí en América también, uno sobre las cenizas del imperio azteca, en Méjico, que será el Virreinato de Nueva España. Otro sobre las ruinas del imperio inca, en Perú, que será el Virreinato de Perú. Y llegarán dos más. ¿Qué más, además de virreinatos, llega con la colonización? Las fronteras abiertas y dudosas (con muchas zonas sin explorar), llenas de selvas impenetrables, ríos peligrosos de cruzar, montañas tan altas, los Andes, como jamás había visto un extremeño, un andaluz o un vasco, que fueron las tres zonas de donde se embarcaron más conquistadores sedientos de oro, aventuras, tierras y títulos, empresarios armados muchos, hidalgos (muchos venidos a menos) con el cerebro incendiado de leyendas y libros de caballería, segundones como dijimos, víctimas del mayorazgo, la costumbre de que el primogénito se lo quedara todo. Casi todos eran castellanos, porque de la Corona de Castilla era la América recién descubierta. Fue Isabel la que firmó las capitulaciones de Santa Fe con Colón, la empresa, además de privada, era estatal pero sólo de la Corona castellana. Y eran casi todos castellanos los que al comienzo iban allá. Y los aragoneses o catalanes eran considerados allá extranjeros. También forma parte de la colonización estar al otro lado del mundo y añorar la vida de la metrópoli, e importar artículos de Castilla para simular, sin conseguirlo, la vida de antes: vino, joyas, telas y paños, trigo, libros, muebles, sobre todo los primeros años, hasta que esas industrias comenzaron a funcionar en el Nuevo Mundo. Os dije el otro día: el Nuevo Mundo. Así se llamó hasta el siglo XIX. Se ató un inmenso continente (América) con la punta de otro (Europa) por siglos. Dijimos también que la colonización era explotación económica. ¿No fueron a eso a América? A sacarle la plata y el oro y a salvar almas también. Primero, en el Caribe, fueron los repartimientos (se repartían tierra e indios para trabajarla), luego las encomiendas (de tintes feudales, el encomendero les procura protección y evangelización, ellos trabajan para él). También vimos como las encomiendas se convirtieron pronto en centros de esclavos. Los indios del Caribe, los taínos, murieron todos, entre enfermedades, explotación, suicidios colectivos y apatía vital. Y vimos cómo por eso fueron prohibidas, por la brutalidad pero también por la acción de un clérigo dominico valiente y algo paranoico también, Fray Bartolomé de las Casas. Él defendió a los indios, condenó las terribles encomiendas, y se enfrentó con otros teólogos que defendían la guerra justa contra el pagano y la esclavización natural que defendía Aristóteles. Ganó De las Casas. En 1542 se firmaron las Nuevas Leyes y se prohibieron los trabajos forzados y maltratos, y poco a poco la encomienda desapareció. Se sustituyó por otras formas