Las mujeres, sin tierra, alimentan al mundo Ma. Ángeles Fernández http://www.leisa-al.org/web/noticias/1000-las-mujeres-sin-tierra- alimentan-al-mundo.html 27 de enero de 2014 | La soberanía alimentaria, el derecho de los pueblos a decidir el propio sistema de alimentación y producción, emerge desde el cuidado ancestral de las mujeres por las semillas. Sin acceso al crédito o a la titularidad de los terrenos, alimentan al 70 por ciento de la población del Sur, mientras las transnacionales luchan por controlar el negocio. ‘Tembi’u rape’ es el programa de la televisión guaraní que muestra los ‘caminos de la cocina’ paraguaya. Conduce a la audiencia hacia unas formas de alimentación tradicionales cada vez más olvidadas. Enclavado en el corazón de América del Sur, entre potencias como Argentina y Brasil que han controlado su economía y por ende su producción y su alimentación, a través de la soja y la ganadería,Paraguay es un claro ejemplo de cómo el modelo productivo puede transformar el paradigma económico, ideológico y social de un Estado. “Las estadísticas muestran que apenas el 2 por ciento de la tierraestá en manos de campesinos, campesinas y comunidades indígenas. El resto está controlado por empresas del agronegocio o por grandes terratenientes que se dedican a la producción ganadera y de soja, o a algún tipo de grano que se rige bajo el mismo modelo: producción a gran escala, con semilla transgénica, con introducción de tecnología mecánica y uso intensivo de agrotóxicos. Todo ello trae aparejado la deforestación masiva de grandes extensiones de terreno, deterioro del medio ambiente, del suelo, desplazamiento forzoso de las comunidades. Y las que llevan la peor parte son las mujeres”, resume, como si fuera sencillo, la presentadora de ‘Tembiù Rape’ e integrante de la Coordinadora Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas (Conamuri), Perla Álvarez.
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Las mujeres, sin tierra, alimentan al mundoMa. Ángeles Fernández
27 de enero de 2014 | La soberanía alimentaria, el derecho de los pueblos a decidir el propio
sistema de alimentación y producción, emerge desde el cuidado ancestral de las mujeres por las
semillas. Sin acceso al crédito o a la titularidad de los terrenos, alimentan al 70 por ciento de la
población del Sur, mientras las transnacionales luchan por controlar el negocio.
‘Tembi’u rape’ es el programa de la televisión
guaraní que muestra los ‘caminos de la
cocina’ paraguaya. Conduce a la audiencia
hacia unas formas de alimentación
tradicionales cada vez más olvidadas.
Enclavado en el corazón de América del Sur,
entre potencias como Argentina y Brasil que
han controlado su economía y por ende su
producción y su alimentación, a través de la
soja y la ganadería,Paraguay es un claro
ejemplo de cómo el modelo productivo puede transformar el paradigma económico, ideológico y
social de un Estado.
“Las estadísticas muestran que apenas el 2 por ciento de la tierraestá en manos de campesinos,
campesinas y comunidades indígenas. El resto está controlado por empresas del agronegocio o
por grandes terratenientes que se dedican a la producción ganadera y de soja, o a algún tipo de
grano que se rige bajo el mismo modelo: producción a gran escala, con semilla transgénica, con
introducción de tecnología mecánica y uso intensivo de agrotóxicos. Todo ello trae aparejado la
deforestación masiva de grandes extensiones de terreno, deterioro del medio ambiente, del suelo,
desplazamiento forzoso de las comunidades. Y las que llevan la peor parte son las mujeres”,
resume, como si fuera sencillo, la presentadora de ‘Tembiù Rape’ e integrante de la Coordinadora
Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas (Conamuri), Perla Álvarez.
Entre el 3 y el 20 por ciento de las personas propietarias de tierras son mujeres
‘Teko karu sâ’ÿ’. Así se dice en guaraní, lengua oficial de Paraguay hablada mayoritariamente en
las zonas rurales, ‘soberanía alimentaria’, un concepto transversal en ‘Tembi’u rape’, que reivindica
el papel de las campesinas y campesinos locales en la alimentación. “El tema está politizado y las
decisiones se toman en el ámbito del Estado, a pesar de que que es una cuestión cotidiana para
las mujeres, que siempre han sido las encargadas de la alimentación”, añade Álvarez.
La noción de soberanía alimentaria fue introducida por La Vía Campesina, un movimiento social
que enhebra las luchas sociales del campesinado de gran cantidad de países. “Nos une el rechazo
a las condiciones económicas y políticas que destruyen nuestras formas de sustento, nuestras
comunidades, nuestras culturas y nuestro ambiente natural. Estamos llamados a crear una
economía rural basada en el respeto a nosotros mismos y a la tierra, sobre la base de la soberanía
alimentaria, y de un comercio justo”, expusieron en 1996 en México, durante su segunda
conferencia internacional, cuando se habló por primera vez de este concepto.
No poseen la propiedad de la tierra, pero sí son las mujeres quienes la trabajan mayoritariamente.
En el Sur, la FAO reconoce que el 70 por ciento de la producción alimenticia es aportada por las
mujeres. Un dato que se convierte en escalofriante si se tiene en cuenta que son más del 60 por
ciento de ellas las que sufren hambre en el mundo. Sin olvidar que en algunos países la tradición
dicta que coman las últimas o que durante una crisis son generalmente las primeras en sacrificar
su consumo de alimentos con el fin de proteger la alimentación de sus familias. Las mujeres
tampoco tienen acceso al crédito agrícola, donde el porcentaje que las arropa no llega al 10 por
ciento. Ellas cultivan y producen, mientras que las transacciones económicas están en manos
masculinas. También la toma de decisiones.
La situación por países presenta matices, pero siempre con tonos de desigualdad y discriminación.
“En Honduras hay dos millones de mujeres campesinas: 1,3 viven en pobreza y un 86 por ciento no
tiene acceso a tierra. Están violentando el derecho de las mujeres a tener una vida digna, a seguir
aportando al desarrollo y a garantizar la alimentación del pueblo”, subraya Wendy Cruz. “Cuidamos
gallinas, plantas, personas… todo ese trabajo está invisibilizado y no remunerado”, añade.
El consumo también es un acto político íntimamente ligado a la soberanía alimentaria
‘Jaguerujey ñane retã rembi’u reko’ o lo que es lo mismo: “Recupera la cultura alimentaria de
nuestro país”. La activista Perla Álvarez retrata a Paraguay, un país en el que el agronegocio y los
transgénicos son el motor de la economía y donde sólo el 1,6 por ciento de los propietarios se
reparten el 80 por ciento de la tierra agrícola y ganadera, según datos de Intermón Oxfam. “Las
mujeres indígenas son las que llevan adelante la resistencia para mantener el territorio porque
muchos de los líderes son comprados por los ganaderos o por los sojeros. Ellos alquilan la tierra
pero las que llevan la peor parte son las mujeres, quienes saben qué valor y qué importancia tienen
los territorios para la alimentación, pero también para la cultura, para la comunidad y para
mantenerse como pueblo”.
En un contexto en que la producción de alimentos está cada vez en menos manos, es objeto de
especulación económica y no entiende de mandiles ni de aliños, la voz de las mujeres es
imprescindible porque la soberanía alimentaria “es anticapitalista y antipatriarcal”, sostiene Leticia
Urretabizkaia, coautora del libro Las mujeres baserritarras: análisis y perspectivas de futuro desde
la Soberanía Alimentaria, junto con Isabel de Gonzalo. “El asunto de la alimentación muchas veces
ha pretendido ser un tema de decisiones masculinas, tanto en las familias como en las
organizaciones, porque quienes van a negociar con el Gobierno suelen ser los hombres”, añade
por su parte Perla Álvarez.
Desde hace años, la tierra, y sus productos, son objeto de deseo de las grandes transnacionales y
de los mercados financieros. “El capitalista neoliberal, siguiendo su lógica de acumulación,
explotación y depredación, ha colocado la producción de alimentos en manos del mercado
internacional, alejándola cada vez más de las necesidades e intereses de las personas y de
prácticas sustentables de producción”, explica la técnica de Cooperación del eje de Género y
Feminismo de Mundubat, Isabel de Gonzalo.
Los grupos de consumo como reto
‘Recuperamos tembi´u apoukapy kuera’. ‘Recuperamos recetas’. Perla Álvarez trata de mostrar las
maneras tradicionales de la alimentación, explicar la importancia del consumo como un elemento
emancipador. Somos lo que comemos. También cómo lo comemos. Lo hace en Paraguay, dónde
el 25,5 por ciento de la población está malnutrida, mientras que los sectores de la agricultura y
ganadería suponen el 28 por ciento del PIB.
El consumo también es un acto político íntimamente ligado a la soberanía alimentaria. En una
sociedad en la que la identidad está cada vez más unida a los conceptos de ‘compra’ y de ‘gasto’ la
transformación social no debe obviar esta parcela de la vida. Avanzar hacia la soberanía
alimentaria es también hacerlo hacia los circuitos cortos de alimentación o grupos de consumo,
“otra forma de llevar a la práctica la máxima de la economía feminista de poner la vida en el
centro”, en palabras de la activista del grupo de decrecimiento Desazkundea Kristina Sáez.
El camino de los circuitos cortos de comercialización aún es largo. “Actualmente nos encontramos
en la fase en que los grupos de consumo se están dando cuenta y empezando a reconocer la
ausencia de la perspectiva de género”, apunta Urretabizkaia, quien trabaja en el diagnóstico para
una cooperativa de producción y consumo de productos lácteos. Son muchos los colectivos que
trabajan al respecto.
Nekasare es un grupo de consumo que nació en 2005 del sindicato ENHE-Bizkaia. Por aquel
entonces la crisis económica era una pesadilla impensable y el porcentaje de mujeres rondaba el
70 por ciento de las personas productoras adscritas. La situación cambió totalmente con el
aumento del desempleo: “Cuando la pareja se queda sin trabajo en la industria y la agricultura es la
principal actividad económica se produce un absoluto desplazamiento de las mujeres”, explica Isa
Álvarez, técnica de ENHE-Bizkaia y coordinadora de la red Nekasare. Hubo un cambio de roles y
gran parte de las mujeres cedieron su espacio en lo público a sus parejas. Hoy, de 80 personas
productoras, sólo 35 son mujeres.
Cuando la agricultura se convierte en el principal sustento económico ante la falta de otros
ingresos, las mujeres son desplazadas, al menos del ámbito público. En el Norte y el Sur la
invisibilización del trabajo de las mujeres en el campo es notoria, aunque sobre ellas recaiga la
responsabilidad de alimentar al mundo, sin tierras, sin maquinaria y sin crédito. “Si hablamos de
alimentación hablamos de la vida”, finaliza Perla Álvarez. Y de las mujeres. ‘Ha mba’e hembireko
kuera’.
Fuente: Ecoportal.net, PIKARA Magazine
Publicado el 23/01/2014
http://aliadasporlasoberania.blogspot.mx/
(varios textos)
A-liadas por la Soberanía Alimentaria es un grupo constituido por organizaciones y personas comprometidas e implicadas en los movimientos en defensa del derecho de los pueblos a la Soberanía Alimentaria. Orientamos nuestros valores, propuestas, acciones y reivindicaciones desde los principios del feminismo anticapitalista, en pos de apoyar la construcción de alternativas a la actual globalización agroalimentaria, capitalista y patriarcal. Desde Andalucía, queremos participar en los procesos de cambio y transformación social que conduzcan hacia una sociedad más justa, democrática, igualitaria y sostenible, a escala global y local.
http://www.nyeleni.org/spip.php?article305
Nyéléni 2007
Declaración de las mujeres por la Soberanía Alimentaria
Nosotras, mujeres provenientes de más de 86 países, de múltiples pueblos autóctonos, de África, de América, de Europa, de Asia, de Oceanía y de distintos sectores y movimientos sociales, nos hemos reunido en Selingué (Malí) en el marco de Nyeleni 2007 para participar en la construcción de un nuevo derecho: el derecho a la soberanía alimentaria. Reafirmamos nuestra voluntad de intervenir para cambiar el mundo capitalista y patriarcal que prioriza los intereses del mercado antes que el derecho de las personas.
Las mujeres, creadoras históricas de conocimientos en agricultura y en alimentación, que continúan produciendo hasta el 80% de los alimentos en los países más pobres y que actualmente son las principales guardianas de la biodiversidad y de las semillas de cultivo, son las más afectadas por las políticas neoliberales y sexistas.
Sufrimos las consecuencias dramáticas de tales políticas: pobreza, acceso insuficiente a los recursos, patentes sobre organismos vivos, éxodo rural y migración forzada, guerras y todas las formas de violencia física y sexual. Los monocultivos, entre ellos, los empleados para los agro-combustibles, así como la utilización masiva de productos químicos y de
organismos genéticamente modificados tienen efectos negativos sobre el ambiente y sobre la salud humana, en especial, sobre la salud de la reproducción.
El modelo industrial y las transnacionales amenazan la existencia de la agricultura campesina, de la pesca artesanal, de la economía pastoril, y también de la elaboración artesanal y del comercio de alimentos en pequeña escala en zonas urbanas y rurales, sectores donde las mujeres juegan un rol importante.
Deseamos que la alimentación y la agricultura se excluyan de la OMC y de los acuerdos de libre comercio. Es más, rechazamos las instituciones capitalistas y patriarcales que conciben los alimentos, el agua, la tierra, el saber de los pueblos y el cuerpo de las mujeres como simples mercancías.
Al identificar nuestra lucha con la lucha por la igualdad entre los sexos, ya no queremos soportar la opresión de las sociedades tradicionales, ni de las sociedades modernas, ni del mercado. Nos aferramos a esta oportunidad de dejar detrás de nosotras todos los prejuicios sexistas y avanzar hacia una nueva visión del mundo, construida sobre los principios de respeto, de igualdad, de justicia, de solidaridad, de paz y de libertad.
Estamos movilizadas. Luchamos por el acceso a la tierra, a los territorios, al agua y a las semillas. Luchamos por el acceso al financiamiento y al equipamiento agrícola. Luchamos por buenas condiciones de trabajo. Luchamos por el acceso a la formación y a la información. Luchamos por nuestra autonomía y por el derecho a decidir por nosotras mismas, y también a participar plenamente en las instancias de toma de decisiones.
Bajo la mirada vigilante de Nyeleni, mujer de África que ha desafiado las reglas discriminatorias, que ha sobresalido por su creatividad y sus rendimientos en materia agrícola, encontraremos la energía para llevar adelante el derecho a la soberanía alimentaria, portador de la esperanza de construir otro mundo, obteniendo esta energía de nuestra solidaridad. Llevaremos este mensaje a las mujeres de todo el mundo.
Nyeleni, 27 de febrero de 2007
Traducción Francés-Español: Susana Cohen, Argentina
BELÉN VERDUGO MARTIN. La Soberanía Alimentaria es el derecho de la población a decidir sobre la producción y el consumo de alimentos con unos criterios de dignidad
Soy una mujer rural, productora de alimentos ecológicos, titular de una pequeña granja familiar, junto a mi compañero y nuestro hijo, pionera en Agroecología.
De una forma diversificada obtenemos cereales, legumbres y uva, y los transformamos de forma artesanal para su consumo, pasta, mosto, lentejas o garbanzos, entre otros, los que son posibles con la tierra, el clima y los recursos de que disponemos.
“La Agricultura es Alimentación”. Con ese lema se desarrolló la última Asamblea de COAG, en marzo de 2012. Como mujer y profesional comparto este análisis: sufrimos un modelo productivo dominante, basado en la explotación de los recursos naturales y de la mano de obra. Este modelo neoliberal y patriarcal es el responsable de que más de mil millones de personas estén pasando hambre.
El mundo y la forma de vida campesina son aniquiladas por parte del modelo de globalización, que ha creado la crisis alimentaria. Como en las demás crisis, existe una complicidad de las políticas y las personas que gobiernan en una economía que controla los mercados. Lo que está en peligro es la pérdida de un derecho humano básico: la alimentación.
La alternativa por la que luchamos es la Soberanía Alimentaria. El derecho de la población a decidir sobre la producción y el consumo de alimentos con unos criterios de dignidad.
Dentro de este modelo de Democracia Alimentaria, existe una ética, que incluye la Igualdad de Género y los derechos de las mujeres. Se trata de visibilizar y dar valor a los aportes de las mujeres rurales y campesinas, reconocer la situación de discriminación en la que se encuentran y optar por unas estructuras de empoderamiento equitativas.
Las mujeres de la Vía Campesina, donde participa CERES, hemos lanzado una campaña por el fin de la Violencia hacia las mujeres en el medio rural. Estamos denunciando no sólo el machismo de la violencia física, sino también la exclusión de los espacios de decisión, y otros tipos de violencia, la psicológica, sexual y reproductiva, que nos impiden decidir libremente sobre nuestros cuerpos. En el plano laboral, la falta de derechos como campesinas y de autonomía económica, son otro tipo de violencia.
CERES ha estado a la cabeza de una reivindicación histórica en el estado español: la Titularidad Compartida, que finalmente conseguimos que tuviera rango de Ley Orgánica. A día de hoy, es un reto conseguir que se cumpla y traiga el reconocimiento social e ingresos en igualdad para las mujeres que trabajan junto a sus parejas. Y, en paralelo, acabar con la discriminación de género que se hace desde la Política Agraria Comunitaria (la PAC) y en las políticas de Desarrollo Rural.
Nosotras no nos rendimos. Vamos a seguir produciendo alimentos para la sociedad y creando estructuras de venta locales, cercanas a la población consumidora, pues también lo somos las campesinas. Es una rebelión con “armas comestibles” que tienen aromas, color y sabor a campo.
El modelo de producción dominante se ha rodeado de mecanización y ha expulsado a las personas. Ha convertido lo que siempre ha sido un diálogo, entre la tierra y las personas que la cuidan y trabajan, en un ensordecedor ruido de motores, palancas y mandos de control.
La mecanización pensamos que tiene una función necesaria para ayudar en las labores del campo, pero también se puede convertir en la mayor enemiga de la Naturaleza, que sigue siendo “la líder en tecnología punta”. Hay un componente muy agresivo y “machista” en la maquinaria y en los productos agroquímicos que se utilizan dentro del modelo agroindustrial, en los monocultivos y en los tratamientos, que dañan la salud de la tierra y de las personas.
En la fase actual, nos resistimos a que el “agronegocio” imponga la llamada “revolución verde” para ganar dinero. La tecnología está de su parte, contaminando con los transgénicos (organismos modificados genéticamente) en contra de la necesaria Biodiversidad.
Las gafas “moradas” nos han permitido observar que hay un componente de género en todo el proceso. Es posible observar que las mujeres vibramos muy cercanas a los ritmos de la Naturaleza. Un aspecto biológico que no nos impide ver que hay un reparto sexual de los trabajos: los hombres están al mando de la maquinaria y “producción para el mercado”, y las mujeres en los cuidados, la parte reproductiva y las labores menos valoradas en la economía “oficial”.
Gracias a la investigación feminista, hemos cogido el tren de la deconstrucción del modelo. Estamos rompiendo los moldes de los estereotipos y llevando el discurso a todos los espacios, para hacer visibles y escuchadas las bases de la verdadera economía, la del “buen vivir”, donde están las personas y lo que nos convierte en parte del mundo civilizado y respetuoso con el medio natural.
En este microcosmos entran las pequeñas producciones diversificadas, en manos de mujeres la mayoría, con la transformación artesanal a pequeña escala de los alimentos y productos de primera necesidad, con los animales que comparten nuestros destinos y nos acompañan en esta andadura hacia el desarrollo de “nuestro ser” en el mundo.
Estamos aprendiendo de otras mujeres, científicas, activistas o maternales. Estamos acercando la experiencia de teorías como el Ecofeminismo Crítico, y conceptos como la Ecojusticia.
Desde la conciencia y el activismo feminista, las campesinas defendemos nuestro papel de responsables de la alimentación en todo el Planeta. Una alimentación sostenible, cercana a la autosuficiencia, que transmita con sensibilidad los conocimientos para vivir en el medio, aprovechando mejor la energía y los remedios para la salud y los cuidados naturales.
Otro mundo es posible, y nosotras lo estamos impulsando con pasión, como diminutas semillas en nuestros territorios, con la información necesaria para multiplicarse y crear una identidad propia, para intercambiar libremente los saberes y con mucha generosidad.
Las mujeres con derechos y soberanía alimentaria son el futuro.
REFERENCIA CURRICULARBelén Verdugo Martín es campesina Ecológica en Piñel de Abajo, provincia de Valladolid, desde hace más de 22 años. Actualmente, es Responsable Estatal del Área de las Mujeres de
Este modelo neoliberal y patriarcal es el responsable de
que más de mil millones personas estén pasando hambre
COAG, Presidenta de CERES, Confederación de Mujeres Rurales, y miembra de COMPI (Coordinadora de Organizaciones de Mujeres por la Participación y la Igualdad).Desde 2010, forma parte del Comité Editorial de la Revista Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas. Ha participado en Encuentros de Mujeres Campesinas en Europa, en Foros Sociales, así como en varios Congresos Internacionales de Mujeres de Agricultura biodinámica. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICASPULEO, Alicia. Ecofeminismo para otro mundo posible. Ediciones Cátedra, 2011VERDUGO, Belén: Evaluación de las Políticas de Igualdad en el periodo 2007-2010. Elecciones 2011, Igualdad y Participación de las Asociaciones de mujeres, febrero de 2011. COMPI, coordinadora de Organizaciones de Mujeres por la Participación y la Igualdad. Museo Nacional Reina Sofía. MadridVERDUGO, Belén: “Semillas de esperanza. Hablando en femenino”. En, Revista Desarrollo Rural y Sostenible. Ministerio de Medio Ambiente Rural y Marino, marzo 2010. Disponible online:[http://www.magrama.gob.es/ministerio/pags/biblioteca/revistas/pdf_DRS/DRS_4_18_19.pdf]VERDUGO, Belén: De lo local a lo internacional. Las mujeres y la soberanía alimentaria. Mujeres y naturaleza, de la reificación a un nuevo imaginario ético-político. Máster en Igualdad de Género en Ciencias Humanas, Sociales y Jurídicas, UIMP, 2009.
Varios http://periodismohumano.com/temas/soberania-alimentaria http://www.soberaniaalimentaria.info/
La soberanía alimentaria, se plantea no sólo como una alternativa para los graves problemas que afectan a la alimentación mundial y a la agricultura, sino como una propuesta de futuro sustentada en principios de humanidad, tales como los de autonomía y autodeterminación de los pueblos. Se trata más bien de un principio, de una ética de vida, de una manera de ver el mundo y construirlo sobre bases de justicia e igualdad. Para las mujeres campesinas la soberanía alimentaria es consubstancial a su propia existencia y definición social, pues su universo ha sido históricamente construido, en
gran parte, en torno al proceso creativo de la producción alimentaria.
Autor: Irene León
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600 delegados/as, provenientes de los cinco continentes y representantes de los sectores de la sociedad interesados por las cuestiones agrícolas y alimentarias concurrirán al Foro Mundial por la Soberanía Alimentaria "Nyéléni 2007", que se desarrollará en la aldea de Sélingué, Malí,
del 23 al 27 de febrero de 2007. El día anterior, las mujeres participantes efectuarán un evento propio para debatir sobre el desarrollo de los conocimientos en la producción alimenticia -especialmente en agricultura y semillas- y la interrelación entre los derechos de las mujeres y la soberanía alimentaria. Habrá también, demostraciones prácticas e intercambios de conocimientos.
"La soberanía alimentaria es el derecho de los pueblos a definir sus propias políticas de agricultura y alimentación, a proteger y regular su producción y el comercio agrícola interior para lograr sus objetivos de desarrollo sostenible, a decidir en que medida quieren ser autónomos y a limitar el dumping de productos en sus mercados".
La soberanía alimentaria, acuñado por la Vía Campesina, se plantea no sólo como una alternativa para los graves problemas que afectan a la alimentación mundial y a la agricultura, sino como una propuesta de futuro sustentada en principios de humanidad, tales como los de autonomía y autodeterminación de los pueblos. Según la dirigenta campesina chilena, Francisca Rodríguez, se trata más bien de un principio, de una ética de vida, de una manera de ver el mundo y construirlo sobre bases de justicia e igualdad.
Para las mujeres campesinas la soberanía alimentaria es consubstancial a su propia existencia y definición social, pues su universo ha sido históricamente construido, en gran parte, en torno al proceso creativo de la producción alimentaria. Su reto actual, en palabras de Lidia Senra, Secretaria General del Sindicato Labrego Galego, (en la II Asamblea de Mujeres de la Vía Campesina, 2006) es hacer que al construir esta propuesta, queden atrás los prejuicios sexistas y que esta nueva visión del mundo incluya a las mujeres, las reivindique, y les permita la opción de ser campesinas en pie de igualdad.
No obstante, la ideología patriarcal es columna vertebral de las tendencias capitalistas que apuntan a la premisa de que hay que producir más, lo que equivale a depredar más, y desarrollar tecnologías, como las resultantes de la biogenética, para maximizar la rentabilidad. Las lógicas que subyacen en esta visión de la producción para el comercio y la exportación, son diametralmente opuestas a aquellas que nutren las propuestas y prácticas de autosustento, desarrolladas a través de los tiempos por las mujeres; son también la antítesis de soberanía alimentaria, pues cuando el mercado decide sobre las políticas agrícolas y las prácticas alimentarias que resultan de ellas, los pueblos apenas tienen el papel de consumidores y, en casos, de empleados, no de tomadores de decisiones.
Desde hace decenios, las organizaciones campesinas y ecologistas han sustentado y comprobado que la actual producción de alimentos es más que suficiente para alimentar a todas y todos. Han insistido en que lo que hay que cambiar son los patrones de producción y consumo de los países ricos y establecer una distribución igualitaria de los bienes alimenticios, y aún más, han insistido en la ligazón entre buena alimentación y salud. Sin embargo, ciertas políticas internacionales -basadas en las consecuencias y no en las causas- continúan enfocando problemas y soluciones aisladas, mismo si los costos y esfuerzos para encaminarlos se multiplicarán entre ellos.
Optar por la soberanía alimentaria implica, entonces, un giro radical de las políticas productivistas mercantiles actuales, bajo cuyo dominio la crisis alimentaria y el hambre no cesan de aumentar. Pues en la realidad es en la pequeña agricultura -área donde se ubican principalmente las prácticas productivas de las mujeres-, que no solo se registran los resultados más concluyentes, sino que se generan modos de vida congruentes con la sostenibilidad y la redistribución. Según Peter Rosset: "En cada país -donde los datos estén disponibles- se puede comprobar que las pequeñas fincas son, en cualquier parte, de 200 a 1.000 por ciento más productivas por unidad de área" (1).
Pero, justamente la pequeña producción es la más amenazada por las políticas liberalizadoras de la Organización Mundial de Comercio (OMC), pues además del dumping y la competencia desigual entre ésta y el agronegocio, sus preceptos radican en una visión contraria a la sostenibilidad alimentaria: el monocultivo intensivo y la comercialización regida por las reglas
del comercio internacional, área enteramente controlada por el mercado.
Precisamente por eso, la Vía Campesina brega porque la agricultura se mantenga al margen de la OMC, pues el desarrollo de ésta bajo principios previsibles implica no sólo el registro de las cantidades de los productos exportables y de su libre flujo, sino el florecimiento de un modo de vida acorde con el respeto del medio ambiente y la generación de culturas, como también de éticas acordes con el mantenimiento y la renovación de valores humanos fundados en la justicia social y de género.
Si las personas del campo se beneficiaran de condiciones que les permitan concentrar su energía en el trabajo agrícola, podrían asumir fácilmente la soberanía alimentaria para las futuras generaciones. Un ejemplo de ello es el caso de África Subsahariana, una de las regiones más afectadas por el hambre y la desnutrición en el mundo, donde, paradójicamente, los recursos naturales disponibles son ampliamente subutilizados, ya que el continente solo produce el 0.8% de lo que podría retirar de su potencial agrícola, afirma Devlin Kuyek (2).
Gestoras de soberanía alimentaria y de su propia autonomía
El reto emprendido por la Articulación de Mujeres de la Vía Campesina, es de gran envergadura, pues la formulación de una perspectiva de género para la soberanía alimentaria está ineludiblemente asociada a la vindicación de una de las áreas de producción y conocimientos más devaluadas socialmente, e incluso asociada al confinamiento de las mujeres: la producción de alimentos. Para cuyo desarrollo han sido, contradictoriamente, necesarios siglos de investigación, creación, y producción de conocimientos que ellas han desarrollado.
La división patriarcal del trabajo ha rescindido el valor de estas creaciones y más aún ha hecho de ellas un terreno de exclusión, de allí que para las mujeres el reivindicarla implica una amplia agenda de reparaciones que aluden directamente a la transformación de las relaciones de desigualdad entre los géneros en todas las esferas. Así, sus demandas no se restringen a las dinámicas productivas sino que abarcan el conjunto de relaciones sociales inherentes, precisamente, a la soberanía, la autodeterminación y la justicia de género.
Para alimentar a la humanidad, las mujeres han desarrollado complejos mecanismos de producción, procesamiento, distribución, pero además han enfrentado las relaciones desiguales que resultan del trabajo doméstico impago, que prodiga gratuitamente cuidados, resultantes de conocimientos multidisciplinarios que, aún en condiciones de extrema pobreza, generan calidad de vida y permiten el funcionamiento societal. Adicionalmente, las asalariadas invierten prioritariamente sus ingresos en este ámbito, mientras las otras, desde lo informal, redoblan de ingenio para, a través de pequeñas iniciativas vinculadas principalmente a la agricultura, la producción y venta de alimentos o la artesanía, obtener recursos económicos, por lo general invertidos en el bienestar familiar. No obstante, hasta el trabajo informal de las mujeres corre peligro de desaparecer ante la imposición de los capitales transnacionales.
Por eso, la agenda reivindicativa de las mujeres de la Vía Campesina asocia inextricablemente la justicia de género con el desarrollo de la propuesta de la soberanía alimentaria, no sólo en consideración del importante papel que ellas juegan en la materia, sino porque ellas la conciben como una ética para el desarrollo humano y no como un simple vehículo para la alimentación.
Al colocar al centro de sus reivindicaciones el derecho humano a la alimentación, las campesinas abogan por la reorientación de las políticas alimentarias en función de los intereses de los pueblos, lo que apela a la refundación de valores colectivos y la revalorización de cosmovisiones integrales. Para encaminar este propósito, ellas enfatizan en la reivindicación de la igualdad de género en el conjunto del planeamiento y toma de decisiones relacionadas con el agro y la alimentación, lo que incluye su participación en los diseños estratégicos para la preservación de las semillas y otros conocimientos.
La valoración de los conocimientos de las mujeres en la agricultura, la alimentación y la gestión de la vida, implica la transformación de los estereotipos generados por el capitalismo y el patriarcado, para que ellas puedan, al fin, alcanzar su calidad de sujetos, su ciudadanía a parte entera y continuar ampliando y aplicando sus conocimientos. Para lograrlo, como señala el manifiesto sobre soberanía alimentaria de la Marcha Mundial de las Mujeres (Soberanía alimentaria: tierra, semillas y alimento, 2006), el "camino es reconocer que la sustentabilidad de la vida humana, en la cual la alimentación es una parte fundamental, debe estar en el centro de la economía y de la organización de la sociedad".
Así, si la soberanía alimentaria es una propuesta para la humanidad, ésta no puede prescindir de las mujeres como sujetos sociales integrales, máxime si lo que está en cuestión es la gestión universal de sus creaciones.
Referencias(1) Peter Rosset, En Defensa de las Pequeñas Fincas, en El Dret a la Terra, Quatre textos sobre la reforma agraria, Agora Nord-Sud, Catalunya, 2004, pg 131(2) Devlin Kuyek, Les cultures génétiquement modifiées en Afrique et leurs conséquences pour les petits agriculteurs, août 2002,www.grain.org/fr/publications/afric...
*Nota: Este texto es un extracto editado de un capítulo para la publicación sobre mujeres y soberanía alimentaria, que será editada próximamente por Entre pueblos y la Vía Campesina.