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Ciudad y Sus Signos - Mario Margulis

Apr 06, 2018

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    La ciudad y sus signos

    Mario Margulis

    La ciudad como texto

    LANOCINDE CULTURA REMITEASISTEMASCOMPARTIDOS de cdigos de la sig-nificacin que hacen posibles la comunicacin, el reconocimiento y la inte-raccin. Nos habla de mundos de signos, de sentidos, de sensibilidades, deformas de percepcin y apreciacin, histricamente constituidos y que con-

    tienen seales de los procesos sociales que han incidido en su gestacin.El lenguaje es el cdigo simblico por excelencia y el que mejor abarca

    la trama de lo social. Como construccin histrico-social de los hombres,refleja en su intimidad los modos en que cada cultura va organizando suspercepciones, sus afectos, su relacin con el entorno natural y social.

    La ciudad, como construccin humana, tambin da cuenta de la cultura.Como construccin social e histrica, va expresando los mltiples aspectosde la vida social y transmitiendo sus significaciones. No es un sistema de sig-

    nos tan estudiado y manejable como el lenguaje, pero igualmente puede serconsiderada expresin de la cultura y texto descifrable.Nuestro punto de partida es, consecuentemente, que desde la perspec-

    tiva de la sociologa de la cultura, es decir, desde el mbito de los siste-mas significativos, desde el inters por los cdigos que hacen posible la co-municacin, la interaccin, el reconocimiento y la identidad, podemos leerla ciudad como si fuera un texto. Para Roland Barthes la ciudad es un dis-curso, y este discurso es verdaderamente un lenguaje: la ciudad habla a sushabitantes.1 La ciudad no slo funciona, tambin comunica2 y desde este

    1 Roland Barthes, La aventura semiolgica, Barcelona, Paids Comunicacin, 1990,p. 260.

    2 disfrutamos de la arquitectura como acto de comunicacin, sin excluir su funciona-

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    ngulo podemos leer e interpretar en ella las numerosas huellas que va de-jando la accin prolongada de sus habitantes, las construcciones de sentidoque va imprimiendo la dinmica social, que se manifiestan comouna escri-tura colectiva que es descifrable en sus edificaciones, en sus calles, en lacirculacin, en los comportamientos. La metfora escritura colectiva, em-pleada en numerosos casos por la literatura al referirse a la ciudad, indicaque sta puede ser descifrada como si fuera un texto, que contiene en susestructuras de significacin las huellas de los procesos histricos con suconflictividad y sus disputas que han dado lugar a su construccin, inclu-yendo las estrategias urbansticas, las elecciones estticas y las decisiones

    polticas.La ciudad es comparable a la lengua,3 construida por mltiples hablantes

    en un proceso histrico que da cuenta de interacciones y de luchas por laconstruccin social del sentido. La ciudad, al igual que la lengua, refleja la cul-tura: un mundo de significaciones compartidas. Elhabla puede homologarse,en el caso de la ciudad, con las prcticas, los comportamientos, las acciones,los itinerarios, las transformaciones que van construyendo la ciudad, los usosque sus habitantes hacen de ella. En este caso, el habla que va constituyen-do la ciudad no se reduce a las acciones e interacciones comunicativas de sushabitantes, la presencia del poder que tambin influye en la lengua es,en la construccin de la ciudad, mucho ms fuerte. El poder en sus diferentesformas de manifestacin el poder estatal o el poder concentrado en lo

    lidad. Umberto Eco,La estructura ausente. Introduccin a la semitica, Barcelona, Lumen,1972, p. 325.

    3 La oposicin lengua/habla es incorporada a la Lingstica por Ferdinand de Saussure,

    y su empleo es central en las corrientes de la semiologa y de anlisis del texto (principalmentela Escuela Francesa).Lengua apunta al aspecto social del lenguaje, al conjunto de palabras y re-glas para su uso, a la acumulacin histrica, el tesoro acumulado por las prcticas del habla.El habla refiere a la accin, al uso de la lengua, a las prcticas de los sujetos que emplean, en lamedida de sus posibilidades y de su capital cultural, la lengua. Para algunos autores Barthes,Vern, Martinet, lengua/habla constituye una oposicin anloga a cdigo/mensaje y a estruc-tura/accin. La lengua es virtual, nadie la posee en su totalidad ni est materializada en ningu-na parte. El habla es material y la significacin plena de esta oposicin emana del lazo dialcticoque une a ambos trminos. (Vase Barthes, op. cit., pp. 21-36; Oswald Ducrot y Tzvetan Todorov,Diccionario enciclopdico de las ciencias del lenguaje, Buenos Aires, Siglo XXI, 1994, pp. 143-149). Por otra parte, Pierre Bourdieu destaca la necesidad de instalar, en el interior de esta te-mtica, el peso de las condiciones econmicas y sociales que inciden en la capacidad mayoro menor de los hablantes para usar adecuadamente la lengua y los aspectos vinculados al po-der y la dominacin, que inciden en su constitucin como lengua legtima. (Vase PierreBourdieu, Qu significa hablar? Economa de los intercambios lingsticos, Madrid, EdicionesAKAL, 1985, cap. I)

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    nivel lingstico, y dentro de ste, en sus distintos planos temticos.5 Podraparecer osado apelar en esta presentacin de los aspectos significativos de laciudad a la teora de Wittgenstein sobre los juegos de lenguaje; sin embar-go, este filsofo tambin compara la ciudad con el lenguaje y afirma: nues-tro lenguaje puede verse como una vieja ciudad: una maraa de callejas yplazas, de viejas y nuevas casas, y de casas con anexos de diversos periodos;y esto rodeado de un conjunto de barrios nuevos con calles rectas y regulares ycon casas uniformes.6

    Hay una larga tradicin, sobre todo literaria, que incluye de manera mso menos explcita la consideracin de la ciudad como texto. Uno de los pri-

    meros fue Victor Hugo, que homologaba a la ciudad con un libro; WalterBenjamin comparaba a Pars con una gigantesca biblioteca atravesada por elSena; Borges, perceptivo y sensible respecto de Buenos Aires dijo algunavez: la ciudad est en m como un poema que an no he podido contener enpalabras. Con esa frase, Borges nos dice que ha incorporado en forma sen-sible e inteligible a la ciudad, que la ciudad ha sido recibida, que est en l,apreciada, sentida, hasta cierto punto descifrada. Pero se trata de un poemainconcluso, an no ha encontrado las palabras, falta el lenguaje para trasmi-tir, para emitir el mensaje, para completar su proceso de interpretacin de laciudad y poder conversar con nosotros, instaurar el dilogo sobre la ciudadque tenemos en comn. Este poema interno, an no expresado, seala unproceso hermenutico incompleto. Borges siente dentro de s a la ciudadcomo un poema de enorme complejidad, riqueza y extensin, cuyo ordenoculto, cuyas claves secretas intenta, a lo largo de su obra, expresar en pala-bras. Slo que no a la manera del detestado primo de Beatriz Viterbo, posee-dor del Aleph,7 al que malversa utilizndolo de modo trivial para ofrecer

    5 Desde este punto de vista, el lenguaje como parte de una forma de vida puede serconcebido como un repertorio de juegos, cada uno con sus reglas propias, en que intervienenpalabras y acciones. As la ciencia, la religin, la poltica, la vida cotidiana, etc., se articulan yse comunican por medio de mltiples juegos de lenguaje, cuyas caractersticas y texturaslgicas son peculiares de cada esfera. Jos Nun, La rebelin del coro. Estudios sobre laracionalidad poltica y el sentido comn, Buenos Aires, Ediciones Nueva Visin, 1989, p. 20.Para ampliar la nocin de juegos de lenguaje, vase Ludwig Wittgenstein,Investigacionesfilosficas, Mxico/Barcelona, UNAM/Crtica, 1988.

    6 Wittgenstein, op. cit., apartado 18, p. 31. Es apropiado aclarar que he encontrado estareferencia en el excelente artculo de Jos Nun, Elementos para una teora de la democracia:Gramsci y el sentido comn, p. 84, incluido en Nun, op. cit., pp. 67-100.

    7 En su cuento El Aleph Borges se burla de uno de sus protagonistas, Carlos ArgentinoDaneri, en cuya casa, ms precisamente en un ngulo del stano, haba un Aleph, o sea ellugar donde estn sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ngulos.Daneri utilizaba las maravillosas posibilidades que el Aleph le brindaba para redactar un inter-

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    una transcripcin literal, fotogrfica y por lo tanto falsa y banal del mundoque atisba. Lo que Borges busca es expresar la ciudad nica y mltiple, sen-tida, percibida e interpretada, la ciudad oculta y verdadera, buscando laspalabras justas e irremplazables que le permitan compartirla.

    Imaginarios de la ciudad diversa

    El espacio, las calles, los edificios y el paisaje urbano son significantes. Ca-minar por la ciudad lleva consigo la posibilidad de recibir e interpretar mlti-

    ples mensajes que hablan a sus habitantes, emiten seales e intervienen enlos comportamientos. El habitante que tienecompetencia cultural para com-prender su ciudad puede interpretar, en diversas dimensiones, las sealesque sta contiene y descifrar, en la marea semiolgica contenida en el espa-cio urbano, signos sensibles, estmulos, seales de identidad, prescripcioneso prohibiciones que orientan sus prcticas. La competencia del nativo indicaque su uso de la ciudad es una prctica cultural que permite el interjuego, lacomunicacin no explcita entre los habitantes, la posibilidad de eleccinentre mltiples trayectorias y, an ms, una precaria armona en las transgre-siones y formas de operar, de modo que el cmulo de agresiones (provenien-tes del ambiente, de los vehculos, del ruido o de los vecinos) no llegue ahacer estallar el funcionamiento habitual ni interrumpa el fluir de la ciudad.El nativo posee saberes que le permiten emprender trayectorias complejas,la convivencia con diversas tribus en el espacio urbano.

    La competencia ciudadana indica la capacidad de actuar con eficacia,abrirse camino en el laberinto de signos que la ciudad emite. Es preciso po-der descifrar esos signos, hacer una labor de recepcin, de lectura y com-

    prensin que permita orientar las acciones. Unaperformance eficaz obliga aun desciframiento automtico de sus mltiples seales, y ello implica poseer,tal vez sin tomar conciencia de ello, un tesoro de saberes.

    Los significados pasan, los significantes quedan, afirma RolandBarthes,8 y esta frase podra aludir, en el caso de la ciudad, a la permanenciade los objetos (calles, edificios, monumentos) y al cambio en su significa-cin. Los estudios sobre el lenguaje revelan que las palabras superponen,

    minable poema con el cual pretenda versificar toda la redondez del planeta; en 1941 ya habadespachado unas hectreas del estado de Queensland, ms un kilmetro del curso del Ob, ungasmetro del norte de Veracruz, las principales casas de comercio de la parroquia de la Con-cepcin etc. etc., Jorge Luis Borges, El Aleph, Buenos Aires, Losada, 1952, pp. 138-155.

    8Barthes, op. cit., p. 262.

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    con el paso del tiempo, nuevos modos de significacin. Su uso en otros con-textos va imponiendo sentidos renovados a un viejo significante, que no obs-tante conserva en su intimidad restos de sus antiguos usos: diversas capas designificado ocultas en el espesor de la palabra. En el caso de las ciudades,pueden hallarse situaciones anlogas: configuraciones urbanas que han per-sistido que han sobrevivido al paso del tiempo y conservado sus rasgosmateriales van adquiriendo, sin embargo, una nueva significacin. Partesde la ciudad son decodificadas de modo diferente por las varias generacio-nes, que les otorgan distinto uso o bien las perciben y vivencian de maneranueva, porque cada nueva generacin se socializa con nuevas pautas de per-

    cepcin y apreciacin. Los significantes urbanos son percibidos, usados yapreciados de modos diferentes por los variados grupos que en ella habitan;cada grupo les otorga significaciones no coincidentes y a veces muy distin-tas, que varan en funcin de sus cdigos culturales de clase, de etnia o degeneracin. As, los integrantes de diferentes grupos que habitan la ciudadestn relacionados entre s por variables generacionales, tnicas o tribales ycomparten cdigos culturales, entre ellos modos de percibir y de apreciar. Lamisma ciudad, sus calles, casas o paisajes, son percibidos y descodificadosde modo dismil: podra afirmarse que cada uno de esos grupos imagina yvivencia una ciudad distinta. Habra entonces, en cierto modo, ciudades pa-ralelas y simultneas, pero diferentes si se las distingue desde la intimidad delas vivencias de los diversos grupos de habitantes.9 Cada una de las subculturasque conviven en la ciudad posee sus propios dispositivos epistmicos queoperan sobre su modo de percibir la ciudad. A veces personas de distintasgeneraciones o sectores sociales comparten el mismo tiempo y espacio, ytransitan por una ciudad que se vuelve subjetivamente mltiple: modos de larealidad que se superponen sin tocarse, en mundos de vida que responden a

    historias, ritmos, memorias y futuros diferentes.La ciudad cambia por las acciones que en ella se desarrollan y por la

    articulacin material y simblica de su tiempo y espacio. La ciudad es distin-ta entre el da y la noche. La ciudad nocturna es escenario de otros actores,escenarios, movimientos y vivencias. Es el tiempo de los jvenes, que usanla nocturnidad como mbito de mayor libertad para la fiesta y la diversin.10

    Tambin el tiempo de los trabajadores nocturnos y de escenas menos atracti-vas en guardias de hospitales, comisaras y velatorios.

    9 Las ciudades, como los sueos, estn construidas de deseos y temores, aunque el hilode su discurrir sea secreto, sus normas absurdas, sus perspectivas engaosas, y cada cosa es-conda otra. Italo Calvino, Las ciudades invisibles, Barcelona, Minotauro, 1990, p. 58.

    10Cfr. Mario Margulis et al.,La cultura de la noche: la vida nocturna de los jvenes deBuenos Aires, Buenos Aires, Biblos, 1997.

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    El habitante de la ciudad vivencia algunos espacios urbanos de mododiferencial. Hay territorios ms cargados de afectividad, recuerdo y memo-ria. Partes de la ciudad ms ligadas con su uso cotidiano y con recuerdos delpasado: el barrio, las calles que se recorren todos los das, o bien otras zonasde la ciudad, menos inmediatas y ms indiferentes. Culturas y subculturas semanifiestan en las prcticas, que son su forma activa de expresin en la vidacotidiana.

    La ciudad es tambin, y sobre todo, sus habitantes. La ciudad expresa lacultura compartida por quienes la habitan. No es slo objetos: edificios, calles,arquitectura; ms all de que stos van dando cuenta de las caractersticas

    culturales de quienes los habitan, es tambin el movimiento, los lenguajes,los comportamientos, las vivencias y modos de vivir de sus habitantes. Laciudad se manifiesta, tambin, en el ritmo que le imprimen los ciudadanos,en sus itinerarios y en los usos de la ciudad. La ciudad se manifiesta, asimis-mo, en el paisaje humano, en cmo se camina ritmos, cadencias en cmose habla, en los idiomas, acentos y dialectos.

    La ciudad es inteligible para sus habitantes, que poseen los cdigos queles permiten descifrar y apreciar. Esta inteligibilidad vara segn el vnculoque el ciudadano tenga con cada lugar de la ciudad, con la historia y memo-ria que lo relaciona en forma intelectual y afectiva desde la emotividadhasta la indiferencia con cada sitio, calle o barrio. En los habitus11 incor-porados que refieren a la ciudad, en los usos que se hace de ella, en loscdigos y en las prcticas influye la historia personal, familiar y barrial, elsitio ocupado en la ciudad y la diferente carga afectiva y cognitiva relaciona-da con los diferentes lugares. Desde el punto de vista subjetivo, vara elgrado de comunicacin, de intimidad, la significatividad de cada espaciourbano; de all la sensibilidad hacia las modificaciones. Todo cambio, toda

    demolicin suelen ser vividos como agresin. El nuevo rascacielos que alte-ra el cielo familiar, la irrupcin en la calle de la infancia de nuevos comercioso edificios que alteran el paisaje preservado en la memoria, la apertura en elbarrio de una avenida o una va rpida, se experimentan como un ataquefrente al que no hay derecho a la defensa. Existe un derecho al paisaje urba-

    11 Para Bourdieu, habitus se refiere a un sistema de disposiciones para la prctica, para laaccin. Incluye formas de percepcin y esquemas para apreciar e interpretar. Habitus sugiereuna lgica prctica que define la relacin ordinaria con el mundo. (Vase Pierre Bourdieu,Cosas dichas, Barcelona, Gedisa, 1987, pp. 84 y siguientes). Tambin se podra considerar elhabitus de clase (o grupo), es decir el habitus individual en la medida que refleja o expresa el declase (o grupo) como un sistema subjetivo pero no individual de estructuras interiorizadas,principios comunes de percepcin, concepcin y accin. Bourdieu, El sentido prctico,Madrid, Taurus, 1991, p. 104.

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    no familiar, a la memoria? Es posible oponer obstculos a la expropiacindel capital simblico del barrio? En nombre del progreso, con el amparo de lalegalidad, el pasado contenido en edificios y vivencias sucumbe irreversible-mente. Todo habitante construye marcas simblicas que definen su espaciopersonal, que sustraen una parte de la ciudad del anonimato, que la vuelvenpropia y familiar. Este proceso consiste en la transformacin del territorio enlu-gar, que ocurre en el plano de la subjetividad con la depositacin de identi-dad y de afecto sobre algunos espacios urbanos.12

    Pero la expropiacin de la memoria, el avance irremediable de nuevospaisajes urbanos, de nuevas funciones, flujos y ritmos, no atae solamente al

    habitante individual; la ciudad resultante de esas transformaciones particula-res es asunto pblico, concierne a los ciudadanos y a su identidad, porque laciudad es antes que los edificios y perfiles arquitectnicos que tienden aigualarse a lo largo del planeta la depositacin de smbolos y de sentidos,de usos y de formas culturales que son creacin histrica de sus habitantes.En ese sentido Armando Silva sostiene: la ciudad aparece como una densared simblica en permanente construccin y expansin.13

    La ciudad es tambin construccin de imaginarios, cristalizacin defetiches que emanan del sistema mercantil. Las representaciones colectivasestn influidas por los sesgos ideolgicos que operan sobre la construccinsocial del sentido e inciden en la significacin de toda clase de objetos.

    La labor de buscar y descifrar las seales impuestas por un sistema so-cial en el que impera el fetichismo de la mercanca, imponiendo su influenciaalucinatoria a la ciudad y sus contenidos (calles, casas, objetos, espejos),parece haber sido uno de los ejes centrales de la vasta labor realizada durantems de una dcada por Walter Benjamin (1892-1940) en la ciudad de Pars.Dedicado a interpretar esta ciudad, y sobre todo sus famosos pasajes, en

    los que toda clase de comercios ofrecan sus variados productos, Benjamin

    12 Segn Aug El lugar antropolgico, es al mismo tiempo principio de sentido paraaquellos que lo habitan y principio de inteligibilidad para aquel que lo observa. Marc Aug,Los no lugares, espacios de anonimato, Barcelona, Gedisa, 1993, p. 58. Para complemen-tar, conviene agregar la siguiente cita del mismo autor y texto: Si un lugar puede definirsecomo lugar de identidad, relacional e histrico, un espacio que no puede definirse ni comoespacio de identidad, ni como relacional ni como histrico, definir un no lugar, p. 83.

    13 Armando Silva, Imaginarios urbanos. Bogot y So Paulo: Cultura y comunicacinurbana en Amrica Latina, Bogot, Tercer Mundo Editores, 1994, p. 23. Y este autor agrega:Lo que hace diferente a una ciudad de otra no es tanto su capacidad arquitectnica, lo cual haquedado rezagado luego de un urbanismo unificador en avanzada crisis, cuanto ms bien lossmbolos que sobre ella construyen sus propios moradores. Y el smbolo cambia como cam-bian las fantasas que una colectividad despliega para hacer suya la urbanizacin de una ciu-dad, p. 23.

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    deambula por Pars y trabaja en su desciframiento. Sigue la tradicin euro-pea del flneur14 y el potico e incitante testimonio de su labor se halla,sobre todo, en su gigantesca obra inconclusa, Passagen-Werk (editorialSuhrkamp, 1073 pginas).

    Esta obra, ahora en proceso de edicin en ingls por Harvard Press, apartir de manuscritos inconclusos elaborados por Benjamin durante su pro-longada estada en Pars, fue milagrosamente preservada de la guerra y lainvasin nazi por Georges Bataille, entonces empleado en la Biblioteca Na-cional a la que Benjamin concurra asiduamente.

    El trabajo de Benjamin sobre los pasajes era pertinente, sobre todo, para

    la primera mitad del siglo XIX en que buena parte de la ciudad de Pars estabaconstituida por barrios aislados, con callejuelas enmaraadas y reminiscen-cias de su pasado medieval.15 Los pasajes eran amplios corredores practica-dos entre bloques de edificios y comunicaban entre s calles paralelas. Deesta manera superaron el aislamiento de muchos sectores urbanos y los pu-sieron en contacto entre s para el trnsito peatonal. En los pasajes floreci elcomercio: toda clase de mercancas se concentraban en los lujososmagasinsde nouveauts. Acortaban las distancias y constituyeron el mbito perfectopara elflneurde Pars.

    14 Se refiere al individuo que pasea o vagabundea por la ciudad, con espritu abierto yperceptivo. Walter Benjamin utiliza la figura del flneur, y tal vez lo sea l mismo al recorrerPars, ciudad que busca captar y descifrar. Tambin Baudelaire, estudiado por Benjamin, descri-ba e interpretaba en una serie de crnicas (folletines publicados en peridicos de su poca) latransformacin que experiment Pars en la poca del Barn Haussmann. (Vase MarshallBerman, Todo lo que es slido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad,Mxico, Siglo XXI, 1989; Charles Baudelaire,El Spleen de Pars, Barcelona/Mxico, Fonta-mara, 1989; Walter Benjamin, Poesa y capitalismo. Iluminaciones 2, Madrid, Taurus, 1972.Tambin: Anah Ballent, Adrian Gorelik, Graciela Silvestri, Las metrpolis de Benjamin, Puntode Vista, nm. 45, abril de 1993, pp. 19-27. Estos autores, sugieren la oposicin entre dos tiposurbanos: el blasy elflneur. El blases el hombre masa (p. 23). Y agregan: slo un intelec-tual puede serflneurde la ciudad del siglo XX, p. 24.

    15 Elflneurdel siglo XIX habitaba en ciudades en que se circulaba a muy poca velocidadsi comparamos con la ciudad actual. La frase Napolen anda tan despacio como Julio Cesar(Braudel) sirve tambin para evocar los ritmos que imperaban en las ciudades del siglo XIX, enlas que los medios de transporte urbanos, individuales y colectivos, se sustentaban en la traccina sangre. Los ferrocarriles, desde los inicios del siglo XIX, revolucionan los traslados entre ciu-dades, pero la circulacin interna en la ciudad sigue dependiendo del caballo, que determinabalos lmites de velocidad. La mayor valoracin del tiempo, caracterstica de la modernidad, seexpresa en la ciudad de Pars, en el siglo XIX, en un incremento extraordinario en el nmero decaballos utilizados por sus habitantes, superando en 1890 el milln el nmero de monturasindividuales, sin contar los vehculos de cuatro y dos ruedas. (Vase Renato Ortiz,Moderni-dad y espacio. Benjamin en Pars, Buenos Aires, Grupo Editorial Norma, 2000.)

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    Pero Pars vive a partir de 1850 durante el periodo de Napolen III ypor ms de una dcada una gigantesca transformacin, cuya figura em-blemtica fue el Barn Haussmann, prefecto de la ciudad. Pars experimentatremendos cambios, que son relatados entre otros por Baudelaire, en losfamososfeuilletons que publicaba en los peridicos de su tiempo.16 Despusde avanzar un tiempo por el sendero de lospasajes, Benjamin cambia elttulo de su proyecto de investigacin, que pasa a llamarsePars: capital delsigloXIXy se interna en el profundo cambio cultural que Francia experimentay que la ciudad expresa en la segunda mitad del siglo. Esta etapa comienza aser menos propicia para elflneur. Aparece en escena la multitud, se vislum-

    bra al hombre masa del prximo siglo. Los pasajes pierden importancia antela apertura de amplias avenidas, los magasins de nouveauts ceden su espa-cio ante la emergencia del Grand Magasin, la gran tienda departamental,verdadera galaxia que rene y expone infinidad de nuevas y variadas mer-cancas.

    Pars es en buena parte demolida y vuelta a construir. Se construyen losgrandes boulevares, con amplias aceras y magnficas construcciones, incor-porando las tcnicas que la poca brindaba para la iluminacin, la sanidad yel transporte. En ese proceso tambin cambian las significaciones que la ciu-dad emite. Las nuevos y esplndidos edificios, los amplios espacios, el brillode los negocios y cafs significan tambin un ataque al espacio particular delos antiguos residentes: atentan contra la memoria y el paisaje familiar, lascostumbres y hbitos barriales.17 La transformacin de Pars a mediados delsiglo XIX, signific la demolicin de muchas viviendas de sectores humildesy una mayor exposicin y comunicacin en barrios hasta entonces relativa-mente aislados. Con ello se produjo tambin un cambio en las costumbresbarriales y una mayor exposicin a los impactos de la modernidad. La me-

    moria urbana es reescrita en la nueva ciudad emergente, pero esta vez desdelas formas hegemnicas. La burguesa triunfante, pletrica de modernidad,

    16 Algunos de los relatos de Baudelaire, relativos a las transformaciones de Pars y suimpacto sobre la cultura estn recopilados en el libro El Spleen de Pars. En esta obra seencuentra un relato referido a un poeta, que en el nuevo trfago urbano, aturdido por el bulliciode los carruajes que galopan por los recientemente abiertos boulevares, pierde su aura. Esterelato puede ser considerado un antecedente del famoso ensayo de Benjamin La obra de arte enla era de la reproduccin tcnica.

    17 La obra de Haussmann, que sirvi de modelo a los proyectos urbanos de las clasesdominantes en muchas ciudades, ejerciendo su influencia tambin en Buenos Aires y en Mxi-co D. F., puede ser interpretada no slo como la expresin monumental de los sentimientos delogro de la burguesa triunfante, sino tambin como un ataque a la memoria de las clasespopulares, materializada en la ciudad que habitan, la cual luego es reescrita en trminoshegemnicos.

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    llena de confianza en el futuro y orgullosa de sus realizaciones reescribe laciudad con el lenguaje de los vencedores: construye en la ciudad de Pars elmonumento a sus logros, celebra su riqueza y el advenimiento inevitable deun porvenir sin obstculos.

    Benjamin18 seala que las consideraciones estticas no monopolizabanel proceso haussmanniano de transformacin urbana. En el diseo de la ciu-dad transformada estaban claramente presentes, tambin, aspectos estratgi-cos vinculados con la reproduccin del poder. Con la frase embellecimientoestratgico Benjamin alude a la preocupacin de Haussmann y sus planifi-cadores por temas que desbordaban la modernizacin y la esttica, orientn-

    dose tambin hacia problemas militares relacionados con el control de laciudad y su seguridad interna. Histricamente Pars haba sido escenario denumerosas sublevaciones populares: el pueblo de Pars poda resistir a ejr-citos de lnea, y lo haba demostrado en diferentes oportunidades.19 El recur-so eran las barricadas, erigidas en las estrechas callejuelas; ante ellas habansido ineficaces la caballera y la artillera.

    La eficacia estratgica de las nuevas y amplias avenidas se pone a pruebamuy pronto, con la Comuna de Pars. Cuando el ejrcito francs merced aun acuerdo con el ejrcito prusiano triunfante logra penetrar en Pars, lasfuerzas populares son derrotadas y seguidamente reprimidas.

    Son mltiples, entonces, las lecturas posibles. Se puede intentar la inter-pretacin de la cultura a partir de la ciudad considerada como un texto infini-to, un texto compuesto no slo por la configuracin de edificios vehculos yobjetos, sino tambin por sus habitantes en movimiento, sus prcticas e itine-rarios, sus acciones y la regulacin de las mismas por cdigos que no sonvisibles y evidentes. La ciudad presenta formas de articulacin del espacio,de los movimientos, de los ritmos y velocidades, que le son peculiares, y sus

    habitantes se socializan en esas modalidades del tiempo y del espacio, apre-henden e incorporan estas modulaciones en lo que tienen de general y en lopropio de los espacios especficos, los barrios, las calles. La ciudad es unagente en el proceso de socializacin, de incorporacin de cultura, y cadaindividuo que nace y crece en ella se impregna, por canales sutiles, de losritmos y cadencias, de los modos y modalidades, de los sistemas de recono-cimiento y apreciacin; aprende lenguajes y dialectos, gestos y signos queconstruyen la identidad del habitante y de cada miembro de las subculturas

    urbanas pertenecientes a los mltiples nichos culturales, sociales o espacia-les que confluyen en la ciudad.

    18 Benjamin, op. cit.19 Por ejemplo la Guerra de la Fronda, la toma de la Bastilla, lasrebeliones de 1848.

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    La ciudad desigual

    La ciudad es tambin expresin de la diferenciacin social: sta puede serleda y apreciada en sus calles y arquitectura, en la circulacin e itinerariosde sus habitantes, en el cuerpo, ropa y gestualidad de los transentes, en el p-blico de parques y jardines, en el alcance de los servicios que brinda, en elconsumo ostentoso de algunos o en los ndices de pobreza, carencia, enfer-medad y privaciones.

    La ciudad emite seales; diversos signos de bienvenida o de rechazo,de invitacin o de exclusin influyen en los itinerarios urbanos de los dis-

    tintos sectores sociales. Muchas zonas de la ciudad no son invitantes o msan, son abiertamente hostiles para aquellos que no son considerados legti-mos en ese entorno. La ciudad expresa las diferencias sociales y manifiestatodos los matices de la distincin. Teodelina Villar cometi el solecismo demorir en Barrio Sur, satiriza Borges, al contar en El Zahir el empobreci-miento de una figura de la aristocracia, cuyo itinerario descendente se expresaen la localizacin cada vez menos distinguida de las viviendas que habita,recalando en sucesivos barrios en una progresiva devaluacin denorte a sur,hasta llegar a atravesar en su cada el lmite simblico de la Avenida Rivadavia.

    La diferenciacin social se expresa de mltiples maneras en el interiorde las ciudades. Los modos de referencia para indicar localizaciones jerarqui-zadas de modo diferencial suelen ser variados: en algunos casos se utilizanlos puntos cardinales y a veces centro yperiferia. En Buenos Aires, el norteindicaba distincin, barrios en que se edificaban mejores edificios y habita-ba gente con mayor poder adquisitivo. El sur, designaba la vieja ciudad,relegada a conventillos o zonas de pobreza. En la ciudad haba un centro, alque confluan los transportes, y que concentraba las oficinas pblicas y pri-

    vadas y las salas de espectculo. Los flujos urbanos tenan que ver, y anconservan, esa contradiccincentro/periferia que todava es visible en el tras-lado cotidiano de empleados pblicos o privados de los barrios al centro, o detrabajadores de la construccin desde la periferia suburbana a los empleosurbanos. Pero la ciudad es mltiple y est en proceso de transformacin: sediversifica y cambia. El centro material y simblico se desplaza continua-mente: shoppings y restaurantes, nuevos focos de elegancia y distincin enel plano de la moda o el espectculo, se alejan del antiguo centro. Distintos

    barrios o suburbios configuran sus propios centro y periferia. Las modas y laespeculacin contribuyen a desplazar los ejes de la distincin y del consumoy cambian la fisonoma de vastos sectores de la ciudad. La bsqueda deseguridad y las nuevas autopistas generan nuevosnortes residenciales, peroahora situados en la antigua periferia, localidades suburbanas en que se edi-

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    fican barrios privados y countries. En ellos los pobladores se atrincheran,como en ciudadelas medievales, para eludir el auge de la conflictividad so-cial, producto de una lgica socioeconmica que genera una capa con altopoder de consumo y segrega un enorme nmero de excluidos, que son vivi-dos como otro peligroso.

    La desigualdad social est contenida en mltiples signos de la texturaurbana, ms o menos visibles, pero que pueden pasar desapercibidos paralos no iniciados. La ciudad se polariza entre, por una parte, un amplio sectorcon altos ingresos, cuyos miembros ms jvenes comienzan a abandonar losbarrios residenciales, al calor de la amplia oferta de unasuburbia20 dispersa,

    que les ofrece jardines, polica privada, buenos colegios, homogeneidad so-cial y cultural. El otro polo, mucho ms numeroso, el de los sectores mspobres, est instalado mayoritariamente en los vastos espacios conurbanos,en una periferia geogrfica que se ha ido alejando de los sectores centralesde la ciudad en los que se concentra el capital y, por consiguiente, las posibi-lidades de ocupacin o ingreso. Entre estos polos se extienden numerososbarrios de clase media, en gran parte empobrecida, pero que logra conservarsu ubicacin en zonas que disponen de todos los servicios urbanos y estnmenos afectadas por la distancia respecto de los lugares de trabajo. Estossectores urbanos comparten pautas culturales pero, en mltiples casos, no seajustan del todo a esas grandes clasificaciones, ya que en cada localidadsuburbana se reproducen centro y periferia, norte y sur, y en el interior delcasco urbano se encuentran zonas degradadas y bolsones de pobreza.

    Las diferencias sociales se reflejan en la vida ciudadana, en los usos ycomportamientos de sus habitantes. La diferenciacin social es portada enlos cuerpos y las vestimentas, las costumbres y los hbitos de consumo. Sonsignos que revelan la pertenencia de clase, de nacionalidad y de cultura de

    los habitantes de la ciudad; estos signos los identifican: son registrados ydescodificados en su trnsito por la ciudad. De all que haya seales de bien-venida o de disuasin que son particularmente inteligibles para sus destinata-rios, y ello regula sus itinerarios y sus consumos del espacio urbano. En todoesto incide la racializacin de las relaciones de clase, que habla de anti-guos procesos de discriminacin y exclusin.21 Existe en la ciudad de Bue-

    20 Suburbia se suele usar, sobre todo en Estados Unidos, para referirse a las zonas residen-ciales situadas en las afueras de las ciudades. Adems, parece tener una cierta connotacin declase, pues suele tambin remitir a sectores medios y altos.

    21 Esta expresin apunta a afianzar la siguiente hiptesis: que los fenmenos de discri-minacin, descalificacin, estigma y exclusin que en nuestro pas (y en Amrica Latina)afectan a grandes sectores de su poblacin la ms pobre, la que tiene menos oportunidades,la ms marginada: la poblacin de origen mestizo cuya distribucin se acerca bastante al mapa

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    nos Aires una apreciacin diferencial hacia distintos sectores, en funcin desu origen tnico y cultural, que viene relacionada, por lo general, con sunivel socioeconmico. Caractersticas de los cuerpos y de la cultura estnasociadas con la distribucin espacial de los habitantes en el territorio urba-no.22 Las fronteras de la ciudad, algunas obvias, otras fronteras invisibles,son tambin muchas veces fronteras de clase y de rasgos corporales. A gran-des rasgos podramos decir que en los barrios de clases ms acomodadaspredomina la poblacin con rasgos europeos, mientras que en la periferia,sobre todo en los sectores ms pobres, en los cordones del conurbano (conexcepcin de los enclaves residenciales dentro de ellos) predominan habitan-

    tes con rasgos latinoamericanos, en cuyos cuerpos y cultura se advierte elmestizaje y la inmigracin ms o menos reciente desde las provincias delinterior o desde pases limtrofes. Los mapas de la ciudad, cuyas lneas son aveces sinuosas, son tambin mapas de clase y de origen tnico. Las estacio-nes de ferrocarril son lugares privilegiados para observar, sobre todo en lashoras de entrada o salida del trabajo, estos traslados espaciales de habitantesdel conurbano que son portadores de rasgos distintivos de su pertenencia asectores tnicos y de clase.

    A las fronteras notorias que separan los grandes espacios materiales ysimblicos del territorio urbano el norte europeo y de clase media o alta,el sur(incluyendo el conurbano) ms pobre o marginal y mestizo se agre-gan fronteras internas, a veces slo perceptibles para sus habitantes. A vecesuna calle o avenida opera como frontera simblica entre la villa (miseria) y

    de la pobreza tienen su origen en el proceso histrico de constitucin de las diferenciacionessociales que se organiza, desde un inicio, sobre bases raciales. Este proceso persevera a lo largode siglos y hoy se sigue manifestando de modo vergonzante en las clasificaciones socialespresentes en nuestra cultura. Mario Margulis, La racializacin de las relaciones de clase, enMario Margulis, Marcelo Urresti et al., La segregacin negada: Cultura y discriminacinsocial, Buenos Aires, Biblos, 1999, p. 38.

    22 La ciudad habla, expresa la trama social que la constituye y pone de manifiesto suscontradicciones. Es posible apreciar con facillidad los fenmenos discriminatorios que en ellaanidan. El ms notorio y tambin el ms silenciado es la discriminacin y descalificacinhacia los habitantes de origen mestizo (estigmatizados con motes como cabecitas, negroso bolitas). La Capital Federal es mayoritariamente europea, pero diariamente cobija a millo-nes de personas, cuyos rasgos y color de piel revelan su ascendencia mestiza, y que habitansobre todo en vastas zonas del Gran Buenos Aires. En la Capital son ms visibles en horas detrabajo o en las estaciones de ferrocarril o de mnibus, que son zonas de intercambio. Enmuchos aspectos se aprecia la separacin espacial que se suma a la diferenciacin econmicay social. Pese a que la poblacin del rea metropolitana incluye a millones de personas conrasgos tnicos diferentes, diversas zonas de la Capital Federal evocan, por el origen europeo desu poblacin, a ciudades de Europa. Margulis, op. cit., p. 37.

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    el barrio (de clase media baja). Estas distinciones, importantes para sus ha-bitantes, operan como seales de distincin y a veces inciden en la vida coti-diana. Por ejemplo, los habitantes de las villas (llamadas de emergencia), alhabitar en viviendas irregulares, muchas veces en tierras tomadas, carecende un domicilio que pueda expresarse de igual manera que para el comn delos habitantes de la ciudad. El domicilio, una calle y un nmero, se transfor-ma en valor simblico, en factor de distincin y seal de identidad. Es peno-so para un nio de estas poblaciones declarar en su colegio (muchas vecescon mayora de nios de clases medias) que vive en una villa, lo que se poneen evidencia con el dficit en las seas de identificacin del lugar donde

    habita.Tambin el espacio se clasifica y jerarquiza por razones de origen mi-

    gratorio y nivel socioeconmico en el interior de los sectores ms pobres.As, aun las villas tienen en su interior espacios nominados y clasificados enfuncin de rdenes de jerarqua y distincin. Los sectores ms antiguos, o deciertas comunidades, se distinguen y entran en conflicto con los recin llega-dos, menos asentados, de peores viviendas, o pertenecientes a determinadascomunidades migratorias. En este sentido, las estrategias de exclusin y des-precio, que operan en las clasificaciones que estos sectores sufren y sopor-tan, son tambin adoptadas por ellos mismos con respecto a otros queconsideran inferiores, al asumir e internalizar los procesos de socializacin ylos mensajes dominantes.

    La discriminacin existente hacia los sectores no europeos de la pobla-cin los sectores mestizos provenientes en gran medida de las migracio-nes internas y de los pases limtrofes no est claramente explicitada niadmitida. Diversas denominaciones despectivas, que cambian segn la po-ca, son usadas en el lenguaje comn para referirse a estos sectores: as el

    antiguo cabecita, es ahora reemplazado por bolita, paragua o simple-mente negro. Pero no existe una palabra, que no incluya una connotacindespectiva, para designar a este sector enorme de la poblacin, el que llevaen el cuerpo las marcas del mestizaje y que ha sido sometido histricamentea formas de discriminacin y de descalificacin que se manifiestan, hoy, ensu ubicacin desventajosa en la distribucin de la riqueza y las oportunida-des. En este aspecto podramos decir que la ciudad, como texto, es ms ex-plcita que el lenguaje. Mientras que la lengua no ha acuado una palabra

    que designe y otorgue identidad a ese sector de la poblacin, y ello no esseguramente ajeno a los procesos sociales e histricos, que los han relegadomaterial y simblicamente, ya que la construccin social del sentido estvinculada con las contradicciones y disputas en el plano de lo social, la ciu-dad seala con nitidez, en los mapas de su distribucin espacial, a las zonas

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    carenciadas, los mbitos de la pobreza, habitados mayoritariamente por lapoblacin a la que nos estamos refiriendo. En este sentido la ciudad, comoreflejo de la cultura, es menos engaosa: carece de los recursos del lenguajepara eufemizar, disimular o negar, y no tiene el poder de ejercer la violenciasimblica que, en el caso del lenguaje, supone privar de la palabra identifica-dora, de su nombre, a un sector social. Darle nombre en el plano del lenguajesera reconocer su existencia y con ello hacer posible su presencia en el planode la poltica. Cmo llamar entonces a esto otro para lo cual no tenemosnombre? Porque el nombre sera su aparicin simblica en escena. No esingenuo que no tenga nombre.23

    La ciudad meditica

    La ciudad se va tornando hostil, riesgosa, poco hospitalaria. En este aspecto,como en otros, la ciudad se diversifica: perduran espacios apacibles, vida debarrio, zonas transitables; pero en muchas calles y avenidas dominan losvehculos, la velocidad, la contaminacin y el ruido junto con otras formasde violencia. En las zonas ms densas y transitadas, en el centro, son fre-cuentes los obstculos en las veredas, invadidas, privatizadas de hecho o dederecho, sucias, abandonadas, destruidas; pseudo-refugios para peatones in-vadiendo los espacios para caminar. Los vehculos para el transporte pblicoante la desidia generalizada parecen perseguir un ideal olmpico: msaltos, ms anchos, ms largos, ms veloces, ms ruidosos, ms contaminantes.Hay espacios hostiles en los que abunda el desorden y la amenaza, situacio-nes de desarreglo y hasta de caos, en vinculacin con la prdida de funcio-nalidad de los sistemas expertos, ante la indiferencia o la insuficiencia de

    la accin poltica. Tener competencia urbana supone para el habitante de laciudad disponer tambin de los cdigos necesarios para apreciar y actuarcon pericia en tales condiciones, abrirse camino en la ciudad real. El peatnque cruza en las esquinas advierte rpidamente que su acatamiento estrictode las reglas no le garantiza seguridad. Existen pautas habituales y previsi-bles de infraccin. El conductor competente se gua por las pequeas sealesde la infraccin institucionalizada, sabe predecir y evitar las maniobras y zigza-gueos de otros autos y colectivos, y juega las reglas del juego: posee los sa-

    beres y las destrezas necesarios para percibir y adecuar su prctica a los

    23 Marcelo Matellanes, Capitalismo siglo XXI: la impostergable alternativa ImperioHobbesiano o Multitud Spinozista, Sociedad, nm. 15, pp. 157-158.

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    guios y sutilezas que hacen posible desenvolverse en las condiciones exis-tentes.

    El espacio pblico, por lo menos en sus formas ms obvias y tradiciona-les calles y plazas se torna hostil, dificultoso, inseguro: espacios de puja,de disputa, de circulacin entre obstculos. Progresivamente han dejado deser espacios de comunicacin, de sociabilidad, de interaccin. El talante de lagente en la calle cambia: se torna desconfiado, el otro no es ya un conciuda-dano sino un obstculo, alguien que obstruye el paso, que me puede robar omendigar o que quiere vender. Retroceden las relaciones entre vecinos, lacalle ya no es usada por familias que sacan su silla a la vereda, por chicos que

    juegan, sino que la calle, la vereda, niegan cada vez ms su espacio para loapacible, lo ntimo, lo sociable. La calle es un lugar de transacciones, de pu-

    jas, de circulacin, de comercio, de compra-venta. En la calle hay que estaratento, defenderse.

    Se restringen cada vez ms los espacios urbanos para la sociabilidad,para la interaccin, para el dilogo. La interaccin, base de la accin colecti-va y de la poltica, pierde su espacio pblico. Los ciudadanos no encuentranen la ciudad espacios suficientes para interactuar. La velocidad, el ruido, lahostilidad, los obstculos, conducen a estrategias individuales para moverseen la ciudad con talante desconfiado y defensivo. La ciudad es cada vez me-nos un bien comn, un espacio compartido, una patria. La ciudad se va volvien-do ajena, y slo podemos confiarnos, relajarnos y eventualmente ensayaralguna sociabilidad en nuestra casa o en algn oasis privado.

    El shopping es un nuevo espacio social privatizado una calle priva-da en el que se instala una nueva sociabilidad condicionada por los mensa-

    jes del entorno, los agentes de seguridad y las insinuaciones metacomunicadasen las seales que emite el conjunto, referidas a las condiciones de ingreso y

    las pautas de comportamiento: no todos son bienvenidos: elshopping eligesu pblico; en el shopping hay que consumir, si no se consume hay que circu-lar. Confluyen la dinmica de la ciudad y, correlativamente, la de los mediosde comunicacin, para configurar nuevas formas de relacin y de vida pol-tica. El espacio pblico por excelencia es hoy el espacio televisivo (y, engeneral, la pantalla, en la que incide progresivamente Internet) y no es casualque en l se diriman los problemas de la representacin poltica. Surgen nue-vas formas de expresin de la vida poltica y se van reduciendo los espacios

    urbanos adecuados para el encuentro y las posibilidades de participacin delos ciudadanos comunes, que en su comunicacin e interaccin pueden cons-truir solidaridades; que pueden elaborar propuestas creativas al reunirse, in-formarse, interactuar. Este proceso es paralelo a la hegemona del mercado,a la crisis del sindicalismo, al retroceso de formas ms equitativas y humanas

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    de organizacin de lo econmico y de distribucin de los bienes. La polticatiende a transformarse en un ejercicio estadstico, la suma algebraica de vo-luntades aisladas. El ciudadano, se transforma en encuestado.

    La ciudad actual, acaso como consecuencia de su gran tamao, de laprogresiva dependencia de sistemas expertos, de la edificacin en altura, delenorme trnsito de vehculos, restringe los espacios para la interaccin. Ellose agrava cuando reina la impunidad, los sistemas expertos funcionan mal yes difcil usar apaciblemente, y sin riesgo o conflicto, las plazas, las calles,las veredas. El habitante de la ciudad se refugia en su casa, desde donde seasoma a la ciudad por la ventana de la televisin. La ciudad massmeditica

    contribuye al proceso de aislamiento.La ciudad expulsa o la T.V. atrae. Es difcil establecer el factor priorita-

    rio, lo cierto es que la ecuacin ciudad hostil / carencia de espacios urbanospara la interaccin y participacin / televisin abundante, contribuye a latendencia a retener a la gente en sus casas y a la gestacin de una nuevacalidad de espacio pblico centrado en la pantalla.

    La televisin se dirige a personas aisladas, a familias en sus casas. Po-cos emisores y millones de receptores que tienen escasas posibilidades dedilogo, de respuesta. Cada vez menos espacios para la interaccin. La so-ciedad slo aparece como ficcin estadstica, como rating. El espacio pbli-co reaparece y se incrementa, pero en su reencarnacin massmeditica. Hayun espacio pblico virtual, frecuentado por todos, que a todos sirve: la T.V.cuida a los nios, hace soar a adolescentes o ancianas, entretiene. Cunde lapoltica televisiva que ha sustituido, casi por completo, a las formas de acti-vidad poltica basadas en encuentros e interacciones personales. Ya no haygrandes concentraciones de personas o son cada vez ms escasas. La repre-sentacin poltica se impone ahora a travs de mquinas publicitarias y se

    vende como un jabn. El poltico debe atender a su cara y a sus gestos, debedarbien en la televisin, mostrar su perfil ms favorable, decir frases cortasy eficaces, aprender a actuar frente a las cmaras.24 Ya no hay casi accincolectiva; la televisin genera televidentes, personas pasivas y aisladas queno tienen comunicacin entre s. Aparece entonces el gran aparato de simu-lacros: simulacro de interaccin, simulacro de poltica, simulacro de opininpblica. Desaparecen el gora y la plaza pblica: lo pblico se experimentaen privado, en el aislamiento de las casas.

    Hablar de la ciudad massmeditica implica reconocer, ms all de laciudad material y visible, otra ciudad que existe como experiencia cotidiana

    24 Vase Beatriz Sarlo, El audiovisual poltico, Punto de Vista, nm. 41, diciembre de1991, pp. 18-20.

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    de sus habitantes. La comunicacin y los flujos circulan por el ter televisivoy a medida que se va imponiendo la actual revolucin tcnica que se concen-tra particularmente en el campo de la informacin y la comunicacin tam-bin la ciudad va registrando cambios, que si bien no impactan de inmediatoen el plano ms material y evidente, influyen sobre todo en sus usos y signifi-cados. En ese orden, y en el marco de la mundializacin acelerada, derivada dela comunicacin instantnea y del desarrollo de vnculos sin co-presencia cadavez ms intensos que generan en el plano virtual una desaparicin de lasdistancias, Paul Virilio acua la expresin metrpolis virtual para referirse ala progresiva interconexin entre las ciudades del mundo, por lo menos para

    algunas actividades, alterando los cdigos anteriores que regulaban los ritmosdel tiempo y el tratamiento del espacio. Desde esta perspectiva, y para ciertasesferas como las finanzas, las transacciones comerciales o las noticiaslas ciudades, situadas en distintos continentes, seran meros barrios o su-burbios de una metaciudad mundial.

    En esta metrpolis virtual la alternancia entre el da y la noche se desva-nece, una temporalidad diferente disloca en el mbito del tiempo planetariolos modos acostumbrados de regular los ritmos de actividad y descanso, his-tricamente articulados en funcin de la luz o la oscuridad: producto de lailuminacin de las telecomunicaciones, surge un sol artificial, una ilumina-cin de emergencia, que inaugura un tiempo nuevo: el tiempo mundial.25

    Conclusin

    Hemos procurado presentar a la ciudad como texto, enfatizando su dimen-sin significativa y la diversidad de lecturas posibles. Tambin nos hemos

    referido a la ciudad mltiple, a los modos distintos de vivirla y percibirla, a lasvariadas construcciones de realidad y de sistemas perceptivos que se sumana la multiculturalidad de nuestro tiempo. La desigualdad social se materiali-za en la ciudad, y en algunos aspectos sta es ms explcita que el lenguaje.Finalmente, ingresamos en el plano de la ciudad massmeditica mundovirtual superpuesto a la ciudad material y apreciamos la velocidad de loscambios y el impacto de las tecnologas de la comunicacin e informacin,que contribuyen a difuminar los lmites y oscurecer los aspectos identificato-

    rios, al convertirse, desde cierto ngulo, las ciudades particulares en suburbiosde una nica metaciudad virtual.

    25 Paul Virilio,La bomba informtica, Madrid, Ctedra, 1999, p. 23.

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    Para concluir, es importante destacar que las transformaciones que laciudad experimenta van diluyendo su condicin de lugar de encuentro conlos otros y de espacio de interaccin y participacin. Los habitantes viven ytransitan en una ciudad cada vez ms ajena e inaprensible y son clasificadosen categoras del anonimato: consumidor, contribuyente, respetablepblico, encuestado. Cambia la ciudad, se trasladan las fronteras inter-nas. Con las transformaciones en su funcionamiento varan los signos y sussignificados y ante la progresiva reduccin de las condiciones que tornabana la ciudad humana y habitable, sus habitantes se enfrentan con una crisisque erosiona el ejercicio de la ciudadana y su participacin en la construc-

    cin de la cultura.

    Postscriptum

    Meses despus de escrito el texto que antecede, los hechos ocurridos en Argen-tina proponen un nuevo examen de algunas de las hiptesis planteadas, sobretodo aquellas referidas a la carencia de espacios en la ciudad para la expre-sin y dilogo entre sus habitantes y, en general, a la crisis de la interaccinen el mbito urbano.

    En la segunda quincena de diciembre de 2001 se agudizaron las expre-siones de disconformidad y el gobierno nacional, que haba sido democrtica-mente elegido hacia poco menos de dos aos, se sinti obligado a renunciar.A esto siguieron soluciones polticas relativamente dbiles, que emanarondel Congreso Nacional con el consenso de los gobiernos provinciales.

    A partir de esa fecha, y hasta el presente (mayo de 2002), pocos mesesdespus, fue notorio el aumento en la participacin de habitantes provenien-

    tes de distintos sectores urbanos y la aparicin de nuevas y variadas formas deinteraccin. Las calles y espacios abiertos de la ciudad, las carreteras y lasplazas, se han convertido en teatro, no slo de ruidosas expresiones de pro-testa, tambin de fuerte impugnacin hacia los modos en que se desenvuelvela poltica y de reflexin y debate acerca de las formas de representacinvigentes. Los mtodos de protesta y de expresin son imaginativos y diferen-tes, desde marchas y piquetes (bloqueo de carreteras) sobre todo por parte desectores populares, hasta ruidosos cacerolazos con la intervencin de mu-

    chas mujeres de distintas edades y asambleas barriales deliberativas prota-gonizadas principalmente por sectores medios urbanos.Los acontecimientos son demasiado cercanos para poder extraer con-

    clusiones, pero es importante advertir que se ha producido un cambio signi-ficativo que ha sacudido la pasividad y la inaccin. Grandes sectores de la

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    poblacin salen a la calle, reclaman participacin, impugnan y descalificanlas anteriores formas de delegacin y la sustitucin de su soberana. El espa-cio pblico se convierte en escenario de asambleas, tienen lugar ruidososreclamos y marchas vibrantes, el protagonismo de los habitantes ha iniciadouna nueva etapa.

    Junto a estas manifestaciones, y como parte de la crisis econmica ysocial que les ha dado origen, aparecen tambin nuevas formas de solidari-dad y apoyo mutuo y originales modalidades de intercambio, producto de lainiciativa popular. Se destacan entre estas nuevas expresiones los clubs detrueque, que se han desarrollado con extraordinaria rapidez y pujanza en

    numerosos lugares de la ciudad y su conurbano, al igual que en mbitosprovincianos, como alternativa y desafo al claudicante mercado capitalista.Ponen en accin un mbito de intercambio de bienes y servicios, sin ganan-cia, sin trabajo asalariado, sin crdito y sin burocracia y, sobre todo, al mar-gen de la intervencin del estado o de las empresas. Desde luego que estasformas precapitalistas no constituyen una solucin para la situacin produc-tiva y financiera del pas, pero brindan salidas dignas a las carencias de lacoyuntura que mucha gente aprovecha y que permiten, para muchos, unamodesta posibilidad de subsistencia.

    Un eje que atraviesa esta transformacin es la profunda crisis econmi-ca, acompaada de una no menos profunda crisis en la poltica. Buena partede la poblacin, defraudada y empobrecida, pone en cuestin todo aquelloque poco antes connotaba autoridad, trtese de personas, de discursos o demensajes de los medios. Quienes medan su popularidad por votos, por en-cuestas o por rating, son ahora cuestionados y estigmatizados. La crisis, eldesempleo, la falta de dinero, la frustracin, el sentirse engaados, defrauda-dos y despojados, ha llevado a mucha gente a sacudir su inercia, a inventar

    nuevas formas de expresin, de encuentro y de protesta, a deliberar en buscade soluciones. Este es el estado en que se encuentra nuestro pas y nuestraciudad: un momento de ruptura con los antiguos dolos, una etapa de protes-ta, de indignacin, de bsqueda, de movilizacin que contrasta con la recientepasividad. La ciudad est escribiendo un nuevo texto que todava no estamospreparados para descifrar.

    Recibido: marzo, 2002Revisado: mayo, 2002

    Correspondencia: Facultad de Ciencias Sociales/Universidad de Buenos Ai-res/Marcelo T. de Alvear 2230 (1122)/Buenos Aires/Argentina/correo electr-nico: [email protected]

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