1 CIENCIA MODERNA E INTERROGACIÓN FILOSÓFICA 1 No son piedras o árboles lo que a mí me interesa, sino los hombres en la ciudad, dijo el filósofo. Al final, le resulta imposible mantenerse fiel a esta sentencia. Porque al reflexionar sobre los hombres en la ciudad fue llevado a asignarles un lugar en el mundo y a reconocer su sustancial parentesco con piedras y árboles. Lo que nos interesa a nosotros son aún los hombres en sus ciudades. Pero nosotros sabemos que ellos no pueden ser separados de las piedras y los árboles. Estamos empezando a entender también las implicaciones de tal separación. Talvez, aunque el punto es debatible y está lejos de ser obvio, nosotros sabemos más que Platón acerca de los hombres y sus ciudades. Ciertamente sabemos infinitamente más acerca de las rocas y los árboles, en un sentido banal de conocimiento. También estamos empezando a saber que este conocimiento, tan ilimitadamente eficaz en muchos aspectos, es peor que inútil en muchos otros aspectos de mucha mayor importancia. Algunos nos dirán con liviandad: nosotros nunca hemos perseguido el conocimiento sino por amor al conocimiento. No está claro que mantendrían esa línea, o que se mantendrían coherentes, si nosotros les recordáramos que el conocimiento es comprado a cierto precio, o de que hay ciertos experimentos con los que nunca soñaron comprometerse. Pero lo que por sobre todo está claro, de cualquier manera, es que ellos ya no podrían decir mejor que nosotros qué significa el conocimiento hoy. Esta fuera de duda, y de hecho fue expresamente asentado en el ocaso de la era científica moderna, que la inmensa labor llevada a cabo a través del curso de los siglos han sido también motivados en parte por la convicción de que el hombre ganaría así dominio y control sobre la naturaleza. Juzgando por los resultados de su actividad científica y técnica, el hombre debería aparecer en cambio como la más aborrecible pestilencia infligida sobre la tierra. Ante todos los eventos, estos resultados deben permanecer como recordatorios, para ser negados talvez solo bajo peligro de muerte, de que el hombre está inscripto indeleblemente en una naturaleza inigualable por ninguna de sus actividades conscientes en cuanto a su sutileza y profundidad. Esta naturaleza es de hecho para él un lugar para vivir, pero nunca será un reino que pueda gobernar. Esta nueva patología que 1 Traducción de la versión en inglés publicada en Crossroads in the labyrinth, MIT Press, trad. K. Soper y M. Ryle, Cambridge, 1984.
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Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis
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CIENCIA MODERNA E INTERROGACIÓN FILOSÓFICA1
No son piedras o árboles lo que a mí me interesa, sino los hombres en la ciudad,
dijo el filósofo. Al final, le resulta imposible mantenerse fiel a esta sentencia.
Porque al reflexionar sobre los hombres en la ciudad fue llevado a asignarles un
lugar en el mundo y a reconocer su sustancial parentesco con piedras y árboles. Lo
que nos interesa a nosotros son aún los hombres en sus ciudades. Pero nosotros
sabemos que ellos no pueden ser separados de las piedras y los árboles. Estamos
empezando a entender también las implicaciones de tal separación.
Talvez, aunque el punto es debatible y está lejos de ser obvio, nosotros sabemos
más que Platón acerca de los hombres y sus ciudades. Ciertamente sabemos
infinitamente más acerca de las rocas y los árboles, en un sentido banal de
conocimiento. También estamos empezando a saber que este conocimiento, tan
ilimitadamente eficaz en muchos aspectos, es peor que inútil en muchos otros
aspectos de mucha mayor importancia. Algunos nos dirán con liviandad: nosotros
nunca hemos perseguido el conocimiento sino por amor al conocimiento. No está
claro que mantendrían esa línea, o que se mantendrían coherentes, si nosotros les
recordáramos que el conocimiento es comprado a cierto precio, o de que hay
ciertos experimentos con los que nunca soñaron comprometerse. Pero lo que por
sobre todo está claro, de cualquier manera, es que ellos ya no podrían decir mejor
que nosotros qué significa el conocimiento hoy.
Esta fuera de duda, y de hecho fue expresamente asentado en el ocaso de la era
científica moderna, que la inmensa labor llevada a cabo a través del curso de los
siglos han sido también motivados en parte por la convicción de que el hombre
ganaría así dominio y control sobre la naturaleza. Juzgando por los resultados de
su actividad científica y técnica, el hombre debería aparecer en cambio como la
más aborrecible pestilencia infligida sobre la tierra. Ante todos los eventos, estos
resultados deben permanecer como recordatorios, para ser negados talvez solo
bajo peligro de muerte, de que el hombre está inscripto indeleblemente en una
naturaleza inigualable por ninguna de sus actividades conscientes en cuanto a su
sutileza y profundidad. Esta naturaleza es de hecho para él un lugar para vivir,
pero nunca será un reino que pueda gobernar. Esta nueva patología que
1 Traducción de la versión en inglés publicada en Crossroads in the labyrinth, MIT Press, trad. K. Soper y M.
Ryle, Cambridge, 1984.
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caracteriza su existencia somática y psíquica hoy, tanto colectiva como
individualmente, es atestiguada por el hecho de que la naturaleza reside en él
tanto como él reside en la naturalezai. Este es un hecho que difícilmente valga la
pena notar en estos días que a pesar del grado de la –posiblemente irreversible-
degradación del medio natural que el hombre ha ejercido para el éxito a través de
la aplicación unilateral de su saber-como técnico, se mantiene tan débil como
siempre para tratar los problemas de la organización colectiva humana, con los
conflictos que existen en y entre las naciones, con la miseria física de dos tercios de
la humanidad y la miseria psíquica del otro tercio.
Igualmente, de todos modos, no puede haber dudas de que la labor humana ha
estado motivada, posiblemente incluso más profundamente, por el deseo de
conocimiento por amor al conocimiento, un deseo que fue reconocido muy
tempranamente como parte de la naturaleza humana, el cual no está más cerca de
su satisfacción hoy que hace veinticinco siglos atrás. Resolver un problema es
siempre hacer surgir otros; por cada cabeza cortada de la Hydra muchas más
crecen, y nuestro cuestionamiento muestra pocos signos de agotamiento mientras
el tiempo sigue corriendo. A una teoría sigue otra, el éxito de cada una lleva
consigo las semillas de su propia destrucción qua teoría. A parte de la matemática,
donde los términos de la cuestión son diferentes, y de la pura descripción, donde la
cuestión no emerge, toda verdad científica es error diferido. Y aun así es algo más
que eso. ¿Qué es, entonces? ¿Qué es eso que buscamos en el conocimiento?
¿Debemos decir que, como todo deseo, también este está condenado a ser
perpetuamente defraudado respecto de su objeto, a ser ignorante de él y así
perderlo? ¿Debe este amor sufrir el mismo destino que aquél otro, el de mirar sin
remedio como sus adquisiciones se escapan entre sus dedos? ¿Pero cómo podemos
pensar que el objeto de una actividad tan eminentemente racional es esencialmente
imaginario? Y si fuera ¿podríamos no estar irremediablemente atrapados en un
círculo vicioso? ¿Podríamos alguna vez descubrirlo a no ser por los medios de esa
misma actividad racional, la cual, en esta hipótesis, continuaría sobre
determinándolo? Si la idea de que el conocimiento puede apropiarse de la
naturaleza es en sí misma una fantasía, mucho más debe serlo la idea de que el
conocimiento puede apropiarse del conocimiento. Es en otro sueño, el de un sujeto
absoluto y el de una pura reflexividad, que uno podría escapar de este círculo; y
este sueño –incoherente por supuesto para la lógica diurna, y gobernado
solamente, como deberíamos esperar, por la lógica del deseo- es el sueño común, e
inconsciente, del espiritualismo absoluto y del totalitarismo científico.
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La importancia practica y teórica de estas cuestiones converge. En la cara de
estos brutales contrastes entre los poderes del hombre de manipulación científica y
tecnológica de las cosas y su total incapacidad para tratar con sus propios asuntos,
entre el conocimiento exacto que posee de los núcleos de las estrellas y la densa
oscuridad que cubre lo que sucede en el piso de la tienda, se ha vuelto común, y de
hecho un lugar común, volverse al conocimiento con el propósito de culpar,
deplorar o prohibirii nuestra necesidad de superar el “atraso”iii de las disciplinas
humanas en relación a las ciencias de la naturalezaiv. La reacción es entendible, y
sus intenciones honorables, al menos si uno acepta, como nosotros aceptamos, que
la respuesta a la coyuntura histórica no puede, y no debe, ser un retorno a un
oscurantismo religioso, emocional o pseudo-político. Pero la lucidez de esta
respuesta deja mucho que desear. Cualquiera sea la confusión, e incluso el caos,
que indisputablemente reina entre las disciplinas antropológicas, no tiene ningún
sentido hablar de su atraso a menos que uno haya aceptado de antemano los
procedimientos de las ciencias que llamamos “exactas” como modelo y standart
que puede ser factiblemente aplicado fuera de su campo de origen; o lo que es
igual, a menos que uno sostenga que es tanto posible como deseable para las
ciencias antropológicas proceder en conformidad con los principios y la
metodología de las ciencias naturales; a menos, en breve, que uno ya haya
decidido que psique, sociedad e historia son objetos que no difieren esencialmente
de los objetos físicos y biológicos y que son enteramente homogéneos con éstos.
Pero esto no es evidente en manera alguna –de hecho, ni siquiera está claro que las
conclusiones del argumento estén en armonía con sus motivos iniciales. Si el
extraordinario desarrollo durante los últimos tres siglos de un tipo dado de
actividad científica ha llegado a una situación de crisis, ¿deberíamos aceptar sin
más preguntas que el remedio consiste en este mismo tipo de actividad para otras
áreas? Y si, per impossibile, tal extensión fuera a tener lugar, ¿Qué esperanza
tendríamos de ganar algo con ello? ¿Podremos olvidar que ninguno de nuestros
conocimientos de la naturaleza podría tener algún valor práctico, no nos
permitimos el derecho de usar y abusar de todo objeto natural, animado e
inanimado, en la prosecución de nuestros fines? ¿Acaso hay alguien que reclame
este derecho hoy, sea para sí mismo o para los futuros Fermis y Tellers del núcleo
humano? ¿Y es nuestra timidez a este respecto un caso del miedo del esclavo al
amo y de la moral del esclavo, un caso de superstición residual que desaparecerá
mientras progresamos hacia un espíritu más científico? ¿O es la acusada e
insuperable dicotomía entre teoría y práctica? ¿O la heterogeneidad entre el orden
humano y el natural desde el punto de vista de la práctica? En este último caso,
¿deberíamos impedir que sea posible adoptar la misma perspectiva teórica en
nuestro reflexionar acerca de ambos?
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Hay poca duda de que, si la demanda de superar el atraso de las disciplinas
antropológicas asume esta forma, se mantiene dominada por ideas que han
colaborado ellas mismas a producir esta situación y no es más que una
manifestación de esta situación. En verdad, lo que necesitamos es reflexionar sobre
el conocimiento científico contemporáneo mismo, sus problemáticas internas, sus
raíces históricas y su función social. Tan pronto como hacemos esto, nos damos
cuenta, no solo de que el conocimiento producido por las ciencias naturales no
ofrece soluciones a las cuestiones arriba suscitadas, sino también de que este
conocimiento mismo está atravesando una profunda crisis, que tiene raíces muy
profundas y consecuencias muy extensas. Esta crisis es coextensiva con el periodo
histórico que atestigua el crecimiento y la proliferación de este conocimiento, con
la forma de organización social que ha modelado y que lo ha modelado, con la
ideología ontológica que ha incorporado, con un cierto, desde ahora en adelante
sin duda eterno, momento del imaginario humano.
La crisis de la ciencia moderna y el progresivismo científico
Debemos, entonces, retomar la investigación teórica del conocimiento científico
con la precaución de que nos llevara directamente a la colisión con la visión de la
ciencia corrientemente sostenida por la mayoría del público, letrado y no letrado
por igual. De hecho, por una de esas paradojas que la historia ha hecho tan
tediosamente familiar hoy día a aquellos renuentes a nadar en su presente, la
época moderna, por todas sus omnipresentes incertidumbres, gusta de pensar de
que hay al menos una cosa de la que puede estar segura –esta es, su conocimiento.
Esto no es negar, por supuesto, aquellos extraños momentos de malestar a los
cuales sucumbe cuando recuerda que su pretensión de posesión de este
conocimiento descansa en la más atrevida de las sinécdoques, y que los fragmentos
no totalizados, y posiblemente no totalizables, de este conocimiento existen solo
como la propiedad de ciertos ramos cuyos lenguajes no tienen nada en común con
el suyo y crecientemente poco en común con cada uno de los otrosv. Ni es tampoco
negar que hay preguntas ocasionales y espasmódicas formuladas acerca de la
relación (significando de hecho una asombrosa falta de relación) entre este
presunto conocimiento y el desorden del mundo moderno, acerca del naufragio de
todos sus fines o de las ilusiones tomando los lugares de éstos, de la imposibilidad
de definir la economía de un conjunto de recursos experimentando una expansión
sin precedentes, de la desconcertante confirmación de E=m c² por medio de los
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cadáveres de Hiroshima y Nagasaki, y más recientemente, acerca del posiblemente
irreparable daño que ha sido infligido en menos de una centuria a una biosfera que
data de miles de millones de años con la ayuda de este conocimiento. Pero la
naturaleza, el valor, la dirección, el modo de producción y los productos del
conocimiento parecen permanecer más allá de la discusión; son dogmas tan
firmemente atrincherados e incuestionablemente aceptados como los dogmas de la
religión que en lo precedente mantenían poder. De hecho, así como en el pasado
solo un espíritu irracional o pervertido podía osar cuestionar la virginidad de la
Virgen, lo cual se prueba simplemente al ser fijado, así también es que hoy día sólo
aquellos que fallan al entender el significado de las palabras que pueden disputar
la cientificidad de la ciencia. Y afirmar que un compromiso es científico, hoy día, es
proclamar su excelencia. Ambos el hombre en la calle y las luminarias del espíritu
moderno comparten esta simple convicción. El “yo=yo” de Fichte se traduce hoy
en: ciencia = ciencia.
De hecho, una paradoja de dos pliegues está implicada aquí. El triunfo de
esta ideología científica y su asimiento sobre la sociedad es masivo, coincide
precisamente con el debilitamiento de su sostén en su país de origen. Se ha vuelto
obvio ahora para los científicos que la ciencia está muerta –la ciencia galileana, con
la cual Occidente ha soñado desde el 1600 y de la cual, en el 1900, se pensó que casi
se había realizado. De hecho, esto no es meramente definitivo, concepciones
particulares y aisladas que han sido exitosamente destruidas por la explosión de la
física cuántica, la teoría de la relatividad, el principio de incertidumbre, el
resurgimiento de la cosmología y el descubrimiento de la indecibilidad en
matemática. Hemos presenciado la disrupción de la concepción, el programa y la
meta de la ciencia galileana, la cual ha provisto los fundamentos de la actividad
científica y la piedra angularvi de su ideología durante los últimos tres siglos. Lo
que ha sucumbido es un acercamiento al conocimiento que constituye su objeto
como un proceso que evoluciona independiente del sujeto, el cual puede ser
localizado en un marco espacio-temporal de validez universal y absoluta
transparencia, el cual puede ser asignado a categorías univocas e incontestables (de
identidad, sustancia y causalidad), el cual finalmente es expresable en un lenguaje
matemático de ilimitados poderes, cuya coherencia interna era, así ha parecido, no
más problemática que su milagrosa pre adaptación a su objeto. En conjunción con
la manifiesta regularidad de los fenómenos naturales de gran escala, este programa
de estudio parece garantizar la existencia de un sistema único de leyes naturales
que fueran a la vez independientes del hombre e inteligibles para él. El grado en
que este programa de hecho fallo en la práctica en cuanto a alcanzar su meta fue
considerado reducible en principio –como atribuibles o bien a las limitaciones de
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una base inductiva que todo el tiempo está expandiéndose, o bien a la constante
disminución de los errores de medida. Por lo tanto, era costumbre hablar –de
hecho lo es todavía- del progreso asintótico del conocimiento hacia la ciencia, sin
siquiera sospechar que esta expresión es carente de significado si uno no posee la
asíntota que evoca, lo cual sería absurdo.
El progresivismo científico puede verse hoy en su verdadera perspectiva, como
una de las grandes y fértiles ilusiones de la historia. La ciencia ha progresado
indisputablemente, pero no a través de la acumulación de verdades, no como el
trabajo de construcción en el cual labores aisladas de diferentes trabajadores, cada
uno de ellos extrañamente condenados a ignorar el plan maestro, felizmente
combinados para producir el edificio final. Es igualmente cierto que este progreso
no consiste simplemente, como algunos en su desilusión, talvez, se ven inclinados
a pensar, en la mera eliminación de errores, la falsificación de hipótesis erradas, el
crecimiento de una flota fantasmal de teorías enfermas. La cuestión acerca de qué
es el progreso científico es, en sí misma, un problema del más alto orden –y
ciertamente no es un problema científico. Pero hay de cualquier manera ciertos
errores que es posible evitar: el error de identificar proseo científico solamente con
la suma de hipótesis rechazadas; el error de considerar la brecha de la realidad de
la ciencia y la clásica idea del conocimiento como una cuestión de ciertas
imperfecciones marginales, como un tipo de escoria residual. La ciencia contiene la
incertidumbre como su verdadero centro, tan pronto como intenta hacer algo más
que meramente describir o coleccionar y organizar hechos en una base empírica y
computacional; esto es, tan pronto como aspira a ser teoría. Y cuando nos
dirigimos a pensar en la naturaleza de la teoría misma, parece imposible que la
ciencia hubiera sido otra cosa que incertidumbre, y que el asombro es tal que
ninguno hubiera persistido tanto con sus decepciones en lo contrario.
Hoy no puede haber desilusión. Ya no es más una cuestión de dudas acerca de la
validez de esta o aquella teoría específica, ni de la tolerable oscuridad de conceptos
básicos –lo cual continua siendo una compensación sin aquella interferencia en el
negocio real de la ciencia. Porque la incertidumbre que ha arribado al curso de la
actividad científica misma, la cual ha dificultado y a la vez estimulado su
crecimiento en cada estado de su progreso, ha venido a poner en cuestión y a
representar una crisis en el marco categorial completo de la ciencia; así es como
refiere explícitamente los científicos a la interrogación filosófica. Esta interrogación
es omniabarcantevii. Porque lo que esta en juego aquí no es solamente la metafísica
durante ha apuntalado tres siglos de ciencia occidental y que ha provisto con su
concepción implícita e inconsciente del status ontológico de los objetos
7
matemático, físico, biológico, psíquico e histórico-social. Es también el marco
lógico en el cual estos objetos han sido considerados; es el modelo aceptado del
tipo de conocimiento a perseguir; el criterio de la presunta demarcación entre
ciencia y filosofía, y la situación histórico social y la función de la ciencia y de las
organizaciones y personas que la sostienen. Al mismo tiempo, debería ser obvio
que tal investigación debería incluir un no menos radical llamado a
cuestionamiento a la filosofía misma. Porque una absoluta separación entre ciencia
y filosofía no puede ser imposible desde el punto de vista de la ciencia y a la vez
necesaria desde el punto de vista de la filosofía. En este respecto, y a pesar de toda
apariencia de lo contrario, la misma posición es compartida: por una epistemología
positivista que mantiene que la construcción de una ciencia “exacta” no tiene
ninguna relación con alguna consideración “inexacta” acerca de significado, valor,
etc.; y por una filosofía como la de Heidegger que considera la diferencia
ontológica como absoluta, cree que es posible “pensar el ser” separado de los entes,
y al hacer eso necesariamente permanece prisionero de una cierta concepción de lo
que los entesviii son, no menos que del lenguaje particular correspondiente a esa
concepción, ambos aspectos formando el único circulo en el cual es posible pensar.
Los fundamentos de las matemáticas y la indecibilidad
En el caso de la matemática, la crisis se ha desarrollado con toda la
inexorabilidad de un guion de tragedia griega, hybris trayendo sobre sí la
inevitable némesis, y la catarsis asumiendo la pureza de una prueba matemática
acerca de una imposibilidad radical. Pocos de hecho eran los signos del inminente
colapso dentro del imponente imperio que la matemática, a través de sus sucesivas
conquistas de nuevos territorios y su unificación bajo leyes sistemáticas, había
establecido como el giro del sigloix; por el tiempo, esto es, cuando Hilbert, en 1900,
con incluso menos razón que Edipo para desear el conocimiento a cualquier precio,
sugirió a los matemáticos del mundo reunidos en Paris que la prueba de la
naturaleza no contradictoria de la matemática era uno de los puntos problemáticos
que era su tarea resolver en el curso del siglo XX. Tres años más tardes el problema
explotó en sus caras cuando la paradoja de Russell fue publicada como un
comentario al principal trabajo de Frege, declarando este último que el trabajo de
su vida yacía en ruinas. Durante el periodo de agudo conflicto que siguió, los
matemáticos se encontraron divididos en diferentes campos, siendo determinadas
las líneas de demarcación por las respuestas que daban a preguntas como: ¿Qué es
8
el objeto de la matemática? ¿Qué hay que entender por existencia y por prueba, y
además por verdad matemática? ¿Cuál es la naturaleza de la actividad del
matemático? Muy pronto se vieron llevados a adoptar los términos realismo
platónico, nominalismo con el fin de caracterizar sus opiniones o las de sus
adversarios, y esta nomenclatura es de hecho apta para ello.
En un esfuerzo por resolver el conflicto y “por eliminar del mundo de una
vez y para siempre la cuestión de los fundamentos”, Hilbert fue llevado a construir
la metamatemática –en reconocimiento del hecho obvio de que la cuestión de la
coherencia de la matemática no es una cuestión matemática, y por lo tanto no
puede ser discutida entre matemáticos y solamente con recursos matemáticos. Las
ganancias formales fueron considerables, pero uno todavía está inclinado a
preguntar, desde un punto fundamental, si realmente hubo alguna ganancia, en
tanto toda la discusión de la metamatemática (o de un meta lenguaje de cualquier
grado) puede en última instancia tener lugar sólo dentro de la densidad y
polisemia del lenguaje ordinario –o lenguaje sin más. Pero hay un gran acuerdox
sobre esto, en tanto el inmenso trabajo de Hilbert forjó las grandes armas con las
cuales, unos años más tarde, un joven y por entonces desconocido matemático iba
a proveer una rigurosa prueba del hecho de que un sistema formalizado no trivial
(uno lo suficientemente rico para contener la aritmética de los enteros naturales)
necesariamente incluye proposiciones indecidibles, e iba a mostrar que es
imposible demostrar la naturaleza no contradictoria de tal sistema dentro de los
términos de ese mismo sistema (Gödel, 1931). Entonces se creó una situación
epistemológica completamente única y extremadamente paradójica. En un sentido,
los teoremas de Gödel no tienen importancia real; pero en otro sentido presagian
total e irremediable desastre. En el supuesto de que en algún futuro talvez nos
encontremos con un teorema que contradiga otros teoremas previamente
aceptados, la salida probable podría ser un reajuste tal del sistema que pueda
salvaguardar el cuerpo principal al costo de algunos de sus componentes
periféricos; la suposición es en si misa altamente improbable. Pero, y este es
precisamente el punto, esto no es más que improbable. Incluso si todas las
partículas elementales del universo fueran matemáticos probando cada uno un
nuevo teorema por segundo y continuaran así por quince mil millones de años sin
producir ni una sola contradicción, la lógica de la situación permanecería no
afectada: podría siempre permanecer lógicamente posible que una contradicción
emerja, y que la coherencia del sistema nunca sea más que una conjetura
altamente probable. Ahora, si un voluntario matemático se compromete en nombre
de sus compañeros científicos a calcular la probabilidad de una proposición, basa
su cálculo en teoremas existentes y nunca se inclina a considerar equivalente una
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proposición probable respecto de un teorema de x% probabilidad, ni tampoco a
considerar equivalente un teorema respecto de una proposición de probabilidad 1.
Los principios inductivos consideran la probabilidad como mensurable a lo largo
de una escala continua, pero en una disciplina deductiva hay una brecha insalvable
entre una proposición que es verdadera, o sea apodícticamente necesaria, y otra
proposición de cualquier tipo de probabilidad. Sí, tenemos una ciencia
rigurosamente deductiva –la única que poseemos- que no debe nada a la
experiencia pero que es capaz de ser falsada por un hecho de experiencia: no un
hecho empírico, por cierto, sino el acto de un matemático. Por lo tanto, los
matemáticos de aquí en adelante tendrán que vivir permanentemente con las
preguntas acerca de los fundamentos, preguntas que son tan ineliminables de sus
mundos como de este.
Sería difícil sobreestimar la importancia filosófica de esta situación. La
fascinación que la matemática ha despertado en la filosofía, desde Pitágoras y
Platón a Kant y Husserl, no ha sido debido a, como frecuentemente se ha dicho, a
la creencia de que las matemáticas ofrecen un paradigma de absoluta certeza;
Platón sabía perfectamente bien que descansaba sobre meras hipotheses. Pero las
matemáticas fueron de hecho pensadas como el modelo perfecto de la certeza
hipotético-deductiva: una vez que la cuestión de la “verdad” de estas hipótesis se
ha puesto en suspenso (una cuestión que finalmente ha llegado a ser considerada
sin significado en el contexto de la matemática, lo que desde otro punto de vista
genera problemas considerables), el sistema de la inferencia matemática parece
ostentar una certeza apodíctica. Por lo tanto, se suponía que teníamos referencia a
un dominio donde solo el “contenido” permanecía contaminado por un status
hipotético, pero donde al menos la “forma” –el tipo de concatenación necesaria de
proposiciones- parecía ser absolutamente categórico. Los dos teoremas de Gödel, y
los restantes teoremas de indecibilidad que proliferaron desde entonces, han
puesto fin de una vez por todas a esta idea. Incluso algo más importante, han
sembrado dudas sobre la posibilidad de una lógica rigurosa en la única área donde
parecía compatible con cierta fecundidad. A pesar de las innumerables discusiones
que han tenido lugar desde que Gödel probó sus teoremas, la filosofía no ha
afrontado realmente las implicaciones de esta situación.
Los problemas que han surgido no pueden ser solucionados por la construcción de
metalenguajes y metasistemas en los cuales uno prueba la naturaleza no
contradictoria del sistema del que uno ha empezado. Son reproducidos
infinitamente más grandesxi. Sabemos, gracias a un resultado absolutamente
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universal de Tarski2, que podemos interpretarxii todas las proposiciones de un
sistema formal decidible dado (y todos sus términos definibles), si nos ubicamos
provistos en un sistema más ricoxiii. Lo que esto significa, en efecto, que el posterior
incluirá proposiciones indecidibles y términos indefinibles; uno puede eludir estas
dificultad recurriendo otra vez a otro meta sistema más rico. Pero está claro que
este regreso al infinito, lejos de “resolver” las preguntas iniciales, solo sirve para
exacerbarlas; el empleo de lenguajes cada vez más ricos es equivalente a la
introducción de hipótesis cada vez más fuertes.
Una situación muy similar se encuentra en los varios intentos dirigidos a eliminar
las “paradojas” encontradas en la teoría de conjuntos. Así, por ejemplo, y aparte de
las otras objeciones a ella, la “teoría de los tipos”, sea en la formulación original de
Russell o en la más sofisticada de von Newman, solo pospone al infinito las
preguntas formuladas por el hecho de que en el pensamiento ordinario y en los
lenguajes naturales todo atributo define una clase (o, en otras palabras, toda
propiedad es una colecciónxiv). Uno puede tratar de superar esta dificultad
arreglando los axiomas de la teoría de conjuntos de manera tal que la expresión
“clase de todas las clases” resulte algo sin significado, que el objeto que designa es
“no existente”, que no todas las relaciones deben ser tomadas como reunibles en
coleccionesxv, de manera tal que “no exista un conjunto en el cual todo objeto sea
elemento”3. Pero al mismo tiempo, es claro que o bien la teoría de conjuntos es una
teoría vacía (sin objeto), o bien que hay algo que es conjunto en general, el objeto
de una teoría así llamada, y los enunciados de tal teoría son válidos para todo
conjunto. Si entonces se afirma el enunciado: “la teoría de conjuntos concierne a
todos los conjuntos” no pertenece a la teoría misma de conjuntos (en la cual éste no
tiene ningún significado), pero es el enunciado de una meta teoría, el argumento es
irrefutable –pero fútil. Porque esta meta teoría está en cambio obligada a
considerar la propiedad de “ser un conjunto” como ser reunible en una colecciónxvi,
y a decir, por ejemplo, que un conjunto forma una “clase”; o bien, a afirmar que
consideramos una colección de objetos…que será denominada un universo”,
siendo los conjuntos los “objetos” de este universo; luego, en función de evadir la
afirmación de que x pertenece a U, uno dice que “el objeto x está en el universo
U”4. Pero es dolorosamente obvio que la proposición de en este contexto ya está
cargada con todas las paradojas de la teoría “ingenua” de conjuntos. ¿Qué significa
2 Tarski, Logic, Semantics, Metamathematics, Clarendorf Press, Oxfor, 1956, especialmente p.273-274 y 406-
408.
3 N. Bourbaki, Theory of sets, Herrman, Paris, 1968, Cap. II, 1, 7
4 J.L. Krivine, Theorie axiomatique des ensembles, PUF, Paris, 1969, p. 10.
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aquí decir de un objeto que “está en”? ¿Qué es mentado por “colección”? ¿Hay
alguna colección de todas las colecciones –y puede una colección estar “en” una
colección? Si puede, estamos inmediatamente de regreso en la paradoja de Russell;
si no puede, meramente se ha transferido la pregunta original a un nivel más alto.
Como Cineas lo hubiera expresado, bien nos pudiéramos haber quedado
tranquilos donde estábamos en la planta bajaxvii y aceptar la inicial definición
“ingenua” de Cantor, tan maravillosamente lucida precisamente porque sus
círculos viciosos y sus términos indefinibles son tan patentes: “un conjunto es una
colección de objetos definidos y distintos de nuestra percepción o pensamiento”.
Incluso una cuestión aparentemente tan simple, y al mismo tiempo tan
fundamental, y aun elemental en el sentido primario del término, es que el
ordenamiento, la arquitectónica, las respectivas posiciones ocupadas por los varios
departamentos de matemática –una pregunta respecto de la cual claramente
depende la pregunta de la validez lógica- permanece largamente abierta. Desde
que Cantor la creó, la teoría de conjuntos ha pasado a ser considerada el
departamento primario o fundamento de la matemática, siendo derivadas de ella
todas las demás ramas; y habiendo sido reformuladas, más o menos, todas las
ramas a la luz de los conceptos y resultados de la teoría de conjuntos. Este es el
punto de vista que, como bien es sabido, Bourbaki entronizó en sus Elementos de
matemática. Pero, sumados los problemas lógicos y filosóficos que presenta, ya ha
sido discutido y, talvez deberíamos decir, rechazado entre los matemáticos
mismos. Así se afirma en un trabajo reciente5: “El punto de vista adoptado en este
trabajo talvez parezca extraño a aquellos que piensan que la teoría axiomática
[énfasis del propio autor] de conjuntos ocupa el departamento primario de la
matemática (como es verdadero, quizás, en el caso de la teoría ingenua de
conjuntos)”. Que un matemático emplee el término “talvez” respecto de una
cuestión tan seria, la cuestión de la base sobre la cual uno conduce la prueba de
cualquier cosa en cualquier rama de la matemática, puede significar un
estremecimiento. Pero aquí permitámonos simplemente considerar que “talvez”
debemos permitir a una teoría “ingenua” de conjuntos (una que en consecuencia
sea no rigurosa y entrañe paradojas) esta privilegiada posición en matemáticas, ser
la sola base sobre la cual sea posible, siempre que no seamos tan inquisitivos, de
construir buena parte de la matemática por medio de la cual (por el empleo, esto
es, los recursos están disponibles por esta construcción) talvez podamos formular
una teoría axiomática de conjuntos. Lo que es problemático de esta exigencia no es
tanto su circularidad lógica, ya que en los días de la filosofía es un vicio
5 Krivine, op. cit, p. 6.
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irremediable (pero quizás el “vicio” de todo lo que existe, especialmente de todo
pensamiento), sino el hecho de que los defectos iniciales de la teoría ingenua de
conjuntos son transmitidos hereditariamente, en consecuencia contaminando la
serie entera de subsecuentes construcciones.
Así como para las dificultades lógicas y filosóficas mencionadas arriba, estas son
tan numerosas que debemos contentarnos aquí con una referencia al ejemplo más
chocante. Objetos tales como el conjunto de los enteros naturales (N), o relaciones
tales como la de orden, son presentados como constructos producidos en y por la
teoría de conjuntos, e incluso en el caso de N en un estado bastante avanzado de la
misma. Es claro de cualquier manera que los correspondientes conceptos (o
categorías o esquemas) están envueltos directamente desde el principio en
cualquier razonamiento matemático, y no pueden de hecho (como, en un sentido,
Kant ya había mostrado) ser derivados de alguna otra cosa. Toda prueba,
matemática o de otro tipo, ordenaxviii sus afirmaciones de acuerdo a la relación de
orden, y de hecho, un buen ordenamiento es necesario; en la mera construcción de
una afirmación, el orden de los signos es generalmente crucial (“hay un x tal que
para todo y…” como sabemos de ninguna manera es equivalente a “para todo y
hay un x tal que…”). En un sentido similar, los enteros naturales en efecto están
siendo invocados directamente desde el principio: sin usar “uno”, “dos” y sobre
todo “etc.” y “…” (que significa en la practica la introducción y uso efectivo del
infinito potencial) directamente no se puede progresar. De hecho, es difícil de
aceptar el argumento de Bourbaki6 de que en estos casos los números son usados
como “puntos de referencia” en algún sentido similar en que podrían serlos los
colores. Uno talvez use de hecho colores para distinguir objetos o para establecer a
cuál de ellos se estaba refiriendo, pero hablar al de una relación binaria, por
ejemplo, no puede haber negación de que es la cardinalidad del número “dos” lo
que está en cuestión. Bourbaki, de alguna manera, reconoce este hecho él mismo7
cuando enfatiza que la matemática está envuelta desde el principio en pruebas que
apelan enteramente a recursos de la matemática misma en sus usos de enteros
arbitrarios e inducción matemática; cuando habla en este sentido del riesgo de una
petitio principii (de nuevo una expresión extraña viniendo de un matemático: ¿se
supone ahora que uno debe consultar a una agencia de seguros para establecer
cuándo es o no circular un argumento matemático?), y de nuevo, finalmente,
cuando admite que no podría tener sentidoxix enseñar matemática a “seres” que no
sepan “leer, escribir y contar” (énfasis nuestro), hecho que parece obvio en sí
6 Bourbaki, op. Cit., “Introduction” p.10
7 Bourbaki, op. Cit., p. 9-10
13
mismo pero que el formalismo y el logicismo desesperadamente han procurado
siempre negar. Pero, si este es el caso, no podemos continuar hablando más de la
“construcción” de N; es a lo sumo una cuestión de reparar y repintar su frente.
La situación de la física
La crisis de los fundamentos de la matemática mantiene entonces en gran
parte una cuestión abierta, y es difícil de ver cómo podría superarse –excepto,
claro, en el reconocimiento de que la matemática no puede esperar más que
cualquier otra disciplina asegurarse un fundamento absoluto, ni de obtener alguna
otra garantía acerca de su coherencia que la que le brinda el hacer teóricoxx de sus
profesionales. Pero la matemática es al menos capaz de aislar el área de crisis
lógicamente del resto de su práctica. Esto no reduce en ningún sentido la
importancia filosófica del problema, pero permite a los matemáticos proseguir sus
estudios presentes, más allá de su importancia, a cierta distancia de ello. Esta
situación es un poco diferente en la física, donde el problema avanzan, en tanto
están relacionados a los instrumentos lógicos indispensables para la tarea del
físico, interfieren de un modo decisivo en el proceso de teorización. De hecho, no
es solo –como algunos han pretendido erróneamente- la posibilidad de una
representación intuitiva que ha fracasado con los trastornos que han tenido lugar
luego de 1900. Son las categorías mismas del pensamiento que se utilizan en la
física, y la naturaleza misma de su objeto, la naturaleza de la actividad del físico y
del físico como tal –esto es, como una comprensión científica operando- que han
sido puestas en cuestionamiento. Claramente, no hubiera sido posible aplicar el
término de metafísica a esa parte crecientemente significativa de la reflexión con
que los físicos se han dedicado a la cuestión de las ideas últimas presupuestas por
su actividad –aunque con legitima ironía Heisemberg ha comentado la actitud de
los positivistas lógicos, que con bastante felicidad hablan de metamatemática o de
metalógica pero entran en pánico si el prefijo “meta” se aplica al mundo físico8. Se
podría hablar de pre física, en tanto los conceptos en cuestión existen con prioridad
a cualquier empresa en física, incluso la más elemental. Pero en realidad no es una
cuestión de pre o de meta-física. Porque las cuestiones aquí implicadas no son
anteriores o posteriores a las físicas contemporáneas: son las físicas
8 Heisemberg, Der tail und das Ganze, Piper, Munich, 1969, p.286. Heisemberg atribuye este reproche
irónico a Niels Bohr.
14
contemporáneas. Indisociablemente ligadas a las decisiones teóricas últimas, se
convierten en un artículo central del debate en todo aumento de las apuestas
teóricasxxi. Si una línea ha de ser trazada para que los físicos puedan continuar su
trabajo negando estos problemas de principios, ello no demarcaría entre filosofía y
física teórica sino entre física teórica y lo que uno debería llamar –a pesar de su
tremenda efectividad- el extravagante trabajo empírico-experimentalxxii.
Estos problemas han sido lo suficientemente discutidosxxiii en los últimos
sesenta años, para justificarxxiv que nos ciñamos a una lista de los más importantes.
El físico esta conminado a cuestionarse acerca de su entendimiento de lo que es el
tiempo y el espacio, y acerca de qué justifica la distinción misma. La cuestión de la
frontera entre los fenómenos micro físicos y los de un observador ampliadoxxv (el
sistema formado por el observador y su aparato experimental) permanece
enteramente irresuelta. También esta irresuelta la antinomia epistemológica
formulada por primera vez por Heisenberg en 1935 entre el reconocimiento de la
invalidez de las categorías y leyes de la física ordinaria en el dominio de lo micro
físico por una parte, y por la otra la prueba de esta invalidez por medio de un
aparato construido en observancia de las leyes de la física ordinaria e interpretada
de acuerdo con sus categorías normales. Sería erróneo pensar que podemos
resolver esta antinomia -con mayor éxito que respecto de los efectos de la crisis de
la categoría de causalidad- meramente apelando a grandes números y
probabilidades, en tanto –como ha sido señalado- un evento cuántico único –al
cual no podemos asignar más que un cierto grado de probabilidad- es capaz –por
medio de un aparato experimental apropiado- de desencadenar un evento
macroscópico de un tipo que en principio esta enredado en una cadena de
relaciones determinísticas. Algunos se inclinan a pensar que la discusión de estos
problemas está aproximándose al punto de agotamiento. Nada puede estar más
lejos de la verdad, en cuanto los progresos físicos constantemente reaniman tales
problemas y generan otros de tipo similar. Podría tomarse como ejemplo la
“decadencia”, como ha sido llamada, de la categoría de “campo”xxvi, la cual
durante los últimos cien años ha si empleada con creciente predominio en la física
como un todo, que ha alimentado la (continuamente frustrada) esperanza de que
una teoría unificada pueda constituirse, pero que ahora se ha mostrado incapaz de
acoger la última señal del fenómeno “elemental”. También podría tomarse la
reapertura del debate acerca de los principios de simetría en la naturaleza, de
reversibilidad de los fenómenos elementales, e incluso de conservación. O
nuevamente, existe la persistente pero irresuelta cuestión de cómo reconciliar (o
incluso establecer alguna relación entre) la relatividad general y la mecánica
15
cuántica. Y está también el cuestionamiento de la noción misma de fenómeno
físico.
De hecho, los físicos mismos dicen que acuerdan entre ellos acerca del uso
de la mecánica cuántica, pero que están en profundo disenso acerca de su
significado y de sus conceptos fundamentales9. Wigner reconoce que, al afirmar
que el de un acto de observación –en otras palabras, un “acto mental”- se ha
convertido en el concepto primario en mecánica cuántica, no se ha hecho otra cosa
que “explicar un acertijo por medio de un misterio”. Reconoce que no hay acuerdo
en la cuestión epistemológica de si el “vector estado”xxvii (que describe un sistema
dado desde el punto de vista de la mecánica cuántica) “representa la realidad” o es
simplemente “una herramienta matemática a usar para calcular las probabilidades
de los varios resultados posibles de las observaciones”. También recuerda que “la
naturaleza auto-contenidaxxviii de la mecánica cuántica es una ilusión insostenible”,
y que “la teoría de la mecánica cuántica, si se sigue consistentemente, conduce a
difíciles cuestiones epistemológicas y filosóficas”. En cuanto a lo que a la mecánica
cuántica concierne, y en vista de las ilusiones que aún prevalecen, parece útil citar
in extenso a uno de los físicos contemporáneos más conocidos: “…la teoría
permanece generalmente insatisfactoria, no solo porque contiene lo que finalmente
parece ser algunas contradicciones, sino también porque ciertamente tiene un
cierto número de características arbitrarias que son capaces de indefinidas
adaptaciones a los hechos, de algún modo evocativas del modo en que los epiciclos
ptolemaicos podían acomodarse a casi cualquier dato observacional que pudiera
sobrevenir en la aplicación de tal marco descriptivo…”10.
La controversia –de la cual hemos hablado- respecto a la noción de
fenómeno físico, es producto de cuestiones derivadas de –al menos- dos puntos de
vistas diferentes pero en última instancia convergentes. Por una parte, la idea
tradicional de que “…los sistemas físicos existen y tienen propiedades físicas bien
definidas independientementexxix de cualquier observación de estas
propiedades…” (“hipótesis C”, como B. d´Espagnat la ha denominado, y en
conexión con la cual J. M. Jauch ha comentado adicionalmente que “…es más bien
difícil, sino imposible, decir cuál podría ser el significado exacto de una hipótesis
así…”) no es sostenible por más tiempo; en todo caso, se ha mostrado que es
9 E. Wigner en Foundations of quantum mechanics, ed. B d´Spagnat, Academic Press, Ney York y Londres,
1971, p. 4-6.
10 D. Bohm, “Quantum theory as an indication of a new order in physics” en Foundations of quantum
mechanics, p. 434.
16
incompatible con el comportamiento de sistemas cuánticos que interactúan entre
ellos –y en realidad, obviamente, todos los sistemas son de este tipo11. Por el otro
lado, las situaciones paradójicas se encuentran en el estudio de los sistemas
cuánticos en interacción llevan cada vez más a pensar que la idea de un sistema
parcial o sub-sistema “es talvez incompatible con la estructura de las leyes
cuánticas”12, lo que significa decir que la idea de fenómenos aislables o separables
es carente de sentido13. Si este es el caso, claramente amenaza la conceptualización
y –en principio- los métodos empleados por la física establecida (en el tipo
moderno, no en el clásico), que es incapaz en sus ecuaciones y en su trabajo
experimental de tratar con sistemas o aspectos parciales considerados como
separables del todo. Si, como Bohm afirma, la teoría cuántica implica “la caída de
la noción de análisis del mundo a partes relativamente autónomas, separadas pero
en interacción”14 estamos sumidos en una interminable serie de enigmas: no
podemos ya siquiera avalar conceptos como los de observador, observado y
observación; de hecho ya no es más posible afirmar con absoluto rigor (como se
sostenía en la que en un momento fuera revolucionaria y ahora es la interpretación
clásica de la mecánica cuántica, sobre la cual mucha tinta ha circulado y a la cual ni
Einstein ni Schrödinger ni L. de Broglie podrían intentar aceptar) que “lo que es
observado” es de hecho el producto de una interacción entre el observador y lo
observable. Las regularidades parciales que descubrimos a diferentes niveles de la
“realidad” física (sin la cual, por otra parte, no podríamos siquiera vivir) están
selladas por una total contingencia y se convierten en totalmente ininteligibles. El
universo, en esta interpretación, no es mas que un solo híper-fenómeno, aunque es
difícil de ver cómo el término “fenómeno” podría seguir teniendo aplicación en
tales condiciones, dado que el observador para quien hay fenómeno habría quedado
integrado él mismo dentro de este universo; y sería igualmente anacrónico hablar
de un universo cuando la mecánica cuántica parecería de hecho afirmar que ella
11
J. M. Jauch en Foundations of quantum mechanics, op. Cit., pp.28-29. B. d´Espagnat, Conceptions de la
physique contemporaine, Paris, 1965.
12 J. M. Jauch, loc. Cit., p.32
13 B. d´Espagnat, “Measure and non-separability” en Foundations of quantum mechanics, op. Cit.,pp.84-96.
M.D. Zeh, Foundations of physics, I, 1970. Esta cuestión ha vuelto con renovada fuerza en los últimos años,
siguiendo con la realización actual de equivalentes del “experimento mental” de Einstein-Podolsky-Rosen. El
resultado parece, hasta ahora, apoyar fuertmente la idea de que la “separabilidad” de fenómenos físicos es
mas que dudosa. Ver, por ejemplo, B. d´Espagnat, A la recherche du reel, Gauthier-Vilar, Paris, 1979 –Adición
del autor a la edición inglesa de 1983.
14 D. Bohm, op. Cit.
17
describe no es “…la realidad que acostumbramos pensar, sino una compuesta por
muchos mundos…”15.
Esta sola cuestión del “universo” es la más elocuente del estado caótico en
que la física se encuentra hoy: ninguna otra área del estudio teórico ha estado
sujeta por los últimos cincuenta años a tales violentos y continuos disturbios como
la astronomía teórica (o, más exactamente, la cosmología) –la única área en que la
ciencia moderna originalmente creía, sobre la base de la teoría newtoniana, que
podía encontrar pruebas triunfantes del poder de sus métodos y de la verdad de
sus resultados. Deberíamos recordar que la cosmología contemporánea no es
materia de especulación gratuita, sino la inevitable consecuencia de la observación
astronómica de suprema importancia tanto como de la necesidad de encontrar
leyes locales; y que su progreso ha tambaleado a cada paso, por los obstáculos
puestos por la inevitable necesidad de cuestionar o abandonar las categorías y
medios más elementales de conceptualización. La teoría general de la relatividad
tiene origen en la intención de Einstein de encontrar una explicación rigurosa –
dentro de los términos de la física teórica- de lo que hasta entonces había
permanecido como mera identidad “coincidente” entre la masa gravitacional y la
inercial (principio de equivalencia de Mach). Todavía se debate si logró este
objetivo. Pero de cualquier manera triunfó en vaciar los conceptos newtonianos de
espacio, tiempo y materia de todo contenido; sobre todo, ha producido ecuaciones
que -siendo igualmente consistentes con una “singularidad” en un pasado infinito,
una evolución periódica del universo o un horizonte temporal ilimitado- ha
forzado a los físicos a resucitar nociones tan misteriosas como comienzo del tiempo
o tiempo cíclico, y en última instancia a proponer la cuestión de la realidad y el
significado del tiempo. De modo similar, la paradoja de Olbers (formulada en 1826,
pero que permaneció desconocida no solo para el público educado sino para vastas
mayorías de científicos, que se vieron bien y verdaderamente sorprendidos de
aprender que nadie en la Tierra era capaz de explicar por qué de noche el cielo era
negro, o más precisamente por qué no estaba a una temperatura constante de
6000°) en cierto sentido ha sido “resuelta” por el descubrimiento del
desplazamiento hacia el rojo y su explicación en términos de un “universo en
expansión”. Pero ciertamente no hay unanimidad en la interpretación teorica de
esta expansión, y -lo que es más importante- cada una de las dos teorías rivales ha
debido abandonar principios físicos que son incluso más fundamentales (en tanto
son más abstractos) que abandonados por la mecánica cuántica. La teoría del
15
B.S. de Witt, “la interpretación de de la mecánica cuántica de los muchos universos” en Foundations of
quantum mechanics, op. Cit, p. 226.
18
estado estacionario ha debido echar por la borda el principio de la conservación de
la materia-energía (porque postula una “creación continua” de la materia en el
universo) mientras que la teoría de un “estado hiper-denso inicial” (teoría del Big
Bang) se ha visto obligada –como Fred Hoyle ha subrayado- a abandonar nada
menos que el principio de la invariancia de las leyes físicas16. Pero la cuestión
principal que ha hecho sobrevenir la cosmología contemporánea es, sin duda, la
cuestión de sus propios objetivos. ¿En qué sentido puede haber una teoría de un
objeto único? ¿Cómo se podría hablar en términos de leyes gobernando este objeto
único, el universo? ¿Puede uno mantener la separación entre objeto y leyes a este
nivel? Los cosmólogos más radicales argumentan que una teoría construida para
describir un sistema único “debería no contener ninguna característica arbitraria”,
lo que significa en efecto que no debería contener referencia alguna a “condiciones
iniciales”17. Pero en realidad, no podemos concebir una teoría física sin
“condiciones iniciales” (o “condiciones limites”) más de lo que podemos pensar en
términos de una distinción entre esencia y accidente en caso de un objeto
absolutamente único. Para cualquier sistema físico parcial, asumir sus condiciones
iniciales es –en efecto- asumir su situación en el tiempo y el espacio, y su “estado
original” –y es esto lo que, desde el punto de vista de la física teórica parece ser
“accidental”. Considerado bajo esta luz, es inmediatamente obvio que en el caso
del universo como un todo “nada puede permanecer accidental”, como dice
Sciama- excepto, como deberíamos haber agregado, el universo mismo.
Enfrentamos aquí la cuestión impuesta por la imposibilidad de emplear las
categorías de contingencia y necesidad cuando el objeto considerado es el objeto
físico último. Dar otra, pero solo aparentemente diferente, ilustración de esta
antinomia: una teoría cosmológica rigurosamente comprometida al principio de
que al hablar del universo debería evitarse toda referencia a “condiciones iniciales”
–de la cual ningún sentido real puede darse en tal contexto-, estaríamos en la
posición de tener que hacer una deducción teórica de todas las propiedades del
universo, incluyendo el hecho de que tiene cuatro o catorce dimensiones y no dos, e
incluyendo los valores numéricos de las constantes fundamentales. Como se sabe,
Eddington pasó la última parte de su vida explorando esta posibilidad, sin mucho
éxito. Pero si suponemos, per impossibile, que ejercicio de deducción fuera 16
Desde hace muchos años, la evidencia observacional (el descubrimiento de una radiación cósmica
uniforme correspondiente a la temperatura de 3° K e interpretada como un “efecto residual” del Big Bang
de la “explosión inicial” del universo) ha inclinado la balanza fuertemente contra la teor{ia del estado
estacionario. Pero esta evidencia, de cualquier modo, no permite decidir entre diferentes modelos
cosmológicos compatibles con las ecuaciones de la teoría general de la relatividad.
17D.W. Sciama, Unity of the univers, Faber y Faber, Londres, 1959, p. 145 y p. 179. Cf. También, H. Bondi,
Cosmology, University Press, Cambridge, 1961.
19
exitosamente realizado, ¿qué se seguiría epistemológica y filosóficamente
entonces? El cosmos habría sido disuelto, conceptualmente, en una colección de
determinaciones logico-matemáticas, y la cuestión que hubiera sobrevenido
entonces es por qué esta colección tendría una contrapartida “real”.
En casi el mismo sentido en que uno descubre referencias a la filosofía
clásica resurgiendo en la discusión de la epistemología matemática, así también
uno tiene la impresión de que debajo de la superficie de los debates
contemporáneos de cosmología nos enfrentamos una vez más con las antinomias
de la “dialéctica trascendental” –que las investigaciones de Kant sobre los
fundamentos de la unidad de la experiencia, y las reflexiones de Platón y de
Leibniz acerca de la unicidadxxx del universo y las posibles razones para ello.
El problema de la historia de la ciencia
Ligados como están al periodo histórico presente y al estado dado en el
desarrollo de la física, puede pensarse que estas observaciones tienen solamente un
status contingente. No han faltado grandes físicos que han pretendido que un
nuevo avance de las ciencias podría posibilitarnos, al menos en ciertos casos
(determinismo) y al precio de unas pocas complicaciones, volver al status quo ante.
Este punto de vista, que en cualquier caso ha sido abandonado ahora, es poco
sostenible. No solo porque, cuando todo se ha dicho y hecho, la crisis que afecta a
la física del siglo XX ha servido meramente para revelar algo que ha sido siempre
el caso, esto es, que toda teoría física presupone un conjunto de categorías que no
son evidentes por sí mismas, no un marco de trabajo neutral, suscitando así la
cuestión de sus interpretaciones, que desde entonces y en adelante interfiere
necesariamente con cualquier teorización de la experiencia. Y es también porque, a
la luz de esta crisis, podemos discernir otro hecho, que nuevamente debería ser
percibido directamente desde el principio, pero que incluso hoy es solo parcial y
superficialmente reconocido. Esto es que el carácter histórico – en el sentido más
estrecho: la mera diacronía- de la ciencia crea una situación en la cual el programa
clásico se quiebra, porque es absolutamente incapaz de ser pensada en los términos
de aquel programa. La concepción clásica no tiene medios para pensar una historia
de la verdad, y este es el sello, de hecho, del cientificismo esencialmente idealista o
tradicional. Este carácter diacrónico de la ciencia es una de aquellas grandes
trivialidades, incluso tautologías, análoga a hechos tales como que para poder
20
“ver” un electrón, uno debe “iluminarlo”, o que para pensar uno debe pensar algo,
o que para que un sujeto pueda tener conocimiento de un mundo real debe ser él
mismo real en cierto sentido –de lo cual de hecho enormes consecuencias se
siguen. La cuestión que despierta es la siguiente: dado que el primer científico no
estableció de un golpe el conocimiento absoluto, respecto del cual sus sucesores no
habrían tenido más que confirmar infinitamente, ¿cómo es posible y pensable en
general una sucesión de teorías físicas?
La concepción científica, que aun domina los puntos de vista de la
comunidad científica en estos puntos, solo puede permitir que es posible o
pensable por medio de una triada de nociones absolutamente inadecuadas:
sucesivas aproximaciones, generalización y adición. Fácilmente puede descartar la
idea de sucesivas aproximaciones (¿aproximaciones a qué?) que sólo puede ser
invocada en este contexto por alguien que falla por completo al entender la
naturaleza de la teoría. Es el resultado predictivo de las teorías lo que puede ser
ordenado de acuerdo a una mayor o menor proximidad a algo, no las teorías
mismas. Diferentes teorías tienen diferentes estructuras lógicas, y no son
comparables en ese sentido. ¿Cómo, entonces, puede pensarse la sucesión de
teorías? ¿Bajo qué condiciones puede un orden temporal simultáneamente
constituir un orden lógico intrínseco?
La inadecuación de las interpretaciones usuales del desarrollo de la ciencia
Se habla mucho de generalización, en el sentido de que las teorías
posteriores contienen a las anteriores como a “casos particulares”. Esta descripción
frecuentemente se sostiene de modo correcto para las cuestiones menores de la
física, pero nunca es verdadera para las mayores. Está basada, también, en una
confusión entre predicción numérica y contenido lógico de una teoría. Es imposible
tomar seriamente la formulación aceptada hoy día de acuerdo con la cual la teoría
newtoneana es un caso particular de la relatividad especial, el caso especial en el
cual c (la velocidad de la luz en el vacío) es tomada como infinita; todo lo que se
puede decir es que en la fórmula de la relatividad especial, si uno asigna a c el
valor de infinito, entonces arriba a resultados newtoneanos. Pero esto no debería
hacernos olvidar que la teoría especial de la relatividad empieza por poner como
axioma lo absurdo del axioma fundamental implícito en la teoría newtoneana, la
existencia de señales que pueden ser propagadas a velocidad infinita. Entonces
21
¿Esta uno habilitado a decir que a es una aproximación de no-a? Como Hermann
Bondi ha dicho “…hoy en día…los conceptos newtoneanos son tenidos como
insostenibles…”18. Presentar la teoría newtoneana como si fuera la primera
aproximación de algo respecto de lo cual la teoría de la relatividad es una segunda
y mejorada aproximación, es parodiar los conceptos y la estructura lógica de la
teoría; es admitir que uno no tiene ningún otro interés más que los decimales
predichos por ambas teorías; es pretender presentar un ideal absoluto de ciencia
precisamente presentándolo como una no teoría, como capaz de mezclar la más
heterogénea infusión de conceptos siempre que esté lo suficientemente bien
servida con el jugo numérico correcto. No es posible continuar hablando de la
teoría cuántica como conteniendo la física clásica como un “caso particular”; esto
equivaldría a la aserción de que el conjunto de los enteros contiene el conjunto de
los números reales como uno de sus casos particulares. Por otra parte,
contrariamente a lo que se supone, es difícil, incluso en el campo de las
matemáticas, describir avances decisivos en términos de generalización pura y
simple. Ha sido bastante bien observado que es un abuso del lenguaje hablar del
“progreso considerable” que fuera realizado para probar el ultimo teorema de
Fermat. Porque este así llamado progreso ha consistido, de hecho, en la
construcción de ramas enteras de matemática completamente nuevas
(notablemente la teoría de los números ideales) y el problema tal como se lo
concibe hoy es algo de lo cual “Fermat no tuvo idea”19 y el cual le hubiera
resultado totalmente ininteligible. Asimismo, sólo desde el punto de vista más
vacío y formal podría considerarse como generalización la transición de las
geometrías euclídeas a las no-euclídeas, o de geometrías de tres dimensiones a
geometrías de n dimensiones (sea n finito o infinito). Es algo ridículo creer y
estimular la creencia de que el pensamiento humano ha necesitado veinticinco
siglos para pasar del número 3 al número 4, 5, … cuando todo lo que se hubiera
requerido era “generalizar”. Para hacer esta transición lo que se requería no era
una generalización sino una revolución, y no solo de la categoría matemática de
espacio, sino de la mera concepción de la naturaleza de la matemática y de su
objeto. Lo que se requería, en otras palabras, era la agitación filosófica por la cual el
otrora objeto de la matemática –las relaciones entre las magnitudes “naturales” y
sus extensiones inmediatamente directas- fuera suplantado por el estudio de
relaciones formalizables entre entidades de cualquier tipo.
18
H. Bondi, op. Cit., p. 89
19 R. L. Goldstein, Essays in Philosophy of mathematics, University Press, Leicester, 1965, pp. 90-91.
22
Estos ejemplos también demuestran cuán imposible es describir el
desarrollo de la ciencia como un proceso de “adición”. Si es verdad que muy
frecuentemente nuevos dominios de estudio son descubiertos, y que, inicialmente,
su teorización toma la forma de adicionar las nuevas teorías a aquellas que ya han
sido elaboradas en otros dominios, no es menos verdadero que, tarde o temprano,
la cuestión de la relación entre ellas se suscita, y que esta cuestión nunca ha sido
resuelta en términos de simple yuxtaposición. Como regla general, la unificación
de teorías ha causado estragos con las teorías particulares ya establecidas, o ha
traído una alteración en sus significados. La verdad científica no es más aditiva
sincrónicamente de lo que es acumulativa diacrónicamente. Pero esto significa
también que no podemos pensar más los aspectos coexistentes de un objeto, que
nosotros asignamos a disciplinas particulares y acomodamos entre teorías
específicas, como separables y recomponibles a voluntad, que lo que podemos
pensar de que las sucesivas capas que descubrimos en un objeto concuerdan entre
ellas conforme a nuestra conveniencia de tal modo que podamos movernos
regresivamente de los corolarios a los teoremas y de los teoremas a los axiomas.
Todo fenómeno es un interfenómeno. Las fronteras entre ellos se vuelve difusa y la
idea de región reafirma el lugar central que debe acordársele en el esquema
categorial del conocimiento. Pero si este es el caso, la única teoría merecedora de
tal nombre sería una teoría unificada y unitaria. Las físicas contemporáneas no
están en posesión de una teoría tal ni parecen ser capaces de construirla. ¿Pero es
siquiera concebible una teoría semejante? La discusión de tal cuestión permanece
fuera de nuestro asunto aquí e indudablemente más allá de nuestras capacidades
también. De cualquier manera, debemos mirar un poco más de cerca el proceso
histórico de la ciencia y los problemas a los que hace emerger.
La idea defendida arriba –esto es, que es imposible presentar la historia de
la ciencia como un proceso de “generalización”, “adición” o “perfección” en el
curso del cual adquirimos nuevo conocimiento mientras dejamos intacto aquel que
ya ha sido establecido; en breve, la idea de que es imposible presentar la ciencia
como un proceso acumulativo- conlleva la demanda de que, a falta de mejor
término, debemos poner a las etapas históricas de la ciencia correspondiendo a
rupturas. Desde este punto, nuevas cuestiones emergen. Por ejemplo ¿de qué son
rupturas estas rupturas? O en otras palabras ¿qué es esto que en cada etapa y a
través de todas las etapas constituye la “esencia” del sistema de ciencia aceptado?
¿Cuál es la relación entre las etapas así distinguidas y entre los sucesivos
conocimientos científicos correspondientes a ellas?
23
La naturaleza filosófica de estas cuestiones, el hecho de que están
indisolublemente ligadas a las cuestiones relativas a la esencia del conocimiento, a
su historicidad y a la naturaleza de su objeto, son inmediatamente manifiestas. Así
que talvez no debería sorprendernos que sean generalmente evadidas incluso en
aquellos casos donde el progresivismo científico ingenuo ha sido
aproximadamente abandonado. Limitarse a traer a la luz los sucesivos
“paradigmas” o a enfatizar la incomensurabilidad de los criterios, la
incomunicabilidad de lenguajes o la “diferencia de mundos”20 que existe entre
ellos, o a hablar persistente y exclusivamente de aquello que de modo en cierto
sentido extraño ha sido llamado la “episteme” de cada época, aparentemente sin
relación con el de otras épocas, es pulverizar el objeto de la actividad teórica
humana y la actividad misma. No se ha empezado a reflexionar en el intimidante
problema que presenta el hecho de que la ciencia posee una historia si se presenta
esta última como una serie de saltos desconectados, y se rehúsa a afrontar la
cuestión de la relación entre los “contenidos” del conocimiento científico en sus
diferentes etapas de existencia. Lo que se ha hecho evidente por la situación
contemporánea es que la cuestión filosófica es en sí misma parte del “contenido”
de la actividad científica positiva. El mundo macroscópico ordinario puede (y, en
cierto sentido, debe) ser descrito, analizado y explicado de acuerdo con los
métodos de la física “clásica” (pre-cuántica). Pero si construir un puente entre este
mundo y la descripción del mundo de la mecánica cuántica es una tarea de la
mayor urgencia, la tarea sin embargo parece lejana a nosotros –y esto yace en el
corazón de las dificultades que afronta la física contemporánea. Por lo tanto, la
cuestión “filosófica” o “histórica” de las relaciones entre la física clásica y la
moderna es igual y directamente una cuestión científica a la cual la física debe
dirigirse ella misma, en tanto recaexxxi sobre las diferentes “capas” o
“manifestaciones” de su objeto.
Evocar estas cuestiones es involucrarse inmediatamente uno mismo en una
investigación acerca de la organización del “contenido” científico en cada etapa y
época de su existencia; pero claramente esto implica también una investigación
acerca de aquello que es conocido en cada época, en otras palabras una
investigación acerca del contenido y la organización de lo que, simplemente, es. Si
la cuestión no es planteada, si los sucesivos “paradigmas” (o “epistemes”) son
concebidos en términos puramente descriptivos sin ninguna investigación acerca
de sus relaciones recíprocas, o acerca de qué es lo que en el objeto que les ocupa les
permite existir, y qué hace que ellos se sucedan tal como se suceden y no en otro
20
Como hace, por ejemplo, T.S. Khun, La estructura de las revoluciones científicas.
24
orden, enteramente arbitrario, entonces uno no está realmente reflexionando sobre
la ciencia sino, a lo sumo, etnografía. Es, tal vez, el pensamiento de que tomando
ese camino uno puede evitar hacer “filosofía”, pero a decir verdad, sus exponentes
están sobre el mango de una filosofía que no se atreve a pronunciar su nombre: la
filosofía que postula que la historia de la ciencia y del conocimiento humano no es
sino la sucesión de mitos equivalentes.
La imposibilidad de pensar la historia de la ciencia en el marco de la filosofía
tradicional
De cualquier modo, es igualmente verdadero que uno volvería en vano a la
filosofía tradicional para encontrar algún medio para pensar la historia del
conocimiento científico. Esto es porque (dejando de lado la cuestión del
escepticismo y del pragmatismo) la filosofía tradicional sólo ofrece dos maneras de
pensar la historia, ambas insostenibles. De acuerdo con la concepción que podemos
llamar “crítica” (de la cual Kant es el exponente más sistemático, pero de ningún
modo el único representante) es el “contenido” del conocimiento lo que puede
evolucionar ya sea, por ejemplo, porque nuevas observaciones y experimentos
incrementan el rango de material fenoménico disponible, o sea porque la “labor”
científica sobre el material se ve refinada y expandida. Esto implica decir que el
contenido concreto de aquello que la física toma como “leyes naturales” (en un
sentido secundario del término) en cierta etapa puede (y, de hecho, necesariamente
debe) someterse a cambio; pero este cambio no puede afectar las leyes reales y
últimas de la naturaleza, las cuales se presumen categoriales e idénticas con la
mera organización del pensamiento científico y con todo pensamiento de lo real.
Incluso en un nivel estrictamente filosófico, este punto de vista inmediatamente
conduce a aporías insuperables, de las cuales la más importante es la imposibilidad
de proveer algún reporte acerca de la relación entre las “categorías” y los
“fenómenos materiales” que garantizaría que estos últimos son de tal modo que
resultan pensables y organizables por el primero. El hecho de que tal relación
existe es finalmente descrito por Kant en la Crítica de la facultad de juzgar como un
“afortunado accidente” (glücklicher Zufall). Pero ¿cómo se podría mantener tal
punto de vista (el kantiano) hoy día? Cuando categorías fundamentales como las
de sustancia y causalidad han sido puestas en cuestión, apenas podemos confinar
nuestras ambiciones a un trabajo de reparación que remplazaría los conceptos de la
“deducción trascendental” de las categorías por otros nuevos, más adecuadamente
25
modernos (una tarea que en cualquier caso deberíamos volver a empezar al día
siguiente). Lo que precisamente esta en cuestión aquí es la idea central del
criticismo kantiano, su asunción de que se puede hacer una separación absoluta
entre “material” y “categorías” y al mismo tiempo deducir estas últimas de la mera
idea del “conocimiento” del primero, sea lo que esto sea. Cualquier intento de apelar
simplemente a la idea de un sujeto confrontado con la tarea de establecer la
“unidad de un múltiple” –o a un factum de experiencia dado a un sujeto- con la
intención de derivar, de una vez y para siempre, el sistema necesario de formas
que posibilita arribar a esta unidad, o las cuales están implicadas en esta misma
experiencia, está condenado a fallar en la estimación de la naturaleza
indeterminada y a priori indeterminable de los términos “unidad”, “múltiple” y
“experiencia”. Porque la “unidad” aquí en cuestión no es simplemente cualquier
unidad, ni este “múltiple” es simplemente cualquier múltiple –es, sobre todo, un
múltiple bastante definido y no algo absolutamente caótico. Y si quisiéramos que
la expresión “unidad de un múltiple” significara lo mismo para Aristóteles, para
Kant y para nosotros, deberíamos vaciarla de su contenido y se convertiría en
puramente nominal y vacua.
De acuerdo con la concepción alternativa de la ciencia, que podemos llamar
“panlogística” (y de la cual Hegel es el más sistemático, pero nuevamente no el
único representante), no hay separación entre forma y materia. Categorías y
contenido se implican mutuamente y hay una “dialéctica histórica” del
conocimiento. Sin entrar en el debate de las aporías específicamente filosóficas a las
que este punto de vista conduce, notemos meramente que, a lo sumo, nos presenta
un programa que nunca podría ser realmente llevado a cabo. Pero esto implica
decir que está en abierta contradicción consigo mismo; porque mientras ubica la
verdad absoluta en el dominio del conocimiento absoluto, esta forzado por su
incapacidad para instanciar este último, a volverse, declaradamente o no, otra
“idea kantiana” infinitamente remota de cualquier conocimiento actual.
Podría proseguirse y mostrar que estas dos imposibles formas de pensar la
historia del conocimiento son las únicas posibles dentro del marco de la filosofía
heredada; pero esto nos llevaría demasiado lejos de nuestro objetivo actual.
Retornando a este, notemos, con Khun, que una teoría sólo alguna vez está “más o
menos” adaptada a los hechos. La totalidad de la historia de la ciencia está aquí
para probar este “menos” –la falla de la teoría es nunca adaptarse totalmente a los
hechos, su falla es nunca dar cuenta exhaustiva de ellos. Pero al “más” debemos
dedicarle algún pensamiento; porque hay siempre una clase de hechos respecto de
la cual la teoría alcanza a dar cuenta. Lo que muestra la historia de la física (la cual,
26
por obvias razones, es la que más nos interesa aquí) es que en cada etapa hay una
“descripción-explicación” de una clase dada de hechos, la cual es simultáneamente
adecuada para el aceptado criterio de racionalidad y aun así incompleta en relación
con el conjunto de hechos conocidos, y lógicamente incoherente desde el punto de
vista de la “racionalidad” de las etapas subsiguientes. Todo ocurre tal como si
existiesen “niveles” o “estratos” del objeto físico que fueran “describibles-
explicables” en correlación con un “sistema categorial” dado, y aun así al mismo
tiempo es como ambos debieran ser, en alguna ocasión dada, esencialmente
incompletos o deficientes en algún sentido. Deberíamos aclarar, para evitar la
confusión, que cuando hablamos de “descripción-explicación” tenemos en mente
una descripción-explicación no trivial, una del tipo que por ejemplo permite
genuina predicción, no de “eventos” o de “hechos” sino de tipos de fenómenos hasta
ahora desconocidos (una realización de tantas teorías que han sido
subsecuentemente abandonadas). Debemos tener el coraje de enfrentar estas dos
aserciones –ambas irrefutables pero, de acuerdo con el pensamiento heredado, no
pueden ser ambas verdaderas: el modelo newtoneano no es simplemente un
constructo arbitrario; corresponde, luego de un cierto propósitoxxxii, a una enorme
clase de hechos, que son de todo tipo y que no tienen relación aparente; ha
permitido explicar o prever tipos de hecho de los cuales no se tenía ninguna
reporte en los tiempos de su construcción (por ejemplo, los movimientos regulares
de los planetas o la evolución de cúmulos globulares); incluso hubiera permitido
predecir, como Milne y McCrea mostraron en 1934, la expansión del universo21. Y
aun así, el modelo newtoneano es falso, si es que el término tiene algún significado
en el presente contexto: no sólo que falla en prever otros hechos, que solo pueden
ser explicados siempre que lo rechacemos, sino que también contiene hipótesis y
conceptos absurdos, y conduce a conclusiones absurdas22. Y no podemos decir que
sus “deficiencias” nos conducen, en un cierto y no ambiguo sentido, a un modelo
más grande en el cual estaría “contenido”; nos conducen, de hecho, a las
insondables profundidades de la cosmología contemporánea, que no puede
contener el modelo newtoneano, sino que tiene que romper relaciones con él.
Entonces, al pensar acerca de lo que existe no podemos basarnos en la idea
tradicional de un dominio empírico que posee una mera extensión y profundidad
infinita-indefinida, ambas concebidas como meras determinaciones negativas,
21
H. Bondi, Op. Cit., 75-89
22 Cf. A. Einstein, Relativity, Methuen, Londres, 1960, pp. 105-107. Tambien A. Trautman en A. Trautman,
F.A.E. Pirani, H. Bondi, Lectures on general relativity, Prentices Hall, New Jersey, 1965, p. 229 ff; y H. Bondi,
op. Cit. pp. 407-409.
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como un siempre “más y más” que podría ser efectuado y repetido sin límites.
Tampoco podemos basarnos en la otra idea tradicional de una organización
articulada subyacente; donde cada nivel, como parte completa en sí misma, estaría
bien integrado en la “totalidad” y como completamente determinado tal como se
encuentra, refiriendo de manera necesaria y unívoca a otro nivel inferior (o, si se
prefiere, superior). Si vamos a pensar lo que existe debe ser en términos de
estratificación de algún tipo hasta ahora insospechado. Debe ser en términos de una
organización en capas que en parte adhieren conjuntamente, en términos de una
sucesión ilimitada de capas de ser, que están siempre organizadas pero nunca
completamente, siempre articuladas de manera conjunta pero nunca por completo.
Si esto es así, es erróneo plantear y oponer una capa “fenoménica” y otra
(hipotéticamente) “real”. Ya que ninguna de estas capas es única, y ninguna
disfruta de un privilegio absoluto. El primer estrato, el de la percepción cotidiana,
de lo que sería el mundo material e inmediatoxxxiii, es en cierto sentido el menos
privilegiado, el más “ilusorio” de todos, en la medida en que esta acribilladoxxxiv de
características inexplicables, lleno de lagunas fluyendo por todas partes hacia algo
más, y no más pronto investigado que descubierto que ineluctablemente debemos
referirnos a otro estrato que dé cuenta de élxxxv. Pero en otro sentido es
absolutamente privilegiado, en tanto todo proceder científico, toda interpretación,
verificación, reducción y explicación finalmente debe exhibir su evidencia en este
mundo y debe ser pronunciada en el lenguaje ordinario y cotidiano. Como Wigner
dijo, siguiendo a Niels Bohr, “nuestra ciencia no puede mantenerse enteramente
sobre sus propios pies…esta profundamente anclada a los conceptos adquiridos en
nuestra niñez o que vienen con nosotros y que son usados en la vida diaria…”23.
Para expresar este punto de otra manera, podemos decir que no solo desde un
punto de vista filosófico que, como Husserl afirmaba, la Tierra en su carácter como
“arco primordial” no se “mueve”; también desde un punto de vista lógico, la
precisión de la afirmación de que el sol siempre sale en el Este y se pone en el
oeste” se presupone por la demostración que establece el sistema heliocéntrico. La
verdad de la apariencia del geocentrismo es un ingrediente en la verdad del
heliocentrismo.
De este modo, cada estrato es en cierto sentido coherente, y en otro sentido
incompleto. Pero también es por supuesto verdadero que en cualquier ocasión son
coherentes o incompletos, suficientes o deficientes, sólo en relación con el
“esquema categorial” en cuestión. ¿Podemos decir, entonces, que no son mas que
23
Foundations of quantum mechanics, op. Cit, P. 18
28
el producto de tales esquemas? Ciertamente no. Una cosa es reconocer que no hay
orden de lo dado que exista en sí mismo y que sea necesarioxxxvi; que ninguna
cuestión puede emerger por sí misma y tener un significado independientemente
de un marco teorico (como Einstein dijo: “es la teoría lo que primeramente decide
acerca de qué es observable”24 –y agregaríamos que sólo en y a través de las teorías
que aparecen las lagunas y las anomalías). Pero otra cosa bastante distinta es
hipotetizar implícitamente que, frente a esta teoría –o, más bien, a esta
interminable sucesión de teorías- sólo hay un caos absolutamente amorfo, que no
posee ninguna organización por sí mismo, y que sin embargo esta dotado del
impactante poder de adaptarse a cualquier orden que una teoría podría imponerle.
De hecho, solo hay que inspeccionar esta idea un poco más de cerca para ver que
es contradictoria; tan pronto como fuera absolutamente desorganizado, lo real
sería indefinidamente organizable, y aun así sería organizado qua organizable.
Llegamos a la conclusión de que no podemos pensar ni la ciencia ni nuestro
conocimiento del objeto en los modos heredados de la tradicion filosófica. Ya no
podemos pensar la ciencia como una serie arbitraria o extrínseca de construcciones
equivalentes, en la misma medida que no podemos pensarla como la “reflexión”
de un orden que existe objetivamente en sí mismo, asi como tampoco podemos
pensarla cmo la imposición soberana de un orden que derive de la consciencia
teorica desplegada sobre el caos amorfo de lo dado. Estamos inclinados a
sospechar que sabemos las razones de esto: es porque cada uno de estos modos de
pensar, en una inspección cuidadosa, parece ser la copia, el calcado de una relacion
empírica particular y parcial que se sostiene bien en una u otra área de la actividad
humana. Talvez ha llegado el tiempo de empezar a pensar la pasmosa empresa de
la actividad teórica humana por lo que es en su propio derecho, y no por analogía
con espejos, fábricas, tiradas de dados o narración de cuentos.
Estamos convocados a pensar acerca de lo que es, y acerca de lo que en cada
etapa pensamos sobre lo que es, de un modo que no tiene análogo o precedente en
el pensamiento heredado. No hay una lógica que pueda ser imputada a lo real,
pero de igual modo no podemos negar que tiene alguna lógica; en el mismo
sentido, no hay una lógica que pueda ser imputada a nuestras teorías de lo real y a
su sucesión; pero tampoco podemos negar toda lógica. Las ideas tradicionales de
lógica y orden, si son permitidos el alcance y el poder que la filosofía ha querido
darles, se revelan ellas mismas tan inadecuadas e insuficientes para adecuarse a lo
real tanto como a nuestras teorías sobre ello. Ni lo real ni nuestro conocimiento de
24
Citado or Heisemberg, op. Cit., p.88
29
ello puede tomarse para representar la realización total o la completa ausencia de
tales ideas. Ni tampoco pueden ser pensados como cierta combinación de estas
determinaciones y sus contradicciones, sino que más bien deben ser vistos como
algo que las excede o no las alcanza.
Las cuestiones de los fundamentos, que la filosofía ha debatido desde su
origen, emergen ahora en la ciencia luego de largos años en los cuales el
pensamiento mismo de protegió de ellas. Esto muestra, incidentalmente, la
desesperanzada superficialidad de las noción de corte epistemológico, que esta
disfrutando una anacrónica moda en el preciso momento en que su vacuidad
puede ser establecida. Si es verdad que las cuestiones de los fundamentos re-
emergen como fértiles cuestiones, esto es porque no están siendo simplemente
repetidas en su forma filosófica desnuda –y de hecho, es solamente la Academia, y
no los grandes filósofos mismos, quien alguna vez pensó acercarse a ellas de ese
modo. Estas cuestiones re-emergen sobre la base de una experiencia propia, nueva
a irremplazable; la luz bajo la cual deben ser vistas, e incluso su contenido, ha
sufrido una alteración, y cualquier discusión renovada sobre ellas esta, en ciertos
aspectos, constreñida previamente por los actuales procedimientos y resultados de
la actividad científica. ¿De qé modos –ya que es de esto acerca de lo cual debemos
entender y pacientemente pensar- es la perspectiva del Timeo idéntica y no idéntica
con la física fundamental? ¿De qué modo es la idea que guía a Kant en la
deducción trascendental de las categorías idéntica y no idéntica con el postulado
de la invariancia de las leyes naturales, el cual subyace a la teoría de la relatividad
o el principio completo de cosmologíaxxxvii? Es precisamente esta identidad y no
identidad lo que permite estas perspectivas y estas ideas fecundarse unas a otras.
Si entonces la ciencia moderna resucita las cuestiones filosóficas, y en su
modo particular hace de ellas también algo propio, la conclusión que estamos
obligados a sacar es que no podemos adherir más a la ingenua distinción –
ingenuamente dada por sentada- entre ciencia y filosofía. Ciertamente que no es,
salvo por accidente, la misma persona la que inventa un procedimiento
experimental y piensa acerca del ente. Pero el puro experimentador como tal no es
un físico; y se podría preguntar si alguien que meramente piensa acerca del ente es
aún un filósofo.
Lo que debe ser entedido – lo que es una novedad- no es que número,