HACIA UNA COMUNIDAD RECONCILIADA, DE ALABANZA A DIOS Y DE ACCIÓN DE GRACIAS INTRODUCCIÓN A lo largo de estos días hemos profundizado en varios niveles de la teología de la vida comunitaria: tanto en su dimensión sacramental como en otros aspectos de la misma. Ahora me toca a mí descender a la vida cotidiana. De manera sencilla y desde mi experiencia de vida monástica, quiero compartir con vosotros/as lo que veo, siento y entiendo acerca de cómo llegar a ser una comunidad reconciliada, agradecida y entregada a la alabanza a Dios. El objetivo de mi exposición será, pues, ofrecer algunas sugerencias en esta dirección por si os pueden ayudar. La comunidad es algo vital en la vida monástica. Según Juan Pablo II, « toda la fecundidad de la vida religiosa depende de la calidad de la vida fraterna en común. Más aún, la renovación actual en la Iglesia y en la vida religiosa se caracteriza por una búsqueda de comunión y de comunidad » 1 . Se entienden los esfuerzos que se vienen haciendo estos años para profundizar en la teología de la comunidad y en su contenido antropológico o para aprender las claves sicológicas de la convivencia grupal. Sin embargo, no es fácil vivir y crecer en comunidad. Todos lo sabemos. Las palabras más hermosas y los esfuerzos más generosos chocan con frecuencia con las limitaciones y pobreza de nuestra 1 JUAN PABLO II: Palabras finales en la conclusión de la Congregación para los Institutos de Vida consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, Roma 1992. 1
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Charla. Hacia Una Comunidad Reconciliada y de Alabanza
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HACIA UNA COMUNIDAD RECONCILIADA, DE ALABANZA A DIOS Y DE ACCIÓN DE GRACIAS
INTRODUCCIÓN A lo largo de estos días hemos profundizado en varios niveles
de la teología de la vida comunitaria: tanto en su dimensión
sacramental como en otros aspectos de la misma. Ahora me toca a
mí descender a la vida cotidiana.
De manera sencilla y desde mi experiencia de vida monástica,
quiero compartir con vosotros/as lo que veo, siento y entiendo
acerca de cómo llegar a ser una comunidad reconciliada, agradecida
y entregada a la alabanza a Dios. El objetivo de mi exposición será,
pues, ofrecer algunas sugerencias en esta dirección por si os pueden
ayudar.
La comunidad es algo vital en la vida monástica. Según Juan
Pablo II, «toda la fecundidad de la vida religiosa depende de la
calidad de la vida fraterna en común. Más aún, la renovación
actual en la Iglesia y en la vida religiosa se caracteriza por una
búsqueda de comunión y de comunidad» 1. Se entienden los
esfuerzos que se vienen haciendo estos años para profundizar en la
teología de la comunidad y en su contenido antropológico o para
aprender las claves sicológicas de la convivencia grupal.
Sin embargo, no es fácil vivir y crecer en comunidad. Todos lo
sabemos. Las palabras más hermosas y los esfuerzos más generosos
chocan con frecuencia con las limitaciones y pobreza de nuestra
1 JUAN PABLO II: Palabras finales en la conclusión de la Congregación para los
Institutos de Vida consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, Roma 1992.
1
convivencia comunitaria. ¿Qué podemos hacer? ¿Resignarnos a que
todo siga igual? ¿Preocuparnos sólo de sobrevivir cuidando
únicamente de las propias necesidades? Por supuesto que estas no
son respuestas dignas del espíritu monástico. Pero, ¿de dónde puede
venir una verdadera renovación? ¿De la transformación de algunas
costumbres y estructuras? ¿Del aprendizaje de técnicas de
convivencia? Sin duda, todo eso puede ser conveniente y hasta
necesario, pero, personalmente, creo que es insuficiente. La
renovación de la comunidad monástica sólo puede producirse si
acertamos a vivir de la experiencia del don de Dios . El amor
gratuito de Dios acogido con fe gozosa, es el que puede generar una
comunidad capaz de vivir reconciliada, en alabanza y acción de
gracias a Dios.
Mi exposición tiene dos partes que se articulan entre sí. La
primera está centrada en la acogida a Dios: ¿cómo puede nacer y
crecer en nuestros monasterios una comunidad nueva acogiendo en
silencio el amor de Dios, escuchando su Palabra de salvación y
abriéndose al don definitivo de Dios que es Jesucristo? La segunda
parte está centrada en la respuesta a Dios: ¿Cómo aprender a crecer
como comunidad salvada que vive alabando a Dios y dándole
gracias sin cesar? ¿Cómo la respuesta a Dios puede hacer de la
comunidad monástica una fuente de bendición para el mundo y para
la Iglesia de hoy? En el trasfondo de esta ponencia hay una
convicción: quisiera mostrar que, para reavivar hoy la comunidad
monástica, hemos de cuidar las principales fuentes de nuestra
espiritualidad: el silencio, la escucha de la Palabra de Dios (lectio
divina), el canto de la alabanza a Dios (opus Dei) y la acción de
gracias de la eucaristía. De ahí podemos ir renaciendo como
comunidades reconciliadas en Cristo Jesús, que viven en acción de
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gracias y alabanza al Padre, y son fuente de bendición para el
mundo y la Iglesia de hoy.
1. UNA COMUNIDAD QUE ACOGE EL DON DE DIOS
La comunidad monástica, antes de ser un proyecto humano
o una meta a conseguir con el esfuerzo de todos, es un don de
Dios, un regalo. De ahí que lo primero sea aprender a vivir
acogiendo el amor de Dios que nos hace hermanos/as. Aprender a
construir sobre la gracia o, mejor, desde la gracia. Educar a la
comunidad en la gratuidad: vivir experimentando día a día cómo la
acogida del amor salvador de Dios va generando la unión de
corazones, la alegría comunitaria, la alabanza y la gratitud.
1.1 Aprender a vivir acogiendo el amor de Dios en silencio
Lo primero que hemos de cuidar es la acogida del amor de
Dios en silencio contemplativo 2.
El silencio monástico, acogida del amor de Dios El silencio monástico no es simplemente la obediencia a una
observancia externa, ni un factor a tener en cuenta para facilitar la
convivencia, asegurar un clima tranquilo o evitar ruidos molestos.
Es la realidad básica que hace posible la contemplación y la
acogida de ese amor de Dios que engendra a la comunidad . Por
supuesto que no estamos hablando simplemente de un silencio
externo, mientras que nuestro mundo interior está lleno de ruidos;
tampoco de un silencio que sirve para vivir cómodamente de
2 J.A. PAGOLA, Silencio y escucha frente a la cultura del ruido y la superficialidad,
Ed. Idatz, San Sebastián 2001; sobre todo pp. 22 – 38.
3
espaldas a los demás, encerrados en los propios intereses y
desentendidos de la vida de los hermanos.
Estamos hablando de una comunidad que se siente llamada a
vivir en silencio ante Dios: a callarse ante su Misterio inefable para
acoger confiadamente su amor. Este silencio sólo es posible si la
comunidad se siente seducida y atraída por el Misterio de Dios. Es
un silencio buscado por todos/as para no perderse su mirada
amorosa, para saborear la vida en su fuente, para acoger su amor
como «presencia fundante».
Semejante silencio no es, evidentemente, un vacío sin ruidos.
En lo más hondo de tal silencio personal y comunitario, y como
impregnándolo todo, está la experiencia del amor de Dios . Los/as
monjes/as no buscamos simplemente paz, recogimiento o armonía
interior. Buscamos a Dios: disfrutar y padecer su presencia amada.
Estar ante Dios, vivir con él y de él, encontrar en su amor lo que el
corazón humano desea, con un anhelo que nada ni nadie puede
curar.
Cuando en la comunidad no se vive en clima de silencio
contemplativo se cae fácilmente en la dispersión y la mediocridad.
Desconectados de la contemplación callada de Dios, los monjes y
las monjas, quedamos a merced de toda clase de solicitaciones,
añoranzas y proyectos. Perdida la atracción por Dios, comenzamos a
vivir atraídos por otros intereses. Sin ese silencio que debe envolver
la vida del monasterio invitándonos a la contemplación, no es
posible vivir ante el don de Dios.
Tal silencio exige ascesis y disciplina. Hemos de ayudarnos
unos a otros a vivir nuestra vocación a la contemplación: cuidar el
4
silencio, invitarnos al silencio, exigirnos el silencio. Hemos de
contribuir con nuestro silencio personal a crecer como comunidades
calladas, vueltas hacia Dios. Ver al hermano/a caminar o trabajar
en silencio, verlo/a entrar en su celda o acudir a la oración en
recogimiento, nos ha de recordar nuestra vocación . Por el
contrario, quien rompe el silencio introduciendo ruido o palabras
innecesarias, quien contagia agitación o falta de recogimiento está
debilitando a la comunidad. Está impidiendo de raíz la debida
acogida del amor de Dios en aquella comunidad.
Acoger el amor de Dios engendra comunidad
Acoger a Dios en silencio contemplativo tiene una fuerza
transformadora insospechada, pues acoger juntos su amor es
empezar a compartir su presencia amorosa en el interior de la
comunidad 3. Recibir a Dios como don nos invita a acercarnos a
los/as otros/as como don de Dios: cada persona es don y gracia si
sabemos acogerla desde Dios. Dejarnos mirar por la mirada
compasiva de Dios nos inclina a mirar al hermano con ojos y
corazón compasivo. Gozar y disfrutar del amor de Dios conduce a
gozar y disfrutar del amor y la amistad del hermano o de la
hermana.
La acogida callada del amor de Dios engendra antes que nada
comunión . Impide que se desarrollen en la comunidad actitudes
individualistas y conductas excluyentes, pues nos llama a pasar del
individualismo a la comunión y de la pasividad egoísta a la
ayudándonos a superar distanciamientos, haciendo desaparecer el
3 Me ha ayudado mucho en esta reflexión un escrito inédito del P. P. T. NAVAJAS,
O.C., Comunidades construidas sobre el don.
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aislamiento cómodo, alimentando de forma nueva nuestra amistad.
No es posible acoger a Dios y vivir separado de los demás. El
monje o la monja que entra en la dinámica del silencio acogedor
de Dios, no sólo vive como miembro de la comunidad sino que
siente el gozo de la pertenencia amorosa y creativa a una
comunidad que desea vivir acogiendo a Dios.
Más en concreto, la acogida del amor de Dios va haciendo de
la comunidad un «lugar de perdón y reconciliación» constantes 4.
En la comunidad monástica hay pecado, egoísmos, ruptura e
infidelidad. No hemos de olvidar que la comunidad que busca
acoger a Dios, es una comunidad débil, pecadora y llena de
limitaciones. El perdón de Dios, acogido gozosamente en el
silencio contemplativo, es el que ayuda a los monjes/as a
introducir en la comunidad el perdón como «experiencia
fundamental» para su crecimiento . Vivir como perdonados por
Dios y perdonando a los demás es un don. El mejor con el que
cuenta la comunidad monástica para vivir renovándose
constantemente en su vocación. Cuando experimentamos
agradecidos/as el perdón de Dios es difícil vivir sin perdonar. Este
perdón recibido como don es el que construye la comunidad
reconciliándonos entre sí y con Dios. Este perdón hemos de
agradecerlo, cuidarlo y favorecerlo como «la dinámica esencial de
la salvación» de la comunidad.
En la comunidad monástica no sólo hay pecado. Hay también
heridas, frustraciones, conflictos, humillaciones, enfermedades y
sufrimientos ocultos. Puede haber hermanos/as desatendidos,
postergados, poco amados; personas cogidas por el miedo, la
4 Para la reflexión sobre la comunidad como «lugar de perdón y reconciliación» y como «lugar de curación» puede verse A. LOUF, OCSO, Vivir en una comunidad fraterna, en «Cuadernos Monásticos» 77 -abril-junio de 1986-, pp.177 – 191.
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tristeza, la nostalgia o el desgaste; monjes o monjas que sufren por
la depresión, la inseguridad o la crisis de fe. La acogida
contemplativa del amor de Dios puede hacer de la comunidad un
«lugar de curación» pues hace crecer el respeto, la confianza
mutua, la atención y el trato delicado, va transformando ciertos
recelos y temores en reconocimiento del otro. Las miradas se hacen
más cálidas, los gestos más sinceros y cariñosos. El amor de Dios
invita a la acogida mutua, al servicio humilde al enfermo, al
deprimido, al triste, al tentado. Resumiendo: la acogida de Dios
como don y amor gratuito nos va conduciendo hacia una
comunidad reconciliada, sanada y salvada.
1. 2. Aprender a vivir escuchando la Palabra de Dios
En el interior del silencio monástico no hay vacío. Al
callarnos ante el misterio insondable de Dios, comenzamos a
escuchar su Palabra de salvación. Al acallar nuestras palabras,
empezamos a percibir la de Dios. ¿Cómo aprender a escuchar esta
Palabra que, dirigida a cada uno en lo íntimo del corazón, nos está
llamando a toda la comunidad a vivir en el perdón, la alabanza y la
acción de gracias?
La «lectio divina», escucha de la Palabra de Dios El silencio monástico alcanza su verdad más honda cuando
los/as monjes/as aprendemos a vivirlo con los oídos del corazón
muy atentos a la Palabra de Dios. De ahí la importancia de «educar
el oído» de la comunidad para escuchar a Dios. La vida monástica
sólo es posible cuando la comunidad aprende a vivir escuchando a
Dios; cuando, a lo largo de los días, los/as monjes/as
7
«permanecemos» en la Palabra de Dios hasta que esa Palabra
desvele a toda la comunidad la verdad y la fuerza salvadora que
necesita.
Las comunidades monásticas estamos llamadas a ser
comunidades habitadas por la Palabra de Dios. Espacios
contemplativos donde todo invita a escuchar la voz de Dios, donde
los/as monjes/as nos ayudamos, nos exigimos y nos estimulamos a
vivir, no con un corazón sordo a la Palabra de Dios sino con
corazón sensible, dócil, atento a toda palabra que viene de Dios.
Esta es la primera palabra de la Regla de san Benito: «Escucha,
hijo, e inclina el oído de tu corazón» 5. Las comunidades
contemplativas estamos llamadas a vivir con el oído del corazón
inclinado a escuchar a Dios. Y todos hemos de ayudarnos a
orientar el corazón de la comunidad, hacia esa escucha sin
entorpecerla con palabras, discusiones u opiniones que brotan de
otras fuentes y nos alejan de la voz de Dios . Así nos advierte san
Benito: «No somos oídos por el mucho hablar sino por la pureza del
corazón» 6.
Son muchos los lugares y momentos en los que la comunidad
monástica puede vivir la experiencia de escuchar la Palabra de Dios
a lo largo de los días y del año litúrgico, pero la tradición monástica
otorga una importancia vital e insustituible a la «lectio divina» 7.
Una lectura de la Biblia que puede ser descrita de manera sencilla y
breve como una lectura «atenta, meditada, orada, vivificante,
5 RB, Prólogo. 6 RB, 20. 7 Puede verse J. DE LA CROIX, OSB, Encuentro con Dios en la lectio divina, en
«Cuadernos Monásticos» 45 -abril – junio de 1978- pp. 195 – 201; M. MAGRASI, Lectio divina en E. ANCILLI (dir), Diccionario de Espiritualidad, Herder, Barcelona 1983, t.II, pp.468 – 471. También en J. A. PAGOLA, La Biblia, ese libro de oración, Idatz, San Sebastián 1996, sobre todo pp. 35 – 56.
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interior» (Jean Leclerq). Esta lectura diaria es la que nos asegura a
los monjes y monjas el contacto asiduo, confiado y gozoso con la
Palabra de Dios que sostiene y hace vivir a la comunidad en la
fidelidad a su vocación.
Por eso, esta lectura de la Palabra de Dios ocupa un lugar
central en la vida monástica y no puede ser sustituida por la
acumulación de otras prácticas religiosas de carácter devocional o
secundario. Cuando los/as monjes/as no somos fieles a la «lectio
divina» porque la subordinamos a otras tareas, o la sustituimos por
otras lecturas y estudios de naturaleza diversa, estamos debilitando
a la comunidad. Esa comunidad de mis hermanos/as no puede contar
conmigo para ser y vivir como comunidad habilitada por la Palabra
de Dios.
Para reavivar la «lectio divina» en nuestros monasterios
necesitamos, sin duda, cuidar nuestra formación bíblica, pero, al
mismo tiempo y tal vez antes, necesitamos recuperar la
espiritualidad de vivir de la Palabra de Dios que leemos en el texto
bíblico:
-Aprender a entrar en la inteligencia del texto en actitud
de escucha dócil, humilde y gozosa de esa Palabra que pone
verdad en mi vida y en la comunidad .
-Aprender a estudiar la Palabra buscando a Dios, llamando
a su puerta, abriéndonos a su amor .
-Aprender a «meditar» haciendo descender la Palabra de
Dios de la cabeza al corazón atendiendo aquella observación de
san Agustín «Al que traga… se le olvida lo que ha oído. Por el
9
contrario, no se olvida el que reflexiona y reflexionando rumia y
rumiando goza» .
En pocas experiencias puede el monje crecer en su vocación
contemplativa como en la «lectio divina», si sabe vivir lo que
sugiere un texto anónimo del siglo XIII: «Tu contemplación es
verdadera cuando conoces y comprendes, cuando quieres y deseas,
cuando gustas y saboreas sólo a Dios».
Este contacto contemplativo con el texto bíblico nos lleva a
penetrar progresivamente en la Palabra de Dios cada vez con más
hondura abriéndonos a la novedad de Dios. Nos invita a comentar y
compartir con los demás la Palabra que hemos escuchado . Nos
invita, sobre todo, a traducir en vida las palabras que escuchamos a
Dios. Entonces nos convertimos de alguna manera en «Palabra de
Dios» vivida y sembrada en medio de la comunidad. De san Nilo se
dice que le gustaba afirmar: «Yo interpreto la Escritura con mi
vida». Una comunidad donde los/as monjes/as viven escuchando
ardientemente la Palabra de Dios en la «lectio divina» no se
desmorona. Vive en estado de renovación y conversión constantes.
La escucha de la Palabra de Dios genera comunicación
y diálogo
Cuando vivimos escuchando día a día a Dios, comenzamos a
hablar de otra manera a los/as hermanos/as. Las mejores
palabras que llevamos en el corazón son las que hemos
escuchado a Dios: palabras buenas que no hacen daño, palabras
llenas de verdad que no introducen mentira ni ambigüedad en la
comunidad, palabras cargadas de amor y compasión. Palabras que
hemos aprendido de Dios y no de los hombres. Palabras que hemos
10
escuchado en silencio ante Dios, no en el ruido de nuestras críticas,
murmuraciones, condenas, quejas o envidias. Estas palabras
escuchadas a Dios son las que generan comunicación y diálogo
auténtico en la comunidad monástica.
La falta o la pobreza de comunicación entre los/as monjes/as
debilitan a la comunidad. Nos hacen vivir como desconocidos y
extraños y crean situaciones de aislamiento y soledad. La
comunidad monástica necesita silencio pero también una
comunicación que alimente la confianza mutua y la amistad
fraterna. Quienes escuchan en silencio la Palabra de Dios son los
que mejor pueden generar o reavivar esta comunicación . Ellos/as
pueden introducir en la comunidad palabras libres y sinceras,
palabras responsables, maduradas en el silencio ante Dios, no
palabras ligeras y precipitadas, palabras infantiles, nacidas de
nuestra pequeñez y mediocridad.
Por otra parte, la comunidad monástica necesita diálogo. Sin
diálogo es difícil discernir la verdad de Dios. La ausencia de
diálogo fractura a la comunidad y crea existencias paralelas y
yuxtapuestas. No se escucha la verdad de todos. Siempre hay quien
impone su propia voluntad aunque no sea la que mejor responde a la
de Dios. Por eso es tan importante que se escuchen en la comunidad
palabras escuchadas por los monjes en el silencio ante Dios.
En nuestras comunidades monásticas se necesita aprender un
lenguaje nuevo nacido de la escucha a Dios. Un lenguaje hecho no
de palabras autoritarias que imponen, ordenan o presionan, sino
de palabras que proponen, invitan y ofrecen caminos de
búsqueda . Palabras santas, palabras proféticas que invitan a
todos/as a la conversión. Palabras cargadas de fe y esperanza, que
11
no matan la alegría de la comunidad sino que la despiertan. Palabras
que no desalientan sino que elevan y ensanchan el horizonte.
Palabras de vida, acompañadas de gestos de bondad hacia todos.
• Aprender a vivir acogiendo a Jesucristo
Acogiendo en silencio el amor de Dios y escuchando fielmente
su Palabra de salvación, la comunidad monástica no hace sino
acoger desde su propia vocación cristiana a Jesucristo, el gran don
del Padre en el que se nos ha revelado definitivamente el amor de
Dios a la Humanidad.
El silencio lleva a la comunidad monástica a acoger el amor
de Dios, pero no como una realidad etérea y abstracta, sino como
un amor que, en concreto, se ha encarnado en Jesús . «Tanto amó
Dios al mundo que nos ha dado a su Hijo único… no para condenar
al mundo, sino para que el mundo se salve por él» 8. Jesús es el gran
don de Dios. En él podemos contemplar hecho carne el amor
insondable del Padre a sus hijos e hijas. «A Dios nadie le ha visto
jamás: el Hijo único que está en el seno del Padre, él lo ha
contado» 9. La comunidad monástica no puede contemplar a Dios,
pero puede estar en silencio ante Jesús para escuchar lo que «él nos
ha contado» con sus palabras y con su vida entregada a los más
pobres, pequeños e indefensos. Por eso, para la comunidad
monástica, acoger el don de Dios y su amor gratuito significa «no
anteponer nada a Cristo» 10.
8 Jn 3, 16 – 17 9 Jn 1, 18 10 RB 4, 21
12
Por otra parte, escuchar la Palabra de Dios lleva a la
comunidad monástica a acoger a Jesús y su mensaje, a seguir sus
pasos. Es verdad que «en el principio existía la Palabra y la
Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios» 11. Pero esa Palabra
«se ha hecho carne» 12 y ha habitado entre nosotros; por eso, «la
gracia y la verdad nos llegan de Jesucristo» 13.
La «lectio divina» culmina en la «lectio evangelica», en la
escucha de la Buena Noticia de Jesús pues, en el pasado, Dios
habló de manera fragmentaria y de muchos modos por medio de
los profetas, pero, «en estos últimos tiempos nos ha hablado por
medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo» 14.
De esta manera, Jesucristo, Palabra encarnada de Dios y don
supremo del Padre, acogido, amado y seguido con pasión por los/as
monjes/as, se convierte en «piedra angular» de la comunidad
monástica. «Nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto» 15.
Tampoco hoy.
2. UNA COMUNIDAD QUE RESPONDE A DIOS EN ACTITUD DE ALABANZA Y ACCIÓN DE GRACIAS
La acogida silenciosa del amor de Dios y la escucha fiel de su
Palabra van enraizando a la comunidad en las actitudes más
genuinas ante Dios: la alabanza y la acción de gracias. Al dejarse
penetrar en un silencio cada vez más profundo por el don de Dios,
en la comunidad se despierta la admiración y la alabanza. Al
escuchar y acoger la Palabra de Dios, ésta se vuelve al Padre desde
el corazón de los monjes en forma de bendición y acción de gracias.
La alabanza y la acción de gracias constituyen así la identidad, el
corazón y el horizonte de la vida comunitaria de los monjes y de las
monjas.
2.1 Aprender a vivir alabando a Dios
Lo primero que hemos de recuperar en la comunidad es la
alabanza a Dios: aprender a vivir todos estrechamente unidos en « la
alabanza de su gloria» 16.
Vivir en actitud de alabanza
Para aprender a alabar a Dios, es necesario dilatar nuestro
corazón y ensanchar la mirada de la comunidad:
-Olvidar nuestros pequeños intereses, nuestras tensiones y
conflictos para vivir en el horizonte del amor insondable de Dios.
-Borrar nuestras tristezas con la alegría de la alabanza.
-Liberarnos de nuestras pequeñeces con la emoción ante su
grandeza.
Es necesario, al mismo tiempo, educar nuestra mirada:
-Aprender a mirar el mundo en su verdad, con una mirada
despojada de toda codicia, celebrando la vida como don de Dios.
-Contemplar las cosas y mirar a las personas con afecto y
ternura, en su bondad y su gratuidad, con ojos libres de ataduras o
intereses egoístas.
16 Ef 1, 12
14
-Ir siempre más allá de las primeras sensaciones e impresiones
para captar en el interior de la existencia el origen y la fuente de su
grandeza.
Cuando se acoge así la realidad, ya nada es profano, ni
siquiera los objetos y utensilios más modestos 17. Esto es posible
cuando se vive todo desde una actitud positiva: amando a las
personas, vibrando con la vida de todos los vivientes, apreciando el
aire, el cielo, el sol, los árboles o las montañas, los animales,
saboreando la belleza, la música, el arte o la poesía, admirando el
progreso humano, los logros de la ciencia o la fuerza de la técnica
para mejorar la vida.
La comunidad se va disponiendo para la alabanza
cuando nuestro corazón se dilata, nuestra mirada se ensancha y
nuestra actitud ante la vida y ante el mundo entero se va
haciendo más positiva . Pero la alabanza se despierta propiamente
en nosotros, cuando aprendemos a captar «la gloria de Dios oculta
en los seres» 18 y cuando descubrimos su presencia salvadora en la
historia apasionante de la humanidad. Es decir, cuando no nos
detenemos en las obras, sino reconocemos al Dios Creador y
Salvador que es el origen misterioso y el destino gozoso del mundo
y de la humanidad.
El primer lugar de la alabanza es la creación . Hemos de
aprender a alabar al Creador a través de todo lo que existe y por
todo lo que existe. El Universo «narra la gloria de Dios» 19. Así dice
17 Es conocida la exhortación de san Benito: «Mirad todos los utensilios y todo el material
(del monasterio) como si fueran vasijas sagradas del altar» (R.B. 21, 10) 18 Se puede ver en O. CLEMENT, Aproximación a la oración. Los místicos cristianos de
los orígenes. Narcea, Madrid 1986; especialmente el capítulo «La gloria de Dios oculta en los seres» pp. 51 – 68.
19 Sal 19, 2
15
el salmista. Pero nosotros/as hemos de aprender a captar cómo
esa creación está cantando sin voz la gloria del Creador y hemos
de saber, después, unirnos a todos los seres para ser su voz y
para liberar esa alabanza incesante pero muda del universo,
elevándola con amor hasta Dios. Hemos de aprender el arte de
alabar a Dios con todas sus criaturas: abrazar con afecto y devoción
a todos los seres creados; sentirnos, como Francisco de Asís,
«hermanos» y «hermanas»; pedir que nos revelen algo del Creador,
su fuerza y su bondad, su hermosura y su amor; dejar que nos
inspiren la alabanza y nos ayuden a confesar y celebrar al Creador.
Por este camino de alabanza a Dios Creador, la comunidad va
encontrando su verdadero lugar en el mundo.
El segundo lugar de la alabanza es la historia de salvación .
En ella alcanza su culminación la alabanza cristiana, que brota de
una actitud de asombro y admiración ante el misterio de Dios
encarnado en Jesucristo. Se despierta en nosotros/as al descubrir
que «Dios es bueno» y «su misericordia no tiene fin» 20. No se puede
decir nada más grande en menos palabras. Lo que despierta el júbilo
y la alegría incontenible de los creyentes es el «amor loco de
Dios» 21 captado en la vida, la muerte y la resurrección de Jesús,
intuido en los signos que nos hablan del crecimiento del Reino de
Dios, contemplado en la acción del Espíritu en la Iglesia y en el
mundo, y experimentado en nuestra propia historia personal.
La celebración del Opus Dei Cuando se siente a Dios en todo, la alabanza no cesa.
Los/as monjes/as no hacemos sólo actos de alabanza; nuestro ideal
20 «Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia» - Sal 105, 1-. Sirvan estas palabras como resumen de todos los salmos de alabanza y bendición a Dios.
21 Es conocida la expresión del teólogo ortodoxo Nicolás Cabasilas.
16
es vivir en «estado de alabanza». Queremos alabar a Dios con los
labios pero, sobre todo, con la vida. Vivir bendiciendo a Dios en
silencio y con palabras, calladas ante su Misterio santo o haciendo
resonar nuestro júbilo en el canto. Queremos alabar a Dios de día y
de noche; entrar en el silencio del sueño adorando a Dios y
despertarnos por la mañana cantando su alabanza.
Bendecimos a Dios en los gozos y alegrías, pero también en
el dolor y la pena. Nuestra alabanza sube a Dios desde nuestro
mundo de sufrimiento y de pecado. Unidos/as a los últimos de la
tierra y solidarizados con su impotencia y su dolor, alabamos con
lágrimas al Dios de la esperanza. Nuestra alabanza de hoy es
anticipación de la alabanza eterna de mañana. Ahora alabamos con
lágrimas en los ojos; entonces cantaremos con júbilo y risas. Aquí
alabamos mientras caminamos hacia Dios; allí estaremos cantando
con él. Hoy nuestra alabanza nace de la esperanza; entonces toda
nuestra vida consistirá en cantar y disfrutar con todos sus hijos e
hijas de la fiesta del amor y la ternura de Dios.
La celebración de las Horas -Opus Dei- es la experiencia
central de la comunidad de alabanza, el espacio en el que, unida a la
Iglesia orante, se expresa y se realiza como comunidad de «alabanza
perenne a Dios». Ocupa un lugar relevante en nuestra vida, pues
deseamos ser fieles a la exhortación de san Benito de: “No
anteponer nada a la obra de Dios” 22. No deberíamos celebrarla de
forma rutinaria, ni como una obligación, ya que es un momento
trascendente de encuentro festivo en el que celebramos la vida, en el
que ponemos ante el Señor todos los sentimientos, un elemento
esencial en la construcción de la vida de nuestra comunidad.
Nuestra celebración debe de ser abierta e invitadora. Exige, por
22 RB.43,3
17
nuestra parte, responsabilidad, entrega, esfuerzo cotidiano y alegre
ya que por su medio se nos da la oportunidad de dar gloria a Dios en
nombre de toda la Creación y de todos los hombres.
Esta celebración de las Horas es la que sostiene nuestra
alabanza de día y de noche, en la sucesión de las horas y a lo largo
del año litúrgico. Ella alimenta y enriquece la alabanza de todos. Es
la experiencia que educa a la comunidad para vivir en la adoración,
la fascinación y la celebración de Dios.
Recitando los salmos, vibramos con los sentimientos más
hondos del mundo:
- Si el salmo “invoca”, nosotros/as invocamos;
- Si el salmo “gime”, nosotros/as gemimos;
- Si el salmo “se queja”, nosotros/as nos quejamos;
- Si el salmo “espera”, nosotros/as esperamos;
- Si el salmo “bendice”, nosotros/as bendecimos 23 .
Todos estos sentimientos van quedando envueltos, por el
canto del salterio, en una atmósfera de alabanza . Alabanza que es la
razón de ser de la comunidad, su deber esencial, su definición. Esto
quiere ser nuestra vida: alabanza viviente a Dios, bendición, canto
hecho vida 24 .
Por eso nuestra alabanza no cesa al abandonar el coro.
El canto de nuestros labios expresa nuestra voluntad de vivir
todo el día alabando juntos/as a Dios . La Liturgia de las Horas es
una invitación a vivir las horas de cada día como un “cántico
nuevo” que estrenamos cada mañana para Dios. La fuerza, la salud 23 Hemos de recordar que san Benito pide al monje que “su mente concuerde con sus labios” (RB, 19) 24 Ver en C. G. VALLÉS, Viviendo juntos. Sal Terrae. Santander 1985; especialmente, el último capítulo “Un pueblo de alabanza” pp.143-148.
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espiritual y el crecimiento de la comunidad dependen de su poder de
alabar y bendecir a Dios.
La celebración de las Horas fortalece y aumenta, tanto el
sentido interno de la vocación monástica, como la comunión entre
los/as hermanos/as. Es importante que cada uno/a dé lo mejor de sí
como una de las principales maneras de entregarse a sí mismo/a a
Dios, en y mediante la comunidad. Cada aspecto de nuestra
participación es un acto de amor, no una obligación, una experiencia
de comunión. Incluso el llegar a tiempo es un acto de amor fraternal
para no molestar a las demás con nuestro retraso.
Esta alabanza construye a la comunidad pues une los
corazones, aúna las voluntades. La crítica, la envidia y el egoísmo
dividen a los hermanos. La alabanza a Dios los une. No es posible
unir las voces sin unir los corazones. Separados, no podemos
“glorificar unánimes, a una voz, al Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo” 25 . El mejor camino para comulgar con los/as
hermanos/as es alabar juntos al Padre.
Por otra parte la alabanza sana la vida comunitaria. Cuando
Dios es percibido como exigencia que se impone por la fuerza de su
ley, emerge en la comunidad una espiritualidad regida por el
rigorismo, el afán de méritos, la tensión y hasta el miedo. Por el
contrario, cuando Dios es experimentado como una presencia buena
que bendice nuestra vida y nos salva en Cristo del pecado y de la
muerte, crece en la comunidad una espiritualidad transida de gozo,
alabanza y acción de gracias. Esta alabanza genera paz, facilita el
trabajo, suaviza las tensiones y sinsabores de la vida diaria, cura las
envidias, hace crecer la amistad y reafirma la comunión.
25 Rom 15,6
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2.2. Aprender a vivir dando gracias a Dios
Recuperar la acción de gracias a Dios, fuente de vida,
salvación y perdón es principio de renovación profunda para la
comunidad. Cuando los/as monjes/as intuyen y experimentan que
ante Dios sólo se puede vivir en acción de gracias, la comunidad se
transforma.
Vivir en actitud agradecida
Lo primero para vivir en acción de gracias es aprender a
captar lo positivo de la vida. No dejar de asombrarnos de tanto bien
que nos rodea y sostiene. No quedarnos en una mirada negativa y
pesimista. Admirar el sol de cada mañana, el despertar de cada día,
el misterio de nuestro cuerpo y el aliento de nuestro espíritu, el
encuentro con las personas y el amor de las personas. Extender
luego nuestra mirada al mundo y captar el esfuerzo incansable, los
anhelos, los gestos, los deseos de justicia y de paz que se encierran
en tantos corazones. Se trata de estar atentos para contemplar y
acoger todo lo bueno, lo noble, lo bello que hay en las personas,
las cosas, los acontecimientos y la vida entera .
Sin embargo, esto no basta. Es necesario aprender a percibir el
mundo y la creación entera como un don que proviene del amor de
Dios, Fuente y origen último de todo bien. Hemos de vivir
abiertos/as a esta Fuente original para gustar permanentemente la
bondad, el amor y la ternura de Dios en el interior de la vida. Vivir
en la comunidad con la conciencia de que estamos recibiéndolo todo
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de Dios: cada persona, cada cosa, cada acontecimiento o experiencia
es don del Amor invisible de Dios. Esta forma de vivir buscando
siempre a Dios como fuente de todo bien es lo que nos permite no
trivializar el misterio de las personas y de las cosas, sino descubrir
su última verdad.
El agradecimiento nos pide, además, reaccionar con gozo ante
los dones de Dios y expresar nuestra alegría de vivir recibiéndolo
todo de su amor. Esta es nuestra reacción más auténtica cuando
vivimos nuestra existencia desde Dios. Esto es “bendecir” a Dios:
reconocer gozosamente en cada persona, cosa o acontecimiento
su Bondad insondable; Glorificar a Dios en todo y por todo; vivir
en “estado de acción de gracias”. Pueden cambiar las circunstancias
que motivan el contenido concreto de nuestro agradecimiento, pero
la actitud es siempre la misma: dar gracias y glorificar a Dios. 26
Nos podemos preguntar: ¿Se puede dar gracias a Dios siempre
y en todo lugar? ¿También en el sufrimiento y la desgracia?
¿También en la experiencia del pecado? Quien vive en silencio ante
Dios escuchando su Palabra y acogiendo su amor, puede también
entonces captar que Dios sigue siendo bueno en medio de
situaciones dolorosas y crucificantes, nos sigue amando y
perdonando en medio del misterio del mal que esclaviza a los seres
humanos, sigue buscando nuestro bien. La experiencia tal vez más
expresiva es el arrepentimiento: cuando desde el pecado recordamos
la bondad y el perdón de Dios, nuestras lágrimas de arrepentimiento
se convierten en lágrimas de gratitud y alegría 27 .
La celebración de la Eucaristía 26 M. SODI, “Bendición” en Nuevo Diccionario de Liturgia -D. SARTORE y A.M. TRIACCA, dirs-, Ediciones Paulinas, Madrid 1987, pp. 210-230. 27 Esta es la experiencia de la mujer pecadora acogida por Jesús -cfr Lc 7, 36-50-.
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En las primeras comunidades cristianas se considera la acción
de gracias como la actitud fundamental y permanente de la vida
cristiana: “Cantad y entonad salmos en vuestro corazón al Señor,
dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de
nuestro Señor Jesucristo” 28 ; “En todo dad gracias, pues esto es lo
que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros”. 29 Más aún. Toda
oración y toda relación con Dios ha de ir acompañada de la acción
de gracias: “En toda ocasión, presentad a Dios vuestras peticiones,
mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de
gracias”. 30 ¿Cómo no vivir en la comunidad monástica en acción de
gracias?
Esta acción de gracias permanente alcanza su culminación más
expresiva en la celebración de la Eucaristía pues, en ella, toda
comunidad cristiana, unida a la Iglesia universal, se sumerge en la
celebración de la salvación realizada por Dios. El rasgo primero y
predominante de la Eucaristía es la necesidad incontenible de dar
gracias a Dios por todo lo que, en Cristo, ha hecho por nuestra
salvación. 31 Precisamente por ello, “la celebración de la Eucaristía
es verdaderamente el centro de toda la vida cristiana” 32 , y en ella
alcanza su máxima intensidad la acción de gracias de la comunidad
monástica.
Si algo hemos de cuidar los/as monjes/as es el espíritu de
alabanza y acción de gracias que se respira en la celebración de la
28 Ef 5, 20. Cfr. Col 3, 17 29 1Tes 5, 18 30 Flp 4, 6 31 Por eso, junto a “la cena del Señor” o “la fracción del pan”, el término “Eucaristía” (acción de gracias) es el término más significativo, más frecuente, y extendido desde el antiguo oriente hasta el último confín del mundo. 32 Instrucción EUCHARISTICUM MYSTERIUM , 6 sobre el culto del misterio eucarístico, Roma 1967.
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Eucaristía: la plegaria eucarística, las doxologías, los salmos y
cantos de alabanza, las bendiciones. Las exclamaciones de la
asamblea, los gestos de adoración, la elevación de los corazones. El
diálogo del Prefacio con el presidente de la asamblea ha de ser uno
de los momentos cumbre para “levantar el corazón” y “dar gracias a
Dios” pues “es justo y necesario”, “es nuestro deber y salvación “
darle gracias siempre y en todo lugar por Cristo nuestro Señor.
Vivir creciendo en la acción de gracias a Dios va sanando y
transformando a la comunidad. Cuando vivimos nuestra existencia
entera como don de Dios y le restituimos a él todos sus bienes sin
reservarnos nada como algo nuestro, es más fácil liberarnos de
la irritación, la impaciencia, el resentimiento o la agresividad
que tanto pueden deteriorar nuestras relaciones comunitarias y
que solo denotan nuestra voluntad posesiva o nuestra
autosuficiencia y nuestra falta de gratuidad . Cuando vivimos
dando gracias a Dios, renunciamos a apropiarnos de lo que no es
nuestro y esto nos permite enraizarnos en la alegría pues todo
nuestro gozo es que solo Dios sea Dios.
Cuando vivimos en acción de gracias, todo cambia en la
comunidad. Las cosas que nos rodean adquieren una profundidad
antes ignorada: no están ahí solo como objetos a mi disposición;
son signo de la gracia y la bondad del Creador . Las personas que
encontramos en la comunidad o en nuestro camino son también
regalo y gracia: a través de ellas se nos ofrece la presencia viva de
Dios. No es posible vivir dando gracias a Dios sin ser agradecidos a
los hermanos, a las cosas y a la creación entera.
Por eso la acción de gracias genera en la comunidad un
proceso de generosidad mutua, de mirada positiva hacia el otro, de
23
sensibilidad a lo que recibimos de los demás, de respeto y
reconocimiento de sus vidas. El agradecimiento a Dios como Fuente
última de todo bien nos coloca a cada uno en nuestra verdad, nos
hace humildes y nos dispone a unas relaciones mutuas de amor
gratuito y agradecido.
3. A MODO DE CONCLUSIÓN
Una comunidad monástica reconciliada, agradecida y de
alabanza a Dios es una bendición de Dios para la Iglesia actual y
para la sociedad contemporánea. Antes de “hacer” nada, su misma
existencia es testimonio, recordatorio y signo profético que invita a
despertar en los corazones las actitudes más genuinas y auténticas
ante Dios.
Una comunidad que vive en silencio acogiendo el amor a Dios
es invitación insistente a una Iglesia donde, con frecuencia, sobran
palabras, agitación y actividad, y falta silencio y acogida gozosa del
amor de Dios. Al mismo tiempo, es voz crítica y llamada a una
sociedad llena de ruido y superficialidad, hambrienta de amor y de
justicia, pero olvidada del Dios que la podría curar.
Una comunidad que vive escuchando la Palabra salvadora de
Dios es una llamada urgente a la Iglesia para que escuche lo que su
Espíritu está diciendo hoy a las comunidades cristianas. Y es
también crítica radical a esta sociedad consumista que solo busca
alimentarse de bienestar, olvidando que, además de pan, los
hombres y las mujeres necesitan escuchar la Palabra de Dios que los
conduzca a una vida más justa y fraterna, más digna del ser humano.
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Una comunidad que vive alabando a Dios es una bendición
para una Iglesia agobiada por la actividad, la organización y la
búsqueda de eficacia y rendimiento pastoral, sin tiempo ni espacios
para la adoración del misterio y la alabanza al Dios creador y
salvador. Es, al mismo tiempo, llamada profética a una sociedad
contemporánea donde el pragmatismo, la productividad o la
competitividad van borrando toda religación a la Trascendencia
eliminando el recuerdo de un Padre cuya gloria es la vida digna de
sus hijos e hijas.
Una comunidad que vive dando gracias a Dios está recordando
a la Iglesia que solo él es fuente de vida y salvación, y que nuestra
primera tarea es reconocerlo gozosamente como Padre bueno que
perdona y salva, y ponernos humildemente a su servicio. Al mismo
tiempo, es una invitación a la esperanza en medio de una sociedad
que solo cree en sus propias fuerzas, aunque comprueba una y otra
vez que no puede darse a sí misma toda la salvación que anda
buscando. La salvación está en Dios, el mejor amigo del hombre.
Esta es la Buena Noticia que queremos anunciar desde nuestras
comunidades.
Hna. María Pilar Tejada, osb Monasterio de San salvador Palacios de Benaver (Burgos)