ResumenSe presenta en esta comunicación un primer avance de los resultados obtenidos en la excava-
ción de la necrópolis de Cerro Colorado, Villatobas, Toledo, y su significado dentro del contexto
de las primeras necrópolis de incineración en el Centro de la Península. Se hace especial refe-
rencia a otras necrópolis cercanas como las de Esperillas y Madrigueras.
Palabras clave: Carpetanos, incineración, necrópolis, valle del Tajo, Segunda Edad del Hierro,
Villatobas.
AbstractWe presented in this communication an advance of the results obtained in the excavation of thenecropolis of Cerro Colorado, Villatobas, Toledo, and its meaning inside the context of the firstnecropolis of incineration in the Center of the Peninsula. Special reference to other nearbynecropolis is done like those of Esperillas and Madrigueras.
Keywords: Carpetanians, incineration, necropolis, Tajo river basin, Second Iron Age, Villatobas.
27 Libro URBINA 5/12/07 01:56 Página 240
La actuación arqueológicaDurante el verano de 2002 se llevó a acabo una excavación
de salvamento en el paraje conocido como “Cerro
Colorado”, en las inmediaciones de la localidad de
Villatobas, Toledo. Este lugar se había inventariado como
asentamiento del Hierro II en 1994, con motivo de la pros-
pección que realizamos entonces, y que se recogieron más
tarde como la base del trabajo de investigación de uno de
nosotros sobre el poblamiento de la Segunda Edad del
Hierro en la Mesa de Ocaña (Urbina, 2000), en donde apa-
rece denominado como “Villatobas”.
La necrópolis se localizó casualmente al descubrir
desde la contigua carretera manchas de ceniza bien visi-
bles, gracias a las labores agrícolas de arranque de un
viñedo que habían destrozado la mayoría del lugar. No nos
cansaremos nunca de invitar a la reflexión sobre los daños
que las prácticas agrícolas vienen produciendo en los yaci-
mientos arqueológicos, ya que estas prácticas no están
reguladas y los agricultores pueden libremente plantar oli-
vos con excavadora o arrancar vides como en este caso,
con arados de 1 m. de profundidad, sobre yacimientos
arqueológicos inventariados.
El arado había dejado unos surcos con forma de V de 80
cm. de profundidad, sobre un suelo de arcillas rojas areno-
sas, que tan sólo tienen 60 cm de potencia antes de llegar
al nivel de las rocas de arenisca, fragmentos de las cuales
fueron llevados a la superficie del terreno. La anchura de los
surcos en superficie era de 80-90 cm. de ancho y tan sólo
había entre surco y surco un ancho de 20 cm en superficie
y unos 60-80 cm. en profundidad sin alterar por el arado. A
todo esto había que añadir el peligro real que suponía la
presencia de un excavador furtivo bien conocido en la loca-
lidad, capaz de saquear en una noche la necrópolis entera,
de modo que los trabajos se realizaron con la premura y la
intranquilidad que caracterizaba a las actuaciones arqueoló-
gicas de otras épocas que creíamos olvidadas.
Para complicar más las cosas, el estrato de tierra sobre
el que se asentaban los enterramientos estaba formado por
una capa homogénea de arcillas rojas mezcladas con
Cerro Colorado, Villatobas, Toledo. Una necrópolisde incineración en el Centro de la Península
Dionisio Urbina*, Catalina Urquijo**
*Arqueólogo. Doctor en Geografía e Historia.Co-Director del proyecto arqueológico Plaza de [email protected]**Arqueóloga.Co-Directora del proyecto arqueológico Plaza de [email protected]
Fig. 1. Aspecto de la necrópolis antes de comenzar los trabajos deexcavación.
arena, de las que los 20-25 cm más superficiales ofrecían
un aspecto de coloración más clara y consistencia más
suelta debido al continuado laboreo de la antigua viña. En
esta capa superficial, los elementos intrusivos eran abun-
dantes, como manchas de color negro correspondientes a
la basura con la que se había venido abonando la vid,
esqueletos de animales como gatos entre esas manchas, y
otros restos de plásticos, de botellas de vidrio, latas, etc.
Metodológicamente hubimos de adaptarnos a las líne-
as que definían los surcos del arado, en un intento por
determinar con precisión el desplazamiento que el arado
había producido sobre los materiales de las urnas reventa-
das por el mismo. De esta forma, se pudo “seguir el rastro”
a las destrucciones causadas por el arado y asociar nume-
rosos materiales a su enterramiento original. Se excavaba
primero la parte del surco alterado por el arado y a conti-
nuación la franja contigua sin alterar. El miedo al saqueo
del lugar nos indujo a tomar la precaución de ir tapando las
partes excavadas, de modo que éstas no fueran evidentes
desde la carretera, para lo cual se procedía a excavar tra-
mos de 10 m. de largo en el sentido del arado, y taparlos
con la tierra procedente de los próximos 10 m. Aunque de
este modo se perdió la oportunidad de contemplar toda el
área excavada en su conjunto, las alteraciones producidas
por las labores agrícolas le restaban interés y además con-
seguimos que la actuación pasara desapercibida en gene-
ral para posibles saqueadores.
Características generales de la necrópolis1
La cartografía de los 66 enterramientos exhumados y los
restos dispersos de materiales que no se pueden adscribir
a un enterramiento en concreto, nos permiten comprobar la
ubicación del actual núcleo central de la necrópolis. Los lla-
nos del páramo calizo se abren a una pequeña vaguada
que ha formado la cabecera del Arroyo del Valle, a cuyas
aguas debe su existencia el yacimiento y la localidad actual
de Villatobas, que se encuentra 1,5 km aguas debajo de la
necrópolis.
En la ladera del talud del páramo, aflora un lentejón de
arcillas rojas de las que el lugar toma su nombre, que cerca
del arroyo presentan ya una coloración marrón claro pues
están mezcladas con las calizas del páramo. La ladera pre-
sentaba una pequeña elevación antes de llegar al arroyo,
en torno a la cual pensamos que se ubicaría la necrópolis
primitiva, que hoy se encuentra muy destruida por el labo-
reo, ya que sólo ha sido posible encontrar en esta área
manchas grises de cenizas. Marcamos en esta zona, al
Noroeste del croquis, la existencia de las manchas y las
piedras de arena que nos indican la fuerte erosión que ha
sufrido la zona perdiendo la totalidad del suelo, ya que los
arados han llegado a levantar las piedras del subsuelo. Los
restos actuales corresponderían tan sólo a la parte conser-
vada de un recinto que, si llegó a ocupar todo el entorno de
esa loma erosionada, apenas representaría el 20% de su
tamaño original, mientras que si se extendió por la parte
meridional del collado, representaría aproximadamente la
mitad de su primitiva extensión.
242 Estudios sobre la Edad del Hierro en la Carpetania. Registro arqueológico, secuencia y territorio
1 Los materiales de esta necrópolis están en proceso de estudioen este momento, por lo que parte de las características que aquíapuntamos se verán alteradas por los exámenes futuros. En con-creto, al presente se han realizado análisis metalúrgicos de losobjetos de bronce y se ha acometido la completa restauración delos restos metálicos, entre los que se están descubriendo piezassingulares de gran interés. Por lo que respecta a los recipientescerámicos, tan sólo se han restaurado 6 de ellos, lo que no nospermite realizar precisiones sobre la decoración del resto, ya queen esta zona las vasijas aparecen con una gruesa costra de calizaque oculta la pintura. Del mismo modo, estamos pendientes deconseguir la financiación adecuada para realizar un estudio deADN sobre los restos óseos de los más de 60 enterramientosexhumados, lo cual aportará sin duda unos resultados de enormeinterés para el conocimiento de estas poblaciones.
Fig. 2. Croquis con la distribución espacial de las tumbas en dondese indica el núcleo central del cementerio.
La mayoría de los enterramientos estaban, como deci-
mos, destruidos por los arados, lo cual nos impidió conocer
el tipo de cubrimiento original de las urnas o la disposición
de las mismas: formando alineamientos, en torno a ciertos
lugares centrales, o completamente al azar. Ciertos restos
dispersos, como los fragmentos de tres pequeños adobes
juntos a los huesos y objetos metálicos del enterramiento
49, nos hacen plantearnos la posibilidad de la existencia de
algún tipo de cubrición para algunas urnas, incluidos los
cubrimientos tumulares, si bien, no se puede descartar que
estos adobes funcionasen como receptores de los restos
óseos ya que, como tendremos ocasión de ver, se utiliza-
ron al efecto contendores muy variados.
Al igual que sucede en la vecina necrópolis de Las
Esperillas (apenas a 10 km al Este de Cerro Colorado),
parece que se aprovecharon las concavidades de las pie-
dras de arenisca que conforman la base del terreno para
depositar las urnas y sus ajuares, en aquellas ocasiones
(Tumba 25) en las que el nivel de arcillas rojas sobre las
piedras tenía escasa potencia.
Por lo que respecta al tipo de contenedores de los res-
tos óseos, predominan en general las vasijas a torno de
tamaños medios, entre las que se encuentra tinajillas con
bases en ónfalos y bordes con pico de ánade, copas de
gran tamaño, urnas ovoides con estrechos cuellos y algún
ejemplar para el que apenas existen paralelos en los reper-
torios tipológicos conocidos en la región. En menor propor-
ción aparecen las vasijas a mano, entre las que se consta-
tan grandes vasos de base plana con mamelones sin perfo-
rar en el borde, de una tipología muy abundante en necró-
polis antiguas como la de Arroyo Culebro (Penedo et alii,
2001) o la levantina de Les Moreres (González Prats, 2002).
Eran varios los ejemplos en los que los huesos se
depositaron directamente sobre hoyos practicados en el
terreno, existiendo algún ejemplo de revoco del hoyo con
una delgada capa (1 cm.) de arcilla decantada de color
amarillento, a semejanza de los revocos de yeso que se
documentaron en los hoyos de algunas de las tumbas de
Madrigueras (Almagro, 1969) y Palomar de Pintado
(Pereira et alii, 2001).
A este respecto hay que señalar la excepcionalidad del
enterramiento 53, en el que se depositaron directamente
sobre un hoyo, los restos óseos, las vasijas de ajuar y un
excepcional conjunto metálico en el que un escudo (del que
se ha conservado tan sólo el pequeño umbo metálico)
hacía las veces de tapadera cubriendo el enterramiento.
Los efectos del arado nos impidieron también en la
mayoría de los casos constatar las diversas asociaciones
entre urnas y ajuares, aunque contamos con varios ejem-
plos que apuntan a una situación similar a la que se cons-
tata en necrópolis cercanas, como la de Las Esperillas en
Santa Cruz de la Zarza (García Carrillo y Encinas, 1990a),
en la que predominan los enterramientos individuales,
acompañados por algunas vasijas de ajuar, por lo general
no más de una o dos, sin llegar en ningún caso a la canti-
dad de vasijas de ajuar que se documentan en algún ente-
rramiento del cementerio santacrucero (García Carrillo y
Encinas, 1987).
En concreto la tumba 47 presentaba una urna con los
restos óseos sin alterar por los arados, y dos pequeñas
vasijas de ajuar junto a ella: una urna de orejetas perfora-
das con pie de copa (ejemplo único que conozcamos al
presente), y un vaso a mano tapado con un pequeño cuen-
co a torno.
D. URBINA, C. URQUIJO / Cerro Colorado, Villatobas, Toledo. Una necrópolis de incineración en el Centro de la Península 243
Fig. 3. Fragmentos de tres adobes de pequeños tamaño, junto aalgunos restos metálicos del enterramiento 49, fuertemente altera-do por los arados.
Fig. 4. Copa y restos de la tapadera de la Tumba 25 que aprove-chan las oquedades de las piedras.
También se pudo comprobar la existencia de enterra-
mientos dobles, o al menos dos urnas juntas que contení-
an restos óseos, como el caso especial del la Tumba 13, en
la que una vasija a torno y otra a mano se disponían una al
lado de la otra.
Como decimos, los enterramientos consistían esencial-
mente en una urna que contenía los huesos de la crema-
ción, tapada usualmente con un cuenco. Se interpretaron
como vasijas de ajuar los pequeños cuencos (llamados
catinos en algunas publicaciones) a mano y a torno que se
hallaban junto al contenedor de los restos óseos. Sin
embargo, es probable que haya que interpretar algunos de
estos como tapaderas desplazadas de su lugar por efectos
de los arados. Así lo indican los restos de la tumba 32, en
donde se encuentran estos pequeños cuencos cubriendo
los restos óseos. En esta tumba, bajo la tapadera invertida
a torno, se halló la huella de otra vasija a mano de muy
mala factura, similar a otras halladas en diferentes enterra-
mientos. Examinada en detalle, más que una vasija, estos
restos de arcillas prácticamente sin cocer, parecen un tipo
de materia que se encontraba en el interior de la tapadera
y que el efecto del calor de los huesos ha contribuido a
darle la forma de la tapadera a torno.
No podemos descartar la posibilidad de que la verdade-
ra tapadera de la urna haya desaparecido, ya que el tama-
ño del pequeño catino a torno es mucho menor que la boca
244 Estudios sobre la Edad del Hierro en la Carpetania. Registro arqueológico, secuencia y territorio
Fig. 5. Ejemplos de los efectos producidos por el arado sobre lasurnas que contenían los enterramientos. En este caso, los restosde la tumba 6 se esparcen por el espacio de un metro en torno ala vasija que los contenía.
Fig. 6. Enterramiento 47, uno de los pocos ejemplos que no habí-an sido alterados por el arado, en el que junto a la urna con lascenizas se disponen dos vasijas de ajuar con sus correspondien-tes tapaderas.
Fig. 7. Tumba 13. Enterramiento doble. Estas dos vasijas, una amano y otra a torno, contenían restos óseos de dos individuos.
Fig. 8. Enterramiento 51. El contenedor de los restos óseos estáformado por una masa de barro sin cocer, tan sólo calentada porefecto del calor transmitido por los huesos de la pira.
de la urna que contiene los restos óseos, y que el pequeño
cuenco a torno y su contenido sean en realidad parte del
ajuar que se depositaba dentro de la urna junto a los hue-
sos y objetos metálicos. En otros casos, aparecen peque-
ños vasos o copitas a mano, en barros muy deleznables
por lo mal cocidos que están, o bien cuencos y copitas a
torno, tapados por estos pequeños cuencos o catinos a
torno, entre el ajuar que acompaña a la urna del enterra-
miento.
Una de las peculiaridades más sobresaliente de los
hallazgos de Cerro Colorado es la abundancia de objetos
metálicos entre los ajuares. En otras necrópolis cercanas
esta proporción de objetos metálicos es mucho menor. En
Palomar de Pintado los bronces publicados son escasos,
mientras que en Madrigueras apenas parecieron unas fíbu-
las entre los ajuares. Por lo que respecta a Esperillas, entre
el escaso material publicado aparecen algunos ejemplares
y nos consta la existencia de algunos más, aunque es difí-
cil cuantificarlos puesto que 20 años después de las exca-
vaciones, los directores de aquella actuación aún no han
presentado el inventario de los materiales (ni la totalidad de
los mismos) al museo correspondiente.
Estos objetos se encontraban por lo común dentro de la
urna entre los restos óseos, aunque en algún caso lo hací-
an junto a las vasijas de ajuar. De entre ellos las fíbulas son
las más abundantes, sin duda. Se han hallado medio cen-
tenar de ejemplares, lo que equivale a casi una fíbula por
enterramiento. En su inmensa mayoría corresponden a la
tipología de anulares hispánicas en todas sus variantes,
siendo las más escasas los tipos de puente de timbal.
También aparecen algunos fragmentos de una fíbula de
doble resorte y otra (T59) de pie vuelto que algunos auto-
res denominan de resorte bilateral, similar al ejemplar
hallado en prospección en Las Esperillas (Urbina, 2000:
lam III.2), con remache alargado que conserva el arranque
del motivo vuelto junto a la mortaja de la aguja, que la acer-
ca más a las de tipo Acebuchal, con el puente de sección
cuadrangular decorado con línea ondulada incisa en las
dos caras laterales y en la superior.
Junto a las fíbulas, los aros de pulseras son abundan-
tes en Cerro Colorado, con una decena de ejemplares, si
bien en su mayoría se encuentran fragmentados con las
espiras rotas por los efectos de las alteraciones postdepo-
sicionales. Las pinzas, clasificadas comúnmente como
depilatorias, aparecen en proporción similar a la de las pul-
seras. Otros objetos de bronce son anillos, arandelas, algu-
nas de ellas de pequeño tamaño y otras con forma de ocho,
cuentas de collar o bolas perforadas, sin olvidar objetos
más raros como un trísquele o el ajuar excepcional de la
tumba 53 formado por un pequeño umbo plano de escudo
y las dos placas de un cinturón de tipo ibérico, que conser-
vaban además la lámina de bronce que ceñía la cintura
sujetando el cuero del cinturón.
Estos objetos, junto a otras arandelas de hierro apare-
cidas en diferentes enterramientos que, aunque están en
proceso de estudio, es claro que pudieron pertenecer o
argollas para sujetar las correas al escudo. Habría que aña-
dir el mango de espada de antenas atrofiadas hallada en
D. URBINA, C. URQUIJO / Cerro Colorado, Villatobas, Toledo. Una necrópolis de incineración en el Centro de la Península 245
Fig. 9. Detalle de la tapadera de la tumba 32 en la que un cuencoa torno de tamaño sensiblemente menor a la boca de la urna,parece hacer las veces de tapadera.
Fig. 10. Cuenco a mano sin cocer o impronta de arcilla rojiza, quese hallaba bajo el cuenco a torno.
Las Esperillas (Urbina, 2000: lam III.1) o la falcata de
Palomar de Pintado (Ruiz et alii, 2004). Estos hallazgos
ponen de relieve la existencia de algunas armas en los
ajuares de las necrópolis de esta zona, que si no llegan a
las cotas de las necrópolis de Guadalajara, al menos sirven
para que no se pueda hablar de una ausencia total de
armas en los enterramientos.
Los objetos de hierro son menos abundantes, aunque
numerosos. Entre ellos hay que hacer mención especial de
los cuchillos de hoja afalcatada, de los cuales se conservan
algunos ejemplares casi completos. En total han aparecido
fragmentos de más de una docena de este tipo de cuchi-
llos, abundantes en las necrópolis de incineración de perí-
odos antiguos dentro de la Segunda Edad del Hierro. Junto
a los cuchillos aparecieron varias arandelas de sujeción de
correas de escudo con sus hembrillas, que habría que a
añadir a los hallazgos de la tumba 53 dentro de la nómina
de enterramientos con restos de armas.
246 Estudios sobre la Edad del Hierro en la Carpetania. Registro arqueológico, secuencia y territorio
Fig. 11. Ejemplos de los pequeños cuencos y copitas a torno halla-dos entre los ajuares de distintas tumbas.
Fig. 12. Detalle del proceso de excavación en laboratorio de la tumba 19 en donde se observa la aparición de varios objetos de bronceentre los huesos, como dos bolas huecas, un anillo y los fragmentos de dos hilos de pulsera de sección rectangular.
D. URBINA, C. URQUIJO / Cerro Colorado, Villatobas, Toledo. Una necrópolis de incineración en el Centro de la Península 247
Fig. 13. Umbo de escudo de bronce con los restos de una manillade hierro que hacia las veces de tapadera de la tumba 53 cuyosrestos óseos se depositaron directamente sobre un hoyo practica-do en el suelo.
Fig. 14. Placas de un broche de cinturón que se hallaron directa-mente sobre el umbo de escudo, tapando los restos óseos delenterramiento nº 53.
Fig. 15. Fíbula anular del enterramiento nº 13 antes y después de su limpieza.
Fig. 16. Dos fíbulas anulares después de su limpieza, cuyo aspecto es muy cercano al que debieron tener cuando estaban en uso.
El hierro a veces suplanta al bronce como es el caso de
una pinza fabricada en este metal, aparecida en la urna de la
tumba 47. También se constatan algunos casos de fíbulas
anulares en las que la aguja es de hierro, sobre todo en ejem-
plares de gran tamaño. El hierro se mezcla con el bronce en
la manilla del umbo de escudo de la tumba 53. Junto a estos
objetos de hierro se hallaron otros de difícil clasificación.
La restauración de todos estos materiales metálicos
acaba de finalizar al tiempo de escribir estas líneas, y su
estudio detallado así como el dibujo de las piezas comien-
za en estos momentos, por lo que las consideraciones
sobre los mismos, no pueden ir en más allá de las notas
generales que se acaban de esbozar. Cabe destacar, no
obstante, la excelente conservación de los bronces, ya que
como se ilustra en las figuras 15 y 16, bajo una pátina ver-
dosa de escasos mm. aparece el dorado original con sólo
una limpieza superficial. Aprovechando estas característi-
cas se han limpiado y estabilizado unos pocos ejemplares
bien conservados, dejando a la vista su aspecto original
dorado, de cara a su futura exhibición, para que el público
pueda apreciar la apariencia real dorada del bronce, en vez
de los acabados verdosos o negruzcos que predominan en
las restauraciones de ejemplares de este tipo. Esta limpie-
za, por otra parte, ha permitido descubrir delicadas decora-
ciones incisas sobre diversos soportes de bronce, a veces
casi perdidas, de las cuales aportamos unos ejemplos en
las pinzas de la figura 17.
En resumen, por lo que respecta a los rituales de ente-
rramiento, parece que existe cierta estandarización pre-
sente también en otras necrópolis de la zona, a pesar de
que las condiciones del terreno determinan algunas parti-
cularidades locales, así en lugares con un subsuelo pedre-
goso como Esperillas o Cerro Colorado, las urnas se dispo-
nen en las oquedades de las rocas, aunque a veces se
complemente el hoyo con refuerzos en forma de lajas de
piedra o adobes. Por el contrario, en las llanuras de inunda-
ción en las que predominan las arcillas, los hoyos sobre los
que se disponen las urnas y las cenizas se suelen recubrir
con revoco de yeso, tal y como se documenta en
Madrigueras o Palomar de Pintado y, en algún caso en
Cerro Colorado.
Las vasijas de ajuar que acompañan a las urnas que
contienen los restos óseos aparecen en número variado,
desde un solo ejemplar, hasta más de una docena, aunque
los ejemplos más abundantes suelen tener de dos a cuatro
vasijas de ajuar. Hay que llamar la atención sobre el hecho
de que los enterramientos que sólo poseen vasijas a mano,
y que se han venido considerando como la expresión de las
tumbas más antiguas de estos cementerios, presentan
idéntica disposición entre contenedores de huesos y ajua-
res que en los enterramientos con cerámicas a torno.
Junto a estos objetos se hallan entre los propios restos
óseos en el interior de las urnas, o a veces junto a las vasi-
jas de ajuar, pequeños utensilios y adornos entre los que
destacan las fusayolas, de formas variadas y a menudo con
decoraciones incisas. Son frecuentes asimismo las cuentas
de collar, bien sean oculadas o de pasta vítrea de un azul
intenso, estas últimas tradicionalmente vinculadas al
comercio fenicio-púnico.
Lamentablemente, los trabajos de restauración y estu-
dio de los materiales recuperados en la necrópolis de Cerro
Colorado están en curso, de modo que no podemos exten-
dernos más en la descripción de los mismos hasta que este
estudio haya concluido, pero sí queremos insistir sobre la
relación entre la necrópolis y su poblado (pues no hay que
olvidar que un cementerio es siempre parte de un núcleo
248 Estudios sobre la Edad del Hierro en la Carpetania. Registro arqueológico, secuencia y territorio
Fig. 17. Ejemplo de dos pinzas decoradas con motivos incisos abase de triángulos y agujeros en el ejemplar de la izquierda, ycomplejos motivos curvilíneos en el ejemplar de la derecha.
de habitación), y avanzar en la significación de la necrópo-
lis en el panorama comarcal de inicios de la Segunda Edad
del Hierro.
La necrópolis y su pobladoLa dispersión de los materiales de superficie en el entorno
de Cerro Colorado presentaba unas características bastan-
te comunes a las de otros yacimientos de la región descu-
biertos entonces y otros conocidos anteriormente. Esta dis-
persión ponía de manifiesto el aprovechamiento de las
cabeceras de los arroyos de la comarca desde el inicio de
la Segunda Edad del Hierro, y la continuidad del hábitat en
las inmediaciones hasta prácticamente nuestros días. Este
poblamiento conformaba, no obstante, lo que se conoce
como estratigrafías horizontales, ya que los asentamientos
de las distintas épocas no se disponen exactamente unos
sobre otros, sino que en los distintos períodos se despla-
zan ligeramente, siempre a favor de la corriente del cauce
de agua.
Como mostramos en las figuras en las que se cartogra-
fían los alrededores de Cerro Colorado y Esperillas, ambos
asentamientos se disponen en las cabeceras de pequeños
arroyos, en cuyas inmediaciones se disponen las corres-
pondientes necrópolis, apenas separadas de los poblados
por unas decenas de metros. En el caso de Las Esperillas
se aprovecha un altozano y una pequeña vaguada, para
diferenciar el cementerio del núcleo de población. La necró-
polis se dispone el sur del poblado. En Cerro Colorado el
emplazamiento de la necrópolis con relación al poblado es
similar, en el extremo Sur, e igualmente aprovechaba una
pequeña loma rocosa que hoy casi ha desaparecido por
efecto de las labores agrícolas, de modo que apenas des-
taca en el paisaje. Los asentamientos romanos se dispo-
nen en la misma ubicación que los anteriores pero ligera-
mente desplazados hacia el Norte en Las Esperillas y hacia
el Suroeste en Cerro Colorado.
Secuencias similares ilustramos en el Valle del Cedrón,
en el borde Suroeste de la Mesa de Ocaña, en lugares
como Melgar (Villasequilla) en los que el asentamiento del
HII se desarrolla en torno a una pequeña colina, y el roma-
no se desplaza hasta el borde del cauce de agua. Más tarde
surgirá un núcleo musulmán al amparo de un castillo que se
elevará en lo alto de la colina. Esta secuencia es muy pare-
cida a la de Montealegre (Villatobas), aguas arriba del arro-
yo llamado ahora de Testillos, aunque aquí el yacimiento del
HII se levanta al Sur del arroyo, mientras que el romano lo
hace enfrente, al otro lado del arroyo, y el medieval aprove-
chó una lengua elevada sobre el arroyo para instalar una
atalaya, y el poblamiento se dispuso al Norte, a continuación
del romano, alejándose del cauce arroyo.
D. URBINA, C. URQUIJO / Cerro Colorado, Villatobas, Toledo. Una necrópolis de incineración en el Centro de la Península 249
Fig. 18. Secuencia del poblamiento en el entorno de CerroColorado, Villatobas.
Fig. 19. El poblamiento del HII y romano en el entorno de LasEsperillas. Santa Cruz de la Zarza. Fotos áreas extraídas del SIGOleícola del Ministerio de Agricultura.
Estas situaciones se repiten en casi todos los ejemplos
de yacimientos en llano del período arcaico del Hierro II en
la Mesa de Ocaña y son extensibles al menos a las tierras
contiguas de la Mancha Alta conquense, en donde el yaci-
miento de Las Madrigueras responde al mismo esquema.
Aunque desconocemos si existe un asentamiento medie-
val, en Las Madrigueras, la necrópolis se halla en este caso
en el extremo Norte del poblado, el cual creció junto al arro-
yo Valdejudíos, mientras que el asentamiento romano se
levantaba a continuación, hacia el Sur, aguas arriba del
arroyo.
Una característica común a todos estos lugares son los
escasos accidentes del relieve que no permiten sospechar
la existencia de antiguos recintos defensivos, los cuales a
lo sumo pudieron existir en lugares como Melgar, de esca-
sa defensa natural y que sólo contempló la erección de un
pequeño castillo en tiempos medievales. Estas razones nos
llevaron en su día (Urbina, 1997 y 2000) a englobar este
tipo de yacimientos dentro de una de las dos categorías
existentes para los asentamientos de la Segunda Edad del
Hierro en la Mesa de Ocaña. Los datos con que contába-
mos entonces inducían a encuadrarlos entre los más anti-
guos de este período, netamente diferenciados por crono-
logía y tipología de los recintos amurallados.
Creemos que las líneas de investigación futuras para
este tipo de enclaves, deben orientarse a determinar si los
yacimientos en llano, que denominaremos yacimientos
arcaicos del Hierro II, arrancan desde fases anteriores a la
llegada del torno en la mayoría de los casos, y entonces no
serían más que ejemplos de yacimientos del Hierro I en los
que se generalizan los productos a torno, o bien valorar el
alcance de las tentativas que sabemos que existen con res-
pecto a los porcentajes de yacimientos del Hierro I del tipo
enclave D de Arroyo Culebro, o incluso Las Camas en
Villaverde (ambos en Madrid) que desaparecen antes de la
llegada de los productos a torno, frente a los enclaves del
tipo Cerro de los Encaños (Villar del Horno, Cuenca) o
incluso Palomar de Pintado (Villafranca de los Caballeros),
en los que se mantiene el poblamiento desde el Hierro I
hasta al menos los inicios del Hierro o incluso sus fases
más avanzadas.
La necrópolis en el contexto cronológico delCentro de la PenínsulaLa necrópolis de Cerro Colorado viene a añadirse a las ya
conocidas anteriormente en la zona, como Madrigueras,
Esperillas o Palomar de Pintado, como ejemplo de cemen-
terios en los que se implanta el rito de incineración y se
popularizan las producciones cerámicas a torno. Las crono-
250 Estudios sobre la Edad del Hierro en la Carpetania. Registro arqueológico, secuencia y territorio
Fig. 21. Desarrollo del poblamiento en el entorno de Melgar, caucedel Arroyo Cedrón, Villasequilla.
Fig. 20. Secuencia del poblamiento en el entorno de LasMadrigueras, Carrascosa del Campo (Cuenca).
logías publicadas hasta la fecha por los excavadores de
estas necrópolis nos llevan al siglo VII a C. en Las
Madrigueras (Almagro, 1969), el mismo siglo o un momen-
to anterior para algún enterramiento de Las Esperillas
(García Carrillo y Encinas, 1990a), e incluso al siglo IX ó X
para un ejemplar de incineración con presencia de hierro de
Palomar de Pintado (Pereira et alii, 2003). A ellos podríamos
añadir la necrópolis de la Edad del Hierro de Santa María,
en Villarejo de Salvanés, pendiente de publicar, la mención
de una fíbula de pie levantado de origen fenicio anterior al
450 a.C. en la supuesta necrópolis del yacimiento en llano
de Los Villares de Ocaña (Urquijo et alii, 2001) de donde
procedería también una espada corta (Peces, 2000).
La habitación en los poblados correspondientes a estas
necrópolis se iniciaría momentos antes del inicio de la
Segunda Edad del Hierro, como bien se expresa en los
niveles de o la llegada de los productos a torno, pero un
cierto período de tiempo después del momento cronológi-
co que expresan las necrópolis con urnas exclusivamente
a mano, de las que son buenos ejemplos en la región El
Mazacote, en Ocaña, excavada en los años treinta
(González Simancas, 1934) y recientemente destruida por
unas obras en la localidad, o la necrópolis del yacimiento D
de Arroyo Culebro (Penedo et alii, 2001) y la de Arroyo
Butarque (Blasco y Barrio, 2001-2). Estos poblados serían
precisamente la expresión de los cambios en los patrones
de asentamiento producidos con respecto a la etapa ante-
rior del inicio del Hierro Antiguo.
La Segunda Edad del Hierro, desde esta perspectiva,
comenzaría con las necrópolis que estamos analizando,
tras producirse un cambio en los patrones de asentamien-
to en un horizonte aún de exclusividad de las cerámicas a
mano, pero en el que ya se ha generalizado el rito de inci-
neración y la agrupación de los enterramientos en necrópo-
lis: Mazacote, Arroyo Culebro y Arroyo Butarque.
Si atendemos al indicador crono-cultural que definen
los patrones de asentamiento, el Hierro I correspondería a
una fase de transición en la que perviven aún elementos
del Bronce Final. El Hierro II comenzaría con el cambio de
patrón asentamiento caracterizado por la fase cronológica
de las necrópolis que analizamos, que arrancan con pro-
ductos a mano del Hierro Antiguo y perduran hasta horizon-
tes del siglo IV a C. determinados por la presencia de cerá-
micas áticas. Tras esta fase arcaica se produce un signifi-
cativo cambio en los patrones de asentamiento con la
emergencia de los recintos amurallados, que tanto podría-
mos denominar Hierro III, como fase plena del Hierro II, por
contraposición con la anterior o arcaica y la posterior en la
que se produce la llegada de los romanos, fase tardía.
Sobre la base de los resultados obtenidos en la necró-
polis de Las Madrigueras, el joven M. Almagro Gorbea pre-
tendió establecer dos momentos cronológicos, facies u
horizontes culturales que fueran extensibles a toda la
región, denominándolos Carrascosa I y Carrascosa II, y
que en el fondo quería representar las fases del Hierro I y
HII, de predominio de cerámicas a mano y a torno, respec-
tivamente. En anteriores publicaciones (Urbina, 2000) ya
expresamos las dudas que el propio registro introduce en
esta construcción, que responde más a criterios interpreta-
tivos propios de la época en la que se realizó la excavación,
que a deducciones objetivas; práctica que, por otro lado,
era y es común a la mayoría de los estudios arqueológicos,
puesto que es en extremo difícil afrontar la interpretación
de los datos de campo sin que los paradigmas imperantes
jueguen un importante papel en la traducción de los mis-
mos. De todos modos en Las Madrigueras se realizó un
importante esfuerzo por conjugar los datos tipológicos con
los cuatro niveles estratigráficos detectados.
La necrópolis de Las Esperillas podría haber servido
para matizar los horizontes cronológicos establecidos, pero
desgraciadamente, de un lado las características del sitio,
ya que al realizarse los enterramientos en las oquedades de
D. URBINA, C. URQUIJO / Cerro Colorado, Villatobas, Toledo. Una necrópolis de incineración en el Centro de la Península 251
Fig. 22. El poblamiento en el entorno de Montealegre, Villatobas;yacimiento situado a 3 km de Plaza de Moros, 8 km de CerroColorado y 11 km de Las Esperillas.Fotos áreas extraídas del SIG Oleícola del Ministerio deAgricultura.
la roca impiden cualquier consideración estratigráfica, y de
otro la publicación y estudio más que parcial de los materia-
les y de la relación del cementerio con el poblado (nunca se
llegó a publicar que el poblado se encuentra en las inmedia-
ciones de la necrópolis), apenas sirvieron para aportar un
interesante conjunto de cerámicas a mano con decoracio-
nes incisas y a peine (García Carrillo y Encinas, 1990a).
Aunque ya en las llanuras manchegas, la necrópolis de
Palomar de Pintado en Villafranca de los Caballeros es otro
ejemplo de un registro parcialmente publicado a pesar de
que han transcurrido ya veinte años desde que se iniciaron
los trabajos en ella (Carrobles y Ruiz Zapatero, 1990;
Carrobles, 1995; Pereira et alii, 2001 y 2003; Ruiz Taboada
et alii, 2004). Recientemente se ha intentado establecer
ciertos momentos diferenciados o fases crono-tipológicas,
con los materiales de la necrópolis de Palomar de Pintado,
apoyados en dataciones radio-carbónicas, que nos sirven
para desarrollar un comentario crítico al respecto.
El debate sobre las fechas de C14 es ya relativamente
antiguo, pero está lejos de cerrarse. A las dificultades que
desde el punto de vista técnico hay que añadir para el perí-
odo de casi todo el primer Milenio a C., se añade que la
recogida de muestras en los yacimientos se viene realizan-
do un tanto al azar, y pocas veces va acompañada de un
muestreo predeterminado (selectivo, acumulativo, etc.) con
el fin de resolver incógnitas del yacimiento. Sin duda, que el
precio de los análisis ha jugado un importante papel al con-
dicionar siempre al arqueólogo que ha de obtener los
mayores resultados con el menor número de muestras
posible. A pesar de ello y de nuestros limitados recursos, en
Plaza de Moros comenzamos por realizar dos muestras
sobre el mismo fragmento de madera quemada que dieron
unos resultados sorprendentes y decepcionantes, pues
había entre ellos más de tres siglos de diferencia (Urbina et
alii, 2004). Pero más decepcionante aún fue comprobar
cómo no existen paralelos de este procedimiento en la
bibliografía consultada, algo que considerábamos básico
para establecer un punto de confianza en el método.
Sorprendentemente, tampoco se encuentra explicado en
las publicaciones con fechas radiocarbónicas lo que podrí-
amos llamar el protocolo de recogida de muestras, algo
que, sin embargo, los laboratorios consideran de vital
importancia: la altura a la que se recoge la muestra, si es
un depósito sellado a no, las posibles fuentes de contami-
nación del estrato, como hormigueros, madrigueras de
ratones, conejos u otros animales, existencia de raíces,
manipulación posterior de la muestra, etc.
Decimos esto porque es frecuente que varias de las
muestras analizadas acaben descartándose por los inves-
tigadores, aduciendo contaminaciones del estrato y otras
razones similares, Así ocurre por ejemplo, en Palomar de
Pintado con la muestra de la tumba 30, que con fechas del
siglo III a C. se desecha tras una “revisión que permite com-
probar una alteración estratigráfica”. Llama la atención en
todos estos casos (muy abundantes en la bibliografía con
fechas radiocarbónicas), que las alteraciones estratigráfi-
cas se constatan siempre a posteriori, cuando la fecha
aportada por el análisis no encaja en el esquema preesta-
blecido, cuando lo lógico sería realizar el análisis estratigrá-
fico detallado en busca de alteraciones del depósito antes
de tomar la muestra, y ahorrarse así el coste de unos aná-
lisis que no servirán para nada de todos modos.
La impresión, es por tanto, la de que las fechas de C14
no son utilizadas desde unos presupuestos realmente cien-
tíficos, sino que se usan como un comodín en los esque-
mas tipológicos o preconcepciones de los investigadores,
que las utilizan o desechan a placer, y volviendo a Palomar
de Pintado (un ejemplo más, insistimos, entre los muchos
existentes), se observa como la muestra de la tumba 76
que aporta fechas del siglo XI al IX a C., es acogida sin
reservas a pesar de que se asocia a un objeto de hierro,
precisamente porque: «Este objeto de hierro se convierte
en uno de los más antiguos de la Meseta...» (Pereira et alii,
2003: 164).
Un sencillo gráfico que muestra el intervalo cronológico
en el que podrían situarse las muestras analizadas (exclui-
das aquellas de cronología más tardía) con una probabili-
dad del 95%, pone de relieve las dificultad que existe para
establecer una secuencia con fases cronológicamente
escalonadas en los enterramientos de la necrópolis.
Así las cosas, habremos de conformarnos por el
momento con establecer secuencias tipológicas y tomar las
dataciones absolutas como referencias genéricas, al tiem-
po que deberían diseñarse programas de actuaciones
arqueológicas que no se orienten a los yacimientos con
materiales más espectaculares, sino a la resolución de
interrogantes, como pueda ser la excavación en los pobla-
dos a los que corresponden algunas de estas necrópolis.
252 Estudios sobre la Edad del Hierro en la Carpetania. Registro arqueológico, secuencia y territorio
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