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Cartas a un amigo alemán - Albert Camus

Jun 04, 2018

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ninnuam666
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    on el cincuenta aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial y en un

    empo en que los hechos nos obligan a volver a una reflexin sobre la memoria y

    perdn, la violencia y el dilogo, los nacionalismos y la tolerancia, los

    undamentalismos religiosos o raciales y la mutua comprensin a fin de cuentas,

    omo deca Malraux, sobre el Mal absoluto y la fraternidad, estas cuatro cartas

    ue Albert Camus escribi entre julio de 1943 y julio de 1944, das despus de la

    beracin de Pars, se nos aparecen hoy ms iluminadoras que nunca.

    as dos primeras cartas se publicaron respectivamente en la Revue Libre y en

    ahiers de Libration, y las otras dos, escritas para la Revue Libre, permanecieron

    ditas hasta su publicacin en forma de libro, en una tirada muy reducida,

    espus de la liberacin. La tercera volvi a aparecer, a principios de 1945, en el

    emanario Liberts. Por razones que Camus expone en un breve prefacio, que

    eproducimos aqu, hasta la edicin italiana, en 1948, l se haba negado a que se

    adujeran en el extranjero. Ahora aparecen por primera vez en nuestra lengua,ublicadas por separado, como lo fueron en la edicin italiana de 1948.

    os explica el propio Camus: Cuando el autor de estas cartas dice ustedes, no

    uiere decir ustedes, los alemanes, sino ustedes, los nazis. Cuando dice

    nosotros, no siempre significa nosotros, los franceses, sino nosotros, los

    uropeos libres. Contrapongo con ello dos actitudes, no dos naciones, por ms

    ue esas dos naciones hayan encarnado, en un momento determinado de la

    istoria, dos actitudes enemigas. Si se me permite utilizar una frase que no es ma,mo demasiado a mi pas para ser nacionalista. Y concluye: El lector que quiera

    er las Cartas a un amigo alemn () como un documento de la lucha contra la

    olencia admitirque yo pueda afirmar ahora que no reniego de ni una sola de

    us palabras.

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    Albert Camus

    Cartas a un amigo alemn

    ePub r1.1

    Daruma22.09.13

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    ulo original:Lettres un ami allemandbert Camus, 1945aduccin: Javier Albianaseo de portada: Daruma

    itor digital: Darumaub base r1.0

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    NOTA DEL EDITOR FRANCS

    La primera de estas cartas apareci en el nmero 2 de laRevue Libre, en 1943. La segunda enmero 3 de los Cahiers de Libration, a comienzos de 1944. Las otras dos, escritas para la

    evue Libre, permanecieron inditas hasta la Liberacin. La tercera fue publicada, a comienzose 1945, por el semanarioLiberts.

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    A Ren Leynaud[1]

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    No se muestra la grandeza situndose en un extremo, sino tocando ambos a la vez.

    Pascal

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    Prlogo a la edicin italiana

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    Las Cartas a un amigo alemn se publicaron en Francia tras la liberacin, en tirada muystringida, y no volvieron a reimprimirse. Siempre me opuse a que se difundieran en el extranjero

    or los motivos que ms adelante expondr.Es la primera vez que aparecen fuera del territorio francs y me he decidido a ello movido por

    nimo de contribuir, siquiera mnimamente, a que caiga un da la estpida frontera que separauestros dos territorios.[2]

    Pero no puedo dejar que se reimpriman estas pginas sin explicar lo que son. Fueron escritas y

    ublicadas en la clandestinidad. Se proponan esclarecer un poco el ciego combate en quetbamos embarcados y hacerlo as ms eficaz. Son escritos coyunturales, y, por lo tanto, puedeaslucirse en ellos un tono de injusticia. Para escribir sobre la Alemania vencida,[3]habra queilizar un lenguaje un poco diferente. Pero me gustara antes salir al paso de un posiblealentendido. Cuando el autor de estas cartas dice ustedes, no quiere decir ustedes, losemanes, sino ustedes, los nazis. Cuando dice nosotros, no siempre significa nosotros, losanceses sino nosotros, los europeos libres. Contrapongo con ello dos actitudes, no dosaciones, por ms que esas dos naciones hayan encarnado, en un momento determinado de lastoria, dos actitudes enemigas. Si se me permite utilizar una frase que no es ma, amo demasiadomi pas para ser nacionalista. Y s que ni Francia ni Italia perderan nada [4] ms bien al

    ontrario abrindose a una sociedad ms amplia. Pero distamos todava de eso y Europa sigueesgarrada. Por eso me avergonzara hoy dar a entender que un escritor francs pueda ser enemigoe una nacin. Slo aborrezco a los verdugos. El lector que quiera leer las Cartas a un amigoemnbajo esa perspectiva, o sea, como un documento de la lucha contra la violencia, admitir

    ue pueda afirmar ahora que no reniego de una sola palabra de ellas.

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    Primera carta

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    Me deca usted: La grandeza de mi pas no tiene precio. Cuanto contribuya a llevarla a cabobueno. Y en un mundo en el que ya nada tiene sentido, quienes, como nosotros, los jvenes

    emanes, tienen la fortuna de encontrarle uno al destino de su nacin, deben sacrificrselo todo.or aquel entonces contaba usted con mi cario, pero en eso me distanciaba ya de usted. No, leeca yo, no puedo creer que haya que supeditarlo todo a la meta perseguida. Hay medios que no

    justifican. Y me gustara poder amar a mi pas sin dejar de amar la justicia. No deseo para lualquier tipo de grandeza, y menos todava la de la sangre y la mentira. Quiero que la justicia

    va con l y le d vida. Pues no ama usted a su pas, me contest usted.Hace de eso cinco aos, estamos separados desde entonces y puedo decir que no ha pasado u

    lo da en estos largos aos (tan breves y fulgurantes para usted!) en que no me haya venido esaase a la mente. No ama usted a su pas!. Cuando pienso hoy en esas palabras, se me hace uudo en la garganta. No, no lo amaba, si no amar es denunciar lo que no es justo en lo quemamos, si no amar es exigir que el ser amado y la ms hermosa imagen que de l nos forjamosoincidan. Hace de eso cinco aos y muchos hombres pensaban como yo en Francia. Algunos delos, sin embargo, se han encontrado ya ante los doce ojillos negros del destino alemn. Y esosombres, que segn usted no amaban a su pas, han hecho ms por l de lo que nunca har ustedor el suyo, aunque le fuera posible dar cien veces la vida por l. Porque antes han tenido queencerse a s mismos y en eso estriba su herosmo. Pero hablo aqu de dos tipos de grandeza y dena contradiccin sobre la cual le debo una explicacin.

    Nos veremos pronto si es posible. Pero para entonces, se habr roto nuestra amistad. Estarted acaparado por su derrota y no se avergonzar de su antigua victoria, antes bien, la aorar

    on todas sus aniquiladas fuerzas. Hoy, todava estoy cerca de usted en el espritu. Soy su

    nemigo, cierto, pero sigo siendo un poco su amigo puesto que le hago partcipe de lo que pienso.Maana, todo habr acabado. Lo que su victoria no haya podido mermar, lo consumar su derrota.ero, al menos, antes de que nos enfrentemos a la indiferencia, quiero aclararle lo que ni la paz niguerra le han enseado a conocer sobre el destino de mi pas.

    Quiero primero explicarle qu clase de grandeza nos mueve. O sea, cul es el valor queplaudimos, que no es el suyo. Porque poca cosa es saber correr al combate cuando lleva uno toda

    vida ejercitndose para ello y la carrera le es ms consustancial que el pensamiento. Es mucho,or el contrario, avanzar hacia la tortura y la muerte cuando se sabe a ciencia cierta que el odio y

    violencia son cosas vanas en s. Es mucho combatir despreciando la guerra, aceptar el perderlodo conservando el amor a la felicidad, correr a la destruccin con la idea de una civilizaciperior. En eso hacemos mucho ms que ustedes porque tenemos que superarnos. Ustedes no

    enen nada que vencer ni en su corazn ni en su inteligencia. Nosotros tenamos dos enemigos, yunfar por las armas no nos bastaba, como a ustedes, que no tenan nada que dominar.Nosotros tenamos mucho que dominar y, tal vez, para empezar, esa perpetua tentacin que

    xperimentamos de parecemos a ustedes. Porque siempre hay algo en nosotros que se deja llevar

    or el instinto, el desprecio a la inteligencia, el culto a la eficacia. Nuestras grandes virtudesrminan por hastiarnos. Nos avergenza la inteligencia y a veces imaginamos alguna venturosaarbarie en la que la verdad surgiera sin esfuerzo. Pero, en lo que a eso atae, la curacin es fcil:h estn ustedes para mostrarnos lo que ocurre con la imaginacin, y nos enmendamos. Si creyeran algn fatalismo de la historia, pensara que estn ustedes junto a nosotros, ilotas de la

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    teligencia, para corregirnos. Renacemos entonces al espritu, nos acomodamos a l.Pero nos faltaba todava por vencer esa sospecha que nos infunda el herosmo. Ya s que nos

    onsideran ustedes ajenos al herosmo. Pero se equivocan. Sencillamente, lo profesamos a la parue nos inspira recelo. Lo profesamos porque diez siglos de historia nos han transmitido laencia de cuanto es noble. Recelamos de l porque diez siglos de inteligencia nos han enseadoarte y las virtudes de la naturalidad. Para presentarnos ante ustedes, hemos tenido que salvar u

    bismo. Y de ah nuestro retraso respecto a toda Europa, que se precipitaba en la mentira en

    uanto era menester, mientras nosotros nos dedicbamos a buscar la verdad. Por eso hemosmpezado por la derrota, mientras ustedes se nos arrojaban encima, preocupados por definir euestros corazones si nos asista la razn.

    Hemos tenido que vencer nuestro amor al hombre, la imagen que nos forjbamos de un destinoacfico, esa honda conviccin de que ninguna victoria compensa, en tanto que toda mutilacin delombre es irreversible. Nos hemos visto obligados a renunciar a un tiempo a nuestra ciencia y auestra esperanza, a las razones que tenamos de amar y al odio que nos inspiraba toda guerra. Porecrselo con una frase que supongo que comprender, viniendo de m, cuya mano le gustabatrechar, hemos tenido que acallar nuestra pasin por la amistad.

    Ahora ya est. Nos ha sido preciso un largo rodeo, llevamos mucho retraso. Es el rodeo que elfn de verdad hace dar a la inteligencia, el afn de amistad sincera. Es el rodeo que halvaguardado la justicia, que ha puesto la verdad de parte de los que se interrogaban. Y, sin

    uda, lo hemos pagado muy caro. Lo hemos pagado en humillaciones y silencios, en amarguras, erceles, en madrugadas de ejecuciones, en abandonos, en separaciones, en hambres diarias, eos consumidos, y ms que nada, en penitencias forzosas. Pero era lo que corresponda. Hemos

    ecesitado todo ese tiempo para saber si tenamos derecho a matar hombres, si nos estabaermitido contribuir a la atroz miseria de este mundo. Y ese tiempo perdido y recobrado, esaerrota aceptada y superada, esos escrpulos pagados con sangre, son los que nos autorizan, aosotros los franceses, a pensar hoy que habamos entrado en esta guerra con las manos puras on la pureza de las vctimas y de los convencidos y que saldremos de ella con las manosuras, con la pureza, en este caso, de una gran victoria ganada contra la injusticia y contraosotros mismos.

    Porque venceremos, eso a usted le consta. Pero venceremos gracias a esa misma derrota, a ese

    rgo trnsito que nos ha permitido dar con nuestras razones, a ese sufrimiento cuya injusticiaemos padecido y cuya leccin hemos extrado. De l hemos aprendido el secreto de toda victoria

    si no lo perdemos algn da, conoceremos la victoria definitiva. Hemos aprendido que, enontra de lo que a veces pensbamos, el espritu nada puede contra la espada, pero que el espritnido a la espada vencer eternamente a sta utilizada por s sola. Por eso la hemos aceptadohora, tras cerciorarnos de que el espritu estaba con nosotros. Para ello, nos hemos vistobligados a ver morir y exponernos a morir, a presenciar el paseo matinal de un obrero francsaminando hacia la guillotina por los pasillos de una crcel y exhortando a sus compaeros, deuerta en puerta, a mostrar su valor. Nos hemos visto obligados, en fin, para hacer nuestro elpritu, a padecer la tortura de nuestra carne. Slo se posee del todo lo que se ha pagado. Hemos

    agado muy caro y seguiremos pagando. Pero tenemos nuestras certezas, nuestras razones, nuestrasticia: la derrota de ustedes es inevitable.

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    Jams he credo en el poder de la verdad por s misma. Pero ya es mucho que, a igual energa,verdad triunfe sobre la mentira. Ese difcil equilibrio es lo que hemos logrado, y hoy les

    ombatimos amparados en ese matiz. Me atrevera a decirle que luchamos precisamente poratices, pero por unos matices que tienen la importancia del propio hombre. Luchamos por eseatiz que separa el sacrificio de la mstica; la energa, de la violencia; la fuerza, de la crueldad;

    or ese matiz an ms leve que separa lo falso de lo verdadero y al hombre que esperamos, de losobardes dioses que ustedes soarn.

    Eso es lo que quera decirle, pero sin situarme al margen del conflicto, entrando de lleno en l.so es lo que quera contestar a ese no ama usted a su pas que contina obsesionndome. Perouiero hablarle muy claro. Creo que Francia ha perdido su poder y su reino por mucho tiempo yue durante mucho tiempo necesitar una paciencia desesperada, una tenaz rebelda para recobrarparcela de prestigio que requiere toda cultura. Pero creo que todo eso lo ha perdido por razones

    uras. Y por eso no renuncio a la esperanza. Ese es todo el sentido de mi carta. El hombre a quienompadeca usted, cinco aos atrs, por mostrarse tan reticente respecto a su pas, es el mismoue quiere decirle hoy, a usted y a todos nuestros coetneos de Europa y del mundo: pertenezco ana nacin admirable y perseverante que, al margen de su bagaje de errores y debilidades, no haejado morir la idea que constituye su grandeza, idea que su pueblo siempre, sus lites ecasiones, intentan de continuo formular cada vez mejor. Pertenezco a una nacin que desde haceuatro aos ha comenzado un nuevo recorrido de toda su historia y, entre los escombros, sespone serena, segura, a rehacer otra y a tentar la suerte en un juego para el que parte sin triunfoguno. Ese pas merece que lo ame con el difcil y exigente amor que es el mo. Y creo que ahoraerece tambin que se luche por l, ya que es digno de un amor superior. Y afirmo que, por el

    ontrario, la nacin de usted no ha recibido de sus hijos sino el amor que mereca, que era ciego.o nos justifica cualquier amor. Eso es lo que les pierde a ustedes. Y si ya estaban vencidos enus mayores victorias, qu no ser con la derrota que se avecina?.

    Julio de 1943

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    Segunda carta

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    Ya le he escrito a usted, y le he escrito utilizando el tono de la certeza. Tras cinco aos deparacin, le he explicado la causa de que seamos los ms fuertes: ese rodeo que hemos dado

    ara ir a buscar nuestras razones, ese retraso producto de la inquietud por nuestro derecho, esacura que nos invada por querer conciliar cuanto ambamos. Pero merece la pena volver sobrelo. Como ya he dicho, hemos pagado caro ese rodeo. Antes que exponernos a la injusticia,emos preferido el desorden. Pero al propio tiempo, ese rodeo es el que constituye hoy nuestraerza y gracias a l acariciamos la victoria.

    S, le he dicho todo eso utilizando el tono de la certeza, sin hacer un solo tachn, a vuelauma. Y es que he tenido tiempo para pensar. Por la noche es cuando se medita. Desde hace tres

    os, han sumido ustedes en la noche nuestras ciudades y nuestros corazones. Desde hace tresos, perseguimos entre tinieblas el pensamiento que, hoy, se alza en armas contra ustedes. Ahorauedo hablarle de la inteligencia. Pues la certeza que nos embarga hoy es aquella en la que todo seompensa y se ilumina, en la que la inteligencia da su beneplcito al valor. E imagino que leausar gran sorpresa, a usted, que me hablaba con ligereza de la inteligencia, el verla recobrarseel abismo y decidir de pronto entrar en la historia. Sobre eso quiero hablarle.

    Como ya le dir ms adelante, la certeza nacida del corazn no tiene por qu conllevaregra. Eso confiere ya un sentido a todo lo que le escribo. Pero antes, quiero puntualizar lo quegnifica usted, su recuerdo y nuestra amistad. Ahora que todava puedo, quiero hacer por ella lonico que cabe hacer por una amistad que toca a su fin: quiero clarificarla. He contestado ya a eseno ama usted a su pas que me espetaba usted de cuando en cuando y cuyo recuerdo no puedouitarme de encima. Hoy slo quiero contestar a la sonrisa impaciente con la que saludaba ustedpalabra inteligencia. En todas sus inteligencias, me dijo usted, Francia reniega de s misma.

    us intelectuales anteponen a su pas la desesperacin o la bsqueda de una verdad improbable,gn convenga. Nosotros preferimos Alemania a la verdad, antes que la desesperacin.parentemente, eso era cierto. Pero, como ya le he dicho, si a veces parecamos preferir lasticia a nuestro pas, era porque queramos amar a nuestro pas solamente en la justicia, como

    ueramos amarlo en la verdad y la esperanza. En eso diferamos de ustedes, tenamos unaxigencia. Ustedes se limitaban a servir al poder de su nacin, nosotros sobamos con infundirlela nuestra su verdad. Ustedes optaban por servir a la poltica de la realidad; nosotros, e

    uestros peores extravos, conservbamos confusamente la idea de una poltica del honor que

    cobramos hoy. Cuando digo nosotros, no me refiero a nuestros gobernantes. Pero unobernante es poca cosa.

    Me imagino su sonrisa. Ha desconfiado siempre de las palabras. Yo tambin, peroesconfiaba todava ms de m mismo. Intentaba usted empujarme por ese camino que ustedismo haba tomado, en el que la inteligencia se avergenza de la inteligencia. Por entonces, yo

    a no le segua. Pero hoy, mis respuestas seran ms seguras. Qu es la verdad?, deca usted.n duda, pero al menos sabemos lo que es la mentira: es precisamente lo que nos han enseado

    tedes. Qu es el espritu? Conocemos lo contrario, que es el asesinato. Qu es el hombre?ero ah, alto, porque lo sabemos. El hombre es esa fuerza que acaba siempre expulsando a losranos y a los dioses. Es la fuerza de la evidencia. La evidencia humana es lo que debemoseservar y nuestra certeza reside ahora en que su destino y el de nuestro pas van unidos. Si nadaviera sentido, estara usted en lo cierto. Pero hay algo que conserva un sentido.

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    No me cansara de repetrselo, ah es donde nos distanciamos de ustedes. Nos forjbamos deuestro pas una idea que lo situaba en su lugar, en medio de otras cosas elevadas, la amistad, elombre, la felicidad, nuestro afn de justicia. Ello nos obligaba a ser severos con l. Pero, a laostre, tenamos razn nosotros. No le hemos dado esclavos, no hemos envilecido nada en sombre. Hemos esperado pacientemente a ver las cosas claras y ello nos ha deparado, en medioe la miseria y el dolor, la alegra de poder combatir al mismo tiempo por todo cuanto amamos.stedes combaten, en cambio, contra toda esa parte del hombre que no pertenece a la patria. Sus

    crificios resultan estriles, porque su jerarqua no es la buena y porque sus valores estn fuerae lugar. Entre ustedes no solamente se traiciona al corazn. La inteligencia se desquita porque noan pagado el precio que ella exige, ni han satisfecho su costoso tributo a la lucidez. Desde elndo de la derrota, puedo decirle que eso es lo que les pierde.

    Pero deje que le cuente lo siguiente. Desde una crcel que yo conozco, una maana, en alggar de Francia, un camin conducido por soldados armados traslada a once franceses almenterio donde van a fusilarlos ustedes. De esos once, cinco o seis han hecho realmente algo

    ara ello: una octavilla, citas clandestinas y, por encima de todo, su rechazo a ustedes. Estosermanecen inmviles en el interior del camin, embargados por el miedo, desde luego, pero, si

    me permite la expresin, por un miedo trivial, el que invade a todo hombre frente a loesconocido, un miedo con el que se aviene el valor. Los dems no han hecho nada. Y el saberue han de morir por un error o vctimas de cierta indiferencia, hace ms difciles esos momentos.ntre ellos, hay un muchacho de diecisis aos. Conoce usted la cara de nuestros adolescentes, no

    oy a abundar en ello. Este est atenazado por el miedo, se abandona a l sin ninguna vergenza.o esgrima usted su sonrisa de desprecio, le castaetean los dientes. Pero han puesto ustedes a sdo a un capelln cuya misin es aliviar a esos hombres durante esos atroces momentos depera. Creo poder afirmar que, para unos hombres a los que van a matar, poco arregla una

    onversacin sobre la vida futura. Cuesta demasiado creer que no acaba todo en la fosa comn.os hombres permanecen mudos en el camin. El capelln se ha vuelto hacia el muchacho, hechon ovillo en un rincn. Este le comprender mejor. El muchacho contesta, se aferra a esa voz,nace en l la esperanza. En el ms mudo de los horrores, basta a veces con que hable un hombre;

    uede que lo arregle todo. No he hecho nada, dice el muchacho. S, contesta el capelln,pero eso ya no importa. Tienes que prepararte a morir bien. No es posible que no mentiendan. Soy tu amigo y puede que te entienda. Pero es tarde. Estar a tu lado y Dios tambin.er fcil, ya vers. El muchacho se ha vuelto. El capelln habla de Dios. Cree en Dios eluchacho? S que cree. Por lo tanto, sabe que nada tiene importancia comparado con la paz que lepera. Pero esa paz es la que le da miedo al muchacho. Soy tu amigo, repite el capelln.

    Los dems callan. Tambin hay que pensar en ellos. El capelln se acerca al silencioso grupo,a la espalda por un momento al muchacho. El camin circula despacio, con un ruidillo deeglucin por la carretera hmeda de roco. Imagnese esa hora gris, el olor matinal de losombres, el campo que se adivina sin verlo, por los ruidos de una yunta de bueyes o el canto de ujaro. El muchacho se acurruca contra el toldo, que cede un poco. Descubre un estrecho pasontre l y la carrocera. Podra saltar si quisiera. El otro est de espaldas, y en la parte delantera,

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    s soldados se esfuerzan en orientarse en la oscura maana. No se para a pensarlo, arranca elldo, se desliza por la brecha, salta. Apenas se oye su cada, un ruido de pasos precipitados, yego nada. El muchacho se mueve por tierras que ahogan el ruido de su carrera. Pero el

    hasquido del toldo, el aire hmedo y violento que irrumpe en el camin, han hecho volver laabeza al capelln y a los condenados. Durante un segundo, el sacerdote escruta la cara de esosombres que lo miran en silencio. Un segundo en que el ministro del Seor debe decidir si eston los verdugos o con los mrtires, como exige su vocacin. Pero ya ha golpeado el tabique que

    separa de sus compaeros.Achtung. Se da la voz de alerta. Dos soldados se abalanzan dentroel camin y encaonan a los prisioneros. Otros dos saltan al suelo y corren a campo traviesa. Elapelln, plantado en el asfalto a unos pasos del camin, intenta seguirlos con la mirada a travse la bruma. En el camin, los hombres oyen tan slo los ruidos de esa caza, las interjeccioneshogadas, un disparo, el silencio, de nuevo voces cada vez ms prximas y un rumor sordo deasos. Traen al muchacho. No le ha alcanzado el disparo, pero se ha detenido, rodeado por eseapor enemigo, sbitamente sin valor, sin fuerzas. Sus guardianes lo llevan en volandas, ms queonducirlo. Le han pegado un poco, pero no mucho. Queda por hacer lo ms importante. No dirigena mirada ni al capelln ni a nadie. El sacerdote se ha sentado junto al conductor. Le haustituido un soldado armado en el camin. El muchacho, tirado en un rincn del vehculo, noora. Ve desfilar de nuevo entre el toldo y el suelo del camin la carretera donde despunta el da.

    Le conozco, y s que imaginar perfectamente el resto. Pero debe saber quin me cont estastoria. Fue un sacerdote francs. Me avergenza ese hombre, me deca, y me alegra pensar

    ue ni un solo sacerdote francs habra aceptado poner a su Dios al servicio del asesinato. Eraerto. Slo que aquel capelln pensaba como usted. Le pareca natural que incluso su fe sirviera au pas. Hasta los propios dioses estn movilizados en el pas de ustedes. Estn con ustedes, comoustan de decir, pero a la fuerza. Ya no distinguen ustedes nada, son un puro impulso. Y combatenhora movidos tan slo por la clera ciega, ms atentos a las armas y a las accionespectaculares que al orden de las ideas, obcecados en revolver cielo y tierra, en seguir una ideaa. Nosotros partimos de la inteligencia y de sus vacilaciones. Frente a la clera, no podamos

    ada. Pero se ha terminado el rodeo. Ha bastado un nio muerto para que aunramos la clera co

    inteligencia y somos ya dos contra uno. Quiero hablarle de la clera.Recuerde. Al advertir mi sorpresa ante la brusca reaccin de un superior suyo, me dijo:

    Tambin eso est bien. Pero ustedes no lo entienden. Los franceses carecen de una virtud, la declera. No, no es eso, pero los franceses son exigentes con las virtudes. No las asumen sino

    uando es preciso. Ello otorga a su clera el silencio y la fuerza que slo ahora empiezan ustedesexperimentar. Y con esa clase de clera, la nica que conozco en m, le hablar para concluir.

    Porque, como ya le he dicho, la certeza no conlleva la alegra del corazn. Sabemos lo queemos perdido dando ese largo rodeo, conocemos el precio con el que pagamos esa spera alegrae combatir por propia conviccin. Y precisamente porque poseemos un agudo sentido de lo que

    irreparable, conserva nuestra lucha tanta amargura como confianza. La guerra no nos satisfaca.os faltaba meditar nuestras razones. Lo que ha elegido nuestro pueblo ha sido la guerra civil, lacha obstinada y colectiva, el sacrificio sin comentario. Ha elegido la guerra que se ha dado a s

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    ismo, que no ha recibido de gobiernos estpidos o cobardes, la guerra en la que se haconocido y en la que lucha por cierta idea que se forja de s mismo. Pero ese lujo que se ha

    ermitido le cuesta un precio tremendo. En eso, una vez ms tiene ms mrito ese pueblo que eluyo. Porque quienes caen son sus mejores hijos. Eso es lo que me resulta ms cruel. Lacongruencia de la guerra la beneficia con esa propia incongruencia. La muerte golpeadiscriminadamente y al azar. En la guerra que libramos nosotros, el valor se designa a s mismo,silan ustedes cada da a nuestras mentes ms puras. Pero esa ingenuidad suya no carece de

    esciencia. Ustedes no han sabido nunca lo que haba que elegir, pero conocen lo que hay queestruir. Y nosotros, que nos llamamos defensores del espritu, sabemos sin embargo que elpritu puede morir cuando la fuerza que lo aplasta es suficiente. Pero tenemos fe en otra fuerza.n esas caras silenciosas, ya alejadas de este mundo, que a veces acribillan ustedes a balazos,een desfigurar el rostro de nuestra verdad. Pero no cuentan con la obstinacin que hace luchar arancia contra el tiempo. Esa desesperante esperanza es la que nos sostiene en los momentosfciles: nuestros compaeros sern ms pacientes que los verdugos y ms numerosos que las

    alas. Como puede usted ver, los franceses son capaces de sentir clera.

    Diciembre de 1943

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    Tercera carta

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    Le he hablado hasta ahora de mi pas y quizs ello le haya inducido a pensar al principio quee cambiado de lenguaje. En realidad, no ha sido as. Lo que ocurre es que no dbamos el mismontido a las mismas palabras, no hablamos ya la misma lengua.

    Las palabras adquieren siempre el color de los actos o de los sacrificios que suscitan. Y laalabra patria adquiere entre ustedes reflejos sangrientos y ciegos, que me la harn siempre ajena,n tanto que nosotros hemos puesto en la misma palabra la llama de una inteligencia en la que elalor es ms difcil, pero en la que el hombre sale ganando. Como habr comprendido ya, mi

    nguaje, en realidad, no ha cambiado. Sigo diciendo lo mismo que le deca en 1939.Puede que la mejor forma de demostrrselo sea la confesin que voy a hacerle. Durante todo

    e tiempo en que nos hemos limitado a servir obstinada, silenciosamente, a nuestro pas, nuncaemos perdido de vista una idea y una esperanza, siempre presentes en nosotros, y que eran las deuropa. Cierto que llevamos cinco aos sin mencionarlas. Pero es que ustedes hablaban de ellason voz muy alta. En eso, una vez ms, no utilizbamos el mismo lenguaje. Nuestra Europa no es

    de ustedes.Pero antes de explicarle lo que es, quiero afirmarle por lo menos que entre las razones que nos

    isten para combatirles (las mismas que nos asisten para vencerles) acaso la ms profunda sea laoncienciaque tenemos de haber sido no solamente mutilados en nuestro pas, golpeados en los vivo de nuestra carne, sino despojados de nuestras ms hermosas imgenes, de las quetedes ofrecen al mundo una odiosa y ridcula versin. Lo que hiere ms profundamente es que selsee lo que amamos. Y para mantener intacta dentro de nosotros la juventud, el poder de esa idea

    e Europa[5] que escamotearon ustedes a los mejores de nosotros dndole el indignante sentidoue haban elegido, necesitamos toda la fuerza del amor meditado. Por eso, hay un adjetivo que no

    ilizamos ya desde que llaman ustedes europeo al ejrcito de la esclavitud, y no lo hacemos paraonservarle celosamente el significado puro que no deja de tener para nosotros y que quieroxplicarle.

    Hablan ustedes de Europa, pero la diferencia estriba en que la conciben como una propiedad,n tanto que nosotros nos sentimos dependientes de ella. No empezaron a hablar as de Europaasta el da en que perdieron frica. Esa clase de amor no es la buena. Esta tierra en la que tantosglos han dejado sus ejemplos no es para ustedes sino un retiro forzado, mientras que ha supuestoempre para nosotros nuestra mejor esperanza. Tan sbita pasin es producto del despecho y de

    necesidad. Es un sentimiento que no honra a nadie y entender entonces por qu no ha queridoompartirlo ningn europeo digno de tal nombre.

    Cuando dicen ustedes Europa, piensan: Tierra de soldados, granero de trigo, industriasomesticadas, inteligencia dirigida. Voy demasiado lejos? Pero s s que cuando dicen Europa,un en sus mejores momentos, cuando se dejan llevar por sus propias mentiras, no pueden porenos de pensar en una cohorte de dciles naciones dirigidas por una Alemania de seores, hacia

    n futuro fabuloso y ensangrentado. Me gustara que captase usted bien esa diferencia. Europa es

    ara ustedes ese espacio rodeado de mares y montaas, perforado de minas, cubierto de mieses,onde Alemania juega una partida en la que lo que est en juego es su destino. En cambio, paraosotros es esa tierra del espritu en la que desde hace veinte siglos prosigue la ms asombrosaventura del espritu humano. Es ese privilegiado palenque donde la lucha del hombre deccidente contra el mundo, contra los dioses, contra s mismo, alcanza hoy su momento ms

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    esquiciado. Ya ve usted que no existe un rasero comn.No tema que esgrima contra usted los argumentos de una vieja propaganda: no reivindicar la

    adicin cristiana. Es otro problema. Demasiado la han utilizado tambin ustedes, jugando aigirse en defensores de Roma.[6]No se han recatado en hacerle a Cristo una publicidad a la que

    mpez a acostumbrarse el da en que recibi el beso que le destinaba al suplicio. Comoquieraue sea, la tradicin cristiana no es ms que una de las que forjaron esa Europa y no soy yo elamado a defenderla ante usted. Ello requerira el gusto y la inclinacin de un corazn entregado

    Dios, y le consta que no es se mi caso. Pero cuando me aventuro a pensar que mi pas habla eombre de Europa y que defendiendo al uno defendemos a ambos, yo tambin tengo entonces miadicin. Es al mismo tiempo la de un puado de grandes individuos y la de un pueblo inagotable.

    Mi tradicin tiene dos lites, la de la inteligencia y la del valor; tiene sus prncipes del espritu yu pueblo innumerable. Juzgue usted hasta qu punto esa Europa, cuyas fronteras son el genio degunos y el profundo corazn de todos esos pueblos, difiere de esa mancha coloreada que se ha

    nexionado ustedes en mapas provisionales.Haga memoria: me dijo usted un da en que se burlaba de mis indignaciones: Don Quijote

    ada puede si Fausto quiere vencerle. Le dije entonces que ni Fausto ni Don Quijote estabaechos para vencerse el uno al otro, y que el arte no se haba inventado para traer el mal al mundo.or aquel entonces, le gustaban a usted las imgenes un poco recargadas y continu con sgumentacin. A su entender, haba que elegir entre Hamlet y Sigfrido. [7]En aquella poca, yo no

    uera elegir y sobre todo me pareca que Occidente no poda situarse sino en ese equilibrio entrefuerza y el conocimiento. Pero a usted le traa sin cuidado el conocimiento, slo hablaba de

    oder. Hoy me entiendo mejor y s que ni el propio Fausto les servir de nada. Porque, en efecto,

    emos admitido la idea de que, en determinados casos resulta necesaria la eleccin. Pero nuestraeccin no tendra ms importancia que la suya si no la hubiramos hecho con la conciencia deue era inhumana y de que las grandezas espirituales no podan separarse. Nosotros sabremosuniras despus, cosa que ustedes nunca han sabido. Como ve, la idea es siempre la misma,

    emos remontado grandes peligros. Pero la hemos pagado lo bastante cara como para poderferramos a ella. Ello me impulsa a afirmar que su Europa no es la buena. No tiene nada capaz deunir o de enaltecer. La nuestra es una aventura comn, en la que seguiremos trabajando, a pesar

    e ustedes, por la va de la inteligencia.

    No ir mucho ms lejos. En ocasiones, al torcer por una calle, durante esos raros respiros queejan las largas horas de la lucha comn, me ocurre pensar en esos lugares de Europa que conozcoen. Es una tierra magnfica, hecha de esfuerzo y de historia. Revivo los peregrinajes que realic

    on todos los hombres de Occidente; las rosas en los claustros de Florencia, los bulbos doradose Cracovia, el Jradschin y sus palacios muertos, las estatuas contorsionadas del puente Carlos e

    Moldava, los delicados jardines de Salzburgo. Todas esas flores y piedras, esas colinas yaisajes donde el tiempo de los hombres y el tiempo del mundo han mezclado los viejos rboles

    on los monumentos. Mi recuerdo ha fundido todas esas imgenes superpuestas para convertirlasn un solo rostro, que es el de mi patria mayor. Se me encoge el corazn cuando pienso que en esanrgica y atormentada faz se ha posado, desde hace aos, la sombra de ustedes. Sin embargo,gunos de esos lugares los hemos visto juntos. Poco poda imaginarme en aquella poca quendramos que liberarlos algn da de ustedes. Y todava, en momentos de rabia y desesperacin,

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    mento que las rosas sigan creciendo en el claustro de San Marcos, que las bandadas de palomasgan alzando el vuelo en la catedral de Salzburgo[8] y que los geranios rojos sigan creciendocansablemente en los pequeos cementerios de Silesia.

    Pero en otros momentos, y son los nicos autnticos, me congratulo de ello. Porque todos esosaisajes, esas flores y esos campos labrados, la ms vieja de las tierras, les demuestran a ustedesada primavera que hay cosas que no pueden ahogar en sangre. Y con esta imagen puedo terminar.o me bastara pensar que todas las grandes sombras de Occidente y que treinta pueblos estn co

    osotros: no poda olvidarme de la tierra. Y as s que todo en Europa, el paisaje y el espritu, lesega tranquilamente, sin odio desordenado, con la serena fuerza de las victorias. Las armas de

    ue dispone el espritu europeo contra ustedes son las mismas que ostenta esta tierra en su eternonacer de cosechas y corolas. La lucha que mantenemos posee la certeza de la victoria porqueene la obstinacin de las primaveras.

    Ya s que no se habr resuelto todo cuando estn ustedes vencidos. Europa estar todava poracer. Siempre est por hacer. Pero al menos seguir siendo Europa, o sea, lo que acabo deescribirle. Nada se habr perdido. Piense en lo que somos ahora, seguros de nuestras razones,endados de nuestro pas, atrados por toda Europa, y en un justo equilibrio entre el sacrificio yamor a la felicidad, entre el espritu y la espada. Se lo digo una vez ms, porque debo

    ecrselo, se lo digo porque es la verdad y porque sta le ensear el camino que mi pas y yoemos recorrido desde los tiempos de nuestra amistad: poseemos desde ahora una superioridadue les matar.

    Abril de 1944

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    Cuarta carta

    El hombre es perecedero. Es posible; pero sigamos resistiendo, y si nos est reservada lanada, no hagamos que sea una justicia!

    Obermann, Carta 90

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    Se acerca el momento de su derrota. Le escribo desde una ciudad clebre en el universo, queepara contra ustedes un maana de libertad. Sabe que no es empresa fcil y que antes necesitaravesar una noche todava ms oscura que la que empez, hace cuatro aos, con la llegada detedes. Le escribo desde una ciudad privada de todo, sin luz y sin fuego, hambrienta, pero que

    ermanece irreductible. No tardar en alentar algo en ella de lo que todava no puede formarseted una idea. Si tuvisemos suerte, nos encontraramos entonces el uno frente al otro. Podramos

    ntonces combatirnos con conocimiento de causa: tengo una idea exacta de sus razones y usted

    magina perfectamente las mas.Estas noches de julio son a un tiempo ligeras y pesadas. Ligeras en el Sena y en los rboles,

    esadas en el corazn de quienes esperan la nica alba que ya puede apetecerles. Espero y pienson usted: me queda por decirle una cosa que ser la ltima. Quiero explicarle cmo es posible queayamos sido tan semejantes y que seamos hoy enemigos, cmo podra haber estado a su lado yor qu ahora ha acabado todo entre nosotros.

    Durante mucho tiempo hemos credo ambos que este mundo no tena una razn superior y quetbamos frustrados. Todava lo creo en cierto modo. Pero he extrado conclusiones distintas des que usted me argumentaba entonces; conclusiones que, desde hace tantos aos, intentan ustedesacer entrar en la Historia. Pienso hoy que si le hubiera seguido realmente en lo que piensa usted,ebera darle la razn en lo que hace. Y eso es tan grave que me veo obligado a detenerme enlo, en el corazn de esta noche de verano tan cargada de promesas para nosotros y de amenazasara ustedes.

    Nunca ha credo usted en el sentido de este mundo y de ello ha extrado la idea de que todo eraquivalente y de que el bien y el mal se definan a nuestro antojo. Supona que, en ausencia de

    da moral humana o divina, los nicos valores eran los que regan el mundo animal, o sea, laolencia y la astucia. De ello conclua que el hombre no era nada y que poda matrsele el alma,ue en la ms insensata de las historias, la labor de un individuo no poda ser sino la aventura deloder, y su moral, el realismo de las conquistas.[9]Y a decir verdad, a m, que crea pensar comoted, no se me ocurran argumentos que oponerle, como no fuera un profundo amor a la justicia

    ue, en definitiva, me pareca tan poco racional como la ms sbita de las pasiones.Dnde estribaba la diferencia? En que usted aceptaba frvolamente desesperar, cosa que yo

    ms consent. En que usted admita lo bastante la injusticia de nuestra condicin como para

    solver acrecentarla, en tanto que a m me pareca, por el contrario, que el hombre deba afirmarjusticia para luchar contra la injusticia eterna, crear felicidad para protestar contra el universo

    e la desdicha. Al convertir usted su desesperacin en una embriaguez, al liberarse de ellaigindola en principio, aceptaba destruir las obras del hombre y luchar contra l para consumarmiseria fundamental. Mientras que yo, negndome a admitir esa desesperacin y ese mundo

    rturado, aspiraba tan slo a que los hombres recobrasen la solidaridad para entrar en luchaontra su indignante destino.

    Como ve, de un mismo principio hemos extrado morales diferentes. Es que al mismo tiempoa abandonado usted la lucidez y le ha resultado ms cmodo (usted habra dicho indiferente)ue otro pensase por usted y por millones de alemanes. Como estaban ustedes cansados de lucharontra el cielo, descansaron en esa agotadora aventura en la que tienen asignada la tarea deutilar las almas y destruir la tierra. En una palabra, eligieron la injusticia, se erigieron al nivel

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    e los dioses. Su lgica no era ms que aparente.Yo, por el contrario, he elegido la justicia para permanecer fiel a la tierra. Sigo creyendo que

    te mundo no tiene un sentido superior. Pero s que algo en l tiene sentido y es el hombre,orque es el nico ser que exige tener uno. Este mundo tiene al menos la verdad del hombre y esisin nuestra dotarle de razones contra el propio destino. Y no tiene otras razones que el hombre,a quien hay que salvar es a ste si queremos salvar la idea que nos forjamos de la vida. Me dirted, con su sonrisa y su desdn: Qu es salvar al hombre?. Y se lo grito con todo mi ser: no

    mutilarlo y s es posibilitar que se cumpla la justicia, que es el nico en concebir.Por eso luchamos. Por eso nos hemos visto obligados a seguirles al principio por un camino

    ue rechazbamos y al final del cual hallamos la derrota. Porque la desesperacin de ustedesonstitua su fuerza. Sola, pura, segura de s misma, despiadada en sus consecuencias, laesesperacin posee un poder inexorable. Ella nos aplast mientras vacilbamos yonservbamos an en la mente imgenes felices. Pensbamos que la felicidad es la mayor de lasonquistas, la que hacemos contra el destino que se nos impone. Ni siquiera en la derrota nosbandonaba esa aoranza.

    Pero han hecho ustedes lo necesario, hemos entrado en la Historia. Y, durante cinco aos, noemos podido gozar del canto de los pjaros en el frescor de la noche. La desesperacin ha sidorzosa. Estbamos separados del mundo, porque a cada momento del mundo iba ligado todo u

    ueblo de imgenes mortales. Desde hace cinco aos, no existe ya en esta tierra una maana sigonas, una noche sin crceles, un medioda sin carniceras. S, nos hemos visto obligados aguirles a ustedes. Pero nuestra difcil hazaa estribaba en seguirles en la guerra, sin olvidar lalicidad. Y, a travs de los clamores y la violencia, intentbamos conservar en el corazn el

    cuerdo de un mar feliz, de una colina jams olvidada, la sonrisa de un rostro amado. Al propioempo, era nuestra mejor arma, la que no rendiremos jams. Porque el da en que la perdiramos,taramos tan muertos como ustedes. Sencillamente, sabemos ahora que las armas de la felicidad

    xigen mucho tiempo y demasiada sangre para ser forjadas.Nos hemos visto obligados a participar de su filosofa, a aceptar parecemos un poco a ustedes.

    aban elegido el herosmo sin norte, porque es el nico valor que queda en un mundo que haerdido el sentido. Y al elegirlo para ustedes, lo eligieron para todo el mundo y para nosotros.orque tuvimos que imitarles para no morir. Pero camos en la cuenta entonces de que nuestra

    uperioridad sobre ustedes radicaba en tener un norte. Ahora que esto va a acabar, podemosecirles lo que hemos aprendido, y es que el herosmo es poca cosa; es ms difcil la felicidad.

    Ahora le consta ya que somos enemigos. Es usted el hombre de la injusticia y no hay nada emundo que aborrezca tanto mi corazn. Pero conozco ya las razones de lo que no era ms que

    na pasin. Les combato a ustedes porque su lgica es tan criminal como su corazn. Y en elorror que nos han prodigado durante cuatro aos, tanta parte tiene su razn como su instinto. Poro mi condena ser total, ha muerto ya usted a mis ojos. Pero al tiempo que juzgo su atroz

    onducta, recordar que ustedes y nosotros partimos de la misma soledad, que ustedes y nosotrosompartimos con toda Europa la misma tragedia de la inteligencia. Y a pesar de ustedes, lesguir llamando hombres. Por permanecer feles a nuestra fe, nos esforzamos en respetar etedes lo que ustedes no respetaban en los dems. Durante mucho tiempo, sa fue su inmensa

    entaja, por cuanto matan ms fcilmente que nosotros. Y hasta el fin de los tiempos, se

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    eneficiarn de ello los que se les parecen. Pero hasta el fin de los tiempos, nosotros, que no nosarecemos a ustedes, tendremos que dar fe para que el hombre, por encima de sus peores errores,ciba su justificacin y sus ttulos de inocencia.

    Por eso, al trmino de este combate, desde el corazn de esta ciudad que ha cobrado un rostrofernal, por encima de todas las torturas infligidas a los nuestros, a pesar de nuestros muertos

    esfigurados y de nuestros pueblos hurfanos,[10]puedo decirle que, ahora que vamos a destruirlesn piedad, no abrigamos odio contra ustedes. Y aun si maana, como tantos otros, hubiramos de

    orir, seguiramos sin sentir odio. De no tener miedo no podemos responder, tan slotentaremos comportarnos razonablemente. Pero s podemos responder de que no odiamos nada.respecto a la nica cosa que puedo detestar hoy, le aseguro que tenemos la conciencia tranquila.ueremos destruir el poder de ustedes sin mutilar su alma.

    Ya ve usted que siguen teniendo esa ventaja que tenan sobre nosotros. Pero sta constituyembin nuestra superioridad y hace que esta noche se me antoje ahora ligera. Nuestra fuerzaside en pensar como ustedes sobre la profundidad del mundo, en no rechazar ningn elemento

    el drama que es el nuestro; pero, al propio tiempo, en haber salvado la idea del hombre alrmino de este desastre de la inteligencia y extraer de ello el inquebrantable valor para renacer.so, por supuesto, no mitiga la acusacin que lanzamos contra el mundo. Demasiado caro hemosagado esa nueva ciencia para que nuestra condicin haya dejado de resultarnos desesperante.ientos de miles de hombres asesinados al alba, los espantosos muros de las crceles, una Europaumeante de millones de cadveres que fueron sus hijos, todo eso ha habido que pagar paradquirir dos o tres matices que acaso no tengan ms utilidad que ayudar a algunos de nosotros aorir mejor. S, resulta desesperante. Pero hemos de demostrar que no merecemos tanta injusticia.

    s la tarea que nos hemos trazado; empezar maana. En esta noche de Europa por la que corres efluvios del verano, millones de hombres armados y desarmados se disponen a combatir.ronto amanecer el da en que les venceremos. S que el cielo, que fue indiferente a sus atrocesctorias, seguir sindolo a su justa derrota. Tampoco hoy espero nada de l. Pero habremos

    ontribuido al menos a salvar al ser humano de la soledad a la que queran ustedes reducirlo. Poraber despreciado esa fidelidad al hombre, sern ustedes quienes mueran solitarios a millares.hora, puedo decirle adis.

    Julio de 1944

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    LBERT CAMUS. Mondovi (Argelia), 1913 - Villeblevin (Francia), 1960. Novelista, ensayista yamaturgo francs, considerado uno de los escritores ms importantes posteriores a 1945. S

    bra, caracterizada por un estilo vigoroso y conciso, refleja laphilosophie de labsurde, lansacin de alienacin y desencanto junto a la afirmacin de las cualidades positivas de la

    gnidad y la fraternidad humana.Camus naci en Mondovi (actualmente Drean, Argelia, entonces colonia francesa) el 7 de

    oviembre de 1913. Ingres en la universidad de Argel, pero sus estudios pronto se vieronterrumpidos debido a una tuberculosis. Form una compaa de teatro de aficionados quepresentaba obras para las clases trabajadoras; tambin trabaj como periodista y viaj mucho

    or Europa. En 1939 publicBodas, un conjunto de artculos que incluan reflexiones inspiradasor sus lecturas y viajes. En 1940 se traslad a Pars y form parte de la redaccin del peridicoaris-Soir. Durante la II Guerra Mundial fue miembro activo de la Resistencia francesa y, de945 a 1947, director de Combat, una publicacin clandestina.

    Argelia sirve de fondo a la primera novela que public Camus,El extranjero (1942), y a laayora de sus narraciones siguientes. Esta obra y el ensayo en el que se basa,El mito de Ssifo942), revelan la influencia del existencialismo en su pensamiento. De las obras de teatro que

    esarrollan temas existencialistas, Calgula (1945) es una de las ms conocidas. Aunque en suovelaLa Peste (1947) Camus todava se interesa por el absurdo fundamental de la existencia,conoce el valor de los seres humanos ante los desastres. Sus obras posteriores incluyen la

    ovelaLa cada(1956), inspirada en un ensayo precedente;El hombre rebelde(1951); la obra deatroEstado de sitio(1948); y un conjunto de relatos,El exilio y el reino(1957). Colecciones deus trabajos periodsticos aparecieron con el ttulo deActuelles(3 vols., 1950, 1953 y 1958) yElerano(1954). Una muerte feliz(1971), aunque publicada pstumamente, es de hecho su primeraovela. En 1994 se public la novela incompleta en la que trabajaba cuando muri,El primer

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    ombre. Sus Cuadernos, que cubren los aos 1935 a 1951, tambin se publicaron pstumamenten dos volmenes (1962 y 1964).

    Camus, que obtuvo en 1957 el Premio Nobel de Literatura, muri en un accidente de coche eilleblevin (Francia) el 4 de enero de 1960.

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    Notas y variantes de las Cartas a un amigo alemn

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    Poeta y militante de la Resistencia nacido en Lyon en 1910. Herido y detenido el 10 de mayo de944, fue fusilado el 13 de junio de ese mismo ao en Villeneuve. Su poesa fue publicada en947 con un prefacio de Albert Camus. (N. del E.).

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    Ms.: dos territorios que, junto con Espaa, forman una misma nacin.

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    Ms.: la Alemania de hoy, habra que utilizar

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    Ms.: perdernnada

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    Los artculos deAlger rpublicainy, ms adelante, de Combatdan fe del apego de Camus a laea de una Europa unida.

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    Tras el periodo del Kulturkampff, que enfrent a los nazis con la Iglesia catlica, los jefesemanes se presentaron gustosos como jefes de la civilizacin occidental cristiana.

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    Los nazis se apropiaron de Wagner y de su hroe Sigfrido, en quien pretendan ver lancarnacin de la nacin alemana triunfante.

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    Viajes de 1936 a Austria, Checoslovaquia e Italia. Nuevo viaje, de 1937, a Italia.

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    Cfr. El hombre rebelde, concretamente el captulo dedicado a Nietzsche.

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    0]Alusiones a las matanzas de Ascq y Oradour-sur-Glane.