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r 2 7 6 E L C A N T A R D E L M I O C I D
En suma, puede decirse que el Cantar, como la literatura hist
rica de todas las pocas, mantiene unas relaciones complejas con los
sucesos que le sirven de base.20 Para la explicacin de las mism.i
pueden tenerse en cuenta diversos factores, ya apuntados, pero so
bre los que volver luego: las fuentes de informacin orales o escri
tas que el poeta pudiera emplear, la posible existencia de composi
ciones literarias previas sobre el mismo hroe, la propia inventiv.i
del poeta y su deseo de construir una historia coherente y apasio
nante. Todo ello puede y debe tenerse en consideracin, pero ante
todo, al acercarse a una obra como el Cantar de mi Cid hay que
re-cordar algo que se deduce de lo antedicho, pero que no siempre
se ha tenido en cuenta: que no se trata de un documento histrico,
ni siquiera de una biografa ms o menos fantaseada, sino de un texto
plenamente literario, de un poema pico de primera magnitud, y como
tal hay que entenderlo y, sobre todo, disfrutarlo.
A U T O R A Y L O C A L I Z A C I N
Como ha quedado claro, el Cantar se basa muy libremente en la
parte final de la vida de Rodrigo Daz de Vivar. Las peripecias na
rradas en el mismo se refieren a sucesos acaecidos tras el
destierro de don Rodrigo por Alfonso VI en 1081, pero no
constituyen 1111 relato fiel de los hechos histricos, sino una
visin literaria de los mismos, a veces alterados o fingidos para
satisfacer los fines poti eos del relato (vanse, como ejemplo, las
notas 1085-1169o y 1620-1799o). E n cuanto al texto que ha llegado
hasta nosotros, se conserva en un nico manuscrito del siglo XIV,
custodiado en la Biblioteca Nacional de Madrid y del que me ocupar
en detalle ms tarde, en el 4. Segn su colofn, este cdice es copia
de otro de 1207, realizado por cierto Per Abbat (nota 3731-3733).
Respecto de la creacin del poema all transcrito, los dos aspectos
fundamentales de discusin han sido su datacin y su proceso de
elaboracin, cuestiones ambas que la crtica posiblemente ha vin
pecto de los personajes cuyos vnculos reales se trastocan o se
omiten, vanse ade-ms de varias de las citadas, las notas 1372o
(visin de conjunto), 2042o (Alvar Daz) y 3004o (don Fruela).
20 Para las relaciones entre el argumento del Cantar y los
sucesos histricos, pueden verse Spitzer [1948], Russell [1958],
Rubio [1972], Smith [1972:22-36, 1983:67-97 y 1990], Chaln [1976],
Yon Richthofen [1982] y Webber [1982].
C O M P O S I C I N 2 7 7
111 lado entre s ms de lo debido. En relacin con ellas se sita
la posible identificacin y, sobre todo, la caracterizacin de su
autor y el lugar o la zona de composicin del Cantar. Sobre estas
cues-tiones, las dos posturas ms alejadas vienen representadas por
R a -mn Menndez Pidal [ 19 1 1 ] y por Colin Smith [198,3]. El
prime-fo consideraba que el Cantar es obra de un juglar de
Medinaceli (localidad soriana entonces cercana a la frontera con
los reinos musulmanes), realizada en estilo tradicional, de tipo
bsicamente popular, muy fiel a los hechos histricos y compuesta
hacia 1140, 1 nonos de medio siglo despus de la muerte del Cid. Ms
tarde, I asndose en algunos aspectos estilsticos y en datos que, a
su jui-1 i4 parecan corresponder a dos pocas distintas, M. Pidal
[1963] nostuvo la hiptesis de una obra compuesta por dos juglares.
El primero, ligado a San Esteban de Gormaz (una localidad cercana
.1 la anterior), habra escrito en torno a 1 1 1 0 y sera el
responsable tli- los elementos ms histricos del poema; el segundo,
vinculado ,1 Medinaceli, habra amplificado el poema con los
elementos ms novelescos, hacia 1140. En el otro polo se sita la
interpretacin de Colin Smith, quien defenda que el colofn del
manuscrito del < '(intar transmita tanto su fecha de composicin,
1207, como el nombre de su autor, Per Abbat, al que identific con
un abogado l'iirgals en ejercicio a principios del siglo XIII (nota
3731-3733 Su autor sera, pues, un culto jurisperito, que conocera
la vida del < id a travs de documentos de archivo y cuya obra no
slo no tlobera nada al estilo tradicional, sino que sera el primer
poema pico castellano, una innovacin literaria inspirada en las
chansons ih geste francesas y en fuentes latinas clsicas y
medievales. En sus iitinosTfbajos, Smith [1994a y b] matiz algo
estas posturas, re-t onociendo que Per Abbat era probablemente el
copista y no el autor del poema, el cual sera, de todos modos, un
hombre culto V entendido en leyes, que compuso su obra hacia 1207 y
que po-siblemente no invent el gnero pico castellano, aunque s lo
re-nov profundamente. Entre estos dos polos, los estudiosos han
adoptado distintas posturas intermedias. Dado que el complejo
pioblema de la datacin exige tratamiento especfico, abordar primero
la cuestin del autor y de su posible localizacin, deja-ilo el
problema de la fecha para una seccin aparte.
La consideracin como autor del Cantar de quien suscribe el <
dice (o, para ser exactos, el modelo del manuscrito conservado)
parece a primera vista lgica, dado que tal suscripcin est en
ver-
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28o EL C A N T A R D E L M I O C I D
so y hace constar que Per Abbat escrivi este libro. Esto
asegurara l.i identificacin del poeta firmante del colofn con el
propio creador del poema. Esta opinin fue planteada antes de Smith
por Ubietu [ J957 y 1973:189-190], pero no propuso a nadie en
particular, si bien, frente a la mayora de los estudiosos, lo
supuso aragons y no castellano. S realiz una propuesta concreta
otro temprano defen-sor de tal equiparacin, Riao, quien, primero en
solitario [1971 y 2000] y ms tarde en colaboracin con Gutirrez
[1976:217-218, 1998:11, 301-316 y III, 25-32, y 2001], ha defendido
que el fu mante del cdice de 1207 y, por consiguiente, autor del
poema era cierto clrigo de la localidad soriana de Fresno de
Caracena llama do Pedro Abat. La conjetura tena a su favor la
fecha, 1220, y la lo calizacin geogrfica del personaje en una zona
que el poeta del Cantar parece conocer bastante bien, aunque
paradjicamente res pecto de tal conjetura, nunca nombre dicha
localidad, lo que le hubiese sido relativamente sencillo, dado que
se halla en las cerca nas de Gormaz, que el poema cita en el verso
2843. Por otra par-te, la data crnica del documento, que segn
dichos autores es anno Domini M C C X X o , tercio nonas ianuarii,
ha de leerse en realidad anno Domini M C C L X X tercio, nonas
ianuarii, es decir, el 5 de enero de 1274 (por estar fechado segn
el estilo de la Encarnacin), lo cual se corresponde adems con el
tipo de letra y los usos institucionales reflejados en el documento
(Fernndez Flrez, 2000 y 2001; Ruiz Asencio, 2000:252a-b), de modo
que la hiptesis se queda sin base. Finalmente, Hernndez
[1994:464-467], aunque lo considera fundamentalmente un copista,
sosla-yando consideraciones sobre la creatividad que pueda haberse
ejer-cido en el trasvase de formas orales a formas escritas,
propone identificarlo con un cannigo toledano homnimo, en activo
en-tre 1204 y 1 2 1 1 . La propuesta tiene a su favor la posible
vincula-cin toledana del Cantar, sobre la que volver luego, pero en
la prctica carece de respaldo alguno, pues de toda la cadena de
hi-ptesis necesaria para ligar el poema y el cannigo (que el Cantar
se vincule de algn modo a las cortes de Toledo de 1207, que se
recitase en ellas, que el repostero real encargase una copia para
la cmara regia y que el cannigo toledano perteneciese a la
cancille-ra real, encargada de hacer dicha copia) ni uno solo de
los eslabo-nes est demostrado (cf. nota 3129o y ahora Bayo,
2002:20).
Volviendo a nth [1977 y 1983], propone identificar al
sus-criptor del cdice con cierto Pedro Abad que figura, con sus
hijos
C O M P O S I C I N 3
|uan y Pedro, en el sumario en un pleito de 1223 sobre la
propie-J.id del monasterio de Santa Eugenia de Cordovilla,
conducido inte el rey Fernando III en Carrin, y en el que fallaron
sues car-
I.il que traa Petro abbad falsas.21 La principal de esas cartas
o do-1 limen tos es el Apcrifo del abad Lecenio, una supuesta
donacin por Alfonso VI del citado monasterio al mencionado abad,
fecha-II.1 en 1075, gracias a la intercesin de su pariente domno
Rode-rico Diaz Campeatori, junto al cual confirman el diploma
varios personajes cuya vinculacin con el Cid consta nica o
principal-mente por el Cantar (Smith, 1977:26-28; Montaner, 2006).
Smith 1 onsider que los dos Pedros citados eran el mismo y que se
tra-taba"3eT~Bogd de Santa Eugenia, el cual habra actuado al mis-mo
tiempo como falsificador del diploma y, en tanto que cono-cedor de
la leyenda cidiana, como autor del propio Cantar. Sin cinfrrgo, el
que pareca ser el nico Pedro Abad relacionado con l.i leyenda
cidiana (cf. Michael, 1975:301, y Bayo, 2002:20), resul-1.1 110 ser
tal, pues el Pedro de las cartas falsas es el propio abad de Santa
Eugenia, mientras que el papel del segundo es posiblemen-te el de
fiador de la parte contraria (Montaner, en prensa). Por lo dems,
todas las hiptesis sobre Per Abbat se desentienden de la verdadera
naturaleza de su suscripcin, que no es en absoluto la fir-ma de un
autor, sino el tpico colofn de un copista (Schaffer, 1989; Michael,
1991; Montaner, 1999:95-96), mientras que la pro-pia abundancia del
nombre hace imposible cualquier identifica-
riTT5""" "
21 Becerro Mayor de Aguilar de Campoo (AHN, Cd. 994B), f. 64V.0,
ed. Rodrguez de Diego [2004: doc. yb], cf. M. Pidal [1929:848] y
Smith [1977:29].
22 El mismo Hernndez recoge otros cinco homnimos en los
cartularios de Toledo [1994: 465, n. 48] y otro ms en el de Santa
Mara de Aguilar [2009: 270-27i|. Ya M. Pidal [ 191 1 : 12- 18] haba
documentado diez Per Abbat entre 1222 y 1175; Michael [1991] un
total de veinticinco entre ca. 1158 y 1350, y Fernndez l lrez
[2000:51 y 55-56] dieciocho, slo en la documentacin del monasterio
de S.ilugn, entre 1160 y 1286, mientras que en la base de datos del
LELMAL cons-l.in diecisiete entre 1 181 y 1230. Adanse los dos
siguientes (anteriores a 1327): Don Per Abbad, de Tmara, yaze entre
la puerta del parlatorio e del refitorio. I ste don Per Abbad compr
por su aniversario el molino que dizen de Gran ... IVi Abbad, de
Orbaneja de Picos, non yaze aqu, mas dionos por su aniversario en
la dicha Orbaneja una tierra que es en Pradiellos (Memorias y
aniversarios de < 'arilea, Hispanic Society, ms. H O N S 7 / 1 ,
ff. 14 y 25V.0, apud Faulhaber, 1983:1, 910) . Al segundo atribuye
la copia Zaderenko [2008 y 2009]. Vanse otros casos en Montaner [en
prensa a].
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28o EL C A N T A R D E L M I O C I D
Si hoy existe un gran consenso crtico en cuanto a la anonima del
Cantar, no puede decirse lo mismo respecto de su localizacin La
opinin ms extendida, a partir de M. Pidal [ 191 1 ] y en la que
reinciden, con variantes, Riao [1971], Cataln [1985 y 2001:468-71],
Duggan [1989], Marcos Marn [1997] y Riao y Gutirrez [1998], es que
el poema se compuso en la extremadura soriana, en un rea elptica
con focos en San Esteban de Gormaz y Medinace-li. Como ya he
avanzado, Ubieto [1957, 1973 y 1981] sostuvo que el autor era
aragons, basndose en su conocimiento de las cuencas del Jaln y del
Jiloca, as como en la presencia de diversos aragone-sismos. Esta
hiptesis, apoyada por Pellen [1976] y dubitativamente por Prez
Lasheras [2003:96-98], ha sido refutada por Lapesa [1980:13-31] y,
con argumentos de desigual alcance, por Riao y Gutirrez [1992 y
1998:11, 139-185]. Por su parte, Smith [1977:81-82 y 1983: 1 10-1
13] , aun sin argir que el Per Abbat al que atribua el poema pareca
vinculado a Aguilar de Campoo, en la dicesis burgalesa, situ la
creacin del poema en Burgos mismo, pues le pareca un marco ms
apropiado para el tipo de autor que imagina-ba (un jurista culto,
conocedor del latn y del francs), pero esto, l-gicamente, no es
sino apilar una conjetura sobre otra. Con todo, la localizacin
burgalesa ha sido apoyada, con otros argumentos, por scar Martn
[2005], que hace hincapi en la presencia que Burgos, Vivar y Cardea
presentan en el Cantar, frente al silencio de la ma-teria cidiana
previa. El planteamiento es sugerente, pero cabra de-cir lo mismo
de la zona soriana y sobre todo del regnum Toletannm, donde la
funcin sociopoltica que busca Martn resulta mucho ms obvia, como se
ver despus. Tampoco las razones para una com-posicin en Cardea que
da Zaderenko [2007] resultan concluyen-tes (cf. nota 290o).
Finalmente, se decantan tambin por un origen burgals, por razones
lingsticas, Torreblanca [1995] y Penny [2002], pero ninguno aporta
pruebas de peso. En este sentido, el documento de Alczar, alegado
por varios defensores de la localiza-cin soriana (Riao, 1971;
Marcos Marn, 1997 y Riao y Guti-rrez, 1998), aunque posiblemente no
corresponda a la fecha del ne-gocio jurdico que contiene, c. 1 156
(para la cual el mejor anlisis es el de Canellas, 1972), sino que
sea un romanceamiento de princi-pios del siglo XIII (cf. Fernndez
Flrez, 2001:251-252), indica que la situacin lingstica de la
extremadura soriana en la poca de composicin del Cantar no era la
que suponen los defensores de la localizacin burgalesa. Por otro
lado, al carecerse de una compara-
C O M P O S I C I N 281
nn con otras variedades del castellano, en especial las de la
Tran-licrra, la base de la argumentacin no resulta completa ni sta,
por Unto, concluyente. En tal sentido, ha de sealarse que Frago
[2000] aprecia varios rasgos que apuntan a las hablas
castellano-manche-.is, en particular la evolucin seseo-ceceosa en
quifab (v. 2500),
iivicio (vv. 69 y 1535) y San alvador (v. 2924), y si bien su
anlisis rst lastrado por varios errores de apreciacin paleogrfica y
ecdti-1.1, abre una va que resulta indispensable explorar.
En suma, no resultan vlidos ninguno de los argumentos de
identificacin concreta del autor propuestos hasta ahora ni la
ma-yora de los razonamientos de localizacin, pues, como ya seal
Kscolar [1982:20], estos conocimientos geogrficos de una zona
concreta, en contra de la opinin de Menndez Pidal y de otros
in-vestigadores, no demuestran que naciera en ella el poeta, sin
que l is otras razones aducidas hasta ahora puedan considerarse
probato-1 tas. Por otro lado, para ofrecer una caracterizacin ms
general del nitor y de su posible entorno, es necesario abordar
cuestiones 1 omplementarias, de modo que la dejo en suspenso hasta
poder ha-cer balance en el ltimo apartado de esta seccin.
L A C U E S T I N C R O N O L G I C A
I ,os datos que enmarcan las fechas extremas para la composicin
del Cantar son su base biogrfica y el antgrafo o modelo del
ma-nuscrito conservado. Por un lado, su fundamento histrico
pro-porciona el terminus post quem o fecha ms antigua posible para
su elaboracin, la muerte del hroe, aludida en los versos 3726-3727
y acaecida en mayo de 1099, mientras que el colofn copiado de su
modelo por el cdice nico suministra el terminus ante quem o fe-i ha
ms moderna posible para la misma, mayo de 1207 (cf. C. Al-var y
Luca, 2002:921). Dentro de ese arco cronolgico, la alusin en el v.
3003 al buen enperador, es decir, Alfonso VII, plantea otro hito
histrico seguro, puesto que dicho monarca accedi al irono
castellano-leons en 1126, aunque su coronacin imperial slo tuvo
lugar en Len en 1 135 , como refiere la Chronica Ade-lonsi
Imperatoris (en adelante CAI), 1, 69-70. Hasta aqu, los estu-diosos
del Cantar estn bsicamente de acuerdo, pero, como ya he ivanzado,
hay una notable discusin para situarlo de un modo ms preciso en el
margen de dos tercios de siglo que quedan entre
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28o EL C A N T A R D E L M I O C I D
la entronizacin del Emperador y la perdida copia de Per Abbat.
Segn se ha visto, Menndez Pidal postul una fecha temprang en la
primera mitad dersiglo XII. Primeramente [1911 : 19-28, 32-33 y 73
-76 j, consider que el poema era de los aledaos de 1140. Ba-saba
esta datacin en tres argumentos: el uso elusivo de et buen
em-perador para designar a Alfonso VII ( 1 126- 1 157) sin
necesidad de llamarlo por su nombre, lo que implicara que el poema
era coe-tneo suyo (vase la nota 3003o); la indicacin Oy los reyes
d'Es paa sos parientes son (v. 3724), que cobrara especial
significa-do en relacin con los esponsales de Blanca de Navarra y
el futuro Sancho III de Castilla, que sellaron la paz entre ambos
reinos en 1 140 (nota 3724o) y, por ltimo, la alusin del Prefatio o
Poema de Almera a lo que se cantaba sobre el Cid. El Poema es una
compo-sicin latina que celebra la campaa de Alfonso VII contra
dicha plaza andalus en 1147.2 3 All, al hablar de Alvar Rodrguez
de
23 Al Poema de Almera se le ha asignado normalmente la misma
fecha que a la obra a la que sirve de eplogo, la CAI, datada entre
la campaa de Almera de 1147 y la muerte de Alfonso VII en 1157,
considerndoselo anterior a la muerte de la emperatriz Berenguela en
1149 (Maya, 1990:115; Barton y Fletcher, 2000:157). No obstante,
Linehan [1992] ha planteado la hiptesis de que el texto de la
crni-ca haya sido interpolado a fines del reinado de Alfonso VIII
(m. 1214) por un fer-viente defensor de Toledo, a quien se debera
igualmente el poema que cierra la crnica, aunque no desarrolla
suficientemente su argumentacin como para poder evaluarla y al
menos en un punto se basa en un razonamiento que implica una
pe-ticin de principio de signo contrario a la habitual: puesto que
el Poema de Almera alude al Cantar y ste es de c. 1200, aqul tiene
que ser posterior. Por otro lado, la fuerte vinculacin toledana de
la CM/puede exigir una nueva hiptesis sobre su lu-gar de redaccin
(como postula Hernndez, 1994:454-455), pero no justifica la
existencia de interpolaciones. En relacin con esta propuesta sobre
la fecha, Barton y Fletcher [2000:156] comentan que recientemente
han surgido importantes dudas a este respecto, pero sin profundizar
en la cuestin, lo mismo que Michael [2002:153]. Carecemos, pues, de
argumentos de peso para rechazarla datacin tra-dicional, tampoco
contradicha por la mencin de Sancho III como rey de Castilla en
CAI, I, 29: dedit eam filio suo regi domino Sanctio Castellano,
puesto que sus-cribe diplomas como Sancius rex, a veces con la
apostilla filius imperatoris, al menos desde 1148 (vase Fernndez
Catn, 1990: docs. 1458, 1470 y 1474), si bien la idea de que la
emperatriz Berenguela segua con vida en el momento de redac-cin de
la obra es una mera suposicin, que carece de apoyos positivos. As
las co-sas, y dado que el autor declara paladinamente escribir de
odas: sicut ab illis qui vi-derunt didici et audivi (CAI, I,
Prefatio) y se refiere constantemente al Emperador en pasado (el v.
8 del Poema de Almera, si complacet Imperatorio, se refiere al
Christus mperans, como el Rex del v. 1), cabra pensar ms bien en
una obra com-puesta tras la muerte de Alfonso VII y durante el
corto reinado de su hijo Sancho III (1157-1158), lo que, de todos
modos, no implica un cambio drstico de cronologa.
C O M P O S I C I N 283
( .isiro, nieto de Alvar Fez (cf. nota H), se introduce un
elo-gio de su abuelo en el que se trae a colacin al Cid:
pfi Tempore Roldani, si tertius Alvarus esset Post Oliverum,
fateor sine crimine verum,
A i Sub iuga Francorum fuerat gens Agarenoruni Nec socii cari
iacuissent morte perempti.
i|T Nullaque sube celo melior fuit hasta sereno. Ipse Rodericus,
Meo Cidi sepe vocatus, De quo cantatur quod ab hostibus haud
superatur, Qui domuit Mauros, comits domuit quoque nostros, Hunc
extollebat, se laude minore ferebat. Sed fateor verum, quod tollet
nulla dierum: Meo Cidi primus fuit Alvarus atque secundus. Morte
Roderici Valenta plangit amici Nec valuit Christi famulis ea plus
retineri.24
111 uto a estos elementos, M. Pidal dio tambin gran importancia
al 111 tor lingstico, pues el arcasmo del Cantar resultaba, a su
pare-1 ci, ms acorde con una fecha de mediados del siglo XII. En
las nlii iones de [ 191 1 ; ed. 1946:1167-1170] subraya de nuevo la
vali-. Ii / de estos argumentos, de los que incrementa la
importancia del elemento lingstico, y aade dos ms: el primero es la
fidelidad I' I poema a los acontecimientos histricos, sobre todo en
detalles nimios, como los nombres de diversos personajes que
acompaa-mi 1 al Campeador en el destierro, nombres que la
historiografa del .i|[lo XII desconoce y que en el Cantar slo
podran provenir de IIII.I gran cercana temporal a los hechos
narrados, antes de que di-i los nombres cayesen en el olvido. El
segundo es la mencin de la guerra que el emperador almorvide
libraba en los Montes Claros,
24 'Si en tiempos de Roldn, Alvaro hubiese sido el tercero /
tras Oliveros, os 1 .mi leso una verdad sin falta, / que el linaje
de los agarenos habra sido puesto I 10 el yugo de los francos / y
que los queridos compaeros no yaceran aniqui-Ijilm por la muerte. /
No hubo una lanza mejor bajo el claro cielo. / El mism- 11110
Rodrigo, llamado normalmente mi Cid, / de quien se canta que no fue
vencido por los enemigos, / que dome a los moros y dome tambin a
nues-llus rondes, / ensalzaba a ste, se diriga a s mismo menores
elogios; / pero yo n confieso una verdad que el tiempo no alterar:
/ mi Cid fue el primero y Al-v .iro el segundo. / Valencia llora la
muerte del amigo Rodrigo, / pues no les fue I ">nilile retenerla
a los siervos de Cristo' (w. 228-240; cf. Snchez Belda, 1950:198;
H.S. Martnez, 1975:39 y Prez Gonzlez, 1977: 138-139).
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28o EL C A N T A R D E L M I O C I D
es decir, los enfrentamientos contra los insurgentes almohades
en la cordillera del Atlas, acaecidos hacia 1140 (vase la nota
1182o).
Esta datacin fue generalmente admitida durante cerca de me-dio
siglo, salvo que Mateu [1947] sugiri adelantarla a finales del
reinado de Alfonso VI (m. 1109), basndose en la mencin del di-nero
malo (v. 165), que dicho autor identificaba con las acuacio-nes de
baja ley del dinero de velln (moneda de plata y cobre) re-alizadas
en dicha poca, y con la ausencia de mencin de los ms modernos
maravedes (moneda de oro; vase la nota 165o). En cambio, a partir
de 1950 empezaron a surgir algunas voces discre-pantes que abogaban
por una fecha ms moderna, cercana a 1200, como ya haba propuesto
Bello [1881]. La primera de tales voces, que tuvo entonces escaso
eco, fue la de Russell [1952], quien aduca que los usos
cancillerescos y diplomticos presentados en el Cantar slo se
documentaban en el ltimo cuarto del siglo XII (notas 24o y 3546o),
mientras que el arcasmo lingstico era un re-curso literario propio
de la pica.25 Le sigui la de Gicovate [1956], que se basaba en una
interpretacin diferente del verso 3724 y en el influjo de la poesa
pica francesa, tal y como se de-sarrolla a lo largo del siglo XII.
Por ltimo, Ubieto [1957] procu-r refutar los argumentos pidalianos
sobre el uso de el buen empe-rador, demostrando que esa designacin
se haba empleado de igual modo tras su muerte; sobre la referencia
a la guerra de los Montes Claros, alegando que su mencin implica
slo la poste-rioridad del Cantar a la misma, no necesariamente su
coetaneidad, y sobre el verso 3724 sealando que, si se entiende en
un sentido ms estricto, obliga a retrotraer la fecha hasta 1201.
Apoy adems esta datacin en otros datos, como el empleo de Navarra
para referirse a todo el reino de Pamplona (nota 1187o) y Ia mencin
de Cetina, repoblada hacia 1 150 (nota 547o). M. Pidal [1963: i
975- i 98 i ] contest a parte de estas objeciones (al parecer, no
lle-g a conocer las de Russell), reafirmando sus conclusiones sobre
la lengua del poema y restando validez a los argumentos de Ubieto.
Acept en cambio la propuesta de Mateu [1947]. A partir de esa
cronologa y del alto grado de historicidad que apreciaba en
algu-nas partes del Cantar, en [1963:117-164] postul que haba sido
obra de dos autores, uno primitivo ms apegado a la realidad
his-
25 Sobre la coyuntura de redaccin y el influjo de dicho artculo
vanse el propio Russell [2002] y Deyermond [2002].
C O M P O S I C I N 284
Unica, que habra compuesto una primera versin hacia 1 1 1 0 , y
mi refundidor posterior, ms dado a fantasear o novelizar, que
se-111 el responsable de la versin conservada, que datara de 1140.
finia ltima fecha se basaba en los datos ya empleados en [ 19 1 1 ]
y 1 n la mencin de Portugal (nota 2978o).
lin contraste con la reafirmacin pidaliana en sus posturas,
Ho-rrcnt [1973:243-311] acept algunas de las objeciones de Ubieto,
lo que le llev a un intento de conciliar esa postura con la de M.
Pi-dal suponiendo una serie de refundiciones desde 1 1 20 hasta
1207. lili aquel mismo ao, Ubieto [1973] desarroll con ms detalle
su planteamiento [1957], corroborando con nuevos datos los
argu-mentos que le haba refutado M. Pidal [1963], acogiendo los de
Kussell [1952] sobre la diplomtica y aadiendo otros, por ejem-plo,
la designacin de Valencia como la mayor para diferenciarla de Vil
en ca de donjun, que adopt este nombre en 1189 (nota 105o), o el
empleo de tcticas introducidas en la Pennsula a partir il< la
batalla de Alarcos, en 1 195 (nota 625-851). Ms concreta-mente,
defenda como fecha de composicin 1207, ao consigna- In en el
xplicit del cdice nico. Posteriormente, Ubieto 11981:224-230]
resumi su argumentacin e incorpor las aporta-1 iones deJ.M.a
Lacarra [1975], quien haba demostrado la datacin urda de dos
trminos del Cantar que corresponden a la situacin ociopoltica de
finales del siglo XII: Jijodalgo, documentado por puniera vez en 1
177 , y rico omne, cuya primera ocurrencia data de 1 07 (en
realidad, hacia 1194; notas 210o y 3546o). En esta misma linea se
han situado otros investigadores actuales, que aceptan estos ilaios
y aaden otros para justificar una datacin a finales del si-y,lo XII
o principios del siglo XIII. Tales argumentos han sido
pre-ponderantemente histricos, basados en la presencia en el poema
ilr objetos, castumbres, instituciones jurdicas o alusiones a
sucesos que slo pueden fecharse por esa poca (Smith, 1977; Lacarra,
n;8o). A este respecto, Smith [1977:35-62] ha mostrado que la
ip.iricin en el Cantar de personajes histricos a menudo no se
co-rresponda con la actuacin real de los mismos.2'1 Tambin se han
iducido criterios lingsticos, relacionados especialmente con la
lormacin de palabras (Pattison, 1967 y 1985) y con la cronologa
"' Sobre este punto, vanse las remisiones a las notas
complementarias en la nota 19 de este prlogo. Para el tipo de
mentalidad histrica que esto conlleva, vanse las notas 237o y
733o.
-
28o E L C A N T A R D E L M I O C I D
del lxico empleado (Pellen, de 1980 a 1983). Por ltimo, se han
alegado razones literarias, como la citada influencia de la pica
francesa del siglo XII (Smith, 1977:125-159 y 1983), y la oportuni
dad del mensaje ideolgico del Cantar en el contexto social del
trnsito de dicha centuria a la siguiente (Fradejas, 1962:53-66,
1982:270-277 y 2000; Duggan, 1989:58-107; nota 1187o). Ms re
cientemente, Zaderenko [1998a) ha sealado que el procedimien to
legal del riepto entre hidalgos, al que se sujeta el desenlace del
Cantar, no puede datarse antes de las disposiciones de las Cortes
(ms exactamente, la Curia) de Njera de 1185.
Frente a estos autores, otros han asumido la defensa de las
tesis pidalianas o, al menos, han expresado sus reservas a algunas
de las propuestas anteriores. As, Fletcher [1976] examina de nuevo
la cuestin suscitada por Russell [1952] y muestra que, para las
cues-tiones diplomticas, las fechas podran adelantarse hasta 1 153
. En dos detallados artculos, Lapesa [1980 y 1982] desestima los
argu-mentos lingsticos de Pattison [1967] en favor de la datacin
fin secular y buena parte de los histricos de Ubieto [1973], aunque
no todos. En 1985 aparecieron tres aportaciones que apoyaban, desde
distintas perspectivas, la datacin a mediados del siglo XII. Cataln
[1985 y luego en 2001 y 2002] considera que el contexto social e
ideolgico en que se inscribe el Cantar se liga a las revueltas
urba-nas de 1 1 1 6 (nota 1213o) y que la coyuntura en la que se
compuso el poema es la concertacin de la paz entre Castilla y
Navarra, pero no en torno a los esponsales de 1140, sino con ocasin
de las bodas cTe Urraca (bastarda de Alfonso VII) y Garca IV de
Navarra, nieto de Rodrigo Daz, en 1144 (nota 3724o). Marcos Marn
[19851 acepta este planteamiento y pone adems el nfasis en
criterios lin-gsticos, subrayando de nuevo el arcasmo del Cantar,
que juzga incompatible con una fecha finisecular, planteamiento que
reitera en [1997] y que es apoyado por Gonzlez Oll [2006], debido
al uso de casada en el Cantar, trmino al que, sin embargo, da una
acepcin errnea (nota 1802o). Por otro lado, Rico [1985/)] vuelve a
estudiar la alusin del Poema de Almera a lo que se cantaba sobre el
Cid. En su opinin, la manera en que Roldn y Oliveros se sit-an ah
en el mismo mbito que Alvar Fez y el Cid implica que el carmen
latino aluda a un poema pico vernculo en el que los h-roes espaoles
actuaban emparejados, lo que, a juzgar por la estabi-lidad del
Cantar que en el siglo XIII revelan las prosificaciones
cro-nsticas, postulara otro tanto para la gesta del siglo XII y
remitira
C O M P O S I C I N 287
directamente a un Cantar en su mayor parte igual al conservado,
lia cambio, Gicovate [1956: 421-422], Ubieto [1973:29-30], Ho-ncnt
[1973:263-266], Smith [1983:83-86], Deyermond [1987:21], Wright
[1990:28] y Hernndez [1994:454] consideran, con distin-tos matices,
que el Poema de Almera se refiere a un perdido cantar 1 iiliano que
se situara entre las fuentes del poema conocido, pero que no sera
igual a l.27
i Contra este planteamiento, Marcos Marn[ 1997:39-40 y 47] y,
.obre todo, Cataln [2001 : 15 1 - 153 , 446 y 483-486] vuelven a
ilrfender el valor crQ'iolgn.o de la alusin del Poema de Almera. i\
juicio de ambos estudiosos, del pasaje citado se desprende que hybo
un cantar (v. 234: de quo cantatur) en el cual se llamaba mi Cid a
Rodrigo Daz (v. 233: Meo Cidi sepe vocatus), quien ilerrotaba all a
los moros y a los condes cristianos (v. 235: qui domuit Mauros,
comits domuit quoque nostros), contando t 01110 lugarteniente a
Alvar Fez (v. 238: Meo Cidi primus fuit, Alvarus atque secundus),
con el que formaba una pareja pica se-mejante a la de Roldn y
Oliveros (vv. 228-229: Tempore Rol -il.ini si tertius Alvarus esset
/ post Oliveros...). Sus conclusiones pueden sintetizarse con las
palabras de Marcos Marn [1997:40]: I I Poema de Almera, con esa
mencin, apunta expresamente a la
existencia del Cantar de Mi Cid, un cantar en el que se dice que
venci a los moros y a los condes catalanes. N o se trata de otro
poema o cantar distinto, luego el Cantar de Mi Cid exista, como muy
tarde, antes de febrero de 1149.
Una interpretacin completamente distinta del alcance de los
versos 233-234 del Poema de Almera fue sugerida ya por Lomax I
'977:77]> al sealar que en la Edad Media esa expresin poda ser
solo una metfora de la fama. Este planteamiento ha sido
desarro-llado por Montaner y Escobar [2001:104-106], quienes
ratifican iliclia interpretacin, basndose en Curtius
[1948:233-235], y se-nalan que el significado estricto del pasaje,
sin la interferencia del < ,'antar, es que hubo un gran
guerrero, Alvar Fez, capaz de li.iber salido victorioso de
Roncesvalles si hubiese acompaado a Roldn y a Oliveros. Este
caballero fue tan famoso en su poca que
27 Segn H.S. Martnez [1975:344-395], el Poema de Almera dara
cuenta de un cantar sobre Alvar Fez (w. 223-232) y de otro sobre el
Cid (w. 233-235), I"TO parece considerar que el emparejamiento de
ambos hroes (v. 238) se debe-111 .il propio autor del carmen
latino, aunque no acaba de dejarlo claro.
-
mmm.
28o EL C A N T A R D E L M I O C I D
lo pona por delante de s el mismsimo Rodrigo Daz, usualmenic
llamado el Cid y de quien es fama que no fue superado por sus ad
versarios, el cual dome tanto a los moros como a los condes
cristianos. No obstante aade por su cuenta el poeta, hay que poner
las cosas en su sitio: Rodrigo (conquistador de Valen-cia) fue el
primer caballero de su tiempo y Alvaro fue slo el se gundo (pero no
'su segundo', como vierte Cataln, 2000:106). A ju ic io de estos
autores, extraer de aqu consecuencias no slo sobre el contenido,
sino sobre la misma existencia de un supues to cantar cidiano es ms
que aventurado.28
Como puede apreciarse, la cuestin de la fecha del Cantar li,i
originado una larga polmica y una buena parte de las razones
aducidas por ambas partes han ido siendo descalificadas. Sin
em-bargo, haciendo balance, tanto Lomax [1977] como Deyermond
[1987:20-22] han opinado que los principales argumentos para una
fecha tarda no han sido rebatidos, mientras que Martn Zo-rraquino
[1987:8-11], en un ponderado repaso de la caracteriza cin
lingstica, aprecia que sta no es en realidad incompatible con una
datacin finisecular. El mismo Marcos Marn [1997:99!, que la
rechaza, reconoce que es cierto que la lengua del CMC coincide con
la lengua de mediados del siglo XII, pero no es me nos cierto ...
que esos rasgos pueden encontrarse durante la se gunda mitad del
siglo. A una conclusin semejante llega Frago [2000], mientras que
Franchim [2004:333-336] deja en el aire cual-quier conclusin
diatpica o diacrnica al respecto.
En rigor, el nico argumento hoy de cierto peso que permite
pensar en los alrededores de 1140 es la alusin del Poema de Almera.
Ahora bien, aun admitindola sentido y la cronologa deTa obra
favorables a la hiptesis de un poema pico coetneo, ello slo
im-plicara que antes de 1158 exista un cantar de gesta sobre el
Cid. Este podr identificarse razonablemente con el conservado
siempre que en este ltimo no se hallen datos que exijan una datacin
pos-terior o que, de darse, sean claramente aislables como
interpolacio-
Comprese en la misma lnea Morros [1997:35-36]. Aunque no se
pro-nuncia sobre el fondo de la cuestin, Prez Gonzlez [1997:139]
hace una perti-nente observacin sobre Meo Cidi: expresin
proveniente de la lengua cotidiana o vulgar, que, al igual que en
el caso de Rodlanus, no exige la existencia de un po-ema castellano
sobre Rodrigo Daz de Vivar, entre otras razones porque dicha
expresin fue un ttulo honorfico aplicado a numerosos personajes de
la poca.
CUJc-C; I
C O M P O S I C I N 288
o modificaciones sufridas en el proceso de transmisin. Pero si
ftin 110 es as, es decir, si los elementos que evidencian una data
fNinlerior forman parte inextricable de la composicin, entonces lo
Mico que cabra deducir del Poema de Almera (siempre en la hip-|ru\
de que su interpretacin y cronologa sean efectivamente sas) Di que
se refiere a un texto que trataba del mismo tema, el cual, ve-m
itnilmente, cabra considerar un modelo o fuente del Cantar 1 ni
nervado, pero al que no podra identificarse con l (como, en Un.
/:'/ alcalde de Zalamea de Caldern no puede confundirse con la 1 'I
'i 1 homnima de Lope que le sirve de base). El caso es que, como le
ver con detalle en el 2, hay abundantes aspectos que sitan |
composicin del Cantar a finales_dd siglo XII: la recepcin de la
nueva cultura caballeresca del ltimo cuarto de siglo, que se
refleja 111 numerosos aspectos del poema, tanto en su dimensin
material 1111110 ideolgica (notas 41o , 562o, 606-609, 707o,
1508-1509, I5870, 1618-1802, 1802o, 2375o); e l estado de las
instituciones ju-lidicas, como revela la coincidencia de sus
planteamientos con los 1 digos surgidos de la importante renovacin
del derecho castella-no en torno a 1190, en aspectos tan
importantes en el poema como el botn, el acceso a la caballera
villana o el reto entre hidalgos (no-cs 210, 442o, 492, 5II0 ,
807o, 895o, 917o, 1213o , I236-13O70, 1154o, 1472o, 1798o,
2535-27620, 3546o y 3533-3707); la adecua-1 ion de las
disposiciones regias a la nueva estructura diplomtica de lab mismas
en la cancillera de Alfonso VIII (nota 1364-13650); la 1
orrespondencia de la corte potica con la organizacin e integran-tes
de la curia y casa regias bajo el mismo monarca (notas 1360o y 1
380o), y, en fin, la actitud del Cantar hacia los andaluses
sometidos ni Castejn, Alcocer o Valencia, que concuerda con la
recupera- ion bajo Alfonso VIII del estatuto de mudjar (nota 518o).
En suma, no se trata de algunos elementos aislados que pudieran
de-berse a una intercalacin o a una reelaboracin parcial, sino de
un i mulo de aspectos consustanciales al Cantar en todos sus
niveles y que, al margen de posibles antecedentes en forma potica,
condu= cen a fecharlo sin apenas dudas en las cercanas de
1200/''
29 Para otros muchos aspectos con repercusiones cronolgicas, que
apuntan en la misma direccin, vanse las notas 24o, 109o, 130o,
303o, 527o, 547o, 61 Io , 625-861, 766o, 954-1086, 1 105o , " 8 7 o
, 1 1 9 1 o , 1217 o , 1290-1291, 1345o, 1375-1376 1382-1383, 1464
I4720, 1956o, I976-I9770, 2763-2984, 2985-3532o, 3005o, 3129 y
3223.
-
28o E L C A N T A R D E L M I O C I D
U N I D A D , V A R I E D A D , M U L T I P L I C I D A D
Segn ha podido advertirse, la cuestin cronolgica est ntima mente
ligada al establecimiento del modo de composicin del Cati tar y en
varias propuestas se admiten diversas fechas, que correspon deran a
sucesivas refundiciones o recreaciones poticas. La visin d e M .
Pidal [i95i:XLV-XL, 1956a, 1957:323-330y 457y 1992:97-166] era que
un poema pico naca usualmente al calor de los he chos mismos, a
partir de un canto noticiero que la tradicin se en-cargaba de ir
amplificando y novelizando. Como se ha dicho, tal planteamiento le
llev en [1963:1 15-174 y 1966]^ postular la exis tencia de dos
autores para la versin conocida, como ya antes (en 1898a y 191 1 :
124-136) le haba conducido a considerar una refun-dicin posterior
el texto prosificado en la Primera Crnica General (en adelante PCG)
y en otras crnicas emparentadas con ella (sobre lo cual vase abajo,
4). En una lnea similar, pero con unos postu-lados genticos ms
complejos, Von Richthofen [1968, 1970:136 146, 1981 : 15- 17 y
34-37, y 1982:360-363] considera que el ncleo original, compuesto
antes de 1100, lo constituye el cantar segundo hasta el perdn real
(w. 1085-2051), al que en una nueva refundi-cin, en torno a dicho
ao, se habra aadido el cantar primero (w. 1-1084); P o r fin, e n u
n a tercera reelaboracin, entre 1 140 y 1160, se habra agregado
todo lo que afecta a la segunda parte de la trama (las bodas con
los infantes y todo el cantar tercero, w . 2052-373) Y algunos
episodios del cantar primero. Horrent [1973:243-3 1 1 ] ha
rechazado esta explicacin, en la creencia de que el Cantar posee
una estructura y elaboracin claramente unitarias. Sin embar-go, al
considerar vlidos parte de los argumentos cronolgicos de M. Pidal y
parte de los de sus contradictores, opina que el Cantar conocido
conserva indicios de sucesivas fases de produccin, que fecha en
torno a 1 120 para el poema original, entre 1 140 y 1 150 para una
primera refundicin, y despus de 1160 para una tercera, que sera la
reproducida con alguna leve variacin en el manuscrito de 1207. En
una lnea mixta se sita H.S. Martnez [1975:375-387], que emplea una
explicacin gentica similar a la de Von Richtho-fen con una
cronologa como la de Horrent. Se refieren a cadenas de
refundiciones, sin precisar ms, Aguirre [1968], desde la
pers-pectiva oralista de que toda recitacin es una recreacin (en
virtud de lo cual niega toda relevancia a la cuestin de la fecha),
y Orduna
C O M P O S I C I N 291
|)
-
28o E L C A N T A R D E L M I O C I D
planteamiento es que esto viene determinado por la diferente
orientacin de cada uno de los ncleos argumntales del Cantar v no
por diferencias de composicin. Finalmente Hernando [20051,
advirtiendo una diferente actitud hacia la victimizacin, aceptada
en la trama referente al destierro y rechazada en la relativa a la
afrenta de Corpes, considera que esta doble perspectiva respecto de
la violencia sugiere una multiplicidad de instancias autoriales
para el Poema. Sin embargo, tal perspectiva doble no existe, lo que
hay son dos actitudes complementarias respecto de la violencia le
gtima: cul se puede ejercer contra el enemigo externo y cul es
aceptable contra el enemigo interno, todo lo cual responde sin fi
suras a la realidad institucional y a las prcticas habituales de la
so ciedad de frontera en la poca de fijacin de los fueros de
extrema dura (vase en general Powers, 1988, y abajo el 2).
En conjunto, puede decirse que si la biparticin argumental no
tiene por qu deberse a un hbrido potico, tampoco presenta el
aspecto de una mera yuxtaposicin, pues, como se ver ms ade-lante
(3), ambas secciones de la trama estn profundamente im bricadas. En
ste y en los dems casos, las apelaciones a una auto ra mltiple
parten sin excepcin de una peticin de principio jams demostrada,
que las diferencias internas aducidas implican la intervencin de ms
de un redactor. En este sentido, uno de los hallazgos esenciales de
Myers [1977], no afectado por los reparos de Geary [1983], es que
las distintas partes del Cantar no presen-tan mayores diferencias
entre s que las que se encuentran en las divisiones internas de
otras obras medievales o renacentistas, lo que sigue permitiendo
invalidar las opiniones de quienes defien-den la autora mltiple con
argumentos estilsticos. Adems, tales hiptesis obligan a suponer que
la refundicin literaria se hace por aluvin mecnico, en que cada
capa se superpone sin ms a la an-terior, permitiendo luego
separarlas ntidamente con el escalpelo crtico. Sin duda, esto puede
darse en casos de interpolaciones muy concretas o de refundiciones
parciales, pero no puede erigir-se en principio general. Por el
contrario, cabe suponer que en la mayora de los casos, el nuevo
producto es un todo orgnico que, aun conservando elementos de sus
antecedentes, los funde en una unidad de sentido superior, como
sucede en casos posteriores que podemos documentar perfectamente,
como ejemplifica, sin salir de la materia cidiana, la sucesin
gentica del romancero cidiano, Las mocedades del Cid de Guilln de
Castro, Le Cid de Corneille y
C O M P O S I C I N 293
lil honrador de su padre de Juan Bautista Diamante. N o hay razn
ninguna para suponer que en la Edad Media la creacin literaria,
111.indo hablamos de verdaderas recreaciones y no de simples
re-toques, haya funcionado de otra manera (Montaner y Montaner,
lyijN). Por otro lado, todas estas hiptesis dejan sin explicacin el
fihimeno contrario: la obvia cohesin interna del Cantar en sus
dNintos niveles, sobre la que insiste ahora Cataln [2001:442-447].
1 "ino sintetiza Deyermond [1987:20],
lliiy en efecto diferencias entre la primera mitad del poema y
la segun-da (diferencias en la distribucin de rimas asonantes, por
ejemplo), pero ||k constantes importan ms, y las diferencias se
explican como una evolucin tcnica en el transcurso de la
composicin. El poeta pudo lliiiy bien haberse valido de varias
fuentes poticas, cronsticas o folcl-ficas, pero el empleo de varias
fuentes es muy distinto de una multipli-1 lil.id de poetas.
Bita es la postura mantenida por la mayor parte de la crtica,
que Considera el Cantar como una unidad de creacin, incluso
quie-
' lies aceptan que se basa en materiales anteriores. Desde este
pun-i de vista, si el acento se pone en la estructura artstica del
poe-ma, hablar de refundiciones previas al texto conservado resulta
innecesario, dada su esencial unidad orgnica (sobre la cual vase
bajo, 3), pues, aunque admite diversidad de tonos y registros (en
dependencia de los sucesos tratados), no presenta fisuras, in-1
olierencias o muestras evidentes de distintas etapas de redaccin
que lleven a suponer la existencia de versiones precedentes.30
I r * L A M A T E R I A C I D I A N A E N EL S I G L O X I I
r . Y L A S F U E N T E S D E L C A N T A R
('tro aspecto importante respecto de la composicin del poema
ci-iliano es el de las posibles fuentes sobre la vida de Rodrigo
Daz de las que pudo valerse el autor un siglo despus de la muerte
del Cid. Ante todo, ha de tenerse en cuenta que el Cantar no es, en
el as-pecto temtico, un texto aislado, sino que forma parte de un
con-
"' Knudson [1966] realiza consideraciones parejas sobre el
Roland, pues cues-111)114 que la versin del ms. de Oxford haya sido
construida por adiciones y re-
-
28o EL C A N T A R D E L M I O C I D
junto de obras que abordan y hacen cristalizar la materia
cidi.in i durante el siglo XII. En realidad, las composiciones ms
antigua*, poticas e historiogrficas, sobre el Campeador son
coetneas drl mismo, pero se escribieron en rabe, y guardan relacin
con !i conquista y dominacin de Valencia.31 Aunque una parte de
esl.n obras tuvo su importancia en la evolucin posterior de la
materia cidiana, al fundirse con el Cantar en las versiones
cronsticas alfofl ses (como se ver en el 4), resultan completamente
ajenas a 11 elaboracin del poema. En cambio, parece que pueden
establecei se ciertos vnculos, unos ms directos que otros, con los
textos cris tianos que, en latn o en romance, refieren las hazaas
del hroe castellano. El que hasta ahora se tena por ms antiguo es
el Carmen Campidoctoris, un panegrico latino en estrofas sficas que
enuniei 1 las principales batallas del hroe. La datacin ms temprana
es ).i propuesta por Wright [1979], quien lo considera compuesto en
Ripoll (de donde procede el nico manuscrito conocido, de fines del
siglo XII, custodiado hoy en la Bibliothque Nationale de Fran ce) y
lo fecha hacia 1083, adelantando as la datacin de 1093-109,1
propuesta por Horrent [1973:91-122] y Ubieto [1973:169-170]. En
cambio, el mismo Ubieto [1981:77] se inclin ms tarde por una fecha
posterior, a mediados del siglo XII, cuando la leyenda cidiana
estaba ms desarrollada. En la misma lnea,Smith.[1983:79-80 y 19866]
aboga por retrasar la composicin del Carmen, basndose en que las
evidentes relaciones entre ste y HR no van en esa direc cin, sino
en la inversa, y que, por tanto, el poema ha de ser poste rior a la
crnica jo que apoya tambin con otros argumentos. Por ltimo, se ha
de consignar que Ubieto [ 1973: 163-169 y 1981:74 77] considera,
por divenas apreciaciones paleogrficas e histricas, que el Carmen
no es de origen cataln, sino aragons, en concreto de la catedral de
Roda. Retomando algunas de estas propuestas, Montaner y Escobar
[2001 y 2002] postulan que el Carmen es, en efecto, un himno
inspirado en HR, como muestran las coinciden-cias temticas y
fraseolgicas; que es, por tanto, de fines del si-
modelaciones sucesivas y separadas y considera que es preciso
intentar descubrir en l todo lo que puede advertirse de unidad
arquitectnica (p. 130), conclu-yendo que el hecho de que su autor
haya sido el ltimo refundidor es posible. Lo que yo sostendra es
que nos permite olvidarnos de los restantes (p. 131).
31 Viguera [2002] ofrece una excelente visin de conjunto, que
puede com-plementarse con la antologa de Epalza y Guellouz [1983] y
con las apreciaciones de Benaboud [2002].
C O M P O S I C I N 294
glu XII, y que posiblemente se ligue geogrficamente al resto de
la Bmluccin cidiana, el centro del tercio norte peninsular.
Poste-Hni mente, Wright [2005] se ha reafirmado en sus
planteamientos, lln ofrecer datos nuevos, mientras que Martin
[2007] lo considera 1 un ulado a la corte cidiana de Valencia, lo
que deja sin resolver as-Bi'i los como el marcado desplazamiento
cronolgico de la batalla
H i (labra, poco comprensible de dimanar el poema del propio
en-lomo del Campeador, o como los posibles ecos de la Historia
Scho-lihin'a (c. 1 1 7 3 - 1 1 7 9 ) de Pedro Comstor (Montaner y
Escobar, iii 11: 161- 163) , en particular la coincidencia literal
entre la frase in i|n.i pictus erat draco = 'en la que estaba
pintado un dragn' (IV,
p#f; en PL, vol. C X C V I I I , col. 1 124) y el verso 1 1 5
del Carmen: in u o depictus ferus erat draco = 'en el que haba
pintado un fiero
lliagn' (vase Montaner, 2001C42-43). I a siguiente obra segn la
cronologa habitualmente aceptada se-
rla la propia HR, concebida como una biografa compuesta en la
/ma oriental de la Pennsula por un miembro del squito cidiano
al
[ foco de su muerte, a partir de su propia memoria y de
documenta-' 11)11 diplomtica de primera mano,32 duplicidad de
fuentes difcil de explicar, dado que tras la muerte del Cid el
archivo privado cidia-no luibo de viajar con doa Jimena a la zona
de Burgos (en cuyo museo catedralicio se conserva su carta de
arras), mientras que el t'i lesistico lo llev don Jernimo a su
nueva sede salmantina (1 I Montaner, 2006 y en prensa b, quien
demuestra que todos los supuestos documentos contenidos en HR son
ficciones historiogr-ficas). Frente a esta datacin temprana, otros
autores propusieron
B t r a la citada biografa latina una fecha gn torno a I L44-IJ
so. aun-quc manteniendo la localizacin oriental,33 salvo_Smith
[1982:99-103, 1983:75-78 y 19866:99-103], quien defendi una
procedencia salmantina, precisamente del crculo de don Jernimo. En
realidad, 1I1 versas circunstancias relativas a sus fuentes, a su
constitucin inter-na, a determinados datos materiales e
institucionales y a su transmi-t 1 textual hacen mucho ms probable
que se compusiera en el
11 lugulo comprendido entre Burgos, Pamplona y I ogro o,
posi-blemente en Njera^a partir de materiales recogidos de la
historia
M. Pidal [1929:906-920], Epalza y Guellouz [1983:36-37],
Fletcher [1989: j j | -28], Cataln [2001:861-864 y
2002:277-280].
" Ubieto [1973:170-178; 1981:30-32 y 155-164], Horrent
[1973:127-135]. Wright 11979:229], Pavlovic y Walker [19826 y
1989:13-14].
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296 EL C A N T A R D E L M I O C I D
oral en torno a En consecuencia, aun siendo (hasi .1 donde es
posible comprobar) una fuente de informacin fndame talmente exacta,
no est exenta de algunas lagunas e incoherencias, amn de cierta
estilizacin propia de la transmisin tradicional.-15
Intimamente ligada a HR se halla otra obra latina, la Crnica N,i
jerense, poco posterior (hacia 1190-1194) y de la misma proceden
cia, con la que adems ha compartido transmisin manuscrii.i (pues
ambas estn contenidas en los dos cdices que las conservan), Basada
parcialmente en la biografa latina, la Najerense se ocupa slo de la
juventud de Rodrigo, dando cabida a componentes de tono ms
legendario sobre su participacin en la batalla de Golpe-jera y en
el cerco de Zamora (Montaner y Escobar, 2001:93-100; Montaner,
2005; Bautista, 2009; cf. Estvez, 1995). Muy poco des pus se
compondra la primera obra en romance, el Linage de Ro-dric Daz, un
breve texto navarro (propiamente una seccin del Li ber Regum) que
hacia 1200 (Bautista, 2010a) ofrece una genealoga del hroe y un
resumen biogrfico basado en HR y en la Najeren-se (Martin,
1992:46-82; Montaner y Escobar, 2001:15). Ciertas ex-presiones de
esta obra y su empleo del dictado mi Cid, frente .1 Campidoctus,
latinizacin de Campeador empleada por las dos cr-nicas citadas,
podran hacer pensar que el Linage conoca el Cantar (Rico, 1983:12),
pero las aparentes coincidencias lxicas resultan ser triviales,
mientras que el uso de dicho sobrenombre posible-mente derive, como
la fecha de la muerte del Cid, de las tradicio nes de Cardea
(Montaner, 20006:357-360).
A este respecto, Barcel [1968] ha sealado que a lo largo del si
glo XII conviven dos tradiciones historiogrficas sobre Rodrigo Daz,
una que prefiere la designacin de Campeador (como el Car-
34 Montaner y Escobar [2001:83, 85-86, 1 1 3 - 1 1 5 y 119].
Para el lugar y la fe-cha, vanse adems, respectivamente, Martin
[1992:89-91] y Zaderenko [1998a]. Una datacin najerense, pero en
poca de Alfonso I el Batallador, defiende aho-ra Bautista [2010b],
contestado (en lo cronolgico) por Montaner [en prensa 6]. Ofrecen
caracterizaciones de conjunto de HR, revisables a la luz de las
nuevas teoras sobre su gnesis y alcance, Horrent [1973:123-143],
Powell [1983:15-17!, Falque [1990:2-25] y Martnez Diez [19996].
Nuevos aportes contienen O. Mar-tin [2010] y el monogrfico
Rodericus Campidoctor [2010].
35 Como seal M. Pidal [1929:909]: La tradicin simplifica y
concentra el inters en pocas personas, aunque, paradjicamente, usa
ese argumento para ne-gar que HR (tan parca en nombres propios)
proceda de la historia oral, conside-rndola obra de un coetneo de
Rodrigo.
C O M P O S I C I N 297
1tu Campidoctoris y HR) y otra que escoge la de Cid
(representada Siii el Poema de Almera, w . 233-240, y por las
tradiciones carde-ttiscs que irn formando la Leyenda del Cid, para
desembocar en Id citoria del Cid, ya en el siglo XIII; cf. nota
209o). A su juicio, am-
M l comentes confluyen en la segunda mitad del siglo XII en el
Li-de Rodric Daz, que l fechaba entre 1 150 y 1195. En este
texto
los dos apodos conviven, pero an de forma diferenciada. En
cam-bio. el Lber Regum I ( 1 194- 121 1 ) conocera ya la
aglutinacin mi
-t!it el Campiador, lo que lleva a Barcel [1968] a pensar que el
Ukntar, que emplea la misma combinacin de los dos sobrenombres (Ir
Kodrigo Daz,_es defnales del siglo XII. La situacin es en reali-
1.111 algo ms compleja, como ha subrayado Martin [1992:73-81], lies
el Linage s presenta tal combinacin de sobrenombres, no slo I nio
varia lectio de los manuscritos M, C, Py S para el 1 (donde piulria
ser una adicin del subarquetipo X", ms tardo), sino en el Irxio
comn del 3. No obstante, es cierto que, salvo en ese pasa-je, por
ms que las dos denominaciones se conjuguen, no se mez-II ni una con
otra; alternan por segmentos textuales (Martin, 11)92:79).
Justamente, los apartados en que aparece Mon / Meo Cid
| ( 2 1 - 2 3) s o n l s que el Linage aade a la informacin
procedente ile / IR y la Najerense, y en las que se advierte la
influencia de las no-lii i.IS cidianas de presumible origen
cardeense.36
I ' Los 1-2 del Linage son originales y tienen misin
introductora; el resto priva mayoritariamente de HR (con las
siguientes correspondencias: Linage 3-10 = I //>' I, 2; 1 1 - 12
= I, 3-4; 14-15 y 17 = I, 5; 18 = I, 1 1 ; 20 = IV, 40-41 y 23 = I,
6);
[ In 13 y 16 proceden de la Crnica Najerense,-III, 30 y 43, y
los 21-23, aun-que basados en HR, son adems probables deudores de
las tradiciones de Carde-lla i n torno al Cid (notas 2337o y 3727)-
Para indicios en pro de una primitiva i'l.iboracin navarra nutrida
directa o indirectamente de observaciones presen-, i.ilcs de la
biografa histrico-legendaria del Cid, vase Martin [1993], cuyos l'l
niteamientos me parecen en buena parte compatibles con los mos,
aunque mollificando algo su hiptesis (por lo dems muy bien
documentada) sobre la di-liiin del sobrenombre de Mi Cid, cuyo
origen navarro no posee, a mi juicio, pruebas determinantes. Ante
todo, es muy poco probable que el sobrenombre t'.i una ocurrencia
navarra, siendo, sin duda, su ttulo oficioso en Valencia (cf. (
Hiriente, 1999:2896; nota B) y que viajase con sus restos a Cardea,
en boca de
-
28o E L C A N T A R D E L M I O C I D
Se ha de advertir, no obstante, que aunque dicho monasterio tu#
sin duda un lugar privilegiado para la difusin de determinados
rel.i tos, ms o menos verdicos, sobre el Campeador, no parece haber
desempeado inicialmente un papel especialmente notable en el
surgimiento de la materia cidiana, ni en lo relativo a su
desarrollo li gendario ni a su conformacin literaria. En efecto,
ninguno de lu testimonios tempranos de la misma, incluidas las
falsificaciones do cumentales de principios del siglo XIII, se
ligan al cenobio burg.ili (Montaner, 2006 y en prensa a), donde el
llamado 'culto cidiano' no parece haberse activado hasta mediados y
sobre todo finales de diclu centuria.37 Por lo tanto, las noticias
de all dimanadas se inscriben ms bien en el mbito de la memoria
colectiva o fama pblica, .1 la que parece aludir el Poema de
Almera, gracias a la cual se transmiten determinados sucesos sin
ningn tipo de elaboracin formal y, pin lo tanto, con mucha mayor
inestabilidad en su construccin discui siva, aunque no
necesariamente en su contenido, constituyendo lo que la
historiografa actual ha denominado 'historia oral'.38 Lo qui
pervivencia de Meo Cidi fue seguramente burgalesa y de ah irradi
por una p.11 te a Navarra y por otra al resto de la corona
castellana. En todo caso, el Linage < parece demostrar que el
ttulo, convertido ya en apodo, tuvo una aceptacin, lia mmosle
oficial, ms temprana en Navarra que en Castilla, por las razones de
li gitimacin bien establecidas por Martin y desarrolladas por Pea
Prez [2001; |
37 Smith [1976:525-27 y 1997:427 y 431-32]. Henriet [2002]
atribuye un 1111 portante carcter testimonial al captulo de la
Crnica de Castilla, ff. 2i7v.-22
-
3 0 0 EL C A N T A R D E L M I O C I D
existe el menor testimonio (Higashi, 1996; Cataln, 20011445-4
I'1. ! Montaner y Escobar 2001:107-110).
As las cosas, es difcil determinar con precisin qu fuentes Ir
proporcionaron al autor del Cantar la informacin empleada, lia
sicamente, la crtica ha apuntado en las siguientes direcciones I
uno o ms poemas picos preexistentes sobre el Cid, que arratii .1
ran de su misma poca y partiran de la observacin directa de sin
hazaas; documentos histricos relativos al mismo (como los que hoy
se conservan en la Catedral de Burgos y en el Museo Dioce I sano de
Salamanca) y, en fin, la propia biografa latina. Como y.i j se ha
visto, la primera opcin resulta muy dudosa y directamentr
descartable por lo que hace a los cantos noticieros, a falta de los
cuales cabra pensar que el propio Cantar se hubiera formado poi I
la evolucin de un poema primitivo ms cercano a los hecho:., j pero,
como ya se ha visto, el texto conservado no apoya esa I11 | ptesis.
La segunda posibilidad plantea un problema distinto, pues j los
diplomas conservados y, en general, la documentacin medie- 1 val
carecen del tipo de datos necesarios para elaborar el argumen-to de
un poema pico, sin contar con el anacrnico planteamien to que
implica la idea de un poeta pico medieval yendo a un archivo para
documentarse sobre su hroe. No obstante, la inclu sin como
personajes de algunas figuras histricas coetneas del Cid, pero que
nada tuvieron que ver con ste, s permite sospe char que, al menos
como fuente secundaria, el poeta se vali de fuentes diplomticas,
pero no como resultado de una pesquisa histrica, sino como
reminiscencia de datos que conoca por ha ber manejado, sin duda a
otro fin, ese tipo de materiales.40
La tercera alternativa resulta mucho ms viable y, de hecho, hay
notables coincidencias entre HR y el Cantar, sobre todo en l.i
parte relativa al domino del Levante hispnico, desde la batalla
de
40 Vase la nota 733o. Sobre el mecanismo de la reminiscencia,
frente a la imi -tacin directa, comprese Prez Gonzlez [1997:122].
La idea de Zaderenko [1993] de que el autor del Cantar se bas en la
carta de arras de Rodrigo y Jime-na (sobre la cual vase la nota
239o) slo tiene a su favor que el poema y el di-ploma conocen el
parentesco del Campeador y Alvar Fez, dato que sin duda lleg al
primero por la historia oral ligada a dicho personaje (comprese la
nota H). A cambio, el Cantar desconoce el parentesco de Alvar
Alvarez y presenta como enemigos irreconciliables del Cid a Garc
Ordez y a la familia de Pedro Ansrez, que precisamente actan como
garantes de la carta de arras y, por lo tan-to, como personas de
toda confianza del Cid, lo que invalida dicha pretensin.
C O M P O S I C I N 301
Vvar hasta la librada contra Ycef, con detalles que revelan un
casi tudable conocimiento de la biografa latina por parte del
poeta.41
I a principal objecin a esta hiptesis es el completo silencio
del I tintar sobre el perodo que el Cid pasa a las rdenes de los
reyes muros de Zaragoza, que, en cambio, es tratado en detalle por
HR. Aliora bien, sucede lo mismo en otros dos textos ya citados que
se lias,n tambin en ella, el Carmen Campidoctoris y el Linage, los
cua-
K seleccionan de modo parecido la informacin que toman de la
Husma. Dado que estas dos composiciones datan de fechas cercanas
(hac ia 1094), todo apunta a que en la ltima dcada del siglo XII se
tonsagra la visin del Cid como un hroe siempre opuesto a los
Musulmanes, lo que lleva a las tres obras a omitir cualquier
refe-frliria a los servicios prestados en la taifa de Zaragoza,
aunque no ir tenga el menor empacho en presentar sus
enfrentamientos con 1 ii ros caudillos cristianos. De este modo,
adems de invalidarse la principal objecin contra el presumible
influjo de HR en el Can-il 11. se advierte especialmente la
coherencia interna que, en obras independientes entre s, alcanza la
materia cidiana, en torno a una determinada visin de su hroe en el
perodo finisecular.
I'or otra parte, como se ha visto, algunas noticias orales sobre
la poca de Rodrigo fueron an recogidas por los colaboradores de
Alfonso X el Sabio cuando reunan los materiales para su Esto-fil de
Espaa en torno a 1270. Con ms razn, el autor del Cantar hubo de
conocer, casi un siglo antes, diversos datos y ancdotas |MII dicha
va, lo mismo que su auditorio, para el que sin duda era MI
personaje suficientemente conocido (comprese la nota A). I'OI
supuesto, a ello hay que aadir la libre invencin del poeta, que
opera tanto sobre el conjunto como sobre los detalles. En mina, el
poeta pico se bas seguramente en HR y en otros datos ile diversa
procedencia, sobre todo de la historia oral, as como posiblemente
en documentos (pero no cidianos) y quiz en algn uitar de gesta
anterior sobre el mismo hroe; materiales que re-rlabor libremente y
complet con su propia inventiva. Pueden ilustrar esta forma de
operar algunos ejemplos, junto a los ya vis-tos al tratar de la
relacin del Cantar con la biografa histrica del ampeador. As, la
primera campaa que el Cid desarrolla al salir le Castilla tiene
como escenario el reino moro de Toledo y, en
41 Smith [1985], Montaner [i993ay 2000d], Zaderenko [1994, 1995
y 1998a], Montaner y Boix [2005].
-
302 E L C A N T A R D E L M I O C I D
particular, la cuenca del ro Henares (nota 412-546). se lili',
aproximadamente, el escenario de la operacin blica no autoi 1 zada
que ocasion el exilio histrico de Rodrigo Daz. Parece, pues, que el
poeta ha trasladado unos sucesos reales a un momento posterior. Con
ello obtena dos ventajas: dejar como nica caus.i del destierro las
calumnias vertidas contra su hroe y volver a su favor unos sucesos
que en la prctica le haban peijudicado. M.n adelante, cuando el Cid
desarrolla la campaa del Jiloca, acampa en un montculo al que, por
dicha causa El Poyo de mo Cid asT dirn por carta (v. 904).
Seguramente tal denominacin (histricamente documentada) no debe
nada a las andanzas del hroe, pero el poeta (o quiz las tradiciones
locales en las que se bas) no podan dejar de relacionar el nombre
de dicho monie con el del clebre guerrero castellano.
O R A L I D A D Y E S C R I T U R A
Una ltima cuestin planteada sobre la gnesis del Cantar es el
problema de su tipo de autora o de elaboracin. Al tratar de este
tema, la crtica se ha polarizado en general en torno a dos postu
ras antitticas: por un lado, la que postula un autor popular, anal
fabeto, que empleaba las tcnicas de la composicin oral y,
segu-ramente, lo haca improvisando, al modo de los modernos guslar
yugoslavos;42 por otro, la que propugna que el autor era una
per-sona culta, letrada y que elabor su texto por escrito, influido
por modelos retricos.43 En general, los defensores de esta segunda
opcin admiten que el Cantar se bas, como se ha visto, en ma-terial
preexistente, de ndole parcialmente tradicional y oral, pero
consideran que el autor lo reelabor de una forma enteramente
42 Lord [1960:127 y 206] se limit a sealar algunos paralelismos
con el mate rial que l analizaba, pero varios hispanistas han
defendido que el Cantar se produ j o como una repentizacin pica (as
opinan, por ejemplo, Webber, 1965, 1973, 1975, 1982, 1983, 1986a y
19866; Aguirre, 1968, 1979 y 1981, y Duggan, 1974 y 1989:124-142,
aunque en 2005 se muestra ms proclive a aceptar el papel de la
memoria). Para el argumento de la proporcin de frmulas, usado en la
discusin del carcter oral de la obra, vase abajo el 3.
43 La defienden, entre otros, Russell [1952], Garci-Gmez [1975],
Rubio [1976], Smith [1976, 1977, 1979, 1983 y 1985], Lacarra [1980
y 19836], Burke [1989] y Friedman [1990].
C O M P O S I C I N 303
(tonal y con marcado influjo erudito (vase, por ejemplo, Jplli.
1:983:67; Lacarra, 1983/1:259 y Burke, 1989:8 y 36-39). En Mli
misma lnea, pero acentuando ms la dependencia del sustra-|M nal y
folclrico, se encuentran Montgomery [1977b] y Mile-Htli |u;8i, 1986
y 1987]. El propio M . Pidal [1945:80] adopt a r e s esta ltima
postura, al definir al creador del Cantar como un inglar docto y
altsimo poeta.44
| I 11 realidad, la importancia de dilucidar esta cuestin es
menor de In que parece, si se tienen en cuenta dos aspectos.
Primera-nii ntc, que algunos de los rasgos ms llamativos de los que
se atri-lm \ 1 n a la oralidad (sobre todo su carcter de
improvisacin) se ((lien a una extrapolacin bsicamente infundada de
lo que se ha
||tlei vado en el caso yugoslavo, lo cual no puede adjudicarse
sin HM1 1 las obras medievales.45 En segundo lugar, que el hiato
esta- 1 ido entre la composicin oral y la escrita no es tan
marcado
a veces se ha supuesto y que las obras destinadas a su ejecu-cin
pblica pertenecen por lo general a un mbito comn o mix-i" el de la
vocalidad o predominio de la voz memorizada, impro->1 eli o leda
(Zumthor, 1987:23), en el que muchas diferencias di iparecen
(Miletich, 1981 y 1986, Montaner, 1989, Bayo, 2005). A este
propsito, es significativo que un elemento como la abun-d niela de
recursos eufnicos (rima interna, aliteracin, armona Vi 11 ilica
acentual, etc.) sea considerado a veces indicio de compo-lli ion
escrita (Garci-Gmez, 1975:266-272; Smith, 1976b) y otras, ilumina
de produccin oral (Adams, 1980a; Webber, 1983).
I 11 este terreno, muchas atribuciones de un determinado
com-ponente estilstico o estructural a un mbito o al otro se basan
en pie,unciones indemostradas, lo que slo consigue confundir ms pl
panorama. Ante esta situacin, parece claro que puede llegarse t una
indeterminacin entre texto oral (especialmente si es de
" El mismo M. Pidal [1957:87] se refiere con expresin parecida
al juglar que 'li.na en una ocasin el Libro de Alexandre, 232: Un
joglar de grant guisa sa-la 1 bien su mester, / orne bien razonado
que sabi bien leer / su viola tanien-1I11 vino al rey veer; / el
rey, cuando lo vio, escuchl' volenter. El testimonio
| Mrree confirmar esa posibilidad, aunque da la impresin de ser
un retrato ideali-zado (comprese Musgrave, 1976:134).
1 I sta objecin se ha realizado desde perspectivas crticas tan
alejadas entre s 11*1110 las de Delbouille [1966], Knudson [1966],
M. Pidal [1966], De Chasca Il07], Smith [1987], Zumthor [1987:18-19
y 231-235], Miletich [1988] y Cata-tan 12001:383-389].
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28o EL C A N T A R D E L M I O C I D
composicin memorstica, no repentizado) y texto escrito par.i ni
ejecucin pblica, lo que puede hacer de la labor de adscripcin a
determinado sector una tarea infructuosa y, en ltimo trmino
impertinente (comprese Zumthor, 1987:24 y 27). En cuanto (I
componente culto, hay diversos indicios que invitan a conclun que,
aunque el poema cidiano, como toda la poesa pica medie val,
estuviese destinado a un pblico amplio y a una difusin oral que
implicaba escenarios variados y aun contrapuestos, no es un
producto meramente 'tradicional' o 'folclrico' y mucho menoi
'popular', si se entiende por ello la masa de la poblacin consti
tuida por campesinos en situacin de dependencia seorial o I pequeo
artesanado urbanoM Jor su constitucin literaria se lira sin duda, a
modelos tradicicfiales y folclricos, y presenta un 1 constitucin
formular claramente vinculada al mbito de la orali dad (pero
posiblemente ms desde el plano de la difusin que del de la
composicin, como se ver en el 3), pero a la vez admite recursos
ajenos a dicho mbito e influjos que parece necesario re lacionar
con estratos ms elevados de cultura, al menos desde la propia
percepcin medieval de la cuestin.
L A G N E S I S D E L C A N T A R : B A L A N C E Y P R O P U E
S T A
Dentro del amplio espectro en que se ha situado al annimo poe
ta, que va del juglar errante y analfabeto al docto letrado que tra
baja en su escritorio con documentos de archivo, probablemente la
realidad est en un punto intermedio. Sin duda, su formada ca
pacidad potica (sobre la que incide ahora Cataln, 2001:447-450)
mueve con fuerza a pensar en un juglar, un profesional de la lite
ratura, si bien uno con un cierto nivel de conocimientos jurdicos y
un vocabulario con ecos del latn de la iglesia y de los tribuna
les, lo que quiz tampoco debera extraar. En este caso, lo ms
probable es que, siguiendo las tcnicas tradicionales del oficio,
hubiese compuesto el texto de memoria, para recitarlo despus en voz
alta, aunque no pueda rechazarse una composicin escrita. Lo que
parece totalmente excluido es que estemos ante una impro -visacin
juglaresca copiada al dictado, como extrapolando el comportamiento
de determinados guslar serbocroatas moder nos han supuesto algunos
oralistas. Por otro lado, la manera en
C O M P O S I C I N 305
l | ( el desarrollo narrativo del Cantar responde minuciosamente
a In. planteamientos jurdicos coetneos lleva a pensar en un
sabidor,
pito de los nuevos jurisconsultos surgidos en el mbito de la
re-levacin del derecho a finales del siglo XII,4,1 un hombre de
cier-I* i ultura (quiz incluso conocedor de algn florilegio escolar
de Hincos latinos y posiblemente de la Historia Rodena),*7 con una
tunada vocacin potica, aunque sin la preparacin cultural ni flica
de, por ejemplo, el autor del Libro de Alexandre. Lo ms Whtiable es
que un individuo de esta ndole careciera de la capa-cidad de
componer memorsticamente un texto tan extenso,, lo jfllic liara ms
fuerza a la posible existencia de un original realiza-do por
escrito. Con los datos disponibles, es imposible decantarse p"i una
u otra opcin, pero s hay que tener presente que ambas drlien
entenderse slo en virtud del mayor o menor nfasis pues-to en el
^specto potico o en el jurdico, puesto que parece inne-Hil'lc que,
de un modo u otro, el autor del Cantar conjugaba, y
IIMHistralmente, ambas facetas. En definitiva, su perfil
corresponde al de un mediador entre las dos vertientes de la
cultura medieval, la > - r ita y la oral, la latina y la
verncula, al cual cabra aplicar el dic- d o coetneo de quasi
litteratus (sobre el cual comprense H. Mar-tin. 1998:318-319 y
Zotz, 2002:213).
I Esta posibilidad (que como tal expongo) nace de la importancia
de los con-I cpios y procedimientos legales en la constitucin del
Cantar, tanto en su dimen-Inti ideolgica como esttica, algo que no
se da slo en la seccin final del mis-IIIh. donde es obvia, sino que
afecta al conjunto del texto. De hecho, el conflicto lu' mi reviste
ya la forma de un caso jurdico, pues el Cid es desterrado de
acuer-ilu 1 mi la figura medieval de la ira regs y su
comportamiento al respecto respon-di en general a lo previsto para
el caso en el Fuero Viejo, como se ver en el apar-liiilu siguiente.
Quienes, como Bustos [1983:29], Webber [1986(1:85], Harney |i';N
193], Duggan [1989:63-67] o Walsh [1990:3-4], arguyen que en el
marco 1I1 1 ley consuetudinaria el conocimiento del derecho era del
dominio pblico, fUponen sin fundamento una situacin ad hoc que
concuerde con su concepto del mil ni, la cual queda contradicha por
la existencia de especialistas jurdicos locales, uni los foreros y
sabidores, sin contar con el hecho de que el Cantar no se atie-iM
il ius vetus, sino justamente al renovado derecho finisecular. Lo
mismo vale |Mi.i la objecin de Marcos Marn [1997:482] cuando alega
que su terminologa r simplemente un conocimiento de odas, de
persona que se mueve en ciertos 1111 ulos, pues una cosa es poseer
una mera competencia pasiva para entender se-lliin qu trminos y
emplearlos de manera ms o menos laxa, y otra la compe-lan ia activa
indispensable para describir con rigor y precisin los procesos
refe-
ililii, como sucede en el Cantar (vase la nota 3005o). 47
Influjo que, en rigor, tampoco excluye la autora juglaresca.
-
28o EL C A N T A R D E L M I O C I D
Estas circunstancias, pese a lo que ha venido sosteniendo h
crtica, enlazan slo secundariamente con el problema de la d i tacin
y del lugar de composicin del Cantar. Respecto de la lo calizacin,
ninguna de las propuestas realizadas hasta ahora pu see fundamentos
slidos. El colofn del cdice nico es, camtl queda dicho, una tpica
suscripcin de copista, no de autor, con otros muchos ejemplos
medievales parecidos. Por lo tanto, ie sulta infundado considerar a
Per Abbat como el creador del les to y ocioso pretender
identificarlo, mientras que la fecha de ni copia (mayo de 1207) slo
sirve como lmite ms reciente par la redaccin del Cantar. En cuanto
a las teoras de M. Pidal, Ri.i o o Cataln, se basan en la creencia
de que el inters localim 1 en las reas de San Esteban de Gormaz y
de Medinaceh (en la actual provincia de Soria) se debe a la
procedencia del autoi, que mostrara as tanto su mejor conocimiento
de la zona coiim su amor hacia su tierra. Sin embargo, esto no es
necesariamente exacto, puesto que un autor de otro origen podra
haber eni pleado igual grado de detalle por consideraciones
literarias o de otra ndole. A cambio, el poema ofrece igual grado
de exactitud toponmica en otras reas, por ejemplo la comarca de
Calatayud o la cuenca deljiloca, lo que contradice tales
conclusiones, pero tampoco obliga a buscar en dicha zona al poeta,
como pretenda Ubieto.
Lo nico que apunta en una direccin concreta a este respec to es
la sujecin de diversos aspectos importantes del Cantar a los
fueros de extremadura o leyes de la frontera, en particular el
Fuero de Cuenca (como se ver con ms detalle en el 2). Ello hace
pens.u en un autor procedente de la linde sudeste de Castilla, que
en es.i poca se extenda aproximadamente desde Cuenca a
Toledo.'"
48 Es lo que la CAI designa como Extremadura: habitabant Trans
Serram el in tota Extrematura = 'habitaban la Transierra y toda
Extremadura' (II, 20/11 s), imperator fecit eum principem Toletane
militie et dominum totius Extrematu re = 'el Emperador lo nombr
prncipe de la milicia toledana y seor de toda Extremadura' (II,
24/119), ut populus Toleti haberet munitionem contra facietu
Aurelie, ubi erant multi Moabites et Agareni, qui faciebant magnum
bellum 111 trra Toleti et in tota Extrematura = 'de modo que la
poblacin de Toledo es tuviese proveda frente a Oreja, donde haba
muchos moabitas (= 'almohades'| y agarenos [= 'andaluses'j que
hacan gran guerra en el territorio de Toledo y en toda Extremadura'
(II, 35/130), vanse tambin I, 29; II, 34/129; II, 42/143; II.
50/145; II, 61/156 y II, 63/158.
C O M P O S I C I N 306
||l particular, la relevancia de Alvar Fez en el Cantar apunta
ha-flj el sector de la Transierra oriental o zona de
Alcarria-Cuenca H b r c la cual, comprese Iradiel, Moreta y Sarasa,
1989:162). Es l u s a m e n t e en la comarca de La Alcarria (en la
actual provincia (uadalajara) donde se asienta la localidad de
Zorita de los Ca- , de la que Minaya fue gobernador entre 1097 y 1
1 1 7 , como r e c u e r d a anacrnicamente en el verso 735 del
poema, la cual se p en la zona de influencia de los fueros de
extremadura. Esa i r t e de la Transierra, que era conocida todava
a mediados del si-g|i 1 X11 como 'tierra de Alvar Fez' y cuya
toponimia tambin es
( o g i d a con detalle en el Cantar, es el escenario de la
primera lliipaa del Cid al salir del destierro, la cual parece
basarse en una
pedic in histrica, como ya se ha visto. Ahora bien, mientras el
^ r o c toma Castejn, la incursin que llega ms al sur la dirige :
|h 11 is.miente Alvar Fez; unos sucesos ficticios que, no obstante,
[Muiran hacerse eco del papel realmente desempeado por dicho
glMnsoiiaje en esa zona, sin vinculacin alguna con los hechos
del t id. en dependencia de las tradiciones locales al respecto,
que I N algunos casos han llegado hasta la actualidad (nota H).
Esta
l l e v a propuesta (que, como tal, queda abierta a la
discusin), si Ineu tampoco posee pruebas concluyentes, resulta, a
mi entender,
I i mas coherente con el marco sociohistrico en que se
inscribe
el ( antar. I 11 cuanto a la batallona cuestin de la fecha,
asunto que ha
i'ivido"ris de bandern de enganche de banderas filolgicas que
tema de estudio relacionado con una mejor comprensin del
piuhlcma, hay que reconocer que la discusin se mueve en un f i o
cronolgico tan estrecho (medio seglo^ariba o abajo) que Mo su
condicin de emblema faccioso puede hacer comprender II
apasionamiento y los prejuicios con los que, por ambas partes, .i
lia tratado la cuestin. N o obstante y de cara a un anlisis
ob-jetivo de la misma, hay que declarar paladinamente que la fecha
n id 1 tiene que ver con el modo de creacin y difusin del Can-
IL | 1 , - . h 11, que tan letrado o tan lego pudo ser su autor
a mediados como 1 luales del siglo XII, ya lo compusiera por
escrito, ya oralmente. A 1 ambio, el marco cronolgico s resulta
determinante para
prender, por un lado, la constitucin interna del Cantar (en
II111 unos tanto de funcin o anlisis externo como de
funciona-miento o anlisis interno) y, por otro, la relacin que
mantiene lii composicin primitiva con el antgrafo (mediato o
inmediato)
-
308 EL C A N T A R D E L M I O C I D
del cdice nico, la copia suscrita por Per Abbat en mayo d| 1207,
por lo que resulta imprescindible dilucidar la cuestin Bien es
cierto que, al ritmo habitual de las transformaciones ni ciales y
culturales en la Edad Media, medio siglo tampoco atei 11 en lo
fundamental a los procesos de duracin media. Sin embargo,
justamente el reinado de Alfonso VIII ( 1 158-1214) es el marco
>lt> una serie de cambios sociopolticos y culturales de gran
impon .111 cia, de modo que posiblemente la sociedad castellana
experimcn t una mutacin ms marcada en el ltimo cuarto del siglo MI
que en los tres anteriores (cf. Iradiel, Moreta y Sarasa,
1989:174-1 y 187, Valden, 2002:146-147 y 177, y Villacaa,
2006:499-51^, para lo cultural, vase Arizaleta, 2010). Ante esta
situacin, es fuei za reconocer que los numerosos factores de
datacin finiseculut imbricados en el meollo mismo de la
arquitectura potica se apo yan mutuamente y, lo que es ms
importante, reflejan de consuno un clima intelectual y material que
slo puede corresponder (ha bida cuenta del terminus ante quem de
1207) a la segunda mitad de dicho reinado, por lo que tales
elementos, tomados en junto, nu pueden significar otra cosa que una
composicin del Cantar en el ltimo lustro del siglo XII o quiz el
primero del siglo XIII.49
En cuanto a la existencia de sucesivas refundiciones o reelabo
raciones del texto, tal postura supone la paulatina evolucin de l.i
obra desde una versin primitiva ms corta y cercana a los hechos
hasta la redaccin transmitida por el cdice nico, de lo que no hay
ninguna prueba fehaciente. A cambio, el poema conservado no da la
impresin de un texto de aluvin, formado por la adicin
49 Advirtase a este respecto que, sin el terminus ante quem de
1207, cabra in-cluso plantearse una fecha posterior, toda vez que
los cdigos jurdicos con los que concuerda el Cantar, aunque ligados
a la labor de Alfonso VIII, son ya de principios del siglo xm: Es
ya tras la victoria de las Navas de Tolosa (1212), cuando Alfonso
VIII promete a los concejos confirmar sus fueros a travs de la
otorganza que recoge el prlogo del Fuero Viejo y cuando se realizan
todas las re fundiciones para presentar a confirmacin real los
textos elaborados y copiados por los concejos, los prcticos o los
juristas locales, quienes amplan, refunden, eliminan
contradicciones o aaden explicaciones, para ms tarde llegar a
clasificar toda la materia jurdica en ttulos, captulos y libros. De
ah que el libro del fue ro [de Cuenca] que se conserve sea del
siglo xm (Escutia, 2003:25), mientras que el riepto entre hidalgos
no est regulado en la forma que aparece en el poema has ta las
Partidas (c. 1272-1275) de Alfonso X. Por tanto, pese a lo que cree
Cataln [2001:491-492], para establecer la datacin del poema hacia
1200 ya estamos apli cando la teora del estado latente.
EL P O E M A P I C O 309
H w sucesivas partes o por la agrupacin ms o menos habilidosa de
lirios textos preexistentes. Antes bien, el Cantar posee una
esen-
itui homogeneidad de argumento, de estilo y de propsito que no
B||ioya dicha hiptesis. En suma, todo apunta a una unidad de
crea-
ilnn por parte de un solo autor, que dominaba sin duda el estilo
tf Ijflro tradicional, pero tambin conoca el de la pica francesa
del
momento, un poeta que posea, adems, un buen conocimiento de las
leyes coetneas y, al menos, cierta cultura latina.
2 . E L P O E M A P I C O Y S U C O N T E X T O
M O D A L I D A D E S P I C A S
I I Cantar de mi Cid es un poema pico o, en trminos coet-neos,
una fabla o cantar de gesta (cf. nota 1085o). E s t a adscripcin
genrica, como cualquier otra, implica, por un lado, una serie de
posibles contenidos, por otro, una serie de tcnicas discursivas
l'iiya conjuncin, establecida por el sistema literario vigente en
lina poca dada, constituye un canon o cdigo, tanto de compo-I. ion
como de lectura o recepcin (Segre, 1985:294). En el caso
del gnero pico medieval, se trata de un conjunto de recursos
es-tilsticos y estructurales (fabla, cantar) interrelacionado con
un re-pertorio temtico amplio pero no aleatorio (degesta). Gracias
a su I ombinacin, es posible hablar en la Edad Media de una pica en
sentido estricto, es decir, una poesa, habitualmente cantada, II
impuesta en versos largos con cesura que se agrupan en tiradas
inonorrimas de longitud variable, desarrollada mediante un
deter-minado corpus formular y estructurada usualmente en torno a
los polos de agravio y desagravio, que desarrolla un tema heroico,
entendiendo por tal las hazaas individuales o, ms rara vez,
co-lectivas, realizadas en torno a la venganza o a la guerra, ya
sea con-II.1 pueblos vecinos o intestina. Los elementos que afectan
a la 1 'institucin interna del Cantar (plasmacin de unos temas
me-diante determinados procedimientos literarios) se analizarn ms
ahajo ( 3); ahora interesa aclarar, ms en general, ese referente
que implica h gesta y del que depende en buena parte la
contex-tualizacin de la obra. Segn el tratadista francs Jean de
Grouchy, en su De msica (h. 1290):
-
334 EL C A N T A R D E L M I O C I D
Cantum vero gestualem dicimus in quo gesta heroum et
antiquoruill 1 patrum opera recitantur, sicuti vita et martyna
sanctorum et proelu >i 1 adversitates quas antiqui viri pro fide
et veritate passi sunt, sicuti vita lu 1 j ati Stephani
protomartyris et historia regis Karoli.5
_ '"* Como se ve, el eje central de la gesta es el herosmo, sea
religioso, 1 sea guerrero. Esto explica la facilidad con la que
ambos modelo*
^ , se influyeron entre s, permitiendo, por ejemplo, que la
biografa I cidiana fuese adoptando rasgos de las vidas de santos ya
en III' (West, 1983") que otros hroes picos posean rasgos hagiogrfu
o I (Baos, 1993) o que Berceo hiciese en San Milln y Santo Doniin j
go una epopeya 'a lo divino' (Dutton, 1967). Por supuesto, ello 110
permite confundir sin ms pica y hagiografa, pero impide esi.i
blecer una rgida barrera entre ambas, como hacen Hupp [i97'i| y
Pickering [1977], dndose ms bien un complejo y cambiante I juego de
relaciones, exploradas por Boutet [1993:44-64]. A este < 1
respecto, se ha de subrayar que el modelo heroico cidiano carei e 1
de algunos de los rasgos que parecen ms relacionados con las vil
tudes del santo, pues el Campeador no est en permanente con ! tacto
con la divinidad (frente a hroes como Carlomagno o Fei nn Gonzlez)
ni propugna, como ellos, un neto ideal de cruzada (notas 406o y 1
191 o ) . As pues, por cercanas que puedan estar ani 1 bas
modalidades genricas, es necesario distinguirlas en sincroni.i. si
no se quiere anular la operatividad del concepto mismo de pi ca en
tanto que poesa heroica, es decir, aquella que canta las proe zas
blicas o cinegticas de una figura dotada de extraordinario valor o
de un grupo de ellas: los hroes.
Sin embargo, no toda poesa heroica del perodo, aunque sea I
narrativa, entra en lo que aqul comnmente abarca. En efecto, { la
concepcin del gnero en la Edad Media implica varios deter-minantes,
uno de los cuales es el herosmo guerrero, pero no el nico. Otras
obras, como las de Chrtien de Troyes y sus segu dores, cantan
tambin las proezas de los caballeros, pero lo hacen
* 50 'L!aji!amos_cgnta_dcstA-a aquel en el que se recitan las
hazaas de los h-roes y las obras de los antepasados, como la vida y
martirio de los santos y las gue rras y adversidades que por la
verdad y la fe han padecido los hombres de antao, como la vida de
San Esteban protomrtir y la historia del rey Carlos [=
Carlo-magno]' (p. 50/22; sobre este pasaje, comprese Zumthor, 1 9 8
7 : 4 4 ; Rossell, : 1 9 9 1 ; Page, I997:cap. xix, y Fernndez y
Del Bro, 2 0 0 4 : 3 - 4 y 2 6 - 2 7 ) .
EL P O E M A P I C O 3 1 1
(linio a un concepto nuevo, la cortesa, que slo de modo
espor-dico se atisba en los cantares de gesta, y con un mvil bsico,
el lliior, que tambin suele estar ausente de ellas. Adems, esas
(Venturas se cantan en versos cortos, octoslabos, frente al amplio
tr io (dodecaslabo o alejandrino) de la pica, o bien, algo ms
linde, se redactan en prosa. En el primer caso tenemos los romans
mrloises o poemas narrativos corteses; en el segundo, los libros dr
1 aballera. Por otro lado, el siglo XIV ve nacer una nueva
mo-dalidad, la crnica rimada o historiografa en verso, referida
so-Pfe todo a sucesos del pasado inmediato, que pretende narrar los
hechos en forma menos legendaria que la pica y con otros mol-drs
formales, como en el Poema de Alfonso Onceno. Adems, en la
produccin hispnica, las leyendas picas en prosa comparten co-1
laneamente los temas, pero no la forma, de los poco numerosos 1
Hitares de gesta (que fueron ms que los conservados, en todo foso),
no siendo siempre fcil diferenciarlos en la prctica, dado
l i e , como es bien sabido, la mayor parte de la pica hispana
se I1.1 preservado en prosificaciones cronsticas y no en su forma
ori-ginal versificada. Todo esto no supone la existencia de
compar-timentos estancos, pues a lo largo de su historia, todas
estas mo-dalidades se influyen entre s y tienden a confluir en las
extensas ii lundiciones tardas en prosa, a veces so capa de crnicas
hist-in as; pero s implica que lo que entendemos por pica medieval
lesponde a unos patrones ms estrictos que los de la mera suge-
rencia temtica de la gesta. No obstante, tampoco la pica en
sentido estricto es un gne-
10 monoltico, sino que conoce diversas modalidades o subgne-ros
(Montaner, 2004). A grandes rasgos, puede diferenciarse una pica
del interior y otra del exterior. La primera se ocupa de los
con-llictos internos de una sociedad dada, refiriendo, normalmente,
1111,1 venganza personal o familiar y recurriendo a veces como
protagonista a un hroe que se opone al poder establecido, el
va-rillo rebelde (cf. Flori, 1998:240). En cambio, en la pica del
ex-terior los conflictos no enfrentan al hroe con los miembros de
su misma sociedad, sino que lo oponen a los otros, a los de fuera.
I n la Edad Media, ese enemigo externo es por antonomasia el
infiel, el pagano, que se identifica fundamentalmente con el
ene-migo musulmn, aunque en el oriente europeo puedan ser las uihus
no cristianizadas procedentes de las estepas asiticas (como los
polovtsianos o los trtaros, en el caso de la poesa pica rusa).
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334 EL C A N T A R D E L M I O C I D
Cuando el enfrentamiento con ese oponente externo se hace 111
trminos de guerra santa, para derrotar al enemigo de la fe y e \
terminarlo o, en el mejor de los casos, obligarlo a elegir entre la
conversin o la muerte, se adopta la modalidad de pica de crui .1
da, a la que corresponde buena parte de la francesa, empezando por
el Roland. Sin embargo, este enfrentamiento no es siempre radical y
a veces se plantea en trminos de una lucha ms cir cunstancial, que
admite cierto grado de comprensin y aun de admiracin por el
enemigo. Es lo que ocurre en la pica de fronte ra, propia de los
territorios limtrofes entre la Cristiandad y el ls lam en ambos
extremos del Mediterrneo: las pennsulas Ibrn .1 y Anatlica. Como ha
sealado Barrero [1993:69], ciertamente las condiciones de vida en
regiones de frontera dan lugar a un ai formas de organizacin y
convivencia y generan unas normai que, transcendiendo las
coordenadas espaciales, ofrecen cierta si militud. Por las mismas
razones, aunque no pueda admitirse la simplificacin practicada
desde determinadas corrientes de la so-ciologa de la literatura,
que ven las obras literarias como meros reflejos directos del
entorno (de los acontecimientos o de la ideo-loga vigente), cabe
esperar de estas similitudes de las sociedades fronterizas
determinadas semejanzas en sus producciones litera rias (sobre lo
cual remito a las juiciosas reflexiones de Hook, 1993 y 2007). As,
resulta claro que la actitud ms o menos con-temporizadora de los
vigilantes de la frontera, compartida en ambos extremos del
Mediterrneo, comparece en sus respecti vas manifestaciones del
subgnero pico citado. De este modo en el caso especfico d