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Brentano - Platón y Aristóteles.pdf

Nov 11, 2015

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  • Platn y A ristteles

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    Platn y A ristteles

    - ^ Paul Natorp y Franz Brentano

    ^ Traduccin de Jorge Milosz Graba

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    RE D I T O R I A L Q U A D R A T A

  • CDD Natorp, Paul184 Platn y Aristteles / Paul Natorp y Franz Brentano;

    dirigido por: Pablo A. Gimenez. - Io ed.Buenos Aires: Quadrata, 2004.144 p.; 16x11 cm. - (Miniature)Traducido por: Jorge Milosz GrabaI.S.B.N.: 987-1139-45-41. Platonismo. I. Brentano; Franz. II. Gimenez, Pablo A, dir. III. Milosz Graba, Jorge, trad. IV. Ttulo

    G r u po E ditor M o n tressor Corrientes 1471 - Buenos Aires, Argentina

    www.editorialquadrata.com.ar (54-11) 4371-2332

    Editorial Quadrata, 2004 Direccin: Pablo Gimenez

    Tapa: Kovalsky Diagramacin: Marcela Gunning

    Correccin: Corina BalbiProhibida la reproduccin total o parcial por cualquier medio, sin permiso escrito

    de la Editorial.Queda hecho el depsito que previene la

    ley 11.723I.S.B.N.: 987-1139-45-4

  • C o ntenido

    Platn ................................................................... 9Aristteles ............................................................ 121

  • P latn

    I. VIDA DE PLATNPlatn1, hijo de Aristn, de linaje noble, naci en

    l. El autor de este estudio sobre Platn es Paul Natorp, el ms conocido representante de la llamada escuela de Marburgo. Naci en 1854 y muri en 1924. Su obra, muy abundante, est influida principalmente por el kantismo, tal como H. Cohn intent renovarlo a fines del pasado siglo. Profundo y minucioso conocedor de Platn, ha querido Natorp iluminar la densidad intelectual del viejo pensador griego, aproximando su filosofa al sentido metdico y lgico de las categoras kantianas. En su obra capital, Platos Ideenlehre, Eine Einfhrung in dem Idealismus (1903), puede ver el lector desarrollados los principios fundamentales que rigen el presente estudio. Tambin es provecho-

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  • Atenas el ao 427 a.C., o quizs uno o dos aos antes. Siendo nio, y despus, ya siendo adolescente, vivi un importante episodio de la Historia Universal: la guerra del Peloponeso. Durante el curso colmado de alternativas de esta guerra, creci Platn en medio de la profunda vida espiritual que se viva en Atenas, la ciudad ms culta de la ms culta nacin que la tierra haya conocido. El arte dramtico y el arte plstico se hallaban todava en su apogeo. La nueva clase profesional de los sofistas arrastraba tras de s lo ms escogido de la juventud ateniense, adiestrndola en el arte de hablar en pblico y en todo lo que constitu- ye una educacin general ciudadana.

    La frecuentacin de personalidades de significacin tan perdurablemente tpica como Scrates y Alcibades - cuyo retrato hizo Platn en el Banquete con arte literario todava no igualado- influyeron poderosamente, aunque con desigual persistencia, en el pensador que se estaba formando. La influencia de Scrates fue decisiva y perdur en Platn hasta el fin. No solamente le indujo Scrates a cultivar la filosofa, sino que al mismo tiempo determin el estilo de su filosofa hacindole concebir esta disciplina como una completa, fundamental reconstruccin del

    sa la lectura de Walter Pater: Plato and Platonism (1893); de Stewart: Platos Doctrine of Ideas (1909); de E. Taylor: Phto (1909); de Robin: La ihorie plato- nicienne des ides et des nombres daprs Alistte. Etude historique et critique (1908), de C. Ritter: Plato (tomo I, 1910; tomo II, 1923), y adems las historias de la filosofa antigua de Zeller, Brandis, Gompers, etc.

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  • mundo espiritual. Testimonio perentorio de semejante influjo son los escritos de Platn, casi todos en forma de conversacin socrtica y tanto ms convincente, cuanto en ella se oculta absolutamente la persona del autor.

    El primer resultado de la relacin con Scrates -la unin ms fecunda entre dos grandes filsofos que conoce la historia de la filosofa- fue que Platn abandonara la poesa, arte que le haba ocupado muy seriamente durante cierto tiempo, aunque no renunci sin embargo a ella de un modo incondicional. La exposicin de su filosofa hizo para l las veces de poesa, como la poesa haca entonces para algunos las veces de filosofa. De una filosofa, claro est, muy insuficiente.

    Y as como el poeta pervive en Platn bajo el filsofo, as tambin el poltico. Desde un principio, la idea del Estado fue en l tan entusiasta como en ningn otro griego. Pero la experiencia de Scrates y la suya propia, tempranamente madura por los acontecimientos, le hicieron ver la situacin francamente desesperada de la cosa pblica ateniense; en general, de la cosa pblica griega.

    Ya el rgimen llamado de los treinta tiranos, entre los cuales algunos eran parientes prximos, debi de desengaarle profundamente si para juzgar sus actos les aplic la medida del ideal socrtico de justicia. En cuanto a la restauracin democrtica -que aunque entre otras, se mostr bastante mesurada-, fue la que llev a cabo la acusacin, condena y muerte de Scrates, por lo que se comprende que Platn no pudiera actuar polticamente bajo

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  • su gobierno. Sin duda, nuestro filsofo intervino personalmente en la tentativa de salvar a Scrates, a la que se abocaron algunos de los amigos de ste; pero esta pretensin fracas ante la inconmovible lealtad que el maestro quiso guardar a la Repblica (Critn).

    Esto ocurri en mayo del ao 399. Inmediatamente despus del luctuoso acontecimiento encontramos a Platn con otros hombres del crculo socrtico en Megara aficionado a Euclides, discpulo particularmente leal y fervoroso de Scrates. Es posible que desde all enviara nuestro filsofo a Atenas la Apologa y el Critn -escritos para perdurable memoria y apreciacin crtica del que acababa de morir, no menos que para justificacin de la conducta de sus amigos (Apol., 38, B; Crit., 44, B, y ss., 45, E)-, pues durante algn tiempo no debi considerar conveniente su estancia en Atenas. Este tiempo, sin embargo, no parece haber sido demasiado largo. La situacin cambi rpidamente e hizo posible el regreso de Platn. Todo hace creer que comenz su actuacin en Atenas como maestro de filosofa socrtica pocos aos despus de la muerte de Scrates.

    En la dcada siguiente a este grave suceso, y quiz desde Megara, emprendi un viaje ms largo hacia Cirene Y Egipto. Este viaje contribuy sin duda a ensanchar sus conceptos sobre el mundo y la vida de los pueblos, y a dar a su filosofa la amplia perspectiva sin la que no hubiera podido cumplir en cabal medida la misin histrica a que estaba destinada. No obstante, su alejamiento de la ciudad natal no pudo dilatarse mucho tiempo pues el dilogo titulado

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  • Gorgias (donde se contiene la primera requisitoria contra el estado moral y poltico de Atenas), al igual que otros varios de sus escritos, debi redactarlos en los primeros diez aos siguientes a la muerte de Scrates, y seguramente residiendo en Atenas. Indicios bastante claros sitan el mencionado dilogo en la poca de la nueva fortificacin de la ciudad por Conon, y en tiempos de la guerra corintia (ao 394- 3) en la que Platn tom parte segn testimonio explcito.

    Por lo dems, confirma este escrito lo que ya sabamos: que desde un principio Platn se mantuvo sistemticamente alejado de la vida pblica ateniense. Precisamente eso le dio amplia libertad para ejercitar respecto del estado poltico de su ciudad una crtica rigurosa y cientficamente fundada. Puede decirse que la filosofa de Platn naci de la energa de su sentimiento del Estado. Este sentimiento le impuso, en efecto, el deber de construir cientficamente su concepcin de la poltica. Scrates le hizo ver esto claro, aunque personalmente no pudiera realizar tal propsito.

    Menos segura es la determinacin del momento a que se remontan en Platn los rudimentos de la nueva base que dio a la filosofa teortica. No faltan, sin embargo, en los mismos escritos de la primera poca (predominantemente dedicados a cuestiones ticas y polticas) pruebas de que ya entonces Platn se afanaba seriamente por el conocimiento de las bases sobre las que se funda la ciencia terica, si bien no pudo hasta ms tarde ofrecer los resultados completamente logrados de sus trabajos en este sentido.

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  • Especialmente, el estudio fundamental de la matemtica no fue cultivado por Platn en la edad madura, sino seguramente mucho antes. Tambin deba estar familiarizado con la cosmologa y la medicina de los antiguos, aunque sus escritos slo dejan entrever muy poco de estas ciencias.

    Sin duda, lo que unos diez aos despus de la muerte de Scrates le llev a Italia fue en primer trmino el propsito de perfeccionar sus conocimientos cientficos, ya que all radicaban las escuelas de los pitagricos y elcti- cos, cuyas doctrinas estrechamente hermanadas eran las que conjuntamente con las de Scrates podan darle y le dieron las ms enrgicas incitaciones para la formacin de su filosofa. Tambin le llev seguramente el deseo de conocer en su misma sede y ambiente el rgimen de vida de aquella comunidad pitagrica (el $to

  • De Italia pas a Siracusa invitado por Dionisio, prncipe al que le gustaba realzar el brillo de su corte con la presencia de hombres sabios y eminentes. En Siracusa gan la ntima veneracin y la adhesin inteligente de Din, influyente familiar del tirano. Pero se atrajo tambin la animosidad del dueo del poder a causa de la franca crtica que hizo de sus actos. Secretamente, Dionisio puso a Platn en manos de los eginetas por medio del embajador espartano, en cuya nave emprendiera el filsofo su viaje de regreso. Se encontraba en ese momento la isla de Egina en violenta guerra con Atenas, y sus habitantes pusieron en venta a Platn en el mercado de esclavos. Afortunadamente fue rescatado por un viajero cirenaico -Annikeris- y gracias a l pudo volver a su ciudad. Esto sucedi en el ao 388. Poco tiempo despus, se fundaba la Academia.

    Platn tena entonces alrededor de cuarenta aos y otros tantos fueron fecundos para dirigir su obra y disfrutar de su creciente prosperidad.

    Sobre el carcter de esta notable institucin2 deberemos decir unas palabras. Toda fundacin que pretendiera permanencia deba adoptar, entre los antiguos, la forma de corporacin religiosa. Slo gracias a esa base religiosa pudo la Academia de Platn permanecer cerca de un milenio, hasta la poca de Justiniano. La misma forma

    2. Vase el clsico estudio de Usener, Organisaton der u/issenschaftlichen A rbeit, Preussische Jahrbcher, tomo LUI.

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  • adoptaron la escuela de Aristteles, el Peripatos, rama desprendida de la Academia, y ms tarde las escuelas de los estoicos y los epicreos. Platn consagr a las Musas un templo, en el terreno que compr cerca del santuario de Academos, y confiri as a la fundacin la necesaria base jurdica. En ese templo se coloc ms tarde la efigie del propio fundador -al que se le veneraba como hroe- junto con las Musas. Se celebraba el da 7 del mes Thargelion, da del orto o epifana de Apolo, como el del nacimiento del filsofo.

    La Academia, al igual que todas las escuelas filosficas de los antiguos era considerada no slo como escuela, sino como asociacin dedicada a la investigacin y enseanza de la ciencia, realizadas colectivamente dentro de una estrecha comunidad de vida. No slo el jefe, en cada ocasin, ejerca el magisterio. Se ha acreditado que ya en vida de Platn, ensearon en la Academia sus discpulos ms aventajados. Ejemplo de ello es Aristteles, que perteneci a la Academia desde los diecisiete hasta los treinta y siete aos, y en ella no slo estableci las bases de sus admirables investigaciones, sino que al parecer ejerci tambin como maestro.

    La labor de Platn, extremadamente fructfera en el sentido cientfico, y su actuacin en un crculo por l mismo creado y absolutamente adicto, debi de indemnizar a nuestro filsofo de su segregacin poltica. No ejerci Platn sobre el mundo griego los proyectos polticos con que soara durante su juventud. Sin duda,

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  • prosiguieron an sus importantes relaciones con Siracusa, ya que Din permaneci fiel a l. Tras la muerte del primer Dionisio en el ao 367, pudo Din conseguir que Dionisio II, sucesor al trono, invitara a Platn a su corte. Pero la esperanza de que el filsofo lograra influencia sobre el joven monarca result fallida, a pesar de la favorable acogida que se le brindara en un principio. La envidia v la desconfianza que despertara Din en el tirano enturbiaron tambin las relaciones con su maestro, si bien stas permanecieron cordiales en lo aparente. As, Platn regres a Atenas sin haber realizado nada digno de mencin. Una vez ms, en el ao 361, accedi a una nueva invitacin de Dionisio, pero el xito de su empresa fue entonces menos favorable todava. Platn fue retenido una temporada como prisionero, y debi darse por satisfecho con poder partir finalmente indemne. Como es sabido, Din ms tarde expuls del trono a Dionisio; pero a su vez fue asesinado, por lo que se frustraron las expectativas que Platn haba cifrado en l.

    Los ltimos aos del filsofo transcurrieron sin perturbaciones externas. En el ao 348-7 muere Platn -se aduce que esto sucedi durante un festejo nupcial-.

    II. OBRAS DE PLATNLas obras de Platn se conservan en su totalidad. Es

  • verdad que no todos los escritos reunidos bajo su nombre en las bibliotecas le pertenecen realmente. Pero hoy da, los escrpulos ms serios sobre su autenticidad subsisten slo respecto de escritos que poco o nada dicen sobre la filosofa platnica. Las antiguas dudas, de mucho mayor alcance (las de von Ast, Socher, Sclaarschmidt, Ueberweg, Krohn y otros), no son al presente compartidas por ninguno de los que con eficacia trabajan en este campo. Hasta las cartas se reconocen ahora, en su mayor parte, como autnticas.

    La razn ms importante de aquellas dudas era la observacin de que en los escritos tenidos por platnicos no se adverta una unidad general de doctrina filosfica. Esto, sin embargo, se explica satisfactoriamente por el hecho de que Platn, ms riguroso que ningn otro filsofo someti siempre a renovada prueba sus posiciones anteriores, y nunca vacil en rectificarse a s mismo, aunque generalmente sin manifestarlo. En los cincuenta aos, aproximadamente, de su actividad literaria recorri ostensiblemente una vigorosa evolucin interior.

    Para percibirla cabalmente sera necesario determinar el orden cronolgico de los escritos platnicos con exactitud mayor de la que se ha logrado hasta ahora. De todos modos, despus de reales trabajos y prolija discusin se ha llegado tambin en esta difcil cuestin a un acuerdo aproximativo.

    Un grupo de escritos, evidentemente situados en la proximidad del socratismo (como Apobga, Critn, Laqus, Carmides, Menn, Gorgias) se sita generalmente en la pri

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  • mera poca. Otro grupo (Parmnides, El Sofista y El Poltico, Filebo, Timeo y Cridas, Las Leyes), que se distancia notoria- mente, no ya del socratismo, sino de las teoras fundamentales de Platn (tal como se presentan en su forma ms conocida: por ejemplo, en la Repblica), se imputa, no menos generalmente, a la ltima poca. Entre ambos grupos, como obra capital de un perodo intermedio se ubica La Repblica, precedindola, aunque fuera del primer grupo, el Fedn y El Banquete. Estos dos dilogos, sobre todo por la concepcin de la teora central de las ideas, son los ms cercanos a La Repblica. En cuanto al Eutidemo y al Cratilo, estn situados de lleno en el primer perodo, a cuyo carcter, en efecto, se aproximan.

    Sobre lo que menos se acuerda hasta ahora es sobre el Fedro y el 7eetetos, dilogos importantes desde muchos aspectos y que desde luego guardan entre s estrecha relacin. Los colocan algunos en el comienzo del grupo central; otros, ms bien en el fin, despus de La Repblica. Estos ltimos consideran en todo caso al Fedro como sincrnico con los libros postreros de La Repblica, y otros le incluyen fehacientemente en el tercer grupo. La suposicin de Schleiermacher -que no encuentra ya apenas defensores- es la que apoyndose en una antigua tradicin tiene al Fedro por el primer escrito platnico. Creo haber aportado buenas razones para la ubicacin de ambos dilogos en el comienzo del perodo central; pero hasta ahora no he encontrado adeptos. La hiptesis de una doble redaccin, de acuerdo a la cual ambos escritos perteneceran en su pri

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  • mera aparicin, ms o menos a la poca por m supuesta, pero en la forma en que actualmente se nos presentan como poca posterior, tendra muchas objeciones. Sin embargo, esa hiptesis es de difcil verificacin, y antes que definir aumentara las dificultades. Al parecer, La Repblica no fue compuesta y publicada de una vez, sino fragmentariamente y en intervalos largos. El primero de sus diez libros lleva todava la marca del primer perodo, mientras que el ltimo se acerca ya notablemente al tercero.

    El estudio de todas estas cuestiones se basa en la investigacin combinada del contenido objetivo y del estilo de las obras platnicas. Hay que desconfiar de cualquier intento de reconstruccin cronolgica que se funde en un criterio nico, ya sea objetivo como estilstico. Solamente la consideracin integral de ambos momentos, respecto a los cuales hay que tener en cuenta adems una evolucin, puede conducir a una certeza. Especialmente, la investigacin filolgica y estilstica, que es en s misma irrecusable y ha contribuido muy esencialmente a la determinacin del resultado arriba indicado, requiere, para no inducimos al error, la mayor prudencia y cautela en cada aplicacin particular. Segn todas las apariencias, Platn no es un escritor espontneo sino reflexivo en grado inslito, por lo que no hay que esperar de l una evolucin del estilo en lnea recta. En general, puede afirmarse que el inters dramtico, el vivo movimiento del dilogo, la complacencia en el trazado de caracteres, situaciones y todo tipo de elegancias y licencias polmicas tal como se estilaban en la

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  • comedia, pertenecen exclusivamente a la primera y segunda pocas. Ms tarde, posiblemente desde el libro X de la Repblica, hizo Platn consciente renuncia de estos adita- mentos mmicos para acercarse a una exposicin ms cientfica y didctica, sin abandonar por eso la forma externa de conversacin socrtica.

    En cambio, precisamente las obras de este carcter pre- dominantemente cientfico muestran creciente proclividad a una diccin buscada, solemne y hasta casi sacerdotal, que justificadamente ha sido comparada con la del Goethe de los ltimos aos. Tanto esta diccin como la otra forma ms dramtica son rasgos poticos de la exposicin, aun- que en muy diverso sentido. Pero Pltn no parece percibir como potica su ltima tcnica, de tal modo que lleg a ser en l habitual.

    Admitida esta opinin de conjunto sobre la evolucin estilstica de Platn, no es posible colocar al Fedro y al Teetetos en el tercer perodo, y en ningn caso despus del ltimo libro de la Repblica.

    III. DOCTRINA DE PLATN A. Gnesis de la filosofa platnica.As como los escritos de Platn no fueron proyectados

    segn un plan ni redactados en un estilo particular, as tampoco los pensamientos filosficos insertos en ellos se dejan circunscribir en un sistema, si por sistema se

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  • entiende un conjunto de principios slidamente establecidos y encerrados en una no menos slida armadura lgica. La sola unidad del mundo mental de Platn es la que constituye en general la mejor y ms profunda unidad del pensamiento filosfico: la unidad del punto de mira ltimo (crxoiroq), y en consecuencia, la unidad de direccin.

    El mudo rgido de las ideas en que tradicionalmente se ve la esencia de la filosofa platnica no se encuentra al penetrar ms a fondo dentro de esta filosofa. En algunas obras de.la poca central se habla de modelos de las cosas que estn en el ser (TrapaSeiyixaxa ev xgi o v ti ea-rcoxa; Teet, 176, E); sin embargo, ya desde un principio los conceptos primordiales (que es lo que las ideas significan) no son rgidos en Platn, sino animados de constante movimiento. Por eso, el carcter propio del pensamiento platnico se revela con mayor fidelidad en las obras de plena madurez, donde se afirma explcitamente una movilidad de los conceptos.

    Si se quiere entonces hablar de sistema refirindose a nuestro filsofo y sin duda la necesidad de una unidad sistemtica que est ms presente en el Platn de ltima hora que en el de los comienzos, ser nicamente de un sistema de relaciones desarrollndose indefinidamente. Platn, en efecto, busca un sistema de ese gnero, aunque no afirma haber conseguido ms que algunos primeros cimientos.

    No obstante, los expositores ms modernos suelen relegar a segundo trmino las dilucidaciones por varios conceptos complejos y rigurosamente cientficos de las

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  • ltimas obras (Parmnides, Sofista, Filebo), as como las noticias de Aristteles sobre la ltima fase de la filosofa platnica, y destacan en cambio las impresionantes frmulas de las obras del perodo central, tan atrayentes desde el punto de vista literario. Pero tampoco en stas han atendido a las transparentes alusiones hechas a la movilidad de los conceptos. En el fondo, la doctrina de Platn ha sido reducida al un esquema construido con ciertos pasajes muy escasos, pero por su forma potica especialmente conmovedores, quedando as desplazado, en forma esencial, su sentido.

    En tales condiciones no es posible resumir la filosofa de Platn en forma de prrafos como en un compendio. Para exponerla, hay encontrar ante todo el hilo que pueda guiarnos con cierta seguridad a travs de su laberinto. Vamos a ensayar aqu una exploracin gentica.

    El punto inicial de la evolucin filosfica de Platn es indiscutible. Platn parti de Scrates. Naturalmente, de Scrates como l se lo representaba, tal como l supo hacrselo fecundo. Si lo que Platn quiere hacer pasar por socrtico puede o no llamarse hoy verdaderamente socrtico en riguroso sentido histrico, es una cuestin accesoria para la presente coyuntura. Ahora slo tratamos del punto de partida de la filosofa platnica.

    Segn la interpretacin platnica (en la Apologa, el Critn, Protgoras y jaqus, de los que Carmides, Menn, Gorgias} en su totalidad se distancian ya marcadamente) Scrates nada saba sino esto: que no saba nada. Pero

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  • qu significa esa extraa ciencia? Qu sabidura es esa que se nos dice ser precisamente la nica accesible al hombre? Platn la interpreta como expresin de lo que llamaramos la crisis crtica de la filosofa. No es por los objetos del saber por los que hay que preguntar en primer trmino. Ni por aquellos que los antiguos indagaban: los objetos de la naturaleza; ni por los nuevos y maravillosos objetos a que Scrates haba dedicado casi exclusivamente su inters: los objetos del mundo humano, los objetos morales. Por lo que hay que preguntar primero es por el saber mismo. En qu consiste el saber? Cul es su fundamento y garanta?

    Scrates no nos ofreca los conceptos de la moral sino que los buscaba. Y lo que encontr no fueron esos conceptos que buscaba, sino justamente el concepto riguroso de esos conceptos, el concepto de esa su investigacin (?r)Tr)

  • Esto se expresa prontamente en Platn mediante la significativa metfora de la anamnesis. El saber es un recordar lo que de una mstica vida anterior con lo que se alude en realidad a un ltimo fondo ultratemporal de la conciencia queda originariamente en nosotros. Este recuerdo es sin duda patrimonio nuestro; pero slo mediante una indagacin metdica, slo mediante la conversacin socrtica, o sea mediante un lgico desenvolvimiento, puede ser extrado de aquel fondo oculto y llevado a ms segura posesin. La rememoracin es directamente equiparada con acentos enrgicos en dos frases casi idnticas (Men., 98, A, y Fedro, 249, C), al procedimiento de la conversacin socrtica. No es de ningn modo el simple hallazgo y apresamiento de algo que yace en el fondo del alma, sino una elaboracin metdica sin otros medios que los del examen y enjuiciamiento rigurosamente lgico de nuestros propios pensamientos. Y no solamente es preciso el mtodo lgico para sacar a la luz y extraer del pozo de la conciencia el saber que yace en germen en nosotros, sino que en ltimo trmino son los mismos elementos del mtodo constitutivos del puro pensar, los que de tal manera han de ser destacados en la conciencia. No se trata sin embargo de algo as como imgenes de cosas o sucesos que existen rgidas o que aparecen y desaparecen en caleidoscpicas mutaciones. Los logoi, las puras posiciones del pensamiento que han de desarrollarse segn lgica concordancia son reconocidos como algo primigenio, como los tipos primitivos o muestras (tu tto i, Trapa-

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  • Seiyp .a'ra). Por el contrario, todo lo que llamamos cosas y entes (ovxa) o predicamos inmediatamente de stos, son meras metforas, copias (op.oicpp.axa, eixove
  • emprico-tcnico no es ni mucho menos suficiente, y que por otra parte, la simple fijacin formal de los requisitos de un saber lgicamente satisfactorio sirve indudablemente para precisar la pregunta pero no para dar la respuesta. Por consiguiente, sera una completa tergiversacin decir que segn Platn, Scrates creyera poseer y poder comunicar la ciencia sobre la que, segn su afirmacin, se basa la virtud o bondad de la accin humana como de todas las dems cosas. Las inducciones que Platn pone en boca de Scrates conducen siempre, con evidente propsito, a un mismo resultado: que no sabemos lo que debidamente necesitaramos saber. Con ellas, sin embargo, se gana una claridad creciente acerca del camino por el que debemos buscar ese saber estable acerca de sus requisitos, y por consiguiente, tambin acerca de lo que desde entonces constituye el tema de la lgica: el concepto, el juicio, la conclusin, la prueba. Paso a paso se elaboran en estos dilogos las leyes y condiciones formales de todo saber fundamentado. En ello estriba su imperecedero valor preparatorio para la filosofa.

    De aqu se deriva la frmula: lo que ello es ( ecmv) o bien: eso mismo que es (cluto Ea~nv) , no como un hallazgo, sino slo como una expresin ms precisa y al mismo tiempo general de lo que se busca, esto es, del objeto de toda indagacin cientfica. Tal expresin, referida por ejemplo a lo bello, lo justo, etc., implica, no qu objetos hallados son bellos, justos, etc., sino qu sea ello mismo, qu sea el ser bello, el ser justo; cul sea el sentido de la

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  • predicacin como bello, como justo. La voz eidos, y ms adelante la idea designan esto mismo. Ambas palabras proceden de una raz comn (vid-) que significa ver, especialmente ver con el espritu; por consiguiente, conocer. Acaso la diferencia entre ellas consiste en que en la palabra idea predomina el sentido activo de mirar con la mirada del espritu, y en eidos el sentido pasivo de ofrecerse ante esa mirada, el sentido del aspecto que la cosa presenta al que la contempla. La idea alude pues, ms inmediatamente al contenido del concepto, al elemento por el que el concepto es ms vivo y creador; el eidos alude ms bien a la extensin que presupone ya el contenido.

    Ahora bien; frente a la cosa que por ahora no puede ser ms precisamente determinada, o dicho de otro modo, frente a la X de la cual en cada caso se predica, esa expresin: lo que ello es se manifiesta siempre como lo uno en lo mltiple, y vale indistintamente para todos los tiempos; es pues invariable por oposicin a lo variable y cambia segn tiempo y circunstancia, segn la particularidad del sujeto y la disposicin actual de ste, etc. Bien entendido, stos son los caracteres de ese lo que ello es que buscamos. A estos caracteres ha de satisfacer para estar suficientemente determinado. Nunca, en ninguna ocasin ha afirmado Platn -respecto del problema que justamente en esta poca ms intensamente le preocupa, a saber, el problema tico- nunca, digo ha afirmado Platn conocer lo que ello es, ni poder indicarlo conforme al rigor de la exigencia lgica.

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  • Pero esto mismo hace que se bordee aqu el peligro de un extravo dogmtico. Los predicados: uno e inmutable, proceden visiblemente de las doctrinas eleticas que definieron la pluralidad y variabilidad de las cosas como engaosa apariencia, y consiguientemente afirmaron que slo debemos dejarnos guiar por el logos, por el pensamiento puro, el que exige sin excusa una unidad permanente. Pensar era para los eleticos lo mismo que ser; o ms exactamente, el ser era uno con el objeto de pensar (ovvexV "Tl vr)p.a; Parm. fragm. 8, 34^). Con perfecta claridad definen en efecto los eleticos el ser nicamente por los ltimos conceptos primordiales del pensamiento que les eran asequibles, a saber: como unidad, identidad, continuidad, permanencia. Entre la muchedumbre de conceptos del pensar comn, eligen con pasmosa seguridad y exactitud slo las determinaciones fundamentales o digmoslo as, categoriales, y se atienen a ellas con inflexible rigor. No hay duda; para los eliticos slo en esto consiste el pensar puro.

    Esta doctrina de honda base, aunque en apariencia desesperantemente estril, debi producir en Platn, ya en los comienzos, una impresin considerable. La confesin que hace Scrates de tal influencia en el 7eetetos (183, E) debe atribuirse sin duda al propio Platn, quien recogi el motivo central idealista de la doctrina eletica

    3. Diels, Fragmente der Vorsokratiker.

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  • y se lo apropi totalmente. Los onta (las cosas que son) han de conocerse nicamente en los logoi, en las puras posiciones del pensar (u7ro0sp.evo(; X '"ro 'r ^ o y o v ... TiGrjixi c
  • caracterizacin lgica slo poda lograrse por pura con- traposicin a los caracteres que definen el ser de los conceptos puros, o sea mediante la pluralidad e indeterminabilidad siempre cambiantes. As, lo absolutamente inmutable, lo uno indiviso, aunque ya no como el Uno nico de los eleticos sino como las mltiples unidades de las ideas, caera pues de un lado, del lado del puro pensar, de lo puro pensable (voryrov); y de otro lado, del lado de lo sensible (aio'Gtyrv), caera la no menos absoluta mutabilidad, la ilimitada pluralidad y fragmentacin de lo aparente, rebelde a toda determinacin.

    Esta es la forma bajo la cual se presenta la doctrina de Platn en Aristteles, y bajo la que todava la ven muchos en las mismas obras platnicas. Y efectivamente, Platn se aproxima a ese rgido dualismo eletico, a esa verdadera teora de un doble mundo en muchos pasajes de Fedro, Fedn, Banquete y Repblica, y hasta en el mismo Timeo si se considera superficialmente. Sobre todo en aquellas partes en que da a su doctrina esa vestidura ale* grica, mtica y mstica tan impresionante.

    Sin embargo, era ya por lo menos significativa la ruptura con la absoluta unicidad del Ser. Esta unicidad pro- ceda en el fondo de que los eleticos pensaban todava el Ser segn la especie de una realidad preexistente, bien que como la ltima realidad (la que no poda ser ms que una), en vez de concebirlo claramente como unidad del pensamiento. Esto los llev a un callejn sin salida. Pero fue precisamente Platn quien puso de manifiesto tal

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  • error, con mucho rigor en el Sofista. La unidad que el pensamiento, muy fundadamente, exige en el ser, la encotraban los eleticos errneamente en la unidad numrica de aquello que es, en lugar de buscar en la unidad puramente cualitativa del ser, que ha de situarse en el pensamiento, y slo en ste. En verdad, los eleticos descubrieron, con visin segura, los puros conceptos funcionales del pensamiento pero no los conocieron como tales conceptos funcionales; y no pudieron por lo tanto darse clara cuenta si bien se acercaron a ello, de que el ser no es otra cosa que la expresin ltima de la funcin de pensar en general.

    Es cierto que el logos deba decidir; pero este logos no era an conocido como un proceso que se desarrolla en un mtodo. Es cierto asimismo que la fuerza de las cosas pudo ms que la fatal rigidez ideolgica de los eleticos, y que cabalmente fue Zenn de Elea quien dio el primer impulso a la dialctica mediante sus anttesis de conceptos, o sea mediante el rigor del razonamiento lgico inmanente que en ellas se persegua. Aristteles, en efecto y en el fondo tambin Platn (vase el Parmnides), designa a Zenn como el verdadero creador de la dialctica, si bien sus anttesis fueron manejadas exclusivamente para la destruccin de argumentos contrarios y no con propsito constructivo.

    Esta misma dialctica de Zenn, aunque parcial y negativa, era del todo impensable sin la aceptacin efectiva de cierto movimiento, en el que los conceptos pri-

    [32] P A U L N A T O R P

  • mordales del pensar, gracias a la infinidad de sus relaciones recprocas, se conjugan indefinidamente. Esta conjugacin existe de hecho en las deducciones de Zenn. Slo que as como los conceptos fundamentales, aunque hallados por los eleticos, no fueron por ellos conocidos como conceptos puros funcionales, as tambin el desarrollo lgico de estos conceptos bsicos, aunque encontrado, digmoslo as, por dichoso azar, no fue entendido como desarrollo, como discurso del pensamiento.

    Sin embargo, quien considerara ahora imparcialmente esa dialctica eletica, y estuviera adems ejercitado por Strates en el arte de pedir y dar razn, tena forzosamente que percatarse de cmo aquellos viejos filsofos haban exhumado all un tesoro cuyo valor y sentido no sospecharon ellos mismos. No poda dejar de ver por mucho tiempo que los conceptos de pluralidad y variacin, mediante los que era caracterizada la sensibilidad, son conceptos funcionales del pensamiento, ni ms ni menos que los de unidad y permanencia, y tan inseparables de stos (en cuanto a su significacin intelectual) como son inseparables entre s. Esto es, en efecto, que se maravilla uno de que Platn no lo haya expresado categricamente hasta la poca avanzada del Parmnides y el Sofista. Pero en definitiva, l no poda hacer morada en una doctrina que admita un divorcio tan antinatural de conceptos reciamente trabados, como el que se produce al afirmar que unidad y persistencia deben regir solamente para el reino del pensar o del ser, y pluralidad y variacin solamente para el mundo de los sentidos o de la ilusin.

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  • La plena claridad sobre este punto, nicamente poda ser obtenida (y deba obtenerse) mediante una honda pene- tracin en la ndole lgica de la ciencia, y en primer lugar de la nica ciencia que hasta entonces exista (o por lo menos la nica que haba logrado ya cierto desarrollo suficiente a tal propsito): la matemtica. Apoyado en este hecho seguro (para decirlo al modo de Kant) de una ciencia ya preexistente, el pensamiento puro, el pensamiento que da razn, el pensamiento que opera sobre una suposicin u7ro0o*EG)
  • sinttico. Precisamente, en esa labor se muestra la prepon- derante atencin que Platn dedic al mtodo como tal, al discurso del pensamiento en las ciencias, a la produccin de stas, partiendo de la idea de su procedimiento. Y eso es lo decisivo para nuestro problema actual.

    En la matemtica se ve claro, y as lo vio Platn, cmo justamente el discurso, el mtodo, es el que predomina sobre la fijacin de cada concepto particular. Los puntos mentales, los conceptos dan con ello su aparente rigidez. Ya no son ellos los que determinan en primer trmino; ms bien los conceptos se determinan a s mismos, como decirlo as, las confluencias de las lneas mentales. Por necesidad interna, el momento del pensar conduce siempre ms all de los puntos en donde se detiene para hacer alto. Estos puntos, en el fondo no sirven sino para fijar la direccin del movimiento. Las definiciones de la matemtica definen en realidad mtodos, y de ningn modo cosas existentes ni simples propiedades inherentes a estas cosas. La unidad numrica representa la funcin de la posicin de la unidad; la igualdad representa el mtodo de la ecuacin, y as sucesivamente.

    De esta manera, se transforma por necesidad natural la mera esttica de los conceptos en una libre dinmica, que desde luego no anula la esttica pero que se la incorpora y la supera; o bien la anula en el sentido hegeliano de la reabsorcin, y por ello cabalmente la conserva en un estadio ms alto. La expresin irrebatiblemente clara del resultado ltimo de esta transformacin de la esttica en dinmica, transformacin que Platn realiza inconscientemente, es la

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  • Kinesis (el movimiento, la transformacin, la marcha, digmoslo as, de los conceptos), tal como finalmente, de manera tan sencilla como audaz y radical, queda expuesta en el Sofista. Platn mismo no ve en ello absolutamente ninguna ruptura con su pasado. Y con razn, porque desde un principio los conceptos se hallaban dotados de movimiento, aun en la poca en que poda parecer que todava buscaba conceptos fijos y los supona existentes en s.

    De todos modos, la apariencia de una concepcin meramente esttica de la teora de las ideas existe indudablemente en algunas de las ms impresionantes frmulas platnicas. Es entonces indispensable proyectar la mayor luz sobre la causa de esta apariencia a fin de que no siga inducindonos a error.

    La sospecha que se ofrece ms prxima, es que Platn haya sucumbido a la seduccin, muy comprensible, de los conceptos del lenguaje. Debido a la necesidad prctica de entenderse en el trfago intelectual de todos los das, suelen los hombres fijar y retener en el smbolo de la palabra, como en moneda corriente de valor cierto, una parte de las representaciones comunes de las cosas; y con harta facilidad, semejantes representaciones pasan luego por entidades firmes e irremovibles. Tal engao, muy natural y corriente en los estadios ms ingenuos de la filosofa, no sera ciertamente cosa inaudita en el mismo Platn. Y aun puede que realmente nuestro filsofo haya incurrido en l hasta cierto punto. Pero el rigor de la crtica socrtica, que Platn mejor que nadie nos da a conocer, se dirige precisamente contra

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  • esa apariencia engaosa. Con toda la energa del rack> nalismo recin despierto, dicha crtica pugna por superar esa apariencia penetrando hasta lo esencial. Sin duda, los conceptos comunes, sobre todo lo morales que ofreca el lenguaje cultsimo del pueblo griego (tambin a este respecto dotado maravillosamente), no fueron desechados simplemente por Scrates y por su fiel discpulo; antes forman el * punto de partida normal de sus reflexiones. Pero justamente en dichos conceptos fueron descubiertas las dificultades, las internas contradicciones cuyo riguroso esclarecimiento es trmite previo indispensable al puro planteamiento de los problemas. Esta es, en todo caso, la tendencia exclusiva del socratismo segn Platn lo concibi. Por consiguiente, no parece autorizado suponer displicentemente que cabalmente Platn haya podido dejarse extraviar, en su concepcin fundamental del tema filosfico, por la sugestin que ejerce el idioma sobre el pensamiento.

    En cambio, influye aqu otra circunstancia sin duda relacionada con la lengua. Todo idioma original contiene una buena dosis de poesa. Y sabemos que Platn era no slo pensador, sino poeta. Su inflexible crtico, Aristteles, le reprocha constantemente el empleo de las metforas poticas, aunque l, a su vez, por su prosasmo, sucumbe igualmente a la influencia perniciosa del lenguaje.

    Pero aqu la cuestin decisiva es saber si Platn emplea la metfora conscientemente; si se mantiene clara ante sus ojos la diferencia entre el sentido recto y el figurado de la metfora. Porque decir que Platn es un poeta

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  • filosfico y un filsofo potico no es decir nada. La pregunta ha de formularse exactamente de este modo: lo potico, en la exposicin filosfica de Platn, est empleado ingenuamente o reflexivamente?

    Para determinar esto con seguridad en cada caso y dondequiera, los ms finos mtodos de la filologa no seran bastante delgados. Pero en general, creo que se reconocer cada vez ms, que as como el estilo verbal de Platn es intencionado en grado inslito, as y todava ms el estilo de su pensamiento es consciente y reflexivo. Es desde luego un hecho, que por su radical sentir racionalista Platn se presenta en guerra abierta contra la ingenuidad engaosa de la poesa, y que entiende no tolerarla ni servirse de ella, sino en cuanto combina sus metforas de modo consciente. Sin duda reconoce plenamente, sobre todo en el Fedn, las prerrogativas de la potica, y aun de las sugerencias que proporciona el delirio potico (245, A). Pero tambin en ese mismo dilogo coloca muy por encima de semejante delirio meramente potico, el delirio filosfico (249, A) que consiste en que el espritu, superando por la fuerza propia del

    ' pensamiento riguroso los embelecos del sentido y de la opinin corriente (S ?a ) , penetra en la profundidad de lo que ningn odo percibi ni vieron ningunos ojos. Es despus de esto temerario, suponer que Platn, con esta energa netamente socrtica de su amor a la verdad y a la ciencia, haya aunque sea pugnado seriamente por proceder con todo rigor segn sta su conviccin radical?

    Yo creo que justamente esas exposiciones suyas de

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  • mayor apariencia potica lo desmentiran si hubiera querido presentarlas como engendro de ese delirio potico y no del filosfico. As, Schleiermacher, que en semejante cuestin es despus de todo un voto, declara con razn al final de su prlogo a la traduccin del Fedro, haber sentido en el segn- do parlamento de Scrates, tan vehemente en apariencia, un racionalismo metdico que no hubiera sido tolerable (segn su opinin) en un verdadero poema. Claro est que quien como esttico no comulgue con el romanticismo, no se ver por ello obligado a negarle a Platn la palma del poeta. Hay profundidades de la ciencia en que sta coincide con e lo ms profundo de la poesa. Tambin es artista Leonardo, incluso cuando en cada una de sus pinceladas se advierte una preocupacin cientfica. Es perfectamente posible elevarse sobre la ceguera de la visin potica, y sin embargo, es decir por eso mismo, reconocer y cultivar conscientemente la fuerza plstica de la verdadera poesa.

    Se ha observado muy juiciosamente que Platn es un visual que necesita intuiciones para mantener presente en el smbolo sensible el resultado de su profundsima concentracin mental; resultado que le hara emocionarse hasta la mdula (no es un profesor alemn). La idea significa, en efecto para l, visin, intuicin, interior (0sa). Pero Platn sabe muy bien que la verdad misma no es visible para los ojos del cuerpo, sino slo la belleza de la verdad; si bien la belleza se halla ntimamente emparentada con la verdad, y hasta coincide con ella en el ltimo fundamento conceptual (interna concordancia, armona, euritmia, y

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  • ms tarde proporcin). Y sin duda, la belleza se revela al ms claro de los sentidos corporales (Fedro, 250, D). La figura plstica no oculta, antes por contrario manifiesta, la verdad misma tal como sta puede en general manifestarse, ya que por ser forma mental ha de residir en ltima instancia, cerca de todo smbolo sensible. El mismo nombre de la idea conserva, junto al significado lgico, el recuerdo de su significado esttico: que la unidad, siendo en s pura unidad del pensamiento, no crea sin embargo, por virtud de una interna necesidad, su alegora en la intuicin simblica.

    Es por consiguiente muy acertada la observacin de J.A. Stewart, investigador ingls de Platn4, de que las ideas, como modelos existentes en el ser, deben esencialmente su origen al elemento artstico que existe en el estilo del pensamientoplatnico. Pero Stewart se detiene en una insostenible coordinacin de las acepciones artstica y cientfica de la idea, coordinacin que puede ser muy bien superada a consecuencia de las anteriores consideraciones. En la idea de Platn se expresa, segn l, una doble experiencia: la experiencia cientfica respecto de la cual Stewart profesa una interpretacin muy cercana a la defendida aqu, y una experiencia artstica, o ms exactamente artstico-religiosa, porque la poesa tiene para Platn, como en general para los griegos de la poca

    4. Plato's doctrine of ideas, Oxford, 1909. Vase mi nota en la Deutsche Literaturzeitung", 28 mayo 1910.

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  • clsica, un sentido directamente religioso. En el primer aspecto, la teora de las ideas sera una pura teora de los principios y los mtodos cientficos, incluidas las ciencias prcticas; las ideas significaran tan slo los puntos de vista desde los que la ciencia ordena, tanto prctica como tericamente, los datos de la experiencia; estaran separadas de las cosas sensibles en el mismo sentido en que la teora explicativa est separada de los fenmenos a explicar, por lo que aqulla no se da simplemente en stos, por lo menos con separacin material. En fin, las ideas existiran nicamente en tanto ejerzan su funcin cientfica, a saber: la funcin de hacer racional lo sensible.

    Pero unido a esto, la idea, segn Stewart, representara adems una experiencia de muy diferente calidad: la experiencia de la inspiracin artsticoreligiosa. Porque Platn no era slo investigador, sino tambin vidente y poeta. Pero la contemplacin artsticoreligiosa se distinguira de la consideracin cientfica de las cosas exactamente en que fija su objeto, lo extrae del decurso temporal y por lo tanto lo sustantiva, lo individualiza, lo asla. De tal modo, el objeto se convierte en una especie de segundo fenmeno, en algo as como el fenmeno de un segundo mundo. De aqu se desprendera la interpretacin ms corriente de la idea platnica, interpretacin que realmente constituye uno de sus aspectos.

    Segn Stewart, Platn no ha confundido nunca este aspecto artstico con el cientfico; nunca hace en las ciencias un uso constitutivo de las ideas consideradas como

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  • cosas individuales, inmutables; ni esta acepcin artstica de la idea le sirvi, en las dilucidaciones lgicas, ms que a modo de ideograma o smbolo visible de lo que en rea- lidad es invisible: de las puras relaciones conceptuales. Sin embargo, esta idea plstica era para l algo ms que un simple medio retrico, porque en ella se expresa una experiencia real y peculiar: la experiencia artstico-religiosa.

    Contra lo que cree Stewart, yo opino que la idea plstica no debe tener, y no tiene en verdad para Platn, ms que un sentido simblico. Precisamente en el Fedro (de donde el investigador ingls ha sacado principalmente su interpretacin) resulta harto transparente; ms an, resulta evidente que la visin exttica no es sino una envoltura puesta intencionadamente. Platn carga el acento sobre el sentido cientfico de las alegoras, y pone todo lo dems de lado como diversin y simple espectculo. Y sta es justamente la posicin caracterstica que en general asumi Platn (sobre todo en la Repblica) frente a la poesa, especialmente cuando sta ostenta pretensiones de ndole religiosa.

    Pero hay que reconocer sin reservas que la apariencia de una acepcin esttica, no dinmica de los conceptos, tiene su fundamento en ese carcter plstico de la idea que es preciso juzgar como esencialmente esttico. Con esto queda dicho que el mero aspecto esttico no es para Platn el decisivo. Por lo dems, ya hemos advertido que esttica y dinmica no son del todo incompatibles, sino que la esttica se halla totalmente contenida en la dinmica; pero de tal modo, que la esttica queda subordinada a la dinmica. La

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  • cuestin aqu es la siguiente: Toma Platn los conceptos fundamentales del conocimiento (que es lo que las ideas en todo caso quieren representar) por el simple testimonio de su visin suprasensible como ntegramente dados? O bien los somete a seria prueba, inquiriendo su legitimidad, retrayndolos a sus ltimos fundamentos mediante penetrante investigacin lgica, o al menos concibiendo claramente esta retraccin como problema? Es indiscutible que esto ltimo es lo que ocurre. Basta ver la serie completa de profundas investigaciones estrictamente cientficas dedicadas al expresado problema en el Teetetos, Fedn, Repblica (libros VI y VII), Parmnides, Sofista, Filebo, Timeo.

    Estos dilogos demuestran que Platn, cuando trata de los fundamentos cientficos, no confa nunca ciegamente en la intuicin poticovidente que ordinariamente se le presentaba, sino que por mucho que la fuerza potica haya colaborado en la primera concepcin de sus pensamientos capitales (y tal fuerza no es nunca ajena a ninguna investigacin cientfica genial), no dej de comprender que la argumentacin lgica subsiguiente era la nica prueba decisiva de la justeza de semejantes concepciones. Por lo dems, aun cuando fuera de otro modo, sera necesario determinar fijamente cul es el contenido estrictamente cientfico que lleva en s la doctrina de Platn. Si la historia de la filosofa tiene por objeto manifestar la evolucin de una ciencia, habr de conceder siempre a esa determinado la mxima importancia, dejando lo dems a las investigaciones sobre la cultura en general, la literatura y la religin.

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  • Hechas estas previas consideraciones, podemos ahora acometer el intento de presentar ms sistemticamente los rasgos fundamentales de la filosofa platnica. Los dividiremos en las dos partes capitales: lgica y tica, en el espacio disponible al que se exige que nos constriamos.

    B . Lgica de Platn.

    La Lgica (rj Trepi xoup >\you

  • cin, y Por 1 tanto, del pensamiento. Por primera vez, no slo en Platn sino en la historia entera de la filosofa, se establece aqu el verdadero punto de partida de todo puro filosofar en la pregunta: Qu es conocimiento? Y aun* que aparentemente el concepto buscado no se encuentra en este dilogo, la verdad es que resulta clara y seguramente expuesta, aunque slo en pocas determinaciones fundamentales y no en una completa elucidacin.

    En primer lugar, conocimiento no es dato de los sentid dos. Los sentidos son necesarios para el conocimiento; de ellos toma ste su arranque en cada caso, pero no como de un conocimiento que se nos regalara. El sentido, en efecto, nada puede determinar por s mismo; no nos da absolutamente nada ms que una materia en s indeterminada (cbreipov, 183, B), una X a definir. Toda determinacin, hasta la ms sencilla, es obra de una funcin del pensamiento, radicalmente distinta de la sensibilidad (Siavono*- 0at, S ivo ia = Xyo

  • jo del puro orden conceptual, orden que es todo unidad inmutable y permanencia. La unidad del pensamiento consiste justamente en la unificacin de esa multiplicidad, que como decimos, va en s pensada sin unidad; es la fijacin en el pensamiento, la detencin de la fluencia incesante de lo sensible en la contemplacin que lo aquieta. El pensamiento pone el elemento puro de lo pensado, el en s de lo pensado, precisamente para dominar en el pensamiento la ilimitada relacin de lo sensible, y en lo que sea posible reducirla a concepto. As aparece claro que toda esta posicin de lo que permanece no e idntico, de lo que es en s en el pensamiento puro, no tiene valor y sentido sino por referencia a la ilimitada multifor- midad, mutabilidad y relatividad de lo aparente; slo tiene valor y sentido como determinacin de lo que en s carece de determinacin, lo que de este modo se define como apariencia del ser pensado y por tanto como conocimiento.

    De este modo queda ya superada en principio la rgida opinin eletica del ser colocado en el pensamiento. Las puras posiciones del pensamiento quedan descubiertas justamente como funciones en el sentido de Kant; como modos generales de la determinacin, como leyes universales de la determinacin sucesiva de la sensibilidad misma, y no como leyes de un conocimiento aislador referente a un ser separado, sensible-suprasensible. La rgida contraposicin eletica entre ser y apariencia, esto es, engaosa ilusin, se resuelve en la relacin funcional de A, B, C... con X, Y, Z... en la gran ecuacin del conocimiento o ciencia. Objeto y

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  • sujeto no son ya dos cosas que han de juntarse de modo inefable y material para engendrar como en un cruzamiento la cognicin, sino que se convierten simplemente en una expresin ms de una funcin cuyos factores son, de un lado: X, Y, Z... (lo que se ha de determinar), y de otro lado: A, B, C... (la determinacin a realizar). En principio, ambos factores no son por s absolutamente nada, y slo existen en mutua correlacin.

    Ahora bien; el fundamento ltimo, seguro e inatacable de esta nueva acepcin estrictamente metdica de la sensibilidad y el pensamiento, consiste en que slo bajo esta suposicin es el conocimiento inteligible y significativo; slo bajo esta suposicin tiene sentido la predicacin. En efecto supone que en la predicacin y para ella, permanecen idnticos los elementos siguientes: Io, el punto a que hace referencia la predicacin, o sea aquello de lo que se predica algo (X, Y, Z...); 2o, el sentido del predicado (A, B,C...), y 3o, la predicacin misma como relacin en que estos trminos son enlazados mediante la cpula es. Slo as habr conocimiento en general (yvcotk;) ; es decir, slo as tendr sentido vlido la predicacin (X es A), y en ella el contenido objetivo del conocimiento (t yiyvcoo*xo- jievov) de un lado y el sujeto de conocimiento (t yiyvcocrxov) de otro lado; pues ninguna otra existencia, ningn otro ser puede encontrarse sino el que reside en el sentido de la predicacin (del logos) y por virtud de ste.

    Tal es el argumento que el propio Aristteles (por poco que haya podido conocer su penetrante significacin) viene

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  • a admitir como el ms fundamental de todos los que sirven de apoyo a la teora platnica de las ideas. Es el argumento de la posibilidad del conocimiento tal como aparece en el Teetetos (184-186) y como se expresa con formas mucho ms sencillas en el dilogo polmico titulado Cratib (439-440), prximo al Teetetos por varios aspectos.

    Un estudio exacto de la primera investigacin hondamente dispuesta, debe atender especialmente a los siguientes puntos:

    1. La funcin del pensamiento puro va dirigida estricta y exclusivamente a la X de la sensibilidad. Se trata nicamente de cmo se llega a conocer en lo sensible un uno idntico, etc.

    2. El sujeto del conocimiento: la psique (184, D; 185, D y ss.; 187, A), es pura y rigurosamente definido como unidad funcional de la conciencia; como aquella unidad (\i\a tic; iSecl) a la que ha de tender en comn (^uv-rei- vei) la diversidad de los sentidos para ser reconocida por nosotros como una, idntica, etc. Con el sujeto y en l, surge precisamente la visin (idea) mediante la cual, el objeto o sea el sentido de una predicacin cualquiera:

    es (tal y tal cosa), se fija ante la mirada de la conciencia. Esta psique no es algo as como una cosa, sino pura actividad. Tampoco es rgano de una actividad; Platn la declara expresamente carente de rganos (185, D, C), si bien est completamente relacionada en su ejercicio con la sensibilidad, la que no pone en movimiento la actividad cognoscitiva sin la mediacin de rganos corporales.

    [48] P A U L N A T O R P

  • pero la sensibilidad no proporciona ningn contenido de conocimiento; nicamente propone, por decirlo as, las preguntas a que slo el pensamiento puede dar respuesta. Segn esto, sensible (o sea: en s indeterminado, necesitado de una determinacin intelectual) significa en general para Platn todo lo que nos proporcionan los rganos corporales. Si existiera algn rgano central tampoco nos suministrara ms que cosas sensibles, es decir, determina- bles y a determinar; nunca ya determinadas.

    3. Precisamente por eso, las determinaciones del pensamiento (y ms claramente que ningunas las ms fundamentales) no son sino expresiones de otras tantas especies fundamentales de la determinacin en general, o sea funciones en el sentido estricto de Kant. Ellas transitan por todo haciendo posibles las diversas predicaciones; cada una de ellas expresa una unidad de accin debidamente de sntesis, la que es explcitamente designada mediante la frmula de una aspiracin comn hacia la unidad. Tales unidades funcionales son: el ser, la identidad y la diversidad, el singular y el plural, el nmero en general y cuanto de l se sigue (matemtica, 185, C, D), y por ltimo, la igualdad y la desigualdad cualitativas. Son precisamente modos de predicacin que pueden referirse a todo lo predicable (185, C, D, E); y sobre todas ellas se colocan las de ello es y el ello no es, o sea el ser y el no ser. Tambin los predicados ticos fundamentales pertenecen a stas. En suma, y dicho en trminos generales, todos los conceptos de ser y de valor (oucna y cocpe?\ia, 186, C).

    4. Todos estos conceptos fundamentales significan

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  • especies de relacin (irpoc; a?\)sr))\a O'xotteio'Gcu... ava>\oyi?op.vr), 186, A), y como tales residen ms all de la diferenciacin temporal en pasado, presente y futuro, por cuanto en virtud de ellos, las cosas, que en la apariencia sensible se presentan temporalmente separadas, entran en una relacin que consecuentemente ha de ser ultra temporal. Se ve as claro, qu radicalmente diversa de todo lo sensible es esta peculiarsima funcin de la conciencia o psique; qu poco susceptible es de una mediacin orgnica, mediacin que estara siempre vinculada al momento del tiempo, y por lo tanto excluira aquella superacin de la diversidad temporal.

    5. En esta relacin, sin embargo, queda descubierto y fundamentado el juicio (irpc; aXXrXa xpwsiv, 186, B), y en l a su vez el pensar: Siavoia, SiavoeicrGai, que es poner algo como algo (189, D) = logos = determinar = Solalzw , lo que en este nexo no puede significar otra cosa que juzgar. Es definido como predicar en adelante lo mismo, no vacilar ya; siendo aqu siempre el sujeto la psique o conciencia. Bien claramente aparece ya el pensar como un discurrir, un pensar a travs de (Sia-vosicrGai).

    Es el logos por el que transita espontneamente la conciencia; es la interior duplicidad de la interlocucin o dilogo, el hablar entre, que se realiza en preguntas y respuestas; es, en fin, lo que en otro lugar denomina Platn mtodo; esto es, camino hacia algo, hacia una meta. Con ello la determinacin se convierte en un proceso, proceso ilimitado ya que a su vez lo que se ha de

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  • determinar es ilimitado. No llega Platn todava a la ulterior frmula de la limitacin de lo ilimitado pero la prepara en todas partes (cbrEipov opifciv).

    Sin duda, llama mucho la atencin el hecho de que entre las determinaciones comunes no solamente falte toda representacin del devenir, de la variacin, sino que parezca conservada la vieja contraposicin del ser, nico verdadero frente al devenir, incapaz de dar de s ninguna verdad (por el devenir se caracteriza aqu con especial energa lo sensible). Es verdad que la clave que ha de revelarnos el enigma del devenir est ya encontrada. En efecto; lo problemtico del devenir fue siempre la contradiccin. Cuando A se convierte en noA, y noB se convierte en B, las determinaciones contradictorias chocan unas con otras en el trnsito. Pues bien; la contradiccin misma entra ahora a formarse entre los puros conceptos del pensamiento (186, B); es decir, no slo el ser y el no-ser, no slo la predicacin afirmativa y negativa, sino tambin y explcitamente la contraposicin (Evav-noTrjO) el ser de la contraposicin (r) ovcna Tifo EvavTto-rr)To

  • del ente esencial, todo cuanto los hombres toman en serio (av0po)7nva CTTrouSacqj.aTa, Fedro, 249, C); antes bien, reconocer que el pensamiento como posicin de relaciones est a la altura de su problema (que es lo sensible como regin en donde se verifica el ser de relaciones), y se orienta precisamente a l y slo a l. Otra vez ser posible un conocimiento de lo sensible, si bien como proceso eterno y jams concluso, como determinacin relativa y nunca absoluta de algo infinitamente determinable. El devenir, la mutacin misma ser concebida como juicio; el cambio de ser y no-ser ser concebido como cambio de los predicados en el juicio; la mudanza del ser ser concebida como mudanza de las determinaciones del juicio (A, B, C, etc.) pasando de un lugar a otro de lo que hay que determinar (de X a Y, a Z, etc.).

    Y de ese modo ser posible la experiencia, a saber: fundndose en las leyes del mismo conocimiento. Segn dijimos, esta conclusin no se halla todava expresada en el Teetetos, pero s la casi totalidad de las premisas que en lgico desenvolvimiento han de conducir a ella. La direccin est iniciada y Platn la seguir hasta el fin. Lo que todava falta es justamente la comprensin del devenir, de la variacin. Porque para entender la variacin no bastan los conceptos de ser, de no-ser y de contradiccin; ni siquiera basta el concepto del ser de la contradiccin. El problema est en explicar el trnsito a determinaciones contradictorias; y la posibilidad, es ms, la necesidad de este trnsito, no aparece en modo alguno indicada hasta ahora. No es

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  • entonces accidental que entre las predicaciones fundamentales del Teetetos falte el devenir o movimiento.

    2. Fedn. Este es exactamente el problema que afronta el dilogo Fedn. Y puesto que por otra parte, dicho dilogo supone conocidas y ya previamente demostradas todas las afirmaciones decisivas del Teetetos, hay que reconocer en estos dos dilogos juntos la base propiamente cientfica de la teora las ideas.

    Tambin en el Fedn la idea se funda en el juicio y slo en el juicio. La idea representa el ser mismo, de quien al preguntar y responder, damos cuenta y decimos que es (78, D ); el ser a quien imprimimos la marca, el sello del lo que es (75, D), el que por eso mismo lleva este sobrenombre (92, D). Explcitamente se define como el ser de la conciencia misma (ciuttj; ttj

  • mo dos especies del ser (79, A). Y como dos especies del ser requieren ambos fundamentarse en dos especies del juicio. Tal es la fundamentacin decisiva que se dilucida en el presente dilogo (p. 96-107).

    Explicar lo sensible por lo sensible, el devenir por el devenir es un esfuerzo intil y ridculo. Partiendo de una predicacin: X es A dada de hecho, no se entender jams cmo deba derivarse de ella, lgicamente, la predicacin que le es contradictoria: X no es A o viceversa sta de aqulla. El requisito de identidad que exige toda fundamentacin quedara incumplido, porque unas veces la misma consecuencia tendra un fundamento contradictoriamente opuesto y otras veces el mismo fundamento tendra una consecuencia contradictoriamente opuesta. Ello vulnerara la ley del logos, que es quien nicamente decide sobre la verdad de lo que es. Por consiguiente, el fundamento explicativo del devenir no puede encontrarse sino en el mismo logos, en lo lgico, para indicarlo por modo provisional e indeterminado.

    Pero lo lgico no reside slo en la base, sino que constituye la base; o como dice Kant, hay que ponerlo en la base (utto0eij.evo

  • lleve tras de s la misma consecuencia, y a su vez, la misma consecuencia tenga en ltimo trmino siempre el mismo fundamento. Este es un rigurossimo concepto de la ley!

    La teora de las ideas queda reducida aqu netamente, ntegramente al mtodo de estas posiciones fundamentales, a la especie de fundamentacin (100, B; comp. 95, E; 99, C, D; 97, B). No slo la primera hiptesis es la de que las ideas son (100, B), sino que todo su significado se agota en representar esas posiciones bsicas conforme a las cuales se hacen luego posibles, es decir, fundamen- tables, las predicaciones concretas sobre hechos y relaciones entre hechos. La participacin en la idea (el jj.te- XEtv, ^Ta>\ap.J5cLViv, la 101, C), que le pareca a Aristteles de una oscuridad desesperante, simple metfora de sentido incierto o reminiscencia pitagrica, no entraa mayor misterio que la subsuncin del juicio real (de hechos) bajo el juicio fundamental (de la ley). Lo que hace que la cosa particular bella sea bella, esto es, lo que fundamenta el juicio: esto es bello, es simplemente la conformidad con la definicin de lo bello, la adecuada subsuncin bajo el adecuado juicio fundamental, el que establece de modo seguro el concepto de lo bello, es decir, las condiciones de la validez de todo juicio que diga: tal cosa es bella.

    Pero con esto no se hace sino resear el planteamiento lgico del problema referente al fundamento del devenir y del pasar, pero no se nos da el fundamento mismo, el logos. Se trata: Io, de fijar el respectivo juicio

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  • fundamental; 2o, de cmo, sobre este juicio, se funda no slo el juicio del ser as, sino el del llegar a ser as.

    A la primera pregunta responde el proceso de deduccin de la derivacin a partir de la hiptesis (101 d, e). La derivacin, segn ya el Menn nos lo haca notar, es considerada como una doble lnea ascendente o descendente; esto es, en retroceso (ascenso) a ms radicales suposiciones, llegando a la primera o comienzo (107, B; 101, E); y en progreso (descenso) a las consecuencias. En ambas direcciones la suposicin elegida ha de corroborarse en acuerdo lgico general.

    Respecto al segundo punto debe observarse que en el juicio del devenir o del cambio se afirma en todo caso la identidad del jucio fundamental, y que por consiguiente no tiene lugar la contradiccin que tanto los eleticos como (al menos en apariencia) Herclito haban encontrado en la predicacin del devenir. Porque en efecto, todo juicio de cambio atribuye al mismo sujeto = X predicados contradictorios: A y noA. Pero estos predicados no coinciden (que en tal caso, claro est, se anularan mutuamente), sino que se mantienen separados, bien por la diversidad de la relacin temporal (A vale en el momento 1; noA vale en el momento 2), bien cuando la referencia temporal es idntica por cualquier otra diferencia de relacin (B es grande con respecto a A; pequeo con respecto a C). En cada caso, una determinacin ha tenido que ceder para que la otra tenga lugar; es decir: el devenir se explica lgicamente mediante el posible cambio de la relacin, cambio que

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  • hace compatibles las distintas predicaciones: X es A, X no es A; o ms exactamente: X es A, X 2 no es A.

    Este ceder o hacer sitio supone directamente como condicin esencial para la posibilidad de predicar el cambio una traslacin del concepto; y supone tambin, indirectamente, un espacio (como ya antes se supuso el tiempo), aunque tales suposiciones no estn hechas aqu explcitamente, sino ms tarde en el Timeo. El devenir, la mutacin se convierte entonces en una peregrinacin que realizan las determinaciones siempre idnticas a s mismas (nSr), i&cu p.opcJ>cu) A, B..., al pasar de un sitio a otro de lo sensible que ha de determinarse (de Xi a X2, a X3..., los cuales, en ltimo trmino, no designan sino la referencia de lugar).

    Sea por ejemplo la vida (106, D) una de dichas determinaciones. La sucesin, el proceso de la vida se explicara cientficamente como un trnsito, como una transferencia de esa determinacin; la vida, que habra que representarse acaso como un conjunto de procesos coordinados regularmente entre s de un grupo de elementos materiales (dados por tanto en el espacio) a otro y a otro en el transcurso del tiempo. Pero el ejemplo moderno ms contundente lo dara el movimiento concebido como transporte de energa de un punto a otro de cierto sustrato que habra que poner como base. Este sustrato representa nica y exclusivamente la funcin lgica de fijar cada referencia de la predicacin; como si dijramos: la energa (determinada segn gnero y medida) que se trata de localizar est aqu ahora, y aqu ahora, etc. Tanto este sustrato ltimo (esto

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  • es, el sistema de posiciones) como la determinacin que se traslada (la energa), deben permanecer siempre inalterablemente idnticos a s mismos. En todo caso, para que el devenir en general pueda ser reducido a concepto, hay que pensar en l la existencia de un sustrato (una sustancia) que podr definirse de un modo o de otro. Tal es el resultado principal de esta argumentacin.

    Pero por hondamente dispuesta que est la anterior consideracin, se echa siempre de menos una cosa. La posibilidad del devenir queda en efecto demostrada sin mengua del postulado de la no contradiccin; comprendemos que el devenir es compatible con la suposicin inexcusable de determinaciones invariables. Pero no se ha indicado todava de qu modo el devenir se deriva del pensamiento puro como consecuencia necesaria del mismo; en realidad, pudiera parecer como si debido a un ltimo residuo de empirismo, digmoslo as, o de rgido racionalismo eletico, se buscara el fundamento positivo del devenir en una condicin algica de lo sensible (aun cuando ya no antilgica), en vez de buscarlo originariamente en el pensamiento. En todo caso, podra parecer que no se le busca en el pensamiento puro, el que por s mismo slo conocera la rigidez y no tendra acaso ms inters respecto de la mutacin que el de afirmarse frente a ella como lo que permanece absolutamente inmutado. La mutabilidad de lo sensible ya no perturba el reposo eterno de los conceptos; por consiguiente, stos a su vez no necesitan ya oponerse al devenir y a la variacin en el mundo de los sentidos. As hacen las paces ambas regio

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  • nes, y hasta admiten una cierta colaboracin mutua. Pero subsiste siempre un dualismo, dualismo muy desfavorable a los conceptos puros puesto que todo movimiento, y con l toda vida, caen del lado de lo sensible, quedando para las ideas en s solamente la rigidez muerta. Por eso resulta tanto ms notable que, sin embargo, en este dilogo los juicios fundamentales puros no sirvan ms que para fundar lgicamente el proceso del devenir. Lo que ahora importa decididamente es la vida. Qu sera una idea de la vida si no valiese precisamente para concebir la vida en toda su movilidad? Ms adelante, cuando tratemos de la tica, veremos la conmovedora expresin potica que da Platn en el Banquete a esta decisiva orientacin hacia la vida.

    3. La Repblica. Sin embargo, Platn no toc esta cuestin en el curso inmediato de sus investigaciones lgicas, o por lo menos no la toc directamente. Haba que establecer todava a mayor profundidad los cimientos de la metdica pura del pensar (dialctica), antes de que se pudiera atacar con xito y resolver en rigor de lgica el problema de fundamentar positivamente una ciencia del devenir. En el Fedn se indicaban ya las lneas principales del proceso dialctico: premisa y deduccin, pero no se haba alcanzado todava plena claridad en lo referente a la premisa ltima, a lo que Platn llama el comienzo en el sentido propio de origen. La fundamentacin debe ser suficiente, debe remontarse hasta los primeros cimientos que son su genuino comienzo.

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  • Todo esto queda establecido. Pero resta an por esclarecer en qu consiste semejante comienzo.

    La Repblica, resumiendo antiguos giros intelectuales, y segn ya insinuaba el Fedn, lo encuentra en el bien. Pero no se advierte con exactitud de qu modo la investigacin lgica pueda conducir precisamente a ese trmino, el que hasta podra parecer un prstamo tomado del campo extrao de la tica si no supiramos que Platn, como socrtico, arranca del problema tico. De este problema se origin en su filosofa el problema del conocimiento, y nadie hasta l haba separado netamente ambos problemas.

    Salta asimismo a la vista una conexin, a saber: que la moral no slo debe ser, sino llegar a ser. El sealamiento de una tarea, de una meta, de una mira infinitamente lejana supone la direccin, y con ella el encaminamiento (al menos mentalmente) hacia dicha meta. Esto lo expresaba ya Platn repetidamente con los trminos de aspiracin o tendencia. As, la fundamentacin lgica de lo que debe ser, si ha de resultar suficiente, entraar en alguna manera el fundamento positivo del devenir. Slo que, dnde encuentra el deber ser su fundamentacin suficiente? Cmo puede l mismo afirmar su ser, siendo as que parece repugnar el ser, puesto que precisamente lo que debe ser no es, y lo que es no debe ser? Ciertamente, tal afirmacin no podr hacerse fuera de la lgica, no podr hacerse de espaldas al logos, si es verdad que ste es el nico capaz de fundamentar un ser.

    Platn encuentra el fundamento del deber ser en la idea del bien, ascendiendo desde el procedimiento de las posi

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  • ciones fundamentales que es bastante para el uso cientfico hasta la base lgica de todo este procedimiento; es decir: ascendiendo de las posiciones fundamentales a la posicin fundamental que ya no puede tener ningn fundamento puesto que es justamente ella el fundamento ltimo de toda fundamentacin, el punto en que termina sta. En consecuencia, Platn ascendi de las ideas a la idea, ya que la fundamentacin o posicin de un fundamento (hiptesis) significa la idea. Ascendi, pues, de las determinaciones del ser al ser mismo, de las posiciones lgicas a la posicin lgica, al logos mismo. Dicho en nuestro lenguaje, ascendi de las leyes (de cada regin especial del conocimiento) a la ley de la legalidad misma; o bien, para no salir- nos del vocabulario de la lgica: de bs principios al principio, al principio del principio, al pensar por principios.

    En el procedimiento efectivo de la matemtica muestra Platn con exactitud y correccin an hoy sorprendentes, de qu modo procede lgicamente la ciencia rigorosa, valindose acaso de lo sensible como de muletas, pero realizando su marcha y progreso exclusivamente por medio del pensar puro y conforme a las leyes del pensamiento. Pero tambin muestra cmo este pensar cientfico se ve obligado siempre a apoyarse en suposiciones que la ciencia en cuestin no reduce ni tiene la misin de reducir, y que por consiguiente quedan injustificadas en ltima instancia.

    Pero precisamente por eso es preciso dar cuenta de esas posiciones fundamentales de un modo ms radical. Tal es el objeto de la otra meditacin cientfica que des

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  • ciende un grado ms hondo: la dialctica, o dicho en nuestro idioma: la lgica. Esta meditacin (dice) la cumple el mismo logos mediante la facultad dialctica, utilizando los fundamentos (relativos) o suposiciones (de las ciencias en cuestin; por ejemplo, la matemtica), no como verdaderos comienzos (principios), sino en realidad como estribos o trampolines para la carrera. De este modo avanza el logos hasta llegar a lo que est exento de suposiciones (hasta el trmino de toda suposicin, traduce Scheleiermacher; pero el sentido de la frase es: hasta la ltima suposicin de todas las suposiciones de todo suponer) o sea hasta el comienzo (principio) de todo. Y habiendo aprehendido dicho primer principio se acoge de nuevo a lo que est inmediatamente enlazado con l; y as (entindase: continuadamente) desciende hasta lo ltimo (aqu: hasta la ltima deduccin) sin valerse en absoluto de nada sensible; antes bien, progresando por conceptos puros, yendo de unos conceptos puros a otros, y terminando igualmente en conceptos puros (511 B, C ).

    As describe Platn con todo rigor lgico el sentido de la idea del bien; ese sentido que tan mal se ha comprendido, que tan desesperadamente difcil ha parecido siempre. Segn esta descripcin, el bien no es un principio lgico, sino el principio mismo de lo lgico en general. Todo pensamiento particular (por tanto, todo ser particular ya que el ser es slo una posicin del pensar) hay que fundamentarlo en el bien como propia ley ltima de la razn y no como un ltimo ser que exista con anteriori

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  • dad al pensamiento en general, no como un ser que exis- ta allende el pensamiento y sea al modo de una cosa. El comienzo (principio) de una argumentacin se llama, en efecto, ley. La ley es la que constituye el objeto. Ahora bien; la ley que prescribe que cada especie de objeto ha de fundarse en una ley especial se encuentra naturalmente por encima de todo objeto y de toda ley particulares; no es una ley, sino la ley (Platn dice: no es un logos B a n q 211, A, sino el logos mismo Rep., 511, B). En este mismo sentido, dicha ley se halla fuera y por encima de toda ciencia particular; es supercientfica, o para decirlo como Kant, trascendental; pero no trascendente, no superior a la ley de la ciencia en general, sino precisamente expresin de su ley ltima.

    Este trmino ltimo al que todos se subordinan se llama en Platn el bien. Por qu? Porque designa lo ltimo que debe ser, lo que como tal determina en suprema instancia todo ser particular. Porque expresa la exigencia que toda proposicin aspira a cumplir aunque sea incapaz de cumplirla sin limitaciones; esto es, la exigencia de algo que est incondicionalmente ajustado a ley. En el lenguaje de Kant no sera ya ni una categora, ni un principio (ste correspondera muy de cerca a la hiptesis), sino categora y principios conjuntamente profundizados o elevados a idea en el estricto significado kantiano de esta palabra.

    As como la idea para Kant, el bien para Platn tiene un sentido ms amplio que el meramente prctico o moral. Denota el principio ltimo de lo teortico (comprendida

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  • aqu la particular explicacin de la naturaleza) y el principio ltimo de lo artstico, tanto como el principio ltimo de lo moral. En esta triple direccin ser ms tarde interpretada expresamente la idea del bien (en Filebo, v. ms abajo, 6). Todo ello, sin embargo, se compendia finalmente en el concepto primordial de lo legal (en Filebo): la proporcin.

    Ahora, la idea de que el bien represente asimismo la causa eficiente, el fundamento del devenir, no est ms que insinuada en la Repblica. Con ello, no obstante, no se contradice en modo alguno la conclusin del Fedn, segn la cual el fundamento del devenir ha de estar en el fundamento formal, en el eidos. Como inversamente, ya en el Fedn se inicia la concepcin de que el bien es lo que debe ser, concepcin que luego se confirma en el Timeo.

    El bien acta slo por mediacin de la idea como idea de las ideas, hiptesis de las hiptesis; no, empero, en sustitucin de las ideas. Por cuanto contiene el fundamento ltimo de toda especie de fundamentacin, confiere la funda- mentacin ltima y suficiente a todo el mtodo de las fundamentaciones, y por tanto a estas mismas, haciendo as posible su inagotable profundidad en el trabajo cientfico.

    Salvo esta asombrosa profundizacin del ltimo principio, la teora de la ciencia expuesta en la Repblica apenas va ms all de lo alcanzado en el Fedn. Como aqu, y casi con mayor ahnco, atribuye Platn importancia mxima a la rigorosa distincin entre los conceptos fundamentales y cualquier otra adicin emprica. La teora debe ser sin duda una teora de los fenmenos: la astronoma y la msica

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  • (acstica), esto es, las ciencias naturales matemticas que entonces existan se equiparan a las disciplinas meramente matemticas; Platn pugna visiblemente por establecer una estricta continuidad entre aqullas, y acentuando (531, D) su comunidad (relacin mutua) y su parentesco (iden- tidad de origen) que aluden a su raz lgica comn.

    En cuanto al problema de la astronoma, logra Platn una frmula rigurosa y pura (529, C, D) que es: reducir los movimientos aparentes de los astros a una figura funda- mental de los mismos, figura que no pueda representarse inmediatamente en los fenmenos, sino que se construya por teora y clculo en el espacio y el tiempo puros. Esta forma fundamental parece pensada como un movimiento de figura geomtrica regular, fija y permanente. En ella se advierte la tendencia pitagrica de nuestro filsofo a convertir inmediatamente en leyes naturales las relaciones puramente matemticas. Las rbitas de los astros, que a nuestra vista aparecen geomtricamente regulares, deban inducirle a ello. Es de notar, sin embargo, que si desde un punto de vista cientfico se trata de un error, este error no procede de un proceso lgico unilateral, sino ms bien del apego todava no bastante superado a modos de representacin sensibles e intuitivos. Es culpa no del idealismo del mtodo, sino precisamente de un resto de empirismo, que Platn, como los pitagricos y los pensadores todos de la antigedad, no pudo en este punto superar.

    Al contrario; la parte lgica en la exposicin de Platn es de una correccin sorprendente. Segn l, los movimien

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  • tos han de construirse cientficamente y en el espacio y el tiempo puros; no podemos abrigar la esperanza de leer inmediatamente en los fenmenos las figuras fundamentales de los movimientos naturales. Precisamente el mtodo de Galileo -por cuyo medio fue considerado radicalmente el error del pitagorismo subsistente hasta Copmico y Kepler- fue idealista y especulativo, exactamente en el sentido de Platn. Y lo mismo ocurre con Newton. Galileo y Newton realizaron las exigencias de Platn ms cabalmente de lo que ste pudo entonces presentir, y Galileo por lo menos observ su concordancia metdica con el filsofo griego.

    De todos modos, el explicable error de la cosmologa platnica procede de una ltima insuficiencia que apresaba todava la posicin lgica alcanzada hasta este momento. La exacta contrafigura de este yerro se encuentra, y no casualmente por cierto, en la estrechez de la no menos significativa filosofa platnica del Estado. Tambin sta conoce el desenvolvimiento, pero slo dentro de un ciclo eterno y cerrado, no como marcha hacia lo infinito. Platn no se ha librado nunca por completo del horror pitagrico a lo infinito. Esto ayuda a explicar por qu en el presente dilogo no se emancipa decididamente de aquella rigidez de conceptos (a cuya superacin, sin embargo, le impulsaban ya tantos motivos), y antes pareciera que pretende afirmarla en forma ms aguda.

    Pero semejante rigidez iba a ser superada solamente si Platn segua su ruta hasta el final. Y la sigui en el ltimo grupo de sus escritos, all donde se halla ms comple

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  • tamente lograda su teora de los principios lgicos. Este grupo se inicia con el dilogo titulado Parmnides.

    4. P a rm n id e sEn la primera parte del dilogo (la ms breve), hace ver Platn de modo extremadamente pre- ciso y a la vez ingenioso, que toda concepcin de las ideas que transforma stas en una especie de cosas y trata de entender sus relaciones con las cosas sensibles por alguna de las clases de relacin que tienen lugar entre las cosas lleva a conclusiones absurdas, lo que indirectamente quiere decir que las ideas no son cosas. Qu son, entonces? Segn todo lo dicho hasta ahora, slo puede contestarse de un modo: las ideas son leyes. Y encontramos al respecto una nueva confirmacin de esta respuesta en el hecho de que dndola por supuesta hallan solucin llana y persuasiva todas las dificultades que ha suscitado la teora de las ideas, y que son, casi en su totalidad, las mismas que opuso Aristteles partiendo de su interpretacin de las ideas como cosas, y en la creencia de que las refutaba por completo.

    Quizs lo que importa ms en este punto es advertir cmo Platn establece que si las ideas no son cosas residentes fuera de nosotros, tampoco pueden ser meras representaciones subjetivas que slo tengan existencia en la conciencia del que las piensa; porque de esta manera se les asignara de nuevo una existencia separada y mltiple; a saber: en las mltiples conciencias. Pero Platn busca las ideas en la conciencia, entendida siempre como la unidad de la conciencia en general; es decir, en el mtodo, en

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  • la funcin de unificar lo mltiple. De otro modo todo sera pensamientos, o mejor dicho: todo sera pensar, puesto que el pensamiento como tal no existe sino en el acto de pensar. El idealismo trascendental", esto es, metdico (que es el nico idealismo de Platn), correra el peligro de ser suplantado por un idealismo psicolgico como el de Berkeley. Slo existira lo pensado, y existira como pensamiento, y por lo tanto como pensar; en consecuencia, slo existira el pensar, situacin que es absurda porque lo pensado se piensa como objetivo, y no como no objetivo.

    En realidad, el idealismo de Platn no sucumbe a ningn peligro de subjetivismo. La idea, entendida estrictamente, no puede en efecto suponer ningn linaje de existencia previa a ella misma, ni siquiera la existencia de conciencias pensantes. El mtodo es soberano, y en la concepcin metdica del conocimiento no cabe imaginar nada anterior al mtodo. Tal es la seguridad de la base sobre la que edifica Platn.

    Pero toda esta discusin acerca del sentido del ser en las ideas y la participacin en ellas de las cosas sensibles es para Platn materia de importancia relativamente secundaria. Se trata nicamente de interpretaciones falsas a las que se hace bastante honor despejndolas brevemente con la indicacin de sus consecuencias absurdas. Mucho ms seria le aparece a Platn otra dificultad para superar: la que apela a los ms poderosos recursos de su pensamiento. Segn lo dicho hasta ahora, el conocimiento puro de las ideas hace nicamente relacin a los objetos puros, as como el cono

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  • cimiento emprico a los objetos empricos. Pero slo los objetos empricos nos son dados (los tenemos, 134, B), mientras que los objetos puros no se nos dan en absoluto, ya que si se nos dieran, seran empricos y dejaran de ser puros. Sin embargo, si alguien (por ejemplo, la divinidad) los tuviera como dados, ese alguien conocera sin duda los objetos puros pero no los empricos; porque los conceptos puros no se relacionan para nada con los objetos empricos.

    Esta es seguramente la ms seria de las cuestiones a que tiene que responder la teora platnica de las ideas, as como toda filosofa que siga igual direccin. Cierto; pode- mos, apoyndonos en las firmes bases hasta aqu establecidas, justificar suficientemente que tenemos los conceptos puros. Podemos cerciorarnos de ello mediante el mtodo de la deduccin que est descripto en el Fedn y desarrolla- do plenamente en la Repblica. Pero cmo se alcanza con estos conceptos puros el objeto de la experiencia?

    Ya el hecho de formular tal pregunta significa un pode- roso impulso hacia adelante. Ante todo, revela que Platn considera la experiencia en un sentido positivo; no como un conocimiento de valor igual al del conocimiento puro, sino como conocimiento que propiamente nos importa. La misma teora de las ideas queda en suspenso, y para nada puede servimos mientras no logre justificarse como base de una fundamentacin metdica del conocimiento emprico. Slo mediante esta justificacin quedara radicalmente superada toda falsa separacin de las ideas, todo motivo para concebir las ideas como cosas suprasensibles.

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  • La segunda parte del dilogo nos da la solucin aunque en forma enigmtica. Muestra que en general ninguna posicin del pensamiento, ninguna predicacin (algo es esto o lo otro) tiene sentido ni es posible mientras se afirmen los conceptos primordiales aisladamente, por s, sin relacin ni trnsito de uno a otro. Si en cambio se admite la transicin lgica de una posicin del pensamiento a otra (y se demuestra que tales transiciones se dan universalmente), todas las especies de posiciones del pensamiento se hacen posibles y aun necesarias pero precisamente como relativas. Con esto se resuelve al mismo tiempo el reparo que se funda en la coexistencia de determinaciones recprocamente contradictorias; pues stas coexisten, efectivamente, cuando su posicin se entiende como relativa y y no como absoluta. La conclusin lgicamente obligada, aunque no explcita, es la siguiente: si ha de ser posible una predica-' cin, un conocimiento cualquiera, debemos entender en general las puras posiciones del pensamiento como relativas y capaces de transicin, no como absolutas y aisladas.

    Se descubre adems una diferencia ulterior y de mayor peso: la que existe entre suponer como sujeto de la predicacin las mismas posiciones puras del pensamiento, o bien el trmino correlativo de stas. Las posiciones puras estn representadas por el concepto primordial de los eleticos: el concepto del uno. El trmino correlativo se designa como el no uno o como el otro, y se revela en el curso ulterior del argumento cada vez ms claramente, como la X de la experiencia. Ahora bien; si suponemos que el sujeto de la

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  • predicacin son las mismas posiciones puras del pensamiento, deberemos admitir que todas stas se convienen mutuamente y al mismo tiempo no se convienen, lo que es absurdo en tanto que no hay ningn contrasentido en suponer que el sujeto de la predicacin es el trmino correlativo.

    La conclusin que resulta aqu de hecho, aunque tampoco aparece explcita, puede formularse de este modo: es falso poner como sujeto (a determinar) de la predicacin un trmino que exprese una funcin pura cualquiera del pensamiento; por ejemplo: el uno. Tal fue precisamente el error de los eleticos. El verdadero sujeto a determinar es ms bien el otro, el no-uno, o sea: la X de la experiencia, la que designada ahora francamente Jen los captulos 22 y 26, correspondientes entre s) como lo participante o aparente. De este sujeto son vlidamente predicables todas las determinaciones, aun hs que se contradicen entre s, puesto que l constituye justamente (as cabe explicar el pensamiento de Platn) el terreno en que se instala la posicin