Propone Schiffrin, en ―El con- trol de la palabra―, una pren- sa subvencionada por el esta- do y propone además sub- venciones para los editores, distribuidores y libreros. Cree que el estado puede perma- necer indemne a las presio- nes de quienes detentan el poder, es decir, supone que el estado es un ente autóno- mo, superior y omnímodo, tal como otros creen que es el mercado. Pero afortunadamente el problema del comercio del libro no reside en la disyuntiva estado versus mercado. La angustia de Schiffrin, autor de ―La edición sin editores‖, es la concentración en unas pocas manos de editoriales, distribuidoras y medios de comuni- cación; advierte la situación de países como Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, en don- de un porcentaje elevado del mercado de libros ha sido acaparado por unas pocas corporacio- nes. Lo descrito por Schiffrin es cierto y por supuesto preocupante, más aun cuando se co- noce el increíble desparpajo con que por ejem- plo Patrick Le Lay presidente de TF1 (canal de televisión francés) afirma: ―El oficio de TF1 con- siste en ayudar a Coca Cola a vender su produc- to. Ahora bien, para que un mensaje publicitario sea percibido, es preciso que el cerebro del te- lespectador esté disponible. Nuestras emisiones tienen, por vocación, la tarea de hacerlo disponi- ble. Lo que vendemos a Coca Cola es tiempo de cerebro humano disponible‖. No obstante la propuesta de subvenciones o estatización de Schiffrin es ingenua y un tanto trasnochada. Vale en cambio la ponderación que realiza del trabajo de un grupo de editores y libreros gracias a los cuales se garantiza la efec- tiva circulación de verdadera literatura y de opi- niones independientes. Lo demás que suceda: el cambio de propiedad de ciertas editoriales, la concentración, el viraje ideológico de algunas o la desidia con respecto al valor de sus propios fondos editoriales, son asuntos dolorosos pero intrascendentes. El tiempo se encargará de ir reacomodando las cosas; por lo pronto es prefe- rible recordar la sentencia de Walter Scott: ―paciencia primo y baraja las cartas‖. (pfa) El secreto de Christine. John Banville con el seudónimo “Benjamin Black”. Alfaguara. John Banville publica su pri- mera novela policiaca. La prosa no es la misma arte- sanía meticulosamente cons- truida con maestría y preci- sión de Mefisto, por ejemplo, pero el arte de Banville sigue presente. Sobre todo en la deliciosa lentitud con la que va dibujando las escenas, entrelazándolas y mostrando a los personajes en acción. Esta vez, además, aparecen ciertas miradas, aquí y allá, sugiriendo la intriga. Dos ejemplos: ―El portero se volvió a reír, con una risa forzada, sin resuello. Quirke bruscamente se alejó caminando. Al bajar las escaleras notó en los nervios de la espalda los ojos de pronto serios con que el tipo lo seguía muy atento. Lo que no llegó a sentir fue la otra mirada melancólica, pendiente de él desde una ventana iluminada cinco plantas más arriba, donde algunas siluetas vagas, festi- vas, seguían de trajín, bebiendo a pie firme‖. Y más adelante, luego de describir una escena de felicidad conyugal: ―Besándose, no vieron en una ventana de la planta inferior de la casa una cara de labios finos, unos ojos fríos que los miraban‖. El propio Banville ha dicho, para explicar el cam- bio de nombre: ―A Benjamin Black le gusta contar una historia y no le preocupa en exceso su estilo, algo que a John Banville, en cambio, sí le preocu- pa muchísimo‖. Pero algo que hace de este libro una obra notable es justamente el estilo. Des- pués de todo, lo del seudónimo parece una ton- tería, puesto que los editores y el mismo autor se han encargado de contar desde el comienzo quién está detrás. La traducción del título parece una mala elección. La novela se llama Christine Falls, hermoso apellido y, como lo advierte Quirke ante el cadáver de la muchacha, muy diciente: ―… Christine cae… Y tanto que has caído: el ape- llido te sentaba como un guante‖. ¿No era ésta una advertencia lo suficientemente clara para traductores y editores? .Pablo R. Arango. Boletín Bibliográfico. Cra. 23 A No. 59-104. Teléfono 8854201. Manizales. Colombia. [email protected] - CAROLINA ARANGO * PABLO FELIPE ARANGO ISSN 1909-0110 Fecha del boletín Junio 25 de 2008. Volumen 1, nº 43. Libélula Libros. Boletín Bibliográfico. NOTAS (pfa) Don Pablo Rolando A. en el último número de la revista El Malpen- sante contrapone la sífilis al mal de Montano, prefiere la primera, su- pone que el dolor físico conviene más que otros dolores más profun- dos. ¿Qué vida es la que supone debe ser vivida? Jean Paul, el escri- tor del romanticismo alemán sabía que se pueden correr más riesgos yendo de la propia habitación a la de los hijos, que visitando el bajo mundo. La miseria física no tiene nada que ver con el tormento del alma, o con el del espíritu, si pre- fieren nombrarlo de esta manera. Y el arte tiene que ver con este y no con el primero. Se equivoca enton- ces Pablo, y él lo sabe, por eso acudió a los evidentes sofismas que empleó en su nota. Las lanzas ensangrentadas no llegaran unta- das de sangre de otros, sino de quien las trae, y para eso no es necesario levantarse de la silla. El desasosiego de Hemingway por ejemplo no tenía nada que ver con sus exabruptos físicos o su groser- ía, era un tormento interno que no requería alimento alguno. *** “…Está el viaje más allá de las columnas de Hércules y está el viaje mínimo de Pickwick, a los manantiales de Hampstead; o el de una habitación a otra en la propia casa, expedición no menos aventu- rada ni menos rica en encantos y riesgos. Los capitanes de altura de Fiume y Trieste que atravesaban los océanos llamaban burlonamen- te “capitán de cadin” (de palanga- na) a los que recorrían sólo peque- ños trayectos entre Trieste e Istria o entre Fiume y las cercanas islas del Quarnero, pero también en ese golfo el bóreas provoca tempesta- des en las que se puede naufra- gar.” (Claudio Magris. El infinito viajar) El control de la palabra.
Libélula libros es una librería ubicada en la ciudad de Manizales - Colombia. Fundada en el mes de julio de 2001.
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Propone Schiffrin, en ―El con-
trol de la palabra―, una pren-
sa subvencionada por el esta-
do y propone además sub-
venciones para los editores,
distribuidores y libreros. Cree
que el estado puede perma-
necer indemne a las presio-
nes de quienes detentan el
poder, es decir, supone que
el estado es un ente autóno-
mo, superior y omnímodo, tal como otros creen
que es el mercado. Pero afortunadamente el
problema del comercio del libro no reside en la
disyuntiva estado versus mercado. La angustia
de Schiffrin, autor de ―La edición sin editores‖,
es la concentración en unas pocas manos de
editoriales, distribuidoras y medios de comuni-
cación; advierte la situación de países como
Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, en don-
de un porcentaje elevado del mercado de libros
ha sido acaparado por unas pocas corporacio-
nes. Lo descrito por Schiffrin es cierto y por
supuesto preocupante, más aun cuando se co-
noce el increíble desparpajo con que por ejem-
plo Patrick Le Lay presidente de TF1 (canal de
televisión francés) afirma: ―El oficio de TF1 con-
siste en ayudar a Coca Cola a vender su produc-
to. Ahora bien, para que un mensaje publicitario
sea percibido, es preciso que el cerebro del te-
lespectador esté disponible. Nuestras emisiones
tienen, por vocación, la tarea de hacerlo disponi-
ble. Lo que vendemos a Coca Cola es tiempo de
cerebro humano disponible‖.
No obstante la propuesta de subvenciones o
estatización de Schiffrin es ingenua y un tanto
trasnochada. Vale en cambio la ponderación
que realiza del trabajo de un grupo de editores y
libreros gracias a los cuales se garantiza la efec-
tiva circulación de verdadera literatura y de opi-
niones independientes. Lo demás que suceda:
el cambio de propiedad de ciertas editoriales, la
concentración, el viraje ideológico de algunas o
la desidia con respecto al valor de sus propios
fondos editoriales, son asuntos dolorosos pero
intrascendentes. El tiempo se encargará de ir
reacomodando las cosas; por lo pronto es prefe-
rible recordar la sentencia de Walter Scott:
―paciencia primo y baraja las cartas‖. (pfa)
El secreto de Christine. John Banville con el seudónimo “Benjamin Black”. Alfaguara.
John Banville publica su pri-
mera novela policiaca. La
prosa no es la misma arte-
sanía meticulosamente cons-
truida con maestría y preci-
sión de Mefisto, por ejemplo,
pero el arte de Banville sigue
presente. Sobre todo en la
deliciosa lentitud con la que
va dibujando las escenas,
entrelazándolas y mostrando
a los personajes en acción.
Esta vez, además, aparecen
ciertas miradas, aquí y allá, sugiriendo la intriga.
Dos ejemplos: ―El portero se volvió a reír, con una
risa forzada, sin resuello. Quirke bruscamente se
alejó caminando. Al bajar las escaleras notó en los
nervios de la espalda los ojos de pronto serios con
que el tipo lo seguía muy atento. Lo que no llegó a
sentir fue la otra mirada melancólica, pendiente
de él desde una ventana iluminada cinco plantas
más arriba, donde algunas siluetas vagas, festi-
vas, seguían de trajín, bebiendo a pie firme‖. Y
más adelante, luego de describir una escena de
felicidad conyugal: ―Besándose, no vieron en una
ventana de la planta inferior de la casa una cara
de labios finos, unos ojos fríos que los miraban‖.
El propio Banville ha dicho, para explicar el cam-
bio de nombre: ―A Benjamin Black le gusta contar
una historia y no le preocupa en exceso su estilo,
algo que a John Banville, en cambio, sí le preocu-
pa muchísimo‖. Pero algo que hace de este libro
una obra notable es justamente el estilo. Des-
pués de todo, lo del seudónimo parece una ton-
tería, puesto que los editores y el mismo autor se
han encargado de contar desde el comienzo
quién está detrás. La traducción del título parece
una mala elección. La novela se llama Christine
Falls, hermoso apellido y, como lo advierte Quirke
ante el cadáver de la muchacha, muy diciente:
―… Christine cae… Y tanto que has caído: el ape-
llido te sentaba como un guante‖. ¿No era ésta
una advertencia lo suficientemente clara para
traductores y editores? .Pablo R. Arango.
Boletín Bibliográfico. Cra. 23 A No. 59-104. Teléfono 8854201. Manizales. Colombia. [email protected] - CAROLINA ARANGO * PABLO FELIPE ARANGO
ISSN 1909-0110
Fecha del boletín
Junio 25 de 2008.
Volumen 1, nº 43. Libélula
Libros. Boletín Bibliográfico.
NOTAS (pfa)
Don Pablo Rolando A. en el último
número de la revista El Malpen-
sante contrapone la sífilis al mal de
Montano, prefiere la primera, su-
pone que el dolor físico conviene
más que otros dolores más profun-
dos. ¿Qué vida es la que supone
debe ser vivida? Jean Paul, el escri-
tor del romanticismo alemán sabía
que se pueden correr más riesgos
yendo de la propia habitación a la
de los hijos, que visitando el bajo
mundo. La miseria física no tiene
nada que ver con el tormento del
alma, o con el del espíritu, si pre-
fieren nombrarlo de esta manera.
Y el arte tiene que ver con este y no
con el primero. Se equivoca enton-
ces Pablo, y él lo sabe, por eso
acudió a los evidentes sofismas
que empleó en su nota. Las lanzas
ensangrentadas no llegaran unta-
das de sangre de otros, sino de
quien las trae, y para eso no es
necesario levantarse de la silla. El
desasosiego de Hemingway por
ejemplo no tenía nada que ver con
sus exabruptos físicos o su groser-
ía, era un tormento interno que no
requería alimento alguno.
***
“…Está el viaje más allá de las
columnas de Hércules y está el
viaje mínimo de Pickwick, a los
manantiales de Hampstead; o el de
una habitación a otra en la propia
casa, expedición no menos aventu-
rada ni menos rica en encantos y
riesgos. Los capitanes de altura de
Fiume y Trieste que atravesaban
los océanos llamaban burlonamen-
te “capitán de cadin” (de palanga-
na) a los que recorrían sólo peque-
ños trayectos entre Trieste e Istria o
entre Fiume y las cercanas islas del
Quarnero, pero también en ese
golfo el bóreas provoca tempesta-
des en las que se puede naufra-
gar.” (Claudio Magris. El infinito
viajar)
El control de la palabra.
A la sombra de las hojas
A Patricia Lara le preguntaron: “¿Qué libro
falta en su biblioteca?”; contestó:
“Tantos…” (Cromos, 16 de mayo). Y no se
trata de una muchacha.
Según Nabókov, Flaubert le escribió a
Louise Colet: “Qué sabios seríamos si sólo
conociéramos bien cinco o seis libros.” (Curso
de literatura europea, Bruguera 1983, página
25).
¿Qué pulsión nos hace entonces multiplicar
el número de nuestros libros?
De memoria cito a Tagore: “No hay peor sed
que la del que teme sufrirla teniendo el pozo
lleno.” Si a mano está el libro, ¿por qué con-
sultamos catálogos? ¿Qué perseguimos en
las reseñas de novedades? En vez de decir
que nos faltan tantos libros deberíamos
convenir en que nos sobran muchos.
***
Hace tiempo Martín Franco me preguntó:
“¿sería usted tan amable de recomendarme la
lectura de algún buen poeta?” Como estaba
para salir el boletín número 41 donde men-
taba entre mis libros preferidos: “…El poeta
es un fingidor de Fernando Pessoa, selección
y traducción de don Ángel Crespo (Espasa
Calpe, 1982)”, juzgué que quedaba respon-
dido. Sinembargo el reencuentro de unos
libritos magníficos, que conocí por Octavio
Arbeláez, me recuerda a Valerio Magrelli.
Aquí va una muestra:
Especialmente es en el llanto /que el alma
manifiesta /su presencia /y por una secreta
comprensión /transmuta en agua el dolor. /
La primera gemación del espíritu / es por
tanto la lágrima, /palabra transparente y
lenta. / Según esta elemental alquimia / en
verdad el pensamiento se substancia / co-
mo una piedra o un brazo. /Y no hay turba-
ción en el líquido, /sino sólo mineral /
desconsuelo de la materia.
Lea a Magrelli, Franco: Ora serrata retinae, y
Vetas y Naturalezas: en Visor. Ah, y los cua-
dernillos estupendos de poesía (y de cuento:
Felisberto Hernández, Katherine Anne
Porter…) están en facsímile en: http://
www.materialdelectura.unam.mx/ Ahí: e.
e. cummings, T. S. Eliot y W. H. Auden.
Boccato di cardinale.
José Fernando Calle
Libélula libros
marginalidad, no existe mayor desconsue-
lo que el que siente un hombre al ver que
el mundo sigue su rumbo sin él. Pero una extraña mujer parece ser la clave para
abrir esa dimensión perdida, solo que la
violencia necesaria para volver a ingresar
al marco frágil y rígido, es tan franca que
cobra un precio difícil de pagar.
Leer a Marai provoca pánico, lo digo en
serio, no se trata de un pánico físico, ni
más faltaba, es pánico existencial ante la comprobación de que todos marchamos
por la frágil y delgada línea que recorren
sus personajes. A veces creo que aferrán-
dome a la silla será suficiente, pero es
obvio que no. (pfa)
La extraña. Sandor Marai. Traduc. Mária Szijj y J.M. González Trevejo.
Salamandra. 2008.
No sabemos los lectores en español
cuántos libros más de Sandor Marai
tendrán guardados sus editores. Ojala bastantes. No sobran sus historias bur-
guesas, morosas y profundamente indi-
viduales, porque si algo caracteriza las
novelas de Marai, es la obsesión por el
individuo y los asuntos que incumben a
este en lo más profundo de su ser. La
gracia del escritor húngaro se evidencia
en esos monólogos que sostienen los personajes con ellos mismos, o en los
devaneos que les surgen precisamente
cuando dialogan con otros. Lo importan-
te sucede en el margen de la conversa-
ción, en los silencios, o en las frases no
dichas pero si pensadas.
La extraña es una novela de la misma
estirpe de todas las anteriores: centro-europea, con personajes de clase alta y
media aparentemente elementales pero
que finalmente revelan hondura y com-
plejidad en momentos inesperados.
El Profesor Azkenasy es una especie de
Wakelfield que sin proponérselo se des-
cubre al margen, y no logra volver a en-
trar al cuadro de su vida. No puede haber mayor tragedia que aquella de la