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ERNST BLOCH EL PRINCIPIO ESPERANZA [3] Edición de FRANCISCO SERRA EDITORIAL T R O T T A
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Bloch E El Principio Esperanza Vol III 1938 1947

Nov 25, 2015

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  • ERNST BLOCH EL PRINCIPIO ESPERANZA

    [3] E d i c i n de F R A N C I S C O S E R R A

    E D I T O R I A L T R O T T A

  • r O L E C C I N E S T R U C T U R A S Y P R O C E S O S S e r i e F i l o s o f a

    Ttulo or ig ina l : D a s Prinzip Hof fnung. In fnf Tellen

    Editorial Trotta, S . A . , 2 0 0 7 Ferraz, 5 5 . 2 8 0 0 8 Madrid

    Telfono: 91 5 4 3 03 61 Fax : 91 5 4 3 14 88

    E-mai l : [email protected] http://www.trotta.es

    S u h r k a m p Ver lag, Frankfurt a m Main , 1959

    Herederos de Felipe G o n z l e z Vicn, pa ra la t raduccin, 2 0 0 7

    I S B N : 9 7 8 - 8 4 - 8 1 6 4 - 6 6 2 - 7 (obra completa) I S B N : 9 7 8 - 8 4 - 8 1 6 4 - 7 5 7 - 0 (volumen 3)

    Depsito L e g a l : M - 2 5 7 9 0 - 2 0 0 7

    Impresin i H c i i o l o g i a Or f i ca , S. L.

  • Parte Quinta {Identidad)

    IMGENES DESIDERATIVAS DEL INSTANTE COLMADO

    (MORAL, MSICA, IMGENES DE LA MUERTE, RELIGIN, NATURALEZA ORIENTAL, S U M O BIEN)

  • El todo en su sentido identificante es lo general de aquello que los hombres, en el fondo, quieren. EstiJ identidad de todos los sueos soados despierto, de todas las esperanzas, utopas, se encuentra en el fondo oscuro, pero es asimismo el fondo de oro sobre el que se han pintado las utopas concretas. Todo sueo diurno serio apunta a este ob\e u n i a m e m o t o m o ^. s\i suelo patrio; es la experiencia todava inencontrada, la expe-runentada todava-no-experiencia en todi experiencia llegada a ser hasta ahora.

    {El principio esperanza, vol. 1, p. 3 6 9 )

  • 43 . NO ESTN CLARAS LAS CUENTAS CON UNO MISMO

    Viaja a donde quieras. (Adagio)

    Desde muy temprano se quiere retornar a s. Pero no sabemos qui-nes somos. Lo tnico que aparece claro es que nadie es lo que qui-siera o podra ser. D e ah la envidia comn respecto a aquellos que parecen tener, ms an, que parecen ser lo que a uno le corresponde. D e aqu tambin e"! placer por comenzar algo nuevo, algo que em-pieza con nosotros mismos. Siempre se ha intentado vivir de acuer-do con nosotros mismos.

    En nosotros se esconde lo que se puede llegar a ser. Se nos mues-tra c o m o el desasosiego de no estar suficientemente determinados. La manifestacin ms visible, aunque no la nica, de este sentimien-to es la juventud. As la muchacha que se acicala para el hombre soado que ella no conoce . As el adolescente que se tiene por este hombre soado y tambin capaz de realizar grandes cosas, slo que no sabe en qu terreno. En esta situacin el hombre se tiene en la punta de la lengua, slo que no conoce todava cul es su sabor. Todo lo que ha llegado a ser hasta entonces causa el efecto de una remora, y en el mejor de los casos, de una costra provisional de la que hay que desprenderse. El interior trata de entrar en movimien-to, busca la accin que pueda conformar autntica y exteriormente. La juventud, sin embargo, lo nico que hace es manifestar lo que vale por doquier, siempre que un hombre no est todava acabado. Tambin el hombre maduro, siempre que no es un msero o un zafio, redondear a menudo su vida, no la terminar nunca; esto lt imo ni lo querr ni estar en situacin de llevarlo a cabo. Lo que se desea es que lo nuestro, oscuro y significativo, sea manifestado y sea tenido. Ello se intenta solitariamente, o entre dos, o en un grupo; lo que se quiere siempre es una vida que no se aparte de nuestras incli-naciones y energas. Todo ello es muy vago, porque la mayora de las personas ni siquiera conocen sus propias inclinaciones, y tambin, sobre rotio, porque nadie puede tener las cuentas claras consigo mis-

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    mo cuando las cuentas no estn todava claras en las relaciones entre ios hombres. N o obstante lo cual, aqu, en el mbito de la propia actitud, uno se pregunta, sin embargo, qu es lo que hay que buscar y qu es lo que hay que eludir. El hombre aparece tal c o m o l quisiera actuar, y el quererlo as hace posible, a la vez, que otros puedan con-vencerlo de cmo l se quisiera a s mismo. Por doquier est bien lejos de hallarse en forma. Todo el mundo puede escapar de su propia piel, porque ninguno la lleva ya.

    44 . EL HOGAR Y LA ESCUELA INICL\N

    Todo hombre tiene ante s una imagen de lo que debe llegar a ser.

    (Rckert)

    El joven tiene que llegar a ser algo, hay que hacer algo de l. A la ju-ventud se la educa; la carne cruda no se come. Por ello precisamente se la muele o se la guisa, se la convierte en los nombres que figuran en las cartas de los restaurantes. Un hombre decente, una persona ho-nesta: nada puede decirse en su contra y s mucho a su favor. Ningu-na comunidad podra subsistir en otro caso; la aplicacin en el trabajo es necesaria. Pero lo utilizable desde el punto de vista burgus es que-rido como algo pequeo, como especialmente disminuido, de modo artificiosamente ahistrico, con toda una serie de colores desvados. No fumes, no bebas, no juegues a las cartas, no mires a las chicas: es el someterse y el ser sometido c o m o una caricatura moral . El hombre decente piensa en s en ltimo trmino. De aqu que la regla sea: y ahora, personita, qu hacemos? Incluso cuando ya ha sonado una llora despus de las doce, el hombre decente tiene que ser juicioso.

    Nadie ha nacido para ello, sino que todo ello tiene que lograrse en lugares adecuados. En los jvenes hay en s muchos procesos au-daces de direccin todava poco precisa. Estos procesos, sin embargo, son sometidos a norma en el hogar y en la escuela; nadie se doblega tempranamente, porque nadie quiere que se le tenga por dcil. N o obstante lo cual, lo que los amaestradores en el hogar y en la escuela persignen es algo inverosmil: que el hombre consienta en todo lo que despus se va a cometer con l. La voluntad es desviada amable-mente o quebrada rigurosamente hasta que pasa a ser una sonrisa o niia reverencia. El entendimiento es ejercitado de tal manera que no salga ya ms del crculo de las preguntas y respuestas estereotipadas i|ue esperan al empleado. Desde el puni de vista burgus lo linico

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    que se trata de lograr son servidores, y de ninguna manera, desde luego, lo que debera estar tan prx imo a los oprimidos: vengadores. En trminos generales, el escolar debe ser llevado al denominador comn de la poca en que ha nacido. Y de modo muy especial, al denominador del estrato al que pertenece por razn de sus padres. N o fue considerado durante mucho t iempo como un estamento que dominara el leer y el escribir el tercer estado, para no hablar ya del cua r to . Y si la soc iedad burguesa, que precisa mucha ms fuerza de trabajo adiestrada que la sociedad feudal, ha situado una especie de fundamento comn en el leer, escribir y contar, esto es slo como un fundamento en el que el trabajador tiene que detenerse, mientras que los seores de ms categora llegan a los idiomas y a otras cosas. Todo ello, sin embargo, confluye en el modelo empleado, el ms diluido que existe. Toda educacin, desde luego, est orientada a un modelo , slo desde el cual se deduce la especie de disciplina, y slo hacia el cual est dirigida la especie del camino formativo. En tanto que laxitud, la disciplina proviene del t ipo burgus inseguro y desin-tegrado, mientras que, en tanto que severidad, proviene de una disci-plina anterior, que imitaba o falsificaba una aristocracia que todava era vinculante. La disciplina laxa se llama ltimamente una disciplina progresiva, o, lo que es lo mismo, una disciplina que no acta sobre nadie, pero que t ampoco tiene un objetivo cierto. Hace superficial, y bajo la apariencia de un saber, hace ignorante; es de esta especie de escuela de la que procede el playboy. D e la vieja y severa escuela, hoy pasada de moda, de la escuela del rigor, procede, sin embargo, el hombre a toda prueba. En ambos casos, el mtodo de formacin, en tanto que Instituto de Segunda Enseanza de Ciencias Naturales, responde a la vida capitalista inmediata, mientras que en los sedi-centes Institutos de Segunda Enseanza Humanistas, responde casi siempre a las olvidadas musas de escayola, fabricadas o heredadas necesariamente, a fin de que no se nos presenten tan poco bellas o tan vacas. Bien sea que vaya a travs de resultados tiles o bien a travs de versos griegos, la finalidad de la formacin es siempre el miembro sumiso de la sociedad burguesa. Un miembro que no se arre-piente nunca de lo que ha aprendido, pero que no hace jams uso de ello para experimentar y aprender lo que puede ser incmodo a las clases superiores. Esta escuela no termina ni siquiera en las personas mayores; como tuce un refrn romano, ellos tenan que saberlo, el hombre es siempre un recinta. Sobre todo ello ejerce su sedncciini el fittlrituiii i on bn inos ingresos, el inco t|iie lia llot;,ul(> a ser < ilizf/i snslaiK ialineiilc. l o s alemanes, ^ulcni.is, diri^'.cn l,i inn.id.i .1 los csln

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    ili.mtcs tic las corporaciones, al militar, y anhelan para sus hijos esta esplendorosa magnificencia. Con el sonido de sus armas atraviesan los ltimos caballeros los sueos que van a dar el lt imo toque; a tra-vs lie una especie de imitacin que nunca se hace verdad. El pequeo burgus medio est absorbido por tales imgenes y dirige su mirada a una vida superior y ms decisiva. En esta vida no podra encontrarse ni siquiera algo despreciable; el profesor en el Instituto no ha sabi-do ser modelo, y en la vida profesional posterior lo que domina no es precisamente el cordero. Pero de lo que se trata es de cul es la especie de vida ms decisiva, de en qu consiste su mayor altura res-pecto a la anterior. Tal como las cosas son, la educacin sigue siendo hasta su final la labor ms conforme de todas las labores, sin que ni uno solo de sus modelos sea un modelo del maana. ltimamente ha aparecido el sedicente trabajo educativo social, la formacin hacia un pueblo estatal y cosas semejantes. Aqu se tiende, en primer lugar, a la calidad de miembro til, pero , en ltimo trmino, a la calidad de miembro til para el estrato oprimido, para su voluntad propia entendida. Al contrar io, en tanto que conciencia de clase, esta ltima debe ser impedida, y es as como en la formacin burguesa del hom-bre maduro no slo se ofrece un saber estril, sino, cada vez ms, una mentira radical. Pero en verdad slo puede educarse hacia el modelo cantarada, tal y c o m o es ya el caso en un gran pas. Esta es, a la vez, la nica forma de utopa de la que puede decirse que es utpica en el buen sentido, o, lo que es lo mismo, una educacin que com-prende y aprende lo viejo desde lo nuevo, no al revs, y que no lleva a lo agostado o impedido conscientemente la estructura cannica del querer y del saber. Aqu surge el paso erguido, el ser uno mismo en el ser en comn, y tanto los escolares como los maestros viven hacia adelante, en fronteras que avanzan constantemente. Viven all donde el objetivo mismo es joven, hacia all donde el que aprende se hace lcido y llega a su forma.

    45 . PROTOTIPOS DESTINADOS A HACERSE SEMEJANTES AL HOMBRE

    Un hombre que no lleva en s una especie de imagen soada de s mismo es tan monstruoso como un hombre sin nariz.

    (Chcsterton)

    Ninguno de nosotros podra dejar de ser otro. Un arbusto hace bas-i.uiu- con ser un arbusto. Un hombre, cii cambio, c o m o ser inacaba-do que es, puede serlo todo, por as d i i i r l o . Oscuro e inditermiua-

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    do c o m o lo es en s mismo, en sus pliegues. Entregada a s misma, una mujer a la que le va mal es, por as decir, capaz de todo. Un hombre llevado a una situacin precaria, o arrojado violentamente de su situacin anterior, es capaz de caminar entre dragones. Los ejemplos de ello son tan numerosos c o m o la arena sobre la que se hallan edificados. Se encuentran tanto en la vertiente sombra del quin lo hubiera pensado de l, c o m o en la otra de la admiracin por los logros alcanzados. Desde luego, aqu hay algunos elementos elaborados de antemano, porque ningn hombre es slo cera y nin-guno tampoco una rueda que ruede l ibremente de por s. En lugar de la cera tenemos disposiciones innatas, aunque son disposiciones ms de la aptitud que del carcter. En lugar de la rueda que rueda libremente por s misma, tenemos la clase, tenemos la sociedad y la poca determinadas en las que nacen los hombres con todas sus dis-posiciones innatas. Aqu se dan modelos heredados de singularidad, modelos conformados histricamente slo merced a los cuales puede aprehenderse el suelo del propio papel que desempear. La juventud buena y no pervertida, sobre todo, desea asemejarse a personafidades firmes y fuertes. Precisamente porque los hombres son en s todava algo indeterminado, necesitan un elemento intermedio de espejo o de pintura hacia el cual puedan dirigir la mirada. Aqu se les refleja, intensificada como noble consejo o incluso c o m o obligacin, la ima-gen de lo que, de acuerdo con sus disposiciones y con la poca, deben llegar a ser para disfrutar de una paz no slo interna.

    Esta orientacin es, sin embargo, slo posible por el hecho de que nadie se es semejante. Nuestro ncleo permanece oscuro e inde-terminado, y nadie sabe cul es su nombre. Pero en la misma medida se es determinable, lo que, por lo que se refiere a la actitud en el seno de una voluntad ordenada, slo significa: determinable ticamente. Slo por razn de la cera que se halla en el fondo es posible tanta presin en la educacin y tanta forma coactiva tambin despus. Pero slo por virtud de la determinabilidad inconclusa del hombre han aparecido social-histricamente tantas de sus posibles fisonomas y se hallan tambin tantas de sus determinaciones en el futuro. Determi-naciones en su doble sentido: como definitio y destinatio de la incg-nita humana. Los hombres siguen siendo experimentables en relacin con su verdadera fisonoma, j u n t o con el objetivo hacia el que est dirigida la actitud y la accin correspondiente, en otras palabras, jun-to con la actividad ilel carcter surgido en ri'iaci

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    sino c o m o una libertad para qu, todo ello se halla abierto felizmente al trabajo ticamente determinante. El modelo que se pone ante lt)s ojos a los hombres en los pases americanizados es, desde Ini 'go, el peor y el ms desvado: el del empleado. Y, sin embargo, ha liabitio tipos burgueses ms nobles y ms adecuados al deseo, como, por ejemplo, el modelo del maestro artesano capaz. Ha habido tipos ms bellos, incluso tipos que aspiraban realmente a la destinatio, si bien siempre con el menoscabo constante del siervo que tiene que alimentarse. La historia precedente ha creado as mismo el conjuro, pero laiubin la riqueza de aquellos tipos cannicos del momento que pueden ser designados como modelos precedentes en cada instante. Tales tipos son, por ejemplo, el guerrero, el sabio, gentleman e incluso el citoyen. Todos estos modelos ondeaban como pancartas, como motivos seductores-obligantes; el hombre perfecto tena que adecuarse o deba adecuarse a tales modelos. En estos modelos se condensaba aquella conformacin visible humanamente, conformadora en s, llamada segn los casos virtud, no un comportamiento dado en la criatura, sino propuesto a ella. O lo que es lo mismo: los modelos, en tanto que modelos de actitud, no se hallan simplemente en el espacio interno de una actitud moral formalmente buena. Pero tampoco se hallan en el espacio ahistrico de una coleccin apersonal de virtudes o de una teora moral de los bienes. Los distintos modelos muestran virtudes de una manera conformada socialmente, pero tambin, a la vez, de una manera obligante y utpica. Y por esta razn, los modelos, pese a su fundamento clasista en parte, hace ya mucho tiempo tiesaparecido, poseen todava una atraccin, tal y c o m o si la virtud propuesta en ellos no hubiera sido an totalmente cumplida o totalmente desechada. Este contenido no vinculado a su t iempo, es decir, transformable y susceptible de nuevos horizontes, hace que sea posi-i)le una herencia de actitudes y su virtud, no slo una herencia de obras culturales. Hace posible que la imagen de un caballero o de un monje pueda despertar un deber en el que se mezcla una especie de prdida, de reencuentro, de anhelo; as, por ejemplo, en el Caballero de Hamberg, as tambin en el San Jernimo en su celda, de Durero. D e esta suerte se alzan sobre su lugar social imgenes desiderativas di'l ser humano autntico, en una diferenciacin experimentadora, en una modalidad no agotada en todos sus extremos. C o m o imgenes especialmente utpicas, y hasta llegar al citoyen, se nos destacan en 1.1 misma medida en que lo es el hombre cristiano de las guerras campesinas. El citoyen es el tipo que ha permanecido ms general o ms insiislnncial, pero tambin i-l tipo menos incorporado o menos

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    Utilizado en la sociedad clasista. En relacin con el suelo econmi-co-social de entonces se destacaba como una especie de camarada lejano, pero , por ello mismo, mucho ms ensalzado y mucho ms utpico que el monje mismo. Se destacaba del hombre indivi-dual-egosta de la sociedad burguesa lo que entonces se llamaba simplemente l'homme un modelo que se iba a revelar, ms tarde, simplemente como el burgus, pero que, sin embargo, y en sus co -mienzos, fue el sujeto de los revolucionarios y burgueses derechos del hombre. El citoyen, en cambio , tal como M a r x lo ha diferenciado, por primera vez, de l'homme, estaba pensado c o m o miembro de una polis no-egosta, y en este sentido, todava imaginaria. Fue idealizado como la otra faz del burgus, y en este sentido, en sus sueos no-egos-tas y t ampoco dominados por la divisin del trabajo, no cosificados, fue muy forzadamente idealizado. La posibilidad de este modelo, de este modelo no slo des-estamentalizado, sino prematuramente des-clasificado, slo poda, por eso, ser buscado en deseos disfraza-dos o en una hteratura necesariamente pattica e incluso retrica. El pathos de la faz del citoyen va desde Addison y Alfieri hasta Schiller, donde halla su culminacin; un pathos que no se hunde, pero que, tras el triunfo del burgus, se hace pesimista en Hlderlin, y en lilti-nio trmino, en Shelley. El disfraz desiderativo del citoyen se mues-tra, en cambio , en medio del tumulto de la Revolucin francesa, jus-tamente c o m o utopa del ciudadano de la polis, del hombre destacado polticamente, de acuerdo, en su ms profundo sentido, con un mo-delo clsicamente romantizado. Madame Roland lloraba porque no haba nacido espartana; Brissot se tena por el Cicern francs; R o -hespierre se identificaba con Arstides y con Catn, y Desmoulins, con Bruto. Tambin la Emilia y el Odoardo de Lessing o la Verrina de Schiller se apoyan claramente en modelos de la Antigedad; pero, sin embargo, el verdadero modelo era utpico-abstracto. En tanto que prototipo, es el nico que no procede de la prolongacin de gneros humanos ya existentes, de tipos humanos socialmente valiosos, sino, casi exclusivamente, de una sociedad inteligible. De una sociedad que, desde un suelo clasista, tiene que aparecer necesariamente c o m o algo abstracto, e incluso c o m o algo retrico y ataviado, pero que, sin embargo, no por eso deja de reflejar una aurora: en noble y altiva virilidad. Hl citoyen es la penltima personalidad valiosa aparecida histricamente, y precede, si bien de modo general y empalidecido, al prototipo ilel camarada. Hasta aqu, lo que haba que decir sobre los prototipos tlestiiiailos a hacerse scimiai i lc al homlirc; totlos sur gen y se suceden < I O I K M I M I o sociahmii tc , lio obstanli ' lo cu.il, son

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    * Qu hay que buscar, de qu hay que huir? 1. J . R Jacobscn, N;

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    Tantas cosas pendientes

    El camino hacia nosotros mismos no es, por eso, nunca seguro. Tam-bin el tipo burgus, tan angosto por otra parte, tiene que vacilar aqu: mueve la cabeza y ve en lo ms menudo, al menos, una posibi-lidad. Qu es ms deseable, enraizarse o cambiar de lugar, cambiar de posicin? El cambio mantiene joven, pero el sedentario llega con ms facilidad a una edad provecta. Qu es mejor, golpear a un nio llevado por la clera o de manera fra? Qu es mejor para los ner-vios, esperar siempre lo malo o siempre lo bueno? Y es as que lo ms simple no es sencillo cuando se trata de realizarlo, y que todo paso da que pensar.

    Vestido demasiado abrigadamente

    Y adems, sobre todo, debe sernos cmoda la piel? Segn se hace la cama, as se duerme; pero es que se quiere dormir, y dado el caso, de qu manera? Quien madruga, acaba pronto muchas cosas y tiene tambin pronto el goce del trabajo hecho. Sin embargo, puede tam-bin haberse empezado demasiado apresuradamente, de tal suerte que al trmino del da o incluso de la vida se arrepienta uno de haberse entregado con inmadurez, de haberse fijado antes de t iempo. Si, al contrar io, se comienza al trmino del da, y ms an, al trmino de la vida, hay poco motivo, es verdad, para arrepentirse de haber obrado apresuradamente o inmaduramente, pero, en cambio, se ve uno pri-vado del hermoso y largo t iempo, y ante tantas cosas inacabadas, el final prximo puede constituir un tormento . A ello hay que aadir, desde luego, que es bueno el descanso tras el trabajo realizado; y, sin embargo, desemboca verdaderamente el trabajo en el descanso? No enerva la vida tranquila? No es ms deseable una vida excitada, desasosegada o incluso arriesgada? En s lo que ms deseable aparece es un lecho blando. Pero tambin un cuerpo, un msculo, un hom-bre blandos? No , ciertamente; son contraproducentes un exceso de lana y de mantequilla, y slo los golpes educan. Y, sin embargo, tanto lo hogareo como lo endurecedor, lo duro y lo desbocado pueden atraernos y ofrecernos un punto de referencia; no hay duda de que tanto en la pluma c o m o en el acero puede esconderse una seduccin. Nos encontramos aqu con dos caminos, de los cuales ha podido de-cirse precariamente: el comodn aspira a una dicha blanda; el vale-roso, a una vida arriesgada. Aiiora bien, esta ltima no hace tambin a los suyos dichosos, o esl escrito en alguna parte que s(')lo la dicha

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    blanda es dicha? Es una pregunta que afecta ya al escolar, cuando es sometido a la disciplina, cuando empieza a gozar, por fin, de un am-biente riguroso. Y no es el peligro lo que precisamente no detiene al hombre valeroso, lo que precisamente tiene que ser superado por l? Nada ms dulce, a su vez, que tenderse despus sobre la piel extendi-da junto al calor del hogar.

    Caza desaforada y temeraria

    Y, sin embargo, seduce toda situacin en la que el peligro acecha. Una vez ms resuena la llamada a la vida arriesgada, y los nazis supieron revivirlo. Desde luego, no hay duda, para las vctimas del fascismo la vida es incomparablemente ms arriesgada que para el asesino mis-mo. C o m o por virtud de la explotacin protegida por l, el fascista estaba en situacin de ofrecer la dicha a sus cmplices y compaeros de viaje pequeoburgueses, estaba tambin obligado a calumniar esta vida. N o que el nazi inventara o constituyera aqu tampoco nada; lo que hizo fue falsificar antiguas virtudes o revestir al pequeo bur-gus c o m o hroe o asesino de gentes indefensas con unas virtudes de las que nunca se le hubiera credo capaz. Ms all de los asesinos luce una imagen autntica de la vida arriesgada: la vida del solda-do. Una imagen dirigida exactamente contra el individuo blando, acomodat ic io, contra el cobarde que no se enfrenta con las cosas por grado o por fuerza. Lo temerario se alza contra lo asegurado en todos los puntos, contra el necio que lo que quiere es que su bacinilla se mantenga templada. Babbit slo recorre caminos trillados, y si el mundo cambia, piensa en sus pantalones del domingo. En la poca imperialista incipiente, llamando a rebato brbaramente, nadie, des-de luego, ni nadie ms problemticamente que Nietzsche apel a la voluntad vital del soldado; ni nadie ms que l inyect la sospecha cont ra la dicha menoscabadora. Esta dicha es aqu obje to sin ms del desprecio, lo mismo si se presenta c o m o el miserable placer en-tre dos personas que si se presenta c o m o la dicha del mayor nme-ro posible de personas. M u y bien adivin Nietzsche toda su dicha de moscas y su zumbido en torno a las vidrieras baadas de sol. Al filisteo se le atestigua con repugnancia: Se tiene su pequeo placer en el da y su pequeo placer en la noche , pero se venera la salud. La dicha es cosa de mujeres, cosa de siervos, revoltijo del populacho; ms an, y en tanto que afectos de la debilidad, la dicha y el temor son recprocamente afines. Ambos pertenecen al chacal:

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    El valor y la aventura y el placer de lo incierto, de lo todava no osa-do, el valor, digo, me parece que constituye la prehistoria entera del hombre. El hombre ha mirado con envidia, se ha apoderado de to-das las virtudes de los animales ms salvajes y ms valerosos, y es as c o m o , por primera vez, se hizo hombre.

    Zaratustra clamaba as en las horas de la urbanidad, en la poca de la dicha familiar disciplinada y mentida. Clamaba por un Jugend-stil, hasta que las frases robustas, adornadas y vacas, se mostraron aptas para el comando fascista y, muy consecuentemente, iba a apare-cer lo aristocrtico en lugar de lo bueno como populacho capita-lista asesino. N o obstante, por lo que se refiere a este Nietzsche mis-mo del antipequeo-burgus, hay que decir que su lugar se encuentra en otro sitio. Se trataba de una actitud no muy lejana a la actitud de soldado del hombre revolucionario. Tambin a sta le es ajena el tic-tac de la dicha menuda y la complacencia en ella; aunque, eso s, por la razn y el objetivo de que busca una dicha mayor. Desde el punto de vista revolucionario, la sugestin de la vida arriesgada no es un fin en s mismo, ni menos an el placer abstracto de lo incierto. Aunque tambin, desde luego, la actitud revolucionaria se identifica en ms de su mitad antes con el valor y la aventura que con la preocupacin por el buen pasar con su porcioncita para cada uno. El rincn del sof con el cigarro fumado lentamente puede ser un escondrijo, pero no es un puesto de alerta. Que la aventura tiene que estar cimentada si se quiere que sea revolucionaria, no golpista, no modifica en nada la voluntad arriesgada en ella.

    Dicha francesa y alegra

    Pero, se ha preguntado ya, es que slo la dicha blanda es verdadera dicha? Limitar la dicha en este sentido sera lo mismo que reducir to-talmente la vida arriesgada a la barbarie. Y as como esto no es lcito, as t ampoco lo es, y en menor medida an, la reduccin de la dicha o el bienestar a un trmino medio modesto o necesario. Babbit , tan alicorto, ha echado todo por tierra, lo mismo el valor de la lucha que la jovialidad. Pero hay tambin formas que no se han menoscabado por concentrarse en la medida, en la casa y, sobre todo, en la apa-cibilidad; formas que, a diferencia de la vida arriesgada, no pueden mmca estar salpicadas de sangre. Son las formas de la dicha francesa, paso a paso, enraizadas de antiguo en la tierra, llenas de atencin epi-crea, lie sentido sereno y de entraa, l'.l vino, el vino greco-romano.

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    ha reahzado aqu una labor educadora; y de aqu el gusto por finezas por doquier, en la botella, en los platos, en la mujer, en la conver-sacin. Incluso las huellas de un largo servicio bajo las banderas de Eros no tienen nada de conturbador, y tambin la despedida tiene aqu algo de la despedida de un banquete. Donde el ambiente acogedor francs se nos muestra ms bello es en Horac io ; y si el espacio nos aparece en dimensiones reducidas, no por eso nos aparece raqutico, sino muy al contrario. Horac io nos describe su vida en su refugio de los montes Sabinos, y nos la describe invitndonos a ella; dando la bienvenida al amigo en la puerta, alabando los platos de la tierra y el fresco Falerno y las conversaciones despreocupadas a travs de toda la noche. La imagen de esta placidez intensa puede ser ms sintomtica para un hombre que trata de serlo, que la cancin b-lica que no hace ms que sacarlo de s. Y es que, a diferencia de la vida arriesgada, la dicha se caracteriza porque es una nica afirmacin del hombre y de su concentracin. Y contiene en s siempre que se pueda prescindir del vientre prominente aquella adecuacin y aquel equilibrio recprocos del interior y el exterior, cuya expresin ms sonora se llama alegra. La alegra es la aristocracia de la dicha, a la que nada puede disputar el rango de la vida feliz. La alegra se encuentra por encima del esfuerzo interminable, de la gravedad del estar a la altura que despliega el hombre que tiene que acreditarse c o m o tal constantemente frente al peligro. Y es por ello por lo que, a la larga, y no sin sorpresa, el mismo Nietzsche no ve su objetivo lt imo en la vida arriesgada. El que odia la dicha blanda es, en ltimo t rmino , el predicador del buen estado de nimo, aunque ste sea transitorio. Nietzsche alaba el baile y la buena disposicin para el bai le , y llama superhombre a aquel que construye su dicha en giros. Si se enfrentan el afn por la obra y el afn por la dicha, hay que decir que la obra misma es predicacin contra la conturbacin y la melan-col a : All donde se encuentra la obra, all se encuentran tambin islas afortunadas. Si el placer envilece, y si la vida arriesgada vivida por s misma hace de uno un ser acuciado y vaco, slo en la alegra se descubre la profundidad: Porque todo placer quiere eternidad, pro-funda, profunda eternidad. En Dioniso ya no se trata de un pequeo placer, de un dctac, de una complacencia miserable. Ya no se trata del sentimiento a la Babbit del mal soldado que calcula por sus heridas el x i to de una batalla. No se llama incluso bienaventuranza al gran placer? S, desde luego, y as se acerca desde antao a los sabios y a los mejores sonriente, no buscando pelea.

    N o es casual que esta sonrisa nos parezca francesa, ima sonrisa

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    de la que ha desaparecido toda convulsin, y a travs de la que luce la precisa serenidad. Pero tambin la menor alegra tiene en comn con la alegra bienaventurada el resplandor que falta a los animales de presa, por muy abigarrada que sea su piel. La brutalidad se opone a la dicha francesa, pero ninguna alegra se opone a la dicha france-sa; la alegra se incorpora, ms bien, el vino de Borgoa. Si todos los hombres tuvieran su gallina en su puchero y supieran gozar de ello, no habra ningn menoscabamiento, sino que aparecera el apetito de ms. El consejo de despreciar la dicha no proviene de los hroes, sino de los explotadores. El peligro desaparece muy difcilmente, pero de-bera desaparecer; la alegra desaparece fcilmente, pero no debera desaparecer.

    La aventura de la dicha

    C o m o es bien sabido, los das felices pueden ser peligrosos desde otro punto de vista. Se nos presentan, en efecto, como difcilmente so-portables: el whisky es muy barato, hay demasiada tranquihdad, de-masiada concordia. La posibilidad de esta situacin es, desde luego, mnima, y prematura la preocupacin por ella; la predicacin contra ella es reaccionaria. N o obstante lo cual, una serie de das felices pueden aparecemos espordicamente c o m o aburridos en la super-ficie: muchas cosas divertidas se contemplan a la postre con mirada triste. Pero las razones de ello no se encuentran en la dicha, sino en el hombre que la acoge. En el animal de trabajo que no est ya en situacin de gozar del oc io , en el mismo ocio burgus que responde tan exactamente al sentimiento burgus cotidiano como el hueco en la dentadura responde al diente que antes lo ocupaba. En los casos inferiores el hombre del trabajo no se encuentra con humor para la dicha, y en los casos superiores no est en disposicin para ella. Precisamente por ello, de la voluntad a la dicha se obtiene una nueva perspectiva del ser del soldado. El individuo castrense rinde home-naje a la vida arriesgada, pero nunca por razn de ella misma, sino con el fin de aplicarla a la conquista de la dicha. Haciendo subsistir sus contornos y apartando de ellos todo cieno, conquistando sus pro-fundidades, las cuales no son sin ms accesibles al goce meramente pasivo y distendido. En tanto que es nuestra extroversin, la vida arriesgada no tiene la ltima palabra, pero en la dicha y referida a la dicha s puede tener la penltima palabra. En la desembocadura de la dicha hay aventuras y recorridos de los cuales nada sabe ni el da se-dentario ni el atardecer vacuamente tlistendido. Es por eso por lo que.

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    47. PARADIGMAS DE LOS RITMOS VOLITIVOS Y DE LA CONTEMPLACIN, DE LA SOLEDAD Y DE LA AMISTAD, DEL INDIVIDUO Y DE LA COMUNIDAD

    Entre nuestras acciones acostumbradas no hay una entre mil que nos concierna. Aqul, all, que trepa el muro batido re-bosante de furia y exponindose a tantas bocas de fuego, es que lo hace por su propio inters? Este, aqu, que pasada la medianoche sale de su biblioteca, pensis que investiga en los libros cmo puede ser, cada vez ms, un hombre ms honesto, ms satisfecho y sabio? No, lo que trata es dejar a la posteri-dad la cantidad silbica del verso de Planto.

    (Montaigne, Ensayos^)

    Un hombre decente

    El camino hacia nosotros mismos es tambin muy ambiguo. Ser libre, se dice, es poder escoger entre dos o varias cosas. Ahora bien, este sedicente hombre libre slo pocas veces ha escogido las cosas entre las que tiene que escoger. Y adems, cmo ha de seguir comportn-dose el que escoge una vez tomada la decisin? Y si bien es verdad y bueno que la sopa no se come nunca tan caliente c o m o ha sido preparada, tambin es verdad, lo que no es tan bueno, que al vino se le echa mucha agua. El hombre prudente cede, es un conse jo ; pero un consejo que llega, en ciertos casos, a la afirmacin muy proble-mtica de que una cosa puede ser ms reconocida si se ha luchado por ella que si se ha contribuido a hacerla. Lo que puede conducir muy fcilmente a aquello de bailar al son que te tocan, y en ltimo trmino, a convertirse en un traidor. El otro y noble consejo dice que hay que mantenerse firme pase lo que pase. El consejo no est dirigido a los ms listos, sino al hombre leal y sin falsa, al hombre .

    2. Cf. M. de Montaigne, Ensayos, ?i vols., ed. y trad. de 1). Pica/o y A. Moiitojo, Ctedra, Madrid, 198.5 ss.

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    considerada exactamente, la vida arriesgada se comporta respecto a la vida feliz como el fuego respecto a la luz; precisamente la dicha nos muestra el fogonazo. All donde se da el peligro, all se da tambin la salvacin; pero cuando la salvacin se llama dicha, sta se da mejor despus del peligro. Y no hay que olvidar que, a diferencia del arre-ba to , la dicha es el signo de que el hombre no est fuera de s, sino de que ha retornado a s y a lo suyo, a nuestro ahora y da.

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    de ot ro lado, que no ve tampoco falsedad alguna fuera de l. Es decir, que esta lealtad puede, a su vez, ser abstracta, puede combinarse con la testarudez, o incluso c o n mucha menor lealtad a la cosa de lo que podra parecer a primera vista convertir al hombre leal en un necio por obra propia. C o n lo cual se prueba que ninguna de estas actitudes puede convertirse en algo rgido y estable. Ni siquiera la lealtad, siempre que sta es presentada c o m o justa y sustancial por aquellos que no tienen ningn derecho a ella. Y justamente all donde la causa es justa, el negar y el conceder pueden ser un medio para combatir por la causa. El decidido a ello cede, desde luego, en las cosas pequeas para imponerse en las grandes. Quedando ello limi-tado siempre, desde luego, a lo pequeo, y tambin en esta limitacin slo por razn de lo grande y serio. Porque hay precios que no deben pagarse nunca, ni siquiera tcticamente. Un precio que no se debe nunca pagar es evidentemente todo aquello que se halla en conexin con la cosa misma, por razn de la cual puede cederse dado el caso y transitoriamente. La senda es aqu muy estrecha, y la decencia, si no puede evitar el recorrerla, lo hace tan prudentemente como sin vacilaciones. En otro caso, c o m o fcilmente puede verse, no sera el hombre prudente el que riera al final.

    Fabio o el actor irresoluto

    El hombre rpidamente decidido deseara, a menudo, no haberlo sido. Pero tampoco el irresoluto, el titubeante, el que sopesa demasiado el pro y el contra de las cosas ofrece, a su vez, una perspectiva ms agradable. En su cdigo figura el si tienes prisa, vstete despacio, y en torno de l se extienden las ocasiones desaprovechadas. Fabio fue quien primero se hizo clebre, y luego, tristemente clebre como hombre irresoluto; gracias a l Roma estuvo al borde de la catstro-fe. El cnsul Fabio reflexion demasiado t iempo, perdi la ocasin, pero Anbal no cedi por ello. Desde entonces, han aparecido muchos habios y muy raramente han conseguido algo. En una voluntad de-masiado reflexionada, demasiado examinada desaparece, en ltimo trmino, la voluntad misma, se aminora c o m o una ira reflexionada. As tambin en la accin revolucionaria y en su ira, que se hace dctil por la espera y las medias tintas. Y as llega el lacayuno movimien-to revolucionario o la subversin lacayuna que deja las cosas c o m o estaban. Id nombre autntico para este fenmeno es el de la Fabin Socicty inglesa o tambin el del l.abour Party, lleno de dulces limo-nadas. La liihiaii Socicly, fundada en I S S 4 por Sidney Webbs, no

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    3. Th. Fontane, Frau Jenny Treibel oder wie sich Herz zum Herzeti ftnd't, Insel Frankfurt a.M., 2003 .

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    necesitaba en su poca, al menos, frenar, sino que daba expresin tan slo al aburrimiento ingls; mientras que la socialdemocracia alemana de 1 9 1 8 eligi claramente a Fabio c o m o un impedidor. La transformacin tiene lugar paso a paso, y slo as se la llama progreso; la propiedad privada es abolida cuando el t iempo est tan seguro para ello c o m o una persona con una cuenta bancaria. De esta suerte, la acc in se desplaza a los hijos y a los hijos de los hijos, y es muy esencial de este desplazamiento que en l el camino lo es todo y el objetivo se convierte en nada. C o m o dice el consejero comercial Treibel en la novela de Fontane: No s qu es lo que todo ello quiere significar; una pregunta que hay que plantearse en todo momento , y muy especialmente en excursiones al campo' . Para los predicadores del vino y bebedores de agua, el socialismo es o era siempre slo futuro, slo tierra de los hijos, y el camino hacia l no conoca una decisin, sino slo miles de precauciones. Hasta llegar al final, en el que el objetivo que se hace actual pone los pelos de punta a los eternos discutidores. Este espanto no se debe, desde luego, slo al esquema de la demora, sino al contagio burgus: los reformistas aborrecen la revolucin c o m o al pecado, no slo en tanto que accin, sino tambin en su contenido. Y es as c o m o Fabio se siente desagradablemente sorprendido cuando un comprador concluye el negocio sin andarse con chiquitas. El irresoluto se precave de muchas tonteras, slo de una no : la de llegar demasiado tarde. N o se tratara de nada perjudicial objetivamente, si los fabianos se situaran al margen, muy al fondo, en su refugio pueblerino. Pero los fabianos, entre otras cosas, han educado tambin a la sedicente faccin sensata de los trabajadores y se hallan a su cabeza. Con lo cual se ponen al servicio de aquellos duchos actores que constituan el mismo poder del que los irresolutos haban dicho que slo ante ellos y por ellos iba a desaparecer. Como ya se sabe, no se trataba de ningn poder rojo, sino del poder de un rpido golpe de Estado, del asesinato sin escrpulos, de la decisin reaccionaria. Y as fue como los irresolutos de la buena causa ayudaron a encaramarse a los golpistas de la mala causa; un ejemplo que vale por muchos . Los despaciosos se encontraban as casi siempre aliados con los apresurados del otro lado: a contrapelo, aunque tambin es verdad, muchas veces, en el fondo de su corazn muy con ellos. La hipocresa es exactamente tan abstracta como el echar la puerta abajo de

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    lo que se hablar a cont inuacin y ambas se corresponden, a lo que hay que aadir que, desde luego, el echar la puerta abajo fascista slo tuvo lugar en las chozas, mientras que se mostr muy moroso en los palacios. Ello quita a este obrar decidido y heroico mucho de su carcter abstracto; ms an que a los sinuosos y tardos fabianos. En tanto que stos soportaron en lugar de obrar, todos los acaudillados por ellos tuvieron que convertirse en pacientes y slo en pacientes en el verdadero sentido de la palabra.

    Sorel, Maquiavelo o el hombre de accin y la rueda de la fortuna

    Muy otro nos parece el hombre fuerte, el que irradia fuerza en s; el que no se anda con rodeos, sino que surge c o m o el lobo en la noche. El que acta tambin en circunstancias adversas; para el que las cir-cunstancias son slo las cosas que se hallan en los alrededores de la cosa misma. As aparecen en su pureza la accin heroica rpida y la actitud fascista; y no slo esta ltima. Se halla muy difundido el letre-ro con el lema De los audaces es el mundo, as como la imagen de que a la ocasin la pintan calva y de que hay que asirla por los pocos pelos que tiene. Es un letrero sustentado por los anarquistas, por los sindicalistas, por todo movimiento que utopiza la violencia como ele-mento creador. Tanto el puro activista c o m o el sucio fascista tienen ante los ojos, al menos, una idea: que hay que atacar por sorpresa. La mayora de las cosas, cuando no todas, parecen posibles para este tipo de accin. Dado el caso, es preciso esperar a que el enemigo se encuentre en el punto exac to , pero entonces tiene lugar el ataque, ms bien demasiado pronto que demasiado tarde. Tiene lugar con el deslumbramiento del terror que paraliza toda defensa, con el carc-ter repentino que, por lo menos en un principio, que es aqu lo deci-sivo, simplifica todos los obstculos. El mundo es considerado en prin-cipio c o m o un juego de azar, en el que si no se tienen en la mano los triunfos pueden ser sacados de la manga. Por ser l mismo un maes-tro en la realidad capitalista, el fascista percibe las oportunidades ex-ternas c o m o lo hace todo actor capitalista; pero cuando las oportuni-dades son dbiles y el objetivo seduce, no se desdea, ni mucho menos, la prestidigitacin afanoso-perezosa. El bravucn, el antiguo golpe de mano se hallan insertados aqu en el tipo del desesperado y en su corriger la fortune. C o m o dice Spengler: Aqu se hallan los dados del juego gigantesco; quin se atrever a lanzarlos?. Lo que se pide es, 'pues, mi jugador, un habitu de la fortuna manejable, capaz de conjurar el azar que es c o m o aqu aparece el todo con la fuerza

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    de su decisin y con sus dados falsos. Bismarck, el Cancil ler de hierro y falsificador del despacho de Ems, deca, es verdad, que la fruta no madura ms deprisa por ponerle debajo un quinqu. N o obstante, la poca en que la accin heroica rpida tan curiosamente coincide con el ritmo del reblandecimiento burgus y en que este reblandecimiento parece relajar tambin la ley del devenir, esta poca anima a la clase dominante a toda suerte de relativismo, es decir, tambin a la criminalidad sin freno. Gentile, el cuasi-terico italiano del fascismo, situaba, por eso, muy consecuentemente, en lugar de conexiones histricas una unidad del espritu puro c o m o principio instituyente o fundamentados Sus caractersticas seran presencia de nimo y tcnica de la dominacin de masas; la unidad de este sedicente espritu vive en el grande animatore c o m o caudillo. La presencia de nimo puede dar inmediatamente un giro favorable a una situacin adversa, mientras que la dominacin de las masas da al pueblo una voluntad uniforme con un solo golpe, bien sea este braquial o magntico. El presente lo es tambin todo objetivamente; pasado y futuro, obstculos y tendencias no son nada oficialmente en este mundo indeterminado y quebradizo del acaso, y la poldca se convierte en creacin desde una materia primaria informe. Segiin la versin alemana, el mundo no es totalmente informe, ya que el t iempo transcurrido nos aparece c o m o un tiempo de lobos, y el espacio de que disponemos nos muestra sedicentes estructuras geopolticas, con cuyo clculo, dirigido a la dominacin del mundo, hay que contar pese a toda irracionahdad. El movimiento de masas est aqu tambin penetrado, es verdad, por el azar; pero, por medio de la teora racial, este azar era interpretado, a la vez, en el sentido de un darwinismo, heroicamente banalizado. De esta suerte, en el material supuestamente amorfo del universo se muestran, sin embargo, ciertas leyes fantsticas, para no hablar ya de las leyes capitalistas y nada fantsticas que son las verdaderamente seguidas. N o obstante lo cual, quedaba en pie la fe en un poder general e i l imitado de la voluntad, que iba a ponerse de nuevo de manifiesto al t rmino de la poca nazi, precisamente al borde de la sepultura. La lucha por la existencia brama por doquier sin ningn estarcido jurdico o de otra clase, slo con el eterno Derecho natural del ms fuerte como sentido y contenido. El activismo as creado un activismo infame tiene evidentemente su doctrina del atto puro omnipotente , no slo en Genti le , sino tambin en Sorel y en Nietzsche, aunque en otro con tex to . Y sobre todo, tiene puntos de contac to , favorecidos por una larga popularizacin, con el terico principal de la tcnica del poder: con Maquiavelo. Ni Sorel ni Nietzsche, hay que

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    4. Va.se v o l . 2, pp. 264-26,S. * Fiicr/.a i iu l iv ic t i ia l i sM en In.s masa.s s u b l e v a d a s .

    * Aeuinulaiiii d e proezas heroicas. 5. (;. .Sorel, K('//('.\7i)(('.s stilirc Li riolniihi, I r n d . de I'. Ihipeni, Ali.uv/.a, Madrid,

    197fi, p. 28 1: "I...! el estad ile f;uci'r.i en el |ue ik("|M.ni p.irlkipar ios lionibres y i|iie se Ir.idiiee en iniliis pre isos.

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    decirlo, laboraron conscientemente para su utilizacin fascista, y en este sentido, sus fantasas de poder son todava ante rem. La teora de la accin de Sorel estaba pensada incluso c o m o revolucionaria y sin-dicalista, y en la ltima edicin de sus Rflexions sur la violence ( 1 9 1 9 ) saludaba a Lenin c o m o al gran ejecutor; y la voluntad de poder de Nietzsche haba vuelto ya las espaldas al imperio de Bismarck, y el fascismo hubiera sido para l quiz objeto de mofa y de dolorosa vergenza. N o obstante lo cual, ambas teoras eran utilizables desde el punto de vista fascista, y Sorel , sobre todo, influy sobre el fascis-mo con su lan vital pol t ico dirigido al vaco, a lo no ordenado de antemano. Ya al hablar de las utopas tcnicas"* se mencion esta clase de fe en la voluntad, es decir, psicotcnica: como fe, la voluntad no tiene lmites. Ello se manifiesta, desde luego, c o m o esperanza de po-der mover las montaas por la decisin poltica. En la teora todava proletaria de la actividad, la forc individualiste dans les masses soule-ves*, la accumulation d'exploits hro'iques* deben provocar en todo momento , inmediatamente y por doquier, la huelga general. La vio-lence cratrice proletaria debe cruzarse con intuicin en el camino del capitalismo; el xito depende tan slo del tat deguerre auquel les hommes acceptent de participer et qui se traduit en mythes precisa El carcter proletario se encuentra evidentemente, sin embargo, slo en el impulso, no en un contenido claramente clasista, y en la medita-cin his trico-econmica de su camino. Al contrario: Sorel, que es aqu total espontaneidad, quiere por doquier tormenta, y no fbrica de electricidad, cables tendidos. El lan pol t ico y su voluntad deside-rativa son, por eOo, tan amplios y tan vacos en su entusiasmo, que Sorel resume como su modelo cometidos sociales completamente dis-tintos. Y as ensalza, a la vez, la voluntad blica de gloria de los espar-tanos y romanos, las guerras revolucionarias de 1 7 9 2 y las guerras de la independencia alemanas de 1 8 1 3 : como si el mpetu heroico fuera bastante. A ello se aaden los mythes prcis, o tambin arquetipos, en los que aparece el una y otra vez, y en los que la historia se desva-nece. En su lugar surge una imagen mtica de la libertad, que es lo que entusiasma y lo que impulsa a la masa enfervorizada, lo que da tanto la fuerza para el martirio como el valor para la vertu, para la

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    El deterioro es el nico nioviniioiilo que existe.

    Utilizacin desenfrenada de la violencia y para el triunfo inevitable. Segn Sorel, slo por este impulso en s se convierte una clase en mo-tor histrico, nunca en cambio por oficinas y programas. Con mpetu esperanzado, Sorel arremete as, no slo contra la socialdemocracia, contra la burocratizacin de una presunta revolucin; no slo contra la insercin de la revolucin en el fabianismo liberal, en la disputa interminable, en la discusin siempre aplazada, en el parlamentaris-m o (con la verdad en el trmino medio) . Sorel arremete, ms bien, cont ra todos los sedicentes esquemas que dominan y racionahzan la vida desde fuera; ms an, dirige el sueo del actus purus incluso contra la utopa. Tambin sta es rechazada como producto de una fijacin racionalizadora, como invencin de intelectuales y literatos; y no porque contenga poca ciencia, sino porque contiene demasiada. Incluso Engels, con su progreso de la utopa a la ciencia, es denomi-nado un racionalista t pico; y ello pese a que Sorel crea l mismo pertenecer al marxismo. Aunque, desde luego, a un marxismo del que no queda nada en pie ms que el factor volitivo subjetivo com-pletamente absolutizado. En esta teora aislada del golpismo slo aso-ma la cabeza, en lt imo trmino, Bakunin, un Bergson encaramado en la voluntad c o m o un nuevo lan vital blico. La accin heroica rpida comparte con el lan vital la indeterminabilidad y falta de con-tenido racionales, una razn por la cual era tan fcil de transmutar reaccionariamente el mito de la huelga general. Por la misma razn que era posible que una pura fe en la voluntad, en la accin en s, pudiera asentir a Lenin y preparar a Mussolini . De la misma manera que tambin el vaco lan vital de Bergson pudo utilizarse muy diver-samente, lo mismo para un retorno a la Iglesia catlica que para un anarquismo ateo. En la apelacin de Sorel a la violencia hay tan poca confianza en algo coadyuvante en la historia, que sta no aparece en l ni siquiera amorfa, c o m o aparecer ms tarde en Genti le. En Sorel la historia es, ms bien, lo mismo que la materia en Bergson, a saber, vida en ocaso, y, en ltimo trmino, vida sofidificada como caput mortuum. Entregada a s misma, la historia es nica y puramente descomposicin y decadencia, razn por la cual de aqu nada se opo-ne a la voluntad de poder, sino lo que la conjura: el enemigo. La d-trioration, c'est le seul mouvement dans le monde*: he aqu la ms ex t rema contraposicin al fabianismo, que, con las manos cruzadas, espera una alborada barata e incluso gratuita. Aqu tenemos sin em-

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    bargo, tambin, a la vez, la contraposicin ms falta de fundamento al factor histrico-dialctico con el que se hallan en alianza los mar-xistas. La fuerza de accin anarcosindicalista se convierte as necesa-riamente en convulsin y minora; porque, frente a las tendencias externas de descomposicin, los movimientos hacia la grandeza fue-ron siempre forzados, y slo fueron naturales los movimientos entre-gados al acaso. De esta suerte, el da de la negacin radical, de la afirmacin soberana, no precisara de ninguna madurez, como, por ejemplo, de las fuerzas productivas, sino que siempre sera posible iniciarlo, abrirse camino hacia l por la fuerza. Y siempre sera nece-saria as mismo supuestamente la lucha contra la corriente, con lo que el proletario nos aparece aqu l mismo como destino frente al destino de la descomposicin, como la ruta forzada del caballo con los ojos vendados. Desgraciadamente, y por lo que se refiere al nudo poder, el burgus occidental posea ms de l que el proletariado; y as fue c o m o el actus purus no se convirti en huelga general, sino en golpe de Estado.

    Y el hombre fuerte tiene siempre que estar pendiente de conser-var su poder. Todos los medios le son buenos para ello, y de lo nico que se trata es de elegir los mejores y su aplicacin. El terico princi-pal de este fro sueo de poder no del sueo efervescente de poder de Sore l fue y contina siendo Maquiavelo. Y a l apel tambin el fraude fascista, aunque esta vez sin el rodeo proletario-demag-gico. La bellaquera mezquina se halla, sin embargo, muy lejos del gran estilo de Maquiavelo, y podra ser estudiada en otras fuentes, por ejemplo, en los jesutas. Y de otro lado, Maquiavelo no es un hipcrita; no apela a una moral , ni vieja ni nueva, sino que elimina lo moral del mundo de la fuerza del que l se ocupa. Lo moral haba estado eliminado de siempre de este mundo, pero ahora cae tambin la mscara: lo que se ensea es la tcnica del puro xito irresistible. El libro de Maquiavelo trata del prncipe, no del hombre, y es una pura tcnica de la conquista y dominacin. La moral queda elimi-nada c o m o algo que no viene a cuento; eliminada lo mismo que la distraccin en el arte de la esgrima o el orden arquitectnico en la construccin militar. A los ajenos a la obra se les prohibe la entrada: y para Maquiavelo la moral es siempre ajena a la esfera de poder de la que se ocupa su Prncipe. De lo que este tratado metdico, menos cnico que artificiosamente aislado, se ocupa es de la tcnica raciona-lizada del triunfo poltico. Si el triunfo, c o m o en este caso concreto el lie un Estado nacional italiano, lo exige, Maquiavelo no duda en abanilonar aquella virinii que, fuera del objetivo, es para l la ms

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    6. Cf. N. Maquiavelo, Discursos sobre la primera dcada de Tito IJvio, trad., in-trod. y notas de A. Martnez Arancn, Alianza, Madrid, 2000.

    7. Cf. N. Maquiavelo, El Prncipe, prlogo y trnd. de M. A. (nniada, Alianza, Madrid, 1981, p. 1 17.

    U)

    valiosa: la fe republicana. En los Discorsi sobre Tito Livio ' es un republ icano fantico, mientras que en El prncipe defiende el absolutismo monrquico; y es que este ltimo le parece la mejor fuerza en la lucha de los intereses nacionales, sobre todo contra la Iglesia. La esgrima de la voluntad tiene aqu, sin embargo, ante s un mundo aparentemente desprovisto de leyes que, justamente por ello, puede dominarse por la voluntad mejor dirigida. De doble manera, segn el habitus visible humanamente o tambin annimo del adversario: bien por intriga o bien por virilidad frrea, es decir, por virt. Todos estos paradigmas presuponen, sin duda, un mundo compuesto de materia volitiva, pero de una materia volitiva no disciplinada, sino impulsiva, y por ello mismo, tanto ms dominable. La intriga que tiene que ver con un adversario visible humanamente puede, al menos, abarcar los afectos que hacen jugar los unos contra los otros; ms an, la esencia del intrigante consiste en el clculo. Pero, sin embargo, el resto del mecanismo personal e histrico, el mundo annimo, posee hasta tal punto un carcter afectivo, que no representa ni siquiera un engranaje de afectos calculable aunque no comprensible, sino slo una rueda de la fortuna. El concepto contrapuesto al de virt es el de fortuna; frente a ella slo vale la apelacin a la energa ejercida sin contemplaciones. De ah el desprecio de Maquiavelo por los dilettantes que hacen las cosas a medias, con semicrueldades y semivirtudes; de ah la disyuntiva entre virt ordinata y mundo del azar entregado a s mismo. El mundo se convierte en un campo de batalla entre el ingenio de la virt y la fortuna: La fortuna es potente all donde ninguna fuerza se dispone a resistirla, y se exdende all donde no hay ni diques ni barreras que se la opongan^. En Maquiavelo aparece as, es verdad, con toda su fuerza el nuevo hombre de accin burgus, pero ms intensamente an la pura esperanza de poder surgida del trasfondo cat ico que presupone. La desconfianza frente a tendencias objetivas une a Maquiavelo y al fascismo, como une tambin abstractamente el comienzo y el fin de la poca burguesa. Aqu como all el mundo aparece c o m o un cmulo de pasiones y acasos, con la nica diferencia de que su concepto de ley se encontraba todava ante la puerta en el Renacimiento, mientras que en el fascismo fue arrojado por la puerta. Maquiavelo, de otro lado, quiere ser en su virt un romano, tal que

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    Catn, Sulla, Csar, mientras que en su fortuna, en cambio, c o m o un concep to t picamente desprovisto de leyes, ajeno al hombre , n o es en absoluto romano, sino, ms bien, medieval. Precisamente Sulla se senta y se denominaba Sulla Flix por razn de los lazos que crea mantener con Fortuna-Tych, la cual era para los romanos lo mismo que providencia e incluso que gracia. Precisamente en los ms altos t iempos de Roma se elimina cada vez ms el momento del azar en el concepto de fortuna y se lo siente cada vez ms ajeno a ella; incluso la fortuna de la guerra, tan verstil ella misma, en la que la posesin o no posesin de una colina decida del destino de los ricos, pare-ca en la pax romana haber cedido el sitio a la necesidad. Slo la baja Roma , por razones poltico-sociales evidentes, iba a demonizar a Tych, y especialmente a Anank, la antes tan preciada necesidad. Y slo la Edad Media iba a degradar la fortuna completamente, con-virtindola en la rueda de la fortuna, en los caprichosos altibajos del mundo: lo mismo que Maquiavelo. Lo nico que resta son capricho y acaso, un universo-fmina que necesita de la fusta, una rueda de fortuna a la que alimenta la accin en sus cangilones. La accin r-pida heroica presupone siempre esta fortuna, de la misma manera que Fabio o el irresoluto presupone, al revs, los lentos molinos del Seor, mundanizados en un espritu progresivo que se muele a s mis-mo. C o m o bien se sabe, esto ltimo ha tenido malas consecuencias, y por razn de su carencia de factor subjetivo, el fabiano ha abierto las puertas al tcnico de la violencia. A aquel que pone mano en la rueda de la fortuna, no c o m o prncipe, sino como gngster. Y la respuesta al doble interrogante de la mejor actuacin poltica reza: ni la irresolucin que renuncia por principio a la fuerza, ni tampoco la taimada abstractividad de la fuerza. Sino la fuerza en cuanto mediada concretamente, como comadrona de la nueva sociedad de la que est grvida la vieja. Esta resolucin de M a r x tranquiliza; en ella no se exige de la historia ni un alumbramiento virginal, como lo exigen los impotentes irresolutos y fabianos, ni la ve tampoco como la pros-tituta estril que ven en ella los violadores. Puede haber un gran mo-mento y una generacin enana que no sabe aprovecharlo; como tam-bin es posible lo contrario. Pero slo cuando coinciden los actores dispuestos y el tiempo acorde un caso doblemente raro recibe su consagracin histrica la coyuntura, es decir, su triunfo necesario. Y entonces no se trata ya de un triunfo del domador o de una ptrida fe en un progreso en s que va a enjugar automticamente las lgrimas, sino que lo que aqu tenemos ante nosotros es, a la vez, necesidad tanto obii leci i la como ilominaila.

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    El problema de la ruptura. Hrcules en la encrucijada, Dioniso-Apolo

    En la misma medida en que los hombres son opacos e indetermina-dos, se encuentran tambin escindidos. La misma voluntad se halla escindida en ellos, unas veces, por as decir, dirigida hacia abajo, y otras, por as decir tambin, hacia arriba. Hay una vieja polmica, cu-yos orgenes no hay que buscarlos slo en el crist ianismo, entre la carne y el alma, y una vieja inquietud acerca de cul de las dos partes es la mejor. La carne es tenida no slo por dbil, sino tambin por acometedora, es decir, egosta. El alma es descrita, a menudo, como noble y preciosa, haciendo resonar en la descripcin deseos altruistas referidos al propio comportamiento, y, sobre todo, al comportamien-to ajeno. Desde Adam Smith, y ya antes, se ha tratado de combinar estos dos impulsos contradictorios, haciendo aparecer a menudo el provecho ajeno, precisamente en el trfico y el comercio, c o m o causa del provecho propio, y al revs. En la sociedad burguesa, y no slo en la medieval, se enfrentan, en cambio, sin mediacin la dicha de los sentidos y la llamada paz del alma. Y entre ambas, c o m o dice Schiller, al hombre no le queda ms que la angusdosa eleccin. Es una melo-da mil veces variada, la meloda de la voluntad en la encrucijada a la busca de la existencia ms rentable, pero tambin ms satisfactoria. A esta discrepancia debe su difusin y su popularidad la fbula de Hr-cules en la encrucijada, una fbula ya precrisdana. La voluptuosidad y la virtud hacen seas desde el futuro, ambas apoyadas en una pier-na y cada una con un valor y una esperanza que faltan a la otra. La fbula procede de Prdico, el sofista, que fue quien primero la relat, pasa por Jenofonte y llega hasta Christoph Wieland, el cual, desde luego, no acaba de creer en la eleccin de la rgida virtud. El Hrcules escindido se encuentra tambin en el juego de marionetas del Doctor Fausto: a la izquierda, debajo del Doctor , llama el aire terreno; a su izquierda, y sobre l, el aire celestial; a la izquierda flamea y brama el mal; a la derecha, brilla y sosiega el bien. Son las dos almas en el pecho de Fausto, la terrena y la celeste, el alma del cuerpo y la de los altos presentimientos, la del super ego que irrumpe espiritualmente. Desde el punto de vista ertico, y en sus muchas variantes, tanto in-teresantes como insustanciales, sta es la tensin desiderativa entre Carmen e Isabel. Y la encrucijada se acredita tambin c o m o tal por el hecho de que no slo el aire terreno seduce, sino tambin el emblema que promete sosiego, placeres espirituales, paz. En el Nor te sobre todo, en el mundo del mal tiempo y de los impulsos fros, o por lo

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    S. /Ainitnslii, . .So l iR- i i i icva.s y virJMs M l i l a s ~ , IS. (.'.. N i r l / . s i . lK- , Asi Ihihln Ainiliisir,!. iil. i l r j . U. I lii n.iiulc/ Aii.is, Valiliiii.u, Mailinl, liH)'>, p. 1(12.

    menos de la escasa primavera, aparece tambin una inmensa atrac-cin: retornar a la celda, all donde la lmpara luce amablemente de nuevo. El claustro es aqu menos ascetismo que en el Sur, mientras que, en cambio, la sensualidad sin reparo puede resultarle al hombre del Nor te tan difcil c o m o el ascetismo, sobre todo despus de que el capitalismo y el protestantismo le han despojado de toda ingenuidad y de toda fuerza para el goce de los das de fiesta. Esta es la razn de que el consejo de seguir el camino del placer puede contener aqu la misma renuncia y propaganda que condene en el Sur el consejo de retirarse al claustro. Cuando Nietzsche, por ejemplo, aconseja a los zelotas del lucro, pero tambin a los caviladores, que se conviertan en leones que ren, no hay duda de que tiene tras de s la incipien-te poca capitalista con su tendencia y trnsito a la irracionalidad; pero, sin embargo, su anttesis Dioniso-Apolo, hecha como lo est en el Nor te , presenta lo dionisaco como algo no dado, como un deseo lejano e incluso tropical. El resultado de ello es que la criatura plena que intenta personificar lo dionisaco no produce aqu la impresin de algo evidente, de algo de lo que el hombre tuviera que elevarse a la paz del alma, como si se elevara de algo dado, sino que tambin lo dionisaco es aqu utpico. Con su anttesis Dioniso-Apolo, Nietz-sche dio, en efecto, nueva vida utpica a la contraposicin placer de los sentidos-paz del alma, que se haba convertido en una contrapo-sicin filistea y srdida. Y la dio, no a la embriaguez como una efer-vescencia apasionada, sino, muy a su pesar, y en la misma medida, a la luz apolnea, en tanto que sta lleva en s al Dioniso avasallado; en los dos hay que laborar, los dos son algo inacabado. El Dioniso inaca-bado es lo que en Nietzsche impulsa contra el empequeecimiento, la domesticacin, el escamoteo de los mpetus salvajes. Dioniso es el supuesto elemento primario de la sangre, la noche, la embriaguez, el c mbalo, las resonancias metlicas, pero este dios prelgico es en la misma medida el dios en devenir, no llegado an a ser. Todo ello lo har slo realidad la primavera: Quien ha alcanzado la sabidura sobre viejos orgenes, buscar, en ltimo trmino, fuentes del futuro, nuevos orgenes"*. La imagen desiderativa dionistaca no queda, por eso, conclusa con la fiera de presa y la regressio abigarrada, sino que conoce la voluptuosidad de lo futuro, su esencia se halla en un dios incgnito del devenir. La imagen dionisaca lleva en s un hermetis-mo inacabado, pero no un hermetismo que se resuelva en la imagen

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    nietzscheana de Apolo , ya que ste, cont ra lo esperado y contra toda evidencia histrica, es situado completamente al margen del devenir. Para el anticristiano Zaratustra, Apolo es simplemente patrn de la domesticacin y del empequeecimiento, y en sus proximidades se encuentran todos los falsificadores de los instintos y todos los calum-niadores de la vida. J u n t o con este Apolo mismo son calumniados S-crates y Jess, y Apolo se convierte en plido intelecto, en medida de domesticacin: todo ello representa supuestamente slo decadencia de la vida y de la resonancia urea an no vivida en la criatura misma. D e esta suerte, Nietzsche aleja su imagen desiderativa apolnea, como su dios mismo, de ese sol tan altamente consagrado en el Zaratustra: Cuando cre el superhombre, orden en su torno los grandes velos del devenir y situ sobre l el sol del medioda. En Nietzsche, por tanto, el dios del sol, Apolo, no es utilizado como expresin de la luz que brilla en las alturas y sobre el bramido del mar, c o m o el dios que nos relata el devenir: semejante al sol que arrastra tambin el mar a sus alturas. Pero, sin embargo, en tanto que Nietzsche introdu-ce el paradigma altura-sol-medioda por encima de los mares, tiene que hacer a Apolo portavoz de Dioniso, contraponindolo al mero intelecto superficial. Apolo es el abismo en las alturas, un dios que contiene las profundidades y que no sabe enfrentarse con ellas. Para la imagen de Apolo los griegos tenan un sentimiento tan inagotable c o m o para la imagen dionisaca, prestndole como ambigedad el velo nietzscheano del devenir. La leyenda griega no sin la maledi-cencia de la escolstica filistea nos dice ya que, en el nacimiento de Apolo , un orculo le predijo a la madre que su hijo recibira todava muchos nombres; en todo caso, ste iba a ser su nombre, un nombre que ni distiende ni est distendido. Y en efecto, y hasta hoy, la de-nominacin, la historia categorial de Apolo no est terminada, ms an, es la efervescencia dionisaca o volitiva la que se prosigue en la clarificacin, en todas las posibles determinaciones transfinitas. El exceso de posibilidad y de indeterminabilidad arrebatadas que se ex-presan con la denominacin de Dioniso muestran precisamente cun-ta iluminacin subjetiva, cunto Apolo hay que extraer todava del hombre . El fuego dionisaco y su imagen desiderativa es tan sereno c o m o mvil, pero la luz apolnea tiene rutas que llevan ms all de los parones del empequeecimiento o de las fijaciones histricas.

    Por muy radical que sea la tensin entre carne y espritu, se trata de una tensin que se hace aburrida. Ello radica en lo evidente en cada una de las posiciones, de tal suerte que lo nico no evidente es la decisin, aunque siempre nos aparece como una eleccin entre dos

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    caminos semejantes. Esto es lo que da a la decisin su carcter filisteo, c o m o si se tratara de un trato entre gentes conocidas, o bien de una decisin acerca de si la moneda cae de cara o de cruz. Antes mencionamos a Nietzsche porque, en lugar de dicha de los sentidos-paz del alma, puso Dioniso-Apolo; pero, sin embargo, la eleccin rgida se mantena en pie. Una y otra vez se hizo jugar un paradigma contra el o t ro , una y otra vez se destruy el paradigma creatural por el paradigma moral, o bien, en un supuesto paganismo, se literaliz la sedicente liberacin de la carne respecto del espritu. Una y otra vez se intentaron sntesis, como, por ejemplo, la de que la moralidad no significa una quiebra, sino una floracin de la criatura, una floracin, adems, desarroUable; pensando siempre en una contraposicin respecto al dualismo puritano y kantiano que se nos presenta en Shaftesbury, en Rousseau, en Schiller. N o obstante lo cual, tambin la teora de la floracin nos muestra su angostura y su estatismo en la limitacin de la criatura al mero sedicente egosmo y en la limitacin de la moralidad al sedicente altruismo; lo cual permite, en una supuesta armona de los intereses, llevar ambos paradigmas muy difuminados a un denominador comn. El dualismo, de otro lado, mantiene, es cierto, la agudeza de la encrucijada, no realiza con ella ninguna combinacin, pero paga la aprehensin del hombre-criatura o del hombre inteligible con una esttica tanto mayor de ambos y con una oposicin mantenida de modo completamente adialctico. Las dos almas de Fausto se friccionan por ello estrechamente y con falsa arrogancia; en este sentido el dualismo de Kant es agrio, y el de Nietzsche, salvaje. Y por eso tambin un Dioniso aislado-antittico ofrece poco ms que material volitivo efervescente, si bien con la admonicin del fuego. Y por eso un Apolo aislado-antittico se nos presenta, en ltimo trmino, vaco de contenido, y su pureza, hecha abstraccin de todo abismo, vive slo en un cielo empalidecido. O lo que es lo mismo: ni Dioniso ni Apolo son entendidos suficientemente c o m o proceso, c o m o proceso utpico, sino que, como todas las contraposiciones anteriores correspondientes, son cosificados. N o estn inmersos en la corriente utpica a la que estn llamados los hombres en carne y espritu, no salen del simple prt ico en que se hallan situados. A saber, del prtico que conduce al desconocido ser-s-mismo, a! ser idntico consigo mismo, en los que ya no habra escisin. El hecho precisamente de que entre estos paradigmas hay una eleccin, y de que ninguna eleccin es satisfactoria, apunta a la constante en que ambos laboran, a lo inacabado e incgnito del ser humano. Los conceptos contrapuestos carne-espritu, Dioniso-Apolo, slo tienen

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    sentido, por eso, c o m o conceptos inacabados, no como respuesta fija y susceptible de ser manejada en una doble direccin. Son conceptos que no constituyen una encrucijada, sino una ruta experimental ntimamente entrelazada, en la que el objetivo buscado y querido no coincide con ninguna de las alternativas posibles. A no ser en la superacin dialctica de ambas: en lo dionisaco determinado apolneamente o en lo apolneo con pleno contenido dionisaco. En sus orgenes esto slo puede tener lugar en una sociedad que no se comporta competitivamente entre dicha de los sentidos y paz del alma. All donde aparece una totalidad que funde las particularidades cosificadas, all donde los momentos parciales de una totalidad en movimiento no destacan ya como fetiches en lucha recproca. Todo el problema de la relacin entre el hombre natural y el hombre moral es, en lt imo trmino, apariencia histrico-clasista, la cual, como tal, puede hacerse transparente y est ya anticuada. Ni el tipo predomestica-do de hombre est tan perfectamente concluso que no sea necesario ms que desempaquetarlo y darle rienda suelta, ni la domesticacin en la sociedad clasista histrica pese al vario nombre de Apolo al que ha avanzado posee una moral perfecta en su contenido que justifique la represin de todo lo que no responda a ella en la criatura. Tampoco el nuevo reino que Jess situ y abri por encima del viejo Adn nos descifra la incgnita humana de tal manera que no quede ninguna duda sobre nuestra ltima y fundamental fisonoma. Esta ltima nos cont ina apareciendo c o m o en un espejo oscuro, y san Pablo insiste a sus cristianos que tienen todava que transmutarse en el rostro descubierto. El hombre no es en absoluto, c o m o crea el catecismo, un ngel que cabalga sobre una bestia domada; porque ni sabemos que la X humana tenga la determinabilidad de una bestia ni tampoco que la figura del jinete propuesta sea la figura de un ngel. Y es por eso por lo que precisamente la utopa de Apolo alimentada en lo inacabado, en el Dioniso mismo, apunta a la tercera posibilidad sobre la pareja insustancial sensualidad-moralidad y ms all de la eleccin angustiosa que permite el dualismo entre ambas. En la ruta hacia esta tercera posibilidad que todava se aproxima, es decir, hacia este no desfigurado estar donde nosotros mismos, Dioniso nos aparece c o m o el representante de lo que hay en el hombre de ardiente e insoluble: como el fuego oscuro en el abismo. Y Apolo slo se nos presenta como la determinacin progresiva del material designado dionisacamente: c o m o el abismo en las alturas, como el abismo llevado a las alturas. Tanto el uno c o m o el otro son inconclusos como el contenido humano que significan y hacia el que

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    se hallan en camino: aqm', en carne y voluntad; all, en espritu. El hombre no ha sido encontrado an, ni dionisaca ni apolneamen-te; ms an, su incgnita reviste tales dimensiones, que la meloda y la imagen, tanto dionisacas como apolneas, son en la misma me-dida tan exactas como errneas. La voluntad impulsiva y el espritu oscilan, y lo que constituyen recprocamente en totalidad dialctica slo tendr un nico nombre . El ldmo nombre de Apolo y tambin el primero de Dioniso; con lo cual desaparecen ambas alternativas.

    Vita activa, vita contemplativa, o el mundo de la buena parte escogida

    La polmica entre la meloda ardiente y la meloda clara se prosigue incansablemente en el exterior. En las dos especies deseables de la vida adecuada: la de la accin y la de la serenidad contemplativa. Ambas formas pueden sucederse sin mediacin (as, por ejemplo, en la sucesin da laboral y domingo) o bien penetrarse recprocamente (como suceder despus de la eliminacin del trabajo forzoso). Pero el problema sigue en pie: qu imagen se sobrepone tambin en la posible penetracin recproca? Cul de ellas condene ms eviden-temente lo que el hombre es? Un adagio rabe dice que la mujer hermosa es buena durante una semana, mientras que la mujer buena es hermosa durante toda una vida. La mujer buena puede ser la mujer acdva en el sentido de la afanosidad, mientras que la mujer hermosa puede ser la digna de contemplacin y la dedicada ella misma a la contemplacin. Cmo, sin embargo, si la actividad o la contempla-cin son posibles simultnea, recproca, alternativamente? De esta bsqueda de nuestra parte mejor se ocupa una escena muy diversa-mente interpretada en el peregrinaje de Jess con sus discpulos.

    Ocurr i que mientras caminaban, Jess lleg a un mercado, y una mujer llamada M a r t a lo acogi en su casa. Y esta mujer tena una her-mana, llamada Mara , que se sent a los pies de Jess oyendo sus pa-labras. Marta iba, mientras tanto, de un lado para otro , y dirigindose a Jess, le dijo: No tienes nada que decir. Seor, de que mi hermana me deje servir a m sola? Dile que tambin ella eche una mano. Pero Jess le respondi: Marta , Marta , t tienes muchas preocupaciones y trabajo, pero lo necesario es otra cosa. Mara ha escogido la parte buena, y nadie debe privarle de ella (Lucas 10 , 3 8 - 4 2 ) .

    ( ion estas palabras parece darse preferencia, sin tliida, al hom-bre coiilciiipl.ilivo respecto ilc! homlirc .ictivo. Y la conlempl.icii

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    se situ por encima del esfuerzo all donde la esclavitud era la forma dominante de produccin; es decir, all donde el trabajo, esa forma de actividad predominante esclavista, era tenida como deshonrosa para el hombre libre. N o obstante lo cual, la vida activa noble, con el pre-dominio de la voluntad y de las emociones , no dej nunca de ser atacada. ste es el punto en torno al cual iba a encenderse en la alta y la baja Edad Media la polmica entre el cristianismo terico de los dominicanos y el cristianismo prctico de los franciscanos. Y el problema Marta-Mara revisti entonces tales dimensiones, que lleg a afectar al cielo mismo de la poca. El problema accin o contem-placin, primado de la voluntad o del intelecto, se extendi hasta el concepto del Dios escolstico. Duns Esco to , el doctor subtilis de los franciscanos, enseaba el primado absoluto de la actividad volitiva sobre el espritu, mientras que santo Toms, el doctor angelicus de los dominicanos, enseaba el primado igualmente absoluto del esp-ritu sobre la voluntad. C o m o en la casa de Marta , Dios es aprehen-dido all de la manera ms alta y exclusiva por el amor, y aqu, en cambio, por el conocimiento contemplativo. De acuerdo con ello, Toms situaba tambin en el hombre el entendimiento por encima de la fuerza de voluntad, viendo en aqul la gua de sta, y situaba as mismo en seguimiento de Aristteles las virtudes tericas por encima de las virtudes prcticas. Mar ta se mantiene en el pr t ico de la vida perfecta, mientras que Mara, dice Toms, goza ya del pan de los ngeles de la contemplacin p a r s ments aeterna est inte-llectus, cuyo fruto es la paz {quaestio 7 9 ) . Y as aparece en Toms la misma jerarqua que tambin Dante establece entre dos hermanas del Antiguo Testamento: entre Lea c o m o personificacin del oprare y Raquel como personificacin del vedere (Purgatorio X X V I I , v. 1 0 8 ) ' . N o tan claramente c o m o Toms, distingui la vida contemplativa el Maes t ro Eckhart, el mstico de los dominicanos. Eckhart escribi un sermn sobre el pasaje de Lucas, en el cual alaba la firme afanosi-dad de Marta, mientras que slo considera de paso el abandono del trabajo de Mara . Y as, tras muchos rodeos, Eckhart interpreta de la siguiente manera las palabras de Jess:

    Marta tema que su hermana quedara prendida en el arrobo y en la belleza de sus sentimientos, y deseaba que fuera c o m o ella. Lo que Cristo quiere significarle en su respuesta es que debe darse por con-

    9. Dante Alighieri, La Divina Comedia, en Obras completas, versin de N. Gonzlez Ruiz, sobre la interpretacin literal de G. M. Bertini, Hibliotecn de Antores Cristianos, Madrid, 1980, p. ^M).

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    tenta, que tambin Mar a tiene la parte mejor y que no debe ser privada de ella. Esta exuberancia [se refiere a la exuberancia en la contemplacin] pasar. Y a ella c o m o a ti le corresponder la mxima dignidad que puede corresponder a una criatura, a saber, la santidad.

    Con esta interpretacin, o reinterpretacin, Eckhart se sale del intelectualismo de su orden, aunque no de manera definitiva. Porque en su doctrina, considerada como una totalidad, triunfa el intelectual sobre el hombre de accin: el alma que parte y que retorna, la creacin del mundo en Dios y su retorno a l; todas estas actividades y esperanzas representan diversas gradaciones de un proceso cognoscitivo, son posibles por virtud de un lt imo primado de las virtudes tericas. En principio, por tanto, slo los franciscanos pusieron la vita activa sobre la vita contemplativa, una vita activa que pretenda ser amor y caridad, no otra cosa. En la predella de su retablo en Santa Mar ia Novella, Orcagna represent la vita activa en la figura del santo sacrificio de la misa. Siendo as que el amor, que no cesa nunca, se aproxima cada vez ms, hacia finales de la Edad Media, a la habilidad burguesa: en unos trnsitos refinados al homo oeconomicus, al homo faber, hasta llegar a la afanosidad capitalista, en la cual, desde luego, cesa, y muy bien, el amor. N o obstante lo cual, en la nueva situacin no ces ni mucho menos la vieja alternativa, sino que, al contrario, encontr nuevas metamorfosis mucho ms concretas, como una alternativa interna-esttica entre carne y espritu, entre profanidad y espiritualidad. Una alternativa que recorre c o m o una doble voz el da del hombre burgus, tanto ms cuanto que la clase hoy dominante ha abolido la frmula de que el trabajo envilece. Aqu nos encontramos con la lnea protestante o laboral del esfuerzo siempre en aspiracin; una lnea que, si bien es cierto que no se halla muy lejos de la habilidad capitalista, s procede de tiempos mejores. Caracterstica es en este sentido la frase de Lessing de que la verdad slo pertenece a Dios , y de que lo nico propio del hombre y esencial a l es el esfuerzo por la conquista de la verdad. Jun to a ella o sobre ella corre la lnea dominical, una lnea catlica aunque ningn catlico la haya seguido; lnea de la contemplacin en la que se encarna el viejo primado de la visin, de la fruitio veritatis c o m o el bien supremo. Esta conciencia en principio terica, revestida tambin con un contenido as mismo terico, culmina por ello mismo en Spinoza, y con mucha mayor razn en Hegel; incluso el amor Dei es aqu evidencia, y la clave ltima es, una vez ms, el espritu que se sabe a s mismo. N o obstante lo cual, en estos pensadores esencialmente contemplativos.

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    y en tanto que pensadores burgueses, la fortitudo activa, el espritu prctico roza y conquista la esfera etrea de la espiritualidad con-templativa. Porque la produccin y el mundo del trabajo burgueses no permiten a Mar a o a la contemplacin ningn primado sobre Mar t a o sobre la vida que se hace realidad en actividad. La lnea del da laboral no puede mediarse de forma clasista con la lnea domini-cal , tanto menos cuanto del da laboral ha desaparecido el inters en el trabajo y del domingo ha desaparecido el arte del descanso y de la apacibilidad satisfaciente. Los movimientos revolucionarios son los que menos permiten la holganza, por mucho que su objetivo no sea otra cosa que una vida ms all del trabajo. La ambivalencia entre virtud terica y virtud prctica muestra as tambin cunto hay de inconcluso y experimentador en ambas; cuan poco encierra la una c o m o la otra de contenido humano puro susceptible de constituir una respuesta vlida. Y hasta qu punto el espejo oscuro en que se contempla la incgnita humana sita a Mar ta y Mara una tras la otra, en un mero primer plano.

    De ello depende la forma a menudo inferior en que puede pre-sentarse esta doble vida. Ello no sera posible si la actividad o la con-templacin contuvieran inequvocamente lo que es el hombre. En la existencia capitalista, Mar ta y Mara aparecen desfiguradas, pero son tambin susceptibles de esta desfiguracin. La vida activa se ha con-vertido en el vasallaje de los explotados y en maquinacin constante por parte de los explotadores. De tal manera que constituye un au-toengao creer que el capitalista obra y decide en su propia empresa. El capitalista se halla conectado con una serie de movimientos de mercancas impenetrables y no dominados que slo ofrecen la posi-bilidad de aprovechar determinadas oportunidades. La vida contem-plativa, de otro lado, se funda predominantemente en la prebenda o tambin de modo igualmente sospechoso' en la l imosna, pre-sentndose como la supuesta carencia de intereses de la pura teora. Esta, sin embargo, t iene, en realidad, muchos intereses, a saber, el inters de justificar la situacin dada o el de refugiarse en su museo de antigedades. La diferencia entre ambos paradigmas discurre, por eso, en el vaco, y ambas apuntan de manera capitalista a un pas va-c o , cada vez ms vaco. C o m o amantes de contenidos humanos y de su fomento, los marxistas se han hecho, por ello, especialmente sen-sibles respecto a la vida contemplativa. Demasiado t iempo slo se les ha interpretado el mundo de manera distinta, mientras que el come-tido del saber en tanto que conciencia moral es el de modificarlo en sus mismos fundamentos, es decir, partiendo de su fundamento mo-

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    vible finito. Esta decisin marxista contiene, sin embargo, a su vez, una salida del dualismo adialctico que ha dominado hasta ahora la oposicin vita activa-vita contemplativa. Marxis tamente se entra as en un nuevo plano, el plano de la praxis revolucionaria que prepara ya la efiminacin de los das laborales y dominicales. Y no sera una praxis revolucionaria si no contuviera c o m o momentos tanto con-templacin como accin, unidos y superados en la oscilacin de teo-ra y praxis. En ninguna parte hay mayor objetividad terica, mayor peso de la virtud intelectual que en el marxismo, en ningn sitio se moviliza ms activamente la decisin basada en el conocimiento y su largo aliento. Desaparecen as los tipos inferiores, y ms aun las cari-caturas que sobre todo en el mbito capitalista han banalizado y rebajado las figuras de Mar ta y Mara, i Cunto zaragatero se oculta o se ocultaba bajo el paradigma de la mera actividadl Cunta zafiedad y vaco espiritual! Tipos que son incapaces de un minuto de concen-tracin, actores de la perspectiva a ras de suelo, que si son actores lo son slo desde este ngulo de vista; como si no hubiera otra eviden-cia que la que lleva a vender ms rpidamente, como si la va lctea slo existiera con el fin de ser transformada en mantequilla! Cuntas debilidades impulsivas se hallan o se han hallado, de otra parte, bajo el paradigma de la mera actitud contemplatival Cuntos elementos espiritualmente incestuosos, nulidades eruditas! Tipos incapaces de una decisin, coleccionadores de un saber lbrego, sin dinmica, sin objetivo. La misma serenidad de esta especie de contemplacin si permanece en el apartamiento, lo que crea lo crea en la indiferen-cia del museo; contiene todava contemplacin, pero sobre una serie de cadveres. La pregunta que Bertram, el discpulo de Stefan George quin convirti la notablemente lenta, alta contemplacin / en la rpida visin del liberador? / es esto ya muerte?, dirige a los ac-tivistas baratos, al populacho de la actividad por la actividad misma, tiene que responderse negativamente, pero aadiendo que la muerte se halla ms prxima a la contemplacin degenerada que a la actividad degenerada. Al marxismo no se le escapa en el campo de la herencia cultural que a las pocas pasadas no les falt la nica especie elevada de contemplacin. El retrato de Erasmo por Holbein nos ofrece la ex-presin de la concentracin que tan esencialmente pertenece o perte-neci a la vita contemplativa; la expresin de la abstraccin laboriosa la encontramos, una y otra vez, en el San Jernimo en su celda, de Diirero. Un retlejo del primado tonsta del intelecto aparece justa-mente inmediato en la teora-praxis, cotno aparece ima expresin de sabitinr.i en el estilo sereno, conjin-.tdo a la sereinihnl, tai y como

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    lo describe Debi en esta representacin tan excelsamente recogida, ms apartada del mundo an que la Melancola del mismo Durero:

    San Jernimo est sentado, minsculo, en segundo plano, de tal ma-nera que si todas las lneas de la perspectiva no confluyeran en l, po-dra pasar inadvertido. Pero su espritu se comunica al espacio entero y baa todas las cosas con apacibilidad y paz. Parece c o m o si en esta serenidad sagrada no se oyera ms que el rasguear de la pluma so-bre el pergamino; los animales duermen; la calavera, casi con aspecto amable, nos habla de una tranquilidad profunda, definitiva.

    El lenguaje del claustro en la lmina de Durero es el lenguaje de la erudicin monacal, de las humanidades y su universidad; humani-dades y universidad que, precisamente por razn de su actividad, se hallan ms prximas al marxismo que a todo el pragmat