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BAEZA. SEMANA SANTA. 2011. XVI PREGÓN DE LA COFRADÍA DE “EL RESCATE” Quiero agradecer de todo corazón a la Cofradía representada en el Hermano Mayor, y a toda su Junta Directiva, la oportunidad de poder estar aquí y cumplir esta hermosa labor que me distingue y honra, de leer el Pregón de esta próxima Semana Santa. A Filomena Garrido, anterior pregonera, que ha hecho la presentación del pregonero que este año solo pretende hacer extensible en este acto su cariño e implicación con el Señor del Rescate y la admiración por el trabajo que realizáis todos los Hermanos, y que permite mantener viva la llama del amor a nuestro Señor del Rescate y a María Santísima de la Trinidad. ORGULLO Y PASIÓN El título del pregón no tiene relación con la célebre película que en el año 1957 se rodó en España, y que trata sobre la guerra de la Independencia, en la lucha que en 1810 mantuvo España contra la invasión de las tropas Napoleónicas. Trataré de explicar los sentimientos que encierran esas palabras. Orgullo enorme es para mí el contribuir con este pregón a los actos que con motivo de la Semana Santa anualmente se celebran y aunque no he tenido el honor de nacer en esta entrañable Ciudad, permitirme que me sienta, como me siento, hijo de ella, pues gran parte de mi vida se ha desarrollado aquí, mientras crecía, junto a mí familia. Mi mente siempre se ha sentido baezana y mi corazón ha latido entre sus murallas y bellos recuerdos: Puerta de Toledo, calle Sacramento, lo entrañable de sus gentes, la Semana Santa, nuestro Señor del Rescate… Pasión por todo lo que está relacionado con esta hermosa Ciudad, pues así lo he vivido a través de mi familia: Abuelos, Padres, Hermanos, Tíos, Primos, y Amigos. Dos son los títulos que encierran los temas que trataré: LA MEMORIA DESDE EL INTERIOR DE MI CAPIROTE XVI Pregón de la Cofradía del Rescate 3 de abril de 2011 - 1 -
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Oct 09, 2020

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BAEZA. SEMANA SANTA. 2011.

XVI PREGÓN DE LA COFRADÍA DE “EL RESCATE” Quiero agradecer de todo corazón a la Cofradía representada en el Hermano Mayor, y a toda su Junta Directiva, la oportunidad de poder estar aquí y cumplir esta hermosa labor que me distingue y honra, de leer el Pregón de esta próxima Semana Santa. A Filomena Garrido, anterior pregonera, que ha hecho la presentación del pregonero que este año solo pretende hacer extensible en este acto su cariño e implicación con el Señor del Rescate y la admiración por el trabajo que realizáis todos los Hermanos, y que permite mantener viva la llama del amor a nuestro Señor del Rescate y a María Santísima de la Trinidad.

ORGULLO Y PASIÓN El título del pregón no tiene relación con la célebre película que en el año 1957 se rodó en España, y que trata sobre la guerra de la Independencia, en la lucha que en 1810 mantuvo España contra la invasión de las tropas Napoleónicas. Trataré de explicar los sentimientos que encierran esas palabras. Orgullo enorme es para mí el contribuir con este pregón a los actos que con motivo de la Semana Santa anualmente se celebran y aunque no he tenido el honor de nacer en esta entrañable Ciudad, permitirme que me sienta, como me siento, hijo de ella, pues gran parte de mi vida se ha desarrollado aquí, mientras crecía, junto a mí familia. Mi mente siempre se ha sentido baezana y mi corazón ha latido entre sus murallas y bellos recuerdos: Puerta de Toledo, calle Sacramento, lo entrañable de sus gentes, la Semana Santa, nuestro Señor del Rescate… Pasión por todo lo que está relacionado con esta hermosa Ciudad, pues así lo he vivido a través de mi familia: Abuelos, Padres, Hermanos, Tíos, Primos, y Amigos. Dos son los títulos que encierran los temas que trataré:

LA MEMORIA

DESDE EL INTERIOR DE MI CAPIROTE

XVI Pregón de la Cofradía del Rescate 3 de abril de 2011 - 1 -

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LA MEMORIA.

El más importante de los sentidos humanos es la memoria. Sobre la memoria y su influencia en nuestra vida quiero basarme en lo que dice el libro: Yo estuve allí. Autor: José Cabrera, que en el Epílogo comenta: “Las potencias del ser humano son básicamente cuatro: La Inteligencia, que es el instrumento para entender y cuyo objetivo debe ser la búsqueda de la verdad. La Voluntad, que es la capacidad para hacer cosas y que debe conducirnos a nuestros deseos. La Intuición o capacidad de imaginar, que añade creatividad a las dos anteriores. La Memoria, que es la capacidad de recordar. Es sin duda la memoria, la que nos hace más personas y nos permite vivir más plenamente. La memoria es nuestra historia, nuestros orígenes, nuestros aciertos y errores, el lugar común de lo vivido, ese lugar misterioso en el que cada uno es soberano absoluto y totalmente diferente al otro. La memoria a la que me refiero es nuestra propia vida, es el archivador donde están todos y cada uno de los pasos que dimos en el pasado. Esa memoria que nos acompaña en la soledad, en los momentos difíciles, y cómo no, que nos consolará en la vejez, es un arma formidable para entender el mundo que nos rodea, es la enciclopedia del pasado, y sólo lo almacenado por el cerebro de una persona a lo largo de su vida no cabría en todos los ordenadores del mundo. Las palabras, lo olores, los sentimientos evocados, el conocimiento adquirido, y así toda nuestra vida, conforman el espejo en el que mejor podemos hacer profecías”. Por esta razón, he querido traer del fondo de mi memoria algunos recuerdos que han sido importantes para mí y ponerlos por escrito, a manera de reflexión para compartir con vosotros”. Sobre la buena o mala memoria, el filósofo alemán Nietzsche comentó: “La ventaja de tener mala memoria es que te permite disfrutar repetidas veces de la misma cosa”. Nosotros podemos repetir tantas veces como queramos los mejores recuerdos y vivencias. Tiempos pasados alrededor de la Semana Santa, rodeados de

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nuestros seres queridos que ya no están entre nosotros, pero que nos han dejado su huella imborrable. En ciertos países de Hispano América se dice que ninguna persona querida habrá muerto mientras haya alguien que la recuerde. Pues bien, nosotros tenemos en nuestra memoria a nuestros antepasados, padres, abuelos, que nos han dejado su entrega y ejemplo y que nos han marcado el camino del bien y el amor a nuestro Padre. La Fe, el Amor, la devoción a nuestro Señor del Rescate, me lo enseñaron mi madre Rafaela, mi primo Nicolás, mis tíos Ana y Pepe y mis abuelos Mª Dolores y Policronio. Se dice que los hijos no obedecen, los hijos imitan. Nosotros intentamos imitar ese cariño y devoción que hemos visto en nuestras casas. Esa dedicación. Somos como eslabones en una gran cadena en la que cada uno se engancha al anterior. Nos enganchamos a nuestros hermanos, padres, abuelos… y estos a su vez a sus antecesores. Cerramos los ojos y buscando en el archivo de nuestra memoria recordamos anteriores Semanas Santas. Nerviosismo, miradas al cielo intentando adivinar el tiempo, deseando que salga el Sol para que la procesión que hemos estado preparando todo el año pueda salir y lucirse. Preparación de las túnicas, los capirotes… Tengo archivado en mi memoria relatos de mis eslabones anteriores que no quiero que se pierdan en el fondo de mi archivo y que es mi deseo compartir con vosotros: Relataba mi madre cómo acompañaba a mi abuelo a la Iglesia de Los Descalzos para llevar una “alcuzilla” de aceite para echar en la lámpara del Señor para que “éste no estuviera a oscuras”, aunque no quedase más aceite en la casa. Durante la guerra, mi abuelo Policronio recibió la orden de entregar en el Ayuntamiento la túnica del Rescate. Túnica que en 1921 había ofrecido la señora de Don Gaspar Robles, siendo ya en ese año Hermano Mayor mi abuelo. Hizo con ella un atado. Antes de marchar mi abuelo, en un momento de descuido, mi madre tiró del peto que asomaba un pico en el compacto paquete, y lo escondió. Cuando volvió mi abuelo del Ayuntamiento de entregar la túnica, mi madre le confesó la “trastada”. Mi abuelo palideció. Entre ambos se estableció el siguiente diálogo: “Cuando abran el paquete y se den cuenta de que les falta el peto vendrán a por mí y me llevarán preso”. A lo que mi madre contestó: “Ellos no notarán la falta porque no saben que el Señor lleva peto”.

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Ese es el peto que posteriormente, en 1992 es trasladado el bordado de oro a un nuevo escapulario. En el año 1940, pasada la guerra y habiéndose quemado este actual auditorio, antigua Iglesia de los Trinitarios Descalzos, mi abuelo Policronio recibió un paquete con una carta adjunta. Lo remitía el antiguo Prior de San Andrés, y por entonces Canónigo de la Iglesia de San Isidro de Madrid, Don Andrés Trillo Marín. En ella decía: “Poli, te entrego una túnica para el Señor, pide tu para hacer un nuevo Señor del Rescate”. Esa túnica era de terciopelo morado, bordada en oro. Es la que tenía puesta nuestro Señor en San Andrés, durante el pasado Triduo. En 1943 la cofradía encarga al imaginero cordobés Amadeo Ruiz Olmos una talla del Rescate, aportando una fotografía para hacerla a semejanza de la anterior. Esta nueva talla está finalizada y es entregada a la Cofradía en 1946. Ese mismo año realiza la primera procesión con la túnica donada por Don Andrés Trillo; las potencias que llevaba la anterior imagen; el peto rescatado del paquete entregado al Ayuntamiento, y por cabellera, el Señor lleva el pelo natural de mi abuela Mª Dolores.

En esa procesión, y en otras dos posteriores, mi abuelo me llevaba de la mano en la procesión. Falleció en 1949. Mis abuelos vivían en la Puerta de Toledo, lugar donde nos alojábamos en las visitas que hacíamos en el verano y en la Semana Santa, a Baeza.

Baeza, por tus calles pasearon Gentes de noble cuna

Pero tu grandeza se encuentra En tus calles, en tus gentes y en tu luna.

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En años posteriores, el lugar de estancia era la panadería de la calle Sacramento - 6, donde vivían mis tíos Paco y Ana, con mi abuela Mª Dolores, mis primos Nicolás, Poli, Paco, Pepe y Lucas. Desde esta dirección salíamos todos los penitentes. Es de recuerdo imborrable los días previos a la procesión. Los preparativos de las túnicas, los capirotes…Qué revuelo se organizaba, qué nervios. Cuantas visitas a San Andrés en los preparativos. En esa casa cabíamos todos, no faltaba un lugar para uno más, tampoco sobraba, pero nos repartíamos lo que había. La cara de bonachón de mi tío Paco, la sonrisa de mi tía Ana y el cariño de mis primos hacían de esa mansión un lugar especial donde vivíamos intensamente la Semana Santa. Se puede decir que era el lugar de descanso entre procesiones. No había incomodidades. Todo era sonrisas y devoción por la Semana Santa, especialmente por El Rescate.

Baeza, no tuve la suerte De en tu seno nacer

Pero me considero hijo tuyo Como Dios lo da a entender.

Recuerdo que en aquellos años El Rescate también salía en la procesión General del Viernes Santo, que en esos años se celebraba. Se hacía una larga parada en el Paseo, donde se quedaban los tronos. Algunos años, y debido al frío de la noche, nos teníamos que cobijar debajo del trono a esperar continuar la marcha. Esta situación nos permitía, a mi primo Lucas y a mí, tener largas charlas sobre la Semana Santa.

En otra ocasión, teniendo yo 11 o 12 años, y con la intención de que desfilaran el mayor número posible de penitentes, mi madre utilizó, a modo de túnica, una bata de mi abuela. En aquella época el color de la túnica era marrón. Me la puso, me llevó hasta la puerta de la casa y con un pequeño empujón en la espalda me despidió diciendo: “!Hala! a la procesión”.

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Penitentes, la procesión va a salir ¿Cuántos penitentes irán?

Todos se han de vestir El próximo año mejor saldrá.

El viaje desde Madrid tampoco resultaba molesto, debido a las ganas de llegar. Diez horas en el tren no cansaban. Tampoco la espera del tranvía en la estación ni el traslado en La Yedra. Al llegar a Baeza siempre nos estaba esperando alguno de mis primos con una carretilla para transportar parte de los ocho o diez paquetes y maletas que llevábamos. Qué emoción cuando llegábamos a la Puerta Úbeda. Desde allí podíamos ver a toda la familia que nos esperaban en la puerta de la casa. Cuando nos teníamos que volver, pasada la Semana Santa, pasaba todo lo contrario. Volvíamos la mirada desde la Puerta Úbeda deseando que llegara pronto la próxima visita. La despedida era interminable y los abrazos y besos, repetitivos. Quedaban fijas en la mente las miradas brillantes de mis tíos y de mis primos. Cabizbajos y silenciosos volvíamos camino de la estación para coger el tranvía de vuelta. Un año más… Por supuesto, lo que se necesitaba comprar de ropa durante el año (zapatos, pantalones, camisas, etc.) debía esperar a ser estrenado el Domingo de Ramos, en Baeza. Por razones laborales, un año no pudimos asistir a la Semana Santa. La familia nos tuvimos que quedar en Madrid, con todo el dolor del corazón. Para paliar este problema, recurrimos a repasar mentalmente, el día de la procesión, por donde iría ésta. En un momento de este supuesto, a mi primo Paco se le ocurrió que lo mejor era reproducir la situación, por lo que cogió una silla, echó por encima una sábana y me hizo colocarme debajo del “trono”. Colocó una estampa del Rescate sobre la misma. La “procesión” salió de la cocina y recorrió el pasillo siguiendo los redobles de tambor y sonidos de trompeta que Paco reproducía con la boca. Al llegar al salón, donde estaba mi madre, Paco entonó una saeta. La reproducción era tan cercana al corazón que mi madre se arrodilló, se santiguó y las lágrimas, traduciéndose en llanto, hicieron que nosotros dos siguiéramos el “consejo”. Terminó la procesión llorando los tres. Estas son algunas de mis vivencias alrededor de la Cofradía. Seguro que cada uno de vosotros tenéis otras parecidas. Todas hacen que los eslabones adquieran consistencia y firmeza. Que la cadena esté fuerte y segura. Pero también estamos en deuda y tenemos la obligación de trasladar ese amor a los eslabones que deben seguir esta labor: Nuestros hijos y nietos. Es nuestra obligación la de contagiar de ese cariño, de ese desvelo, a los eslabones que se deben enganchar a los nuestros y así continuar en el tiempo esta hermosa tarea que tantas inquietudes nos trae, pero que también tantas y tantas satisfacciones nos aporta, llenando así una gran parte de nuestra existencia: El amor a nuestro Señor del Rescate y a María Santísima de la Trinidad. Con cuanta felicidad hemos llenado nuestros corazones en la familia.

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Se le atribuye a Bernard Shaw la frase: “Del mismo modo que no tenemos derecho a consumir riqueza sin producirla, tampoco lo tenemos a consumir felicidad sin producirla”. Como diría el Padre Emiliano, mi párroco de Santa Bibiana en Madrid, “tenemos que ser gente maja”. Cuando entregamos parte de nuestro tiempo a una causa buena y noble, además del valor que entregamos en ese trabajo, estamos dando parte de nuestra vida, ya que lo único que no podemos generar durante la misma es tiempo. Nos tiene que llenar de satisfacción cuando entregamos nuestro tiempo a nuestro Padre, pues estamos entregando parte de la vida que Él nos ha prestado para que se la devolvamos en buenas obras, hasta que nos otorgue la Eterna. De la misma forma que no podemos analizar ciertos estados, como la oscuridad, que es la ausencia de luz; el silencio, que es la ausencia de sonidos, no debemos permitir que la ausencia de felicidad invada de vacío nuestro corazón. Que nunca se rompa la cadena.

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DESDE EL INTERIOR DE MI CAPIROTE.

Debido a los nervios, me costó trabajo conciliar el sueño. Quería que pasara pronto la noche. Tenía preparada la túnica que me iba a poner al día siguiente, Jueves Santo. Me desperté antes de que el despertador, con su estruendoso sonido, me diera la orden de levantarme. Me puse la túnica como quien tiene prisa porque llega tarde a una cita importante. Me sentí reconfortado cuando me ajusté a la cintura el rosario. Ya estaba dispuesto a empezar mi Semana Santa. Deposité el capirote debajo del brazo y salí a la calle. Caminaba lentamente hacia Los Descalzos. La mañana era fresca y el suave viento hacía que pareciera todavía más fría. Miré al cielo y me tranquilizó su color azul, sin presencia de nubes, lo que aseguraba una estación de penitencia climatológicamente tranquila. Respiré profundamente. Me recreaba en los pasos sabiendo que la jornada sería dura y emotiva. Mientras caminaba, me hacía las mismas preguntas de todos los años, a las que no encontraba respuestas convincentes: ¿Qué tiene de especial la Semana Santa de Baeza que hace que estemos todo el año pensando en ella? ¿Qué hace que nos entre ese nerviosismo cuando se aproxima la fecha? ¿Cuál es la causa de esa inquietud y emoción? No estaba mentalmente preparado en ese momento para buscar respuestas y traté simplemente de dejarme llevar por la emoción que sentía. Al llegar a la Iglesia empecé a saludar a los amigos, pero no tenía muchas ganas de charlar. Sentía unas cosquillas en el estómago, fruto de los nervios y de la emoción del momento. Quería estar solo. Me paré delante de Él. Mi Señor del Rescate. Aquí estamos nuevamente, un año más, Señor. Pensé y me dije a mí mismo. Mi mente repitió nuevamente estas palabras, mientras mi vista no se apartaba de los cabizbajos ojos del Señor. Así transcurrieron unos segundos. Me puse detrás del trono al que los Hermanos estaban dando los últimos retoques ajustando algunos detalles, para poder hablar con Él a solas. Mentalmente repasé como había sido el año, desde la anterior Semana Santa. Le di gracias por todo lo que me había ayudado y prometí mejorar para que el próximo año, cuando me ponga nuevamente delante de Él podamos estar ambos orgullosos; Él de mí; yo de mis actos.

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Faltaban algunos minutos para las nueve cuando me coloqué el capirote. Me puse a disposición de los Hermanos que organizaban la procesión. Las piernas me temblaban por la emoción del momento. Me ajusté los agujeros de los ojos y me vino a la mente el pensamiento filosófico de que: “Ser, es ser percibido”. A partir de ese momento podía percibir a los demás pero yo pasaba a ser uno de los cientos de penitentes de la procesión. Dejaba de ser yo ante los demás, pero era el mismo para Él. Eso solo lo sabíamos los dos. Las puertas de Los Descalzos se abrieron y empezamos a salir.

La plaza de Los Descalzos está llena de gente expectante que con murmullo intenso esperaba la salida del Rescate. Cuando iba por la calle Alcalá nos paramos. A mis espaldas los sonidos del Himno Nacional estallaron como cañonazos en mi corazón. Volví la cabeza y pude contemplar la majestuosa imagen del Señor, que con lento y acompasado movimiento salía de la Iglesia. La sangre se me heló, los pelos, erizados, me dolían. Mi cuerpo, de forma descontrolada, tenía pequeños movimientos repetitivos de escalofríos. Noté

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húmeda la tela que cubría mi rostro, debido a que las primeras lágrimas, en su lento descenso por las mejillas, habían aterrizado a esa altura de la cara. Estaba en esta situación cuando me volvieron a asaltar las preguntas fijas: ¿Qué tiene esta situación que hace que mi cuerpo reaccione de esta manera? ¿Qué hace que mis sentimientos afloren? Recordé las palabras que mi madre repetía años antes cuando relataba la salida del Señor desde la Iglesia de San Andrés: “Me tiemblan las piernas y se me encoje el estómago”. Buscaba las respuestas cuando una voz a mis espaldas dijo: Continuar.

¡Qué bonita va la Virgen, debajo de su palio! Quiera Dios que no llueva y se luzca el santuario Compraremos tambores y al Cristo acompañarán

Romanos en la procesión, con paso militar.

Las aceras de la calle de San Andrés están llenas de gente que apenas dejan pasar. Todas las cabezas están giradas hacia la Puerta de Toledo, esperando la aparición de los tronos. Hasta mis oídos llegaron lejanos los sonidos de una saeta que alguien cantaba en la plaza de Los Descalzos. Al rato pude escuchar el anárquico sonido de los tilines del palio de la Virgen en su choque contra los varales que lo sujetan. Al llegar a la Iglesia de San Andrés mi mente retrocedió a los tiempos en que la procesión salía de esta Iglesia. Me parecía ver a mi abuelo dando las instrucciones necesarias delante de aquel trono blanco.

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Melodía de pensamientos Es tu Semana Santa, Baeza

Sinfonía de sentimientos De los pies a la cabeza.

Bajando por la calle Rojo ya mi corazón había adquirido el ritmo normal y pensé que me gustaría repasar mentalmente como sería la situación real que se vivía en los momentos de la Pasión, hace casi dos mil años.

Pensé en el Paso de la Entrada en Jerusalén. Sentado sobre los lomos de una borriquilla, rodeado de los apóstoles. Una muchedumbre le aclamaba y le daba vítores, arrojando flores a su paso. Los soldados, expectantes y sorprendidos, esperaban la señal para apaciguar la situación. La gente se asomaba por las ventanas y preguntaban ¿Qué pasa? ¿A quién saludan? ¡Es Jesús de Nazaret! Contestaban los discípulos.

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¡Cómo me hubiera gustado estar allí presente!,. Pensé. Vivir esa situación, ver a Nuestro Señor. Un intenso olor a incienso me volvió a la procesión. Ya estaba en la calle Ancha. Miraba la cara de los que esperaban el paso de la procesión. Me parecía que eran las mismas caras de años anteriores y que estaban en el mismo sitio, con la misma expresión en su rostro. Los ojos muy abiertos para no perderse nada de lo que pasaba delante de ellos. Es como si nada cambiase, año tras año. Al pasar, algunos me miraban a los ojos para intentar ver quien estaba dentro del capirote. Una mujer me llegó a llamar por el nombre del que pensaba que era: ¿Eres Paco? Negué con la cabeza y seguí mi camino. Empecé a preguntarme ¿Cómo sería la Santa Cena? ¿Cómo habría sido exactamente el momento de la consagración del pan y el vino? ¿Cómo habría sido la conversación con Judas? Imaginé estar en un rincón de la sala donde se celebraba la Cena. Jesús en el centro y los Apóstoles rodeando al Señor y conversando entre sí. Podía ver la cara escurridiza de Judas. El semblante alegre y jovial de Juan. La faz tranquila de Pedro. La cara iluminada, con ojos brillantes de Jesús... En la calle San Pablo pudimos ensanchar la fila y situarnos a un poco más de distancia del penitente que iba delante. Pude ver los balcones engalanados. Podía oír detrás de mí los tambores en su insistente compás, las trompetas y la música con sus lentos acordes. Sentía algo de frío pero tenía duda si se debía a la temperatura o mi estado de nerviosismo. El momento invitaba al recogimiento. Era una situación de intimidad, de confesión con el Señor. Paramos. Intenté relajarme, por lo que respiré profundamente. Estaba delante de la Iglesia de San Pablo. Me vino a la mente la imagen de Jesús orando en el Monte de los Olivos. Esta sí que no me la pierdo. Pensé. Quiero pensar que yo estuve allí y presenciar los acontecimientos. Cerré los ojos y dejé volar la imaginación. Me imaginé un lugar lleno de olivos, cosa fácil para cualquier Baezano, y una pequeña explanada donde situé a Jesús en medio, iluminado por un tenue rayo de luz de la luna, en la oscuridad de la noche. A los Apóstoles los veía detrás de los olivos más cercanos, contemplando al Señor que estaba de pié, con la cabeza levantada mirando al Cielo, los brazos doblados por los codos y las palmas de las manos vueltas, en señal de petición al Padre. Soplaba un ligero viento que, en su escurridizo avance entre los olivos, proferían un fino silbido.

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De pronto, Jesús cayó de rodillas, dando un fuerte golpe contra el suelo. Sus brazos quedaron extendidos paralelos a su cuerpo. Su cabeza se quedó cabizbaja, apoyando la barbilla contra su pecho. Tenía cerrados los ojos y el color había desaparecido de su cara. Gotas de sudor descendiendo desde su frente brillaban en su lento descenso. Los Apóstoles se quedaron fijos, impávidos, sin mover un músculo. Me sacó de esta situación un pequeño empujón que me dio en la espalda el penitente que estaba detrás de mí, para que siguiera andando. Me di cuenta de que apenas podía ver la calle, pues el capirote se había desplazado y no coincidían los agujeros del mismo con mis ojos. Tampoco los necesito, pensé, para “ver” al Señor. Estos ojos “sólo” me sirven para ver aquí. Allí le tengo a Él. Estaba recordando la escena “vivida” cuando pasamos por la Plaza de España y la calle San Francisco. Yo miraba alrededor y seguía viendo multitud de gente que su cara delataba la emoción del momento, el sentimiento de vivir la Semana Santa. ¿Qué hace que año tras año volvamos a sentir estas sensaciones? ¿Qué inimaginable imán hace que, los que estamos fuera, nos atraiga a venir a Baeza para vivir su Semana Santa?

Delante del Ayuntamiento volvimos a parar. Miré para atrás y pude ver el trono del Señor del Rescate girando desde la calle San Francisco para entrar en Prado de la Cárcel. El acompasado vaivén de su movimiento hacía que su túnica se balancease en sentido contrario al del trono. Mis ojos se quedaron fijos contemplando esta emocionante escena. Cuando el trono llegó a la puerta del Ayuntamiento se paró para liberar simbólicamente a un preso.

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A pesar de los guantes, mis manos estaban rígidas por el frío. Eran las 12 horas y el sol calentaba, pero mi sangre no recogía este bien. Doblé varias veces las rodillas, golpeando con mis pies el suelo, con la intención de que el frío saliera por los pies, pero no sentí ningún efecto. Claro, pensé, es que no es frío de temperatura, es frío de emoción, que no sé lo que es, pero es lo que yo sentía. El cansancio empezaba a llamar a la puerta de mi impaciencia, pero no lo quería escuchar. Yo quería seguir viviendo mi procesión, mi Semana Santa. Así que me relajé y decidí seguir con la Pasión que yo estaba “viviendo directamente”. Aparecieron en la escena soldados que portaban antorchas. En cabeza de ese pelotón iba Judas, que adelantándose en el momento en que llegaron a Jesús, que ya se había puesto de pié, le dio un beso en la mejilla. Rápidamente algunos soldados se acercaron a Jesús y le ataron las manos. Contrariamente a lo que pensaban algunos discípulos, Jesús no se resistió. Le empujaron y se lo llevaban, monte abajo, a la residencia de Anás. Sorteando algunos olivos, pude seguir de cerca esta situación. Mi cabeza, girada, miraba en dirección contraria a mi marcha. Es inevitable que en esa situación, no pudiera sortear un olivo, que cuando me di cuenta de que estaba en la dirección de mi carrera, ya era demasiado tarde y salí despedido rodando por la tierra. Tumbado, me quedé quieto en el suelo unos momentos intentando escuchar algo. ¿Qué puede pasar si me descubren? Lentamente me puse en pié y seguí mi marcha, esta vez con más cautela. Dando un rodeo me anticipé a la comitiva y me protegí detrás de un gran olivo, asegurándome de que nadie me veía. La cercanía con el camino me aseguraba ser espectador de excepción de la escena. Mi respirar era fuerte debido en parte a la carrera que me había dado para anticiparme al grupo, al golpe que me había dado y a la emoción que sentía. Tuve la sensación de que el golpe contra el suelo no había sido pequeño, pues sentía un fuerte dolor en mi hombro izquierdo. La emoción del momento me distrajo y mi vista se perdió intentando ver algo en el oscuro camino que se inclinaba monte arriba. Al rato, el resplandor de las antorchas denunciaba la pronta presencia del grupo en ese lugar. Me tuve que agarrar al tronco del árbol para que mis piernas pudieran sujetar mi nervioso cuerpo. Se acercaban despacio y pude contemplar los primeros soldados que se turnaban en lanzar improperios que yo no entendía, a Jesús, que lo llevaban en medio de esa veintena de soldados. No distinguí entre ellos a ningún paisano, por lo que deduje que Judas ni algún otro apóstol le acompañaba.

XVI Pregón de la Cofradía del Rescate. Manuel Serrano Marín. 3 de abril de 2011 - 14 -

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Jesús iba a pasar cerca de donde yo estaba. Como si de una cámara lenta se tratase, las figuras empezaron a moverse a velocidad más lenta de lo habitual. Pasaron los primeros soldados sin percatarse de mi presencia. Al pasar Jesús a mi lado, giró lentamente la cabeza hacia donde yo estaba y pudo contemplar, gracias a una antorcha cercana, mi cara asomada detrás del olivo. Sus ojos destellaron un rayo de luz que se dirigieron a los míos. Dio dos o tres pasos mientras su vista se mantenía fija sobre mis ojos. Su faz era seria, pero no obstante transmitía tranquilidad. En ese momento mi cuerpo, sin capacidad de reaccionar, se quedó rígido. Abrazado al tronco, noté que mis brazos lo asían fuertemente y los dedos de mis manos se intentaban clavar en la corteza. Mi vista siguió como el grupo se alejaba monte abajo, a la vez que la oscuridad de la noche se iba adueñando de la escena y el sonido de las sandalias golpeando firmemente contra el suelo se hacía cada vez más tenue. Me devolvió a la realidad los golpes sobre la campana del trono que el capataz daba para que la marcha continuase. No tenía noción del tiempo que había pasado.

Seguimos la marcha por la parte baja del Paseo y entramos en la plaza de los Leones. Empezamos a andar cuesta arriba y paramos. El Señor venía detrás y pude ver su grandiosa imagen pasando debajo del Arco de Baeza. Era la misma imagen que momentos antes yo había visto “en persona”: Las manos atadas a la altura del pecho, el semblante tranquilo, los ojos cabizbajos…

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Era un marco incomparable para retener para siempre en la memoria. Más lágrimas hicieron que la humedad del capirote, a la altura de la cara, pasara a ser ya tela mojada. Sabía que todavía quedaban más lágrimas en la reserva. Seguimos subiendo por la Cuesta de San Felipe de Neri y desembocamos en la Plaza de Santa María. El sol calentaba. La plaza, llena de gente, hacía que la marcha tuviera que parar repetidas veces hasta que ésta, en su lento movimiento, permitiera el paso de la procesión. Al llegar a la altura de la escalinata de la Catedral, me pude girar y contemplar otro bello entorno: El trono del Señor pasaba delante de la fuente de Santa María y la Virgen, que entraba en la plaza, resplandecía de forma especial. Desde la altura en que me encontraba podía ver su trono plateado. El palio, de terciopelo bordado en oro, me permitía ver parte de su precioso manto.

Cerré los ojos y los volví a abrir intentado buscar ayuda interna para poder valorar la situación que estaba viviendo. Di gracias al Señor del Rescate por hacerme sentir tan feliz. Notaba que mi alma se ensanchaba. No sentía cansancio y mi cuerpo tenía una agradable sensación de bienestar.

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Estaba en esta situación, contemplando el conjunto, cuando el sonido de una saeta hizo girar mi cabeza. Cerca de mí, desde el balcón más cercano a la Catedral, pude apreciar al autor. La Catedral, la plaza llena de gente, mis Hermanos Cofrades, el Señor del Rescate, Mª Santísima de la Trinidad… ¿Puede abarcar el alma situación semejante? Notaba que no era capaz de retener dentro de mí tanta felicidad, y que ésta rebosaba de mi espíritu saliendo por todos los poros de mi cuerpo.

En ese momento y en esa situación empecé a “sentir” las respuestas a las eternas preguntas: Esto es lo que hace nuestro sentir por la Semana Santa. Esto es lo que hace nuestro amor a nuestro Señor del Rescate. Esto es lo que hace que todo el año estemos deseando que llegue la Semana Santa. Esto es lo que hace que los que estamos fuera queramos volver, año tras año, a vivir la Semana Santa Baezana.

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Esto es lo que hace que nos sintamos tan cerca de nuestros Hermanos Cofrades y estemos prestos a colaborar para ayudar a realzar nuestra Semana Santa. Estas eran las respuestas a las preguntas que tantas veces me había hecho.

Permiso a Dios pidió Un año Lucifer

Para en Baeza ver La Semana Santa, prometió.

Pasado el tiempo, y al volver

El demonio se convirtió Y al Señor le pidió

Que le permitiera volverla a ver. Los aplausos de la gente que había en la plaza me sacaron de mis conclusiones, pues en ese momento se producía la entrada de Nuestro Señor en la Catedral. Al finalizar la procesión, ya dentro de la Catedral, los abrazos y parabienes no cesaban entre los Hermanos. Abrazos que daba a todos con los que tropezaba, pues ya no se cabía y apenas podíamos desplazarnos.

Cada abrazo que daba Dos lágrimas caían Y mi rostro delataba

La Procesión que vivía. Me acordé de que me había quitado el capirote. Noté que lo llevaba debajo del brazo izquierdo. Miré y allí seguía, mojado desde los ojos hasta el final de la cara. Aplastado, pero orgulloso. Mudo testigo de mis pensamientos. Hermano de mis inquietudes. Gracias por tu ayuda que me ha permitido vivir la Pasión, retener dentro de ti mis pensamientos y encontrar las respuestas a mis inquietantes preguntas.

Este es un año especial

Como los son todos Pero este es el actual

Y el próximo el Señor dirá.

Seguro que se repetirán Las especiales escenas vividas

Volveré a procesionar Junto a toda la comitiva.

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Procuraré la Virtudes respetar Lo prometo ante Jesús

Seguro que Él me ayudará A mejorar en mi actitud.

Tropecé de frente con mi primo Lucas. Nos abrazamos. Una fuerte sacudida de dolor en el hombro izquierdo hizo que mi mano acudiese en socorro de mi hombro y que el capirote, libre de su atadura, rodara por el suelo, como recordé que yo lo había hecho en el Monte de los Olivos. Mi cuerpo se quedó helado, sin reacción. Mi cara debió quedarse blanca y un rápido sudor con escalofríos sacudió mi cuerpo. ¿Te pasa algo? Me preguntó Lucas. Te veo pálido. Llevas toda la túnica manchada como si te hubieras caído. Ajeno a la situación y sin contestar, mis ojos buscaron el trono del Señor. Me dirigí hacia el trono lentamente, sorteando penitentes. Me coloqué delante de Él como lo había hecho horas antes en Los Descalzos. Mi mente estaba vacía debido a la ausencia de pensamientos. Mis ojos veían borrosos por las lágrimas que nuevamente arrojaban al exterior. Mi vista recorrió la figura del Señor y se paró en los ojos. Esperaba que levantara los párpados y me mirase como lo había hecho en el Monte de Los Olivos. Estando en esta situación, dejé pasar el tiempo…. Para finalizar, a modo de resumen del año que ha pasado, hago mención del poema a que el poeta Ramón Pérez de Ayala, le dio el título de:

UN AÑO MÁS

NO MIRES CON DESVELO LA CARRERA VELOZ DEL TIEMPO ALADO QUE UN AÑO MÁS EN LA VIRTUD PASADO

UN PASO ES MÁS QUE TE APROXIMA AL CIELO.

LLORA, SI, CON AMARGO DESCONSUELO PUES BASTANTE JAMÁS HABRÁS LLORADO

EL AÑO QUE AL MORIR TE HAYA DEJADO DE FALTA ALGUNA EL INTERIOR RECELO.

QUE EL TIEMPO QUE BIEN OBRAS NO ES PERDIDO

PUES LOS AÑOS DE PAZ QUE HAYAS VIVIDO SE CONVERTIRÁN EN SIGLOS DE ALEGRÍA

EN EL ETERNO EDÉN QUE HAY PROMETIDO AL ALMA JUSTA QUE EN SU DIOS CONFÍA.

Gracias por vuestra atención.

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