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E l primero de noviembre, día de los muertos, es una fiesta grande en Cerro de Pasco. Desde todos los rincones del Perú, desde las polvorientas ciudades de la costa, desde los caniculares pueblos de la selva, desde la campiña de Huancayo, los pasqueños suben a visitar a sus deudos. Es la única semana durante la cual es difícil conseguir alojamiento. En Cerro de Pas- co no crecen flores; precisamente por eso, los deudos se empe- cinan en ofrendar a sus difuntos el insólito lujo de las coronas. Cartuchos, rosas, geranios, azucenas y varitas de San José llegan por camionadas desde las tierras calientes. El primero de noviem- bre una multitud invade el cementerio. Durante una mañana, el camposanto recupera su antigua grandeza, la del tiempo en que Cerro se jactaba de doce viceconsulados. La multitud reza y solloza ante las tumbas, al mediodía sale a consolarse en las picanterías desparramadas en un kilómetro. Se come, se bebe y se baila a la salud de los inolvidables hasta el anochecer. Encantado por la varita mágica del recuerdo el cementerio se transforma, por un día, en una ciudad. Los trescientos sesenta y cuatro días restantes lo visita su único huésped: el viento. 1 de Noviembre Redoble por Rancas Dia de los muertos C uando chicos viajába- mos cada tanto con mis viejos a Rosario a visitar a tíos y primos, familia de mi mamá, y solíamos pasar irremediablemente en algún momento de algún día, por el cementerio. Era la hora de ir a visitar a mis abuelos y a un pri- mo muerto en un accidente con una moto y que nunca conocí. Era en las afueras de la ciudad, o quizá a mi todo me parecía más lejos; de grande nunca más volví. Pero en aquel entonces me parecía como una pequeña ciudad casi de juguete, como para niños. Bóvedas como ca- sitas miniaturas, tumbas ape- nas elevadas donde solían sen- tarse a tomar mate y preparar los ramos que pondrían en los pequeños floreritos de bronce, paredes eternas de nichos anti- guos como un panal de abejas gigantes, y los pasillos y cami- nos por donde corríamos con mi hermana mientras mirába- mos flores marchitas, cruces y fotos sepia ovaladas, de gente inhóspita. Después, nos íbamos por un portón lateral, con pare- des derruidas que daban a una calle de tierra y nos subíamos al taxi Siam de mi tío Miguel. A mi otro abuelo, Pepino, lo conocí pero poco. Y también re- cuerdo el día que murió en Mar del Plata y dos días después, lo fuimos a despedir al velorio. En la calle, jugábamos y reíamos con mis primas y hermana. En un momento, acercarme al ca- jón, para verlo a él, viejo, dor- mido y silencioso, y mi primo Marcelo enseñándome a hacer la señal de la cruz. Las visitas a la Chacarita no eran tan habi- tuales, pero alguna que otra vez fui a acompañar a mi viejo por esas escaleras interminables y pasillos semioscuros. En alguna de esas visitas, vimos el cortejo fúnebre que traía al boxeador Bonavena al que habían ma- tado en no sé qué historia de amores y dinero. después tuve que volver pero solo; para dejar a mi viejo. Varios años después, me llevaron abruptamente una vez más, a recordar torpemen- te aquella señal de la cruz, por él, por el mismo Marcelo, que inexplicablemente había dado un paso al costado. Cierta vez, me encontré sentado en mi auto, escuchando la radio, creo que hablaba Estela Carlotto, la presidenta de las abuelas de Pla- za de Mayo. Cuando terminó, y volví a ver, estaba estacionado a pocos metros de la tumba de mi viejo y un silencio tranquilo me rodeaba. Me sentía cómodo. Otro cementerio que fre- cuenté un tiempo, fue el de Merlo en la provincia de Bue- nos Aires. Hacia un mes que conocía a quien sería años des- pués, mi mujer. Ese día, su ma- dre, en un violento ataque de asma, nos enrostró crudamen- te la efímera línea que separa vida, de nada. En aquel campo santo encontré algo que nun- ca había visto hasta entonces. Los nichos no eran tapados con pesadas placas de mármol, sino que quien quisiese y por unos pesos, podía cambiarla por una puertita con marco de bronce y vidrio que permitía ver los ataúdes desde afuera e incluso colocar pertenencias o recuerdos cerca del cajón. Asi, mientras dejaba que ella hicie- ra su duelo tranquila cerca del recuerdo de su madre, yo me alejaba un poco y caminaba, como cuando era chico, por entre los pasillos de aquellas galerías. Leer los nombres de quienes ya no eran, y sus fechas de partida como una lotería implacable. Y asombrarme de pronto frente a juguetes en una de esas vidrieras y ver la tier- na edad de alguien que nunca llego a hombre, detenido ahí en una foto, quien sabe por cuánto tiempo, como el niño que fue. Todavía no entiendo bien que tiene que ver todo esto con el arte, pero creo que son tres pinturas que jamás podre pin- tar. O quizá sí, estén presentes en algún dibujo, disfrazadas en algún trazo, alguna línea sensi- ble que inicia fina y se engro- sa al doblar en busca de una síntesis, aquella de la que supo hablar hace ya mucho tiempo Hokusai, y que posea el soplo de la vida. ARTE Avignon un puente hacia otra forma de ver # 12 NOVIEMBRE 2014 Publicación mensual de distribución gratuita producida por: Taller de Artes Plásticas EL PORTÓN VERDE por Walter Pugliese por Manuel Scorza Los artistas Los artistas son las personas más dinámicas y llenas de valor sobre la faz de la Tierra. Tienen que lidiar con mas rechazos en un año que lo que la mayoría de las personas en toda su vida. Cada día se enfrentan al reto financiero de vivir con trabajos tempora- les, con la falta de respeto de la gente que cree que deben obtener trabajos “reales”, y su propio miedo a no volver a trabajar nunca más… Cada día tienen que ignorar la posibilidad de que esa vi- sión a la que han dedicado toda su vida es un sueño muy lejano. Con cada año que pasa, muchos de ellos miran mientras las demás personas de su edad obtienen los valores de una vida “normal” – el coche, la familia, la casa, el nido… - Pero ellos se mantienen aferrados a su sueño sin importar los sacrificios. ¿Por qué? Porque los artistas están dispuestos a dar su vida entera a un momento – a aquella línea, risa, gesto, o a aquella interpretación - que le robe el alma al público. Los artistas son seres que han probado el néctar de la vida en ese momento detenido en el tiempo, cuando entregaron su espíritu creativo y tocaron el corazón de alguien más. En ese instante, estuvieron más cerca de la magia y la perfección de lo que nadie jamás puede estar. Y en sus corazones saben que el dedicarse a ese momento vale mil vidas más. por David Ackert Dibujo carbonilla con modelo vivo. 2014. Mario Niejadlik, alumno del TALLER EL PORTON VERDE. “EL TALENTO ES UNA LARGA PACIENCIA, Y LA ORIGINALIDAD, UN ESFUERZO DE VOLUNTAD Y DE OBSERVACIÓN INTENSAS”. GUSTAV FLAUBERT
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Avignon #12 - UN PUENTE HACIA OTRA FORMA DE VER

Apr 06, 2016

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malena gaudio

Arte y diseño de publicación del Taller de artes plásticas El Portón Verde sobre notas de arte.
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Page 1: Avignon #12 - UN PUENTE HACIA OTRA FORMA DE VER

El primero de noviembre, día de los muertos, es una fiesta grande en Cerro de Pasco. Desde todos los rincones del Perú, desde las polvorientas ciudades de la costa, desde los

caniculares pueblos de la selva, desde la campiña de Huancayo, los pasqueños suben a visitar a sus deudos. Es la única semana durante la cual es difícil conseguir alojamiento. En Cerro de Pas-co no crecen flores; precisamente por eso, los deudos se empe-cinan en ofrendar a sus difuntos el insólito lujo de las coronas. Cartuchos, rosas, geranios, azucenas y varitas de San José llegan por camionadas desde las tierras calientes. El primero de noviem-bre una multitud invade el cementerio. Durante una mañana, el camposanto recupera su antigua grandeza, la del tiempo en que Cerro se jactaba de doce viceconsulados. La multitud reza y solloza ante las tumbas, al mediodía sale a consolarse en las picanterías desparramadas en un kilómetro. Se come, se bebe y se baila a la salud de los inolvidables hasta el anochecer. Encantado por la varita mágica del recuerdo el cementerio se transforma, por un día, en una ciudad. Los trescientos sesenta y cuatro días restantes lo visita su único huésped: el viento.

1 de NoviembreRedoble por RancasDia de los muertos

Cuando chicos viajába-mos cada tanto con mis viejos a Rosario a

visitar a tíos y primos, familia de mi mamá, y solíamos pasar irremediablemente en algún momento de algún día, por el cementerio. Era la hora de ir a visitar a mis abuelos y a un pri-mo muerto en un accidente con una moto y que nunca conocí. Era en las afueras de la ciudad, o quizá a mi todo me parecía más lejos; de grande nunca más volví. Pero en aquel entonces me parecía como una pequeña ciudad casi de juguete, como para niños. Bóvedas como ca-sitas miniaturas, tumbas ape-nas elevadas donde solían sen-tarse a tomar mate y preparar los ramos que pondrían en los pequeños floreritos de bronce, paredes eternas de nichos anti-guos como un panal de abejas gigantes, y los pasillos y cami-

nos por donde corríamos con mi hermana mientras mirába-mos flores marchitas, cruces y fotos sepia ovaladas, de gente inhóspita. Después, nos íbamos por un portón lateral, con pare-des derruidas que daban a una calle de tierra y nos subíamos al taxi Siam de mi tío Miguel.

A mi otro abuelo, Pepino, lo conocí pero poco. Y también re-cuerdo el día que murió en Mar del Plata y dos días después, lo fuimos a despedir al velorio. En la calle, jugábamos y reíamos con mis primas y hermana. En un momento, acercarme al ca-jón, para verlo a él, viejo, dor-mido y silencioso, y mi primo Marcelo enseñándome a hacer la señal de la cruz. Las visitas a la Chacarita no eran tan habi-tuales, pero alguna que otra vez fui a acompañar a mi viejo por esas escaleras interminables y

pasillos semioscuros. En alguna de esas visitas, vimos el cortejo fúnebre que traía al boxeador Bonavena al que habían ma-tado en no sé qué historia de amores y dinero. después tuve que volver pero solo; para dejar a mi viejo. Varios años después, me llevaron abruptamente una vez más, a recordar torpemen-te aquella señal de la cruz, por él, por el mismo Marcelo, que inexplicablemente había dado un paso al costado. Cierta vez, me encontré sentado en mi auto, escuchando la radio, creo que hablaba Estela Carlotto, la presidenta de las abuelas de Pla-za de Mayo. Cuando terminó, y volví a ver, estaba estacionado a pocos metros de la tumba de mi viejo y un silencio tranquilo me rodeaba. Me sentía cómodo.

Otro cementerio que fre-cuenté un tiempo, fue el de

Merlo en la provincia de Bue-nos Aires. Hacia un mes que conocía a quien sería años des-pués, mi mujer. Ese día, su ma-dre, en un violento ataque de asma, nos enrostró crudamen-te la efímera línea que separa vida, de nada. En aquel campo santo encontré algo que nun-ca había visto hasta entonces. Los nichos no eran tapados con pesadas placas de mármol, sino que quien quisiese y por unos pesos, podía cambiarla por una puertita con marco de bronce y vidrio que permitía ver los ataúdes desde afuera e incluso colocar pertenencias o recuerdos cerca del cajón. Asi, mientras dejaba que ella hicie-ra su duelo tranquila cerca del recuerdo de su madre, yo me alejaba un poco y caminaba, como cuando era chico, por entre los pasillos de aquellas galerías. Leer los nombres de quienes ya no eran, y sus fechas de partida como una lotería implacable. Y asombrarme de pronto frente a juguetes en una de esas vidrieras y ver la tier-na edad de alguien que nunca llego a hombre, detenido ahí en una foto, quien sabe por cuánto tiempo, como el niño que fue.

Todavía no entiendo bien que tiene que ver todo esto con el arte, pero creo que son tres pinturas que jamás podre pin-tar. O quizá sí, estén presentes en algún dibujo, disfrazadas en algún trazo, alguna línea sensi-ble que inicia fina y se engro-sa al doblar en busca de una síntesis, aquella de la que supo hablar hace ya mucho tiempo Hokusai, y que posea el soplo de la vida.

ARTE

Avignonun puente hacia otra forma de ver

#12NOVIEMBRE 2014

Publicación mensual de distribución gratuita

producida por: Taller de Artes Plásticas

El Portón VErdE

por Walter Pugliese por Manuel Scorza

Los artistas

Los artistas son las personas más dinámicas y llenas de valor sobre la faz de la Tierra. Tienen que lidiar con mas rechazos en un año que lo que la mayoría de las personas en toda su vida. Cada día se enfrentan al reto financiero de vivir con trabajos tempora-les, con la falta de respeto de la gente que cree que deben obtener trabajos “reales”, y su propio miedo a no volver a trabajar nunca más… Cada día tienen que ignorar la posibilidad de que esa vi-sión a la que han dedicado toda su vida es un sueño muy lejano. Con cada año que pasa, muchos de ellos miran mientras las demás personas de su edad obtienen los valores de una vida “normal” – el coche, la familia, la casa, el nido… - Pero ellos se mantienen aferrados a su sueño sin importar los sacrificios. ¿Por qué? Porque los artistas están dispuestos a dar su vida entera a un momento – a aquella línea, risa, gesto, o a aquella interpretación - que le robe el alma al público. Los artistas son seres que han probado el néctar de la vida en ese momento detenido en el tiempo, cuando entregaron su espíritu creativo y tocaron el corazón de alguien más. En ese instante, estuvieron más cerca de la magia y la perfección de lo que nadie jamás puede estar. Y en sus corazones saben que el dedicarse a ese momento vale mil vidas más.

por David Ackert

Dibujo carbonilla con modelo vivo. 2014. Mario Niejadlik, alumno del TALLER EL PORTON VERDE.

“EL TALEnTO ES unA LARgA PACiEnCiA, Y LA ORiginALiDAD, un ESfuERzO DE VOLunTAD Y DE OBSERVACión inTEnSAS”.

guSTAV fLAuBERT

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Director Editorial:Walter Pugliese

Arte y diagramación: DG Malena Gaudio

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o síganos en: http://issuu.com/revistaavignonarte

15-5226-5947

Nació el 4 de febrero de 1929 en Mendoza. Cursó estudios en la Academia de Bellas Artes de Mendoza (1944) y en la universidad nacional de Cuyo, donde recibió su

Primer Premio en el Salón del Estudiante de 1947. fue discí-pulo de Ramón gómez Cornet.

Durante su juventud trabajó un estilo caótico y tempera-mental. Después su pintura adquirió un tono diferente: aban-donó la conmoción expresionista y comenzó a explorar una

más coincidente con la nueva ob-jetividad, de rai-gambre alemana. En 1954 viaja a Europa contrata-do por la galería Viau. Expone en París y Madrid.

Adoptó la téc-nica del acrílico en su pintura. En 1951 ganó el Pri-mer Premio en el Salón de Pintu-ra de San Rafael (Mendoza), en 1957 el concurso convocado por la editorial Emecé para ilustrar la segunda parte de

Don Quijote de la Mancha y Martín Fierro (1959) y en 1959 el Pre-mio Chantal del Salón de Acuarelistas y grabadores de Bue-nos Aires. Además ilustró, Romancero criollo, Antología de Juan, La Divina Comedia (1969), Juguete rabioso, Lección de anatomía y Mano a mano.

Sus obras se han expuesto en la Art gallery international (1972-1976), el Museo nacional de Bellas Artes (México) y el Museo de Arte de La Habana (Cuba). En 1987, expuso en el Museo Municipal “Eduardo Sívori” de Buenos Aires y en el de Bellas Artes de Tucumán.

Tras el golpe de Estado de 1976 y la desaparición de su hija Paloma al año siguiente, se exilia en italia, en 1979 se trasladó a Madrid. y dos años después regresa a la Argentina.

Carlos AlonsoPintor, dibujante y grabador argentino

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Vincent Van GoGhCartas a Théo

DIBUJOS para el libro El Matadero de Esteban Echeverría.

He despachado hoy la cajita que te dije, y que contiene, además de lo

que ya te he escrito, otro cuadro, Cementerio de Aldeanos. He des-

cuidado algunos detalles –he querido expresar cómo esta ruina demuestra

que desde hace siglos los aldeanos de allí son amortajados en los mismos

campos que trabajan durante su vida-, he querido decir cuán simple es el

hecho de morir y de ser enterrado, tan tranquilamente como la caída de la

hoja de otoño –nada más que un poco de tierra removida y una pequeña

cruz de madera-. Allá donde la hierba del cementerio se detiene, los cam-

pos de las inmediaciones trazan, del otro lado del muro, una última línea

en el horizonte –como un horizonte marino-. Y esta ruina me dice cómo

una fe, una religión, se ha carcomido, aunque haya tenido fundamentos

sólidos, cómo entretanto, para los aldeanitos, vivir y morir es lo mismo

y sigue siendo exactamente igual que para las hierbas y las florecillas

que crecen allí, sobre esa tierra del cementerio, el hecho de germinar y

marchitarse, sencillamente. “Las religiones pasan, Dios queda” ha dicho

Víctor Hugo, a quien también acaban de enterrar.

No sé si encontraras algo en estos dos temas; la choza con techo de

cañas me ha hecho pensar en el nido del reyezuelo.

Nuenen, 1884

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