17 /9/20 15 ASÍ HABL Ó NIETZSCHE | Ra f a el Narbo na ch rome-extension://iooicodkiihhp o jmme g h jclgihf jd jh j / f ront / in isola t ion / r e f o r ma t.h t ml 1/ 8 ASÍ HABLÓ NIETZSCHE [1] [2] Jünger afirmaba que “el mejor profeta es el profeta muerto; para el profeta vivo la actualidad, si no peligrosa, sí le es intempestiva”. En el caso de Nietzsche, si no hubiera muerto con el siglo, habría conocido “la apropiación apasionada de sus ideas por tipos que a él le repugnaban profundamente, y luego, la resaca contraria, la de los perjudicados bajo tales auspicios”. [3]
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Esta observación, que adquiere especial valor al proceder de otro autor ensombrecido por sus lazos con una
concepción de la política alejada del ideario democrático, renueva la necesidad de repensar a Nietzsche
desde una perspectiva filosófica, desechando el esquematismo que redujo sus teorías a unas cuantas
fórmulas, repetidas hasta la saciedad por varias generaciones de intelectuales que sólo conocían su obra
por referencias indirectas. Gonzalo Sobejano ( Nietzsche en España, 1967) nos habla de que Pío Baroja
intentó infundir a sus héroes algunos de los rasgos que los noventayochistas atribuían al superhombre,
pero lo cierto es que en su biblioteca sólo había unas cuantas versiones francesas de escaso rigor filológico
(José Alberich, Los ingleses y otros temas de Pío Baroja, 1966). Las excelentes traducciones de AndrésSánchez Pascual comenzaron a difundir en España durante los setenta una imagen de Nietzsche que ayudó
a superar muchos de los estereotipos a los que había quedado reducida su filosofía. Hasta las grandes
interpretaciones de los años treinta (Jaspers, Löwith y Heidegger), nadie se había ocupado de realizar un
análisis sistemático de un pensamiento desfigurado por el oportunismo político y el romanticismo tardío,
que encontró en su obra un magnífico aliado en su rebelión contra la burguesía, cuando en realidad
Nietzsche sólo habría visto en el spleen de Huysmans, Baudelaire o Villiers de l’Isle Adam una intolerable
La edición canónica de Colli y Montinari no constituyó tan sólo un ejercicio de rigor, sino una auténtica
reconstrucción de un pensamiento deformado por unas circunstancias históricas poco propicias. En sus
prólogos, artículos e introducciones, Colli propone una lectura que no está muy lejos de la exégesis de
Deleuze: la filosofía de Nietzsche es una “antidialéctica absoluta”, un antihegelianismo radical que se
propone “liberar al pensamiento de los fardos que lo aplastan” (Deleuze, Nietzsche y la filosofía, 1967).
Frente al concepto hegeliano (“potencia libre”, “bienaventuranza ilimitada”), Colli subraya la fascinación
de Nietzsche por Cristo, un maestro oral que “odia la palabra y es ajeno a la cultura y a la dialéctica”. El
error está en creer que el lenguaje puede expresar el fondo del ser, pues “quien se atreve a comunicarciertos contenidos va al encuentro, debido a la naturaleza de las cosas, de un fracaso expresivo”. Por eso, la
filosofía sólo puede recurrir al lenguaje para certificar su impotencia, ya que el concepto, lejos de hablarnos
del mundo, únicamente nos relata una mentira que posibilita nuestra acomodación a lo real. Esta es la
causa de que la metafísica desemboque en la psicología y ésta en la moral, pues el conocimiento humano
confunde la verdad con una imagen donde el azar, la multiplicidad y la diferencia han sido excluidos del ser
en beneficio de una perspectiva dominada por la lógica. Pero “el mundo nos parece lógico –apunta Colli-
porque nosotros lo hemos logicizado: la restricción en base a la cual forjamos conceptos, formas, fines,
leyes, no refleja un mundo verdadero sino que procura acomodarnos un mundo que nos haga posible la
vida. Haber abierto tal perspectiva gnoseológica representa una aportación de gran nivel teórico, auncuando los filósofos de nuestro siglo no parezcan haberla comprendido y apreciado como merecía”.
Esta lectura está muy próxima a la interpretación de Vaihinger, que relee a Nietzsche desde una
perspectiva kantiana. La idea de que el entendimiento prescribe leyes a la naturaleza sólo es una forma de
explicar nuestra imagen del mundo como una construcción de las “ficciones reguladoras” que posibilitannuestro conocimiento de las cosas. La diferencia entre Kant y Nietzsche es que mientras uno habla de
objetividad apelando al recurso del “como si”, el otro describe la ontología como una falsificación
necesaria. En cualquier caso, lo que parece indiscutible es que Heidegger no estaba muy desencaminado
cuando situaba el pensamiento de Nietzsche en el horizonte de la metafísica. Acaso su análisis ya sea más
discutible (Fink no aceptó la tesis de que la voluntad de poder implica una concepción del ser como valor),
pero lo cierto es que los textos de Heidegger abren una nueva perspectiva, donde la obra de Nietzsche ya no
se plantea como una contramoral que se subleva ante la estrechez de la ortodoxia victoriana. André Gide ya
había señalado que la influencia de Nietzsche precedió a la publicación de su obra; lejos de sorprender,
confirmó la buena nueva de un catecismo que certificaba el agotamiento de la tradición occidental. Frente
a esta versión de Nietzsche, que le convierte en el modelo del artista desesperado y maldito, Heidegger
realiza una relectura, cuya fecundidad se refleja en los prólogos de Colli.
En los fragmentos póstumos del otoño-invierno de 1887 a 1888, Nietzsche percibe una irrestañable
asimetría entre la palabra y la vida. La abstracción, basada en cadenas de conceptos, “convierte en sombras
exangües todo lo que toca”. Las palabras son “residuos vacíos” y la filosofía sólo puede continuar su
discurso a través de una fisiología trascendental orientada hacia el cuerpo del que surge la escritura. Esta
“sabiduría fisiológica” mira hacia Oriente e identifica el pensamiento con la nutrición o los ejercicios
respiratorios. Este misticismo implica una interiorización del pensamiento, que discurre sobre el propio
cuerpo, harto de abstracciones que se muestran incapaces de reflejar el fondo del ser. Es el fin de la
filosofía, pero el inicio de una nueva forma de pensar, donde la exploración del cuerpo o el recurso alenguajes menos conceptuales –como la música o la metáfora-, explican lo real con más rigor que un
No hay un cosmos: sólo una pluralidad de fuerzas; no hay un yo: sólo un conjunto de pulsiones. Ante esta
revelación, sólo cabe la alegría, la danza, la ligereza de una sabiduría consciente de que, frente a la vida,
sólo cabe la mentira necesaria (“todo lo que es profundo ama la máscara”) o el “estado de inmediatez
extrarrepresentativa” del coro trágico, donde la vida ya no se muestra como expresión, sino como una
fuerza preexistente irreductible al concepto. De ahí que la felicidad sólo pueda acontecer en “el umbral del
instante”, donde la vida desplaza al conocimiento, sepultando el pasado en el olvido. El hombre -nosenseñó Nietzsche- comienza donde acaban las palabras.