Condensaciones y desplazamientos: Las polticas del miedo en los
cuerpos contemporneosByRossana Reguillo| ITESO
Condensations and Displacements: The Politics of Fear on
Contemporary Bodies.The dreams of reason produce monsterstwo
centuries later, Goyas foresight affirms the nightmares of
contemporary reason. In a context characterized by the unequal
distribution of wealth and, especially, of risk, the politics of
fear make themselves felt on the bodies of citizens. Rooted in the
socioanthropology of affect, this essay examines the centrality of
fear/terror/panic and the affect they produce (hatred, rage,
sorrow, hope), in/between/on the social body. More than an
inventory of traits and attributes of a threatening
contemporaneity, it seeks to explore the sociopolitical and
cultural impact of these processes on the production of bodies.El
sueo de la razn produce monstruosGoya (aguatinta)Hay que
desprenderse del quehacer cotidiano para poder levantar la mirada
ms all de lo inmediato. La perspectiva supone [] un punto de vista
desde donde mirar. No existe una mirada neutra; toda perspectiva
est situada, es interesada.Norbert LechnerSchlitzie, tambin
conocida como Maggie, la ltima de los aztecas, era en realidad un
varn, nacido en 1880, en Yucatn; su nombre artstico aumentaba el
exotismo de su figura, pero en todo caso deba haber sido
presentada-o como el ltimo de las mayas. Sin embargo, el tema
central en torno a Schiltzie no reposa en criterios tnicos,
raciales o nacionales, ni siquiera de gnero, y lo que -a mi juicio-
representa su centralidad para pensar el cuerpo social se coloca ms
all o ms ac de las coordenadas habituales a las que suele acudirse
para marcar la segregacin, invisibilidad, estigmatizacin,
extraamiento frente a los cuerpos otros que irrumpen en el espacio
ordenado de la modernidad: la monstruosidad.Schilzie, fue un
microceflico(1)que pas toda su vida siendo exhibida/o en ferias y
circos; ah fue descubierta/o por el director de cine Tod Browning,
que en 1932 estrenaba la pelculaFreaks,(2)ridiculizada y rechazada
en su tiempo y hoy considerada una pieza maestra de la
cinematografa y momento fundacional del gnero terror dentro del
cine sonoro.La pelcula cuenta la historia de un mal amor, el que
experimentaba el enano liliputense Hans por la exuberante
Cleopatra, una trapecista normal y quien se convierte en la
protagonista castigada de una historia moralizante que intenta
descifrar las claves y cdigos de los anormales. Quiz
hoyFreaksentrara en la categora de bajo presupuesto o en la galera
de los filmes prescindibles, pero, filmada en 1932, su potencia
narrativa radica en que Schiltze, la ltima de los aztecas,
representa fundamentalmente un rechazo-miedo, repulsin-ternura
ajenos a ella: ella permanece al margen de lo que provoca su
presencia. Y, para nuestro tema, este es el dato clave.Toda
diferencia es una diferencia situada, dira Garca Canclini (2004) y,
en tal sentido, yo aadira que es tambin una diferencia relacional,
es decir, para que ella, la diferencia, opere es necesario que el
diferente sea conciente de su condicin dentro del proceso de
interaccin cultural. As, quisiera proponer que Schlitzie restituye
politicidad a la narrativa, introduce complejidad al esquema
iguales/diferentes.De Schlitzie resulta telrica como experiencia
tica/esttica su sonrisa permanente, su necesidad de abrazar, tocar,
incluirse, mediante el recurso de su inocencia de s, de su ajenidad
a su propia condicin. Mientras los personajes centrales de la
historia son absolutamente conscientes de su deforme diferencia,
tanto Cleopatra como Hrcules, su amante furtivo, son concientes de
su belleza y condicin de privilegio; ello instaura en la trama la
clsica oposicin binaria entre ellos y nosotros, una dimensin
poltica, es cierto, pero carente de politicidad. Pero Browing no es
un director plano, ya que Shiltzie conserva su sonrisa y una
perturbadora tranquilidad an durante los momentos culminantes del
drama, lo que a mi juicio marca una clave fundamental: para que el
portador de un cuerpo anmalo asuma su propia condicin monstruosa,
disruptiva, atemorizante, se requiere de un ambiente, o mejor de un
paisaje (en trminos de Appadurai, 2001), cultural altamente
codificado y, de manera mucho ms importante, naturalizado, idea que
me permite ya otorgarle al concepto de politicidad su sentido y
clave interpretativa: restituir politicidad implica volver visible
no slo la dimensin relacional de la diferencia, sino en el otro
extremo hacer-ver hacer-saber la ausencia de relacin que excluye al
otro implicado convertido as en objeto pasivo del poder de
institucin (es decir de control y de dominio) y de nominacin (su
dimensin simblica).La politologa ms clsica nos ha enseado a mirar
el conflicto, el nudo denso que ata las relaciones entre
desiguales; la politicidad, propongo, debe ayudarnos a entender la
aparente ausencia de conflicto por la paradjica invisibilidad del
poder instituyente.Parafraseando a Foucault (2000), podramos
afirmar que esta narrativa heterotpica nos pone frente a un
principio de puerta giratoria: cuando lo anmalo entra en escena, la
diferencia poltica debe desaparecer. Es precisamente esta, la
diferencia en un sentido denso, que se convierte en clave analtica
cuando la anomala interpela la policiticidad, es decir, una mirada,
una representacin, una doxa(3)que, montada sobre una supuesta tica
universal es capaz de restituir la crtica reflexiva sobre el orden,
la realidad, el mundo. Los otros, los fenmenos, los freaks, son
portadores de una verdad fundamental, diseminan los grmenes de la
sospecha frente a la naturalizacin de un orden instituido.Y, la
pregunta entonces es cmo, a partir de estos elementos, afrontar la
contemporaneidad, encarar de frente Abu-ghraib, Guantnamo, Ciudad
Jurez, la frontera Mxico-Estados Unidos, la frontera Mxico-Centro
Amrica, todos estos espacios que interpelan de distintas maneras
problemticas al cuerpo en sus dimensiones polticas, sociales,
culturales y an econmicas. Emplazamientos y visibilidades de la
anomala y la monstruosidad, cuya clave de lectura es el
miedo.Miedos situadosMe parece que no es posible encarar de manera
seria la pregunta por la produccin social del cuerpo contemporneo
sin traer al centro de nuestra reflexin la pregunta por el miedo
como dispositivo de gestin y control poltico.Para proyectar el
anlisis de las relaciones entre miedo y cuerpos, de manera sinttica
quisiera hacer un breve mapa de cmo ha sido encarada la pregunta
por el miedo. En la historia del pensamiento ha habido cinco formas
principales de aludir, pensar, ubicar y teorizar sobre el miedo.
Para el pensamiento clsico, de Platn a los estoicos, el miedo-temor
es un humor que nubla la razn y es contrario a las nobles virtudes
guerreras. Para los filsofos modernos, Descartes, Hume, Locke,
Spinoza, el miedo es una afeccin del espritu constitutiva del
carcter humano, que no puede comprenderse sin sus afecciones
contrarias o derivadas (la esperanza en el primer caso; el odio y
la ira, en el segundo caso); para la filosofa poltica, con Hobbes a
la cabeza, el miedo es emocin fundacional del Estado y del pacto
social. Para la psicologa moderna, el miedo-temor constituye una
patologa que, anclada en lo individual, puede tener una expresin
colectiva: el pnico. Finalmente, para la sociologa contempornea, el
miedo como categora colectiva- suele definirse como un mecanismo de
defensa frente a un mal o peligro anticipado, sea este real o
imaginado. En torno a lo que se denomina sociologa del riesgo,
cuyos representantes principales son Beck, Bauman y Giddens, se
trata de una poderosa vertiente analtica que introduce una pregunta
fundamental para nosotros: puede el miedo ser una plataforma de
accin poltica?(4)Pero quisiera sugerir que han sido los
historiadores del miedo (Duby, Le Goff, Delumeau y, desde otra
perspectiva, Hobsbawm), quienes han colocado el anlisis y la
discusin sobre el miedo en una dimensin clave. Sin anular ninguno
de los frentes que he intentado esquematizar, estos historiadores
son capaces de ayudarnos a entender la imposibilidad de calibrar
los miedos al margen de su ubicacin histrica, esto es, sin
colocarlos en las coordenadas polticas, econmicas, culturales de
una poca particular: su relacin con los valores pblicos y
ciudadanos para los pensadores de la antigedad clsica; la
centralidad de la medicalizacin de sus expresiones en el
advenimiento de la ilustracin; su importancia central en la
sociedad postindustrial. Sin coordenadas espacio-temporales, la
pregunta por el miedo es intil y apenas un recurso retrico que, al
nombrar todo, no nombra nada. Por tanto, el desafo central es el de
establecer las coordenadas que le dan especificidad a la pregunta.
Ello exige poner en clave analtica las caractersticas de la poca de
la que somos contemporneos, productores, testigos y actores.De los
mltiples, complejos y dinmicos elementos que configuran la sociedad
actual, hay tres tensiones epocales que quisiera retener:- la de
las relaciones complejas entre neoliberalismo y
neoconservadurismo,- la de las migraciones, desplazamientos y
contactos (inter)culturales a escalas nunca antes vistas,- la del
empoderamiento creciente del crimen organizado frente al
debilitamiento de la institucionalidad.Y estas tres tensiones estn
ancladas a su vez en tres factores sustantivos: la reconfiguracin
del Estado, el empobrecimiento estructural creciente y la
tecnologizacin-espectacularizacin del espacio pblico.Frente a estas
tensiones y factores es que me parece que la pregunta por la
relacin entre miedos y produccin de cuerpos ciudadanos adquiere la
politicidad a la que he hecho referencia, en el sentido de permitir
romper como quera Bourdieu- con el pensamiento de sentido comn,
a-histrico y culturalista que impregna la atmsfera contempornea. El
cuerpo situado y el miedo historizado devienen entonces en clave
sociopoltica para interrogar lo social y explorar la potencia de
contestacin que puede atisbarse (o no) en el movimiento social
frente a un orden crecientemente excluyente y autoconvertido en
narrativa fatal.A partir de estos elementos, intento ahora situar
el anlisis en tres escenarios.La notoriedad de lo annimo: el cuerpo
y la torturaDe maneras cada vez ms complejas, las contradicciones
entre el orden del neoliberalismo y el fortalecimiento de un
neoconservadurismo a nivel mundial parecen indicar, cada vez con
mayores evidencias, que este ser el punto de friccin, la zona de
crisis de la fase actual de la modernidad. Puesto en simple,
mientras el neoliberalismo apela a la desregulacin, a la apertura
de mercados, al intercambio (desigual) entre pases y regiones y
especialmente al individuo como epicentro y motor del proyecto que
impulsa, el neoconservadurismo apela al cierre de fronteras, a la
regulacin rgida y altamente normativa de las identidades y a los
valores comunitarios, al regreso a lo colectivo-primigenio, al
nosotros fundacional.En la rspida interface entre estas dos
propuestas igualmente poderosas (en trminos polticos y econmicos)
se levanta la cruzada contra el terrorismo, la guerraenIrak(5)y, de
manera especialmente relevante, la instauracin de polticas de
seguridad nacional que, apelando a un enemigo anmalo, justifica
cualquier exceso o violacin de los derechos
humanos.(6)Indudablemente, la tortura no es para los
latinoamericanos ningn tema nuevo, y el uso del terror sobre el
cuerpo es una prctica de larga data que ha sido tematizada amplia y
brillantemente en la regin. Sin embargo, tanto Abu Ghraib como
Guantnamo abren una perspectiva distinta. Se trata de
emplazamientos y lgicas que saltan de la escena nacional a la
escena global, desestabilizando la nocin de autora, y aparentemente
la de sujeto torturado. Quiero decir que, mientras que en los casos
de la tortura en Argentina, Chile, Brasil, Nicaragua, El Salvador,
Mxico puede ser claramente ubicado un autor estatal -un gobierno,
una dictadura- en el caso de Abu Ghraib y Guantnamo se desdibuja el
Estado y su lugar es ocupado por un llamado eje del bien y una
convergencia de actores difciles de asir, aunque sea indudable la
responsabilidad central de los Estados Unidos. De un lado, el
sujeto torturado en la historia latinoamericana es un subversivo,
guerrillero, sospechoso, izquierdista, enemigo del rgimen en
cuestin; mientras el sujeto torturado en los centros de detencin
(pornogrfico eufemismo), el sujeto torturado es uno slo, solamente
uno: terrorista, al que no se le reconoce ningn otro tipo de
adscripcin identitaria y es convertido en enemigo de la humanidad.
La escala es distinta.Adems, en el primer caso, los testimonios an
pendientes en muchos casos-, son fundamentalmente fragmentos
discursivos que, an con toda su potencia narrativa, pertenecen a un
tipo de registro hoy fuera de poca. Quizs por ello, las fotografas,
videos y grabaciones obtenidas en Abu Ghraib y los testimonios
cronicados de Guantnamo, parezcan operar como textos fundacionales
de la barbarie civilizada (como la llamara Lwry). Lo que quiero
sealar es que la poca, la episteme(7)en trminos foucaultianos,
otorga a los acontecimientos su especificidad y proporciona sus
propias claves de lectura.Y, aunado a la cuestin del registro, dato
no residual en este anlisis, est la categora sociocultural
representada por el cuerpo torturado. El cuerpo torturado de Abu
Ghraib es un cuerpo annimo, una bolsa en la cabeza que impide
cualquier posibilidad de interaccin, un cuerpo cuya identidad
proviene de la operacin -ejercida por el poder instituyente- de
borrar cualquier posibilidad de identificacin. Terrorista, hombre o
mujer, iraqu, espaol, ingls, no importa su afiliacin nacional, es
un cuerpo sometido cuyo anonimato favorece el imaginario de
laanomala, es decir, la categora subsidiaria a la dediferenciay
que, a la manera de la Schlitzie de Browning, es capaz de
despertarnuestraempata en la forma de indignante ternura o de
aprobacin por su extrema alteridad, justo porque a ese cuerpo se le
niega la posibilidad de auto-representar su diferencia y, en este
caso, ha sido despojado de su condicin poltica.En el centro de la
interface problemtica entre neoliberalismo y neoconservadurismo, se
erige la tortura sobre el cuerpo, cuya alteridad hetero-asignada se
banaliza, porque la primera fuerza, el neoliberalismo, apela a la
centralidad inevitable de su propio relato, a sus bondades
amenazadas por esos otros anmalos y annimos sin proyecto alterno, y
del lado del neoconservadurismo, el conflicto se dramatiza, ya que
ese cuerpo se convierte en el epicentro de las amenazas a un orden
natural y primigenio que justo por su proyecto alterno la amenaza a
la libertad (en palabras de Bush). Ambas operaciones anulan
cualquier posibilidad de debate poltico y sitan el problema en una
doble y esquizofrnica clave: banalizacin y extrema dramatizacin,
pero ambas terminan por difuminar el conflicto. En el primer caso
(banalizacin), porque se trata apenas de una operacin de
costo-beneficio; en el segundo (dramatizacin), porque se trata de
una profunda amenaza a los cimientos del orden conocido.A
principios de 2004, la cadena CBS present una serie de fotografas y
videos que mostraban el trato que los prisioneros iraques reciban
en el ex centro de detencin de Saddam Hussein. Las fotografas de
Abu Ghraib circularon planetariamente detonando un intenso debate
pblico. En total, 17 soldados fueron implicados en los casos de
tortura, de los que destacan, por su especial porno-sadismo,
Lynndie England, Sabrina Harmon, Charles Graner e Ivan Chip
Frederick, ste ltimo sargento a cargo de la mazmorra.La mayora de
las fotos en las que aparecen los propios soldados posando al lado
de su vctima indican que no estamos frente a lo que en
fotoperiodismo se llama la foto cndida, la que se toma cuando la
gente no se percata de que est siendo fotografiada; el fotgrafo
annimo, la mirada que mira, participa junto con el cuerpo del
torturador y el cuerpo torturado de una macabra escenificacin, cuyo
propsito es registrar, guardar, preservar el momento, la situacin.
Sebastio Salgado nos dice que la fotografa contiene informacin y
sta es el puente ms evidente entre causa y efecto (Salgado,
2000:10). As, la informacin principal que nos dan estos documentos
fotogrficos es precisamente la de su efecto ms sobrecogedor, el de
la complicidad del ojo que mira y la ausencia de causalidad o,
mejor, una causalidad que por absurda es grotesca: los cuerpos
torturados estn a merced del torturador y ste o sta, resulta ser la
sobrina de alguien, la hija de alguien, el esposo de alguna de
nosotros. Es decir, el estatuto de visibilidad propone un pacto de
lectura: todos los presentes, an los lectores de diarios o
televidentes, estamos involucrados en la escena y slo es posible
resistirla mediante el recurso de transformar al cuerpo torturado
en una anomala, suspendiendo cualquier posibilidad de conferir
humanidad al cuerpo sometido.Ah est la performance, la clave
esttica/tica, el punto lmite de la dramatizacin.Una poltica del
miedo que borra informacin contextual mediante la saturacin
textual.Tomemos dos de las fotografas disponibles, no la clsica del
sujeto con tnica negra y capucha en el rostro, en equilibrio
precario sobre una caja de cartn, cuerpo al que se le ha hecho
saber que de moverse, los cables a los que est conectado lo
electrocutarn inmediatamente. Aslo, dos imgenes especialmente
dramticas:
Lynndie England y prisioneroUna de los soldados, arrastra por el
cuello como si fuera un perro a un prisionero desnudo con una
correa. Las sbanas y trapos en las rejas de las celdas indican que
stas estn ocupadas; sorprende entonces que estas celdas estn
abiertas.(8)La poca tensin en la cuerda y la mirada indiferente de
la mujer indican que el prisionero es dcil, que no opone
resistencia a las maniobras de su ama; es decir, la informacin que
la foto nos da es que no hay fuerza bruta y, sin embargo, el brazo
del prisionero revela un pequeo gesto mediante el que ejerce fuerza
para sostener su cabeza y que sta no llegue al suelo. La luz
artificial impide saber si es de da o de noche, y los papeles o
basura esparcidos por el piso completan el encuadre. Hasta aqu la
informacin de la que habla Salgado, puente evidente entre causa y
efecto.Ahora, invocando a Roland Barthes, podramos decir que hay en
esta fotografa unpunctum,es decir ese azar en la foto que punza, se
trata de un detalle, un objeto parcial que jala mi mirada, el
detalle aparece en el campo de lo fotografiado como un suplemento
inevitable (Barthes, 1989:79), no reflejando el arte del fotgrafo,
sino el encontrarse ah, y en eso consiste la videncia del fotgrafo,
que lo lleva a tomar al objeto total, sin poder separar a ese
objeto parcial (punctum) de la escena. Elpunctumen esta fotografa
es ese gesto del brazo, esa mnima mueca de humanidad, ese guio casi
imperceptible de resistencia, que el arte del fotgrafo no puede
aislar.Esepunctumse convierte, a su vez, en una informacin incmoda.
Pese a la escenografa y la calma aparente de los sujetos
fotografiados, el brazo del prisionero sugiere que hay un excedente
de sentido: la dominacin no es total y ello re-introduce al sujeto
dominado en la relacin de dominacin. Es decir, la anomala no logra
instaurarse del todo porque el sujeto apela, mediante un gesto
mnimo, a su diferencia.En la segunda fotografa que aslo para este
anlisis pasa todo lo contrario: se trata de cuerpos que, apilados
unos encima de otros, obturan la dimensin relacional de la
diferencia situada. En este segundo ejemplo no hay espacio para el
conflicto porque el cuerpo otro ha sido reducido a la condicin de
cosa-que-se-domina y se posee.
Imagen de Abu GhraibUna pirmide de cuerpos desnudos y cabezas
emplasticadas y atrs, un hombre y una mujer, sonrientes que por la
nueva cuenta borran de la imagen la representacin de la fuerza
bruta. Un montn de ropa apilada a la derecha del encuadre
fotogrfico y al fondo, una reja que da a la situacin su
especificidad y a la gravedad de la imagen, su envergadura. La
informacin en esta fotografa est armada de ausencias, no hay
posibilidad de entender la escena si no introducimos a los terceros
presentes y al tercer ausente: los que hacen posible el ejercicio
de poder que este macabro montaje supone.En la fotografa en
cuestin, la ropa apilada en el recuadro derecho se constituye en
elpunctum;en un smil grotesco con los cuerpos desnudos y apilados,
la ropa habla del poder previo, ese que es capaz del primer acto de
sometimiento que esta fotografa documenta: despojarse de la ropa
coloca al cuerpo en situacin de extrema vulnerabilidad. La ropa
representa en este caso la derrota de la cultura,(9)la instauracin
de un orden desigual en el que el cuerpo otro ha sido reducido a su
extrema naturaleza. As, propongo que hay aqu una ausencia
fotogrfica pero densamente presente en la fotografa: el de la
cultura, que nos lanza a preguntarnos por las representaciones que
esta fotografa pone en juego, tanto para los participantes de la
escena como para los testigosa posteriori.Dice Diego Lizarazo
(mimeo), que las imgenes convocan un choque de visiones y una
operacin poltica del sentido, en que unas se imponen neutralizando
la cadencia de las otras. Pero si una lgica social produce,
sostiene e interpreta sus imgenes, tambin las icnicas contribuyen a
la articulacin de las formas del mundo. El conflicto icnico es el
rostro de la contienda por inventar la realidad, en el diseo de sus
imgenes un pueblo instituye su experiencia y su concepcin del
mundo. Conflictos decisivos por la articulacin de nuestra
experiencia cultural, que marcan la tesitura del poder de las
imgenes y la forma social de las imgenes del poder.La contienda por
inventar la realidad, es decir, in-venire, hacer venir, traer la
realidad. De qu realidad habla esta fotografa y las otras 999 que
conforman el archivo Abu Ghraib? Segn lo que he planteado hasta
aqu, estaramos frente a la disyuntiva que instaura el eje de la
anomala-monstruosidad y el de la diferencia polticamente situada.
Mientras en las fotografas aisladas parece haber un conflicto
icnico, el material visto en conjunto parece indicar que la tortura
y la dominacin total se mueven hacia la ausencia de conflicto, es
decir hacia la reduccin del cuerpo otro a la anomala, apenas
excrescencia de lo cultural, donde la justificacin de los excesos
no logra ser sometida a los marcos de la cultura acordada. Sabrina
Harmon y Charles Graner posan orgullosos detrs de los cuerpos
apilados y en sus rostros no hay ningn reflejo de que la cultura,
esa gran ausente, los incomode. De hecho, ellos parecen inmunes a
la humillacin del otro, al olor del otro, al sometimiento del otro.
Todo ha sido suspendido, es el signo de estas fotografas; no hay
falta, porque el cuerpo otro es, si acaso, motivo de divertimento y
ejercicio de autoridad absurda.Y es quizs lo absurdo, la parodia de
lo real en ese conflicto icnico por inventar la realidad, lo nico
que puede explicar que, meses despus de los estremecedores
documentos de Abu Ghraib, la tienda chilena Ripley, un almacn de
ropa, utilice en su catlogo de anuncios de jeans una publicidad que
se encabalga a lomos de la densa memoria de la dictadura y de las,
entonces recientes, revelaciones de los centros de detencin
inaugurados durante la guerra contra el terrorismo. Estas
fotografas publicitarias aparecieron en una separata en las
ediciones deEl MercurioyLa Tercera,en Chile el domingo 5 de marzo
de 2006, el ltimo domingo de la presidencia de Ricardo Lagos.
Utilizando las imgenes de la tortura con fuertes reminiscencias de
Abu Ghraib, constituyen no slo una evidencia ms sino una sntesis
perfecta del trabajo de la maquinaria simblica que banaliza y
estetiza el horror, adems de normalizar imgenes y discursos que se
instalan en el paisaje social como aspectos constitutivos del
momento histrico que atravesamos.
Imagen del catlogo de las tiendas RipleyFuente: Indymedia,
ChileEstas imgenes, a decir de Marcial Godoy,(10)constituyen, cito:
formassuavesque muestran escenarios de o hacen guios hacia la
tortura. Como todo el mundo sabe, este gobierno (el norteamericano)
ha proclamado la legalidad de la tortura y sus funcionarios no
desperdician oportunidad para avanzar sus argumentos a travs de los
medios. Despus de las fotos de Abu Ghraib, los noticieros y lostalk
showsestuvieron repletos de entrevistas e informes especiales que
le planteaban la tortura a los degradados! ciudadanos de este pas
como un dilema. "La tortura: si o no?". Con este contundente
anlisis sobra decir que enfrentamos algo mucho ms grave que la
fuerza bruta, y que la banalizacin, estetizacin, normalizacin de la
tortura de los cuerpos otros. Este fenmeno toma fuerza en la fisura
que instaura la disputa entre los grandes poderes fcticos: la que
encabeza el mercado neoliberal y la que sostiene, contra viento y
marea, la fuerza radical de las derechas conservadoras. Es ese
gozne problemtico, el que, a mi juicio, posibilita que el cuerpo
torturado se banalice al extremo y que no logre convocar un mayor y
eficiente poder de contestacin.
Imagen del catlogo de las tiendas RipleyFuente: Indymedia,
ChileEl terrorismo, y de manera especial la figura del terrorista,
aunados a la produccin de miedo disciplinante como el que es
posible inferir de las fotografas analizadas-, afloja los cimientos
de nuestros precarios sistemas polticos y, en aras de una
democracia cuyos soportes tan masivos como desinformados, tan
atemorizados como pragmticos, abonan el terreno para justificar
cualquier exceso: Guantnamo es una zona libre de derechos humanos,
declaraba el ex fiscal Aschcroft , paladn, como pocos, de la guerra
contra el eje del mal.La incmoda irrupcin de los cuerpos torturados
de Abu Ghraib y los testimonios de Guantnamo parecen encontrar
performativamente su solucin en la publicidad: de cuerpos
consumibles, donde la esttica del sometimiento opera para
escamotear la politicidad necesaria al apelar, de manera indita en
la historia, a la normalidad consumidora (de tortura, de jeans, de
candidatos, de decisiones lmites) enfrentada a la irrupcin anmala
(reductible, molesta, innecesaria, redundante, sometible). Si Abu
Ghraib logr pasar apenas como un escndalo meditico,affairegrotesco
y mantenido a escalas individuales, es decir, de los individuos
implicados individualmente, la aceptacin de que eso, es as obliga a
aceptar la derrota de la performance de contestacin, del cuerpo
ciudadano, de la inutilidad de nuestros ejercicios cotidianos
frente al poder descarnado. Si Ripley puede, sin menoscabo de su
xito de venta, reproducir frente a nuestra mirada extasiada- por la
belleza annima y perfecta de los cuerpos torturados, significa que
nada en la agencia ciudadana, electoral o performativa ha tenido
consecuencias. La sargento x podr seguir paseando a su
prisionero-cuerpo-perro sin ejercer fuerza mayor porque no hay
pacto cultural ni poltico; la simptica soldado y suroommateque se
extasan ante los cuerpos rotos, habrn de ratificar que frente al
vaco de la experiencia es posible encontrar en el abismo de la
tortura un divertimento propicio, una ratificacin de lo normal
frente a los otros anmalos que irrumpen en el callado ejercicio de
una ciudadana, de una contemporaneidad, de una humanidadad hoc, la
que se ejerce al margen o en suspensin de los criterios que
otorgaban a cada cuerpo humano un emplazamiento, una diferencia
situada y, por ende, un conflicto inteligible.La trivializacin del
cuerpo: narco-estado y colapso de la legitimidadY, paralela a la
lucha frente al cuerpo anmalo de los terroristas, de los que ha
desaparecido cualquier vestigio de politicidad, emerge el
cuerpo-ancdota y el cuerpo amenazante contaminado por el narco, con
su innegable poder de contestacin. Si el cuerpo del terrorista ha
sido sometido, el cuerpo-narco goza de su pleno poder, se mueve
libre por territorios de la cultura, exhibiendo su poder de muerte
sobre los cuerpos otros.Iconografa imposible por lo que implica en
trminos de brutalidad y ruptura de cualquier lmite, los decapitados
constituyen en el Mxico de la transicin democrtica una categora que
tiende a estabilizarse y a despertar cada vez menos muestras de
asombro.La visibilidad meditica de los decapitados es muy reciente.
Se inauguran en un bao de sangre que tuvo lugar la madrugada del 6
de septiembre de 2006. En plena crisis postelectoral y en medio de
un clima de alta polarizacin social un comando de sicarios al
servicio del narcotrfico hizo rodar 5 cabezas impecablemente
cortadas y an sangrantes en una pista de baile de la discoteca
llamada Luz y Sombra situada en la pequea ciudad de Uruapan en el
estado de Michoacn, en Mxico. El mensaje que acompaaba las cabezas
fue: la familia no asesina mujeres, ni nios y se dijo que el
suceso, que caus horror y pnico entre los parroquianos devenidos
testigos-, era un ajuste de cuentas entre narcos por el supuesto
asesinato a manos de un cartel rival, de la esposa e hijos de un
gran capo cuyos ejecutores bien podan sermaras salvatruchaso
kaibiles.(11)Estaescenificacintiene dos rostros: de un lado,
ratifica que bajo la superficie de las agitadas aguas de la poltica
formal fuerzas inasibles controlan amplios territorios de la
geografa y son capaces de operar de espaldas a la ley; de otro
lado, entregan un mensaje inapelable-, de que ellos son parte, juez
y verdugo en una triloga que, lejos de desafiar las normas
jurdicas, las leyes en tanto ellas no son parmetro o unidad de
medida funda sus propios marcos de operacin y de sentido.Desde
entonces a la fecha, cabezas, narco-mensajes incrustados en cuerpos
torturados y ejecuciones cotidianas, que ascienden en promedio a 9
muertos por da, saturan el escenario mexicano. De entre las
posibilidades analticas de las que estos acontecimientos son
susceptibles, quisiera retener dos rasgos importantes para nuestro
tema:En primer lugar, la performance del poder legtimo que, a la
manera de los sherifes en la guerra contra el terrorismo, apela a
la inevitabilidad de los sucesos y de manera especial a una
masculinizacin, en el peor de los sentidos, de los costos de sus
estrategias: habr muchos ms muertos, declaran aparentemente
satisfechos tanto el actual presidente de Mxico, Felipe Caldern,
como su Secretario de Gobernacin, Francisco Ramrez Acua. Habr mucho
ms muertos, es el slogan que articula de manera ambigua y
atemorizante la creciente militarizacin de la guerra contra el
narco.En sus apariciones pblicas, el presidente, perseguido por el
fantasma de la ilegitimidad de su mandato, aparece con ms
frecuencia de la necesaria y deseable, rodeado de militares y
vistiendo la casaca y la gorra oficial del ejrcito mexicano. Y,
mucho ms all de lo anecdtico, se instala mediante este mensaje
performativo una preocupante metonimia entre el poder civil y el
poder militar. Las fronteras se borran y aunque de momento-
circunscrito al combate al narcotrfico, el smbolo detona viejos
temores latinoamericanos y al mismo tiempo manda un mensaje
perfectamente audible: el poder del narco es slo equiparable al
poder militar, pero resulta que en los partes de guerra cotidianos
el poder militar parece derrotado por la va de los hechos por el
poder del narco y por ende el poder civil se debilita frente a una
atribulada pero crecientemente autoritaria opinin pblica.Y, en
segundo lugar, cobra fuerza en el imaginario social la abstraccin
desimplicada de cabezas cercenadas y cuerpos torturados. Se
produce, otra vez, performativamente, una desidentificacin total de
los cuerpos-costos de la guerra, porque, se dice, son annimas
vctimas de la violencia del narco y el nombre propio, en otras
circunstancias clave fundamental para restituir humanidad, en estas
vctimas resulta, por redundancia, mecanismo insuficiente para dar
cuenta de la gravedad de la situacin. El problema de fondo es que
estamos frente a cabezas, que pierden en esta nominacin cualquier
posibilidad de aspirar a una biografa; se trata de cuerpos
desmembrados, cuyo valor informativo es el de ser portadores de
algn mensaje cifrado. La persona desaparece y se desliza hacia la
lgica de la anomala, excedente de sentido, cuerpo annimo que opera
como mensaje y apuesta, como ratificacin de una poltica del miedo
que se instala quedamente, ya que al carecer de contexto poltico
los muchos ms muertos del poder y las cabezas cercenadas del narco
establecen la conjuncin perfecta para la disolucin del pacto: uno
en el que sean descifrables los lmites, la identificacin y la
desidentificacin.Esto supone que, en trminos de imaginario social,
hay violencias buenas y violencias malas y, por ende, vctimas
buenas, las biografiables (los cuerpos masacrados en Virginia Tech,
por ejemplo) y vctimas malas, cuerpos annimos, olvidables.Sin
iconografa por la gravedad de la situacin,(12)en uno de los ltimos
narco-sucesos, cuatro mujeres, menores de edad, fueron violadas y
agredidas por soldados mexicanos en una reciente incursin vengadora
del ejrcito en Michoacn. Las jvenes fueron aprendidas en un
operativo militar posterior a las averiguaciones que intentan
ubicar a los narcos agresores que emboscaron y causaron la muerte
de varios soldados en misin de patrullaje en ese estado, misin
derivada de los operativos del gobierno federal utilizando al
ejrcito como cuerpo policaco.La performance a reconstruir seala en
el acta de la Comisin Nacional de Derechos Humanos fechada en
Morelia, Michoacn, el 9 de mayo de 2007, EXP. 2007/1909/2/Q, y
levantada en el Albergue Tutelar Juvenil y el Consejo Tutelar de
Menores donde las cuatro menores abusadas narran su versin de los
hechos, que la primera declaracin, de una la de las menores
violadas, dice lo siguiente:(El nombre de la nia aparece tachado
con marcador) manifiesta tener 16 aos de edad, con domicilio en la
calle (tachado), Nocuptaro, Michoacn, que desde hace dos das
trabajaba con la seora Carmela, como mesera en su restaurante y el
dos de mayo del ao en curso se encontraba en casa de esta ltima
(...); aproximadamente a las 8:00 horas de la maana llegaron
militares a bordo de tres o cuatro camionetas quienes preguntaron
por la seora Carmela, se metieron a la fuerza, cuando llegaron
(tachado) les preguntaron quin era Carmela y si la seora tena mucho
dinero. (nombre tachado) no respondi, todas fueron golpeadas con
puos cerrados, pies, con las cachas de las armas, cubiertas de las
caras y amarradas de las manos y fueron trasladadas a los
helicpteros, les jalaron el pelo y les dijeron que las iban a
lanzar al mar y que iban a ser comida para los tiburones; en un
lugar que ella considera que es un cuartel, le pusieron algo en la
nuca que sinti caliente y sac espuma por la nariz, en seguida se
qued dormida, al despertar la condujeron hasta una habitacin donde
se encontraba un hombre y una mujer, de quienes les dijeron que
eran doctores, la mujer le dijo que se quitara la ropa y despus de
hacerlo slo la mir (...); manifiesta que en el cuartel le
preguntaron si la seora Carmela tena algo que ver con Los Zetas,
les dijo que no saba nada, le mostraron fotos para ver si los
reconoca, a una persona s la identific y se los dijo, la acostaron
en el piso, despus la levantaron y la enviaron al mdico; indica que
le dolan las manos, pues estaban hinchadas y moradas y no senta sus
dedos pulgares (...) Despus de los hechos ha tenido flujo con olor
feo (...).(13)Y as continan los otros tres testimonios, sin que
nada suceda, sin que la cada vez ms curtida opinin pblica sea capaz
de responder. Es importante sealar que aqu lo que enfrentamos es
una ausencia de imgenes (no una saturacin) y una falta de rostros
reales, pero el punto de saturacin se produce en este caso por el
testimonio jurdico.El creciente desdibujamiento del yo situado,
encarnado, anestesia los sentidos y frena la capacidad de
respuesta, y frente a la instauracin binaria de los buenos contra
los malos, donde los otros resultan apenas anomalas, casos, cuerpos
annimos que se atraviesan opacamente en la nitidez de la llamada
causa, la posibilidad de acciones polticamente significativas se
achica porque hay pocas posibilidades de instalar policitidad, ah,
donde impera el dominio del miedo difuso, gaseoso, lquido, que nos
convierte en portadores del gen de la sospecha.El cuerpo roto: la
disputa por el poder de representacinPara finalizar este
acercamiento, apelo a una ltima imagen cuya icnica resulta
difcilmente asible a partir de los parmetros de verdad-mentira,
deseabilidad-castigo, derechos humanos-lucha a cualquier costo.
Tensiones que fisuran el espacio pblico, que administran el debate
sobre la constitucin y configuracin del CUERPO contemporneo como
espacio, biografa, condicin, categora e historia del emplazamiento
en el que se verifica la realizacin de lo social.Pese a los
discursos dominantes, la dimensin de los derechos humanos el grado
cero de todos los derechos padece de una suerte de adelgazamiento y
opacidad. En tiempos recientes un tema concit a la opinin pblica
mexicana. El caso de la indgena Ernestina Ascencio, habitante de
Zongolica, Veracruz, cuyo cuerpo ha sido y seguir siendo territorio
de disputas por el poder de representacin.A principios de marzo se
hizo pblico que una anciana, indgena, fue brutalmente violada por
elementos del ejrcito acantonados en la localidad. Se dijo en los
primeros momentos que Doa Ernestina haba sido violada
tumultuariamente por soldados apostados en esa zona crtica y rural
de Veracruz. Autoridades locales dieron fe del acto y levantaron
una autopsia en la que se sealaba que Ernestina fue violada y su
muerte se debi a traumatismos mltiples, lo que levant una intensa
averiguacin entre autoridades federales donde destaca el papel
jugado por la Comisin Nacional de Derechos Humanos (CNDH). De
manera sorprendente, el Presidente Caldern sala al espacio pblico a
declarar que no haba existido tal violacin y que Doa Ernestina, de
73 aos, muri de gastritis crnica y anemia aguda ocasionada por el
sangrado digestivo y, aadi, no hay rastros de que haya sido violada
por el Ejrcito. Y digo sorprendente porque para esas fechas no se
haba hecho pblico el segundo peritaje mdico realizado sobre el
cuerpo exhumado de Ernestina y era difcil que el presidente supiera
el diagnstico verdico a menos que el hoy fuertemente cuestionado
Ombusdman nacional, Jos Luis Soberanes, se lo hubiera informado, lo
que pone en entredicho la autonoma de la CNDH. Pese a que el caso
amerita una discusin detallada de la serie de declaraciones,
diagnsticos, pruebas desmentidas, avatares polticos, no hay espacio
aqu para documentarlo, pero todo se encuentra disponible en la
prensa mexicana.(14)Retomo dos asuntos que considero fundamentales
en este caso: la guerra de necropsias y los argumentossoto voce,que
fortalecieron el silenciamiento e incomodad de la mayor parte de
los medios mexicanos sobre el caso.En el caso de lo que llamo la
guerra de necropsias, la realizada por los peritos locales y la
practicada despus por especialistas federales y personal de la
CNDH, los informes tcnicos son tan diferentes que la razn cientfica
queda en entredicho, porque se trata de dos discursos equivalentes
en claro enfrentamiento: donde unos ven gastritis otros ven
presencia de secrecin blanquecina en la vagina; donde unos ven
anemia por sangrado, los otros diagnostican regin anal con eritema,
escoriaciones y desgarros recientes, sangre fresca. Estamos pues
ante una disyuntiva severa, o unos o los otros son absolutamente
ineficientes o mentirosos. Y se instala la pregunta de cmo un
cuerpo inerte es capaz de responder de manera tan contradictoria a
las preguntas que la ciencia forense le formula. Con informes tan
encontrados no es de extraarse que la opinin pblica se divida y una
vez ms el cuerpo se constituya en motivo de disputa y
enfrentamiento poltico: los que estn a favor de la violacin
tumultuaria por parte de elementos del ejrcito, de este lado; los
que estn a favor de muerte por gastritis y uso poltico de la
primera autopsia, de este otro lado, por favor. Y no hay manera de
saber, en plena sociedad del conocimiento, cul es la verdad. El
cuerpo fotografiado, estudiado, medido, seccionado, pesado,
observado, se convierte en este caso en portador de indicios. En
indicios que sustituyen al ndice.(15)El cuerpo roto es indicial,
porque el poder borra las huellas de su presencia en l; deja de ser
indexical, porque no hay contrarelato, argumentacin, contestacin
que restituya la relacin significante-significado. En el cuerpo
roto se verifica la disputa poltica por establecer el indicio
creble, legitimado, cmodo.Y, aunque, a diferencia de las cuatro
jvenes del ejemplo anterior, Ernestina s es un cuerpo con nombre
propio, sus caractersticas atentan contra esa autoridad personal.
Se trata de una mujer, de una indgena que no habla castizo
(castellano) y es especialmente una anciana. Triple marginalidad
para la portadora de un cuerpo violentado y despus destazado. De
manera increble y ms o menos veladamente, los opinlogos mexicanos,
esa especie en franca expansin en detrimento de la figura del
intelectual, asumieron-defendieron la vertiente de la gastritis,
por la simple evidencia emprica de que se trataba de una anciana y
el cuerpo de una anciana no es deseable y por ende, aado yo, no es
violable. El tan ingenuo como brutal machismo implcito en esta
formulacin, atenta no slo contra la inteligencia sino contra la
historia y contra la amplia documentacin en nuestro continente de
la violencia sexual como instrumento de terror y de tortura,
independientemente de las caractersticas del cuerpo a someter. Si
los defensores del segundo dictamen se inclinan por ste porque,
suponemos, lo consideran ms cientfico, ms genuino y confiable, no
es explicable que adems deban acudir a su verdad machista: la vejez
como relato de contencin. Lo clave aqu es que el cuerpo sigue atado
a la verdad poltica que el soberano instaura para preservar su
propio cuerpo.Notas finales: la produccin del cuerpo ciudadanoHe
tratado de discutir y mostrar la diferencia clave entre anomala y
diferencia; en torno a la distancia abismal entre reflexividad
cultural y ausencia de pacto; entre cuerpos situados y cuerpos
dislocados. Debo volver ahora sobre los personajes de estas
narrativas del miedo: Schlitizie, los prisioneros de Abu Ghraib,
los modelos publicitarios, las cabezas cercenadas y los cuerpos
torturados, las jovencitas violadas de las que conocemos slo el
testimonio jurdico y el cuerpo de doa Ernestina tan silencioso como
silenciado. Cada uno de estos cuerpos representa a mi juicio el
creciente triunfo de las polticas del miedo en la produccin del
cuerpo ciudadano contemporneo, en tanto ellos parecen obturar la
politicidad necesaria para encarar la degradacin acelerada de los
derechos humanos: al ubicarse en un ms all de los lmites de lo
pensable, al encarnar situaciones lmites, su visibilidad en el
espacio pblico ampla los rangos de la anomala monstruosa, episdica,
annima, inerte, y disminuye el espacio de la diferencia y del
derecho. Y, de manera cada vez ms sutil pero no por ello menos
brutal, todos nos deslizamos hacia esa anomala disruptora de un
orden que colapsa y que en su implosin arrastra consigo la
posibilidad de instaurar un pacto en el que el cuerpo diferente
tenga nombre propio y biografa. Si asumimos con los filsofos del
miedo que ste instaura sus dominios en las zonas de incertidumbre,
es posible afirmar que el triunfo de las polticas del miedo,
propias del neoliberalismo, operan como espacio de la imaginacin
desatada: todos podemos ser Schlitzie, terroristas, vctimas u
operadores del narco, cuerpos-coartada, cuerpos-desechables,
cuerpos-incmodos y especialmente ciudadanos sospechosos,
especialmente frente a uno mismo, es decir, la poltica del miedo
triunfa ah donde logra producir desidentificacin, mecanismos a
travs de los cules los cuerpos tratan de borrar las marcas de sus
peligrosas- pertenencias.En el paisaje contemporneo se instala con
fuerza la apelacin a una normalidad democrtica en cuyo nombre
parecen justificarse todos los excesos y en su defensa anularse
todos los cdigos polticos. La poltica del miedo opera alejando los
cuerpos excedentes de esa pretendida normalidad y una vez lanzados
al vaco interpretativo, o mejor, hacindolos funcionar en un
registro interpretativo anclado en la anomala monstruosa, se
dificulta cualquier restitucin de politicidad y el conflicto
poltico se instaura en un ajedrez plano de fichas monocromticas en
donde un color encarna el bien-normalidad y el otro, el
mal-anormalidad.Si nos hacemos cargo de las anticipaciones de
Foucault, podramos decir que en nuestra poca, la
episteme(16)dominante nos lleva a adoptar como matriz
interpretativa la ausencia de extraamiento frente a los poderes
fcticos y a asumir, como consecuencia inevitable, la instalacin de
zonas libres de derechos humanos en aras de los convulsivos
intentos de producir zonas de riesgo cero. Es en la interface de
estas dos tendencias complementarias donde considero que la
performance, en su lgica densamente poltica, dotada de politicidad
puede destrabar el debate y sacarlo del secuestro fatal que quiere
condenarlo a parodia inofensiva de los poderes.Quizs por ello
Schlitzie es un personaje que me persigue, metaforiza un tema clave
para nuestra contemporaneidad: el de los contextos sociopolticos
que transforman la diferencia situada en anomala y la saturacin
textual en descontextualizacin poltica. Y en esa tensin la
perspectiva de la mirada no neutra de la que nos habla Lechner debe
ser capaz de atender simultneamente lo que se condensa y lo que se
desplaza.Referencias bibliogrficas
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muy rara que consiste en una cabeza anormalmente pequea, enanismo
proporcionado y una cara particular. Descrita por primera vez en
1892 como enanismo de cabeza de pjaro por Rudof Virchow. Hoy se
conoce como sndrome de Seckel. Y en lenguaje coloquial, los
portadores de este sndrome son llamados pinheads.2. Agradezco a
Fernando Cornejo, estudiante de la Maestra en Comunicacin del ITESO
haber llamado mi atencin en el curso de Teora y Anlisis
Sociocultural sobre este documento fundamental y, tanto a l como a
sus compaeros de seminario, la pasin invertida y la inteligencia
sensible que nos permiti encontrar claves fundamentales para
comprender los abismos entre la mirada que no mira y la mirada que
se implica.3. En trminos de Bourdieu (1995), una doxa sera una
verdad asumida, acatada y nunca sometida al anlisis reflexivo.4.
Desde luego, este pequeo resumen no da cuenta de las sutilezas, las
largas disquisiciones y reflexiones sobre una pasin que, sin duda
alguna, se convierte hoy en una pieza de inteleccin fundamental
para descifrar las claves sociopolticas y culturales que organizan,
administran, nombran, legislan, orientan, enfrentan y acuerpan a la
sociedad. Para un discusin ms detallada ver R. Reguillo, 2006.5. La
preposicin en trata de desmarcarse de las lgicas que al introducir
la preposicin de intentan trasladar el conflicto a un emplazamiento
particular y de las que, al introducir la preposicin contra,
intentan situar a un enemigo fcilmente diferenciable. La cuestin es
ms compleja.6. Podemos pensar en la famosa serie de Fox, 24, que en
su nueva temporada vuelve con ms fuerza sobre la idea de que el fin
justifica los medios y el llamado por el protagonista paquete de
interrogacin (tortura de alta sofisticacin cientfica) tiene que ser
usado an contra la propia familia.7. Episteme en el aparato
analtico de Foucault refiere a la trama, tejido, plataforma que le
da especificidad a una poca histrica. Es una matriz cognitiva tanto
como afectiva, una formacin discursiva y una clave de inteleccin e
interpretacin para los sujetos que hacen parte de esa episteme. Ver
M. Foucault, La arqueologa del saber (1970).8. Lo que indicara o
hara pensar que las rejas no constituyen en ese escenario el
principal poder de sometimiento.9. Mientras que, de manera
contraria, la ausencia de ropa representa en el trabajo fotogrfico
de Tunik la restitucin de la cultura. Otra vez estamos frente a la
importancia de la interpretacin situada.10. Comunicacin
personal.11. La mara es la denominacin que reciben las pandillas de
centroamericanos y norteamericanos inmigrantes cuyos mtodos
violentos y crueldad han crecido en los ltimos aos. Los kaibiles
son soldados de fuerza especial guatemalteca cuya triste
popularidad se hizo visible durante los aos de la guerra sucia en
ese pas. Hoy, distintas investigaciones afirman que, tanto maras
como kaibiles, se han convertido en las nuevas fuerzas de operacin
del narcotrfico mexicano. Ver Reguillo, 2005.12. Tomo la decisin de
no mostrar los rostros y cuerpos de estas mujeres.13. Ver entre
toda la documentacin disponible
http://www.eluniversal.com.mx/columnas/65309.html.14. Una buena
sntesis puede encontrarse en la revista Proceso No. 1588. 8/04/07
cuyo titulo de portada es El trabajo sucio. La sombra de Ernestina
Ascencio.15. Un signo es indexical cuando su significante es
contiguo a su significado o es una muestra de l (una huella de un
pie en la arena es ndice para Robinson Crusoe de la presencia de
una criatura). Sebeok, 1996.16. Como ya seal, Foucault entiende por
episteme la trama de ideas, discursos, valores, sentimientos que
son dominantes en el contexto de una poca determinada.
Subjetividad sitiada. Hacia una antropologa de las pasiones
contemporneas.ROSSANA REGUILLO| INSTITUTO DE ESTUDIOS SUPERIORES DE
OCCIDENTEAbstract:This article employs the concept of expanded
defenselessness in order to analyze how the people perceive
themselves as victims of ungovernable and amorphous processes. It
then explores some of the mechanisms of perception and social
response that social actors use to confront uncertainty and epochal
risk. The author emphasizes that two of the classic frameworks for
circumscribing and containing riskuncertainty and threat, as well
as distance and exceptionalityhave ceased to function in the
context of the globalization of culture and increasing evidence of
the collapse of the project of modernity. The article argues that
in this climate of defenselessness, the tension between what is
defined as normal and what is anomalous is once again a central
question. The categories of normality and anomaly are therefore key
to an analysis of the political impact of the return of affect.
Finally, the text explores the connection between the social arena
and methodological imagination by proposing a new metaphor for the
contemporary age: frescos, which are simultaneously a
(representational-ethnographic) technique, a language and a
possibility of intersectiona methodology of the fragment that
offers a heuristic alternative to both the totalizing tendencies of
sociology and the relativism of anthropology. In this way, the
article deals with a subjectivity under siege that is, at the same
time, a situated subjectivity, one that is necessarily
historical.
En mi trabajo, las citas son como salteadores de caminos que
irrumpen armados y despojan de su conviccin al ocioso
paseante.Walter BenjaminCada vez hay en el mundo ms asuntos turbios
que piden venganza o remedio a gritos, pero nuestra capacidad de
actuar y, particularmente, la aptitud para actuar con eficacia,
parece ir marcha atrs, empequeecida an ms por lo colosal de la
tarea. La cantidad de acontecimientos y situaciones que llegan a
nuestro conocimiento y que nos ponen en la reprensible posicin de
espectadores crece da a da.Zygmunt BaumanLa necesidad de
diferenciar entre el fatalismo y el pesimismo realista parece hoy
da una cuestin vital; va en ello la posibilidad de contrarrestar la
descalificacin a priori de las voces que no se suman ni a los
cantos celebratorios de la globalizacin, ni a los entusiasmos
desmedidos por los brotes esperanzadores de la accin colectiva que,
aunque sin duda, dan muestras de imaginacin poltica y capacidad de
resistencia, no logran acumular poder suficiente para revertir los
efectos perversos del modelo sociopoltico dominante. Pero quizs, de
manera fundamental el pesimismo realista debe poder desmarcarse de
su frecuente asimilacin al pensamiento "apocalptico", como si la
crtica y la documentacin de los "efectos" de las polticas de
inspiracin neoliberal y su apabullante y "asptica" aplicacin en
distintas regiones del globo, amenazaran con romper el
equilibrioprecarioy la posibilidad de continuidad entre este
presente catico y el futuro imaginado.Asumo, entonces, que estas
pginas estn pensadas y escritas desde un "pesimismo realista" pero
no desde el fatalismo. Las evidencias acumuladas y los argumentos
que articulan su anlisis se inscriben, no en una posicin
apocalptica o catastrofista, sino en la preocupacin (y ocupacin) en
torno a la erosin creciente del pacto de sociabilidad1y a la
irrupcin de fuerzas que reorganizan el espacio de significacin, de
pertenencia y de las prcticas sociales, en un contexto sacudido por
viejosnuevos riesgos derivados del proyecto moderno y su episteme
civilizatoria, que no es homognea, ni lineal, ni unvoca, en tanto
este "proyecto civilizatorio", comportara tanto rasgos arcaicos,
residuales como modernos, por ponerlo en los trminos utilizados por
Raymond Williams para caracterizar la cultura.Violencias,
migraciones forzadas, desplazamientos, precarizacin del empleo,
predominancia de la razn instrumental, miedos concretos y difusos,
desdensificacin del espacio pblico,2retorno de fundamentalismos
religiosos, raciales y morales como trincheras para fabricar
certezas y seguridades mnimas, configuran el rostro complejo de una
sociedad en la que se contrae el circuito de los incluidos y se
expande el cinturn de la exclusin.Pensar desde ese contexto la
subjetividada la que entiendo aqu como la compleja trama de los
modos en que lo social se encarna en los cuerpos y otorga al
individuo histricamente situado tanto las posibilidades de
reproduccin de ese orden social, como las de su negacin, impugnacin
y transformacines el intento por hacer salir de la clandestinidad
los "dispositivos de percepcin y respuesta" con que los actores
sociales enfrentan la incertidumbre y los riesgos epocales. Se
trata tambin de una posibilidad de entender la "barbarie
civilizada" (Lwy 2003), desde otro lugar, el de las narrativas, el
de la historia con minsculas, el de la verdad subjetiva que no
tiene vergenza de su posible condicin apcrifa porque se elabora
desde la experiencia cotidiana (social y culturalmente orientada) y
se comparte con el vecino o con el furioso locutor de turno; el
lugar, como dira Arundhati Roy, "de las pequeas cosas", ah donde el
rostro de esa pasin llamada miedo despliega sus garras y afila sus
colmillos para alimentarse de una muy justificada experiencia de
indefensin e incertidumbre.Los sntomas, lo excepcional, la
miradaLos atentados del 11 de septiembre de 2001 en territorio
estadounidense constituyen un momento de inflexin a nivel
planetario, sntoma extremo de un cambio de escala en la crisis del
agotamiento del proyecto moderno. Los atentados, y de manera
especial sus consecuencias, operan una aceleracin en un conjunto de
procesos que se venan dibujando lentamente desde los tempranos
noventa del siglo XX: la creciente visibilidad de las violencias;
el empoderamiento cada vez ms evidente del crimen organizado y,
junto con ello, la incapacidad de los Estados para enfrentar de
manera integral (lase, inteligentemente) el problema; la paulatina
"estabilizacin" de la solucin autoritaria y policaca; la instalacin
de una cultura del miedo y, de manera relevante, el sentimiento de
indefensin como experiencia cotidiana de grandes sectores de la
poblacin.A principios de los noventa, este sentimiento de
indefensin, de incertidumbre creciente frente a la
ininteligibilidad de un orden agotado, se manifest primero
"juguetonamente", a travs de la explosin en el espacio urbano de
leyendas y mitos que daban forma a hondas preocupaciones sociales
en torno a la inseguridad: la violencia, el desamparo
institucional, los nuevos riesgos sociales, las "leyendas urbanas"
sobre robo de rganos, mutaciones genticas, locos acechadores,
relatos sobre el SIDA, entre otro conjunto de smbolos como las
advocaciones marianas, los milagros, las cadenas mgicas, por
ejemplo.La llegada del ao 2000 imprimi un giro en estas
manifestaciones de la incomodad social. Los tintes milenaristas
fueron subiendo de tono y en los discursos sobre "el fin del mundo"
se escondieron, chapuceramente, algunos miedos muy reales que la
gente experimentaba frente al (des)orden social, econmico y
poltico. En esos aos de entresiglos, los smbolos, los relatos, las
imgenes que circulaban profusamente por el espacio social, operaban
como metaforizaciones de ese malestar social. Ah, por ejemplo, la
narrativa cinematogrfica que constituye un espacio de representacin
privilegiado para entender los asuntos que preocupan a una
sociedad, jug un papel fundamental para vehiculizar ciertos miedos
difusos, algunos montados sobre dispositivos antropolgicos de alma
antigua (la muerte, la noche, el extranjero), y otros apelando a
los riesgos derivados de la etapa postindustrial. No slo la
pelcula-catstrofe,3sino el cine post-apocalptico que va creciendo
en produccin y en el gusto de las audiencias, por mucho que tengan
su epicentro en Hollywood, no pueden leerse solamente en clave
comercial. Su xito, planetario, se fundamenta en su capacidad de
dotar de figuras, relatos y explicaciones plausibles tanto a "la
llegada del fin" como a "lo que viene despus". Hacer ver, hacer
"mirar" las consecuencias del modelo social.Lo relevante para esta
discusin es que la narrativa cinematogrfica de entresiglos se va
desplazando de las catstrofes naturales a las catstrofes
antropognicas (producidas por los seres humanos), donde la
violencia domstica (intranacional) y el terrorismo juegan un papel
protagnico. Y, por ejemplo, en pelculas (malsimas) como Dao
colateral, que haba anticipado un ataque terrorista exgeno en suelo
estadounidense y cuya exhibicin fue prohibida durante los primeros
meses posteriores a los atentados del 11 de septiembre, es posible
leer la capacidad del cine, no solamente de producir terror, sino
adems, de "recoger" y resemantizar en otras claves, los miedos
sociales. El cine nos obliga a mirar los efectos del modelo
civilizatorio, el proyecto sociopoltico y econmico dominantes, e
induce un tipo de percepcin que agudiza lo que llamo la experiencia
de indefensin expandida.4Sin embargo, es importante sealar que es
posible detectar un momento de inflexin en esta experiencia social.
En la dcada que precede al siglo XXI y antes de que se lance la
cruzada imperial contra el terrorismo, los sntomas del malestar
parecen contenidos por dos procesos, si bien distintos,
complementarios:a) En primer lugar se piensa en las crisis como
estado de excepcin y, por consiguiente stas son sometibles al
"relato ejemplar" que toma caractersticas distintas: disciplinante,
preventivo o aligerador (aunque todo relato comporta en algn grado
alguna de estas caractersticas).b) Y, en segundo lugar, la
catstrofe, la crisis, el malestar constituyen asuntos "lejanos",
cuyos efectos, se piensa, tienen apenas un impacto en la vida
cotidiana de las personas. Y, en ese sentido, son acontecimientos
fcilmente sometibles tanto a los rangos discursivos de la ficcin
como al relato desimplicado que, aunque preocupado, narra aquello
que sigue siendo lejano.Se trata de dos dispositivos simblicos,
excepcionalidad y lejana, que en el plano de lo subjetivo operan
como estrategias de contencin de los problemas y al mismo tiempo
como tcticas de negacin: "lo malo est afuera y sucede
espordicamente, fuera de las lgicas de la cotidianidad, de lo
normal". Pero "excepcionalidad" y "lejana" son seriamente
cuestionados no slo por los acontecimientos terroristas, sino adems
por la serie de "emergencias" ambientales, econmicas, sociales que,
en una compleja y a veces ambigua relacin con las situaciones
locales por las que atraviesan los distintos pases en Amrica Latina
(me refiero especialmente a la espiral creciente de las violencias
ejercidas por la delincuencia comn y, de manera especial, por la
organizada), terminan por producir una cotidiana relacin con "lo
excepcional"5y una muy cercana experiencia de los problemas
sociales ms agudos (desempleo, inseguridad, crisis de
gobernabilidad).Un elemento clave de todo este proceso puede
reconocerse en los indicios ms que evidentes de un retorno
paradjico del Estado que, parapetado en apelaciones emotivas a un
nacionalismo trasnochado6y, simultneamente, en la extraa y
emergente geometra de una corresponsabilidad global7, va a
reactivar su rostro ms temido: el represor y policaco. De manera
particularmente dramtica para Amrica Latina, el rostro policaco del
Estado que haba sido "sometido" con relativo xito por las
incipientes democracias modernas a lo largo de nuestra geografa, ha
encontrado en la crisis del proyecto neoliberal y en el "nuevo"
desorden global, nuevos bros para mostrar con fuerza su brazo
represor. Es decir, las interpretaciones dominantes, tanto polticas
como jurdicas sobre estas crisis, han proporcionado a varios
estados nacionales latinoamericanos, fuertemente cuestionados por
su incapacidad frente a la ola creciente de inseguridad domstica,
un respiro.8El imaginario "normalizado" despus de los ataques del
11 de septiembre, empat con el sentimiento creciente de inseguridad
e incertidumbre que vena expandindose en la regin (y en el mundo) y
ha generado el clima propicio para justificar cualquier
exceso.Siguiendo la terminologa del ex fiscal John Ashcroft, con
respecto a Guantnamo, la retrica de la lucha contra el terrorismo
global proporcion a los estados nacionales la coartada perfecta
para producir "zonas libres de derechos humanos".Sin acallar el
lenguaje mgico, ni anular lo difuso en la percepcin de una
inseguridad creciente, la solucin autoritaria con sus retricas de
seguridad hoy redefine, en distintas partes del globo, las formas
de la sociabilidad, es decir, el modo en que las sociedades se
organizan y la forma en que estructuran la dinmica cotidiana de la
interaccin.La escalada de violencias en las ciudades del
continente, la precarizacin laboral y su correlato en una
informalidad que gana en legitimidad al tiempo en que se convierte
en motivo de persecucin legal, el mayor empoderamiento del
narcotrfico y sus redes, las evidencias cotidianas de los efectos
de un progreso ciego y sordo al ecosistema, el desdibujamiento de
las instituciones modernas, constituyen "la materia prima" que va a
re-encauzar tres pasiones fundamentales: el miedo, el odio y la
esperanza.Esto acontece, en palabras de Bodei (1995: 363) "no en la
securitas spinosiana, sino por medio de instituciones que
organizan, de modo relativamente durable, la seguridad posible en
la insecuritas que caracteriza el estado de excepcin y la
incertidumbre del futuro colectivo". Es decir, se acepta que la
tarea y el desafo es el de producir "seguridad en la inseguridad";
esa es la demanda que se levanta como un murmullo creciente y
atronador, para sealar, en su formulacin, que la fatalidad y el
destino trgico han tocado fondo y han alcanzado al ciudadano que
recela de sus derechos y repudia sus obligaciones, para refugiarse
en su papel de vctima.Indudablemente, con los indicadores a mano,
no es posible asumir una posicin de superioridad moral frente a una
"razn ciudadana" que habitada indistintamente por el miedo, el odio
y la esperanza, no logra distinguir entre las consecuencias
estructurales del proyecto asumido y la responsabilidad fctica del
colapso que es atribuido a unos "otros" que, en la lucha por
acceder a un mnimo de seguridad precaria, son elevados a la
categora de monstruos.Frescos contemporneosEl fresco es una tcnica
pictrica que cobr popularidad en el temprano renacimiento dado que
su sencillez (la utilizacin de colores disueltos en agua de cal en
una superficie preparada, como un muro) posibilita trazar dibujos
previamente ejecutados (sinopia) por zonas; su inconveniente es que
el retoque al fresco es muy difcil y ello obliga a trabajar muy
rpido.Me ha parecido que "el fresco" metaforiza de manera
ilustrativa las posibilidades y dificultades que enfrenta el
anlisis cultural para trazar en una "superficie preparada" (en este
caso, la discusin y comunicacin de las ideas), el "dibujo
previamente ejecutado" que supone el registro etnogrfico y el mtodo
hermenutico sobre las realidades sociales que toma por objeto de
reflexin. Aunque "fresco" designa la tcnica, se utiliza para
nombrar a los murales pintados a gran escala.As, enseguida me
propongo trazar un fresco que articula tres "zonas" sociales que,
aunque se intersectan en trminos del imaginario social, suelen ser
percibidas, pensadas, visibilizadas de manera aislada, como si no
tuvieran relacin entre s. Este "fresco" proviene de mi trabajo
etnogrfico y resume con trazos rpidos la atmsfera de violencias que
acosan, de distintas maneras, a los actores sociales.Escena
uno:Juan Gonzlez se despert esa maana, convencido de que su posicin
al frente de la cmara de la construccin le otorgaba un beneficio
adicional para impulsar la reforma federal en torno a la disminucin
de la edad penal. Pens en sus hijos adolescentes y en su esposa,
vctima por tercera vez de asalto a mano armada mientras cumpla,
amorosamente, con sus labores de ama de casa. Juan, exitoso
empresario, alej de su mente las dudas y no se permiti pensar en
los obreros jvenes que en las semanas pasadas haban quedado sin
empleo efectivo. Concentr su atencin en la ltima conversacin con
sus colegas: la necesidad de atajar la violencia callejera a como
diera lugar y la importancia crucial de incidir en el cambio de la
ley para inculpar penalmente a los menores. Menores haban sido los
que robaron la fbrica de uno de sus socios; menores, los que
asaltaron a su esposa a punta de pistola; menores, los que violaron
a la amiga de su hija al salir de una disco. Sin duda alguna que
empaara el horizonte, pero con un miedo inexplicable instalado en
alguna parte de su cuerpo, el empresario Juan Gonzlez hizo sentir a
los diputados en turno el peso de su nombre y de su fortuna.Escena
dos:Ernestina apag las veladoras y con un gesto resignado se fue a
dormir. Esa maana, su hijo menor, apenas de diecisiete aos, fue
detenido en medio de un impresionante operativo policaco. Al
acostarse en su vieja cama, trat de resistir las imgenes de su hijo
tirado en el piso, esposado y con un hilo de sangre corrindole
silenciosamente por la boca, a la par que una mueca, como de
pregunta iba abrindose paso en su rostro prematuramente envejecido.
Ernestina pele, como pudo, contra la propia culpa. Se lament de sus
quejas de mujer sola y sola frente a lo duro de la renta, de las
colegiaturas de los ms chicos, se lament de su propia debilidad y
se culp: Guillermo estaba ahora en la crcel por su maldita culpa,
porque no supo hacer rendir los dineritos del trabajo de su hijo
mayor y los suyos propios como ama de planchado en distintas casas.
Ernestina trat de dormirse y en el intento, su propio nombre se le
fue borrando y se le olvidaron las palabras para decir que su
muchacho era bueno, tal vez un poco confundido. Se fue
tranquilizando pero un miedo sordo le coma las ideas y las ganas de
estar viva, desde bien adentro.Escena tres:Guillermo se moja la
cara para sacudirse los temores. Sabe que tiene pocas opciones y
que de sta no lo salva ni su edad. Pero no se vale aceptar ningn
temor; l es el duro entre los duros y en las pelculas anticipadas
que se contaba a s mismo sobre su propia muerte, se vea cayendo,
interceptado por las balas de la polica, heroico, sangrante,
silencioso, sabio. Guillermo nunca se prepar para ser capturado,
para ser sometido a la vejacin de una pinche psicloga buena onda
que llenaba papeles al tiempo que le daba palmaditas en la pierna,
como dicindole "yo te entiendo"; no se imagin que en el centro de
detencin para menores, los ms pequeos lo iban a erigir en rbitro de
sus peleas, a l, semejante veterano, endurecido a punta de
pistolas; a l, lugarteniente del mismsimo Seor. Qu humillacin, pens
Guillermo, qu jodida la vida que lo obligaba a aceptar el papel de
un menor inadaptado, como deca la psicloga buena onda. Qu terrible
no poder morirse como corresponde, sacando el cuerpo a la
intemperie, peleando hasta el ltimo aliento, perdindose en una
cortina de puro plomo macizo, como Macizo era el apodo de su jefe.
Guillermo tena miedo de no estar a la altura de los relatos de su
propia muerte que propag por el barrio, y s, muy all, en el fondo,
tena miedo de su mamita y quizs, tal vez, de que su jefecita linda
hubiera entendido mejor su muerte que este exilio pendejo que lo
condenaba a una culpabilidad incmoda y muy poco, poqusimamente,
heroica.Cmo mirar, es decir, cmo estar en condiciones de entender
los mltiples "frescos" que enfrentamos cotidianamente en unas
sociedades sacudidas al extremo por una excepcionalidad que, a
fuerza de repetirse, se convierte en normalidad? Pero,
especialmente, cmo entender que cada una de las escenas percibidas
de manera aislada, como fragmentos de una realidad que miramos
cotidianamente, son elementos que se articulan en un relato
continuo que detona las mismas pasiones, miedos, odios, esperanzas,
pero que engendra respuestas y programas de accin
diferenciados.Desestabilizar la miradaLas tres "escenas" que he
seleccionado aqu para pincelar este "fresco", aluden a problemticas
que parecen distintas pero que colocan al centro de la reflexin un
slo problema: el de las relaciones entre normalidad y anomala que,
a mi juicio, sintetizan uno de los ms graves problemas que enfrenta
la sociedad en su camino hacia la reconfiguracin del proyecto
moderno, y uno de los ms fascinantes desafos intelectuales para las
Ciencias Sociales y las humanidades, el de los procesos,
dispositivos, lgicas y codificaciones que generan en las
comunidades la idea de "normalidad" y por consecuencia, la
imaginacin9en torno a la anomala.La anomala ha sido una clave
fundamental en mi trabajo. Como estrategia analtica, considero que
ella opera dos desplazamientos fundamentales para el pensamiento:
de un lado, nos vuelve capaces de colocar la norma y el consenso
como textos disciplinarios que distribuyen y prescriben la "razn
buena" y proscriben la "razn mala"; y de otro lado, la anomala
permite revisar los criterios de "normalidad" con los que una
sociedad particular, histrica, situada, opera y, de manera
fundamental, toca, en lo profundo, el espacio de apertura social y
capacidad de procesamiento frente a los "eventos" irruptivos. As,
la anomala nos coloca frente a la pregunta por la "tolerancia" y la
democratizacin que, desbordando los mrgenes restringidos de lo
electoral, nos habla de la cabida que tiene la diferencia,
tomndola, no como exotismo polticamente correcto ni como cuota de
accin afirmativa, sino como espacio de negociacin para la
coexistencia de las diferencias.Indudablemente, la solucin de
continuidad en el fresco seleccionado reposa en buena medida en la
capacidad de un intrprete cuya funcin sea la de arrojar cierta luz
sobre las "razones" de tres lugares sociales que parecen
incompatibles en trminos de dilogo social; lo difcil del caso es
que ese intrprete suele centrarse en una de las voces involucradas
y tiende a contarnos y a hacernos ver la historia desde uno de los
ngulos implicados. Desde la lgica meditica, por ejemplo, el
empresario del "fresco" sera ledo o bien como portavoz indiscutible
de los dominantes y de manera naturalizada se le atribuira un
conjunto de comportamientos autoritarios y selectivos y se le
privara de cualquier duda frente a su posicin de poder, o bien,
como representante de las buenas conciencias; la madre del relato
sera ubicada en el papel de la vctima propiciatoria y sin mayores
trmites elevada a rango de "dato de color", ancdota emocional y
corroboracin de la miseria. As, el joven del "fresco" ocupara el
lugar central de la anomala, no slo por sus caractersticas de
personaje liminal e irruptivo, sino especialmente por su
resistencia a ser ledo bajo la ptica criminalizadora y por su
negativa a aceptar el rol de "desviacin" asignado no slo por el
discurso del poder, sino por el discurso conciliador y teraputico
que predomina en la sociedad.Pero ms all, la pregunta de fondo es
qu logra mirar la mirada que mira; dnde recae la anomala, qu ejes
de lectura comandan su atencin sobre ciertos aspectos de lo real
social. Cada una de las escenas del fresco planteado cuenta con sus
propios simpatizantes; ello no es banal. El "simpatizante" es una
interesante categora social que habla de aquellos que se colocan
frente a la agenda pblica, la que cotidianamente interpela su
subjetividad, poniendo a funcionar sus propios filtros culturales
(y de clase) para reconocer a "sus iguales" y desmarcarse de "los
otros, los anmalos". Pero sucede que "el simpatizante" no es una
categora aleatoria, producto del azar; se trata, fundamentalmente,
de una categora social que emerge en el complejo entramado cultural
en el que se disputa "hasta las ltimas consecuencias" el derecho a
simpatizar o a disentir con respecto a una realidad que nos atae.
Ello no ocurre de manera casual: se verifica atado al conjunto de
constreimientos o mrgenes de accin que confieren las distintas
formas de pertenencia cultural.10El simpatizante del "empresario"
tender a visualizar a "Guillermo" como el operador de la catstrofe,
y a su "madre" como insuficiente e incompleta, como un falible
filtro de contencin de la violencia. El simpatizante de la "madre"
tender a anular la figura de poder representada por el "empresario"
y a colocar al centro de la situacin ms que una disputa de
posiciones de clase, la idea de la normalidad. Es decir, desde esta
perspectiva las acciones del poder seran miradas como intentos de
normalizacin y el joven visto con cierta conmiseracin, como una
anomala tolerable. Mientras que el simpatizante de "Guillermo"
tendera a centrarse en la figura del "joven violento" como un
vengador, como un (anti)hroe justiciero. Bajo esta mirada, los
hroes para cumplir con su papel deben desanclarse de todo
constreimiento objetivo y, por ende, la mirada que mira a
"Guillermo" no puede ver a su "madre", ni siquiera al "empresario",
porque hacerlo implicara arrancar al "hroe" de su condicin liminal
y, por ende, anmala.Es posible entonces sealar que la construccin
de la nocin de anomala no es homognea y ella est atada a complejos
procesos sociales y simblicos que modifican la mirada, anclada a su
vez a los distintos tipos de "pertenencia" de los actores (de
nacionalidad, de gnero, de clase, de religiosidad, etc.),
facilitando la emergencia de comunidades interpretativas en las que
resulta difcil manejar la idea del "fresco", porque ello implica
arriesgar las certezas con las que opera "el simpatizante".Casi
cien aos despus que Descartes escribiera su Tratado sobre las
pasiones, David Hume, interesado en los mecanismos regulares y en
las leyes que gobiernan las pasiones, escribe su Disertacin sobre
las pasiones.La teora de las pasiones de Hume distingue causas y
objetos, lo que resulta sumamente relevante para comprender el modo
de operacin de stas. La "causa" sera aquella idea que las excita,
mientras que "el objeto" es aquello hacia lo que dirigen su atencin
una vez excitadas.11Me interesa destacar aqu la nocin de "objeto de
atribucin", en tanto, nos dice Hume, ste es siempre producido por
la propia pasin, lo que permite desestabilizar la idea positiva de
que motivo (causa) y objeto de la pasin son la misma cosa, en este
caso las emociones subjetivas movilizadas por la historia
entrelazada del fresco que nos ocupa. En otras palabras, el
concepto de "objeto de atribucin" de Hume, resulta fundamental para
comprender los mecanismos a travs de los cuales las pasiones
detonadas buscan un "objeto" al cual atribuirle los motivos de la
pasin. Sostengo entonces que la "anomala" es un objeto perfecto
para dotar de sentido, explicacin, direccin y justificacin a
aquello que desestabiliza la comprensin, histricamente situada y
socialmente producida, de lo que se entiende por normalidad.Estamos
aqu frente a un sistema filosfico ms "antropolgico" que el
cartesiano, en tanto Hume reconoce la importancia de "la percepcin"
y, tambin, la importancia que reside en lo que, contemporneamente,
podramos denominar "variaciones de la cultura". Interesa traer a la
discusin los componentes "socio-antropolgicos" de la teora de Hume,
en tanto en sus planteamientos hay una preocupacin explcita por el
papel que la sociedadcomo instancia de socializacin y como espacio
de culturajuega en lo que voy a llamar "la administracin social de
las pasiones".Quin administra hoy las pasiones? Indudablemente a lo
largo de la historia han sido varias y diversas las instancias
sociales reguladoras de las pasiones "buenas" y de las pasiones
"malas".Jean Delumeau, el gran historiador del miedo en Occidente,
dirige su atencin a lo que el autor llama "medios de difusin de los
terrores escatolgicos" (1989: 324) y su papel en la ascensin del
miedo, posible en buena medida por las transformaciones histricas
en el siglo XV, frente a los siglos precedentes "demasiado
rural(es), fragmentado(s), ignorante(s), para ser permeado(s) por
las intensas corrientes de propaganda" (Ibid).Aunque Deleumeu no lo
enfatiza, es la ciudad (la multitud reunida) y es la imprenta (el
incipiente acceso a la "informacin"), lo que detona las condiciones
para que un miedo acumulado y sedimentado a lo largo de
cuatrocientos aos estalle en el imaginario colectivo.Quizs estos
planteamientos me autoricen a colocar hoy la importancia central de
los dispositivos mediticos, la televisin principalmente, el cine,
la radio, las revistas, no slo en la "propagacin" de las pasiones,
sino espacialmente su trabajo en la administracin de las mismas:
ingresan, excluyen, califican, tematizan las hablas y las imgenes,
tratando de producir un pacto o contrato de verosimilitud que
indicara que, al "mirar todos juntos", miramos lo mismo.El
(aparente) saber experto de los medios produce un conjunto de
narrativas fragmentadas sobre lo real donde se resalta de manera
episdica la escena social y sus dramas. Interpela la subjetividad
desde un lugar especfico de la narracin en una reduccin de la
complejidad, lo que tiende a fijar al "simpatizante" en sus
certezas, facilitando la emergencia de "objetos de atribucin" que,
se asume, son causa, motivo y consecuencia de la pretendida
homogeneidad de un orden social.Dice Hume: "nada excita con mayor
fuerza una afeccin que el ocultar una parte de su objeto
envolvindolo en sombras, las cuales, al mismo tiempo que dejan ver
lo suficiente para disponernos a favor del objeto, dejan an algn
trabajo a la imaginacin. Adems de que una incertidumbre acompaa
siempre a la oscuridad, el esfuerzo que hace la imaginacin para
completar la idea despierta los espritus, y proporciona una fuerza
adicional a la pasin" (Ibd., 149). El papel que Hume otorga a "la
mirada" cobra en esta cita toda su importancia; imaginacin e
incertidumbre cumplen un papel fundamental en el manejo meditico de
lo real. Al resaltar ciertos aspectos y al ocultar otros, al
develar, al insinuar, al silenciar, los medios contemporneos no slo
abonan el terreno para la modulacin de las pasiones, sino tambin
proponen cotidianamente "unas polticas de la mirada", podra
decirse, una pedagoga de la mirada que incrementa las dificultades
para comprender la multidimensionalidad de la vida social.Por ello,
quizs, la "desestabilizacin" de la mirada es una tarea que demanda
producir, o ms bien restituir, las articulaciones polticas y
simblicas que ineludiblemente atan las distintas escenas que
componen los frescos contemporneos. Aprender a mirar de otros modos
puede, tal vez, ayudarnos a salir de esa "reprensible posicin de
espectadores".
Rossana Reguillo Cruz is a research professor in the Department
of Sociocultural Studies at the Instituto de Estudios Superiores de
Occidente, ITESO in Guadalajara, Mexico, where she coordinates the
program of research in Sociocultural Studies. Her current areas of
study include youth and urban culture, mass media, and cultural
aspects of the relationship between communication and human rights.
She has been a visiting professor at several Latin American
universities and in Europe and the United States. Her publications
includeLa construccin simblica de la ciudad: Sociedad, desastre,
comunicacin(Guadalajara: Universidad Iberoamericana/ITESO,
1996);Ciudadano N: Crnicas de la diversidad, with an introduction
by Carlos Monsivis and a preface by Jean Franco (Guadalajara:
ITESO, 1999);Estrategias del desencanto: La emergencia de culturas
juveniles en Latinoamrica(Buenos Aires: Ed. Norma, 2000);
andHorizontes fragmentados: Comunicacin, cultura, pospoltica. El
(des)orden global y sus figuras(Guadalajara: ITESO, 2005).
Notas1A la que quisiera distinguir de "socialidad" en la
formulacin elaborada por el primer Mafessoli (1990) y ampliamente
desarrollada y analizada por Jess Martn Barbero quien, ver por
ejemplo (1998), formula esta nocin como "el modo de estar juntos,
de una sociedad". En mi propio trabajo he tratado de distinguir
entre socialidad (la sociedad hacindose, comunicndose), de la
sociabilidad (la sociedad estructurndose, organizndose). De cara a
los desafos que enfrentamos, considero que la "sociedad
estructurndose", sin menoscabo de sus formas comunicativas,
rituales o performativas, es un tema nodal para comprender "lo
contemporneo" tanto en sus dimensiones subjetivas como
estructurales.2Opto por la nocin de "desdensificacin", en vez de la
de "vaciamiento", en la medida en que las grandes manifestaciones
globales de los ltimos tiempos y una revitalizacin de "la calle"
como espacio de lucha poltica en diferentes latitudes, entre otros
indicadores, estaran sealando que el espacio pblico no se "vaca";
sin embargo, me parece que sus signos hablan de una prdida de
densidad poltica que, salvo contadas aunque espectaculares
excepciones, no logra trascender el efecto performativo y acumular
la suficiente densidad para permitir la articulacin de
antagonismos.3Como ha sido denominado este gnero por Ignacio
Ramonet (2000).4Que alude, siguiendo a Hume (1990), a esa enorme
dificultad para distinguir entre las "causas" que agitan las
pasiones, en este caso el miedo, y los "objetos de atribucin" que
ellas, una vez desatadas, encuentran para mitigar la incertidumbre
y la zozobra. "Indefensin expandida" es una nocin que me ha sido de
utilidad para analizar y nombrar el modo en que "la gente", los
actores sociales se autoperciben como vctimas de procesos
ingobernables y carentes de todo lmite o forma.5Sugiero a este
respecto, el excelente ensayo de Ana Mara Ochoa Gautier (2004),
"Sobre el estado de excepcin como cotidianidad. Cultura y violencia
en Colombia".6Pienso que un analizador importante de estas
interpelaciones emocionales, disfrazadas de cientificismo, son, por
ejemplo, los intrpidos "argumentos" que esgrime el Dr. Samuel
Huntington en su obra ms reciente sobre la identidad estadounidense
y la plaga mexicana. Ver Huntington (2004).7Por ejemplo, la
simplista organizacin geopoltica del mundo en un "eje del mal" y un
"eje del bien".8Pienso, por ejemplo, en el fenmeno "Maras",
agrupaciones de pandilleros que en El Salvador (y Estados Unidos)
han servido de "coartada" perfecta para el impulso de medidas
autoritarias como la "Ley para el combate de las actividades
delincuenciales de grupos o asociaciones ilcitas especiales", de la
Corte Suprema de Justicia de El Salvador, promulgada en el Diario
Oficial 65, Tomo 383; o la "Operacin Mano Dura y la ley antimaras",
propuestas por el presidente de El Salvador, Francisco Flores, y
difundidas en cadena nacional (radio y televisin) el 23 de julio de
2003. Tambin la convocatoria a la "Cumbre antimaras", entre los
gobiernos de la regin, realizada en junio de 2005.9Que, como
sabemos con Appadurai, no es un artilugio para escapar sino "un
escenario para la accin" (2001: 23). Ello explicara por qu la raza,
el gnero, la edad y otras "diferencias" se constituyen en
emblemticos estandartes para la desigualdad. La dimensin productiva
de los significados y los smbolos es un tema nodal para entender
las relaciones sociales.10En un trabajo de corte etnogrfico he
probado de maneras distintas la tendencia de la gente (de los
actores sociales) a colocarse de manera decidida desde un punto de
vista, una mirada que tiende a reproducir las regularidades que aqu
describo.11Ver el interesante estudio introductorio realizado por
Jos Luis Tasset Carmona, en Hume (1990)Disertacin sobre las
pasiones y otros ensayos morales.pp. 2327.
Obras CitadasAppadurai, Arjun. 2001.La modernidad desbordada.
Dimensiones culturales de la globalizacin.Buenos Aires,
TRILCE/FCE.Bodei, Remo. 1995.Geometra de las pasiones. Miedo,
esperanza, felicidad: filosofa y uso poltico.Mxico, FCE.Delemeau,
Jean. 1989.El miedo en Occidente.Madrid: Taurus.Hume, David.
1990.Disertacin sobre las pasiones y otros ensayos
morales.Barcelona: Anthropos/ Ministerio de Educacin y
ciencia.Mafessoli, Michel. 1990.El tiempo de las tribus.Barcelona:
Icaria.Martn Barbero, Jess. 1998. "Jvenes: des-orden cultural y
palimpsestos de identidad". EnViviendo a toda. Jvenes, territorios
culturales y nuevas sensibilidades, ed. Humberto Cubides, Mara
Cristina Laverde y Carlos Eduardo Valderrama. Bogot: Universidad
Central y Siglo del Hombre Editores.Lwy, Michael. 2003.Las formas
modernas de la barbarie.Metapoltica 28: 3846.Ochoa Gautier, Ana
Mara. 2004. "Sobre el estado de excepcin como cotidianidad. Cultura
y violencia en Colombia." EnLa cultura en las crisis
latinoamericanas, Alejandro Grimson (comp.), 1742. Buenos Aires,
CLACSO.Huntington, Samuel. 2004.Quines somos? Los desafos a la
identidad estadounidense.Mxico: Paids, Estado y Sociedad.
Ramonet, Ignacio. 2000.La golosina visual.Madrid: Debate.Roy,
Arundhati. 1998.El dios de las pequeas cosas.Barcelona:
Anagrama.Williams, Raymond. 1981.Cultura. Sociologa de la
comunicacin y del arte.Barcelona: Paids Comunicacin.
Diario de la epidemiaROSSANA REGUILLO | ITESO, GUADALAJARAEl
miedo que se tocaAbril 29, 2009(Crnica, da 4)Los cuerpos no se
tocan. Los que no usamos tapabocas, somos mantenidos a una
distancia an ms grande, nadie habla con nosotros, solo hay amables
movimientos de hombros. El nio tose incmodo en su tapabocas azul,
su joven madre lo regaa y le indica el procedimiento para toser
frente a los otros, repite los gestos que se ven en la televisin.
Los ojos del nio se cruzan con los mos y en un momento, tan efmero
como eterno, suscribimos un pacto: esto no sirve de nada, estamos
tan jodidos como juntos. Una lgrima se me atora en la garganta y
finjo atender las nuevas marcas de jabones relajantes. Dos pasillos
adelante, mientras miro opciones para una nueva funda para mi Ipod,
una pareja de viejos, con tapabocas rgidos, esos que usan los
pintores o los operarios de maquinaria, escogen, con calma pero con
aprensin, unos videos; discuten entre ellos, apenas se entienden.
El se quita el tapabocas rgido y le dice a ella: estos estn buenos
para Mago y mira, mejor nos llevamos este paquete que est bueno
para nosotros, ahora que vamos a estar encerrados. Ella no
responde, sus hombros estn derramados sobre su cuerpo tan viejo
como asustado.En el da cuatro, hoy nos avisaron que podamos ir a
trabajar a casa, que sin alumnos en la universidad, lo mismo daba
estar ah que agilizar procesos de fin de semestre desde nuestras
computadoras. Nadie se alegr, no hubo festividad, de hecho, ms de
cuatro tardamos mucho ms de media hora en cargar morrales y
portafolios; en el proceso, sal varias veces de mi oficina para
escuchar el mismo chiste, contado mil veces y pese a todo, me re:
qu le dijo el DF a la influenza?, Mira como estoy temblando!!! No
pude dejar de rerme, triste risa, f