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Articulaciones entre Ecología Política, Geografía Histórica e Historia Ambiental: Paisaje y Poder

Feb 01, 2023

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Allan Hernandez
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espaciotiempoRevista Latinoamericana de Ciencias Sociales y Humanidades

Es una publicación semestral arbitrada de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, México. Esta revista difunde (en español, inglés, francés y portugués) resultados de investigación original, ensayos de revisión y reseñas escritas por científicos sociales y humanistas, de preferencia sobre América Latina.

Is a half-yearly peer-reviewed publication by the Autonomous University of San Luis Potosí, México. This journal disseminates (in spanish, english, french and portuguese) the results of original investigations, review articles and book reviews written by social scientists and humanists, preferably about Latin America

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Universidad Autónoma de San Luis Potosí

Rector: Arq. Manuel Fermín Villar RubioSecretario General: Lic. David Vega Niño

Presidente Editorial: Dr. Miguel Aguilar Robledo Editor Responsable: Dr. José Luis Pérez FloresAsistente editorial: Mtra. Heidi Cedeño GilardiEditores invitados del presente número: Dra. Perla ZusmanDr. Miguel Aguilar RobledoDr. Enrique Delgado López

Comité Editorial Dr. Carlos Contreras Servín Dr. R. Alejandro MontoyaDr. M. Nicolás CarettaDr. Marco Antonio Pérez DuránDr. José Guadalupe Rivera GonzálezDra. Guadalupe Salazar González

Consejo ConsultivoDra. Eugenia María Azevedo Salomao (Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, México)Dr. Juan José Batalla Rosado (Universidad Complutense de Madrid, España)Dra. Marilia Brasileiro-Texeira Vale (Universidad de Uberlandia, Minas Gerais, Brasil)Dr. Karl W. Butzer (University of Texas, Austin, EUA)Dr. Daniel Hiernaux (Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa, México)Dr. Mads Ravn (Universitetet i Stavanger, Noruega)Dr. Ben Nelson (Arizona State University, EUA)Dra. Alessandra Pecci (Universidad de Sienna, Italia)Dr. José Luis Ruvalcaba (Universidad Nacional Autónoma de México)Dr. Rudolf Van Zantwijk (Universiteit Utrecht, Países Bajos)Dr. Karl Kohut (Universidad Católica de Eichstätt, Alemania)

Diseño editorial: LCG. Lucía Ramírez MartínezImagen en la portada: Cusco, Perú, cortesía del Dr. José Luis Pérez Flores

espaciotiempo. Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales y Humanidades. Año 5, Nº 7 Primavera-verano, julio - diciembre de 2012, es una publicación semestral editada por la Universidad Autónoma de San Luis Potosí a través de la Coordinación de Ciencias Sociales y Humanidades con domicilio en Av. Industrias No. 101-A, Fraccionamiento Talleres, C.P. 78494, San Luis Potosí, San Luis Potosí. Tel (444) 818 24 75 y (444) 818 64 53. Editor responsable: Dr. José Luis Pérez Flores. Reservas de Derecho al uso Exclusivo No. 04-2013-022713564800-102, ISSN 2007-0608, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Licitud de Título en trámite, Licitud de Contenido en trámite, ambos otorgados por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación, Permiso SEPOMEX en trámite. Impresa en Autoediciones del Potosí, S.A. de C.V. Hogar del Niño #296, Col. Centro, San Luis Potosí, México. El contenido de los artículos es responsabilidad de los autores. Éste número se terminó de imprimir el 10 de diciembre de 2012 con un tiraje de 500 ejemplares.

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Este número fue financiado por el Programa Integral de Fortalecimiento Institucional de la UASLP (PIFI2010-24MSU0011E-20)

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espaciotiempoRevista Latinoamericana de Ciencias Sociales y Humanidades

Año 5, Número 7, Primavera- Verano 2012

DOSSIERLa geografía histórica en América Latina: entre la historia de las ideas geográficas y la historia territorial

PRESENTACIÓNPerla ZusmanMiguel Aguilar RobledoEnrique Delgado LópezLa geografía histórica en América Latina: entre la historia de las ideas geográficas y la historia territorial ......... 4

CONTENIDO

Kent MathewsonLatin American Historical Geography: Berkeley School Contributions and Continuities ..................................... 7

Carla Lois¿Desde la periferia? Enfoques y problemas de la agenda actual sobre la historia de la cartografía en América latina ................................................................................................................................................................... 14

Guillermo Gustavo CicaleseRitos, ceremonias y memoria de las Sociedades CientÍficas Tradicionales en Argentina. La Academia Nacional de Geografía y la Sociedad Argentina de Estudios Geográficos (GAEA) en el Último Cuarto del Siglo XX ....... 30

María Laura SilveiraEl fenómeno técnico en la comprensión de la historia del territorio .................................................................. 51

Patricia ClareSilvia MeléndezArticulaciones entre Ecología Política, Geografía Histórica e Historia Ambiental: Paisaje y Poder .................... 65

Perla ZusmanMiguel Aguilar RobledoEnrique Delgado LópezLa geografía histórica en América Latina: propuestas teóricas, caminos recorridos y tendencias futuras ........ 83

RESEÑASLarissa Alves de LiraGeografia Histórica do Brasil. Cinco Ensaios, Uma Proposta e Uma Crítica ..................................................... 94

Malena Mazzitelli MastricchioFrancisco Roque de Olivera, Héctor Mendoza Vargas (coord.), (2010), Mapas de metade do mundo. A Cartografia e a construção territorial dos espaços americanos. Séculos XVI a XIX./Mapas de la mitad del mundo. La cartografía y la construcción territorial de los espacios americanos. Siglos XVI al XIX, Centro de Estudos Geograficos Universidad de Lisboa, Instituto de Geografìa de la UNAM, Lisboa/Ciudad de México, 463 p. ... 98

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presentación

la geografía histórica en américa latina: entre la historia de las ideas geográficas y la historia territorialPerla ZusmanInvestigadora del CONICET, Instituto de Geografía, Universidad de Buenos Aires, ArgentinaMiguel Aguilar Robledo

Coordinador de Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad Autónoma de San Luis Potosí, México.Enrique Delgado LópezProfesor de la Coordinación de Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad Autónoma de San Luis Potosí, México.

En las dos últimas décadas, los estudios de geografía histórica han adquirido relevancia a nivel internacional y, en especial, en los países de América Latina. Un conjunto de procesos políticos y epistemológicos parecerían expli-car este interés. En efecto, los procesos de globalización y la resignificación del papel del Estado en dicho contexto habrían dado paso a un conjunto de estudios destinados a repensar los procesos de construcción estatal y de los territorios asociados. A su vez, los problemas ambientales que se observan en la actualidad llevaron a reflexionar sobre la forma en que distintas sociedades entablaron las relaciones con la naturaleza en épocas pasadas. El marco del posestructuralismo, los estudios poscolo-niales y el “giro” cultural han permitido incor-porar sujetos y prácticas que hasta finales de la década de 1980 habían permanecido invisibili-zados en los procesos de análisis de paisajes y lugares del pasado. La abundancia y diver-sidad de trabajos justifica que los estados de la cuestión anuales en esta área de la geografía sean habituales en la revista Progress in Human Geography (ver Naylor 2008; Mayhew, 2010, 2011; Offen, 2012). Cabe destacar también que los análisis más recientes sobre el estado de la geografía publicados en español incorporan una reflexión sobre la situación de la Geogra-fía Histórica (Zusman, 2005; Calderón Aragón, 2005; Sunyer, 2010; Mendoza Vargas, 2011).

En este contexto, el número 7 de espacio-tiempo. Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales y Humanidades tiene como objetivo presentar un conjunto de trabajos que ofrecen

un panorama del estado de desarrollo de los estudios de geografía histórica en América La-tina. Este panorama no busca, como plantea Mathewson en su texto, identificar el grado de “progreso” o estancamiento de esta línea de investigación. Más bien intenta aproximar al lector al tipo de abordajes y temáticas que se desarrollan en este campo en la actualidad. En este sentido, los artículos que conforman este número especial hacen de la geografía histórica y de la práctica de los geógrafos históricos su objeto de reflexión. Así, la mayoría de los textos se preocupan por reconstruir algunos caminos teóricos, conceptuales y metodológicos segui-dos por los estudios en este subcampo disci-plinar. Pero el recorrido elegido por los trabajos nos habla, en primer lugar, de la dificultad de escindir la historia de las ideas geográficas de la historia del territorio. De hecho, son las ideas filosóficas y políticas que orientan las acciones sobre el territorio las que ayudan a interpretar las motivaciones y acciones que llevaron a que los territorios tuvieran una determinada confi-guración y no otra.

En segundo lugar, los textos nos aproximan a la variedad temática que concentra la aten-ción en la actualidad de la geografía histórica. A su vez, las distintas perspectivas que orien-tan estos análisis, donde el diálogo con otras disciplinas (sean éstas las ciencias humanas o naturales) ocupa un papel fundamental, garan-tizan esta diversidad.

Los dos primeros artículos de este núme-ro especial pretenden ofrecer un panorama general de los estudios de geografía históri-ca que tienen América Latina como objeto de

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atención. El texto de Kent Mathewson, titulado “Carl Sauer and the Berkeley School. Contributions to Latin Americanist Historical Geography”, identifica las influencias de la es cue la saueriana en el pensamiento de a que llos geógrafos que desarrollaron  una geo grafía histórica latinoamericana. Estas influencias se pueden observar en la sexta generación de discípulos y en algunas líneas de investigación que se llevan adelante en México hoy, como son los estudios sobre la organización de asen-tamientos humanos, las prácticas agrícolas y su difusión o el impacto de la ocupación europea en las formas de vida de las poblaciones originarias y sus ambientes, entre otros. El texto “La geografía histórica en América Latina: propues-tas teóricas, caminos recorridos y tendencias futuras”, escrito por Perla Zusman, Miguel Aguilar Robledo y Enrique Delgado López, nos ofrece una perspectiva más amplia que la pro-puesta de Mathewson respecto de las tenden-cias que se observan hoy en América Latina en geografía histórica. En él se identifican distin-tas influencias teóricas (desde las propuestas braudelianas hasta las posestructuralistas) y las distintas preocupaciones temáticas (las orien-taciones teóricas; los procesos de formación territorial; y viajeros, cartografías e imaginarios). A su vez, se plantea una agenda de abordajes y contenidos que podrían derivarse de las cues-tiones que hoy se discuten en la política y en la academia en la región.

Los artículos de María Laura Silveira, Car-la Lois, Patricia Clare y Silvia Meléndez diri-gen su atención a ciertas cuestiones secto-riales: la técnica, la cartografía y el ambiente. Así, a través de su texto titulado “El fenómeno técnico en la comprensión de la historia del territorio”, María Laura Silveira realiza un reco-rrido sobre la forma en que los clásicos de la geografía humana, particularmente de la geo-grafía francesa, incorporaron la idea de técnica en la discusión de la relación entre sociedad y medio. A partir de este bagaje teórico busca definir a la técnica no sólo como expresión de culturas pasadas sino como “fenómeno histórico que es, al mismo tiempo, forma, acción o evento” y que cumple un papel activo en la constitución y recreación del espacio geográfico. En este sentido, la autora propone estudiar la relación entre política,

epistemología y técnica para comprender la actual división del trabajo, reconocer sus res-ponsables y los procesos que la legitiman.

Desafiando la concepción de la cartografía como una técnica y pensando a los mapas como productos históricos y culturales, el artículo de Carla Lois, denominado “¿Desde la periferia? Enfoques y problemas de la agen-da actual sobre la historia de la cartografía en América Latina”, rastrea el proceso de irrupción de la lectura cartográfica de Brian Harley como dispositivo cultural en el contexto anglosajón y latinoamericano. Las diferentes resonancias en ambos marcos académicos de la obra de este historiador de la cartografía la llevan a reflexionar sobre el obstáculo que representa el imaginario nacional y la propia idea de perife-ria en el estudio de la producción cartográfica en América Latina y que no toma en cuenta la circulación a través de redes de mapas, tex-tos, lenguas e ideas que suele estar ligada a esta producción. Por su parte, Patricia Clare y Silvia Meléndez buscan construir puentes entre los estudios de Ecología Política, His-toria Ambiental y Geografía Histórica. En esta búsqueda distinguen que las ideas de poder y de construcción multiescalar (tanto del espacio como del tiempo) contribuyen a pensar al pai-saje como categoría (teórica y aplicada) y apro-ximar esos tres campos de análisis.

Finalmente, el texto de Guillermo Cicalese elige un punto de partida diferenciado para comprender la formación de territorios pasados. Así, su artículo “Ritos, ceremonias y memoria de las Sociedades Científicas tradi-cionales en la Argentina. La Academia Nacional de Geografía y la Sociedad Argentina de Estu-dios Geográficos (GAEA) en el último cuarto de siglo XX”, recurre a los debates actuales sobre la idea de memoria colectiva y testimonio para develar el proceso de constitución de auto-ridades enunciativas, con legitimidad para hablar sobre los procesos de formación terri-torial pasados y presentes. En este sentido, el texto se preocupa por indagar las formas en que dos corporaciones geográficas en Argentina, la Sociedad Argentina de Estudios Geográficos y la Academia Nacional de Geo-grafía, construyen un conjunto de relatos, ritos y ceremonias que otorgan a estas institucio-nes una fuerza simbólica suficiente para ser

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reconocidas como supuestos portavoces de una única propuesta epistemológica y política posible de la Geografía.

La única conclusión que podemos derivar del recorrido realizado por los distintos artículos es que la geografía histórica de la región no confor-ma un cuerpo de conocimiento único, ni resulta de ningún tipo de ortodoxia académica. Los caminos seguidos derivan de las trayectorias de investigación y de los debates que cruzan estas investigaciones. También influencian las propias trayectorias de las instituciones en las que se insertan los investigadores, la posición de estas instituciones en el sistema-mundo y los recorridos personales de los especialistas. Como afirma Offen (2012) para la Geografía Histórica Internacional, el subcampo cuenta con una gran vitalidad. Esperamos que este dossier -a partir de las discusiones que generen los textos incluidos en el mismo- ayude a man-tener y promover su fortaleza.

Bibliografía citada

Calderón Aragón, G. (2005), “La geografía his-tórica en México”. Anais do X Encontro de Geó-grafos da América Latina, Universidade de São Paulo, Brasil.Mayhew, R. J. (2011), “Historical geography, 2009–2010: Geohistoriography, the forgotten Braudel and the place of nominalism”. Progress in Human Geography, 35 (3), pp. 409-421.Mayhew (2010), “Historical Geography, 2008-2009: Mundus alter et idem”. Progress in Human Geography 34 (2), pp. 243-253.Mendoza Vargas (2011), “La Geografía histó-rica en México, 1950-2000”. En: Hiernaux, D., Construyendo la Geografía Humana, México-Barcelona: UAM-Anthropos, pp 132-151.Naylor, S. (2008), “Historical geography: geo-graphies and historiographies”. Progress in Hu-man Geography, 32 (2), pp. 265-274. Offen, K. (2012), “Historical Geography I: vital traditions”. Progress in Human Geography, 36 (4), pp. 527–540.Sunyer, P. (2010), “La geografía histórica y las nuevas tendencias de la geografía humana”. En: Lindón, A., Hiernaux, D. Los giros de la Geografía Humana. México-Barcelona: UAM-Anthropos. pp. 143-173.Zusman, P. (2005) “Geografía Histórica y fron-teras. Propuesta de un itinerario”. En: Daniel

Hiernaux, Alicia Lindón (eds) Tratado de Geo-grafía Humana. Universidad Autónoma Metro-politana, & Anthropos, Mexico, pp. 170-186.

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latin american historical geography: berkeley school contributions and continuitiesKent Mathewson Department of Geography & Anthropology, Louisiana State University

AbstractHistorical Geography as a distinct subfield has emerged only in the past century. Work that one might identify as historical geography certainly predates this, and would include Alexander von Humboldt’s masterful essays on New Spain and Cuba. However, a distinctly Latin Americanist historical geography as an organized research program dates to the 1920s with Carl O. Sauer’s initial field trips to Northwest Mexico. This paper provides an overview of the contributions of Sauer, his students, and his associates in what has come to be called the “Berkeley school.” In his 1940 Presidential Address to the Association of American Geographers, “Foreword to Historical Geography,” Sauer proposed a number of promising topics awaiting historical geographers. These included: human impacts on physical environments, settlement sites and patterns, material culture morphologies, cultural climaxes, receptions, and conflicts. Many of these themes were taken up, and many others added to this list over the next half-century. Geographers identifying with, or working within its traditions, continue to produce much of the Anglophone research and publication on the historical geography of Latin America. Recently, Latin American geographers – in Mexico and Colombia in particular – have begun to explore the Berkeley school approaches as models for their research. Key words: Carl O. Sauer, Berkeley school, history of geography

ResumenLa geografía histórica surgió el siglo pasado como un subcampo de la geografía, algunos de sus prece-dentes incluyen los ensayos de Alejandro von Hum-boldt sobre Nueva España y Cuba. Sin embargo, la geografía histórica latinoamericanista organizada como un programa de investigación específico, sur-ge en la década de 1920 con el trabajo de campo de Carl O. Sauer en el noroeste de México. Este artículo describe las contribuciones de Sauer, sus estudian-tes y sus socios en lo actualmente se conoce como la “escuela de Berkeley.” En su discurso presidencial de 1940 “Introducción a la geografía histórica” dirigi-do a la Asociación Americana de Geógrafos, Sauer propuso una serie de temas prometedores a los geógrafos históricos. Estos incluyen: los impactos humanos en entornos físicos, sitios de asentamiento y patrones, morfología de la cultura material, clímax cultural, recepciones y conflictos. En la segunda mitad del siglo XX, algunos de estos temas fueron adoptados a las agendas de investigación. La ma-yor parte de la investigación y publicación de la geo-grafía histórica de América Latina ha sido realizada por geógrafos de lengua anglofona. Recientemente, los geógrafos latinoamericanos – Particularmente en México y Colombia - han comenzado a explorar los enfoques de la escuela de Berkeley como modelos para su investigación. Palabras claves: Carl O. Sauer, escuela de Berkeley, historia de la geografía

Not surprisingly, historical geographers have been chroniclers and appraisers of their own subfield of geography, but not as conscientiously or consistently as one might expect. From time to time historical geographers have taken stock of their craft and its products. For example, North American historical geographers have only sporadically reviewed their field, commenting on collective “progress” or lack of it and offering prescriptions for the way ahead. Although work in what most would recognize as historical geography (as a distinct subfield of the larger discipline of geography) began to emerge a century or more ago, the first seemingly self-conscious appraisal was Carl Sauer’s 1940 Presidential Address to the AAG –“Foreword to Historical Geography” (1941). Even then, Sauer’s title suggests recency rather than long standing. To be sure, Sauer located historical geography’s roots in venerable ancestors such as Alexander von Humboldt with his political essays on Mexico and Cuba, but for the most part Sauer saw a field waiting to be plowed, planted, and propagated. He then offered a dozen themes or topics inviting inquiry. Among them were: human agency on physical geographic features and processes; settlement sites and patterns; material culture morphologies; cultural climaxes; cultural receptivity; and cultural areal conflict. Sauer, his students, and his associates within the Berkeley school followed up a number of these suggestions, and developed other topics

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Latin American Historical Geography: Berkeley School Contributions and Continuities

as well. As I will discuss and illustrate, Sauer and his Berkeley school associates represent the largest and perhaps the most significant sector of Latin Americanist historical geography.It also should be pointed out that while the core figures of the Berkeley school comprised Sauer and his doctoral students, and in many cases their students, the larger collectivity includes Sauer’s “descendents” into the sixth generation now, as well as many geographers without formal genealogical affiliation but strong affinities for the school’s methods, perspectives, and predilections (Brown & Mathewson, 1999).

Following Sauer, the next appraisal of historical geography was drafted by Andrew Clark (1954) for the mid-century benchmark volume American Geography: Inventory & Prospect (James & Jones, 1954). Clark studied with Sauer at Berkeley, but struck out on his own afterward, founding what is sometimes referred to as the Wisconsin school of historical geography (Conzen, 1993, pp. 56-62). Clark’s and his students’ regional focus was on North America and European settlement, more economic than ecological, and in closer conversation with historians than Sauer’s exchanges with a wide range of specialists in numerous fields. Clark’s (1954) review sketched the boundaries of the field, its old world origins, and offered a current inventory with concluding remarks projecting its future in North America. Despite the fact that Clark (1954, p. 83) states: “Two names dominate the contemporary record: Ralph Brown and Carl O. Sauer,” he limits his remarks to generalities concerning Sauer and the Berkeley school’s work. No specific Latin American studies are mentioned in the main text, though representative examples are cited in a footnote. By this time a significant quantity of high quality work had been produced. Clark (1954, p. 86) further distinguishes Sauer and associates from what he presumably felt to be the mainstream of North American historical geography in saying that the Sauerians chose Latin America because it “offered a field for research where the significance of culture history to contemporary cultural geography was especially clear […]”. Clark sums up his (1954, p. 86) reticence to put the Berkeley work in larger relief, let alone in the mainstream, with a revealing position: “An explanation of

the leading role of the Berkeley group within recent American history geography should be part of this inventory, but is not easily made.” He (1954, p. 88) goes on to infer that Sauer’s unorthodoxies and “disdain for formal disciplinary boundaries” makes charting his place in historical geography too complicated and thus unnecessary. This legacy of relegating Latin Americanist historical geography beyond the pale of mainstream historical geography has persisted to the present (Sluyter & Mathewson, 2007). Clark (1972) authored an update on the state of North American historical geography as part of Alan Baker’s (1972) major survey of the subdiscipline. He continued to view Sauer and his Latin Americanist students as on, or beyond the margins of historical geography. In the same volume David Robinson’s (1972) survey of “Historical Geography in Latin America” gave Sauer and his students very positive appraisals. In fact, they were the only North American historical geographers that apparently merited mention. Since then, others outside the Berkeley tradition, most notably Robinson and his students, have made significant contributions to the field (Greenow, 1983; Robinson, 1979, 1981, 1988, 1989, 1990). Another two decades passed before a major review of historical geography appeared (Conzen, Rumney & Wynn, 1993). While it offers a superb accounting, it is limited to “geographical writing on the American and Canadian past.” As with Robinson’s assessment, Sauer and his associates are fully included and commended, even though much of their research was in Latin America. Conzen (1993, p. 33) makes this explicit in stating: “The Sauer legacy in American historical geography is by far the broadest and deepest in the discipline, and its intellectual heritage is very much among leading scholars in the field today.” This assertion can be measured (and confirmed) by consulting other literature surveys. Portions of the progress reports on Latin America in the Geography in America volumes (Gaile & Wilmott, 1989, 2003) cover historical geography. In both, David Robinson (1989, 2003) is the authority and author making the appraisals. Sauer’s legatees receive their due, but they have been joined by a larger collectivity that has expanded the purview of Latin Americanist historical geography

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Kent Mathewson

considerably. The corpus still remains largely Anglophone, with North Americans in the majority and British trained geographers the minor contributors (but see Bell 1998, Endfield 2008; Newson 1976, 1986, 1987, 1995; Robinson, 1979; Smith, 1970). Latin Americanist historical geographic studies in languages other than English also comprise a minority. Earlier generations of German geographers (Lauer, 1961; Sandner, 1985; Sapper, 1936; Schmieder, 1928; Termer, 1950; Waibel, 1943), and to a lesser extent French geographers (Deffontaines, 1938; Monbeig, 1952; Roche, 1959), produced an important corpus of work, but in recent decades their compatriots have shown little interest in following their footsteps in or to Latin America. On the other hand, there is a growing interest among Latin American geographers in producing historical studies of their own lands (Aguilar-Robledo, 2008; Hall, 1985; Outtes, 1997).

Carl Sauer’s (1932, 1948) contributions to Latin Americanist historical geography were concentrated primarily on Mexico where he did the majority of his field and archival work during the 1930s and 40s. A number of his doctoral students (Meigs, 1935; Brand, 1933; Bruman, 1990 [1940]; Stanislawski, 1944; West 1949; Aschmann, 1959) pursued historical topics under Sauer’s direction in Mexico. In addition, an equal number did doctoral studies on topics elsewhere in Latin America involving varying degrees of historical research (McBryde, 1948; Parsons, 1949; Wagner, 1958; Gordon, 1954; Johannessen, 1963; Edwards, 1965). Among these dozen students, several of their students have pursued Latin Americanist historical studies and so on into the sixth generation (Brown & Mathewson, 1999). Among these, James Parsons stands out. His students include Denevan (1966, 1976), Barrett (1975), Rees (1976), and Murphy (1986), all of who did historical dissertations. Moreover, Denevan, with his base at the University of Wisconsin-Madison for more than thirty years (1964-1995), oversaw more than a dozen dissertations with some Latin Americanist historical content. These include studies focused on questions of pre-Columbian agricultural systems (Knapp, 1991; Turner, 1993; Mathewson, 1987). Subsequently, many of the Denevan legatees have published

on historical topics (Gade, 1999; Doolittle, 1990; Sluyter, 1995; Whitmore, 1992).

While it would be inaccurate to characterize the Berkeley school Latin Americanists as primarily historical geographers, one of the defining characteristics of the school is adherence to what Sauer termed the “genetic” or historical approach. In turn, Sauer was committed to culture history as method, with its search for origins and diffusions. In Sauer’s case and for many Sauerians as well, historical geographic research drew on a wide range of sources, not just the written record. Evidence and data derived from geomorphic, pedologic, palynological, archaeological, botanical, and other scientific methods all could be enlisted in solving cultural historical questions. As a result, “all of human time” fell within the purview of historical geography. For the Neotropics this meant at least back to the terminal Pleistocene, but perhaps many millennial earlier. In turn, this opened up the field to a much wider variety of topics than if the rubric historical geography pertained only to the post-Columbian written record. Among these topics receiving the most attention have been: early human occupation; agricultural origins and dispersals, pre-European agricultural systems, aboriginal landscape change, aboriginal depopulation, and what Sauer termed “archaeogeography” or in today’s terms landscape archaeology. For the colonial period the primary focus for Sauer was, and for his legatees has been, on European colonial impacts on native peoples and environments (Davidson, 1974; Denevan, 1992; Hunter, 2009; Lovell, 1985; Lovell & Lutz, 1995; Sauer, 1966; Stanislawski, 1983; West, 1952). Here, both the geographers’ and the historians’ conventional tool kits are put to work. As the post-colonialnational periods unfold, the interest and historical scrutiny generally recedes (but see Parsons, 1967; Siemens, 1990; Zelinsky, 1949). This is not to say the past two centuries have been completely ignored, but what Sluyter (2005) termed “recentism” in regard to Latin Americanist environmental historians cannot be leveled at the Sauerians. Where Sauer did recommend study of the relatively recent past was in regard to the history of geographers and geographical research itself. In a sense self-study or reflexivity at the disciplinary level,

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Latin American Historical Geography: Berkeley School Contributions and Continuities

Sauer (1941) saw the history of geography as one of the three underpinnings of the discipline (the other two were close association with anthropology and maintaining a strong physical geography). This pursuit has enjoyed some attention in chronicling the work of Berkeley school Latin Americanists and their precursors such as Alexander von Humboldt (Mathewson, 2002; Sauer, 1982; Sluyter, 2006; West, 1979, 1981; Zimmerer, 2006).

At the turn of this century Berkeley trained cultural geographer Bret Wallach (1999) asked the question: would Sauer’s cultural historical vision and project make it “across the bridge to the new millennium”? Wallach was uncertain that it would be carried forward, at least in the short term. A decade into the new century, evidence suggests that it is alive among a new generation of Latin Americanist geographers at select geography programs such as at the University of Texas-Austin and Louisiana State University, but no longer at the former culture hearth – Berkeley. In addition to the several dozen currently active Latin Americanist Sauer legatees, the work of geographers such as Karl Butzer (1992; Butzer & Butzer, 1993) and his UT-Austin students (Aguilar-Robledo, 1993, 2009) complements and reinforces the tradition. Equally encouraging, cultural and historical geographers in Latin America are discovering Sauer and his Berkeley school. Sauer, West, Parsons, and others are being translated into Spanish and Portuguese and read by new generations of geographers from Mexico to Argentina (Mathewson, 2009).1 For the foreseeable future, one can predict that Sauer and his example will continue to inspire and guide important work in Latin Americanist historical geography.

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1 References to Spanish translations of works cited in the text are included in the references.

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¿desde la periferia? enfoques y problemas de la agenda actual sobre la historia de la cartografía en américa latinaCarla LoisCONICET – UBA – UNLP

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Una renovación teórica, una nueva agenda temáticaEn 1989, J.B. Harley publicó el ya célebre artículo “Deconstructing the map”2 (donde preten-

día afinar el método para profundizar la propuesta que había hecho en “Maps, Knowledge, and Power”,1988) y al que pronto seguiría “Cartography, Ethics and Social Theory” (1990). Luego de una sólida carrera como cartógrafo y estudioso de mapas medievales, Harley afirmaba que la cartografía y su ethos científico eran meras retóricas que enmascaraban la manera en la que los mapas, asu-midos como verdaderos instrumentos de conocimiento y poder, constreñían la conciencia espacial dentro de un discurso totalizador que perpetuaba las ideologías de las elites.3

1 Este texto es una versión ampliada de la presentación realizada en las Jornadas de Investigación en Geografía. Panel “Cuestiones teórico metodológicas en la investigación geográfica”, Centro de Investigaciones Geográficas, Facultad de Humanidades y Cien-cias de la Educación, Universidad Nacional de La Plata, 12 de noviembre de 2010. Agradezco las lecturas y los comentarios que Matthew Edney, Jean-Marc Besse, Chet van Duzer, Neil Safier y Jordana Dym hicieron de versiones preliminares de este texto.2 Luego fue reimpreso en varias otras obras y traducido a varias lenguas, entre ellas el alemán, el francés y el español (esta última en Harley, 2001).3 Para un análisis de la carrera y legado intelectual de J. B. Harley, véase Edney (2005b, p. 3).

ResumenDesde hace unos veinte años, el campo de la historia de la cartografía es objeto de reflexiones que pro-ponen pensar el mapa como un dispositivo cultural atravesado por intereses, subjetividades y discursos. Las nuevas perspectivas promueven desanclar el objeto cartográfico del terreno de las preocupacio-nes nacionales (y nacionalistas) que buscaban en los mapas apenas la legitimación de reivindicaciones territoriales. También ofrecen herramientas teóricas para problematizar las perspectivas técnicas que tra-dicionalmente pusieron el acento en cuestiones tales como la precisión y la exactitud para narrar la evolu-ción del saber cartográfico.La incorporación de estas dimensiones de análisis permite reinscribir la tradición y las prácticas car-tográficas en la historia cultural de la geografía. En particular, un abordaje como éste permite interrogar los modos de pensar los mapas en relación con las agendas locales, regionales e internacionales actua-les de la investigación en la historia de la cartografía o, dicho de otro modo, hacer una geografía de la his-toria de la cartografía. A partir de estas cuestiones, se propone compartir una reflexión acerca de los de-safíos que la historia de la cartografía puede ofrecer para las geografías latinoamericanas.

Palabras clave: historia de la cartografía – Améri-ca Latina – agenda académica – historiografía

Abstract Since about twenty years, the field of the history of the cartography has been the object of reflections that propose to think about maps as cultural devices crossed by interests, subjectivities and discourses. These new perspectives criticize the way that tradi-tional approaches had been engaged to use ancient maps in order to justify the national (and nationalists) preoccupations -basically for supporting territorial vindications. By adopting renewed theoretical tools, technical perspectives that have traditionally been more interested in questions such as accuracy to narrate the evolution of the cartographic knowledge are being replaced by a humanistic approach that inserts the cartographical tradition and the mapping practices into the cultural history of geography and allows to link the ways of thinking maps with local, regional and international current agendas in the history of cartography or, in other words, to make a geography of the history of the cartography. From these questions, this article aims to share a reflection about the challenges that the history of the cartogra-phy can offer for Latin American geographies.

Key words: history of cartography – Latin America – academic agenda – historiography

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A partir de la impugnación del modelo re-presentacional (que puede sintetizarse con la definición que la International Cartographic Association propone del mapa como la “repre-sentación a escala de la superficie terrestre o de una parte de ella”, presuponiendo una co-rrespondencia mimética entre la imagen y lo real), Harley (2001, pp. 199-200) proponía una conceptualización del mapa como formación discursiva. Sus reflexiones permitían instalar el estudio de los mapas y de las prácticas carto-gráficas en el campo de los estudios culturales donde proliferaban los enfoques desde la tex-tualidad que proponían traspasar el nivel de la enunciación para acceder a la trama metafórica y simbólica inherente a los mapas.

La crítica de Harley contra el establishment de la academia anglosajona era tan virulenta que las reacciones no se hicieron esperar. Como puede imaginarse, las primeras reacciones sur-gieron en el seno de la comunidad académica dentro de la que Harley había emergido y con-tra la cual se rebelaba: lo acusaron de propo-ner postulados filosóficos generales que eran inaplicables a la cartográfica práctica (temática y topográfica) y, más ampliamente, a la práctica de la cartografía. También le recriminaron el uso ecléctico e incluso superficial de referencias teóricas tan diversas tales como la semiótica de Barthes, la iconografía de Panofsky y la so-ciología del conocimiento de Foucault.4

J. H. Andrews (2001) sistematizó y desarrolló algunos de esos cuestionamientos: a) sostenía que la retórica cartográfica harliana asume que los mapas tienen significados intrínsecos (p. 31); b) refutaba la idea de “imagen total” que Harley usaba para incluir la ornamentación late-ral del mapa como parte del mapa mismo por-que, decía, se trata de un “ejercicio marginal” (p. 32) que no puede adscribirse al cartógrafo sino a un conjunto de sujetos que participan del mapa ad hoc; c) criticó duramente las genera-lizaciones que, según él, Harley hacía sobre la naturaleza política de los mapas y los enuncia-dos simbólicos asociados a ella porque, afir-maba, esos enunciados no se desprenden de lo que está escrito en los mapas sino que son

4 Matthew Edney (2005b, pp. 2-15) comenta que Tom Conley y Derek Gregory señalaron en particular la lectura incompleta que Harley hizo de Derrida.

inferidos del contexto de producción casi sin considerar el mapa mismo: “Harley muestra a los historiadores cartográficos esencialmente como importadores de ideas, casi nunca como exportadores. […] Introduce la cartografía en la corriente intelectual dominante de su época y se encuentra con que su esencia se diluye has-ta hacerla irreconocible” (p. 55).

Con un espíritu menos beligerante, otros colegas afines al enfoque de J.B. Harley tam-bién han aportado algunas críticas. Jeremy Crampton (2001) sugiere que cuando Harley hablaba de “segundo texto dentro del mapa” para cuestionar las relaciones de intereses políticos, poder y agendas ocultas de los mapas, todavía no abandonaba la idea de que el mapa “comunica” y, por lo tanto, seguía se-parando tajantemente el mapa propiamente di-cho de los procesos de lectura.

Sin embargo, como reconoce Matthew Ed-ney, algunas inconsistencias o la falta de com-pletitud de la propuesta de Harley no deberían hacernos olvidar el mérito que sus preguntas tuvieron para establecer conexiones inéditas entre los mapas y otros objetos culturales, y entre los map-makers y los usuarios. Porque, sostiene Edney, si las respuestas de Harley fue-ron poco concluyentes o demasiado generales, sus preguntas siguen siendo pertinentes e in-cluso siguen esperando respuestas sólidas y originales.

Habría que señalar que la muerte temprana de Harley le impidió el desarrollo sistemático de una propuesta teórica e incluso responder algunas de esas críticas que se le hicieron. No obstante ello, un número relevante de colegas tomaron la posta y pronto multiplicaron los ecos de esas inquietudes originales. Por eso parece pertinente reconsiderar la evaluación de la obra de Harley no sólo a partir de la consis-tencia de sus artículos sino, también, del mérito que esos mismos artículos tuvieron para hacer intelectualmente posible la formulación de las preguntas que impulsarían y consolidarían el campo de la historia de la cartografía.

Hacia fines de los años noventa ya había una masa considerable de producción escrita que seguía la sintonía harliana, textos firma-dos por David Woodward, Matthew Edney, De-nis Wood, Jeremy Crampton y otros adalides de la renovación que, además, contaban con

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el beneplácito de algunos de los ámbitos tra-dicionales ya consagrados a la historia de la cartografía (en particular, la revista Imago Mun-di y la International Conference on the History of Cartography). El megaproyecto editorial The History of Cartography, iniciado en 1987 con el pretencioso objetivo de reescribir la historia de la cartografía desde la Prehistoria hasta el siglo XX,5 es tal vez el gesto más rotundo de este proceso de ruptura.

No obstante, la verdadera envergadura de esta renovación no puede medirse cabalmente si sólo se tiene en cuenta este proyecto edito-rial o la gran cantidad de artículos publicados; debe sumarse la regularidad de los eventos dedicados exclusivamente a la historia de la cartografía,6 la aparición de publicaciones espe-cializadas y el desarrollo de reflexiones teóricas específicas y articuladas.7 El entramado de todas estas prácticas da coherencia al traba-jo de profesionales que provienen de las más diversas disciplinas originarias: es que la histo-ria de la cartografía, si bien tiene todas las “for-mas” de una disciplina, todavía carece de ám-bitos de formación específicos, ya sea de grado o postgrado.8 Quienes se dedican a la historia

5 Originalmente diseñado por Harley y Woodward, el proyec-to The History of Cartography en la actualidad está coordi-nado por Edney (2010) y organizado en seis volúmenes en los que han colaborado cientos de especialistas de diversos países. 6 En particular, la International Conference on the History of Cartography (desde 1964); una historia de estos encuentros en Sims y Krogt (2001). También la Comisión de Historia de la Cartografía de la International Cartographic Association (des-de 1972), en http://www.icahistcarto.org/7 En 1996, el número 48 de Imago Mundi, la más tradicio-nal y reconocida publicación especializada en historia de la cartografía, revisa los “Theoretical aspects of the History of Cartography. A discussion of concepts, approaches and new directions”. Incluye un artículo de Edney (1996) en el que aboga por abandonar las aproximaciones empiristas que re-niegan de las teorías del conocimiento y argumenta sobre la necesidad de pensar los mapas como objetos culturales que no se limitan a la cartografía topográfica de los estados nacio-nales. Le sigue un artículo de Christian Jacob (1996), quien propone pensar teorías para corpus de mapas bien definidos (espacial y temporalmente) y no como un cuadro general de interpretación universal. Y, finalmente, Catherine Delano Smith (1996) se pregunta cómo discutir los modos en que se pueden aplicar las categorías de autor, contexto y género a la historia de la cartografía.8 Un directorio de cursos y seminarios en Campbell y Cohagen (2003).

de la cartografía no comparten una formación ni una tradición disciplinares; según Edney, constituyen tres grupos diferentes y relacio-nados: los geógrafos y los historiadores, los bibliotecarios y archivistas; y los comerciantes y coleccionistas que se han relacionado a partir del interés común por los mapas y, en el mejor de los casos, comparten un trasfondo común de lecturas y de afinidades de temas y perspec-tivas. Es probable que debido a ello, todavía se recurra a la figura de Harley como un elemento aglutinador y un faro de referencia de toda una comunidad de trabajo: se le sigue citando en forma recurrente (a menudo, como mero acto declamatorio al inicio de un texto).9

Al mismo tiempo que se multiplican esas prácticas de trabajo, se registra la invención de una tradición o la escritura de una historiografía, en particular bajo la forma de artículos que ha-cen un balance de las nuevas perspectivas (la referencia más consistente es el monográfico de Edney, 2005a) y establecen mitos de origen o “balizas del proceso de renovación” (Gomes, 2004, p. 69), tales como ideas, libros, eventos y personajes. Por eso, los hitos editoriales y aca-démicos relativamente aislados pronto quedan hilvanados en una suerte de memoria colectiva y así se llega a hablar del surgimiento de una nueva disciplina.10

Algunos de los seguidores de Harley hoy pro-ponen retomar su legado y plantear una agenda abierta de temas posibles que, si bien forma-ron parte de las propuestas de los artículos de Harley, no alcanzaron a ser exhaustivamente tratados:

• La cuestión de la autoría: bajo la inspira-dora reflexión de Foucault, todavía queda pendiente la problematización de la plurali-dad de la figura del autor, no sólo entendida

9 Chris Perkins (2004, p. 381) comienza su artículo con la siguiente frase de Harley: “A book about geographical ima-gery which did not encompass the map would be like Hamlet without the Prince”.10 “Harley’s career represents in microcosm the paradigm shifts experienced by the history of cartography as a whole. From the orthodox empiricism of his early research to the post-structuralism he apparently espoused in what became his last essays, Harley prefigured the changing character and methodologies of research in the history of cartography. His ideas, moreover, have charted the development of a new dis-cipline” (Edney, 2005a, p. 14). También Gomes (2004, p. 68).

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Carla Lois

como aquel sujeto individual o colectivo al que se le atribuye un mapa (autoría indivi-dual, colectiva, institucional, interactiva) sino

también la idea de autoría como forma de producción cultural (Crampton, 2001).

- La cuestión del lector y de las lecturas: las reflexiones recientes sobre las tecnologías de la imagen han actualizado el debate sobre las competencias del lector en la producción de sentidos y, en particular, en la eficacia comu-nicativa de los mapas. Hoy en día se cuestio-na la pertinencia de separar tajantemente la figura del autor de la de lector: “the problem was not the map per se, but ‘the bad things people did with maps’” (Wood, 1993, p. 50).

- La cuestión de la precisión: habiéndose trans-formado en el “talismán de la autoridad” de la buena cartografía (Harley, 2001, p. 107), la precisión es uno de los puntos más contro-versiales. Por un lado, se reclama una historia social de la precisión que permita rastrear los diferentes sentidos que se atribuyeron a esta idea a lo largo de la historia (Crampton, 2001). Por otro lado, se cuestiona que la precisión sea la vara para hablar de “progreso” (Edney, 1993) o evolución positiva de la disciplina.

- Las cuestiones de la ética a partir de las po-sibilidades de acceso al mapa (Crampton, 1999) y el impacto de las nuevas tecnolo-gías (Harrower y Harris, 2006), que apuntan directamente a la dimensión de poder que se volvió neurálgica en este proceso de renovación,11 podrían servir para interrogar sobre el lugar de los mapas en las socieda-des contemporáneas.

- La cuestión del control, del poder y de la política: la intersección entre estas tres di-mensiones formulada como el vínculo entre estado y cartografía acaparó muy temprana-mente la atención de los investigadores que

11 También la ética y la cartografía fueron el eje de la Se-gunda Bienal Cartográfica (École Polytechnique Fédérale de Lausanne, abril del 2011), organizada por Laboratoio Chôros (miembro de la red Eidolon: Mapping Ethics. New Trends in Cartography and Social Responsibility).Tuvo el objetivo de examinar los vínculos epistemológicos y teóricos entre carto-rafía y ciencias humanas. Entre los conferencistas se encontra-ron: Emanuela Casti, Franco Farinelli, Bruno Latour, Hervé Le Bras, Jacques Lévy, Michel Lussault, Patrick Poncet, Giacomo Rambaldi, Carlo Ratti.

procuraban examinar la potencia cultural de los mapas en las sociedades modernas y contemporáneas; sin embargo, hubo y hay otras formas alternativas de poder, mapas que “contestan” esas formas de orden (Wood, 2010)12 (incluso cuando fue-ran marginales o poco significativas dentro de las estructuras de poder dominantes) y que todavía reclaman una atención más sistemática.

Edney (2005a) ya había trazado un mapa his-toriográfico sobre la historia de la cartografía: después de un largo periodo que se extendería hasta la Segunda Guerra Mundial, la cartografía había sido tratada desde un paradigma empi-rista según el cual los mapas eran objetos no problemáticos que daban información sobre una realidad y que, al mismo tiempo, iban pro-gresivamente ganando en precisión y deta-lle (esto estaba asociado a un tipo de historia de la cartografía que enumeraba y ordenaba cronológicamente los “avances” de la carto-grafía y que, por otra parte, se adaptaba muy bien a las exigencias triunfalistas de una his-toria de las exploraciones). Más tarde, la figura de Arthur Robinson inauguraría el paradigma internalista al que Edney sintetiza como el del diseño cartográfico, preocupado por la eficacia de los códigos visuales para asegurar la co-municación y acompañado por historias de la cartografía de corte internalista que revisitaban minuciosamente la cuestión técnica del arte y oficio de mapear aunque sus dimensiones po-líticas aparecían bastante mezcladas cuando no directamente ignoradas. Esta perspectiva se vio inesperadamente fortalecida por la ins-titucionalización de la formación profesional en cartografía.

A ese momento seguiría el paradigma del mapa como forma y de la historia humanística de

12 Wood (2010, pp. 111-155), habla de la “muerte de la car-tografía” entendida en ese sentido performativo y monolítico que se asume cuando se la considera una práctica institucio-nal de producción de imágenes coherentes y de imaginarios consistentes con otras narrativas.

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la cartografía, cuyo canon encarnaría David Woodward. Los modelos de la comunicación se pusieron en relación con la pragmática car-tográfica y se analizaron desde una perspecti-

va histórica. Harley, asociado con Woodward, radicalizó ese volantazo e introdujo las herra-mientas teóricas de la lingüística, la iconografía y la sociología del conocimiento.

Sin duda, hoy en día no se trata sólo de ex-pandir o profundizar la carta de temas inaugu-rados por Harley sino, sobre todo, de fortalecer el andamiaje teórico.13 Más todavía, ahora se discute si las perspectivas de trabajo actuales constituyen una continuidad epistemológica respecto de la propuesta harliana o si nos en-contramos en el desarrollo de un nuevo “para-digma”. Kitchin y Dodge plantean que luego de la “crisis ontológica” de la cartografía iniciada por Harley (y sus dos derroteros, uno hacia la ciencia cognitiva y los lenguajes de la comuni-cación visual, y la otra hacia la teoría social, que descuidaba por completo los aspectos técni-cos), hoy es posible detectar ciertas fisuras de lo que se conoce como el paradigma harliano. Algunas de esas fisuras apuntan directamente a la concepción del mapa. Kitchin y Dodge di-cen que “maps are ontogenetic in nature”, es decir, transitorios, contingentes, relacionales y dependientes del contexto.14 Kitchin y Dogde (2007, p. 335) mapean las perspectivas actua-les de la siguiente manera:

13 “Crampton’s (2003) solution to the limitations of Harley’s and Wood’s strategies is to extend the use of Foucault and to draw on the ideas of Heidegger and other critical carto-graphers such as Matthew Edney (1993)” (Kitchin y Dodge, 2007, p. 332).14 Kitchin y Dodge (2007, p. 335) explican esta concepción del mapa en relación con el estado actual del campo y se posicionan de esta manera: “While we think Crampton’s and Pickles’ ideas are very useful, and we are sympathetic to their projects, we are troubled by the ontological security the map still enjoys within their analysis. Despite the call for seeing maps as ‘beings in the world’, as non-confessional spatial representations, postrepresentational or de-ontologized car-tography, and non-progressivist or denaturalized histories of cartography, maps within Crampton and Pickles’ view remain secure as spatial representations that say something about spatial relations in the world (or elsewhere). The map might be seen as diverse, rhetorical, relational, multi-vocal and ha-ving effects in the world, but is nonetheless a coherent, stable product –a map. While in some respects Crampton and Pic-kles demonstrate that maps are not, in Latour’s (1987) terms, immutable mobiles (that is, stable and transferable forms of knowledge that allow them to be portable across space and time), they nonetheless slip back into that positioning, albeit with maps understood as complex, rhetorical devices not sim-ply representations”.

We think it productive to take a different tack to think ontologically about cartography. For us, maps […] have no ontological security; they are ontogenetic in nature. Maps are of-the-moment, brought into being through practices (embodied, social, technical), always remade every time they are engaged with; mapping is a process of constant reterritorialization. As such, maps are transitory and fleeting, being contingent, relational and context-dependent. Maps are practices –they are always mappings; spatial practices enacted to solve relational problems […]. From this position, [the map] is not unquestioningly a map (an objective, scientific representation (Robinson) or an ideologically laden representation (Harley), or an inscription that does work in the world (Pickles)); it is rather a set of points, lines and colours that takes form as, and is understood as, a map through mapping practices (an inscription in a constant state of reinscription). Without these practices a spatial representation is simply coloured ink on a page. […] Practices based on learned knowledge and skills (re)make the ink into a map and this occurs every time they are engaged with –the set of points, lines and areas is recognized as a map; it is interpreted, translated and made to do work in the work. As such, maps are constantly in a state of becoming; constantly being remade.

No son los únicos que reconceptualizan el mapa a partir de una reflexión sobre la rela-ción entre la imagen y la realidad que proponen representar: desde la geografía (Cosgrove), la filosofía (Besse), la arquitectura y el paisajismo (Corner), varias líneas vienen desplegando la complejidad de una formulación ontológica para definir la naturaleza de los mapas. El hecho de pensar una alternativa que supere la propuesta harliana es, tal vez, el signo más contundente de la madurez del movimiento disparado con los polémicos trabajos de J.B. Harley.

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América Latina en la red de los estudios de historia de la cartografía: objeto, perspectiva y geografía

Gomes (2004, p. 71) llama la atención sobre el hecho de que más allá del marco conme-morativo de la llegada de Cristóbal Colón al Nuevo Mundo, el año 1992 significa la publica-ción de dos obras de referencia en el campo de los estudios sobre historia de la cartografía: L’empire des cartes (Jacob, 1992) y The power of maps (Wood, 1992); Harley (1992) también hizo alusión al “encuentro” entre el Viejo y el Nuevo Mundo. La mera puesta en relación de estos dos tipos de acontecimientos marca el tono del desarrollo del proceso de renovación de las reflexiones sobre los mapas en América Latina: el momento de conmemoración de los quinientos años del descubrimiento europeo de América fue una oportunidad para revisar na-rrativas canónicas y para repensar los procesos de identidad de la región. En cierta medida, las iniciativas de reinvención regional coincidían con el desmoronamiento de los grandes relatos nacionales, el debilitamiento de modelos cons-pirativos simples de dependencia absoluta y el interés creciente por problematizar las lógicas de la circulación de personas, bienes, capitales, conocimientos y objetos.

Es en ese contexto que debe situarse una serie de emprendimientos académicos que, iniciados tímidamente en los noventa, cuajaron en el des-punte del siglo XXI y comparten la preocupación por reflexionar sobre la naturaleza cultural de los mapas: congresos,15 publicaciones,16 blogs y laboratorios,17 exposiciones,18 revisiones y

15 Entre ellos el I, II y III Simposio Iberoamericano de Histo-ria de la Cartografía (Buenos Aires 2006, México 2008 y São Paulo 2010, respectivamente) y Seeing the Nation: Cartogra-phy and Politics in Cartography (Universidad de Los Andes, Bogotá, 2010).16 Por ejemplo, los dossieres “Cartografias Ibero-americanas” (Terra Brasilis. Revista de História do Pensamento Geográfico no Brasil, 2005, 2006, 2007), “Território em rede: cartografia vivida e razão de Estado no Século das Luzes” (Anais do Mu-seu Paulista: História e Cultura Material, 2009) y “Mapeando América Latina - siglos XVIII-XX” (Araucaria. Revista Ibe-roamericana de Filosofía, Política y Humanidades, 2010).17 Como el blog Razón Cartográfica, en http://razoncartogra-fica.com/ y el Laboratório de Cartografia Histórica, en http://lechbr.wordpress.com/18 Recordemos las siguientes: Documenta Cartographica de

homenajes diversos, participación en otros cir-cuitos internacionales.19 Este movimiento, lejos de cerrarse sobre sí mismo, procura afianzar lazos con aquellos especialistas (en su mayo-ría, activos en el mundo académico anglosajón) que ya tenían una trayectoria consolidada en el campo de estudios de la historia de la cartografía sobre América Latina (Bárbara Mundy, Ricardo Padrón, Raymond Craib).

No deja de ser curioso que Harley también haya sido evocado como un punto de partida de casi todos los proyectos movilizados en América Latina. Sólo para ilustrar esto podemos hacer referencia a la obra Historias de las car-tografías en Iberoamérica (Mendoza Vargas y Lois, 2009), recopilación de trabajos seleccio-nados de los dos eventos pioneros en la región; casi todos incluyen referencias a Harley en su aparato erudito. Esto también aparece en los artículos de balance sobre la situación actual de los estudios sobre la historia de la carto-grafía y de análisis del impacto de la obra de Harley (Gomes, 2004; Díaz Ángel, 2009). Sin embargo, no puede decirse que los investiga-dores latinoamericanos se apoyen en la tradi-ción anglosajona: la mención a Harley funciona apenas como una marca iniciática que no suele ser seguida de otras citas de autores de habla inglesa, ni siquiera de aquellos que han conti-nuado la obra harliana. Al mismo tiempo, otras referencias teóricas igualmente claves en los textos de autores latinoamericanos (tales como Christian Jacob o Svetlana Alpers) no son reco-nocidas como ejes programáticos de las inves-tigaciones en curso. Es decir, más que un pilar teórico, la figura de Harley funciona, sobre todo, como un elemento de posicionamiento frente a la tradición de estudios sobre la cartografía y como elemento de aglutinación entre colegas.

las Indias Occidentales y la región del Plata (Buenos Aires, 2007-2008), Construcción de Mundos. Mapas de Chile y de América (Alto Jahuel, Buin, Chile), La Amazonía perdida: el viaje fotográfico de Richard Evan Schultes (Bogotá, 2009), I Exposición de mapas antiguos e históricos de Venezuela (Ca-racas), Perú en los mapas holandeses, siglos XVI al XVIII (Lima, 2009), Ensamblando la Nación, cartografía y política en la his-toria de Colombia (Bogotá, 2010).19 Desde 2007, Carla Lois es “national representative” para la revista Imago Mundi. Se formalizó así la participación siste-mática de profesionales extra europeos no norteamericanos en la tradicional publicación periódica especializada.

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La lectura y los usos del legado de Harley en América Latina son sensiblemente diferentes del derrotero que tuvo en el mundo anglosajón. En términos generales, la recepción de la obra de Harley en América Latina está atravesada por cuatro aspectos:

1. La agenda de temas que se instala desde Harley en adelante para examinar la carto-grafía en general y la cartografía histórica en particular encuentra un terreno fértil en la sensibilidad de los intelectuales latinoa-mericanos: las cuestiones del poder, de la dominación, del control, de la ocupación, de la hegemonía han estado en el centro de las preocupaciones de las ciencias sociales en América Latina. Transversalmente a diversas disciplinas, se ha buscado comprender una imagen propia construida desde “la perife-ria” y las diversas formas de dependencia de la región respecto de “los centros”. El postulado harliano de que esas formas de poder tienen también ramificaciones en los mapas (imágenes que, hasta entonces, go-zaban de un aura de neutralidad) resultaba ampliamente compatible con un conjunto de hipótesis de trabajo sólidamente instaladas acerca de la asimetría del poder. Una de las expresiones de este tipo de reflexión se en-cuentra en el análisis de mapas y, en gene-ral, del discurso cartográfico que forma par-te de los estudios postcoloniales (Mignolo).

2. Harley revisita diagonalmente un corpus bi-bliográfico netamente instalado en discipli-nas sociales (filosofía, antropología, historia del arte, semiótica y también geografía) que, al mismo tiempo que desarraiga la cuestión cartográfica del terreno estrictamente téc-nico, abre el diálogo con los estudios cul-turales. Esa bibliografía funciona como un lenguaje común para personas que, desde ángulos profesionales diversos, se aglutinan en torno a una perspectiva y a un interés común por interpelar los mapas. En cierta manera, esas lecturas compartidas facilitan el intercambio y resuelven, al menos parcial-mente, las carencias resultantes de la falta de una formación común entre aquellos que comparten el campo de la historia de la car-tografía. Por eso, las referencias teóricas hil-

vanadas por Harley fueron aplicadas como plantillas básicas para el análisis empírico en el que los mapas constituyen una fuente relevante y, en cambio, no derivó en una crí-tica sólida ni autónoma que fuera particular-mente sensible a la elaboración de desarro-llos teóricos.

3. En América Latina (a diferencia de la trayec-toria anglosajona brevemente reseñada arri-ba), aquellos que se interesaron por estas cuestiones no provienen de la cartografía sino de diversas disciplinas humanísticas: historia, arquitectura, ciencias políticas, geografía humana, historia del arte. Enton-ces, dado que no tienen esa batalla contra una tradición técnica ni contra los modelos representacionales, la propuesta harliana no derivó en la preocupación sistemática por desarrollar una metodología equiparable a la de aquellos sistemas sígnicos a los que pare-cía oponerse por naturaleza. Los postulados de Harley fueron más bien una plataforma desde la que se intentó desmitificar otro tipo de relatos. Notablemente, la mayor parte de los estudios están consagrados a contestar narrativas canónicas sobre la construcción de la nacionalidad y las historias territoria-les de las naciones latinoamericanas (los casos más ampliamente estudiados: Brasil, Argentina, México y Colombia): las ideas de Harley en América Latina han sido puestas al servicio, sobre todo, de la revisión crítica de los procesos de construcción de identi-dades nacionales. Con esa intención, sus textos fueron leídos y apropiados en com-binación con otros trabajos contemporá-neos que enfatizaban el carácter artificioso de los procesos de producción acelerada de nacionalismos (en oposición implícita a las temporalidades dilatadas de los pro-cesos históricos de los estados nacionales modernos en Europa). Las dos referencias ineludibles fueron Benedict Anderson (1991) y Thongchai Winichakul (1994).

4. El hecho de que la mayor parte de los ma-pas históricos conocidos de la región fueron hechos por los imperios durante la época colonial o por las elites de la época nacio-nal proporciona una base contundente para

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asumir con entusiasmo las hipótesis de tra-bajo de Harley acerca de las propiedades performativas e incluso autoritarias de los mapas. Pero gran parte de los estudios lati-noamericanos ha asumido como un a priori la existencia de las instituciones y ha apun-tado a deconstruir esos relatos (por ejemplo, al demostrar el uso sesgado de mapas en diplomacia o en el currículo escolar) sin ir demasiado más allá de ese eje que la propia institución ha construido a lo largo del tiem-po.20 Es decir, no se ha discutido lo suficien-te la fuerza que las instituciones (burocráti-cas en general y cartográficas en particular) tuvieron para instalar historias y narrativas retrospectivas que legitimaron sus propias prácticas y, en cambio, se ha asumido el re-lato que impusieron (aún en aquellos casos en que se han abocado a criticarlos).

Es probable que estos modos de apropiación del legado harliano estén marcados también por ciertas condiciones de recepción y circu-lación en América Latina. Esas particularidades se explican, en parte, por los modos en que los saberes y los conocimientos circularon. Pero, además, en el caso particular de la historia de la cartografía –cuyo objeto es el estudio de ma-pas que, en su mayoría, están diseñados para representar geografías– también es probable que esos legados hayan sido permeados por el imaginario geográfico construido en torno de América Latina.América Latina como objeto de la historia de la cartografía

En algunas de las acepciones generalizadas, la región se presenta como un conglomerado de “naciones nuevas” que tomó forma a lo lar-go del siglo XIX o como la periferia hacia la que Europa se expandió. En las perspectivas de la historia de la ciencia, América Latina resulta ser un conjunto más o menos articulado de “loca-les” cuyo estudio puede servir para dar cuenta de las formas complejas en que, en las empre-

20 “For Crampton (2003) this means that a politics of mapping should move beyond a ‘critique of existing maps’ to consist of ‘a more sweeping project of examining and breaking through the boundaries on how maps are, and our projects and prac-tices with them’ (p. 51): it is about exploring the ‘being of maps’; how maps are conceptually framed in order to make sense of the World” (Kitchin y Dodge: 2007: 333).

sas del conocimiento, se entrelazan estas dos pulsiones, aparentemente antagónicas, hacia el localismo y hacia lo transnacional. Mientras que las elites intelectuales locales requieren y usan una red de contactos internacionales para vali-dar sus demandas de autoridad sobre saberes localizados, intelectuales extranjeros recolec-tan y sistematizan evidencia local para fundar empresas intelectuales de vasto alcance geo-gráfico (Salvatore, 2007, p. 13).

Estas formulaciones se distancian, tanto en términos históricos como políticos e historio-gráficos, de los estudios sobre la cartografía de la Hispanic America: aunque pueden so-breponer recortes geográficos, los estudios sobre el periodo colonial no siempre han dia-logado con los estudios sobre las etapas re publicanas. Pero no se trata sólo de una ruptura cronológica o histórica. También ha-bría que recalcar que es una denominación mucho más frecuente entre los especialistas de habla inglesa (como si la cuestión “hispanic” marcara cierta especificidad, otredad y distan-cia, todo al mismo tiempo, como condimentos de la construcción de la región) que entre los de lenguas latinas. Incluso parece coincidente con el hecho de que el proyecto de la American Geographical Society para proveer las hojas to-pográficas correspondientes al territorio latino-americano según los requerimientos del Mapa del Mundo al Millonésimo llevara por nombre Hispanic America Map (1920-1945) (Pearson y Heffernan, 2006 y 2008). En otras palabras: la designación América Latina parece correspon-der con esa “autoimagen desde la periferia”. En un contexto en el que se discute ampliamente “la colonialidad del saber” (Lander, 2000), el esquema centro-periferia, sigue siendo amplia-mente evocado para explicar los llamados pro-cesos de modernización de América Latina. En el campo de la historia de las ciencias se pos-tulaba, con algunos matices, que la región era a) una receptora pasiva de modos de produc-ción de conocimientos de matriz europea; b) una receptora que, aunque había resistido, había sido dominada; c) un laboratorio de los centros de cálculo. Incluso desde posturas contestatarias y comprometidas con explicar el desarrollo de las ciencias nacionales desde las revoluciones independentistas en adelante, estos mismos esquemas interpretativos fueron

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recuperados para denunciar modos de trabajo sometidos a los imperios de las potencias y nuevas formas de sumisión o dependencia.

Algunos intentos por enfatizar las peculiari-dades de América Latina como lugar de enun-ciación usan fórmulas tales como “saberes locales”.21 Con esta expresión se procuraba es-capar de los modelos difusionistas que durante décadas sostuvieron que el progreso científico se había dado a partir de la transferencia de modelos de trabajo, profesionales, técnicas y programas científicos desde “el centro” hacia “las periferias”, complementada con la recolec-ción de materiales que se enviaban desde los márgenes al núcleo.22 La idea de “local” bus-caba revalorizar las experiencias de producción de conocimiento en aquellos lugares relativa-mente marginales como algo más complejo que un mero flujo de materiales hacia los cen-tros de cálculo.

Aun así, muchos estudios de caso asumen implícitamente que la idea de local entraña algún tipo de subordinación a algo “central”. Tanto América Latina como cualquiera de sus recortes parciales se suelen presentar como una perspectiva “local” que se opone explícita o implícitamente a algo universal. El cuño “local”, además de su intención de realzar las singulari-dades y especificidades de los locales, permite hacer, e incluso sobreponer, múltiples recortes geográficos.23 Sin embargo, a pesar de todas

21 Tomemos como ejemplo el título de la obra de Gorbach y Beltrán (2010) (que, a su vez, engloba diversos artículos que comparten y discuten la idea de saberes locales): Saberes lo-cales. Ensayos sobre historia de la ciencia en América latina. Véase en particular Arner et al. (2010).22 “Traditionally, European capitals such as London, Paris and Madrid have been seen as the centers of knowledge produc-tion, where scientific institutions were founded, specimens collated and theories formulated. Overseas colonies, on the other hand, have been identified as the prime sites for field-work. “Local” and “imperial” are relative, and that the catego-ries we assign to different individuals and forms of knowled-ge, whilst helpful to think with, are not necessarily mutually exclusive. (…) “Local” and “imperial” can, therefore, assume different meanings in different contexts. The Atlantic World, with its unique and complex blend of ethnicities, affinities, languages and landscapes, offers an ideal environment for observing these conflicting identities in action” (Arner et al., 2010, p. 497).23 Las ambigüedades del lenguaje todavía plantean algunas di-ficultades para llegar a un consenso respecto de expresiones tales como “la cartografía de México”: ¿es que es una refe-

las posibilidades que abre esta noción flexi-ble de “local”, a veces parece seguir haciendo resonar el presupuesto de una ciencia universal (también cuando se asume categóricamente y a priori que lo local se vincula necesariamente siempre en términos de dependencia o periferia respecto de algún o algunos centros).

En la actualidad, los estudios sobre historia de las ciencias revisan la tensión existente entre, por un lado, el pretendido universalismo de las teorías unido a la vocación de internacionalizar los resultados de las disciplinas científicas, hu-manísticas y sociales y, por otro, la constante demanda de construir saberes imbuidos de sentimiento local y al servicio de la comunidad nacional. Este enfoque es particularmente fértil en los estudios sobre historia de la cartografía, especialmente en la perspectiva desarrollada por Mauricio Nieto Olarte y sus estudios sobre la ciencia en Colombia.

En última instancia, se trata de desarticular la tensión entre escala y región. En este sen-tido, una de las referencias más recurrentes por aquellos que han intentado destrabar este asunto es Bruno Latour:

aunque Latour reconoce un amplio espacio geográfico donde se mueven los ‘recluta-dores’ y sus ‘reclutados’, los que mueven los objetos de la ciencia, no trabaja con cate gorías de dominación o subordinación. Entre la etno-geografía y la geografía hay sólo un problema de asimetría, una cuestión de perspectivas, mas no de poder. Su ‘cien-cia como red’ es en realidad un espacio no jerárquico, con ‘nudos’ y ‘nodos’ conecta-dos en un plano más bien homogéneo. Para Latour, el conocimiento deviene local por el proceso de categorización (‘labelling’) que generan los agentes que están dentro de la red respecto del conocimiento que producen los que están afuera de ella. Mientras que es ‘universal’ todo aquel implicado en la

rencia a México como objeto representado en los mapas? ¿Es una indicación de la procedencia de los mapas (con lo cual podría hablarse de la cartografía realizada en México para representar otras geografías no mexicanas? ¿Es una alusión a la nacionalidad de sus autores? ¿Es una marca del lugar de impresión? La misma discusión se ha suscitado al momento de definir de qué se trata la cartografía de Iberoamérica.

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ciencia en movimiento, es ‘local’ todo aquel saber que no circula (Salvatore, 2007, p. 11).

Pero la idea de lo local no resuelve todos los problemas que se endilgan al universalismo de la ciencia y, en cambio, idealiza ciertas condi-ciones de producción que no siempre son “tan” locales: las redes definidas por la circulación de personas, libros, conocimientos, objetos, co-lecciones e influencias imponen una dinámica geográfica compleja, en la que no siempre se puede identificar elementos “puramente” la-tinoamericanos que sean esencialmente dife-rentes de otros “externos”. La participación de sujetos e instituciones europeas en la elabora-ción de mapas nacionales, y, al mismo tiempo, la participación de figuras locales en circuitos de ciencia, prensa, política y edición europeos obliga a reconsiderar los enfoques que adoptan una perspectiva desde la que los países son bloques homogéneos que se ubican en el cen-tro o en la periferia.24

La existencia de mapas “locales” que apenas son diferentes de los mapas europeos y que, no obstante ello, han sido utilizados para cons-truir narrativas nacionalistas (acérrimamente enfrentadas a los relatos construidos desde las metrópolis durante los periodos coloniales que utiliza esos mismos mapas) expresa los límites del modelo centro-periferia, incluso en sus versiones más sofisticadas (Rutsch, 2010), para reflexionar sobre las escalas de la produc-ción de imágenes cartográficas. Parece eviden-te que, una vez que se acepta que los mapas nacionales no fueron meras reescrituras de mapas europeos disponibles, había intereses y miradas que se construyeron de este lado del Atlántico.

Sin embargo, así y todo, incluso en aquellos casos en los que se prefiere asumir que los valores de una ciencia universal habrían con-dicionado (negativamente) los procesos de pro-ducción de conocimiento científico en Latinoa-mérica, todavía queda por examinar las formas en que cada nación latinoamericana participó de esas redes científicas sin recaer en la idea

24 Un estudio de caso sintomático de la situación que quere-mos describir fue presentado por Lina del Castillo en el sim-posio Seeing the Nation (Bogotá, agosto 2010): “Las cartogra-fías de la Gran Colombia: encuentros y desencuentros entre imaginarios nacionales y diseños imperiales, 1819-1830”.

simplista de la “transferencia” (un ejemplo de esta línea de trabajo en Castillo, 2009), porque, hay que recalcarlo suficientemente,

hay importantes diferencias en las for-mas cómo se construyen estos saberes y también en el impacto de estos conoci-mientos sobre las sociedades en las cuales se ‘implantan’. De allí la queja repetida de que ciertos saberes o ciertos tipos de em-presas de acumulación cultural (bibliotecas, museos, colecciones literarias) ‘dan fruto’ en ciertos ambientes y ‘se secan’, agotan o no prosperan en otros. Las condiciones locales tienden a influir decisivamente en las posibilidades de arraigo y expansión de determinadas empresas del conocimiento (Salvatore, 2007, p. 13).

Y más todavía, esas “condiciones locales” no siempre fueron recortadas con la matriz de la nación ni se adaptaron funcionalmente a los proyectos de construcción de las naciones que resultaron de los procesos de indepen-dencia latinoamericanos: los “locales” fueron, en muchos casos, redes híbridas de actores comprometidos con el curso de la política, la burocracia y las instituciones científicas en las excolonias ibéricas en América que no necesa-riamente actuaron en nombre de los proyectos de construcción de estados nacionales y que, en muchos otros casos, tendieron a consagrar sus esfuerzos en geografías de escalas diferen-tes de la nacional.

Un grupo de colegas viene desarrollando un conjunto de actividades e investigacio-nes bajo el rótulo “historia de la cartografía en Iberoamérica”.25 No puede negarse que se trata de iniciativas que plasman relaciones pro-fesionales y académicas que algunos de esos investigadores ya habían entablado a título per-sonal en los años precedentes a estas iniciati-vas colectivas. También son el resultado de una concepción de continuidades resignificadas de redes culturales y científicas que variaron a lo

25 En particular hemos evocado la realización periódica bianual del Simposio Iberoamericano de Historia de la Carto-grafía y las publicaciones resultantes de esos eventos porque ambas iniciativas tuvieron una pretensión fundacional respec-to a la organización y dotación de visibilidad a una comuni-dad de trabajo que comparte perspectivas afines.

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largo del tiempo en las que esos colegas se reconocen como parte de una misma tradición cultural. El desafío pasa por establecer cuáles son esas especificidades sin recaer en modelos simples que oponen tajantemente dominados y dominadores, centros y periferias. Incluso los modelos policéntricos (Besse, 2010, pp. 217-218) no alcanzan a resguardar del riesgo que implicaría atribuir a los lugares funciones de centralidad que aparentemente se han consti-tuido, sobre todo, en la circulación (Romano, 2010). Esta observación es válida tanto para examinar la producción de mapas en sus con-textos de elaboración como para pensar en nuestras propias prácticas de trabajo.26

En cierto sentido, los Atlantic Studies ya ha-bían revelado las potencialidades de este tipo de perspectivas, no sólo como método de abor-daje sino también (y al mismo tiempo) como modo de concebir un objeto que, en última instancia, tiene una fuerte matriz geográfica.27 A pesar de las críticas recibidas,28 es posible que pueda encontrarse en esa cantera de trabajo alguna fuente de inspiración para las posibili-dades de hacer de América Latina un lugar de cruces entre objetos y perspectivas.

Cuando parece evidente que “los lugares del saber” resultan del entramado de “contextos locales y redes transnacionales en la formación del conocimiento moderno” (Salvatore, 2007, p. 9), ¿es posible pensar a América Latina como algo más que la combinación de una serie de piezas de rompecabezas que encastran entre sí? ¿Qué puede ofrecer la historia de la carto-

26 La polémica tácita que hay entre los “historiadores locales” que pertenecen o son originarios de sus propias áreas de es-tudios y los “historiadores del centro que estudian geografías periféricas” todavía requiere una crítica más sistemática y pro-funda que ponga en cuestión nuestros propios presupuestos sobre las condiciones de producción de conocimiento. Para ilustrar la riqueza de las perspectivas híbridas y en el caso de la historia de la cartografía también para alentar el fortaleci-miento de esas redes de trabajo, véase el volumen de Dym y Offen (2011).27 Sobre la perspectiva atlántica, véase Bailyn (2005). Sobre la plantilla geográfica de la concepción historiográfica del mun-do atlántico, Lois (2010).28 Coclanis (2006) habla de algunos de esos análisis críticos contra el abordaje atlántico por considerarlo analíticamente poco o nada específico. Otras críticas han reprochado, por ejemplo, que los procesos imperiales en realidad tuvieron lu-gar más allá de la cuenca atlántica (Mapp, 2006).

grafía para la reflexión de las geografías lati-noamericanas? Una última pregunta inspirada en las reflexiones de Cosgrove (2002): ¿es per-tinente hablar de una perspectiva latinoameri-cana en historia de la cartografía?Las perspectivas nacionales y nacionalistas en América Latina

En particular, la existencia de una extensa bi-bliografía sobre las historias de las cartografías en América Latina narradas en clave nacional sugiere que ese ha sido el ángulo dominante para mirar los mapas (el fenómeno no es exclu-sivo de los casos latinoamericanos: João Carlos Garcia analiza la historiografía canónica sobre la cartografía portuguesa). Esto no es critica-ble en sí mismo, pero entraña dos limitaciones de naturaleza diversa: por un lado, el enfoque autocentrado en una nación ha servido para recortar procesos históricos tomando la na-ción presente como plantilla retrospectiva. Es decir, las perspectivas nacionales tradicionales han tendido a narrar una historia que comienza con el “nacimiento” (en el sentido de alumbra-miento) de una nación y se extienden hacia el presente, con escasas referencias a las redes sociales, políticas, culturales y científicas que dieron forma a esos tejidos locales. De esta ma-nera, muchos mapas que no encajaban con el imaginario territorial de los respectivos Estados (ya sea porque contradecían ciertas pretensio-nes territoriales o porque sus formas no resul-taba reconocibles para la audiencia local) que-daron marginados de todas las revisiones de cartografías antiguas. En especial vale la pena remarcar la escasa atención que han recibido los mapas que se publicaban en Europa en las décadas de las revoluciones independentistas, cuando los europeos intentaban visualizar el nuevo escenario político de la región y definir interlocutores. Es que, en consonancia con la interpretación esencialista de las perspectivas nacionalistas, el estudio de los mapas de los momentos más tempranos de las naciones latinoamericanas ha tendido a obliterar la visión de conjunto de un proceso que fue concomi-tante a otros análogos en la misma región y de los cuales no debería ser escindido a riesgo de sacrificar elementos explicativos significativos.

Por otro lado, las perspectivas nacionales más renovadas y críticas a menudo asumieron

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relaciones causales simples para explicar el papel de la cartografía en los estados nacio-nales modernos (justificación de políticas de control de territorio, etc.) y se contentaron con representar estudios de casos que servían para constatar la ley general de que la cartografía estuvo al servicio de las elites intelectuales que instalaron las narrativas oficiales. El inne-gable aporte que esos estudios hicieron para contribuir al desmontaje de las lógicas literarias con las que las naciones nuevas tejieron las narrativas de sus propios pasados hoy pare-ce insuficiente: no alcanza para desactivar la escala nacional como lente totalizador bajo la cual se explican todos los procesos posibles. ¿Por qué lo nacional –entendido como pers-pectiva (y no como objeto)– parece seguir ope-rando en los modos de construir el objeto de estudio en las historias de la cartografía, incluso cuando se trabaja desde perspectivas críticas? Probablemente esto hable de la virulencia de los discursos nacionalistas, sólidamente insta-lados en la opinión pública (en muchos casos, anclados en el imaginario colectivo bajo diver-sas formas de “nacionalismo cartográfico”29), a los que los nuevos estudios todavía consideran necesario responder.

Sin embargo, un gran número de investiga-dores que se dedican a estudiar la historia de la cartografía de las geografías latinoamericanas y que, debido a que provienen de otros países no latinoamericanos, no estarían a priori compro-metidos en estas mismas constricciones histo-riográficas e incluso identitarias, también han adoptado los recortes nacionales para construir sus objetos y desarrollar sus investigaciones. Esta recurrencia podría estar sugiriendo que la cuestión nacional parece lejos de estar agotada y, sin embargo, a veces parece empantanada o entrampada en argumentaciones circulares.

Los estudios comparativos podrían aportar una alternativa enriquecedora, aunque bas-tante tradicional, para dotar de horizontes más amplios a las problemáticas nacionales; pero deberían estar suficientemente atentos para evitar seguir asumiendo a los actores naciones

29 Esta idea ha sido desarrollada en relación con el caso ar-gentino en el trabajo presentado por Carla Lois en el simposio Seeing the Nation (Bogotá, agosto 2010): “Los usos del mapa logotipo: política cartográfica y nacionalismo durante el pri-mer peronismo (1946-1955)”.

como entes históricos primarios e ineludibles. En cambio, menos constreñida por el molde nacional, se podría formular la pregunta: ¿en qué tipo de redes se construyeron las imágenes cartográficas de los estados latinoamericanos?Geografías latinoamericanas, imaginarios e imagen cartográfica

Asumamos que la imaginación es “esa facul-tad que consiste no tanto en poner lo real en imagen como en instalar, a partir de la imagen, una conciencia de realidad y que esa imagina-ción intencional constituye y anima el espíritu geográfico [por lo que] el arte de la representa-ción geográfica consiste en definir espacios y situaciones apropiadas para la puesta de obra de esa imaginación realizante” (Besse, 2003, p. 11). Cuando parece que ya se ha escri-to suficiente sobre qué es un mapa,30 todavía

30 La discusión sobre qué es el mapa y cuál es su naturaleza es muy extensa. Para hablar de imágenes que hoy conside-raríamos mapas pero que han sido producidas cuando no existían entornos institucionales que las invistieran como ta-les, Smail (1999) elige privilegiar dos rasgos distintivos de la imagen cartográfica: el léxico (los topónimos) y la gramática (el marco que da sentido al léxico). Más específicamente, “un léxico cartográfico consiste en todos los topónimos o nom-bres de lugares que los hablantes de un lenguaje compartido adscriben a su paisaje. Esos lenguajes, en cambio, configuran topónimos según una gramática cartográfica, un marco lin-güístico o cognitivo que podríamos llamar plantilla [templa-te, en el original]. Juntos, topónimos y plantilla, constituyen una ciencia cartográfica, o un modo de conocer y clasificar el espacio” (Smail, 1999, p. xi). En cambio, Jacob (1990, pp. 29-138) sostiene que un mapa se define menos por sus trazos formales que por las condiciones particulares de su produc-ción y recepción, por su estatus de artefacto y de mediación en un proceso de comunicación social en el que las imáge-nes cartográficas son animadas. Esto permitiría abandonar el significado o ciertas cualidades del significante como criterio determinante para la delimitación del corpus estrictamente cartográfico dentro de un universo mucho más amplio de imágenes. Más desprendido de las asunciones lingüísticas im-plícitas en la formulación de Smail, David Buisseret, en cam-bio, desplaza el foco nodal de la especificidad cartográfica hacia la capacidad de representar relaciones espaciales: ‘Lo que en realidad hace que un mapa sea un mapa es su cuali-dad de representar una situación local; tal vez deberíamos lla-marlo ‘imagen de situación’ o incluso ‘sustituto situacional’. La función principal de esa imagen es transmitir información situacional, distinguiéndola así, por ejemplo, de una pintura paisajística que, aunque transmitiendo esa información inci-dental, busca principalmente un efecto estético. En términos cognitivos, el mapa tiene que basarse en la percepción que el cerebro tiene del espacio más que de la sucesión” (2003, p. 16). Siguiendo una línea argumentativa muy similar, Tolías

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¿Desde la periferia? Enfoques y problemas de la agenda actual sobre la historia...

parece necesario examinar los modos en que han participado y en que participan de la cons-trucción de la imaginación geográfica.31

Es probable que no sea posible generalizar acerca de los vínculos entre una imagen carto-gráfica y el referente empírico que dice evocar. Por eso, la convergencia de los procesos de elaboración de mapas y de construcción de naciones ex novo en América Latina podría ofrecer alguna pista sobre el tipo de discurso que los mapas movilizaron en ciertos contextos históricos.

En el caso de la cartografía, al igual que en otros campos del saber, en las primeras décadas del siglo XX había un consenso gene-ralizado acerca de la necesidad de disponer de lenguajes universales. Esos lenguajes, en los mapas, eran llamados a representar tanto el relieve como otros fenómenos en mapas de di-verso tipo. En la cartografía, esa preocupación por los valores de una ciencia universal se ma-nifestó también en la búsqueda sistemática de un lenguaje gráfico. No puede entonces tratarse de renegar de esa pretensión de universalismo que se ha encarnado en el desarrollo mismo de las prácticas y de los proyectos cartográficos (Pearson y Heffernan, 2006 y 2008). Considerar esta asunción de método como parte consti-tutiva de la práctica cartográfica permite, por un lado, revisitar “el contenido” de los mapas ya no tanto desde el ángulo de la precisión o la intencionalidad de su información sino desde la noción de mapas participantes de una red de objetos (mapas contemporáneos elaborados en los contextos de formación de los estados nacionales latinoamericanos) que pueden ser puestos a dialogar entre sí en tanto comparten

finalmente destaca el elemento que parece clave: la represen-tación analógica. En efecto, “un mapa es una forma especiali-zada de lenguaje visual y una herramienta para el pensamien-to analógico. Tal como ha remarcado Harley, un mapa sirve, entre otros cosas, como una herramienta mnemotécnica, es decir, un banco de memoria para datos relativos al espacio” (Tolías, 2007, p. 639).31 “L’imagination est ici cette faculté qui consiste non pas tant à mettre le réel en image qu’à faire passer de l’image au réel, qu’à installer, à partir de l’image, une conscience de réalité. C’est cette imagination intentionnelle, pointant vers le réel, qui constitue, et anime au plus profond, l’esprit géographique. L’art de la représentation géographique consiste à définir des espaces et des situations appropiés pour la mise en œuvre de cette imagination réalisante” (Besse, 2003, p. 11).

un lenguaje gráfico para construir las imágenes de la imaginación geográfica.

En primer lugar, se va imponiendo la necesi-dad de abandonar ciertos clichés acerca de la capacidad homogeneizadora de la grilla o del plano euclidiano para empezar a cuestionar de manera más concreta los modos en que la geometría funciona como dispositivo de aprehensión del mundo y, asociado a ello, como un método de inscripción cartográfica. En este sentido, parece necesario ensayar una historia social de la geometría que nos aclare un poco mejor las implicancias de asumir una matriz euclideana para imaginar el espacio y para desarrollar el lenguaje cartográfico: ¿cuá-les son las concepciones geométricas sobre el espacio y sobre su representación que hacen que seamos capaces de reconocer, por ejem-plo desde un avión, aquello que creemos haber visto en un mapa (aunque la experiencia del mapa nos ponga delante de los ojos nombres, líneas y colores que no se corresponden en absoluto con la experiencia visual sensible que podemos tener desde la ventanilla de un avión)? ¿Qué tipo de traducción (no sólo entre lenguajes expresivos sino también entre dife-rentes conceptualizaciones del espacio) somos capaces de hacer para “ver” un paisaje monta-ñoso de gran pendiente en una hoja topográfica cuyas curvas de nivel se apelotonan una tras la otra?

En segundo término, y para volver a la cues-tión de los silencios sobre la que tanto ha insistido el propio Harley, parece oportuno reexaminar los elencos de imágenes que decantaron en bosquejos reconocibles de una imaginación geográfica latinoamericana que no siempre pudo resolver satisfactoriamente la tensión entre el compromiso con la cons-trucción nacional y la utopía de la identidad regional.

Finalmente, luego del fuerte sesgo hacia la dimensión política del discurso cartográfico y la exacerbación de los estudios sobre su na-turaleza simbólica, hoy parece necesario volver a revisar la dimensión técnica que ha quedado descuidada e incluso negada en los análisis re-cientes. No se trata de evaluar la precisión o el acierto de la información sino en problematizar las prácticas de medición, los procedimien-tos de elaboración de datos y los métodos de

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Carla Lois

análisis a los que eran sometidos: se trataría, más bien, de una historia social y política de las técnicas cartográficas que no asuma los principios de evolución o progreso lineal pero que sea sensible a las posibilidades tecnológi-cas en relación con la capacidad de producir y poner en circulación ciertas imágenes y que, al mismo tiempo, explore los usos políticos de las técnicas de mensura. Para salirse de esquemas lineales y simplistas, habría que pensar que las técnicas responden a una demanda y que no siempre pueden ceñirse al plan original. Por ejemplo: ¿en qué sentido las escalas america-nas desafiaron las técnicas europeas? ¿El des-fasaje de medidas pudo afectar la concepción del espacio?

*****

En el marco de la proliferación de institucio-nes, programas educativos y proyectos edito-riales que asumen que América Latina puede ofrecer una perspectiva específica y diferente de otras desde la que pueden recortarse diver-sos problemas planteados a diferentes escalas, parece pertinente examinar la idea de perspec-tiva entendida como el posicionamiento actual “desde América Latina” para indagar procesos o cartografías latinoamericanos, y para exami-nar otros estudios.

Quienes se asumen como seguidores de las líneas abiertas por Harley (cuya propuesta, tan comprometida con la deconstrucción de las prácticas discursivas es particularmente sen-sible a las lógicas de la enunciación), no pue-den ignorar que el hecho de hacer, producir, publicar y poner en circulación mapas desde América Latina debe haber tenido algún efecto particular. Sin embargo, todavía no parece de-masiado claro cuáles serían esos efectos: ¿en qué consistiría pensar que América Latina es una perspectiva pertinente? ¿En qué sentidos puede decirse que América Latina fue un lugar de enunciación particular en el siglo XIX? ¿Lo es ahora, en el momento de definir la problemá-tica sobre historia de la cartografía acerca de América Latina?

En la actualidad, los estudios sobre histo-ria de la cartografía en América Latina, inclu-so aquellos que continúan demarcados por el recorte nacional, se nutren de la renovación

teóri ca que transcurre, notablemente, por ca-rriles de lenguas extranjeras: al marcado pre-dominio del inglés dentro de la literatura es-pecializada, le sigue el francés. Si bien estos requerimientos condicionan tanto la posibilidad de acceder a las fuentes como la de integrar-se en la red de debates contemporáneos, no deben ser necesariamente considerados un factor negativo. Dicho de otra manera: los in-vestigadores latinoamericanos se han visto en la necesidad de interactuar en diversos idiomas y, con frecuencia, a trabajar en un idioma que no es el materno (en parte porque las princi-pales referencias teóricas no fueron publicadas en español o porque se han plegado un poco más tardíamente a un movimiento que ya tenía un ritmo propio y, en parte, porque algunos de los más reconocidos ámbitos de intercambio académico funcionan predominantemente en inglés). Aunque todavía eso sigue generando críticas y cierto folklore regional que protesta ante la predominancia angloparlante, poco se ha reparado en los efectos colaterales poten-cialmente positivos de esa situación: ante la necesidad de poder trabajar en al menos una lengua extranjera, los investigadores latinoa-mericanos tienen la posibilidad de participar de varios “centros” al mismo tiempo. El hecho de tener acceso a comunidades académicas que tienen diversas identidades lingüísticas podría ser una punta para discutir la pertinencia de la categoría periferia.

Aun cuando los “centros clásicos” se siguen distinguiendo por la capacidad de concentrar recursos, hoy en día no sólo potencian la mo-vilidad entre centros sino que también cuentan con una serie de programas orientados a faci-litar la movilidad de los investigadores prove-nientes de diversas periferias.

En este momento, muchos estudios históricos coinciden en desestimar el modelo centro-peri-feria para analizar procesos decimonónicos y, en particular, de producción de conocimiento cien-tífico y, en cambio, se inclinan por desenredar el entramado de relaciones en que esos procesos se tejieron. Tal vez es tiempo de someter nuestras prácticas a una reflexión semejante que incluya también los desafíos que tenemos por delante. En términos más generales, si se entiende que la periferia es un lugar marginal, podría discutirse si hacer historia de la cartografía desde América

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¿Desde la periferia? Enfoques y problemas de la agenda actual sobre la historia...

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ritos, ceremonias y memoria de las sociedades científicas tradicionales en argentina. la academia nacional de geografía y la sociedad argentina de estudios geográficos (gaea) en el último cuarto del siglo xxGuillermo Gustavo CicaleseDepartamento de Geografía, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Mar del Plata

1

ResumenEste artículo indaga sobre las narraciones realizadas por las sociedades geográficas argentinas de corte más tradicional durante el último cuarto del siglo XX: la Sociedad Argentina de Estudios Geográficos (GAEA) y la Academia Nacional de Geografía (ANG). ¿Por qué es importante dedicar nuestra atención a estas narraciones institucionales? Porque en ellas es posible distinguir una mirada con trazos y senti-dos que le son propios para relatar la historia de un campo social y de conocimientos específico. Estas narraciones se constituyen en los modos mediante los cuales se resalta la tarea académica y los logros de las figuras del campo, se reconocen personalida-des y se celebran sus obras. De este modo, las ins-tituciones construyen y reconstruyen a través de sus órganos de divulgación una historia, o mejor dicho, una memoria disciplinar. Más allá de las cronologías e historias de la Geografía que figuran en sus volú-menes, las fuentes que nutren de manera notable esta memoria son los ritos y ceremonias, muchos de ellos actos orales que al transponerse en sus ver-siones escritas asumen un género más cercano a lo literario. Ritos, ceremonias y memoria conllevan una finalidad moral y pedagógica para el resto de los miembros de la comunidad, además de afirmar de-terminadas tradiciones científicas.Palabras clave: sociedades geográficas argentinas –-narraciones- ceremonias y ritos- memoria disciplinar

AbstractThis article explores the narratives made by two traditional Argentinian geographic societies during the last quarter of the twentieth century: the National Academy of Geography (ANG) and the Argentinian Society of Geographic Studies (GAEA). Why is it important to devote our attention to these institutional narratives? Because through them it is possible to distinguish a viewpoint with its own traces and meanings to tell the history of a specific social field. These narratives are the modes by which the academic work and the achievements of the leading figures of the field are highlighted, acknowledged and celebrated. This way, the institutions construct and reconstruct their history, or rather a disciplinary memory, through their journals and bulletins. Beyond the chronologies and the history of Geography contained in their volumes, the rites and ceremonies are the sources that nourish this disciplinary memory significantly -many of them are oral acts whose written versions assume a literary genre. Rites, ceremonies and the construction of the disciplinary memory entail a moral and pedagogical purpose for the rest of the community members, in addition to asserting particular scientific traditions.

Keywords: Argentinian Geographic Societies - narratives- ceremonies and rites - disciplinary memory

[…] hay géneros históricos que son característicos de las ciencias sociales, otros que lo son de las humanidades y un vasto terreno intermedio. En todo caso, para muchos histo-riadores es suficiente con contar bien y sólidamente una historia. Que el tipo de historia que contamos está guiada por ciertas preguntas y no otras: concedido. Que algunas de las categorías que usamos para contarla están, como la poesía de Gabriel Celaya, “car-gadas de futuro” (y de pasado, y de presente): concedido. Que en la historia económica y social, sobre todo, es casi imposible no utilizar algún esquema teórico, más o menos explí-citamente formulado: también concedido. Y una vez admitido todo esto, digo: en el origen está el relato, la narración, el cuento. Primordial y remota la historia (Asúa, 2007, p. 7).

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Guillermo Gustavo Cicalese

Vuelto de su periplo por América, Alejandro von Humboldt se instala en París en 1804. Uno de sus biógrafos, Meyer-Abich (1985), afirma-ba que de esta manera terminaba la expedición más importante dentro de la cultura occidental emprendida por un “investigador en solitario”. En un ambiente social propicio, se dispuso a redactar sus obras más salientes, para lo cual ordenaba sus lecturas, colecciones de piezas y observaciones de campo. En carta a su hermano Wilhelm, embajador de Prusia en Roma, le contaba sorprendido que su fama era mayor que nunca, que su nombre iba de boca en boca, que cada vez que dictaba con-ferencias los auditorios se colmaban para escucharlo, no había sabio del Instituto Nacio-nal que no lo aclamase, al límite tal, decía, que1 sus más acérrimos enemigos de antaño aho-ra lo halagaban. Terminaba su misiva privada recordando la frase que un distinguido sabio de la academia y prominente funcionario político utilizaba para aludir a su persona: “Cet homme reunit toute une Académie en lui”.

En sus posteriores viajes, al igual que en el largo periplo americano, vería a su paso cortejos de bien-venida, banquetes en su honor, celebra ciones y reverencias de hombres de ciencia, aristócratas y de go bernantes de los distin-tos países y posesiones coloniales que visitaba. Luego de su muerte, y a modo de homenaje, su nombre designó especies vegetales y ani-males, accidentes geomorfológicos como bahías, glaciares, canales, ríos, picos, cordilleras, montes y lagos; además de reservas naturales, monumentos y parques nacionales. Pero tam-bién es común hoy notar que con su nombre ha

1 El presente artículo tuvo una primera versión que fue objeto

sólo de exposición oral en el coloquio “Historia de la Geogra-fía y Geografía Histórica” en las IXª Jornadas de Investigación en Geografía (12-14 de Agosto de 2010, Facultad de Huma-nidades y Ciencias, UNL). Agradezco los comentarios críticos efectuados durante las jornadas por Vicente Di Cione, María Luisa D’Angelo, Perla Zusman y Gabriela Cecchetto. Hago extensivo este agradecimiento a todos aquellos miembros de las sociedades estudiadas que se prestaron al diálogo y al in-tercambio de impresiones, cuando sabían de antemano que esta historia contemporánea que contamos los podía decep-cionar por la mirada que hemos adoptado.”

sido bautizada infinidad de pueblos y ciudades, así como instituciones de ciencias y humanida-des. La vida y obra de Humboldt se converti-rían además en objeto de múltiples biografías, en inspiración tanto para realizaciones de arte como esculturas y pinturas (Figs. 1 y 2) como para la creación de personajes en la literatura. Por último, sería señalado repetidamente como el padre fundador de la ciencia geográfica.

Aún hoy se sigue evocando a Humboldt con entusiasmo y arrobada admiración. En torno a esta forma de recordar a las figuras señeras es que hemos escrito el presente artículo: trata de los modos mediante los cuales se reconoce la tarea científica, de las gratificaciones, del pres-tigio, y de la producción de notoriedad tanto de los geógrafos como de las instituciones que las conceden y que de alguna manera hacen tras-cender su obra. No podríamos dejar de hablar de ellas, sobre todo porque, como veremos, esas instituciones construyen y reconstruyen una historia, o mejor dicho, una memoria

disciplinar que satisface funciones identitarias en las comunidades específicas. Pensamos que éste podía ser un objeto de investiga-ción válido cuando tuvimos la oportunidad de explorar documentos de organizaciones aca-démicas tradicionales que hacían referencia, en forma completa o por fragmentos, al pasado de la geografía argentina, a lo que en términos im-precisos por ahora podemos llamar su historia.

¿Por qué es importante dedicar nuestra atención a estas narraciones institucionales? Fundamentalmente porque nos encontramos ante una mirada con trazos y sentidos que le

Figura 1.

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son propios entre otros posibles para relatar los tiempos pretéritos de un campo social y de conocimientos. A partir de los diferentes tipos de relatos nos proponemos develar que la escritura institucional y sobre todo la forma en cómo se transmite, está íntimamente vinculada a una función social cara a quienes constituyen la grey científica. Este último aspecto es el que la hace singular y distinta a otras que persiguen otros fines e intenciones.

Inspeccionadas las fuentes primarias, es que nos planteamos estudiar la narración del pasa-do que han hecho las sociedades geográficas argentinas de corte más tradicional (así cali-ficadas por ser antiguas y por los medios de legitimación que han empleado) y escogimos los casos de la Sociedad Argentina de Estudios Geográficos (GAEA) y la Academia Nacional de Geografía (ANG) durante el último cuarto del siglo XX. Mas allá de que traemos a colación el contexto de origen de ambas entidades, cabe aclarar que las caracterizamos a partir de las fuentes oficiales elaboradas en el período se-leccionado, por lo que escasamente hablamos

de su presente. En pocos años, la Sociedad y la Academia han sido expuestas a cambios in-ternos, no sólo en sus elencos de dirigentes, sino también en sus expresiones y estrategias como agentes colectivos. En gran medida las transformaciones sociales y políticas en el país y en el campo de los conocimientos geográfi-cos en el último cuarto de siglo XX las han con-movido, haciendo variar sus capacidades, fines y la manera en que se muestran a la comunidad disciplinaria y a la sociedad.

Finalmente y con el objeto de desentrañar el interrogante en torno a cómo han relatado las instituciones la historia de la geografía argentina, es que ponemos el acento en los investigadores que, comprometidos con las sociedades, publicaron en sus órganos de difu-sión. Más aún, hacemos énfasis en un eje que nos ha llamado fuertemente la atención: el rol que han cumplido en las asociaciones los ritos y ceremonias de fuerte contenido simbólico para la construcción de una memoria disciplinaria. Si bien se trata de actos orales, en sus versiones escritas asumen un género no académico, más cercano a lo literario y con una prosa de corte privado que se hace pública con una finalidad moral y pedagógica. En otros casos, el pasado, sobre todo cuando de trayectorias se trata, es moldeado dentro de una descripción que reco-ge los hitos salientes referidos a la contribución científica del agente individual o colectivo. A manera de conclusión conjeturamos sobre las alteraciones que han producido, en este tipo de instituciones geográficas, el campo social y de conocimientos actual, intensamente atravesa-do por los vectores culturales de la posmoder-nidad, los cuales afectan las bases tradiciona-les sobre la que se ha montado su autoridad.

Los relatos de las sociedades tradicionales de la geografía argentina

Al menos hasta la década del noventa, las dos instituciones principales en el campo de la geografía en Argentina han sido las dos so-ciedades mencionadas. GAEA, cuyo origen se remonta a 1922, es más antigua y reconoci-da por sus actividades para la promoción de la ciencia y para la representación de los ti-tulados que la ANG, fundada en 1956. La pri-mera rápidamente adaptó su estructura para extender su membresía. Con los años capitalizó

Figura 2.

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a los egresados de institutos terciarios y de uni-versidades nacionales y privadas, sumando en este derrotero a aquéllos que contarían, a partir de la década del cincuenta, con el diploma de grado universitario.

El caso de la ANG es peculiar, como vere-mos. Su contexto de emergencia se da en otras condiciones sociales y políticas, distinguién-dose de GAEA desde su carta fundacional en dos puntos. En primer lugar, en el terreno de la definición disciplinaria: asumía que el campo de conocimientos era heterogéneo; no utilizó el singular de “geografía” sino la acepción plural de “ciencias geográficas”, término que abar-caba las ciencias naturales y las humanas. El uso del plural para la época empezaba a sonar un tanto anacrónico, más aún con las primeras camadas de egresados geógrafos de universi-dades con pretensiones de afirmación profesio-nal e iniciativas de apropiación de un recorte preciso en el territorio del saber; demandas que por otra parte GAEA canalizaría como corpora-ción rectora, no sin antes transitar por sobre-saltos internos (Quintero, 2002). En segundo lugar, la Academia se impuso como estatuto la exclusividad de sus componentes, limitando su integración a cuarenta miembros notables estrictamente seleccionados por sus pares, tal cual señalaba la antiquísima tradición de las academias de ciencias. Desde sus comienzos, en sus actas fundacionales se estableció como un reducto selecto y, como ya dijimos, con una definición laxa de la geografía, reuniendo en su seno –según palabras de la Academia– a los máximos cultores de las “múltiples disciplinas que componen la ciencia geográfica”. Dentro de sus principios se proponía convocar a estos cultores que eran, a juicio de la institución, los poseedores de un saber que sólo pocos podían atesorar con real erudición.

En el momento de su fundación, GAEA tenía la composición profesional usual en las orga-nizaciones nacionales de este tipo propias del siglo XIX, animadas por intelectuales afines a los proyectos políticos estatales. En ellos se destacaban sus ideas positivistas y la filosofía evolucionista en cuanto apuesta por las cien-cias como medio de comprender el mundo e intervenir en él, y su fe laica en las tecnologías que permitían conocer y dominar el territorio. Sus concepciones van a aunar en una misma

meta a exploradores, ingenieros, geógrafos afi-cionados, cartógrafos, geólogos, naturalistas y militares. Debemos dejar en claro que, avanza-do el siglo XX, GAEA como agregado social va tomando otro cariz más centrado en las labores de promoción pedagógica de la ciencia geográ-fica y asume con más ahínco entre sus fines la “educación del soberano”. Esta orientación, si bien estaba en la formación de magisterio de su mentora Elina Correa de Morales (Fig. 3), con el tiempo sobresaldría debido a la incorporación cada vez más masiva de docentes y maestros.

GAEA va a convertirse en el referente primor-dial y casi único para los geógrafos, sobre todo a partir de 1960, en un campo muy escueto en el sector de las investigaciones y mucho más limitado en el profesional, entendido este últi-mo como un sector de casi nula demanda de las labores propias de un experto. En el ámbito de la educación, sector que por entonces se hallaba en franco crecimiento, la entidad va a conformar su capital social más relevante a tra-vés de sus redes territoriales de filiales y de sus figuras más conocidas, que no sólo hicieron estudios regionales específicos, sino que nunca

Figura 3.

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descuidaron la edición de textos de enseñanza ni las colecciones dedicadas al gran público. A partir de la década de 1930, la Sociedad ori-ginó una apertura creciente hacia los distintos niveles educativos, convocando a educadores a encuentros especiales que pasaron a denomi-narse la “Semana de Geografía”, evento al que se han dedicado distintos estudios.2 Sus diri-gentes y asociados fueron los autores de obras geográficas variadas, enciclopedias, manuales escolares y tratados académicos. A la vez tu-vieron a su cargo las cátedras de las carreras universitarias e institutos de formación del pro-fesorado, con una militante participación en la creación y gestión de carreras de nivel superior. Con estas inversiones en su capital social, la Sociedad se constituyó en genuina represen-tante de los geógrafos frente a la Academia. De ahí en más, y por muchos años, GAEA ha-blará en nombre de la “geografía argentina”, segura de que cuando elevaba su voz lo hacía tanto por la enseñanza e investigación geográ-fica nacional, y también como la palabra cor-porativa autorizada por la comunidad y, por su-puesto, en defensa del interés patrio.

La ANG emerge en circunstancias históricas muy convulsionadas para Argentina, como lo fue el escenario nacional que deviene luego de la Revolución Libertadora. En efecto, el golpe de 1955 que derrocó el peronismo e instaló el go-bierno provisional produjo el consecuente “re-ordenamiento” de las academias de ciencias, humanidades y artes, y de las universidades. El gobierno surgido de ese levantamiento de ca-racterísticas cívico-militares convocaría a una elite cultural cosmopolita y liberal que se sentía marginada –o efectivamente lo había sido– por sus ideas y prácticas políticas durante la eta-pa que rigió el Justicialismo (1943-1955). Más allá de que algunos de ellos habían participado en la rebelión activamente, asumirían posterior-mente puestos estatales y serían, en buena me-

2 La atención que ha recibido GAEA en forma directa o in-directa en investigaciones, ya sea como institución, ya sea analizando la obra o gestión de algunos de sus principales miembros, es un indicador que revela la trascendencia que ha tenido por muchos años en el campo de la geografía argen-tina (Barrancos, 2000; Souto, 1996; Lazzari, 2004; Quintero, 1995, 1999, 2002; Zusman, 1997, 2002, Curto y otros, 2008). Por el contrario, la poca atención dedicada a la ANG muestra, quizás, su escasa influencia en el campo social, más allá de que se trate de una entidad más reciente.

dida, la dirigencia intelectual de la revolución. Las nuevas normas que refundan la universidad y “reparan la autonomía de la ciencia” en las academias anima a algunos geógrafos, ingenie-ros, militares, abogados y naturalistas a crear la Academia, donde no estaba ausente la rivali-dad con GAEA por cuanto la personalidad más relevante de esta última, Federico Daus, estaba identificado con el régimen depuesto.

No es objeto de este escrito ahondar en la tra-yectoria académica e intelectual de estas dos instituciones ni en sus compromisos con otros campos, asuntos que, al menos en una de ellas, nos hemos esforzado por señalar en otras inda-gaciones (Cicalese, 2007; 2009). Retomamos ahora de alguna manera la pregunta inicial de cómo se ha escrito la historia de la geografía argentina o, más específicamente, cómo lo han hecho las organizaciones patrimonialis-tas mencionadas. Pero como decíamos, no sólo nos interesamos por las publicaciones de geógrafos en sus boletines oficiales, sino que nos fijamos también en ese recuerdo del pasa-do fragmentado, hecho a veces de trozos, de trayectorias que se manifiestan en relatos mí-nimos pero muy cargados de sentido. Ambas, GAEA y ANG, hacen su pasado con una apre-ciación y valoración en actos antropológicos que les son propios.

¿Por qué es importante reflexionar sobre los relatos institucionales? Esencialmente porque estas instituciones han sido muy activas pre-servando el patrimonio disciplinario, el cual seleccionan, realzan y al que crean y recrean manteniéndolo vivo de alguna manera. Se han comportado como “doctores de la memoria”, curadores que tienen el poder de hacer pública una memoria colectiva, en otras palabras, de llevarla al conocimiento de todos. Esta fuerza de difusión surge desde el instante en que cuentan con canales eficaces y gestan situaciones privi-legiadas donde se instala un discurso sobre el pasado. Estas instituciones tienen entonces la capacidad de significar en sus textos los princi-pios hegemónicos, pudiendo incluso provocar acontecimientos comunicativos sustanciales a través de la producción del habla predomi-nante. Resulta difícil, al estudiar tanto estas agregaciones académicas como otras que se desenvuelven en la actualidad, no pensar en las categorías más comunes de la antropología

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clásica y, siguiendo a Becher (2001), aseverar que se constituyen en verdaderas tribus don-de es admisible identificar entre sus hombres y mujeres quehaceres tendientes a la perdura-ción del grupo. Estas comunidades complejas con sus jefes de clanes, ancianos sabios, bru-jos y guerreros, tienen como misión comunicar las habilidades del oficio a los aprendices, pero también junto con éstas, los valores más típi-camente culturales de una disciplina: tradicio-nes, costumbres, creencias, principios morales y pautas de conducta; en otros términos, toda una serie de significados que se espera sean compartidos.

La actividad de transmisión cultural que rea-lizan encuentra su vehículo preeminente en el control de las dimensiones del contexto. Desde el núcleo emisor del campo disciplinario, como resume Bourdieu (2000a), se autoimponen la obligación de conservar conservándose. En ver-dad, el recorrido por los anales, boletines, actas de congresos y otras publicaciones de la Aca-demia y la Sociedad nos permite ver en sus páginas dos subtipos de relatos no contradic-torios, que responden a situaciones comunica-tivas diferentes: por un lado las usuales visiones internistas de la evolución de la geografía, y por el otro, los fragmentos de un pasado disciplina-rio que nos despiertan más inquietud y que son objeto de desarrollo en el título subsiguiente.

En cuanto al primero de los relatos, desde ambas instituciones se han trazado historias de la geografía argentina a cargo de distintos au-tores con enfoques internistas. Estas perspec-tivas fomentan un esquema argumentativo y un estilo impersonal que aporta a la impresión de objetividad, haciendo uso de un método pre-dominantemente genético procesal. En este es-quema, se tiende a resaltar las personalidades y sus obras con un sentido de continuo progre-so y un estilo de escritura que asume en sus líneas una visible austeridad en el empleo de calificativos. En un esbozo quizá un tanto teleo-lógico, se cuenta cómo la geografía llegó a ser lo que hoy es, dejando en el lector titulado la impronta moral de que se debe asumir la deu-da al menos cognitiva con los antiguos cultores de la ciencia y ejercer, en cuanto la ocasión se preste, la “acción de gracias” correspondiente.

Es a este tipo de relato al que se ha recurrido en los momentos de efemérides que dan paso

a verdaderos ritos festivos, como por ejemplo cuando GAEA celebró sus sucesivos aniver-sarios. Así ocurrió en ocasión de cumplir sus cincuenta y ochenta años de vida social. En el libro de GAEA editado en 1974, dedicado a su propia historia con motivo de alcanzar su cin-cuentenario, la comisión directiva redactó  un informe en donde no queda lugar a dudas so-bre el sentido de su narración. El ánimo que la guiaba era que “esta memoria” no quedase confinada a un “mero contenido retrospectivo”, es decir, no sólo como una nota dedicada a conmemorar glorias pasadas, sino que –en sus palabras– debía ser un acicate para dejar en claro los lineamientos de un programa a futuro. Se traía el pasado para garantizar el futuro. En él se vislumbraba el venidero rol de los geógra-fos para emplearse al servicio del Estado en la solución de problemas que podían afrontarse con los instrumentos de la “geografía aplicada”, alentando así la imagen del geógrafo experto. Esta rama práctica estaba por esa época en boga en Europa y Estados Unidos de América, y la entidad la entendía como una perspectiva y un medio técnico metodológico apropiado para encarar el desarrollo del país. No eran ajenos al relato los lamentos por el desconocimiento de la tarea de los geógrafos, ya que se sostenía que la labor en favor de la cultura geográfica no había alcanzado en nuestro medio la repercu-sión que se merecía entre los ciudadanos. Esta publicación venía a cubrir ese vacío, entre otras cosas, puesto que tenía la “virtud”, en palabras de los dirigentes, de mostrar el trabajo de dos generaciones de geógrafos argentinos al servi-cio de la sociedad y el territorio nacional.

La otra publicación, con motivo de los ochen-ta años de antigüedad de la Sociedad, consis-tió en una edición que salió a la calle en 2002 en un soporte material austero, ya que fue com-paginada en formato de cuaderno. En ella, los redactores encargados de la cronología ponían en relieve:

En estos primeros ochenta años de exis-tencia de GAEA, que ahora celebramos, ocurrieron muchos hechos que son demos-tración palmaria de un accionar constante a favor de la vieja ciencia de Estrabón, en una continuidad temporal que muy pocas instituciones científicas de nuestro país pue-

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den ofrecer. Al cumplir en este año de 2002 ochenta laboriosos y fecundos años, y en homenaje a quienes la fundaron, prestigiaron y cuyos esfuerzos ennoblecieron, esta Socie-dad ha decidido concretar con esta síntesis historial su reconocimiento a quienes nos han precedido (Richart y Ururzun, 2002, p. 4).

Con un convencimiento que encuentra sus raíces en la legitimación que otorga el espesor del tiempo sucedido, los autores de estas líneas entrelazaban por este mecanismo de búsqueda, de adhesión y consenso los remotos orígenes grecolatinos del pensamiento territorial. La “vie-ja ciencia de Estrabón” era la fase de infancia o paleogeográfica de la ciencia geográfica mo-derna. En ese mismo párrafo se daba cuenta de los orígenes fundacionales con reproducción de los facsímiles de los documentos (Fig. 4) y, con fundamento, los geógrafos daban fe de la persistencia de la Sociedad en un país don-de las irrupciones y discontinuidades habían sido tan comunes. Es que verdaderamente es muy atípico detectar en el mundo de la cien-cia, y aún más en las ciencias humanas en Argentina, otra entidad profesional con este perfil que haya permanecido por tantos

años. En las palabras introductorias, también se señalaba la fecha fundacional de GAEA como venturosa para la geografía mundial relacionán-dola con la creación de instituciones nuevas y otras ya existentes, y que serían señeras con el paso del tiempo como fue el caso de la Unión Geográfica Internacional (UGI) fundada en Bru-selas en ese mismo año y que también cumplía su centenario, o la Société de Géographie de París (oficialmente fundada en 1821), conside-rada la sociedad geográfica más antigua del mundo. A través de sus dirigentes e intelectua-les, ambas realizarían una significativa difusión de los estudios geográficos en Latinoamérica mediante una diplomacia activa para enseñar la cultura europea. En el caso de Francia, el inter-cambio académico pasaría a ser parte impor-tante de su política exterior en el subcontinente.

En cuanto a la ANG, la justificación desa-rrollada en sus primeros anales se basaba, más que en un pasado institucional que no se poseía, en los destacados antecedentes de sus precursores, miembros de otras academias de formato similar, o en su paso por funciones di-rectivas en GAEA, así como en la necesidad de contar con una organización distinta afian-zada en su selectividad. En sus publicaciones, los raccontos suelen ser más limitados. En los primeros anales, sobretodo, se registran los planes típicos de un ente cultural y científi-co naciente que intentaba ocupar un lugar en el campo académico. En ellos se detallan las gestiones administrativas, apelaciones legales y lineamientos políticos tendientes a lograr su nacionalización. Tal acreditación por parte del Estado se traduciría en apoyo de recursos eco-nómicos y en la concesión de consultora exclu-siva sobre asuntos geográficos.

Hay un elemento en común en las historias de la geografía argentina en ambas instituciones a cargo de autores sobre todo en el último cuarto de siglo, y es que han sido editadas en español luego de haber sido publicadas en el extranjero, formando parte de una serie de artículos que son compilados con el objeto de relevar el esta-do de la cuestión geográfica en distintas escue-las nacionales o, al menos, los autores los han editado siguiendo una línea de pesquisa que venían ya trabajando. En estos relatos gene-ralmente los hechos políticos y sociales suelen aparecer como aspectos periféricos o adyacen-Figura 4.

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tes en el devenir de la ciencia, no son dimen-siones reveladas como significativas ni entre-lazadas con la producción de conocimientos. Por lo común, en sus miradas hacia atrás, tanto la agenda de temas de indagación, los enfoques teóricos y las referencias axiológicas como su aplicación a determinados intereses son relaciones que aparecen desdibujadas. Sin embargo, en algunas de estas exposicio-nes la coyuntura de la escritura ha llevado a los autores, probablemente afectados en su tra-bajo cotidiano, a hacer una referencia a los factores de convivencia política, cuando éstos se han manifestado de manera determinante sobre la actividad académica.3

Ahora bien, habíamos dicho también que exis-ten otros relatos, otras formas de hacer histo-ria en las instituciones, que no por breves son banales. Muy por el contrario, creemos que es-tas historias mínimas cumplen funciones más densas en lo gregario que las que antes tuvi-mos oportunidad de caracterizar. Empero,  ¿cuál es la razón para hacer esta última afirmación? Preliminarmente podemos aseverar que son las responsables de idear la memoria disciplina-ria, no la memoria entendida como un subgé-nero donde se rinden cuentas de la actividad burocrática y se hacen balances administrati-vos, en tanto es un ejercicio notario propio de estas entidades, que se vuelca en un registro ceñido a un segmento temporal.4 Hablamos

3 El texto de Bolsi (1991), publicado por la Academia, es muy completo en su relevamiento histórico institucional de Argen-tina en universidades y centros. El autor hace referencia a la irracionalidad del funcionamiento universitario en determina-dos períodos pretéritos para referirse a la intolerancia políti-ca, dejando sentado que estos factores externos no pueden dejar al menos de mencionarse. El artículo de Randle y Conte (1999) publicado por la Sociedad hace un repaso detallado: distingue “personalidades” en distintas instituciones, incorpo-ra las ediciones de geografía popular, y no puede dejar de mencionar los cambios “externos” que se originaban en los ochenta con la llegada de la democracia, afirmando que ha-bía agobio por los cambios educativos y siendo críticos con la nueva clase dirigente que llegaba al departamento de geo-grafía de la UBA.4 GAEA regularmente publica la memoria anual de la junta directiva correspondiente al ejercicio del año finalizado, don-de se da cuenta de la aprobación por parte de la asamblea del balance general, la cuenta de gastos y recursos. Además en ésta se informa sobre la semana de geografía desarrollada, sobre visitas, conferencias e intercambios con académicos ex-tranjeros, acuerdos con instituciones nacionales y extranjeras,

entonces de la memoria disciplinaria que poco aparece en dicho ejercicio, de la memoria cuyo material se conforma con los reconocimientos y el propio reconocimiento con que comienza cada acto ceremonial oral, que hacen la for-mación de una idea del pasado para luego ser recogidos con un estilo de redacción que nos acerca más a lo literario. No está en nuestra intención descalificar estos relatos tachándolos de literatura como sinónimo de ficción, senci-llamente los  pensamos así porque no se en-cuentran sometidos al juicio de la ciencia, a la réplica o a la duda sistemática, es decir, no res-ponden a un procedimiento demostrativo que busca consistencia lógica lo cual, por otra par-te, no sería un nivel de evaluación útil, es más, un examen en estos términos sería impropio. Estos discursos se ordenan con base en una relación de nexos entre eventos, personajes y estrategias que tienden a despertar emociones y creencias en los lectores u oyentes. Así, pen-samos que cabe el empeño por interpretarlos en su contexto.

Ceremonias de reconocimiento, ocasiones de construcción de la memoria

Al igual que otras organizaciones, las institu-ciones académicas se sienten responsables por la transmisión cultural, la cual hacen efectiva por distintos medios. Su cometido no sólo consiste en prohijar la reproducción de teorías, métodos, técnicas y prácticas de orden pedagógico o cien-tífico; también debemos prestar atención a la for-ma en que lo hacen, y que a la vez resulta en un refuerzo de los contenidos y de las condiciones de recepción en la comunidad. Empero, no sólo se transfieren para su reproducción conceptos e instrumentos intelectuales sino también una tabla de valores, esquemas de percepción y actitudes que están incorporadas a la enseñanza del oficio. Siguiendo a Bourdieu (2000b), aleccionan  sobre “una manera de estar en el mundo”, un habitus científico que comprende en forma coherente las pericias de la profesión con un conjunto de creencias o, lo que es lo mismo, de ideas, prejuicios y certidumbres firmemente arrai-

adquisición de bienes y donaciones, reformas estatutarias, el movimientos de afiliados y el fallecimiento de socios. En el caso de la Academia su memoria tiene un formato muy simi-lar notificándose sobre el fallecimiento de académicos y el reemplazo por nuevos numerarios.

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gadas  en la comunidad. Para ser más preci-sos, el habitus es un sistema de disposiciones adquiridas por medio del aprendizaje (implícito y explícito) por el cual el individuo actúa (delibera, calcula y ejerce elección) pero también “es ac-tuado”, es decir, internaliza las normas sociales haciéndolas propias. A través de esta catego-ría intermedia se restablece la correspondencia entre las conductas individuales y las imposicio-nes colectivas, integrando ambos factores de la balanza en el modelo explicativo.

Las creencias encuentran su cauce ideal en la elección de canales, momentos y sitios que facilitan su transmisión a través de actos grega-rios de intenso sentido simbólico. Los sistemas simbólicos se constituyen en instrumentos de integración y solidaridad comunitaria, gene-rando sentido sobre el mundo social a través de la producción de consenso. Afirma Bour-dieu (2000a) que tienen el poder de constituir lo dado por la enunciación, hacer ver, hacer creer y confirmar o transformar de esta manera la visión del mundo. Es una capacidad mágica que permite obtener sin gasto aparente la acep-tación de quien ejerce un determinado p oder, a diferencia de lo que puede ser conseguido por otros caminos más costosos y arduos que suponen imposiciones y coacciones de distinta naturaleza.

Las entidades científicas no escapan al uso de estos recursos mágicos, que se escenifican en ceremonias que contribuyen a la reproduc-ción disciplinaria. Es posible discernir en esta dirección toda clase de ritos antropológicos como, por ejemplo, de iniciación, consagración, festivos, de conmemoración, de tránsito, fune-rarios y de revelación. Esos actos formalizados y reiterados evocan el pasado alojándose en un sitio y en un momento: ése es el lugar y tiempo privilegiado donde se exteriorizan y refuerzan buena parte de las creencias comunitarias. Los arreglos de pequeños espacios como forma de ejercicio de un poder de orden simbólico en los ámbitos educativos ha sido motivo de agudas reflexiones por parte de Foucault (1985) quien revela las correspondencias entre arquitectura y el ejercicio de la autoridad social.

El emplazamiento material resulta parte del ritual, es donde los signos societarios son om-nipresentes. Se trata de salas especialmente acondicionadas, con su mobiliario y adornos,

con escudos y cuadros sobre las paredes, y aún con la indumentaria que lucen los concu-rrentes. La teatralización se completa con la disposición protocolar en el espacio, localiza-ciones que se arreglan conforme a coordena-das jerárquicas (los ubicados en la mesa del palco, quienes van a ocupar el atril, las ubica-ciones en las filas delanteras de la tribuna y el posterior cortejo), según el grado de quienes asisten y el papel que desempeñan en el acto. Se diría que todo está dispuesto en este verda-dero salón de actos con sus recintos ataviados para realizar las sesiones solemnes. El lugar se convierte durante el cónclave en un recinto cargado de historia, similar a un museo o un monumento, generando en quienes lo habitan en forma pasajera ciertas predisposiciones a aceptar la autoridad que se manifiesta por encima de ellos.

Junto con trabajos académicos, tanto la ANG como GAEA reflejan en sus volúmenes, y esto en nuestro estudio es capital, los escritos que recogen y ciertamente reiteran lo dicho en los actos rituales antes mencionados. En la ma-yoría de ellos predomina el discurso y la trans-misión oral, más allá de que luego lo dicho se convierta en textos impresos con el objeto de difundir lo ocurrido, dando pie a la formación de una memoria común. Entre estos actos pode-mos reconocer las ceremonias que se efectúan con motivo de:

• homenajes a geógrafos en reconocimiento de su labor,

• aniversarios que recuerdan la fundación de las instituciones o hitos destacables, que hemos comentado en el título anterior,

• lecturas de biografías y necrologías de aque-llos asociados distinguidos,

• discursos oficiales dictados en ocasiones de entregas de premios y concesión de ho-nores, y finalmente,

• la presentación de antecedentes curricula-res de aspirantes que justifican la ocupación de uno de los asientos reservados a los aca-démicos de número.

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Estos textos-documentos se producen a partir de los ritos del presente en los salones ceremo-niales, fuertemente anclados en un pasado que da razón y fundamento al acto específico cuya misión es siempre crear un instante de conme-moración. La conmemoración es la adopción y adecuación de un pasado que sirve a las nece-sidades actuales, contrastante con la rememo-ración que es el intento de aprender el pasado en su verdad, dice Todorov (2002). El historia-dor y filósofo discrimina ambas acepciones: la historia reconoce la complejidad del pasado, la memoria lo simplifica ya que nos provee de ídolos para honrar; mientras la primera es sacrí-lega, la segunda es sacralizante. Claro que no siempre ha sido tan tajante el límite entre una y otra, ha sido más bien una franja de transición donde incluso no es extraño encontrar trans-posiciones, o bien a investigadores profesiona-les que no ateniéndose a estos fines de oficio –por no aceptar la separación entre una y otra– han militado conscientemente en favor de una memoria. Es cierto que no siempre se ha tenido por parte de los intelectuales tal lucidez sobre la práctica propia o sobre las consecuencias de la utilización o recepción de los conocimientos obtenidos e ideas declaradas. Creemos que un buen ejemplo en este sentido lo aportan las in-dagaciones relativamente recientes sobre los contenidos ideológicos de los discursos que figuran en los manuales escolares o en los me-dios masivos de comunicación.

Siguiendo el pensamiento de científicos so-ciales que se han ocupado del problema de la memoria, podemos decir con ellos que quienes “hacen memoria” suelen recurrir habitualmente a las mismas fuentes documentales que em-plean los historiadores profesionales, pero dife-renciándose –como vimos– en las intenciones y objetivos que se persiguen. Nora (2009) no deja lugar a dudas sobre cuál es el lugar de estos testimonios que configuran la memoria, eviden-temente significativos como fuente histórica, pero no decisivos ni aún menos excluyentes de la búsqueda de otros documentos de natu-raleza diferente. La memoria puede separarse radicalmente de la historia cuando sus fuentes exclusivas están sujetas a recuerdos de un pa-sado vivido efectivamente o imaginado por tes-tigos que han experimentado los acontecimien-tos o creen haberlo hecho. La memoria siempre

se instala en un terreno sensible y pasional, y en ocasiones el sólo ejercicio del recuerdo es emotivo para quien lo hace, pero debemos aquí hacer particular hincapié en la conducta prota-gónica de las organizaciones que preparan un ambiente propicio para la emergencia de me-morias individuales.

Para algunos historiadores la única memoria realmente existente es la individual, y son las organizaciones de peso frente a las que los su-jetos recuerdan, quienes se comportan como conserjes que guardan celosamente las llaves de apertura y cierre de estas manifestaciones. Entonces, conforme determinadas institucio-nes con poder social la habiliten o no, la memo-ria estará relegada a lapsus prolongados de la-tencia, desplazada al olvido o, por el contrario, se convertirá en “memoria pública” luego de un brusco despertar. En la actualidad se ha reva-lorizado el papel del testigo; a quien se asigna esta condición se lo distingue por considerar-lo aquél que conserva la “memoria viva”, es el que “allí estuvo” y protagonizó o presenció con sus sentidos los sucesos sobre los cuales brinda testimonio. Esa existencia en cuerpo y entendimiento en un tiempo histórico es lo que suma credibilidad como vocero calificado. Así se produce una confianza ingenua en la prime-ra persona, una fetichización del testimonio que le otorga una gravitación superior sobre otros documentos (Sarlo, 2005).

Le Goff (1991) parece confirmar el alcance del tipo de fuentes que hemos consultado para rastrear los relatos institucionales, al soste-ner la trascendencia que aquéllas tienen para la configuración e invención de las memorias colectivas. El historiador identifica dos tipos de materiales que dejan su vestigio: documentos y monumentos. Este último vocablo, del latín mo-numentum, alude desde la antigüedad romana a un doble sentido: una obra de arquitectura o escultura erigida con objeto conmemorativo por un lado, y un artefacto funerario destina-do a transmitir un recuerdo donde de manera inexorable aparece la conciencia de finitud, por otro. Empero, lo más interesante de los argu-mentos de Le Goff es su percepción de que el documento es siempre producto de un centro preponderante que lo trae a colación ante el conjunto societario ungiéndolo con una fuerza alegórica extraordinaria; nos advierte: “El docu-

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mento no es inocuo. Es el resultado ante todo de un montaje, consciente o inconsciente, de la historia, de la época, de la sociedad que lo ha producido, pero también de las épocas ulte-riores durante las cuales ha continuado siendo manipulado, a pesar del silencio. El documento es una cosa que queda, que dura y es testi-monio. [...] El documento es monumento, en el sentido que es esfuerzo cumplido por las socie-dades históricas por imponer el futuro, hacerlo manejable, previsible” (1991, p. 65).

La cita textual que antecede no entraña para nosotros pensar únicamente el documento en tanto elemento que puede ser reflexivamente manipulado, ya sea por los mecanismos aso-ciados a su ocultamiento o a su rehabilitación frente a la opinión pública. Esto evidentemente ocurre, pero en esta instancia preferimos com-prender la conmemoración como una ineludible necesidad de todos los grupos que constitu-yen o buscan constituir un proyecto de vida y una identidad, aún cuando se trate de comu-nidades que practican normas que se atienen a las pautas de validación del método cientí-fico. Por supuesto, esto no significa perder de vista el papel rector que tienen las entidades con ascendencia social. Éstas, como núcleo de poder, tienen el privilegio de producir documen-tos como forma de garantizar un rumbo previ-sible para sus integrantes, de ahí también que la conmemoración satisfaga inquietudes muy humanas. Estos documentos contienen dos aspectos que consideramos sustancial diluci-dar en nuestra pesquisa: primero, la descrip-ción del género literario, porque creemos que estamos frente a una prosa que constituye una trama de escritura típica ante la cual conviene interrogarse sobre su entretejido y los sentidos de los mensajes que porta; y segundo, plantear una aproximación a las funciones simbólicas que cumplen las organizaciones por intermedio de estos documentos, en relación a un colecti-vo al cual representan o dicen representar.

Los géneros de escritura que construyen memoria

La Academia y la Sociedad han puesto en es-cena repetidas veces ceremoniales que tienen raigambre tradicional y que son propios tam-bién de otros colectivos de científicos. Se ex-presan por la asignación de méritos y premios,

la exaltación de personalidades apoyada en biografías edificantes que ofician como prue-ba de las distinciones otorgadas a los honra-dos. La denominación de los premios guarda un sentido, ya que está asociada a un nombre propio que las entidades han puesto como ejemplo. En el caso de GAEA, el nombramiento evoca a los geógrafos exploradores de cierto sesgo romántico o a maestros de la geografía que cumplieron importante labor en los siglos XIX y XX por su aporte a la pedagogía discipli-naria, al conocimiento del espacio nacional y a los planes de consolidación del estado. En este sentido, vemos que en momentos de conflicto con países fronterizos, las distinciones a obras académicas y a geógrafos recayeron en lo que podríamos llamar “geógrafos nacionales” y en sus tratados sobre límites orientados a apoyar las posiciones en litigio pretendidas por Argen-tina. También ha dado menciones especiales a reparticiones estatales de control y relevamiento territorial como el Instituto Geográfico Militar, la Subsecretaría de Recursos Hídricos de la Na-ción y recientemente a la Academia Nacional de Geografía.5 Estas menciones procuran un reconocimiento circular mutuo mediante el in-tercambio de obsequios simbólicos y suelen ser usuales como señales de buena voluntad y recíproco fortalecimiento social (Fig. 5).

Las sucesivas remembranzas a los precurso-res de ambas entidades nos remiten a un géne-ro largamente transitado en la literatura y en la historia como es el de las biografías. Su origen etimológico proviene de los vocablos griegos bios y graphein que significan, respectivamen-te “vida” y “escribir”. Se narra la vida de una persona que tiene o tuvo existencia verdadera, sus acciones y pensamientos; sin embargo, en algunos subgéneros que han sido usuales se llega, en la exposición, al punto de transfigurar la

5 Entre los premios se pueden citar el “Francisco P. Moreno” por el valor de las contribuciones personales a la Geografía y Ciencias Afines (desde 1951); el “Dr. Carlos María Bied-ma” para quienes han hecho el mayor aporte a la didáctica de la Geografía (desde 1953); el “Romualdo Ardissone” que selecciona el mejor trabajo de investigación de estudiantes y graduados recientes; el “GAEA al mérito geográfico” otorgado a exploradores de mérito; el “Consagración a la Geografía” orientado a la trayectoria académica y premios especiales otorgados no a personas sino a instituciones públicas y priva-das por su labor en el campo de la Geografía (“Mérito Geo-gráfico”, “Cincuentenario” y “Sexagésimo Aniversario”).

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“persona real” en un “personaje notable”, apro-ximándose a un estilo más cercano a lo literario al registrar con exclusividad sólo sus facetas más virtuosas. Salvando las distancias, y por nuestra parte fuera de cualquier intención iróni-ca o peyorativa para el caso de las sociedades científicas más conservadoras, las biografías pueden quedar próximas, en sus significados y contenidos, a las descripciones ejemplares de las hagiografías. Sobre todo cuando estos recuerdos de vida son recogidos por un hagió-grafo que se esmera por mostrar a los lectores, con el estilo propio de las moralejas, a alguien tan excepcional por sus méritos que se separa tajantemente del resto de sus congéneres. Al simplificar la complejidad de la personalidad en sus claroscuros queda más evidente el mensa-je didáctico como corolario y se revelan ciertas máximas de oficio. Este sentir, aunque sin llegar a los extremos discursivos que acabamos de describir, es el que parece campear en las mo-dalidades que veremos a continuación.

Entre los géneros que ha utilizado GAEA en sus boletines periódicos podemos reconocer textos conmemorativos, cronologías, obitua-rios, homenajes post mortem o “en vida”. Los libros están dedicados asiduamente a recor-dar los eventos y personalidades que llevaron a la fundación y desenvolvimiento de GAEA; es común que en esa prosa la Sociedad se convierta en un sujeto activo, a la vez que en narradora y personaje protagónico. En mu-chos de estos escritos se reseña la labor de los precursores de la ciencia tanto en el cam-po internacional como local. En el caso de los más distinguidos geógrafos argentinos que han contado con membresía, ocurre que sus reco-rridos biográficos en muchos casos quedan in-separablemente anudados a la vida de la insti-tución. GAEA ha hecho uso de esta modalidad publicando números de homenaje a Raúl Rey Balmaceda, Federico Daus, Romualdo Ardis-sone y Horacio Difrieri, por ejemplo. Su labor como gestores evidencia ese nexo entre un proceder consagrado no sólo a la ciencia sino también a la organización. En esta dirección, debemos recordar que los nombrados ocu-paron altos puestos en la comisión directiva y llegaron a presidirla (Ardissone, 1961; Daus 1949-1957 y 1965-1981; Rey Balmaceda 1988-1993 y 1997-1998). Similar estilo ha empleado

la ANG con el sacerdote e historiador Guillermo Furlong Cardiff quien, aparte de ser su decisivo patrocinador, la presidió durante el extenso pe-ríodo entre 1956 y 1968.

Las semblanzas que realizan ambas enti-dades son sentidas afectivamente según los casos y las circunstancias en que se produ-cen, marcadas emocionalmente cuando  media el duelo comunitario, el que se refleja en las necrológicas. Las características de estas evo-caciones están marcadas por la cercanía entre el autor del responso –discípulo o compañero de trabajo cercano– y el sujeto de la biografía. El texto leído o escrito es la vía por la cual el aspecto más tocante del rito funerario se con-suma, vigorizando así los vínculos sensibles en-tre los asistentes si se trata de un acto público, o de los lectores miembros de la comunidad si se trata de un libro. Todas las pautas de la redacción parecen concurrir a pintar una figura digna de ser imitada y seguida en su labor pro-fesional; entre ellas podemos distinguir el uso de un lenguaje de enaltecimiento cuya intensi-dad está moderada por la situación y la época,

sus cualidades particulares y sus aportes, que suelen estimarse reveladores para la geografía.

Figura 5.

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En el caso de GAEA hemos seleccionado tres biografías editadas en períodos distantes, pero significativas en cuanto a los aspectos antes resaltados. La de Romualdo Ardissone (GAEA, 1973)6 probablemente es la de estilo más auste-ro; en su proemio, la entidad revela en un breve párrafo titulado “Advertencia” que el volumen homenaje había sido preparado por el Instituto de Investigación de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, pero las flamantes autoridades de la intervención ha-bían dispuesto por resolución no editarlo, asu-miendo la asociación esta responsabilidad (Fig. 6). En esas escasas líneas se da cuenta de la refundación universitaria que se estaba dando en la unidad académica a partir de la llegada del gobierno constitucional en 1973 (Cicalese, 2007; Quintero et al., 2009 y Buchbinder, 2005). No eran buenos tiempos para las corporacio-nes tradicionales como ésta, ante los denuedos revolucionarios que se inauguraban en la uni-versidad y en la educación en general con el arribo del peronismo de izquierda en la admi-nistración de las casas de estudio.

Encaminándonos a lo específico, se exhi-bía a Ardissone como parte de una generación “ya extinguida” que continuaba la obra de los sabios extranjeros llegados durante el siglo XIX a Argentina y de los precursores locales, citando entre ellos a Burmeister, Ameghino, Moreno, Lafone-Quevedo, Lehmann-Nitsche, Kuhn y Outes. Entre estos ilustres nombres pertenecientes a otras ciencias de campo se glosaba la geografía con su métier particular como ciencia de probada performance. Pero sobre todo se ponía en la persona de Ardisso-ne el haber cooperado para lograr un lugar de reconocimiento para la disciplina, al adoptar teóricamente la idea de la unidad y excepcio-nalidad para la ciencia geográfica. De esta ma-nera, se afirmaba la existencia de una óptica sólo empleada por los geógrafos y que no era compartida o sobrepuesta con otros especia-listas de las ciencias humanas o naturales; a este cometido habían contribuido sus estudios de geografía humana al enmarcarse dentro de los ejes epistemológicos del posibilismo fran-cés: “Con tales obras no sólo definió su esti-

6 Los casos concretos que examinaremos se enlistas bajo el título “Fuentes”.

lo científico y el territorio de su vocación, sino que afirmó la unidad de la Geografía frente a las opiniones de los colegas excesivamente naturalistas, posición que quedó bien definida por él en el simposio sobre Geografía Regio-nal que la sociedad GAEA celebró en 1949 y que se advierte a lo largo de los programas de sus cursos académicos dictados sucesiva e ininterrumpidamente desde 1921 hasta 1960 en Buenos Aires y La Plata” (GAEA, 1973, p. 9). El texto reseñaba el historial de Ardissone como fundador y socio de otras academias de ciencias, enumerándose además su extensa lista de publicaciones, muchas de ellas inédi-tas. Hay en la recensión un dejo de romanticis-mo ingenuo que destaca su originalidad como erudito, sus nobles sentimientos por la natura-leza, su afecto por el terruño y las culturas re-gionales, las cuales son descritas como verda-deramente auténticas. Así, uno de los últimos párrafos señala: “Es la obra de un  hombre fas-cinado y medido, pudoroso de sus emociones, noble caballero, exquisitamente sensible tanto a la sugestión telúrica del grandioso paisaje de

Figura 6.

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los Andes, como a la humildad de un arbusto. Cuantas veces volvió a  los Valles Calchaquíes para gozar del amancay en flor de las amarillas ondulaciones de los del campo de Tintín, lo hizo con el amor a la naturaleza y al hombre de su tierra, que ocultaba con la reserva de un aman-te platónico” (GAEA, 1973, p. 12).

Años después, GAEA aprobaba una resolu-ción de la comisión directiva con la anuencia de los presidentes de las filiales regionales, que declaraba la realización de un homenaje “en vida” a Federico Daus al cumplirse cincuenta y cinco años de labor (GAEA, 1979), iniciativa que había surgido en la Semana de Geografía rea-lizada en Mar del Plata en 1976. En la declara-ción se establece que la conmemoración esta-ba destinada a “exaltar su obra y dedicación a la Sociedad” sintiéndose la comunidad de geó-grafos en la obligación moral de homenajearlo. Se editó un libro en cuya primera parte se cons-truye una biografía coral participando en cada apartado discípulos, colegas y amigos. En la segunda parte –al igual que la dedicada a Ar-dissone– se incluyen contribuciones científicas sobre temas diversos, compaginación que ha-bía sido cuidadosamente prevista para que, en palabras de la Sociedad, “se le rinda homenaje haciendo geografía” y para que el galardonado aprecie que “su camino no ha sido en vano”.

Cada condiscípulo relata el paso de Daus por distintas instituciones universitarias, públicas y privadas, organismos de estado y su labor principalísima como escritor de obras sobre el territorio. Si de Romualdo Ardissone se desta-caban los valores propios de un romanticismo que abrazaba la naturaleza con pasión, en Daus ese romanticismo se afirmaba por sus senti-mientos nacionales ostensibles en sus conside-raciones sobre cuestiones de fronteras y lími-tes, así como en sus posicionamientos públicos relativos a la política exterior a seguir por la cancillería. Eran tiempos de fuertes consensos animados por el gobierno militar y de doctrinas nacionalistas territoriales que se habían hecho carne en la población a partir de una intensa propaganda a través de los medios masivos y la educación. La mayoría de la dirigencia de la Sociedad, en consonancia con el sentir popu-lar, asumía por entonces como catecismo bá-sico sus deberes patrióticos hacia el manteni-miento de la soberanía (Cicalese, 2009). Entre

sus compañeros, darán testimonio de su vida Carlos Goñi Demarchi, Ramón Manuel Dozo y Ricardo Paz.

Goñi Demarchi, al relatar el desempeño de Daus como docente del Servicio Exterior de la Nación, dice:

En consecuencia, no escatimó esfuerzos para inculcar en sus alumnos, a través de ese amor por la tierra que aflora del conoci-miento y del contacto con su geografía, las nociones que todo diplomático debe tener en una materia que ocupa un lugar conven-cional en los programas de enseñanza. (...) fue para mi motivo de particular satisfacción personal haber podido coincidir en con-fiar a su responsabilidad una cátedra que, por comprender también, expresamente, el examen profundizado de nuestros límites geográficos, ocupaba un rango prioritario en la preocupación de la dirección (GAEA, 1979, p. 20).

Dozo rescata la influencia de Daus sobre sus propias creencias, escala de valores y tarea, y reflexionará con respecto a sus libros:

Una de las constantes que es posible des-tacar en la rica gama de facetas del emi-nente profesor Dr. Daus es sin duda su fervor por la defensa de lo argentino, sin que ello signifique caer en una xenofobia. (...) como introducción de nuestra intención de poner en evidencia el noble sentimiento nacional que aparece, cotidianamente, en las obras del Maestro (...) Hemos tenido la suerte de seguir su quehacer desde hace años, ya como simple alumno, ya como estudioso de sus muchos trabajos, hoy en función de modesto colega, en una forma más reflexiva. Con ello hemos renovado constantemente nuestra fe en el alto des-tino de la Nación Argentina en su mensura-da apreciación de nuestra realidad (GAEA, 1979, pp. 24-25).

Cerrando la lista de testimonios, Ricardo Paz elogia los textos más combativos de Daus a la hora de defender las posiciones internaciona-les del país, y refiriéndose al conflicto que por ese tiempo amenazaba con un enfrentamiento

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armado con Chile, comenta sobre su tratado sobre el Canal de Beagle:

Dos rasgos tan puros y perfectos como los de una composición artística marcan el es-tilo y las concepciones del profesor Daus en lo que atañe a geografía de las fronteras: una prosa clásica, rigurosa y suelta, que no se ampara en la palabra técnica sino para hacerse más expresiva, y un concepto geográfico que, por honesto y verídico, se corresponde armoniosamente con los de-rechos que la República posee y sostiene en sus cuestiones limítrofes (...) La observa-ción apunta a ciertas equivocadas opinio-nes de autores argentinos y descalabra ese delirio chileno sobre un canal que se intro-duce en el océano por el Norte de la isla Nueva como una corriente marítima (GAEA, 1979, pp. 26-27).

El homenaje a otro de los presidentes de GAEA, Raúl Rey Balmaceda, se haría en el año 2002, tras pocos años de su fallecimiento, en 1998. Rey Balmaceda, con una larga lista de publicaciones científicas, didácticas y de divulgación, despuntó por la prosa combativa de sus trabajos, en los que evidenciaba de ma-nera explícita sus posturas más francamente políticas. Si imaginásemos a GAEA como una tribu académica (de las tantas que abundan en las comarcas de la ciencia), y en los turbulen-tos tiempos que le tocó vivir, podríamos notar distintos roles entre sus miembros. Así como a Daus se lo puede concebir como el chamán, depositario de la sabiduría del hombre que tie-ne años de experiencia y además la capacidad “mágica” de influir en las perspectivas inte-lectuales de la comunidad, a Rey Balmaceda se lo puede ver como el guerrero de la tribu, como el combatiente siempre dispuesto a des-envainar su espada para defender los valores de la ortodoxia geográfica y de los intereses de la Sociedad, que en acuerdo con lo que fue durante muchos años el discurso oficial, armo-nizaban a la perfección con el interés nacional. La efectividad de este discurso consistía en la asociación de principios morales asentados en la defensa de la corporación de los geógra-fos con necesidades sociales más elevadas. Los geógrafos se mostraban necesarios para

enseñar a los habitantes el conocimiento de su vasto país, sus recursos naturales y econó-micos, y según la coyuntura, profundizar la instrucción sobre los límites y fronteras que ser-viría para crear “conciencia territorial”.

La biografía de Rey Balmaceda también toma la forma coral, aunque escrita en un contexto diferente a la de Daus y Ardissone. La Socie-dad había tomado la decisión de homenajearlo en el año 2000. Para entonces, ya se le había realizado un significativo reconocimiento en la Cámara de Senadores de la República Ar-gentina, recordando sobre todo su desempe-ño público como consultor en la legislatura en temas de demarcación y de conflictos de lími-tes con Chile. GAEA (2002) edita el homenaje con la lista de premios y distinciones que había recibido el geógrafo. Al igual que la de Daus, la narración fue escrita por sus compañeros de distintas entidades estatales e instituciones educativas. Entre ellos, con una prosa de fuerte sentido, Jorge Pickenhayn testimoniaba sobre el paso con huella profunda de Rey Balmaceda por GAEA, y sus berretines políticos, evocán-dole como un incomprendido por los gober-nantes, en especial en temas que hacían a la soberanía nacional:

Las instituciones se organizan en el con-curso de los hombres que las animan. Son esos hombres quienes, tras el recuerdo de actos singulares van recortando el perfil de una identidad colectiva. Entre GAEA y Rey Balmaceda este doble tránsito parece mostrarse en su máxima expresión. La So-ciedad marcó el sino de un desafío perma-nente en su vida del hombre; él imbuyó de pasión y fervor a la legendaria entidad. (...) Temido y respetado, combatido y querido, bizarro y genial, nunca hubo medias tintas en su vida. Esa vida que puede trenzar sus hebras con la historia de GAEA (...) (GAEA, 2002, p. 11).

Su fogosa defensa de las causas nacio-nales lo hicieron (sic) un referente de con-sulta indispensable en cuestiones geopolí-ticas. Desde las más destacadas tribunas del país y el extranjero demostró con argu-mentos incontrastables, la miopía de políti-cos y gobernantes, siempre prestos a ceder

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porciones del territorio Argentino en aras de una pretendida “cordialidad estratégica” (GAEA, 2002, p. 12).

Aludiendo a su simbiosis con la entidad, Su-sana Curto de Casas caracterizaba su tempera-mento poniendo una pincelada intensa:

Asumió la Presidencia de la Sociedad a la muerte de Dozo, ocurrida en Agosto de 1988. (...) En 1993, después de 5 años de presidir la Sociedad, se opuso a su se-gunda reelección alegando problemas de salud. Desde el cargo de Vicepresidente I siguió atento y vigilante la marcha de la identidad. Para los integrantes de la Junta fue un apoyo y seguridad al mismo tiempo que un fiscal celoso. (...) Incapaz de poner en práctica las sutiles tretas de la estrategia continuó arraigado a sus convicciones y a sus opiniones las que defendió de manera impulsiva, a veces hasta con accesos de ira, pero siempre con lealtad a la Sociedad y a la Junta Directiva. Fue reelegido Presi-dente para el período 1997-2001 mandato que no pudo concluir (GAEA, 2002, p. 15).

Completaba su estampa Darío Sanchez con un reproche a colegas de otras parcialidades y un adiós sentido:

Lamentablemente, cansado de lidiar con algunos de sus exalumnos, hoy colegas preocupados por brindar en la Universidad de Buenos Aires una visión homogénea y monocorde de la geografía, como cien-cia subordinada a la sociología, a poco de cumplir los 65 años, en agosto de 1995, Raúl Rey Balmaceda decidió acogerse a los beneficios de la jubilación. Su corazón apasionado ya daba algunos síntomas de cansancio. Sólo quienes fuimos sus alum-nos sabemos de la pérdida que esto signi-ficó en aquel momento, pero los que lo co-nocimos bien sabemos que hoy disfruta de un merecido descanso. ¡Adiós, jefe! (GAEA, 2002, p. 34).

Si bien las semblanzas biográficas que aca-bamos de comentar son sentidos tributos a trayectorias académicas, existe otro tipo de

rescate del pasado con énfasis en lo individual que no está vinculado con ceremonias del re-cuerdo ante la muerte, sino que crea de alguna manera figuras ejemplares en vida, dispositivo que es frecuente en las instituciones exclusi-vas como la ANG. Los recorridos biográficos se aparejan a propósitos de orden más instru-mental, sirviendo como formas de distinción y alto reconocimiento que se hace a los científi-cos y que señalan la apoteosis de sus carreras profesionales. Algunas de estas modalidades rituales tienen un aire de familia propio de con-gregaciones religiosas ahora ejercitadas por los laicos que componen el mundo de la ciencia, sobre todo por los grupos como el que estamos analizando. No es de extrañar que esto ocurra cuando fue tradicionalmente la iglesia católica la principal sostenedora de instituciones edu-cativas y de conocimientos, transfiriendo mu-chas de sus formalidades y protocolos a las ca-sas de estudios e instrucción seculares, donde subsisten vestigios que se pueden observar.

Por su parte, la ANG ensaya biografías más austeras cuando se trata de futuros aspirantes a académicos de número. Si bien suelen estar trazadas en un tono más ajeno a los sentimien-tos de quienes asumen la autoría, son detalla-das y exhaustivas en cuanto a la enumeración de los méritos y la labor de los candidatos, lo que da verosimilitud a la propuesta de admi-sión del candidato. Se muestra una faceta de las personas más ajustada a sus “antecedentes curriculares”, rara vez hay referencias a situacio-nes mortificantes, al carácter o temperamento del postulante, sólo suelen ser nombradas las virtudes que se consideran inherentes a la per-sonalidad arquetípica de un hombre de ciencia, que giran en torno a su idoneidad, esfuerzo e inteligencia. La biografía no está compuesta por un conjunto de voces cercanas como las antes examinadas, sino de una única voz auto-rizada entre los pares que ocupan los asientos. Esta voz asentida por la institución suele co-múnmente hacer una cita del académico falle-cido que ocupaba el sillón, y que ahora tocará al nuevo académico. El sitial nominado de esa manera se monumentaliza y es señalado “como homenaje perpetuo a su memoria”, recordán-dole afablemente al ingresante el honor y la responsabilidad que supone para él la toma de posesión de ese sitio.

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El rito de inclusión se da por terminado cuan-do el candidato dicta una conferencia magistral como prueba fehaciente de idoneidad, exhi-biendo su especialidad ante sus pares, siendo recogida luego en los anales. La presentación de un científico distinguido, la referencia a su pasado que muestra su probidad académica y la clase magistral del laureado son parte del mismo acto solemne; es en esta recepción pú-blica donde expone su saber frente a quienes ya ocupan los asientos. Hay que precisar que el ingreso del pretendiente ha sido acordado y consentido previamente por el voto unánime de los numerarios que posteriormente han habili-tado el ritual correspondiente.

Este proceso descrito nos hace pensar en un verdadero rito de consagración. Haciendo una analogía un poco caprichosa con los pro-cesos de canonización de la iglesia, diríamos que “eleva a los altares” al científico, que al-canzaría el máximo nivel al ser laureado con la incorporación. Ya comentamos que la presen-tación queda a cargo de un consagrado, el cual con su palabra da aval públicamente al futuro académico; lógicamente el auspiciante es parte de la fracción ya consagrada. Diríamos que, de alguna forma, una vez que ha entrado al elen-co de académicos “ya no es el mismo”, pare-ce haber compartido un juramento de fidelidad con ciertos compromisos sublimes, al haber

arribado de este modo al punto culmen de su carrera.

Un cófrade de nota de la Academia Nacio-nal de Medicina, Roncoroni (2004), ha afirma-do que un numerario tiene el deber de emitir opiniones desinteresadas no siempre fáciles de concretar por el rechazo social que pueden suscitar entre el círculo social más próximo, y como es natural, esta actitud se contrapone a la búsqueda de aprobación propia de todos los seres humanos. Los pareceres independientes –dice el mencionado académico– distantes de los intereses del establishment deben fundarse en su autonomía de juicio que proviene no sólo de su experiencia y saber, sino además por las responsabilidades inherentes a la nueva posi-ción de la que hace gala el nominado. A finales de la década del noventa, en un discurso pú-blico refiriéndose a la misión de las academias en el siglo XXI, la Vicepresidenta de la ANG Ossoinak de Sarrailh (ANG, 2001) hacía suyo este principio, recurriendo a la cita de un par de la Academia de Medicina. La misma versaba sobre la pérdida de autoridad social de la cien-cia y los científicos, y a la desatención de los gobiernos para incentivar las fuentes del pen-samiento independiente.

Las conexiones que adquiere hogaño la cien-cia en toda su complejidad, o bien los compro-misos asumidos como legítimos por algunos in-

Figura 7.

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vestigadores en sus acuerdos con otros actores sociales, nos indica la dificultad para mantener la deseada autonomía. Las interrelaciones entre campos afianzan la heteronomía o, al menos, la interdependencia basada en desbalancea-dos planos de dominio que oscilan entre la de-pendencia y la independencia. Sin embargo, es posible analizar casuísticamente y reflexionar sobre la calidad de relaciones que se estable-cen con otros campos (técnicos, económicos y políticos) para determinar la naturaleza de los compromisos y estar más conscientes de sus implicancias y la posición concreta de los científicos en el gran campo de producción de conocimientos. La dificultad estriba en que las academias son las organizaciones más an-tiguas de pensadores, filósofos y científicos y responden de alguna manera a otros órdenes sociales muy disímiles a los actuales. El dilema que se presenta a este tipo de entidades es in-negable, de no practicarse la línea de conducta expresada se pierde la razón de ser de una ins titución que en el pasado fue puntal en la re volución científica del siglo XVII en su lucha contra el dogma religioso. De esta forma que-darían limitadas a un círculo de nostálgicos que se convierten en guardianes de doctrinas y que extrañan un tiempo pasado que suponen más venturoso.

Deseamos finalmente subrayar que las enti-da des sociales dadoras de distintos modos de reconocimiento a quienes contienen en su seno, deben contar a la vez con un grado de aceptación de la comunidad a la que procuran mantener, compuesta por aquéllos a quienes dirigen sus esfuerzos. En otras palabras, el in-tercambio social tiene una ida y vuelta entre los más altos gestores de la asociación oficial y los individuos, siendo este circuito de confianza de orden circular. En sus inicios supo la Academia de dificultades para crear ese circuito al estar indefinida su comunidad particular, y sobre todo porque el conjunto de titulados y figuras docen-tes principales encontraban una mejor identifi-cación con GAEA, más allá del reconocimiento legal que obtendría pasados unos años. El re-celo mutuo quedaría definitivamente zanjado en la década del ochenta, al incorporar a aquellos geógrafos que habían sido sus férreos oposito-res y otros titulados reconocidos en la enseñan-za y la investigación. Es más, es muy esclarece-

dora la tardía reivindicación de Federico Daus que hace la Academia, a quien recién integra en 1988. Recientemente, su búsqueda de ca-pital social se incrementó aún más al abrirse a nóveles doctores en Geografía y premiarlos con medallas y diplomas (Fig.7).

Consideraciones finales

En la biografía dual novelada por Kehlmann llamada la La medición del mundo, se ficcio-naliza la relación que mantenían Humboldt y Bonpland durante su periplo americano, entre-gándonos un friso revelador del mundo de los hombres de ciencia y gobernantes de la época. En uno de sus pasajes aparece lo que podría-mos denominar una imagen creíble que los lec-tores cultos e ilustrados y las elites gobernan-tes americanas y europeas tenían de la figura de Humboldt como un sabio explorador, sobre todo luego de que su itinerario fue conocido y sus narraciones se divulgaron:

Alexander von Humboldt era famoso en toda Europa por la expedición a los trópi-cos emprendida veinticinco años antes. Había visitado Nueva España, Nueva Gra-nada, Nueva Barcelona, Nueva Andalucía y Estados Unidos, había descubierto el ca-nal natural entre el Orinoco y el Amazonas, escalando la montaña más alta del mundo conocido, recopilado miles de plantas y centenares de animales, algunos vivos, la mayoría muertos, había hablado con pa-pagayos, desenterrado cadáveres, medido cada río, cada montaña y cada lago que se interpusieron en su camino, entrado a gatas en todos los agujeros de la tierra y sabo-reando más bayas y trepado más árboles de los que nadie puede imaginar (Kehl-mann, 2007, p. 13).

Pero también en la misma novela el intercam-bio entre los personajes refleja los desconcier-tos de quien fue su acompañante en su recorrido por las colonias hispanas y la naciente nación norteamericana: Aimé Bonpland. El relegado camarada del sabio alemán, de naciona lidad francesa y con formación como naturalista, se había convertido en los últimos años de su vida en un osado comerciante y enredado en las intrigas y enfrentamientos regionales que

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antaño agobiaban a los nacientes estados sud-americanos. No nos es difícil comprender en un fragmento la conversación que se entabla y el enojo de Bonpland ante la invitación de un alto dignatario:

Un carruaje esperaba para conducirlos a la capital. Un emisario entregó una invita-ción formal: el presidente solicitaba el honor de alojarlos en la sede del gobierno recién construida; estaba ávido de conocer hasta el menor detalle el viaje ya legendario del señor von Humboldt.

Conmovedor, dijo Duprés.

Se quedaba corto, rectificó Wilson. ¡Hum-boldt y Jefferson! ¡Y él estaría presente!

¿Por qué el viaje del señor von Humboldt, preguntó Bonpland? ¿Por qué nunca el viaje de Humboldt y Bonpland? ¿O el via-je Bonpland-Humboldt? ¿O la expedición Bonpland? ¿Se lo podría explicar alguien algún día?

Un presidente provinciano, comentó Hum-boldt. ¡Qué importaba su opinión! (Kehl-mann, 2007, p. 154).

Los libros de Humboldt, las lecturas de sus geografías exóticas, sus observaciones de campo y sus minuciosos registros e inventa-rios dieron paso al personaje. Pero esa cons-trucción necesitó de las instituciones políticas y científicas de la época que valoraron las trayec-torias ejemplares hasta convertirlas en “vidas de novela”, para luego promocionarlas ante la comunidad. Como tuvimos oportunidad de ver, las sociedades tradicionales de la geografía ar-gentina parecen haber cumplido la función de mostrar figuras notables, creando por una parte una memoria e identidad colectiva en la ciencia geográfica nacional, y por otra instituyéndose en las otorgantes de créditos y reconocimien-tos en el seno societario. No sólo han reconoci-do, sino que han marcado claramente a través de rituales y ceremonias cuáles eran los signos de consagración y a los mismos consagrados, pero al hacerlo han creado, mediante retazos

del pasado, una memoria que coadyuva a la formación de una identidad y sentido en los cír-culos académicos.

Los fragmentos que hablan del pasado han creado y crean un espíritu de cuerpo y cohesión en las comunidades académicas, fomentando esquemas de comprensión y convicciones sobre períodos, instituciones, personalidades y obras, y favoreciendo así creencias en común. Las asociaciones de nuestro interés, GAEA y ANG, han tenido el poder de reunir memorias individuales, colectivizarlas y darles –nada me-nos– estado oficial mediante discursos públi-cos autorizados. La memoria colectiva que in-ventan, sintetizan, diseñan y rediseñan lleva a la construcción y al ofrecimiento de un pasado co-mún; textos, mensajes y símbolos confluyen en esa invención donde las ceremoniales rituales que examinamos cumplen un rol distintivo, instructivo y didáctico. Cabe preguntarse cuál es el panorama de estas instituciones hoy en Argentina, las que tratamos y las que han emer-gido, cuando ya no parecen tener el predomino del pasado. Si bien hay aspectos que actual-mente han mudado su escenario, hay uno en particular que se mantiene constante. Entre las transformaciones podemos apuntar la ocurrida en las ciencias sociales y en la geografía bajo el impacto de la cultura posmoderna, los cambios en las formas de comunicación de las flaman-tes corporaciones geográficas que pretenden asumir roles similares a las más antiguas, y la expansión de las universidades públicas en nú-mero y complejidad de funciones sobre finales del siglo pasado. Lo que se mantiene constante a pesar de las decisivas modificaciones es la necesidad que experimentan las comunidades y los individuos de experimentar el reconoci-miento.

En Argentina el fortalecimiento de la univer-sidad pública en el área de investigación y ex-tensión produjo una multiplicación de grupos, institutos y proyectos con heterogeneidad de temas, enfoques y uso de fuentes, además de un creciente trabajo interdisciplinario y de vin-culación con diversos actores sociales. A dife-rencia de lo que ocurría en el pasado, emergió una pluralidad académica de centros simbóli-cos que en alguna medida fue causada por el crecimiento de una burocracia de investigación

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Guillermo Gustavo Cicalese

apoyada por políticas públicas. Claro que tam-bién han surgido otras corporaciones geográfi-cas que tienen otros medios a la hora de vincu-larse, que en algunos casos sobrepasan los límites estrictamente disciplinarios y aca-démicos y asumen mayor complejidad por sus interrelaciones con movimientos sociales y políticos. En sus ámbitos adoptan formas de comuni cación más flexibles utilizando los me-dios que brinda Internet y creando así otras jerarquías, otras claves de corrección política al interior del círculo de adherentes, y valores disímiles a las organizaciones tradicionales que tuvimos oportunidad de ver y que tanto se refle-jaban en sus relatos.Todas las sociedades académicas, y las de los geógrafos no son la excepción, buscan procu-rarse una memoria e identidad que coadyuva en parte a dar sentido a sus trayectorias pro-fesionales. Como se ha expresado, la memoria es un derecho de los movimientos sociales en países democráticos y para muchos un deber ineludible cuando de pasados trágicos y ocul-tados se trata; pero también se trata, lo remar-camos, de una necesidad muy humana. Las nuevas asociaciones que vemos surgir no es-capan a la inclinación de satisfacer este reque-rimiento, los ritos siguen vigentes, quizás bajo otras modalidades menos reconocibles que los tradicionales y desde otros supuestos ideológi-cos. Empero, con sus actividades y estrategias también aportan a esa constante que se juega en el campo científico, cual es la invención y consolidación de jerarquías mediante la conce-sión de premios, acreditaciones y distinciones, siendo ésta una de las vías por las cuales con-cretan sus relatos sobre el pasado disciplinario. Relatos que cubren un vacío comunitario de sentido que trasciende lo meramente relativo al oficio y que no parecen satisfacer normas supuestamente basadas en criterios racionales de algunas de las nuevas instituciones que to-man el relevo, significado buscado que parece encontrarse en un terreno que escapa a estos criterios.

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ResumenLa relación entre la sociedad y el medio geográfico ha sido un problema antiguo y recurrente en Geo-grafía. Sin embargo, esa reflexión no se restringió al presente, en cada momento histórico, sino que, al contrario, siempre se ha planteado el difícil problema de la reconstitución de la vida y las formas pasadas. En ese debate la técnica surgió como un concepto ora descriptivo, ora explicativo, que vino a contribuir en la aprehensión de esa relación, a priori bastante abstracta.Proponemos inicialmente un breve recorrido retros-pectivo para comprender la génesis de la noción de “técnica” como categoría interna presente en las teorías clásicas de la Geografía y como categoría ex-terna, reintroducida en la disciplina desde la filosofía a partir de la idea de fenómeno técnico. En segundo lugar y a la luz de una conceptualización posible de la técnica, discutiremos algunas formas de operacio-nalización para la investigación. Finalmente, reflexio-naremos sobre la relevancia y la utilidad del debate epistemológico, a partir de esa categoría, para enri-quecer la discusión política.Palabras clave: fenómeno técnico, medio geográfi-co, territorio, análisis geográfico

AbstractThe relation between society and geographical milieu has been an old and recurrent problem in Geography. However, this reflection did not limited to the present in each historical moment but, on the contrary, it always has raised the problem of reconstruction of past ways of life and past material forms. In this debate the technique arose as a descriptive concept or an explanatory concept that came to contribute in the apprehension of this relation, a priori abstract.We propose initially a brief retrospective view to comprise the origin of the notion of “technique” as an internal category in the classical theories of Geography, and later the technique like an external category with the notion of technical phenomenon. Second we expose some conditions and lines from geographical analysis based in the technical phenomenon. Finally, we discussed briefly about the relevance and utility of the epistemology for the political debate.Key words: technical phenomenon, geographical milieu, territory, geographical analysis

el fenómeno técnico en la comprensión de la historia del territorioMaría Laura Silveira

Introducción

La indagación sobre las complejas relacio-nes entre la sociedad y el medio geográfico ha atravesado las épocas y, aunque no haya sido un abordaje exclusivo de la Geografía, ha definido en gran medida tanto las crisis como las afirmaciones de esa disciplina. Sin embar-go, tal reflexión no se restringió al presente en cada momento histórico sino que, al contrario, siempre se ha planteado el difícil problema de la reconstitución de la vida y las formas pasa-das. Vinculados a esos debates y en momentos diversos, los conceptos “territorio” y “espacio geográfico” revelaron la preocupación por indi-car la precedencia de uno o de otro vocablo, lo que dependería de las acepciones atribuidas. Para algunos autores el territorio antecede el espacio, para otros, lo contrario es lo verdadero (Sanguin, 1977; Raffestin, 1993). También se ha discutido la sinonimia o la diferencia entre esas categorías y la de “medio geográfico”. No obs-

tante, lo que interesa aquí no es abordar esas cuestiones sino señalar que, en el camino epis-temológico de numerosos geógrafos, la técnica surgió como un concepto ora descriptivo, ora explicativo, que vino a contribuir con la aprehen-sión de esa relación, a priori bastante abstracta.

Con el paso de las décadas, la técnica alcanza un nuevo estatus ontológico y se vuel-ve un elemento constitutivo del territorio usado, espacio geográfico o medio geográfico y, por consiguiente, una categoría basilar en su inter-pretación, tal como fue propuesto por Milton Santos (1996).

Proponemos inicialmente un breve recorrido retrospectivo por la historia de las ideas para comprender la génesis de la noción de “técni-ca” entendida, en un primer momento, como categoría interna presente en las teorías clási-cas de la Geografía y, en un segundo momento, como categoría externa reintroducida en la dis-ciplina a partir de la filosofía por parte de algu-

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nos geógrafos preocupados por explicar el pro-ceso de reorganización actual del territorio. En segundo lugar y a la luz de una conceptualiza-ción posible de la técnica, discutiremos algunas formas de operatividad para la investigación. Finalmente, reflexionaremos sobre la relevancia y la utilidad del debate epistemológico, a partir de esa categoría, para enriquecer la discusión política.Medio geográfico y género de vida: las técni-cas particulares y su descripción

Podría decirse que la idea de técnica en los estudios geográficos nace y se desarrolla en el seno del debate sobre medio geográfico y género de vida, particularmente en el contexto francés. La alusión a la relación hombre-medio atraviesa esas categorías y poco a poco se vuelve un leitmotiv de las teorías clásicas en la búsqueda de la comprensión de las transfor-maciones humanas de la superficie terrestre.

Paul Vidal de La Blache propone la noción de género de vida para describir la relación entre el hombre y la naturaleza, por medio de las téc-nicas de su cultura local. Así, el género de vida puede ser entendido como un conjunto de pro-cedimientos e invenciones o, en otras palabras, como la acción metódica que asegura la existencia del grupo, que hace el medio a su uso. Compuesto, el medio es dotado de una potencia capaz de agrupar y mantener juntos seres heterogéneos en cohabitación y corre-lación recíproca. A pesar de su énfasis en un medio natural que puede ser transformado y de su crítica a la morfología social de Durkheim y Mauss, el autor no parece, en el párrafo siguiente, tan lejos de la idea de sustrato mate-rial de la vida colectiva:

Varias de esas formas primitivas de existen-cia son perecederas, varias están extintas o en vías de extinción. Pero nos dejan, como testimonio o como reliquias, los productos de su industria local, armas, instrumentos, ropas, etc., todos los objetos en los cuales se materializa, de algún modo, su afinidad con la naturaleza ambiente […] Un objeto aislado dice poca cosa, pero las coleccio-nes de una misma procedencia nos permi-ten discernir una empresa común, y dan, de forma viva y directa, la sensación de medio (Vidal de La Blache, 1922, p. 9).

En el medio existe una íntima solidaridad que une cosas y seres, afirma también el autor. De ese modo, se constituye el hábitat, expresión vi-sible de esas combinaciones entre el medio, los hábitos, los instrumentos, las casas, entre otros elementos (Vidal de La Blache, 1911): “Caza-dor, pescador, agricultor, todo eso es gracias a una combinación de instrumentos que son su obra personal, su conquista, lo que añade de motu proprio a la creación” (Vidal de La Blache, 1922, p. 116). Continúa el autor: “En su forma-ción y en su progreso, el avance de las técnicas instrumentales, dominado desde hace un siglo y medio por el progreso científico, ha jugado un papel dominante” (1922, p. 20). Aquí puede observarse que, en plural y aunque entendida solamente como instrumento, la técnica surge asociada a las prácticas culturales locales y como vínculo entre los datos de la naturaleza y la vida del grupo humano. Entretanto, no falta el reconocimiento de la evolución de las técnicas.

En la década de 1920, Lucien Febvre, pre-ocupado con el objeto y la posición de cada saber en el concierto de las disciplinas de su época, podía aseverar: “No es solamente la es-tructura política, jurídica y constitucional de los pueblos pretéritos, ni sus vicisitudes militares o diplomáticas lo que nos esforzamos en restituir parcialmente. Es toda su vida, toda su civiliza-ción material y moral, toda la evolución de sus ciencias, de sus artes, de sus religiones, de sus técnicas y de sus intercambios, de sus clases y agrupamientos sociales” (1970, p. 69). Para ese autor francés, el hombre es un agente geográ-fico y no el menor ya que “Desde hace siglos y siglos, por su labor acumulada, por la audacia y la decisión de sus iniciativas, el hombre surge como uno de los más poderosos artesanos de la modificación de las superficies terrestres […] No actúa sobre el suelo aisladamente. Actúa colectivamente […]” (1970, p. 75).

El propio Élisée Reclus llega a retomar la no-ción de género de vida, cuando establece una relación con el medio y la civilización. Aunque sin recibir ese nombre, las técnicas son enu-meradas, tal como ilustra la siguiente excerpta:

Las necesidades de existencia determinan un modo de alimentación que varía según las regiones; de la misma forma la desnu-dez o el vestuario, el acampar al aire libre

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María Laura Silveira

o los diversos tipos de habitaciones –gru-tas o techos de hojas, cabañas y casas– actúan e influyen sobre la manera de sentir y de pensar, creando así, en gran parte, aquello que se llama “civilización”, estando ininterrumpidamente modificado por nuevas adquisiciones, entremezcladas de sobrevi-vencias más o menos persistentes. Además de eso, el género de vida, combinado con el medio, se complica con numerosas en-fermedades, de contagios repentinos, que varían de acuerdo con regiones y latitudes y se propagan, al infinito, en el conjunto de las fuerzas que determinan la humanidad (Correia de Andrade, 1985, p. 57).

A Camille Vallaux el término “género de vida” le parecía algo indeterminado para referirse al proceso por el cual el trabajo humano deforma los paisajes naturales y diseña nuevos paisajes en la superficie del planeta. Al sugerir sustituirlo por la noción de “índices de trabajo”, el autor busca re-velar la forma en que sociedades agrícolas, pastoriles, industriales o marítimas, con subdivisiones y transiciones, transforman diferentemente los paisajes alcanzando lo que denomina “cuarto estado de la materia” (Vallaux, 1929, p. 203).

Sin embargo, si la técnica aparecía menos explícita en aquellos autores, más orientados a discutir el género de vida, es particularmente en el diálogo de la Geografía Agraria con la Etnografía que la idea de técnica se vuelve más explícita. Aún en el siglo XIX y rompiendo con el esquema de las fases culturales de la cose-cha, nomadismo, agricultura e industria, Hahn (Sauer, 2000, p. 109; Wagner, 1974, p. 138) ela-bora una clasificación de las regiones agrícolas del mundo inspirada en las técnicas utilizadas: cosecha, cultivo, azada, plantation, cultivo con arado, horticultura. Técnica e instrumento téc-nico pueden ser entendidos, en esas reflexio-nes, como sinónimos y, de ese modo, atravesa-rán los debates.

Tal sinonimia caracteriza también los es-fuerzos por comprender el paisaje y el hábitat agrario. Así como Roger Dion (1934), Deman-geon (1952) propone una tipología de paisajes agrarios. Diferencia, por ejemplo, un hábitat

rural disperso de un hábitat concentrado, expli-cando que ambos constituyen manifestaciones de una empresa humana no necesariamente determinada por la geografía natural, sino por la utilización de instrumentos como el arado o por el ejercicio de prácticas como la rotación de tierras.

Tal vez menos conocidos, los bellos estu-dios sobre hábitat rural de Omer Tulippe (1943; 1951), Jean Tricart (1949) y Aimé Perpillou (1965; s/d) describían la disposición y la construcción de casas y aldeas y el uso de elementos e ins-trumentos técnicos. Además, Haudricourt y Hédin (1943) y Haudricourt y Delamarre (1955) estudiaron la difusión de plantas e instrumen-tos de trabajo como el arado, señalando como el medio natural se volvía, muy lentamente, un medio técnico. Esas transformaciones determi-nadas por los agregados técnicos inspiraron al geógrafo portugués Amorin Girão (1946, p. 75) a utilizar el término “tatuaje” para referirse a la transfiguración del paisaje natural primitivo en un paisaje humanizado.

En ese diálogo de la Geografía con la Etno-grafía y con la Antropología, las ideas de Carl Sauer tuvieron un papel central a partir de 1930. Con la expresión “Cultural Geography”, Sauer (2000) buscaba atribuir nuevo estatus a los elementos de la cultura material en la carac-terización de un área. Así, cada cultura era vista como productora de un tipo particular de paisa-je, visible en la forma de los campos, en el tipo de plantas cultivadas, en la disposición y for-ma de las casas, en la trama vial de la ciudad. Tales paisajes advenían de hábitos de alimen-tación, prohibiciones religiosas, uso de instru-mentos agrícolas, creencias. En Francia, esas ideas tuvieron influencia y, mezcladas con los debates de la Geografía regional, permitieron elaborar interpretaciones sobre los tipos de ha-bitación o las técnicas de cría, como muestran los trabajos de Planhol, Dion, Veyret, Chabot, pero también las investigaciones realizadas por Deffontaines (1971) en Brasil. La idea de técni-ca como producto de la cultura material y factor de transformación del paisaje se hacía presen-te, inclusive en las interpretaciones de Camille Vallaux y Jean Brunhes.

Aunque no alcanzara un estatuto preponde-rante en su interpretación, la idea de técnica se hace presente en el pensamiento de Henri

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El fenómeno técnico en la comprensión de la historia del territorio

Baulig. Defendiendo el papel activo del hom-bre frente al medio y los lazos de la Geografía Humana con la Historia Social, el autor desta-caba la complejidad de la noción de medio en virtud de los elementos propiamente humanos, entre los cuales citaba la técnica: “las aptitu-des físicas y mentales, heredadas o adquiridas, del grupo y su patrimonio cultural; la técnica, sin duda, pero también la mentalidad colectiva con su estratificación, sus zonas iluminadas y subsuelos oscuros casi inconscientes. De allí el vínculo indispensable de la geografía humana con la historia social, que, a decir verdad, es toda la historia útil” (1948, p. 8).

De forma indirecta en la discusión sobre el medio realizada por Le Lannou (1949), la técni-ca aparece como un dato de la relación entre el medio y el grupo y, al mismo tiempo, como un factor de rigidez del propio medio geográfico. Considerando la solidaridad como la gran ley geográfica, ese geógrafo reconoce que, aún sin ser inmóvil, el medio geográfico contiene cierta permanencia dada por los ciclos anuales vege-tales y por las prácticas agrícolas estacionales. Para el autor, la densidad debe ser confrontada con el género de vida para, de ese modo, alcanzar una significación geográfica.

No obstante, frente a las perspectivas que parecen dudar en entregar la palabra a las fuerzas naturales o a las técnicas y prácticas humanas, Demangeon nos alerta: “ese hom-bre nudus e inermis no demora en volverse, gracias a su inteligencia y a su iniciativa, un elemento que ejerce sobre el medio una acción potente: se convierte en un agente de la natu-raleza transformando a fondo el paisaje natural, creando asociaciones nuevas de plantas y animales, oasis para los cultivos de irrigación, formaciones vegetales” (1952, p. 28). Mas esa acción potente se amplifica, escribe el geógrafo francés, a partir de las “armas” de la ciencia y de los transportes. De allí que las relaciones de los grupos humanos se establezcan con el medio geográfico y no ya con el medio físico, afirma con claridad.

En esa larga tradición de la Geografía Regio-nal francesa, es Max Sorre, con su libro Les Fondements de la Géographie Humaine, quien atribuye un estatus mayor a la idea de técnica destinándole, inclusive, un volumen de su obra clásica. Los géneros de vida, señala el autor,

pueden ser considerados como conjuntos de técnicas y formas activas de adaptación del grupo humano que imprimen la misma orienta-ción y los mismos ritmos al medio geográfico. Así, explicando los antiguos géneros de vida, escribía: “las elecciones de plantas de cultivo, el material instrumental, la manera en que las semillas son plantadas fueron vistos como las técnicas fundamentales en torno de las cuales todo género de vida se organiza” (1952, p. 13).

Entendidas como elementos materiales y espirituales, las técnicas se transmiten por la tradición y aseguran una conquista sobre la na-turaleza (Sorre, 1952). Sin embargo, el geógrafo francés ya reconocía, a mediados del siglo XX, el desuso de la categoría cuando explicaba que las transformaciones de la técnica provocan una rápida desintegración de tales géneros de vida: “El género de vida nace, se transforma, se desarrolla –y es cuando llega a ese grado de madurez que lo caracterizamos. De allí la necesidad de evocar un aspecto complementa-rio, pero no contradictorio: el de su evolución” (Sorre, 1952, p. 17). Y explica una situación concreta de desintegración del género de vida; es significativo que, para eso, se refiera a una de las técnicas más destacadas de la historia del territorio: “El ferrocarril ha sido un agente activo de la aceleración del éxodo rural: no lo ha creado, pero lo ha facilitado. Ha ocasionado una ruptura del equilibrio demográfico en el me-dio campesino y ha contribuido de esa manera a alterar gravemente entre nosotros el funcio-namiento de los géneros de vida rurales” (Sorre, 1952, p. 27). Al mismo tiempo considera que la cohesión del grupo adviene hoy de las grandes técnicas que condicionan la explotación del suelo, tales como las técnicas forestales, las técnicas instrumentales, las técnicas del agua, la mejoría de los suelos, la conservación de la fertilidad y la defensa contra las plagas. De allí que las técnicas de la vida social sean ininteligi-bles cuando están desprovistas de las técnicas de la producción (Sorre, 1952).

Las técnicas de producción y las técnicas sociales han sido también recordadas por Max Derruau al proponer la conceptualización del género de vida:

un conjunto de hábitos por medio de los cuales el grupo que los practica asegura su

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existencia: la pesca, la caza, la recolección, la agricultura sedentaria, la vida pastoril son tipos de géneros de vida donde se integran géneros de vida complejos, por ejemplo en una agricultura sedentaria que resultó de una mayor complejidad de la vida pastoril. Contiene un cierto número de elementos: instrumentos, como el tipo de arado, el mo-lino o la red de pesca, los procedimientos como el trasplante de arroz, el cultivo so-bre quemadas, la utilización de pastaje de montaña después del deshielo, elementos sociales, como los lazos creados en una comunidad de trabajo, en fin, elementos espirituales tales como los encantamientos. Los rituales mágicos han sido considera-dos por largo tiempo como una técnica en igualdad de condiciones que un elemento material (1961, p. 107).

De cierto modo también Jean Brunhes atri-buía a las transformaciones técnicas el papel motor de la reorganización del medio al decir que: “El hombre entra en relación con el cua-dro natural por los hechos del trabajo, por la casa que construye, por el camino que recorre, por el campo que cultiva, por la carretera que atraviesa, etc., y su trabajo le crea obligaciones, inclinaciones y aptitudes que van a traducirse en la historia” (1947, p. 273).

En su bella obra sobre Geografía Agraria, Daniel Faucher (1953, p. 321) llama la atención sobre la técnica, entendida como fundamento de los sistemas agrícolas y de su evolución, sin los cuales no es posible explicar los paisajes ru-rales y los modos de vida agrícola. Y reconoce los fertilizantes, la genética y la mecanización como los elementos técnicos de la nueva revo-lución agrícola.

Entre sus valiosos trabajos, Josué de Castro publica la obra Ensaios de Geografia Humana en 1957, en la cual dedica varios pasajes a la idea de técnica cuando reflexiona sobre las relaciones entre el hombre y el medio. Con-sidera que la técnica ha permitido al hombre modificar las condiciones del medio natural volviéndolo compatible con su vida. Al discu-tir la adaptación y la técnica humana, agre-ga: “Este privilegio de una técnica inventiva y creadora fue lo que permitió al hombre ampliar progresivamente su horizonte geográfico, hasta

ocupar casi toda la superficie de la tierra, aún en las más inhóspitas y áridas regiones […]” (Castro, 1957, p. 33). Sin embargo, para el mé-dico y geógrafo brasileño la noción de técnica no podía ser disociada de la idea de cultura y, así, escribía:

Los factores culturales, que coordinan y neutralizan, en ciertos casos, los factores geográficos naturales, resultan del traba-jo constructivo, de la utilización de ciertos procesos técnicos que, por medio de la fertilización y de la irrigación, transforman tierras áridas en fértiles; que por medio de la higiene, sanean zonas insalubres y, por medio de la industrialización, consiguen un aprovechamiento máximo de todo lo que la tierra produce, en un aprovechamiento también máximo del elemento humano en el trabajo de beneficiación artificial de pro-ductos naturales de otras regiones (1957, pp. 35-36).Propio del debate de su época, el pensa-miento sobre la técnica no era ajeno al gé-nero de vida: “cada grupo humano cons-truye sus instalaciones de acuerdo a las necesidades impuestas por su género de vida […]” (Castro, 1957, p. 108). Tampoco la técnica podía ser considerada como algo estático, ya que es evidente que la “técnica cultural” resulta tanto de las posibilidades materiales que el medio ofrece como de procesos históricos como las “migraciones y contactos entre grupos sociales” (Castro, 1957, p. 36).

Cabe decir que algunos años más tarde, Pie-rre Gourou propone diferenciar entre técnicas de producción y técnicas de encuadramiento. En esa distinción, que se difundió considera-blemente, las primeras serían las técnicas de explotación de la naturaleza, las técnicas de subsistencia, las técnicas de la materia, mien-tras que las segundas se refieren a las técnicas de relaciones entre los hombres y a las técnicas de organización del espacio: “Los dos órdenes de técnicas son interdependientes; las grandes ciudades, que expresan técnicas de encuadra-miento muy eficaces, están también ligadas a unas técnicas de producción que aseguran grandes excedentes por encima del consumo

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de los productores” (1973, p. 27). Pero lo im-portante, tal vez, es comprender la centralidad que la noción de técnica adquiere en su inter-pretación. Para el autor no es la fuerte densidad de población –elemento visible en el paisaje– lo que explica la utilización de técnicas agrícolas perfeccionadas sino, al contrario, es el uso de técnicas eficaces lo que permite las altas den-sidades demográficas. Si el medio físico donde se implantan los hechos humanos está prácti-camente entero en el paisaje, agrega el autor, el medio humano no está constituido sólo de elementos visibles porque está hecho sobre todo de las técnicas que dieron origen a esos elementos. En esas reflexiones analíticas pue-de percibirse una cierta vocación para pensar la técnica también como procedimiento.

A mediados del siglo XX, algunas críticas a la noción de género de vida, que tanta centrali-dad había adquirido en la disciplina, comienzan a vislumbrarse. Un autor como Jean Gottmann atribuía a esa categoría un carácter meramen-te descriptivo, desprovisto de vocación teórica, de allí sus limitaciones:

En geografía humana, Vidal de La Blache aporta un primer sistema formulando la no-ción de género de vida que permite un es-bozo de clasificación. Sin embargo, el gé-nero de vida es sobre todo un instrumento de descripción, descripción razonada cier-tamente, pero donde la explicación no hace sino acompañar y sostener la descripción sin poder ponerse de manifiesto o inclusive precederla. El principio del género de vida permanece en el regionalismo; no constru-ye el camino hacia ninguna concepción ge-neral (1947, p. 3).

Pierre George y Max Derruau coinciden en que el presupuesto de una sociedad indiferen-ciada que ignora la división del trabajo es una de las principales restricciones de la noción de género de vida, lo que hace inviable su uso contemporáneo. El primer autor proponía sus-tituirlo por los sistemas económico-sociales en las discusiones de la Geografía Económica e Industrial. Era necesario, en el razonamiento de George, comprender las formas de producción específica y no más el género de vida que

responde efectivamente a realidades tan-gibles para pequeños grupos humanos, de contenido social indiferenciado, de vida ma-terial rudimentaria, no implicando división del trabajo. […] Las tres cuartas partes de la humanidad no pueden ser definidas con-venientemente, inclusive con esas reservas, por la designación de “género de vida”: la condición de los hombres procede de datos más complicados y el grupo humano tiene formas de existencia diferenciadas que co-rresponden a su diversidad social (George, 1951, p. 71).

En otro trecho de la misma obra, el geógrafo afirma que esa categoría puede ser mantenida como un elemento de análisis de carácter des-criptivo pero nunca como un fin en sí ni como un modo de interpretación (George, 1951).

Fundamentando sus argumentos en algunas ideas de Sorre, Derruau no ocultaba su insa-tisfacción cuando escribía: “La noción de gé-nero de vida ha sido aplicada a las sociedades elementales, sin gran diferenciación social o profesional. Con respecto a esos grupos, se puede decir que el género de vida era autónomo porque aseguraba la subsistencia total. Pero el 99% de la humanidad está compuesta por sociedades social y profesionalmente diferencia-das, cuyas formas de existencia cambian según nos ocupemos del gran propietario, del obrero agrícola, del herrero” (Derruau, 1961, p. 110).

A ese debate se sumaba Lacoste cuando, aun considerando el género de vida como un concepto geográfico por excelencia, alertaba sobre la imposibilidad de utilizarlo como prin-cipal instrumento de investigación en el estu-dio de las combinaciones geográficas actuales: “El concepto de género de vida no ha perdido ciertamente su interés para los geógrafos pero éstos deben concederle un valor esencialmente histórico: el género de vida corresponde a la antigua situación equilibrada de auto-subsis-tencia que se ha alterado desde hace más o menos largo tiempo por la difusión de la eco-nomía moderna y la dimensión de sus conse-cuencias (revolución demográfica entre otros)” (1967, pp. 667-668).

No sería entonces muy audaz decir que, en esos mundos pasados y en sus geografías, la categoría analítica central era el género de vida,

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mientras que la técnica entraba como elemento descriptivo o como dato de ese vínculo entre un grupo pretendidamente homogéneo y un medio que, tantas veces, continuaba siendo consi-derado natural. Asociada a las denominadas sociedades simples que podían ser compren-didas por el género de vida, la técnica era incor-porada secundariamente a una interpretación más preocupada en entender la lucha del hom-bre contra el medio hostil que las diferencias de poder entre los agentes. Como era identifi-cada frecuentemente con los instrumentos de trabajo, la técnica a menudo podía ser vista en el paisaje, completando así la descripción geográfica.

Pero, en el momento en que, para alcanzar la explicación, los elementos descriptivos y visi-bles del medio geográfico fueron insuficientes, la noción de técnica parece haber sido abando-nada. Cuando las sociedades se vuelven más complejas restándoles actualidad, de un solo golpe, a la categoría de género de vida y a la escala regional de análisis, se vacía también la noción de técnica y otros elementos explicati-vos, como la organización económica, pasan a ser incorporados en los estudios geográficos. Por esas razones no sorprende que las críticas tuviesen como foco principal la categoría cen-tral hasta ahora utilizada pero no se refiriesen a la técnica.

Todo eso llevaría a pensar que la técnica no había sido considerada como un verdadero elemento constitutivo del medio geográfico. Quizás porque la propia noción de medio geo-gráfico haya sido, a lo largo de la historia de la disciplina, relativamente desprovista de his-toricidad… Frecuentemente, el corpus de la Geografía estuvo constituido por categorías pretendidamente inmutables al devenir, sin el necesario esfuerzo para impregnarlas de la his-toria del presente.

De las técnicas particulares al fenómeno téc-nico: un esfuerzo de teorización

Es verdad que algunos geógrafos, en la se-gunda mitad del siglo XX, han subrayado la relevancia de la técnica para la formulación de una teoría geográfica. De un modo o de otro, un cierto ejercicio de teorización permitía supe-rar la mera descripción de técnicas particulares

y comenzar a considerar la técnica como una verdadera categoría de análisis.

Entendiendo el medio geográfico como un sistema de relaciones que se inscriben en el espacio diferenciado y organizado, Gottmann (1952; 1975) también alertaba acerca del papel que la tecnología había alcanzado desde la se-gunda posguerra. En la opinión del autor, los avances tecnológicos complicaron la definición de territorio, principalmente para los juristas, pues la soberanía como jurisdicción exclusiva acabó gracias al progreso de los transportes y comunicaciones y al desarrollo de especializa-ciones productivas.

En la década de 1960, Philip Wagner (1974, p. 26) enfatizaba el papel de la técnica cuan-do explicaba que las transformaciones que el hombre hace a su entorno para satisfacer sus necesidades constituyen un proceso creativo, cuyo instrumento es el sistema técnico, no sin influencia de condiciones naturales y sociales.

La teoría de la difusión de innovaciones, que las investigaciones de Hägerstrand representan bien, daba un peso significativo a los elementos técnicos. Estudiando la propagación en ondas de los automóviles en el sur de Suecia, el autor (Hägerstrand, 1962) afirmaba que los patrones de difusión no siguen reglas y son diferentes en cada época. De allí la necesidad de considerar las fuentes de impulso y la susceptibilidad en los diferentes lugares.

Además, Pierre George publicaba, en 1974, un libro titulado L’ère des techniques, construc-tions ou destructions? en el cual mostrará el valor de la técnica en la interpretación geográ-fica. Otro importante geógrafo que consideró relevante esa noción fue Isnard; en su cuadro interpretativo, la técnica no es un concepto puro ni independiente de la cultura: “La cultu-ra constituye por lo tanto un conjunto de saber hacer, particularmente la técnica aplicada para dar forma a la materia inanimada: tallar un sílex en forma de instrumento, captar una naciente para irrigación, imaginar utensilios, ordenar el espacio. Alimentada de informaciones, es esen-cialmente organización, resistencia o desorden entrópica” (Isnard, 1982, pp. 46-47).

Para el mismo autor (Isnard, 1982), la técnica nace de la voluntad de sustituir el ecosistema por una organización espacial controlada, es decir, un medio concebido para satisfacer las exigen-

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cias humanas. Se sustituye la necesidad por el orden establecido. No se trata aquí únicamente de simples instrumentos, sino de la implantación de un orden. Ideas como organización espacial, orden y control nos alejarían de un medio natu-ral transformado por el género de vida en una sociedad simple. Estaríamos más cerca de en-tender la técnica y la norma como contenidos constitutivos del espacio geográfico.

Por eso, reducir la técnica a instrumentos o procedimientos técnicos particulares ha per-mitido, sin duda, elaborar bellas descripciones de territorios pasados pero no ha llevado a la elaboración de una categoría teórica que, ope-rativa sobre los diferentes contextos históricos, posibilite alcanzar la explicación.

Ir más allá de las técnicas particulares para alcanzar el fenómeno técnico podría ayudarnos a superar el estadio descriptivo y alcanzar una comprensión más aproximada de la denomina-da realidad. Tal vez sean dos las premisas basi-lares para esa tarea. Una de ellas es el entendi-miento de la técnica como fenómeno histórico y la segunda, un desdoblamiento de la primera, es ver la técnica como empirización del tiempo, es decir, como posibilidad concreta –en las an-típodas de una visión atemporal o inclusive de un tiempo abstracto. Ambas premisas son, por lo tanto, inseparables.

Comprender la técnica como fenómeno his-tórico supone verla, al mismo tiempo, como forma y como acción o evento. Como forma, la técnica es la tecnología, un contenido mate-rial, un conjunto de objetos, cuya constitución está dada por una pluralidad de instrumentos en yuxtaposición, recreando subordinaciones y dependencias y redefiniendo los parámetros de desempeño. Por esa razón el espacio geográfi-co es más que el espacio social.

Como acción o evento, la técnica es procedi-miento, norma, uso, contenido inmaterial, acción tecnificada. Así entendida, la técnica crea for-mas técnicas, opera y actualiza la forma técni-ca. Son los tiempos diversos de la producción, circulación, cooperación, producción simbólica, diferenciando agentes y temporalidades. Ese método parece exorcizar la concepción reduc-cionista de la técnica como tecnología, que au-toriza a pensar en objetos y lugares modernos e independientes, fragmentados, sin relación de necesidad con los objetos y lugares dichos “atra-

sados”. Por ese motivo el espacio geográfico es más que el espacio físico o material.

Conjunto de objetos y formas de hacer, la téc-nica surge, en el decir de Heidegger (1958, p. 10), como una categoría inclusiva conformada por los instrumentos y máquinas creados, pero también por las necesidades y fines que ani-man esa producción. La técnica es el conjunto de esos dispositivos. Pero hoy, la producción de necesidades, segunda premisa de la exis-tencia humana (Marx y Engels, 1984), es más que nunca un dato de la técnica pues, como explica Ellul, “no son más las necesidades ex-ternas que determinan la técnica, son sus ne-cesidades internas” (1968, p. 135), una vez que la técnica se volvió una realidad en sí, con leyes particulares y determinaciones propias. En esa dirección, podemos aseverar que la técnica es auto-propulsiva (Santos, 1996). Después de definir la técnica como proceso, Jean Ladrière agrega: la técnica “es considerada en su desa-rrollo histórico, en tanto que este desarrollo pa-rece realzar cada vez menos la contingencia y obedecer cada vez más las exigencias internas de amplificación o de superación” (1973, p. 82).

La segunda premisa parte de considerar que cada período alberga un conjunto de posibilida-des técnicas concretas, cuya realización histó-rica es siempre selectiva (Santos, 1996):

Así, empirizamos el tiempo, volviéndolo material y, de ese modo lo asimilamos al espacio, que no existe sin la materialidad. La técnica entra aquí como trazo de unión, históricamente y epistemológicamente.Las técnicas, de un lado, nos dan la posi-bilidad de empirización del tiempo y, del otro lado, la posibilidad de una cualificación precisa de la materialidad sobre la cual las sociedades trabajan. Entonces esa empiri-zación puede ser la base de una sistemati-zación solidaria con las características de cada época (Santos, 1994, p. 42).

El fenómeno técnico significa, concomitante-mente, lo que existe de hecho y lo que es histó-ricamente posible en un momento dado, pues ambas dimensiones son concretas. En tiempos en que la técnica era un elemento de una civili-zación, la novedad técnica sorprendía y muchas veces se volvía inaceptable (Ellul, 1968). Pero, a

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partir de las diversas formas de imitación social (Tarde, 1921), la técnica fue gradualmente en-globando toda la civilización: “El fenómeno téc-nico, englobando las diferentes técnicas, forma un todo. Esa unicidad de la técnica ya se hace visible cuando verificamos, con evidencia, que el fenómeno técnico presenta siempre y esen-cialmente los mismos caracteres” (Ellul, 1968, p. 98).

Esa tendencia a la universalidad de las téc-nicas ya había sido vislumbrada en 1964 por Leroi-Gourhan, al referirse a la expansión de las técnicas. Para el autor (Leroi-Gourhan, 1990), las técnicas se comportan como especies vi-vas, con una fuerza de evolución que parece serles propia y con tendencia a escapar del do-minio del hombre. Sin embargo, explica Santos, la universalidad actual es diferente: “En primer lugar, no es una tendencia, sino una realidad. En segundo lugar, viene a formar parte de los lugares prácticamente en un mismo momento, sin desfases notables. En tercer lugar, ese fenó-meno general da lugar a acciones que también tienen un contenido universal” (Santos, 1996, p. 154)

Así, la técnica y, en consecuencia el medio geográfico, pueden ser entendidos como em-pirización de las posibilidades del período his-tórico. Nuevas formas y eventos se realizan históricamente sobre el tejido indisoluble de materialidad y vida que los antecede. Se diría que la gran mediación entre lo que existe –el medio– y lo que existirá –el futuro– es el uso de la técnica. Entretanto, para un autor como Ellul, “la técnica es, por sí misma, un modo de actuar, exactamente un uso” (1968, p. 101); para él no existe diferencia entre la técnica y su uso, pues no es posible utilizar la técnica sin obedecer las reglas técnicas. Aún utilizando las ideas de ese filósofo, no es esa la opinión de Santos (1996), para quien, entendida como un conjunto de medios instrumentales y sociales con los cua-les el hombre realiza su vida, produce y también crea espacio, la técnica no se circunscribe a un único uso sino que admite usos diferentes.

Por lo tanto, la técnica es mediación y me-dio. Es el movimiento entre el medio ya instala-do y un nuevo medio instalándose. La técnica es, como declara Ortega y Gasset, “la reacción enérgica contra la naturaleza o circunstancia que lleva a crear entre ésta y el hombre una

nueva naturaleza puesta sobre aquella, una sobrenaturaleza” (1957, p. 14). Y, a pesar de su crítica acerba al filósofo español, Dessauer (1964) presenta una noción que no parece discordante: la técnica resulta de una tensión permanente entre lo real, lo dado, que siempre puede ser mejorado y lo posiblemente mejor para la función que se pretende.

La noción de técnica como productora de un medio ya estaba presente en autores como Gil-bert Simondon (1989) cuando en 1958 se refe-ría a un medio asociado, André Fel (1978) con la noción de geotécnica, Georges Friedmann (1966) al proponer el concepto de medio téc-nico y Milton Santos (1988) con el concepto de medio técnico-científico-informacional como sinónimo de espacio contemporáneo.

Pensamos que considerar el fenómeno técni-co y el medio que éste produce supone recono-cer el objeto y su uso, es decir, la forma material y la acción autorizada por el objeto, que es una técnica de acción, un procedimiento, un ejer-cicio de obediencia por parte del usuario. Esto nunca fue más verdadero que hoy, renovando el significado de las palabras de Auzias cuando aseveraba que “las `máquinas de pensar´ son el pensamiento terminado y puesto en caja” (1971, p. 16). Sin embargo, existe concomitan-temente la acción política, que es el par históri-co de la técnica y que resulta de una combina-ción más amplia, un desenlace contradictorio y provisorio de aceptaciones y rechazos.

No son sólo técnicas particulares como las técnicas agrícolas, industriales, políticas, elec-torales, presupuestarias que definen el fenó-meno técnico, sino el medio de existencia para todas esas técnicas particulares. Así, el conjun-to de técnicas, sumado al conjunto de usos y elecciones, constituye nuestro cuadro de vida, que incluye la totalidad de actividades del hom-bre y no sólo la actividad de producción. Como la técnica que compone el medio hoy es resul-tado de la ciencia y causa y consecuencia de la información, tal cuadro de vida es el medio técnico-científico-informacional.

Con todo, el aspecto sistémico de los obje-tos es, a veces, mejor conocido que el aspecto sistémico de los procedimientos técnicos –una organización menos visible. El conjunto es un sistema técnico, definido por la interdependen-cia presente entre lo nuevo y lo heredado, entre

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El fenómeno técnico en la comprensión de la historia del territorio

lo local y lo global. Tal interdependencia pro-cedía, en el pasado, del juego de las variables en presencia que permitían hablar de “solida-ridad orgánica” (Santos, 1996; 2003) pero, en el presente, adviene de variables alienígenas, sugiriendo una “solidaridad organizacional” (Santos, 1996; 2003). Se trata de un devenir entrelazado de lo que existe y de lo que llega aceleradamente, de lo que está en el lugar y de lo global invasor, cuya estructura responde a un principio de organización. Es de ese modo que la extensión de los eventos se produce, exigiendo que el pensamiento recorra simultá-neamente las varias escalas de los objetos y de las acciones.

Por lo tanto, es aconsejable recordar que, sola, la técnica es un absoluto, porque resulta incapaz de explicar lo real. Su significado social adviene de la relatividad de su existencia histó-rica. De allí el necesario vínculo epistemológico con otras categorías y procesos como período, división territorial del trabajo, eventos, situa-ciones y universos simbólicos que sustentan el nuevo orden socioespacial.

Pensando un esquema de análisis

Ante la complejidad contemporánea no es su-ficiente elaborar una descripción, es necesario producir un esquema de análisis que revele su vocación explicativa gracias a la inclusión de variables significativas. De ese modo estare-mos más cerca de comprender el movimiento contradictorio de la historia. Parece necesario considerar, al menos, dos cuestiones de método.

La primera es reconocer la complejidad de la totalidad sin desistir de su análisis buscando, para ello, las escisiones significativas. Frente a la mundialización y complejidad del fenómeno técnico, que dieron origen a la universalidad empírica (Santos, 1984), ¿cómo dividir sin mutilar? Es necesario mostrar, al mismo tiempo, las técnicas que constituyen la base material hegemónica de la sociedad contemporánea, como por ejemplo las grandes redes, sin caer en lo que Gaudin (1978) denuncia como ocultamiento de las demás técnicas. Interesa, por ello, considerar todas las técnicas y no sólo las técnicas hegemónicas, entendiendo que la división territorial del trabajo es esencialmente un concepto plural. Igualmente el análisis de un

lugar no podrá circunscribirse a la escala local ni tampoco dejar de considerar las variables ausentes ya que hoy la técnica sobrepasa los lugares y no es poco frecuente que desvanezca sus identidades originarias. Las escisiones sig-nificativas serán, quizás, aquellas que permitan abordar las manifestaciones particulares de la totalidad sin perder los nexos y sin ceder a las epistemologías de la fragmentación.

Buscando enfrentar el desafío de la primera, la segunda cuestión busca aprehender la totali-dad como situaciones. La realidad en sí misma es inaprensible por su infinitud en el presente, por su movimiento en la historia; entretanto tal reconocimiento no debería disuadirnos de enfrentar su análisis global. Cada momento histórico produce una extensión de los fenóme-nos y, así, un conjunto de eventos, técnicas y normas llega de manera diferente a los lugares. Esa realización selectiva de la totalidad puede ser vista como situaciones, que son manifes-taciones de la coherencia de lo real. Por esa razón, la situación es, al mismo tiempo, pro-ducción histórica y construcción lógica (San-tos, 1996; Silveira, 1999) y requiere un esfuerzo de selección y jerarquización de las variables. ¿Cuál es el papel y la representatividad que daremos a la técnica en la selección de varia-bles analíticas de nuestro esquema? En los días actuales los nexos se multiplican gracias a la técnica y su entendimiento nos ayudaría a no perder de vista la totalidad histórica.

De ese modo, un esquema de análisis ade-cuado al actual período histórico, con su com-plejo sistema técnico, y capaz de enfrentar las situaciones debería reunir, por lo menos, tres condiciones: pertinencia, coherencia y operati-vidad (Silveira, 2000).

La pertinencia se refiere a lo que concierne a la realidad investigada. ¿Qué cabe preguntar a ese mundo contemporáneo formado por una tecnoesfera y una psicoesfera (Santos, 1996), que parece ser uno en la técnica, en los símbo-los, en las finanzas? Vivimos un período en el cual los objetos técnicos son concretos porque, como explica Simondon (1989), la brecha entre proyecto y realización tiende a desaparecer gracias al perfeccionamiento del design y de los materiales. Concomitantemente los objetos son dotados de hipertelía (Simondon, 1989), es decir, exceso de finalidad. En otras palabras,

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“sin finalidad como característica esencial no puede hablarse de técnica. El objeto técnico sólo es técnico en tanto que cumple con su fin” (Dessauer, 1964, p. 153).

Las preguntas a formular, por lo tanto, serán nuevas y diferentes, vinculadas a la perfección de los objetos técnicos, a su marcada inter-dependencia, a su finalidad precisa, a la ra-cionalidad de los actores que comandan tales procesos. Son los híbridos, como afirma Latour (1991) y, por eso, nos alejarían de las indaga-ciones puras de la modernidad y nos llevarían a reforzar la indisolubilidad entre la concreción técnica de los objetos y la estructura de la ac-ción. Además, los sistemas de objetos adquie-ren dos dimensiones nuevas: por un lado, exis-ten macro-sistemas técnicos (Joerges, 1988; Gras, 1993), porque sin éstos los demás sis-temas no funcionarían y, por otro, hay micro-sistemas técnicos, responsables de la miniatu-rización y los telecomandos, que revolucionan la forma del control técnico. Pero esas carac-terísticas constitucionales de los objetos téc-nicos contemporáneos sólo adquieren sentido cuando son entendidas en el conjunto mayor al que pertenecen: “Sin duda, el espacio está formado de objetos, pero no son los objetos que determinan los objetos. Es el espacio que determina los objetos: el espacio visto como un conjunto de objetos organizados según una ló-gica y utilizados (accionados) según una lógica. Esa lógica de la instalación de las cosas y de la realización de las acciones se confunde con la lógica de la historia, a la cual el espacio le ase-gura continuidad” (Santos, 1996, p. 34).

Como hoy la ciencia hace coincidir sus límites con los del resto de los intercambios sociales (Latour, 2008), nuevos objetos, nuevas relacio-nes, nuevas velocidades caracterizan la acción contingente. Pensar el fenómeno técnico en los días actuales es entender que hoy entran como variables explicativas no sólo la tecnología, sino la ciencia y la información, es decir, el método de invención y su selectiva difusión socioespacial.

La segunda condición del esquema es la co-herencia. Hoy no son más las coherencias de la naturaleza en estado puro las que deberían ser consideradas, sino las de los sistemas de ingeniería, que entrelazan los elementos de la naturaleza transformada con objetos comple-tamente artificiales; tampoco son las coheren-

cias propias del mundo industrial, fundadas en el excedente obtenido por la transformación material, sino las de un período gobernado por la tecnociencia, la información y las finanzas. Por ejemplo, el uso agrícola del territorio actual no se explica únicamente por la industrializa-ción de la agricultura, sino sobre todo por su financiación. El tiempo histórico deshace las coherencias y, por esa razón, se vuelve necesa-rio comprender las coherencias de los sistemas técnicos pretéritos y la novedad de las cohe-rencias de los sistemas técnicos actuales. En este último caso, significa, por ejemplo, la ne-cesidad de entender que es el mercado el que demanda técnica, producida por la ciencia en una integración de intencionalidades nunca an-tes vista –aquello que Zaoual (2006) denomina, no sin ironía, la “santa alianza” entre técnica, ciencia y mercado. En un mundo así constitui-do, la técnica adquiere centralidad en el esque-ma explicativo asegurando la coherencia con lo real y la coherencia con las demás categorías. La técnica no sería más vista como dato ex-terno ni como tecnología que se “espacializa”, sino como contenido existencial del espacio.

La tercera condición es la operatividad que, en definitiva, es la prueba de coherencia. Vista como categoría central de una teoría del espa-cio geográfico y no como mero dato (Santos, 1996), la técnica adquiere representatividad como elemento analítico del esquema y permite entrar en lo real al asegurar la operatividad. Para ello, las técnicas son consideradas en sis-temas que, en los lugares y entrelazados con otros objetos técnicos e inclusive con elemen-tos naturales, pueden ser llamados sistemas de ingeniería. Es el tiempo del lugar el que imprime un valor relativo a la técnica, diferente del valor absoluto impuesto por el discurso único. Hoy, la relación intrínseca entre sistemas técnicos y acciones puede ser abordada considerando los nuevos saberes y la acción tecnificada, las formas de organización y las normas públicas y privadas, sin los cuales el sistema técnico no funciona. Esos son, en el período actual, algu-nos de los contenidos de la acción contingente que, por ejemplo, impregnan la definición de ciudadanía y nos conducen a elaborar nuevas preguntas en un mundo que naturalizó la vigi-lancia (Mattelart, 2009). Es en esos objetos y acciones contemporáneos que la categoría téc-

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El fenómeno técnico en la comprensión de la historia del territorio

nica podrá ser operativa y, de ese modo, logra-rá ofrecer un retrato coherente de la historia del presente.

Entre epistemología y política: un debate necesario

Una discusión sustantiva sobre los conteni-dos actuales del territorio nos permitiría contri-buir en un debate político genuino. Al analizar el fenómeno técnico podríamos decir que hoy el objeto técnico impone un uso “amoldado”, permite una acción limitada, pide una técnica de acción y, en este caso, la indisolubilidad es absoluta pues no recorrer ajustadamente los pasos indicados conduce al fracaso en la ope-ración. Así es presentada a menudo la moder-nización del territorio, haciendo de una técnica determinada y de un determinado uso elemen-tos incontestables. No obstante, hay otro uso o acción, que admite cierta disociación del ob-jeto porque adviene de una combinación más amplia de factores sociales, políticos, econó-micos y culturales enmarcados por aceptacio-nes y rechazos. Aquí puede entenderse que la elección técnica es un resultado de la discusión política. Como explica Jesús Martín-Barbero (2003, p. 189-190), realizaciones de una cul-tura, las tecnologías pueden ser rediseñadas pues, con frecuencia, la única forma de asumir la imposición activamente es el antidiseño o el diseño paródico, que incluye la tecnología en el juego pero la niega como valor en sí.

Entender la técnica contribuye, además, a la comprensión de la base material hegemónica, es decir, de los materiales de la historia que posibilitan nuevas acciones hegemónicas con la producción de la extensión y la imposición de parámetros de eficacia y desempeño. Es en virtud de esa base que la vida se vuelve interde-pendiente, aunque para algunos eso signifique subordinación en función del desigual valor del trabajo. Es el acontecer solidario (Santos, 1996) o la realización compulsiva de tareas comunes aunque el proyecto no sea común. Aprehender la solidaridad de los objetos, actores e ideas en el presente asegura una visión de la totalidad concreta e histórica (Kosik, 1989), permitien-do escisiones significativas siempre a ser re-definidas. La interdependencia de los eventos lo es también del valor y, por esa razón, toda

y cualquier acción impacta en el espacio ya construido. Comprender la textura del aconte-cer solidario podría contribuir en la resistencia a la imposición de modelos inspirados en casos aislados exitosos, resultantes tanto del com-portamiento de las empresas como de ciertas políticas urbanísticas y económicas.

Ver la técnica como evento ayuda a compren-der el movimiento, la coexistencia dinámica de técnicas, de divisiones territoriales del trabajo, de intencionalidades. Por ese motivo, a la cons-tatación de la existencia de técnicas modernas en los lugares la pregunta que sucede es ¿quién usa y quién regula? Es así que podremos ver la inserción desigual de los agentes en la totalidad de relaciones políticas, económicas, culturales.

De ese modo, la técnica no es un absoluto sino un contenido de las manifestaciones eco-nómicas, políticas, culturales. Dar valor a la técnica no cercena ni reduce el debate, sino que busca mostrar los contenidos del espacio geo-gráfico, revelando que no hay un único modo de producir y hacer circular objetos, ideas, dinero, a pesar de la potente producción ideo-lógica en ese sentido. Por ello, cabe pregun-tarse, al mismo tiempo, ¿cuál es el contenido técnico de cada división territorial del trabajo, quién la ejercita y cómo se elaboran los discur-sos sobre su legitimidad y legalidad, eficiencia y productividad?

Cuando el fenómeno técnico adquiere espe-sura, complejidad y escala, como en los días actuales, aumenta su importancia epistemoló-gica y su relevancia política. Sin embargo, no es suficiente describir sólo algunas técnicas modernas como las redes de infraestructura y telecomunicaciones, las redes financieras, los sistemas productivos locales, los enclaves científico-tecnológicos. Es necesario ver el fe-nómeno técnico en su contemporaneidad, yen-do más allá de las manifestaciones particulares y modernas de la técnica, para entender su mo-vimiento, su combinación, sus temporalidades. Es el palimpsesto de técnicas diversas lo que interesa.

Un debate epistemológico sobre pluralidades técnicas, coexistencia de técnicas, divisiones territoriales del trabajo y temporalidades se vuelve necesario para producir los esquemas que nos permitan analizar el espacio en filigra-na, mostrando las limitaciones del uso actual

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María Laura Silveira

de la técnica comandada por un puñado de agentes y las posibilidades de usos populares de esas y otras técnicas. Es fundamental alertar sobre las condiciones oligopólicas de la inno-vación y del uso de la técnica actual. En ese momento seremos capaces de producir un dis-curso político que, lejos de ser unívoco, único e ineluctable, sea plural al modo de la realidad socioespacial.

La eficacia política de una disciplina resulta-rá de una epistemología particular sustantiva, capaz de alimentar un discurso político no sólo sobre el escenario de la vida, sino también so-bre el propio devenir. Técnica y política consti-tuyen un par histórico de la ontología del espa-cio, de la epistemología de la Geografía y de un discurso político renovado. Esa indisolubilidad es el verdadero cuadro de vida. La economía y la política de una Nación no son homogéneas o indistintas, sino producidas a partir de ciertos órdenes técnicos, políticos, culturales en los lu-gares. Comprender y transformar todo eso ne-cesita de más epistemología y de más política.

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El fenómeno técnico en la comprensión de la historia del territorio

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Introducción

Este artículo se enfocará sobre dos temas de análisis inherentes a la Ecología Política (EP), Geo-grafía Histórica (GH) e Historia Ambiental (HA), que son articuladores de sus puntos de vista: el pai-saje y el poder. Las tres perspectivas cuestionan quiénes y cómo se han apropiado de los recursos ambientales, por lo tanto, el poder, subyace en su base epistemológica. El paisaje, por su parte, se aborda como la materialización de las relaciones de dominio y las dinámicas ecológicas; en ese sentido, cumple el papel de asidero de las relaciones socioambientales y sus flujos metabólicos; en virtud de ello, tiene la potencialidad de ser la plataforma de convergencia desde la cual cada una de las escuelas puede plantear sus preguntas específicas y utilizar metodologías propias. En otras palabras, según esta interpretación, el paisaje-poder constituye un mismo problema que se presta para ser abordado teórica y metodológicamente por las tres disciplinas híbridas.

Desde la segunda mitad del siglo XX, a raíz del reconocimiento de la magnitud de la degradación de la base ambiental del planeta, han surgido varias escuelas en la interfaz de dos o más disci-plinas. Su naturaleza híbrida y su ubicación en las márgenes de la ecúmene disciplinaria propician fructíferos trasiegos intelectuales y metodologías pragmáticas. Ese es el caso de la Ecología Políti-ca, la Geografía Histórica y la ya entrada en años Historia Ambiental.

articulaciones entre ecología política, geografía histórica e historia ambiental: paisaje y poderPatricia ClareEscuela de Historia de la Universidad de Costa Rica y Centro de Investigaciones Históricas de la Universidad de Costa RicaSilvia MeléndezEscuela de Geografía Universidad de Costa Rica

ResumenEl artículo analiza al paisaje y al poder como espacios de trabajo común a la Ecología Política (EP), la Geo-grafía Histórica (GH) y la Historia Ambiental (HA). En un primer apartado se esboza la trayectoria del desarrollo conceptual del “paisaje” dentro de las co-rrientes de estas tres disciplinas híbridas así como su abordaje de las temáticas relacionadas al poder. En la segunda parte se define el concepto de “paisaje” y su potencialidad para actuar come “metaconcepto” tal y como lo planteara Cabrales- Barajas. Posterior-mente se apunta a cuatro temáticas fértiles para la colaboración articulada de las disciplinas: el conoci-miento/significado del paisaje como unidad de toma de decisiones; el significado del paisaje como agen-da del conocimiento científico y las plataformas de poder que lo sustentan; los sistemas tecnológicos como sistemas de poder y finalmente los conflictos de carácter ambiental. Se discuten algunos proble-mas metodológicos y se concluye que la colabora-ción no pretende obviar las disciplinas, se trata más bien de gestar un lenguaje común para comunicar los diferentes enfoques propios a cada escuela.Palabras clave: Ecología Política (EP), Geografía Histórica (GH), Historia Ambiental (HA) poder, ambiente

AbstractThis paper examines the concepts of landscape and power as research grounds common to Political Ecology, Historical Geography and Environmental History. The first part surveys the historical development of landscape within the different schools of thought in the three disciplines; it also approaches the weight given to power relations. In the second part landscape is considered a metaconcept usable by the three disciplines. Four topics are discussed as especially propitious for collaborative investigations involving these disciplines: landscape as a decision making unit, scientific knowledge and the power platforms that sustain it, technology as a power web, and environmental conflicts. Some methodological problems are approaches and it concludes affirming that collaborations does not redress the disciplinary limits. Instead what is sought is a common language capable of providing communication channels among the different disciplines.Key words: Political Ecology (PE), Historical Geography (HG), Environmental History (EH), Power, Enviroment

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Articulaciones entre ecología política, geografía histórica e historia ambiental: paisaje y poder

Cuadro 1. Jerarquías organizacionales de la Geografía Política y la Ecología

Geografía Política EcologíaMundo BiosferaContinente Región biogeográficaNación Ecorregión y biomaRegión PaisajeEstado o Provincia Ecosistema o ecotopoCondado o Municipio Comunidad bióticaCiudad o poblado Población (especie)Población humana OrganismoIndividuo Fuente: E.P. Odum; F. O. Sarmiento. Ecología el puente entre ciencia y sociedad 1998

Por esa razón, se pueden discernir en ellas dos matrices organizacionales que las conforman pero que a la vez se encuentran en constante tensión: la geográfica - política y la ecológica; cada una con su aparato conceptual propio. (Cuadro 1)

Con el mismo espíritu con que se indaga la constitución de los paisajes a lo largo del tiem-po, se examina en este texto el proceso que condujo a la formación de ese “espacio común” a las tres disciplinas.

Eso implica el estudio de la trayectoria de las escuelas que han ido conformando ese espa-cio; además, resultó indispensable abordar, a grandes rasgos, la posición de cada una frente a lo político, ya que el poder se asume como un eje articulador especialmente en nuestra región latinoamericana. Por eso, la exposición dedica un apartado a la EP y sus escuelas, otro a la GH y la HA respectivamente. En un cuarto apartado se discute el concepto de paisaje y, finalmente, se proponen algunas conclusiones.Trayectoria y corrientes de Ecología Política (EP)

La EP se fundamenta en dos ejes: el político y el ambiental y de acuerdo con Blaikie y Brook-field puede definirse de la siguiente manera:

“...el concepto ecología política hace alusión a un enfoque que combina los te-mas de la ecología con la economía políti-ca entendida en un sentido amplio. Juntos comprenden la dialéctica entre la sociedad y los recursos basados en la tierra y también entre clases y grupos dentro de la sociedad misma” (Blaike & Brookfield, 1987).

Muy similar es la aseveración de Bryant, quien puntualiza que se trata de “un enfoque teórico que integra cómo el ambiente y las fuerzas políticas actúan y median en el cambio social y ambiental” (Bryant, Political Ecology: A emerging research agenda in Third-World studies, 1992). Como “enfoque teórico” derivado de varias disciplinas, la EP no presen-ta una teoría propia abarcadora que delimite su espacio de acción y le provea coherencia interna. Dentro de esta dispersión, se pueden distinguir diversas corrientes, permeables entre ellas, pero de origen distinto: la EP derivada de la escuela de economía política anglosajona, la surgida de la ecología cultural, más cercana a la antropología y la desarrollada junto a la econo-mía ecológica también cercana a la economía política, pero tributaria de las teorías dependen-tistas – estructuralistas y neoestructuralistas.

Seguidamente, se recorren sus trayectorias históricas privilegiando el abordaje del espacio, el tiempo y el poder. En este repaso histórico, se aprecia que la EP ha padecido de un movimien-to pendular, privilegiándose intermitentemente una de sus dos raíces, la política o la ecológica. Recientemente, se ha realizado un esfuerzo consciente por integrar ambos enfoques en las escuelas anglosajona y la latinoamericana. Ello ha llevado a recalcar la importancia de la incor-poración de diferentes escalas de análisis, lo que ha permitido considerar lo urbano y lo rural, así como las relaciones norte-sur (Zimmerer & Bas-sett, 2003, p. 1-5)

La EP Anglosajona

La EP nació en el mundo anglosajón como respuesta a la ausencia de la problemática del poder dentro de los ejes de la ecología cultu-ral de 1950-1960. Esta última se enfocaba más bien en las poblaciones humanas como ele-mentos constitutivos de los ecosistemas y sus adaptaciones, culturalmente mediadas, en aras de la supervivencia. Dicha perspectiva se ligaba a la ecología de comunidades, a la cibernética y la teoría de sistemas, contemporáneas, en esos momentos, a los escritos de Odum (Walker P. , 2005). A pesar de las grandes diferencias entre ellas, compartían su focalización hacia los flujos de materiales, de energía y de información inte-grados en un sistema humano-ambiente.

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Patricia Clare

En las universidades y centros académicos de los países nórdicos, la EP estaba ubicada dentro de los estudios del Tercer Mundo, los Development Studies o la geografía. Esto por-que originalmente sus temáticas estaban casi siempre vinculadas con los países periféricos. Había cierto consenso dentro de la academia de que los problemas ambientales de los países en desarrollo no eran un reflejo de políticas pú-blicas erradas o fallas del mercado, como ale-gaba el Banco Mundial, se consideraban más bien, consecuencia de fuerzas políticas y eco-nómicas de mayor magnitud, asociadas a la expansión del capitalismo desde el siglo XIX. A raíz de ello, la EP buscaba describir y entender el impacto de esos problemas en las gentes y en los ambientes (Bryant & Sinéad, 1997, p. 3).

Frecuentemente, se cita como punto inicial de la EP un pequeño artículo de Erick Wolf de 1972, “Ownership and Political Ecology” (Bryant & Sinéad, 1997, p. 10) planteado al cie-rre de un congreso. En el escrito, el autor criticó los enfoques locales desvinculados del análisis de las dinámicas del contexto a escala más am-plia y las articulaciones entre las dos escalas. Además, afirmó que no se podía obviar que las correspondencias entre el uso de los eco-sistemas y los cambios económicos estuvieran mediadas por relaciones de poder. (Wolf, 1972). Posteriormente, a lo largo de las décadas de 1970 y 1980 este enfoque se fue desvinculando de la ecología cultural y se afirmó como un campo de estudio por derecho propio. La nue-va corriente se orientó a integrar a los actores locales y extraterritoriales dentro de marcos de análisis neomarxistas y/o dependentistas ela-borados por Cardoso, Faletto, Prebisch, Frank, Amin y las teorías del sistema-mundo de Wa-llerstein (Bryant & Sinéad, 1997, pp. 20-26). De esa manera, el cambio de nombre de ecología cultural a ecología política, era consecuente, ya que se correspondía con la relevancia que asu-mían en él las relaciones de poder.

En 1982 Wolf publicó “Europe and the People Without History” en este caso la crítica se diri-gió al manejo de lo político-espacial de la teo-ría de la dependencia y al sistema mundo por-que sus categorías como “periferia” y “centro” eran de tanta amplitud que ocultaban una gran variedad de situaciones particulares sobre la forma en la que los modos de producción eran

penetrados por el capitalismo. También censuró que al concentrar la atención en la explotación de la periferia por parte del centro, se desaten-dían las reacciones o adaptaciones ecológicas de las poblaciones locales. Eso llevó a muchos autores a explorar la interacciones entre pobla-ciones locales y contextos más amplios (Gre-enberg, 1994).

Para 1987, se había renunciado al énfasis en la ecología, la adaptación y la homeostasis. Para llenar ese vacío Blaikie y Brookfield publi-caron “Land degradation and society”, que se convirtió en uno de los referentes de la discipli-na. En el estudio de corte estructuralista, estos autores identificaban como eje de la EP la pro-blemática de los pobres rurales del Tercer Mun-do, quienes marginados económica, política y ambientalmente debían sobreexplotar su tierra para sobrevivir. Asociado al examen político y económico, los autores abordaron las caracte-rísticas particulares de las bases ambientales. A pesar de ello, se les criticó por obviar las in-terconexiones entre lo local y lo global ( (Peet & Watts, 1996). Otros autores como Sussana Hecht (Hecht, 1993) y Lawrence Grossman (Grossman, 1998) produjeron estudios que de manera similar; intentaron equilibrar lo ecológi-co y lo político-económico. Hecht examinó los subsidios a la ganadería en la región amazónica y los efectos de la actividad a través del flujo de materiales en los terrenos. En un estudio pos-terior, evaluó las políticas de producción y sus efectos sobre los bosques en Bolivia. Grossman estudió el cambio agrario relacionado al cultivo del banano en el Caribe en la segunda mitad del siglo XX.

En la década de 1990 la EP tuvo un crecimiento exponencial. Búsquedas a través de la “web de la ciencia” o de google scholar de Political Ecology arrojan cantidades inmane-jables de publicaciones en inglés. En general la disciplina se concentró en los estudios de caso a nivel local, los movimientos ambientalistas, los perfiles simbólicos del discurso ambiental y político y los nexos institucionales entre poder y conocimiento (Walker P. , 2005, pág. 75)). En la década del 2000, la subdisciplina debió afrontar las críticas del giro lingüístico e incorporar a su utillaje las reflexiones posestructuralistas refe-rentes a la teoría social sin dejar de lado las me-todologías empíricas. La incorporación de las

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Articulaciones entre ecología política, geografía histórica e historia ambiental: paisaje y poder

construcciones sociales de “las naturalezas” y las “políticas científicas” y su posterior decons-trucción confluyó con los estudios de los flujos de poder (Neumann, 2011). De esta manera, las ciencias mismas empezaron a ser examinadas como artefactos de control. Entretanto, la ma-triz ecológica de la subdisciplina quedaba, una vez más, relegada a un distante segundo plano tal como lo plantean Pete Vayda y Brad Walter citados por Walker:

“algunos ecologistas políticos ni siquie-ra abordan la influencia de la política en el cambio ambiental, sino que solo tratan lo político, aunque estas sean políticas relacionadas a lo ambiental. No sería una exageración decir que ha habido una sobre reacción a la “ecología sin política” de hace tres décadas y ahora confrontamos política sin ecología” (Walker P. , 2005, p. 68).

Recapitulando, se puede afirmar que la EP anglosajona ha tenido un fuerte insumo revi-sionista y crítico (Bryant & Sinéad, 1997). Se ha enfocado a entender el funcionamiento de la vinculación entre los impactos ambientales locales y las fuerzas políticas de escala más amplia La Ecología Cultural

La segunda tendencia dentro de los estudios de EP fue la escuela derivada de la ecología cultural. Esta rama, orientada inicialmente a lo cultural, incluyó posteriormente las temáticas relativas al poder dentro de su itinerario, pero conservó su corte antropológico. Según Aletta Biersack ( 2006), el enfoque se ubica en un es-pacio fluido y ambivalente entre la EP, la teoría de la cultura1, la Historia y la Biología. Esa con-

1 Algunas de las premisas de la teoría de la cultura son, según Ziauddin Sardar citado por Olivier Serrat, las siguientes: a) el objeto de estudio es examinado en términos de sus prácticas culturales y relaciones de poder b) su objetivo es comprender la cultura en todas sus formas y analizar los contextos so-ciales y políticos en los cuales se manifiesta, c) considera la cultura como un objeto de estudio a la vez que el recinto de la crítica política y la acción, d) busca reunificar las fragmen-taciones artificiales en el conocimiento, e) está comprometida a la evaluación ética de la sociedad y a la acción política. Tomado de: Olivier Serrat. Culture Theory en http://www.adb.org/Documents/Information/Knowledge-Solutions/Culture-Theory.pdf consultado 25 octubre 2010

fluencia, según la autora, conduce al espacio de la cultura, el poder y la naturaleza.

El eje de las investigaciones en las décadas de 1970 y 1980 fue la capacidad de adaptación de los sistemas sociales a las limitantes ecoló-gicas y la conservación de la sostenibilidad por medio de las instituciones culturales. La escue-la estuvo profundamente influenciada por los trabajos de Roy Rappaport en las tierras altas de Nueva Guinea. Con su enfoque antropoló-gico estudió los flujos de energía, materiales e información. Esto fue viable en sociedades pequeñas y aisladas, pero las cuantificaciones se dificultaban al abordar escalas más amplias o sociedades abiertas e integradas a complejos circuitos de intercambio. Los trabajos de Nietschmann sobre la Moskitia nicaragüense fueron una expresión bien lograda y refinada de esta tendencia (Nietschman, 1972).

La ecología cultural como campo autóno-mo fue desdibujándose en la década de 1990. Walker realizó una búsqueda con palabras cla-ve sobre la base de 7500 revistas académicas correspondientes al período 1993-2004. Como resultado obtuvo 163 artículos sobre EP y 19 referentes a ecología cultural (Walker, 2005). La conjunción de ambas disciplinas indujo a la EP a superar el dualismo naturaleza-cultura y a enfocarse en los impactos recíprocos. Escobar conceptualiza esta interacción como naturaleza humanizada (Escobar, 1998).

En la nueva generación de estudios de la década del 2000, las articulaciones entre lo local y lo global adquirieron preeminencia Se conservó de la antropología el énfasis en el estudio de lo local, pero aunado al contexto de escala más amplia propio de la economía política. Un excelente estudio producido desde esta corriente fue el realizado por Petra Maass en Guatemala (Maass, 2008).La Economía Ecológica y la EP Latinoameri-cana

La tercera corriente de la EP por tratar es aquella ligada a la economía ecológica y de la cual uno de sus principales voceros es la re-vista Ecología Política de la Editorial Icaria. La revista se pronuncia de ámbito internacional, sin embargo, exhibe un marcado interés por

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Patricia Clare

Latinoamérica. Su consejo de colaboradores incluye a Joan Martínez Alier, James o´Connor, Jean Paul Deléage, José Manuel Naredo, Mi-chael Watts, Víctor Toledo y Enrique Leff. La publicación define la disciplina con un enfoque amplio que más bien se asemeja a un enuncia-do desde el cual discutir propuestas teóricas y metodológicas:

“corrientes naturistas, vegetarianas, de me-dicina alternativa, corrientes defensoras de las tecnologías apropiadas, corrientes de “ecología profunda” y de derechos de los animales; corrientes tolstoianas y gandhia-nas de acción directa no violenta.(...)Todas caben en estas páginas.(...)Las diversas co-rrientes eco-socialista no siempre concuer-dan entre sí, y el encaje con las corrientes naturistas un tanto irracionalistas no siem-pre es fácil. Esta será pues una revista abier-ta a estos nuevos debates” (Martínez Alier, 1991)

La economía ecológica es considerada por sus precursores como la “ciencia de la gestión de la “sustentabilidad” y el estudio de las re-laciones entre los sistemas económicos y los ecosistemas, a partir de una crítica ecológica de la economía convencional” (Hauwermeiren, 1999, p.7). Hauwermeiren (1999) señala como los ejes de esta ciencia la discusión de la equidad con énfasis en los conflictos ecológi-cos distributivos inter e intra-generacionales, la sustentabilidad ecológica de la economía acep-tando que está limitada por los ecosistemas, el desarrollo de indicadores biofísicos, la conser-vación de la diversidad biológica y la regulación de los residuos en concordancia con las capa-cidades de asimilación del planeta.

Además, la economía ecológica no está re-lacionada con las técnicas de manipulación de la propiedad y la riqueza, ni comparte los objetivos de maximizar al más corto plazo los valores de cambio monetarios para propietarios determinados (Van Hauwermeiren, 1999, pp. 8-9); más bien se centra en los flujos de energía como principio unificador del análisis ecológi-co y económico. (Martínez-Alier & Schlüpman, 1992 p.14).

Para el caso de América Latina, Leff conside-ra que es desde este hinterland de la economía

ecológica de donde surge una EP propiamente latinoamericana, la cual funciona como contra-parte de lo económico ecológico para analizar los procesos de significación, valorización y apropiación de la naturaleza y los conflictos so-cioambientales a raíz de los cuales lo ambien-tes se politizan. La amplitud temporal de estos procesos conduce, de acuerdo con Leff, a la construcción de una HA cuyos orígenes se re-montan a una historia centenaria y de la cual surgen “nuevas identidades culturales en torno a la defensa de las naturalezas culturalmen-te significadas como por ejemplo la del serin-gueiro brasileño y su invención de las reservas extractivitas en la amazonia brasileña” (Leff, 2006).

Héctor Alimonda también considera que la perspectiva de la EP supone la construcción de una historia ambiental de la región la cual debe contemplar la EP de América Latina respecto al resto del mundo. Su periodización debe com-prender la debacle demográfica y las rupturas que significó la conquista, las transformacio-nes tras la independencia y la heterogeneidad como condición de existencia de la sociedad latinoamericana.

En general, se puede afirmar que la EP abor-da la influencia de los factores políticos en las relaciones ambiente-sociedad estudiando las formas de acceso y control de los recursos am-bientales y sus vinculaciones en los distintos niveles espaciales. En otras palabras, investi-ga las problemáticas de los actores locales con respecto al medio ambiente combinándolo con el análisis de cómo esas acciones se enlazan con condiciones económicas y sociopolíticas a escalas más amplias. Ese cómo es traducible a poder, o a relaciones de poder que yacen tras el control de los recursos ambientales y las rela-ciones de producción. A lo largo de su desarro-llo este enfoque ha oscilado entre lo político y lo ambiental, tratando de lograr un equilibrio entre ambos. En la edición del 2012 de Political Ecology, A Critical Introduction, Paul Robbins afirma que el campo se había ampliado tanto y era tan difuso que resultaba imposible definirlo, sin embargo, agrega que nadie le informó de esto al mundo mientras vivía las consecuencias de Katrina y otros desastres ambientales. (Rob-bins, 2012, p. xvii)

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Articulaciones entre ecología política, geografía histórica e historia ambiental: paisaje y poder

Geografía Histórica (GH)

La geografía posee una larga trayectoria de estudios sobre las relaciones entre el espacio y el poder que representa uno de los núcleos más ricos de conceptos teóricos-metodológi-cos referentes al tema. Algunos de esos con-ceptos, como territorio, región y paisaje, están constituidos por múltiples planos de relaciones de poder a la vez que ellos mismos constituyen dinámicas relacionales determinadas por la escala del análisis. En ellos se entrecruza lo ecológico y lo geográfico.

Se examinarán tres enfoques geográficos que se centran en el paisaje y que han privile-giado los estudios de las relaciones entre los seres humanos y su medio. Estos presentan diferentes niveles de compromiso respecto a evidenciar las relaciones de poder, aunque estas se encuentran siempre de manera implíci-ta en los paisajes, las regiones y el espacio. Se expondrán los enfoques de la escuela inglesa liderada por Darby, la de Berkley representada por Sauer y, finalmente, la latinoamericana enfocándose en Milton Santos. Por cuestiones de espacio se obvia la escuela francesa de los Annales sin que ello signifique que se niegan sus importantísimos aportes ampliamente de-sarrollados en otros análisis como el de Baker (Baker, 2003).

Silvia Meléndez considera que toda geografía es histórica, por lo que la GH no es una rama de la geografía, es “parte de cualquier estudio de “Geografía”, en donde se reconstruyan geo-grafías del pasado (...) por lo que dentro de la de la Geografía histórica podemos encontrar cualquier tema de las interrelaciones sociales y ambientales en el espacio geográfico a tra-vés del tiempo” (Meléndez, 2008). Carolyn Hall (Hall, 1989) se refiere a los diversos campos de la geografía como “tradiciones”, en tanto otros autores como Sauer y Williams sí diferencian la GH de otras ramas por su especificidad de situar la mirada en el pasado y utilizar fuen-tes históricas (Sauer, 1940), (Williams, 1994). Este trabajo se apega al concepto amplio de Meléndez.

La escuela inglesa

La relación poder-espacio yace en la base de la escuela de la GH inglesa, ya que esta surgió precisamente como reacción al determinismo geográfico y su concepción del espacio vital impulsado por Ratzel. Estas ideas no eran nuevas, habían sido enunciadas por Montes-quieu, pero en el ámbito germano anterior a la II Guerra, adquirieron un nuevo auge. En 1902 en su obra Antropogeografía o Introducción de la aplicación de la geografía a la Historia, Ratzel exponía que las relaciones de los he-chos físico-naturales y las actividades huma-nas, estas últimas estaban determinadas por los condicionamientos ambientales. Desde una perspectiva evolucionista Ratzel aceptó la capacidad humana de transformar el medio según su desarrollo tecnológico; de ahí, partió su identificación del progreso material y social con la expansión territorial, imperial y colonial. En ese sentido, el área vital equivalía al área geográfica en que se desarrollaban los seres vivos, el poder de los estados dependía, según esta visión, del territorio que ocuparan. De ahí la justificante del expansionismo y la coloniza-ción (Carvajal-Alvarado, 2011).

Frente a la expansión y consecuencias de estas ideas, después de la guerra, en el Univer-sity College of London se aglutinó un grupo de geógrafos en torno a la figura de Henry Clifford Darby, preocupados todos ellos por esas posi-ciones que exageraban la influencia del medio en los determinantes sociales. En ese contexto, la GH se perfilaba como alternativa viable pro-piciadora de posiciones políticas más mesura-das (P.M. Roxby, 1930; citado por Baker, 2003 )

Para Darby, el concepto de paisaje era un elemento medular de la GH, pues la pregunta central de esta disciplina era: ¿porqué un pai-saje ha llegado a ser lo que es? Dentro de este marco, consideraba ventajosa la relación entre geografía e historia; en la que la geografía ac-tuaba como soporte de la historia, incluso el autor decía no percibir una linea divisoria entre ambas disciplinas. Darby consideraba que al estar el paisaje en constante transformación, tanto por las fuerzas de la naturaleza que al-teran el relieve como por la influencia humana, este era histórico; lo que implicaba que la geo-grafía era histórica o potencialmente histórica. El libre tránsito y el flujo de ideas entre estas disciplinas era, según Darby, beneficioso para

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todos. En su momento estas ideas eran muy novedosas porque se enunciaban en un con-texto académico sumamente rígido. (Darby, 1953); (Williams, 1989).

La narración de los procesos formativos del paisaje y su análisis a profundidad planteaba grandes retos metodológicos. Era como tratar de presentar la fotografía y la película a un mis-mo tiempo. Como se verá más adelante, Darby también fue innovador en ese aspecto y escri-bió varios artículos metodológicos al respecto. (Darby, 1960)

La escuela de Berkley

La escuela norteamericana de Berkley se aborda por medio de unos de sus principales exponentes, Carl Sauer, tanto por su liderazgo personal como por la amplitud del legado de es-tudiosos que surgieron de esa corriente en las si-guientes generaciones (Mathewson K. &., 2003). La región y el paisaje no fueron claramente diferenciados en los escritos de Sauer, sin embargo, criticó duramente a la región en su versión descriptiva así como las definiciones que se le habían asignado. “Según parece nin-guna (definición) resulta adecuada” decía en 1940 cuando dictó su conferencia Hacia una Geografía Histórica. Ante esto optó por los con-ceptos de espacios culturales, áreas culturales y paisajes culturales:

“ la labor entera de la geografía humana por tanto, consiste nada menos que en el estu-dio comparativo de culturas localizadas en áreas, llamemos o no “paisaje cultural” al contenido descriptivo de las mismas” (...) la unidad de observación, por tanto, debe ser definida como el área en la que predomina un modo de vida funcionalmente coheren-te”. (Sauer, 1940, pp. 7-10).

Desde 1921, en Recent developments in cul-tural geography, Sauer recalcaba que todos los objetos físicos o humanos existentes en un pai-saje se encontraban interrelacionados a lo largo del tiempo y esta dinámica no era equivalente a mecanismos de respuesta o adaptativos. Por lo tanto, para aprehender su significado se debía establecer un sistema fenomenológico crítico. Tal descripción casi presagiaba un enfoque sis-témico. Esta perspectiva le permitió evadir la

división entre lo humano y lo natural. Su eje operativo lo constituyeron los “procesos que habían ocurrido para la constitución y transfor-mación del paisaje por parte de los seres huma-nos” (Williams, 1983, pág. 6).

Con el fin de interpretar el paisaje, era desea-ble que el geógrafo utilizara el trabajo de los historiadores, pero también debía trabajar él mismo con las fuentes primarias en combina-ción con su trabajo de campo. No solo debía reinterpretar lo que los historiadores hacían, sino que debía confrontarlo con la realidad físi-ca y espacial. Había que aplicar el método cien-tífico de la experimentación in situ y enlazarlo a diversas escalas de análisis, tal como hacían los biólogos que “partían del espectro comple-to de la vida orgánica” (Williams, 1983).

GH e Historia fueron para Sauer dos enfoques de un mismo problema: el de la expansión y el cambio. El área cultural y el paisaje cultural constituían una expresión tanto geográfica como histórica que podía ser examinada a lo largo del tiempo. Sus estudios de la década de 1950 fueron todos sustentados por traba-jos de geografía física y ciencias ambientales. El mismo Sauer proveía recomendaciones para el financiamiento de genetistas y botánicos con los cuales trabajaba sobre dispersiones. El resultado de esta dialéctica no fue una hibridi-zación de las disciplinas, sino más bien un en-trelazamiento colaborativo (Mathewson, 2011).

De acuerdo con lo anterior, el área cultural de Sauer era un concepto abierto en donde el investigador según su tema de estudio ubi-caba una convergencia suficiente de rasgos comunes. Se diferencia de otros enfoques his-tóricos en que se exigía la aplicación del traba-jo de campo intenso para que el investigador desarrollara un conocimiento íntimo del área de estudio. En otras palabras, aunque se buscara una perspectiva global esta debía establecerse desde lo local.

Como los autores mencionados, Sauer con-sideraba de vital importancia el manejo tecno-lógico que presentaban los grupos humanos, incluyendo la relación con plantas y animales. También hacía alusión a que se debían contem-plar los impactos producidos por los humanos, su infraestructura de comunicaciones, patrones de asentamiento, tipos de vivienda, factores y cambios climáticos, las innovaciones, su re-

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Articulaciones entre ecología política, geografía histórica e historia ambiental: paisaje y poder

ceptividad y dispersión, también llama la aten-ción su propuesta sobre la distribución de la energía por anticipada en su tiempo. La inver-sión de las energías, consideraba Sauer tienden a agruparse donde el poder, la riqueza y la in-vención están más intensamente desarrolladas. Esta aplicación energética a veces se inicia con la expansión de un complejo cultural, pero aún cuando ésta ha cesado, el límite expuesto se mantiene como un nodo dinámico, lo que mu-chas veces resulta en un florecimiento cultural en las márgenes del complejo.

El poder para Sauer era el de un ser humano genérico que dominaba y alteraba el medio; su capacidad de transformar la base ambiental la iba incrementando mediante desarrollos tecno-lógicos, sin embargo, en el proceso perdía la habilidad de medir sus actos y diferenciar el “bien” del “mal”. Su creencia en una expansión sin límite, decía el autor, ponía en peligro a la humanidad entera (Sauer, 1952).

En general, la carrera de Sauer aportó cua-tro elementos invaluables para los estudios sociedad-ambiente: el primero fue el enfoque colaborativo entre disciplinas que aplicó para identificar los procesos históricos que yacen tras los paisajes; el segundo involucra el com-promiso inclaudicable con la profundidad tem-poral en los estudios geográficos; el tercero fue el legado de una escuela que se ha prolongado a lo largo de cinco generaciones y ha refinado los esbozos teórico-metodológicos que ya se vislumbraban en los escritos fundacionales de Sauer y el cuarto aporte ha sido su visión am-plia de los estudios regionales más enfocados en los enlaces con escalas de mayor amplitud que con descripciones aisladas de particulari-dades específicas.La Geografía en América Latina

La institucionalización de la Geografía en América Latina fue tardía con respecto a los paí-ses europeos y EE.UU., puesto que fue hasta la década de 1930-1940 que se instituyeron los primeros programas para la formación profesio-nal de geógrafos en Brasil, Panamá y México. Durante la década 1970-1980, la disciplina tuvo un crecimiento relativamente importante porque duplicó el número de programas en re-lación con la década anterior y, desde enton-

ces, han seguido aumentando, especialmente a partir del 2000 (Palacio-Prieto, 2011).

Al principio, los postulados de las escuelas o tradiciones geográficas desarrolladas en los países centrales se conocieron en las escuelas locales con la llegada de profesores universi-tarios que ingresaban a los centros académi-cos del área; por ejemplo fue así como Pierre Monbeig difundió la tradición regionalista en Brasil. Posteriormente, después de 1970, la dispersión de los paradigmas ocurrió a través de literatura especializada y de revistas o por medio de doctorandos que viajaban a otros países para especializarse y a su regreso, dis-tribuían y adaptaban los nuevos conocimientos a las condiciones locales (Reboratti, 2011).

Como el resto de las ciencias sociales en Latinoamérica, la Geografía ha tenido que afrontar un desarrollo de la disciplina suma-mente desigual al interno de la región. Brasil y Argentina aportan el 67% del total de los pro-gramas de carrera profesional del área, mien-tras que otros países como Guatemala, El Sal-vador y Honduras ni siquiera tienen un solo programa en sus universidades (Palacio-Prieto, 2011). Esa desigualdad dificulta la creación de un repositorio comprensivo para una interpre-tación refinada de los problemas de la región. A la vez es una vulnerabilidad que dificulta la su-peración de la dependencia académica (Farid-Alatas, 2008).

Como contraparte, el desarrollo disciplinar desigual y la falta de preponderancia de una sola corriente permiten que en América Latina, y sobre todo en Brasil, los académicos locales tengan la oportunidad de sintetizar los insumos de las corrientes anglófonas y francesas, en tanto que en los países centrales, se ignoran entre ellos. Un ejemplo valioso sobre ese en-cuentro son los trabajos de Milton Santos (Fer-nandez Christlieb, 2011).

Dentro de la amplitud de temas que abarca la geografía los vinculados con asuntos am-bientales gozan de gran acogida, por ejemplo, en el Encuentro de Geógrafos de América La-tina del 2001, el 35% de las ponencias trata-ban del medio ambiente y su protección; en un distante segundo lugar, el 15% fue dedicado a los problemas urbano-rurales. Igualmente, en el encuentro 2007 el eje “Los retos ambienta-les hemisféricos, el desarrollo económico y la

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Patricia Clare

sostenibilidad ambiental” convocó el 20%, de las ponencias (Troncoso, 2007). En el congreso de Latinoamericanistas el tema no resultó tan contundente, pero brilló el relacionado con el Amazonas como reserva natural de la humani-dad (Williams- Montoya, 2003). Sin embargo, al revisar en la red la Revista Geográfica del Instituto Panamericano de Geografía e Historia se puede constatar que entre el 2002 y el 2009 solo el 12% de los artículos estuvo orientado a temáticas vinculadas con las relaciones so-ciedad-ambiente en perspectiva histórica. Ello apunta a que en el medio latinoamericano, se aplica poco el análisis de larga duración, más bien lo ambiental se aborda como una con-dición contemporánea sin indagaciones sobre sus raíces.

Eso no implica que no haya habido estudios regionales que han logrado trascender la sim-ple descripción y que, partiendo de los paisajes contemporáneos, han buscado las explicacio-nes históricas de las fuerzas que determinaron que llegaran a ser lo que son actualmente. En esta línea sobresalen los trabajos de Eric Van Young, Bernardo García y Cunill Grau, para citar algunos; pero más que la regla estos autores son casos de excepción (García-Martínez, 1998). A pesar de ello, es de recalcar que se ha considerado la propuesta de Milton Santos sobre el paisaje y el poder como una de las más acabadas teórica y metodológicamente de la región. Su liderazgo ha quedado plasmado en el Encuentro de Geógrafos del 2011, que resal-tó su contribucion a la renovación de la discipli-na de la Geografía.

El análisis de Santos se centra en la concep-tualización del espacio, al que el autor conside-ra una instancia de la sociedad “al mismo nivel que la economía, lo político-institucional y lo cultural ideológico. La esencia del espacio es social y está formado por objetos artificiales y naturales y por la sociedad. (...). En síntesis,el paisaje es un conjunto de objetos geográficos distribuidos sobre un territorio con su configu-ración espacial y el modo como esos objetos se muestran ante nuestros ojos, en su continuidad visible (Santos M. , Espacio y Método, 1986, pág. 4).

En la misma linea de Braudel, Santos dis-tinguía movimientos superficiales y profundos en la sociedad y la producción. No obstante,

su funcionamiento era unitario, como “un mo-saico de formas, funciones y sentidos” (Santos M. , Metamorfosis del espacio habitado, 1995, pág. 59) Su propuesta metodológica fue la segmentación del todo para analizarlo y luego reconstruirlo. Los segmentos serían elementos del espacio: personas, empresas, institucio-nes el medio ecológico y las infraestructuras. El fundamento del análisis era el estudio de las interacciones entre elementos, la interacción suponía la interdependencia funcional. A través del estudio de las interacciones, afirmaba San-tos, se recupera el todo. Estos elementos cam-biaban según el contexto, como el caso de la energía que en un período fue animal, pero en otro, motriz. Esto convierte a los elementos en variables, a consecuencia de su misma muta-bilidad. En síntesis, el eje para Santos no era examinar causalidades, sino contextos. Para él, solo así se podía valorar correctamente cada parte, el conjunto y la desigualdad de la fuerza funcional de cada elemento en donde “aun sin suponer obligatoriamente nociones de jerarquía y de dominación, se crean condiciones dialéc-ticas con un principio de cambio” (Santos M. , Espacio y Método, 1986, pág. 13).

No cabe ampliar los múltiples aportes de la escuela de Santos, pero para el objetivo de evi-denciar el “paisaje” como concepto articulador de las disciplinas socioambientales, al igual que la temática del poder, valen, por ahora, sus aportes a estas concepciones básicas.

La Historia Ambiental

En general, las definiciones aportadas por las diversas tendencias de la HA tienen como eje medular las interacciones entre las sociedades humanas y el ambiente, las disputas entre gru-pos humanos por los recursos ambientales y las consecuencias de estas a lo largo del tiempo. Se podría decir que la historia ambiental abar-ca el enfoque de lo político e institucional de la EP y los aspectos espaciales tan propios de la Geografía. Michael Williams y John Mc Neill consideran que la GH y la HA constituyen una misma disciplina que se ha asentado en distin-tas academias. Para efectos de discernir una HA latinoamericana pertinente a las circunstan-cias particulares del área, se analizan en este estudio el desarrollo de la escuela norteameri-cana y la contraparte latinoamericana.

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Articulaciones entre ecología política, geografía histórica e historia ambiental: paisaje y poder

Historia ambiental norteamericana

Los antecedentes cercanos de la historia am-biental en norteamérica se pueden rastrear en la década de 1960 cuando se publicaron Silent Spring escrito por la ecóloga Rachel Carson, The Population Bomb de Paul Ehrlich y La Tra-gedia de los comunes de Garrett Hardin.2 Es-tas publicaciones funcionaron como alarma anunciando que la humanidad estaba traspa-sando los límites viables de las capacidades planetarias. Roderick Nash alega haber inscrito en 1970 el primer curso de HA en los EE.UU..La apreciación de la grave situación ambiental, guió a los primeros movimientos ecologistas. La salvación del planeta y, consecuentemente, de la humanidad adquirió entonces ribetes que según Guillermo Castro recuerdan la búsqueda de la salvación del alma en la Edad Media. A pesar de que las ciencias naturales diagnosti-caron la crisis, no podían explicar sus causas, las cuales más bien yacían en el ámbito de lo sociohistórico (Corona, 2008). La historia como disciplina responsable de plantearle al pasado las preguntas que desde su presente esbozan las sociedades acudió a la llamada en pos del problema ambiental.

En las siguientes décadas, la HA se apartó de los movimientos ambientalistas para seguir su propia ruta, no siempre acorde a las visiones románticas del “ambiente prístino y virginal” es-bozadas por algunos de esos grupos:

“.... la historia ambiental tiene su origen en las preocupaciones éticas asociadas a los problemas ambientales y puede ser que to-davía esté ligada en algunos casos a movi-mientos políticos de corte reformista, pero ha madurado y se ha convertido en una ini-ciativa académica que no tiene un mismo sustrato moral y ético ni una agenda políti-ca común. Su meta es profundizar la com-prensión de cómo los humanos han sido afectados por su medio a través del tiempo y quizá más importante, dada la situación global del medio ambiente hoy, es conocer

2 No es el objetivo de este trabajo examinar las raíces de la historia ambiental norteamericana en la larga duración para lo cual hay publicados excelentes trabajos sobresaliendo el trabajo seminal de Donald Worster, Nature´s Economy A His-tory of Ecological Ideas 1977, Cambridge University Press.

como los humanos han afectado al medio y sus consecuencias.” (Worster & Castro, 2000, pág. 44)

La disciplina fue perfilándose y precisando sus contornos, aunque siempre se mantuvieron borrosos y fluidos con respecto a las disciplinas hermanas. La institucionalización de la historia ambiental norteamericana se estructuró en la década de 1970 con la creación de la American Society for Environmental History y la edición de su revista Environmental History, que se ha centrado en el estudio del propio territorio desde una perspectiva casi insular; lo cual no deja de ser contradictorio dada la naturaleza de los problemas ambientales. Estudios como los de John R. McNeill y Alfred Crosby, cuya vi-sión abarca espacios geográficos más amplios y aborda las interconexiones entre lo local y lo global, son más la excepción que la regla.

La diferencia más marcada entre la corriente norteamericana y la del sur de América es pre-cisamente la vocación crítica de la segunda y el corte casi aséptico de la primera. Si bien en el norte abundan las críticas a los excesos y al desperdicio de recursos por parte de un ser humano genérico, rara vez dirige la mirada ha-cia el sistema político-económico que sustenta esas prácticas. El poder, por lo tanto, es un flujo difuso; aunque Worster analiza las transforma-ciones incorporadas por el capitalismo, este es un sistema anónimo y la historia ambiental, por ende, no tiene vocación política.La historia ambiental latinoamericana

A diferencia de la historia ambiental nortea-mericana que surgió de los movimientos am-bientalistas impulsados por las clases medias, en América Latina los primeros escritos fueron producidos por los equipos de estudio allega-dos a la CEPAL. Esto la marcó profundamente en su temática y enfoque. Del seno de la institu-ción había surgido la teoría de la dependencia, así la historia ambiental desarrollada desde ese centro se abocó a estudiar las relaciones entre los sistemas económicos y el uso de los recur-sos ambientales. La desigualdad en la apropia-ción del valor producido y los efectos sobre los ecosistemas y las sociedades locales eran su eje central. El equipo constituido por Nicolo Gli-go, Jorge Morello, Gilberto Gallopín, Osvaldo

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Sunkel y otros elaboraron a lo largo de las déca-das de 1980 y 1990 toda una serie de estudios sobre la historia ambiental de América Latina y los estilos de desarrollo (Sunkel & Gligo, 1981). A mediados de los noventa los trabajos de Gligo tenían una perspectiva sistémica, a la que había incorporado la segunda ley de la termodinámi-ca para “la comprensión del problema” y hacía grandes esfuerzos por establecer categorías de desarrollo integral (Gligo, 2001 p.37).

Además de la escuela cepalina se esta-blecieron en Latinoamérica tres nodos prima-rios productores de HA sin constituir estos es-cuelas o presentar un mismo enfoque teórico me todológico en México, Brasil y Colombia (Clare, 2009)3. Las temáticas de la HA latinoa-mericana fueron criticadas desde los círculos del norte por su enfoque crítico y su reiterado abordaje de lo que Guillermo Castro llama la “economía de rapiña” (Carey, 2009). La con-quista, la colonia, la era republicana y liberal fueron así reexaminadas “desde el enfoque de la apropiación de los recursos ambientales”. Mientras en la escuela norteamericana habían predominado los conceptos de naturaleza y wilderness o tierra virgen con sus connotacio-nes hacia el rescate de lo “prístino”; en Lati-noamérica, la escuela cepalina consideraba medular entender las causas estructurales de los problemas ambientales considerando como parte de ellos la desigualdad y la pobreza. El “ambiente”, por lo tanto, desde este enfoque fundacional abarcó lo social.

Quizá resulte paradigmático el estudio de la deforestación en Brasil. Los trabajos de Padua sobre el poco valor atribuido por los coloniza-dores a los bosques del Atlántico brasileiro y su consecuente destrucción y despilfarro informan y orientan las estrategias para la preservación de las áreas boscosas de la Amazonía (Padua, 2010). Es a través de la historia ambiental que se entiende el funcionamiento de las relaciones de poder que determinan la adjudicación de los ambientes y se ilustran las consecuencias posibles de no aplicarse medidas regulato-rias. Así, el examen de la violenta historia del despojo de los recursos latinoamericanos

3 Esto se ha determinado con base en la cantidad de publica-ciones en los tres idiomas, programas de estudio y participa-ción en congresos y conferencias.

tiene un sentido prospectivo y propositivo. El trabajo histórico se cruza con el análisis ecoló-gico y social para delimitar biomas, ecoregio-nes y reconstruir un mosaico de territorios a los que se les aplica una gran diversidad de políticas particulares. En el 2010, el 26% de la amazonía brasileira y también el 26% del territorio costarricense estaban bajo algún es-quema de protección; precisamente en esa corriente de rescate de la base ambiental, es donde busca insertarse lo histórico ambiental latinoamericano. El poder como eje transversal y el paisaje como punto de encuentro de las ciencias socioambientales en latinoamérica

Este apartado pretende justificar el “paisaje” como punto de encuentro de los tres enfoques analizados, ya que como expresara Luis Felipe Cabrales Barajas “su naturaleza polisémica y transdisciplinaria le provee la flexibilidad nece-saria para hacer las veces de puente conceptual y metodológico” (Cabrales-Barajas, 2011, pág. 47); en otras palabras tiene la potencialidad de funcionar como elemento articulador. Al mismo tiempo, el carácter híbrido de las disciplinas discutidas implica que desde su constitución han debido traducir lenguajes y herramientas metodológicas a un idioma común en aras de su operacionalidad. En el paisaje se amplifica ese entendimiento originario, habilitándose así un espacio coincidente a las tres disciplinas en-lazadas a la temática ambiental.

En este sentido, el “ambiente”, afirma Ca-brales-Barajas desde la geografía, además de constituir una materia de estudio, actúa como un metaconcepto. (Cabrales-Barajas, 2011, pág. 47) El “paisaje”, provee el asidero hacia el que confluye cada disciplina con su bagaje específico. William Balee, al discutir las herra-mientas del utillaje de la ecología histórica, afir-ma que los conceptos paisaje, región y biosfera constituyen parte de un “metalenguaje” común a las disciplinas socioambientales que habilita su comunicación (Ballee, 1998, pág. 1). Conse-cuente con esta perspectiva, los tres enfoques pueden viajar por distintas carreteras de la pro-blemática ambiental, pero llegan a un mismo destino, al que miran con sus anteojos particu-lares dentro de un marco común.

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Articulaciones entre ecología política, geografía histórica e historia ambiental: paisaje y poder

Este esfuerzo de triangulación propicia el com plemento de saberes no la eliminación de disciplinas, pues todas contribuyen a incre-mentar el entendimiento de las relaciones entre los seres humanos y sus ambientes. En tanto algunas se enfocan en los cambios del paisaje y su función relacional, otras buscan estable-cer las fuerzas que yacen tras esos cambios, el funcionamiento institucional que los avala y los impulsos del cambio tecnológico que los trans-forman. Otras aun, incorporan la distribución energética de los sistemas productivos, los im-pactos en paisajes específicos de los patrones de consumo o de los sistemas agrarios. Otra línea de estudios aborda lo discursivo, las repre-sentaciones y los significados de los paisajes, especialmente dentro del discurso colonialista.

El paisaje está constituido por múltiples redes de relaciones sociales, pero a la vez su natu-raleza ecológica constituye nuevas relaciones sociedad-ambiente dentro de un flujo dinámico y continuo. Su significado se interpreta por me-dio de las preguntas que se le planteen a ese paisaje. Para discernir su operacionalización se expondrán aquí las diversas definiciones, las interrogantes que puede responder, sus po-tencialidades y sus problemas. Como se dijo al inicio, se pretende buscar rutas de conocimien-to acordes con las realidades latinoamericanas y pertinentes a ella.

Definición de paisaje

El paisaje como concepto geográfico se intro-dujo a fines del siglo XIX proveniente del término alemán de Lanschaft. En el idioma original se utilizaba para describir la apariencia de aquello que era visible en un sector de la corteza terres-tre; en tanto algunos autores se referían solo a las formaciones físicas, otros incluían también las características culturales. Este uso múltiple y ambivalente fue trasmitido a la escuela nor-teamericana de geografía por medio de Sauer, especialmente a través de su presentación so-bre la morfología del paisaje (Baker, 2003, pág. 109). Posteriormente, el “paisaje cultural” y sus transformaciones se convirtieron en el eje de los estudios de este autor y de la escuela de Berkeley que lideró.

También desde la geografía norteamericana ya en la década de 1970 D. W. Meining definía el paisaje como: “la unidad de impresiones que

nuestros sentidos perciben anterior a la lógica científica, este es evidente, algo para observar pero no necesariamente admirar, es definido por nuestra mirada e interpretado por nuestra mente; es una superficie continua antes que un punto, una localidad o un área definida” (Baker, 2003, págs. 110-111). La precisión de Meining es importante porque evidencia al paisaje en su carácter de construcción social mediada por el observante.

Peirce Lewis también en la década de 1970 consideraba al paisaje como un documento para leer o interpretar siguiendo siete reglas: 1) los paisajes son hechos por el ser huma-no y proveen claves sobre el tipo de gentes que somos, que fuimos y que estamos en proceso de ser; 2) casi todos los objetos loca-lizados en los paisajes humanizados reflejan la cultura; 3) los paisajes son muy difíciles de estudiar; 4) para interpretarlos es importante la historia; 5) elementos del paisaje cultural tienen poco sentido fuera de su contexto geográfico; 6) casi todos los paisajes culturales están ín-timamente relacionados con los ambientes físicos; 7) la mayoría de los objetos del paisaje trasmiten mensajes que no son fáciles de evi-denciar (Baker, 2003, p. 113). Demeritt (1994), también geógrafo, criticó la visión del paisaje como texto que proponía Lewis porque ob-viaba las acciones de los actores no humanos como los animales o el clima.

En una línea más política, pero reconociendo la importancia de lo percibido y lo sensorial, el Convenio de Florencia en su Ratificación del Convenio Europeo del Paisaje en el 2000 lo definió como “cualquier parte del territorio, tal y como lo percibe la población, cuyo carácter sea el resultado de la acción y la interacción de factores naturales y/o humanos”. En este plan-teamiento además de la “percepción” se hace referencia al “carácter” del paisaje o al conjun-to de cualidades propias del objeto particular. De esa manera, la definición del Convenio se acerca a los paisajes culturales de Sauer y apun-ta a la necesidad de considerar lo subjetivo, cultural y estético además de lo físico. Parece que este concepto comprende los animales como parte de los factores “naturales”, aunque sean domésticos.

También partiendo de la geografía, pero des-de Latinoamérica, Milton Santos definió al pai-

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saje como el ámbito que alcanzaba la vista, sin embargo, reconocía inmediatamente que su escala estaba determinada por el observador. Este autor también incluyó lo estético, las per-cepciones y lo sensorial.

…todo lo que vemos, o que nuestra visión alcanza es el paisaje. Este puede definirse como el dominio de lo visible, lo que la vista abarca. No solo está formado por volúme-nes, sino también por colores, movimien-tos, olores, sonidos, etc. Nuestra visión depende de la localización donde uno se encuentra, bien sea en el piso, en un piso bajo o alto de un edificio, en un avión etc. El paisaje adquiere escalas diferentes y se presenta de formas diversas a nuestros ojos, según donde estemos (...) La dimen-sión del paisaje es la dimensión de la per-cepción, lo que llega a los sentidos. (...) La percepción es siempre un proceso selectivo de aprehensión. (...) Nuestra tarea es la de superar el paisaje como aspecto, para lle-gar a su significado. La percepción no es aún conocimiento, que depende de su in-terpretación y será tanto más válida cuan-to más limitemos el riesgo de considerar verdadero lo que es solo apariencia. (San-tos M. , 1995, pp. 59-60)

Considerando estas definiciones se puede concluir que en la geografía el paisaje es aquello que se ve, dependiendo de la escala desde la cual el observador mire, en otras palabras, posee una base material, está condicionado por las percepciones del observante, está entrelazado con lo cultural y lo sensorial y tiene en sí mismo significados que deben ser dilucidados.

Desde la acera del frente o el campo ecoló-gico las definiciones son bastante semejantes: para Odum y Sarmiento (1998, pp.30-31) el “ambiente” se aborda como “ambiente de so-porte de la vida” y los ecosistemas junto con las construcciones humanas constituyen paisajes . Siguiendo a Leopold, estos autores consideran que lo cultural está mediado por los sistemas de producción. En consecuencia, dentro del capitalismo las relaciones entre seres humanos y ambiente son estrictamente económicas, en-focadas en la búsqueda, por parte del ser hu-mano, de ganancias a corto plazo y sin interna-

lizar las externalidades. Por tanto, el desarrollo de una ética de la sustentabilidad, es un asunto pendiente, entretanto el paisaje contemporá-neo encarna la ética cultural del capitalismo (Odum & Sarmiento, 1998, pp. 316-319).

Más recientemente Moran (2010, p.64 y p.118) de las Ciencias Sociales Ambientales ha consi-derado ventajosos los conceptos de ecosistema y paisaje porque proveen un escenario para los procesos sociales y ambientales sin que un tipo de proceso impere sobre el otro. Eso sí, advier-te que también es necesario identificar escalas temporales que sean capaces de dar cuenta de ambos ámbitos. El paisaje, para Moran, presen-ta la flexibilidad de que su escala puede ser am-pliada o reducida según se requiera .

En la HA y específicamente en la ecología his-tórica impulsada por Carole Crumley,4 el paisaje tiene la facultad de retener evidencias físicas de los complejos culturales por lo que constituye un registro de los efectos intencionales y no intencionales de las modificaciones realizadas por los grupos humanos. También da cuenta de los eventos naturales del pasado que contri-buyeron a definir las acciones de esos mismos grupos humanos.

Según Crumley, la escala del paisaje es po-derosamente integradora, lo que permite la in-terpretación simultánea de la actividad humana y del ambiente físico, conduciendo con ello la investigación hacia los factores que contribu-yeron a la formación del paisaje, tales como causas geológicas, eventos históricos, espe-cies invasivas, datos todos ellos que pueden irse agregando a otras escalas de análisis. En conclusión, dentro de este enfoque cabe tanto lo cultural como lo físico (Crumley, 2006).

Las definiciones del “paisaje” enunciadas tratan de ser representativas de las tres escue-las socioambientales: EP, HA y GH. En general hacen alusión a la cultura, al condicionante de la percepción selectiva del observador, la es-pecificidad particular a cada paisaje y la versa-tilidad de las escalas espaciales y temporales. Sin embargo, el tema común que subyace en todas ellas es la preocupación por acceder al conocimiento/entendimiento de las acciones

4 Para los objetivos de esta investigación y por las caracterís-ticas de los trabajos de esta escuela de ecología histórica se clasifican aquí como Historia Ambiental en sentido amplio.

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Articulaciones entre ecología política, geografía histórica e historia ambiental: paisaje y poder

humanas en su relación con el paisaje: el paisa-je “espejo de quiénes somos”, “el paisaje texto” (Lewis), “registro para interpretar” (Crumley), “necesidad de llegar al significado” (Santos). Apuntan hacia el cómo funcionan esas relacio-nes, qué las condiciona, quiénes las controlan, cuál es su sentido, cuál es la escala que permi-te aprehender su lógica o simplemente ¿cómo se constituyó?

El significado del paisaje y los espacios co-munes a las tres disciplinas socioambientales

En el diccionario de la Real Academia Espa-ñola “significado” está relacionado con el tér-mino conocer, con el sentido o la semiótica de una acción o palabra. Para entender, conocer o acceder al sentido de las relaciones entre gru-pos humanos y entre estos y sus ambientes es útil partir de la definición de Odum y Sarmiento del ambiente como “soporte de la vida”. El pai-saje, por tanto, es sujeto de apropiación, pero es a la vez el indispensable “soporte de vida”, aunque desde lo urbano esto se invisibilice. Como contraparte su destrucción implica la al-teración de funciones ecológicas reguladoras de las que dependen los procesos biológicos (Leff, 2001).

A lo largo del siglo XIX para A. Humboldt, J. Liebeig, A. Griesebach y V. Dockwchaiev el pai-saje tenía un significado holístico, el mismo que orientó en el siglo XX las visiones de Hackel, Tansley y Odum. Fue hasta en la década de los sesenta cuando se ocurrió una ruptura entre el concepto de ecosistema y paisaje (Velázquez & Alejandra, 2011). En términos generales, y de manera esquemática, las disciplinas socioam-bientales aquí tratadas abordan el paisaje cada una desde su problemática específica. La EP se concentra en quienes y como se apropian de los bienes ambientales. Por su parte la GH en cómo llegó a ser el paisaje lo que es. Final-mente, la HA dada su afinidad por los procesos investiga el uso de los recursos ambientales en sus aspectos socioeconómicos, tecnológicos e ideológicos. Es evidente que este es un modelo reduccionista y que en la realidad las temáticas son mucho más complejas y con múltiples tras lapes. Sin embargo, el ejercicio es útil para nuestro objetivo de proponer espacios comu-nes o integrados de conocimiento/significación de los paisajes, sin, por supuesto, pretender unificar las disciplinas.

Un espacio común a las tres disciplinas, EP, GH e HA, es el conocimiento/significado del paisaje como unidad de toma de decisiones. ¿Quién controló los procesos? En este sentido, el paisaje es materialización de las relaciones de poder. No obstante, se debe estar alerta y no obviar lo planteado por Wolf ( 1972), Santos ( 1986) y Hirsch (Hirsch & Warren, 2005) de que es inviable entender el paisaje desvinculado del contexto a escalas más amplias. Los ejes de poder a menudo están ubicados a larga dis-tancia del ámbito local. En el paisaje, entonces, se entrecruzan y materializan múltiples planos temporales y espaciales. Como contraparte también debe considerarse que lo local afecta lo global, como han demostrado los trabajos sobre café (Trouillot, 1982).

Consecuentemente, el significado del paisaje está asociado a la escala espacial y temporal que se aplique. Una escala específica activará cierta dimensión funcional y estructural del espacio. Esto implica un conjunto de relacio-nes específicas, cuyas características no se-rán percibidas a otra escala. De nuevo vale la advertencia de Wolf, a mayor amplitud más impreciso será el conocimiento. En sentido contrario, Santos advierte que cuanto más re-ducida la escala más compleja y susceptible de subdivisiones, además, mayor es el “número de niveles y determinaciones externas que inciden sobre él. De ahí la complejidad del estudio de lo más pequeño” (Santos M. , 1986, p. 5).

Un segundo espacio común a las tres dis-ciplinas es el significado del paisaje como agenda del conocimiento científico. ¿Quíenes conocen o investigan?, ¿Quién tiene acceso al conocimiento? ¿Para qué conocer? Como se manifestó anteriormente, los estudios sobre EP de los países periféricos son del “Tercer Mundo” o Estudios de Área. El “desarrollo” se presenta como meta ideal e incuestionable. La dependencia académica, el continuum de la dependencia económica, hace de los países latinoamericanos importadores de agendas de investigación, métodos e ideas (Alatas, 2006, pp. 60-65). Las producciones propias gozan de poca dispersión y rara vez son tomadas en cuenta. En los proyectos conjuntos, usualmente los investigadores locales ejecutan el trabajo de campo, en tanto los colegas de los países cen-trales aplican los criterios teóricos.

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El espacio tropical como lo ha expuesto Germán Palacio fue sujetos del esfuerzo civili-zatorio durante el siglo XIX, cuando se debatían dos imaginarios: el edénico y el infernal: “el tró-pico aparece ante los ojos europeos como una región malsana donde la propagación de mias-mas y enfermedades, además de un espacio infestado de bichos, insectos y fieras, ponen en peligro la salud humana”. En el siglo XX el esfuerzo desarrollista sustituyó al civilizador y más recientemente, indica Palacio, ha habido un redescubrimiento de lo silvestre “en la civi-lización” por lo que debe ser rescatada de los habitantes del trópico empobrecido (Palacio, 2005). Por otro lado, Santos de Sousa plantea la existencia de otro imaginario en donde exis-te una división del espacio invisible que apun-tala lo visible. De un lado de la línea divisoria impera la dicotomía regulación/emancipación y en el segundo la apropiación/violencia. Este segundo espacio no es percibido desde el pri-mer mundo, por lo tanto, la violencia a la que son sometidos esos paisajes no existe (Santos, 2007, pp. 45-48).

En este contexto, el análisis de las comuni-dades científicas abocadas al estudio de los paisajes, conforma junto a ellos mismos un espacio común de trabajo para las ciencias so-cioambientales. ¿Cómo se gestan las decisio-nes sobre el ambiente? ¿Cómo se mide su beneficio o sus consecuencias? ¿Cuál es su re-levancia para las poblaciones locales? ¿A quié-nes beneficia? ¿Cuál es su agenda? El abordaje de estas temáticas no puede ser solo estructu-ral, en donde el anonimato de los responsables de las políticas emanadas del Banco Mundial, FMI, etc. les posiciona más allá de cualquier rendición de cuentas. Los actores con sus per-sonalidades, egos y demás han de ser también visibilizados como ha insistido Stiglitz al revelar el manejo interno de esas instituciones (Stiglitz, 2002).

Un tercer espacio común, articulado en los tres enfoques por la temática del poder corres-ponde a los sistemas tecnológicos. Desde las filas de lo político como de lo geográfico e his-tórico se aboga por su examen para conocer el funcionamiento de la dinámica de los paisa-jes. Estos actúan como mecanismo mediador entre la sociedad y el ambiente. A través de ellos se materializa la extracción de recursos, la

transformación de materiales y distribución de desechos del sistema productivo. Actúan como agentes de complejos intereses económicos específicos y, en virtud de ello, son reproduc-tores de relaciones de poder. Así el estudio de los sistemas tecnológicos es relevante desde lo político, espacial e histórico por su papel en la transformación de los paisajes.

El cuarto y último espacio común que se pro-pone, fértil a un análisis transdisciplinario para el avance del conocimiento de los paisajes, es el sustrato de los conflictos por la distribución de los recursos ambientales. A menudo bajo estas luchas yacen demandas sociales de larga data reconvertidas para lograr el apoyo am-bientalista. Esos movimientos pueden estar compuestos por pobres rurales como los sin tierra brasileiros; pero también existen aquellos constituidos por capas medias, difíciles de de-finir, sin embargo, con mejor acceso a la institu-cionalidad. Eso crea una paradoja, ya que son esos grupos los mayores usuarios de los recur-sos. El papel del Estado y sus políticas, debe ser considerado en estos contextos. El caso contrario de conflictos entre ambientalistas y grupos preocupados por acceder a empleo o apurados por satisfacer necesidades básicas, también debe ser abordado. Estas luchas por su complejidad constituyen un campo privile-giado para el análisis multifacético.

En general, el concepto “paisaje” permite articular un abordaje transdisciplinario de los procesos políticos, ecológicos, tecnológicos y culturales que los han constituido. Este enfo-que obliga a integrar conocimientos, generar herramientas y lenguajes comunes, pero a la vez permite también respetar la especificidad de cada disciplina. El sentido holístico aunque difícilmente alcanzable debe permanecer como una meta.

Problemas metodológicos del paisaje

Dos problemas principales aquejan el análi-sis de las dinámicas del poder en los paisajes: su sometimiento a la lógica del lenguaje y la via-bilidad de construir un idioma común a las tres disciplinas en estudio.

El conocimiento del paisaje y la comunica-ción de sus resultados implica la traducción de la dimensión visual, “lo que la mirada alcanza a ver”, afirma Milton Santos, a la linealidad del

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Articulaciones entre ecología política, geografía histórica e historia ambiental: paisaje y poder

lenguaje. Además, se deben abordar los diver-sos ritmos de cambio de los elementos que lo integran y las rupturas de unos, simultáneas a las continuidades de otros. Darby inicialmente trató de abordar esta dificultad presentando cortes horizontales del paisaje los cuales anali-zaba como estudios de caso; esto obviaba los procesos del cambio. Posteriormente. Ensayó incluyendo narrativas sobre los elementos cau-sales de los cambios entre los cortes horizon-tales (Darby, 1953 y Williams 1989).Williams (1989) también ensayó otra metodología: en su estudio sobre la colonización del sur de Aus-tralia trató de delinear cortes horizontales y en-tretejió los temas verticales de cambios en el paisaje, enfatizando los procesos de toma de decisiones y las percepciones de los actores. De una u otra manera conciliar el tiempo y el espacio con la dimensión lineal de la narrativa ha sido uno de los grandes retos que plantean las investigaciones de los paisajes.

Otra de las dificultades del estudio del paisaje resulta de la necesidad de enfrentar en paralelo las dinámicas que suceden en el interior del paisaje con los condicionantes políticos, eco-nómicos, culturales y científicos a escalas más amplias. Milton Santos considera al paisaje como un punto en el movimiento del espacio. Para él el primero constituye una fotografía en tanto que el espacio está constituido por los movimientos, la película. (Santos , 1995, p. 66) De esta manera, resuelve la dificultad de abor-dar las diversas escalas simultáneamente, de manera similar a Darby, intercalando “fotogra-fías del paisaje” dentro del análisis del espacio multiescalar.

El trabajo en equipo siempre requiere del compromiso y la apertura de los participantes. En el caso de las disciplinas socioambientales, la triangulación o el trabajo transdisciplinario no es yuxtaponer métodos o resultados, más bien, dependiendo de los objetivos de la inves-tigación se puede partir de preguntas comunes o al menos temáticas comunes y desde allí apli-car los diversos enfoques. Es difícil concebir una integración conceptual absoluta, pero sí pue de haber planos teóricos intermedios des-de donde formular una investigación articulada (Samper, 2001, pp. 18-27); ese es precisamente el papel que asigna cumplir a los conceptos paisaje y poder.

Conclusiones

Se ha demostrado que los conceptos paisaje y poder tienen la capacidad de proveer un es-pacio común y articulador a la EP, la HA y la GH desde el cual pueden abordar las realidades latinoamericanas y aplicar esquemas transdis-ciplinarios o de triangulación. Tienen la capa-cidad de constituir un metalenguaje común tal y como plantean Balle y Cabrales-Barajas. Así, es posible lograr un mejor entendimiento de las dinámicas de apropiación de los recursos am-bientales en la región. Ello obliga a considerar las relaciones entre escalas, así como también a los grupos humanos específicos, trascen-diendo la visión de este como ser genérico. Ello no implica invisibilizar los procesos locales en juego respecto al paisaje, sino más bien anali-zarlos dentro del complejo de causalidades, al que Santos llama contexto.

Se proponen cuatro áreas temáticas que se considera conforman sitios comunes a las tres disciplinas, la, EP, GH e HA, para el estudio de los paisajes: 1) su concepción como unidad de decisión, 2) el análisis de la ciencia que los es-tudia, 3) la tecnología y 4) las luchas ambien-tales. Se llama también la atención sobre las dificultades del trabajo en equipo aplicando distintos enfoques por lo que debe imperar dentro de ese esfuerzo la buena disposición de los participantes.

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ResumenCon base en la revisión de una muestra repre-sentativa de la literatura reciente sobre geo-grafía histórica en América Latina, este artículo identifica las propuestas teóricas más signifi-cativas que han orientado su quehacer en esta región; los caminos que han andado los y las practicantes de esta disciplina; asimismo, el ar-tículo atisba algunas de las tendencias teórico-metodológicas y temas que quizás ocuparán el quehacer de la geografía histórica latino-americana en los años porvenir. En particular, el artículo profundiza en los casos de Argentina, Brasil y México para dar respuesta a tres pre-guntas que lo articulan: la primera interrogante cuestiona el vínculo entre los temas de la agen-da pública y el desarrollo de la disciplina; la segunda, interroga sobre la profundidad de ese vínculo; la última cuestiona el nivel de corres-pondencia entre la agenda mencionada y el desarrollo teórico, metodológico y empírico de la geografía histórica en América Latina. Para lograr su propósito, el artículo se divide en tres partes, además de la introducción y el colofón: la primera, sobre las propuestas teóricas que se han explorado en América Latina; la segunda sobre los procesos de formación territorial en esta región del mundo; y la última sobre los via-jeros, cartografías e imaginarios.Palabras clave: geografía histórica, América Latina, teorías, tendencias

AbstractBased on a selected sample of the most recent and representative literature on Latin American historical geography, this paper singles out the most significant theoretical foundations guiding the everyday work of this discipline’s practitioners; further, it also envisions some theoretical-methodological trends and topics that perhaps will drive the work of Latin American historical geographers in the years to come. In particular, the paper focuses on the Argentinian, Brazilian and Mexican cases in order to answer the three questions running through it: the first one, questions the presumed bond that partially links the public agenda with the discipline´s development; the second question inquires about how profound is the aforementioned bond; finally, the third question addresses the level of correspondence between such an agenda and the theoretical, methodological and empirical development of Latin American historical geography. To achieve its purpose, the paper is divided into three sections –apart from the introduction and final remarks: the first revolves around the theoretical propositions explored by Latin American historical geographers; the second addresses the processes of territorial formation in this region; and the final part is devoted to travelers, cartographies and imaginaries. Finally, the paper argues that the continuity of Latin American historical geography would be enriched with emerging topics and technics –e.gr., the geotechnologies.Keywords: Historical Geography, Latin America, Theories, Trends.

la geografía histórica en américa latina: propuestas teóricas, caminos recorridos y tendencias futuras.Perla ZusmanInvestigadora del CONICET, Instituto de Geografía, Universidad de Buenos Aires, ArgentinaMiguel Aguilar Robledo Coordinador de Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad Autónoma de San Luis Potosí, México.Enrique Delgado LópezProfesor de la Coordinación de Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad Autónoma de San Luis Potosí, México.

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Introducción

La proliferación de procesos de patrimo-nialización de paisajes y lugares -en el caso de México, el “paisaje agavero”, los llamados “pueblos mágicos” o los centros históricos de sus principales ciudades-, la multiplicación de áreas protegidas, el crecimiento de las reinvin-dicaciones de los pueblos originarios y la recu-peración de sus prácticas, entre otros temas que forman parte de la agenda pública de la mayoría de los países latinoamericanos, sugie-ren un creciente interés regional por la valora-ción-caracterización-conservación del espacio/territorio como patrimonio histórico latinoame-ricano, pero también una relación conflictiva de nuestras sociedades con su presente y con la forma como éste se relaciona con el pasado1.

En este contexto, y considerando que des-de la segunda mitad del siglo XX la geografía histórica en América Latina ha adquirido un renovado interés como subcampo disciplinar dentro de la geografía, ¿sería posible estable-cer un vínculo entre los temas de la agenda pú-blica mencionados y aquellos que conforman el corpus disciplinario de la geografía histórica? En caso de que este vínculo existiera, ¿qué tan profundo o superficial es? ¿Qué tan significativa es la correspondencia entre la agenda pública mencionada y el desarrollo teórico, metodológi-co y empírico de la geografía histórica en Amé-rica Latina? Como es fácil inferir, las respues-tas a estas interrogantes están estrechamente correlacionadas con la pertinencia, vitalidad y viabilidad de este campo disciplinario. O qui-zás, como lo muestra Van Ausdal (2006) en un ejercicio similar realizado en Norteamérica, esta revisión confirme la paradójica vitalidad y dina-mismo que caracteriza a la geografía histórica, que contrasta con su persistente marginalidad frente al resto de la geografía, a otras discipli-nas y al resto de la sociedad.

Una respuesta a la primera pregunta nos lle-varía a suponer la existencia de una íntima rela-ción entre los procesos histórico-políticos y las

1 Aquí cabe añadir que la patrimonialización es un acto de poder (Villaseñor y Zolla, 2012) en el que a cada pueblo, ciudad o Estado que aspire a ser incluido en este mundo glo-balizado se le exige que tenga monumentos históricos emble-máticos o con alguna tradición particular, lo que genera una dinámica patrimonializadora (Hernández Ramírez, 2007).

discusiones disciplinarias, algo que no siempre ocurre. Sin embargo, junto a la tematización de cuestiones vinculadas a las preocupaciones de época y en diálogo con los desarrollos episte-mológicos de la geografía, tanto de América Latina como del resto del mundo occidental, la geografía histórica ha ido construyendo un cuerpo temático propio. El objetivo de este artículo es responder a las preguntas formula-das a través de un recorrido por algunas de las aproximaciones que se están desarrollando hoy en la geografía histórica en algunos países de América Latina, particularmente en Argentina, México y Brasil.Las propuestas teóricas que orientan el quehacer de la geografía histórica en América Latina

Aunque las historiografías de la geografía his-tórica difieren en cada país de América Latina2, tanto en filiaciones disciplinarias como en nive-les de institucionalización, en general se puede decir que la consolidación del campo de la geo-grafía histórica en la década de 1950 implicó, por un lado, la definición de una relación parti-cular con el tiempo que lo diferenció de la forma como éste ha sido abordado por la historia; y por el otro, de un método de trabajo diferente a los utilizados por dicha disciplina (de aquí se derivan las propuestas de los cortes sincróni-cos o transversales -cross-sections-, los cortes verticales –longitudinales o diacrónicos-, el mé-todo regresivo, entre otras)3.

2 Un buen ejemplo de cómo se construyó la geografía histó-rica en América Latina es el que presenta García Martínez (1998) para el caso de México. Esta revisión historiográfica evidencia la procedencia disciplinaria diversa que ha caracte-rizado a los fundadores y practicantes de la geografía histórica mexicana desde sus inicios hasta el presente. A nivel de la en-señanza, el número de licenciaturas en historia que incluyen geografía histórica es proporcionalmente más del doble que sus equivalentes en geografía; paradójicamente, la enseñanza de la geografía histórica a nivel universitario es de mayor inte-rés para los historiadores que para los geógrafos. Esta paradoja no es, desde luego, privativa de México.3 Conforme a la propuesta del geógrafo histórico británico C. Darby (1953), los cross-sections –cortes transversales o sincró-nicos- se realizan mediante uno o varios recortes temporales, los cuales resultan en la definición de uno o varios períodos significativos del pasado y cada uno de ellos es descrito a manera de un estudio regional. En contraste, el método de cortes verticales –longitudinales o diacrónicos- implica que se eligen dos o tres aspectos pertinentes en un paisaje y se

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En la década de 1980, particularmente en América Latina, se buscó establecer un diá-logo con otras ciencias sociales para superar la “naturalización”4 del tiempo y del espacio presentes en la propuesta de la “geografía his-tórica clásica”. Así se vincularon líneas de in-vestigación en geografía histórica con aquellas desarrolladas en la Historia Social, Política y Económica para abordar distintos períodos y comprender, desde las dinámicas espaciales, la colonización (Moraes, 2000), la formación de redes de circu lación (Santorini, 2006) o las relaciones entre procesos de modernización agrícola y transformaciones territoriales (Ri-chard-Jorbat, Perez Romagnoli, Barrio, Sanjur-jo, 2006). En este sentido, un aporte relevante son los estudios sobre la geografía histórica de Rio de Janeiro (Abreu, 2010) y de San Salvador de Bahia (Vasconcelos, 1997) en ciertas coyun-turas del período colonial que, trabajando con fragmentos de las geografías pasadas, lograron articular procesos sociales que se desarrollaron en diversas escalas con el espacio donde és-tos actuaron.

Un gran impulso a la geografía histórica ha sido dado por los estudios de la Historia del Pensamiento Geográfico y el diálogo con las investigaciones llevadas adelante en el área de Historia de la Ciencia o la Sociología del cono-cimiento. De hecho, los primeros trabajos sobre el proceso de institucionalización de la geogra-fía en la región han demostrado la dificultad de diferenciar el desarrollo del campo –parti-cularmente de la formación de las Sociedades Geográficas- de los procesos de apropiación

analizan sus transformaciones a lo largo del tiempo. Final-mente, el método regresivo supone que se parte del presente para mirar el pasado; es decir, se vuelve al pasado en tanto y en cuanto sea necesario para lograr la mejor ilustración de la escena contemporánea.4 La señalada “naturalización” de la geografía histórica tiene una doble filiación: por un lado, la visión “espacialista” de la geografía histórica enarbolada por la geografía cuantitativa –bien representada por el trabajo de W. Norton (1991), quien definió a la geografía histórica como el estudio de la evolu-ción de las formas espaciales, y la “geografía del tiempo” for-mulada por el geógrafo sueco Torsten Hägerstrand, fundador de la Escuela de Lund; por otro lado, de la mano del historia-dor idealista R. G. Collingwood, el geógrafo canadiense Leo-nard Guelke (1997) sostiene que la geografía histórica clásica (practicada por Hartshorne, Sauer, Darby, Clark y otros) puede ser considerada como una forma de “historia natural”.

territorial (Zusman, 1996; Nunes Pereira 2003; Moncada, 1999).

En este proceso de interpretar la geografía des-de los aportes de la historia, algunos trabajos buscan recuperar la relación entre el espacio y tiempo delineada por la escuela de los Annales y, particularmente, por la perspectiva de Fer-dinand Braudel en El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II. En para-lelo a este rescate realizado por algunos geó-grafos históricos europeos (Baker, 2003, 2007; Mayhew, 2010), en América Latina el proyecto de geohistoria es concebido como una forma de entender el tiempo histórico inescindible del medio geográfico en un Mediterráneo que ad-quiere protagonismo por encima de los eventos y de los sujetos5. De la misma forma, la larga duración considerada como el tiempo geográ-fico es otro de los aspectos destacados desde las reinterpretaciones realizadas en la región la-tinoamericana (Betioli Contel, 2010; Alves Lira, 2010).

Por su lado, la influencia de los estudios pos-coloniales (abocados al conocimiento de los procesos de independencia política, econó-mica y social de antiguas colonias y territorios sometidos al dominio de poderes imperiales) ha abierto nuevos problemas, temas y objetos de análisis6. A la vez, éstos que contribuyeron a la incorporación de la nueva geografía cultural en los estudios del área (poniendo en interac-ción lo material con lo simbólico), también han permitido deconstruir los espacios nacionales y otorgarle cierto protagonismo a las voces silen-

5 Aunque en una conceptualización que trasciende la geohis-toria braudeliana, aquí cabe destacar que la Universidad Na-cional Autónoma de México, en su nueva Escuela Nacional de Estudios Superiores Campus Morelia, Michoacán, en 2012 creó la “Licenciatura en Geohistoria”, la primera en América Latina con esta orientación, con la idea de substanciar el dis-curso geohistórico en una formación profesional específica. El carácter innovador de este nuevo programa radica no sólo en la conjunción histórico-geográfica, también en su carácter aplicado –se pone un énfasis especial en el uso de geotecno-logías para la intervención en los estudios regionales y del paisaje.6 Un gran impulsor de la deconstrucción de esta visión euro-céntrica en la geografía en Estados Unidos fue J. Blaut, cuyo texto sobre el modelo colonizador del mundo centra su crítica en el difusionismo geográfico y la historia eurocéntrica (Blaut, 1993). Véase también el texto de D. Raat (2004).

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ciadas (poblaciones originarias y campesinas) en los procesos de construcción territorial. Este tipo de aportaciones han llevado a repensar las narrativas sobre el proceso de incorporación de América a la modernidad. En este sentido, los estudios decoloniales7 ponen en cuestión la na-rrativa eurocéntrica que coloca a Europa en el centro de la modernidad y torna a las historias y geografías extra-europeas en historias y geo-grafías periféricas que quedan subsumidas al relato europeo. Esta propia lógica sitúa a todas las sociedades en una misma línea donde la diferenciación entre sociedades, naciones, paí-ses “atrasados” y “avanzados” invisibiliza la multiplicidad y la coexistencia entre distintas trayectorias espacio temporales. En este senti-do, los estudios decoloniales han servido para enfatizar el carácter heterogéneo de las socie-dades imperiales/coloniales (Dussel, 2000).

Las variadas posturas teóricas de la geogra-fía histórica, organizadas en torno al discurso locacional, del paisaje, del ambiente y de la re-gión (Baker, 2003; Sunyer, 2010), han derivado en un cambio en el papel que el archivo ha te-nido en la historia de este subcampo. Mientras que para H. C. Darby el archivo ofrecía al inves-tigador el material objetivo (particularmente in-formación censal) que luego sería representado cartográficamente, para Carl Sauer el trabajo de archivo representaba un complemento ne-cesario del trabajo de campo en la medida en que contribuía a “llegar a tener gradualmente una visión del panorama cultural anterior es-condido detrás del presente” (Sauer, 1991: 43). En la geografía histórica latinoamericana actual, en general, el archivo ha adquirido independen-cia del trabajo de campo, concibiéndoselo a sí mismo como el trabajo de campo en las in-vestigaciones de este subcampo8. Los archivos

7 Esta línea de trabajo desarrollada en América Latina supone que las jerarquizaciones y exclusiones en términos étnicos, raciales y de género asociadas a la modernidad continúan presentes en la actualidad en el marco del capitalismo global y en un contexto epistemológico posmoderno (al respecto ver Mignolo, 2007).8 Esto, desde luego, podría resultar desafortunado porque no sólo desoiría el atinado consejo de Sauer (1941) -de com-plementar y validar el trabajo de archivo con el trabajo de campo-, también podría repetir el extravío que, en algunos casos, ha padecido la historia ambiental cuando ha sustituido el trabajo de campo por el trabajo de archivo –el ejemplo más emblemático de este extravío metodológico lo representa

son fuente de documentación de diverso tipo: cartográfica, censal, documental, textual, pic-tográfica (Butlin, 1993). Los especialistas ponen en diálogo archivos locales con internacionales a fin de reconstruir tanto procesos de apropia-ción territorial de forma cartográfica como diná-micas económicas locales o regionales (Abreu, 2006). En algunas investigaciones el propio ar-chivo es puesto en cuestión. En la medida en que éste ha sido concebido como depositario de la memoria nacional, se espera que el archi-vo contribuya a la conformación de la comuni-dad imaginaria de los estados nacionales. Sin embargo, en la actualidad estos repositorios ofrecen materiales que pueden ser útiles en los procesos de reconstrucción identitaria de po-blaciones originarias, de los campesinos o de afrodescendientes. Por ejemplo, la información catastral no sólo ha permitido identificar las tierras que estaban bajo dominio indígena en el período colonial o en el de formación estatal nacional (Palladino, 2010), sino también reco-nocer las que estaban en disputa o en manos de propietarios privados, de grupos eclesiásti-cos y de la Corona (Muñoz Arbelaez, 2007).

La relación entre la geografía histórica y la historia ambiental se ha robustecido notable-mente en América Latina. Además de su con-tribución a la conformación de la historia am-biental, la geografía histórica ha sumado a la diversidad de teorías, métodos y técnicas que ya se utilizan en este campo emergente. En el caso de México, algunos geógrafos históricos, mexicanos y extranjeros, se han sumado a la construcción de la historia ambiental latinoa-mericana (Butzer y Butzer, 1997; García Martí-nez y González Jácome, 1999; Siemens, 1999; Sluyter, 2002; Fernández Christlieb, 2004; Gar-za Merodio, 2007; Ávalos Lozano, 2008; Hunter, 2009, 2010; Moreno Unda 2010; Aguilar-Ro-

el texto de Elinor G. K. Melville (1995), quien hizo una in-terpretación apocalíptica de la “plaga de ovejas” que, según ella, devastó el Valle del Mezquital, en el actual estado de Hidalgo, México, transformándolo, desde el siglo XVI, en el semidesierto que es hoy en día. Cabe añadir que además de la sobrerrepresentación del trabajo de archivo, esta autora co-metió otros errores metodológicos elementales que afectaron seriamente sus conclusiones –por ejemplo, la consideración del modelo ganadero australiano en lugar del modelo mile-nario forjado en la cuenca del Mar Mediterráneo, lugar de procedencia tanto del primer ganado introducido a la Nueva España como de su respectivo modelo de manejo.

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bledo, 2008; Aguilar-Robledo, 2012; Aguilar-Robledo, Hernández-Reyes y Borejzsa, 2012). Entre otros, los temas abordados incluyen el cambio climático, la historia ambiental urbana, la historia ambiental de la ganadería, la historia ambiental de la minería, programas de defores-tación, etc.

Además, cabe decir que hay un buen número de profesionales de la geografía histórica aso-ciados a la Sociedad Latinoamericana y Cari-beña de Historia Ambiental (SOLCHA) –o a sus versiones nacionales como la Red Mexicana de Historia Ambiental (ReMHA)-, entre otras.Los procesos de formación territorial

Hacia la década de 1980, junto con los pro-cesos de transición a la democracia, particular-mente de los países del Cono Sur, la geografía histórica acompañó los cambios en la concep-ción de la geografía como ciencia, así como las formas de entender el espacio. Así, el espacio no sólo se comprendía como una cons trucción social, sino que el espacio y el tiempo eran vis-tos como dos dimensiones de la realidad ines-cindibles (Calderón y Berenzon, 2004; Herrera Ángel, 2005). Esta idea tuvo consecuencias significativas en el desarrollo de una línea par-ticular de trabajos de geografía histórica como fueron los procesos de formación territorial.

Iniciados por los aportes de Marcelo Escolar (1996) en Argentina y Antonio Carlos Robert Moraes en Brasil (2002), estos trabajos rompie-ron con la narrativa nacionalista que había natu-ralizado los territorios de los Estados naciona-les. En este marco, en primer lugar el territorio del Estado nacional actual era concebido como el supuesto continente natural de los procesos sociales históricos y económicos que habían tenido lugar en el pasado. En segundo lugar, a partir de esta narrativa, se tejían ciertos mitos fundacionales. En el caso argentino, se conce-bía que el territorio del Virreinato del Río de la Plata era el molde del territorio de dicho Estado nacional. Las diferencias entre ambos se leían en términos de pérdidas territoriales, asociadas al expansionismo de los países vecinos, a la mala diplomacia argentina, a los intereses bri-tánicos en la región (Cavaleri, 2004). En el caso brasileño, el mito fundacional suponía que la independencia en manos de un monarca había asegurado el mantenimiento de la integridad te-

rritorial, en contraposición a las características que habían adquirido las independencias de los países hispanoamericanos, donde las antiguas posesiones españolas habían dado origen a di-ferentes repúblicas (Magnoli, 1997). En México, relatos semejantes han sido rastreados bajo la premisa de que el territorio del Virreinato de Nueva España se concibe como el molde na-tural para la constitución del Estado mexicano (Alvarez Alvarez, 2011).

A fin de romper con estos mitos fundaciona-les los estudios de formación territorial tomaron como unidades significativas de análisis el pro-pio continente, para salir del corsé del territorio de los Estados actuales y poder identificar las formas territoriales que se asociaban a los pro-cesos territoriales anteriores a la formación de los Estados nacionales, como pueden ser las dinámicas asociadas al período colonial. Desde esta perspectiva, se incorporaron al análisis los territorios que estaban bajo dominio indígena y que estaban en contacto o en conflicto con los de las poblaciones blancas o criollas (Navarro Floria, 2007).

La ruptura de la concepción del territorio del Estado nacional como un dato evidente, permi-tió que los estudios se interesaran por analizar el carácter conflictivo del proceso de formación de este territorio, que puso en juego otros dise-ños territoriales posibles y que implicó también una lucha por consensuar un modelo económi-co, unas fronteras y una imagen única del terri-torio nacional (Minvielle y Zusman, 2002). Estos acuerdos muchas veces tuvieron que ser resig-nificados en momentos históricos posteriores, como fue el caso de Brasil con la república o el varguismo y durante el conservacionismo modernizador de Uriburu o el peronismo en Ar-gentina (Diniz de Souza, 2002; Troncoso y Lois, 2004).

Dentro de estos análisis, un lugar especial ocupó el tratamiento de la incorporación de áreas bajo dominio indígena a los proyectos del Estado nacional (Patagonia, Chaco, Amazonia, Araucanía). Estas áreas, concebidas desde los proyectos estatales como la alteridad de la na-ción (Serjé, 2005), fueron objetos de políticas específicas de parte de los Estados nacionales en donde las poblaciones originarias fueron ma-terial o discursivamente invisibilizadas. Dentro de estos proyectos están aquellos orientados

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a la integración económica a través de la do-tación de infraestructura de comunicación, la organización de planes de colonización o de parques nacionales (Osorio Machado, 1989; Zusman, 2000; Navarro Floria y Del Río, 2011; Nuñez, 1999; Fortunato, 2011).

Viajeros, cartografías e imaginarios

A partir de las ideas desarrolladas sobre E. Said sobre el papel de los imaginarios geo-gráficos en la definición de los proyectos im-periales, la geografía histórica latinoamericana ha comenzado a trabajar las ideas, represen-taciones, creencias y deseos que se han tejido en relación a los espacios pasados (Gregory, 1994). Bajo la idea de imaginarios geográficos, y siguiendo la concepción de la relación saber-poder planteada por Foucault, Said sostiene que distintos dispositivos culturales (novelas, relatos de viajeros, conocimientos antropoló-gicos, arqueológicos, descripciones de gober-nantes, etc.) vehiculizan el establecimiento de estrategias de dominación sobre los lugares objeto de descripción (Said, 2002).

La postura de Said en relación a los imagina-rios geográficos y la de M. Louise Pratt (2010) en relación a los relatos de viaje, han politizado las lecturas sobre el papel de los dispositivos culturales en el marco de los proyectos impe-riales y estatales nacionales. A partir de estas influencias los estudios de geografía histórica dejaron de concebir a las descripciones de via-jeros, naturalistas o memorias de distintos fun-cionarios de gobierno como fuente que permite el conocimiento de áreas de interés para con-textualizar estos tipos de relatos, entender el tipo de ideas e imágenes sobre el territorio que ellos vehiculizan y comprender sus implican-cias políticas. Los mapas han sido objeto de un proceso de deconstrucción semejante. De hecho, los estudios de geografía histórica vin-culados a la Historia de la Cartografía persiguen comprender los procesos de producción carto-gráfica en el marco del ejercicio de apropiación, mensura y control territorial (Roque de Oliveira y Mendoza Vargas, 2010; Mendoza Vargas y Lois, 2009; Aguilar-Robledo, 2009; Aguilar-Ro-bledo y Delgado-López, 2012; Aguilar-Robledo y Lois, 2012).

Tanto los relatos de viaje como los mapas han contribuido a definir ciertos imaginarios geográ-ficos. Un particular interés ha despertado en la región el estudio del proceso de definición y di-fusión de las ideas/metáforas del desierto (Lois, 1999; Zusman, 2000), de la tropicalidad (Cunill Grau, 2005), del sertao (Moraes, 2000) o de la Cordillera de los Andes como muralla (Hevilla, 2007). Estos imaginarios podían servir para dar cuenta de áreas sometidas a otras formas de organización política, económica y social (las de las poblaciones indígenas o campesinas). Homologadas con los conceptos de vacío, de tierras hostiles o infértiles, también fueron útiles a los fines de incentivar su incorporación a la ló-gica de los países en constitución. Estos imagi-narios acompañaron la política que los Estados nacionales diseñaron para los lugares que ellos cualificaban y, en muchos casos, como en la Puna Argentina, perviven hasta la actualidad (Castro, 2007; Benedetti, 2005; Tomasi, 2010).

Colofón

Ahora volvamos a las preguntas formuladas al inicio de este texto: ¿sería posible establecer un vínculo entre los temas de la agenda pública y aquellos que conforman el corpus disciplina-rio de la geografía histórica? En caso de que este vínculo existiera, ¿qué tan profundo o su-perficial es? ¿Qué tan significativa es la corres-pondencia entre la agenda pública mencionada y el desarrollo teórico, metodológico y empírico de la geografía histórica en América Latina?

Conforme al recorrido realizado a lo largo de es-te artículo podríamos afirmar que dentro de las temáticas presentadas en la introducción y que forman parte de la agenda pública actual, al-gunas son objeto de interés por parte de la geo- grafía actual, mientras que otras se presentan como un campo abierto que merecerían un ma yor desarrollo en el futuro en la geografía histórica.

Así, por un lado pudimos reconocer la ten-dencia orientada a reconstruir la historia terri-torial de los Estados nacionales, incorporando en este proceso a una multiplicidad de actores (entre ellos las poblaciones originarias y cam-pesinas). La diversidad de fuentes que se usa en este proceso de interpretación del pasado político territorial, permite vincular los proce-sos de construcción material con aquellos de carácter simbólico. Esta tendencia parecería

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guardar relación con la necesidad actual de en-tender los procesos de redefinición de los Esta-dos, de sus atribuciones (entre ellas las de ca-rácter territorial) en el marco de la globalización. El crecimiento de las reivindicaciones identita-rias de pueblos originarios pone en cuestión el proyecto de homogeneización cultural que también caracterizó el proceso de formación estatal y donde el territorio jugó un papel clave. De hecho, éste fue considerado un elemento que otorgaba unidad frente a la diversidad ét-nica, lingüística, social y religiosa de las pobla-ciones del continente.

Como lo evidencia el caso mexicano, el vín-culo entre la geografía histórica y la historia am-biental no sólo se ha robustecido, también ha crecido el reconocimiento por parte de los his-toriadores ambientales –que provienen de una gran diversidad de campos del conocimiento- de las contribuciones, muchas pioneras, de la geografía histórica a la construcción de la his-toria ambiental. Por ello, es muy probable que la estrecha colaboración entre la geografía his-tórica y la historia ambiental se profundice en los años por venir y, con ello, el vínculo entre la geografía histórica y la agenda pública podría estrecharse aún más.

En otro tenor, existen ciertas temáticas que, a pesar de haber despertado interés en la geo-grafía histórica internacional y formar parte de las preocupaciones de los Estados o de cier-tos sectores sociales, han tenido poco desa-rrollo en el área. Nos estamos refiriendo a los procesos de patrimonialización y de memoria. El incipiente interés por analizar los usos del pasado puede tener que ver con el hecho de que la crítica a estas dinámicas recién está co-menzando. Además, si bien algunos análisis se han preocupado por discutir el papel de cier-tos paisajes o monumentos en la creación y re-creación de valores nacionales (Lobato Correa, 2011), son aún escasos los estudios que se han destinado a trabajar los lugares o políticas de memoria como acciones contrahegemónicas o de defensa de los derechos humanos en Amé-rica Latina (Fabri, 2010).

Otra vertiente que ha sido poco abordada es la que analiza procesos a otra escala que la na-cional o regional y que involucra actores como minorías sexuales, niños o ancianos. Ello podría involucrar el abordaje de lo cotidiano en la geo-

grafía histórica, que permitiría aproximarse a las complejidades a través de la cuales se constru-yen las economías, las naciones, los imperios, las instituciones, los discursos y los conocimien-tos (Naylor, 2008). En el proceso de análisis de microhistorias y microespacios el trabajo de archivo podría ser complementado con la explo-ración de las potencialidades de la historia oral.

La propuesta de análisis de espacios en red ha sido poco explorada en la geografía histórica de la región. El estudio de redes, conexiones y enmarañados –pensados en la literatura anglo-sajona como una recreación con base latouriana de la perspectiva que Braudel usó para el análi-sis del Mediterráneo (Mayhew, 2010)- permitiría trabajar los vínculos materiales y simbólicos que existieron entre espacios diferenciados en el marco de constitución de las naciones o de los imperios, en las dinámicas migratorias o en los procesos de diáspora.

Desde nuestro punto de vista, las dinámicas sociales, económicas y políticas latinoamerica-nas han incentivado la renovación temática del campo de la geografía histórica. De la misma manera, el diálogo con otras disciplinas socia-les ha impulsado la renovación epistemológica en esta área del conocimiento. Si bien hemos reconocido algunas tendencias en la geografía histórica latinoamericana actual, ellas son con-tinuamente enriquecidas y redefinidas a la luz de la relación que las urgencias y lecturas del presente hacen del pasado. Estas nuevas ver-tientes pueden incorporarse a esta área de tra-bajo de la geografía si se la concibe, como su-giere Baker (2003), como un subcampo abierto y en continua construcción.

Con los matices necesarios, las líneas de tra-bajo de la geografía histórica latinoamericana descritas, muy posiblemente, continuarán ocu-pando a los profesionales de este campo dis-ciplinario de esta parte del mundo en los años por venir. En esta línea de continuidad, quizás, se incorporarán cada vez más las herramientas geotecnológicas –los SIG y GPS, por ejemplo- al quehacer académico de este campo, sobre todo los integrantes de las nuevas generaciones de geógrafos-históricos (Gregory y Ell, 2007). También es muy posible que el trabajo interdis-ciplinario se acreciente en la geografía histórica de América Latina. Al trabajo de los historiado-res y geógrafos ahora se sumarán los especia-

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La geografía histórica en América Latina: propuestas teóricas, caminos recorridos y tendencias...

listas en temas ambientales que están cada vez más activos. Empero, como sucede en otras regiones del mundo, la agenda temática de la geografía histórica latinoamericana también mostrará rupturas y la emergencia de nuevos temas que hasta ahora han concitado poco in-terés entre los practicantes de este campo.

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reseñas

geografia histórica do brasil. cinco ensaios, uma proposta e uma críticaLarissa Alves de LiraPós-graduanda em Geografia Humana, Universidade de São Paulo55-11-3726-2745/ [email protected] graduação em Geografia pela Universidade de São Paulo. Atualmente é bolsista FAPESP de mestrado em pesquisa na área de História da Geografia.

Apesar do título do livro editado pela Anna-blume referir-se à Geografia Histórica, o prefá-cio revela uma ambição maior. Antonio Carlos Robert Moraes procura delimitar a especifici-dade da “ciência dos lugares” fugindo de arti-culações preconcebidas: em primeiro lugar, de que a disciplina é uma “ciência excepcional”, “epistemologicamente diferente de todos os demais campos do conhecimento científico” (MORAES, 2009, p.9); ou, uma “simples soma-tória das matérias que compõem a sua abor-dagem, instaurando uma nova forma de equa-cionamento na análise do mundo” (MORAES, 2009, p.9).

Através do diálogo com a História, esta tão grandemente concebida por historiadores como Lucien Febvre, Marc Bloch e Fernand Braudel, o autor demonstra como a ciência geográfica se relaciona com os demais campos do conhecimento. Esse fundamento de inter-disciplinaridade não é exclusivo da Geografia Histórica, ainda que, neste caso, estejamos fa-lando de duas gigantes. Também a geomorfo-logia, a biogeografia ou a geopolítica enfrentam o desafio de solucionar problemas que lhes são internos e externos. Nenhum tipo de modéstia, diríamos - contrariando Lucien Febvre - poderia arriscar uma solução à empreitada.

Fernand Braudel procurou indicar como a História poderia orientar a Geografia (e as Ciên-cias Sociais, a Antropologia, e a Economia...) (BRAUDEL, 1972, p.10-12). Moraes inverte o sinal: é na perspectiva própria desse campo do conhecimento que se deve incorporar a Histó-ria. Seria preciso rever, de saída, essa história universal, teleológica, “ocidentalista”, que uni-fica todos os povos sob um destino comum: o do progresso e da civilização.

O Princípio da Unidade da Terra (LA BLACHE, s/d, p.25) ou o da Conexão (BRUNHES, 1962),

definidos pelos clássicos; ou, o “ exame geo-gráfico da experiência histórica, tendo em men-te a ideia de que a Terra é, de fato, um único e mesmo mundo” (SAID In MORAES, 2009, p.11), numa versão contemporânea, colocam a ques-tão das temporalidades no cerne do problema. Num mesmo presente histórico, formações so-ciais muitas vezes antagônicas coexistem e se relacionam. Moraes ressalta como o sistema escravocrata, na periferia, presenciou o aflora-mento dos nacionalismos no centro: “As teorias totalizadoras e os conceitos universais atuam exatamente na tentativa de aproximação do di-verso [...]” (MORAES, 2009, p.18).

Braudel chamou esta perspectiva geográ-fica, no prefácio de seu O Mediterrâneo, de uma nova filosofia da história (BRAUDEL, 1983, p.22), na medida em que o comprometimento com o único e mesmo mundo rompia com uma visão linear dos acontecimentos. É como geó-grafo, portanto, que Robert Moraes questiona a “geocultura” da modernidade: assentada na fé no progresso (WALLERSTEIN, 2002), na ten-tativa de universalização dos fenômenos e do modelo europeu que, em última medida, justifi-caram a iniciativa colonial e a missão civilizató-ria. A geografia se repõe como mediação epis-temológica na construção de uma teoria crítica (MORAES, 2009, p.19).

Impulsionado pelos estudos pós coloniais, o geógrafo demonstra, no primeiro ensaio, como a história da disciplina deve ser levada a deslindar a trama complexa da construção da geocultura da modernidade, que teve na ciência seu motor fundamental, e as alterida-des que se reproduzem tanto em escalas locais como nacionais.

De fato, o nascimento da Geografia Moder-na foi marcado pela negação dos relatos de viagem, vulgarizados pelas Sociedades de

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Geografia, que forneciam uma visão demasia-da fragmentada da Terra (BERDOULAY, 1981, p.148). O princípio da universalidade orienta-va a disciplina, tendo a experiência colonial e a superioridade europeia como pilares funda-mentais. Mas, após o surgimento de uma nova teoria crítica, a História da Geografia brasileira deve estar mais intrincada “com a evolução po-lítica do país do que como um capítulo numa história universal do desenvolvimento desse campo disciplinar.” (MORAES, 2009, p.20). E assim, “começar pela avaliação geográfica da ‘ciência geográfica’” (MORAES, 2009, p.17), ou, colocar a ciência no seu lugar, como diria Livingstone.

Ao constatar, destarte, que “as sociedades periféricas expressam a modernidade em for-mas econômicas, políticas e culturais próprias’ (MORAES, 2009, p.20) a história da geografia brasileira pode vislumbrar como este campo do conhecimento contribuiu para acelerar a formação do Estado anteriormente à da nação - “invertendo o nexo tradicionalmente aponta-do entre identidade e território no mundo mo-derno.” (MORAES, 2009, p.24). Genericamente, as ligações entre Nação-Território-Estado, sur-gidos após a Revolução Francesa, não se re-produziriam nos países coloniais, mas sim uma construção inversa: Estado-Território-Nação.

A particularidade das terras coloniais revela muito da totalidade da economia-mundo: se-guindo as indicações de Wallerstein, esta é um sistema econômico pautado em uma diversi-dade de formações políticas (cidades-estados, estados-nações, impérios), visto que cada uma delas deve ser capaz de organizar as relações sociais para dar resposta aos diferentes papéis na divisão internacional do trabalho (WALLERS-TEIN, 1980, p.19). Tanto as particularidades da política quanto a totalidade da economia são chaves para explicar a Terra, objeto este pri-mordial da Geografia Geral (LA BLACHE, 2002).

A entrada da geopolítica foi a escolha do au-tor, inspirado pelos estudos clássicos que são conhecidos em sua trajetória: “Em suma, enten-demos a Geografia Histórica como caminho de reconstituição (em várias escalas) do processo de formação dos atuais territórios [...]” (MO-RAES, 2009, p.61). O Estado brasileiro, nasce, pois, ligado à definição do território. Seus ante-cedentes remontam à instalação da Coroa Por-

tuguesa no Brasil, animada pela geopolítica do hemisfério austral.

De terras esquecidas (MORAES, 2009, p.36) a “ilha Brasil” se torna ponto de paragem de rotas internacionais. Pouco a pouco descobre-se sua qualidade locacional: o longo litoral, estendido no hemisfério austral, “cujo domínio articulado das praças portuguesas na África Ocidental permitiria um bom controle do Atlântico sul, e logo, do grande eixo de circulação oceânica meridional.” (MORAES, 2009, p.38). Assim, sur-ge a necessidade de ocupação como um modo de proteger as terras.

As primeiras instalações, representadas pelas feitorias, serviam como pontos de armazena-gem, comércio de pau-brasil, eram frequente-mente associadas a um forte, além de servir de núcleo de trocas culturais entre portugueses e indígenas. Mas havia o imperativo de tornar o Brasil produtivo, de forma a custear as tarefas decorrentes do patrulhamento e do comércio.

Apesar da clara intenção de garantir a ocu-pação do litoral, como demonstram as proi-bições da Coroa de fundar núcleos distantes da costa, os caminhos já existentes e a dinâmica própria da economia no âmbito da civilização material expandiu os limites em direção ao in-terior para além das fazendas de açúcar, estas em plena conexão com os mercados capitalis-tas europeus (BRAUDEL,1998, pp.236-237).

Moraes procura demarcar momentos diver-sos na história do Brasil colônia, diferenciados segundo a iniciativa de ocupação do território. A colonização, inicialmente restrita ao litoral, gan-hará com o tempo um caráter que não perderá: o da expansão e conquista de novas terras. A independência do Brasil, como demonstrado no terceiro e quarto ensaios, representa um elo de continuidade com a política expansionista iniciada no período anterior.

Em meados dos oitocentos, a economia es-tava plenamente divida em regiões, represen-tadas por elites cujo objetivo em comum era manter o escravismo e suas áreas de expan-são territoriais. Havia trocas inter-regionais mas as relações eram plenamente entabuladas nos seus interiores. Apenas a Coroa Portuguesa possuía a pretensão de soberania do conjun-to das terras. A independência, levada a cabo pela mesma família dinástica, manteve não apenas a unidade do território como o princí-

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pio de legitimação do Estado. A existência de terras almejadas, ainda que pouco conhecidas, organizam a relação das elites com o Príncipe, ou, das classes dominantes com o Estado.

Eis que nos deparamos com o conceito “fun-dos territoriais” que articula todos os ensaios. Esses territórios são definidos como reservas para expansão futura da ação colonizado-ra (MORAES, 2009, p.65). Na linguagem dos políticos e homens comuns, tão habitual dos geógrafos, foram chamados de “sertão”. Mas foram tantos os sertões brasileiros que não há como defini-los como uma região única, por suas qualidades naturais, argumenta o autor. Isso o retiraria do léxico “tradicional” da geo-grafia, cujas conceituações referem-se a uni-versos tidos como empíricos. Mas em cada época, não seria possível delimitar, descrever, viajar pelo sertão? Riobaldo, personagem de Guimarães Rosa, andou por Minas, Goiás e sul da Bahia, com as armas de um jagunço abrindo caminhos, de onde saíram as rudes histórias de amor e vingança. O fato é que, num país onde se repõe as “marchas pioneiras”, os conteúdos das regiões se modificam em uma acelerada longa duração.

Mas o autor pretende apreender o sertão como uma realidade simbólica, ou, uma “ideo-logia geográfica”. É um espaço imaginado para a expansão, ganhando conteúdos que respon-dem ao imperativo da pretensão de soberania. Assim, ele é geralmente concebido como antí-poda (a outra região), desconhecido, subordina-do, distante, moradia dos habitantes distintos aos tipos nacionais. Às realidades geográficas correspondem identidades e projetos.

Seja pelo estudo da História da Geografia, seja pelo da Geografia Histórica, o que ficou demonstrado, ao longo desses cinco ensaios, foi o papel essencial que a ideia de conquista e expansão do território jogou na mentalidade das elites e na formação do Estado, ao tempo que particulariza a condição periférica. E esse processo ainda está inconcluso, o que oferece à sociedade, ao geógrafo e ao político a possi-bilidade de manejar os atuais fundos territoriais de acordo com a posição que se quer ocupar na divisão internacional do trabalho num curto, médio e longo prazos.

Assim, Moraes apresenta, no penúltimo texto, uma proposta de pesquisa: aprofundar a análi-

se das matrizes energéticas e de transporte do Brasil. Em outras palavras, trata-se de estudar os setores estratégicos, tanto para planejar o uso dos “atuais fundos territoriais”, como para garantir o modelo de ocupação, integração, e uso das terras. Para tanto, alerta o autor, será preciso retomar a famigerada ferramenta do planejamento e imiscuir-se no debate nacional das políticas territoriais existentes no Brasil, seja como um técnico do Estado, seja como um cidadão.

E é sobre este ponto, da aplicabilidade po-lítica das atuais pesquisas em Geografia que o autor fecha este livro profícuo. A discussão não é cristalina e remete a identificar os funda-mentos teóricos que baseiam tais trabalhos. O posicionamento frente aos grandes esquemas de pensamento, que buscam dar sentido à his-tória, erigidos na época moderna, continuam a ser a chave da questão.

Não poucos, nos lembra ao autor, estão ver-dadeiramente encantados pela plenitude da or-dem capitalista. O capitalismo parece ter che-gado longe, ocupado rotas, invadido confins. As diferenças geográficas estariam diluídas, as fronteiras desfeitas, a condição periférica pulverizada. “Pós modernismo é o nome mais usual que se atribui a esta corrente de pensa-mento, que hoje influencia fortemente o cam-po disciplinar da geografia”. (MORAES, 2009, p.143).

Centro e Periferia se encontram na pós mo-dernidade. Essa postura, remetendo ao início do livro de Moraes, não reforçaria o mimetismo a que a modernidade quis submeter regiões colonizadas? Outra corrente, que influencia a Geografia é a daqueles que “assumem a defe-sa das formas pré-modernas de sociabilidade, fazendo do anacronismo uma orientação meto-dológica.” (MORAES, 2009, p.146). Em ambas as posturas o resultado são geografias epis-temologicamente carentes de coerência, leva-das a apagar a importância da história e suas sobrevivências. A relevância do Estado-Nação se repõe e o abandono da escala nacional não contribui para politização da Geografia.

Frente ao exposto, só podemos lamentar que o livro chega ao fim. Ou, por não ter estabele-cido mais diálogo com estudos de propósito e natureza semelhantes. Resultados importantes, como o de Immanuel Wallerstein, elaborados

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ao longo dos últimos decênios do século XX foram felizes em demonstrar a existência his-tórica da periferia através do deslindamento da formação da economia-mundo no século XVI. Isso levaria Moraes a outro intento, qual seja, a inserção da formação do Brasil na economia mundo, ao qual não podemos esperar que o tenha feito, mas cujo talento único e profundi-dade da reflexão poderiam os iluminar. Fernand Braudel, numa crítica elegante e exigente, disse a Caio Prado Jr.: faça uma história do Atlântico!

Bibliografia

BERDOULAY, Vincent. (1981). La Formation de L’École Française de Géographie (1870-1914). Paris: Bibliothèque Nationale.BRAUDEL, Fernand. (1983). O Mediterrâneo e o Mundo Mediterrâneo na Época de Felipe II. São Paulo: Martins Fontes.BRAUDEL, Fernand. (1972). História e Ciências Sociais. Lisboa: Ed Presença.BRAUDEL, Fernand. (1988). Civilização Mate-rial, Economia e Capitalismo. Séculos XV-XVIII. São Paulo: Martins Fontes.BRUNHES, Jean. (1962). Geografia Humana. Rio de Janeiro: Fundo de Cultura.LA BLACHE, Vidal de. ( s/d). Princípios de Geo-grafia Humana. Lisboa: Cosmo.LA BLACHE, Vidal de. (2002). “O Princípio de Geografia Geral”. In: Geographia. Rio de Janei-ro: Ano 3, nº 6.MORAES, Antonio Carlos Robert. (2009). Geo-grafia Histórica do Brasil. Cinco Ensaios, uma proposta e uma crítica. São Paulo: Annablume.WALLERSTEIN, Immanuel. (1980). Le Système du Monde du XVe Siécle a Nos Jours. Paris: Flammarion.WALLERSTEIN, Immanuel. (2002). Após o Libe-ralismo. Em busca da reconstrução do mundo. Rio de Janeiro: Vozes.

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francisco roque de olivera, héctor mendoza vargas (coord.), (2010), mapas de metade do mundo. a cartogra-fia e a construção territorial dos espaços americanos. séculos xvi a xix./mapas de la mitad del mundo. la carto-grafía y la construcción territorial de los espacios ame-ricanos. siglos xvi al xix, centro de estudos geograficos universidad de lisboa, instituto de geografìa de la unam, lisboa/ciudad de méxico, 463 p.Malena Mazzitelli MastricchioInstituto de Geografía, Universidad de Buenos Aires, Argentina [email protected]

El libro coordinado por Francisco Roque de Olivera y Héctor Mendoza Vargas reúne, por un lado, una parte de los trabajos presentados en el segundo Simposio Iberoamericano de His-toria de la Cartografía que se desarrolló en la Ciudad de México en abril de 2008; y, por otro, un conjunto de artículos invitados relacionados con la temática del evento.

La publicación -realizada de forma conjunta entre el Centro de Estudios Geográficos de la Universidad de Lisboa y el Instituto de Geo-grafía de la Universidad Nacional Autónoma de México- reúne 19 artículos divididos en cuatro ejes temáticos: el primero se denomina “Las fuentes y la reflexión filosófica e histórica” en la cual se reúnen los trabajos que pretenden dar una propuesta teórico-metodológica para el análisis de los “textos cartográficos”. La segun-da sección “Los desafíos de la mirada: las nue-vas ideas para viejos mapas” agrupa los traba-jos en los cuales la relación con la dinámica espacial y la conformación territorial es central en los análisis. “Entre las tensiones territoriales y las noticias de Iberoamérica” es el nombre que recibe el tercer eje temático el cual, a pesar de la diversidad de temas y fuentes analizadas el mapa y la cartografía son centrales para las argumentaciones. La última sección: “El hori-zonte amplio: los mapas y la navegación” agru-pa los ensayos que se centran en la cartografía náutica. A pesar de esta agrupación, a lo largo de las casi 400 páginas del libro es posible leer una preocupación común a todos los trabajos:

la relación entre la historia de la cartografía y la construcción del territorio y, más ampliamente, parece ser, una inquietud distintiva de los his-toriadores de la cartografía de Iberoamérica: analizar la construcción de un territorio desde y con la cartografía.

Sin embargo, si bien la Historia de la Carto-grafía -en tanto campo del saber- está muy de-sarrollado en los países sajones, en Iberoaméri-ca esta área de trabajo empezó a desarrollarse más tardíamente. Sin duda alguna, la publica-ción en español de la obra postmortem de John Brian Harley, La Naturaleza de los mapa (2005), ayudó a fomentar su desarrollo. Efectivamen-te, la mayoría de los artículos que componen el libro se distancian de posturas historiográfi-cas más tradicionales que consideran al mapa como una copia gráfica y mimética de la reali-dad y se posicionan desde un enfoque meto-dológico que considera al mapa dentro de los análisis culturales. La impronta de Harley es, en algunos casos, explícita: tanto Raquel Urroz y Héctor Mendoza Vargas en “Los mapas de México: situación actual y análisis de su tra-yectoria” como para Beatriz Piccolotto Siqueira Bueno, en “Mapa, Texto e contexto num impé-rio em movimento. Exercício de interpretação epistemológica da Brasiliae Geographica Ta-bula Nova de Georg Marcgraf (1643-1647)”, parten de conceptos harlianos claves como, ‘imágenes retóricas’ o ‘contexto’ para funda-mentar sus propias argumentaciones y realizar sus propios aportes teóricos. Otros, en cam-

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bio evocan a Harley de manera más implícita, como Alejandra Vega Palma, en “Cartografía y escritura cartográfica. Los diferentes Perú de la Geografía y Descripción Universal de las Indias de Juan López de Velasco” que analiza la arti-culación entre saber y poder desde las prác-ticas discursivas. En el trabajo de Guadalupe Pinzón, “Francisco de la Bodega y Cuadra y los mapas de Acapulco, Paita y Callao (1777-1778), también encontramos una huella de la obra de Harley cuando la autora decide analizar los mapas en el contexto cultural en que fueron creados y pensados. Ricardo Fagoaga Hernán-dez recupera en su texto “Noticias locales para representaciones nacionales: mapa y planos de las ‘Noticias Estadísticas’ de principios de si-glo (1836). El caso de la Huasteca potosina” la idea de contexto del mapa cuando rescata la importancia de los datos para que los planos y mapas que acompañan a las “Noticias Estadís-ticas” adquieran sentido, es decir –en palabras del autor- “separando los mapas de su corpus narrativo inmediatamente pierden el contexto por el que fueron elaborados y muchos de los elementos cubijados no tendrían traducción”.

En el ensayo de Thomas Hillerkuss y Elizabeth del Carmen Flores Olague “El Mapa de Nueva Galicia (1579) de Abraham Ortelius, sus fuentes y su génesis” la huella harliana radica en anali-zar las relaciones de poder en las cuales el car-tógrafo está inserto. Efectivamente, el texto se centra en indagar sobre las fuentes de informa-ción utilizadas por Ortelius para confeccionar el mapa de la Nueva Galicia de 1579. Proponen recuperar una descripción de la naturaleza de Nueva España que Ortelius hizo en 1588 (y que acompaña el atlas) como una fuente de infor-mación y analizan el abanico de posibilidades que se le abrió a cosmógrafo flamenco cuando fue nombrado cosmógrafo de Felipe II.

La manera de pensar el mapa y la cartogra-fía presenta algunas variantes interesantes: en algunos artículos, el mapa es el objeto de la investigación; en otros, es concebido como la fuente que permite indagar otros objetos. En-tre los que hacen del mapa su objeto de es-tudio encontramos por ejemplo “O conheci-mento da área de fronteira entre Mato Grosso e a América Española no século XVIII: a pro-cura de informações geográficas e cartográfi-cas por portugueses e castelhanos” de Mário

Clemente Ferreira quien utiliza a la cartografía para reconstruir el camino que atravesaron los portugueses y los españoles para obtener infor-mación espacial de la frontera que compartían.

Tomando a los mapas náuticos como objeto de estudio, Miguel Lourenço en “De São Lázaro as Filipinas: imagens de um arquipélago na car-tografia náutica ibérica do século XVI”, indaga sobre los cambios de la imagen de Filipinas en la cartografía náutica de Portugal. Karina Bus-tos, por su parte, en “Exploraciones Náuticas en la costa del Pacífico mexicano. Cartas y de-rroteros de la segunda mitad del siglo XIX” se centra en demostrar cómo se va construyendo el conocimiento náutico de la costa mexicana del Pacífico con los aportes de las expedicio-nes de los Estados Unidos.

Otro artículo sobre este género cartográfico pero que pone énfasis en el mapa como medio de estudio para visualizar los avances técnicos, es el de António José Duarte Costa Canas: “A introdução de Mercator na cartografia náutica portuguesa”. El autor explora los cambios en el arte de navegar y se propone superar los en-foques historiográficos clásicos -que ven cierto atraso de la cartografían náutica portuguesa- encuadrando a los avances técnicos en su contextos culturales y políticos.

En otros ensayos, si bien el análisis se centra en las instituciones y en los sujetos que se encargaban de hacer obras cartográficas, las conclusiones a las que llegan los autores se desprende de los documentos cartográficos (atlas, mapas, programas de cursos); el diálogo se establece con el texto cartográfico. Así, en el artículo “Jaime Cortesão, cartólogo no Brasil. Génese e conteúdo dos cursos de História da Cartografia e da Formação Territorial Brasileira leccionados no Itamaraty (1944-1950)” escrito por Francisco Roque de Olivera se repasan las publicaciones hechas por el historiador portu-gués antes y después de sufrir el exilo. El autor realiza un complejo manejo de fuentes que le permite, entre otras cosas, examinar y recons-truir las estructuras de los cursos y de las obras que el gobierno brasilero le encargó a Cortesão y analizar el camino recorrido hasta desembocar en la obra de dos volúmenes História do Brasil nos velhos mapas (1957-1971). Omar Moncada Maya, en “Miguel Constanzó y el conocimiento y la representación de California (1767-1770)”

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se centra en destacar la importancia de la obra de este cartógrafo para la representación del territorio que hoy se conoce como California. A través del análisis de la cartografía y de los dia-rios de Contanzó, propone que la historiografía recupere la figura del ingeniero como ‘fundador de California’. El aporte que hace Valéria Tre-vizani Burla de Aguilar en “O Atlas geográfico escolar de Candido Mendes de Almeida e o ensino de geografia no Brasil Imperial” radica en que entreteje la correlación existente entre una geografía descriptiva y la cartografía (lo que llama “mapa-mudo”) para la enseñanza de la disciplina.

Contrariamente, la cartografía adquiere un rol de fuente cuando los autores dialogan más de cerca con otros dispositivos (disposición espa-cial de elementos, los movimientos de fronteras o la formación de ciudades) en los que el mapa se convierte en la herramienta que permite vi-sualizar los movimientos espaciales. Esto se ve, por ejemplo, en “Mapeando conflitos: poderes locais, hierarquia urbana e organização político-territorial nas Minas setecentistas” de Cláudia Damasceno Fonseca quien estudia la ocupa-ción territorial de la Corona portuguesa y como se visualizan estos movimientos en los mapas del siglos XVI y XVII. Por su parte Renata Mal-cher de Araujo en “Desenhar cidades no papel e no terreno: cartografia e urbanismo na Ama-zónia e Mato Grosso no século XVIII” estudia el proceso de urbanización y como la cartografía le permite analizar dicho proceso. Es atractiva la idea que propone de leer la creación de los pueblos (vilas) en dos escalas: una a “escala do território”, en la que el pueblo es pensado en función de establecer una frontera y, la otra, la “escala da estrutura urbana” la que se rea-liza sobre el terreno. En este análisis Malcher de Araujo piensa la urbanización en tanto es-trategia territorial de la Corona, y asegura que los pueblos “são pensadas como desenho que desenham territórios”.

En esta misma línea metodológica Ángel Gar-cía Zambrano en “Transposiciones del paisaje del lugar de proveniencia mítica en la geografía de los pueblos indígenas de México” analiza como son representados los paisajes liminares en mapas y pinturas del siglo XVI. En “Pintura de Atlatlahuca, 1588: un análisis espacial”, Ana Elsa Chávez Peón Herrero, Gustavo Garza

Merodio y Federico Fernández Christlieb hacen un aporte a la metodología para el estudio de la geografía histórica a partir de mapas: los autores realizan un trabajo de campo que les permite contrastar los elementos que figuran en el mapa de Atlatlahuca confeccionado en 1588 con los elementos presentes en el territorio ac-tual. Esta especie de corroboración espacial entre el mapa del siglo XVI y el territorio de hoy parece ser un buen ejercicio para demostrar que los mapas antiguos tenían una espacialidad y buscaban también precisión espacial. Esto nos invita a (re)pensar el concepto de precisión y ubicarlo en su contexto cultural, dicho de otra forma: debería ser útil para discutir la universa-lidad de los parámetros occidentales y moder-nos de la precisión cartográfica. Por otro lado desarticula la acusación que reciben los mapas -que no responden a las normas de la geode-sia- de “acientíficos” o “imprecisos”, acusación (tantas veces usada) que resalta a los mapas actuales como los únicos con rigurosidad cien-tífica y por lo tantos “exactos” y “verdaderos”. Tal vez, sería necesario mencionar que entre el recuento, que hacen los autores, sobre los trabajos que han analizado este mapa, falta la mención que Alessandra Russo hace en su li-bro Realismo circular, 2000.

Un artículo que introduce un vuelco novedoso en el libro en particular, pero también promueve un quiebre en la historia de la cartografía ibe-roamericana, es el trabajo “Paisajes toponími-cos. La potencia visual de los topónimos y el imaginario geográfico sobre la Patagonia en la segunda mitad del siglo XIX” de Carla Lois. La autora -sin desconocer el valioso aporte de J. B. Harley- propone superar la “perspectiva tex-tual” que viene dominando en la historiografía y recuperar el aspecto y la importancia visual de los mapas. Lois -posicionada desde lo que ya desde hace algunos años se conoce como el visual turn- plantea recuperar el aspecto visual de los mapas en tanto imágenes. Si tenemos en cuenta lo anteriormente dicho sobre la hue-lla que Harley produjo en los historiadores de la cartografía este es un aporte sin duda nove-doso y estimulante porque abre nuevos cami-nos y preguntas, nos invita a aproximarnos a los mapas desde otra perspectiva, ya no desde la textual sino desde la visual. Esta diferencia en la manera de aproximarse al mismo objeto

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(el mapa) podemos leerla en el ya citado traba-jos de Lois y en el articulo “Usos geopolíticos da memória toponímica na formação do Estado brasileiro (1750-1850)” de Íris Kantor. Ambas autoras se focalizan en los topónimos pero mientras Kantor lo hace desde lo que podemos llamar la “potencia semiótica”, recuperando así la dimensión texual de los mapas; Lois, en cambio, se posiciona desde la visualidad del mapa y propone destacar la “potencia visual”.

En síntesis, este libro expresa la consolidación de una red de trabajo dedicada al estudio de la cartografía en la región iberoamericana: desde la realización del I Simposio Iberoamericano de Historia de la Cartografía en Buenos Aires en el año 2006 se abrió un camino en el que los his-toriadores de la cartografía encontraron un es-pacio de discusión y de intercambio intelectual que en dicha circunstancia se materializó en el libro publicado en México Historias de la Carto-grafía de Iberoamérica. Nuevos caminos, viejos problemas. Este camino encontró continuidad en el Simposio celebrado en el año 2010 en San Pablo y abrirá nuevas perspectivas de trabajo en el evento que con el mismo título se realizará en Lisboa en el año 2012.

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Lineamientos para la publicación en la revista espaciotiempo

El investigador interesado en publicar en la revista deberá atender a los siguientes criterios:

Exclusividad: sólo se aceptan artículos inéditos y no sometidos a otra publicación. No se publicarán artículos bajo seudónimo.

Contenido. Los artículos deberán ser contribuciones originales o aplicaciones que hagan una contribución sustantiva y actualizada al tema de estudio.

Presentación de originales: las colaboraciones de artículos cortos tendrán una extensión máxima de 5 cuartillas y serán sometidos a arbitraje simple. Las colaboraciones de artículos largos serán sometidas a arbitraje por dos revisores y tendrán una extensión máxima de 15 cuartillas. Se entregarán por correo electrónico, en fuente Helvetica, interlineado sencillo y letra de 11 puntos. Los artículos deberán ser enviados por correo electrónico a [email protected]. Deberán contener tres archivos: uno con el título del artículo, el nombre y grado del autor o autores, la adscripción institucional, el teléfono, el correo electrónico y un breve resumen de la obra y trayectoria del autor o autores; otro con el artículo sin datos del autor o autores y con sólo la indicación del lugar y número de las gráficas; y uno tercero con las tablas, gráficas e imágenes que acompañan el artículo. No deberán hacerse notas al pie, sino cuando sea absolutamente indispensable.

Referencias bibliográficas: dentro del texto se hará a partir de los criterios de APA, mencionando el apellido del autor (o los apellidos de los autores, el año y la o las páginas (García, 2005, pp. 35-40). No se utilizan los recursos de ibid., ibidem., op. cit., etcétera. Cuando se requiera repetir la identificación de una fuente, volver a señalar el año y la página de la obra referenciada, o solamente la página en caso de que sea una nueva cita de la última obra mencionada. Al final se incluirá la ficha extensa de bibliografía según los lineamientos citados a continuación. Se escribirán en cursiva sólo los títulos de libros, de las revistas o de los diarios.

Libros

Murciano, M. (1992). Estructura y dinámica de la comunicación internacional (2a. ed.). Barcelona: Bosch Comunicación.

Capítulos en libros

Bailey, J. (1989). México en los medios de comunicación estadounidenses. En J. Coatsworth y C. Rico (Eds.), Imágenes de México en Estados Unidos (pp. 37-78). México: Fondo de Cultura Económica.

Artículos en revistas académicas (Journals)

* En revistas cuya numeración es progresiva en las diferentes ediciones que componen un volumen, se pone solamente el número de este último (en caracteres arábigos):

Biltereyst, D. (1992). Language and culture as ultimate barriers? An analysis of the circulation, consumption and popularity of fiction in small European countries. European Journal of Communication, 7, 517-540.

* En revistas cuya numeración inicia con la página 1 en cada uno de los números que componen un volumen, agregar el número del ejemplar entre paréntesis después de señalar el volumen:

Emery, M. (1989). An endangered species: the international newshole. Gannett Center Journal, 3 (4), 151-164.

* En revistas donde no se señala el volumen, pero sí el número del ejemplar, poner éste entre paréntesis:

Pérez, M. (1997). El caso de los balseros cubanos desde la óptica del periódico El Norte de Monterrey. Revista de Humanidades, (2), 191-212.

* En ediciones dobles de revistas sin volumen seguir el siguiente ejemplo:

Trejo Delarbre, R. (1995/96). Prensa y gobierno: las relaciones perversas. Comunicación y Sociedad, (25/26), 35-56.

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Tesis

De la Garza, Y. (1996). Patrones de exposición y preferencias programáticas de los jóvenes de preparatoria de Monterrey y su área conurbada. Tesis de Maestría, Tecnológico de Monterrey, Monterrey, México.

Revistas no académicas y de divulgación

A diferencia de las revistas académicas, para las que sólo se reporta el año de edición y no los meses, en las revistas comerciales o de divulgación se incluye el mes (en caso de periodicidad mensual) y el día (en caso de revistas quincenales, semanales o de periódicos diariosSi se señala el autor del artículo, seguir este ejemplo: Carro, N. (1991, mayo). 1990: un año de cine. Dicine, 8, 2-5. Cuando se omite el autor del artículo se inicia con el nombre del artículo:

Inversión Blockbuster. (1995, julio). Adcebra, 6, 10. Se asocia Televisión Azteca con canal de Guatemala. (1997, octubre 15). Excélsior, pp. F7, F12.

Reseñas de libros y revistas

González, L. (1997). La teoría literaria a fin de siglo [Reseña del libro La teoría literaria contemporánea]. Revista de Humanidades, (2), 243-248.

Mensajes de e-mail y grupos de discusión

Tratar igual que “Comunicación personal”. Se cita sólo dentro del texto y no se pone en la bibliografía. Ejemplo: Existen actualmente alrededor de 130 escuelas de comunicación en el país (R. Fuentes, comunicación personal, 15 de febrero de 1998).

Revista académica en la WWW

Fecha: usar la que aparezca en la página o sitio (si está fechada). En caso contrario, usar la fecha en que se consultó.

López, J. R. (1997). Tecnologías de comunicación e identidad: Interfaz, metáfora y virtualidad. Razón y Palabra [Revista electrónica], 2 (7). Disponible en: http://www.razónypalabra.org.mx

Sitios no académicos en la WWW sin autor

DIRECTV Questions & Answers (1997, octubre). Disponible en: http://www.directv.com/

Cd Rom

Corliss, R. (1992, septiembre 21). Sleepwalking into a mess [Reseña de la película Husbands and wives] [CD Rom]. Time Almanac. Washington, DC: Compact Publishing Inc.

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Números previos de

espaciotiempoRevista Latinoamericana de Ciencias Sociales y Humanidades

espaciotiempo 1 (primavera – verano 2008).

Dossier: Cultura y medio ambiente en la Huasteca: La población indígena y su entorno actual.Contribuciones de: Guy & Claude Stresser-Péan, Pedro S. Urquijo, Miguel Angel Sámano Rentaría & Miguel Angel Romero Morales, Alan R. Sandstrom, György Szeljak & Anuschka van´t Hooft, Miguel Aguilar-Robledo, Dominique Raby, Pedro Reygadas Robles-Gil, Valente Vázquez Solís, Carlos A. Casas Mendoza.

espaciotiempo 2 (otoño – invierno 2008).Dossier: Enfoques de la complejidad y el desarrollo en las humanidades y las ciencias sociales.Contribuciones de:Antonio Aguilera Ontiveros & Julio César Contreras Manrique, Juan Luis Martínez Ledesma, Sonia Lucía Peña Contreras, Stuart Shanker, Andrea Garvey & Alan Fogel, Pedro Reygadas & Anuschka van’t Hooft, José Luis Piñuel Raigada & Carlos Lozano Ascencio, Gustavo Aviña Cerecer, Verónica Alvarado, Héctor Magaña Vargas.

espaciotiempo 3 (primavera – verano 2009).Dossier: Arqueología en el norte de México.Contribuciones de:Emiliano Gallaga, Rafael Cruz Antillón & Timothy D. Maxwell, Jane H. Kelley, Todd VanPool & Gordon F. M. Rakita & Christine S. VanPool, Moisés Valadez Moreno & Denise Carpinteyro Espinosa & Paola Isabel Zepeda Quintero & Manuel Graniel Téllez, John Carpenter & Julio Vicente, José Luis Punzo Díaz, Michelle Elliott & Ben A. Nelson & Christopher T. Fisher, Achim Lelgemann, Hugo López del Río & Fernando Mireles García & Raul Y. Méndez Cardona & M. Nicolás Caretta & Robert J. Speakman & Michael D. Glascock, Peter C. Kroefges, José Domingo Carrillo.

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espaciotiempo 4 (otoño – invierno 2009).

Dossier: Ordenamiento territorial.Contribuciones de:Carlos Contreras Servín; Alejandro Ismael Monterroso Rivas, Jesús David Gómez Díaz, Juan Ángel Tinoco Rueda, Esteban Betancourt Hinojosan & Alva Reynoso Valdés; Nohora Beatriz Guzmán Ramírez; Adrián Moreno Mata; Marcos Algara Siller, Carlos Contreras Servín, Guadalupe Galindo Mendoza y José de Jesús Mejía Saavedra; Alfonso Munguía-Gil, Jorge I. Euán-Ávila & Ana García de Fuentes; María Inés Ortiz Álvarez, Alma Villaseñor Franco y Leticia Gerónimo Mendoza; Wanderléia Elizabeth Brinckmann.

espaciotiempo 5 (primavera – verano 2010).

Dossier: Sociedad y territorio.Contribuciones de: Carmelo Conesa García, Wanderléia E. Brinckmann, Rafael García Lorenzo, Ramón García Marín & Alfredo Pérez Morales; Sara Barrasa García; Octavio A. Montes Vega; Migu el Escalona Maurice; María Guadalupe Galindo Mendoza; Wanderléia E. Brinckmann & Michele Peixoto Friedrich; Noé Aguilar Rivera; Adrián Moreno Mata, Rigoberto Lárraga Lara & Victor Benítez Gómez; Carlos Contreras Servín.

espaciotiempo 6 (otoño-invierno 2010).

Dossier: Crónicas del Nuevo Mundo, siglos XVI - XVIII. Nuevas aproximaciones teóricas.Contribuciones de:María de Jesús Benítez, Manuel Pérez, Jimena N. Rodríguez, Hugo H. Ramírez, Va-leria Añón, Bryan Green, Alejandra Balduvín, Sara Tovar.

Números previos de

espaciotiempoRevista Latinoamericana de Ciencias Sociales y Humanidades

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En el próximo número de

DossierPOLÍTICAS HIDRÁULICAS Y REPERCUSIONES SOCIALES, ECONÓMICAS, CULTURALES Y MEDIOAMBIENTALES EN ANDALUCÍA Y MÉXICO.

Jesús Raúl Navarro García Expansión hidráulica, políticas sanitarias, conflictos bélicos y desastre ecológico en el control del paludismo en España durante el primer tercio del siglo XX.Julio ContrerasEntre endemia y epidemia. El paludismo en el estado de Chiapas. 1873-1940.Alice PomaEs que no es como un corralito donde vas a sacar unas gallinas: la dimensión cultural de la protesta de los afectados por obras hidráulicas.Anahí Copitzy Gómez FuentesMujeres, afectadas y lideresas. Impactos personales, sociales y culturales por la construcción de presas.José Luis Gutiérrez MolinaLas grandes obras hidráulicas franquistas: la explotación humana y el desarrollo.Félix MorenoLos regadíos del Bajo Guadalquivir, una evaluación de política hidráulica.José Esteban CastroLa dimensión epistémica en la lucha por la democratización del gobierno y gestión del agua en America Latina y el Caribe.

Editor invitado

Jesús Raúl Navarro García.

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Año 6, Número 8, Otoño-invierno 2012

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