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Apuntamientos Para Un Análisis Sociológico Del Humanismo Español

Oct 05, 2015

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Carlos zapata

Luis Gil
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  • APUNTAMIENTOS PARA UN ANALISIS SOCIOLOGICO DEL HUMANISMO ESPAOL

    La tradicin de los estudios clsicos en Espaa desde el siglo XVI a nuestros das podra compararse con el historial clnico de un enfermo crnico que atraviesa'por crisis agudas y perodos de relativo restablecimiento, sin que, contra todo pronstico, llegue jams a un fatal desenlace ni recupere tampoco la salud definitivamente. Terriblemente reiterativa en sus situaciones, es escaso el inters cientfico que ofrece, pero son muy alecciona- doras las enseanzas que depara desde el punto de vista de la sociologa del saber. Mutatis mutandis, el anlisis sociolgico de dicha tradicin podra arrojar no poca luz sobre el tan debatido problema de la "ciencia espaola", de la que la Filologa clsi- ca no es sino una parte.

    Evidentemente, antes de establecer correlaciones de hechos y proceder, digamos para seguir con la comparacin mdica, al diagnstico es preciso contar con una serie de datos fidedignos que permitan eludir las conclusiones precipitadas y los riesgos del apriorismo. Desde que en 1967 realic una descripcin feno- menolgica del Humanismo espaol del siglo XVI1 hasta el mo- mento, he llevado a cabo personalmente y he dirigido una serie de trabajos que me han permitido reunir los materiales suficien- tes para ensayar un estudio de conjunto sobre el panorama so- cial del Humanismo clsico espaol desde el siglo XVI a las pos- trimeras del XVIII. En las presentes pginas voy a intentar anti- cipar los resultados generales de dicho estudio empleando los mtodos de anlisis seguidos por dos ilustres predecesores, los profesores Maravall y von Martin, para un perodo histrico an-

    1 L. GIL El humanismo espaol del siglo XVI, en Est. Cl. XI 1967, 209-297.

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    terior y contemporneo al nuestro respectivamente. Me voy a limitar a los siglos XVI y XVII, aunque har -pues la historia de los estudios clsicos en Espaa forma un continuum al menos hasta las reformas carloterceristas- algunas alusiones a hechos y testimonios de la primera mitad del XVIII.

    J. A. Marava112 ha analizado muy bien el paralelismo exis- tente entre la organizacin social, jurdica y econmica de una sociedad esttica como la de la Baja Edad Media con la concep- cin del saber y sus diferentes modos de presentacin. Sus con- clusiones, presentadas muy esquemticamente, son las siguien- tes.

    A una economa de carcter agrario, basada en la nocin de que los recursos naturales son limitados e inalterables, corres- ponde una nocin del saber que, como la cosecha, se repite y se deposita para hacer posible la satisfaccin de unas necesidades de abastecimiento que permanecen no menos inalterables. La sabidura es por tanto la suma o depsito de los conocimientos de las cosas; y el saber, la parte de stos que personalmente se alcanza. En cuanto tal, el saber no plantea dificultades de inves- tigacin, sino simples problemas de comunicacin y formaliza- cin; todo l se encuentra contenido en los escritos, se transmi- te con los medios de expresin deparados por la Retrica y se formaliza mediante la demostracin silogstica. El aspirante al saber, conocidas las fuentes, habr de recoger, retener y recor- dar lo contenido en ellas; y para facilitar esta tarea existen los pertinentes procedimientos didcticos: proverbios, ejemplos, fbulas y florilegios. Ahora bien, para la consideracin medie- val, todo saber, hasta el de la ciencia de la naturaleza, es un sa- ber prctico encaminado a regir la conducta moral del ser huma- no: el sabio non demanda el saber sinon por aprovecharse del, como se dice3 en el prlogo del Calila e Dynna. De ah el re- chazo a todo estudio carente de utilidad inmediata para dicho fin. Entregarse a elucubraciones sin un objetivo moral concre-

    2 J. A . MARAVALL La concepcin del saber en una sociedad tradicio- nal, en Estudios de historia del pensamiento espaol. Serie primera. Edad Media, Madrid, 1 9 7 3 ~ , 217-272.

    3 B. A. E. LI 12 (citado ibid. 259).

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    to sera pecado de curiosidad, que es dar acucia a lo que no monta mucho, as como si omme quisiera dejar la moral filoso- fa, que es de las buenas costumbres, por la geometna, que es de la medida de las lneas e de las rayas. Palabras stas4 de la Glosa castellana al regimiento de pnncipes.

    La especiosidad de semejante nocin no logra conjurar em- pero los tres graves peligros a que puede da? origen: el utilita- rismo o tendencia a aprender los saberes de aplicacin inmedia- ta, no ya los encaminados al perfeccionamiento moral, sino los menos sublimes de pane lucrando; el desinters por el conoci- miento puro, con el pretexto de que aparta del camino d e la virtud, y por lo mismo la justificacin de la ignorancia y la pe- reza mental; por ltimo, el conformismo con el orden estable- cido. El saber concebido de esta manera cumplir su papel de instrumento de socializacin en una sociedad esttica y firme- mente estratificada, en la que el individuo y cada cosa ha de permanecer en su puesto y firmemente vinculada a l5.

    A travs de una evolucin cuyos preludios se encuentran en los siglos XII y XIII con el desarrollo econmico y demo- grfico de las ciudades, con el nacimiento de una burguesa, con la demanda tambin de nuevos saberes que implica la ma- yor complejidad de la vida colectiva conducente a la creacin de escuelas catedralicias y de universidades, se llega a un c m - bio radical de situacin en el Renacimiento desde sus primeras manifestaciones en Italia. A la economa agraria de la subsis- tencia sucede una economa capitalista que no se contenta con el abastecimiento de unas necesidades mnimas, sino que aspi- ra a la acumulacin ilimitada de riquezas6. Paralelamente a

    4 C f . la referencia ibid. 261. 5 Ibid. 262. 6 No es otra cosa lo que Poggio Bracciolini, en sus tratados De avaritia

    (compuesto entre 1428 y 1429) y Contra hypocritas, se encarga de poner de relieve: el dinero es el nervio necesario del Estado y los avaros deben ser considerados como su base y fundamento. En contra de la hipocresa de los monjes que predican la pobreza y el desprecio de los bienes se ilustra, en u n sentido moderno capitalista, la naturalidad del deseo de lucro y su utilidad cvica. Chi, non nocendo a persona, con buone arti accresce suo patrimonio, merita loda, deca Matheo Palmieri en II libro della vita civile; c f . las referencias en C. GARIN L'umanesimo italiano, Roma, 1973, 54-55.

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    este rgimen econmico abierto, se opera una apertura de men- talidad. La actividad del pensamiento no se ordena ya a la sim- ple satisfaccin de unas necesidades espirituales o educativas, si- no que se desencadena libremente, movida, en palabras7 de von Martin, por una fuerza interna, donde el producir (producir co- nocimientos, como el artista produce obras de arte y el capita- lista bienes econmicos) tiene un valor propio, que se aprecia como obra y testimonio de una personalidad creadora y no en atencin al fin que satisface. El proceso acumulativo de capital encuentra as su perfecto correlato en el proceso acumulativo del saber, desprendindose de su estrecha vinculacin al orden moral, con lo cual deja de ser un instrumento de socializacin en beneficio del orden establecido. El saber se constituye ahora en un factor de la movilidad social y en un aliado natural de la naciente burguesa en pugna por el poder poltico con la anti- gua nobleza, que encontraba su apoyo intelectual en el clero8.

    Von Martin ha sealado brillantemente las conexiones que unen el nacimiento de una nueva gran burguesa capitalista con el desarrollo del Humanismo, no slo en esa correlacin de las estructuras econmicas y las estructuras mentales, sino tam- bin en la reciprocidad de intereses entre la burguesa naciente y los humanistas. Aqulla necesita nuevas formas de represen- tacin social, y una nueva autoridad intelectual para justificar ante la opinin pblica su aspiracin al poder; los humanistas a su vez necesitan apoyo econmico.

    Los nuevos valores puestos en circulacin por los humanis- tas venan a socavar el predominio poltico de la nobleza y el monopolio cultural del clerog. Al ideal del honor y del valor

    7 A. VON MARTIN Sociologa del Renacimiento, Mjico, 1973~, 64. 8 Coluccio Salutati, defensor de la Florentina libertas, era canciller

    de la Signoria y Eneas Silvio (Po 11) alababa la sabidura de los Florenti- nos al escoger como cancilleres de su repblica no a los expertos en Dere- cho, sino a los mayores humanistas; cf. las referencias en E. GARIN o . c. 43.

    9 Hay, pues, una tendencia rupturista con el orden establecido. Slo los plebeyos y el populacho, deca Poggio Bracciolini, necesitan leyes. To- das las empresas egregias y dignas de recuerdo han nacido de la injusticia y violencia, en una palabra, de la violacin de las leyes. Cf. E. GARIN o. c. 43.

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    se opona el conocimiento; a la nocin de la nobilitas, basada en las prerrogativas de nacimiento o estado, la virtus o mrito per- sonal' O . Con la creencia en el saber revelado y sobrenatural cu- yo transmisor e intrprete era el clero, colisionaba la confianza en un saber puramente humano orientado hacia la consecucin de verdades humanas generales que estaban al alcance del tra- bajo y de la inteligencia1 ' . A la concepcin del saber como pa- trimonio colectivo se enfrentaba la de la ciencia como creacin individual competitiva de modo similar al de la libre concurren- cia en la poltica y en la economa. A la educacin eclesistica y teolgica vena a oponerse la educacin secular12. La autoridad de la tradicin escolstica era relevada por la autoridad, an ms vetusta, de la Antigedad clsica. Los nuevos valores de los hu- manistas encontraban a su vez un correlato en las virtudes de la burguesa: el ideal de la ciencia, en el trabajo, del que Leonardo Bruni y Lorenzo Valla hiicieron un himno apasionado; el del progreso, en el saber; el aprecio del dinero, en la estimacin de la inteligencia que, como aqul, tiende a cuantificar y formali- zar las cosas, abstraccin hecha de sus cualidades intnnsecas, y ejerce la misma funcin social niveladora.

    Es sta la primera fase del Humanismo, paralela a la fase ad- quisitiva de la naciente burguesa. Su principal caractenstica era

    1 O Para Poggio Bracciolini no es la nobleza la que confiere uirtu, sino la virtu la que confiere nobleza; Buonaccorso de Montemagno contrapone en su De nobilitate la nobleza de la sangre y la nobleza de las acciones; Leon Battista Alberti desarrolla el tpico de virtu vince fortuna e insiste en el carcter social de aquella: l'uomo nacque per esser utile all'uomo. Cf. E. GARIN o. c. 58, 75.

    1 i Un saber al que se llegaba a travs del conocimiento lingstico y del valor exacto de las palabras. Para Coluccio Salutati ipsa grammatica sine notitia rerum, et quibus modis essentia varietur, sciri non potest; Lorenzo Valla en sus Elegantiae proclama el valor de la Filologa como puerta del saber. Cf. E. GARIN o. c. 67.

    i 2 Leonardo Bruni valora positivamente el matrimonio y la familia; Francesco Filalfo recuerda que no se debe olvidar el cuerpo en el compues- to hombre; Cosimo Raimondi de Cremona elogia el epicuresmo tal como era conocido por Digenes Laercio y el poema de Lucrecio descubierto por Bracciolini en 1418; Lorenzo Valla ensalza la vida del mundo en todos sus aspectos contra la negacin asctica, llegando en su De vero bono a procla- mar voluptatem propter se ipsam expetendam. Cf. E. GARIN oc. 52,59-60, 63.

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    el espritu de empresa que, por avenirse bien con el ideal caba. lleresco del riesgo, favoreci en las ciudades martimas y comer- ciales italianas la fusin de la alta burguesa con la nobleza. A es- te perodo sigui, a finales del XV y principios del XVI, la fase conservadora en la que la prudencia econmica y el deseo de se- guridad y de gozar de lo posedo vinieron a reemplazar el espri- tu de riesgo. La burguesa busca el contacto con los crculos cor- tesanos y tiende a imitar las formas seoriales de vida. Los tira- nos se convierten en dinastas hereditarios que aspiran a conser- var el poder usurpado legitimndolo y convirtindolo en situa- cin permanente como lo stato. Al humanismo cvico sucede el humanismo literario, en que el esteticismo suplanta al activismo y se exacerba el deseo de la libre realizacin personal sin trabas sociales, en el seguro refugio de un pasado idealizado. Humanis- tas de este nuevo cuo y las clases adineradas coinciden en sus ideales de tranquilidad y de orden, de seguridad y de goce. Y en esta atmsfera, como dice bien1 von Martin, prospera la prefe- rencia pequeo-burguesa por aquella forma de estado que, a cos- ta de la renuncia a la libertad, garantiza mejor la tranquilidad y el orden y bajo cuya proteccin se crea llevar ms seguramen- te una "vita solitaria ", "procul negotiis " y "remota a tempesta- tibus civilis insaniae" (Poggio), gozando de libertad para los in- tereses privados. Es decir, la tendencia hacia la "tirana". Con esta fase segunda del humanismo es con la que entraron en con- tacto los espaoles.

    Los anlisis realizados por Maravall y von Martin en la Edad Media y en el Renacimiento deparan una excelente referencia para dilucidar la cuestin de si en Espaa (especialmente en Castilla) se daban o no las condiciones precisas para una evolu- cin semejante a la del Humanismo italiano. La divisin en cas- tas (moriscos, judos, conversos, cristianos viejos, nobleza) y el escaso desarrollo de la urbanizacin en el siglo XV no haban favorecido el crecimiento de una burguesa ciudadana. Descon- tada una escasa minora de conversos, cuyos miembros ejercan las profesiones liberales, el comercio y la industria, y un nmero -- - -- -- - -- - - -- -- - -- -- --

    13 A. VON MARTIN o. c. 87.

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    ms reducido todava de cristianos viejos enriquecidos con las mismas actividades, no haba una "lite" mercantil o artesanal parangonable a las existentes en Italia, los Pases Bajos, Francia o Alemania. Eran los judos quienes prcticamente monopoliza- ban esos menesteres, segn lo describe grficamente14 Bernl- dez: Estaban heredados en las mejores ciudades, villas e lugares, en las tierras ms gruesas e mejores, y la mayor parte moraban en las tierras de los seons, e todos eran mercaderes y vende- dores e arrendadores de alcabalas e rentas de achaques ( ' hu l - tas 7 y hacedores ("administradores ") de seores, tundidores, sastres, zapateros, curtidores, zurradores, tejedores, especieros, buhoneros, sederos, plateros y de otros semejantes oficios.

    Los sectores secundario y terciario de la actividad econmi- ca corran, pues, a su cargo. Y asimismo la actividad intelectual. El mismo Bernldez seala15 que su hereja ovo su impinacin e lozana de muy gran riqueza y vanagloria de muchos sabios e doctos e obispos e cannigos e frailes e abades e sabios e conta- dores e secretarios e factores de reyes e de grandes seores. Con la expulsin de los judos en 1492 se perdi, por tanto, la me- jor parte de la burguesa urbana.

    En tales condiciones, la lucha por el poder no poda enta- blarse entre una nobleza guerrera y una clase adinerada, sino entre la realeza y la nobleza. Los reyes, desde don Pedro el Cruel, buscaron ganarse el favor popular para afianzar su poder frente a los nobles. Esto condujo a que el pueblo cobrase con- ciencia de s mismo .y se acostumbrara a ejercer de modo violento su voluntad, como se vio en las matanzas de judos de 1391 y en la sublevacin toledana contra el rey y los hebreos de 1449. Afianzado el poder real a finales del siglo XV, la alta nobleza se ala a la corona, ya desde Carlos V, en contra de la plebe y del patriciado urbano y acapara despus de Villalar el poder polti- co y econmico. La derrota de las Comunidades y Germanas representa la prdida de la ltima oportunidad para el desarro- llo de una pujante burguesa urbana.

    14 Historia de los Reyes Catlicos, edic. Biblifilos Andaluces, 1340 (texto citado por A. CASTRO Lo hispnico y el erasmismo, en Rev. Filol. Hisp. IV 1942,l-66).

    i s O . c . 1 2 4 ; c f . A. CASTRO ibid.

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    La economa sigue siendo, como en la Edad Media, funda- mentalmente agraria y ganadera (la Mesta). Los nobles invier- ten en tierras y lo mismo van haciendo los mercaderes y artesa- nos acaudalados a quienes obligaron la inflacin y la ruinosa competencia a liquidar a finales del XVI sus negocios y a trans- formarse en rentistas. En una sociedad de esta ndole era impo- sible que el saber rebasase los lmites impuestos por una econo- ma esttica y que un sistema econmico abierto originase una apertura simultnea de mentalidad. Tampoco caba el maridaje entre el espritu de empresa burgus y el ideal caballeresco del riesgo. Quedaban descartados de antemano el desarrollo de la laboriosidad y la estimacin paralela de la ciencia. Se menos- precian las artes mecnicas y cualquier forma de actividad lu- crativa o de trabajo manual. Amrico Castro1 y Bennassar17 han recogido, desde Rodrigo Snchez de Arvalo en el siglo XV a Alejo de Venegas pasando por Huarte de San Juan, elo- cuentes textos al respecto. El saber, a falta de una burguesa a la que dar prestigio social y justificacin en sus aspiraciones polticas, se inclina del lado de la realeza en su lucha por impo- nerse primero a los nobles levantiscos y despus a lo que que- daba de la burguesa urbana1*. Pero, ms que al prestigio cul- tural de la institucin monrquica ante sbditos indiferentes a los valores del conocimiento puro, cumplir su funcin de socializacin en una sociedad esttica y estratificada, sin otra movilidad que la del trnsito de las clases adineradas a la no- bleza. Se compran ttulos de hidalgua y se alardea de linaje all donde las circunstancias lo permiten. Se rivaliza en bus- car diferencias de nombres, como dice19 el autor del Viaje de Turqua, para autodenominarse: el uno, Basco de las Pallas; el otro, Ruidiaz de las Mendozas; el otro, que, echando, en

    16 A. CASTRO o . c. 65-66. i 7 B. EENNASSAR Los espaoles. Actitudes y mentalidad, Barcelona,

    1976,111-116; c f . el apartado La ociosidad espaola en M . HERKERO GAR- C ~ A Ideas de los espaoles del siglo XVZZ, Madrid, 1966,96-103.

    18 El carcter nacionalista y monrquico del primer Humanismo castellano, frente al cvico y republicano ("burgus" en la terminologa de von Martin) del italiano, ha sido bien destacado por 0. DI CAMILLO El humanismo castellano del siglo XV, Valencia, 1976.

    1 9 Pg. 42, ed. Austral.

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    el mesn de su padre, paja a los machos de los mulateros depren- di "bai" y 'galagarre "y "goa ", luego se pone Machn Artiaga de Mendorozqueta y dice que por la parte de Oriente es pariente del rey de Francia, Luis, y por la de Poniente del conde Fernn Gonzlez y Acota, con su otro primo Ochoa de Galarre- tu, y otros nombres propios para los libros de Amads.

    A falta de valores propios, la fusin de la alta burguesa con la nobleza se opera en el sentido inverso del modelo italiano. No es la nobleza la que asimila los ideales de la burguesa, sino la burguesa la que asume la tabla de valores de la nobleza. El sen- tido del honor (en la modalidad espaola de la "honra") y el culto de las virtudes blicas prevalecen sobre el afn de lucro y el ideal del donocimiento; la virtud hereditaria, en su versin de "limpieza de sangre", sobre el mrito personal20. El clero recu- pera el monopolio de la actividad intelectual coiho exgeta de la Revelacin y justificador del poder establecido. El argumen- to de autoridad se impone al ejercicio de la crtica.

    La riada de metales nobles llegada de Amrica se gast en guerras. Otra gran ocasin perdida para activar el comercio y la industria y por ende para el desarrollo de una burguesa urbana. Los perennes conflictos blicos, la colonizacin de Amrica y el clima de constante peligro frente a enemigos externos e in- ternos (judos, moriscos, herejes) contribuyeron a mantener vi- vos los ideales heroicos de la Edad Media. La ideologa domi- nante fomentaba la mentalidad caballeresca, ya que Espaa, y en especial el reino de Castilla, era la principal zona de recluta- miento militar de la dinasta austriaca. Un texto de Juan Gins de Seplveda, conocedor de otros paises de Europa, describe comparativamenteZ1 cul era la situacin espaola: En nuestro tiempo puede verse cmo se descuida la milicia y cmo falta la preocupacin por las armas en las ciudades ms importantes, cuando el comercio y los asuntos familiares interesan en primer

    2 0 Una crtica sangrienta de la nobleza, la honra y la valenta, como las tres cosas que hacen ridculos a los hombres, puede verse en Los sueos de Quevedo (cf. J. L. ABELLN Los espaoles vistos por s mismos, Ma- drid,1977,49-51, y el captulo Del honor a las violencias en B. BENNASSAR o. C. 200-233).

    2 i De appetenda gloria, ed. Madrid, 1780, IV 206 (trad. de A. CAS- TRO O. C. 65).

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    trmino. Entonces muchos se enriquecen y llegan a poseer for- tunas inmensas; pero en cambio acontece que hay gran escasez de gente fuerte y arrojada y, si no se recurre a tropas mercena- rias, ni se puede hacer la guerra ni proseguirla si se ha empezado. Muy distinto es lo que ocurre en muchos lugares de Espaa, y especialmente en nuestra Crdoba, donde se desatiende el co- mercio y se considera distinguidisimo sobresalir en armas. Y as, despus del cuidado de la familia, la mayor preocupacin es la agricultura, trabajo muy honesto.y prximo a la naturaleza, que suele endurecer el nimo y el cuerpo y prepararlos para el traba- jo y la guerra; hasta tal punto que los antiguos prefirieron la la- bor del campo a los negocios, y los Romanos sacaron de la arie- ga a muchos cnsules y dictadores. Los Tebanos en sus leyes prohibieron que fuese nombrado funcionario pblico quien hubiese ejercido el comercio diez aos antes. No nos preocupe- mos, pues, si por el momento Crdoba posee ciudadanos ms fuertes que opulentos.

    Clima de paz, de prosperidad, de desarrollo urbano por un lado. Economa agraria, desprecio del comercio, ambiente b- lico por otro, como si el pas fuese un inmenso campamento militar. En un ambiente semejante era imposible que prospera- sen los fenmenos sealados por von Martin en Italia. Vemos, pues, sin necesidad de tocar el manido tema de la Inquisicin ni discutir la conocida teora casticista de Amrico Castro, c- mo se establecieron los haces de correlaciones cuyo entrama- do depara una como radiografa de la sociologa del saber. El anlisis somero de los hechos revela una estructura social que presenta grandes analogas con la sociedad estamental y est- tica de la Edad Media con su correlativa incidencia en la apre- ciacin del conocimiento y en el "ranking" social de los inte- lectuales.

    La limitacin de los recursos econmicos se corresponde con una concepcin del saber como un conjunto tambin li- mitado de conocimientos definitivamente codificado en los textos. As se llega a la especie de "ignorantes perdurables" delatada22 por Feijoo, precisados a saber siempre poco, no

    2 2 Texto citado por C. S. AMOR Las ideas pedaggicas del P. Fei- joo, Madrid, 1950, 222.

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    por otra razn sino porque piensan que no hay ms que saber que aquello poco que saben. Esta mentalidad conduce, entre otras cosas, a un fenmeno fatal para el desarrollo de los estu- dios filolgicos: la implantacin del libro de texto nico como corpus doctrinal de validez definitiva. Es ste el caso de la Gra- mtica de Antonio de Nebrija, el pecado original de la barbarie hispana a juicio del autor del Viaje de Turqua, cuya creciente entronizacin como Vulgata de los estudios latinos es bien visi- ble conforme avanza el siglo XVI; hasta el punto de haber algn maestro como Francisco Martnez en S a l a m a n ~ a ~ ~ que fue ape- dreado en su ctedra, como un crimen ms que "majestatis", porque no enseaba por el arte de Nebrija. La obra, cuya refor- ma fue ordenada en 1594 por Felipe 11 y que fue corregida por Luis de la Cerda en 1598, se declar, pese al informe adverso de la Universidad salmantina, texto nico por Real cdula de 28 de julio de 1601 y se concedi el monopolio de su venta al Hospital General de Madrid; y, sustituido el libro V por la Pro- sodia de Alvarez en 1691, continu en vigencia hasta bien en- trado el reinado de Carlos 111, con penas de excomunin, des- tierro por cuatro aos y multa de 50.000 maraveds a quien osa- se imprimir o ensear por otra arte24.

    Una concepcin esttica del saber como la antedicha va uni- da, al igual que en la Edad Media, a connotaciones moralizantes y utilitaristas. Las severiores disciplinae se llevan la palma frente a las Litterarum amoenitates en el "ranking" social de los cono- cimientos. Juan de Mal-Lara, Garca Matamoros, Gins de Sepl- veda, Lorenzo Palmireno, Pedro Simn Abril, Cristobal de Vi- llaln delataron el utilitarismo de los e s t ~ d i a n t e s ~ ~ , y asimismo el den Mart, Feijoo y Cadalso en el siglo XVIII, como uno de los cnceres de nuestras Universidades. Alejo de V e n e g a ~ ~ ~ se- alaba entre los vicios peculiares de la gente espaola el de que ----------e--------------

    ' 2 3 Cf. G . de ANDRS El maestro Baltasar de Cspedes, humanista sal- mantino, y su "D%curso de las letras humanas". Estudio biogrfico y edi- cin crtica, El Escori?l, 1965, 47.

    2 4 Cf. C. RODRIGUEZ ANICETO Reforma del arte de Antonio de Ne- brija, en Bol. Bibl. Men. Pel. 1 1931,230-231.

    2 5 Cf. L. GIL O. C. 235-237. 2 6 Cf. el comentario a este pasaje de la Agona del trnsito de la muer-

    te en B . BENNASSAR o . c. 234.

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    ni sabe ni quiere saber. Los saberes que no se encaminaban ni al perfeccionamiento moral del individuo ni a una finalidad prcti- ca concreta se despreciaban como insana curiosidad, lo mismo que en el Calila.

    Es igualmente arcaizante y de signo tpicamente medieval la manera de presentar el saber y la forma de impartirlo. Nebrija, al componer en oscuros versos latinos su Gramtica, se revelaba continuador de la creencia pedaggica medieval de que se asocia con mayor facilidad lo expuesto en metro o rima y se retiene mejor en la memoria aquello que obliga a desentraar su aparen- te dificultad. Por un lado, su proceder concuerda con lo dicho por Santob a propsito de que toda escritura rimada paresce escura e non lo es y de que escritura rrimada es mejor decora- da que no la que va por texto llano, y por otro, con la idea de Dez de Toledo2' de que quanto la materia es ms peregrina e puja el comn entender nuestro, tanto el entendimiento ha ms reposo e folganza en entender e aver conocimiento de las cosas encubiertas a nuestro sentido. De ah aquellos misteriosos ver- sos criticados por el autor del Viaje de Juan Loren- zo P a l m i r e n ~ ~ ~ y tantos otros humanistas del siglo XVI, como los de

    Foemina masque genus nullo monstrante reponunt. Mascula sunto tibi quasi mascula, foemineumcpe sit quasi foemineum. Mars est pro teste Venusque ... Esto nomen in "es " muliebre. Virilia sunto "limes, pes, fomes, termes" cum '>almite trames" et 'kurges, merges, verres" cum '>oplite magnes " et 'baries, aries, stirpes, cespesque satellesque". Pese a que el Brocense, Palmireno, Simn Abril, Cspe-

    des y Francisco Martnez en el siglo XVI abogaron por una reforma metodolgica en la enseanza del latn, en la que figuraba en primersimo lugar el empleo en los primeros pa- sos de la lengua materna, se impuso desde arriba la lnea me-

    27 Cf. las referencias de J. A. MARAVALL o. c. 242. 2 8 Pg. 206, ed. Austral. 29 Segunda parte de El latino de repente, Valencia, 1 5 7 3 , 1 7 5 ; cf. F.

    G . OLMEDO Nebrija (1441-1522) debelador de ha barbarie, comentador escolstico, pedagogo y poeta, Madrid, l942,84.

  • ANALISIS SOCIOLOGICO DEL HUMANISMO 155 d ie~a l i zan te~~ . Comenzaba dicha enseanza por la memoriza- cin de una serie de definiciones y reglas en latn para cuya comprensin le era preciso al alumno hacerse con unos "cuader- nos" que le explicaban en castellano el texto latino de su Gra- mtica. Vena acto seguido el aprendizaje de las declinaciones, primero de sustantivos sueltos, despus de series de sustantivos concertados con adjetivos, y, cuando se estimaba a los alumnos expertos en este menester, se pasaba a las conjugaciones. Una vez aprendidas conjugaciones y declinaciones, se proceda a la "construccin" (conocida tambin como las "oraciones" o "platiquilla"), consistente en poner en latn un nmero de frases castellanas clasificadas segn su correspondencia latina o el gi- ro castellano que contenan. Se distinguan seis clases o gneros principales de oraciones: primeras de activa, primeras de pasiva, segundas de activa, segundas de pasiva, impersonales y semiper- sonales. Dentro de estos gneros se establecan seis subdivisio- nes o especies: llanas, de de, de relativo con de, de infinitivo con de, de relativo llanas, de relativo con de, con lo que se llegaba a un total de treinta y seis tipos de oraciones. A esta enorme com- plejidad se sumaba el nmero considerable de giros castellanos cuya equivalencia latina se aprenda, los llamados "romances": por ejemplo, el romance al, el romance an, etc. Una vez domi- nado este galimatas se pasaba a la traduccin. El alumno deba ordenar previamente el texto y luego proceder a la identifica- cin de lo que tena ante s con un gnero o una especie de las muchas oraciones aprendidas y recordar, entre los muchos ro- mances que le haban metido en la cabeza, cul era el adecuado a cada caso31. Y as se continu enseando el latn hasta el 1- timo tercio del siglo XVIII, en el que, suprimida la obligatorie- dad del Antonio, se ensayaron en los Reales Estudios de San Isidro, Seminario de Nobles y Escuelas Pas de la Corte, en Se- villa y otras partes, unos tmidos intentos de renovacin meto- -------------------

    30 C f . L. C$L o . c . 238-240. 3 i Una excelente descripcin y crtica del mtodo tradicional puede

    encontrarse en A. MuoZ ALVAREZ Discurso sobre varios abusos introdu- cidos en la enseanza de la lengua latina y el modo de ensearla con ms aprovechamiento, Sevilla, 1785 (el autor es Catedrtico Primero de Latini- dad en el Colegio de S. Miguel de aquella ciudad).

  • LUIS GIL

    dolgica que los espritus tradicionales consideraron como pe- ligrosas y revolucionarias innova~iones~~.

    Dentro de la manera de formalizar el saber figuraban en des- tacadsimo lugar las "conclusiones" que via syllogistica, hasta en las mismas cuestiones gramaticales, se celebraban peridicamen- te en nuestras Universidades y centros de enseanza. El espect- culo deba de ser formidable. A finales del siglo XV deca33 Juan de Lucena: Trahemos de los estudios tan reprobada cos- tumbre de oyr sin paciencia y syn furia no poder responder, que no te maravilles sy continerme no pude.

    La costumbre ancestral prosegua, convertida en espectcu- lo festivo para refocile0 de curiosos y malignos, que contempla- ban con regocijo cmo suplan los contrincantes su falta de ar- gumentos o escasa fluidez latina con la progresiva elevacin del tono de voz y la gesticulacin desaforante. El den Mart Ilama- ba a semejantes demostraciones dialcticas ars exercendipraeco- nium o arte de gritar en pblico; y, refirindose a ellas, el P. F e i j ~ o ~ ~ comentaba: Hay quienes se encienden tanto, aun cuan- do se controvierten cosas de levisimo momento, como si peli- grase en el combate su honor, su vida y su conciencia. Hunden la aula a gritos, afligen todas sus junturas con violentas contor- siones, vomitan llamas por sus ojos ... iconviene esto a la gra- vedad de los profesores? icorresponde a la circunspeccin y modestia propias de la gente literata?

    32 Cf. J. J. MUOZ del CASTILLO Respuesta al discurso que sobre va- rios abusos introducidos en la enseanza de la lengua latina y el modo de ensearla public D. Agustin Muoz Alvarez, Sevilla, 1786.

    33 Texto citado por J. A. MARAVALL en pg. 375 de Los "hombres de saber" o letrados y la formacin de su conciencia estamental, en o. c. 347-380.

    34 Teatro crtico, vol. VIII, dis.1, Abuso de las disputas verbales (cf. C. S. AMOR o. c. 125). En Claustro pleno de 29-VII-1588, el Rector de Sa- lamanca dijo que las conclusiones de los sbados no son de ningn prove- cho, antes sirven de infamarse unos a otros y dan materia de risa a muchos de otras Facultades que por pasar tiempo las van a oir (cf. R. &la de HOR- NEDO en pg. 614 de Los estudios de Gramtica en la Universidad de Sala- manca desde 1583 a 1588. Una reforma de fray Luis de Len continuada por el Brocense, en Misc. Comill. 1 1943, 589-634).

  • ANALISIS SOCIOLOGICO DEL HUMANISMO 157 Y tambin Torres VillarroeP5 y C a d a l ~ o ~ ~ , cada uno a su

    manera, comentan con gracejo estas estriles logomaquias, at- nitos de que nadie reparara en que, donde no cabe demostra- cin, huelga la controversia.

    Sumbase a estos tradicionales mtodos la brutal pedago- ga cuya ltima finalidad era la de inculcar la sumisin a la auto- ridad establecida, a pesar de las voces de protesta que se alzaron desde el siglo XVI. P a l m i r e n ~ ~ ~ describa as el proceder de los maestros de latn: Si preguntamos a un gramtico ";Con qu instrus a un nio?", responde: "Con azotes ". ".j Y a un mucha- cho?" "Con azotes". "i Y a un barbado?" "Con azotes". "Y a una monja?" "Con azotes 'l Miren aqu a qu bestiales encomen- damos a nuestros hijos.

    La humillante relacin maestro-alumno contribua a que los nobles tuvieran a desdoro quebrantar a sus retoos en el exer- cicio de las lettras y, como cosa indigna de su clase social, some- terlos a las disciplinas y castigos del maestro38. Y en verdad que no les faltaba razn cuando se escuchan los consejos de un teri- co de la enseanza como Gaspar de Tejada, el cual preconizaba, aparte de azotar pocas vezes, poco y rezio a los muchachos para no acostumbrarles a no sentir los acotes y a menospreciar el cas- tigo, este remedio infalible39 para los contumaces: A unos que cuando los acotan no echan lgrimas, a stos mejor los tomarn por hambre que con castigo. Yo lo he probado a todas manos, y hallo que es menester hazer dos cosas: la una, tenerles sin co- mer, y sobre esto dalles recios acotes hasta que los sientan em- bueltos en sangre, por manera que, aunque los acotes no sean sentidos all luego, con el encendimiento del castigo se sienta y duela el mal que ovieren hecho en las carnes, y porque despus

    3 5 Pg. 67, ed. Austral. 36 Cartas marruecas, Bibl. Bsica Salvat, pg. 67. 37 0. c . 187 (cf. L. ESTEBAN Juan Lorenzo Palmireno, humanista y

    pedagogo, en Perficit, nm. 95, pgs. 81 y 88-89). 38 Cristbal de Villaln, El Scholastico, ed. J . A. Kerr, Madrid, 1967,

    123. 39 Memorial de crianza y vanquete para criar hijos de grandes y otras

    cosas. Compuesto por un cortesano, Zaragoza, 1548. Debemos la referen- cia a F. G. OLMEDO Juan Bonifacio (1538-1606) y la cultura literaria del Siglo de Oro, Santander, 1938, 64-78.

  • LUIS GIL

    de heridos desta manera, todava teman que venga el segundo castigo sobre aquellas llagas.

    Los humanistas del XVI, como Palmireno, protestaban con- tra estos mtodos que el sistema les obligaba a poner en prcti- ca. Entre las obligaciones de los profesores de Gramtica sal- mantinos figuraba la de pasearse en clase con palmeta y azote, con el ojo avizor y la mano dispuesta a dar a cada uno su mere- cido40. Evidentemente con ello se conseguan el aborrecimien- to de por vida al latn y el temor perdurable -como le ocurri a un hombre tan de pelo en pecho como Torres Villarroe14 - a los maestros de Gramtica. Y era ste un factor que contribua en no pequea parte al descrdito social de los humanistas y del que supieron, como veremos, sacar partido en provecho propio los jesutas.

    A una sociedad como la medieval dividida en estamentos l o s oratores, bellatores, laboratores de la Alta Edad Media; los mayores, medianos y menores segn su posicin con respecto al poder econmico en la Baja Edad Media- corresponda una reparticin de los conocimientos y de las habilidades en confor- midad con las funciones de sus respectivos estamentos. A cada cual le corresponda asimilar en contenido y grado el saber co- rrespondiente a su puesto en la sociedad, lo que implicaba en el propio comportamiento y trato no tocar otros teinas de conver- sacin que los adecuados al estamento respectivo. Si oviramos de hablar al caballero -deca Diego de San Pedro42-, sea en los actos de la caballen; e si al devoto, en los mritos de la pa- sin; e si al letrado, en la dulzura de la scientia. E aspor el con- siguiente en todos los otros estados.

    40 Cf. E. A. DE~ASIS ~e todo log ia del latn en el Renacimiento. I . El maestro Francisco Martnez, Catedrtico de prima de Latinidad en Sala- manca, Salamanca, 1929, 21.

    4 1 Cf. Vida, pg. 36 de la ed. Austral: Muri pocos aos ha el maes- tro de mis primeras letras y lo tem hasta kr muerte; hoy vive el que me instruy en la Gramtica, y an le temo ms que a las brujas, los hechizos, las apariciones de los difuntos ... porque imagino que an me puede azo- tar; estremecido estoy en su presencia, a su vista no me atrever a subir la voz a ms tono que el regular y moderado.

    4 2 Cf. pg. 99 de la ed. Gili Gaya de sus Obras en C1. Cast. Debemos la referencia a J. A. MARAVALL o . c. 267.

  • ANALISIS SOCIOLOGICO DEL HUMANISMO 159

    En una sociedad como la espaola de los siglos XVI y XVII, con una divisin en clases, grandeza, pequea nobleza, pueblo llano en la que el saber, salvo para los letrados y telogos, no constitua un factor de movilidad social, era lgico que su difu- sin generalizada constituyese un elemento desestabilizador que la lgica interna del sistema procuraba eliminar para su mejor funcionamiento. Maravall ha recogido textos muy significativos sobre el grado de conciencia que tena el poder establecido del peligro que representaban los "intelectuales" en paro para la autoridad43 ; y de una manera ms general, aunque refirindose a las circunstancias italianas, von M ~ t i n ~ ~ ha descrito los mu- tuos recelos entre los "intelectuales" y los detentadores del po- der. En las clases dominantes se manifiesta siempre la reaccin de un fino instinto (consciente o inconsciente) frente al poder de la cn'tica social, y en la hostilidad social, acaso inconsciente, inherente al puro intelecto. De ah una serie de medidas de con- trol que afectaron a las personas y a los medios de comunica- cin intelectual. Nos interesa sealar, con respecto a las prime- ras, la intrnseca coherencia existente entre la pragmtica de 22 de noviembre de 1559, pbr la que prohiba Felipe 11 a sus sb- ditos espaoles estudiar en Universidades extranjera^^^, con la de 1610, dada en Lerma por Felipe 11146 y por la que se prohi- ba adems publicar sin licencia en el extranjero libros de qual- quiera facultad, arte i ciencia que sean, i en qualquier idioma. Y la de ambas con la pragmtica de 10 de febrero de 1623 de Fe- lipe IV47, en virtud de la cual se supriman de un plumazo los estudios de Gramtica, salvo en las ciudades y villas donde hu- biese corregidores, Thenientes, Gobernadores y Alcaldes Mayo- res de las Ordenes (es decir, agentes del poder establecido) y

    43 Cf. J. A. MARAVALL La oposicin poltica bajo los Austrias, Bar- celona, 1 9 7 4 ~ , 46-52.

    44 A. VON MARTIN o. c. 67. 45 Cortes de los antiguos reinos de Castilla y Len publicadas por la

    R. A. H., V,Madrid, 1907,866;cf. L. GIL o. c. 270-273. 46 Ley 32, tt. VII, libro 1 de la Nueva Recopilacin (cf. J. E. DE

    EGUIZBAL Apuntes para una historia de la legislacin espaola sobre la imprenta desde el ao 1480 al presente, Madrid, 1871,14); ley 31, tt. VII, libro 1 de la Novsima Recopilacin.

    47 Ley 34, tt. VII, libro 1 de la Nov. Rec.

  • 160 LUIS GIL

    slo uno por ciudad. De un lado se eliminaba toda smosis de fuera adentro y de dentro afuera con el entorno cultural euro- peo, y de otro se limitaba, aun dentro de los modestos niveles espaoles, la circulacin interior de las corrientes humansticas. Tngase en cuenta que, cuando esta ltima pragmtica se pro- mulg, haba en el pas, segn clculos de la poca, ms de 4.000 escuelas de Gramtica4

    Esto en cuanto a las relaciones personales de discipulado. Pero tambin fue terriblemente restrictiva la legislacin en cuan- to al libro como instrumento de comunicacin intelectual. La alianza entre los "letrados" y la realeza que se opera en los co- mienzos del reinado de los Reyes Catlicos se percibe en la pragmtica de 148049 por la cual se exima el libro de todo ti- po de impuestos que obstaculizaran su circulacin. Fundamen- taban los monarcas esta providencias0 en la consideracin de qunto era provechoso i honroso que a estos sus Reinos se truxessen libros de otras partes, para que con ellos se hiciesen los hombres letrados. Pero este liberalismo inicial desaparece en la pragmtica de 1502 por la que se hace obligatorio el examen de toda la produccin escrita para la correspondiente destruc- cin de toda obra apocripha y supersticiosa y la de cuantas contuviesen cosas vanas y sin provecho. El establecimiento de visitas a las libreras y bibliotecas pblicas y privadas, as como la mencin expresa de los libros en el Edicto de fe desde 1530' l , supusieron un serio impedimento para el comercio librero, que quedara todava ms comprometido con la pragmtica de 1558 de Felipe IIs2. En su virtud y bajo seversimas penas que llega-

    48 Cf. P. FERNNDEZ DE NAVARRETE Conservacin de la monar- qua, Madrid, 1625, 336.

    4 9 Ley 21, tt. VII, libro VI11 de la N. Rec. ( c f . J. DE EGUIZBAL o . c. 4); ley 1 , tt. XV, libro VI11 de la Nov. Rec. : c f . F . CENDN PAZOS His- toria del derecho espaol de prensa e imprenta (1502-1966), Madrid, 1974 ,23 .

    S O Ley 23, tt. VII, libro 1 de la N. R. (cf. J. DE EGUIZBAL o . c . 6); ley 1 , tt. XVI, libro VI1 de la Nov. R. ( c f . F . CENDAN o . c . 24).

    s 1 Cf. M. DEFOURNEAUX Znquisicin y censura de libros en la Espa- a del siglo XVZZZ, Madrid, 1973, 27.

    5 2 Ley 24, tt. VII, libro 1 de la N. R. ( c f . J. DE EGUIZBAL o . c . 8); ley 3, tt. XVI, libro VI1 de la Nov. R. (cf. F. CENDAN o . c. 30).

  • ANALISIS SOCIOLOGICO DEL HUMANISMO 161

    ban hasta la condena capital, se ordena la destruccin de los li- bros herticos y de cuantos contuvieran materias vanas, desho- nestas y de mal ejemplo y se regula la visita peridica de las bi- bliotecas pblicas y privadas. Esta pragmtica contempornea del descubrimiento de focos de protestantismo en Valladolid y Sevilla, as como de la prohibicin de cursar estudios en el ex- tranjero a los espaoles, si bien fue' provocada por circunstan- cias coyunturales muy concretas, tuvo perniciosos y perdura- bles efectos en el comercio librero, la creacin de hbitos de lectura y la formacin de bibliotecas particulares.

    Que Felipe 11, aunque quiz no se lo formulara con toda claridad a nivel consciente, tema el desarrollo de la industria editorial y del comercio del libro en el pas, lo vienen a de- mostrar otras dos disposiciones suyas que supusieron un duro golpe para el desarrollo de la imprenta en Espaa. Nos referi- mos a la pragmtica de 19 de agosto de 157253, por la cual se conceda en exclusiva a Plantino v a sus herederos 19 h p r e - sin del nuevo rezado, y a la de 1598 por la que se impona la tasacin de los libros54. La concesin del citado privilegio al impresor flamenco y la de la venta en exclusiva de los libros sagrados por l impresos a los Jernimos de El Escorial, priva- ba a los impresores y libreros espaoles de una fuente segura de ingresos con la que poder enjugar las prdidas ocasionadas por aventuras editoriales de cierto riesgo. En cuanto a la tasa, como vieron muy bien los ministros ilustrados de Carlos 111 en 176255 cuando le aconsejaron al monarca su supresin, era lesiva, pese al aparente proteccionismo de los derechos del consumidor, para los intereses de los autores e impresores por no cubrir en muchas ocasiones los gastos de impresin.

    Esta serie de medidas, que condujeron a la postracin de ---e-------------------

    5 3 Cf. F. CENDN o . c. 61-62 y C. CLAIR Cristbal Plantino, Madrid, 1964,137-154.

    5 4 Ley 29, tt. VI, libro 1 de la N. R. (cf. J. E. DE EGUIZBAL o . c. 13); ley 5, tt . XVI, libro VI11 de la Nov. R. (cf. F . CENDAN o . c. 40).

    5 5 El texto del Decreto del 14-XI-1762 puede leerse en pgs. 28-30 de M. SERRANO Y SANZ El Consejo de Castilla y la censura de libros en el siglo XVIII, en Rev. Arch. Bibl. Mus. X V 1906, 28-46,243-259,387-402; XVI 1907,108-119, 206-218.

  • LUIS GIL

    la imprenta espaola en el siglo XVII, se completan con la curio- sa pragmtica del 1 3 de junio de 162756 con la que Felipe IV regulaba, aparte de la censura de los papeles en general (anticipo de la censura de prensa), la impresin de libros superfluos. De la misma manera que en 1623 el monarca estimaba que haba ex- cesivos estudios de Gramtica en el pas, encomendaba ahora que aya i se ponga particular cuidado i atencin en no dexar que se impriman libros no necessarios o convenientes ni de ma- terias que devan o puedan escusarse o no importe su lectura, pues ya ai demasiada abundancia de ellos; i es bien que se de- tenga la mano i que no salga ni ocupe lo superfluo i de que no se espere fruto i provecho comn.

    Demasiada abundancia de libros! Parece como si estas re- gias palabras fueran un manifiesto antihumanista y la procla- ma a destiempo de una nocin medievalizante del saber. Pero no responden a una veleidad personal, sino a un difundido es- tado de opinin cuyos orgenes pueden rastrearse desde el si- glo XV, en que al sentir de Castrojeriz, de que mucho embar- ga al omne haver muchos libros, tanto que non los pueda leer, replicaba Alonso de CartagenaS7 que non puede omne tanto sa- ber, que aun ms saber non le compliesse. Los humanistas como Pedro Simn Abril, Francisco de Thmara, Suarez de Figue- roa, Cristobal de Villaln haban sido firmes partidarios de muchas lecturas, pero frente a ellos se alzaron voces como las de Huarte de San Juan, Saavedra Fajardo, Lope de Vega, que estimaban excesivo el nmero de libros existentess8, y otras mucho ms fuertes todava para denunciar desde los plpitos los peligros de la lectura. Los aficionados a las obras de eru- dicin corran el riesgo, puesto que en su mayor patte proce- dan de paises protestantes, de contaminarse con pestilen- ciales doctrinas, ya que los herejes, como advertas9 Pedro Lpez de ~ o n t o ~ a , con cliz dorado dan a bever su ponzoa

    56 Ley 30, tit. VII, libro 1 de la N. R. (cf. J. E. DE EGUIZBAL o. c. 14); ley 9, tt. XVI, libro VI11 de la Nov. R. (cf. F. CENDN o. c. 40).

    57 Cf. las referencias y discusin de estos textos en O. DI CAMILLO o. C. 140-143.

    5s Cf. J. A. M A ~ V A L L o. c. (en n. 43) 24-34. 59 Cf. E. HERNANDEZ RODR~GUEZ Las ideas pedaggicas del doc-

    tor Pedro Lpez de Montoya, Madrid, 1947,243-244.

  • ANALISIS SOCIOLOGICO DEL HUMANISMO 163

    por medio de libros que para esto hacen y emban a todas par- tes, llenos de mil cautelas y engaos. Y los Fctores ms modes- tos de obras de creacin, como novelas pastoriles o libros de ca- ballera, se exponan a otro tipo de tentaciones no menos.graves para la salud de su alma, como adverta60 fray Luis de Alarcn: iQu otra cosa son los libros mundanales sino tizones infema- les? Del nmero de estos libros son el latino Ovidio y Terencio en algunas obras y otros tales; en romance un "Amads" o "Ce1estina"y otros semejantes.

    Esta valoracin social de los libros tuvo efectos inmediatos como la prohibicin de llevar a las Indias no slo los prohibidos por la Inquisicin, sino tambin61 los de romance y materias profanas, ans como son libros de Amads e otros desta calidad de mentirosas historias ... porque los Indios que supieren leer, dndose a ellos, dexarn los libros de suma y buena doctrina y, leyendo los de mentirosas historias, deprendern de ellos malas costumbres e vicios. Otros efectos se dejaron sentir con el tiem- po, como fue .la inclusin en el ndice de 1793 de la Celestina, una obra sobre la que se haban ensaado las crticas moralizan- tes de los siglos XVI y XVIP2.

    Lo peor, sin embargo, de semejantes avisos y remilgos fue la actitud de reserva cuando no de clara hostilidad frente a cualquier tipo de lectura o erudicin libresca. Amrico Cas- tro63 llam la atencin sobre un pasaje del entrems cervan- tino Los alcaldes de Daganzo donde s puede leer el siguien- te dilogo entre un bachiller y un rstico:

    60 Camino del cielo, Granada, 1550 (cf. A. CASTRO De la edad con- flictiva, Madrid, 1 9 6 3 ~ , 184).

    6 i Real Cdula del 4-IV-1531, reiterada por la del 13-IX-1543 (reco- gidas en la ley 4 tt. XIII, libro VI11 de la Recopilacin de Indias; cf. F. CENDN o. c. 46).

    6 2 A. H. N. Inq. 4483-13;cf. M. DEFOURNEAUX o. c. 36 n. 20. So- bre las crticas de la Celestina, cf. M. CHEVALIER Lectura y lectores en la Espaa del siglo XVI y XVII, Madrid, 1976,138-166.

    63 Pg. 47 de la ed. Schevill-Bonilla; cf. A. CASTRO o. c. (en n. 60) 182.

  • LUIS GIL

    Bachiller: iSabis leer, Humillos? Humillos : No, por cierto,

    ni tal se probar que en mi linaje haya persona tan de poco asiento que se ponga a aprender esas quimeras que llevan a los hombres al brasero y a las mujeres a la casa ilana.

    La lectura, pues, o conduca a la condena inquisitorial o soliviantaba las pasiones con graves peligros sobre todo para la virtud femenina. Y que este enjuiciamiento era un hecho socio- lgico lo confirman elocuentemente otros textos. El P. Alonso de Cabrera, protestando de ciertos hbitos reprobables del mo- mento64, deca: Habemos venido de un extremo a otro, que por no ser hipcritas han dado los hombres en ser disolutos y pare- cerlo, como el que por no ser hereje dio en ser necio y no quiso saber leer.

    El analfabetismo, pues, como remedio de la heterodoxia y salvaguardia de la seguridad personal. Pero tambin como infa- lible cinturn >e castidad mental para esa frgil mitad del gne- ro humano especialmente solicitada por las tentaciones de Sa- tn. En la comedia del siglo XVII se considera tan peligrosa en la mujer la curiosidad intelectual como el uso de afeites, el ca- minar con lascivos meneos o el ser !'ventanera" y "trotahuer- tos". "Ni moza adivina, ni mujer latina", rezaba65 el adagio, y en consecuencia los varones insistan, como el don Diego calde- roniano de No hay burlas en el amor, en que

    sepa una mujer hilar, coser y echar un remiendo, que no ha menester saber Gramtica ni hacer versos.

    Y para evitar tentaciones se ponan oportunos remedios, como los preconizado^^^ por el don Pedro de la misma pieza: ------e-------------

    64 B. A. E. 111 37; cf. A. CASTRO ibid. 179. 65 Gonzalo Correas, Vocabulario de refranes, pg. 337. 66 Cf. las referencias en A. F. G . BELL E Renacimiento espao, Za-

    ragoza, 1944 ,101 .

  • ANALISIS SOCIOLOGICO DEL HUMANISMO

    Libro en casa no ha de haber de latn que yo le alcance; unas Horas en romance le bastan a una mujer; bordar, labrar y coser sepa slo.

    Evidentemente la mujer latina "saba latn" en las connota- ciones peyorativas que tiene todava el dicho en castellano. En todo ello aflora una concepcin del saber, como saber de salva- cin, del ms puro corte medieval. Frente al urgente negocio de la salvacin del alma, ilustrarse con curiosidades impertinentes era, en el mejor de los casos, una prdida de tiempo imperdona- ble. Con un deje de amargura el humanista Francisco de Casca- les verta en una de sus cartas filolgicas dirigida al doctor Diego de Rueda, arcediano de Cartagena, unos conceptos67 que muy bien pudieran ser parodia de frailunos sermones apoyados en ci- tas bblicas y el testimonio de los santos: Aquel gran monje An- tonio ni aprendi Letras ni admir a los letrados; y dijo que no tenia necesidad de Letras quien tenia buen alma. El profeta rey de Israel deca: "Quoniam non cognovi litteraturam, introibo in potentias Dominiy> "Porque no supe Letras, me entrar en la omnipotencia de Dios". Diga lo que quisiere quien quisiere, que yo sello de buena gana aquella y esta sentencia de la Sagrada Es- critura: "Qui adjicit scientiam, adjicit dolorem "; que harto tra- bajo tiene quien tiene ciencia. La ciencia levanta y ensoberbece al hombre. "Epistula " d i c e Cicern- ''non eru bescit "; "la car- ta es libre y sin vergenza". ,jQue'le cost a Uns llevar las le- tras a Joab? La vida. Y a Beleforn? Otro tanto. Miserables le- tras que dieron a sus dueos la muerte. Bien dice el apstol que la letra mata.

    Una leccin que, con toda su rusticidad, tena bien aprendi- da el Humillos cervantino. Si, en la concepcin optimista de los albores del Renacimiento, los libros acercaban al poder y enno- blecan, en la visin cansada de un humanista del siglo XVII, con la amargura de quien ha dado vueltas durante cincuenta

    67 Cartas filolgicas, ep. 11, tomo 1 de la ed. de C1. Cast., Madrid, 1961,41.

  • LUIS GIL

    aos en la tahona de la Gramtica peor que rocin cansado, no valan sino para quebrantar la salud, poner en peligro la segu- ridad personal y condenar a la miseria a quienes pasaban la vi- da entre ellos. Pese al andamiaje literario, la carta de Cascales permite reconocer los tpicos avisos (como esos de que la cien- cia levanta y ensoberbece al hombre, la letra mata, la lectura impide muchas veces los piadosos oficios de la virtud) contra graves peligros que se conjuraban con esa santa ignorancia pre- dicada por las autoridades eclesist i~as~~ a la monjita mejicana sor Juana Ins de la Cruz; santa ignorancia que en realidad era una "sabia ignorancia", ya que, como deca un obispo diecio- c h e ~ c o ~ ~ al dar una censura negativa a la publicacin de un in- discreto libro, ms vale sabiamente ignorar lo que no es condu- cente saber. Considerando, pues, la valoracin social del libro y, sobre todo, de las muchas e indiscriminadas lecturas, se com- prende perfectamente que Felipe 11, el rey prudente, pusiera aquella gran biblioteca que reuni en pleno monte de El Esco- rial, pese a los consejos de Pez de Castro y a las pretensiones de los jesutas, lo ms lejos posible del alcance de la curiosidad im- pertinente de los eruditos y de sus jvenes d i s c p ~ l o s ~ ~ .

    Hemos visto unas cuantas muestras de cmo se valoraba en nuestro Siglo de Oro el saber y su instrumento de difusin, el libro. Pasemos ahora a considerar otro punto clave. El Humanis- mo italiano, frente a la autoridad tradicional de la Escolstica, haba ido a buscar en la Antigedad clsica otra autoridad ms vetusta con la que apoyar las aspiraciones polticas de la nacien- te burguesa, contraponiendo el latn ciceroniano al brbaro la- tn medieval. El fracaso de los humanistas espaoles en sus in- tentos de erradicar la ."barbarie", que en un arranque de opti- mismo crea Nebrija haber debelado definitivamente, se paten- tiz en la proverbial incapacidad de los nuestros para expresar- se en buen latn, en el triunfo de la lengua vulgar como vehculo de la expresin culta y en el desprestigio de los ideales humans- ticos. En mi trabajo anterior trat con algn detenimiento estos

    68 Cf. A . CASTRO o. c. (en n. 60) 177. 6 9 Cf. M. SERRANO Y SANZ o. C. 254. 70 Cf. L. GIL O. C. 290-293.

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    extremos y de ah que estime ocioso repetir lo dicho sobre algu- nas explicaciones contemporneas que se dieron71- para justifi- car la styli tarditas de los espaoles. El latn ciceroniano fue derrotado por la msica barbarsca que se oa por doquier, y de esta especie de iconoclastia antilatina no se salv ni siquiera el propio latn eclesistico. Aunque aqu conviene quiz hacer al- gunos distingos de matiz. Hasta cierto punto son excusables, en explosiones de alegra goliardesca a la hora del condumio, jacu- latorias para bendecir la mesa como la de benedicite benedica- mus, no vengan ms que estamos o pardicas plegarias72 cual esa de Pater noster qui es in coelis, pon la mesa sin manteles y el pan sin cortezn y el cuchillo sin mangn, kirieleisn, kirie- leisn. Tambin se explica que dentro del teatro lopesco figura- se el empleo del latn como un recurso cmico cuya eficacia resida, segn Daz B o r q ~ e ~ ~ , tanto en su contraste con las rea- listas expresiones del gracioso como en su deformacin o arbi- traria utilizacin, independientemente de que el auditorio en- tendiera o no el sentido del texto. Pero lo que raya en la linde de lo incomprensible es que los macarronismos penetrasen en la liturgia donde menos se hubiese podido esperar: en el recato de unas monjas de clausura. En 1662 la Inquisicin de Toledo se ocup de unos villancicos que se cantaban en la Capilla Real de las Descalzas de Madrid quiz como desahogo de asperezas ascticas e inocente venganza de latines corales. Su pecado no era otro que la deformacin entre italiana y macarrnica del lenguaje espa01'~.

    Paralelamente a este descrdito de la expresin formal ve- na a poner en solfa la autoridad de la Antigedad clsica aquel formidable vehculo difusor de la ideologa dominante repre- sentado por la comedia. Fue Bel175 quien por primera vez de- tect el fenmeno, aunque sin darle el debido relieve ni la per-

    7 1 C f . L. GIL ibid. 229-241. 7 2 C f . el Vocabulario de Correas en sus pgs. 188,255,387, 507. 7 3 J. M? D ~ A Z BORQUE Sociologa de la comedia espaola del siglo

    XVZZI, Madrid, 1976,227. 74 A. H. N. Inq. 4444, recogido por M. DE LA PINTA LLORENTE La

    Inquisicin espaola y los problemas de la cultura y de ia intolerancia, Ma- drid, 1953,200.

    7 5 A. F. G. BELL o . c . 93.

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    tinente explicacin. Las alusiones a la Historia, Mitologa y Li- teratura antigua, as como las citas latinas, se suelen poner en boca de criados y graciosos, lo que de hecho equivaia a cubrir de ridculo ante el gran pblico los propios fundamentos del Hu- manismo. Daz Borque, por su parte, ha observado76 que la fi- gura del estudiante aparece siempre en papeles secundarios con rasgos arrufianados y picarescos, sin que jams le muevan los al- tos ideales asignados por la reparticin esquemtica de valores a los protagonistas, lo cual no deja de ser un dato sintomtico so- bre la sociologa del saber.

    Paralelamente a este descrdito de los contenidos de la edu- cacin humanstica se cre, frente a los profesores seglares que la impartan, un ambiente de pblica desconfianza que no pudo por menos de afectar a SU propia estimacin personal y social. La figura de Lutero el heresiarca y la muy ambigua de Erasmo predeterminaron la imagen popular de cuantos del estudio del latn y del griego hacan la ocupacin principal de sus vidas. La acusacin de soberbia (grammaticus ipsa arrogantia est, deca el proverbio citado por Huarte de San Juan) y la sospecha de heterodoxia (qui graeciza bant lutheranizabant, hoy a los Cice- ronianos llaman Lutheranos o locos) eran las principales acu- saciones que el rumor haca correr sobre los humanis- tas.

    Pero no vamos a extendernos sobre esta cuestin que ya he- mos tocado anteriormente, ni a referirnos a las protestas de Pe- dro Juan Nez, Simn Abril o Palmireno contra unas imputa- ciones a todas luces injustas. Nos interesa ms bien completar el elenco de defectos que a aquellos pobres profesionales les achac la propaganda adversa. El fundamental era el de que la lectura de Horacio, Persio, Juvenal, Marcial, Ovidio, Terencio, Lucano, Virgilio, Salustio y Tito L i ~ i o ~ ~ corrompen los juveni- les juizios con ficiones gentz7icas y que muestran a los mancebos la lascivia del amor, y el satiricar y morder a todos y inclinar a los desasosiegos y tumultos de batallas y guerras, lo qual es

    76 J. M? D ~ A Z BORQUE 1. c. 77 Cf. L. GIL O. C. 246-270. . 78 Cristbal de Villaln, El Scholastico, e d . c . 68.

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    muy contrario a las lettras, que requieren todo sosiego y tranqui- lidad. A esto se aadan las acusaciones de brutalidad en el tra- to con los alumnos y chocarrera en el comentario de los autores antiguos, y otros mil defectos ms que pueden verse acumulados en el discurso Contra los gramticas que pronunci en el claus- tro universitario ~almantino'~ el catedrtico de Latinidad Fran- cisco Martnez en 1588. Su tesis era que, si con el veneno de la critica subvertan maestros semejantes los valores de la sociedad, con el psimo ejemplo de su conducta personal hacan cundir la indisciplina y la corrupcin entre los alumnos, lo que les ha- ca acreedores a que la autoridad competente les desterrase para siempre del pas.

    En una palabra, para el sistema el humanista no slo era un ser hbrido de gramtico y hereje, en la formulacin de Joan Fuster8O, sino tambin de crtico social y activista subversivo, al que era preciso someter y asignarle una funcin que no hicie- se peligrar el orden establecido. La solucin fue la de suprimir su ambigua condicin despojndole de adherencias superfluas hasta reducirle a la pura y simple condicin de gramtico, con una funcin muy concreta y un nfimo status social apenas su- perior al del maestro de primeras letras.

    Y esta funcin la cumpli perfectamente un nuevo tipo de humanista sine aculeo, domesticado, sumiso, amable con los discpulos, respetuoso con las jerarquas y consciente de la hu- mildad de su funcin. Nos referimos al movimiento pedaggi- co que arranca de la Compaa de Jess, basado en el ideal de la virtus litterata, donde el saber se subordinaba a la Moral y se entenda la educacin en las letras humanas como un mero complemento de la formacin religiosa. Portavoz y modelo de este humanismo de nuevo cuo fue el padre Juan Bonifacio, que marcs1 la orientacin pedaggica de la Compaa en sus

    7 9 Cf. E. A . DE AS& o. c. y la traduccin de dicho opsculo en Un testimonio de inapreciable valor para la metodo2ogia del latn, en Bol. Bibl. Men. Pel. XIV 1932,46-68,135-149 y XV 1932,177-188.

    80 J. FUSTER Rebeldes y heterodoxos, Barcelona, 1972,72. 81 Sobre su figura resulta enormemente ilustrativo a sensu contra-

    rio el estudio del P. F. G. OLMEDO o. c. (en n. 39), escrito en pleno am- biente de cruzada durante la guerra civil.

  • LUIS GIL

    Christiani pueri institutio y De sapiente fructuoso. En la raz de las convicciones de este buen Padre8* est la previa solucin al dilema entre conocimientos y santidad: ya que la Compaia quiere que seamos santos y sabios, sedmoslo de veras y, si no podemos ser las dos cosas, seamos por lo menos virtuosos. El primer vicio, pues, que debe deponer el gramtico es la sober- bia, hacindose una idea muy clara de la humildad de su cien- cia como la menor de las artes liberales. En segundo lugar so- meter su vocacin a la obediencia. En tercer lugar har con su profesin una especie de mstico d e s p o ~ o r i o ~ ~ , pues, aunque la Gramtica sea de suyo plebeya y de bajo solar, trae consigo infinitos tesoros, como la ausencia de preocupaciones y la requies in saeculum saeculi. Una versin, pues, a lo divino del humanismo literario en su fase personalista procul negotiis, sucesora de la fase activista del humanismo cvico.

    Con la puesta en circulacin de este ideario, el clero recu- per la funcin educadora que le haban venido a disputar los humanistas seglares. El crecimiento de la Compaa de Jess fue prodigioso. En 1546 se fund en Ganda su primer colegio. En 1585 haba 45; en 1608, 62 en toda Espaa. All donde se establecan los Jesutas, hacan una competencia ruinosa a las Universidades, a los estudios municipales y a 'los preceptores seglares, como ejemplifica muy bien el caso del Colegio Impe- rial de Madrids4. Sucesivamente se les fueron encargando las enseanzas universitarias de Humanidades clsicas y Retrica hasta el punto de que las tenan prcticamente en sus manos por todas partes, salvo en Salamanca y Alcal, en el momento de su expulsin por Carlos 111.

    En toda esta evolucin vemos perfilarse con gran nitidez la tajante divisin sociolgica, establecida por Mertons5, entre el intelectual burocrtico y el intelectual independiente con una clarsima inclinacin a favor del primero. El intelectual

    8 2 Ibid. 166. 83 Ibid. 167. 84 Cf. J. SIMN D ~ A Z Historia del Colegio Imperial de Madrid 1, Ma-

    drid, 1952. 85 R. K. MEKTON Teon y estructuras sociales, Mxico , 1964, 217.

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    burocrtico es aquel que pone sus conocimientos al servicio del poder constituido como asesor o tcnico, sin discutir su legiti- macin y aceptando plenamente los problemas en los trminos en que los polticos se los plantean. En la monarqua austraca fue sta la funcin que desempearon los letrados, los telogos y los Jesuitas, estos ltimos como agentes de socializacin de la juventud dentro del orden establecido. El intelectual indepen- diente es el que no depende de una autoridad constituida, sino de un pblico con el que entabla comunicacin a travs de la enseanza oral o escrita. Fue sta, a su vez, la funcin que ini- cialmente desempearon los humanistas como transmisores, creadores de saberes y crticos. Pero esta misin suya fue redu- cida, como hemos visto, a la mera imparticin de conocimien- tos elementales en facultades menores, y el escaso campo de accin que les quedaba fue progresivamente eliminado con la supresin de estudios seglares de Gramtica y la fuerte com- petencia de la virtus litterata jesutica. En cuanto a la comuni- cacin con la palabra escrita, quedaba coartada por la censura previa, las limitaciones legales impuestas a la difusin del li- bro y una concepcin del saber propia de una sociedad est- tica.

    LUIS GIL