ngeles MastrettaNinguna Eternidad Como La Ma
Ninguna eternidad como la maIsabel Arango creci intensa y
desatada como el olor del caf. Haba nacido uncatorce de marzo,
cerca de la estacin de trenes de un puerto azul al quedesembocaba
el inmenso ro Papaloapan. La maana de ese da su madre sintillegar,
junto con los avisos del parto, la primera lluvia de unas nubes
quetrajeron a la zona el cicln ms fiero que pudo caber en la
memoria de aquelpueblo. Llamado deurgencia, su padre camin bajo el
agua las tres calles queseparaban su casa de la tienda de mercancas
varias en la que se ganaba la vida.Empapado y febril cruz el patio
y alcanz la escalera para correr hasta elcuarto en que su mujer
para sin alardes a uno ms de sus vstagos. Habantenido cuatro
varones durante los pasados cinco aos, la nia lleg por finhaciendo
ms ruido que ninguno de sus hermanos.Mientras abra los ojos al
mundo de agua que todo lo rodeaba, en la estacin delferrocarril el
viento arranc los techos que cubran a los viajeros en espera de
untren cuyos vagones quedaron volcados fuera de las vas. Un ruido
de diabloscado del cielo estremeci el crepsculo y no dej de llover
en tres semanas.Todo aquel barullo no fue sino el inicio de la
inquieta y jaranera niez de IsabelArango, la quinta hija de un
matrimonio de emigrantes asturianos que,trabajando a la par, haba
conseguido hacerse de la tienda ms eclctica de unpuerto en el
Atlntico. Lo mismo vendan sardinas que libros de mecnica,novelas,
jamn de jabugo, queso manchego, listones, harina, chiles, bacalao,
ypan para judos, cristianos y descredos. Nunca una panadera haba
dadotantsima variedad de panes y jams una tienda de comida se haba
atrevidocon tal descaro y buen orden a dar albergue a un estante
con libros, pero aquelera un puerto capaz de libertades y mezclas
como no hubo en el pas otro mejor.Jugando como un nio y odiando la
costura como una nia, Isabel aprendi loesencial en una escuela del
gobierno que cambi de ideas y reglamentos tantasveces como
cambiaron los gobiernosentre 1908 y 1917, ao este ltimo en elque se
dio al pas una nueva Constitucin Poltica y a Isabel un certificado
deenseanza media. Lo que sigui fueron las maanas ayudando a sus
padres enla tienda y las tardes para leer y bailar.Tena Isabel un
gusto por la danza muy raro en aquellas latitudes. Sin embargo,haba
dado con una exiliada rusa que gastaba sus horas bailando y que en
dosaos le ense cuanto saba y la ayud a colocarse entre ceja y ceja
lacertidumbre de que nada hara mejor en la vida que ser bailarina.
As las cosas,no hubo nadie capaz de interponerse entre ella y su
afn de ir a estudiar a laciudad de Mxico. Un ao de ruegos diarios
convenci a sus padres de queentre ellos y la contumacia de su hija
deba haber todo menos un abismo. Asque le buscaron lugar en la casa
de huspedes de una mujer con la que habanhecho amistad, cuando ella
y su marido pasaron una temporada en el puerto.Se haba quedado
viuda y mantena su casa frente al parque de Chapultepecdando
albergue a quien su entraa le aconsejaba que mereca tal confianza.
Encuanto supo que la hija de los Arango quera vivir en Mxico,
escribiponindose a las rdenes de la familia y pidiendo que desde ya
la nia y suspadres consideraran suya la casa en que ella tena
viviendo ms de treinta aos.Desde que Isabel era nia, sus hermanos
jugaban a bajarle el aroma desatadocon un poco de leche y todava su
padre fue a la estacin del tren cargando unvaso con algo de la
ordea matutina para intentar que ella la bebiera antes deirse, pero
Isabel tuvo la precaucin de no tocarlo, porque tema flaquear frente
alos ojos de animal abandonado que su padre ocultaba mirando al
frente como sialgo se le hubiera perdido en el infinito.Qu se te
pudo ir tan lejos? le pregunt su madre. Por qu no te quedasa vivir
y a tener hijos en paz?Para qu luego me dejen como yo a ustedes? le
contest Isabel.Despus la abraz unos minutos largos y cuando la solt
cruz los brazosesperando la bendicin de todos los das. Su madre
crea en el Dios de loscristianos con la misma fe con que hubiera
credo en el de los chinos, si chinahubiera sido y no asturiana. As
que le puso la mano en la frente y luego la bajhasta su pecho para
terminar de persignarla en silencio. Entonces ella volte aver a su
padre y le gui un ojo.Siempre has hecho lo que se te ha pegado la
gana, no veo por qu mesorprendo ahora dijo l mientras la abrazaba
como si quisiera acunarla igualque la primera noche de sus vidas
bajo el cicln. Vete con paz. Te queremos,ya lo sabes.Isabel subi al
tren y sac la cabeza por la ventanilla. Mientras el hermosoanimal
de fierro empezaba a girar sus ruedas alejndose despacio de la
nicatierra y el nico mar de todos sus amores, ella se trag las
lgrimas moviendolos dos brazos como si bailara contra el
aire.Cudate el corazn oy decir a su padre.Te lo dejo contest ella.
Luego meti el medio cuerpo que llevaba de fueray se sent a llorar
con la cabeza entre las piernas. Tena diecisiete aos, eraenero de
1921.Se dej acariciar por el aire clido y salobre an que la
envolva. En la ciudad deMxico hara fro, en dos semanas estaran por
iniciarse los cursos en la nicaescuela de danza que su maestra rusa
consideraba confiable. Una rara ypequea institucin creada por
madame Alice Girn, una maestra francesa de laPavlova que lleg a
Mxico en los arduos das de la guerra y se instal a vivirlocomo si
reinara la paz. Por recomendacin de su primera maestra, tan amiga
dela francesa como aventureras podan ser ambas, a Isabel la haba
aceptado sinponerla a prueba. Le dio tres meses para demostrar que
tena tamaos antes derecibirla en definitiva. El futuro pareca suyo,
pero por primera vez lo mir sindesafiarlo. No conoca a un alma de
entre las muchas que habitaban la ciudadde los palacios y los
lagos, la ciudad de la que salan las guerras y las
rdenespresidenciales, la ciudad que despierta a dos mil metros de
altura bajo elaugurio de dos volcanes.Isabel viaj varios das antes
de verlos la primera vez. Hasta que una tardeapareci en el
horizonte la luz enigmtica y embriagadora que los envuelve.
ElPopocatpetl y la Ixtazhuatl, as supo desde nia que se llamaban.
Su madresola contar la historia de un pariente asturiano que
enloqueci al mirarlos y sevolvi sin pensarlo hasta Priesca, el
pueblo verde y pobre del que haba salido abuscar fortuna. Fue por
recomendacin suya que los Arango prefirieronquedarse en tierras
bajas, a la vera del mar, y se lo agradecan. Haban sidofelices
frente a esas aguas, entre la gente salada y locuaz de aquella
tierra. Detodos modos se haban vuelto tan mexicanos como cualquiera
de los que adiario se dejaban deslumbrar por el cielo cercano a los
impasibles volcanes, bajolos cuales encontraron los aztecas un lago
con un nopal y encima el guiladevorando una serpiente que se acomod
en el centro de la bandera cuandoestas tierras pasaron a llamarse
Mxico.Los volcanes aparecieron frente a los ojos de Isabel mientras
el tren llegaba a laestacin de Puebla, y desde entonces quiso
reverenciarlos. No se atrevisiquiera a preguntarse las razones de
su atraccin por ellos. Le bast suimponente belleza para
considerarlos cosa sagrada, le bast saber que yaestaban ah millones
de aos antes de que la especie humana llegara al mundo.Impvidos y
heroicos, insaciables y remotos. Ellos s que mandaban en
Mxico,nadie que se pusiera bajo su amparo estara solo en esas
tierras. En su nuevavida, se prometi, todas sus prdidas habran de
pasar por ellos y cuantahistoria la conmoviera la sabran sus
abismos. Con semejante conviccin perdiel poco miedo que an rumiaba
y se instal a vivir en la casa de doa PrudenciaMigoya, una mujer
suave y trabajadora que le haca honor a su nombredejndola entrar y
salir, comer y dormir a su aire.La ciudad todava est peligrosa le
dijo tras el desayuno la primera maanaen que saldra al mundo. Ayer
estall una bomba frente a la casa delarzobispo y otra en la tienda
de alhajas "El Recuerdo". Pero t no vas a andarpor esos rumbos.
Cuida que no te quiten la bolsa y si te la quieren quitar, dejaque
se la lleven. Baila bien que es lo que importa.
IIVindola bailar a solas, sin imaginarse que la miraran, una
tarde cualquieraentre las altas paredes del saln que albergaba sus
clases, madame Alice, ladirectora de la escuela, entendi que la
ndole de Isabel estaba cruzada por lafiebre de quienes viven el
arte como una religin. Y no necesit ms paradejarla quedarse a
trabajar en el intento de convertirse en profesional. No serafcil,
de cincuentaque ingresaban conseguan permanecer menos de siete.
Ladanza es una disciplina de locos y de jvenes, por eso Isabel
pareca unapromesa y cualquiera que la hubiera visto bailar aquella
tarde hubiera estadode acuerdo con su maestra en que la vida valdr
la pena mientras haya en elmundo seres capaces de hacer magia
cuando profesan una pasin.No estaban los tiempos como para empearse
en bailar, an ardan las brasasde lo que fue su ardiente revolucin;
sin embargo, Isabel bailaba ocho horasdiarias y coma una vez al da.
Se puso delgada como sardina y ojerosa como unmapache, le brincaron
los pmulos y le crecieron los ojos, tena el vientre planocomo un
remanso de agua y los pechos firmes y pequeos como duraznos.
Elcuello se le estir junto con las piernas y slo le quedaban los
labios gruesos desu abuela materna y la mirada oscura de los Arango
como prueba irrefutable deque an era ella.As pasaron casi tres aos.
La ciudad se dejaba vivir y para Isabel fue fcilllenarse de amigos.
No slo entre sus compaeros de clases, que los tena detodos tipos:
mujeres elocuentes y una minora de hombres extraordinarios a losque
en un pas de pistolas les haba dado por bailar, sino entre los
amigos deesos amigos, casi siempre periodistas, poetas o pintores,
pero tambin uno queotro poltico y una que otra piruja.Haba en su
curso dos muchachos que hacan pareja, y se amaban o peleabancon la
misma fruicin que marido y mujer. Cuando la cosa se pona muy
difciluno de ellos dejaba las lecciones con tal de no mirar al
otro. Si estaban a puntode una ruptura no iba ninguno delos dos.
Isabel se hizo amiga del ms joven,un muchacho con la boca suave de
una mujer y la hermosa espalda de unhombre. Un muchacho de pies
pequeos y piernas largas que cuando en losensayos la tomaba en sus
brazos para alzarla al cielo inalcanzable de lasbailarinas, le
contaba cmo sufra su corazn en vilo o cul era la triste
incerti-dumbre de sus finanzas. Al terminar los cursos normales
seguan las plticas enel tranva que los llevaba hasta una clase de
danza regional que no estaba en elprograma de la escuela, pero que
igual les pareca imprescindible. El muchachose llamaba Pablo y era
un lector desordenado que iba de Rubn Daro aFlaubert y de Jorge
Cuesta al barn de Humboldt. Se reuna a tomar tragos conun grupo de
hombres que le hubieran ganado la guerra de machos a PanchoVilla y
que se emborrachaban con decisin y desafuero cuatro de cada
sietedas. Al principio porque sus ideas los obligaban a la
tolerancia y despusporque aprendieron a quererlo, ellos aceptaban a
Pablito en su mesa y jamshacan bromas sobre sus gustos de sexo y
profesin. De vez en vez, hasta iban averlo bailar cuando se
presentaba en pblico.En una de esas noches, que fue Javier Corzas,
poeta y telegrafista, descubri lafiereza deslumbrante con que se
mova Isabel Arango. Bailaba dentro de ungrupo, pero l pens que era
ella quien perfumaba el aire por el que ibancruzando su precisa
cintura, su espalda pequea, sus brazos largos.En la segunda mitad
del programa, Isabel bail una coreografa para ella solaque haba
dependido de su propia inventiva. Era un tristsimo cantar
mexicanoque cuenta los pesares de una mujer borracha que debe dejar
su pueblo y suamor, para irse a la ciudad siguiendo el destino de
su patrn. Isabel empez elcanto movindose con la finura un poco
rgida que impone el ballet clsico,subida en unos zapatos de puntas
romas sobre las cuales giraba como unamueca de cuerda, presa de una
incipiente borrachera. Luego, mientras seguabailando se desat los
lazos que ataban sus zapatos a sus piernas y termin portirarlos
lejos mientras el juego de sus manos rompa la noche en dos y una
luz leiluminaba el gesto hacindola parecer un sortilegio. La
borrachita desgarr suvestido y cay al suelo donde su cuerpo se
estremeci simulando la embriaguezms acongojada y armoniosa que
hubieran visto los ojos de aquel pblico. Losltimos acordes la
siguieron a perderse extendiendo los brazos desesperadoshacia un
horizonte de nada.Javier Corzas se levant antes que nadie y aplaudi
arrebatado, seguro de queeso era lo ms estremecedor y desafiante
que alguien haba bailado nunca. Trasl quienes llenaban el teatro
demostraron estar de acuerdo con aquello que bienpoda llamarse un
desafuero y lo aplaudieron hasta que Isabel se baj delescenario y
corri a buscar refugio entre los brazos de doa Prudencia, su gorday
maternal casera. De ah la separ el llamado de Pablo, a quien Corzas
le habaexigido que lo llevara junto a ella.De qu cielo caste, mujer
endiablada? dijo el poeta. Bailas como unadiosa.Isabel lo escuch
decir mientras le recorra el cuerpo con los ojos crticos quehasta
entonces usaba para mirar a los hombres cuando la elogiaban.Eres
periodista o poltico? le pregunt.Soy poeta y trabajo en telgrafos.
Pero desde hoy me dedico a mirarte.Isabel sinti que hasta los
volcanes estaran de acuerdo en que a ella le gustaraaquel hombre.
Tena los ojos de desamparo y las manos largas y fuertes. Unasonrisa
cnica y una voz de gitano. Semejante mezcla, lo presenta, era
mspeligrosa que pacfica, pero no quiso sino rendrsele.Te invito a
cenar hoy o a comer maana dijo l como si ordenara.
Pues qu lstima dijo el poeta. La confianza y el odio son dos de
los tresvicios que genera el amor. Y eso s que me gustara
provocarte.Cul es el tercer vicio? pregunt Isabel fingiendo que no
escuchaba laltima frase.La terquedad dijo Corzas. La ms daina.Y a
cambio de sus tres vicios, le ves alguna virtud?S contest el poeta.
Emborracha.Qu horror! dijo Isabel. Haba bebido su tequila en dos
tragos y lo sentaabrasndole la garganta.Ni digas, que t de
borracheras no sabes ms que bailarlas.Mejor ri Isabel.No seas
rejega. Te ha de tocar bailar en otra parte. Es ley bailar de
amores,embriagarse, ir al cielo con zapatos y sin futuro, no tener
miedo de morirse nide estar vivo. Es ley? pregunt Isabel. La nica
ley tangible que conozco dijo Corzas. Es ley que de puroenamorado
se llegue a no sentir hambre, ni cansancio, a no tratar con el
tiempoy sus desmanes, a ser dueo de la luz y de la noche. Salud, mi
nia, por todoslos amores que han de beber en ti, por la pena y la
gloria que te esperan.Isabel quiso correr de ese hablador que le
pronosticaba desgracias y fortunasmientras deca intimidades como
quien dice una estrofa del himno nacional.Pero no se movi de su
asiento y levant su nueva copa para bebera.Salud dijo, porque la
vida sea ms sobria de lo que te parece.Y tan loca como quieres que
sea contest l.Vamos a pedir comida o slo de borrachos pasaremos la
tarde? preguntIsabel.Aqu la comida llega con slo pedir bebida dijo
Corzas sealando al meserocargado de tres cazuelas que se acercaba a
su mesa.Durante las siguientes horas comieron, conversaron y
bebieron hasta que latarde los alcanz creyendo que se conocan desde
siempre. Entonces se echarona caminar por el centro de la ciudad
sin ms tregua ni gua que su deseo deseguir juntos. La plida luz del
crepsculo los encontr en el callejn de lastiendas de antigedades.
Ah donde las joyas y los simples vejestoriosconvivan sin ms
diferencia que el gusto del cliente y el capricho del vendedor.Ah
donde las cosas nunca tienen el mismo valor que su precio, y
dondeentonces eran baratas porque la poca despreciaba lo viejo
imaginando quenada poda ser ms promisorio que el futuro.Isabel
camin por las tiendas entre objetos extraos, deleitndose con
laextravagancia de cuanto la rodeaba. Hasta que al entrar a un saln
diminuto sucabeza golpe con las patas de una mecedora que estaba
colgada del techo. Erauna de esas piezas de encino que tienen el
respaldo y los barrotes labrados. Lefaltaba un barrote, pero en el
cabezal tena la cara de un viejo alegre, acorraladopor su mostacho
y sus barbas.Debe ser un buen consejero dijo Isabel que haba pedido
que le mostraranla silla y se deleitaba contemplndola.Quin? pregunt
Corzas mientras pasaba un brazo por los hombros deIsabel.El viejo
este contest ella acariciando el respaldo.Y t para qu quieres un
consejero?Digamos que voy a querer un oyente explic Isabel. Desde
ahora, perosobre todo cuando sea vieja. Ms an si voy a
emborracharme tanto comopredices y emborracharse depende tan poco
de uno y si cada borrachera mepuede hundir en abismos y noches
impredecibles.Yo dije eso? Ya no me acuerdo. Casi siempre se me
olvidan mis discursos, nolos tomes en cuenta pidi l mientras meta
sus dedos en la melena de Isabelcomo si la peinara.Me voy a comprar
esta silla dijo Isabel sacudiendo la cabeza como un
potroinquieto.Ahora? pregunt Corzas.Ahorita, en este instante. Con
el dinero que me pagaron ayer, con la gananciade mi primer
borrachera y el compromiso de sentarme a conversar en ella cadavez
que est cruda. Este viejo me va a or dijo acariciando el respaldo
de lasilla. Luego se puso a regatear con el dueo de la tienda. Un
hombre menosguapo y ms pestilente que el de la mecedora, buen
conversador y mejormarchante que entre piropos y zalameras acept el
precio que Isabel quisodarle a su silla.Te agradecera que me
concedieras el honor de pagar tu vejestorio pidiCorzas.De ninguna
manera. No ves que me urge gastar el primer salario? Lo que sacepto
es que funjas como padrino de mi encuentro con la silla que
escucharmiscrudas dijo Isabel. Luego sac de su bolsa el dinero y
tras entregarlo dijo:Ahora falta el ensalmo.Cul ensalmo? pregunt
Corzas.Uno que yo me s contest Isabel dirigindose hacia la pequea
plaza quehaban dejado dos calles atrs.En el camino le cont a Corzas
la historia de una bisabuela suya que habindoseaburrido de ms a lo
largo de su vida, le hered a su nieta, la madre de Isabel,la
mecedora en que se haba sentado a recordar durante sus ltimos
inviernosasturianos. Adems de la silla le dej un escrito que deba
repetir antes deusarla por primera vez y le hizo prometer que lo
enseara a sus hijas comoquien les ensea la nica oracin necesaria de
sus vidas.Regida por la culpa de no haber cargado hasta Mxico con
la mecedora de suabuela, la madre de Isabel haba memorizado el
ensalmo y haba hecho que lomemorizara su nica hija.Y dice comenz
Isabel detenida junto a la mecedora que Corzas puso sobreun prado:
Yo, Isabel Arango Priede, me comprometo a vivir con intensidad
yregocijo, a no dejarme vencer por los abismos del amor, ni por el
miedo que deste me caiga encima, ni por el olvido, ni siquiera por
el tormento de una pasincontradecida. Me comprometo a recordar, a
conocer mis yerros, a bendecir misarrebatos. Me comprometo a
perdonar los abandonos, a no desdear nada detodo lo que me
conmueva, me deslumbre, me quebrante, me alegre. Larga vidaprometo,
larga paciencia, historias largas. Y nada abreviar que
debasucederme, ni la pena ni el xtasis, para que cuando sea vieja
tenga comodeleite la detallada historia de mis das.
Te puedo contar el prembulo de una historia. No s otra
cosa.Claro que sabes. Qu presientes?La gloria, pero sin paz dijo
Isabel.Mientras no te dejen suspir Pablito. Respiraba por la herida
de unimprevisto viaje de su novio rumbo a Italia, dizque a
estudiar, pero por todossabido que siguiendo el derrotero de un nio
rico que se lo llev a ver museospara besarlo bajo la luz de otras
lunas.Mejor que se haya ido ese cabrn mentiroso. Tan horrible que
bailaba,tanfeo aliento que tena le dijo Isabel para distraerlo.Te
parece que tena feo aliento? pregunt Pablito a quien la falta
dehigiene lo horrorizaba como pocas cosas.Aliento de sapo dijo
Isabel, yendo hacia las barras porque iniciaba lasiguiente
clase.Dscola. No me contaste nada se quej Pablito.Cuando haya que
contar te cuento prometi Isabel.Los meses que siguieron, la vida
fue generosa para todos. Isabel dej que JavierCorzas le tomara la
existencia, y Pablito escuch entre clase y clase toda suertede
milagros amorosos.Al principio cada descanso estaba lleno de
ancdotas en torno al color de la luzque haba una tarde y lo
frondoso de un ahuehuete en Chapultepec, hasta queel mundo de
Isabel se ilumin como ningn otro y Pablo consigui llegar cercadel
penltimo recoveco de sus emociones para enterarse de cmo
ibancreciendo y complicndose.De verdad te besa ah?Y tambin aqu deca
ella sealando lugares ms escondidos.Me das envidia.Yo tambin me doy
envidia deca ella abriendo una risa de cometa.Unas vacaciones
Isabel arrastr a Corzas hasta su puerto a conocer a los Arangoy a
su mar. Como las cartas de su hija llegaban cada da ms llenas de
Javier elpoeta, cuando los Arango lo vieron aparecer con Isabel y
la compaa dePrudencia Migoya en calidad de vigilante de recato,
ellos lo recibieron con lacalidez conversadora que alegraba sus
das. Los hermanos de Isabel se habancasado como era debido y la
casa frente a la estacin del tren tena recmaras desobra para las
visitas. Corzas y doa Prudencia quedaron cada uno en uncuarto.
Isabel volvi al que nunca dej de ser suyo. Ah reciba todas las
nochesla visita clandestina y por lo mismo ms desatada que nunca de
Javier Corzas ysus manos, su quimera.Durante el da, el mar luci sus
mejores brillos y el cielo no dej cruzar unanube por su impasible
azul. En las maanas, Prudencia Migoya se sentaba en latienda a
conversar con los Arango hasta la hora de la comida, mientras
Corzas ysu borrachita caminaban la playa para extenuarla,
asolendose como iguanas operdidos entre olas con las que jugaban
abrazados incluso cuando alguna losrevolcaba.La prxima vez que
veamos venir una muy alta, no me sueltes le pidiIsabel.No seas
loca. Nos ahoga. No se puede nadar uno sobre otro dijo Corzas.Todo
se puede uno con otro. Anda pidi ella que nos maltrate lo que
nosmaltrate, pero que no logre separarnos.Nos va a lastimar dijo
l.Nada nos puede lastimar contest ella negndose a soltarlo cuando
la olalleg inmensa y los arrastr como si fueran caracolas,
llevndolos hasta la orillaentre golpes y raspones.Con una felicidad
de pez, Isabel se ri del susto en los ojos de Corzas.Ven aqu que te
lamo la sal de los rasguos le dijo.Te puedes quedar sin piernas,
borrachita sermone Corzas acaricindole lacabeza llena de arena.Pero
no sin las tuyas dijo Isabel y se puso a lamerle un raspn en
elhombro.Volvieron a Mxico tras una semanade amores en la sal,
todava ms puestosuno en el otro que al principio. Y la ciudad los
cobij con sus largos das deverano lluvioso.La tarde est entrada en
sexo deca Corzas cuando iba por ella a laacademia. Y como si no
hubiera bailado toda la maana, Isabel se desnudabapara una danza de
prodigios y desvaros que duraba hasta muy entrada lanoche.Despus
caminaban desde la calle de Artes hasta la casa de Prudencia Migoya
yla entretenan con la ostentacin de sus mutuas devociones y con el
recuento desus varias esperanzas. Entre besos y mimos que a
Prudencia le provocaban mshilaridad y remembranzas que pudor, le
iban contando las ltimas noticiasmientras la acompaaban a beber su
agua de tila. Javier Corzas escribi losnicos poemas alegres de su
vida y un editor arriesgado quiso publicrselos. En la academia de
danza haba un revuelo porque madame Girn, que cada vezera ms vieja
y ms sabia, decidi ir deshacindose de sus ahorros y gastaba
enpreparar una funcin de gala, condescenda con Pablito y dos
muchachas quesiempre le pagaban tarde y prometa un viaje para aquel
de sus alumnos quedemostrara ser el mejor.T lo vas a ganar quiso
intuir Prudencia Migoya cuando Isabel cont elasunto.Yo no voy ni a
buscarlo. Estoy feliz aqu, tengo todo por aprender, todo porbailar
y mucho que besar a mi alrededor dijo acercando su boca a la
sonrisacon que la escuchaba Javier Corzas.Isabel, nia, t sigues
teniendo avidez de virgen opin Prudencia Migoya Que la vida te la
guarde. No hay como desear lo que se tiene a la mano. Yal revs
contest Isabel. No hay como tener a la mano lo que se desea.yelo
bien, Corzas, "por ti contara la arena del mar" cant abrazndolo
comosi acabara de encontrrselo.VAgosto lleg como el agua,
inolvidable y difano. Los volcanes tuvieron nieve adiario. Y a
Isabel le parecieron ms elocuentes que nunca. Una tarde subi
conCorzas a la azotea de su casa para mirarlos como si le urgiera
preguntarles algoantes de que la luz desvanecindose ciera su
estampa hasta desaparecerlos.Cmo te quiero, Corzas. Me doy miedo
dijo Isabel detenindose en l paratomarse un pie con la mano y
levantarlo junto con la pierna toda a la altura desu cabeza. Luego
gir sobre el otro pie hasta tenerlo enfrente y lo bes sin bajarla
pierna ni temblar. Me haces el amor? pregunt.Estoy a tus rdenes,
nia dijo Corzas.Bajaron corriendo al cuarto de Corzas, que era el
cuarto de todos susanocheceres, a dar guerra, leer poesa y
murmurarse juramentos indescifrables.Cuatro horas despus, salieron
a buscarse una cena con vino como doscamaradas agotados.Sabia
virtud de conocer el tiempo sentenci Corzas de repente.
Habanterminado de cenar y beban una ltima copa.Quin dice eso?
pregunt Isabel.Un amigo mo que fue capaz de hacer un soneto con la
palabra tiempo.Qu ms dice?"A tiempo amar y desatarse a tiempo como
dice el refrn dar tiempo al tiempoque de amor y dolor alivia el
tiempo."Ya no sigas, no me gusta tu tono le pidi Isabel.Me voy a
ir, borrachita solt Corzas.A dnde que ms valgas y cundo regresas
dijo Isabel jugueteando.A Espaa. Me ofrecen un trabajo y la mejor
comida del mundo. Calles queson como zarzuelas, toreros como
milagros y mujeres que bailan como diosas.Qu ms puedo pedir?Isabel
lo escuch como quien oye una tormenta. Quin era ese hombre? Dednde
sacaba esa crueldad de fuego? En dnde estaba el otro, el de haca
unahora, el de la cama con locuras de apenas un rato antes?Y yo?
pudo decir. Me quieres explicar, yo qu, de m qu?T aqu te quedas a
seguir bailando. Y luego te vas de viaje.Yo ni madres que me quedo
aqu. Yo voy a donde t vayas. Yo no quiero serbailarina, ni diosa,
ni viajar a ninguna parte. Yo quiero slo ser tu mujer o tusombra.No
digas ms, borrachita. Te oyes fatal. T eres una bailarina, una
mujer quese basta a s misma y una diosa aunque no quieras serlo.
Pero yo no soy deamores largos, ni de quedarme quieto, ni menos de
llevarte por el mundo comosi fueras mi rabo. Mejor me voy ahora que
nos queremos tanto, me voy antes deque le lleguen los vicios a esto
que nos ha salido tan bien. Ya nos tenemosdemasiada confianza, me
voy a ir antes de que nos entren la terquedad o elodio.Isabel se
solt a llorar con las lgrimas que tena guardadas para das que
nohaba imaginado. No le caba en la cabeza, pero menos en la entraa
que JavierCorzas inventara irse de su vera. Que de la misma boca,
con la misma lenguaque apenas le jugaba como un pez entre los
dientes, le estuviera diciendotantsima crueldad como quien dice un
padre nuestro.Ests jugando verdad? le pregunt.No, Isabel. Me estoy
yendo. Ven, te acompao a tu casa dijo llevantndose.Isabel se qued
quieta un instante, mirndolo como si quisiera guardrselo.Luego se
levant en silencio y en silencio camin hacia su casa.Hoy no entro
dijo Corzas cuandoella abri la puerta. Y fue lo ltimo quede l
guardaron los odos de ella.Prudencia Migoya la vio entrar
desbaratndose en llanto y fingi la mismatranquilidad que si la
hubiera visto entrar cantando.Por qu llora mi ngel? dijo a
sabiendas de que esa mujer no llorara asms que por el hombre que no
haba entrado tras ella como todas las noches.Se quiere ir dijo
Isabel.A dnde que ms lo quieran? Apenas anoche te adoraba.Dice que
a un trabajo en Espaa.Por favor, quin le va a dar trabajo en Espaa
a un telegrafista revuelto conpoeta? De eso en Espaa abunda.Pruden,
qu hice yo mal? Qu le hace falta?Le sobras t, nia dijo Prudencia
Migoya jalndola de una mano parasentarla junto a ella. Cuando los
hombres inventan irse de repente, cuandopasan sin aviso de la
adoracin al desapego, es cuando ven a su mujer mscrecida de lo que
soportan. A Corzas le pesa lo buena que eres en tu oficio, lesobra
tu avidez, tu certidumbre de que no hay imposibles, tu terquedad y
hastatu certeza de que podras vivir sin l.Mentira, no puedo vivir
sin l dijo la nia Arango.Claro que puedes. Y a eso le tiene pavor
este hombre, al da en que te cansesy lo dejes. Prefiere irse l
primero que quedarse a esperar cundo te vas.Cmo sabes eso? Yo no
quiero ir a ningn lado dijo Isabel recuperando laspalabras.Una
parte de ti no quiere ir, la otra est yndose hace rato. No bailas
todo elda para quedarte a zurcir los calcetinesde Corzas. Ven a la
cama. Maanatienes clases. Y no te preocupes, ellos nunca se van en
el primer intento.Hablas como si hubieras tenido ms de un hombre
dijo Isabelpermitindose una lenta sonrisa.Nia, yo como Rubn Daro,
cuando temo estar triste bendigo mi suerte yrepito sin culpa:
"Plural ha sido la celeste historia de mi corazn". Anda, ven atu
cama. Maana con el sol veremos hasta siempre.Por primera vez en
tres aos, al da siguiente Isabel no tuvo ganas de ir a clases.No
haba dormido sino un rato y al despertar sinti que el hueco bajo
lascostillas con el que se fue a la cama, haba crecido durante la
noche hastavolverse un abismo. Sali de su recmara en busca de las
luces de PrudenciaMigoya. La encontr en la cocina calentando un
poco de leche.Bbela y corre si no quieres quedarte sin hombre y sin
escuela le ordenextendiendo el vaso con leche. Isabel lo bebi de un
tirn y mir a Prudenciacomo si fuera un hada madrina. Era gorda y
firme, beligerante como unguerrero y cariosa como un pastel. Usaba
unos camisones llenos de encajesque hubieran parecido los de una
abuelita comn, si no fuera porque en lugarde blancos eran de un
rojo desorbitado.A veces, de slo mirarte me dan ganas de creer en
Dios le dijo Isabeldndole un beso. Luego corri a sus clases.
VIAcostumbrada a exigir puntualidad, despus de dos retardos
madame Girnsuspenda para siempre el derecho a tomar clases en su
academia. De ah queno entendiera la tardanza de Isabel.Algo
terrible debi pasarle dijo en su espaol gutural y cantariego.O
prodigioso sugiri Pablo entornando los ojos.Nada que la quite de
aqu puede serprodigioso dijo la madamedisgustada. Era lunes, llova.
Isabel entr como una flecha al principio de lasegunda clase. Madame
Alice la mir con un reproche y no mostr compasinal notar sus ojos
atribulados, su gesto huidizo, su cuerpo en congoja. De sobraconoca
ella caras como sa. Las haba visto una y otra vez desbaratando
lacarrera de mujeres que hubieran sido grandes bailarinas y en
cambio fueronmedianas madres de familia. No les tena piedad.Primer
y ltimo aviso Isabel Arango. Este lugar es tu vida o te llevas tu
vida aotra parte. Endereza los hombros y prate como si nada te
doliera.Pero si todo me duele dijo Isabel.Para bien. El arte
necesita una dosis de dolor. No nos cuentes tu pena. Menossi es de
amores. Vamos. Quintaposicin. Misma rutina. Adelante.La msica empez
a sonar como otra orden sobre los odos de Isabel y ella lasigui
urgida de una cura. Haba perdido toda la hora de calentamiento y
sinembargo poda levantar las piernas ms alto que nunca y estirar la
cintura comosi los hombros se los jalaran desde el cielo. Sus
brazos alargados expresabantristeza y toda ella pareca un ensueo de
cristal ardiente, bailando como si notuviera otro destino.Te
enojaste con Corzas? le pregunt Pablito una hora despus durante
elbreve descanso.l te dijo algo? pregunt Isabel.l, a qu horas? Me
dices t que ests bailando como nunca de bien, como sislo esto
tuvieras.Slo esto tengo dijo Isabel. A Corzas lo invitaron a
trabajar en Espaa.Permteme que lo dude dijo Pablito. Yo lo que o es
que en telgrafos lotrasladan al sureste y andaba como perro sin
dueo queriendo hacerse rico paraquitarte del baile.T ests loco, a l
le gusta que yo baile dijo Isabel.Un rato, chula, no ms un rato.
Luego todos quieren cama y cocina caliente.Corzas es distinto dijo
Isabel.Todos son distintos hasta que se vuelven iguales dijo
Pablito pasndole unbrazo por la cintura a su desconsolada amiga.La
maestra se detuvo en el centro del saln y aplaudi interrumpiendo
loscorrillos.Retomamos. Isabel, concntrate. Ests bailando muy bien
como paradistraerte dijo madame Girn haciendo el nico elogio que
alguna vez lehaban escuchado sus alumnos durante una clase. Nunca
elogiaba a la hora deensear, correga siempre y cuando lograba que
alguien interpretara sucorreccin haciendo las cosas como ella las
quera, dejaba salir un lacnico yextragutural "correcto". Por eso,
para Isabel, aquello de "ests bailando muybien" fue como un blsamo.
La siguiente hora y media bail an mejor que laanterior.Poquito
mejor que correcto le dijo madame Girn antes de abandonar
elsaln.Haban terminado los ejercicios de ese da con una rutina en
el suelo. Y ah sequedaron Isabel y Pablito tomados de la mano,
curndose los mutuosabandonos. Ah los encontr cuchicheando Javier
Corzas cuando apareci enbusca de Isabel, como todas las tardes de
los ltimos seis meses.Al verlo entrar ella rod el cuerpo y qued
boca abajo, con la cara escondidaentre los brazos.Tan rpido ya te
quieres arrepentir de tus chingaderas? le pregunt Pablolevantndose
de un salto y enfrentndolo con la gallarda de un soldado.T no te
metas, cabrn le dijo Corzas empujndolo.Y t no me empujes, machito
de mierda. Qu te crees? Que se puede jugarcon la entraa de mi amiga
como si yo no existiera. Por qu le inventas que tevas a Espaa? No
tienes corazn para ser humilde y aceptar que slo vas aqua la
vuelta?Te quieres callar? dijo Corzas. Vamonos, Isabel.A Espaa? le
pregunt Isabel sin moverse del suelo.A donde quieras contest l
tirndose junto a ella y abrazndola como sinada hubiera dicho el da
anterior.A mirar los volcanes dijo Isabel.Luego se levant riendo,
se puso la ropa encima de las mallas y sin quitarse loszapatos de
puntas sigui a Corzas rumbo a la casa en la calle de Artes, como
sila noche del da anterior hubiera sido una pesadilla
olvidada.Adis, dbil. Que sea para bien le grit Pablo desde la
puerta.No subieron a ver los volcanes. En cambio pasaron la tarde
yendo y viniendopor sus cuerpos desolados como si llevaran siglos
extrandose.No s vivir sin ti dijo Corzas, pasndole un dedo por la
espalda. Quieroque vengas conmigo a donde se me ocurra.Todo fuera
como eso dijo Isabel, metiendo su cabeza entre las piernas
deCorzas.Esa noche no volvi a dormir a la casa de Prudencia Migoya.
Le avis que habarecuperado la fortuna y que no pensaba perderla. A
la maana siguiente falt aclases y tambin a la siguiente. Por una
semana nadie supo de ellos. Pasaron losdas mirndose las risas y las
noches caminando y bebiendo hasta lamadrugada.A dnde te vas cuando
bailas como si te perdieras? le pregunt Corzas alas tres de la
maana del sbado.A la gloria dijo Isabel evocadora.Y qu tienes
conmigo?Todo.Qu terca eres, Isabel dijo Corzas. Djame ir. Slvate de
m.Mtete aqu y no me molestes dijo Isabel llamndolo a la cama.
Habanbebido de ms y de ms tambin se quisieron esa noche. Cuando por
fin elcansancio los adormeci a uno en el otro,un gallo de pueblo
cant en mitad dela ciudad y los pjaros empezaron su alboroto como
si nada.Isabel despert por ah de las doce con el sol picndole los
ojos. Encontr vacoel otro lado de la cama. Se acurruc dicindose que
Corzas haba bajado a lacalle por el peridico. Pero tras media hora
de espera, un susto le pic el ceo.Se levant de un salto y camin
hacia la mesa en que Corzas acostumbrabapasar horas leyendo. Le
sorprendi un orden que no haba el da anterior. Noestaba el tiradero
de libros y cuadernos de Corzas. En su lugar slo haba unacaja de
madera de olinal. Isabel la abri con ms curiosidad que
aprensin.Dentro encontr el pauelo de colores que le haban comprado
a una gitana elda que les predijo largos aos de amor y felicidad,
dos servilletas en las queCorzasle haba escrito poemas, el programa
del concierto en que estuvieron elviernes, un pedazo de pared
desprendido del muro de una capilla colonialcuando se besaban
recargndose en l, dos caramelos. Y una carta de Corzaspidindole
perdn por irse sin ella.Isabel la ley sin llorar una lgrima. Luego,
se lav la cara. Pein sus cabellos endesorden, carg la caja y sali
del cuarto como quien deja el cielo.Lleg a la casa de Prudencia
Migoya por ah de las tres de la tarde y la encontrcomiendo a solas
en una mesa con platos y cubiertos para una persona ms.Esperas a
alguien? le pregunt Isabel.A ti, mi diablo dijo ella con una
sonrisa grande como una casa debeneficencia pblica.Podra yo
suicidarme.Si ese final merece tu historia contest Prudencia
Migoya.Y cul otro? pregunt Isabel, dejando que unas lgrimas gordas
lecruzaran la cara.Yo dira que quien ha merecido la dicha puede
soportar la desgracia, y quetoda emocin santifica.Yo no quiero
santificarme dijo Isabel, derrotada.Pero quisiste el cielo. No hay
cielo eterno. Ahora tienes que soportar eldesfalco de perderlo.
Pero la tierra tambin tiene sus encantos. Te voy a dar unaprobadita
de alguno.Prudencia Migoya se levant a calentar una sopa de hongos
y flores decalabaza. La puso frente al duelo de Isabel con una
cesta de tortillas y una cazode salsa verde.No llores y come un
poco. No voy adejar que te suicides de hambre. Tequeda mucho por
vivir.Tengo ganas de morirme -dijo Isabel empujando la sopa.Con que
tengas ganas de algo le contest Prudencia acercndole la cucharaa
los labios.Isabel prob un poco de caldo y luego volvi a llorar
durante los dos meses quesiguieron a esa tarde. Lloraba camino a
las clases y llorando bailaba todas lashoras de su rutina diaria.
Llorando coma uno que otro bocado de los muchosque Prudencia Migoya
le acerc a la boca, llorando se iba a dormir y dormidaso que
lloraba.Mientras baile as, aunque llore as dijo Madame Girn, sin
mostrar piedad.Prudencia en cambio la consenta hasta llegar al
extremo de cantarle en lasnoches para que se durmiera.No hay como
un arco iris cuando llueve dijo una tarde abrazndola. Luegoempez a
planear una excursin hasta el pueblo de Amecameca en las faldas
delos volcanes.Isabel fue con ella como iba a todas partes,
sonmbula y hermosa, llorando.Parecen eternos dijo tras una hora de
contemplar los volcanes en silencio.Son lo ms cercano a la
eternidad que conocemos dijo Prudencia. Ni tuslgrimas van a durar
tanto.Ni mis lgrimas acept Isabel. Haba dejado de llorar haca una
hora. Espero que ningn desamor sea tan largo. Pero mi breve paso
por el cielo, ese sque dur tantsimo. Tengo a estos volcanes de
testigos. Ninguna eternidadcomo la ma.