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La poesa viaja a amrica:La aLocucin Lrica de andrs BeLLo
Vicente Cervera SalinasUniversidad de Murcia
Resumen: Una visin completa del fenmeno histrico de la
Independencia de los pases americanos no puede desatender el
universo potico. El gran pol-grafo y humanista venezolano Andrs
Bello public la silva Alocucin a la poesa en la revista que l mismo
fund durante su larga estancia londinense de diecinueve aos, la
mtica Biblioteca Americana en su primer nmero de 1823. Este artculo
recupera aquella publicacin y analiza sus elementos compositi-vos,
formales e histricos. En ella, Bello reclama el viaje del gnero
lrico a la prometedora tierra de Amrica, donde renovar sus energas,
ya marchitas en el Viejo Mundo, y contribuir a robustecer la
autonoma cultural, compaera y gua de la autonoma poltica de Nuestra
Amrica.Palabras clave: Andrs Bello, poesa, revistas americanas,
autonoma cultural, Filosofa de la Historia.
Abstract: A complete overview of the historical phenomenon of
the Independ-ence of Latin American countries cannot disregard the
poetic universe. The great Venezuelan humanist and polygraph Andrs
Bello published the silva Alocucin a la Poesa in the magazine he
founded during his nineteen-year stay in London, the legendary
Biblioteca Americana, in its first issue in 1823. This article
recovers that publication and analyzes its compositional, formal
and historic elements. In it, Bello claims the journey of poetry to
the promised land of America, where it will renew its energies,
withered in the Old World, and contribute to strengthen the
cultural autonomy, companion and guide of the political autonomy of
Nuestra Amrica.Keywords: Andrs Bello, poetry, American magazines,
cultural autonomy, Phi-losophy of History.
Que la poesa sea un arma cargada de futuro es declaracin de
principios por todos conocida y por algunos aceptada. Que el
sentido de dicho verso tenga un valor plurivalente puede ser,
empero, motivo de reflexin. Un futuro que no se asocie unvocamente
al territorio de lo fctico o de las realidades empricas po-dra
involucrar acepciones mltiples a la orientacin de ese futuro que la
poesa como cuerpo verbal encarna. Arma de conocimiento filosfico y
aun cientfico
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fue la poesa para los pensadores griegos de la era presocrtica,
cuando el vate ritmaba en pies mtricos y rfagas de inspiracin su
concepcin sobre la natu-raleza y sus elementos generadores,
determinando con autores como Parmni-des de Elea las categoras de
la verdad y la apariencia. Para el pueblo latino la poesa fue un
arma repleta de documentacin histrica (Tito Livio), de ficcin
poltica (Virgilio) y de lucubracin materialista (Lucrecio) y en la
literatura me-dieval activ todos los resortes de la teologa, con el
Alighieri a la cabeza, para desembocar en instrumento de
construccin del ser cortesano en su versin ca-balleresca profana o
mstica a partir del Renacimiento. Bien mirado, hasta el si-glo XIX,
con el despertar romntico, siempre fue la poesa estandarte del
futuro y vehculo para la accin. A partir de la potica de Hegel y de
la identificacin entre poesa lrica y sujeto e interioridad, pareci
relegarse su mbito al recreo intimista de las emociones,
evocaciones y sentimientos del ser que conjuraba con la palabra
musical las experiencias y los sueos, aunque tambin es notaria la
aficin romntica al discurso de estirpe idealista y de entonacin
universal. No es de extraar, por tanto, que tambin en la lrica
hispanoamericana pueda asociarse la propensin armada del gnero
potico con el pensamiento henchido de fuerza en pos de un ideal de
alcance histrico, poltico y continental, como sucede en el
repertorio potico de Andrs Bello y, ms concretamente, en su
Alocucin a la poesa, donde, de modo difano y vehemente, fluye el
verso ha-cia un futuro que l mismo activa en aventura visionaria y,
a la vez, de fuerte ca-lado intelectual. Firmemente convencido de
que el discurso estrfico propende a emancipar la realidad, crea el
nclito humanista americano una extraordina-ria silva donde la
conviccin de su pensamiento dispara municiones y saetas que
materializan un porvenir inspiradamente vislumbrado por las almas
liber-tarias que disearon la historia de la independencia
americana. La Alocucin a la poesa despliega en s misma un
manifiesto, reviste la naturaleza de un en-sayo transubstanciado en
expresin potica y funda semntica y culturalmente un concepto axial
en la historia hispanoamericana: el concepto de epifana in-terna.
Con l quiero aludir al proceso de auto-conocimiento o auto-gnosis
que experimentaron las naciones y pueblos de Amrica en la voluntad
de manifes-tarse ante s mismas, aspirando a reconocerse y descubrir
quines y cmo eran sin necesidad de recurrir a modelos forneos o a
dependencias ajenas. Este pro-ceso es paralelo histricamente, pero
inverso en su orientacin, al que se produjo en el momento de la
colonizacin, durante los primeros siglos de la conquista; es decir,
la simtrica y opuesta epifana externa, mediante la cual Amrica se
dio a conocer urbi et orbi al Viejo Mundo, a travs de las noticias
que llegaban de los conquistadores y, sobre todo, gracias a la
inmensa labor de los Cronistas de Indias. La epifana interna, por
el contrario, incoa un sentido ntido de in-dependencia, de
autonoma, no slo poltica, sino tambin cultural. Este hecho,
remarcado en los estudios sobre Bello, fue especialmente
distinguido por Pedro Henrquez Urea que plasm las concomitancias
entre la Alocucin de Bello
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y el famoso discurso The American Scholar de Ralph Waldo
Emerson, como ensayos seminales en el mbito de las dos Amricas,
pletricos de vigor en la sa-lutacin optimista a un despertar, a un
alba, a un inicio esperanzado para las na-ciones que entraban en su
mayora de edad1. De hecho, en las pginas de crtica literaria que
conforman el corpus te-rico del erudito venezolano es frecuente
hallar referencias al fenmeno de la es-critura en verso como
prembulo de una arqueologa del saber donde la poesa funga de
transmisin de la historia con sus sucesivos mecanismos de
transfor-macin del mundo, procedimiento que l aplicar en esta
silva. Dice al respecto Bello en su fino anlisis de la obra pica de
Alonso de Ercilla: Los rapsodos griegos, los escaldos germnicos,
los bardos bretones, los troveres franceses, y los antiguos
romanceros castellanos, pertenecieron desde luego a la clase de
poetas historiadores, que al principio se propusieron simplemente
versificar la historia: que la llenaron de cuentos maravillosos y
de tradiciones populares, adoptados sin examen y generalmente
credos; y que despus, engalanndola con sus pro-pias invenciones,
crearon poco a poco y sin designio un nuevo gnero, el de la
historia ficticia2. A un tercer subgnero de la poesa de raigambre
pica correspondera la silva Alocucin a la poesa, que el polgrafo
publicara en la revista que l mismo fund durante su larga estancia
londinense de diecinueve aos, la mtica Bi-blioteca Americana, junto
al colombiano Juan Garca del Ro, en su primer n-mero de 18233. Me
refiero a la poesa histrico-visionaria, forjada como arma cargada
de porvenir inminente, ya que su construccin verbal sostiene el
anda-
1 Como Emerson en su conferencia sobre The American Scholar
(1837), piensa (Bello) que hemos prestado demasiada atencin a las
cortesanas musas de Europa. Procede a describir la ri-queza natural
del Nuevo Mundo y la proeza de los libertadores, que estaban
librando an su l-tima campaa. Eran stos nuevos temas de poesa. Las
pacficas sombras imperiales de Virgilio y Horacio son sus guas en
este intento revolucionario, juntamente con los escritores
dieciochescos que hacen literatura de los temas cientficos. P.
Henrquez Urea, Historia cultural y literaria de la Amrica Hispnica,
edicin de V. Cervera Salinas, Madrid, Verbum, 2007, 121-122.
2 A. Bello, Antologa, edicin, introduccin y notas de G. Bellini,
Madrid, Castalia, 2009, 152.3 Como precisamente documenta Pedro
Henrquez Urea en Las corrientes literarias de la
Amrica Hispnica., muchos aos despus, el argentino Juan Mara
Gutirrez, crtico e historia-dor de la cultura, reprodujo el poema
como introduccin declaratoria en nuestra primera gran antologa, la
Amrica potica (Valparaso, 1846) (Op. cit., 122). Por su parte,
Antonio Cussen re-lata as la aparicin del poema: El primer nmero de
la Biblioteca Americana, publicada en julio de 1823, fue un lujoso
volumen de 470 pginas con varias estampas a color de escenas del
Nuevo Mundo. Frente a la primera pgina hay una litografa que
muestra una mujer en atavo clsico que visita a una mujer indgena de
pechos desnudos y plumas en la cabeza. (...) La primera pieza en el
nmero inaugural de la Biblioteca es un poema de Bello: Alocucin a
la Poesa, en que se intro-ducen las alabanzas de los pueblos
americanas que ms se han distinguido en la guerra de la
in-dependencia. (Fragmento de un poema indito titulado Amrica). En
el primer volumen, Bello public los primeros 447 versos del poema.
Los restantes 387 versos abran el segundo volumen de la publicacin.
Los originales manuscritos de la Alocucin revelan que Bello complet
una porcin grande del poema entre 1821 y 1823, es decir, durante
los aos cuando trabaj como asis-tente de Irisarri. A. Cussen, Bello
y Bolvar, Mxico, FCE, 1998, 119-120.
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miaje de la independencia cultural americana, extensin necesaria
de los hechos reales que pautaron la historia de la emancipacin
poltica, legislativa e institu-cional. La obra potica de Andrs
Bello encomiada por referentes en la cr-tica filolgica del XIX,
como Miguel Antonio Caro, que realiz un enjundioso prefacio a un
volumen de su lrica publicado en Madrid en 1881, y Marcelino
Menndez Pelayo, en el primer volumen de su Historia de la poesa
hispano-ame-ricana, completar de este modo un proceso de
insurgencia independentista, que la propia prosa ensaystica del
autor produjo como aporte indiscutible a su desarrollo4. Y al
hablar de prosa cabra incluir en su repertorio no slo los ensa-yos
especficos, discursos y artculos de prensa, sino tambin su labor
educativa, vital para el conocimiento genuino de nuestro autor, y
la correlativa actividad in-telectual como gramtico de la lengua,
como jurista y como filsofo, tareas to-das ellas que tenan como
centro neurlgico de esa esfera el sentimiento de lo propiamente
americano y la bsqueda denodada de la autonoma cultural para el
continente5. Y as, la lengua espaola sistematizada en su Gramtica
vertebrara la di-versidad continental de los pueblos; las leyes
determinaran el espritu nacional, en la tradicin de los filsofos de
la Enciclopedia, y muy especialmente en Mon-tesquieu, y el
pensamiento racional tendera a intensificar el vuelo especulativo
de ese espritu a travs de una muy aquilatada Filosofa del
entendimiento, donde
4 Dice el erudito cntabro: El carcter de estas Silvas de Bello
ha sido perfectamente definido por D. Miguel A. Caro, llamndolas
poesa cientfica, no en el sentido de que den la enseanza de ningn
arte o ciencia, en cuyo caso seran muy cientficas, pero no poesa;
sino en el sentido de que dan bella y viva y concreta realizacin a
ciertos conceptos sobre la naturaleza, la moral y la histo-ria, y
se engalana con hermosas descripciones de objetos naturales y de
labores humanas, fielmente ajustadas a la precisin y al rigor del
conocimiento cientfico, pero interpretado y transformado ste por el
espritu potico, que es una manera ideal y bella de concebir, sentir
y expresar las cosas, cualesquiera que ella sean. Y ms adelante,
aade con sutileza sin prejuicios: Tal linaje de poesa es
ciertamente tan legtimo como cualquier otro, cuando el poeta sabe
encontrarle; y no hay ra-zn para restringir los dominios del
poeta... (Menndez Pelayo, Historia de la poesa hispano-ame-ricana,
Madrid-Santander, CSIC, 1948, 369-370). Cabra conjeturar hasta qu
punto no existi una cierta identificacin de naturalezas
cientfico-literarias entre el americano y el santanderino por parte
de este ltimo, sobre todo atendiendo a la defensa que de Bello
realiza contra el ataque de quienes le vituperaron su excesiva
formacin y cultura, ya que segn Menndez Pelayo- por haber
representado en Amrica un tipo ms puro de la educacin clsica, y la
ms alta magistra-tura en lo tocante a la lengua, fue aquel gran
maestro blanco de las iras de todos los insurrectos literarios, de
todos los niveladores democrticos, y hubo quien, como el famoso
argentino Sar-miento, se atreviese a pedir en letras de molde su
perpetuo ostracismo de Amrica por el crimen capital e inexpiable de
saber demasiado y de ser demasiado literato (ibid., 357).
5 Interesante resulta la comparacin que anota Fernando Murillo
en su biografa del enciclo-pedista Bello, entre su caudaloso
pensamiento y el ro del pas donde naci: Haba sido com-parado al
Orinoco, por el caudal poderoso de su mente, prodigado como las
aguas del gran ro en muchos afluentes. Unos siguieron su curso y
regaron los terrenos en que deba surgir la gran transformacin del
pas. Otros dieron vida en una accin que tom muchos aos a los frutos
de su estudio, los que pueden llamarse sus obras mayores. F.
Murillo, Andrs Bello, Madrid, Histo-ria 16-Quorum, 1987, 87.
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hallamos segn Jos Gaos lo ms granado del pensamiento reflexivo
ame-ricano6, y que para Juan David Garca Bacca coronara la voluntad
de articu-lar un sistema completo de conocimiento que en vano haba
esperado hicieran otros en Francia, Inglaterra o Espaa7. Al
respecto, resulta altamente ilustrativo el ensayo que public Bello
en el diario chileno El Araucano, ya en 1848, cuando la definicin
de esa autonoma cultural era imperativo categrico de la reali-dad
americana, y savia natural de su reconocimiento ante el mundo y,
sobre todo, ante s propia. Y as, casi medio siglo antes de que Jos
Mart donase al mundo su emblemtico ensayo Nuestra Amrica, declaraba
el venezolano: Nuestra civi-lizacin ser tambin juzgada por sus
obras; y si se la ve copiar servilmente a la europea aun en lo que
sta no tiene de aplicable, cul ser el juicio que formar de
nosotros, un Michelet, un Guizot? Dirn: la Amrica no ha sacudido an
sus cadenas; se arrastra sobre nuestras huellas con los ojos
vendados; no respira en sus obras un pensamiento propio, nada
original, nada caracterstico; remeda las formas de nuestra
filosofa, y no se apropia su espritu. Su civilizacin es una planta
extica que o ha chupado todava sus jugos a la tierra que la
sostiene8. Esta hermosa declaracin de principios, este ensayo fue
originalmente pu-blicado bajo el ttulo de Modo de escribir la
historia. El tiempo, no obstante, ha ido modificndolo en su
transmisin, legndose a las siguientes generacio-nes como Autonoma
cultural de Amrica, trmino afianzado por Pedro Hen-rquez Urea y
sancionado por Leopoldo Zea en su antolgica edicin de las Fuentes
de la cultura latinoamericana. Finsimo en su modo de perfilar el
pro-blema de la independencia cultural, Bello articula de modo
implcito una su-til distincin que ser desarrollada explcitamente
por Germn Arciniegas, un siglo ms tarde, en su monogrfico ensayo El
pensamiento vivo de Andrs Bello (1946), donde establece la
necesidad de diferenciar las dos columnas del proceso emancipador,
es decir, la especfica de la accin blica y la no siempre bien
dis-tinguida de la revolucin mental y espiritual que, en suma, fue
la que pudo pro-piciar la primera. As lo expresa el colombiano:
6 Porque en la historia del pensamiento en lengua espaola, la
Filosofa del entendimiento re-presenta la manifestacin ms
importante de la filosofa hispanoamericana influida por la euro-pea
anterior al idealismo alemn y contemporneo de sta hasta la
positivista. Gaos en A. Bello, Filosofa del entendimiento,
introduccin de J. Gaos, Mxico, FCE, 2006, 10.
7 Filosofa comprenda, pues, segn Bello, dos partes: 1) Filosofa
del entendimiento, integrada por Psicologa Mental y Lgica; y 2)
Filosofa moral, cuyas partes tenan que ser Psicologa moral y
tica.
No emprende, pues, Bello, la redaccin ni de un Ensayo, ni de
unos Elementos, o de un Tra-tado sobre los principios; sino una
obra en grande y total: una Filosofa. (...) Desgraciadamente slo
pude terminar la primera parte de su plan. Garca Bacca en A. Bello,
Filosofa del entendi-miento, en Obras Completas, vol. III, prlogo
de J. D. Garca Bacca, Caracas, Ministerios de Edu-cacin, 1951,
xxxii.
8 A. Bello, Las repblicas hispanoamericanas y Autonoma cultural
de Amrica, en L. Zea, comp., Fuentes de la cultura latinoamericana,
vol. I, Mxico, FCE, 1995, 194.
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En la historia de Amrica hay dos hechos de orden muy diferente:
el uno es la Revolucin de Independencia y el otro es la Guerra de
Independencia. En los libros, estos dos hechos suelen confundirse
por falta de un criterio cient-fico que venga a disociar trminos
que, algunas veces, llegan a ser contradic-torios. La revolucin no
se reduce a provocar el desprendimiento poltico de Espaa. Quiere
reaccionar contra un sistema de filosofa que considera caduco,
abomina de una escolstica que juzga insuficiente, tiene la ambicin
de preci-pitar a las nuevas generaciones de Amrica en la corriente
vertiginosa de las ciencias contemporneas, se enamora de las
matemticas, de las ciencias natu-rales, opone el contrato social de
Rousseau al derecho divino de los reyes, im-plica una revisin de
todos los conceptos tradicionales9.
Se trata, pues, de derogar la simplicidad a la hora de abordar
el fenmeno in-dependentista hispanoamericano, en favor de una
mirada lcida que constate la trascendencia que tuvo lo que, en
trminos de Arciniegas, fuera la emancipa-cin espiritual. Recordemos
que Bello est produciendo lo ms granado de su obra, atendiendo a
esta direccin concreta que aqu propongo, en la dcada de los aos
treinta y cuarenta del XIX, figurando, por tanto, como un pionero
en la funcin seminal que tendr la literatura y el ensayismo en todo
el frente his-trico de la separacin poltica10. Y, en este contexto,
es necesario insistir en la capital firmeza que para tal empresa
cabe atribuir a su obra potica y, ms con-cretamente, a su Alocucin
a la poesa, que ser, de todas las suyas, la silva donde el
pensamiento se imbrica de modo ms cabal y slido con la novedad del
impulso lrico y, a su vez, donde dicha motivacin involucra fuerzas
generatri-ces que conformarn la realidad futura. La poesa, en este
caso, por lo tanto, no slo abarca la dimensin expresiva en su
versin ms elevada y urea, sino que activa resortes mgicos para
transformar el dictum lrico en formas vivas de la realidad (no
desacertaba Arciniegas al concebir genricamente su obra como el
pensamiento vivo de Andrs Bello). Poesa, al fin, como epos
histrico-visiona-rio, segn la definicin anterior, o si lo
preferimos, poesa como arma col-mada de futuro. Y ello se evidencia
en las primeras estrofas de la Alocucin, aquellas que entonan
apstrofes a la divina poesa para que renuncie a su mo-rada europea
y viaje, transocenica, hasta los parajes del feraz y aun
enigmtico
9 G. Arciniegas, El pensamiento vivo de Andrs Bello, Buenos
Aires, Losada, 1958, 9.10 En 1829 embarc con su familia desde
Londres hasta Valparaso. En Chile residira hasta
su muerte, acaecida el 15 de octubre de 1865. Estos aos publica,
entre otras muchas, sus Princi-pios de derecho de gentes (1832),
Principios de ortologa y mtrica de la lengua castellana (1835),
Gra-mtica castellana destinada al uso de los americanos (1847),
adems de sus numerossimos ensayos y su participacin en el diario
chileno El Araucano, del que sera nombrado director en 1850.
Ade-ms, en 1842 dictara su curso de filosofa, que sera el germen de
su magna obra Filosofa del en-tendimiento, publicada pstuma e
ntegramente en 1881. Mas, como dice Fernando Murillo, todo lo dicho
sobre cuanto ocup sus das en la ltima y ms larga etapa de su vida
no debe hacer olvi-dar que Bello fue un poeta, algo que no eclips
su consagracin a materias cientficas ni su desvelo para ser til en
la transformacin social. As, en Chile escribi mucha poesa o continu
versio-nes al castellano de obras de otros poetas que haba
comenzado antes (Murillo, op. cit., 110-111).
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La Alocucin lrica de Andrs Bello 71
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lar americano11. Habitadora, segn Bello, de la soledad, trmino
embriagado de resonancias gongorinas, es invocada la Poesa, de raz
siempre sobrehumana, a desdear la culta Europa, / que tu nativa
rustiquez desama, dirigiendo el vuelo propicio adonde te abre/ el
mundo de Coln su grande escena. La ino-cente Natura, que activa el
paradigma del imaginario americano en el poema, se opone a la regin
de luz y miseria, en la que establece Bello el paradigma opuesto,
es decir, el europeo, en esa curiosa asociacin de complementos, luz
y miseria, donde cabe reconocer las grandeza del pensamiento
liberal, masnico y enciclopdico que dict el siglo de las luces y de
las revoluciones, al mismo lado de a la miseria de un modelo de
pensamiento ajeno al mbito de lo na-tural. En tal modelo ya
periclitado para la existencia potica se enseorea, en cambio, su ms
cara rival, la Filosofa, que en la silva se presenta como una sui
generis reina de la noche que somete la virtud a clculo y cuyo
imperio es do-minado por los atributos de la inversin de los
valores estrictamente puros y na-turales. Es decir, la filosofa
como duea y seora del orbe europeo propicia el reino del cambio y
la dislocacin del pensamiento recto y la justa actuacin en las
naciones, por lo que los principios se mudan y trastruecan en un
delirio pro-pio de los infamantes sueos quevedescos: donde la
libertad vano delirio, / fe, la servilidad, grandeza el fasto, / la
corrupcin cultura se apellida12. Lase, el do-minio de los intereses
creados, el teatro de las maravillas que ensalza la impos-tura
coronndola en la ctedra de una verdad falsaria y fementida. El
paradigma inverso sera, siguiendo el argumento, el mbito preclaro
en que la libertad, la fe, la grandeza y la cultura son
originarias, no han sido an mancilladas por el peso de los
contratos sociales y brillan en su prstino y nativo fulgor. Es
decir, el lugar todava con lmites que faculta el resurgimiento de
una nueva edad para la poesa y aun para la vida, espacio utpico,
pero al mismo tiempo real, en que los frutos naturales y la
inocencia de la Natura rimen y ritmen con los dones ya granados de
la evolucin espiritual de la sociedad: la mens sana de la poesa,
liberada del lastre de una filosofa utilitarista y pragmtica, en el
corpore sano de un territorio, de un continente puro y virginal. Es
decir, Amrica. No olvi-demos que el poema fue escrito entre lgubres
paredes londinenses, en la poca
11 Cuando se habla de poesa europea, cabra subrayar la
manifiesta aversin de nuestro poeta hacia la afectacin y el
manierismo retrico de la poesa espaola y, por ende, de la americana
que prosegua su modelo. La nueva expresin que invoca Bello en
relacin a la poesa en lengua es-paola promovera segn Fernando Paz
Castillo, en su edicin del primer volumen de las Obras Completas
del venezolano, editadas en Caracas en los aos cincuenta del siglo
xx la reaccin ante la mimesis de formalismos retricos, aprendidos
de segunda mano en imitadores de Gngora, sin que esto expresara
nobleza alguna de diccin, ni penetrase en la inmensidad de la
naturaleza del Nuevo Mundo, llena de majestad imponente e
inesperada mansedumbre. Para Bello tales afecta-ciones venan de la
decadente poesa espaola. De all que dijera en su clebre Alocucin
que era llegado el tiempo para que las Musas dejaran la culta
Europa y se volvieran al mundo de Coln. Paz Castillo en Bello,
Poesas, en Obras Completas, vol. I., prlogo de F. Paz Castillo,
Caracas, Mi-nisterio de Educacin, 1952, lxii-lviii.
12 Bello, 2009, op. cit., 74-75.
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tan certeramente recreada por Arturo Uslar Pietri en su ensayo
biogrfico, An-drs Bello, el desterrado13. Nuestro humanista insta y
aun exige a la poesa iniciar ese recorrido geogr-fico pero, sobre
todo, histrico y revolucionario, para reconocer con l el triunfo
real de una emancipacin en la dimensin del pensamiento y para
levantar, en suma, el edificio de la ya mentada autonoma cultural.
Y sobre el vasto Atln-tico tendiendo/ las vagarosas alas, a otro
cielo, / a otro mundo, a otras gente te encamina, / do viste an su
primitivo traje/ la tierra, al hombre sometida apenas (vv.
53-67)14. Una libertad, en este caso la de la tierra, que se
ensalza para agra-dar al propio itinerario de la poesa, que habr de
reconocer en esta gran finca del porvenir, tal como concibe el
humanista a Amrica, su lugar atvico de ori-gen, pudiendo al cabo
radicar, liberndose de las hojas muertas pero tambin de las races
podridas, que le impedan seguir creciendo en Europa y, an es ms,
que la desposean de su riqueza, desalmndola en su esencia. El
modelo que pre-side el imaginario lrico del poeta supone, empero,
un regreso a la fuente prs-tina del canto lrico, ya que el lugar
nativo de las rustiqueces poticas quedar asimilado en el poema al
que decretaran los lricos latinos, y en especial Hora-cio y, sobre
todo, Virgilio, cuyas obras fueran admiradas y traducidas por
Bello15. La exaltacin virgiliana del paisaje rural halla cobijo en
la imaginacin del poeta americano como el locus amoenus ideal al
que regresar en este viaje de ida y vuelta de la poesa que en su
alocucin nos propone. Una ida, un viaje hacia Amrica que plantea
real y efectivo: un viaje que, en verdad, ser extraordinaria-mente
reconocido por la gran obra potica hispanoamericana de finales del
XIX
13 Aquel hombre hermoso, robusto y tranquilo que llega a Londres
en el umbral de la trein-tena, acaba de abandonar su paisaje, su
familia, sus costumbres, su lengua. Ya no va por las calles
soleadas y coloridas de la Caracas de su adolescencia, sino por las
hmedas y neblinosas aveni-das donde a la media tarde flotan los
faroles como cogulos de luz amortecida. (...) En lugar de los
bosques del Catuche y de Chacao, de los rojos bucares, de los
inmensos cedros, de las mecidas palmeras, las fantasmales arboledas
esfumadas en niebla y agua de Hyde Park; y en vez del ma-terno
castellano criollo con sus claras slabas abiertas, lo rodeaba el
ahogado rumor de aquella len-gua gutural y apelmazada.
Aquella nueva etapa de su vida, que lleg a ser larga de
diecinueve aos, fue la de la pobreza, el abandono y la soledad.
Despus de unos breves meses esplendorosos en los que Bolvar
derro-chaba el dinero en los que se reunan con las con las ms
clebres personalidades en la casa de Mi-randa en Grafton Square
(...) vinieron los largos aos de pobreza y de estudio, de mucha
niebla, muchos libros y pan escaso, en que el hombre de traje rado
se refugiaba en su mesa del British Museum.... A. Uslar Pietri,
Andrs Bello el desterrado, en L. Zea, comp., Fuentes de la cultura
latinoamericana, vol. II, Mxico, FCE, 1995, 461.
14 Bello, 2009, op. cit., 75.15 Sobre la inmensa obra traductora
de Andrs Bello, es interesante rescatar unas iluminado-
ras pginas de la introduccin de Pedro Grases a la edicin de su
Obra literaria en Ayacucho (P. Grases en Bello, 1985,
xxxviii-xxxix), donde no slo encomia la traduccin propiamente
dicha, sino tambin los juiciosos apuntes sobre el arte de traducir,
partiendo de las versiones que reali-zara de los poetas clsicos
latinos y griegos. Segn Grases, tal vez el ms notable logro del
pol-grafo en esta disciplina humanstica lo hallaramos en su versin
del poema La oracin de Todos, de su admirado Vctor Hugo.
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y, muy en especial, durante el siglo XX. A esta luz, la Alocucin
se anticipara en su figuracin pico-visionaria a la aparicin de
poetas que, de modo genuino y borgesiano, pueden hoy en da releerse
a la luz del texto de Bello, como es el caso de Pablo Neruda y en
concreto, de su Canto General. Estrechando un lazo invisible entre
la gergica virgiliana, la gloga de Garcilaso y el cntico a la
his-toria general americana de Neruda, pronostica el erudito el
devenir de la poesa en Amrica, y fantasea con la deseada llegada de
algn Marn americano que sea el amanuense del estro potico en el
continente emancipado y, en cuya lira, tambin las mieses, los
rebaos cante,/ el rico suelo al hombre avasallado,/ y las ddivas
mil con que la zona/ de Febo amada al labrador corona16. Segn la
lectura de Antonio Cussen, en su iluminador volumen Bello y
Bo-lvar, no cabra duda acerca de la identificacin de dicha
referencia virgiliana con el mismo autor del texto, siendo as los
versos gergicos y picos de la Alo-cucin un anuncio de su siguiente
poema, que le convertira en autor central en la lrica
hispanoamericana del XIX, la silva Agricultura en la zona trrida,
texto que tambin abrira las pginas de otra revista por l fundada,
en este caso El Repertorio americano, en octubre de 1826. No se
tratara, a mi entender, de ofuscar la claridad meridana en dicha
ecuacin, pero s cabra matizar, desde el punto de vista que propongo
en este trabajo, el sentido de los versos de Bello en una clave de
porvenir que trascendera al autor histrico y que vendra a plantear
el destino lrico del gnero en un continente que incorporar la
creacin po-tica de un modo ya definitivo y autctono, respondiendo
as al verdadero sentido de la alocucin, que no es sino la llamada a
la mudanza geogrfica y, por ende, cultural de la poesa. De este
modo, el Virgilio Marn de Amrica no debera ser circunscrito al
autor del poema, sino que proyectara visionariamente nom-bres que
seran convocados en sus estrofas y que, con el tiempo, responderan
a su llamado: pensemos en Rubn Daro, en Alfonso Reyes o en el ya
aludido Pa-blo Neruda, por citar tan slo figuras insignes y
egregias de la expresin ame-ricana, en el sentido ms netamente
lezamiano del trmino. Referencias que, a su vez, comportaran de
modo extremo la acepcin ms lata del trmino h-roe, corroborando as
el soplo pico que domina la segunda parte del poema, y sin olvidar
la correlacin que estableciera Thomas Carlyle al conjugar la accin
heroica en trminos literarios y humansticos. No en vano, crticos y
editores actuales de la obra de Bello, como lo es Giu-seppe Bellini
en la edicin antolgica de 2009, insisten en el estudio de la
re-cepcin de la obra del venezolano en este escenario del
cumplimiento de su presagio que estamparan grandes autores del
siglo XX a partir de nociones in-coadas por Bello en su Alocucin,
algunas de las cuales remiten a un concepto sensorial y anticipador
de la literatura exuberante de la siguiente centuria: Ar-tista
extraordinario, en este breve cuadro Bello dice Bellini refirindose
a una descripcin de productos agrcolas en el seno de su Alocucin
solicita en el
16 Bello, 2009, op. cit., 80.
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74 Vicente Cervera Salinas
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lector varios sentidos: vista, olfato, odo, debido a la armona
del verso. Un bo-degn extraordinario, posible fuente de inspiracin,
en el siglo XX, para Alejo Carpentier en su novela El recurso del
mtodo (...). Y eso sin descartar aade Bellini la posible
influencia, como punto de arranque, sobre Neruda, para su grandiosa
celebracin de Amrica17. Al fin y al cabo, cabra deducir, An-drs
Bello faculta en su Alocucin un puente potico para la gesta
literaria; sa-luda como los poetas que en limbo dantesco vieron
reaparecer a Virgilio ante ellos18 al altissimo poeta que vendr,
dignificando la esencia renovada y la mudanza geogrfica de la
Poesa. Pero en ese puente est l mismo cantando las glorias y hazaas
de la independencia; pero en ese puente est inseminando las voces
que despus de l habrn de completar el acto mgico-visionario del
viaje, del traslado de la Divina Poesa hasta Amrica. En el pretil
del mismo hallamos el arte potica del propio Bello, que, a su vez,
viaja a la semilla latina y funda el gnero potico de la emancipacin
americana. Est l, en efecto, pero acompa-ado por las sombras de
Horacio y Virgilio, como tambin lo estuviera el Dante, y por las
voces de los poetas que l convoc aunque no pudiera ver. Nosotros s
podemos. La visin completa de este puente de palabras nos lo
permite el de-venir del tiempo. Los ltimos versos de su vasta silva
reflejan este aspecto de poeta-hacedor de realidades presentes y
futuras, que abre en su poema una bre-cha que l mismo estima
fecunda en la accin y prolongada en el tiempo: As el que osare con
tan rico asunto/ medir las fuerzas, dudar qu nombre/ cante primero,
qu virtud, qu hazaa; / y a quien la lira en l y la voz pruebe, /
slo dado ser dejar vencida/ de tanto empeo alguna parte breve (vv.
793-798). No olvidemos la circunstancia de que la silva fue
concebida como fragmento de un poema magno, que nunca llegara a
completar, intitulado Amrica. Ahora bien, no podramos pensar que
realmente ese poema magno est configurado por el corpus potico de
la literatura hispanoamericana que se generara a partir del poema
de Bello, es decir, a partir de la invitacin, de la casi exigencia
por l ver-tida, a que la Divina Lira se desplazase al nuevo
continente?, un texto lrico que l inici, amparndose en el legado
clsico, pero cuya mayor fortuna estribara en su progresiva
continuacin, ms all de su persona, allende la literal Alocu-cin? Y,
no estaramos de esta manera sancionando el verdadero sentido
visio-nario, futurista al fin, del poema?
17 Bellini en Bello, ibid., 31-32.18 Al final de su ensayo Tres
poetas filsofos plantea George Santayana un pensamiento
similar,
que ha sido inspiracin del mo. Al referirse al necesario poeta
que otorgue voz y pensamiento a la filosofa del presente (no ya del
pasado, como hicieran Lucrecio, Dante o Goethe), estampa el autor:
Quin ser el poeta de esta nueva visin? No ha existido nunca, pero
es, sin duda, ne-cesario. Ha llegado el momento de que aparezca
algn genio que reconstituya la destrozada ima-gen del orbe. (...)
Podemos saludar desde lejos este genio que necesitamos. Como los
poetas en el limbo de Dante, cuando Virgilio reaparece ante ellos,
podemos saludarle diciendo: Onorate laltissimo poeta. Honrad al ms
alto poeta, honrad al ms alto poeta posible. Pero este supremo
poeta est todava en el limbo. G. Santayana, Tres poetas filsofos,
Mxico, Porra, 1994, 115.
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La Alocucin lrica de Andrs Bello 75
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Un arma colmada, plagada, plena de futuro fue la poesa para
Andrs Bello. El libertador artstico de Amrica, en palabras de
Henrquez Urea. Tal vez el discurso con que este gran heredero de
Bello iniciara, no azarosamente, el ciclo de sus conferencias en la
ctedra Charles Eliot Norton de Universidad de Har-vard, durante el
curso acadmico 1940-41 sea, una vez ms, la confirmacin de mi
hiptesis de lectura, de mi sospecha. Escuchemos al sabio
dominicano:
En una poca de duda y esperanza, cuando la independencia poltica
an no se haba logrado por completo, los pueblos de la Amrica
hispnica se decla-raron intelectualmente mayores de edad, volvieron
los ojos a su propia vida y se lanzaron en busca de su propia
expresin. Nuestra poesa, nuestra literatura, habran de reflejar con
voz autntica nuestra propia personalidad. Europa era vieja; aqu
haba una vida nueva, un nuevo mundo para la libertad, para la
ini-ciativa y para la cancin. Tales eran la intencin y el
significado de la gran oda, la primera de las Silvas americanas,
que Andrs Bello public en 1823. Be-llo no era un improvisador, un
advenedizo del romanticismo; era un sabio, un gran gramtico,
traductor de Horacio y de Plauto, explorador adelantado en las
selvas todava vrgenes de la literatura medieval. Su programa de
indepen-dencia naci de una meditacin cuidadosa y un trabajo asiduo.
Desde enton-ces, nuestros poetas y escritores han seguido en la
bsqueda, acompaados, en aos recientes, por msicos, arquitectos y
pintores. En las pginas que siguen hemos de ver cmo se ha cumplido
este deber, y hasta qu punto se han col-mado esas esperanzas19.
A partir de esta difana premisa, les he propuesto una relectura
de la Alocu-cion de Andrs Bello en clave borgesiana. La de un solo
autor inmortal, cuya voz multnime y polifnica se ramificara a
partir de su particular origen, fun-giendo as de semilla y de
puente. Y si en la historia de la literatura europea ese inmortal
al que siempre regresamos y al que siempre citamos y plagiamos con
mayor o menor fortuna, con menor o mayor conciencia sera Homero,
reco-nocido en la lluvia que reinventa el recuerdo de su Ilada,
posiblemente en la historia de la literatura hispanoamericana de la
que surge a partir de la inde-pendencia poltica y cultural ese
inmortal sea Andrs Bello, el pensamiento vivo de Bello. Mascarn de
proa en el navo transocenico que lleva pintado en azul sobre lminas
de metal el nombre de Poesa y cuya tripulacin la capitanea un solo
hombre transubstanciado en una irradiacin de poetas. Los que
cons-truyeron, y an prosiguen en su unnime labor, las rimas de la
lira americana.
BiBLiografa
Arciniegas, G., El pensamiento vivo de Andrs Bello, Buenos
Aires, Losada, 1958.Bello, A., Filosofa del entendimiento, en Obras
Completas, vol. III, prlogo de J. D. Gar-
ca Bacca, Caracas, Ministerios de Educacin, 1951.
19 Henrquez Urea, op. cit., 10.
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76 Vicente Cervera Salinas
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, Poesas, en Obras Completas, vol. I., prlogo de F. Paz
Castillo, Caracas, Ministerio de Educacin, 1952.
, Obra literaria, seleccin y prlogo de P. Grases, cronologa de
O. Sambrano Urda-neta, Caracas, Ayacucho, 1979.
, Las repblicas hispanoamericanas y Autonoma cultural de Amrica,
en L. Zea, comp., Fuentes de la cultura latinoamericana, vol. I,
Mxico, FCE, 1995, 185-194.
, Filosofa del entendimiento, introduccin de J. Gaos, Mxico,
FCE, 2006., Antologa, edicin, introduccin y notas de G. Bellini,
Madrid, Castalia, 2009.Cussen, A., Bello y Bolvar, Mxico, FCE,
1998.Emerson, R. W., Ensayos, traduccin de L. Echevarra, Madrid,
Aguilar, 1962.Henrquez Urea, P., Historia cultural y literaria de
la Amrica Hispnica, edicin de V.
Cervera Salinas, Madrid, Verbum, 2007.Menndez Pelayo, M.,
Historia de la poesa hispano-americana, Madrid-Santander,
CSIC, 1948.Murillo, F., Andrs Bello, Madrid, Historia 16-Quorum,
1987.Santayana, G., Tres poetas filsofos, Mxico, Porra, 1994.Uslar
Pietri, A., Andrs Bello el desterrado, en L. Zea, comp., Fuentes de
la cultura
latinoamericana, vol. II, Mxico, FCE, 1995, 457-466.