E L sacerdote de la activi- dad febril que nunca trabajó en el vacío, don Isidoro Cantero Andrade, recibirá el próximo septiembre la Medalla de Oro de la Ciudad. Así, Santa Cruz de Tenerife honra al hombre de la bondad activa e infatigable, el sacerdo- te que, sencillo, ha tenido como campo de acción toda la amplia zona de Anaga, aquella tierra sonora, envuelta en sombra y aroma. Arriba, donde hay un silen- cio de altura, de cumbres soli- tarias, don Isidoro ha puesto su buen y bien hacer y, por ello —por esta recompensa a sus desvelos— allí hoy reina la lógi- ca alegría desde la cumbre has- ta donde, en la costa, rompen las olas que arden de blancura. Anaga, la de los blancos ca- seríos, está en fiestas. Anaga ríe y se alegra y, mientras, los montes y los bosques rompen con sus agudos perfiles la línea del dormido cielo azul. Anaga ríe y se alegra en sus playas de arenas negras, playas donde baten las olas te- ñidas de luz de aurora y, tam- bién, donde —más allá— el Atlántico isleño golpea su locu- ra de aguas contra los acantila- dos de la costa. Desde las cumbres altivas —allí donde la niebla se prende y rompe en jirones— a las playas donde duerme el sol en la arena, todo es ahora alegría honda, sana y sentida alegría, mientras en la ribera sueñan las rocas al ir lloroso de la mar que canta y golpea. Allí, donde reina la paz y el sosiego —don- de parece se guarda con celo todo el silencio perdido en el mundo— pronto habrá música de campanas que, como bien decía el siempre bien recorda- do Luis Alvarez Cruz, es la me- jor de las melancolías, sobre to- do cuando, como ahora, suena una nueva hora, un nuevo vivir en aquella amplia zona de San- ta Cruz en la que los caseríos, blancos, manchan el verde que predomina en las pinas lade- ras. Ahora recuerdo a Taganana vista por tierra cuando, al caer de la tarde, relucían sus vidrie- ras con ecos mortecinos de sol. En el mundo vertical del bos- que de pinos la calma era infi- nita y el fresco, leve aliento de la brisa, llegaba a la arboleda mientras el verde, nuevo, bro- El caserío de Taborno y, al fondo, el roque del mismo nombre Santa Cruz de ayer y de hoy Anaga, desde la cumbre a la playa taba en los campos. En el pre- ñado silencio de la tarde, de to- das partes fluía paz de vida y entonaban el corazón aquellas vastas soledades tendidas al pie de los montes. En la libertad del aire de las cumbres, estaba —está y esta- rá— la vida, el libre juego de los músculos, del pecho, de la mi- rada y el corazón. Abierta a to- dos los vientos y a todos los so- les, la carretera subía peña a peña y, en el aire lavado de las alturas, el espíritu respiraba la paz de aquella soledad soleada. En el campo —y sobre todo en el de la amplia zona de Ana- ga— por lecho la tierra y por dosel el cielo, comprendemos que el hombre de la ciudad que allí se aburre tiene la mente despoblada. Allí, en los blancos caseríos, aquella paz casera y dormida que ya creíamos per- dida para siempre mientras, abajo, retumba la queja azul de toda la mar. También recuerdo a Taga- nana y a los otros caseríos vista desde la mar, con los Roques de Anaga orlados de espuma y mientras un viejo marino me hablaba del Bajo de la Mancha. Arriba, el cielo azul impenetra- ble y, frente, la verticalidad de los acantilados, la verticalidad fuerte e ingrata. Hoy, los campos de Anaga, humildes como el sueño de un bendito, parecen comparten el regocijo, el júbilo que a todos embarga. Más brillantes nos parecen los colores sobre el ocre de la tierra trabajada —bien trabajada, casi con mi- mo— por los hombres de cora- zón derecho. En Anaga, las campanas tie- nen el ritmo enloquecedor de las fiestas y sus ecos —hondos ecos— llegan hasta las rocas que, en la costa, rezuman azul de la mar y se manchan de nie- ve salada. En la tierra del jugo de oro de las viñas —del que perfuma el dolor— el crepúsculo emban- dera de colores el cielo de la tarde. Hoy reluce con más ale- gría el rojo humilde de la teja canaria en los caseríos disemi- nados por los valles que, todos, van en busca de la mar presen- tida, de la que canta en la cos- ta. Allí, los caseríos con la dulce armonía de la tierra que sueña mientras, en los cerros arbola- dos, dormita el caracol del viento. Arriba, la verde espuma del ramaje sueña bajo el sol que hacia el ocaso camina y, entre la sombra, el sendero busca el valle lejano. Almáciga, Taborno, Afur, Roque Negro, Taganana, Cha- morga, Roque Bermejo, Las Palmas... nombres casi con aroma, nombres evocadores y sonoros, nombres de toda la tierra de Anaga que, ahora, se alegra con lágrimas sonoras de viejas campanas mientras la tierra —verde y santa— tiene la bondad del buen pan en la me- sa. De aquella mi primera visita guardo visiones de palmeras y de luz, de tierra que da lo suyo, de sol que caía a racimos... Hoy recuerdo los bosques, el campo y los barrancos enfermos del largo viaje que termina en la mar. Hoy, como en otras oca- siones, todos nos unimos en es- píritu con los hombres del bas- to ganar y el basto bregar, a los que viven en lomas y altozanos, a los que ponen la caricia de la mano labradora —mano bendi- ta— en los valles que buscan la mar que, en 1898, mató al «Flachat». Ya el sol ha sorbido el color del campo. Ya la noche cabalga rápida sobre los montes y ha dado muerte momentánea al color, que, dormido y tranqui- lo, espera al sol radiante de la mañana que, con sus dardos de fuego, le hará de nuevo lucir y relucir. Por los barrancos hondos campea la oscuridad que llega con prisa y el viento, leve, se lleva el cansancio del día. El tiempo que roe, pule y mata —el que mancha y muerde— no ha podido aún con los farallones que cierran el horizonte, fara- llones por los que, atrevida, la carretera sube peña a peña. Roca y roca. Pedregales des- nudos y, entre ellos, el toque milagroso de la voluntad del hombre que todo lo puede con el esfuerzo de «hacer» su tierra, la que le vio nacer, la que dará abrigo a su cuerpo. Así es la amplia zona de Anaga. Así sus blancos caseríos que, unos tierra adentro, otros casi al borde de la mar, todos viven bajo la fiesta de las estre- llas. Así es Anaga, donde canta el sol y canta la mar. En las playas, espuma, viento, distan- cia y movimiento, la mar que nos sacude con su respiración y su frescura. Todo ríe de luz e ilusión en la costa palpitante de sueños y, en el silencio, crece la brisa del Atlántico isleño. En toda esta tierra, la vida de don Isidoro durante cin- cuenta años. Hombre de cora- zón sencillo, de los que han lle- vado y llevan la verdad como arma por la vida, ha enseñado —enseña y enseñará— la lección de la verdad y la fraternidad. Con él, con todos los suyos, el buen querer de todos los santa- cruceros, de todos los que sa- ben su buen y bien hacer, su sencillo actuar en la tierra con surcos de tierra luciente.— Juan A. Padrón Albornoz. Excmo. Ayuntamiento de Puerto de la Cruz (Tenerife) ANUNCIO Para conocimiento de cuantos pudieran estsr interesados, se hace público que en el Boletín Oficial del Estado núm. 167, del día 14 de los corrientes, aparece inserto anuncio referente al concurso-subasta para contratar, mediante concesión administrativa, la cons- trucción y subsiguiente explotación de los ser- vicibs de BAR-KIOSCO EN EL LUGAR DENO- MINADO «PUNTA DEL VIENTO» de esta Ciu- dad. El expediente completo y pliego de con- diciones se encuentran de manifiesto en esta Secretaría municipal. El plazo de presenta- ción de proposiciones finaliza una vez trans- curridos VEINTE DÍAS HÁBILESsiguientes al de la publicación de dicho extracto en el pe- riódico oficial citado. Puerto de la Cruz, 15 de julio de 1983. EL SECRETARIO COMPRO Pagamos hasta 1.5OO ptas. el g;r» en Castillo n Q 8- 3 2 (Plaza de la Candelaria) y en Valentín Sauz, esquina a Suarez Guerra (Plaza del Principe.) Aviso Dr. José Gómez Afonso Suspende consulta mes de Agosto por vacaciones, sustituyéndole el Dr. Horacio Solari TP.: 212777 *